Lógica, Dialéctica & Retórica Aristóteles y las teorías de la argumetación Colección Artes y Humanidades Pedro Posada Gómez Lógica, Dialéctica & Retórica Aristóteles y las teorías de la argumetación Colección Artes y Humanidades Posada Gómez, Pedro José Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teoríasde la argumentación) / Pedro José Posada Gómez. 300 páginas ; 24 cm.-- (Colección artes y humanidades) Incluye bibliografía 1.Aristóteles, 384-322 a. de C- Crítica e interpretación 2. Teoría de la argumentación 3.Retórica 4.Dialéctica5. Lógica Teorías I. Tít. II. Serie. 185 cd 21 ed. A1503956 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango Universidad del Valle Programa Editorial Título: Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Autor: Pedro José Posada Gómez ISBN: 978-958-765-186-7 Colección: Artes y Humanidades Primera edición Rector de la Universidad del Valle: Iván Enrique Ramos Calderón Vicerrectora de Investigaciones: Ángela María Franco Calderón Director del Programa Editorial: Francisco Ramírez Potes © Universidad del Valle © Pedro José Posada Gómez Diseño de carátula: Hugo H. Ordóñez nievas Diagramación y corrección de estilo: G&G Editores - Cali Impreso en: Prensa Moderna Impresores S. A. Universidad del Valle Ciudad Universitaria, Meléndez A.A. 025360 Cali, Colombia Teléfonos: (+57) (2) 321 2227 - (+57) (2) 339 2470 [email protected] Este libro, salvo las excepciones previstas por la Ley, no puede ser reproducido por ningún medio sin previa autorización escrita de la Universidad del Valle. 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CONTENIDO Presentación........................................................................................13 Parte I Dialéctica, Lógica y Retórica en Aristóteles Capítulo1 El concepto de ‘razonamiento’ en los Tópicos y en las Refutaciones sofísticas.......................................................23 Capítulo2 La concepción aristotélica de la lógica y sus relaciones con la dialéctica...............................................................................55 2.1. El orden cronológico de los libros del Órganon...........................55 2.2. Algunas pesquisas terminológicas.................................................57 2.3. La versión aristotélica de la lógica................................................62 2.3.1. El carácter ontológico de la lógica aristotélica...............66 2.3.2. La noción aristotélica de la verdad.................................68 2.4. La lógica en los Analíticos............................................................70 2.5. Los primeros principios del razonamiento y de la demostración.. 72 2.6. Los vínculos entre Dialéctica y Analítica......................................79 2.7. Consideraciones finales sobre la lógica aristotélica (la diferencia entre el silogismo válido y el demostrativo).......................82 Capítulo 3 La retórica como antistrofa de la dialéctica.................................87 3.1. Sobre los inicios de la reflexión sobre la Retórica hasta Platón....87 3.2. La Retórica de Aristóteles...........................................................102 Parte II La influencia del canon aristotélico en las teorías de la argumentación (Perelman, Toulmin, Van Eemeren, Habermas) Capítulo 4 Valoración del canon aristotélico en la obra de Perelman-Olbrechts................................................................129 4.1. Nueva Retórica como continuación crítica de la tradición aristotélica de la retórica y la dialéctica.................................................. 130 4.2. Una postura crítica frente al racionalismo moderno (desde Descartes hasta el positivismo lógico) apoyado en el modelo analítico deductivo de la razón y el razonamiento................. 133 4.3. Las “pruebas retóricas” y las “pruebas analíticas”...................... 136 4.4. Diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano y la demostración en un sistema lógico.................................................. 137 4.5. Algunas observaciones generales sobre la relación de la Nueva Retórica con la lógica, la dialéctica y la retórica aristotélicas................ 143 Capítulo 5 S. E. Toulmin frente a la lógica formal....................................... 159 5.1. El objetivo de The uses of argument........................................... 160 5.2. Toulmin frente a Aristóteles y a la lógica formal........................ 164 5.3. La forma de los argumentos (El esquema de Toulmin)............... 177 5.4. Críticas al esquema de Toulmin.................................................. 184 Capítulo 6 El modelo pragma-dialéctico de análisis de la argumentación.193 6.1. Orígenes, desarrollo y presupuestos teóricos de la pragma-dialéctica........................................................................... 193 6.2. Sinopsis general del modelo pragma-dialéctico para el análisis de la argumentación............................................................... 202 6. 2. 1. Un punto de partida dialéctico: Puntos de vista y diferencias de opinión.............................................................. 202 6.2.2. Argumentación y actos de habla....................................... 204 6.2.3. El óptimo pragmático y el mínimo lógico........................ 211 6.3. Dialéctica, lógica y retórica en la teoría pragma-dialéctica........ 225 Capítulo 7 Teoría de la argumentación como acción comunicativa (Habermas).................................................................................... 239 7.1. La argumentación como un tipo especial de acción comunicativa........................................................................................... 239 7.2. Los aspectos lógicos, dialécticos y retóricos del habla argumentativa.......................................................................................... 252 7.3. Un modelo para la argumentación en el discurso de la racionalidad práctica...................................................................... 261 7.4. Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas..... 269 Conclusiones..................................................................................... 275 Bibliografía....................................................................................... 293 PRESENTACIÓN Después de más de medio siglo de su surgimiento, la teoría de la argumentación se ha constituido en un sólido campo de investigación, enmarcable en el llamado giro lingüístico y pragmático de la filosofía del lenguaje. Desde la teoría de la acción comunicativa, Habermas ha planteado un reto a los teóricos de la argumentación: el de dar cuenta de los aspectos lógicos, dialécticos y retóricos del habla argumentativa. El trabajo que aquí se presenta surgió como un intento de sopesar la viabilidad y pertinencia de esa idea habermasiana. Para ese propósito, se dividió el trabajo en dos partes. En la primera se hace un repaso de las nociones aristotélicas de dialéctica, lógica y retórica, y de sus posibles conexiones; en la segunda se analiza la influencia de las tres disciplinas aristotélicas en cuatro teorías de la argumentación, las elaboradas por Perelman-Olbrechts, S. E. Toulmin, F. van Eemeren y la del mismo Habermas. I. La revisión de los textos de Aristóteles estuvo guiada por un hecho ya establecido y aceptado por los estudiosos: la prioridad de la Tópica sobre la Analítica. Es decir, el reconocimiento de que la teoría dialéctica aristotélica es anterior y fundadora de su teoría lógica. Este dato, ya señalado por Pierre Aubenque, me permitió encontrar en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas, no solo los elementos de la dialéctica aristotélica sino también la noción clave de su lógica analítica: el silogismo demostrativo (y la noción correlativa de argumento didáctico). Aún más, la clasificación de los tipos de razonamiento en esta obra seminal del estagirita se convirtió en la guía para vislumbrar las conexiones entre las tres disciplinas aristotélicas. Comparando la lista de razonamientos (συλλογισμός en los Tópicos 100a 25) Pedro José Posada Gómez y la lista de argumentos (λόγων γένη en las Refutaciones sofísticas, 165b) se tiene una correspondencia entre los razonamientos demostrativos y los argumentos didácticos, por un lado, y entre los razonamientos dialécticos y los argumentos dialécticos y críticos, por el otro. Tal distinción entre el campo de la demostración y el del razonamiento de lo verosímil volverá a aparecer en los Analíticos y en la Retórica. Y no es solo que la lógica aristotélica (es decir, su teoría sobre el silogismo apodíctico y analítico) es una extensión o derivación de sus categorías de “razonamiento demostrativo” y “argumento didáctico”, sino que la posterior división de los razonamientos dialécticos en “silogismos” y “comprobaciones” (tradicionalmente llamados deducciones e inducciones) incluye al razonamiento demostrativo como un caso de la argumentación dialéctica y permite ver el enfoque dialéctico que Aristóteles le dio a su teoría analítica. Aún más, los razonamientos silogísticos y comprobativos reaparecerán como elementos integrantes de la retórica aristotélica. Resumiendo: 1. El desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella, aquel de los razonamientos demostrativos y científicos, que parten de premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar. 2. Los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el ser verdaderas o el ser plausibles). Este segundo aspecto es importante, pues parece ir en contra de una interpretación (presente aún en la lectura que de Aristóteles hace Ch. Perelman) que ve en la dialéctica aristotélica un enfoque opuesto y radicalmente diferenciado de su lógica. La idea que se quiere resaltar aparece también en esta observación con la que concluye Tricot su introducción a la traducción francesa de los Tópicos: En contra de la opinión de la mayoría de los intérpretes antiguos, la lógica de lo probable (plausible) no sería ya un complemento de la lógica de lo necesario; ella no sería una segunda lógica aplicable al dominio en el que la verdad científica no sería alcanzable. Ella aparece más bien como una especie de ejercicio preparatorio para la teoría de la demostración y de la ciencia, teoría que, en la mente de Aristóteles, debería completar la dialéctica tradicional, tal como Platón, los Sofistas y él mismo la habían practicado. (Tricot, 2004, pp. 8-9) Mi revisión de la lógica aristotélica permitió aclarar otros aspectos (además de la génesis y el tratamiento dialécticos de la teoría analítica): 14 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) • Que para Aristóteles la lógica o analítica no es una ciencia, sino un instrumento o propedéutica de la ciencia. Es decir, de la demostración de los primeros principios de la ciencia que realiza el científico ante su auditorio de aprendices. Primeros principios que son obtenidos en el intercambio dialéctico. • Que la “lógica”, “analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como una ampliación o especificación del estudio del razonamiento iniciado en los Tópicos; es decir, en la dialéctica aristotélica. • Que Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a lo largo de su presentación del razonamiento analítico. • Que cuando descubre el silogismo apodíctico, Aristóteles lo considera como un instrumento aplicable a todo tipo de razonamiento, sea este dialéctico, demostrativo o retórico. El repaso de la lógica aristotélica permitió también constatar que Aristóteles es menos formalista de lo que generalmente se ha entendido y que su presentación de la lógica asume la forma de un sistema de reglas de inferencia y no aquel de leyes o tautologías al que lo redujo Jean Lukasiewicz. Esta primera parte concluye con la relectura de la Retórica aristotélica, cuyo punto de partida es la conocida afirmación: “La retórica es una antistrofa de la dialéctica, ya que ambas tratan de aquellas cuestiones que permiten tener conocimientos en cierto modo comunes a todos y que no pertenecen a ninguna ciencia determinada” (1354a 1-5). El sentido de esta relación entre la dialéctica y la retórica se comprende mejor a partir de la distinción de los tipos de “pruebas” que utiliza la retórica. Después de su definición de la retórica como “...la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (1355b 25), Aristóteles presenta los dos tipos de “pruebas por persuasión” (πίστεις): las propias del arte (ἔντεχνοι) y las ajenas al arte (ἄτεχνοί): Llamo ajenas al arte a cuantas no se obtienen por nosotros, sino que existían de antemano, como los testigos, las confesiones bajo suplicio, los documentos y otras semejantes; y propias del arte, las que pueden prepararse con método y por nosotros mismos, de modo que las primeras hay que utilizarlas y las segundas inventarlas (1355b 35). El esfuerzo aristotélico por presentar una retórica filosófica (que se separe del tratamiento de ella por los sofistas) le llevará a enfatizar la importancia del componente lógico y dialéctico de la retórica, en sus tipos de pruebas y en su tratamiento del tema. Es ampliamente conocida la clasificación aristotélica de las pruebas por persuasión que se obtienen mediante el discurso: 15 Pedro José Posada Gómez De entre las pruebas por persuasión, las que pueden obtenerse mediante el discurso son de tres especies: unas residen en el talante del que habla, otras en el disponer al oyente de alguna manera y, las últimas, en el discurso mismo, merced a lo que éste demuestra o parece demostrar. (1356a) Dice el filósofo que los tratadistas se han centrado o bien en las pruebas ajenas al arte, o en las que se refieren al ἦθος del orador y al πάθος del auditorio; de allí su afán por destacar las pruebas basadas en el discurso mismo, en el λόγος. La aplicación en la retórica de estas distinciones aristotélicas ha dado lugar a innumerables debates. Me limito aquí a presentar una interpretación que considero plausible para la tesis de que hay una conexión sistemática entre la dialéctica, la lógica y la retórica aristotélicas. Aristóteles describe el componente lógico de la retórica en analogía con la dialéctica: (...) en lo que toca a la demostración y la demostración aparente, de igual manera que en la dialéctica se dan la inducción, el silogismo y el silogismo aparente, aquí (en la retórica) acontece también de modo similar. En efecto, por una parte, el ejemplo es una inducción; y, por otra parte, el entimema es un silogismo; y, por otra parte, en fin, el entimema aparente es un silogismo aparente. Llamo pues, entimema al silogismo retórico y ejemplo a la inducción retórica. (1356b) Mi conclusión en esta parte es que Aristóteles construye su versión de la retórica teniendo como marco de referencia los tipos de razonamiento que había estudiado en la dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas), por lo cual su retórica no es opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico) sino que muestra un uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus obras previas. En este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un “esqueje” de ella, y contiene un componente estrictamente racional en las “pruebas” (πίστεις) propias del arte, que son los entimemas y ejemplos (los primeros enfocados a la pretensión de validez universalizante del silogismo y los segundos al uso retórico del caso particular). II. En la segunda parte de este trabajo se presentan los elementos centrales de cuatro teorías contemporáneas sobre la argumentación y, como ya se dijo, en ella se analiza la influencia de las tres disciplinas aristotélicas en la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts, en la teoría sobre la noción de argumento de S. E. Toulmin, en la pragma-dialéctica o Nueva Dialéctica de F. van Eemeren y Rob Grootendorst y en la teoría de la acción comunicativa de J. Habermas. Se hace un resumen de las conclusiones de esta segunda parte: 16 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 1. Perelman-Olbrechts presentan su teoría a partir de la distinción aristotélica entre los razonamientos necesarios (demostrativos y analíticos) y los razonamientos dialécticos (plausibles o verosímiles): “Nuestro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas, que examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica” (Perelman y Olbrechts, 1958/1994, p. 35)1. Este énfasis en un elemento común a la dialéctica y a la retórica aristotélicas explica que los autores consideren que su teoría podría ser denominada tanto ‘Nueva Retórica’ como ‘Nueva Dialéctica’. Para Perelman-Olbrechts la noción de retórica ha estado ligada desde sus inicios a la búsqueda de la adhesión, por lo que el concepto de auditorio siempre ha sido central en ella: “Nuestro acercamiento (a la retórica) pretende subrayar el hecho de que toda argumentación se desarrolla en función de un auditorio” y agregan: “Dentro de este marco, el estudio de lo opinable, en los Tópicos, podrá encontrar su lugar” (Perelman y Olbrechts, 1958/1994, p. 36). Así, partiendo de que tanto la retórica como la dialéctica se ocupan de lo opinable, Perelman-Olbrechts consideran que la dialéctica de los Tópicos puede quedar inserta en su Nueva Retórica. El papel de la lógica y su valoración en la Nueva Retórica de PerelmanOlbrechts, pasó por varias etapas: 1) una de oposición, que se puede ver en el libro Logique et Rhétorique (1950), 2) otra de complementariedad, como se expresa en algunos pasajes del Tratado (1958), y 3) una de inclusión de la lógica en la retórica, como lo aclara L. Olbrechts-Tyteca en una nota al pie del artículo de 1963: Rencontre avec la rhétorique: “Creo que, en este momento, nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica una parte de la retórica” (p. 17). Esto se entiende si se recuerda que en un primer momento la Nueva Retórica se opone al intento de reducir el razonamiento humano al cálculo lógico-matemático; en el segundo, la Nueva Retórica se presenta como organón de la razón práctica, complementario del dominio del pensamiento lógico formalizable; y en el tercer momento, la Nueva Retórica subsume al lenguaje lógico-formal como un caso especial suyo, aquel en el cual la reducción de las diferencias y la estandarización del lenguaje y las reglas de inferencia permiten el proceso lógico-deductivo. A pesar de ello, la teoría de la argumentación de Perelman-Olbrechts parece haberse desarrollado principalmente con la idea de oposición y complementariedad entre análisis lógico y análisis argumentativo (o “retórico”). 