La culpa es de la vaca: sobre el caso de Petro

Anuncio
Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía
Opiniones sobre este artículo escribanos a:
[email protected]
www.viva.org.co
La culpa es de la vaca: sobre el caso de Petro
Jaime A. Wilches Tinjacá 1
Hugo F. Guerrero Sierra **
Las elecciones del pasado 25 de octubre dejan dos reflexiones poco originales y
novedosas: la primera, este es un país conservador, con caretas de liberalismo
radical; y dos, la izquierda progresista, no es izquierda, ni es progresista, tan sólo
es una imitación de los populismos arbitrarios y egocéntricos de la derecha, en
la que autocrítica y reflexión son palabras que brillan por su ausencia.
Hace dos años se desaprovechó una oportunidad histórica en este país: un
procurador con ínfulas de inquisidor, quiso pasar por encima de la democracia y
destituir a un alcalde que independiente de los porcentajes y lo reñida de la
contienda electoral, había ganado su derecho a gobernar los destinos de una
ciudad tan compleja como Bogotá. Como pocas veces se ha visto, la movilización
popular no se hizo esperar y Gustavo Petro tuvo al frente de su despacho, una
manifestación sin precedentes, en la que fue criticado por los periódicos y
noticieros de siempre por su discurso caudillista, pero en la que había una
esperanza de tener un gobierno sin las raíces y las roscas familiares, propias de
un país en el que es requisito indispensable tener apellido y abolengo para llegar
al poder.
Pasaron los días, y aquellas personas que nos movilizamos en favor de la
democracia y la equidad en el acceso de oportunidades, fuimos asistiendo a una
lamentable transacción política: Juan Manuel Santos, en una más de sus jugadas
de póquer, logró lo que denomina en el adagio popular: matar dos pájaros de un
solo tiro. Santos necesitaba quitarse de encima al Procurador Ordoñez y sus
constantes críticas a cualquier movimiento del gobierno nacional y, también
necesitaba, contrarrestar el efecto Petro y su posible aspiración presidencial en
el 2018. Por esa razón, en el momento en el que la ciudadanía se encontraba
volcada a favor de Petro, Santos decidió citar al mandatario de la capital a una
reunión privada a su despacho, en la que salieron los dos sonrientes, dejando la
sensación en la opinión publica de haber alcanzado un pacto no expreso, pero
sí muy real, de no agresión. Sin embargo, este acuerdo no le resultaría gratis a
la ciudadanía, a cambio del apoyo del ejecutivo nacional a la estabilidad del
mandato del Alcalde de Bogotá, éste último vendió muy barato la ilusión del
posible nacimiento de un movimiento popular.
1
Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Nacional. Docente e Investigador de la
Universidad de La Salle.
**
PhD. en Relaciones Internacionales, Unión Europea y Globalización de la Universidad
Complutense de Madrid. Docente e Investigador de la Universidad de La Salle.
De ahí en adelante, las críticas de Petro al gobierno nacional se redujeron de
manera considerable, y su objetivo de defender los valores del Estado Social de
Derecho, pasaron a una lucha por defender su puesto (igual que lo hizo Ernesto
Samper cuando fue presidente y se vio involucrado en el llamado proceso 8.000).
Así, junto con su círculo de asesores más cercanos, el alcalde se obsesionó por
edificarse una imagen de mártir; y entonces, en busca de ese objetivo,
paradójicamente terminó por reproducir la estrategia que más había criticado de
su opositor más acérrimo, Álvaro Uribe Vélez: convertir todo cuestionamiento en
un complot de mafias al servicio de las oligarquías (en el leguaje de Uribe, civiles
al servicio del terrorismo).
Es absurdo subestimar que dirigentes del talante de Antonio Navarro Wolf y
Carlos Vicente de Roux se marginaran de las banderas que enarbolaban Petro
y su guardia pretoriana. Funcionarios de alto nivel renunciaban, uno de tras de
otro, sin dar mayores explicaciones y con resultados discretos en la gestión;
incluso, periodistas como Mauricio Arroyave, fueron censurados por darle al
programa el Primer Café de Canal Capital, un aire renovador que fuera más allá
de las consignas ideológicas del movimiento progresista.
