LA RED INVISIBLE: MASCULINIDAD, SEXUALIDAD Y SALUD

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LA RED INVISIBLE: MASCULINIDAD, SEXUALIDAD
Y SALUD REPRODUCTIVA
Graciela Infesta Domínguez1
Trabajo presentado en LASA 2001, XXIII International Congress of the Latin American Studies
Association, 6-8 de septiembre de 2001, Washington, D.C.
En el presente documento se muestran resultados de la investigación “Comenzando a descifrar el
misterio: el compromiso del varón en la salud reproductiva”, la cual se realizó en el Centro de
Estudios de Población (CENEP) bajo la dirección de la autora de este artículo.
Esta
investigación ha sido financiada por la Task Force for Social Science Research on Reproductive
Health de la Organización Mundial de la Salud (OMS)
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Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
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LA RED INVISIBLE: MASCULINIDAD, SEXUALIDAD
Y SALUD REPRODUCTIVA
Graciela Infesta Domínguez
Introducción
Históricamente, la mujer se ha encontrado en situación de desigualdad social frente al
hombre. Lentamente, dichas condiciones materiales han comenzado a modificarse a partir de la
irrupción de las mujeres en espacios sociales que tradicionalmente ocupaban los hombres. Estas
transformaciones se han dado fundamentalmente en el mundo del trabajo, la cultura, la ciencia y
la política, es decir en el mundo público. Sin embargo, este nuevo lugar que ocupan hoy en día
las mujeres en el mundo público sólo ha sido posible a partir de cambios que han involucrado al
mundo privado ya que dichas transformaciones han implicado la redefinición y ampliación del
lugar que la mujer ha desempeñado tradicionalmente como esposa y madre. Los nuevos roles
que ha comenzado a desempeñar la mujer en el mundo moderno han llevado a redefinir los
vínculos contractuales que rigen las relaciones entre los géneros.
La irrupción de las mujeres en nuevos espacios sociales ha hecho entrar en crisis el pacto
sexual que rigió históricamente las relaciones entre hombres y mujeres, legitimando la
subordinación de estas últimas a partir de la dependencia económica y la "natural" heteronomía
erótica de las mujeres. Así, los nuevos logros de las mujeres no han hecho otra cosa que
cuestionar la característica universal masculina: la superioridad del hombre sobre la mujer. Tal
como señala Badinter (1993), "desde que nació el patriarcado, el hombre se había definido
siempre como un ser humano privilegiado, dotado de algo más que las mujeres ignoraban. Se
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juzgaba más fuerte, más inteligente, más valiente, más responsable, más creador o más racional.
Y ese más justifica su relación jerárquica con las mujeres, al menos con la suya propia". Esto ha
llevado a Bourdieu ha sostener que "... ser un hombre es, de entrada, hallarse en una situación
que implica poder", lo cual lo lleva a concluir que la "ilusión viril" es el fundamento de la "libido
dominante" (Bourdieu, en: Badinter, 1993). Sin embargo, también es posible invertir estos
términos y sostener que la libido dominante "... fundamenta la virilidad, aún siendo esta ilusoria.
E incluso, si el `dominante es dominado por su dominación', ésta seguiría constituyendo la razón
última de la identidad masculina. Con su progresiva desaparición nos hallamos frente al vacío
definitorio." (Badinter, 1993). Tal como señala Fernández (1993), "ambos géneros sexuales han
comenzado un trastocamiento de subjetividad, en tanto se ha abierto un proceso de modificación
de la imagen de sí y del otro. Y de las formas de investimientos de otras prácticas de sí. Es éste,
por tanto, un momento de producción de nueva subjetividad".
Hace sólo treinta años, estaba tan claro qué era ser un hombre que a nadie se le ocurría
preguntarse acerca de la identidad masculina. Hoy, en cambio, ser hombre no es un simple dato
de la realidad, sino más bien un enigma que debe resolverse ya que se ha llegado a cuestionar la
unicidad de lo que constituye su esencia: la virilidad2. Así, "la clase, la edad, la raza o la
preferencia sexual se han convertido en factores de diferenciación masculina y los
angloamericanos ya sólo hablan de masculinidad usando el plural" (Badinter, 1993).
Sin
embargo, si bien la existencia de comportamientos diversos desmiente la predominancia del
hecho biológico, la multiplicidad de masculinidades no significa que "el género masculino no
existe". Es decir, si bien la masculinidad aparece bajo diferentes máscaras en diferentes tiempos,
esto no nos debe llevar a la conclusión de que estamos tratando con una cualidad efímera que a
veces está presente y a veces no. Para Brittan (1989), cómo se comporten los hombres va a
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Si bien la palabra "virilidad" significa, en primer lugar, el conjunto de los atributos y caracteres físicos y sexuales del hombre,
también es utilizada en el sentido más general de "propio del hombre" y sinónimo de masculinidad.
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depender más que nada de las relaciones sociales de género existentes, es decir de la forma en
que hombres y mujeres confrontan entre ellos ideológica y políticamente. Así, "... el género
nunca es un simple orden en que los roles de hombres y mujeres son decididos de un modo
contingente y azaroso. A cada momento, el género refleja los intereses materiales de aquellos
que tienen poder y aquellos que no. La masculinidad no existe aislada de la feminidad, siempre
será una expresión de la imagen corriente que los hombres tienen sobre sí mismos en relación
con las mujeres. Y estas imágenes suelen ser contradictorias y ambivalentes" (Brittan, 1989)
[nuestra traducción].
Es decir que si bien con el tiempo se han producido algunos cambios en las
masculinidades -como el hecho que los hombres quieran participar en tareas antes consideradas
patrimonio exclusivo de las mujeres, como el cuidado y la crianza de los hijos-, los mismos no
se relacionan con una disminución en su dominio en las esferas política y económica. Tampoco
significa que hayan cedido autoridad en la familia o en el hogar. Según Brittan (1989), "... lo que
ha cambiado no es el poder masculino como tal, sino sus formas, su presentación, su envoltura.
En otras palabras, mientras que lo aparente es que los estilos de masculinidad cambian en
relativo corto tiempo, la substancia del poder masculino no lo hace”. De aquí que el hecho que
los hombres compartan las responsabilidades familiares no significa una abdicación de poder; lo
que están haciendo es redefinir la arena donde ese poder es ejercido.
Para algunos autores la desigualdad de género es una respuesta a la necesidad de los
hombres de marcar la diferencia de género, la cual surge como "... una reacción contra el
panorama de pérdida de identidad y confusión, que busca reforzar la masculinidad. Se trata
de alejar el espectro de la bisexualidad interior a base de oponer los sexos y asignarles
funciones y espacios diferentes" (Badinter, 1993). En este sentido, la necesidad de los
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hombres de marcar la diferencia, así como los mecanismos por los cuales se mantiene la
situación de dominador-dominada y los efectos que la misma genera en las prácticas de
mujeres y hombres pueden observarse claramente cuando analizamos el comportamiento de
las parejas con respecto a la sexualidad y la salud reproductiva. Tal como lo señalan
Pantelides, Geldstein e Infesta Domínguez (1995), las diferencias en el status de hombres y
mujeres siguen existiendo y, en el mundo privado, se manifiestan en la permanencia de la doble
moral sexual y en las relaciones asimétricas dentro del matrimonio y la familia". De aquí que
investigaciones realizadas en el área de la sexualidad y la salud reproductiva coincidan en señalar
la opinión del hombre juega un papel preponderante en las parejas a la hora de tomar decisiones
que se tomen acerca del tamaño de la familia y la práctica de la planificación familiar
(Population Reports, 1987; Ezeh, 1993).
Es decir que, para eliminar los problemas que
tienen las parejas en adoptar un comportamiento sexual que les permita vivir plenamente su
sexualidad sin exponerse a un embarazo no planeado o a contraer una enfermedad de
transmisión sexual (ETS), es imprescindible incorporar -es decir analizar, entender- la
perspectiva del hombre ya que éste es parte indispensable e interesada en la práctica de la
planificación. En la actualidad, cuando la pandemia del SIDA impone el condón como
método primordial de prevención, más que nunca se necesita la cooperación del hombre al
momento de hablar de planificación familiar y control de ETS. Por lo tanto, hoy más que
nunca se impone la necesidad de conocer cómo ven los hombres su vida sexual y su función
reproductiva, qué mueve a los hombres a preocuparse o no por un embarazo no planeado y
qué factores pueden determinar en los hombres conductas de riesgo que los lleve a contraer
y/o transmitir a su pareja ETS.
El presente trabajo intenta acercar algunas respuestas a los interrogantes planteados más
arriba. Así, exploramos los significados presentes en el imaginario colectivo en torno a la
masculinidad y la forma en que estos se relacionan con las representaciones masculinas
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socialmente dominantes respecto de la sexualidad y los derechos reproductivos de mujeres y
hombres.
Marco teórico
Las representaciones sociales transcienden la esfera de las simples opiniones, imágenes y
actitudes. Así, para Jodelet (1993), "el concepto de representación social designa una forma de
conocimiento específico, el saber del sentido común, cuyos contenidos manifiestan la operación
de procesos generativos y funcionales socialmente caracterizados.
designa una forma de pensamiento social.
En sentido más amplio,
Las representaciones sociales constituyen
modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la comunicación, la comprensión y el
dominio del entorno social, material e ideal.
En tanto que tales, presentan características
específicas a nivel de organización de los contenidos, las operaciones mentales y la lógica. La
caracterización social de los contenidos o de los procesos de representación ha de referirse a las
condiciones y a los contextos en los que surgen las representaciones, a las comunicaciones
mediante las que circulan y a las funciones a las que sirven dentro de la interacción con el mundo
y los demás".
Tal como señala la misma autora (Jodelet; 1993), "no existe ninguna
representación social que no sea la de un objeto, aunque éste sea mítico o imaginario". En este
sentido, las representaciones de los actores se inscriben en el universo de las significaciones
imaginarias sociales y, por lo tanto, operan como organizadoras de sentido de las acciones de
aquellos, estableciendo los límites que separan lo lícito de lo ilícito, lo permitido de lo prohibido,
lo deseable de aquello que no lo es (Castoriadis, 1983).
Una característica importante de las representaciones es que las mismas "... no sólo
expresan las relaciones sociales, sino que también contribuyen a constituirlas" (Jodelet, 1993).
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Esto es así por la estrecha relación existente entre representaciones y comportamientos. Por un
lado, nuestras representaciones inciden en nuestros comportamientos pero, al mismo tiempo,
estos introducen modificaciones en las demás personas, "y la causa fundamental de este cambio
es sin duda la imagen que he dado de mí mismo; el contenido de mis proposiciones sólo habrá
tenido impacto a través de las representaciones sociales que habré movilizado" (Mugny y
Papastamou, 1993). En relación con el tipo particular de representaciones que analizamos en este
trabajo, es necesario realizar algunas precisiones, a saber:
1. Representaciones en torno a la masculinidad: La masculinidad se refiere a aquellos aspectos
del comportamiento de los hombres que varían de acuerdo al contexto y el tiempo: la
masculinidad tiene múltiples y ambiguos significados (Brittan, 1989). En contextos diferentes,
diferentes masculinidades hegemónicas son impuesta por la enfatización de ciertos atributos
sobre otros (Cornwall et al, 1994). Por tal motivo, en este trabajo indagamos cuáles son las
imágenes y significados contenidos en la noción de masculinidad, qué es descripto como
atributos masculinos, cuáles son las formas privilegiadas de masculinidad (es decir, cuáles son
las diferentes masculinidades
hegemónicas).
En particular, analizamos si detrás de esas
diferentes masculinidades se esconde algo fundamental, una suerte de núcleo, algo así como un
ideal de masculinidad y si los hombres consideran que el mismo ha variado históricamente.
También indagamos si los actores reflejan un modelo ideal actual que está en cuestionamiento,
en crisis o que se reproduce sin problemas.
1. Representaciones en torno a la sexualidad. El hombre se caracteriza por ser el único animal
cuyo comportamiento no depende exclusivamente de los estímulos que están en su medio, ya
que él mismo es susceptible y capaz de generar aquellos estímulos que específicamente lo
impulsan en cada situación concreta (Polaino-Lorente, 1992).
Así, las representaciones
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mentales, por ejemplo, "... las fantasías sexuales... no sólo no son estímulos sexuales que puedan
despreciarse por irrelevantes (al no ser reales), sino que pueden llegar a ser el elemento
primordial en la suscitación y el `disparo' de su conducta sexual. Pero si estos estímulos suscitan
tal comportamiento, con la exposición reiterada a ellos, la misma sexualidad quedará configurada
de una y otra forma en función de cuáles sean los contenidos y modalidades de esos estímulos y
situaciones" (Polaino-Lorente, 1992). Si a esto le agregamos el hecho de que los varones se
socializan en una cultura en la que aún tienen vigencia mitos tales como que los hombres saben
más sobre sexo que las mujeres, tienen más deseo sexual que ellas y es a ellos a quienes les
corresponde tomar la iniciativa sexual, resulta sumamente necesario indagar cuáles son las
representaciones que los hombres tienen respecto de su propia sexualidad y de la sexualidad
femenina, prestando especial atención al papel que dichos mitos tienen en la construcción de la
mismas.
