porque es dando como se recibe: educar desde la fe

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PORQUE ES DANDO COMO SE RECIBE:
EDUCAR DESDE LA FE
Por: Padre Carlos Almonte.
A lo largo de nuestra corta experiencia como docentes en la UCSP hemos podido constatar
vivencialmente un axioma cristiano del todo emblemático para un educador, a saber, que "es
dando como se recibe"1.
Para comprender mejor esta experiencia que compartimos, es necesario hacer recurso de una
correcta concepción de persona humana, ya que, a partir de ella, se puede entender mejor el
dinamismo perfectivo que encierra el proceso de enseñanza-aprendizaje para cada uno de sus
actores.
Una vez que tengamos claro el concepto de persona, entonces podremos concebir mejor su
educación —objeto del segundo punto del presente trabajo—, y por ende, el rol del docente
inserido en dicho dinamismo perfectivo, lo cual nos llevará, de modo casi necesario, a poner una
mirada atenta a la educación como proceso. Finalmente, sentadas estas bases, podremos ensayar
una mejor respuesta al objetivo del presente ensayo: ¿qué aprende un profesor de la UCSP?
1. Un punto de partida común: la persona humana
Como acabamos de mencionar, un punto de partida imprescindible dentro del movimiento
educativo en que estamos involucrados, es tener una correcta concepción de persona humana. En
efecto, sólo desde una mirada integral del sujeto a quien van dirigidos nuestros principales
esfuerzos, podremos colegir nuestra alta y cualificada misión y, al mismo tiempo, nuestras
expectativas se verán enriquecidas, podríamos todavía decir más, retribuidas dinámicamente, en
cuanto que, a cada paso
1. Fragmento de. la oración franciscana por la paz atribuida a San Francisco de Asís también
llamada "Oración simple "
que damos, somos inevitablemente interpelados por respuestas generosas de parte de los alumnos,
a veces inusitadas, que nos "obligan"2 a despertar el genio creativo3 que requiere nuestro rol
protagónico en la educación.
Antropología adecuada como premisa para definir persona humana
Ahora bien, dicha visión clama por la necesidad de una antropología adecuada', pues, a una
antropología adecuada le corresponderá una educación adecuada5. En efecto, sólo una recta
estimación del hombre podrá servir de base para una mejor inserción del rol protagónico que
cumple el docente como educador, en el cual se vea comprometido totalmente, consciente del
valor y trascendencia de su labor.
De lo dicho se colige que, para definir persona, es menester asumir una antropología adecuada 6.
Ahora bien, una antropología adecuada es aquella que trata de comprender e interpretar al hombre
en lo que es esencialmente humano 7, en una visión integral del hombre, es decir, a partir de una
experiencia esencialmente humana alcanza el integrum del hombre, o sea, percibe al hombre
como una unidad compuesta de distintas dimensiones (somática, psíquica o afectiva, espiritual)
indisolublemente unidas y jerarquizadas, alcanzando no sólo el compositum humanum sino
también el principio uniñcador9.
Por tanto, como vemos, el paso siguiente a dar es vital para todos nosotros: definir persona. Para
dicho efecto, nos serviremos de la luz que nos otorga la milenaria experiencia de la Iglesia
Católica, fiel depositaría de la fe y de las verdades más altas que está llamado el hombre a
alcanzar10. Esta, en su labor de Madre y Maestra de los pueblos (munus docendi 11) enseña al
mismo hombre la verdad más alta a la que está llamado12, a saber, a ser hijo de Dios, de donde se
deriva también su más alta dignidad. Atendamos pues su visión de persona humana.
2. Esta clase de obligación surge como un deber moral ante una sana competencia en la entrega,
sentimiento que ocupa un lugar en el argot popular, reconocido comúnmente en la expresión
"nobleza obliga".
3. Tema sobre el que volveremos más adelante al hablar del rol del educador.
4. Tema abordado categóricamente por uno de los últimos Vicarios de Cristo sobre la tierra, el
B. Juan Pablo II en una serie de 129 catequesis dadas durante sus audiencias de los miércoles
entre septiembre de 1979 y noviembre de 1984y que, finalmente, serán compiladas y
publicadas como una única obra: La Teología del Cuerpo: El Amor Humano en el Plan
Divino.
5. Una educación que contemple todas las legítimas aspiraciones del ser humano en consonancia
con sus distintas dimensiones, y por tanto, que en su accionar provea suficientemente de los
medios más aptos para la prosecución de tal cometido.
