I. QUIEN ME VE A MI, VE AL PADRE (cfr. Jn. 14, 9) • « Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo » • No obstante, mediante esta « revelación » de Cristo conocemos a Dios, sobre todo en su relación de amor hacia el hombre, ... Es justamente ahí donde «sus perfecciones invisibles» se hacen de modo especial « visibles ». • Tales perfecciones se hacen visibles en Cristo y por Cristo, a través de sus acciones y palabras y, finalmente, mediante su muerte en la cruz y su resurrección. LA PARÁBOLA DEL HIJO PRODIGO • Aquel hijo, que recibe del padre la parte de patrimonio que le corresponde y abandona la casa para malgastarla en un país lejano, «viviendo disolutamente », es en cierto sentido el hombre de todos los tiempos, comenzando por aquél que primeramente perdió la herencia de la gracia y de la justicia original. • Aquel hijo, « cuando hubo gastado todo..., comenzó a sentir necesidad », tanto más cuanto que sobrevino una gran carestía « en el país ». • En este estado de cosas «hubiera querido saciarse» con algo, incluso « con las bellotas que comían los puercos ». • Es entonces cuando toma la decisión: « Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado, contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros ». • Con esta decisión emprende el camino... • El padre del hijo pródigo es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo. Tal fidelidad se expresa en la parábola no sólo con la inmediata prontitud en acogerlo cuando vuelve a casa después de haber malgastado el patrimonio; ... • Leemos en efecto que cuando el padre divisó de lejos al hijo pródigo que volvía a casa, « le salió conmovido al encuentro, le echó los brazos al cuello y lo besó ». • Las palabras dirigidas por el padre al hijo mayor: « Había que hacer fiesta y alegrarse porque este hermano tuyo había muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido hallado » Misericordia revelada en la cruz y en la resurrección • El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo. • Creer en el Hijo crucificado significa « ver al Padre », significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia. • La misericordia en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito es también infinita. Infinita pues e inagotable es la prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. • El es además Padre: con el hombre, llamado por Él a la existencia en el mundo visible, está unido por un vínculo más profundo aún que el de Creador. • Es el amor, que no sólo crea el bien, sino que hace participar en la vida misma de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. • En efecto el que ama desea darse a sí mismo.