3. Representaciones en torno a los derechos reproductivos de hombres y mujeres. En tanto
hombres y mujeres no perciban claramente cuáles son los derechos reproductivos de unos y otras
es altamente probable que surjan conflictos en la pareja que dificulten a ambos géneros el
ejercicio de los mismo. Así, analizamos las representaciones de los varones respecto de la
responsabilidad que cada miembro de la pareja tiene en relación con la prevención de embarazos
no planeados y transmisión de ETS. Más precisamente, indagamos si los hombres perciben
posibles “conflictos de intereses” entre géneros y cómo encaran los mismos, en particular, en
cuestiones vinculadas al uso de métodos anticonceptivos y la continuación/interrupción de un
embarazo.
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Metodología
El universo de estudio de la investigación en cuestión está compuesto por hombres
comprendidos entre los 25 a 35 años y los 45 a 55 años pertenecientes a dos estratos
socioeconómicos: bajo y medio/alto. La investigación se desarrolló en dos etapas, a las que
correspondieron dos técnicas de recolección de datos: en la primer etapa se realizó grupos
focales, en tanto que en la segunda se recurrió a la técnica de entrevista en profundidad.
En esta oportunidad, el presente trabajo se propone centrar la atención en los principales
hallazgos obtenidos en la primer etapa de la investigación.
A través de los grupos de focales se
buscó detectar nuevas dimensiones significativas presentes en el imaginario colectivo sobre la
masculinidad, la sexualidad y la salud reproductiva. Si bien los discursos particulares de cada
grupo son localizaciones y especificaciones del discurso general de la sociedad sobre dichos
temas, el conocimiento y comprensión de dichos discursos particulares hace posible, luego, el
acceso al discurso general.
Esto es así pues si bien el grupo existe objetivamente, existe "...
porque determinados individuos han dado un significado a un determinado agrupamiento de
individuos, lo que necesariamente comporta una definición de la realidad del entorno
sociocultural y un proceso de autodefinición de los individuos" (Clemente Díaz, 1992).
Inicialmente se realizaron cuatro grupos focales: dos grupos de hombres de entre 25 y 35
años (uno de los cuales estuvo formado por hombres de estrato bajo y otro, de estrato medioalto) y dos grupos de hombres de entre 45 y 55 años (un grupo de cada estrato socioeconómico
considerado). Participaron de estos cuatro grupos focales 33 participantes. Posteriormente, se
intentó conformar un quinto grupo de discusión compuesto por varones de entre 45 y 55 años de
clase baja pero a la primera sesión del mismo sólo asistieron cuatro participantes razón por la
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cual se desistió de realizar con ellos un segundo encuentro. Finalmente, y con la finalidad de
diseñar un experimento con fines estrictamente metodológicos que permitiera analizar cómo
incide la mirada de género del moderador en la construcción del dato obtenido en grupos focales
con varones adultos (al respecto ver: Infesta Domínguez, 1998), se realizó un sexto grupo focal
conformado por hombre de entre 25 y 35 años de estrato medio-alto, el cual estuvo coordinado
por la investigadora principal del proyecto, a diferencia del resto de los grupos realizados en la
investigación que fueron coordinados por un integrante varón del equipo de investigación. En el
presente trabajo se tomó en cuenta el material obtenido en todos los grupos mencionados,
tomando en cuenta los recaudos necesarios a la hora de analizar la información, dadas las
particulares condiciones en que se realizaron cada uno de los grupos focales en cuestión.
Varios estudios anteriores sostienen que en tanto las mujeres tienden a privilegiar el
lenguaje verbal, los hombres harían prevalecer el lenguaje no verbal en la comunicación
(Pearson et al, 1993). Esto llevó a plantear la necesidad de contar con una técnica de recolección
de datos que previera las características de la forma de comunicación de los varones. Por tal
motivo, se realizaron dos reuniones con cada uno de los grupos mencionados: las segundas
reuniones se efectuaron a las dos semanas de celebrada la primer reunión de cada grupo. En
cuanto a los dispositivos utilizados en dichas reuniones, en la primera de ellas se propuso generar
una discusión verbal, en tanto que en la segunda se utilizaron técnicas activas. En este sentido,
este tipo de técnicas favorece la aparición de contradicciones diversas (Brod, 1987), tanto en el
seno del grupo, o sea a un nivel interpersonal, como a nivel intrapersonal. Intentando poner en
relieve estas contradicciones se recurrió a las técnicas de “Roll-Playing” (Moreno, 1975) y el
“Teatro espontáneo” (Moreno, 1923). Estas técnicas dramáticas ayudan a percibir los diversos
matices en los componentes del grupo saliendo de posiciones binarias. Al mismo tiempo, por
tratarse de un lenguaje novedoso para muchos de los participantes, las mencionadas técnicas
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colocan a los sujetos en una posición más proclive al asombro y a la interrogación sobre las
situaciones cotidianas, todo esto desde un lenguaje no cotidiano (Szyniak, 1997). A diferencia de
la primer reunión, que abordó con igual nivel de profundidad, diferentes problemáticas
planteadas en el proyecto, en la segunda reunión estuvo focalizada en la indagación de los
procesos de negociación al interior de las parejas.
Todas las reuniones realizadas con los grupos tuvieron lugar en la misma sala. Las
sesiones fueron grabadas bajo consentimiento de los participantes. Además, los observadores
no participantes tomaron notas durante las reuniones con el objetivo de completar la
información obtenida de la desgrabación. Esto permitió tener un registro no sólo de la
comunicación verbal de los participantes sino también de la no verbal. La razón por la que se
trabajó con dos observadores en cada grupo se debe a que se consideró de gran importancia
registrar la comunicación no verbal, especialmente durante las segundas reuniones realizadas
con cada grupo.
El primer paso en el procesamiento de la información proveniente de los grupos consistió
en la transcripción del material grabado. Esta transcripción fue comparada con las notas de los
observadores a fin de completar frases inaudibles en la grabación e identificar los parlamentos de
cada participante. El siguiente paso consistió en la codificación de las transcripciones de las
sesiones para lo cual se utilizó dos criterios. Por un lado, se armó un primer manual de códigos
con base a los temas contemplados por la guía de discusión. En este manual se iban asentando
las dudas y los criterios clasificatorios que se iban articulando a medida que el proceso de
codificación avanzaba, así como los temas no previstos en la guía que aparecieron en las
discusiones de los participantes. A partir de esta información se elaboró un nuevo manual de
códigos a partir del cual se recodificó toda la información proveniente de los grupos. Por otro
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lado, se hizo una segunda codificación que clasifica los parlamentos de los participantes en
función de las preguntas realizadas por el moderador. De esta forma, la información de los
grupos fue ingresada en dos bases de datos, una para cada sistema de codificación utilizado.
Para el procesamiento de esta información se trabajó con el programa Ethnograph versión 4.0.
El análisis de los grupos focales se realizó por partes. Al finalizar la primera reunión con
cada uno de los grupos previstos se hizo un análisis preliminar de la información a fin de diseñar
el dispositivo a utilizar en la segunda sesión de los grupos. Recién al completar el segundo
encuentro con los grupos comenzó el procesamiento y análisis final de la información
proveniente de ambas sesiones. El análisis final apuntó a comparar, por un lado, la información
obtenida para cada grupo en la primera y en la segunda reunión (comparación "intragrupo") y,
por otro, la información de cada uno de los grupos en cuestión (comparación "intergrupo").
En la análisis de la información se buscó identificar los temas relevantes y la densidad3
de los mismos. Es decir que, se apuntó a detectar patrones particulares, temas o respuestas que
fueron repetidamente planteadas por los miembros de los grupos (Bender et al, 1994). Dentro de
los temas que aparecieron como relevantes, el análisis se focalizó en aquellos que generaron
mayor intercambio entre los miembros del grupo. También se analizaron aquellos temas
relevantes teóricamente a los fines de los propósitos teóricos del estudio (Glaser y Strauss, 1967),
independientemente de la densidad de los mismos.
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La densidad está definida por la cantidad de veces que un tema es mencionado dentro del grupo. La incidencia de la
densidad ayuda a determinar la relativa importancia de los temas identificados por los participantes (Bender et al., 1994).
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Características sociodemográficas de los participantes de los grupos focales
El grupo focal compuesto por hombres de estrato medio-alto de entre 25 y 35 años (de
ahora en más, Grupo Nº1) contó con nueve participantes. Todos tenían estudios universitarios
completos, excepto en dos casos en los cuales los participantes estaban terminando estos
estudios. Seis participantes eran solteros y tres estaban casados o unidos. De los que estaban
casados dos tenían hijos, uno tenía tres hijos y el otro dos, en ambos casos los hijos pertenecían a
la misma relación. Tres hombres vivían solos, otros tres vivían con su cónyuge e hijos, y los
otros tres con los padres y hermanos. En cuanto a las compañeras de los tres participantes que
convivían con ellas, éstas tenían un nivel educativo inferior al de sus maridos (secundario
completo) y en dos de los tres casos se desempeñaban como amas de casa. La edad promedio a la
primera unión era de veinticinco años. Todos los participantes estaban trabajando actualmente
(como jefe de ventas en una empresa maderera, jefe administrativo, diseñador en un estudio de
arquitectura, entre otras ocupaciones), salvo el caso de un hombre que había quedado
recientemente desempleado. Uno de los participantes había nacido en Santiago (Chile), y hacía
más de 30 años que residía en Capital Federal. Todos los demás habían nacido en el área
metropolitana de Buenos Aires (en adelante, AMBA).
El segundo grupo focal que se realizó, integrado por hombres de estrato bajo de entre 25
y 35 años (en adelante, Grupo Nº2), tenía seis participantes. Como se señalaba antes, luego de la
primer sesión se incorporó un nuevo participante al grupo para evitar que la posible pérdida de
algún integrante del mismo impidiera la realización de la segunda sesión. Cuatro participantes
tenían estudios secundarios incompletos, dos estudios primarios completos, y en un caso
primarios incompletos. En cuanto al estado civil, seis estaban casados o unidos y uno era soltero.
Cinco hombres tenían hijos (en todos los casos menos de tres hijos). La edad promedio al unirse
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por primera vez era de 22 años, registrándose un caso en que el participante tenía 14 años al
iniciar su primera unión (con la que convivía actualmente). Para los que estaban casados o
unidos esa era la primera y única unión que contabilizaban. Seis participantes vivían con su
cónyuge e hijos, mientras que el otro participante vivía con sus padres y hermanos. Las parejas
de éstos hombres, tenían en general un nivel educativo superior al de sus maridos (secundario
incompleto o completo) y en todos los casos eran amas de casa. Había dos participantes que se
encontraban desocupados, mientras que los otros cinco trabajaban en ese momento. La mayoría
desarrollaba tareas por cuenta propia en ocupaciones poco calificadas (como, por ejemplo,
albañil, electricista, pintor). En relación con el lugar del nacimiento todos habían nacido en el
AMBA, excepto un participante que había nacido en la provincia de Formosa.
En el tercer grupo focal correspondientes al de los hombres de estrato socioeconómico
bajo de entre 45 y 55 años (en adelante, Grupo Nº3), participaron ocho sujetos. Dos de éstos
tenían menos de 45 años (uno de 42 y otro de 43 años). La mayoría tenía estudios primarios
completos o incompletos y sólo dos participantes tenían estudios secundarios incompletos. En
este grupo había seis hombres casados, uno soltero y uno que estaba divorciado. Siete
participantes tenían hijos, en una proporción que variaba entre uno y cuatro. Para todos los que
estaban casados o unidos esta era su primera unión (incluyendo al participante que estaba
divorciado). La edad promedio a la primera unión era de 26 años. Seis participantes vivían con
sus cónyuges e hijos, y dos vivían solos. El rasgo característico de este grupo estuvo dado por un
alto porcentaje de desocupados: seis de los ocho participantes se encontraban en esta situación.
En cuanto a la ocupación de sus cónyuges, una era docente y una trabajaba como comerciante
por cuenta propia; las restantes se desempeñaban como amas de casa. Al igual que ocurría en el
Grupo Nº 2, las parejas de estos hombres tenían en general un nivel educativo superior al de sus
maridos. Un participante había nacido en Asunción (Paraguay), otro en la provincia de Santa Fe
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y otro en la provincia de Córdoba, pero en los tres casos hacía más de 40 años que vivían en
localidades del Gran Buenos Aires. Los participantes restantes, todos habían nacido y residían en
el AMBA.
El grupo focal compuesto por hombres de estrato medio-alto de entre 45 y 55 años (en
adelante, Grupo Nº4) contó con diez participantes. Todos tenían estudios universitarios
completos. Los diez participantes estaban casados o unidos y tenían hijos. En este caso, el
número de hijos variaba entre 1 y 5 hijos. Tres participantes registraron que esta era su segunda
unión, mientras que para el resto era la primera. La edad promedio a la primera unión era de 28
años. Todos convivían actualmente con su cónyuge y en la mayoría de los casos con sus hijos.
Todos se encontraban trabajando en ese momento. Al igual que sucedió con el otro grupo de
clase media-alta (Nº1), las cónyuges de los participantes tenían un nivel educativo inferior al de
sus maridos, sólo una tenía estudios universitarios completos. Con excepción de un caso que
había nacido en Azul (Provincia de Buenos Aires), el resto de los participantes habían nacido en
el AMBA.
