“Los olvidados”. El sueño de Buñuel

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LOS OLVIDADOS. EL SUEÑO DE BUÑUEL
MATAD EL DESEO
Eduardo Fuembuena
Guionista y realizador
Jorge Fuembuena. Untitled. Gelatino bromuro de plata virada al selenio. 75 x 105 cm. Cortesía del artista
El ambiente es parte de ese México que André Bretón definió como «el surrealismo», concretamente descampados con edificios en construcción/destrucción. Los olvidados (1950) es la película sobre la juventud de los
extrarradios mexicanos. Don Luis Buñuel parte de arquetipos del melodrama para darles la vuelta con ánimo
tranquilo. Pero todo es nervio y sangre, puño en tensión que golpea el sentimiento de compasión hacia los miserables, los lisiados, los marginados, los olvidados pues. La intención está más allá de la denuncia y es pesimista.
Los personajes no son conscientes de su propia marginalidad ni de su crueldad, solo de su hambre física.
Buñuel, no particularmente interesado en las narrativas convencionales, propicia que cada una de sus
películas contenga un sueño como elemento narrativo-didáctico (nunca explicativo). El de Los Olvidados se
coloca en un lugar epicéntrico del filme, pocas escenas después del crimen del joven Julián a manos de El
Jaibo, lumpen, con la complicidad de Pedro, el hijo rechazado a quien su Madre niega el afecto y el sustento.
El sueño de Pedro nace de la ilusión infantil por contrarrestar su doble sentimiento de culpa: culpa de ocultar el asesinato cometido por Jaibo, que representa lo peor de sí mismo, y culpa de complejo edípico. En su
sueño Pedro duerme. Bajo la misteriosa música mira hacia su Madre, en otra cama. El chico se desdobla
frente a una sonora gallina de un blanco inmaculado. La Madre se alza con sonrisa perversa. Bajo la cama
del chico la muerte –Julián– tiene la misma temible risa (los planos están entrecortados como a hachazos).
Pedro contempla a la Madre-mujer que llega casi flotando, (cual súcubo), vestida con un camisón blanco que
le hace parecer una Virgen. Pero en el sueño la culpa de Pedro por desear a su Madre no existe, solo el hambre. Pedro se impone el rol de macho dominante (al ver las manos –fuera de foco– de la Madre) y juntos se
funden en postura maternal. Con un incesante viento se desata la pesadilla. La Madre ofrece a Pedro la
comida que en la realidad le negaba (unas vísceras). Por debajo de la cama emerge una mano y luego el
íncubo de Jaibo, que se hace con la comida sin que la madre intervenga. Cesa el viento y el orden regresa.
En el nivel real Pedro aparta sus manos de los ojos y es consciente de haber soñado. El hambre se encuentra con el deseo no consumado resultando la crueldad (ibérica).
La catástrofe será la muerte de ellos. La vida según el sintagma de predestinación de Barthes que recorre
Los olvidados. La Fatalidad que nos define. Pedro y Jaibo, marcados desde su nacimiento y unidos en el crimen desean a la Madre-amante. Jaibo logrará concretar el deseo subconsciente de Pedro y yacerá con ella,
mientras Pedro aparta una gallina (el deseo no consumado resulta imposible porque es impensable). Cuando
en un esfuerzo por huir Pedro revela el crimen de Julián, Jaibo lo mata para morir. Sin duda subyace un
inquietante deseo homoerótico recíproco. Una gallina pasa sobre el cuerpo de Pedro. El deseo consumado o
no en Los olvidados es muerte.
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