PÉREZ REVERTE, A. El asedio. Madrid, 2010. Editorial Alfaguara 1. LA CIUDAD INEXPUGNABLE Desde tierra, el conjunto enemigo es inexpugnable. Hasta donde Simón Desfosseux sabe, nadie ha osado decírselo al emperador con esas palabras; pero el término es exacto. La ciudad sólo está unida al continente por un estrecho arrecife de piedra y arena que se extiende casi dos leguas. Los defensores, además, han fortificado diversos puntos de ese paso único, cruzando enfilaciones de diversas baterías y fuertes dispuestos con inteligencia, que además se apoyan en dos lugares bien fortificados: la Puerta de Tierra, guarnecida con ciento cincuenta bocas de fuego, donde empieza la ciudad propiamente dicha, y la Cortadura, situada a medio arrecife y todavía en fase de construcción. Al extremo de todo eso, en la unión del istmo con tierra firme, se encuentra la isla de León, protegida por salinas y canales. A ello hay que sumar los barcos de guerra ingleses y españoles fondeados en la bahía, y las fuerzas sutiles de pequeñas lanchas cañoneras que actúan en playas y caños. Tan formidable despliegue convertiría en suicida cualquier ataque francés por tierra; de modo que los compatriotas de Desfosseux se limitan a una guerra de posiciones a lo largo de la línea, en espera de tiempos mejores o de un vuelco en la situación de la Península. Mientras llega ese momento, la orden es apretar el cerco intensificando los bombardeos sobre objetivos militares y civiles: sistema sobre el que los mandos franceses y el gobierno del rey José albergan pocas ilusiones. La imposibilidad de bloquear el puerto deja abierta a Cádiz su puerta principal, que es el mar. Barcos de diversas banderas van y vienen ante la mirada impotente de los artilleros imperiales, la ciudad sigue comerciando, con los puertos españoles rebeldes y con medio mundo, y se da la triste contradicción de que viven mejor abastecidos los sitiados que los sitiadores. (p. 21)