Advertencia del editor: Puede estimarse, por más de una relación circunstanciada, que estas páginas (novela, si se quiere), cuyos personajes fueron o no reales y responden o no, asimismo, a nombres verdaderos o falsos, determinan su comienzo sobre 1940. Por lo demás algunos sucesos indican otras fechas posteriores. Sin enumeración, y mezcladas a la vez, como un mazo de naipes barajado, no me resultaron del todo fácil ordenarlas, aunque alguna duda me acompaña al respecto acerca de su primitiva correlación. Llegaron a mis manos hace años, misteriosamente. Las leí y las arrumbé entre manuscritos y papeles, la mayoría acaso sin destino, y resuelto a su ordenación, finalmente, surgieron entre mis manos, disponiéndome a leerlas por segunda vez. Abundan en ellas raspones y tachaduras, y la mayoría de las hojas están roídas por lepismas, manchadas por la humedad y herrumbres, gotas de café u otros accidentes. También el curso de la narración (el subrayado me pertenece en la mayoría de los casos) está interrumpido en muchas partes por falta de texto perdido. Confieso haber corregido a lo largo de la misma no pocas deficiencias gramaticales cuando eran muy sensibles, difusiones de la forma, etcétera, sin alterar en absoluto su esencia. Se verá, sin embargo, que su protagonista, de cultura incompleta, se había nutrido de válidos y hasta sorprendentes conocimientos por buenas lecturas; de modo que me he preguntado, más de una vez, si en mejores condiciones económicas no se habría dedicado a la literatura, ya que demuestra, me parece, innata facilidad para el uso del idioma, al que se prodigó sin pereza. Dirá: “Alguna vez me ha tentado la idea de escribir una novela”. Debiendo ponerle un título, respondí a la data del manuscrito puesta al concluirlo: P. N. (sin duda Penitenciería Nacional), Primavera. Sin embargo me decidí finalmente por El cóndor, manteniendo como pedestal la primera impronta. Asimismo imaginé un seudónimo para darle paternidad definitiva al texto, adoptando mi propio nombre de pila y, para el apellido, el de un amado condiscípulo de Pierre de 10 JULIO IMBERT Ronsard (1524-1585) en el colegio de Conqueret, a quien el cantor del amor y de las rosas –mi predilecto poeta francés– le pidió en afligidos versos:* No me di plus, Imbert, que me chante d’Amour... * Continuation des Amours de P. de Ronsard Vandomois. A Paris, pour Vincent Certenas libraire..., 1555.