El quinto grupo focal que se decidió incorporar para indagar algunas dimensiones que ya
se habían planteado en otros grupos, quedó conformado por cuatro participantes a pesar de que
se habían invitado ocho personas (en adelante, Grupo Nº5). Este grupo estuvo integrado por
varones de estrato socioeconómico bajo de entre 45 y 55 años. Como se señalaba antes, con este
grupo sólo se realizó la primera sesión, razón por la cual los datos que se obtuvieron de este
grupo no permiten una comparación exhaustiva con la obtenida en los otros grupos focales ya
que presenta condiciones particulares que impiden dicha comparación. En relación con el nivel
de instrucción alcanzado por los integrantes de este grupo, dos de ellos tenían primario
incompleto y los otros dos primario completo. Todos estaban casados y en dos casos estaban
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viviendo su segunda unión. La edad promedio al formar la primera unión era de 20 años. Los
cuatro participantes tenían hijos, variando el número de los mismos entre 3 y 6. Todos convivían
con su cónyuge e hijos; los casos de segundas uniones, convivían con sus hijos de su actual
pareja. En un caso, además de vivir con su cónyuge vivía con su hijo y nuera. Las compañeras de
los participantes tenían un nivel de instrucción similar al de sus maridos (primario completo o
incompleto). Uno de los participantes se encontraba en ese momento desocupado, mientras que
los demás trabajaban en ocupaciones poco calificadas (como, por ejemplo, changas, peón de
taxi). Todos habían nacido en el AMBA, con excepción de un caso que era oriundo de la
provincia de Tucumán.
El grupo focal compuesto por hombres de estrato medio-alto de entre 25 y 35 años
coordinado por la investigadora principal (en adelante, Grupo Nº 6) contó con diez participantes.
Dados los objetivos que llevaron a conformar este grupo, se tuvo especial cuidado en que sus
participantes presentaran características sociodemográficas muy similares a las de sus pares del
Grupo Nº1. Todos los participantes del Grupo Nº 6 eran universitarios: siete de ellos habían
completado sus estudios en tanto que tres estaban terminando sus carreras. En cuanto al estado
civil, cinco participantes eran solteros, cuatro estaban casados y uno, divorciado. La mayoría de
los varones que participaron de este grupo no eran padres: sólo dos participantes (ambos
casados) tenían hijos (en un caso, un hijo y en el otro, dos) y los mismos pertenecían a la primera
y única relación de pareja de estos varones. Los varones casados vivían con sus cónyuges e hijos;
en tanto que en el caso de los participantes solteros la situación era variada: dos vivían con sus
padres, uno lo hacía con su novia y tres vivían solos, al igual que el participante divorciado. En
cuanto a las compañeras de los cinco participantes que vivían en pareja, ellas tenían un nivel
educativo similar o levemente inferior al de sus maridos: tres de ellas estaban realizando estudios
universitarios, en tanto que otra ya había completado dicho tipo de estudios y, el caso restante,
había finalizado estudios terciarios no universitarios). Sólo en un caso la pareja era ama de casa.
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La edad promedio a la primera unión de los varones de este grupo era de veintisiete años y
medio. Todos los participantes estaban trabajando al momento en que se realizó el trabajo de
campo: la mayoría (ocho participantes) lo hacía en relación de dependencia (realizando, la
mayoría de ellos, tareas contables o jurídicas en empresas privadas y en organismos estatales),
en tanto que uno lo hacía como patrón (productor agropecuario) y otro como cuentapropista
(dueño de un comercio).
Representaciones en torno a la masculinidad y los roles de género
Tal como dijimos oportunamente, la masculinidad es un concepto relacional puesto que
se define en relación con la feminidad: nadie puede comprender la construcción social de la
masculinidad o de la feminidad sin que la una haga referencia a la otra (Badinter, 1993). Así, la
masculinidad siempre será una expresión de la imagen corriente que los hombres tiene sobre sí
mismos en relación con las mujeres (Brittan, 1989). Es por este motivo que, para analizar las
representaciones sobre la masculinidad que tenían los participantes de los grupos focales,
indagamos los roles de género que los varones creen que en la actualidad desempeñan hombres y
mujeres, y si los mismos han variado en relación con las que tenían los varones de generaciones
anteriores.
El tema que acaparó la discusión de los varones de todos los grupos focales realizados
fue el relativo a la crisis económica por la que atraviesa el país y los nuevos roles desempeñados
por la mujer en el mundo público, en tanto ambos factores acarrearon consecuencias importantes
en lo que respecta a los roles que hombres y mujeres desempeñan en el mundo privado.
Centralmente, la preocupación de los hombres giró en torno al impacto que el acceso de la mujer
al mundo laboral -en un contexto de inestabilidad laboral y alta desocupación masculina- tuvo
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en lo que respecta a las relaciones con el otro género y la dinámica familiar, especialmente en lo
que respecta al rol del varón en la familia. La información analizada muestra que esta temática
es relevante y preocupa a todos los hombres que participaron de los grupos focales, a pesar de las
diferencias socioeconómicas y de edad existentes entre ellos. Entre los distintos grupos pueden
observarse diferencias de matices en las posiciones y actitudes que los hombres adoptan frente a
la problemática planteada, que indican claramente la existencia de diferentes masculinidades.
Sin embargo, detrás de las mismas fue posible detectar un ideal de masculinidad que está en
crisis y las diferencias entre los hombres aparecieron más bien con relación a la forma en como
ellos viven y se posicionan frente a dicha crisis.
En las sociedades occidentales, los roles de género que tradicionalmente se han
considerado adecuados para los hombres son los de trabajador, principal proveedor económico
del hogar, jefe de familia y líder en la comunidad. Así, estas actividades son asumidas por los
hombres porque responden a características distintivas de la personalidad masculina, tales como
firmeza, confianza en sí mismo, valentía, competitividad e independencia. El modelo sexual
femenino ha girado en torno a la crianza de los hijos y las responsabilidades en relación a las
obligaciones hogareñas ya que los rasgos de personalidad que se consideran típicamente
femeninos se asocian con la calidez, la expresividad, la dependencia, la cooperación, y con
intereses centrados en torno a las cuestiones interpersonales más que en el dominio intelectual o
práctico (Moore et al., 1993). En las últimas décadas, este modelo tradicional ha entrado en
crisis ante la irrupción de las mujeres en nuevos espacios sociales. A este factor, en el caso de la
Argentina, hay que agregar otro componente que pone en jaque el modelo tradicional de roles de
género: la persistente crisis económica que afecta no sólo a los estratos más bajos sino también a
los estratos medios en su conjunto. En este contexto, muchas mujeres han ingresado al mercado
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laboral más bien obligadas por la necesidad de contribuir al presupuesto familiar, aportando, en
muchos casos, el principal y hasta el único ingreso de la familia.
Todo esto es percibido por los varones que participaron de los grupos focales, ya que en
los mismos pudo observarse una total coincidencia al señalar que los hombres, en la actualidad,
se enfrentan a problemáticas diferentes a las tenían los varones de otras generaciones. Tanto los
participantes más jóvenes como los de mayor edad de ambos estratos socioeconómicos señalan
que las generaciones de sus abuelos, y aún la de sus padres, gozaban de estabilidad laboral y
económica: “tenían un trabajo toda la vida y con ese trabajo podían mantener a toda su familia;
podían prever cuánto dinero tendrían al día siguiente y, por ende, cuánto podían gastar en el
presente”. El hombre que trabajaba podía construir su casa y hoy día esto no es posible para
muchas parejas aunque trabajen ambos. Otro punto diferencia está dado por el valor de la
educación: “antes, el que tenía un estudio, sabía que tenía un futuro asegurado y hoy no”,
afirman muchos hombres.
También coinciden en señalar que otro cambio con el se enfrenta el hombre en la
actualidad está dado por la fuerte participación de la mujer en el mundo del trabajo ya que esto
introdujo profundas modificaciones en la dinámica familiar. Los hombres de todos los grupos
focales sienten que el hecho de que la mujer trabaje los afecta de alguna manera, aunque la
mayoría también reconoce que dicho sentimiento se debe al machismo aún existente en los
hombres. Los varones de mayor edad (grupos con participantes de 45 a 55 años) de ambos
estratos socioeconómicos son los que más se sienten perjudicados por la situación: en ellos está
más presente que en los más jóvenes el modelo tradicional de roles de género y el hecho de que
la mujer trabaje y aporte económicamente a su hogar cuestiona el que consideran su rol por
excelencia dentro del hogar: ser el principal sostén económico de la familia. En el caso de los
19
varones de mayor edad de estrato socioeconómico bajo el conflicto es mayor que en los del
estrato medio-alto ya que muchos de aquéllos se encuentran desocupados, situación que dichos
varones consideran que no sólo modifica, sino que invierte los roles que -según el modelo
tradicional en el que fueron socializados- hombres y mujeres deben desempeñar en la familia.
“-José: Aparte hay un tema que es natural de la mujer. Yo... lo que más me preocupa siempre es eso. La
mujer por naturaleza y el hombre por naturaleza somos diferentes. Y cada uno tiene un rol asignado. Y
es muy claro. Es decir, ¿quién va a amamantar al hijo?: la mujer, el cuerpo está hecho así.
-Antonio: Es una cosa que no puede hacer el hombre.” (Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato socioeconómico
bajo)
“En este momento, hay muchas mujeres que son la cabeza de familia. Invierte los papeles... Sí, se
invierte [la familia]. La mujer empieza a ser la cabeza de la familia. Se invierten los papeles porque la
mujer está mucho más tiempo en la calle y vos está todo el tiempo en la casa.” (Ricardo, Grupo Nº 3,
45-55 años, estrato socioeconómico bajo)
Para los hombres de este grupo, la gravedad de la situación económica es la que impulsó
a las mujeres a salir a trabajar y el mismo motivo es el que los llevó a ellos aceptar que las
mujeres trabajen. Es decir que, como el trabajo de la mujer aporta dinero a la familia, mejorando
así la situación económica de la misma, ellos “aceptan” que la mujer se inserte en el mercado
laboral.
Sin embargo, la mayoría de los varones de este grupo y estrato socioeconómico
coinciden en señalar que no ha sido fácil para el hombre aceptar esta situación, tal como lo
indican expresiones de varones que participaron del Grupo Nº 5: “eso se va pagando hoy; hoy lo
estamos pagando, tenemos que cambiar la mentalidad”; “pero cuesta aceptarlo que la mujer
trabaje, duele”; “de alguna manera, por ahí, te sentirás disminuido”, etc.
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“- Coordinador:
Supongamos que todos los hombres ganasen bien, más o menos bien, ¿ustedes
pensarían que la mujer tiene que trabajar o no?
- Enrique: Yo no
- Alejandro: Ese es un tema muy largo, ¿viste? Porque ahora también está el tema de la situación
económica, pero de repente yo estando bien, yo estando bien, con una situación económica buena,
teniendo hijos chicos y yo prefiero que esté la familia unida, yo no quiero que mi señora esté fuera de
mi... fuera de la atención de mis hijos. No necesitándolo, entonces ya... yo me ví obligado a cambiar la
mentalidad de lo que era hace veinte años atrás, hoy me veo obligado a cambiar. Por supuesto que si
estuviera en una buena posición me gustaría que mi señora esté con la familia, que yo vaya a trabajar y...
no que sea mi sirvienta pero sí que atienda al marido, ¿viste?, cumplir la función de mujer, de ama de
casa, ¿si?, no esclava, de ama de casa y bueno... atender a los hijos y que atienda la casa.
- Jorge: Así y todo, todas las mujeres que trabajan atienden la casa” (Grupo Nº 5, 45-55 años, estrato
socioeconómico bajo)
Las palabras de Jorge muestran algo por demás interesante: los hombres del estrato bajo
manifiestan que las mujeres que trabajan y que, por lo tanto, desempeñan roles que antes
correspondían exclusivamente a los hombres, continúan desempeñando los roles que
tradicionalmente les fueron adjudicados a las mujeres: el cuidado de la prole y la realización de
las tareas domésticas. Es decir, las ideas prevalecientes en este sector socioeconómico respecto
de la división sexual del trabajo hacen que la mujer no sea relevada de las tareas reproductivas
que se considera que, “por naturaleza”, debe cumplir, independientemente de que ella sea o no
una trabajadora remunerada. De este modo, la mujer debe soportar una doble carga de trabajo.
La existencia de esta situación también se comprobó en las manifestaciones de los varones
jóvenes del mismo estrato socioeconómico, no sucediendo lo mismo en los varones de ambos
grupos de edad del estrato medio-alto. En estos últimos grupos, los varones reconocieron que
participan tanto en las tareas domésticas como en el cuidado de los hijos, aún en algunos casos
cuyas mujeres no trabajaban fuera del hogar.
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Como ya dijimos anteriormente, los varones de 45 a 55 años del estrato medio-alto
comparten las mismas preocupaciones de sus congéneres del estrato bajo ya que la mayoría de
los participantes consideran que hombre debe ser el principal sostén económico de la familia. A
diferencia de los varones de igual edad del estrato bajo, ellos no están tan expuestos a la
desocupación, razón por la cual difícilmente sientan que “se invierten los roles” en la familia,
pero sí deben muchas veces enfrentarse con la situación, para ellos conflictiva, de que sus
mujeres tienen salarios más altos que los suyos (preocupación que también apareció en los
varones de 45 a 55 años de estrato bajo, pero quedando en un segundo lugar de importancia para
ellos frente a la situación más grave que les plantea la desocupación en cuanto al rol que
desempeñan en la familia). Sin embargo, en este grupo se observa una diferencia notable con
respecto al grupo de igual edad del estrato bajo, ya que sus participantes muestran muchas
contradicciones.