1 Por el análisis previo se puede recordar que en los Tópicos y las Refutaciones también se analizan los argumentos demostrativos y erísticos, y que ellos, además de los dialécticos, son empleados en la lógica y la retórica de Aristóteles. 17 Pedro José Posada Gómez Como queda reflejado 1) en el hecho de que tanto en el Tratado (1958) como en el Imperio (1978) casi todos los capítulos comienzan con la distinción tajante entre esos dos tipos de ‘pruebas’, 2) en la afirmación enfática de que la Nueva Retórica abarca “el campo inmenso del pensamiento no formalizado” (Imperio Retórico, p. 211), y 3) en la eliminación del criterio de validez lógico-formal para la valoración de los argumentos denominados “cuasilógicos”. 2. En el quinto capítulo se examina la propuesta de Toulmin para el análisis de los argumentos. Que no fue planteada en principio como una teoría de la retórica o de la argumentación sino como una revisión crítica del desarrollo de la lógica hacia el formalismo y su alejamiento de la argumentación cotidiana. A pesar de ello, el análisis que hace Toulmin de la estructura de los argumentos se ha constituido en un modelo de análisis argumentativo. Contra la absolutización del criterio de validez lógico-formal (la configuración), Toulmin propone evaluar los argumentos en términos del procedimiento que los hace posibles. Para él, la congruencia y la coherencia (lógicas) son apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” o, dicho en otros términos: “las consideraciones lógicas no son sino consideraciones formales” (Toulmin, 1958/2007, p. 223), es decir, son consideraciones que tienen que ver con las formalidades preliminares de la expresión de un argumento y no con los méritos reales de argumento o proposición alguna. No obstante sus valiosas críticas al modelo lógico analítico y sus intentos por encontrar un análisis más amplio de los argumentos cotidianos, no podríamos pedirle a la teoría de Toulmin una reinterpretación de la retórica o la dialéctica antiguas. El esquema del argumento desarrollado por Toulmin deja poco o nulo espacio para los aspectos vinculados con el ἦθος del orador (o de los dialogantes) y con el πάθος del auditorio. Su aplicabilidad inmediata parece restringida a una ampliación del análisis lógico de la estructura de los argumentos, y en un análisis más ambicioso de la argumentación tendrá que ser complementado con otros modelos teóricos. 3. En el capítulo 6 se revisa el modelo pragma-dialéctico de análisis de la argumentación. Un ambicioso programa de investigación que se encuentra en desarrollo. Los principales logros de este modelo, a nuestro juicio, son: 1) un enfoque dialéctico de la argumentación como intento de resolver una diferencia de opinión, 2) un decálogo de reglas que permiten evaluar de manera racional el procedimiento dialéctico de la disputa y que, a la vez, 3) permiten sistematizar de una forma novedosa el tema de las falacias que se presentan en las argumentaciones. 18 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) El modelo pragma-dialéctico intenta incluir los aspectos lógicos y retóricos de la argumentación. Los primeros, incluyendo la “corrección lógica” como una de las reglas de la disputa racional, y los segundos, incorporando el tema de las “maniobras estratégicas” en el modelo de análisis. Ambos elementos, sin embargo, no parecen haber sido desarrollados de forma satisfactoria en la pragma-dialéctica: El aspecto lógico, porque los autores pretenden escapar a lo que llaman el “deductivismo” lógico-formal, pero sin haber aportado una alternativa clara a él. Y el aspecto retórico, porque los autores mantienen una concepción de la retórica como “maniobras” que se agregan como elementos adicionales al proceso dialéctico, con el único objeto de ganar la disputa a toda costa. En su momento se dijo que esta concepción de la retórica parece coincidir mejor con lo que Aristóteles llamaba la erística, en su teoría dialéctica. En este capítulo se concluye que el modelo habermasiano posee dos características que lo distinguen de otras teorías de la argumentación: su intento de integrar las perspectivas de la lógica, la dialéctica y la retórica, y su carácter de modelo ideal o formal. La primera característica parece darle una ventaja en relación con otras teorías que (como la de Toulmin o la de Perelman) se han construido sobre la separación del aspecto lógico respecto de los aspectos retóricos y dialécticos. Esta separación, inspirada en la distinción aristotélica entre los razonamientos apodícticos y los dialécticos, tiende a olvidar que para Aristóteles era posible y necesario percibir el carácter lógico de ambos tipos de razonamiento. En esta separación se asume, primero, la reducción positivista de la lógica a su forma de cálculo axiomatizado de leyes, y se la opone a la dialéctica y la retórica. Si se tuviera en mente la presentación de la lógica como un sistema de reglas de inferencia, se vería mejor el carácter complementario de la lógica, en relación con las otras dos esferas. No debe olvidarse que por su génesis y por su función de herramienta de análisis de la validez y coherencia de los argumentos, el sistema de reglas de inferencia posee una tradición que desborda su forma meramente calculística. El segundo aspecto de la propuesta habermasiana, su énfasis en los presupuestos ideales que deben satisfacer las argumentaciones —especialmente en los aspectos del procedimiento dialéctico y el proceso retórico—, puede ser justificado si se piensa en una teoría que tendría esencialmente una función crítica o evaluativa de los argumentos reales; sería una especie de ideal regulativo de la argumentación. Pero, si se pretende una teoría que además pueda describir la argumentación cotidiana, se tendría que avanzar en la reconstrucción, no solo de los presupuestos formales de la argumentación sino, además, de las desviaciones y patologías argumentativas. Esto 19 Pedro José Posada Gómez permitiría refinar los criterios para evaluar la fuerza de los argumentos (eficacia y validez), y para distinguir el modo como la persuasión de auditorios particulares puede pretender (explícita o implícitamente) el convencimiento de un auditorio universal mediante sus pretensiones de validez; es decir, el modo como “una opinión puede transformarse en saber”. La distinción habermasiana entre ‘discurso’ y ‘crítica’ refleja esta tensión entre los aspectos universalistas y particularistas de la argumentación. Finalmente, y ya en las conclusiones del trabajo, se presentan algunas ideas sobre cómo se podría enriquecer la propuesta habermasiana para el análisis de la argumentación, retomando aportes de las otras teorías consideradas. A este modelo de análisis propongo llamarlo “dinámica de la acción argumentativa”, pues vista como una actividad, la argumentación presenta un aspecto dinámico que se podría descomponer en tres momentos: el momento del pre-acuerdo epistemo-lógico; el momento del desenlace dialéctico del desacuerdo y el debate, y el momento de la evaluación “retórica” del acuerdo logrado. Esta propuesta tiene aún varios problemas por resolver: ¿qué concepción de la lógica y qué herramientas formales son más adecuadas para el análisis de los argumentos en general, académicos y cotidianos?, ¿cómo distinguir los procedimientos dialécticos enfocados en el acuerdo cooperativamente alcanzado de aquellos realizados de forma competitiva, agonística o erística?, y, sobre todo, ¿qué criterios orientan el “proceso retórico” al momento de evaluar las pretensiones de validez de cada argumentación y su posible universalización? Por el momento solo tengo respuestas parciales y aproximadas a estos interrogantes. 20 PARTE I DIALÉCTICA, LÓGICA Y RETÓRICA EN ARISTÓTELES Capítulo 1 EL CONCEPTO DE ‘RAZONAMIENTO’ EN LOS TÓPICOS Y EN LAS REFUTACIONES SOFÍSTICAS El propósito en este capítulo es analizar el concepto de ‘razonamiento’ (y la clasificación de los distintos tipos de razonamiento) en los Tópicos y en las Refutaciones sofísticas, como parte de la teoría aristotélica de la dialéctica, para intentar defender la tesis de que los desarrollos lógicos de los Analíticos son una especificación de uno de los tipos de razonamiento ya considerados de modo general en la dialéctica. Más adelante se intentará aclarar el papel de tal concepción del razonamiento en los Analíticos y en la Retórica de Aristóteles. Los Tópicos comienzan con la determinación del objeto o propósito que se disponen a estudiar —el método del razonamiento dialéctico— y con una rigurosa definición de los términos que se usarán en dicho estudio. Dice Aristóteles: El propósito de este estudio es encontrar un método a partir del cual podamos razonar2 sobre todo problema3 que se nos proponga, a partir de cosas 2 3 En general, sigo la traducción de Miguel Candel Sanmartín (M. C. S.) (1982), para Gredos. En notas al pie irán las traducciones de otros autores cuando muestren alguna diferencia significativa. Así, en vez de ‘podamos razonar’, Francisco Larroyo (1981) traduce: “podamos formar todo tipo de silogismos”, que es más literal, si se tiene en cuenta que en las primeras obras de Aristóteles ‘silogismo’ significa ‘razonamiento’ en general. En la traducción inglesa de W. A. Pickard (W. A. P.) (1928): “be able to reason…”. “sobre todo género de cuestiones…” (Francisco Larroyo (F. L.), 1981). Pedro José Posada Gómez plausibles4, y gracias al cual, si nosotros mismos sostenemos un enunciado5, no digamos nada que le sea contrario. (100 a 1-20) Y continúa: “… hay que decir primero qué es un razonamiento6 y cuáles sus diferencias para que pueda comprenderse el razonamiento dialéctico7: en efecto, esto es lo que buscamos en el presente estudio”. Se trata entonces de definir el concepto de razonamiento, determinar sus tipos y pasar luego al desarrollo de los razonamientos o silogismos dialécticos, tema central del texto. Nótese que en la traducción de F. Larroyo, más que de “sostener un enunciado” (según la versión de M. C. S.), se trata de “sostener una discusión”, lo que lo acerca al campo de la dialéctica. Se trata de un método para razonar frente a cuestiones que se plantean (o que se nos plantean); y que toma como punto de partida, como premisas, nociones que son compartidas por la mayoría. Las definiciones de los tipos de razonamiento aclararán otros aspectos de la primera frase del texto acabada de citar. Continúa Aristóteles: “Un razonamiento (συλλογισμός) es un discurso (λόγος) en el que, sentadas ciertas cosas, necesariamente8 se da a la vez, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido”9 (100 a 25). Este concepto general de ‘razonamiento’ (silogismo) se desglosa en cuatro tipos distintos: 1. Hay demostración cuando el razonamiento10 (el silogismo es demostrativo cuando) parte de cosas verdaderas y primordiales, o de cosas cuyo conocimiento se origina a través de cosas primordiales y verdaderas; 4 5 6 7 8 9 10 “partiendo de proposiciones simplemente probables” (F. L.). “from opinions that are generally accepted” (W. A. P.) “cuando sostenemos una discusión” (F. L.), “an argument” (W. A. P.) “qué es el silogismo” (F. L.); “what reasoning is” (W. A. P.) “silogismo dialéctico” (F. L.); “dialectical reasoning” (W. A. P.) En griego: “συμβαίνει”, “coincidencia necesaria” (M. C. S, 1982, p. 90, nota 4). “El silogismo es una enunciación en la que, una vez sentadas ciertas proposiciones, se concluye necesariamente una proposición diferente de las proposiciones admitidas, mediante el auxilio de estas mismas proposiciones” (F. L.). En la versión inglesa: “Reasoning is an argument in which, certain things being laid down, something other than these necessarily comes about though them.” (W. A. P.). En su Introducción a la Lógica Formal, Alfredo Deaño (1978) asume esta como la definición aristotélica del silogismo. Jean. B. Gourinat (J. B. G.) (2002) traduce: “El silogismo es un razonamiento…” y lo compara con la definición que se dará en Analíticos I, 24 b 17 (p. 95), (J. B. G.:“Diálogo y dialéctica en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas”, Centre de Recherches sur la Pensée Antique, Paris, Francia). “Es una demostración cuando el silogismo…” (F. L.); “(reasoning) is a ‘demonstration’…” (W. P. A.). 24 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 2. en cambio, es dialéctico el razonamiento11 (silogismo) construido a partir de cosas plausibles. (100a 25-30) Aquí Aristóteles introduce una importante aclaración sobre lo que entiende por ‘verdadero’ y por ‘plausible’, que es lo que distingue a las premisas ‘demostrativas’ de las ‘dialécticas’ y a los silogismos formados con ellas: Son cosas verdaderas y primordiales las cosas que tienen credibilidad, no por otras, sino por sí mismas (en efecto, en los principios cognoscitivos12 no hay que inquirir el por qué, sino que cada principio ha de ser digno de crédito en sí mismo); son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría, o a los más conocidos y reputados. (100b 20-25) Así, lo que caracteriza a las premisas de los razonamientos demostrativos es el hecho de partir del conocimiento de algo verdadero y básico, evidente; como los principios del conocimiento ‘científico’. Las premisas de los razonamientos dialécticos parten de lo que es plausible para la mayoría, o al menos para la mayoría de los sabios. No se establece diferencia en la ‘forma lógica’ de ambos tipos de razonamiento13. A continuación Aristóteles define otros dos tipos de razonamiento, que parten del error de considerar (o hacer que otro considere) algo meramente aparente como algo real: 3. Y un razonamiento erístico14 es el que parte de cosas que parecen plausibles pero no lo son, y también el que, pareciendo un razonamiento (y no siéndolo) parte de cosas plausibles o de cosas que lo parecen; en efecto, no todo lo que parece plausible lo es realmente. (100b 25-30) Así, Aristóteles distingue dos tipos de razonamiento erístico: el razonamiento erístico en sentido estricto (que parte de cosas que parecen plausibles pero no lo son) y el razonamiento erístico que no es un razonamiento (aunque lo parezca)15, pues no concluye nada16. 11 12 13 14 15 16 “El silogismo es dialéctico…” (F. L.); “reasoning is dialectical” (W. A. P.). “los principios que han de darnos la ciencia” (F. L.); “the first principles of science…” (W. A. P.). La relación entre premisas y conclusión podría ser “necesaria” (symbainei) en ambos tipos de razonamiento. “silogismo contencioso” (F. L.); “reasoning is contentious…” (W. A. P.). Eristikós, literalmente: “hecho para discutir por discutir” (M. C. S.). “Es sólo una apariencia de silogismo” (F. L.); “it merely seems to reason from…” (W. A. P.). “… puesto que parece concluir y realmente no concluye” (F. L.); “… since it appears to reason, but does not really do so” (W. A. P.). 