“Me hubiera gustado preguntarle a Manolete si, como decía Luis

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entrevist
Tico
Medina
Texto: Laura Tenorio
Fotos: Juan Pelegrín
El maestro; así le llaman y no
es torero, sino Tico Medina,
un coleccionista de leyendas.
Conocedor de la vida y amante
de su profesión a partes iguales.
De ‘aligerada’ cabellera y prudente cintura, tiene aire de
picador antiguo, sí. Además,
siempre lleva una ‘puya’ literaria
en la mano y muchas historias
hilvanadas al temple de su
palabra. Claro, que su memoria
cenicienta está lacrada por complicidades y silencios ajenos.
Ahora, leerle se les va a hacer
corto. Ya verán.
Tico Medina
“Me hubiera gustado preguntarle
a Manolete si, como decía Luis
Miguel, se equivocó la tarde de su
muerte”
LAURA TENORIO
FOTOS: JUAN PELEGRÍN
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Pregunta | Habiendo sido corresponsal
de guerra, ¿nunca se atrevió con lo de
ser torero?
Respuesta | No, no. La prueba está en que
soy un aficionado que va relativamente
poco a los toros. Soy de los que se quedan
en el paseíllo, y me explico: después del
paseíllo ya están los críticos o los que de
verdad saben de esto. Yo no sé de toros,
únicamente sé de toreros y sólo hasta que
llegan al callejón de la plaza. A partir de
ahí empieza otra liturgia distinta. Además,
lo paso tan mal que prefiero no ser un apasionado de la Fiesta, porque generalmente
los toreros tienen más tardes malas que
buenas. Y digo esto siendo compadre de
diestros como Curro Romero y Manuel
Benítez, ‘El Cordobés’.
P | ¿Su memoria es, en buena parte, la
historia de sus entrevistados?
R | No, habría una falsa vanidad por mi
parte si admitiera eso. Además, ése es
uno de los problemas que tengo con mis
memorias, que lo he contado casi todo.
Porque he vivido para contar y he contado
para vivir y tengo que reconocer que lo
que soy se lo debo a mis entrevistados: a
lo que me contaron, a lo que se callaron,
a lo que me gritaron, a lo que me hicieron
ver o a los titulares que en su momento
me dieron. Soy lo que me han dicho los
demás, cosa que acepto con tanta humildad como satisfacción.
P | ¿Cuántos toreros le han ‘cegado’?
R | He seguido a muchos diestros, pero
cegarme ¡ninguno!. En la vida hay que
seguir avanzando, no te puedes permitir
que alguien te ciegue. Además, el traje de
luces es una andadura en la plaza y una
armadura fuera de ella. Realmente, es
muy difícil estar cerca de los toreros.
P | ¿Ve los toros desaparecidos, como
algo clandestino o perpetuados como
patrimonio?
R | ¿Desaparecidos?, ¡nunca, nunca! Los
toros son y seguirán siendo un patrimonio, a pesar de lo que se diga. Tal vez lo
que no se ha hecho es contarlo suficientemente bien, divulgarlos didácticamente
porque, aunque el pueblo lo sepa, lo sabe
por un instinto y no porque hayamos sabido enseñárselo.
P | ¿Es verdad que es más fácil responder que preguntar?
R | Sí, siempre. Uno, al fin y al cabo, siempre tiene una respuesta. Aunque todo
depende de a quién preguntes, ya que no
todos los entrevistados tienen la misma
lidia. Te los puedes encontrar ásperos,
nobles, reservones, encastados...
P | ¿Qué pregunta se dejó en el tintero a
sabiendas que podía/debía hacer?
R | Una, no; ¡muchísimas!
P | Pues díganos una, por favor.
R | Pues no sé, tal vez me hubiera encantado preguntarle a Manolete, a quien no
conocí, que si era verdad aquello que decía
Luis Miguel de si se equivocó el día de
su muerte o realmente aquella tarde ya
llevaba alguna cornada emocional encima. Y es que tengo el orgullo de haberle
escuchado al mismísimo Camará decirme: ‘Tico Medina, si usted hubiera llegado
antes a la Fiesta, hubiera sido el cronista
de Manolete’.
P | ¿Es verdad que ha hecho más de
40.000 entrevistas?
R | Sí y bastantes a toreros. Entre otros,
a Domingo Ortega, a Marcial Lalanda,
a Vicente Pastor, a Nicanor Villalta, a
Gitanillo, a todos los Bienvenida, a Pepín
Martín Vázquez, a Dominguín, a Antonio
Ordóñez, a Pepe Luis Vázquez, a Silverio
Pérez... A muchos, a muchos, la verdad es
que a todos los grandes.
