MORDECAI ROSHWALD UN DIÁLOGO ENTRE EL HOMBRE Y DIOS Este artículo se propone estudiar uno de esos pasajes de la Biblia y de la literatura universal (Gm 18, 23-32 que nos capta por su grandeza. Sobresale por su valor en cualquier tiempo y lugar, aun fuera del contexto en el que fue escrito. Es de suma trascendencia para el judaísmo y supone una aportación importante a lo más noble de la civilización occidental. A Dialogue between Man and God. Scottish Journal of Theology, 42/2 (1989), 145-165: El diálogo En medio de la his toria de crimen y castigo de Sodoma y Gomorra, el autor sagrado intercala un diálogo cuyo origen y objeto es la inminente acción destructora de Dios. Este interludio filosófico no 'era necesario en la narración, pero no deja de ser relevante a relación qué se da entre el pecado y el castigo por una parte y la argumentación en sí misma, por otra. Expresa la interacción entre realidad y pensamiento, o acción y reflexión. La inminente realidad motiva un raciocinio que se refiere a una situación concreta, pero que la trasciende y adquiere valor universal: Un diálogo como éste hubiese podido insertarse en la narración del diluvio universal o de la ruina de Judá ante Nabucodonosor, pero ningún sitio tan adecuado como el del castigo de las dos ciudades pecadoras. El diluvio, al abarcar a toda la humanidad hubiese restado valor "humano" a la escena. Borrar del mapa un par de ciudades es algo qué está mucho más al alcance de la compasión humana. En cambio, la caída de Judá, por tratarse de una catástrofe nacional, si hubiera provocado la reacción de un profeta, la argumentación de éste hubiese tenido un carácter menos universal que la de Abraham en defensa de Sodoma y Gomorra. En el diálogo, Dios se representa a sí mismo mientras que Abraham representa lo más noble de la humanidad, ya que en el Génesis éste es quien se somete fielmente a Dios y a la verdad. La narración no: parte de la base de que "todos somos pecadores", como hijos de Adán. Sodoma y Gomorra aparecen como malvadas, mientras que a Abraham el mismo Dios lo reconoce como justo. Es posible que haya otros muchos justos, pero Abraham es elegido para el diálogo que nos ocupa como el prototipo del hombre virtuoso, o sea, del que sabe lo que es la justicia y la practica. Es un justo a carta cabal; no sólo de una forma pasiva o incidental. Es, por ello, apto para argüir con Dios; o, mejor dicho, un hombre como él es quien toma a su cargo salir en defensa de la humanidad y de la justicia. En el conjunto de la narración, el diálogo, basado en el razonamiento y en la nobleza de carácter, contrasta con la rudeza y crueldad de la depravación y de la destrucción. No parece tratarse de un contraste casual sino, más bien, de un intento de poner frente a frente lo más abominable y lo más noble de la humanidad. Esta presentación tiene también una finalidad pedagógica. Al pintar en blanco y negro, sin tonalidades intermedias, la oposición entre el mal y el bien, hace consciente al lector de las dos alternativas contrapuestas por las que puede optar. MORDECAI ROSHWALD La brevedad y el laconismo, tan corrientes en la Biblia, dan mucha más fuerza a este diálogo, que no tiene más que diez versos, una vez Dios ha hecho conocer a Abraham su intención de destruir las ciudades pecadoras. Helos aquí (Gen 18, 23-32): Abordóle Abraham y dijo: ¿Así que vas a borrar el justo con el malvado?. Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad, ¿es que vas a borrarlos y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia?. Dijo Yahaveh: si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad, perdonaré a todo el lugar por amor de aquellos. Replicó Abrahan: ¡mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! . Supón que los cincuenta justos fallen por cinco, ¿destruirías por los cinco a toda la ciudad? Dijo: no la destruiré si encuentro allí a cuarenta y cinco. Insistió todavía: supón que se encuentran allí cuarenta. Respondió: tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta. Insistió: no se enfade mi Señor si le digo: tal vez se encuentren allí treinta. Respondió; no lo haré si encuentro allí a esos treinta. Díjole: ¡cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ¿Y si se hallaren allí veinte? Respondió: tampoco haría destrucción en gracia de los veinte. Insistió: Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: ¿y si se encuentran allí diez? Dijo: tampoco haría destrucción en gracia de los diez. Oposición de Abraham Lo primero que nos llama la atención en este encuentro es la postura de Abraham. No es la de desaparecer ante la divinidad. No dice: "hágase tu voluntad", "tú juzgas mejor". No acepta el veredicto, sino que arguye contra él. Pero su posición tampoco es de orgullo. Abraham es bien consciente de su debilidad cuando reconoce que no es más que "polvo y ceniza". Sin embargo, su insignificancia no se traduce en la renuncia a su preocupación moral. Todo debilidad ante el omnipotente, alza su voz en pro de la justicia. Y lo hace con traza y valentía. Su descaro no es arbitrario ni caprichoso, es la consecuencia de su. compromiso con la humanidad y de su entrañable amor al derecho y la justicia. Sólo su motivación moral justifica su seguridad ante Dios y su insistencia en cuestionar lo que Dios se propone hacer. La dualidad incongruente de la condición humana resalta en todo el episodio. Como los modernos existencialistas, Abraham constata su miseria ante: el orden cósmico, se reconoce pura materia, pero esto no le priva de su capacidad de juicio moral, de su soberanía al afirmar lo que es justo. En este campo, hasta puede discutir, con el mismo Dios. El, mensaje crucial del episodio no está, con todo, en la incongruencia entre la insignificancia física y la supremacía moral, sino en la afirmación de la capacidad moral del hombre y de su derecho y poder para hacer juicios morales no sólo compatibles sino también comparables a los del Todopoderoso. En este aspecto aquella mota de polvo se equipara a Dios. Esta elevación del hombre al nivel divino en la esfera del conocimiento ético no comporta una lucha con Dios. En la Biblia y en la tradición judía no cabe un choque MORDECAI ROSHWALD como el de Prometeo. En el drama de Esquilo. éste encarna la compasión y la entrega a la humanidad en contraposición a la indiferencia y crueldad de Zeus; por eso le desobedece para salvarla. Entre Promoteo, el caritativo; y Zeus, el cruel, no cabe el diálogo Prometeo actúa y Zeus reacciona infligiéndole el más terrible de los castigos. La concepción bíblica presenta a Dios como justo y benévolo al mismo tiempo que omnipotente. Toda acción contraria a su voluntad seria inútil e insensata. Sin embargo, él hecho de considerar a Dios justo y al hombre capaz de conocer el bien y el mal, da la posibilidad de una discusión del hombre con Dios acercó de problemas morales. En este terreno, Dios y el hombre hablan un mismo lenguaje y parten de los mismos principios; de modo que la discusión es posible y llena de sentido. La relación Prometeo-Zeus es la de "Yo y El". La de Dios y Abraham, en frase de Martín Buber, es la de "Yo y Tú". Dios informa a Abraham del inminente castigo de Sodoma, cosa con evidentes connotaciones morales, y éste presenta su alegato al mismo Dios. Conflicto Omnipotencia-bonda d Siendo Dios justo y benévolo, ¿se justifica una discusión acerca de su decisión? ¿Por qué no se fía Abraham del juicio divino? La narración que nos ocupa no ofrece una respuesta directa, pero lleva implícita la explicación. Abraham, por sentido común, da por supuesta la posibilidad de que haya gente honrada en las ciudades pecadoras. Al parecer, no está enteramente seguro de que esta posibilidad no se le haya pasado por alto a Dios o de que le haya dejado indiferente. Dios aparece como un legislador omnipotente y básicamente justo, pero que se puede haber olvidado de un punto de moral que le debe ser recordado: La situación plantea un problema con implicaciones para la teología fundamental que quizás nunca haya sido resuelto satisfactoriamente. Varios pasajes bíblicos y del judaísmo posterior lo han puesto sobre el tapete. David Hume lo formulaba así "¿Dios quiere evitar el mal pero no puede? Entonces, es impotente. ¿Puede pero no quiere? Entonces tiene mala voluntad. ¿Puede y quiere? ¿De dónde, entonces, proviene el mal?". En general, la tradición judía no duda de la omnipotencia de Dios. El judaísmo, sin embargo, es bien consciente de la presencia del mal y de la iniquidad; por ello se pregunta sobre la gestión moral de los asuntos humanos par parte de Dios. En el contexto que nos ocupa, siendo Dios el agente inmediato del cataclismo que se avecina, la cuestión de la