25 Pedro José Posada Gómez 4. Además de todos los razonamientos mencionados, están los razonamientos desviados17, que surgen a partir de las cuestiones concernientes exclusivamente a algunos conocimientos, por ejemplo, en el caso de la geometría y otros conocimientos emparentados con esta. (101a 5-8) Aristóteles da como ejemplo de este último caso el hacer ‘figuras falsas’ (“trazando de forma indebida los semicírculos” o “tirando ciertas líneas como no deberían ser tiradas”), en una demostración geométrica; pues tal proceder no parte de lo verdadero ni de lo probable, sino del falseamiento de los supuestos de una ciencia (Cuando se constituya la forma analítica de la lógica, los razonamientos desviados podrán ser considerados como ‘errores lógicos’, o faltas a las reglas de la lógica). Hasta aquí, se cuenta con una determinación del objeto del estudio de la dialéctica y con una clasificación de cuatro tipos distintos de razonamiento. Sobre lo primero, hay indicios de que Aristóteles concebía la dialéctica como una disciplina que considera todos los tipos de razonamiento (y no solo los razonamientos dialécticos), pues en la conclusión de las Refutaciones sofísticas (que es el último capítulo de los Tópicos) se reivindica como el iniciador de la reflexión sistemática sobre esta disciplina (a diferencia de la Retórica, en la que reconoce varios antecesores) y lo dice con estas palabras: Sobre las cuestiones de retórica existían ya muchos y antiguos escritos, mientras que sobre el razonar (συλλογίζεσθαι) no teníamos absolutamente nada anterior que citar, sino que hemos debido afanarnos empleando mucho tiempo en investigar con gran esfuerzo. (184 b)18 El alcance de esta nueva disciplina, que estudia el arte de construir razonamientos, es bastante amplio, pues según Aristóteles ella es útil, en primer lugar, para tres cosas: (…) para ejercitarse, para las conversaciones y para los conocimientos en filosofía19. (…) en efecto: teniendo un método, podremos habérnoslas más fácilmente con lo que nos sea propuesto; para las conversaciones, porque, 17 18 19 “paralogismoi, frecuentemente transcrito sin más como ‘paralogismos’” (M. C. S.). (184b) “Moreover, on the subject of Rhetoric there exists much that has been said long ago, whereas on the subject of reasoning we had nothing else of an earlier date to speak of at all, but were kept at work for a long time in experimental researches” (W. A. P.). “En cuanto a la ciencia del razonamiento, por lo contrario, nada hemos podido citar que existiera anteriormente,…” (F. L.). F. Larroyo traduce: “… para la adquisición filosófica de la ciencia…”. 26 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) habiendo inventariado las opiniones de la mayoría, discutiremos con ellos, no a partir de pareceres ajenos, sino de los suyos propios, forzándoles a modificar aquello que nos parezca que no enuncian bien; para los conocimientos en filosofía, porque, pudiendo desarrollar una dificultad en ambos sentidos, discerniremos más fácilmente lo verdadero de lo falso en cada cosa. (101 a 25-35)20 Así, pues, la dialéctica es, a la vez, un método para razonar, para discutir, para encontrar la verdad, o al menos, lo verosímil, en cada caso, y para encontrar los primeros principios de las ciencias. Esto último es enunciado enseguida por Aristóteles como una utilidad adicional de la dialéctica: “… además es útil para las cuestiones primordiales propias de cada conocimiento” (101 a 35). Y continúa: (…) porque de los principios particulares de una ciencia dada es imposible sacar nada al respecto, por ser los principios lo primero de todo21; es preciso, más bien, abordar el tema valiéndose de proposiciones probables relativas al objeto en cuestión. Y esta es la virtualidad propia de la dialéctica, o su efecto más genuino. Porque, siendo un arte indagatoria, domina el acceso a los principios de todas las ciencias22. (101 a 35-39) Se planteará, a modo de hipótesis, la primacía y prioridad del enfoque dialéctico en el organón aristotélico. Pues, si, como hemos visto, los razonamientos demostrativos (y, como se verá, los ‘analíticos’) se caracterizan por 20 21 22 “The possession of a plan of inquiry will enable us more easily to argue about the subject proposed. For purposes of casual encounters, it is useful because when we have counted up the opinions held by most people, we shall meet them on the ground not of other people’s convictions but of their own, while we shift the ground of any argument that they appear to us to state unsoundly. For the study of the philosophical sciences it is useful, because the ability to raise searching difficulties on both sides of a subject will make us detect more easily the truth and error about the several points that arise” (W. A. P.). “de los que no se puede hacer demostración, puesto que una demostración parte precisamente de esos principios” (J. B. G.). Cito de la traducción que hace Millán Bravo de la respectiva cita en I. M. Bochenski (1985, p. 63). En la versión inglesa de W. A. P.: “It has a further use in relation to the ultimate bases of the principles used in the several sciences. For it is impossible to discuss them at all from the principles proper to the particular science in hand, seeing that the principles are the prius of everything else: it is through the opinions generally held on the particular points that these have to be discussed, and this task belongs properly, or most appropriately, to dialectic: for dialectic is a process of criticism where in lies the path to the principles of all inquiries”. 27 Pedro José Posada Gómez partir de premisas tenidas por verdaderas, el establecimiento de esta verdad solo parece posible como resultado de la indagación dialéctica23. En general, se intentará argumentar a favor de dos hipótesis generales (que no aspiran a ser originales, sino pertinentes para nuestro intento de mostrar los vínculos entre las tres disciplinas del canon aristotélico): 1. Que el desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella, aquel de los razonamientos demostrativos y científicos, que parten de premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar24. 2. Que los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el ser verdaderas o el ser plausibles). Volvamos ahora a la clasificación aristotélica de los razonamientos. Mientras que en los Tópicos aparece la distinción entre los cuatro tipos de razonamiento (συλλογισμοί) mencionados (demostrativos, dialécticos, erísticos y paralogismos), en las Refutaciones sofísticas (consideradas como el último libro, o capítulo, de la anterior) se encuentra la siguiente clasificación de los distintos tipos de ‘argumentos’ en el debate dialéctico25: 23 24 25 Alfonso Monsalve (1992, p. 28 ss) toma nota de este papel de la dialéctica como herramienta para la consecución de la verdad, y se hace dos preguntas: “¿Cómo es posible que pueda basarse la certeza en el método dialéctico, siendo este universal como es, vale decir, aplicable a cualquier asunto, indiferente a la verdad o falsedad de las premisas —pues ya se sabe que sobre premisas probables cabe la argumentación en contrario—? Y ¿cómo llegar a las proposiciones punto de partida de las ciencias, aquellas que se imponen por su propia fuerza?” A las que responderá apoyándose en las reflexiones de Joseph Moreau (“Rhétorique, Dialectique et Exigence Première”, en Logique et Analyse, (21-24), 1963) y de Sally Van Noorden («Rhetorical Arguments in Aristotle and Perelman” en Revue Internationale de Philosophie, (127-128), 1975). Se volverá más adelante sobre este asunto. La prioridad de la dialéctica de los Tópicos sobre los Analíticos es ampliamente aceptada (Cfr. Aubenque, Bochenski, Kneale, Gourinat, entre otros). Dice J. B. Gourinat (2002): “Aristóteles ha sacado su teoría del silogismo demostrativo de su teoría del silogismo dialéctico, al separar el razonamiento demostrativo del razonamiento dialéctico y al restringirlo a premisas verdaderas” (p. 478), “esta ciencia aristotélica de la demostración ha nacido de la dialéctica de los Tópicos” (p. 179), y cita a P. Aubenque (1962/1974, p. 15): “la dialéctica aristotélica no ha nacido, como se ha creído a menudo en el siglo xix, de una prolongación de la lógica, cuyo rigor sacrificaría (…), sino que, al contrario, la lógica, o más exactamente la apodíctica, es decir, la teoría del razonamiento demostrativo, tema de los Segundos analíticos, es la que reduce (es la reducción de) la dialéctica a un caso particular: aquél en el que las premisas son necesarias”. La misma tesis se encontrará más adelante en Aubenque (1970). “Of arguments in dialogue form there are four classes: Didactic, Dialectical, Examinationarguments, and Contentious arguments. Didactic arguments are those that reason from the 28 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Hay cuatro géneros de argumentos en la discusión (Ἔστι δὴ τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων τέτταρα γένη): didácticos (διδασκαλικοί), dialécticos (διαλεκτικοί), críticos (πειραστικοί) y erísticos (ἐριστικοί). Son didácticos los que prueban a partir de los principios peculiares de cada disciplina y no a partir de las opiniones del que responde (pues es preciso que el discípulo se convenza); dialécticos los que prueban la contradicción (que se sigue) a partir de cosas (premisas) plausibles; críticos, los construidos a partir de cosas que resultan plausibles para el que responde y que es necesario que sepa el que presume tener un conocimiento (de qué manera, empero, se ha precisado en otros textos); erísticos, los que, a partir de cosas que parecen plausibles, pero no lo son, prueban o parece que prueban. (165 b 1-5)26 Enseguida introduce Aristóteles una aclaración interesante: “… acerca de los argumentos demostrativos se ha hablado en los Analíticos27; acerca de los dialécticos y críticos, en otros textos28; de los contenciosos y erísticos29, hablemos ahora” (165 b 10). Aceptando la anterioridad cronológica de los Tópicos y las Refutaciones sofísticas con respecto a los Analíticos, se puede tener otra pista para apoyar la hipótesis sobre la primacía del enfoque dialéctico y la aparición de la lógica analítica como un desarrollo que prolonga un aspecto de la dialéctica: el relacionado con los argumentos o silogismos demostrativos, que entonces serán ‘analíticos’, en el sentido de ‘apodícticos’ (ἀποδεικτικός). Pero antes de puntualizar mejor esta hipótesis, es prudente revisar las diferencias entre las dos clasificaciones. Lo primero que hay que anotar es que ellas clasifican dos cosas distintas: en los Tópicos se trata de tipos de ‘razonamientos’ o ‘silogismos’ en general; en las Refutaciones se trata de los tipos de ‘argumentos’ que pueden 26 27 28 29 principles appropriate to each subject and not from the opinions held by the answerer (for the learner should take things on trust): dialectical arguments are those that reason from premises generally accepted, to the contradictory of a given thesis: examination-arguments are those that reason from premises which are accepted by the answerer and which any one who pretends to possess knowledge of the subject is bound to know-in what manner, has been defined in another treatise: contentious arguments are those that reason or appear to reason to a conclusion from premises that appear to be generally accepted but are not so. The subject, then, of demonstrative arguments has been discussed in the Analytics, while that of dialectic arguments and examination-arguments has been discussed elsewhere: let us now proceed to speak of the arguments used in competitions and contests” (W. A. P.). F. Larroyo traduce ‘instructivo’ (didáctico), ‘examinativo’ (crítico), ‘contencioso’ (erístico). Hoy en día se acepta que las referencias a los Analíticos fueron interpoladas posteriormente (Candel, 1982, p. 312, nota 7). En los Tópicos. “argumentos de combate y de disputa” (F. L.); es decir, ‘agonísticos’ y ‘erísticos’. 29 Pedro José Posada Gómez presentarse en el diálogo (τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων). Puntos de partida para debatir, razonar o inquirir, en presencia del otro, y para él. Por eso las referencias a “el que responde” en el texto de las Refutaciones, que alude a la división de tareas entre “el que pregunta” y “el que responde”30, que era típica del diálogo profesional entre los griegos31. Las coincidencias y diferencias entre los dos textos permiten ver, en segundo lugar, que hay un vínculo o un tipo de correspondencia entre los argumentos didácticos y los demostrativos (objeto principal de los Analíticos), entre los dialécticos y críticos (objeto principal de los Tópicos) y entre los contenciosos y erísticos (objeto principal de las Refutaciones sofísticas). El vínculo entre los argumentos didácticos y los razonamientos demostrativos está en que, en el ‘diálogo’ entre el que enseña y el que aprende, no se parte de las opiniones del que aprende sino de los principios de la ciencia que se está exponiendo; es decir, de lo que ha sido ‘demostrado’ (o de su demostración), pues se trata de que el alumno quede convencido de su verdad (por su demostración). Así el razonamiento lógico apodíctico se presenta como argumento didáctico en el diálogo entre maestro y aprendiz. El vínculo entre los razonamientos dialécticos y los argumentos críticos (o examinativos) también parece claro. Solo que aquí aparece una triple categorización, pues hay razonamientos dialécticos, de un lado, y argumentos dialécticos y argumentos críticos, del otro. Lo que caracteriza a un razonamiento dialéctico es el hecho de partir de opiniones plausibles (ἔνδοξος); en el diálogo, el argumento dialéctico parte también de lo que es plausible para concluir la contradicción (por razonamiento o silogismo dialéctico); y cuando en el diálogo o debate los argumentos parten de lo que es plausible para el que responde se trata de argumentos ‘examinativos’ o ‘críticos’32. Al parecer, el argumento crítico (πειραστικός) es un tipo de argumento dialéctico. J. B. Gourinat ha estudiado a fondo sus vínculos y diferencias. Él parte de lo que afirma Aristóteles en la conclusión de las Refutaciones sofísticas: “Nos habíamos propuesto, pues, encontrar una capacidad de razonar acerca de aquello que se nos planteara entre las cosas que se dan como 30 31 32 κατασκευάζοντα, “el que establece” y ἀνασκευάζοντα, “el que refuta” (129b 24; 129b 30; también 154 a 34; 154 b). J. B. Gourinat prefiere hablar de “los razonamientos en el diálogo didáctico (dialéctico, crítico, erístico)”. Como se explica en Tópicos, VIII, 5. J. B. Gourinat (2002, pp. 463-498), prefiere mantener una traducción etimológica de ‘crítico’ o ‘examinativo’ como ‘peirástico’: “Los razonamientos peirásticos son los que parten de las opiniones de quien es interrogado y que es necesario que conozca cualquiera que pretenda poseer la ciencia” (165b 5). 30 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) plausibles; en efecto, esta es la tarea de la dialéctica propiamente tal y de la crítica” (Ref. sof. 183 a 37- 183b). Enseguida agrega Aristóteles que el dialéctico debe “no solo… poner a prueba al adversario”, sino también “hacer como si conociera realmente el tema” y “defender las tesis a través de las proposiciones más plausibles dentro de cada tema”. De estas y otras consideraciones, Gourinat concluye que: Existe, por lo tanto, un gran parentesco entre la dialéctica y la puesta a prueba (peirástica). Contrariamente al diálogo didáctico, la puesta a prueba no toma como premisas los principios propios de una ciencia, puesto que son, al contrario, esos principios los que examina o, más exactamente, según parece, el conocimiento que tiene de ellos el que es puesto a prueba. Esto es lo que conduce a Aristóteles a presentar la peirástica como una parte de la dialéctica. Sin duda, las descripciones respectivas de la dialéctica y de la peirástica en el capítulo 2 de las Refutaciones tienden más bien a distinguirlas bastante netamente. Pero esto no es incompatible con la idea de que la peirástica es una parte de la dialéctica, en la medida en que la una y la otra parten de opiniones. No son las mismas opiniones y el fin tampoco es el mismo, pero esto es suficiente para que haya un cierto parentesco entre la una y la otra. La distinción, además, no estaba claramente realizada en los Tópicos, donde el término peirastikóv no aparecía. (Gourinat, 2002, p. 490) Y más adelante: “… una de las funciones de la dialéctica es poner a prueba los principios de cada ciencia. Esto es también lo que le conduce a decir que ‘la dialéctica es la puesta a prueba de lo que la filosofía conoce’” (Metafísica, 1004 b 25-26)33. En el caso de los argumentos contenciosos (o agonísticos) y erísticos, se tenía (en los Tópicos) un tipo de razonamiento que, o bien parte de premisas que parecen plausibles, o bien que es, él mismo, un razonamiento aparente. En el diálogo, tales razonamientos aparecerán en argumentos ‘agonísticos’ y ‘contenciosos’ que solo buscan la derrota del oponente. Según aclara Gourinat (2002, p. 39): 33 Esta misma frase ha sido traducida como: “la dialéctica es probatoria relativamente a las cosas que la filosofía quiere hacer notorias” (J. L.); “Dialectic is merely critical where philosophy claims to know” (W. D. Ross) (La dialéctica es meramente crítica allí donde la filosofía afirma saber). Sin embargo, J. B. Gourinat concluye su escrito diciendo: “Cuando Aristóteles afirma que ‘la dialéctica es la puesta a prueba de lo que conoce la filosofía’ (Metafísica, D, 2, 1004b2526), no significa, en efecto, que la dialéctica permita descubrir lo que la filosofía conoce, sino que ahí donde la filosofía tiene un conocimiento verdadero de los principios, la dialéctica no hace más que examinarlos, puesto que toda la descripción de la dialéctica y de la peirástica muestra claramente que la dialéctica no da, por sí misma, ningún conocimiento” (2002, p. 479). 