P | ¿Con cuál de ellos se queda?
R | ¡Uy!, favoritos tengo muchos. Por ejemplo, Villalta, con el que hice la película
Juguetes rotos; también Ordóñez, a quien
me encontré en un tren días antes de su
muerte. Recuerdo que iba tapado con una
mantita y que su imagen me impresionó.
Fue él quien se dirigió a mí, porque yo no
fui capaz de acercarme. “Tico, ¿sabes quién
E
l traje de luces
es una andadura
en la plaza y una
armadura fuera
de ella”
soy?”, me dijo. “Claro que sí, Antonio.
Déjame que te dé un beso”, le dije yo.
“Dámelo”, me respondió. Entonces le besé
en la cabeza, fría y ya totalmente calva.
Después, el hombre se sinceró y hablamos
todo el viaje. Poco antes de morir Carmina,
me llevé una satisfacción inolvidable al oír
un mensaje en mi contestador dándome
las gracias por “lo bien que sabes lidiar el
toro de la vida, maestro”, decía la muchacha. Y siguiendo con los favoritos, mi compadre ‘el Benítez’, con quien he pasado
largos días, o mi otro compadre, Curro.
P | ¿Por qué le gustan los toreros que llevan el ‘equipaje’ a la plaza?
R | Cierto, me gustan los toreros que llevan en el esportón su tristeza o su alegría,
vamos ‘su cruz’, o sea, que se les nota cuando están bien o cuando están mal en su
ánimo.
P | Para usted, el más grande fue
Belmonte, ¿por qué?
R | Porque su muerte fue consecuente con
su vida. Recuerdo que un día le entrevisté
estando sentado con El Gallo y un joven
por entonces Jaime Ostos. Fue en Los
Corales de la calle de la Sierpes, de Sevilla.
De él, de Belmonte, había leído mucho,
ya que no alcancé a verle torear, sólo en
los documentales en blanco y negro de
la época. Me llamó la atención su gran
personalidad y su carisma a pesar de ser
tartamudo.
P | ¿Le encaja eso de ser torero y ateo?
R | (El maestro se demora esta vez en la respuesta) Es una buena pregunta... Creo que si tú
no tienes en la plaza la sensación de que
están cuidando de ti, en ese momento de
la verdad solemne y único, te sería muy
difícil ponerte delante de un toro. Para mí
se hace necesario creer en algo, aunque
sea sólo por instinto de supervivencia. De
verdad que veo muy difícil que en una historia de pasión y muerte como es ésta uno
no se encomiende a alguien. Imagínate
un banderillero que por seis duros sale a
torear. Digo yo que el hombre pensará que
si encima no va a poder rezar, a ver quién
le va a echar una mano, porque el seguro
de enfermedad poquito le va a ayudar a la
criatura, je, je, je.
P | Aunque usted suele decir eso de “con
la escasa autoridad que me da la edad”,
lo cierto es que ya tiene años como para
decir lo que le venga en gana...
R | Sí, es verdad y el caso es que ahora
lo estoy haciendo. Es como cuando los
toreros empiezan a renegar en la barrera. Reconozco que es una actitud que me
alarma.
P | En ocasiones, me gusta preguntarle al entrevistado cuál es su asignatura
pendiente.
R | La mía es imposible, porque lo que
quiero es perderme en un sitio en el que
pasara totalmente desapercibido. Porque
pasar de cazador a pieza es muy malo.
P | ¿Qué sabe de su paisano Frascuelo, ‘el
negro’, el que le plantó cara a Lagartijo,
el ‘I califa cordobés’?
R | Ahora que me han nombrado cronista
oficial de la ciudad de Granada me siento
más obligado a conocer biografías de paisanos como él, por eso sé todo lo que se ha
escrito sobre Frascuelo. Me hubiera encantado haberle entrevistado a la puerta de su
casa, en los alrededores de la ciudad. Dicen
que fue un hombre del pueblo, verdadero
y valiente. De haberle conocido, le habría
propuesto ser su mozo de espadas, aunque
por aquella época las barreras y burladeros
eran bien frágiles.
P | Para terminar, Vestido de luces, vestido
de cruces es su último libro. ¿Por qué no hay
que perdérselo? ¡Véndalo, por favor!
R | Tengo que decir que no ha sido un toro
fácil. Ese libro era para mí una especie de
cólico nefrítico que venía sufriendo desde
hacía tiempo y necesitaba echar fuera la
piedra. Gracias a Dios, ya la he echado. No
hay que perdérselo, porque es la historia
de un ser humano que se ha hecho grande
a pesar del sufrimiento. Que se venda o no,
no me importa demasiado.
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