ARTE Y CULTURA EN EL SIGLO XIX El arte es, desde siempre, un espejo en el que se refleja la sociedad. Cuando se producen profundas transformaciones en ella, necesariamente cambia la forma en que el arte la refleja. Entre los siglos XVIII y XIX diversos acontecimientos como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, la expansión colonial, el capitalismo financiero, los avances técnicos y científicos, el desarrollo de las comunicaciones y los transportes, fueron transformando las estructuras políticas y económicas de Europa, el modo de vida y el pensamiento de las personas. La sociedad se hizo más compleja y diversa y tal diversidad ya no pudo ser expresada artísticamente por un único “estilo de época”. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la historia del arte ya no es sólo la de los maestros de mayor fama y talento de cada época; sino también la de los distintos movimientos y grupos de artistas que se agrupan alrededor de ellos, simultánea y/o sucesivamente. Cada uno con su propia forma estilística y su propio modo de pensar y entender el arte y su relación con la sociedad, desafiando las convenciones del arte oficial y abriendo nuevos horizontes a la pintura y a las demás artes plásticas. Ya desde el siglo XVIII París era la capital artística de Europa, tal como Florencia lo había sido en el S.XV y Roma en el S.XVI y XVII, y es en París que aparecen los primeros movimientos de ruptura de la tradición clásica. Por otra parte, el Arte pierde las funciones sociales que tuvo en el pasado; ya no será la expresión y la herramienta de un poder para exhibir su grandeza, o la representación del esplendor y magnificencia de una fe religiosa. Los encargos del Estado, la Iglesia y otras instituciones se reducen muchísimo. Desde este siglo, el arte comienza a ser un medio para expresar el sentir individual del artista y, de este modo, a través de sus individualidades, reflejar el individualismo creciente en la sociedad y la diversidad de las sociedades modernas. En este proceso, el arte deja de ser exclusivamente un objeto de consumo de las clases privilegiadas y se constituye como una manifestación cultural más, como la música, el teatro o la literatura; sale de los ámbitos aristocráticos para ser accesible a un público más amplio, multiplicándose los canales de difusión a través de museos, galerías de arte, salones y exposiciones nacionales e internacionales, comentarios y publicaciones en diarios y revistas. La unidad cultural que se manifestaba en el “estilo de época” (renacimiento, barroco, etc.) garantizaba la buena relación entre artistas y clientes: lo que el artista creaba coincidía con lo que el cliente esperaba recibir por su dinero. La ruptura con la tradición tiene como consecuencias que, por un lado, se produce un divorcio entre lo que el artista desea expresar en su obra y lo que el gusto del público, siempre más conservador, espera encontrar. Por otra parte, el artista se ha liberado del cliente y/o del mecenas protector que condicionaba su labor, pero al costo de haber perdido la seguridad económica; si su obra sigue los dictados de la Academia y del gusto de los compradores, tendrá éxito; si pretende innovar siguiendo su propias ideas, no podrá vivir de su arte. Ya durante el período Barroco, en el norte de Europa, había surgido el “mercado de arte”. Esto se fue extendiendo por todas las capitales europeas e implica que el artista, si quiere vivir de su trabajo, tiene que vender sus obras una vez realizadas (no las hace por encargo), y para ello es necesario que se haga conocido. La única manera de salir del anonimato durante el siglo XIX era exponiendo en el “Salón Oficial” de la Academia. Si sus obras eran aceptadas, la crítica de arte (nueva profesión aparecida durante el s.XVIII) lo elogiaría, recibiría encargos del gobierno y la burguesía adinerada compraría sus obras. Pero la Academia sólo aceptaba en el Salón aquellas obras que se ajustaban a las rígidas reglas del neoclasicismo oficial que ella misma fijaba (estilo artificial, correcto dibujo, teatral iluminación, imitación de la antigüedad greco-romana, temas totalmente alejados de la realidad de la época...) Hoy, los ganadores de los premios de esos salones han sido olvidados y, en cambio, aquellos artistas rechazados por el Salón, fueron los verdaderos renovadores de las artes plásticas modernas: los Impresionistas y los Postimpresionistas (Cézanne, Van Gogh, Seurat, Gauguin). De ellos parten las principales corrientes pictóricas del siglo XX; sin embargo, muchos vivieron en la pobreza y sólo fueron reconocidos después de su muerte. A partir de mediados del siglo XVIII, la