De la mirada y el espejo: reflexiones sobre la anorexia

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
“De la mirada y el espejo:
reflexiones sobre la anorexia”
Dr. Jaime P. Schust
[email protected]
Asociación Psicoanalítica Argentina
(Se solicita Respuesta)
Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
Los así llamados “trastornos de la conducta alimentaria” suponen, a mi entender,
una interesante apertura. Ella es una serie de interrogantes, aún abiertos en torno a esta
temática. Interrogantes que abarcan un amplio espectro. En él hay una cuestión, nada
menor, de orden nosográfico, esto es, ubicar estas patologías dentro de un contorno
conocido: ¿es una estructura? ¿Neurosis? ¿Estamos en el registro de la psicosis? ¿Está en el
“borde”?.
Planteo esta cuestión para dilucidar una primera localización. Como de la anorexiabulimia me voy a ocupar creo que ya es consenso que cuando hablamos de ello, no estamos
refiriéndonos ni a ciertos síntomas similares en la infancia o en la adultez. Se trata de otro
problema. Problema que es inherente al momento vital llamado adolescencia, donde la
especificidad de lo que ocurre, alcanza en este periodo una exaltación considerable. Para
mencionar algunos: reformulación del vínculo – madre, fantasmática amenazadora de la
presencia de una nueva sexualidad, procesos identificatorios, ansiedad o amenaza de
desorganización frente a ese cuerpo que expresa, a su vez, la sexualidad, la posibilidad de
fecundación, en fin, el abandono del cuerpo infantil.
Y es sobre el tema del cuerpo al cual me referiré aquí. Aquello que, en algunos
manuales está descripto como alteración del esquema corporal y que nosotros preferimos
llamar imagen corporal. Este es otro de los interrogantes postulado más arriba. Interrogante
que alcanza la dimensión de un verdadero “enigma” clínico, sea por severidad, sea por la
presencia de los mecanismos puestos en juego.
Una primera cuestión en torno a los interrogantes que provienen de la clínica y el
problema de la localización es la búsqueda de una definición en términos de estructura. Es
posible adherir a lo que Jeammet define como una “perturbación de encrucijada”,
entiendo esta encrucijada “entre lo somático y lo psíquico, entre lo individual y familiar,
entre lo individual y el grupo social”. Pero entonces cabe el riesgo que la discusión
conceptual se torne una maraña: pues además, por si fuera poco, en lo que este autor define
como grupo social, debemos incluir un fuerte discurso médico, que ha hecho posible un
pasaje del sub-diagnóstico al sobre-diagnóstico y en el contexto cultural existe toda una
parafernalia mediática que transporta, de manera explícita o implícita, un mensaje donde
estas patologías remiten meramente (y subrayo meramente) a una cuestión de índole
estética. Lo cual no quiere decir que éste no sea un reclamo de un cierto contexto. O, como
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dice Freud: “Es notorio que belleza, limpieza y orden ocupan un lugar particular entre los
requisitos de la cultura”. Pero ello es, parcialmente, “harina de otro costal”.
Es decir, desde lo mediático hasta el discurso científico, en el cual aún el
Psicoanálisis podrá estar incluido, opiniones, mensajes y conceptos tratan de dar cuenta,
explicar o aún de dar un marco de racionalidad a esta imagen corporal que “se ha vuelto
loca”.
En ese sentido, nos parece interesante evocar ciertas ideas de Piera Aulagnier en
torno a la historia en la historia de los sucesivos discursos con respecto al cuerpo y las
causas de su sufrir: desde un concepto mítico religioso, donde el desconocimiento objetivo
del interior del cuerpo, entre otras razones porque las disecciones estaban prohibidas,
permitían hacer suponer que en su interioridad existían causas del orden del deseo, del
pecado o de la redención. Porque... diríamos nosotros ¿hay algo más cercano al pecado de
la gula que la conducta bulímica? ¿O hay algo más cercano a la redención y al ascetismo
que la in-apetencia de la anorexia? Es por ello que ponemos en cuestión si siempre
podemos hablar de ideal estético. ¿Por qué no ético? Al fin y al cabo, en un momento.
