Suicidarse por algo, suicidarse por nada

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El Clarí-n de Chile
Suicidarse por algo, suicidarse por nada
autor Francisco Carrasco Araya
2006-09-06 18:35:55
He ahÃ- la cuestión: suicidarse por algo o suicidarse por nada. Pregunta de un atribulado Hamlet, hundido entre
bocinazos y esmog, que contempla una cuerda improvisada con sábanas y toallas hediondas. Luego se ahorcará sin
respuesta. Suicidarse por algo, suicidarse por nada, he ahÃ- uno de los dilemas de esta época plagada de preguntas tan
o más idiotas que ésta.
Porque hay quienes se suicidan por un amor pésimamente correspondido, por atados de dinero, por la pérdida de un ser
particularmente amado. Y asÃ-, al escuchar sobre el suicidio o intento de suicidio de un conocido, uno pregunta
inmediatamente ¿por qué? Y se escuchan estas respuestas: por el fracaso de un amor, por falta de plata, porque no
pudo superar la muerte de su perro. Muchos suicidas fundan su acto mortuorio en un hecho puntual, un “algo― que les
ocurrió, un problema que encuentra la única solución radical y total en el auto-aniquilamiento.
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Pero hay un aspecto de los hechos humanos que olvidan estos suicidas “por algo― y es la condición fundamental y
primigenia de toda circunstancia, cual es la fugacidad, la evanescencia, la temporalidad. Un amor que chocó con la
indiferencia, termina tarde o temprano por olvidarse o aclimatarse en el dolor; la muerte de la madre, el padre o el
amigo, caen en el olvido casi radical, con visitas cada vez más espaciadas a los cementerios; las deudas prescriben; la
cesantÃ-a da paso a la acción de salvarse como sea. El que se suicida por algo, crea un fantasma anticronológico:
eternizar el presente. El que se suicida por algo, fotografÃ-a el descenso de una piedra desde un edificio, despojando a
la piedra de su caÃ-da.
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Hay otros suicidas que se matan por nada. Simplemente se levantan, encienden el televisor, bostezan con los titulares
del noticiario matinal, se lavan los dientes, orinan, se deshacen de cada una de sus cosas y se ahorcan. Y uno,
parapetado en la cultura de las circunstancias, pregunta ¿por qué? Y no hay un desamor, una deuda, un luto en
sobrepeso que dé luces, que entregue respuestas, que diga. Y es que ese mismo desánimo de este suicida “por nada―
iba a habitar en su mente en diez años y en cuarenta también. Su muerte no cae en la afirmación de que existen
circunstancias eternas o problemas que tengan como única solución la muerte. Hay un cansancio radical que lo hace
inmolarse con el mismo descreimiento con que se come una torreja de chancho. No existe la impetuosidad del que se
suicida por algo. Está la tranquilidad y la fatiga del que no cree en nada, porque piensa que no hay nada en que creer.
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El que se suicida por algo, enfrenta en ese algo un problema del cual se siente en la impotencia o incapacidad de
encontrarle solución. Entonces el suicidio, más que una respuesta a dicha circunstancia problemática, termina siendo
una forma de evasión, de huida, de apretar cachete. Y al suicidarse, da cierta infinitud a un hecho finito, y por lo tanto el
problema queda irremediablemente sin solución. No es el caso del que se suicida por nada: más que un problema
puntual, él enfrenta una bifurcación esencial: vivir o no vivir, y opta por esta última alternativa mandando de una vez el
mundo al carajo.
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En el que se suicida por algo, si escudriñáramos su mente en relación con la gigantesca circunstancia que no pudo
atravesar, encontrarÃ-amos la inagotable ansia de vivir. Tiene tanta vida, que se mata. Es como si habitara en la
ancestral creencia que después de la muerte renacerá a una nueva realidad desproblematizada, en donde todo amor
hallará una respuesta en el amor, en donde habrá siempre trabajo y se trabaja con ganas. Un lugar en donde no existen
deudas o los deudores te perdonan siempre. Un espacio en el que las personas amadas no enferman gravemente ni
mueren. En cambio, el que se suicida por nada, aún cuando pensara que va a nacer a una nueva vida, está convencido
de que también en ella optará por no vivir. También en ese espacio, en ese paraÃ-so village, se suicidará con el mismo
gesto despreciativo y desapasionado con el que se amarra los zapatos. Nuevamente, Zeus tiene la palabra.
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