15.04.2008 Sociedad / Edición Impresa En La Argentina, la tasa de desocupación de las jóvenes menores de 29 años es del 20 por ciento. A las mujeres conseguir trabajo les cuesta más Según la Encuesta Permanente de Hogares, la inclusión laboral de la población femenina es la mitad que la masculina. Los jóvenes de ambos sexos tienen tres veces más posibilidades que un adulto de estar en situación de desempleo. Fernanda Nicolini Para las mujeres siempre fue más difícil conseguir trabajo. Pero si además son jóvenes, es doblemente difícil: en los grandes centros urbanos del país, el 20% de la población femenina menor de 29 años no tiene trabajo, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares de 2007. Porcentaje que cae a 6,8 cuando se tiene en cuenta a las mujeres mayores de 30, y a 9,8 puntos entre los hombres menores de 29. De acuerdo con la OIT, los jóvenes de ambos sexos tienen tres veces más posibilidades que un adulto de encontrarse en una situación de desempleo. Por lo que esta dificultad estructural –por falta de experiencia y por las exigencias de formación cada vez más elevadas–, en el caso de las mujeres se combina con los obstáculos propios del género: la maternidad, la falta de opciones para aquellas que quieren compatibilizar la vida familiar con la laboral y los estereotipos que dictan que ciertos puestos deben ser ocupados sólo por hombres, entre otras variables. “En un principio, las mujeres jóvenes deberían tener mayores posibilidades en el mercado laboral porque se supone que aún no son madres –analiza Nora Goren, miembro de la Coordinación de Equidad de Género e Igualdad de Oportunidades en el Trabajo (Cegiot), dependiente del Ministerio de Trabajo–. Sin embargo, cuando se toma como límite los 29 años, entra un universo muy amplio de mujeres que ya tienen que hacerse cargo de responsabilidades familiares. Y entonces empieza la rueda: como tienen menos disponibilidad horaria tienen menos posibilidades para acceder a la mayoría de trabajos y muchas veces terminan empleadas en la informalidad, subempleadas o sin trabajo.” Una de las regiones con los mayores índices de desocupación femenina juvenil es Gran Rosario, con el 25,7%, frente al 10,8 que afecta a los varones menores de 29 años. Valores similares surgen de los relevos en Gran La Plata (21,2%), Gran Santa Fe (26,9%), Gran Catamarca (22,7%) y Gran Tucumán (22,2%). Sol, de 29 años, es de Rosario. Estudió administración de empresas pero nunca pudo trabajar en algo relacionado con su carrera: a los 25 quedó embarazada, renunció a su trabajo en Telecom, estuvo un año sin trabajar y cuando intentó volver al mercado laboral, empezó su calvario en la búsqueda de un puesto que no la obligara a dejar a su hijo todo el día solo. “En un momento me tomaron en una multinacional en la que pude arreglar menos horas. Pero cuando los de recursos humanos pidieron el ok para contratarme, los directivos de Brasil dijeron que tenía que trabajar nueve horas sí o sí. Y yo no me animé. Al final me las ingenié para poner un negocio de productos para bebés, pero sé que si quisiera trabajar de lo mío no podría: ya estoy fuera del mercado laboral.” No es novedad que las mujeres en etapa fértil suelen ser discriminadas bajo el mito de que una empleada embarazada es más costosa –cuando, en rigor, la Anses se hace cargo de los gastos por maternidad–. Y si bien muchas empresas avanzaron en la igualdad de contratación, todavía no alcanza. Jorge Colina, investigador del Departamento de Economía de la UCA, reconoce que las mujeres aún están lejos de desenvolverse en el mercado laboral con las misma libertad que los hombres. “Más allá de que haya habido cambios culturales, la mujer todavía tiene que cumplir un doble rol: dentro del hogar y fuera de él, por lo que sería interesante implementar trabajos más flexibles, lo que no quiere decir trabajos con menos protección social. En países como Dinamarca, Holanda o Autralia, las tasas de participación en el mercado laboral son similares entre hombres y mujeres porque hay modalidades flexibles”, opina. Goren replica: “El problema de esas acciones es que confirman que las mujeres se tienen que hacer cargo del hogar y de los hijos. Desde