Por ejemplo, Jorge, uno de los miembros del mencionado grupo, en un
momento de la discusión manifiesta su dolor por el hecho de “... ver a tu mujer [que trabaja] que
está haciendo el rol del hombre”, y, por otro lado, más avanzada la sesión del grupo sostiene que
“... hace al crecimiento de la pareja y de la mujer que la mujer salga a la calle [a trabajar] y
confronte con la sociedad. Porque no puede ser que se quede encerrada en la casa... porque... uno
no tiene siquiera diálogo” (Jorge, Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato medio-alto). No sólo aparecen
contradicciones de la mayoría de los participantes sino que también muchos de ellos son
conscientes de las mismas (tal como lo reflejan los testimonios citados a continuación), lo cual
implica una diferencia sustantiva respecto del grupo de varones de igual edad del estrato bajo: el
modelo tradicional de roles de género comienza a ser cuestionado por estos hombres que se
viven y perciben contradictorios.
“- José Luis:
El hombre sigue siendo “conceptualmente” el sostén económico del hogar porque
“nosotros tenemos la carga psicológica de tener la necesidad de serlo”... Pero considerándonos a
nosotros, tenemos como el pie en un bote y el otro pie en otro bote. En algunas cosas somos iguales, con
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el pie derecho somos iguales: ´a la mujer la sometimos todo el tiempo, ¡que sea igual!´. Pero, por otro
lado, decimos: ´si no llevo la plata yo a casa..., ¿Cómo va a llevar mi mujer más que yo?, ¿Cómo mi
mujer va a llevar siete lucas y yo cuatro?´”. Coherente con eso, más adelante dice: “Lo que yo te digo en
la realidad, en la práctica, no se podría llegar a hacer, no?... Si ella [la mujer] puede ganar más que yo,
bueno que salga ella a trabajar y vos vas a proveer al bien común de la casa... si a vos te van a pagar
mejor que a mí. Y eso en la práctica no lo hacemos ni lo podemos hacer... Creo que hoy la globalización
nos hizo o nos quiere hacer entender de que ya no podemos ser el ombligo del mundo en un montón de
cosas. Entre las cuales está el ser el que dicte las normas, el que sea el proveedor...
- Héctor: ¿El ombligo del mundo? Nunca fuimos el ombligo del mundo.
José Luis: No, no, no. En nuestro micro-mundo, sí. En nuestro micro-mundo, sí. ¿En tu casa, quién es
el que tiene... o quién tenía la última palabra?...
- Coordinador: ¿Y hoy quién tiene la última palabra?
- José Luis: Creo que es compartida. Ahora es compartida. No sé si compartida, pero por lo menos
discutida.” (Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato medio-alto)
Llegado este punto cabe preguntarse por los motivos que hacen que para el hombre sea
tan insoportable aceptar que puede no ser el principal proveedor económico del hogar y que,
como contrapartida, sea su mujer la que alguna vez cumpla dicho rol. Gilmore (1990) encontró
en la mayoría de las sociedades que estudió que cada vez que se destaca la "verdadera" virilidad,
hay tres exhortaciones morales que cobran gran relevancia: para ser un hombre éste debe preñar
a la mujer, proteger a los que dependen de él y mantener a los familiares. Esto lleva a Gilmore a
sostener que, aunque no exista un "varón universal", sí es posible hablar de un "varón
omnipresente" basado en dichos criterios de actuación, personaje al que dicho autor denomina
"el varón preñador-protector-proveedor" (Gilmore, 1990). Si bien Gilmore reconoce que esta
triple imagen depende de los criterios del rol del hombre, él considera que "... ese rol depende de
algo más que del simple mito de ganarse la vida de las sociedades occidentales. Los hombres `de
verdad' han de domesticar la naturaleza para volver a crear y fortalecer las unidades familiares
básicas de su sociedad; es decir, reinventar y perpetuar el orden social con la voluntad de crear
23
algo de valor a partir de la nada. La virilidad es una especie de procreación masculina..."
(Gilmore, 1990).
Así, desde el momento en que la mujer demuestra que puede asumir el rol de proveedor
económico del hogar inexorablemente pone en cuestionamiento las bases mismas de la
"virilidad", lo cual -si seguimos a Gilmore- implica dudar no sólo de su capacidad para
"producir" sino también para "procrear", desplazándolo de esta forma de las funciones
principales que definen su rol tanto en la familia como en la sociedad. Un hecho que es necesario
resaltar es que este ideal de masculinidad no es simplemente reflejo de la psicología individual
del hombre sino que es parte de la cultura pública, una representación colectiva (Gilmore, 1990)
y que como tal no es propiedad exclusiva de los hombres sino que también es compartida por
muchas mujeres, tal como lo indican los resultados de nuestro estudio (Infesta Domínguez,
1995).
Ahora bien, si la inserción laboral de la mujer parece poner en cuestionamiento la
virilidad masculina, tal como la define Gilmore, esta situación parece no ser la única causa del
profundo “dolor” masculino ante la pérdida de su rol de principal proveedor económico del
hogar. En realidad, el trabajo le permite a la mujer romper su dependencia económica respecto
del hombre y, a partir de esta situación, los varones perciben que se dan otros cambios que
reposicionan a la mujer dentro de la familia. Estos cambios, comienzan a erosionar las bases
mismas del poder masculino –basado, principalmente, en su rol de principal proveedor
económico del hogar- y, en consecuencia, modifican las relaciones de género, muy
especialmente en aquellos casos de parejas en las que predominan las relaciones asimétricas.
Esta situación aparece en todos los grupos de forma más o menos velada pero es en los grupos
de varones de 45 a 55 años del estrato socioeconómico bajo donde la misma se plantea con toda
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crudeza. Los participantes de estos grupos reconocen la existencia de relaciones asimétricas de
género, en algunos casos de modo implícito (al manifestar su temor a la “venganza” de las
mujeres al poder éstas desempeñar el rol de proveedoras que tradicionalmente correspondía a los
varones) y, en otros, de forma directamente explícita (como sucede con el participante que
reconoce que la mujer accede a los mismos derechos que el hombre recién cuando logra
insertarse en el mercado laboral).
“- Ricardo: Yo conozco un par de matrimonios, conocidos, muy amigos que la mujer se hizo cabeza de
familia y al hombre lo tiene como si fuera un...
- Rubén: Un pelele
- Ricardo: Lo que nunca hizo en su vida lo hace ahora. Parece como si fuera un sistema de venganza...
- Rubén: De venganza.
- Ricardo: O algo de...´vos me decías a mi, ahora yo te lo puedo decir a vos´. Y el hombre ni una
palabra... El matrimonio se arruinó porque empieza... la mujer se hizo potente y tiene lo que nunca
pudo... dominar al hombre.” (Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
“Eso es ahora, eso es ahora. Pero cuando la mujer salió a trabajar así empezaron los problemas. ¿Por
qué? Porque el hombre... o sea, cuando trabajan los dos, los dos tienen los mismos derechos.” (Rubén,
Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
Como dijimos anteriormente, a partir de la incorporación de la mujer a la fuerza de
trabajo se producen cambios en la vida familiar, en general, y en las relaciones de pareja, en
particular, que tienen que ver básicamente con modificaciones en las relaciones de poder
existentes en las mismas. A partir del momento en que la mujer comienza a trabajar, ella
adquiere una cuota de poder de la que carecía hasta ese momento -es decir, se produce un
“empoderamiento de las mujeres”-, situación que, según los varones mayores del estrato bajo, se
debe a diferentes motivos, a saber:
25
1. La mujer que trabaja no sólo cuestiona la virilidad masculina, como dijimos
anteriormente, sino que, además, acumula más poder que el hombre: ellas sí pueden
desempeñar el rol tradicionalmente masculino (proveedor económico del hogar) pero la
situación recíproca no es posible: los hombres no pueden desempeñar el rol
tradicionalmente femenino por excelencia (ser madre). Es decir, las mujeres prueban
que “pueden más” porque, a los roles que ya poseían, demuestran que pueden,
“además”, desempeñar roles considerados “naturalmente” masculinos.
Así, los
hombres perciben a las mujeres como “todo poderosas”, omnipotentes, lo cual contrasta
notablemente con la percepción que tienen de sí mismos en la que se destaca “la falta”
(falta de trabajo, falta de autoridad, etc.) y, por lo tanto, la pérdida de poder.
“- Carlos: Hay una gran verdad, ellas pueden hacer de madre y de padre y nosotros de madre no podemos
hacer.
- Ricardo: En algún momento lo vamos a hacer. ” (Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
2. El trabajo no sólo le permite a la mujer el acceso a los bienes económicos sino
también a otros tipos de bienes –como la información, por ejemplo- que los hombres
perciben como importantes en tanto pueden llevar a modificar los intereses y la vida de
las mujeres, al mostrarle “otro mundo” hasta entonces desconocido. Y este último no
es otro que el mundo público, considerado tradicionalmente, terreno casi exclusivo de
los varones. Es posible que los hombres teman que las mujeres no sólo compitan con
ellos por puestos de trabajo (lo cual, según los participantes del Grupo Nº 3, es lo que
sucede en la actualidad) sino que la competencia se expanda a otros ámbitos del mundo
público. Asimismo, el acceso a “otra información” que no sea la que obtiene a través de
su marido parece que le permite a la mujer acceder a “su” palabra. Esto genera
26
conflictos, según estos hombres, ya que el “diálogo” con la mujer parece existir sólo
cuando ella no plantea una opinión diferente o que se oponga a la suya. En realidad,
para estos varones los significados del “diálogo” en la pareja refieren claramente a un
“monólogo masculino” no interrumpido ni puesto en cuestionamiento por la mujer. En
definitiva, el acceso de la mujer al trabajo parece poner en jaque al prolongado
monólogo masculino.
“¿Sabés cuándo existe el diálogo [ahora]?. Cuando ya somos mayores y que la mujer ya está en su casa, ya...
no hay ningún problema.” (Ricardo, Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
“Aparte cuando la mujer trabaja, antes tenía... estaba muy ocupada dentro de la casa, tenía un montón de
cosas que hacer. Ahora se va a trabajar y cuando vuelve, ya está viviendo en otro mundo, está en
contacto con otra información. Ahora llega a la casa y bueno, vamo´ a prender la tele. Y la caja ésta es
la que dialoga con la mujer de uno. Y si vos querés hablar, ella te dice: ´no, esperá un cachito´. Te roban
la mitad de tu tiempo que tendrías que tener libre.” (Alberto, Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
Así como el acceso de la mujer al mercado de trabajo le permite empoderarse, en el
caso del hombre, la pérdida de trabajo genera la situación contraria, ya que ella va
acompañada de una pérdida de poder en la familia y ésta, es vivida por estos hombres, como
una pérdida de autoridad. El motivo por el cual en las representaciones de los varones la
pérdida de trabajo aparece asociada a la pérdida de autoridad está relacionado con el hecho de
que, tradicionalmente, el rol de proveedor, como ya señalamos anteriormente, es el que da
identidad al varón.
Por lo tanto, la pérdida del rol de proveedor económico afecta
directamente la autoestima que el varón tiene de sí mismo como tal y, por ende, él siente
pérdida de autoridad y reconocimiento en la familia (Katzman, 1992).
27
“- Carlos: ... Cuando un hombre no está capacitado para... por falta de trabajo... para mantener un hogar,
vienen todos los problemas.
- Ricardo: El hombre nace capacitado, lo que pasa es que... no lo dejan
- José: Además pierde el mando de la casa. El lugar del padre... uno no tiene autoridad para hablar.
- Rubén: Tiene mayor autoridad, está más confiado uno si tiene trabajo... [Cuando el hombre no tiene
trabajo] uno tiene como vergüenza.” (Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo).
“ ... el problema general es que si el hombre no trabaja empieza a destruirse el hogar. Si los pibes están
mirando televisión y vos estás en tu casa, que no tenés laburo, o caes a las seis, a las siete porque
estuviste buscando o estuviste mirando algo, no podés hablar, no les vayas a hablar porque te van a hacer
callar. Y no podés dar autorización porque vos no aportás nada. Entonces mandan... es el que manda.
Acá es como todo, el que tiene el poder manda. Y así pasa en la familia. Y no hay otra vuelta que darle.
