entrevist Tico Medina Texto: Laura Tenorio Fotos: Juan Pelegrín El maestro; así le llaman y no es torero, sino Tico Medina, un coleccionista de leyendas. Conocedor de la vida y amante de su profesión a partes iguales. De ‘aligerada’ cabellera y prudente cintura, tiene aire de picador antiguo, sí. Además, siempre lleva una ‘puya’ literaria en la mano y muchas historias hilvanadas al temple de su palabra. Claro, que su memoria cenicienta está lacrada por complicidades y silencios ajenos. Ahora, leerle se les va a hacer corto. Ya verán. Tico Medina “Me hubiera gustado preguntarle a Manolete si, como decía Luis Miguel, se equivocó la tarde de su muerte” LAURA TENORIO FOTOS: JUAN PELEGRÍN 22 Pregunta | Habiendo sido corresponsal de guerra, ¿nunca se atrevió con lo de ser torero? Respuesta | No, no. La prueba está en que soy un aficionado que va relativamente poco a los toros. Soy de los que se quedan en el paseíllo, y me explico: después del paseíllo ya están los críticos o los que de verdad saben de esto. Yo no sé de toros, únicamente sé de toreros y sólo hasta que llegan al callejón de la plaza. A partir de ahí empieza otra liturgia distinta. Además, lo paso tan mal que prefiero no ser un apasionado de la Fiesta, porque generalmente los toreros tienen más tardes malas que buenas. Y digo esto siendo compadre de diestros como Curro Romero y Manuel Benítez, ‘El Cordobés’. P | ¿Su memoria es, en buena parte, la historia de sus entrevistados? R | No, habría una falsa vanidad por mi parte si admitiera eso. Además, ése es uno de los problemas que tengo con mis memorias, que lo he contado casi todo. Porque he vivido para contar y he contado para vivir y tengo que reconocer que lo que soy se lo debo a mis entrevistados: a lo que me contaron, a lo que se callaron, a lo que me gritaron, a lo que me hicieron ver o a los titulares que en su momento me dieron. Soy lo que me han dicho los demás, cosa que acepto con tanta humildad como satisfacción. P | ¿Cuántos toreros le han ‘cegado’? R | He seguido a muchos diestros, pero cegarme ¡ninguno!. En la vida hay que seguir avanzando, no te puedes permitir que alguien te ciegue. Además, el traje de luces es una andadura en la plaza y una armadura fuera de ella. Realmente, es muy difícil estar cerca de los toreros. P | ¿Ve los toros desaparecidos, como algo clandestino o perpetuados como patrimonio? R | ¿Desaparecidos?, ¡nunca, nunca! Los toros son y seguirán siendo un patrimonio, a pesar de lo que se diga. Tal vez lo que no se ha hecho es contarlo suficientemente bien, divulgarlos didácticamente porque, aunque el pueblo lo sepa, lo sabe por un instinto y no porque hayamos sabido enseñárselo. P | ¿Es verdad que es más fácil responder que preguntar? R | Sí, siempre. Uno, al fin y al cabo, siempre tiene una respuesta. Aunque todo depende de a quién preguntes, ya que no todos los entrevistados tienen la misma lidia. Te los puedes encontrar ásperos, nobles, reservones, encastados... P | ¿Qué pregunta se dejó en el tintero a sabiendas que podía/debía hacer? R | Una, no; ¡muchísimas! P | Pues díganos una, por favor. R | Pues no sé, tal vez me hubiera encantado preguntarle a Manolete, a quien no conocí, que si era verdad aquello que decía Luis Miguel de si se equivocó el día de su muerte o realmente aquella tarde ya llevaba alguna cornada emocional encima. Y es que tengo el orgullo de haberle escuchado al mismísimo Camará decirme: ‘Tico Medina, si usted hubiera llegado antes a la Fiesta, hubiera sido el cronista de Manolete’. P | ¿Es verdad que ha hecho más de 40.000 entrevistas? R | Sí y bastantes a toreros. Entre otros, a Domingo Ortega, a Marcial Lalanda, a Vicente Pastor, a Nicanor Villalta, a Gitanillo, a todos los Bienvenida, a Pepín Martín Vázquez, a Dominguín, a Antonio Ordóñez, a Pepe Luis Vázquez, a Silverio Pérez... A muchos, a muchos, la verdad es que a todos los grandes. P | ¿Con cuál de ellos se queda? R | ¡Uy!, favoritos tengo muchos. Por ejemplo, Villalta, con el que hice