el Cegiot, la propuesta es transversalizar las políticas de género: no creemos que haya que hacer acciones específicamente para mujeres sino a partir de un diagnóstico acerca de cuáles son las desigualdades iniciales entre los sexos: si para una mujer la dificultad es ser madre, entonces se deben implementar las guarderías para que el problema deje de serlo”. LOS ESTEREOTIPOS. En algunos ámbitos, las jóvenes no sólo deben enfrentarse a la cadena viciosa de la falta de experiencia, sino también a la idea de que ciertos puestos están reservados para los hombres. Lucía se acaba de recibir de arquitecta y vio la posibilidad de trabajar en un estudio cuando una amiga le comentó que su tía necesitaba empleados para controlar una obra. “Me ofrecí para trabajar pero la tía me dijo que prefería tomar un hombre porque pensaba que yo no iba poder tratar con los gremios. Lo peor es que a ella, como mujer, también se le debe haber complicado al principio de su carrera y sin embargo repitió lo mismo conmigo.” La división sexual del trabajo muchas veces se reproduce en un nivel previo: el de la formación. Así lo cree María José Lubertino, presidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación: “Generación tras generación se transmite qué tipo de carreras o trabajos son femeninos o masculinos. Algo que se refleja en la escuela y en los medios de comunicación. Desde el Inadi estamos trabajando para que las empresas eliminen los estereotipos tanto a la hora de anunciar pedidos de empleo como al momento de contratar”. Miriam, de 29 años y especializada en valuación de obras antiguas, hace cuatro años que tiene problemas para conseguir trabajo: desde que el mercado de antiguedades se deprimió, aplicó a empleos de todo tipo. Casi siempre la llamaban para puestos de telemarketer, administrativa o vendedora, en los que el sueldo no superaba los 1.000 pesos. Cada vez que se presentaba a la entrevista, Miriam tenía que enfrentarse con otro estereotipo: el de la mujer enfundada en tailleur y con la manicure hecha. “Me di cuenta de que a las exigencias profesionales se suman las estéticas: yo, además de que soy lesbiana, no aspiro a la imagen de secretaria ejecutiva de mini y tacos. Y muchas veces me dicen que no me toman porque necesitan un perfil más femenino, como si mi capacidad dependiera de eso.” De ahí que la ansiedad a la hora de enfrentar una entrevista de trabajo sea mucho mayor para las mujeres. Diana Coblier, presidenta de la Fundación Tehuelche y especialista en cuestiones de género, lo confirma: “La mujer se siente que va a ser doblemente evaluada: en sus capacidades y en su aspecto físico. Por lo que a la precarización económica se suma la precarización de su yo, por sentirse expuesta, examinada y con disminución de autoestima”. VULNERABLES. De acuerdo con un informe de la OIT de marzo de 2008, el número de mujeres y hombres mayores de 15 años en el mundo en 2007 era igual: 2.400 millones en cada grupo. Sin embargo, sólo 1.200 millones de mujeres tienen trabajo frente a los 1.800 millones de hombres. A su vez, el reporte indica que las mujeres que tienen empleo suelen desempeñarse en los sectores menos productivos de la economía: por cuenta propia, en puestos sin acceso a la protección social o con falta de continuidad laboral. En América Latina, el 32,7% de las mujeres está empleada en condiciones vulnerables. Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA, el 41,3% de la población femenina de los grandes centros urbanos estuvo sin trabajo más de una vez durante 2007. Lorena, quien acaba de cumplir 30 años, se reconoce dentro de este grupo. “Si busco trabajo, consigo. El tema es que son todos trabajos precarios que antes de recibirme en Letras me bancaba y ahora ya no. Si quiero trabajar de lo mío, no me queda otra que tomar cosas free lance, sin continuidad y mal pagas. Hace rato que estoy buscando un trabajo en relación de dependencia porque la precariedad te vuelve cobarde y te obliga a necesitar estructuras más seguras.” Goren, del Cegiot, concluye: “No es cuestión de decir ‘pobrecitas las mujeres’ ni de pretender que los dos sexos son iguales, sino de implementar medidas equitativas a partir de las diferencias”.