Ahora si trabajan los dos... ahí viene la discrepancia hasta cierto momento.” (Rubén, Grupo Nº 3, 45-55
años, estrato bajo)
Los hombres de 45 a 55 años de ambos estratos socioeconómicos que participaron de
los grupos focales consideran que los varones más jóvenes enfrentan problemas diferentes a
los de ellos. Así, por ejemplo, Alejandro (Grupo Nº 5) dice que la situación de los varones más
jóvenes es diferente “porque se ponen en pareja y tanto labura la mujer como el hombre, en el
mismo nivel”, a diferencia de los hombres de su edad que, cuando se casaron, ellos solos
mantenían económicamente el hogar. Agrega que él piensa que no hay ninguna mujer de su
edad que quiera trabajar. La posición de Alejandro –que es compartida por otros participantes
de los mencionados grupos- es, en gran parte, corroborada por las manifestaciones de los
varones de 25 a 35 años de ambos estratos que participaron de los grupos focales. Es decir, en
tanto en los dos grupos compuestos por hombres de 45 a 55 años hubo más consenso en lo
que respecta a su adhesión al modelo tradicional de división sexual de roles, en los grupos
focales con participantes más jóvenes dicha posición no gozó del consenso de la mayoría. En
estos grupos aparecieron distintas “voces” (especialmente en los dos grupos de jóvenes de
28
estrato medio-alto), algunas de las cuales se alejan claramente del modelo tradicional: hablan
de compartir las tareas del hogar, de apoyar a la mujer que desea hacer una carrera en el
mundo laboral aún cuando algunos de ellos también dan indicios de compartir algunos de los
ideales y temores presentes en los hombres de mayor edad. Estas contradicciones en las que a
veces incurren sólo demuestran que estos hombres están en una situación de transición entre
el modelo tradicional de división sexual de roles y otro más igualitario todavía en proceso de
construcción. En relación con este proceso, los varones de 25 a 35 años piensan que las
generaciones más jóvenes han avanzados más que ellos porque su socialización favorece
dicho proceso (algo similar a lo que los hombres de 45 a 55 años pensaban respecto de sus
congéneres de 25 a 35 años).
“Pablo: Yo te voy a contar mi caso. Yo estoy viviendo en pareja. En cuestión de guita, es cierto, es un
conflicto conmigo mismo no ganar más que la otra persona. Yo estoy orgulloso porque le está yendo
muy bien, está haciendo carrera... y a veces yo llego antes a casa, yo me encargo de lavar los platos,
limpio los pisos, limpio el baño... y cuando llega ella y está todo listo...
Sebastián: Y no se te caen los calzoncillos.
Pablo: ¡Nada que ver! Los domingos voy a la cancha, me puteo con cualquiera y soy bien macho.”
(Grupo Nº 1, 25-35 años, estrato bajo)
“Gran parte de los problemas se deben al machismo... el machismo... Que sé yo... la palabra hombre ya
es sinónimo de trabajo y mujer de ama de casa, ya es así... Habla de la mentalidad argentina... desde
chiquito que te lo meten eso... yo pienso que los jóvenes ya nacen con otro tipo de concepto” (Gabriel,
Grupo Nº 1, 25-35 años, estrato bajo)
“Es una costumbre milenaria... De pronto, del hombre sostén, del hombre pilar de la familia y en
cincuenta años se dio vuelta y uno... bueno, yo no tengo cincuenta años, pero te das cuenta que ni la
generación anterior ni ésta, ni las siguientes van a ubicar realmente cuál es el nuevo rol. Creo que, como
todo lo que pasa en este siglo, las cosas son demasiado rápidas, demasiado violentas y el hombre no llega
29
a acomodarse a una situación que ya está en medio de otra. Creo que por ahí es eso lo que pasa.”
(Federico, Grupo Nº 6, 25-35 años, estrato medio-alto)
Un aspecto que merece resaltarse es el relativo a las percepciones que algunos
hombres jóvenes del estrato medio-alto tienen respecto no sólo de sus propias contradicciones
sino de aquellas, que según ellos, también experimentan las mujeres ante esta situación de
cambio que afecta tanto a unos como a otras. Estas percepciones de los hombres coinciden
con hallazgos de una investigación anterior realizada con adolescentes mujeres (Infesta
Domínguez, 1995).
En este trabajo pudimos identificar que varias de las adolescentes
entrevistadas tenían proyectos alternativos a la maternidad y algunas ya habían accedido al
mercado laboral con expectativas de desarrollar una carrera profesional en el futuro. Sin
embargo, muchas de estas adolescentes compartían un ideal de familia en el que, si bien ellas
se representaban a sí mismas trabajando, el varón aparecía como el responsable de ser el
sostén económico del hogar. Una parte de la discusión que mantienen los varones del Grupo
Nº 6 muestra, por un lado, las representaciones que los mismos tienen sobre cómo hombres y
mujeres viven y perciben la crisis que atraviesan en la actualidad, así como el grado de
conciencia que ellos tienen respecto de la misma. Por otro lado, dichos testimonios también
reflejan la heterogeneidad de posiciones existentes entre los varones más jóvenes –a
diferencia de lo que sucedía en los grupos de varones de mayor edad, tal como señalamos
anteriormente- dando cuenta de la existencia de diferentes masculinidades en pugna.
“-Ricardo: Como él [Leonardo] decía, no es natural todavía la situación porque el hombre sigue sintiendo
que él debería ser el que trae más plata, en el fondo y la mujer sigue fingiendo que el hombre es el
principal sostén de la casa aunque sabe que ya no... A mí se me ocurre pensar como una cuestión de
fantasía, no? Una cosa es la realidad y otra la fantasía y creo que, en el noventa por ciento de las familias
hoy en la realidad el hombre no sostiene totalmente a la familia, sino que hay una mujer en el hogar que
trabaja, por lo general. Pero vemos como que hay como una no renuncia, tanto de la mujer como del
30
hombre, a esa fantasía de que la mujer está en la casa mantenida y el hombre tiene esa potestad con
respecto a la familia. Y quizás hay como un conflicto, digamos, entre lo fantástico y lo real, no? Y creo
que hay una no renuncia a esa... a ese modelo, que hoy, digamos, no está encarado como tal. Creo que
hoy por hoy es muy raro encontrar una familia donde la mujer sea completamente sostenida y el hombre
sea el único sostén. Pero eso no quiere decir que, individualmente, cada persona no tenga las fantasías
´´de´´.
- Leonardo: Sí.
- Federico: Vos usás la palabra fantasía como si esto fuera siempre así, una fantasía y como si hubiera
sido siempre así... Hoy queda como una fantasía pero tiene sustrato histórico.
- Ricardo: Por supuesto.
- Federico: O sea, esto es una fantasía de veinte años, treinta años a la fecha...
- Patricio: Claro, es un modelo antiguo.
- Federico: Es un modelo antiguo pero...
- Gustavo: Mirá, tanta fantasía no es porque en mi casa trabajo yo solo, mi mujer no trabaja, está
cuidando a la nena, bueno... o sea, tanta fantasía no es el... modelo.
- Patricio: No, es un modelo.
- Gustavo: En mi casa se da.” (Grupo Nº 6, 25-35 años, estrato medio-alto)
Representaciones en torno a la sexualidad
De forma similar a los hallazgos mostrados respecto de las representaciones de los
varones en torno a la masculinidad, en el área de la sexualidad existen muchas coincidencias
entre los varones de igual grupo etario aunque de diferente estrato socioeconómico.
Asimismo, también hay puntos en común en las representaciones de los participantes más
jóvenes y los de mayor edad de estrato socioeconómico medio-alto, pero no sucede lo mismo
cuando comparamos los grupos antes mencionados con los dos grupos focales de hombres de
45 a 55 años del estrato bajo: así como en ellos se detectaron una mayor adhesión al modelo
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tradicional de división sexual de roles, también en ellos fue posible identificar las
representaciones más tradicionales en lo que respecta a la sexualidad de hombres y mujeres.
Al hablar sobre cómo los hombres viven su sexualidad, los varones de 25 a 35 años de
ambos estratos fundamentalmente señalaron que la sexualidad va cambiando con los años y
con las etapas del ciclo vital en que se encuentre la pareja. Aún cuando un hombre salga con
una misma mujer, hay diferentes etapas por las que se pasa en las relaciones sexuales”. Así,
estos participantes pusieron el énfasis señalar que la sexualidad de un hombre casado es
diferente a la que vive un hombre soltero. Para los participantes de estos grupos focales, en
general, el hombre soltero tiene relaciones sexuales más frecuentes que el que está casado
pero, a su vez, las relaciones de éste último suelen ser de mejor “calidad” que las que tiene el
primero.
Los factores que explican la menor frecuencia de relaciones sexuales entre los casados
que entre los solteros son varios.
Por un lado, la sexualidad del hombre casado está
condicionada por el “estado de ánimo” que, para estos hombres, está muy determinado por los
problemas laborales y económicos. El tener hijos y las dificultades para tener sexo cuando
ellos están en la casa también son condicionantes que inciden en la vida sexual del hombre
casado. En cambio, los hombres de estos grupos consideran que los solteros, aún cuando
tengan problemas económicos, si no tiene relaciones sexuales periódicamente con su pareja
corren el riesgo de perderla, situación que no es tan probable que le sucede al hombre casado.
Esto se debería a que así como los problemas económicos y de la convivencia pueden afectar
el deseo sexual del hombre, lo mismo le suele suceder a la mujer, razón por la cual
disminuyen las probabilidades de que ella busque otro hombre si su marido algunas veces no
quiere tener relaciones sexuales.
32
El principal motivo que hace que el sexo de los casados sea mejor que el de los
solteros se debe a que en el caso de las parejas estables se establece un vínculo que no es
difícil que exista en las parejas ocasionales porque el mismo se va construyendo lentamente
con el tiempo. Ese vínculo estaría caracterizado por mayor comunicación, la existencia de un
lenguaje corporal en común y, en definitiva, un mayor conocimiento mutuo de lo que cada
miembro de la pareja quiere y desea que hace que el sexo sea más placentero. Estos mismos
motivos son los que hacen que, para la mayoría de los varones que participaron de estos
grupos, no sea lo mismo tener sexo con su pareja que con una prostituta.
“Yo lo miro desde mi edad y después de varios... este... yo lo tomo como una forma más... de
comunicación... para mí el sexo es otra forma de comunicación y no hay vuelta de hoja. A lo mejor,
cuando era más pendejo lo miraba desde otro ángulo. Hoy estando casado... este... es más... yo las pocas
veces por semana que a lo mejor lo hago, lo disfruto mucho más que antes de novio hacerlo todos los
días. Es decir, hay otros tiempos, hay otros lenguajes, hay otras cosas...” (Gabriel, Grupo Nº 1, 25-35
años, estrato bajo)
“Lleva todo un juego [tener relaciones sexuales]. Hay que ver como estás de ánimo vos también. Ese es
el tema al que yo voy. Vos tenés que estar de muy buen ánimo, porque tener una relación con tu mujer y
otra cosa es tener una relación con una puta. Porque vos con tu mujer, tenés un código, que sé yo. Podés
llegar a ... no terminar. Pero podés llegar a disfrutar igual... ” (Rubén, Grupo Nº 2, 25-35 años, estrato
medio-alto)
“Hay un montón de factores [que inciden en las relaciones sexuales] como el choque de cuerpos, el no
saber exactamente.... el misterio que rodea a esa persona. Cuando vos estás casado, digamos que más o
menos vos ya tenés estructurado quién es, de qué estás hablando, de qué se trata, como empieza más o
menos esto y como termina. Vos con una persona que no conocés, vos no sabés como termina nada,
como empieza ni de qué se trata y es así, pero en serio. Y a veces es bárbaro y hay veces que patético”
(Federico, Grupo Nº 6, 25-35 años, estrato medio-alto)
33
Los participantes más jóvenes de ambos estratos también coincidieron en señalar que
la forma en que hombres y mujeres viven su sexualidad hoy en diferente a lo que sucedía una
cuantas décadas atrás. Los principales cambios que ellos identifican son los siguientes: 1)
Hoy día tanto las hombres como las mujeres pueden tener sexo sin amor; 2) En la actualidad
los adolescentes no se inician con prostitutas y por iniciativa de padres y/o parientes varones
mayores (como era aún muy frecuente que les sucediera a los hombres de su generación
cuando eran adolescentes) sino con pares; 3) Antes los solteros solían tener relaciones
sexuales con más mujeres que los hombres casados. Esta diferencia hoy casi no existe debido
al impacto del SIDA; y 4) Actualmente algunas mujeres pagan para tener sexo y hasta
realizan despedidas de solteras muy similares a las que frecuentemente realizan los varones
(en las que es frecuente que se contraten prostitutas).
Tal como dijimos al inicio de este capítulo, los varones de 45 a 55 años del estrato
medio-alto mostraron muchas coincidencias con los grupos de hombres más jóvenes de
ambos estratos. Al igual que estos señalaron que, en la actualidad, la sexualidad del hombre,
tanto como la de la mujer, está afectada por los problemas laborales y económicos, los cuales
son más importantes cuando se trata de personas casadas. De esta forma, coincidieron con los
más jóvenes al señalar las diferencias que existen entre la sexualidad de los hombres casados
y la de los solteros. Pero, los hombres de este grupo fueron más allá que los más jóvenes al
analizar dichas diferencias ya que también identificaron diferencias significativas en la
sexualidad de los hombres casados en función de la cantidad y duración de las uniones que los
mismos hayan tenido. Consideran que las parejas que llevan pocos años de casados tienen
relaciones sexuales con mayor frecuencia que los que lo están desde hace muchos años.
Asimismo, los participantes de este grupo –de los cuales, sólo tres de los diez estaban casados
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en segundas nupcias- también coincidieron en señalar que los hombres de su edad que se han
casado varias veces tienen una sexualidad diferente a la de ellos. En este sentido, señalan que
estos hombres, al haber contraído varias uniones, por ende, de escasa duración cada una de
ellas, viven su sexualidad como eternos recién casados.
