V DOMINGO DE CUARESMA, 6/4/2014 Ezequiel 37, 12-14; Salmo 129; Romanos 8, 8-11; Juan 11, 1-7.17.20-27.33b-45. El próximo domingo será el de Ramos y se nos ofrecera la lectura de toda la Pasión según Mateo, en este, nos encontramos con la tercera catequesis bautismal tomada del Evangelio de Juan, una catequesis que nos presenta al Dios de la misericordia, de la vida, de la resurrección, y que nos muestra la fe de los primeros cristianos sobre la resurrección de los muertos. Así, la resurrección de Lázaro nos anuncia la resurrección de Jesús, la Pascua, fiesta a la que nos prepara la Cuaresma. Toda religión que se precie de serlo tiene una respuesta ante la muerte y el mal. Los textos de este domingo nos muestran la respuesta desde la fe en Cristo y en el Dios que nos presenta Jesucristo. Hemos visto antes que Dios es el Dios de la Misericordia, el Dios que ante nuestras miserias responde desde el corazón, responde con la vida, en el salmo 129 se une la Misericordia con la Vida, es lo que hemos tenido este año como lema en nuestra Cuaresma: Vive la Misericordia: Dios nos dio la vida, Él es el Creador, ante nuestro pecado, nuestra miseria, Dios responde con el corazón, de Él viene la Misericordia, por ello, tras la muerte, lo que nos espera, lo que esperamos es la Vida, una vida eterna y definitiva, tal y como se nos promete en la profecía de Ezequiel que se lee en este domingo como primera lectura. ¿Cómo es posible esto? Por nuestra participación en el Espíritu, el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación es el Espíritu de Dios, el mismo que hizo posible la Resurrección de Cristo, y el que nos une a Cristo, por eso nosotros podemos, y por tanto debemos, hacer las mismas obras que Cristo, es decir: dar vida. Lo que nos une a Dios no es el poder castigar, condenar ni quitar la vida, sino el poder perdonar, amar y dar vida, dar esperanza. Esto queda patente en el Evangelio que se proclama este domingo. La muerte, como la ceguera del pasado domingo, no son castigos divinos, sino ocasiones que nos llevan a ver la presencia de Dios en nuestra vida. La muerte es la consecuencia lógica de la ausencia de Dios, por ello, se afirma que “si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”; si Dios, Jesús, está con nosotros no hay muerte, la muerte es la consecuencia de quitar a Dios de nuestra vida, de eliminarlo: primero eliminamos a Dios, después a los hombres, queda construida la sociedad de la muerte. Pero la fe nos dice, que aunque haya muerto es posible la vida, una vida que Jesús quiere dejarnos claro no es para el final, sino para ahora mismo, como lo demostrará al resucitar a Lázaro. Este Evangelio es una clara invitación a luchar por la vida, a ir liberando, llamando a los muertos y quitándoles las vendas para que puedan caminar: los seguidores de Jesús no podemos estar dando culto a muertos, ni haciéndo cosas que impidan la libertad. Como Jesús debemos apostar por la vida, y debemos ir liberando a los que son llamados a la vida. Que Él nos bendiga e ilumine para saber vivir la misericordia, para llamar a la vida y para luchar por la libertad.