Freud dice: “Pero Dios es apartado por completo de la sexualidad y enaltecido al ideal de
una perfección ética. Ahora bien, ética es limitación de lo pulsional”
Más adelante, (siempre siguiendo a esta autora) el avance tecnológico-científico
traslada las cosas del alma al centro de las células. Hago aquí una pequeña digresión: ¿no
escuchamos acaso hablar de subida y descenso de la adrenalina y no de emociones? ¿Y qué
de los vínculos que tiene buena o mala “química”?.
Podemos decir entonces que ambos discursos coexisten o luchan en torno a esa
distorsión”. No hay más que escuchar a los médicos clínicos que se ocupan de estos
pacientes. Sus consultorios se tornan un campo de batalla. La balanza tan temida puede
objetivar un aumento de peso, o sea para la paciente una claudicación o transformarse en un
“triunfo” si el aumento se ha obtenido falsamente con una alta ingesta de líquidos
momentos antes de la consulta. Pero la lucha se despliega en dos frentes: la paciente
proclama, con certeza, que está gorda, que tiene “rollitos de grasa” en tanto el examen
clínico delata un cuerpo cuasi escuálido, o el dorso de las manos señalan, a veces, lesiones
provocadas por el esfuerzo en provocar vómitos, o los parámetros radiológicos y
bioquímicos registran signos de osteopenia, alteraciones del medio interno, etc.
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Todo esto parece una escena tragicómica. Y en cierto sentido lo es. Esos parámetros
pueden estar avisando una tragedia. Por ello todo acto médico mesurado y razonable no
puede ser desdeñado. El cuerpo, su contorno y su interior padecimiento son su objeto que,
se confronta con esa otra idea de interioridad que, a su vez, siente otro tipo de amenaza: el
discurso médico.
En torno al tema del riesgo de vida, no quiero dejar de mencionar otra cuestión que
supone no sólo un desafío conceptual, sino que hace al pensar en trono al pronóstico, a
veces casi nefasto, de estos pacientes. Me refiero al tema del suelo pulsional. Y a la libertad
de manejarnos con los aportes teóricos freudianos, que no implican necesariamente
discontinuidad o ruptura, sino complementariedad. Obviamente me estoy refiriendo al
juego dual de las pulsiones de autoconservación y sexuales y/o pulsión de muerte-pulsión
de vida. Las primeras reclaman su lugar, pues si las de autoconservación, apuntalan,
también están al servicio de la nutrición. Afectada a modo tal, casi escandaloso, que su
satisfacción se ve cohartada. “Perturbación del comer”, diría Freud en el Historial del
Hombre de los lobos. Perturbación que ha localizado en la organización oral, ese “campo
de acción recíproca”, como lo denomina en Tres Ensayos, que deja de ser tal, cuando la
represión “invade” la pulsión de nutrición, pues en el decir freudiano “el organismo no ha
conseguido un dominio sobre la excitación sexual”.
En esta línea, mencioné antes el probable pronóstico nefasto de estos pacientes, para
pensar y re-pensar la cuestión de lo pulsional y, por ende, del deseo. Al respecto dice
Jeammet que, si bien la conducta auto-destructora parece ser directa o indirectamente
buscada “es vivida por el adolescente mucho más como un dominio, un medio de
afirmarse, que como lo que ella es realmente, es decir su destrucción y desaparición”. En
ese sentido, hay un párrafo de Green que nos parece contundente, cuando dice: “Es la
procura del no deseo del Otro, de la inexistencia, del no ser; otra forma de acceso a la
inmortalidad. Nunca más inmortal el yo que cuando sostiene no tener ya órganos, no tener
ya cuerpo. Tal el anoréxico que se rehúsa a ser dependiente de sus necesidades corporales
y reduce sus apetitos por una inhibición drástica; que se deja morir, como tan bien lo dice
el lenguaje usual”.
De la maraña mencionada podemos decir que, si bien no podemos destacar un eje
estructural específico, hay ciertas constantes, bajo la forma de conductas sintomáticas,
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factores desencadenantes, secuencia que abarca desde la restricción al “atracón” y la
perentoriedad evacuativa a través de purgas o vómitos, ciertas características del grupo
familiar, etc., que forman una constelación tal que nos permite tomar prestado del discurso
médico el concepto de síndrome. De estas invariables, y retornando a la cuestión de la
estética, la llamada distorsión de la imagen corporal es con mucho, y en diversos grados
una de las constantes más enigmáticas.