Las representaciones más tradicionales detectadas en los participantes de mayor edad
del estrato medio-alto aparecieron vinculadas a la sexualidad femenina. Para este grupo
existen diferencias en los comportamientos de las mujeres las más jóvenes y las que tienen
treinta o cuarenta años. Según estos varones, las mujeres más jóvenes (menos de treinta añós)
son más “promiscuas” que las de mayor edad, lo cual se debe no sólo a la cantidad de parejas
sexuales que tienen sino también a otro tipo de comportamientos como el vinculado al uso de
drogas. Por este motivo, para los varones de este grupo, tener relaciones sexuales con
mujeres jóvenes aumenta el riesgo de los varones de contraer SIDA. Es importante señalar
que este es el tema en el que la posición de los participantes de este grupo focal coincide
absolutamente con la del grupo de varones de igual edad perteneciente al estrato bajo –más
allá de las profundas diferencias existentes con este último grupo en el resto de los aspectos
analizados, tal como veremos más adelante-, diferenciándose ambas, notablemente, de las
representaciones que los hombres más jóvenes de ambos estratos socioeconómicos tienen
respecto de la sexualidad femenina.
“Además, es más peligroso [tener relaciones sexuales] con las mujeres jóvenes que con las de treinta o
cuarenta. Una mujer de treinta o cuarenta años tiene menos acceso a la droga, por lo general, menos
acceso a la promiscuidad, por lo general y esto hace que el índice de infección se rebaje. A los
dieciocho, a los veinticinco años están en todas en la joda.” (José Luis, Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato
medio-alto).
35
Al igual que los varones más jóvenes, también los hombres de 45 a 55 años del estrato
medio identifican cambios en el tiempo respecto de la forma en que los hombres viven su
sexualidad. Las principales diferencias que ellos observan es relación con aspectos que hacen
a la doble moral sexual. Estos participantes consideran que antes los hombres establecían
diferencias entre la sexualidad dentro del matrimonio y fuera de él, de igual modo que tenían
la necesidad de ejercer ambas formas de sexualidad simultáneamente. Según estos varones,
hoy los hombres satisfacen todas sus necesidades sexuales con la mujer que es su pareja.
Estos hombres consideran la situación anterior fue posible, por un lado, por razones culturales
ya que consideraban propios de una prostituta ciertos comportamientos sexuales (inhibiendo,
por lo tanto, que hombres y mujeres concretaran los mismos dentro del matrimonio) al mismo
tiempo que se le permitía al hombre casado mantener múltiples relaciones simultáneamente.
Estos comportamientos también estaban fomentados por las religiones que ponían el énfasis
en la finalidad procreativa de la sexualidad. Los hombres de este grupo manifiestan no estar
de acuerdo con el modelo tradicional que regía la sexualidad anteriormente y reconocen que
esta situación hoy ha cambiado debido a que la mujer ha alcanzado una situación más
igualitaria con respecto al hombre. Sin embargo, para estos hombres, si bien consideran que
hombres y mujeres tienen igual deseo sexual, en lo que respecta al cortejo sexual, por razones
sociales, aún hoy “el hombre propone y la mujer dispone”.
“- José Luis: Antes había un sexo familiar y un sexo extra-familiar...
- Carlos: Antes el hombre tenía una práctica sexual con su mujer y otra práctica fuera de su casa, con la
tipa del burdel o la del sauna. No era capaz de hacer determinado tipo de cosas... sexuales, no?, o de
posiciones o de cosas.
- José Luis: “... yo creo que fantaseaba con su mujer y lo realizaba todo afuera. Jamás se hubiera
permitido hacer lo que hacía fuera dentro de la casa.” (Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato medio-alto)
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“Por ejemplo, si mi madre hubiese enganchado a mi viejo con la otra lo echaba de casa... Y ahora si mi
mujer me engancha con otra... Hoy día si mi mujer me engancha con otra dice `bueno, ahora yo lo voy a
cagar igual´.” (Carlos, Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato medio-alto) (La mayoría de los participantes
manifiestan estar de acuerdo con este participante).
“Lo que hay que buscar es que tu mujer sea tu amante, tu mujer y la puta... y ahí te sentís hombre”
(Jorge, Grupo Nº 4, 45-55 años, estrato medio-alto)
Al analizar los grupos focales de hombres de 45 a 55 años del estrato bajo, podemos
observar que las únicas coincidencias con los varones que participaron de los otros grupos
focales giran en torno, por un lado, a la incidencia de los problemas laborales y económicos en la
vida sexual de los hombres (lo cual fue una constante en todos los grupos focales analizados) y,
por otro lado, a los cambios que introdujo el SIDA en términos de constituir un freno –que antes
no existía- frente a la posibilidad de encuentros sexuales ocasionales. En relación con el grupo
de igual edad del estrato medio-alto, a las mencionadas anteriormente, se agrega otra
coincidencia: la diferencia que identifican entre los comportamientos sexuales de las mujeres
más jóvenes y las de treinta o cuarenta, a lo que ya nos referimos más arriba. Respecto de este
último punto, llama la atención la coincidencia entre los participantes de ambos grupos respecto
del corte etario a partir del cual identifican comportamientos sexuales diferentes en las mujeres.
“- Enrique: Yo pienso que en parte es así [que el hombre tiene más deseo sexual que la mujer]. Según la
mujer también, porque hay mujeres que son... hay mujeres que son una heladera y otras que no, otras que
quieren todos los días...
- Jorqe: Claro, depende del temperamento de cada uno.
- Alejandro: Yo entiendo que depende del momento de la sociedad en que está viviendo uno, que sean
con más años o con menos años. Siempre dependió el si y el no de la mujer (...) entonces depende
mucho del estado de ánimo, porque ¿qué pasa si yo estoy trabajando cuarenta y ocho horas seguidas
porque necesito trabajar? Y cuando yo no trabajo digo cómo hago para vivir si no trabajo, entonces eso
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ya me quita el apetito sexual, eso me lo está quitando y, de repente, se lo está quitando a mi señora o a mi
pareja...
....................................................................................................................................................................
- Coordinador: Antes era a la mujer a la que le dolía la cabeza....
- Alejandro: Bueno, pero ahora es el hombre. Ahora son los dos... ahora ya somos dos los que tenemos
ese problema” (Grupo Nº 5, 45-55 años, estrato bajo)
“Jorge: El sexo en la pareja es fundamental... Aparte hoy más que nunca el matrimonio... con el asunto
este del SIDA, vamos a hablar la realidad. Vos manejás taxi, tenés mil posibilidades en la calle, una por
día. Antes uno estaba en la calle y tenía la posibilidad de tener relaciones con otra mujer y lo hacía.
Hoy... ” (Grupo Nº 5, 45-55 años, estrato bajo)
“- Rubén: “De cuarenta para arriba [las mujeres] son más reservadas...”
- Ricardo: “... son más limpias... más cuidadosas, son otra cosa. Vos agarrás una pendeja de veinte años...
son desabridas, le falta de todo un poco. Y vos agarrás a una mujer de treinta y cinco, cuarenta años... es
un bizcochito. Es algo... super especial. Porque la mujer te hace todo lo que vos quieras”. (Ricardo,
Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
También coinciden con los participantes más jóvenes al señalar algunos cambios en la
sexualidad de las mujeres tales como que, en la actualidad, ellas toman más la iniciativa sexual o
que gozan de mayor libertad sexual a partir de la utilización de métodos anticonceptivos que les
permiten controlar su capacidad reproductiva. Sin embargo, aún cuando coincidan en señalar
hechos puntuales que constituyen cambios en la sexualidad, en tanto los varones más jóvenes
ven dichos cambios en forma positiva, en el caso de los varones de 45 a 55 años de estrato bajo
los mismos son evaluados en forma negativa debido a que predomina en ellos la doble moral
sexual. Así, para los varones de este grupo, el hecho de que la mujer tenga mayor iniciativa
sexual hace que sea retratada casi como una prostituta o una mujer de hábitos promiscuos e infiel
por definición y, en este sentido, las más jóvenes llevan la peor parte. Así, de forma similar a lo
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que observamos en el análisis de las representaciones sobre la masculinidad, los grupos de
varones de 45 a 55 años del estrato bajo son también los que poseen representaciones más
tradicionales en el campo de la sexualidad.
“La casada no tiene drama, pero fíjese usted, si usted es un señor a su señora, por pudor, por hache o por
be, no le pide ciertas cosas. Cuando tiene el amante, solita ella se lo da. Y una tipa soltera ahora con
esto de los anticonceptivos... chau! Totalmente la mujer va a hacer lo que quiere. Se va a costar con
quién quiera cada seis meses... cada mes. Se va a acostar con tal o con cual... hasta que encuentre el sapo
macho.” (Carlos, Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
“... en este momento las mujeres están desinhibidas completamente... No les importa tres carajos de lo
que tienen al lado. Claro. La mujer sale con cualquier tipo... y la mujer quiere que le hagás todo lo que el
marido no le hizo... quiere que se lo hagás. Y la mujer te hace todo lo que ella no le hizo al marido...”
(Ricardo, Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
Finalmente, un aspecto que merece destacarse especialmente en el grupo de hombres de
45 a 55 años de estrato bajo especial atención es el referido a la representación los mismos tienen
respecto del deseo sexual de hombres y mujeres. Para estos varones, el deseo sexual de las
mujeres es de igual intensidad que el de los hombres pero la diferencia estriba en que la mujer
puede no ceder al impulso masculino en tanto que no sucede lo mismo con el hombre: éste nunca
podrá resistirse ante la iniciativa de una mujer y, en estos casos, él se encuentra en una posición
de vulnerabilidad ante la mujer y ella será la que detente el poder en la relación. Así, por un
lado, la mujer tiene el poder suficiente tanto para “doblegar” a cualquier hombre y que acepte su
propuesta sexual como para rechazar la iniciativa sexual que provenga del hombre. Por otro
lado, si la mujer “cede” ante la iniciativa sexual del varón, también en este caso será ella la que
conserve el poder en la relación ya que podrá hacer lo que quiera con él (“dándote bola, te puede
sacar los calzoncillos, la billetera...”). Considerando la imagen de mujer todo poderosa que
construyen estos hombres, no llama la atención que, para ellos, en un caso de infidelidad, la
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mujer sea siempre la responsable de la misma ya que, en tanto el hombre, no puede resistirse a su
iniciativa, él no puede ser responsable de una situación de tales características. De este modo, las
representaciones de estos varones en torno a la masculinidad y los roles de género (al respecto,
ver el capítulo anterior, especialmente los aspectos vinculados a los cambios en las relaciones de
poder en la pareja a partir del acceso de la mujer al mercado laboral) guardan estrecha relación
con aquellas que manifiestan en el campo de la sexualidad.
“- Rubén: Pero ¿sabés cuál es el principio de la infidelidad?. Es algo que yo siempre se lo digo a mi
mujer, a mi hija, a mi prima... siempre les digo: el rol de la infidelidad empieza por la mujer, no por el
hombre. ¿Entendés? Porque entre las mujeres no se respetan. Siempre existió. Esa mina me quiere
voltear a mí o te quiere voltear a vos, va y te voltea. Ahora yo me quiero voltear a una mina y no puedo
porque no me da bola, me tiene que dar bola. Pero la mujer es la culpable de la infidelidad. Pasa por ahí.
Si la vecina te voltea a vos, quiere decir que entre mujeres no se respetan. Entonces empieza así: ella te
voltea a vos porque esa te volteó a vos, entonces va ésta y se voltea al tipo de enfrente y empieza así la
cosa. Por eso empieza la infidelidad. Pero la culpable de todo es la mujer.
- Ricardo: Cuando la mujer se calentó con un tipo no hay nadie, pero nadie, eh, que la doblegue. Nadie,
nadie, nadie.
- Carlos: El hombre también. Cuando a vos te gusta una piba joven...
- José: Pero si no te da bola...
- Carlos: No, no... dándote bola. Dándote bola, te puede sacar hasta los calzoncillos, la billetera...”
(Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
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Representaciones en torno a los derechos reproductivos de hombres y mujeres y los
procesos de negociación en la pareja
Para indagar las representaciones que los varones tienen respecto de los derechos
reproductivos de hombres y mujeres, en los grupos focales se discutieron situaciones (que, en
algunos casos, surgieron espontáneamente y, en otros, a propuesta del coordinador del grupo)
vinculadas a la problemáticas de la salud reproductiva en las que se ponen en juego los
mencionados derechos y en las cuales pueden surgir “conflictos de intereses” entre los
géneros. Más precisamente, dichos conflictos se plantearon en relación con situaciones
vinculadas a la responsabilidad en el uso de métodos anticonceptivos, el embarazo no
planeado, el encuentro sexual, etc. En tanto en los primeros encuentros que se tuvieron con
cada grupo focal, los mencionados conflictos se abordaron desde la discusión verbal, en las
segundas reuniones los participantes dramatizaron situaciones –elegidas por ellos mismos- en
las que se planteaban conflicto de interese entre géneros.
