El rol del educador Una figura devaluada, a la que hay que volver a colocar en el lugar que realmente merece. por Liana Castello Como todo rol social, el rol de educador ha cambiado con el tiempo. No me atrevería a afirmar que ha evolucionado, no creo posible evolucionar en un contexto social tan complicado como el actual. Tampoco cabría la famosa frase “todo tiempo pasado fue mejor”, pues no es así. Si nos remitimos a la función de educar y sólo a eso, la cosa no ha variado mucho, pero no estamos analizando la tarea en sí del educador, sino su figura, el papel que ejerce en la vida del que es educado. Las formas han variado considerablemente. El modelo de antaño proponía un maestro rígido, con la regla en la mano y un trato distante hacia el alumno; en absoluto, dialoguista, e incluso autoritario. También tuvimos la época del maestro “compinche”, al que se lo tuteaba y se lo llamaba por el nombre, aquél que, a veces, parecía confundirse con un compañerito más. Hoy, la figura del maestro ya no es LA FIGURA, su palabra “no es santa”, precisamente. Estamos cansados de ver, en la televisión, el tristísimo espectáculo de maestros humillados por sus alumnos, los cuales hacen alarde de la falta de respeto, subiendo a Internet los videos con sus “proezas”. Ningún extremo es bueno. Ni la distancia absoluta, ni el amiguismo total. Ni ser una especie de prócer de bronce paradito en el frente del aula, ni la víctima de burlas y humillaciones. El maestro debe ser contenedor y amigable, pero no un compañero de clase, más allá de enseñar, debe establecer las reglas. El niño empieza educándose en el hogar y gran parte de su educación la completa en la escuela. No me refiero meramente a que aprenda a leer, sumar, restar y saber en qué año San Martín cruzó los Andes. En la escuela y con el maestro, también aprende el respeto, los límites, la responsabilidad, entre otras muchas cosas. En los días que corren, existe una laxitud de límites verdaderamente preocupante. Los niños y jóvenes tienden a pedir todo, querer todo, creer que tienen acceso y derecho a todo, y no es así. A los padres les cuesta poner límites, y allí queda instalado el problema, que se extiende hasta el maestro. Los padres, muchas veces, no sabemos encaminar las cosas. Si no se tiene claro hasta dónde puede llegar el niño como hijo, tampoco sabremos hasta dónde debe llegar como alumno. El rol del educador, en este sentido, termina siendo complicado: enseñar, impartir autoridad y conformar no sólo a los alumnos, sino también a los padres. Está todo tan confuso, que, a menudo, los docentes temen colocar una amonestación, una nota baja, impartir una sanción, porque saben que, tarde o temprano, un par de padres pondrá el grito en el cielo. Si descalificamos a los maestros, nuestros hijos jamás los valorarán. Parecería que los educadores están devaluados, que son pasibles de ser cuestionados por cualquier decisión que tomen. La idea del límite o sanción ejerce como función, además de aleccionar, proteger. No se puede vivir, aprender, funcionar sin límites, sin saber hasta dónde es sí y hasta dónde es no. Los chicos exigen límites de una u otra manera, por lo tanto, los padres deben no sólo saber ponerlos, sino, también, permitir que otros (como el colegio) los pongan. Si enviamos nuestros hijos a una determinada institución es porque se supone que adherimos a su ideario, al modelo que propone, acordamos con sus objetivos. Entonces, desde esa elección, tendríamos que confiar en las medidas que se determinan. A mi juicio, habría que rearmar el rol de educador. Todo se ha “entreverado” tanto, que su imagen parecería desdibujada. Démosle, al maestro, el lugar que merece y tan bien se gana con su esfuerzo cotidiano. Un lugar de respeto, de amor, de confianza. En definitiva, estamos dejando en sus manos parte de la educación de aquéllos que más amamos. Permitámosles no sólo enseñar a dividir y multiplicar, sino también a que nuestros hijos se hagan cargo de sus errores, aprendan del fracaso, a salir adelante, a ser personas responsables, respetuosas, buenas, dignas. Una frase decía: “Al maestro con cariño”, yo agregaría y “con respeto”.