La conciencia posmoderna La forma de pensar que empieza a imponerse en este fin del milenio podría calificarse como 'conciencia posmoderna', de acuerdo con el sentido más extendido de 'posmodernidad'. Este movimiento apareció primero en el mundo del arte -más concretamente en el campo de la arquitectura. Pienso que las características que definen esta nueva forma de pensar están cada día más arraigadas en todos los ámbitos de nuestra sociedad; de criterios del juicio estético han pasado a convertirse en directrices del pensamiento en general. Sus manifestaciones pueden apreciarse en la vida cotidiana, en la moral, en la política e incluso en la ciencia. Tal vez pueda parecer anacrónico hablar hoy de 'posmodernidad' cuando la polémica sobre el tema ha sido prácticamente olvidada, al menos en España. Sin embargo pienso que, aunque olvidada, no ha sido resuelta ni mucho menos superada; por ello creo que algo más se puede decir sobre el tema aunque el término elegido no goce de buena reputación en algunos círculos y, posiblemente, tampoco sea el más apropiado. El texto de referencia obligado para hablar del tema quizás sea el de Habermas, titulado Modernidad contra posmodernidad en la edición de New German Critique de 1981, pero escrito inicialmente para una charla dada en Frankfurt en 1980. Desde entonces artistas, críticos y pensadores han expresado sus pareceres sobre este tema. Habermas define la modernidad como el proyecto de la Ilustración que asume la idea de progreso como su paradigma fundamental. Esta idea de progreso implica el optimismo lógico de la creencia en el desarrollo infinito de la razón y la mejora consiguiente de la vida humana. La modernidad nació integrando el mundo clásico pero superándolo a la vez; por ello la idea de progreso lleva implícita de alguna forma la de evolución superadora, lo cual conduce a la convicción de que lo nuevo es siempre lo mejor y lo último mejor que esto. Una de las expresiones más llamativas del progreso como proyecto cultural de Occidente son las Exposiciones Universales. La primera fue en Francia, en 1769, y trató sobre pintura y escultura; pronto le siguió otra que incluyó los productos de la industria. Hasta mediados del s. XIX no tuvieron carácter internacional; en el s. XX fueron especialmente protagonizadas por los americanos hasta que el ideal de progreso empezó a desilusionar. Andalucía tomó el relevo en 1992. Es de suponer que en el próximo siglo sean en Arabia o en Africa... El mismo criterio de progreso aplicado a la técnica impregnó el mundo del arte, donde se considera que las vanguardias son la última expresión de la modernidad; pero el fenómeno afecta de tal manera la conciencia social que se traduce en la moda como fenómeno cultural entendida en sentido amplio... Si la modernidad consagra lo último como valor cómo podríamos definir lo 'posmoderno'. La mejor forma que encuentro de hacerlo, y por otra parte la más lógica, es la que refiere la 'posmodernidad' a lo que está después de lo último. Los modelos modernos a la hora de concebir la evolución social son historicistas, desde los albores de la modernidad hasta la dialéctica de Hegel y sus epígonos, adobados todos ellos con el evolucionismo biológico; todos nos hacen pensar en un final feliz. No es que el historicismo sea un invento moderno pero la modernidad le añadió una nueva aportación: la idea de progreso, que dio lugar a una especie de historicismo tecnológico que nos hizo creer en ese final feliz. Pues bien, sea porque ese final ya ha llegado, sea porque no puede llegar, sea porque nos hemos cansado de esperarlo parece que el mundo se ha decidido a levantar un nuevo paradigma sociocultural y empezar a vivir al margen de ese final. Para categorizar esa situación, que describiré más adelante, usaré la palabra 'posmodernidad'. La polémica aludida, que Habermas deja servida en su artículo, se centra entre los que defienden el fin de la modernidad y los que opinan que el proyecto moderno aún no está agotado. Mi opinión es que, si bien vivimos inmersos hasta la médula en la modernidad, sobre todo en el ámbito político, económico e industrial, hay toda una serie de síntomas culturales que nos permiten hablar de una nueva 'conciencia posmoderna'. Los síntomas van desde el campo del arte hasta una nueva forma de concebir la racionalidad pasando por nuevos usos sociales... La nueva concepción del arte. En el campo del arte el ámbito donde mejor se ha definido el término es en arquitectura, sobre todo a partir de la Bienal de Venecia de 1980. Charles JENCKS, en