Discurso Secretaria de Comisiones República Dominicana - 1 y 2 de diciembre El ciudadano común tiene escasa intervención directa en los temas sujetos a debate en esta reunión. Se trata principalmente de responsabilidades del Estado. La gente percibe, eso sí, que se trata de amenazas muy serias a su seguridad, a la calidad de su vida y al bienestar de sus hijos. El narcotráfico y el lavado de dinero, en gran medida vinculados, son cada vez más un banco de prueba para la capacidad de los Estados de armonizar sus bases jurídicas y sus mecanismos de prevención. Pero un aspecto fundamental en este tema tiene que ver con la ímproba tarea de educar a la sociedad. Por encima de las cuestiones policiales y jurídicas, el narcotráfico es un problema 1 profundamente cultural, que tiene ver básicamente con el control del territorio. Cuando el Estado está ausente, o es ineficiente, o corrupto, o todo eso junto, ese espacio es ocupado por esa especie de estado paralelo estructurado por el crimen organizado. La despiadada voluntad de poder que se expresa a través de la violencia de los criminales, la cadena de complicidades, la conscripción de jóvenes seducidos por el abundante dinero fácil proveniente de la actividad ilegal, son la base de una amenaza que ataca la legitimidad democrática y la organización social sobre bases jurídicas. En el caso del terrorismo, la implicación de los significados políticos y la visión individual de la realidad del mundo son factores que inciden mucho más de lo que creemos en la percepción del problema. También aquí es básica la responsabilidad de la autoridad pública. 2 La primera de estas responsabilidades, es la obligación de establecer con claridad meridiana que la vigencia de la ley y las garantías democráticas son garantías irrenunciables, y que ninguna excepción a la legalidad puede ampararse bajo la coartada de la seguridad. En cuanto a la ley y orden en las ciudades, es evidente que sigue abierta más que nunca la discusión –casi filosófica, como enseña el reciente referendo brasileño, y las descaradas manifestaciones de poder y control territorial del crimen organizado- acerca de cuales deberían ser los límites de los derechos de cada ciudadano a sentirse con autoridad a ser el garante de su propia seguridad. Personalmente, creo más en la tradición jurídica latina, según la cual la seguridad y 3 las estructuras para garantizarlas deben ser monopolio del Estado. El mito del pionero individualista, que hace su propia ley y usa sus propias armas, es un modelo característico de la cultura estadounidense que evidentemente surte efecto y que está ampliamente publicitado por la iconografía de la cultura popular. Sin embargo, sostengo con firmeza que una sociedad auténticamente segura es aquella en la cual los ciudadanos pueden dedicar sus mejores esfuerzos a ejercer sus oficios, a educarse y a educar a sus hijos, a integrarse a la comunidad cumpliendo con la ley y desarrollando la solidaridad social, y mejorando su calidad de vida a través de la cultura y la ampliación del conocimiento. Ese es el modelo apto para nuestros países, fruto de una tradición cultural con perfil propio y mejor cohesionado. En cuanto a la gobernabilidad, su fundamento es obviamente la democracia, y sus enemigos la corrupción, la 4 demagogia populista entendida sólo como mecanismo para la conquista del poder, las ambiciones continuistas y la tentación totalitaria. La historia nos muestra además que la representatividad política muere de asfixia sin presencia auténtica de la gente, el debate permanente, la atención a los motivos de la protesta y la credibilidad de quienes aceptan la responsabilidad de hacer política. La gobernabilidad debe ser el fruto de la permanente participación de la gente en la discusión de la gestión de gobierno. Otra necesidad fundamental del concepto de gobernabilidad es la calidad de la participación de los ciudadanos en la discusión de los presupuestos públicos: concretamente, la gente necesita saber cómo se gasta su dinero, a quién o a qué se destina y para qué. La gobernabilidad también se refuerza con la eliminación del exceso de secreto en el manejo de la cosa pública. 5 El secreto, en todo caso, sólo puede ser un instrumento a favor del bienestar público y no de los intereses eventuales de los grupos gobernantes y sus partidos. La hora de los profetas sociales debe dejar espacio a la sociedad civil y sus organizaciones, que saben mejor que nadie lo que necesitan y qué pueden exigirle al gobierno. Estos son los signos más actuales de la gobernabilidad, ese es el camino de las democracias modernas. Muchas gracias. 6