Ficha 5: Actitudes de misericordia

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MIRAR COMO JESÚS
FICHA 5: ACTITUDES DE MISERICORDIA
ORACIÓN INICIAL
Señor Jesucristo, Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del
cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y
obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo
llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que
cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si
conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su
omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la
Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para
que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el
error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado
por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la
Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado
entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres proclamar la libertad a los prisioneros y
oprimidos y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives
y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén. (Oración oficial para el Jubileo de la Misericordia)
ENTENDER LA REALIDAD
Ahora vamos a imaginar una situación que seguro que hemos vivido alguna vez
en la acogida. Pensemos en una persona –hombre o mujer, joven o más mayor-, que
lleva viniendo muchos meses a por vales para alimentos y a por ayuda para el alquiler.
Hemos trabajado con él, y parece que ha dado algunos pasos, pero muy despacio.
Sabemos que tiene algún problema de consumo, y que no siempre dice la verdad.
De pronto un día se presenta en el despacho de la acogida y, de malos modos,
nos dice que está harto de Cáritas, de los voluntarios y de los trabajadores. Quiere
marcharse a otra ciudad y empezar de cero, porque está seguro de que así le irá mejor.
No quiere que nadie le controle ni le diga lo que tiene que hacer. Para hacerlo, primero
nos pide y después nos exige dinero. En el equipo nadie reacciona, porque es una
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situación incómoda. Al verlo, se levanta y se va. A los pocos minutos descubrimos que
se ha marchado llevándose algo de dinero que había en la sacristía.
Pocos meses después, mientras estamos atendiendo a una familia en la
acogida, alguien abre la puerta de repente. Para sorpresa de todos, esa persona ha
vuelto.
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Preguntas
¿Has vivido alguna situación parecida, en la que un participante no cumple las
expectativas que se habían puesto en él? ¿Qué ocurrió?
¿Cómo nos hacen sentir esas rupturas de la confianza? ¿Cómo influyen en
nuestra acogida y acompañamiento a ese participante?
En ocasiones también los voluntarios buscamos que los participantes cubran
nuestras necesidades, especialmente las emocionales (por ejemplo, sentirnos
queridos, necesitados o importantes) ¿Te ha ocurrido alguna vez?
¿Hasta dónde piensas que debería llegar el perdón, la comprensión y la
misericordia con los errores y fallos ajenos?
A continuación vemos un vídeo
https://www.youtube.com/watch?v=brP9kEYc4BA (6:53 minutos)
CONTRASTAR CON EL EVANGELIO
EL HIJO PRÓDIGO (Lc 15, 11-32)
Dijo: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la
parte de la hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días
después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su
hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un
hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó
con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos.
Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se
las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre
y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo,
trátame como a uno de tus jornaleros.»
Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vió su padre y,
conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: «Padre,
pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo
a sus siervos: «Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y
unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos
una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y
ha sido hallado». Y comenzaron la fiesta
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ALGUNAS CLAVES
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El mensaje fundamental de la parábola es mostrarnos el amor de Dios: un amor
que es grande, sin esperar nada a cambio, siempre abierto a todos, respetuoso
con las decisiones, que no se ofende cuando el hijo menor le da por muerto y le
pide la herencia… La parábola nos invita a entrar en la casa del Padre: una casa
en la que se respira amor y misericordia. Ni el hijo menor ni el mayor habían
experimentado el actuar misericordioso de Dios.
El Padre nos desconcierta con su actuar; no le corrige, no impone su
autoridad… Le trata como a un hijo; no quiere que sea su esclavo. Esta es la
gran Buena Nueva que Jesús nos trae: vivir con la dignidad de hijos. El Padre
interrumpe la confesión para ahorrarle más humillaciones; su casa está abierta
siempre. Nunca ha dejado de amarle.
El Padre sale a esperarle todos los días, pacientemente. Confía en su hijo
siempre, aunque no sepa si va a volver.
En esta alegría inmensa del reencuentro, Jesús deja trasparentar la gran
tristeza del Padre por la pérdida del hijo. Dios estaba muy triste, y la gente se
da cuenta ahora, viendo el tamaño de la alegría del Padre cuando vuelve a
encontrar al hijo.
Quien vive muy preocupado en observar la ley de Dios, corre el peligro de
alejarse de Dios. Es lo que le pasa al hijo mayor. El hijo menor, a pesar de estar
lejos de casa, parecía conocer al Padre mejor que el hijo mayor, que moraba
con él en la misma casa. El menor tuvo el valor de volver a la casa del Padre,
mientras que el mayor no quiere entrar.
Preguntas
Después de leer la parábola, escribe y comenta los rasgos en la actitud del
padre que podrían servirnos de inspiración en la acogida.
El padre no mira la actitud de su hijo: sólo se fija en que ha vuelto a casa.
¿Nos dice esto algo? ¿Exigimos algo a los participantes por hacerles llegar la
misericordia del Padre?
Volviendo sobre la parábola y sobre el vídeo, ¿quién sería hoy el hijo pródigo?
¿Puedes citar algún caso concreto?
Pensando en ese caso, ¿cómo habría reaccionado el Padre?
¿Hay alguna idea concreta que te gustaría aplicar en la acogida y en el día a
día de tu labor como voluntario de Cáritas?
A CTUAR EN LA COMUNIDAD : H ACIA UNA ANIMACIÓN COMUNITARIA
La parábola del hijo pródigo es muy conocida, pero no siempre se lee con las mismas
claves que hemos visto aquí.
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¿Cómo te gustaría trasladar a toda la comunidad parroquial lo que hemos
descubierto en esta formación?
¿Qué actos concretos crees que se podrían llevar a cabo para mostrar la misericordia
con los más necesitados en tu parroquia o en tu entorno?
ORACIÓN
Ahora vamos a dedicar unos minutos a encomendar al Señor a las personas que ha
puesto a nuestro alrededor, pidiendo especialmente que les conceda Su misericordia.
 En primer lugar nos ponemos en presencia del Señor, con un rato de silencio
(interior y exterior).
 A continuación, recordamos a esas personas por las que queremos pedirle al
Señor; también podemos ser más concretos, y pensar en qué pedimos para
ellos.
 Por último, el que quiera puede realizar la petición en voz alta.
Por….., para que el Señor le ayude a…./ le conceda la gracia de…/
Por nuestro equipo parroquial, para que Jesús nos ayude a…/
El resto pueden responder “Te rogamos, óyenos”, u otra fórmula similar.
Terminamos orando juntos (Salmo 85)
Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida,
que soy un fiel tuyo; salva a tu siervo, que confía en ti.
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Tú eres mi Dios, piedad de mí Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el
alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti;
Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas. No tienes igual entre los dioses, Señor, ni hay obras como las tuyas.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre:
"Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios".
Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad; mantén mi corazón entero en el
temor de tu nombre. Te alabaré de todo corazón, Dios mío; daré gloria a tu nombre
por siempre, por tu gran piedad para conmigo, porque me salvaste del abismo
profundo.
Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí, una banda de insolentes atenta contra
mi vida, sin tenerte en cuenta a ti. Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.
Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava; dame una señal propicia, que la vean
mis adversarios y se avergüencen, porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.
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