su libro el lenguaje de la arquitectura posmoderna, señala una serie de características de la arquitectura posmoderna frente a la moderna, la cual, inspirada en el racionalismo y el pragmatismo condujo al llamado estilo Internacional; la arquitectura moderna se caracterizó por la universalización de los gustos, la consiguiente despersonalización de las construcciones, la falta de integración en los contextos urbanos de las mismas, el empobrecimiento ornamental, la funcionalidad de los edificios y el pragmatismo económico de los constructores que desembocaron en una simplificación cada vez mayor de los materiales y las formas utilizadas. Frente a estas características la arquitectura posmoderna busca una comunicación mayor entre el edificio y su contexto y a la vez con el usuario frente al tecnicismo de la arquitectura moderna. Para lograr esa comunicación entre el contexto físico, la función y el gusto de los usuarios el posmoderno se vuelve ecléctico y comunicativo. En el resto de las artes el problema es mucho más difícil de definir pero también encontramos estas características en los movimientos de postvanguardia. Entre dichas características están el eclecticismo que conduce a la abolición de los límites entre las artes, la utilización de nuevas tecnologías y la búsqueda de nuevos soportes para la expresión artística, un intento de comunicación cada vez mayor con el espectador lleva a que el artista integre o pretenda integrar al espectador en el espectáculo. Y en definitiva un continuado esfuerzo de sustituir los criterios universales por respuestas más subjetivas pero más satisfactorias. Este subjetivismo creciente avalado por el desarrollo de culturas marginales y microculturas encuentra su apoyo en la llamada estética de la recepción que, en el ámbito de la crítica literaria, define la artisticidad en relación con el receptor desligándose de los cánones y criterios universales. Nuevas categorías sociológicas. En el ámbito de la sociología la categorización más ingeniosa que conozco se debe a la admirable intuición de Jean BAUDRILLARD. Hay muchas ideas que quisiera desarrollar pero me limitaré dos: por una parte una descripción de lo que él llama figuras de la transpolítica, como expresiones de la posmodernidad (1) y en segundo lugar presentar la seducción como destino frente a la razón moderna (2). La situación que estamos viviendo actualmente es la consecuencia de la desaparición del sujeto en el sentido que fue proclamado por Descartes como sujeto lógico y después por las teorías políticas contractualistas como sujeto político. ¿Qué es, pues, el individuo actual? No sería más que dato estadístico, parte de la masa que contribuye a elaborar la curva normal. Prueba de ello es que en política no se lucha por ideales sino por sectores del electorado hasta el extremo de que en los partidos no hay diferencias ideológicas... El sujeto en sentido moderno se afirmaba en oposición a los otros, y en relación dialéctica construía las leyes que regirían su destino político; frente a ellas siempre tenía la posibilidad de la violencia y la transgresión de la ley. El individuo de hoy no crea ese consenso, es producto del consenso y su actuación se refleja en esa normalidad estadística de la que hablaba. No es que sea el final del sujeto en sentido apocalíptico, sino que ese ideal de la modernidad, al igual que el de progreso, ya ha sido realizado. Hoy el individuo sigue funcionando, igual que la sociedad sigue progresando, pero es por su propia dinámica y no como respuesta una idea, a un proyecto. Ya no podemos hablar de acción social responsable, sino de acontecimiento, y más exactamente de acontecimiento estadístico (3). El ideal del sujeto era su propia conquista, su liberación; se puede decir que hoy esa liberación está concluida: se ha alcanzado la liberación política, la liberación sexual, la liberación del niño y de la mujer, la liberación de las fuerzas productivas, la liberación del inconsciente, del arte, etc. Después de esto no queda más que una hiperrealización de todo ello; hiperrealización que Baudrillard describe en tres figuras: el obeso, el rehén y el obsceno. Las tres figuras esquematizan un tipo de comportamiento que no es una transgresión de la ley sino una superación de los límites en cuanto desviación de la norma, una anomalía. En la obesidad se traspasa el límite "por un exceso de conformismo que se traduce en una hiperdimensión tan saturada como vacía, donde se ha extraviado la esencia de lo social y la del cuerpo". Ya no hay límite, es como si el