31 Pedro José Posada Gómez Como el razonamiento dialéctico, el razonamiento erístico busca una refutación de quien responde por el que pregunta, y ése es su objetivo preferente (R. S., 3, 165b14-18). Pero el que interroga en el razonamiento erístico busca otras formas de victoria: suscitar error o paradoja (R. S., 3, 165b14; véase 12, 172b10-173a30), provocar solecismos (R. S., 3, 165b14-15; véase 14, 173b17-174 a16), engendrar el parloteo (R. S., 3, 165b15; véase 13, 173a31173b16). Además, la refutación erística es diferente de la refutación dialéctica, puesto que parte de premisas que no son endoxales (plausibles), o no deduce correctamente su conclusión. Más adelante se dirá algo más sobre la erística como razonamiento sofístico y sobre las falacias o elencos que la caracterizan. Como ahora se trata de aclarar el concepto de razonamiento y sus tipos en los Tópicos y las Refutaciones, conviene mirar la forma como opera el razonamiento dialéctico y cuál es su relación con la filosofía en general. Aristóteles analiza el método dialéctico partiendo del ideal de que “si pudiéramos hacernos cargo de a cuántas y cuáles cosas se refieren y de qué constan los enunciados, así como el modo de disponer sin restricciones de ellas, cumpliríamos adecuadamente el programa establecido”34, es decir, dominar “un método que no descuide ninguna de sus posibilidades”, tal como lo hacen los que dominan los métodos de la medicina o la retórica. Pasa luego Aristóteles a construir los elementos de este método: “Son iguales en número e idénticas las cosas de las que constan los argumentos (λόγοι) y aquellas sobre las que versan los razonamientos (συλλογισμοί)35”. Lo que dice a continuación Aristóteles podría conducir a aclarar más la situación: “En efecto, los argumentos (λόγοι) surgen de las proposiciones (προτάσεις36) y aquello sobre lo que versan los razonamientos (συλλογισμοί) son los problemas (προβλήματα)…”37. 34 35 36 37 “First, then, we must see of what parts our inquiry consists. Now if we were to grasp (a) with reference to how many and what kind of, things arguments take place, and with what materials they start, and (b) how we are to become well supplied with these, we should have sufficiently won our goal” (W. A. P.). “Ante todo es preciso ver cuáles son los elementos de donde puede salir este método. En efecto, si supiéramos a cuántas cosas y a cuáles se aplican los razonamientos dialécticos, de qué elementos se sacan y cómo puede tenerlos uno siempre a su disposición, habríamos conseguido suficientemente el objeto que aquí nos hemos propuesto” (F. L.). “Now the materials with which arguments start are equal in number, and are identical, with the subjects on which reasonings take place” (W. A. P.). M. Candel justifica su traducción aclarando que aquí se trata de una relación entre el razonamiento en general, λόγοι y el caso particular del “razonamiento por concatenación de juicios”, συλλογισμοί. “También ‘premisas’, por influencia de una frecuente versión latina del término…” (M. C. S.). προτάσεις: “a proposition, the premiss”. Greek Vocabulary List. “For arguments start with ‘propositions’, while the subjects on which reasonings take place are 32 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Esta correspondencia entre los “argumentos” en general (λόγοι) y los “razonamientos” o silogismos, parece anunciar una distinción entre unos razonamientos lógicos y otros dialécticos38, pero no es así, como se desprende de que Aristóteles hablará enseguida de “proposiciones dialécticas” y “problemas dialécticos”, lo que sugiere que ellos servirán de premisas de los “argumentos” y “razonamientos” dialécticos. Sin embargo, la distinción entre “proposiciones” (προτάσεις) y “problemas” (προβλήματα) sí parece anunciar una diferencia entre premisas que sirven al razonamiento privado (del dialéctico) y problemas o preguntas que se lanzan al oponente en el debate dialéctico público. Pero el asunto no parece estar del todo claro. A continuación las ilustraciones que Aristóteles da de ellas. “Toda proposición y todo problema —dice Aristóteles— indican, bien un género, bien un propio, bien un accidente”39, categorías a las que enseguida agrega la definición. Y dice que es a partir de estas cuatro cosas que surgen las proposiciones y los problemas, los cuales difieren en el modo40, e ilustra esto dando dos casos de proposiciones: - ¿Acaso “animal pedestre bípedo” es la definición de hombre? y - ¿Acaso “animal” es el género del hombre? Y la primera se transforma en problema al tomar la forma: - El animal pedestre bípedo ¿es la definición de hombre o no?41 (y la segunda, ‘animal, ¿es el género del hombre o no?’). Aristóteles presenta los dos casos en forma de preguntas. La diferencia estaría, si nos atenemos a la traducción de Candel (1982), en que el problema plantea la elección entre dos alternativas. Sin embargo, se puede asumir que se trata de ‘proposiciones’ y ‘problemas’ dialécticos. Pues cabe pensar que la proposición, en tanto ‘premisa’ de un argumento, o razonamiento en 38 39 40 41 ‘problems’” (W. A. P.). “Los razonamientos dialécticos proceden de las proposiciones. Los elementos con que se forman los silogismos son precisamente las cosas que deben resolverse” (F. L.). “Los elementos de donde salen los razonamientos dialécticos son tantos como los elementos con que se forman los silogismos y se confunden con ellos”, Traduce F. Larroyo. Estos son los “predicables” o predicados generales de la dialéctica (voces, modi praedicandi), ya desarrollados en el texto de las Categorías. Ver la traducción de los Tópicos por J. Tricot (Topiques – Órganon V, Vrin, 2004, p. 22, nota 3). “The difference between a problem and a proposition is a difference in the turn of the phrase” (W. A. P.). Erróneamente la edición de Gredos dice: “el problema y la definición difieren en el modo”. “La proposición y la cuestión difieren únicamente en la forma” (F. L.). «‘“An animal that walks on two feet” is the definition of man, is it not?’ or ‘“Animal” is the genus of man, is it not?’ the result is a proposition: but if thus, ‘Is “an animal that walks on two feet” a definition of man or no?’ [or ‘Is “animal” his genus or no?’] the result is a problem» (W. A. P.). 33 Pedro José Posada Gómez general, pueda ser una simple afirmación, mientras que el problema, como punto de partida de un razonamiento o silogismo dialéctico, asuma normalmente la forma de una interrogación. Esto parece posible atendiendo a lo que dirá más adelante Aristóteles cuando empieza a explicar qué es una ‘proposición dialéctica’ y qué un ‘problema dialéctico’: “No toda proposición ni todo problema se ha de considerar dialéctico: pues nadie en su sano juicio propondría lo que para nadie resulta plausible, ni pondría en cuestión lo que es manifiesto para todos o para la mayoría” (104 a 5). Aquí, la proposición ‘propone’ y el problema ‘pone en cuestión’ (plantea un interrogante). La siguiente definición de ‘proposición dialéctica’ y ‘problema dialéctico’ plantea un punto de vista diferente: Una proposición dialéctica es una pregunta plausible, bien para todos, bien para la mayoría, bien para los sabios, y, de entre éstos, bien para todos, bien para la mayoría, bien para los más conocidos (de ellos), y que no sea paradójica: pues cualquiera haría suyo lo que es plausible para los sabios, siempre que no sea contrario a las opiniones de la mayoría. (104 a 5-10)42 Un problema dialéctico es la consideración de una cuestión (theorema43), tendiente, bien al deseo y al rechazo, bien a la verdad y el conocimiento, ya sea por sí misma, ya como instrumento para alguna otra cuestión de este tipo, acerca de la cual, o no se opina ni de una manera ni de otra, o la mayoría opina de manera contraria a los sabios, o los sabios de manera contraria a la mayoría, o bien cada uno de esos grupos tiene discrepancias en su seno. (104 b 1-7)44 Así, mientras la proposición dialéctica surge cuestionando lo que la mayoría acepta (por lo que no puede ser paradójica), el problema dialéctico se 42 43 44 “Now a dialectical proposition consists in asking something that is held by all men or by most men or by the philosophers, i.e. either by all, or by most, or by the most notable of these, provided it be not contrary to the general opinion; for a man would probably assent to the view of the philosophers, if it be not contrary to the opinions of most men” (W. A. P.). F. Larroyo inicia la traducción de este párrafo con: “Una proposición dialéctica es una interrogación que ha de ser probable, ya para todos...” “Theórema, etim.: “espectáculo”, es decir, lo que es objeto de contemplación o consideración” M. C. S. p. 106, nota 31. El vocablo está asociado a “contemplación” y “teoría”, además de a “teorema”. El theórema es “presentado” a la consideración de otro. “A dialectical problem is a subject of inquiry that contributes either to choice and avoidance, or to truth and knowledge, and that either by itself, or as a help to the solution of some other such problem. It must, moreover, be something on which either people hold no opinion either way, or the masses hold a contrary opinion to the philosophers, or the philosophers to the masses, or each of them among themselves” (W. A. P.). “... consideración en la que el vulgo no piensa ni en uno ni en otro sentido...” (F. L.). 34 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) pregunta por algo que es materia de controversia (θεώρημα). Aquí, el carácter dialéctico de ambas está señalado por la referencia a lo que la mayoría considera plausible o lo que la mayoría considera controvertible. Pero ambas se plantean como preguntas (nótese la semejanza con los ejemplos dados antes). Con lo cual se retorna a la inicial distinción entre la proposición y el problema, pareciendo ahora que la primera surge de lo que se considera establecido y el segundo de lo que se considera controvertible. Agrega el texto de los Tópicos que “todas las opiniones que estén de acuerdo con las técnicas (como la medicina o la geometría) son proposiciones dialécticas”45, pues cualquiera aceptaría lo que es plausible para los que, como el médico o el geómetra, han estudiado estos asuntos. Esta apelación a lo admitido o establecido, abona la posibilidad de que las ‘proposiciones’ dialécticas puedan presentarse como afirmaciones. Pero este desarrollo corresponderá a los Analíticos, donde se definirá la ‘proposición’ (πρότασις) como “un enunciado afirmativo o negativo de algo acerca de algo”, enunciado que puede ser universal, particular o indefinido (An. I. 24 a 15). Por lo pronto, en el capítulo VIII de los Tópicos se seguirá definiendo la proposición dialéctica como “aquella ante la cual es posible responder sí o no” (158 a 15). Los problemas dialécticos se denominan θέσις cuando surgen de “un juicio paradójico de alguien conocido en el terreno de la filosofía” (104 b 20) y Aristóteles ilustra este tipo de problemas o tesis con tres afirmaciones: “que no es posible contradecir, tal como dijo Antístenes, o que todo se mueve, según Heráclito, o que lo que es (ὤν) es uno, tal como dice Meliso” (104 b 22). Agrega que: No es preciso examinar todo problema ni toda tesis, sino aquella en la que encuentre dificultad alguien que precise de un argumento y no de una corrección o una sensación; en efecto, los que dudan sobre si es preciso honrar a los dioses y amar a los padres o no, precisan de una corrección, y los que dudan de si la nieve es blanca o no, precisan de una sensación. Además de excluir del examen dialéctico estas ideas morales o empíricas ‘evidentes’, Aristóteles excluye aquellas proposiciones o tesis “cuya demostración es inmediata o demasiado larga: pues los unos no tienen dificultad y los otros tienen más de lo que conviene a una ejercitación” (105 a 5). Desafortunadamente, no da ejemplos de este último par, aunque se puede 45 “all opinions that are in accordance with the arts are dialectical propositions” (W. A. P.). “todas las opiniones recibidas en ciertas artes son proposiciones dialécticas” (F. L.). 35 Pedro José Posada Gómez suponer que las primeras son “evidentes”, y las segundas exigen un proceso demostrativo demasiado largo para efectos del intercambio dialéctico. Queda por ver cómo serían los ‘argumentos’ y los ‘razonamientos’ dialécticos, que surgirían de las proposiciones y problemas correspondientes. Efectivamente, Aristóteles pasa a ocuparse de los ‘argumentos dialécticos’, aunque, curiosamente, no agrega nada sobre los ‘razonamientos dialécticos’. Pues dice que los argumentos dialécticos son de dos tipos: los que se dan por comprobación (ἐπαγωγή46) y los que se dan por razonamiento (silogismo) (105a 10). Y aclara que se ocupará de los primeros, pues ya anteriormente ha dicho qué es razonamiento. Aunque, como se ha visto, lo único que ha dicho antes es la definición general de razonamiento (100a 25) que sirvió de base a la división en razonamientos demostrativos, dialécticos, erísticos y desviados (paralogismos). Así, da la impresión de que el concepto general de razonamiento es, a la vez, un caso de argumento dialéctico (O que las formas del silogismo deductivo y de la comprobación se dan por igual en todos los argumentos dialécticos). Define entonces Aristóteles la comprobación como “el camino que va desde las cosas singulares hasta lo universal”47. Por ejemplo: “si el más eficaz piloto es el versado en su oficio, así como el cochero, también en general el versado es el mejor en cada cosa” (105a 15). Y agrega una aclaración importante: “La comprobación es un argumento más convincente y claro, más accesible a la sensación y común a la mayoría, mientras que el razonamiento es más fuerte y más efectivo frente a los contradictores” (105a 16-19)48. El origen sensible de la comprobación la hace más accesible 46 47 48 El término ‘ἐπαγωγή’ ha sido tradicionalmente traducido como ‘inducción’. Así, Francisco Larroyo traduce aquí que hay dos especies de ‘razonamientos dialécticos’: la ‘inducción y el silogismo’. En las versiones inglesas de W. A. Pickard y de E. S. Forster (1960/1997) se traduce ‘Induction’ y ‘Reasoning’. Candel (1982, pp. 100-101, nota 21) justifica su traducción de ‘ἐπαγωγή’ como ‘comprobación’ diciendo que “… la famosa “inducción” no es tanto un proceso cognoscitivo que nos remonta de lo singular a lo universal, sino un proceso de fijación y depuración, por el que lo universal, inicialmente confuso (pero ya presente) se verifica en los singulares para constituir lo universal en cuanto tal, claro y distinto. Es, en otras palabras, la comprobación de lo universal en lo singular, necesaria para la constitución de ambos en toda su puridad conceptual”. Ver la nota anterior. “Induction is a passage from individuals to universals” (W. A. P.). “La inducción es la transición de lo particular a lo universal” (F. L.). “Induction is the more convincing and clear: it is more readily learnt by the use of the senses, and is applicable generally to the mass of men, though reasoning is more forcible and effective against contradictious people” (W. A. P.). En el Libro VIII reitera: “En la discusión hay que emplear el razonamiento para los dialécticos más que para el vulgo; la comprobación, en cambio, hay que emplearla más para el vulgo” (157a 17). 36 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) a la mayoría, mientras que la fuerza deductiva del razonamiento silogístico la hace más efectiva para refutar al contradictor en el debate dialéctico. Los siguientes parágrafos del Libro I (105 a 13-17) estarán dedicados a explicar cuatro medios o instrumentos mediante los cuales se construirán los razonamientos dialécticos: 1. Tomar o elegir las proposiciones (prótasis o premisas), 2. Distinguir los diferentes sentidos en los que se puede decir una cosa, 3. Analizar las diferencias, y 4. Observar las semejanzas. Las tres últimas pueden ser presentadas también como premisas (prótasis) (105a 20-30). En la exposición del primer punto Aristóteles afirma que “Hay tres clases de proposiciones y problemas (…) unas son proposiciones éticas, otras físicas y otras lógicas”49. Afirmación importante por ser uno de los escasos lugares donde el autor usa el adjetivo ‘lógica’. Los ejemplos que da de cada una de ellas muestran que esta clasificación se deriva del tipo de asuntos que cada una de ellas expresa. Así, es una proposición ética: “si hay que obedecer más a los padres o a las leyes, caso de estar en desacuerdo”; una proposición física: “si el mundo es eterno o no”; y una proposición lógica: “si el conocimiento de los contrarios es el mismo o no”50 (105b 20-25). En esta parte Aristóteles inserta otra observación interesante: “… con relación a la filosofía, hay que tratar acerca de estas cosas conforme a la verdad (ἀλήθεια), mientras que, en relación con la opinión (δόξα), se han de tratar dialécticamente” (105b 30)51. Observación a la que habrá que volver cuando se reconsideren las relaciones entre la dialéctica y la filosofía. El Libro I de los Tópicos termina con algunas observaciones sobre la utilidad de los tres últimos instrumentos dialécticos señalados en la anterior enumeración: saber de cuántas maneras se dice algo, encontrar las diferencias y encontrar las semejanzas. Lo primero es sobre todo útil para evitar los razonamientos desviados o paralogismos (especialmente, para evitar la ἀμφιβολία). Lo segundo, para construir razonamientos sobre lo idéntico y lo distinto; y los últimos, para construir los argumentos por ‘comprobación’, así como para los razonamientos hipotéticos y para dar definiciones (108a 18 - 108b 10). Los Libros II a VII de los Tópicos están dedicados al análisis del uso de los distintos topoi o “lugares comunes” en las disputas dialécticas. Los 49 50 51 “Propositions and problems there are (…) three divisions: for some are ethical propositions, some are on natural philosophy, while some are logical” (W. A. P.). Bochenski traduce: “si una misma ciencia puede tener como objeto cosas opuestas”; F. Larroyo: “si la ciencia de los contrarios es única o no lo es”; W. A. P.: “‘Is the knowledge of opposites the same or not?’”