INDICE 1. 1.1. 1.2. 1.3. El “descubrimiento” de la violencia familiar Malos tratos a la infancia Violencia contra las mujeres Maltrato a las personas mayores 2. 2.1. 2.2. 2.3. La familia: un grupo especialmente violento Víctimas de la violencia familiar: Menores Víctimas de la violencia familiar: Mujeres Víctimas de la violencia familiar: Personas mayores 3. 3.1. 3.2. 3.3. La visibilidad de la violencia familiar: La metáfora del “iceberg” Menores maltratados Mujeres maltratadas Personas mayores maltratadas 4. 4.1. 4.2. 4.3. 4.4. La inhibición social ante la violencia familiar La inhibición social de la ayuda Cálculo de costos y recompensas ¿Extraños o íntimos conocidos? Culpabilización de la víctima 5. 5.1. 5.2. 5.3. 5.4. Hacia la intolerancia social de la violencia familiar Tolerancia social y costos de la violencia para el agresor La legitimidad de la violencia en las relaciones familiares: el castigo corporal Actitudes sociales e inteligencia social ante la violencia familiar Los costos intolerables de la violencia familiar 6. 6.1. 6.2. 6.3. 6.4. Rompiendo el iceberg de la violencia familiar La responsabilidad compartida de la comunidad Un tejido social comprometido Roles y necesidades de los profesionales de los sistemas de protección La contribución de los profesionales del ámbito de la salud INTRODUCCIÓN La afirmación de que la violencia en las relaciones familiares es un problema social de primera magnitud resulta ya habitual para cualquier persona bien informada. Este libro trata de dirigir su mirada a un hecho, frecuentemente mencionado pero generalmente poco analizado, que hay que añadir a la afirmación anterior. Un hecho repetidamente constatado en las estadísticas de la mayoría de los países occidentales: las denuncias de casos de violencia familiar, los casos que recogen las estadísticas, representan tan sólo una pequeña parte de las verdaderas dimensiones del problema. Un hecho que tradicionalmente se ha descrito mediante una metáfora: el iceberg de la violencia familiar. Pero, realmente, ¿qué significa, o qué describe la metáfora del iceberg de la violencia familiar?: ¿que la mayoría de los casos de violencia familiar pasan desapercibidos para los sistemas de protección y para el entorno social de las víctimas?, ¿que la gran mayoría de víctimas de la violencia familiar son socialmente invisibles?, ¿o significa que sólo una pequeña parte de los casos de violencia familiar, por sus características como la brutalidad, crueldad extrema o consecuencias fatales, son capaces de despertar una reacción social e institucional rápida y contundente? Y si este es el caso, ¿significa la parte sumergida del iceberg que un gran número de casos aunque sí son conocidos por su entorno social y, por tanto, son visibles socialmente, no son capaces de despertar una reacción social e institucional contundente? ¿Es la metáfora del iceberg también una metáfora sobre la línea o umbral a partir del cual se produce la indignación, el rechazo y la intervención social? ¿La línea de flotación de ese iceberg, es la línea que separa la inhibición y pasividad social ante miles de casos cotidianos de violencia doméstica, de la reacción social indignada ante casos de violencia familiar extrema? ¿Nos encontramos realmente ante un iceberg que nos muestra una pequeña parte de la realidad de la violencia familiar mientras que la gran mayoría de casos quedan sumergidos, fuera del escrutinio público sin que sepamos ni podamos hacer nada acerca de esas víctimas? Cotidianamente, numerosas víctima sufren en silencio la violencia familiar, un silencio que con demasiada frecuencia se encuentra acompañado por el silencio de su entorno social. Son miles de menores, mujeres y ancianos las víctimas cotidianas de la violencia familiar, víctimas que en su gran mayoría sufren silenciosamente la crueldad de otros familiares y que probablemente tendrán que esperar a que esa crueldad y esa violencia se manifieste con una brutalidad extrema para que salga a la luz, ante el escándalo social y la consabida frase “estos casos representan tan sólo la punta del iceberg de la violencia familiar”. Una frase que parece implicar, o que invita a pensar, que casi nadie ve, ni sabe, ni oye, ni tiene sospecha alguna sobre miles de casos de violencia familiar, razón por la cual sólo conocemos la punta del iceberg. Las páginas que siguen no tratan de denunciar la existencia o la gravedad de la violencia familiar. A fecha de hoy es algo que nuestra sociedad tiene ya asumido. Tampoco trata de explicar el por qué ocurre la violencia en la familia. Son numerosos los libros, capítulos de libro y artículos científicos que han tratado de dilucidar los factores que pueden ayudar a explicarla. Es cierto que todavía es poco lo que conocemos sobre las causas de la violencia y que quizás es todavía menor nuestro conocimiento sobre cómo detenerla, pero todavía quedan interrogantes acerca de la violencia familiar que tan sólo ahora comenzamos a plantearnos. Y son algunas de esas cuestiones sobre las que este libro quiere detenerse a reflexionar. En este libro se trata de dirigir la mirada hacia lugares relacionados con la violencia familiar pero habitualmente menos frecuentados. Una mirada que se dirige hacia aspectos como la visibilidad social de la violencia familiar o el supuesto iceberg que constituyen los miles de víctimas que sufren en silencio (o, quizás, deberíamos decir que sufren ante el silencio de su entono social). El objetivo de estas páginas es también examinar la reacción social que suscita la violencia en el seno de la familia y reflexionar acerca de los niveles de tolerancia que nuestra sociedad mantiene ante la violencia que se manifiesta en las familias. Algo que necesariamente conduce a una reflexión sobre las actitudes sociales y culturales sobre la vida familiar y la violencia como parte de la vida familiar. Se trata de intentar extraer a partir de ese conjunto de análisis y reflexiones algún tipo de implicaciones que pudieran ser de ayuda para la reducción de los niveles intolerablemente altos de violencia familiar que existe en nuestra sociedad. Unos niveles que, como se plantea a lo largo de estas páginas, tienen mucho que ver con el grado de visibilidad social y con el grado de tolerancia social hacia la violencia familiar (algo que permite que exista ese iceberg de la violencia familiar). Se trata, en definitiva, de sumarse a esa empresa común que es la búsqueda del camino que comience a llevarnos hacia una verdadera prevención de un problema social cuyas consecuencias van mucho más allá del daño individual, que implica la salud y el ajuste psicológico y social de futuras generaciones y, por tanto, la salud global de la sociedad en la que nos a tocado vivir. Como todo marino sabe los icebergs se encuentran en determinadas latitudes, con climas fríos y aguas gélidas, y dejan de encontrarse en otras latitudes donde el clima es más templado y las aguas son más cálidas. La metáfora del iceberg de la violencia familiar quiere subrayar el hecho de que la gran mayoría de víctimas de la violencia familiar son invisibles socialmente, se encuentran sumergidas, están ocultas tras la línea de flotación de su propio silencio y el silencio del entorno social que les rodea. Pero lo que un iceberg tolera mal son las aguas cálidas. La tolerancia social ante determinados tipos de violencia familiar es el equivalente a las aguas gélidas que conservan tan bien la integridad de ese iceberg. Un cambio de actitudes sociales en el sentido de una mayor intolerancia social hacia todo tipo de violencia es el equivalente a las aguas cálidas de latitudes menores donde un iceberg está condenado a deshacerse poco a poco. En definitiva, y siguiendo esta metáfora hasta el final, lo que necesita el problema de la violencia familiar es un cambio climático. Un cambio en el clima social que permita ir diluyendo progresivamente el iceberg de la violencia familiar. ENRIQUE GRACIA FUSTER