la película Juguetes rotos; también Ordóñez, a quien me encontré en un tren días antes de su muerte. Recuerdo que iba tapado con una mantita y que su imagen me impresionó. Fue él quien se dirigió a mí, porque yo no fui capaz de acercarme. “Tico, ¿sabes quién E l traje de luces es una andadura en la plaza y una armadura fuera de ella” soy?”, me dijo. “Claro que sí, Antonio. Déjame que te dé un beso”, le dije yo. “Dámelo”, me respondió. Entonces le besé en la cabeza, fría y ya totalmente calva. Después, el hombre se sinceró y hablamos todo el viaje. Poco antes de morir Carmina, me llevé una satisfacción inolvidable al oír un mensaje en mi contestador dándome las gracias por “lo bien que sabes lidiar el toro de la vida, maestro”, decía la muchacha. Y siguiendo con los favoritos, mi compadre ‘el Benítez’, con quien he pasado largos días, o mi otro compadre, Curro. P | ¿Por qué le gustan los toreros que llevan el ‘equipaje’ a la plaza? R | Cierto, me gustan los toreros que llevan en el esportón su tristeza o su alegría, vamos ‘su cruz’, o sea, que se les nota cuando están bien o cuando están mal en su ánimo. P | Para usted, el más grande fue Belmonte, ¿por qué? R | Porque su muerte fue consecuente con su vida. Recuerdo que un día le entrevisté estando sentado con El Gallo y un joven por entonces Jaime Ostos. Fue en Los Corales de la calle de la Sierpes, de Sevilla. De él, de Belmonte, había leído mucho, ya que no alcancé a verle torear, sólo en los documentales en blanco y negro de la época. Me llamó la atención su gran personalidad y su carisma a pesar de ser tartamudo. P | ¿Le encaja eso de ser torero y ateo? R | (El maestro se demora esta vez en la respuesta) Es una buena pregunta... Creo que si tú no tienes en la plaza la sensación de que están cuidando de ti, en ese momento de la verdad solemne y único, te sería muy difícil ponerte delante de un toro. Para mí se hace necesario creer en algo, aunque sea sólo por instinto de supervivencia. De verdad que veo muy difícil que en una historia de pasión y muerte como es ésta uno no se encomiende a alguien. Imagínate un banderillero que por seis duros sale a torear. Digo yo que el hombre pensará que si encima no va a poder rezar, a ver quién le va a echar una mano, porque el seguro de enfermedad poquito le va a ayudar a la criatura, je, je, je. P | Aunque usted suele decir eso de “con la escasa autoridad que me da la edad”, lo cierto es que ya tiene años como para decir lo que le venga en gana... R | Sí, es verdad y el caso es que ahora lo estoy haciendo. Es como cuando los toreros empiezan a renegar en la barrera. Reconozco que es una actitud que me alarma. P | En ocasiones, me gusta preguntarle al entrevistado cuál es su asignatura pendiente. R | La mía es imposible, porque lo que quiero es perderme en un sitio en el que pasara totalmente desapercibido. Porque pasar de cazador a pieza es muy malo. P | ¿Qué sabe de su paisano Frascuelo, ‘el negro’, el que le plantó cara a Lagartijo, el ‘I califa cordobés’? R | Ahora que me han nombrado cronista oficial de la ciudad de Granada me siento más obligado a conocer biografías de paisanos como él, por eso sé todo lo que se ha escrito sobre Frascuelo. Me hubiera encantado haberle entrevistado a la puerta de su casa, en los alrededores de la ciudad. Dicen que fue un hombre del pueblo, verdadero y valiente. De haberle conocido, le habría propuesto ser su mozo de espadas, aunque por aquella época las barreras y burladeros eran bien frágiles. P | Para terminar, Vestido de luces, vestido de cruces es su último libro. ¿Por qué no hay que perdérselo? ¡Véndalo, por favor! R | Tengo que decir que no ha sido un toro fácil. Ese libro era para mí una especie de cólico nefrítico que venía sufriendo desde hacía tiempo y necesitaba echar fuera la piedra. Gracias a Dios, ya la he echado. No hay que perdérselo, porque es la historia de un ser humano que se ha hecho grande a pesar del sufrimiento. Que se venda o no, no me importa demasiado. 23