La Condición Humana y el Psicoanálisis

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Fepal - XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis - Montevideo, Uruguay
“Permanencias y cambios en la experiencia psicoanalítica" – Setiembre 2002
La
Condición
Humana
y
el
Psicoanálisis
Manfredo Teicher
Narciso, Edipo, Hamlet, Ofelia, Layo, Yocasta y tantos otros, son
productos fantásticos de una naturaleza humana que enfrenta un eterno
conflicto heredado de la filogenia: el deseo de usar al otro, convertido en
objeto significativo, cómo, cuándo y dónde se le antoja al sujeto; y la
necesidad de convivir con él (que desea lo mismo). Como transacción
dialéctica surgieron las normas culturales donde la prohibición del incesto
y del homicidio pusieron las bases de una legislación que incluye en su
motivación altos ideales utópicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
La historia de la humanidad obliga a pensar que estos ideales
pretenden modificar una naturaleza que insiste en oponerse a que la utopía
se concrete.
Edipo concretó su deseo incestuoso y eliminó al molesto rival. Todo
varón puede emular a Edipo o identificarse con Hamlet que venga al padre,
asesinado por la madre en complicidad con su amante, tío de aquél y hermano
de la víctima. Historias que ilustran un dato universalmente conocido: que
esa institución imprescindible que constituye el crisol familiar, no carece
de riesgos.
Quizás también pueda identificarse con Narciso, el que, abusando del
poder que le otorga su juventud y su belleza, desprecia a sus conquistas,
llegando a autosugestionarse y creer que su imagen reflejada es aquél otro
significativo tan necesitado.
La necesidad de ser reconocido por otro semejante, convierte al sujeto
humano en un ser eminentemente social.
Ser importante para ese alguien que es importante para uno, podrá tomar
distintas significaciones a lo largo de la vida, pero crea una fuerte dependencia entre los miembros de una comunidad. Narciso obtuvo ese poder por
sus atributos naturales: juventud y belleza. Y se dio el lujo de rechazar a
todo aquél que lo convirtió (a Narciso) en objeto altamente significativo.
La tendencia al abuso de poder es universal. Mantener el control de la
conducta (respetar al otro, en lugar de despreciarlo) es un gasto de
energía ampliamente justificado, pero difícil de mantener.
Con poder suficiente se podría contar con el reconocimiento positivo garantizado de aquellos a quienes se pudo someter. Mientras se ejerce, el
poder es una temible tentación de disfrutar del placer que produce su
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abuso, ya que libera al sujeto de la exigencia social de controlar su
conducta para con los demás.
Y dando su sentido particular, aparece la competencia narcisista en el
centro de la escena social, donde todos pretenden que los demás confirmen
que uno es la estrella más brillante del firmamento.
La criatura humana se siente motivada por su naturaleza narcisista a
competir para ganar, ¿qué? La admiración, la valoración, el ser deseado por
aquellos que han conquistado el deseo del sujeto, convirtiéndose así en
objetos significativos (importantes) para él. Perder en la competencia, sea
la que fuere, suele ser una herida narcisista muy dolorosa capaz de
provocar estallidos de furia, si la tolerancia a la frustración es mínima
por cualquier circunstancia.
Si hay suficiente tolerancia a la frustración, ésta puede resultar un buen motivo
para aprender a competir mejor o a cambiar el terreno de la competencia.
La competencia en el grupo y entre grupos, ingredientes inevitables de la vida
social humana, puede ser productiva o destructiva colocando en el medio de estos
extremos la división de la sociedad en clases.
En la competencia productiva sobresalen los brillantes ejemplos que
podemos encontrar en el arte, en el deporte y en la ciencia. A pesar que
también la corrupción y la violencia tienda a invadirlos enturbiando tal
esplendor.
Las guerras y los genocidios se destacan en la competencia destructiva.
La sociedad es un objeto significativo altamente privilegiado. A través
del tiempo se ha convertido al dinero en un símbolo de la valoración social. Por lo tanto una meta fundamental de la competencia social es el
dinero que permite disfrutar de la exuberante tecnología desarrollada,
adquiriendo los infinitos objetos que otorgan su categoría al status
social. Con la movilidad social que posibilita la democracia (valioso
avance) y la sofisticada tecnología que el ingenio humano ha desarrollado,
la competencia no tiene límite y, lejos de liberar, mas bien aumenta la
alienación con sus pretensiones sin fin.
El dinero que se obtiene por el trabajo personal es el reconocimiento
que la comunidad otorga. Para una amplia mayoría, bien notorio en los
países en desarrollo, este reconocimiento resulta significativamente
negativo. El desprecio que encierra esta respuesta de la sociedad, la
hostilidad que genera, comienza un proceso donde la locura social, la
guerra y el genocidio están en el extremo de un camino de corrupción social
que a nivel individual puede traducirse en alcohol, droga, prostitución,
estafa, robo, locura o suicidio.
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El compartir, es una actitud socialmente valorada. En cambio, la
competencia, como conducta social, es aceptada con determinadas reservas. Y
fácilmente criticada por dogmas de la moral.
El deseo de competir y ganar siempre, es tan intenso en el ser humano,
que se puede definir al ser humano como un empedernido jugador. Como es
imposible ganar siempre, la frustración se presenta continuamente y causa
un profundo dolor contra el cual surge el odio como justificada respuesta.
Pero justificada solamente para el sujeto y, en el caso de un adulto, las
normas internalizadas (el Ideal del Yo) y defendidas por su Superyo,
intentan reprimir este odio que suele manifestarse en forma de envidia.
Ser importante es, a veces, mas valioso que ser querible. O, se es
querible, si se es importante. Y se es importante, si se gana. En el deporte se intenta controlar la envidia forzando convertir a ésta en
admiración. En la guerra se exige competir y ganar al enemigo, matándolo.
El miedo debe convertirse en manía.
Pautas culturales universales imponen el respeto hacia el otro semejante. Pero en determinadas situaciones y a determinados "otros", el
reconocimiento puede tener algún ingrediente despectivo.
Intentando superar el narcisismo individual, se pretende recuperar
desmedidos privilegios para el grupo de pertenencia. Así se producen
distintos grupos de poder que someten, roban o aniquilan a otros grupos.
Freud le puso el nombre de 'narcisismo de las diferencias' a este
fenómeno social (la hostilidad entre miembros y entre grupos) que desmiente
una ética universal que la cultura proclama con exagerado orgullo.
El psicoanálisis, en el otro extremo del animismo primitivo que aún
muestra la profundidad de sus raíces en toda manifestación humana, es un
escalón avanzado en la cultura. Intenta ayudar a los que lo solicitan, a
conocerse en sus vínculos para integrarse mejor en una dramática realidad
social de la que no pueden prescindir.
Tarea difícil pero no imposible.
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