responsabilidad divina se agudiza. Abraham, con tanta prudencia como empeño plantea la cuestión: ¿se da Dios plena cuenta del problema?, ¿no va a cometer una injusticia por inadvertencia o desinterés? Hay que añadir que la actitud de Abraham no e s fruto de mera curiosidad filosófica sino que procede de su interés, aquí y ahora por las posibles víctimas inocentes. No actúa como filósofo o teólogo; vela, simplemente, por su hermano. Como no quiere sangre inocente, recuerda a Dios el principio de la justicia: el Juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? La justicia y la compasión no se oponen sino que van juntas. Desde un punto de vista teórico, subsiste el problema de la relación entre el poder divino y el derecho moral que aparece de paso en el forcejeo verbal: Una formulación MORDECAI ROSHWALD bien clara y explícita del mismo nos la da Platón en su diálogo Euthyphro. Sócrates pregunta: "lo primero que yo quisiera saber es si los piadosos o santos son amados de los dioses porque son santos o si ellos son santos porque los dioses los aman". Basta cambiar "justos u honrados" por "piadosos o santos", y Dios por dioses para que el problema de la primacía de la religión o de ética se plantee en toda su crudeza. ¿Lo ajustado a derecho es consecuencia de una actitud arbitraria de Dios o hay un principio de justicia al que Dios deba someterse? Implícitamente, la argumentación de Abraham contesta a esta pregunta dic iendo que el derecho moral precede a la voluntad y acción de Dios. Si no es así, no tendría sentido la advertencia del Patriarca a Dios para que haga lo que es justo. Es evidente que la argumentación de Abraham se basa en el principio: no es justo ejecutar a los honrados junto con los malvados; pero deja entrever otro principio: hacer gracia al pecador-por causa del honrado. Abraham pregunta si Dios no perdonará a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro. Y El responde que sí. ¿Quiere indicar con eso la narración que los justos pueden salvar a los pecadores? Eso no se sigue necesariamente del texto. Podría suponerse que se da una imposibilidad técnica de tener en cuenta la suerte de unos pocos (como sucedería en el caso de un bombardeo atómico). Esta hipótesis es incompatible con la omnipotencia de Dios, pero podría argüirse que se trata de una premisa necesaria para el conjunto del diálogo; ya que si Abraham hubiese supuesto que los justos podían ser sacados de las ciudades, esto es lo que hubiese pedido a Dios. Si se prefiere la hipótesis de que la narración sugiere que un reducido número de justos puede ser causa de salvación para una comunidad pecadora, podría encontrarse justificación para ello en el hecho de que el bien tiene potencialidad para crear y hacer cambiar la naturaleza de la comunidad. Sólo cuando el número de justos es ínfimo, la comunidad deja de tener remedio. Sea lo que sea, lo que viene in recto no es el problema teórico sino la indignación de Abraham ante la posible aniquilación de gentes honradas. Fin del regateo Aunque Abraham se dirige a Dios de una manera directa y en plan de igualdad en cuanto a juicio moral, sin embargo su comportamiento no: deja de ser comedido. Consciente del poder divino, usa tácticas que combinan la prudencia y la astucia con la convicción y la determinación. Expuesto su principio de que no deben pagar justos por pecadores, no lleva el argumento al extremo obvio de que basta un solo justo. Sorprendentemente, parte de un número notable -cincuenta-, para argüir que su destrucción junto con los malvados sería una parodia de justicia. Sólo cuando tiene la aprobación divina empieza un regateo muy parsimonioso y prudente: primero de cinco en cinco y luego de diez en diez; entremezcla su insignificancia- "polvo y ceniza"- y acaba diciendo que aquel será su último regateo, el de los diez últimos. Por un lado, el Patriarca aparece como un digno portavoz en favor del derecho y la justicia, pero por otro nos recuerda la actitud de los compradores y vendedores en cualquier bazar de Oriente Medio. No puede evitar esta dualidad; es fruto de su limitación. MORDECAI ROSHWALD Todo esto da a la narración un aire informal. Nada de gestos heroicos ni provocaciones temerarias al poder. Lo corriente del proceder sirve de contrapunto al problema esencial. La confrontación con Dios carece de elementos