clientela, tanto privada como oficial, comenzó a dar señales de hastío del Barroco y, especialmente, del Rococó. Un retorno a las formas del clasicismo renacentista se extendió por Europa: el "Neoclasicismo". Con este estilo se cierra en la Historia del Arte lo que se denomina: la "tradición clásica", representada por la representación naturalista en pintura y escultura y por los órdenes arquitectónicos; es decir, las formas de representación de la antigüedad greco-romana. Tradición que fue retomada por el Renacimiento en el s. XV, se prolongó durante el Barroco y, finalmente, con el Neoclasicismo hace su última aparición en el arte occidental. Enseñada en las Academias, se constituyó en el arte oficial, impulsado por las monarquías europeas. Las manifestaciones de esta "tradición clásica" perduraron, en pintura y escultura, hasta fines del siglo XIX y, en la arquitectura, hasta los primeros años del siglo XX, aun cuando, ya desde comienzos del s. XIX Los temas dominantes del arte clásico desde el s. XV hasta el XVIII eran los religiosos, escenas bíblicas o de la vida de los santos; los temas de la mitología greco-romana; las narraciones heroicas de la antigua Roma y los temas histórico tomados como alegoría de valores o verdades generales. Estos eran los temas que la Academia aprobaba y aceptaba en sus Salones. También eran tradicionales desde el s.XV, los retratos de personajes de la realeza, la aristocracia, de la Iglesia y de la alta burguesía. Durante el período Barroco habían reaparecido temas como el paisaje, la naturaleza muerta o las escenas de costumbres pero sin restar predominio a los temas clásicos citados. Esto cambia a partir del final del S. XVIII. Los temas tradicionales ya no serán los preferidos; los artistas eligen como tema cualquier cosa que les pase por la imaginación o provoque su interés, desde escenas tomadas de la literatura hasta acontecimientos políticos de la historia reciente. En la segunda mitad del s. XIX, los más innovadores, tendrán como temas predilectos, la realidad cotidiana de la clase media, la dura existencia de los más pobres y la vida bohemia de la noche parisina. El presente desplaza al pasado en el interés de los artistas e, incluso, importa más que la belleza del motivo. Es en la arquitectura donde esta idea se manifiesta con mayor claridad; los arquitectos, con el deseo de diferenciarse de otros colegas, adoptan distintos estilos del pasado para sus obras: griego, egipcio, gótico o renacentista, según el gusto personal o del cliente, o el carácter que quiere darse al edificio. A fines del S. XIX, esta actitud ecléctica llegará a incorporar elementos de diferentes estilos y épocas en un mismo edificio. Paralelamente, la tecnología del hierro, producto de la Revolución Industrial, aplicada a la construcción, impulsa un nuevo tipo de edificio de hierro y cristal, especialmente indicado para pabellones de exposición y estaciones de ferrocarril. En la última década del siglo, los extremos de mal gusto a que condujo el eclecticismo producen la reacción de algunos arquitectos como el belga Victor Horta, que buscan reformular la arquitectura, reconstruyendo la unidad entre la forma y las nuevas tecnologías, creando con sus obras lo que se llamó "Art Nouveau", un estilo que se extendió a la decoración y al diseño de todo tipo de elementos de uso cotidiano, a la gráfica (afiches e ilustraciones de libros) y a la pintura inclusive, prolongándose hasta las primeras décadas del siglo XX. Es también en la segunda mitad del siglo XIX, que aparece un nuevo actor en la historia de la arquitectura: los E.E.U.U. con su creación original, el "rascacielos". En pintura y escultura, mientras las Academias siguen enseñando, promoviendo y premiando en sus Salones, las formas del pasado, otros artistas rompen con la tradición, primero en lo temático y, a partir de la segunda mitad del s. XIX, comienza con el Impresionismo un proceso de cambio en las formas de representar la realidad, abandonando la pretensión de reproducirla fielmente y en detalle. Proceso que, previo paso por la reelaboración producida por unos pocos genios, agrupados por la crítica con el rótulo de "Postimpresionistas", culminará en las primeras décadas del S. XX con el cubismo, el expresionismo o el fauvismos por un lado, o negando toda intención de representación de la realidad con la abstracción, por el otro. Debe tenerse en cuenta cuanto colaboró en este proceso de búsqueda de nuevos rumbos para la pintura, la aparición en este siglo de la fotografía, un medio técnico y preciso de reproducción fiel de la realidad, al alcance de cualquiera, aun sin ninguna habilidad artística.