Al comparar las representaciones de los varones de los distintos grupos focales
observados encontramos mayores diferencias inter e intra grupos que las identificadas en
relación con las otras temáticas abordadas en el presente trabajo. En este caso, las mayores
similitudes intergrupos las encontramos entre los participantes de mayor de edad de ambos
estratos socioeconómicos. En este sentido, al indagar respecto de las responsabilidades de
cada miembro de la pareja en relación con el uso de métodos anticonceptivos, los varones del
estrato medio-alto (Grupo Nº 4) acordaron en señalar que la responsabilidad era de ambos
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miembros de la pareja, coincidiendo con la posición de la mayoría de los participantes del
Grupo Nº 5 del estrato medio-bajo. En este último grupo, dos participantes opinaron que la
responsabilidad debería recaer en aquél miembro de la pareja al que “dañe menos” a la salud
el uso de anticonceptivos. En cambio, entre los varones del estrato bajo que participaron del
Grupo Nº 3, la mayoría opinaron que la responsabilidad del cuidado es del hombre ya que es
él que tiene el poder de decisión en la materia -lo cual coincide con las representaciones
tradicionales observadas en este grupo con relación a los roles de género- en tanto que sólo
dos participantes consideraron que es “compartida”. En este grupo no sólo encontramos las
opiniones más divididas sino que también fue el grupo en el que detectamos mayores cambios
de posición de los participantes en el transcurso de la sesión, poniendo así en evidencia las
dudas que algunos varones manifestaban sobre el tema.
“Para mí también. El eje del cuidado es el hombre. El hombre es el que lleva la batuta en todo, para
decir ´bueno, no quiero tener problemas´...” (Rubén, Grupo Nº 3, 45-55 años, estrato bajo)
En los Grupos Nº 3 y 4 se planteó una situación de conflicto de intereses en torno al
encuentro sexual y el uso de anticonceptivos: el coordinador preguntó a los participantes
sobre cómo consideran que actuarían si se encontraran frente a la posibilidad de tener
relaciones sexuales con una mujer que les atrae mucho pero con la condición impuesta por
ella de tener relaciones sexuales sin utilizar preservativo. En el caso de los participantes de 45
a 55 años del estrato bajo (Grupo Nº 3), la mayoría opinó que tendría relaciones sexuales sin
preservativo; es más uno de los participantes reconoció que había vivido una situación similar
a la planteada por el coordinador y que, efectivamente, tuvo relaciones sin cuidarse. Es más,
en este grupo, los pocos varones que inicialmente manifestaron que no tendrían relaciones
sexuales en un caso como el planteado, luego de escuchar a sus compañeros que tenían la
opinión contraria, comenzaron a dudar y terminaron manifestando que tendrían relaciones
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sexuales pero “sólo si la conoce [a la mujer]”. Las posiciones de estos varones, que
aparecieron en la discusión verbal que tuvo lugar en el primer encuentro tenido con el grupo,
son consistentes con lo sucedido en la segunda reunión del mismo, en la cual se les pidió que
dramatizaran una escena en la que se planteara un conflicto de intereses en una pareja. A
pesar de la insistencia del coordinador, los participantes de este grupo no actuaron ninguna
escena ya que, según manifestaron, “en el sexo no hay negociación. Tenés que preparar el
terreno [que no haya nadie en el lugar para estar tranquilos y no ser interrumpidos]....
manoteás... y listo”. Esto parece indicar que, para estos varones, en el encuentro sexual
predomina la acción y no hay un acercamiento previo caracterizado por el diálogo, en el cual
cada uno de los miembros de la pareja pueda plantear sus necesidades, condiciones, temores,
etc. para que el encuentro sexual se concrete.
Esta lógica coincide con la posición
manifestada por estos hombres en la primer reunión: en el encuentro sexual predomina la
acción, el impulso, y no hay espacio para “pensar” en la prevención.
En relación con la escena mencionada en el párrafo anterior, los participantes de 45 a
55 años del estrato medio-alto (Grupo Nº 4) dieron, en definitiva, una respuesta similar a la de
sus congéneres del estrato bajo. Si bien inicialmente –y a diferencia de los varones del Grupo
Nº 3- la mayoría opinó que no tendrían relaciones sexuales sin usar preservativo, luego
terminaron reconociendo que sí lo harían si el tan mentado “conflicto de intereses” se presenta
en un momento en que ya se haya logrado cierto grado de intimidad con la pareja. En cuanto
a la segunda reunión tenida con este grupo, la escena dramatizada elegida por los participantes
abordaba el conflicto de intereses de una pareja a partir de los diferentes lugares y estilos de
vacaciones que cada miembro de la pareja desea. La situación planteada comienza con una
negativa muy firme del participante que jugaba el rol de varón a la propuesta realizada por el
participante que representaba a la mujer. Este último, al finalizar la escena, logra alcanzar su
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objetivo: su pareja “acepta” su plan de vacaciones. Si bien en las negociaciones en el ámbito
específico de la sexualidad intervienen factores que no están presentes en otro tipo de
negociaciones que enfrentan las parejas (por ejemplo: los riesgos que involucra la actividad
sexual misma), hay otros elementos que sí son comunes (por ejemplo, tener necesidades o
deseos pueden no coincidir o no complementarse con los de la otra persona) y que permiten
cierta comparación. En el caso de este grupo, sus participantes mostraron coincidencias en la
forma en que se posicionaron ante un eventual conflicto de interese: inicialmente,
manifestaron su opinión muy firmemente pero, al final, la misma fue cambiando y, en ambos
casos, fue la mujer la que alcanzó su objetivo. Asimismo, es también importante señalar que
estos cambios de posición de los participantes de este grupo que se observaron en las
situaciones planteada son coincidentes con las dudas, vacilaciones y cambios de opinión que
se señalaron oportunamente al analizar sus representaciones en torno a la masculinidad y los
roles de género.
En los grupos de mayor edad de ambos estratos, el tema del aborto frente a un
embarazo no planeado sólo fue tratado por los participantes del Grupo Nº 3 (varones de 45 a
55 años de estrato bajo). Sin dudas este tema puede plantear múltiples conflictos de intereses
entre los miembros de una pareja y, por la cantidad de factores que intervienen en la decisión
de un aborto, no llama la atención que los participantes de dicho grupo focal no lograran
consensuar una opinión al respecto. En tanto algunos varones consideraban que estarían a
favor del aborto si la mujer que se queda embarazada es su amante y ellos están casados,
otros sostenían que, de ser su hijo (duda que apareció en todos los grupos en los que surgió el
tema), se tendrían que hacer cargo de él.
“Sabés lo que pasa? Que en este momento es algo muy relativo, porque vos salís con una mujer y vos no
estás seguro de que esa mujer sale con vos solamente. Ese es el gran problema. Ojalá uno estuviera
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seguro de que es tuyo y vos lo hiciste. Entonces ahí tenés que poner los papeles como corresponde.
Porque si vos lo hiciste un hijo no lo vas a dejar tirado... Si yo sé que es mío, yo me lo enchufo, qué
querés que haga? Yo no lo voy a tirar, ni lo voy a sacar, yo no soy de esos... “ (Ricardo, Grupo Nº 3, 4555 años, estrato bajo)
Tal como anticipamos al inicio de este capítulo, entre los participantes más jóvenes de los
grupos focales la situación no es más sencilla que la que observamos en los de mayor edad:
también aquí se observan muchas diferencias intra e intergrupales. En relación con la
responsabilidad en el cuidado, la mayoría de los varones del
estrato bajo (Grupo Nº 1)
coincidieron en señalar que, cuando se trata de prevenir el SIDA, la responsabilidad del cuidado
es de cada individuo, en tanto que si se trata del embarazo no planeado, la responsabilidad en la
prevención es de ambos miembros de la pareja. Lo importante para resaltar de esta posición es el
motivo que lleva a estos hombres a hacer esta diferenciación en cuanto a la prevención: la
responsabilidad en la prevención es individual –como en el caso del SIDA- cuando está
comprometida la salud del varón y la responsabilidad en el cuidado es de la pareja, ya que la
salud del varón no se ve afectada por ser algo que sucede en “otro” cuerpo. Así, como puede
apreciarse en el testimonio de Sebastián, estos hombres no puedan darse cuenta que están
aplicando un doble criterio para establecer los derechos de cada miembro de la pareja en lo que
respecta el cuidado de la salud reproductiva. Sólo uno de los varones que participaron de este
grupo focal consideró que, en todos los casos, la responsabilidad del cuidado es compartida por
ambos miembros de la pareja. Otros dos participantes consideraron que la forma de cuidado va
cambiando en la medida que cambia el status de la pareja: al iniciarse la relación utilizan
preservativo y, en la medida que la pareja se hace dejan de utilizarlo. En relación con este último
punto, algunos participantes reconocen explícitamente que, en relación con la prevención del
SIDA, sus comportamientos están muy determinados por prejuicios ya que, al momento de
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tomar la decisión de usar o no preservativo toman en cuenta quién es la mujer con la que van a
tener relaciones sexuales, con quién anduvo, quién es su familia, etc.
“Cuando se trata de cuidar tu salud [como sucede con el SIDA], que sea una decisión de pareja, lo veo
terrible... y si tu señora quiere tener un caso con respecto a eso pero vos sabés que eso te puede cagar la
vida... me cago en mi pareja” (Sebastián, Grupo Nº 1, 25-45 años, estrato bajo)
En el caso de los varones más jóvenes del estrato medio-alto no hay coincidencia entre
las opiniones predominantes en cada uno de los dos grupos realizados con participantes de dicho
nivel socioeconómico. Por un lado, los varones que conformaron el Grupo Nº 6 consensuaron
que el cuidado es una responsabilidad de ambos miembros de la pareja tanto en relación con el
SIDA como con el embarazo no planeado. Sin embargo, también señalan que el tipo y la forma
de cuidado varía, por un lado, según se trate de una pareja estable u ocasional. En este sentido,
ellos señalan que si se trata de una pareja ocasional, no hay negociación ya que ellos asumen el
cuidado usando preservativo, más allá de lo que haga su pareja ocasional. Es evidente que aquí
están preocupados por prevenir el SIDA y, en este sentido, coinciden con sus congéneres del
estrato bajo. Pero, en cambio, si se trata de una pareja estable, estos varones consideran que el
cuidado es algo que se negocia al interior de la pareja teniendo en cuenta los gustos y
necesidades de cada uno de ellos aunque, en general, reconocen que, con el tiempo, el hombre
intenta “convencer” a su pareja para dejar de usar preservativo.
“El hombre cuando ya tiene una relación estable, cree que no hay ningún problema...eventualmente, se
hacen los análisis, o sea que, sería recomendable, no? Porque yo lo hice... El hombre lo primero que
trata de hacer es convencer o tratar de convencer a la mujer de cambiar el sistema porque al forro no lo
banca más... Claro, después ahí viene la cuestión, no?
O sea, si uno puede... prefiere tolerar el
profiláctico porque la mujer tiene problemas con la pastilla y el DIU tiene también sus riesgos y bueno...
ahí viene la negociación.” (Federico, Grupo Nº 6, 35-35 años, estrato medio-alto)
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“[Descartado el preservativo] normalmente, los métodos anticonceptivos los toma o lo asume la mujer. O
sea que, lógicamente, sería ella la que decidiría un poquito más. Vos podés influir, decirle ´mirá, me
parece que este método es más efectivo que otro por este motivo´, pero en definitiva la que pone el
cuerpo es ella” (Gabriel, Grupo Nº 6, 35-35 años, estrato medio-alto)
“[Si la mujer se resiste a usar algún método femenino porque no le gusta o le trae problemas] vos
negociás, o me pongo el forro o empezás a ver la cuestión, o alternás” (Leonardo, Grupo Nº 6, 35-35
años, estrato medio-alto)
Los participantes del Grupo Nº 6 –a diferencia de todos los varones que participaron en
los restantes grupos focales realizados- consideran que, además, de los miembros de la pareja,
existe otro responsable en la prevención del SIDA y del embarazo no planeado que es el Estado
ya que éste “tiene que dar información, tiene que promover la educación... La educación es
básica para el cuidado”. Por otro lado, estos hombres también coinciden en señalar que la forma
de cuidado
Por su parte, los varones de estrato medio-alto que participaron del Grupo Nº 2 no
coinciden mucho con las apreciaciones de sus pares del Grupo Nº 6. En este caso no hay una
opinión predominante en el grupo. Algunos participantes no opinaron sobre el tema, en tanto
que varios varones sostuvieron que la responsabilidad del cuidado es de los dos “porque no le
pueden decir a su señora que se cuide siempre ella con pastillas”, también reconocieron que no
les gusta usar preservativo porque no disfrutan de igual manera las relaciones sexuales. Estos
mismos participantes sostienen, por un lado, que las mujeres tienen más posibilidades de
cuidarse que el hombre y con métodos que son más sencillos. Por otro lado, consideran que el
preservativo no es la única forma de prevenir el SIDA; la otra forma de cuidado consiste “en
saber con quién y a dónde ponerla”. Asimismo, estos varones tienen una visión muy interesante
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sobre las campañas publicitarias a favor del uso del preservativo: creen que las mismas apuntan
a evitar el contagio del SIDA pero también a “tratar de bajar la población” (según, Oscar) o “a
bajar los abortos” (según, Rubén).