6. Fuentes, M.; Manual de Bioética, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael (Argentina),
2005,21.
7. Juan Pablo II, "Catequesis Semanal" del 2 de enero de 1980, en L'Osservatore Romano, 6 de
enero de 1980,3, n.2.
8. "La antropología adecuada se apoya sobre la experiencia esencialmente humana,
oponiéndose al reduccionismo de tipo 'naturalístico', que frecuentemente va junto con la teoría
evolucionista acerca de los comienzos del hombre" (Juan Pablo II, "Catequesis Semanal" del2
de enero de 1980, en L'Osservatore Romano, 6de enero de 1980,3, n.2, nota explicativa).
9. "...somos hijos de una época en la que, por el desarrollo de varias disciplinas, esta visión
integral del hombre puede ser fácilmente rechazada y sustituida por múltiples concepciones
parciales que, deteniéndose sobre uno u otro aspecto, del compositum humanum, no alcanzan
al integrum del hombre, o lo dejan fuera del propio campo visivo" (Juan Pablo II, "Catequesis
Semanal" del 2 de enero de 1980, en L'Osservatore Romano, 6 de enero de 1980,3, n.3).
10.En la medida que le sea dado.
11.Oficio que cumple la Iglesia de enseñar participado por el mismo Cristo. Son los llamados
tria munera: enseñar, santificar y gobernar; ejercicio, que lleva a cabo a través de sus
pastores.
12.La Iglesia posee, gracias al Evangelio, la verdad sobre el hombre. Esta se encuentra en una
antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar. La afirmación primordial
de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios, irreductible a una simple parcela
de la naturaleza, o a un elemento anónimo de la ciudad humana (Cf. Discurso inaugural de
Juan Pablo II, III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Puebla, México, 1979).
Definición
El problema de considerar al hombre como persona nos remanda necesariamente a situarnos
dentro de una antropología determinada. De aquí que, como punto de partida, hemos de
preguntarnos ¿qué es el hombre?
Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado o se da sobre sí mismo, diversas e incluso
contradictorias, exaltándose a sí mismo como regla absoluta" o hundiéndose hasta la
desesperación14. No se puede hablar de un estado ni de su personalidad, si antes no se conoce a
fondo cuál es su origen o qué elementos lo componen. La persona humana es, en realidad, un ente
de estructura compleja en donde se tiene que analizar con detenimiento cada uno de sus
componentes para poder comprender la trascendencia de su existencia y de su fin.
Al iniciar su Pontificado el Papa Juan Pablo II hizo la siguiente denuncia15: "Quizás una de las
más vistosas debilidades de la civilización actual está en la inadecuada visión sobre el hombre".
Agrega: "La nuestra es sin duda la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la
época de los humanismos, del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la
época del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos
conculcados como jamás lo fueron antes"; y concluye: "Frente a otros tantos humanismos,
frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o síquica,
la Iglesia tiene el derecho y el deber de proclamar la verdad sobre el hombre, que ella recibió de
su maestro Jesucristo".
Parecería entonces que el problema de la tan grave contradicción descrita por el Papa Juan Pablo
II, tiene su fondo en el hecho de que se ha buscado definir a la persona humana teniendo como
punto de partida realidades inferiores inclusive a lo propiamente humano16. Es desde allí, de donde
se pretende construir una antropología que, como es de entrever, termina develando su
incapacidad para explicar los anhelos más profundos que tiene todo ser humano, como por
ejemplo, su ansia de infinito profundamente marcada en sus actos cognoscitivo y volitivo.
He aquí que, urge, por tanto, la necesidad de definir complexivamente17 al ser humano.
Digamos de una vez por todas que la tesis católica (y judeo-cristiana en general) es que la persona
es fruto de un acto creador de Dios, no es 'producida' por los padres18,
13.Podemos encontrar en esta línea a Nietzsche con su voluntad de poder.
14.Descuella en este enfoque Sartre con su nausea existencial.
15.Juan Pablo II, III Conferencia del Episcopado Latinoamericano, Puebla, México, 1979.
16.Tentativo del humanismo ateo denunciado en la misma conferencia inaugural de Puebla.
17.De complexión: Naturaleza de un organismo vivo en. relación con el desarrollo, estructura y
funcionamiento de su cuerpo, p. e. ser de complexión fuerte. Término acuñado por la medicina.
En nuestra acepción indica articuladamente, indiviso, unido integralmente.
