RELATIVISMO Y DERECHOS HUMANOS ¿Puede la postura

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RELATIVISMO Y DERECHOS HUMANOS
¿Puede la postura relativista dar un fundamento a los derechos humanos? Pienso
que no por las siguientes consideraciones:
a) Porque en primer lugar este enfoque supone la disolución absoluta de todas
las convicciones y certezas ya que su consigna básica es que todo es relativo,
que todo depende de la óptica o situación del sujeto que percibe, conoce y
actúa en una situación dada. Conviene aclarar que por relativismo nos
referimos tanto al gnoseológico - que entiende que la verdad objetiva es
inaccesible al individuo, por lo que siempre habrá que manejarse con
verdades subjetivas – como al relativismo ético que considera al bien como
una noción subjetiva, fruto de las influencias culturales, sociales y
personales de cada sujeto. En definitiva no cabe para los relativistas hablar
de verdad en sí o de bien en sí, sino de verdad y bien en mí.
b) Si se acepta lo anterior, entonces el relativismo no puede dar una respuesta
única y universal a qué debe entenderse por derecho y por ser humano.
c) Si lo anterior se acepta como válido, la declaración de los derechos humanos
pasaría a ser una disposición programática que no tendría fuerza
obligatoria más que en la conciencia de aquellas personas y países que estén
dispuestas a reconocerla, aceptarla y cumplirla.
d) En definitiva, admitidas las tres premisas anteriores, no queda lugar para
encontrar un fundamento, una base sólida, un parámetro de medición
universal para ponernos de acuerdo en torno a nociones claves como son las
de derecho, justicia y persona. Sólo se podrá recurrir a opiniones, a
decisiones que amparadas en lo que la mayoría de turno pueda entender,
definirá lo que circunstancialmente es derecho, justicia o persona.
Si este fuera el caso, convendría al menos no olvidarse de la historia. Y la historia
nos muestra con frecuencia que las mayorías se equivocan, que muchas veces
actúan y reaccionan según la manipulación de minorías y que decidir cuestiones en
las que está en juego el derecho, la justicia o la persona humana, puede ser tan
peligroso como jugar a la ruleta rusa.
Reconocemos que hay temas y tópicos en los que la demostración no se impone
necesariamente, que hay saberes en donde reina la opinión. En un amplio campo
de tópicos, la tolerancia y transigencia debería reinar. Pero debemos reconocer
también que hay opiniones y opiniones; las del vulgo o mayoría que pueden ser el
resultado de sus emociones o aspiraciones coyunturales, y las opiniones de los más
especializados, conspicuos o más entendidos del tema en cuestión. Estas pueden ser
más difíciles de aceptar, pero al igual que ciertas verdades que a veces molestan,
no deben dejar de ser reconocidas como plausibles, esto es, que merecen un mayor
grado de probabilidad y de aplauso por provenir de quienes provienen, aunque
incomoden…
Esto el relativismo no lo acepta. Como tampoco acepta que haya una ley ética
natural universal cognoscible por parte de todos los hombres. No acepta que
opinar sobre esto corresponde primordialmente a los juristas, moralistas y
expertos en ciencia política.
Y menos que menos va a aceptar que el fundamento del derecho es que el hombre
es persona.
En palabras de Javier Hervada, el fundamento es aquello en cuya virtud un sujeto
puede ser titular de derechos y obligaciones (1). Ese fundamento el relativismo no
lo tiene, por carecer de una noción clara de qué debe entenderse por persona. Para
algunos, persona será el ser humano que nace viable y vive 24 horas naturales,
para otros el concepto de viabilidad es anterior al nacimiento pero no tanto como
para iniciarlo en el momento de la concepción, (sólo habría “vida potencial”), para
otros persona será aquella que la ley reconozca como tal, etc. Con tanta confusión
acerca de esta noción, es lógico que los fundamentos se tambaleen.
Una manera de aunar criterios sería la de tomar los artículos de la Norma
Fundamental que hacen referencia al tema, en especial el 7, 8, 72 y 332 y agregar lo
establecido por el Pacto de San José de Costa Rica, que fue ratificado por nuestro
país hace ya años y que por lo tanto forma parte de nuestra legislación mientras no
sea denunciado.