A la inversa de lo que sucedió en los grupos de varones mayor edad, entre los más
jóvenes la situación que planteaba un conflicto de intereses entre los miembros de una pareja en
relación con el uso del preservativo sólo fue discutida en el Grupo Nº 2, en tanto que el conflicto
generado en torno a la decisión de abortar fue ampliamente discutido en los Grupos Nº 1 y 2. En
relación con el primero de los conflictos mencionados, los participantes del Grupo Nº 2 (varones
de 25 a 35 años del estrato medio-alto) coincidieron con los varones de mayor edad del mismo
estrato socioeconómico (Grupo Nº 4) y que, inicialmente, sostuvieron que no tendrían relaciones
sin preservativo aunque la mujer así se los pidiera, pero luego cambiaron de opinión cuando el
coordinador agregó otra dato a la situación hipotética planteada inicialmente: el conflicto surge
cuando la pareja se encuentra en un hotel alojamiento. Ante esta situación la mayoría de los
participantes del grupo afirmó que, llegado ese momento, tendrían relaciones sin preservativos, si
esa es la condición que la mujer impone para tener relaciones sexuales.
“Y bueno, es... eso ya es... eso es poder mental [poder decirle que no a una mujer si no usan
preservativo], viste? Que te atrae... no te podés ir para atrás. Pero en la mujer es diferente. La mujer,
capaz que la mujer te obliga a usarlo [al preservativo]... y si no lo querés usar... no va. La mina que se
cuida realmente me parece bárbaro... Escuchame... si lo uso es porque tengo miedo de que vos me vas a
cagar, no porque yo te voy a cagar a vos... Está bien que la mujer se cuide. Porque para la mujer es
distinto que para el hombre porque ella, si el hombre usa preservativo, siento lo mismo. En cambio, el
hombre no.” (Rubén, Grupo Nº 2, 25-35 años, estrato medio-alto)
Los comentarios sobre las dificultades del hombre para usar preservativo manifestadas
por los participantes durante la discusión sostenida en la primera reunión del grupo son
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absolutamente consistentes con los resultados de la dramatización que estos participantes en la
segunda sesión del grupo. En esta última, la escena que los varones eligieron dramatizar tiene
que ver con un chiste que cuenta la reacción de un gorila que cuando, al ver las piernas y el
pecho de una mujer, rompe su jaula y salta sobre ella. Ante esta situación el marido le dice a la
mujer: “ahora decile que te duele la cabeza, como me decís a mí”. En relación con esta
dramatización, los participantes manifestaron que los hombres nunca saben qué hacer ante la
negativa de la mujer, en tanto que ellos no pueden pensar cuando se excitan y menos aún negarse
a tener relaciones, aún cuando puedan correr riesgos. Esto se debería, según los participantes de
este grupo, a que aunque hombres y mujeres tienen igual deseo sexual, los varones reaccionan al
mismo más rápidamente que las mujeres.
En relación con el segundo de los conflictos mencionados precedentemente –la decisión
de abortar o continuar con un embarazo no planeado- las posiciones de los hombres jóvenes del
estrato bajo (Grupo Nº 1) son diferentes a las manifestadas por los del estrato medio-alto (Grupo
Nº 2). En el caso de estos últimos, la mayoría unánime opinó que estaba en contra del aborto y
que, en caso de un embarazo no planeado, ellos ayudarían a la mujer a tener a su hijo y se harían
cargo del mismo, aún cuando ellos ya estuvieran casados con otra mujer. A pesar de esto, estos
hombres también expresan sus temores a ser engañados por una mujer que, eventualmente, diga
que está esperando un hijo suyo.
En cambio, en el grupo de los varones jóvenes de estrato medio-alto (Grupo Nº 1), entre
los participantes existían diferentes tipos de posturas: a) algunos consideraron que ellos no
podrían decirle a la mujer que se haga un aborto si ella no quiere porque la decisión de abortar,
en tanto involucra el cuerpo de la mujer, le corresponde a ésta última; b) otros varones
sostuvieron que su decisión dependería de la relación que tengan con la mujer. Los que se
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manifestaron de esta forma consideran que el hecho de haber tenido relaciones sexuales con una
mujer no implica un compromiso con ella frente a un posible embarazo no planeado; c) dos
participantes se manifestaron a favor de que la mujer aborte.
Más allá de las diferentes
posiciones mencionadas, los participantes de este grupo -al igual que sucedió con los hombres de
los Grupos Nº2 y Nº 3- también señalaron sus temores en relación con la posibilidad de ser
engañados por una mujer al atribuirles una falsa paternidad.
“... Yo creo que, en definitiva, es un tema que no se plantea, porque cuanto vos te vas a fifar una mina no
le decís ´che, mirá que si quedás embarazada no me voy a hacer cargo...´, qué... ¿te ponés a plantear el
tema?... Vos está diciendo “lo asumieron los dos” pero... cuando estaba con la mina y se acostó, no es
que estaba diciendo: bueno, yo estoy asumiendo que si queda embarazada lo voy a aceptar...” Pero vos
pensás que la mina dijo: “Ah, yo lo hice con vos... y vos y vos, porque pensá que si queda embarazada...”
(Daniel, Grupo Nº 1, 25-35 años, estrato medio-alto)
.
En relación con el aborto, un participante del Grupo Nº 1 aportó una reflexión
interesante: frente a un embarazo no planeado, el conflicto entre géneros suele plantearse de
manera distinta según se trate de una pareja ocasional o estable. Según este varón, en los
matrimonios o parejas estables, que ya tienen hijos, es común que el problema se manifieste al
revés de lo que sucede en las parejas ocasionales: la mujer es la que quiere abortar y el varón no
está de acuerdo. Esta situación, siempre según el participante en cuestión, se debe a que, al ser la
mujer la que está todo el día ocupándose de los hijos, no quiere aumentar su carga de trabajo aún
más.
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Reflexiones finales
En términos generales, podemos decir que las principales diferencias en las
representaciones de los varones en relación con la masculinidad, la sexualidad y los derechos
reproductivos se observaron entre los grupos de diferente grupo etario más que entre los de
diferentes niveles socioeconómicos.
En todos los grupos focales pudo detectarse un núcleo en torno al cual estos hombres
construyeron su la masculinidad: el rol de proveedor económico del hogar. El que sea el varón el
que tenga que salir a "pelear" al mundo para conseguir el sustento necesario para su familia se
corresponde -y justifica- con la imagen de que la "naturaleza" ha dotado a los hombres de mayor
fuerza física que las mujeres, opinión que comparten todos nuestros entrevistados.
Esta crisis de identidad que parece enfrentar el varón al ver cuestionado su rol tradicional,
podría verse agravada si consideramos la situación económica general de la Argentina. Debido a
esta última, muchas veces el hombre –especialmente, en los estratos socioeconómicos más bajosse encuentra obligado a aceptar que su mujer ingrese al mercado laboral, ya sea porque su sueldo
es necesario para completar los ingresos familiares o porque, en este contexto de alta
desocupación, ella tiene más chances que él de conseguir trabajo. El hecho de no ser ellos los que
provean el principal ingreso del hogar -situación bastante frecuente actualmente en estratos
bajos- podría llevar al varón a tener una imagen desvalorizada de sí mismo y a sentir que pierden
autoridad y estima frente a su familia.
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Ahora bien, la inserción de las mujeres en el mundo laboral parece no sólo cuestionar la
identidad masculina tradicional sino también modificar las relaciones de poder dentro de la
familia. En tanto el poder masculino se basaba en el poder económico, a partir de que la mujer
comienza a trabajar y, por ende, rompe su dependencia económica del varón, adquiere una cuota
de poder que modifica, aunque sea en parte, las relaciones de género existentes hasta el
momento, muy especialmente en aquellos casos de parejas en las que predominan las relaciones
asimétricas. En definitiva, el “dolor” masculino también tiene su origen en una pérdida de poder
frente a la mujer a la que, paradójicamente, algunos varones comienzan a percibir como
“omnipotentes” (además de ser madres, han probado que también pueden desempeñar roles
tradicionalmente masculinos), en contraposición a la visión que tienen de sí mismos: no sólo no
pueden desempeñar el rol tradicionalmente femenino, el ser madre, sino que ahora tampoco
pueden cumplir con el rol que siempre les asignó la sociedad y para el que fueron formados
desde niños.
Sin embargo, los resultados indican que “otras” masculinidades comienzan lentamente a
gestarse: hombres que pueden ver en forma positiva ciertos cambios de las mujeres aún cuando
reconocen que “les duele”. Así, por ejemplo, en tanto algunos jóvenes manifestaban que les
molestaba que su mujer tuviera un sueldo más alto que el suyo, también señalaron que estaban
orgullosos de la carrera profesional que ellas estaban haciendo. Hay indicios de que ese modelo
de masculinidad hegemónica al que nos referíamos antes, está en crisis y prueba de ello es el
grado de conciencia que los hombres tienen de sus propias contradicciones, el reconocimiento
de los logros conseguidos y las capacidades demostradas por las mujeres en las últimas décadas,
etc. Sin duda, este proceso de construcción de nuevas subjetividades no es fácil sobre todo si
tenemos en cuenta que también las mujeres están atravesando dichos cambios y también
manifiestan contradicciones profundas.
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Estos cambios que hablan de nuevas masculinidades tienen su correlato en el área de la
sexualidad. Los hombres de todos los grupos focales pudieron identificar cambios en la forma
en que los hombres desean y pueden vivir su sexualidad: a) muchos adolescentes en la actualidad
suelen iniciarse con pares y cuando tienen ganas de hacerlo, evitando así experiencias no siempre
gratas cuando la iniciación se realiza con una prostituta y bajo presión de varones mayores; b)
cada vez más hombres comienzan a buscar una mujer que sea su esposa y también su amante; c)
el diálogo y la comunicación con la pareja son elementos que comienzan a ser revalorizados aún
cuando se trate de parejas sexuales ocasionales; d) la mayoría de los hombres que participaron de
los grupos focales considera que el deseo sexual de la mujer es de igual intensidad que el
hombre; d) lentamente, los hombres también comienzan a aceptar que las mujeres también
pueden tomar la iniciativa sexual. Todo esto no quiere decir que aún no haya muchos escalones
que subir, especialmente en lo que hace a la superación de la doble moral sexual pero, en esta
oportunidad, preferimos centrarnos más en los logros que en las deudas pendientes.
Y hablando de desafíos aún pendientes, creemos, sin duda, que el mayor de ellos se
presenta en materia de derechos reproductivos. Los resultados que mostramos dejan ver a las
claras que si bien comienzan a surgir voces que cuestionan el modelo masculino de dominación,
aún falta mucho camino por recorrer. Son muchos los hombres que aún no pueden percibir y,
por ende, respetar, los derechos de sus compañeras sexuales: derecho a decidir sobre su cuerpo
(como sucede en el caso del aborto), derecho a cuidar su salud y a decidir cómo hacerlo, derecho
a rechazar la iniciativa sexual del varón o a poner condiciones para aceptar el encuentro sexual,
derecho a vivir su sexualidad libremente sin que por eso sea considerada una prostituta o una
mujer promiscua, etc.
Para que esto sea posible, hay mucho que los hombres, y también las mujeres, aún deben
aprender en materia de relaciones entre géneros. Un aspecto crucial parece ser el hecho de que el
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hombre pueda aprender que los roles en una pareja no son fijos y que el poder debe circular en la
pareja. Las representaciones de la mayoría de los hombres que participaron de nuestra
investigación reconocían los logros de las mujeres pero, en la medida que se concretaban estos
avances, ellos percibían su propio retroceso. Si las mujeres tienen “más” poder entonces ellos
tienen “menos” poder. Sin lugar a dudas, la crisis del modelo tradicional de roles de género, que
permitió el acceso de la mujer a ámbitos que antes eran exclusivo patrimonio, implica para los
hombres una pérdida de prerrogativas. Sin embargo, con este proceso los hombres también
lograron ciertos beneficios que antes no tenían, como el participar más de la crianza de los hijos
y desarrollar sus afectos de una manera que el modelo patriarcal no permitía. En la medida en
que los hombres puedan percibir, por un lado, los beneficios que obtienen de la nueva situación
y, por otro, que los avances de las mujeres no implican que éstas deseen invertir las relaciones de
dominación, dejarán de atrincherarse a la defensiva para conservar lo que sienten que aún les
queda. Sólo cuando esto suceda, los hombres podrán comenzar a escuchar a las mujeres –y no
responder defensivamente- y aprender a negociar para dejar de intentar imponer.
Al intentar responder en muy pocas palabras cómo, en estas masculinidades que
pretendimos deconstruir, se entrelazan en una fina red de múltiples determinaciones aspectos
vinculados a la sexualidad, la salud reproductiva y los derechos reproductivos, consideramos
que nadie mejor que los propios hombres podrían responder ese interrogante:
“Yo lo que siento es que cuando nosotros habíamos aprendido la respuesta, nos cambiaron la pregunta,
viste? Claro, siento que con esto de la pareja y de la vida nuestra, que cuando nos aprendimos la respuesta
nos cambiaron la pregunta. Es como volver a empezar todo. Nuestros viejos sabían ... tenían todo
estructurado. Yo me acuerdo que en la casa de mis abuelos estaba todo perfectamente estructurado. Uno
sabía cuáles eran sus funciones, sus lugares, mi abuelo sabía cuáles eran sus derechos y sus obligaciones... y
ahí pasaba su vida. Hoy no hay esquemas, entonces, es un volver a aprender.” (José Luis, Grupo Nº 4, 4555 años, estrato medio-alto)
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