. “For purposes of philosophy we must treat of these things according to their truth, but for dialectic only with an eye to general opinion” (W. A. P.). 37 Pedro José Posada Gómez lugares comunes son clasificados según su pertenencia a los cuatro tipos de “predicables” (la definición, lo propio, el género y el accidente), así: Lugares del accidente (Libros II y III), lugares del género (Libro IV), lugares de lo propio (Libro V), lugares de la definición (Libros VI y VII). Sobre el concepto de “lugar común” (τόπος) anota Bochenski (1985, p. 64) que “Aristóteles no llegó a definirlos nunca, y hasta hoy nadie ha logrado expresar clara y brevemente qué son en realidad. En todo caso se trata de ciertas indicaciones muy generales en orden a la formación de argumentos”. Efectivamente, en estos capítulos se encuentra el lector una serie de recomendaciones que deben seguir las partes en el debate dialéctico, ya sea para establecer los argumentos propios o para refutar los del contrario. Aristóteles se vale aquí de recursos lógicos (contradicción, identidad), semánticos (sinonimia, homonimia, antonimia) y retóricos (ejemplos, modelos, analogías), elementos que serán desarrollados más detenidamente en sus obras posteriores. En la mayoría de los casos, los argumentos son presentados como inferencias inmediatas (es decir, que van de una premisa a la conclusión), lo que supone un uso, así sea intuitivo, de lo que posteriormente vendrá a ser conocido como el cuadrado de oposiciones52. Para Bochenski (p. 65), la importancia lógica de la teoría de los “predicables” consiste en que: Se trata de un intento de análisis de la sentencia bajo la perspectiva de las relaciones entre sujeto y predicado. Dicho análisis es realizado desde un punto de vista objetivo, no formal; con todo, en él resuenan también ideas puramente estructurales, como, p. ej., la diferencia entre género y diferencia específica o propio, en la que el género viene manifiestamente simbolizado por un nombre y las propiedades por un functor. El último parágrafo del Libro VII está dedicado a mostrar la “facilidad y dificultad para refutar y establecer los problemas”. Aquí Aristóteles argumenta principios generales como que: es más difícil establecer que refutar una definición, pues “al que elimina le basta con argumentar contra una sola cosa: pues, una vez refutamos una cosa cualquiera (de la definición), habremos eliminado la definición; el que establece, en cambio, es necesario que pruebe que todas y cada una de las cosas (enunciadas) se dan en la definición. Además, el que establece ha de conducir el razonamiento de acuerdo con el todo (universalmente) (…) El que refuta, en cambio, ya no es necesario que muestre lo universal; en efecto, le basta con mostrar que el enunciado no es verdad acerca de algunas de las cosas que caen bajo el 52 Los elementos esenciales ya habían sido desarrollados en las Categorías. 38 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) nombre” (154a 34- 154b 4); en el caso de lo propio y el género “es más fácil refutar que establecer” (154b 13); en el caso del accidente “el universal es más fácil de refutar que de establecer: pues el que establece ha de mostrar que se da en todas las cosas, y al que refuta le basta mostrar que no se da en una. El particular, en cambio, a la inversa: es más fácil de establecer que de refutar: pues al que establece le basta mostrar que se da en alguna cosa; al que refuta, en cambio, que no se da en ninguna” (154b 33- 155a 3), etc. El Libro VIII está dedicado a cuestiones generales de la práctica dialéctica: reglas de la interrogación, papel del que pregunta y del que responde, claridad y falsedad de los argumentos, petición de principio, entre otros. En el primer parágrafo, sobre las reglas de la interrogación, Aristóteles plantea el orden y la manera como se debe preguntar. Establece tres pasos: 1. Encontrar el lugar (τόπος) desde el cual se va a atacar, 2. Formular las preguntas y ordenarlas para uno mismo, 3. Plantearlas al otro (155b 1-7). Lo que agrega enseguida es importante para la comprensión de las relaciones entre la dialéctica y la filosofía: Así pues, hasta el momento de encontrar el lugar, la investigación es semejante para el filósofo y para el dialéctico, mientras que ordenar las cuestiones y formular las preguntas es ya propio del dialéctico: en efecto, todo esto (se hace) de cara al otro. Al filósofo y al que investiga para sí, en cambio, con tal de que las cosas por las que se establece el razonamiento sean verdaderas y conocidas, nada le importa que el que responda no las haga suyas por ser próximas a la cuestión inicial y porque prevé por ello la consecuencia resultante, sino que, en todo caso, se esforzará en que sus postulados sean los más conocidos y próximos posible: pues a partir de estos se establecen los razonamientos científicos. (155b 6-16)53 Dos cosas quedan claras en este párrafo: 1. Una diferencia entre el razonamiento dialéctico y la indagación filosófica radica en el carácter público de la primera y el privado de la segunda; 2. Se afirma una semejanza entre la indagación filosófica, la indagación para sí mismo y el razonamiento cien53 “Now so far as the selection of his ground is concerned the problem is one alike for the philosopher and the dialectician; but how to go on to arrange his points and frame his questions concerns the dialectician only: for in every problem of that kind a reference to another party is involved. Not so with the philosopher and the man who is investigating by himself: the premises of his reasoning, although true and familiar, may be refused by the answerer because they lie too near the original statement and so he foresees what will follow if he grants them: but for this the philosopher does not care. Nay, he may possibly be even anxious to secure axioms as familiar and as near to the question in hand as possible: for these are the bases on which scientific reasonings are built up” (W. A. P.). 39 Pedro José Posada Gómez tífico: en los tres casos se parte de premisas que sean “verdaderas y conocidas”, que sean “los más conocidos y próximos posible”. Aristóteles pasa a continuación a precisar el orden y el modo de formular las preguntas en el debate dialéctico. Pero antes aclara qué proposiciones sirven como punto de partida, distinguiendo entre estas las “necesarias” y las “que se pueden adoptar”. Llama “necesarias” a aquellas “mediante las cuales se realiza el razonamiento” (silogismo), y distingue cuatro tipos en “las que se pueden adoptar”: 1. Las que sirven para la comprobación (inducción), 2. Las que sirven para la “ampliación del enunciado”, 3. Las que sirven para “disimular la conclusión”, y 4. Las que sirven “para que el enunciado sea más claro” (155b 15-20). Respecto de las premisas necesarias, dice, además, que éstas “se han de hacer aceptar por razonamiento o por comprobación, o bien unas por comprobación y otras por razonamiento, proponiendo por sí mismas todas aquellas que son demasiado evidentes…” (155b 35). Aquí se distingue, pues, entre premisas para el razonamiento deductivo y premisas para el razonamiento inductivo (comprobación). Las premisas adoptadas para la comprobación sirven para que se conceda, a partir de casos singulares, lo universal (156a 4). La ‘técnica’ de la ampliación consiste en un “hinchamiento provocado con vistas a adornar sus elementos esenciales y facilitar su aceptación” (Candel, 1982, p. 276, nota 124); el ‘método’ de ‘disimular’ (κρύψις) la conclusión se realiza “al probar por razonamientos previos aquellas proposiciones mediante las cuales se realiza el razonamiento probatorio de lo que se pretende desde el principio, y esto en la mayor cantidad posible” (156a 7-10)54. Este procedimiento es uno de los muchos trucos que enseña Aristóteles para vencer al contendor en la disputa dialéctica; trucos que abundan en los Tópicos, dirigidos tanto al que pregunta como al que responde. Este es uno de varios casos en los que Aristóteles introduce en su dialéctica elementos típicamente retóricos. Otros ejemplos, en el Libro VIII, serían: “Es preciso también lanzarse una objeción a uno mismo, puesto que los que responden se comportan sin recelo ante los que parecen abordar la cosa imparcialmente” (156b 18); “Además, conviene no insistir sobre un mismo argumento, aunque sea útil: pues, ante los que insisten, se ofrece más resistencia” (156b 24); “... conviene alargar e intercalar cuestiones no 54 “Cuantos más razonamientos previos, mejor para el ocultamiento de la conclusión” (Candel, 1982, nota 127). 40 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) útiles para el enunciado (…) pues al haber muchas cosas, no está claro en cuál está lo falso” (157a 1)55. En el capítulo 4 del Libro VIII se precisa cuál es la tarea del que “responde bien” y la del que “pregunta bien”: Es misión del que pregunta conducir el discurso (λόγος) de modo que haga decir al que responde las más inadmisibles de las consecuencias necesarias obtenidas a través de la tesis; es misión del que responde, en cambio, hacer que lo imposible o lo paradójico no parezca desprenderse por su mediación, sino a través de la tesis: pues sin duda son distintos el error de exponer primero lo que no se debe y el de no defender del modo debido lo ya expuesto. (159a 20-25)56 Así, tratándose de una justa dialéctica, el que responde se responsabiliza de defender la tesis lo mejor que pueda; si el que pregunta lo hace incurrir en ‘imposibilidades’ o ‘paradojas’, el que responde tratará de responsabilizar a la tesis y no a sus argumentos en defensa de ella; pues los defectos de la tesis (partir de una tesis errada) no lo son del argumentador (de su modo de argumentar a favor de ella). El siguiente capítulo del Libro VIII precisa las normas que ha de seguir el que responde cuando los argumentos se construyen con miras a “ejercitarse y ensayar”; pues, aclara Aristóteles, “no son idénticos los fines de los que enseñan o de los que aprenden y de los que contienden, ni de estos y los que conversan entre ellos de cara a una investigación” (159a 25). Inmediatamente, aclara a cuáles fines tiende cada uno de los tres ‘diálogos’ o ‘debates’ dialécticos: el del maestro con el aprendiz (didáctico), el de los que se enfrentan en la contienda dialéctica (agonístico), y el de los que investigan (¿crítico?): (…) pues el que aprende debe exponer siempre lo que él opina: y, en efecto, nadie se va a dedicar a enseñarle algo falso […] Entre los que contienden, en 55 56 Al parecer, Aristóteles no encontraría ninguna objeción a esta violación sistemática de las greicianas “máximas de la conversación”, en aras de salir triunfante del debate. Theodor Gomperz (2000, p. 65 y nota 1) hace el inventario de los consejos aristotélicos para confundir al adversario, en los Tópicos, después de comentar: “Aristóteles, joven aún, parece haber compuesto este manual de dialéctica belicosa, sin sentir escrúpulos en proporcionar consejos incluso para confundir al adversario”. “The function of the questioner is so to direct the discussion as to make the answerer give the most paradoxical replies that necessarily result because of the thesis. The function of the answerer is to make it seem that the impossible or paradoxical is not his fault but is due to the thesis; for, possibly, to lay down the wrong thesis originally is a different kind of mistake from not maintaining it properly after one has laid it down” (Forster, Trad., 1960/1997, pp. 701-703). 41 Pedro José Posada Gómez cambio, el que pregunta debe aparentar por todos los medios que ejerce alguna influencia, y el que responde, parecer que no le afecta para nada […] En los encuentros dialécticos, en que no se construyen los argumentos por mor de competición, sino de ensayo e investigación, no está detallado de ninguna manera a qué debe tender el que responde, y cuáles cosas debe conceder y cuáles no, para defender correcta o incorrectamente la tesis”57. (159a 28-38) Es decir, a diferencia de la justa dialéctica, donde cada uno defiende lo suyo, el aprendiz que responde al maestro no teme decir lo que opina, pues si es refutado, aprende algo verdadero; en el debate de los dialécticos, cada uno debe mostrarse fuerte frente al otro, el que pregunta debe ‘aparentar’ que ha asestado un duro golpe a la tesis del otro, y el que responde, aparentar que el lance no lo toca para nada. Diferente a estas dos situaciones, el papel del que responde, en los diálogos de los que buscan la verdad mediante la investigación y el ensayo, no está predeterminado (posiblemente porque la tesis no está pre-determinada, en su valor de verdad, para ninguno de los dialogantes). El texto continúa pues con las normas que ha de seguir el que responde en este último tipo de diálogo. El que responde puede sostener una tesis plausible, una no plausible, o una que no sea ni lo uno ni lo otro, y las puede sostener bien de un modo absoluto o bien de un modo relativo a alguien (por ejemplo, ‘según fulano…’ o ‘yo sostengo que’). Y esto es indiferente porque “el modo de responder bien y conceder o no conceder lo preguntado será el mismo” (159b 4). Es decir, la respuesta a la tesis planteada será la misma, independientemente de quién o quiénes la sostengan y del modo como la sostengan. Como regla general “el que razona correctamente demuestra lo puesto a discusión a partir de cosas más plausibles y conocidas (que la conclusión)” (159b 7). Además, “hay que aceptar todo lo que sea plausible, y, de lo que no lo sea, todo aquello que sea menos no plausible que la conclusión: pues aquí se podrá decir que se ha discutido adecuadamente” (159b 18)58. Aun en el caso de que lo establecido solo sea plausible (no plausible) para el que responde, el que pregunta aceptará su criterio (¿a modo de hipótesis?) (159b 27), y lo mismo cuando el que responde está defendiendo la opinión de otro, “es evidente que hay que aceptar y rechazar cada cosa atendiendo al pensamiento de aquel” (159b 30). Reglas paralelas se establecen para el que 57 58 “in an assembly of disputants discussing in the spirit not of a competition but of an examination and inquiry, there are as yet no articulate rules about what the answerer should aim at, and what kind of things he should and should not grant for the correct or incorrect defense of his position” (W. A. P.). Y más adelante se enfatiza que “todos cuantos se dedican a razonar a partir de cosas menos plausibles que la conclusión, es evidente que no razonan correctamente: por ello a los que preguntan así no se les han de aceptar las preguntas” (160a 15-17). 42 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) responde (159b 37-160a 17). Ante las preguntas que contienen oscuridades o ambigüedades, el que responde deberá decir ‘No entiendo’ (160a 18). Si la ambigüedad se percibió después de haber aceptado algo, se le deberá decir al que pregunta ‘No lo concedí por atender a esto, sino a esto otro’ (No lo acepté en este sentido, sino en este otro) (160a 33). “Pero si lo preguntado es claro y simple, hay que responder sí o no” (160a 34). Con respecto a cómo responder a los argumentos por comprobación (inducción) se aconsejan dos cosas: “aceptar todas las cuestiones (premisas) singulares, con tal que sean verdaderas y plausibles” (160b), y “contra lo universal (conclusión) hay que intentar lanzar una objeción” (160b 2), pues se considera una acción de mala fe el rechazo de lo universal sin que se plantee como respuesta una objeción o una contrarréplica, y “la mala fe en las argumentaciones es una respuesta al margen de los modos mencionados, destructora del razonamiento” (160b 13). Por otro lado, “hay que guardarse de sostener una hipótesis no plausible”, y una hipótesis puede ser no plausible por dos razones: porque de ella se desprenden cosas absurdas (como cuando se sostiene que todo se mueve o que nada se mueve), o porque son elegidas “por alguna costumbre depravada y que son contrarias a la sana voluntad (como que el bien es el placer o que cometer una injusticia es mejor que padecerla)” (160b 17-20). Pues “se detesta, no al que sostiene estas cosas por mor de la argumentación, sino al que las enuncia como plausibles” (160b 21). Los últimos capítulos del Libro VIII abundan en consejos para refutar los argumentos del contrario, por ejemplo: atacar las premisas falsas del argumento (160b 24) o atacar al adversario, en vez de a la tesis (161a 20). También se proponen nuevos nombres para los distintos argumentos: “φιλοσόφημα”, para el razonamiento demostrativo (silogismo apodíctico); “ἐπιχείρημα”, para un razonamiento dialéctico (silogismo dialéctico); “σόφισμα”, para el razonamiento erístico (silogismo erístico); y “ἀπόρημα”, para el razonamiento dialéctico de contradicción (162a 15)59. Finalmente, Aristóteles hace algunas observaciones sobre la ‘petición de principio’ y la ‘petición de los contrarios’, distinguiendo cinco casos en cada una de ellas. Interesa aquí tomar nota de los referidos a la petición de principio, pues ella volverá a aparecer en las Refutaciones sofísticas. Dice el autor que en el terreno de la opinión (que es el de la dialéctica) el que interroga “postula lo del principio” de cinco maneras: 59 “A philosopheme is a demonstrative inference; an epichireme is a dialectical inference; a sophism is a contentious inference; an aporeme is an inference that reasons dialectically to a contradiction” (W. A. P.). E. S. Forster traduce, para el último tipo: “and an aporeme is a contentious inference of contradiction” (p. 725). 