Esta llamada “distorsión” constituye una invariante que alcanza diversos grados:
rehusamiento del espejo o la mirada del otro, desfazaje entro su cuerpo “real” objetivable y
un registro imaginario alejado de eso objetivable, etc. pero para esta configuración, cada
cual tiene su historia. Historia de una configuración donde varios vectores son sus
elementos estructurantes. Entre ellos, y éste será nuestro tema, aparece la mirada, o mejor
dicho, las sucesivas miradas del que esa imagen será alternativamente sujeto y objeto.
Pasaré a comentar brevemente una viñeta clínica que, como toda viñeta es parcial.
Sólo nos sirve en este caso para dar cuenta de la temática mencionada antes, dejando
obviamente de lado, otras lecturas. Debo agradecer a la Lic. Mariela Grinberg quien me
aportó este material y con quien hemos elaborado otro trabajo con temática afín y
presentado en otro espacio.
Jimena consulta a sus 14 años, cuando cursaba segundo año del colegio secundario,
siendo la mejor alumna. A la par menciona otras 12 actividades en sus “ratos libres”. En el
momento de la consulta mide 1,57 mts. y pesa 35 kilos. Ocho meses antes había tenido su
menarca y luego de una baja significativa de peso comienza un cuadro amenorreico que,
según la paciente, no es motivo de su preocupación. Inicia su tratamiento en un marco
institucional que dispone de un Programa de Trastornos Alimentarios, el cual organiza un
dispositivo terapéutico consistente en terapia individual, familiar y controle médicoclínicos.
Su madre tiene 47 años, el padre 49 y ambos son profesionales. Cuando Jimena
tenía 2 años, la pareja se separa durante tres meses, lapso en el cual la madre visitaba al
esposo en el hotel donde éste se alojaba. En las entrevistas de admisión, la madre refiere
que cursó sus estudios primarios y secundarios en un colegio como alumna pupila, debido a
que su propia madre, separada a su vez cuando ella tenía 3 años de edad, carecía de
recursos económicos y además padecía diversas dolencias orgánicas con frecuentes
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internaciones. Esto último permanece hasta la actualidad, siendo aún el foco de
preocupación de la madre de la paciente.
Varios meses antes de la consulta, cuando Jimena tenía aún un peso relativamente
correspondiente a su talla, el padre le comenta que la veía “rellenita”. Ese peso era el
mismo que en ese momento tenía su madre. Manifiestamente, a partir de ese comentario,
comienza una conducta alimenticia restrictiva, acompañada de episodios de atracones,
aparentemente sin vómitos autoinducidos y en los cuales ingería grandes cantidades de
galletitas marca “Tentaciones”.
Nace el mismo día que su abuela materna y además en la misma clínica donde ésta
estaba internada a raíz de una de sus múltiples afecciones; en este caso, según el relato
materno, de “severas crisis asmáticas” por lo cual la madre de Jimena temía por su vida (la
de su madre).
El tema de sus cumpleaños ocupó un lugar central en su terapia, puesto que era
festejado conjuntamente con el de su abuela materna, razón por la cual ambas recibían un
único y mismo regalo: un televisor, una videograbadora, etc., y que Jimena cedía a su
abuela, pues en su decir “ella los necesita y yo no”. También en esas ocasiones la madre
hacía una sola torta. Ambas apagaban las velas conjuntamente.
Días antes de cumplir 15 años Jimena comenta en sesión y con gesto de
desconcierto que en esa ocasión se ha organizado una reunión para ella sola.
P.: Todos me van a mirar solamente a mí, no sé como es eso... Mi papá contrató un
fotógrafo para que me filmen. No me gusta... me da vergüenza (y comienza a llorar)
T.: ¿Te sentís muy expuesta?
P.: Me siento desnuda...
T.: ¿Sabés cómo sos desnuda?
P.: No me miro en el espejo; l cuerpo, no... sólo la cara.
T.: Difícil para vos saber si engordás o adelgazás.
P.: No, es fácil. Me doy cuenta por los pantalones que uso.
