La historia de Amanda

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La historia de Amanda1
Amanda nació cuando mi esposo y yo habíamos perdido la esperanza de tener otro
hijo más. Era nuestro tercer hijo, luego de dos varones hermosos. Nada nos hacía sospechar
que pudiéramos tener problema; después de todo, nuestros dos hijos aprendían rápido y todo
parecía ser “normal”. Amanda siguió siendo un bebé por mucho tiempo. Pensábamos que ella
se estaba tomando tiempo para crecer ante nuestros cuidados, decidimos no tener prisa, no
ajorarla. Todo lo hacía lentamente: gatear, caminar, comer… Hablaba un lenguaje que no
entendíamos y poco a poco nos dimos cuenta de que la manera en que Amanda estaba en el
mundo era diferente. Nuestra familia describía a nuestra hija con expresiones tales como: “al
revés de los cristianos” o “lo que no sabe se lo inventa”… Me di cuenta de sus dificultades
reales cuando ingresó a un centro de cuido, sinceramente yo sabía que ella no estaba
preparada para el reto. Con el pasar de los días lloraba mucho y no podía tranquilizarla. La
veía retraída y a veces confundida. Busqué ayuda. El pediatra decía que todo estaba bien, mi
familia me daba tantos consejos que no sabía qué hacer. Una vecina me dijo que le hiciera un
“despojo”. Una de las asistentes de la señora del cuido que estaba estudiando educación
especial me dijo, tímidamente, que ella no sabía lo que era, pero que algo “no estaba
funcionando bien en la nena”. Amanda lloraba mucho y le costaba seguir instrucciones
sencillas. Decidí buscar ayuda experta.
Contacté a una psicóloga que le hizo una serie de evaluaciones a la nena. Según la
psicóloga, todo estaba bien. Yo sabía que no, que algo pasaba. Fui al Departamento de
Educación y me indicaron que Amanda tenía que ser estudiante del sistema, es decir tenía que
esperar a que cumpliera cinco años y que estuviera en kindergarten. Ya en kindergarten la
maestra o maestro tenían que identificar alguna dificultad para que la refirieran a educación
especial y, de esa forma, le hicieran las pruebas necesarias. Una amiga me sugirió que la
matriculara en Head Start porque ahí había recursos para la detección e intervención
temprana de casos como el de Amanda. Fui a matricularla pero no cualificamos, el ingreso de
familiar sobrepasada los índices establecidos. Me indicaron que iban a colocar el nombre de
mi hija en una lista de espera porque la prioridad eran los niños de familias con menos
recursos que los nuestros. Reuní dinero y busqué a otro profesional y me sugirió una serie de
pruebas más abarcadoras. El costo de la misma era elevado para mi esposo y para mí. Nuestra
familia aportó para poder pagarlas. Las pruebas indicaron dificultades no específicas, mi hija
tenía tres años y había que esperar a que creciera y se le pudieran hacer más pruebas. Me
llamaron del Head Start, Amanda fue admitida.
La admisión suponía su inclusión en un programa especial a nivel preescolar que
contaba con los especialistas que la podían ayudar. En el programa pudieron trabajar con el
retraimiento, la ansiedad y los llantos de Amanda. Sabía que al cumplir los cinco años tenía
que irse del centro, así que comencé la búsqueda de educación especial gratuita para mi hija.
Luego de mucho buscar encontré una escuela – no gratuita- con un programa de educación
especial sensible a las necesidades de los estudiantes. La escuela era privada pero recibía
dinero a través de propuestas y había organizado un currículo que podía atender las
necesidades de mi niña. La mensualidad que tenía que pagar estaba dentro de los límites
económicos que teníamos. Las maestras de ese programa eran una maravilla, la solidez del
programa eran ellas.
Amanda fue escolarizada en el programa de educación especial. Cuando tenía diez
años no sabía contar, ni reconocer las letras del abecedario. Aunque había progresado en
Historia adaptada por Mayra R. Martínez-Plana, PhD de “La educación de Erin” en Discapacidades de
aprendizaje del libro Bases psicopedagógicas de la educación especial: Enseñando en una época de
oportunidades (2003). México: Pearson. La adaptación contiene elementos reales partiendo de la experiencia
educativa en la realidad puertorriqueña.
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muchos aspectos, todavía estaba teniendo dificultades cognitivas. Le tuvieron que hacer más
pruebas, más evaluaciones. Recomendaron terapias más especializadas e intensivas. Las que
hay disponibles son privadas y sumamente costosas. Amanda ya se estaba dando cuenta de
que algo no estaba bien. Mientras otros amiguitos y vecinos leían, ella todavía no podía. Su
autoestima comenzó a bajar mucho y utilizaba excusas para esconderse y evitar a la gente.
Eso me dio terror porque pronto, a los once años, tendría que irse a otra escuela. Había
muchos niños esperando por el espacio de Amanda. No encontré ninguna escuela que tuviera
un buen programa de educación especial.
Tuvimos que tomar la decisión de emigrar y manejar otra situación: la del lenguaje.
Se presentó la oportunidad de una serie de evaluaciones con unos especialistas que hablaban
español. Le hicieron más pruebas. La situación de Amanda hizo que cualificara para un
programa bilingüe de educación especial. El programa era bien estricto, incluía terapias e
intervención continua y mucho estímulo para el aprendizaje. Aprendió a leer y a escribir e
hizo muchos amigos. Actualmente se encuentra motivada y confiada. La ayuda que ha
recibido y las estrategias de aprendizaje específicas la han fortalecido mucho. Ahora tiene
catorce años y quiere un cambio, quiere estar en una corriente regular, especialmente en
Puerto Rico. Tengo mis dudas. Ahora viene otro proceso, una nueva transición, y queremos
apoyarla. Aún no hemos decidido.
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