43 Pedro José Posada Gómez 1. “si uno postula aquello mismo que es preciso mostrar” (162b 35). 2. “cuando, siendo preciso demostrar algo particularmente, alguien postula que se demuestre universalmente” (163a). 3. “si alguien, habiéndose quedado en mostrar algo universalmente, postulara que se mostrase particularmente” (163a 5). 4. “si alguien, habiéndolo ya dividido (el caso universal en sus casos particulares), postula el problema” (163a 9)60. 5. “si alguien postulara una de las cosas que se siguen necesariamente la una de la otra” (163a 12)61. Para terminar este capítulo, veamos a continuación lo que se dice sobre el concepto de razonamiento en las Refutaciones sofísticas: El texto inicia planteando su tema: “Hablemos acerca de las refutaciones sofísticas (σοφιστικῶν ἐλέγχων) y de las refutaciones aparentes (φαινομένων ἐλέγχων), que son en realidad razonamientos desviados (παραλογισμῶν) y no refutaciones, y empecemos con las que, por su naturaleza, son primeras” (164a 20)62. Nótese que mientras en los Tópicos se distingue a los paralogismos (“razonamientos desviados”) (101a 5) de los “razonamientos erísticos” (100b 25), aquí se los identifica con los “elencos sofísticos”, en tanto estos son “refutaciones aparentes” (así como el grupo degenerado de los razonamientos erísticos son “razonamientos aparentes”, y, por tanto, podrían ser llamados también ‘paralogismos’). Aristóteles empieza a sustentar su tema enfatizan60 61 62 “when he divides the proposition up and begs its separate parts” (E. S. F., p. 731). “People appear to beg their original question in five ways: the first and most obvious being if any one begs the actual point requiring to be shown: this is easily detected when put in so many words; but it is more apt to escape detection in the case of different terms, or a term and an expression, that mean the same thing. A second way occurs whenever any one begs universally something which he has to demonstrate in a particular case: suppose (e.g.) he were trying to prove that the knowledge of contraries is one and were to claim that the knowledge of opposites in general is one: for then he is generally thought to be begging, along with a number of other things, that which he ought to have shown by itself. A third way is if any one were to beg in particular cases what he undertakes to show universally: e.g. if he undertook to show that the knowledge of contraries is always one, and begged it of certain pairs of contraries: for he also is generally considered to be begging independently and by itself what, together with a number of other things, he ought to have shown. Again, a man begs the question if he begs his conclusion piecemeal: supposing e.g. that he had to show that medicine is a science of what leads to health and to disease, and were to claim first the one, then the other; or, fifthly, if he were to beg the one or the other of a pair of statements that necessarily involve one other; e.g. if he had to show that the diagonal is incommensurable with the side, and were to beg that the side is incommensurable with the diagonal” (W. A. P.). “Let us now discuss sophistic refutations, i.e. what appear to be refutations but are really fallacies instead. We will begin in the natural order with the first” (W. A. P.). 44 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) do que así como hay cosas que son lo que son (por ej. la salud) y cosas que aparentan ser (p. ej. el maquillaje que quiere aparentar salud), así mismo hay razonamientos (συλλογισμοί) y argumentos (λόγοι) que aparentan serlo pero no lo son, y “del mismo modo, esto es un razonamiento (συλλογισμός) y una refutación (ἔλεγχος), mientras que esto otro no lo es, pero lo parece a causa de la inexperiencia: pues los inexpertos contemplan las cosas como desde lejos” (164b 25-27). Y continúa Aristóteles con la definición de ‘razonamiento’ (muy parecida a la ya citada de 100a 25), con la definición de lo que es una refutación, y con su clasificación de los cuatro tipos de argumentos en el diálogo, que ya se han comentado antes: “El razonamiento parte de unas cuestiones puestas de modo que necesariamente se ha de decir, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido; una refutación, en cambio, es un razonamiento con contradicción en la conclusión” (165a)63. Comenta Aristóteles que algunas refutaciones no logran esto, pero aparentan hacerlo de muchas maneras. La más común es la que se obtiene por el uso (indebido) de los nombres, de las palabras; debido a que usamos un lenguaje limitado para referirnos a un mundo infinito de cosas, y a que tenemos que usar un mismo enunciado para referirnos a cosas diferentes (165a 5-10); y así como los que no saben hacer cuentas son engañados por los que manejan hábilmente el ábaco, los que son inexpertos en el uso de los nombres (de las palabras) “son víctimas del falso razonamiento, tanto cuando ellos argumentan como cuando escuchan a otros” (165a 17)64. Esta es la 63 64 (165a.). “For reasoning rests on certain statements such that they involve necessarily the assertion of something other than what has been stated, through what has been stated: refutation is reasoning involving the contradictory of the given conclusion” (W. A. P.). “El silogismo es un razonamiento en el que, sentados ciertos datos, se saca de ellos alguna conclusión, que sale necesariamente de ellos, y que es diferente de los mismos” (Traduce F. Larroyo, y anota que esta es la “definición dada en los Primeros Analíticos, Libro I”). E. S. Forster traduce: “Reasoning is based on certain statements made in such a way as necessarily to cause the assertion of things other than those statements and as a result of these statements; refutation, on the other hand, is reasoning accompanied by a contradiction of the conclusion” (p. 13). En la edición inglesa de la Historia de Bochenski se traduce la definición de ‘refutación’ (élenchos): “Refutations is reasoning involving the contradictory of the given conclusion” (p. 55) y en la versión española: “La refutación (es) un silogismo que descubre la contradicción de la conclusión (del silogismo del adversario)” (p. 67). Traduzco de E. S. Forster (p. 13). M. Candel traduce: “los que tienen inexperiencia en el uso de los nombres, hacen razonamientos desviados, tanto si discuten ellos como si escuchan o otros. Y Pritchard-Cambridge: “those who are not well acquainted with the force of names misreason both in their own discussions and when they listen to others”. 45 Pedro José Posada Gómez razón, agrega Aristóteles, por la que hay “razonamientos (συλλογισμοί) y refutaciones (ἐλέγχοι) aparentes (φαινόμενοι)”65. Estos argumentos aparentes son propios de la técnica de los sofistas, de aquellos que se interesan más por parecer sabios (φαίνεσθαι σοφόν) que por serlo. Mientras que la tarea de aquel que sabe es “acerca de cada cuestión, evitar mentir él acerca de lo que sabe, y ser capaz de poner en evidencia al que miente” (165a 25)66. Es prudente recordar la clasificación de los argumentos dialécticos: Hay cuatro géneros de argumentos en la discusión (Ἔστι δὴ τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων τέτταρα γένη): didácticos (διδασκαλικοί), dialécticos (διαλεκτικοί), críticos (πειραστικοί) y erísticos (ἐριστικοί). Son didácticos los que prueban a partir de los principios peculiares de cada disciplina y no a partir de las opiniones del que responde (pues es preciso que el discípulo se convenza); dialécticos los que prueban la contradicción (que se sigue) a partir de cosas (premisas) plausibles; críticos, los construidos a partir de cosas que resultan plausibles para el que responde y que es necesario que sepa el que presume tener un conocimiento (de qué manera, empero, se ha precisado en otros textos); erísticos, los que, a partir de cosas que parecen plausibles, pero no lo son, prueban o parece que prueban. (165 b 1-5)67 Agrega Aristóteles, como ya se mencionó, que de los ‘demostrativos’ (aquí, equivalentes a los didácticos) se habla en los Analíticos, de los dialécticos y críticos en ‘otra parte’ (en los Tópicos) y que se trata ahora, en las Refutaciones sofísticas, de hablar de los “contenciosos y erísticos” (ἀγωνιστικῶν καὶ ἐριστικῶν) 68 (165b 5-10). 65 66 67 68 “For this reason, then, and for others to be mentioned later, there exists both reasoning and refutation that is apparent but not real” (W. A. P.). “it is the business of one who knows a thing, himself to avoid fallacies in the subjects which he knows and to be able to show up the man who makes them” (W. A. P.). “Of arguments in dialogue form there are four classes: Didactic, Dialectical, Examinationarguments, and Contentious arguments Didactic arguments are those that reason from the principles appropriate to each subject and not from the opinions held by the answerer (for the learner should take things on trust): dialectical arguments are those that reason from premisses generally accepted, to the contradictory of a given thesis: examination-arguments are those that reason from premisses which are accepted by the answerer and which any one who pretends to possess knowledge of the subject is bound to know-in what manner, has been defined in another treatise: contentious arguments are those that reason or appear to reason to a conclusion from premisses that appear to be generally accepted but are not so. The subject, then, of demonstrative arguments has been discussed in the Analytics, while that of dialectic arguments and examination-arguments has been discussed elsewhere: let us now proceed to speak of the arguments used in competitions and contests” (W. A. P.). F. Larroyo traduce ‘instructivo’ (didáctico), ‘examinativo’ (crítico), ‘contencioso’ (erístico). Es decir, “agonísticos y erísticos”, “argumentos de combate y de disputa” (F. L.), “the argu- 46 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Refiere entonces los cinco fines hacia los que tienden los que “contienden y aspiran a vencer al otro”69: “Estos fines son cinco: la refutación (ἐλέγχος), la falsedad (ψεῦδος), la paradoja (παράδοξον), la incorrección (σολοικισμὸς) y, el quinto, hacer que el interlocutor parlotee vanamente (…); o bien que cada una de estas cosas sea, no real, sino aparente” (165b 16)70. Y esto último es lo que hacen los sofistas. A continuación Aristóteles distingue dos modos de refutación: los que se dan “en función de la expresión” (de dictione) y los que se dan “al margen de la expresión” (extra dictionem) y, como las refutaciones pueden ser aparentadas sofísticamente, lo que seguirá será la presentación de la conocida lista de 6 elencos o refutaciones sofísticas que se dan “en función de la expresión” (y que la tradición posterior denominó ‘falacias dependientes del lenguaje’): “la homonimia (ομωνυμία), la ambigüedad (ἀμφιβολία), la composición (σύνθεσις), la división (διαίρεσις), la acentuación (προσῳδία), y la forma de expresión (σχῆμα λέξεως)” (165b 25)71. Me limito ahora a las anotaciones pertinentes para el tema de este capítulo. Después de enumerar este primer grupo de elencos sofísticos, Aristóteles afirma que tal clasificación puede ser garantizada u obtenida por comprobación (inducción) o por razonamiento (silogismo), lo cual sugiere que estas dos modalidades de razonamiento cumplen un papel heurístico y transversal en los dos textos. En 166b 20, el autor introduce el segundo tipo de elencos sofísticos, aunque esta vez se refiere a ellos como “razonamientos desviados (paralogismos) al margen de la expresión”72. Estos son siete: 1. En función del accidente; 2. Deducir de manera absoluta, o no absoluta sino bajo algún aspecto, o en algún sitio, o en alguna ocasión o respecto a algo; 3. En función del desconocimiento de la refu- 69 70 71 72 ments used in competitions and contests” (W. A. P.), “competitive and contentious arguments” (E. S. F.). “aims entertained by those who argue as competitors and rivals to the death” (W. A. P.). “refutation, fallacy, paradox, solecism, and fifthly to reduce the opponent in the discussion to babbling-i.e. to constrain him to repeat himself a number of times: or it is to produce the appearance of each of these things without the reality”. “Those ways of producing the false appearance of an argument which depend on language are six in number: they are ambiguity, amphiboly, combination, division of words, accent, and form of expression” (W. A. P.). “The methods of producing a false illusion in connexion with language are six in number: equivocation, ambiguity, combination, division, accent and form of expression” (E. S. F.). Habíamos visto que en los Tópicos se introdujo a los paralogismos como un cuarto tipo de razonamiento que surgía por el planteamiento errado de los principios (o procedimientos) de una ciencia (la geometría), aquí el concepto se asimila al de elenco sofístico. 47 Pedro José Posada Gómez tación; 4. En función de la consecuencia; 5. Asumir la proposición que al principio se ha propuesto probar; 6. Poner como causa lo que no es causa; y 7. Convertir varias preguntas en una (166b 22-28). Si se acepta la prioridad cronológica de los Tópicos y las Refutaciones con respecto a los Analíticos, vale tener en cuenta la observación de Hamblin, en el sentido de que las falacias son estudiadas por Aristóteles, en primer lugar, en el contexto del debate dialéctico, así él las retome luego para intentar su presentación lógico formal (en los Analíticos), y para evaluar su utilidad retórica (en la Retórica). Más adelante se volverá sobre esto. En la sección 8 (Refutaciones sofísticas en virtud del contenido) se da una aclaración importante: “Llamo refutación y razonamientos sofísticos, no solo a los que parecen razonamiento o refutación y no lo son, sino también a los que, siéndolo, sólo aparentemente son apropiados para el objeto” (169b 20). Esta afirmación apoya una concepción pragmática del razonamiento. Una refutación sofística, “aunque pruebe por razonamiento la contradicción, no pone de manifiesto si el adversario ignora la cuestión…”, por ello no cumple la función de mostrar la ignorancia del adversario, que es la función de la crítica. Por el contrario, la dialéctica (de la cual la crítica es una parte, 169b 25), “puede probar por razonamiento una falsedad, a causa de la ignorancia del que da el enunciado”. Siendo infinitas las cosas y las demostraciones, “las falsas refutaciones se dan también en infinitas cosas: pues con arreglo a cada técnica hay un razonamiento falso” (170a 30). El número de refutaciones aparentes posibles está en función de todas las fallas en que pueda incurrir un razonamiento que intenta ser refutatorio, pues “por cada requisito que le falte a un razonamiento refutatorio para ser verdadero, habrá una refutación aparente: luego habrá tantos tipos de refutaciones aparentes como requisitos de una refutación verdadera” (Candel, p. 329, nota 38). Si se conocieran los principios de cada razonamiento plausible sobre una pregunta cualquiera, se tendrían los principios de las refutaciones, “pues la refutación es el razonamiento de la contradicción, de modo que uno o dos razonamientos de la contradicción son una refutación” (170b)73. Es decir, el razonamiento refutatorio prueba que una o la otra, de las alternativas planteadas como pregunta, es falsa (y si no lo es una, lo es la otra). Además, al conocer por qué se da cada refutación aparente, se sabe cuál es su 73 “for a refutation is a proof of a contradictory, and so one or two proofs of a contradictory make up a refutation” (E. S. Forster, p. 58). “For a refutation is the proof of the contradictory of a given thesis, so that either one or two proofs of the contradictory constitute a refutation” (W. A. P.). 