grandiosos y aparatosos. Se democratiza la relación entre el hombre y Dios. Abraham muestra cómo un ser humano -polvo y ceniza-, puede enfrentarse con el Todopoderoso, si se trata de cuestiones relativas a la moral y a la justicia. ¿Por qué para, Abraham, de regatear al llegar a diez? ¿Por qué no urge el argumento hasta excluir una sola persona honrada para destruir la ciudad? ¿No es esto una señal de debilidad? ¿Qué intención tendría el autor al establecer deliberadamente esta restricción a la noble y valiente actitud de Abraham? No es fácil responder, pero cabe sugerir algunas explicaciones. La primera es un cierto miedo por parte del Patriarca. Habiendo comenzado por cincuenta justos, ha ido reduciendo el precio, con habilidad y prudencia, hasta diez y, dada su miseria, no le queda valor para llegar a las últimas consecuencias lógicas. Esta cortedad vendría a ser como un comentario a lo limitado de la capacidad humana. Resulta un Abraham más humano, menos heroico, y eso lo convierte en un modelo más fácil de seguir. Otra explicación sería que habiendo reducido el número de cincuenta a diez, Abraham ya habría dejado bastante claro su punto de vista, por lo que podía dejar para Dios o para el lector la tarea de sacar las conclusiones finales. El tacto y el respeto para con Dios pedía no regatear más. Se podría también considerar la actitud de Abraham en el contexto general de la narración: al final, antes de destruir las ciudades, Dios hace salir a Lot y su familia, aparentemente los únicos honrados. Es una decisión del Señor que hubiera quedado en entredicho, como tal decisión, si Abraham hubiera llevado su argumento hasta el final. Lo que pretende la historia es mostrar el nivel de conciencia moral de Abraham, no presentar a Dios como discípulo de éste. Actitud de Dios El diálogo pretende fundamentalmente mostrar la postura moral de Abraham, pero por tratarse de un diálogo y no de un monólogo, Dios tiene también su papel. Es, sin embargo, un papel casi pasivo. A la argumentación de Abraham, apasionada y atrevida, aunque prudente y humilde, el Señor responde, lacónicamente, accediendo a la petición. Esto puede alentar a Abraham, pero tampoco se trata de expresiones abiertamente animadoras y generales como sería "no destruiré al justo junto con el malvado". Esta actitud, más bien reticente, tiene su función: mantiene en vilo la escena. Ni Abraham ni el lector saben si Dios está totalmente de acuerdo o pondrá a aquél en su sitio a la pregunta siguiente. El suspense se mantiene y aumenta: la exigencia de moralidad rivaliza con el ser polvo y ceniza, sin que se prevea qué suerte correrá el hombre que personifica dicha dualidad. ¿Aceptará Dios su pretensión de argüir con El en plan de igualdad o le reducirá a polvo y ceniza? Dejando aparte la función literaria dé esta reticencia divina, la paciencia del Señor atestigua su tolerancia para con los juicios humanos acerca de problemas morales. Mientras que los jueces, en los tribunales humanos, suelen adoptar una postura autoritaria y rarísimamente aceptarían que alguien les recordase su deber de actuar en MORDECAI ROSHWALD justicia, aquí Dios no reprende a Abraham y permite que la discusión continúe. El hecho de que Dios no aliente explícitamente a Abraham, se diría que tiene una razón de ser moral. Lo contrario habría hecho demasiado fácil su tarea y le hubiera privado de la oportunidad de presentar su posición moral. Dios, en la narración, desea mostrar que la iniciativa humana en pro de la justicia puede y debe ser mantenida. No se trata de una iniciativa alocada sino bien pensada y defendida persistentemente, aun cuando la respuesta divina resulte enigmática. Abraham aparece como portavoz del derecho y hace su papel hasta el final. Cuando en el v.17, antes del diálogo, Dios se pregunta "¿Ocultaré a Abraham lo que voy a hacer?", no se trata sólo de una cuestión de información. Con ésta lo que pretende es poner a prueba la estatura moral del Patriarca. ¿Es un ser despreciable o es un hombre comprometido con el derecho y que vibra de compasión? Para comprobarlo, Dios tiene que presentarse como impasible en el diálogo. Implicaciones políticas El diálogo que nos ocupa tiene también sus implicaciones políticas. Una de ellas es la relación que hay entre el Poder y el Derecho. ¿El Derecho está basado en principios independientes