cuerpo quisiera engullir el medio. Esta obesidad no sólo afecta a los individuos sino a nuestra cultura entera. La obesidad monstruosa se traduce socialmente en superabundancia vacía, superabundancia de información, de servicios, de bienes; superabundancia vacía, como la del cuerpo obeso que no llega a parir. Curiosamente esta disponibilidad infinita conduce a un estado característico de nuestra cultura: el aburrimiento; pero no me refiero al aburrimiento romántico y melancólico sino a un aburrimiento integral al que se llega por el hecho de poder hacerlo todo; por el hecho de haber recorrido todo el espacio que ocupa un proyecto voluntario; podríamos decir que la de hoy es una acción sin destino. Es la circunstancia de ocuparnos con las cosas sin responsabilizarnos de ellas lo que nos conduce a una abulia como síntoma de nuestra conciencia posmoderna. Lo paradójico es que esa disponibilidad absoluta convive con la falta de proyectos, estado característico de la desilusión que nos lleva a hablar del aburrimiento como síntoma. El rehén es la consecuencia del terror y el terror es la consecuencia de la superación de la violencia. La violencia y la revolución tienen un sentido en el mundo moderno; el terror es más violento que la violencia y, como la obesidad, es una anomalía; anomalía cuya víctima es el rehén, que es resultado de una arbitrariedad absoluta, de un azar anónimo que no responde a un proyecto o a un destino. Esta figura, igual que la anterior, es imagen de un fenómeno social, todos somos rehenes, nuestro destino no está en nuestras manos sino que somos rehenes anónimos de no se sabe qué predestinación trucada o manipulación que no acertamos a descubrir ni mucho menos a controlar. La dialéctica amo-esclavo ha sido sustituida por la de rehén-terrorista; el resultado de esta relación es el chantaje. Estas y otras posibles figuras de la posmodernidad se resumen en lo obsceno, que sería lo más real que lo real, lo más verdadero que lo verdadero. La transposición de los límites lleva a lo obsceno. La escena es el ámbito de todas las representaciones, lo obsceno el ámbito de los ámbitos, pero es también la pérdida de toda referencia, la pérdida del sentido, la transposición del último límite, la dispersión de todos los campos. Lo más sexual que el sexo es lo pornográfico, lo obsceno. Cuando traspasamos todos lo límites aparece la obscenidad como figura social; con la desaparición de la escena ya no hay espectadores ni actores, sino mirones, ya no hay realidad y apariencia, todo es un infinito juego de apariencias, ya no hay valor de uso y valor de cambio, el valor de uso fue una ilusión de la modernidad; hoy sabemos que no hay más que meros y eternos intercambios. Todo está impregnado de todo: de sexo, de política; el arte está en todo, al igual que la ciencia o la economía, el deporte o la dietética, pero siempre bajo la forma general de rendimiento. "Lo hemos transgredido todo, incluso los límites de la escena y de la verdad". El escenario mantiene la ilusión, al desmontar el escenario -en todos los ámbitos, el político, el de la verdad, el de la belleza, el del bien, etc.- ha desaparecido la ilusión y ha sobrevenido la desilusión como característica de nuestra cultura moderna. Al desaparecer la conciencia del límite aparece el consumo desordenado, el placer desordenado y en definitiva el culto a las apariencias como única forma posible de realidad, el juego infinito de las apariencias. El culto al cuerpo y a la imagen, el culto al envoltorio -el valor del regalo se mide por el envoltorio-, el culto a la información, pero entendida como archivo, no como memoria, otra palabra clave que ha perdido su significado. Ya no se puede hacer una valoración de la información porque no hay referencia para ello, lo único que cuenta es la rapidez de los procesos. Esta rapidez vertiginosa con que la información se distribuye afecta a todos los ámbitos de la vida y es lo que ha hecho concebir una estética de la velocidad a Paul Virilio. Es curiosa esta imagen de fin de siglo, ¿si ya no hay destino hacia dónde nos lleva la velocidad? Seguramente a ninguna parte ya que lo que importan son los procesos, no los fines. G. Lipovetsky, que es autor, entre otros libros, de La Era del Vacío describe un nuevo fenómeno que refleja bien esta característica: el 'zapping', que surge gracias a la proliferación de cadenas de televisión y la aparición del mando a distancia; consiste en pasar de una a otra cadena sin ninguna finalidad aparente, por la pura fascinación de las imágenes. Podría decirse