48 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) “solución”, la objeción que cabe hacerles (170b 5). Por otro lado, hay refutaciones que no lo son para cualquiera, sino para tal o cual individuo, y son también infinitas. El dialéctico debe conocer los distintos modos como surgen, a partir de principios comunes, las refutaciones reales o aparentes; es decir, las refutaciones dialécticas o las aparentemente dialécticas, o las que son examinativas (críticas) (170b 10)74. La crítica (peirástica) pone a prueba al que es ignorante y pretende saber (171b 5). Los razonamientos erísticos y sofísticos pueden ser de dos tipos: los que son razonamientos aparentes aunque tengan conclusión verdadera (pues surgen de premisas que la dialéctica somete a crítica y “son engañosos respecto al por qué”); y los razonamientos desviados que “no estando de acuerdo con el método propio de cada uno, parecen estar de acuerdo con las técnicas en cuestión” (171b 10)75. El razonamiento que solo es aparente en relación con el asunto u objeto es un razonamiento erístico, aunque sea un razonamiento (formalmente) correcto (171b 20)76. Y aquí una distinción entre los que usan argumentos erísticos y los sofistas. Los primeros se caracterizan por usar métodos ilegítimos de combate, “son considerados hombres disputadores (ἐριστικοί) y amigos de pendencias”, los otros, los sofistas, además, “actúan por mor de la reputación (propicia) para el lucro”, “pues la sofística es una cierta técnica lucrativa basada en una sabiduría aparente”. Unos y otros se sirven de los mismos argumentos, el disputador para obtener una aparente victoria crítica y el otro para aparentar sabiduría (171b 25-35). La dialéctica es una técnica interrogativa, que no pregunta sobre las cosas primordiales, pues las toma como punto de partida de la interrogación (172a 17); y es también crítica, pues aun los que no conocen las artes específicas pueden ejercer la crítica, dado que “la crítica no es el conocimiento de nada definido”. De allí que: (…) también los ignorantes emplean de algún modo la dialéctica y la crítica: pues todos, hasta cierto punto, se esfuerzan en poner a prueba a los que hacen profesión de sabios […] todos refutan: pues participan sin técnica de 74 75 76 “Accordingly it is clear that the dialectician’s business is to be able to grasp on how many considerations depends the formation, through the common first principles, of a refutation that is either real or apparent, i.e. either dialectical or apparently dialectical, or suitable for an examination” (W. A. P.). “those misreasonings which do not conform to the line of inquiry proper to the particular subject, but are generally thought to conform to the art in question” (W. A. P.). “any reasoning that merely appears to conform to the subject in hand, even though it be genuine reasoning, is a contentious argument: for it is merely apparent in its conformity to the subjectmatter, so that it is deceptive and plays foul” (W. A. P.). 49 Pedro José Posada Gómez aquello en lo que consiste técnicamente la dialéctica, y el que critica con la técnica del razonamiento es un dialéctico. (172a 30-35) A lo que sigue una precisión sobre la erística, que permite distinguir a este de aquel que comete errores (‘paralogismos’) en una ciencia determinada: “el erístico no se comporta totalmente como aquel que traza figuras falsas: pues no hará razonamientos a partir de los principios de un género definido, sino que el erístico se ocupará de todo género” (172b). Así, mientras que los ‘paralogismos’ en los Tópicos son errores en el planteamiento de los principios de una ciencia determinada, los ‘paralogismos’ de las Refutaciones son, en tanto que argumentos erísticos, falacias que se pueden presentar en toda disputa, errores o tretas aplicables a todo tema de debate. Hasta aquí el comentario aristotélico de las refutaciones sofísticas. En los parágrafos siguientes se encuentra: primero, el comentario de los otros cuatro objetivos de la sofística (que lo son también de todos los que disputan en el debate dialéctico): inducir al error o a la paradoja (§ 12), inducir al parloteo estéril (§ 13) y provocar la incorrección (§ 14). Los parágrafos 15 a 33 se dedican a comentar el modo como deben ‘resolverse’ (es decir, contradecir o refutar) las refutaciones sofísticas. Aquí solo se analizan los dos últimos parágrafos del texto (33 y 34) pues contienen observaciones útiles para lo que aquí se propone. El parágrafo 33 (Diversa dificultad de las soluciones) empieza anotando que el tipo más simple de “razonamiento desviado” (‘paralogismo’, usado aquí como sinónimo de argumento erístico o sofístico) es el que se basa en la homonimia (182b 15), y pasa enseguida a distinguir los tipos de “argumento incisivo” (es decir, “aquel que produce la máxima perplejidad: pues éste es el que más punzante resulta” 182b 33). Y, ya que la perplejidad puede producirse mediante razonamientos que prueban (eliminando la parte falsa de la pregunta) o mediante argumentos erísticos, se darán grados de ‘incisividad’ para ambos casos. Para el caso de los que prueban, “el argumento probatorio más incisivo es el que, a partir de las cosas más plausibles, elimina lo más plausible” (182b 37)77. Este argumento “construye la conclusión a partir de la igualdad con las cuestiones planteadas”78. El segundo más incisivo de los argumentos probatorios es el que construye la conclusión “a partir de proposiciones que son todas igualmente plausibles” (183a 5)79. 77 78 79 “Now a syllogistic argument is most incisive if from premisses that are as generally accepted as possible it demolishes a conclusion that is accepted as generally as possible” (W. A. P.). “the one that puts its conclusion on all fours with the propositions asked” (W. A. P.). “and second comes the one that argues from premisses, all of which are equally convincing” (W. A. P.). 50 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Para el caso de los que simulan probar, (…) el más incisivo de los argumentos erísticos es aquel que, en primer lugar, no queda claro de entrada si ha probado o no, y si la solución es en función de la falsedad o de la división; el segundo, es aquel que está en función de la división o de la eliminación, pero no queda de manifiesto mediante cuál de las cosas preguntadas, dividiéndola o eliminándola, hay que resolverlo, o si esta solución está en función de la conclusión o de alguna de las preguntas. (183a 5-10)80 Este parágrafo termina con una observación que parece anticipar, parcialmente, la triple distinción de las ‘pruebas retóricas’ —según correspondan al ἦθος, al λόγος o al πάθος (al orador, al argumento o al ánimo del auditorio) (Retórica, 1356a 1)—, solo que aquí se plantean como maneras de resolver las disputas por cada una de las partes que debaten: así, para el que responde, “la solución es posible darla unas veces respecto al argumento (λόγον), otras respecto al que pregunta y respecto a la pregunta, y otras respecto a nada de esto..”, y para el que pregunta: “de manera semejante también es posible preguntar y razonar respecto a la tesis (θέσιν), respecto al que responde y respecto al tiempo —cuando la solución precisa de más tiempo del que se dispone para la discusión relativa a la solución—” (183a 21-25)81. Comparativamente: Vías para la solución de las disputas des- Vías para la solución de las disputas desde la perspectiva de el que responde de la perspectiva de el que pregunta a. preguntar y razonar respecto a la tesis a. respecto al argumento (λόγον). (θέσιν). b. respecto al que pregunta y respecto a la b. respecto al que responde. pregunta. c. respecto a nada de esto. c. respecto al tiempo. 80 81 “Of contentious arguments, on the other hand, the most incisive is the one which, in the first place, is characterized by an initial uncertainty whether it has been properly reasoned or not; and also whether the solution depends on a false premiss or on the drawing of a distinction; while, of the rest, the second place is held by that whose solution clearly depends upon a distinction or a demolition, and yet it does not reveal clearly which it is of the premisses asked, whose demolition, or the drawing of a distinction within it, will bring the solution about, but even leaves it vague whether it is on the conclusion or on one of the premisses that the deception depends” (W. A. P.). “Just as it is possible to bring a solution sometimes against the argument, at others against the questioner and his mode of questioning, and at others against neither of these, likewise also it is possible to marshal one’s questions and reasoning both against the thesis, and against the answerer and against the time, whenever the solution requires a longer time to examine than the period available” (W. A. P.). 51 Pedro José Posada Gómez El que responde (por la tesis) puede atacar o refutar (a) el argumento (o razonamiento general del que pregunta), (b) cuestionar al que pregunta o a su pregunta, y (c) usar otros medios (¿?). El que pregunta puede: (a) hacer preguntas y razonamientos sobre la tesis del adversario, (b) cuestionar al que responde, y (c) cuestionar factores temporales. En la línea de las a no hay ningún problema en equiparar estos ‘argumentos’ y ‘tesis’ con el ‘λόγος’ o argumento del discurso en la Retórica; en la línea de las b se encuentra el ἦθος de ambas partes, en el caso del que responde vinculando también al que pregunta con la pregunta por él planteada. Por el contrario, la línea de las c ya no corresponde con la alusión retórica al πάθος del auditorio, aunque sugiere factores externos a los argumentos y a los argumentadores. El parágrafo 34 es la conclusión, a la vez, de los Tópicos y las Refutaciones sofísticas. Allí, como ya se había mencionado, Aristóteles se reconoce como el iniciador de una disciplina o del estudio sistemático de una técnica, la dialéctica: “Nos habíamos propuesto, pues, encontrar una capacidad de razonar acerca de aquello que se nos planteara entre las cosas que se dan como plausibles; en efecto, esta es la tarea de la dialéctica propiamente tal y de la crítica” (183 a 37- 183b)82. Y termina con la también mencionada comparación entre el ‘estado del arte’ en los estudios de la retórica y el estado apenas inicial del estudio “sobre el razonar” (συλλογίζεσθαι) que está fundando (184b). Para concluir, se intenta resumir lo que en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas dice el autor sobre el concepto de razonamiento. Comparando la lista de razonamientos (Tópicos 100a 25) y la lista de argumentos (Refutaciones sof., 165b) se tiene: Tipos de razonamiento (συλλογισμός) Demostrativo Dialéctico Erístico Paralogismo Tipos de argumentos en el debate (τῶν ἐν τῷ διαλέγεσθαι λόγων γένη) Didácticos (διδασκαλικοί) (investigación, ensayo) Dialécticos (διαλεκτικοί) Críticos (πειραστικοί), ‘examinativos’ o ‘ejercitativos’ Erísticos (ἐριστικοί), contenciosos, agonísticos (165b 10) Para determinar la forma de razonar dialécticamente (a partir de lo plausible), Aristóteles define primero los distintos tipos de razonamiento (silo82 “Our programme was, then, to discover some faculty of reasoning about any theme put before us from the most generally accepted premisses that there are. For that is the essential task of the art of discussion (dialectic) and of examination (peirastic)” (W. A. P.). 52 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) gismo): demostrativo, dialéctico, erístico y paralogismo. Los dos primeros pertenecientes al campo de lo verdadero (y lo necesario) y de lo verosímil; y los dos últimos al campo de lo aparente, de lo no verosímil, de lo errado y de lo falso. El criterio que rige la clasificación es doble: se refiere tanto al valor epistémico de las premisas (verdaderas, plausibles, verosímiles o aparentes y falsas) como al carácter del razonamiento en sí (los razonamientos erísticos lo son por lo no plausible de sus premisas y por no ser verdaderos o auténticos razonamientos). La clasificación de los argumentos en el diálogo sigue a la de los razonamientos y la amplía. Desde el criterio de los fines que persiguen los que dialogan (o disputan) en el diálogo, se encuentra que los razonamientos demostrativos se desarrollan en argumentos didácticos (o en indagaciones), donde el carácter verdadero de las premisas se une al carácter necesario del razonamiento; mientras que los razonamientos dialécticos sirven de base para una distinción entre argumentos dialécticos y argumentos críticos o examinativos (que construyen auténticas refutaciones); y los razonamientos erísticos plantean la distinción entre los argumentos que sirven para vencer al contendor en las disputas (erísticos y agonísticos) y los que sirven para simular esto (entre los cuales están las refutaciones aparentes o sofísticas). Se mantiene el criterio general que agrupa a los primeros en el campo de la verdad (la transmisión y búsqueda del saber verdadero), a los segundos en el campo de lo verosímil o plausible, y a los últimos en el de lo engañoso (en este caso, deliberadamente engañoso). Algunas cosas, sin embargo, no quedan muy claras: 1. La función de los razonamientos dialécticos “por razonamiento” y “por comprobación”. Por un lado, los primeros pueden ser interpretados como deducciones de lo universal a partir de lo universal, y los segundos como inducciones; pero, además, cumplen una función transversal al servir como bases para justificar distintas clasificaciones (p. ej. la de los elencos sofísticos, 165b 28) y para validar las “premisas necesarias” (155b 35). 2. El concepto mismo de los ‘topoi’ o lugares comunes, que a veces parecen aludir a tipos de premisas y otras a esquemas de razonamiento83. Estos entre otros. 83 Para M. Candel (1982, p. 84) el término τόποι “se refiere a una proposición, o mejor, un esquema proposicional (…) que permite, rellenándolo con los términos de la proposición debatida, obtener una proposición cuya verdad o falsedad (…) implica la verdad o falsedad, también, de la proposición debatida”. Para E. S. Forster (1960/1997, p. 268), “The term topoi is somewhat difficult to define. They may be described as ‘commonplace’ of argument or as general principles of probability which stand in the same relation to the dialectical syllogism; in other words, they are ‘the pigeon-holes from which dialectical reasoning is to drive its arguments’” (Ross, p. 59, citado por Forster, 1960/1997). 53 Pedro José Posada Gómez Se considera, sin embargo, que lo expuesto permite sostener aún las hipótesis iniciales (que no aspiran a ser originales, sino pertinentes): 1. Que el desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión sobre el diálogo y la dialéctica, como un caso especial de ella, aquel de los razonamientos demostrativos y científicos que parten de premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar84. 2. Que los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el ser verdaderas o el ser plausibles). En apoyo de (1) se puede agregar el uso (implícito y explícito), en los Tópicos y las Refutaciones, de principios y criterios lógicos (como los principios de no-contradicción, de identidad, de tercero excluido, y el criterio de la mayor aceptabilidad de las premisas con respecto a la conclusión) para evaluar la validez de los distintos razonamientos. En apoyo de (2), el hecho de que la dialéctica sirva también para encontrar o criticar las hipótesis que se presentan como verdaderas y científicas. Jules Tricot (2004, pp. 8-9) concluye su introducción a su traducción de los Tópicos con esta observación: Contrairement á l’opinion de beaucoup d’interprètes anciens, la logique du probable n’est donc pas un complément de la logique du nécessaire; elle n’est pas une seconde logique s’appliquant á un domaine ou la vérité scientifique ne saurait être atteinte. Elle apparaît plutôt comme une sorte d’exercice préparatoire à la théorie de la démonstration et de la science, théorie qui, dans l’esprit d’Aristote, devait compléter la dialectique traditionnelle, telle que Platon, les Sophistes et lui-même l’avaient pratiquée85. 84 85 Dice J. B. Gourinat: “Aristóteles ha sacado su teoría del silogismo demostrativo de su teoría del silogismo dialéctico, al separar el razonamiento demostrativo del razonamiento dialéctico y al restringirlo a premisas verdaderas” (2002, p. 478); “esta ciencia aristotélica de la demostración ha nacido de la dialéctica de los Tópicos” (p. 179), y cita a P. Aubenque (La dialectique chez Aristote, p. 15): “la dialéctica aristotélica no ha nacido, como se ha creído a menudo en el siglo xix, de una prolongación de la lógica, cuyo rigor sacrificaría (…), sino que, al contrario, la lógica, o más exactamente la apodíctica, es decir, la teoría del razonamiento demostrativo, tema de los Segundos analíticos, es la que reduce (es la reducción de) la dialéctica a un caso particular: aquél en el que las premisas son necesarias”. Trad.: “En contra de la opinión de la mayoría de los intérpretes antiguos, la lógica de lo probable (plausible) no sería ya un complemento de la lógica de lo necesario; ella no sería una segunda lógica aplicable al dominio en el que la verdad científica no sería alcanzable. Ella aparece más bien como una especie de ejercicio preparatorio para la teoría de la demostración y de la ciencia, teoría que, en la mente de Aristóteles, debería completar la dialéctica tradicional, tal como Platón, los Sofistas y él mismo la habían practicado”. 54 Capítulo 2 LA CONCEPCIÓN ARISTOTÉLICA DE LA LÓGICA Y SUS RELACIONES CON LA DIALÉCTICA Este capítulo estará dedicado a presentar la concepción aristotélica de la lógica; esto es, de su teoría sobre los razonamientos analíticos o apodícticos. Se tomará nota de algunas de sus diferencias con la concepción actual de la lógica formal, y se terminará señalando sus vínculos con la dialéctica. 2.1. El orden cronológico de los libros del Órganon El corpus aristotelicum debe su ordenamiento tradicional a la edición realizada por Andrónico de Rodas en el siglo I a.n.e. En ella se encuentran las obras del Órganon en un orden lógico sistemático, así: 1. Las Categorías. 2. Peri Hermeneias. 3. Los Analíticos primeros. 4. Los Analíticos posteriores. 5. Los Tópicos. 