del Poder? ¿Está esté sujeto a aquél? El toque de atención de Abraham al Todopoderoso sobre su responsabilidad moral, nos está diciendo que el Poder no es garantía del Derecho. Lo deseable es que el Poder actúe de acuerdo con los dictados del Derecho. Si lo dicho vale para Dios, a fortiori para las instituciones humanas. El rey no puede considerarse a sí mismo como fuente de justicia. La supremacía de la ley moral en el marco de las instituciones políticas ha sido puesta de manifiesto por muchas escuelas y filósofos. El conjunto de la Biblia y, en concreto, las implicaciones de este diálogo defienden esta postura con la fuerza típica de las convicciones sencillas y ardientes: Otra lección política es la de la tolerancia. Abraham se atreve a recordar a Dios sus deberes y Este ni le corrige ni le castiga; antes al contrario, le escucha pacientemente: Y quien procede así no es un cualquiera, sino Abraham, el venerado, el padre en la fe del pueblo escogido. No hay duda que el autor bíblico apoya su toma de posición. De éste episodio podría deducirse el derecho a la libre expresión. Si un hombre honrado puede poner en duda; en voz alta, la rectitud de la conducta divina, a fortiori los hombres tendrán derecho a hacer otro tanto respecto de las autoridades terrenas. Y si Dios tiene paciencia, mucho más debe tolerar la crítica el soberano humano. La forma de gobierno totalitaria que proscribe cualquier opinión independiente es claramente incompatible con el: espíritu de este diálogo. Además de la libertad de ideas, esta tolerancia connota el respeto por la dignidad de quien expone sus propias opiniones. El hombre aparece no sólo corno sometido al gobierno divino sino como participante en la promulgación del derecho. Paralelamente, los súbditos no son sólo receptores pasivos y ejecutores de las órdenes del Estado, sin a ciudadanos que participan en el proceso político. La Biblia se anticipa así alas ideas de la filosofía política del s. XVIII y a su posterior puesta en práctica. MORDECAI ROSHWALD Con todo, la tolerancia de la Biblia y en particular de nuestro diálogo no coincide con las ideas modernas sobre tolerancia. Aquella no acepta la relativización de los valores. Una acción o es buena o es mala, y corresponde a los hombres, al soberano o al mismo Dios obrar el bien y oponerse al mal. La libertad de expresión sirve precisamente para esto. Su frivolización, como en el caso de la pornografía, no tiene nada que ver con el punto de vista de Abraham. En el campo de las instituciones políticas, cabe concluir que la oposición parlamentaria debe ser leal no en razón del gobernante o del Estado, sino del principio del Derecho, que está por encima del gobierno y del país y aun del mismo Diosa El compromiso moral se eleva así en tal grado -sobre los deberes políticos que sobrepasa la práctica ordinaria de los regímenes democráticos de nuestros días. El pueblo de Israel El diálogo tiene alcance universal pero entraña también un mensaje para los judíos y el judaísmo. A continuación del v. 17 que hemos citado, después de prever que el pueblo de Abraham será una nación grande y poderosa (v. 18), se añade: "Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yaliveh, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahveh a Abraham lo que le tiene apalabrado". (v.19). En el contexto del diálogo que nos ocupa, parece que aquí, de la misma manera que Abraham espera que Dios ponga su poder al servicio del derecho; también Dios confía que los descendientes de Abraham empleen su poder "practicando la justicia y el derecho". La idea básica de este pasaje es que la máxima justificación de la creación de una nación a partir de la descendencia de Abraham se halla en la anticipación de su buena conducta. Su futura grandeza y poder no tienen objeto en sí mismo sino como medios para alcanzar un objetivo ético-social. En realidad, el texto hebreo viene a decir más exactamente que la finalidad de Dios al reconocer a Abraham es la de establecer una nación justa. Estaría en línea con el pensamiento del moderno ensayista Ahad Ha'am que veía en la idea de la justicia la verdadera alma del Judaísmo. El hecho de haberse convertido en pueblo elegido no da, sin embargo, a los descendientes de Abraham ningún derecho a dominar y explotar otras naciones. No cabe explotar y someter y, al mismo