Aunque luego nos referiremos al tema del espejo y la mirada, queremos señalar que
la pregunta de la terapeuta está incluida en un contexto en el cual, si bien también es
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habitual en estas pacientes formas de vestir diríamos caso monarcal, su ropa muy holgada
hacía difícil, desde el registro contratransferencial, tener una representación del contorno y
consistencia de su cuerpo.
En torno a esta temática podríamos hacer un breve recorrido que abarca los
conceptos de Lacan explicitados en el Estadío del Espejo, o en Winnicott que postula al
rostro de la madre como espejo y la reacción del niño frente a esa mirada. Dice, por
ejemplo: “...muchos bebés tienen una larga experiencia de no recibir de vuelta lo que dan
y no se ven a sí mismos. Surgen consecuencias...”
Recordemos que así como rehusaba que el espejo le devolviera la imagen de su
cuerpo, la mirada de la terapeuta en función de tal, a su vez sólo podía devolver una imagen
velada y vedada.
Françoise Dolto, en sus escritos en torno a la imagen corporal, avala la concepción
lacaniana en cuanto estadío del espejo, y agrega el valor de la palabra, y la denominación
del sujeto también como factores estructurantes de esa imagen: “Yo añado que a menudo se
valoriza la dimensión escópica de las llamadas experiencias especulares: erróneamente, si
no se insiste cuanto es debido en el aspecto relacional, simbólico, de estas experiencias
que puede cumplir el niño. No basta con que haya realmente un espejo de plano. De nada
sirve si el sujeto se confronta de hecho con la falta de un espejo de su ser con el otro.
Porque esto es lo importante”. Este párrafo nos permite incluir así la concepción
winnicottiana en cuanto al rostro de la madre como espejo. Tema que nos re-envía a un
interrogante: ¿cuál fue la investidura de la mirada de esa madre hacia la paciente aún
“infans”?
¿Qué sabe la paciente del registro por el cual no haya existido una primera
inscripción de una representación que no estuvo o quizás habido fallas o déficit en los
sistemas representacionales de lo que se suponía la incorporación de lo placiente y la
proyección hostil como fundantes y estructurantes del aparato psíquico?
¿Pudo la madre ofrecerse como objeto para ser mirado (“contemplado”) teniendo en
cuenta su propia historia de abandonos, la cual seguramente tuvo efectos “en el cuerpo de la
propia persona” de la paciente? ¿Cómo es vivido por esta última “la nueva meta de ser
mirada” y además “mostrarse” ante los demás para ser contemplada en su próximo
cumpleaños?
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En referencia al tema de la mirada, nos hemos preguntado en torno a la particular
situación del nacimiento de Jimena coincidiendo, en tiempo y lugar, con la internación de la
abuela materna. Si para la madre de la paciente, había un riesgo de muerte de su propia
madre: este nacimiento ¿aparecería –ominosamente- como pre-anuncio de la muerte?.Par
auténtico que puede generar en la mirada que inviste a ambos objetos, o, en concreto,
ambos cuerpos, dos destinos: ¿confrontación o condensación? En el hecho posterior de
“festejar” conjuntamente ambos cumpleaños, se superpondrá, tal vez, la unidad
nacimiento– re-nacimiento, nacimiento del cual Jimena es deudora, al entregar a su abuela
EL regalo. De ahí su desconcierto (“Todos me van a mirar a mí, no sé como es eso...”)
cuando a sus 15 años se decide que el festejo sea sólo para ella. Denota en su decir, un
desconcierto, que marca en un nivel el desconcierto frente una mirada que celebra su
nacimiento. Pero también en otro nivel una inhibición de carácter reactivo, puesto que
“todos me van a mirar a mí” reactualiza posiblemente aquel impacto, mezcla de placer y
horror frente a la mirada del padre sobre su cuerpo, calificándola de “redondita”. Mensaje
visual que a sus 14 años la reenvía tanto a un mirar libidinal del padre por lo que esas
“redondeces” deben ser eliminadas para oscurecer un cuerpo que no oscurezca, a su vez, el
cuerpo rival de la madre. Pero en su elección selectiva de aquellas galletitas, trata de
reintegrar, en un nivel de concretud, aquellas redondeces que fueron objeto de la mirada
paterna.
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BIBLIOGRAFÍA
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XXI
WINNICOTT, D.: “Papel del espejo de la madre y la familia en el desarrollo de niño”. En:
Realidad y juego, Ed. Granica.
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