En dicho Convenio el artículo 1 establece:
1. Los Estados partes en esta Convención se comprometen a respetar los derechos
y libertades reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda
persona que esté sujeta a su jurisdicción, sin discriminación alguna por motivos de
raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole,
origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición
social.
2. Para los efectos de esta Convención, persona es todo ser humano.
El art. 4 por su parte establece:
Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho estará protegido
por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser
privado de la vida arbitrariamente.
La Constitución por su lado establece:
Artículo 7º.- Los habitantes de la República tienen derecho a ser protegidos en el
goce de su vida, honor, libertad, seguridad, trabajo y propiedad. Nadie puede ser
privado de estos derechos sino conforme a las leyes que se establecieren por
razones de interés general.
Artículo 8º.- Todas las personas son iguales ante la ley, no reconociéndose otra
distinción entre ellas sino la de los talentos o las virtudes.
Artículo 72.- La enumeración de derechos, deberes y garantías hecha por la
Constitución, no excluye los otros que son inherentes a la personalidad humana o se
derivan de la forma republicana de gobierno.
Artículo 332.- Los preceptos de la presente Constitución que reconocen derechos a
los individuos, así como los que atribuyen facultades e imponen deberes a las
autoridades públicas, no dejarán de aplicarse por falta de la reglamentación
respectiva, sino que ésta será suplida, recurriendo a los fundamentos de leyes
análogas, a los principios generales de derecho y a las doctrinas generalmente
admitidas.
Una correcta interpretación y armonización de estas normas debería llevarnos a
una clara conclusión: sostener que persona es todo ser humano y que se es
persona desde el instante de la concepción. Por ello se desprende que el
fundamento de los derechos humanos es la condición de ser un individuo de la
especie humana, persona, ser único e irrepetible, dotado de una dignidad propia
e intransferible que comienza en la concepción y se actualizará, se proyectará de
ahí en adelante hasta el momento que su vida se termine. Se puede dar un paso
aún más y sostener que hay algo de esa dignidad que perdura aún después de
fallecida la persona; los recuerdos, las fotografías que la representan, los
nombres que muchas veces designan calles o plazas públicas, los actos que cada
tanto rinden homenaje a los difuntos son un reflejo de concebir y sentir a la
persona como dotada de una dignidad que trasciende el instante de su muerte.
Esta interpretación se desprende por una sensata aplicación de la lógica y del
sentido común, sin necesidad de otras complejas elucubraciones. La unicidad e
irrepetibilidad de la persona humana se capta por mera sensatez.
Pero si no hay acuerdo en lo que significa ser persona, o ser humano, o qué es la
justicia, entonces las cosas se enturbian. Si por ejemplo la justicia se entiende
como sinónimo de venganza, o de justicia sólo para el interesado en hacerla a su
leal saber y entender, se puede caer en subjetivismos muy peligrosos. Muy
distinto es postular – como lo hace Hervada – que “…la justicia sigue al derecho,
no lo antecede, es posterior a él, en el sentido de que obra según el derecho
existente. (…) Si la justicia es la virtud de dar a cada uno lo suyo, su derecho, para
que pueda actuar es preciso que exista lo suyo de alguien, su derecho; si no, ¿cómo
dar lo suyo, su derecho?...” (2)
Este es uno de los riesgos del relativismo que afirma “todo es relativo, todo
depende del cristal con que se mire” en vez de intentar salirse de la óptica del
cristal y concentrarse en el objeto en sí observado, en la realidad. Es que algunos
objetos molestan más que otros cuando se les observa o se les intenta interpretar;
entonces en esos casos el relativismo prefiere ignorarlos o jugar con el lenguaje y
designarlos de una forma diferente. Ya lo decía Orwell en “Rebelión en la
granja”: “Es que algunos son más iguales que otros…” Es que antes de Orwell,
Aristóteles ya afirmaba que en derecho hay cosas de suyo indiferentes y hay
cosas que no lo son; hay cosas que son injustas en sí, esto es, que no son
indiferentes para la justicia y para el hombre, para cualquier hombre, por razón
de ser de su propia naturaleza, de su propia capacidad sensitiva, emocional y
racional, todo ello dotado de universalidad. (*)
Sólo un enfoque realista nos permitirá comprender, aceptar y obrar conforme a
estas premisas: a) Los débiles, inocentes e indefensos importan y valen. b) La
dignidad de cualquier persona no es mensurable, cuantificable ni es meramente
externa o exterior. c) Se debe respetar la dignidad de todo ser humano, ya sea
más o menos autónomo, fuerte, sano, libre y sin entrar en consideraciones de tipo
racial, sexual, idiomática, religiosa, política, social, económica o cultural. d) Cada
ser humano, desde que es concebido hasta que muere, es único e irrepetible. e) El
derecho, la justicia y las normas deben estar al servicio de la persona y no al
revés, de la misma manera que la ciencia y la ética deben estar subordinadas al
ser humano (y en lo posible, cada vez más humano) en vez de invertir esa
relación y poner a las personas al servicio de la ciencia, tecnología o de la ética
coyuntural que se pretenda tener.