18.El acto generativo de un hombre y una mujer no dan razón de las superioridades que tiene el
ser engendrado por ellos respecto de los seres engendrados de la unión de cualquier pareja
de animales irracionales: no explica que este nuevo ser sea espiritual, inteligente y volitivo.
Por tanto, postula la intervención de un Ser Supremo, que es Dios (Cf. Jomas de Aquino, Suma
Teológica, I,q. 118, aa. 1 - 3; Fabro, C, L 'Anima, EDIVI,. Segni (RM) - Italia, 2005,123-128.
y que es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al
cuerpo en la resurrección final. La doctrina de la Iglesia se resume en cuanto dice el Catecismo.
"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen suya lo creó, hombre y mujer los creó (Gn 1, 27). El
hombre ocupa un lugar único en la creación: está hecho a imagen de Dios; en su propia naturaleza
une el mundo espiritual y el mundo material19; es creado hombre y mujer; Dios lo estableció en
la amistad con Él. De todas las criaturas visibles sólo el hombre es capaz de conocer y amar a su
Creador; es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma; sólo él está llamado
a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta
es la razón fundamental de su dignidad. Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano
tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la
gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro
ser puede dar en su lugar.
El hombre reúne en su pequeñez todo el universo en el cual se encuentra. Es un mundo en
pequeño: microcosmos como decía Demócrito. Por su parte, bajo este mismo enfoque, santo
Tomás de Aquino, llamado Doctor Humanitatis1 precisamente por su singular antropología
abierta a la totalidad de lo humano, y sobre todo por estar inspirada en la revelación divina, ha
sabido apreciar la imagen de los neoplatónicos del hombre como horizonte, un confín en que se
encuentran de modo real y bien trabado los dos niveles del ser, el de la materia y el del espíritu,
con todas sus implicaciones22.
Por tanto, tenemos necesidad de asumir una postura responsable del concepto de persona humana,
ya que de ello se derivan las distintas exigencias de nuestro desempeño en el dinamismo
educativo.
2. Educación y enseñanza
La educación, en parte, es un proceso de ayuda a la adquisición de la madurez personal procurado
a través de múltiples estímulos y en situaciones muy diversas, para facilitar a los hijos el libre
desarrollo de su capacidad a través de la adquisición de conocimientos, hábitos y destrezas,
virtudes y actitudes, que le faciliten el dominio sobre sus propios actos. La educación "responde
al intento de estimular a un sujeto para que vaya perfeccionando su capacidad de dirigir su propia
vida, o, dicho de otro modo, desarrollar su capacidad de hacer efectiva la libertad personal,
participando, con sus características peculiares, en la vida comunitaria"23. Un
19."Et inde est quod anima intellectualis dicitur esse quasi quídam, horizon et confinium
corporeorum et incorporeorum, inquantum est substantia incorpórea, corporis tamenforma"
(Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, II, c. 68, n. 6). Se puede ver también Fabro,
C.,L'Anima..., 94.
20.Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 355- 357. Puede verse al respecto Fuentes, M., Las
Verdades Robadas, Ediciones del Verbo Encarnado, San Rafael (Argentina), 2005, 63 — 68.
21.Juan Pablo II lo honró con el título de Doctor Humanitatis en un discurso a los participantes
en el Congreso Tomista de 1980.
22.TOMÁS DE AQUINO, S. Cont. Gentes, II, 68, n.6c.
23.Víctor García Hoz. Educación personalizada, 4a edición, Edit. Rialp, Madrid, 1981, pág. 16proceso, en definitiva, que permite a cada hijo o alumno formular su proyecto personal de vida y
lo ayuda a fortalecer su voluntad de modo que sea capaz de llevarlo a término, al tiempo que
desarrolla su capacidad de amar.
En el marco de dicho proceso, el educador ha de procurar tener una actitud positiva y proactiva,
diríamos, como en una doble vertiente: aprovechar cuanto de aprovechable haya en la persona,
sacando partido incluso de sus deficiencias, y animar a crecer más que a reprimir. Por poco que
sea lo positivo que exista en una persona, puede ser lo suficiente, si se le ayuda a verlo y se le
anima, para despertar su interés, a que salga de su posible apatía y logre que actúe por sí misma.
Lograr dicha actitud ha de ser una tarea personal de cada uno de los que estamos involucrados en
tan noble tarea. Como bien señalábamos al inicio del presente trabajo, debemos, en todo
momento, sentirnos interpelados por nuestros alumnos, abiertos al aporte significativo que nos
puedan dar con sus experiencias y desde su realidad.
