Polvo y ceniza El viejo Abraham para interceder ante Dios, usa como carta de presentación un título en extremo humano, el de “polvo y ceniza”. Y Dios es “mi Señor, el justo juez”. Quedan así definidos los interlocutores para el diálogo. El acuerdo final: Diez justos. Una gran novedad: La inocencia de una minoría alcanzará el perdón de una inmensa mayoría. Abraham es osado, atrevido en su oración. Es fruto de su fe. Dios no es de igual a igual. Lo hace desde la humildad más ceniza. Reza por pecadores y pecadoras en solidaridad particulares. Su insistencia no tiene medida. Tiene “el corazón insinúa Lutero. Pero su firmeza y decisión son extremas. Su relación con honda: Polvo y y afecto muy agitado”, como El texto de Lucas nos eleva en dignidad y confianza. El trato es de hijas y de hijos. Dios es “Papá”. Su don supera nuestras expectativas: Es el Espíritu Santo. Él nos hace libres y nos coloca definitivamente en manos del Padre. Ya no hay miedos ni temores. No habrá que negociar con el Padre. Simplemente escuchar y confiar. Ya no somos polvo, somos magia. En su aritmética, Abraham llega hasta diez justos. Ahí toca fondo. Es nuestra manera temeraria de contabilizar. Falta alguien que diga que con UNO es suficiente. Es la lectura de Pablo. Jesús será el UNO, el único inocente que podrá expiar, perdonar, sanar todo el pecado de humanidad. La contabilidad de Abraham termina en el Calvario. Cochabamba 25.07.10 jesús e. osorno g. mxy [email protected]