Por esa razón, es impreciso decir que uno de los perdedores con las elecciones
del pasado 25 de octubre es Gustavo Petro; desde antes ya estaba derrotado, y
a su paso se llevó una expresión ciudadana que confió en él, y que todavía trata
de defenderlo en espacios tan débiles como las redes sociales. Sin embargo, él,
Petro, responde con su tradicional soberbia y poca capacidad autocrítica,
dejando dicho grupo de ciudadanos en el ridículo, y sin mayores opciones de
pasar de los memes a la elaboración de argumentos serios y concretos sobre la
real capacidad de gestión y transformación que mostró esta administración
durante estos cuatro años.
Algunos dicen que Petro gobernó para los sectores menos favorecidos de la
aplicación de las políticas económicas y sociales del neoliberalismo, y no les falta
razón. No obstante, un alcalde no está para gobernar a un solo sector de la
sociedad, pues gústenos o no, también las clases medias y los ricos de la ciudad,
deben ser tenidos en cuenta, porque también contribuyen a movilizar la
economía y cualificar los espacios culturales. El pecado de Petro es hablar de
una ciudad incluyente, excluyendo a los que han sido recelosos a la exclusión.
Su idea absurda de construir barrios en zonas de gente acomodada, sólo era
producto de una provocación. El quid del asunto, no está en poner a vivir a todos
en un mismo lugar, sino en cómo hacer que en el momento en que converjan en
espacios públicos distintos sectores sociales, exista tolerancia. Aún más
complejo, como hacer que el que tiene mucho, le dé un poco más al que no tiene
nada, y que se pueda retratar en el acceso a empleo digno, oportunidades de
educación y un sistema de transporte que le garantice salir y llegar a su casa de
manera segura y tranquila.
Petro ignoró a Clara López, y en su ya predecible terquedad, lanzó a la guerra
electoral una candidata con nulas aspiraciones de competirle a las maquinarias
de los partidos tradicionales. Y no empecemos con excusas, nadie mejor que el
alcalde, sabe que en la política no basta con ser un buen funcionario, sino que
se debe recoger carisma, apoyos de sectores influyentes de la sociedad y
visibilidad mediática para triunfar en la arena electoral. Él lo sabe, y sus triunfos
electorales se los debe a ese trinomio de variables. Al final, el alcalde terminó
haciendo una alianza con Clarita, a quien se le vio en todo momento débil,
forzada y poco creíble, lo cual terminó por empeorar aún más el escenario, pues,
ante la opinión pública, no fue más que la imagen de un intento desesperado de
los funcionarios distritales por no perder el monopolio de los puestos y contratos.
Contrario a lo que muchos piensan, es muy saludable que la izquierda ceda por
estos cuatro años su poder en la capital y recapacite sobre los errores cometidos,
organizando de nuevo el movimiento y evitando que los liderazgos se vuelvan
en insoportables expresiones de populismo victimizador. El elegido alcalde
Peñalosa no tiene la culpa de los errores cometidos, ya veremos si comete el
mismo error de gobernar con y para un solo sector de la sociedad, lo cual él ya
sabe que le costó dos dolorosas derrotas. Las bases están, pero necesitan un
discurso orientador, no alianzas oportunistas en épocas de elecciones.
Algo se debe aprender de la élite bogotana, que después de la torpeza de
Pastrana en el Caguán, le cedió el poder a Uribe por ocho años. El tiempo de la
derrota sirve para reflexionar sobre los errores y para plantear estrategias que
permitan volver a recuperar el espacio perdido, tal y como lo demostró Santos
estos años, muy a pesar de las infantiles e infinitas pataletas del Centro
Democrático. Petro se va, y está a tiempo de reflexionar, pues él y los suyos
deben entender, bajo la sombra de la derrota, que como lo dijo Lord Acton: “El
poder tiende a corromper, pero el poder absoluto, corrompe absolutamente”.
Edición 470 – Semana del 30 de octubre al 5 de noviembre de 2015
Descargar