Por tanto, la actitud creativa del educador ha de llevarlo a buscar en el sujeto que educa cuantos
valores tenga, a fin de explotarlos, y a mostrar el sentido positivo de todo, aun de lo que tiene una
mayor apariencia negativa. He aquí precisamente uno de los puntos de inflexión más importantes
del quehacer educativo y tentativo principal del presente trabajo, a saber, poner de relieve la
necesidad de apertura del docente al aprendizaje, es decir, reconocer qué y cómo un educador
puede aprender de este proceso dinámico y perfectivo de enseñanza-aprendizaje.
3. ¿Qué aprende un docente?
A esta altura, me parece que estamos en condiciones de sostener sin más ambages nuestra tesis
inicial, que de alguna manera se cifra en nuestro sugerente título: "porque es dando como se
recibe". Para ello, nos serviremos de dos elementos que conforman la base de este aserto cristiano
y que esbozamos líneas arriba en cursiva, a saber, qué aprende un docente, y cómo aprende.
Qué aprende: feedback perfectivo
El Docente aprende o recibe, entre otras cosas:
Desde el punto de vista intelectual:
• Afianza sus propios conocimientos de la materia que dicta.
• Penetra con mayor agudeza los contenidos en la medida que los despliega.
• Integra el saber del objeto de su materia al saber de otras áreas de la formación humana.
Desde el punto vista moral:
• Como partícipe de una universidad con identidad católica y de inspiración cristiana,
aprende a incluir en su búsqueda la dimensión moral, espiritual y religiosa.
24.Juan Pablo II, Constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, sobre las universidades
católicas, ciudad del Vaticano (Roma -Italia) 1990.
• Adquiere, por lo mismo, un profundo respeto por el alumno, que se deslinda de una
consecuente y sostenida promoción de la persona humana por parte de la Comunidad
Universitaria, fiel a su visión.
• Valora las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona
humana.
Desde el punto de vista sicológico:
• Aprende a reconocer a los demás y, en ese movimiento de apreciación, despierta una
respuesta donde él mismo viene reconocido.
• Aprende a ver la realidad desde ambos lados en una sana interacción.
• Recibe gratitud y estima.
• Inspira confianza en su apertura a la reciprocidad amical.
Desde el punto de vista espiritual:
• Ama y es amado, marca su paso por la vida de sus alumnos para siempre.
• Se alegra y alégrala vida de otros.
• Aprende a ser paciente y lo transmite.
• Trasciende, ya que su ejercicio causal no acaba con las lecciones impartidas, sino que
se perpetúa en las mentes de sus alumnos y en sus decisiones libres.
• Aprende a tomar decisiones justas, es decir, aprende, con la experiencia, a ser prudente,
a elegir siempre el bien mejor.
Desde el punto de vista humano:
• Aprende a exigirse y a ser exigente sin dejar de ser flexible oportunamente.
• Aprende a guardar el valor del compromiso dado y a velar por ello.
• Aprende a esforzarse a pesar de sus fracasos y limitaciones.
Desde el punto de vista de la misma educación (baste con señalar un bien recibido, que, a nuestro
humilde criterio, es el más importante en esta materia):
• Aprende a ver al alumno y a la misma educación como un bien honesto, es decir, como
un fin en sí mismo, con sentido y valor de suyo, lejos de cualquier reduccionismo
utilitario.
Podríamos añadir ciertamente muchos más bienes que, como docentes, aprendemos y recibimos
dentro de los claustros de la UCSP en el ejercicio de nuestro desempeño como formadores de las
futuras generaciones.
Estoy seguro de que cada uno de nosotros podría seguir contribuyendo de la vasta experiencia que
le otorga esta noble misión, pero baste estos cuantos: "como muestra un botón".
Cómo aprende: actitud docente
Una vez asumidas las consideraciones preliminares de nuestro trabajo en orden a lograr una mayor
comprensión de la labor docente en el proceso educativo, creemos que puede entenderse mejor
cuál es el papel del educador frente al alumno. Dicho proceso reclama de nuestra parte una visión
antropológica cristiana. Pretender que el hombre es infalible es absurdo. Una justa mirada a
nuestra existencia no dejará de traernos de cerca la historia de nuestros yerros y aciertos. Basta
pensar en el proceso que sigue cualquier persona desde su nacimiento intrafamiliar: el hombre
viene al mundo como el más desvalido de los vivientes, incapacitado para casi todo durante largos
años; y así como su desarrollo corporal no se produce sin una alimentación proporcionada por
otros, algo parecido ocurre con su inteligencia y demás facultades, cuyas potencialidades se
desarrollan mediante la influencia de los demás, una influencia que —al menos durante los
primeros años— resulta totalmente imprescindible, hasta que logre la madurez personal requerida
para guiarse por sí mismo en la vida, aunque sin cerrarse a una ulterior educación, pues el cultivo
de nuestras facultades humanas persistirá mientras somos viadores: siempre que tengamos un
aliento de vida, podremos seguir aprendiendo.