tiempo, hacer justicia. La finalidad y el sentido de la elección es practicar la justicia y el derecho, de la misma manera que el significado de la idea de Dios para el Judaísmo es el de unir el poder con el derecho. El nacionalismo de este pasaje tiene, también, implicaciones universales claras. No sólo porque el trato justo es un principio universal de la ética, sino porque, más específicamente, se da por supuesto que el comportamiento de Israel tendrá repercusiones y aun será imitado por otras naciones. La idea, frecuente en el A.T. y en el Judaísmo posterior, aparece reflejada en la frase "se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra" (v. 18), en la que queda subrayado el aspecto universal. MORDECAI ROSHWALD Validez universal Aunque el pasaje estudiado está expresado en los términos. religiosos propios de la biblia, no deja de tener interés también para el agnóstico y el ateo, ya que la primacía de los principios éticos sobre el poder, patente en este texto, aparece como algo noble independientemente de las posturas metafísicas personales. Se trata de un enunciado que no es evidente por sí mismo ni para el creyente ni para el escéptico, pero que es instructivo para ambos. Dada la tendencia a relegar la Biblia a los círculos de la sinagoga o de la iglesia, este punto no debe ser pasado por alto. Hace ver la capacidad del texto bíblico para instruir a aquellas personas que buscan la verdad y el derecho aunque no acepten las premisas de la fe religiosa. No hace falta que admitan las sagradas escrituras como reveladas o inspiradas. Las pueden mirar como depositarias de un profundo talento moral y de una celosa búsqueda del derecho que pueden estimular e instruir a gentes de distintas creencias o increencias y en diversos lugares y tiempos, también en nuestros tiempos progresistas y liberados. El mensaje del pasaje es tanto individual como colectivo. No caben distintas morales para los individuos y los pueblos. Lo que vale para Abraham, vale también para la poderosa nación que formarán sus descendientes. En este sentido,derecho y justicia son únicos e indivisibles. En la Biblia son frecuentes los castigos colectivos como consecuencia de la iniquidad nacional, pero no se admite la idea y la práctica de que el interés público justifica un comportamiento o una política inmorales. La conducta honesta es soberana. El principio salus populi suprema lex esto, que ha servido, de excusa para todo, desde la muerte de Sócrates hasta el affaire Dreyfus, no tiene cabida. Es el derecho; lo moralmente correcto, lo que debe dictar las leyes y controlar las actuaciones tanto de las naciones como de los individuos. La relación entre lo individual y lo colectivo queda reforzada por el hecho de que la presencia de un puñado de. hombres honrados obsta para el: castigo colectivo de las ciudades pecadoras. Abrahan demanda un derecho, que es absoluto, indivisible y universalmente válido, del "Juez de toda la tierra". Se le proclama de esta manera como ideal y principio directivo de las relaciones humanas y de todas sus manifestaciones. Del mismo modo que la moral individual es igual que la colectiva, la ética nacional debe ser idéntica que la universal. No puede darse un derecho para Israel que no lo sea también para el resto del mundo. El derecho es único, aunque no lo respeten de la misma manera todas las naciones. No puede chocar el interés nacional con el universal, como se supone a menudo. Al obrar justamente en bien de la causa nacional, automáticamente se colabora al derecho universal. Por tanto, ser un pueblo escogido, en el sentido de consagrado a la justicia, lejos de originar conflictos con otras naciones, constituye un aporte a la justicia universal, una mejora de la condición humana. Eso se consigue, no sólo por las realizaciones del pueblo escogido sino por el papel de catalizador para con otras naciones que pueden seguir su ejemplo. MORDECAI ROSHWALD El bien individual hecho en casa contribuye al bien del país y lo que hacen las naciones mejora a la humanidad. Practicar el bien y la justicia, que es el lema del credo moral de Abraham, ha de ser la norma para el individuo, Israel y la humanidad. La justicia que esperamos de Dios, ha de ser el criterio de conducta para la humanidad, considerada tanto en particular como en general: Tradujo y condensó: JOSEP MESSA