que el gusto por lo nuevo ha desembocado en el gusto por lo efímero. Si no hay más que intercambios lo único que importa es la velocidad del mismo (4). En fin, todo vale; pero es entonces cuando se puede decir que nada vale verdaderamente, es la era del sucedáneo, de lo light. Se terminó la era del ser para comenzar la del estar; pertenecemos a una época en que lo importante es estar, estar en las estadísticas; se está a favor o en contra de la legalización de la droga o de la guerra del Golfo, pero no importa por qué. No es pintor quien pinta, sino el que sale en las revistas de arte. Es la esencia de la prensa amarilla -que se extiende cada día más- cuya ocupación, más que en relatar acontecimientos, consiste en contar quién asistió a tal fiesta y quién no. La conciencia posmoderna Esto conduce necesariamente a una forma de pensar. Su principal característica es la de un pensamiento fragmentado y no-fuerte; es decir, un subjetivismo integral. Esta situación ha sido descrita ampliamente por G. Vattimo como 'pensamiento débil'. El debilitamiento del ser conduce necesariamente a un debilitamiento del pensar; como consecuencia de ello se fortalecen las estructuras retóricas del pensar en detrimento de las estructuras lógicas. También Lyotard ha hablado de ello en la condición posmoderna. Según él han desaparecido los metarrelatos, que daban sentido al discurso racional, ha desaparecido la 'escena'; como consecuencia de ello la razón se dispersa en una infinidad de microrrelatos cuya única legitimación posible viene de la misma práctica. Como en todos los relativismos el utilitarismo se convierte en el único criterio. La definición de los distintos microlenguajes se haría desde los usos y juegos lingüísticos. Desaparece la razón en sentido fuerte y comienza el juego de las apariencias. Comienza la era de la seducción; en la seducción no hay verdad ni fundamento, a ella nada le pertenece excepto las apariencias; corresponde a la fascinación por el juego y lo indeterminado. Lo femenino es la figura por excelencia de la seducción -digo lo femenino, no la mujer. El carácter específico de lo femenino es la dispersión de sus zonas erógenas, la polivalencia difusa de todo su cuerpo. La ambigüedad del cuerpo frente a la 'anatomía como destino' de Freud es el eje de la liberación sexual femenina (5). El destino que la razón había definido en todos los campos ha sido sustituido por la seducción; hoy es el único reto y sus huellas pueden encontrarse en los distintos ámbitos de la vida. Cada vez más lo estético es el único criterio, pero es que lo estético no convence, como la razón, seduce... En el campo de la ciencia dura también se ha puesto de manifiesto esta concepción del pensamiento. El desorden que caracteriza el mundo de hoy abarca también la materia física. El universo mecanicista de Newton ha dejado paso a un universo mucho más inestable. Eso ponen de manifiesto los trabajos sobre sistemas en desequilibrio y termodinámicos por los que I. Prigogine recibió el premio Nobel de Química en 1.977. Él viene a decir que cuando un sistema pierde su equilibrio se comporta de forma extraña y de ningún modo sigue un comportamiento mecanicista, de tal manera que un pequeño estímulo puede producir grandes consecuencias y viceversa. El azar entra en circulación. Esto sucede especialmente en los microsistemas y en los macrosistemas. No hay sistemas cerrados, sino que éstos interactúan constantemente; cuando su inestabilidad es mayor es cuando más sensibles se vuelven a las fuerzas interactuantes y al azar, de manera que los resultados pueden ser impredecibles. Pues bien, no soy el único que creo que este modelo científico puede ser trasladado a la ciencia social para explicar los distintos sistemas sociales. Creo que la razón moderna desemboca en la idea de absoluto, ese absoluto que, al modo hegeliano, está al final de todo proceso de desarrollo y que puede ser considerado como Dios, como verdad última, como sociedad civil, etc. Desaparecido el absoluto no queda espacio para la razón, sólo para la sinrazón; por eso cada acontecimiento ya no tiene un sentido y se convierte en un evento puro, sin consecuencias. Es la desaparición del sentido. El sentido es el sinsentido. Esta especie de tipología de la posmodernidad es una generalización, y como todas las generalizaciones es imprecisa y a veces odiosa. Su único mérito consiste en describir una tendencia y, ya de paso, consolar a algún que otro nostálgico de lo Absoluto ya que, por supuesto este relato está escrito desde la razón moderna.