De allí que, suponer que el alumno que tengo delante es suficiente, es decir, perfecto, es un
contrasentido en tal proceso. Del mismo modo, el creer que uno mismo como educador no tiene
nada que aprender, o sea, nada más que recibir, es un a priori deshonesto y, por tanto, desleal al
mismo sentido de educar, mimetizado en un reduccionismo estático y mezquino.
De lo dicho se infiere que, una visión antropológica cristiana, como la que venimos presentando,
puede ampliar nuestro panorama en la dinámica formativa, en donde el docente no solo espera
cumplir con los objetivos curriculares trazados para su materia, es decir, creer que es él quien está
llamado a "dictar" el curso de un modo hermético, es decir, a dar sin esperar recibir nada de parte
de los alumnos, en una suerte de función mecánica, o estática, donde el alumno es poco valorado,
depreciado, y por ende, el fin mismo de la educación viene reducido a su sentido utilitario.
En otras palabras, debemos sentirnos profundamente cuestionados si no experimentamos esta sana
retroalimentación, es decir, si no recibimos: si no somos enriquecidos en este proceso ¿será
porque no damos lo que tenemos que dar?, ¿o porque no vemos lo que recibimos?, ¿o quizá porque
no hemos abierto aún nuestros ojos suficientemente para ver lo bueno que hay para ser recogido?,
¿o a lo mejor por nuestra falta de reflexión que nos impide ver con claridad la grandeza que
conlleva el ser partícipes de la formación de un ser humano?...
Sea como fuere, debemos caer en la cuenta de que sólo será capaz de aprender a aprender, aquel
que sea capaz de verse a sí mismo como necesitado del otro, como indigente, y como parte de ese
proceso de perfeccionamiento querido por Dios para todo ser humano, en medio de una sociedad
reconciliada en donde todos somos actores libres de nuestra santidad, que no es otra cosa que
llegar a ser lo que Dios ha dispuesto desde sus planes providentes para cada uno. De otra manera,
el cerrarse en sí mismo creyendo en nuestra suficiencia, nos cierra indefectiblemente al
enriquecimiento previsto por Dios, y que está reservado para los que no dejan de buscar la verdad
con sus mentes y corazones, y que alcanzarla y poseerla será don consumado de la postrera
perfección a recibir.
4. Algunas conclusiones prácticas
El centrar la atención sobre la persona25, demandó de nuestra parte una visión integral del hombre,
que como vimos, no puede enfatizarse unitariamente sin que esto lesione su unidad sustancial,
unidad que exige una satisfacción de todas sus potencialidades inherentes y trascendentes sin
desmedro alguno.
Por otro lado, la visión cristiana de la persona nos sitúa de mejor manera delante del individuo
que queremos formar. Éste no es un ser perfecto, más bien su naturaleza ha quedado inclinada al
mal. Este supuesto ontológico-existencial, revela a nuestro propósito, la situación real en que se
encuentra el hombre, y por tanto, qué tipo de educación conviene para ordenar aquellas tendencias
naturales que, por causa del pecado, quedaron dañadas en lo más íntimo de su esencia. De aquí
que la visión católica de la educación, sea la más acertada por cuanto conoce en profundidad al
hombre que debe redimir, elevándolo por la vida de la gracia a una participación cada vez mayor
de la vida divina, conformándolo con el ejemplar "humano" y "divino" por antonomasia,
Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne, el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre26,
camino para el hombre, verdad que ilumina su existir y vida que plenifica sus más íntimos anhelos.
Este itinerario formativo culmina parcialmente en la capacitación del sujeto, que coincide con la
madurez personal de la cual hablamos en el segundo punto, para que éste a su vez pueda, con los
instrumentos adecuados —las virtudes— emprender su autoconducción para alcanzar los fines
últimos de la vida humana, a saber, la beatitud en Dios.
