Días sin Huella Un drama comprometido, un acercamiento en primer plano al problema del alcoholismo FICHA TÉCNICA: Título original: The Lost Weekend Nacionalidad: EEUU Año: 1945 Dirección: Billy Wilder Guión: Charles Brackett, Billy Wilder (basado en la novela The Lost Weekend de Charles R. Jackson) Producción: Charles Brackett Dirección de Fotografía: John Seitz Montaje: Doane Harrison Dirección Artística: Earl Hedrick, Hans Dreier Música: Miklós Rózsa Diseño de Vestuario: Edith Head Reparto: Ray Milland (Don Birnam), Jane Wyman (Helen St. James), Phillip Terry (Nick Birnam), Howard da Silva (Nat the Bartender), Doris Dowling (Gloria), Frank Faylen (Bim), Mary Young (Sra. Deveridge), Anita Sharp Bolster (Sra. Foley), Lilian Fontaine (Sra. St. James), Lewis L. Russell (Charles St. James) Duración: 101 min. (B/N) Estudio: Paramount Oscar 1945 (18ª ed.): Mejor Película (Charles Brackett, productor) Mejor Director (Billy Wilder) Mejor Guión Original (Charles Brackett, Billy Wilder) Mejor Actor (Ray Milland) SINOPSIS: Don Birnam es un escritor fracasado que intenta solapar su frustración personal con una arriesgada huida a través del alcohol. Su hermano Nick y su novia Helen intentaran ayudarle a superar su grave adicción. HOJA INFORMATIVA Nº 84 Octubre 2005 COMENTARIOS: Esta gran película que abre el ciclo de cine de Billy Wilder se aleja bastante de la comedia, tipo de película con el que la mayoría de los espectadores identifican al director austro-húngaro. De hecho, Días sin huella es un drama comprometido, un acercamiento en primer plano a un determinado problema social, el alcoholismo. Teniendo en cuenta que es un drama, el film nos da muestras de muchas de las características del cine de Wilder: un gran guión, un sentido perfecto del ritmo y del tiempo, humor en clave de cinismo e ironía, enredos, sutilezas y un sinfín de características más que se antojan pocas para definir el estilo de uno de los grandes de la industria cinematográfica. En colaboración con uno de sus compañeros habituales, Charles Brackett, Wilder adaptaría la novela The Lost Weekend de Charles R. Jackson para llevar a la gran pantalla este magnífico film. Dos son las características principales que hacen que el metraje adquiera cierta importancia para la historia del cine. Básicamente muestra un duro realismo al que el espectador no estaba acostumbrado, por ello casi no llegó a estrenarse y sus números en taquilla fueron bastante pobres. Y, de la mano de este realismo, nos muestra por primera vez en la gran pantalla los efectos devastadores del alcoholismo, convirtiendo al típico borracho gracioso de Hollywood en una persona frustrada, desesperada, atrapada en un vicio de difícil salida. El mérito de esta excelente producción recae en dos personas. La primera, su director que no sólo se arriesga a plasmar en celuloide un tema tan peliagudo sino que obtiene una matrícula de honor en su desempeño. Y la segunda, su actor principal, Ray Milland, porque sobre él recae casi todo el peso interpretativo; de hecho, deja en segundo plano el excelente trabajo del resto del reparto. Curiosamente Milland nunca fue un actor comercial y la mayoría de sus trabajos no tuvieron un sonado éxito en taquilla, pero en esta película nos da muestras de su excelente versatilidad; además es increíble cómo da credibilidad a su personaje y cómo lleva al espectador a desesperarse ante su propia desesperación, a ser condescendiente y sobre todo a meterse de lleno en el metraje sin posibilidad de escapatoria. Este dúo WilderMilland cobra tal fuerza que nadie podría negarles los dos oscars de la academia que obtuvieron por Días sin Huella. En cuanto al resto del reparto, se podría decir que cumple perfectamente con su función y que no dan pie en ningún momento a la ambigüedad o a la decepción. De ellos cabría destacar a Natt, el barman interpretado por Howard Da Silva, y a Frank Faylen, que da vida a un enfermero un poco surrealista y cínico. Da Silva es muchas veces una especie de voz de la conciencia que con pocas palabras dice más de lo que parece, mientras que Faylen da vida a uno de los momentos más cómicos y acertados del film. De resto Jane Wyman, que interpreta a “la chica de la película”, desempeña un papel necesario al dar un punto de vista esperanzador al film, mientras que su lado opuesto será Philip Ferry, que, cansado de la actitud de su hermano alcohólico, no duraría en dejarle tirado a las primeras de cambio. Además del acertado reparto, Wilder nos vuelve a dar muestras de su buen hacer en los grandes diálogos que se saca de la manga, todos ellos llenos de elipsis, sutilezas y toques Lubitsch que requieren más de un visionado. Además, hace un uso ejemplar de los flashbacks, es decir, lo justo y necesario para que el espectador no se pierda y para dar sentido a la historia. Si a todo esto le añadimos la banda sonora de Miklós Rózsa, estamos sencillamente ante una obra maestra que no sólo nos cuenta lo autodestructivo que puede ser el alcoholismo sino que nos habla de una historia y unas causas que llevaron al protagonista al camino del vicio, de la perdición. Quizás, el único fallo que se le pueda achacar sea el desenlace final, que a muchos espectadores pesimistas les podría parecer que está metido con calzador, pero teniendo en cuenta que en esa época era difícil plantear otro final para las productoras hollywoodienses, que, seguramente Wilder, en su trabajo de adaptación, habrá respetado las últimas páginas de la novela original y que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, el final del metraje está totalmente justificado. La herencia que ha dejado Días sin Huella podría reflejarse en cualquier película que enfoca su atención hacia la problemática que genera un determinado vicio. Pero si hablamos de herencia directa, cabría destacar Una Mujer Destruida (1947), de Stuart Heisler, o Días de Vino y Rosas (1962) de Blake Edwards, o incluso Leaving Las Vegas (1995), de Mike Figgis, que quizás sea la muestra más realista y cruda de los efectos devastadores de una de las drogas legales más consumidas en nuestro tiempo.