En conclusión, no tener parámetros universales y objetivos a la hora de
considerar, evaluar y promover nociones tales como la de persona, derecho,
justicia y humanidad es abrir las puertas a la arbitrariedad, al caos y a la ley de
los ojos, oídos, boca y mano propia, que no es otra cosa que aplicar las normas de
la selva y degradar la convivencia humana para reducirla a niveles cada vez más
bestializados. Llegados a ese punto, hasta los animales nos pueden superar…
Como sostiene Rodolfo Barra “(…) concebir la existencia de seres humanos
carentes del atributo de la personalidad o subjetividad jurídica, supondría un grave
retroceso en el ordenamiento jurídico internacional de los derechos humanos…”(3)
No deja de ser irónico y contradictorio que en una época en la que muchos
pretenden reconocer
derechos a ciertos animales como las ballenas,
rinocerontes, tigres, perros, osos pandas o monos en vía de extinción, los
derechos de muchas personas, de seres humanos, sigan cuestionándose y mucho
peor aún, se sigan vulnerando y violando con total indiferencia e impunidad. Da
la impresión que nuestra sociedad tiene algunos cables cruzados: llora y se
preocupa por banalidades mientras trivializa y se ríe de lo que no debería.
Todavía tenemos mucho por hacer…
Montevideo, abril 2012.
Nicolás Etcheverry Estrázulas
Notas: (1) Javier Hervada. ¿Qué es el derecho? Editorial Temis. 2005, Bogotá,
Colombia, pág. 37
(2) Ibid. Pág. 17
(3)
Rodolfo C. Barra. La banalidad del aborto. A propósito del fallo de
la Corte Suprema de Justicia de USA en la causa “Gonzales,
Attorney General, vs. Carhart et al. Estudios Jurídicos en homenaje
al Profesor Mariano R. Brito, pág. 91
(*) En una de sus clases de ética en la Universidad de Boston, al profesor Peter Kreeft un alumno le planteó que
la moral y los valores eran un concepto relativo por lo que él no tenía derecho a imponérselos, a lo que el profesor
respondió: "Bien, voy a aplicar a las clases tus valores, no los míos: como dices que no hay absolutos, y que los
valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi conjunto particular de ideas particulares incluye
algunas particularidades muy especiales, ahora voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas".
Todos quedaron sorprendidos y protestaron de inmediato diciendo que aquello no era justo. Kreeft, continuando
con aquél supuesto, le argumentó: "¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo mi valor o tu valor,
entonces no hay ninguna autoridad común a ti y a mí. Yo no tengo derecho a imponerte mi sentido de la justicia,
pero tampoco tú a mí el tuyo. Sólo si hay un valor universal llamado justicia, que prevalezca sobre nosotros,
puedes apelar a él para juzgar injusto que yo suspenda a todas las alumnas. Pero si no existieran valores
absolutos y objetivos fuera de nosotros, sólo podrías decir que tus valores subjetivos son diferentes de los míos, y
nada más".
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