Finalmente, sostenemos que nuestra tarea de educadores consiste en ayudar a formar personas
libres, capaces de asumir las exigencias de la fe y conscientes de su responsabilidad de desarrollar
al máximo sus propias potencialidades. Jóvenes con autonomía y capacidad de iniciativa en su
vida individual, en sus relaciones sociales y en su vida de trabajo. Mujeres y hombres que sean
capaces de decidir su propio proyecto personal de vida, de adherirse libremente a unos valores,
de cumplir sus compromisos y de aceptar la responsabilidad de sus decisiones.
De esta manera, en nuestra calidad de docentes, hemos de estar atentos al don recibido y que
ponemos al servicio de los demás, sabedores de los alcances de las semillas que sembramos y de
la trascendencia que implica la acción educadora, donde no solo impartimos conocimientos fríos
y solitarios, sino más bien
25. Cf. Hurtado Cruchaga, Alberto, La Nobleza de la Persona Humana, en "Revista Mensaje,
Agosto de 1953, 253 - 260 (postumo), original de 1944".
26. Homilía de Juan Pablo II en la misa de la Noche de Navidad, Ciudad del Vaticano, 25 de
diciembre de 2002.
aprehendidos, valorados, vividos, en una palabra, los transmitimos de alguna manera junto con
nosotros, con nuestros juicios y prejuicios, con nuestras experiencias y limitaciones, con nuestros
gustos y disgustos, con nuestro celo o apatía, con nuestro compromiso o indiferencia, con nuestra
desilusión o esperanza, como fuere, cada vez que enseñamos, nos damos en alguna o mucha
medida y tal será la respuesta. Asimismo, por su parte, los alumnos recogerán los contenidos de
nuestra acción junto con todo lo que bebieron de nosotros, y eso será determinante para su
formación no solo cognitiva, sino también de su personalidad, de su carácter, de su moral, y no
menos de su modo de ver el mundo, al mismo hombre y, por consecuencia, a Dios, artífice de toda
la realidad.
Conclusión
Bajo la perspectiva que hemos querido presentar el presente ensayo, vale decir, a partir de una
visión antropológica cristiana, no nos queda sino reconocer y aceptar que cada uno de nosotros
somos un don de Dios para el otro: el esposo para la esposa y viceversa, el hijo para el padre, el
padre para el hijo, el amigo para su par, el individuo para la sociedad, el buen subdito para el
gobernante y viceversa, el profesor para el alumno, el alumno para el profesor, etc. Sólo existe
una manera de cerrar esta armonía circular y recíproca, y esto es por el egoísmo28. En efecto, el
cerrarse a la donación de sí, es cerrarse a su más alta vocación29, es no reconocer que si somos
ricos, lo somos por gracia y no por mérito, que si tenemos mucho, entonces estamos llamados a
dar mucho, y sólo si damos y nos damos mucho, nuestra capacidad de amar será henchida y
colmada por el Dador de dones y Fuente de todo bien, Dios. Porque es dando como se recibe.
Por lo tanto, solamente desde esta perspectiva, a saber, desde la fe que nos alcanza una inteligencia
superior de quién es el destinatario de nuestro quehacer educativo, podremos dar y recibir, recibir
y dar de modo armónico y complementario, conscientes de la grave misión que nos ha sido
encomendada de modo subsidiario por parte de los padres, primeros responsables de la educación
de los hijos, y en última instancia por Dios, primer interesado de nuestra perfección30 y Sumo
Pedagogo que nos invita y atrae al conocimiento pleno de la verdad".
27. Estas dos funciones de intercambio mutuo están profundamente vinculadas en todo elproceso
del «don de sí»: el donar y el aceptar el don se compenetran, de tal manera que el mismo
donar se convierte en aceptar, y el aceptar se transforma en donar (Cf.La Teología del
Cuerpo: El Amor Humano en el. Plan Divino. Catcquesis del 6 defebrero de 1980).
28. Juan Pablo II señala precisamente en la misma catcquesis citada anteriormente, que esa
"apropiación indebida de ese don " marca el inicio de la vergüenza que experimentaron
nuestros primeros padres después de la caída original pecaminosa, vale decir, que es el inicio
de la concupiscencia: buscarse a sí mismo desordenadamente.
29. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición,
porque vuestra vocación mira a. esto: a heredar una bendición (IPe 3, 8-9).
30. Mt 5,48: "Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto ".
31. Jn 8, 31: ''Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis
la verdad y la verdad os hará libres".
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