6. Las Refutaciones sofísticas. Los resultados de las investigaciones históricas de Ch. Brandis, W. Jeager, F. Solmsen, W. D. Ross, A. Becker y J. Lukasiewicz (Bochenski, 1985, pp. 53-56) han llevado a cuestionar este orden y a proponer uno alternativo, más acorde con el tiempo de su redacción por Aristóteles. La prioridad de la dialéctica (o tópica) respecto de la lógica (analítica o apodíctica) es ampliamente reconocida por los estudiosos. A continuación algunos ejemplos: Pedro José Posada Gómez P. Aubenque (1970, pp. 295-296) señala claramente esta prioridad de la tópica sobre la apodíctica en su artículo Evolution et constantes de la pensée dialectique: (…) en realidad, no es la lógica la que permite comprender a la dialéctica, sino más bien la dialéctica a la lógica. Porque es la lógica, o más precisamente la apodíctica, es decir, la teoría del razonamiento demostrativo, tema de los Segundos Analíticos, la que se reduce a un caso particular de la dialéctica: aquel en el que las premisas de la argumentación son necesarias. Después de reconocer que “el discurso dialéctico es epistemológicamente anterior y fundante respecto al apodíctico”, M. Candel (Trad., 1982), en su Introducción a los Tratados de Lógica, pasa a postular “la génesis —hoy prácticamente aceptada por todos los especialistas— de la lógica o dialéctica a partir de la retórica...”. Aparte de la identificación, en cierto sentido aceptable, de la lógica con la dialéctica, esa prioridad de la retórica habría que entenderla en un sentido cronológico (recordar el reconocimiento que hace Aristóteles al final de las Refutaciones sofísticas sobre la existencia de muchos tratados de retórica), pero habría que agregar que, en el caso de la Retórica aristotélica, esta presupone a, y es afectada por, los desarrollos de la dialéctica y la lógica (como se trata de mostrar en esta tesis). Sin embargo, el carácter dialéctico de la lógica aristotélica es reconocido por M. Candel (1982, p. 9): La lógica aristotélica nos brinda, a diferencia del frío “monologismo” de los sistemas algorítmicos modernos (…) el aliento cálido de una peripecia “dialógica” en que dos interlocutores formalizan —hasta cierto punto— sus argumentos, para mejor convencerse el uno al otro de cualquier intrascendente cuestión controvertida, o de la validez o invalidez de trascendentales enunciados comunes a todo conocimiento o a toda norma ética. Asunto diferente es el orden cronológico (y lógico) de los Analíticos I (o primeros) y los Analíticos II (o posteriores), sobre el cual polemizan Ross (1939) y Solmsen (1941)86. Friedrich Solmsen (1941) resume los puntos de acuerdo en su polémica con W. D. Ross sobre el tema del surgimiento de la silogística aristotélica: 86 El texto de W. D. Ross es una reseña crítica del libro de Solmsen (1929): Die Entwicklung der aristotelischen Logik und Rhetorik, y el artículo de Solmsen (1941) responde al artículo W. D. Ross. 56 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 1. 2. 3. 4. El silogismo se origina a partir del “Eidosketten” (usado por Platón y sus discípulos, al lado de la “diaἱresis”). La primera figura del silogismo (que refleja el orden de las ideas) precedió a las otras, en el pensamiento de Aristóteles. Los conceptos de “forma” (o “idea”), “universal” (καθόλου), y “término” (ὅρος), se establecen cronológicamente en este orden (siguiendo un camino que va de Platón hacia la lógica “formal”). La teoría de los ἀρχαί (los principios y proposiciones básicas de un asunto científico) tiene su origen en la descripción que da Platón del método de la ciencia en La República. (VI, 510 y ss.) Sin embargo, aclara Solmsen, para Platón los primeros principios de los matemáticos son meras hipótesis, cuya validez depende del principio superior del Bien; mientras que para Aristóteles los principios de cada ciencia son independientes y pueden partir de postulados indemostrables (o indemostrados). Para él no son hipótesis, sino “principios” auto-evidentes y que no requieren verificación exterior al tema. 5. 6. Aristóteles escribió los Analíticos I A, su teoría de la demostración científica, con los ojos puestos en las matemáticas (de donde saca casi todas sus ilustraciones). Aristóteles habla de silogismo, y usa la palabra “silogismo”, antes de desarrollar su teoría general sobre el mismo, y antes de saber qué hace concluyente a un silogismo. (Esto está implícito en el reconocimiento, por Ross, de que los Tópicos preceden a los Analíticos; pero él no lo dice explícitamente). (Solmsen, 1941, pp. 410-411) En la mencionada síntesis de la polémica Solmsen también refiere sucintamente sus puntos de desacuerdo con Ross, especialmente sobre la interpretación de los Analíticos II. Para Solmsen este libro está dedicado a examinar teorías alternativas propuestas en la Academia por Platón y sus discípulos. Del examen de estas teorías surge el punto de vista de Aristóteles. Para Solmsen los Analíticos II son anteriores a los Analíticos I, las referencias de estos últimos en los primeros son agregados posteriores a su redacción. Esta tesis, defendida ya por el autor en su estudio de 1929, es rechazada por Ross en su reseña de 1939. Ross resume así el argumento de Solmsen y su propia réplica: (…) habiendo reconocido en los Tópicos dos tipos de argumento, un tipo dialéctico que descansa en los topoi, y un tipo científico que descansa en las prótasis, y habiendo discutido el primer tipo a lo largo de los Tópicos, el orden natural sería que Aristóteles discutiera luego el segundo tipo, como lo hace en los Analíticos segundos. Ése es un orden natural, pero otro ha57 Pedro José Posada Gómez bría sido igualmente natural. Ya en los Tópicos Aristóteles se muestra bien consciente de dos tipos de argumento. ¿No podría ser que esta conciencia lo llevara directamente a intentar descubrir la forma que era común a ambos tipos? Y teniendo, en el silogismo, una forma que garantiza la implicación de ciertas premisas, no era natural que él tornara a preguntarse ¿qué otras características, además de la exactitud, deben tener los razonamientos silogísticos para ser dignos del nombre de ciencia demostrativa? Aparte de los puntos de detalle en que, como yo he señalado, los Analíticos segundos presuponen a los primeros, tengo la impresión que a lo largo de ellos Aristóteles deja ver la convicción de que ya tiene un método (esto es, el silogismo) que garantiza que si ciertas premisas son indudablemente verdaderas, ciertas conclusiones se siguen de ellas, pero no garantiza nada más de que esto, y que él está buscando una lógica de la verdad, para agregar a su lógica de consistencia. (1939, p. 268)87 Se han subrayado dos ideas de Ross que llaman la atención: 1) en el primer texto el autor supone que Aristóteles presenta el silogismo como una forma válida para argumentos científicos y dialécticos, y 2) en el segundo, que la lógica del silogismo demostrativo (de los Analíticos II) es una lógica de la verdad, mientras que la lógica del silogismo apodíctico (de los Analíticos I) es una lógica de la consistencia; es decir, de la no contradicción. En su Historia de la lógica formal Bochenski (1985, pp. 55-56), después de pasar revista a los criterios que se han esgrimido en esta polémica, presenta la más probable cronología de los textos del Órganon así: 1. 2. 87 Tópicos, Elencos sofísticos (Categorías, de dudosa autoría), a los que agrega el Libro Γ de la Metafísica, que constituirían la primera lógica aristotélica. Hermeneia y el Libro B de los Analíticos posteriores, que constituirían una etapa de transición. “… having recognized in the Topics two kinds of argument, a dialectical kind resting on topoi, and a scientific kind resting on protasis, and having discussed the first kind at length in the Topics, the natural order would be that Aristotle should next discuss the second kind, as he does in the Posterior Analytics. That is a natural order, but another would have been equally natural. Already in the Topics Aristotle shows himself well aware of two kinds of argument. Might that awareness not have led him directly to trying to discover the form that was common to both kinds? And having got, in the syllogism, a form that guaranteed the entailment of certain premises, was it not natural that he should then turn to ask what further characteristics than syllogistic accuracy reasonings must posses in order to be worthy of the name of demonstrative science? Apart from the points of detail in which, as I have pointed out, the Posterior Analytics presupposes the Prior, I have the impression that throughout in Aristotle betrays the conviction that he already has a method (viz., the syllogism) which guarantees that if certain premises are true certain conclusions undoubtedly follow, but guarantees no more than this, and that he is searching for a logic of truth to add to his logic of consistency.” 58 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 3. 4. El Libro A de los Analíticos I (exceptuando los capítulos 8-22) y el Libro A de los Analíticos II (aceptando las críticas de Ross a Solmsen), que conformarían la segunda lógica aristotélica, que incluye una completa lógica asertórica y un tratamiento claro del ‘silogismo analítico’. Finalmente el Libro A (capítulos 8-22) y el Libro B de los Analíticos I (que incluyen las nociones de la lógica modal y consideraciones metalógicas; y serían la ‘tercera lógica’ de Aristóteles). No obstante, Bochenski anota que “La seguridad llega únicamente hasta poderse afirmar que los Tópicos contienen, con los Elencos sofísticos, una lógica distinta y anterior a la de los Analíticos y que el Hermeneia representa una fase intermedia” (1985, p. 56)88. 2.2. Algunas pesquisas terminológicas Después de presentar la problemática de la cronología de los textos que componen el Órganon, I. M. Bochenski concluye que es posible “afirmar que los Tópicos contienen, con los Elencos sofísticos, una Lógica distinta y anterior a la de los Analíticos y que el Hermeneia representa una fase intermedia. (…) hablaremos aquí de una triple Lógica aristotélica” (1985, p. 56). Independientemente del problema de si existen tres lógicas en el Órganon (o, por ejemplo, tres intentos consecutivos de lograr una misma lógica), interesa resaltar la aceptación de que los Tópicos representan una primera versión de la lógica aristotélica, y que los Analíticos desarrollan una lógica más madura. Establecido esto, sorprende que Bochenski pase enseguida a definir el concepto de “Lógica” en Aristóteles asimilando (y reduciendo) lo “lógico” (en el sentido moderno) a lo “analítico” (ἀναλυτικός) como es definido en los Analíticos; mientras que remite el uso de “lógico” (λογικός) a nuestros conceptos de “probable” o de “epistemológico”. Dice Bochenski: Aristóteles no posee ninguna denominación técnica para la Lógica: lo que nosotros denominamos hoy día “lógico”, en él recibe el nombre de “analítico” (ἀναλυτικός)89 o “que se sigue de las premisas” (ἐκ τῶν κειμένων)90, mientras que la expresión “lógico” (λογικός) significa lo mismo que nuestro “probable”91 o bien “epistemológico. (1985, p. 57) 88 89 90 91 En su estudio anterior Ancient Formal Logic (1951, p. 23), Bochenski ya había afirmado que “In any case, two periods can be distinguished with certainty: (1) Top. Soph. El., Met. G, De Int. y (2) Analytics”. Aquí Bochenski remite a An. Post. A 22, 84 a 7 s. An. Post. A 32, 88 a 18 y 30. An. Pr. B 16, 65a36 s.; A 30, 46a9 s.; B 23, 68b9 s.; Top. A I, 100a23 y 29 ss. 59 Pedro José Posada Gómez Ch. Thurot (quien, según Aubenque tiene el mérito de haber señalado los vínculos de la dialéctica con la ontología aristotélica), en sus Etudes sur Aristote: Politique, dialectique, rhétorique, anexa una pequeña nota terminológica en la que también opone los conceptos aristotélicos de analítico y lógico: Siguiendo a Heyder, Waitz, Brandis, ἀναλυτικός (analítico), opuesto a λογικός (lógico), señalaría el método científico, por oposición al método dialéctico. Yo creo que ese concepto tiene un sentido más restringido. En el único pasaje (An. Post., 1, 22, 84 a 8 - 84 b 2) en donde son opuestos los dos términos, se trata de una cuestión de analítica; se trata de probar que la demostración no se puede prolongar hasta el infinito, que ella debe detenerse en los principios indemostrables. Me parece que analítico (ἀναλυτικός) significa aquí conforme a los principios propios de la ciencia del razonamiento y de la demostración que Aristóteles llamaba analítica. Es así como físico (φυσικῶς) es empleado por oposición a lógico (λογικός) cuando se trata de demostrar una proposición que está en el dominio de la ciencia de la naturaleza, significa: conforme a los principios propios de la ciencia de la naturaleza. La palabra λογικός (lógico) que significa: con unas razones que no son de ninguna ciencia determinada, podría así ser opuesto a ἰατρικῶς, cuando se trata de medicina, a gewmetricvz, cuando se trata de geometría, etc. El término general opuesto a λογικός (lógico) es ἐκ τῶν κειμένων (An. Post., I, 32. 88 a 30). (Thurot, 1860, p. 200) En el primer pasaje citado (An. Post. 84 a 8- 84 b 2) Aristóteles distingue entre “demostrar discursivamente” (“lógicamente”) y “demostrar analíticamente” (literalmente: “desmenuzadamente”). En el segundo pasaje (An. Post. 88 a 20-30) la oposición es entre considerar algo “discursivamente” (“lógicamente”) y considerar algo “a partir de cuestiones establecidas”. Sin embargo, el asunto que se debe considerar, que “es imposible que los principios de todos los razonamientos sean los mismos”, se considera “discursivamente” mediante un discurso lógico formalista (88 a 19-29), y se lo considera “a partir de cuestiones establecidas” (88 a 30-88 b 9) mediante un discurso “lógico-semántico” que afirma que “tampoco los principios de todas las conclusiones verdaderas son los mismos”, examinando los predicables y categorías que tendría cada razonamiento para ser adecuado a las cosas que describe o menciona, y termina el pasaje afirmando: “Además, unos principios son necesarios, otros, en cambio, admisibles” (88 b 8). José Ferrater Mora (1994/2004, p. 150), coincidiendo con Thurot, señala que Aristóteles “usó el nombre de arte analítico, ἀναλυτικά τέχνη, para de60 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) signar el análisis que se remonta a los principios (Rhet., I, 4, 1359 b 10)”92. También vale la pena consignar la anotación que hace Ferrater sobre el término “apodíctico”: “Apodíctico se llama a lo que vale de un modo necesario e incondicionado. El término ‘apodíctico’ se emplea en la lógica en dos respectos. Por un lado se refiere al silogismo. Por el otro, a la proposición y al juicio…”. En el primer caso se habla de silogismos apodícticos o demostrativos, en el segundo se trata de proposiciones modales que expresan necesidad —la imposibilidad de que no— (Ferrater, 1994/2004, p. 198)93. Resumiendo, Aristóteles usó el término “analítica” para referirse a una disciplina que explora las cuestiones desde los primeros principios; “apodíctico”, para referirse a esos mismos principios y a los silogismos demostrativos construidos con ellos, y solo empleó el adjetivo “lógico” para referirse a principios generales del discurso que no pertenecen a ninguna ciencia (de allí su cercanía con las nociones dialécticas, como señala Bochenski). Queda claro que el concepto de “razonamiento” (silogismo) sufre un proceso de especificación que sigue el programa trazado en los Tópicos, se especifica en su aspecto demostrativo en los Analíticos, y cumple un papel persuasivo en la Retórica. Mostrado esquemáticamente, el devenir cronológico del concepto de razonamiento sería: habría empezado con un concepto amplio de “esquema de razonamiento” (“De algo se sigue algo”, con determinado grado de validez o verosimilitud), mostrado primero sus formas dialécticas o críticas (Top. y Ref. Sof.), luego la forma analítica de razonar, lógica y demostrativa (Anal. I y II,…) 94 y, luego (finalmente, obviando la Poética) en la Retórica (filosófica, respuesta a la sofística, homóloga y esqueje de la dialéctica, compuesta de elementos dialéctico-analíticos y de elementos “éticos”-“políticos”95), hacia un uso persuasivo de la racionalidad dialéctica. Por su parte, M. Candel (1982, pp. 7-8) anota: 92 93 94 95 En el pasaje aludido de la Retórica, que se analiza en detalle en el siguiente capítulo, dice Aristóteles: “… la retórica se compone, por un lado, de la ciencia analítica y, por otro, del saber político que se refiere a los caracteres…”. Agreguemos que en la versión española del Órganon se traducirá la expresión “apodíctico” como “demostrativo”. La analítica es un aspecto de la dialéctica de los Tópicos, en su sentido amplio, un aspecto que se volvió ciencia. La lógica aristotélica supone un sistema conceptual preciso (las Categorías y los Peri Hermeneias) y este sistema se levanta sobre una ontología del sentido común y su perfeccionamiento por la ciencia. La Retórica no solo refleja el uso persuasivo de la dialéctica (los elementos críticos de la lógica y el razonamiento verosímil), sino también los elementos éticos del conocimiento de los caracteres y los elementos agonísticos del ejercicio de la “fuerza simbólica” del debate. La lógica expone, la dialéctica cuestiona, la retórica persuade. 61 Pedro José Posada Gómez (…) la “lógica” de Aristóteles es eso precisamente logiká: es un decir, que de por sí no tiene más “cuerpo” que el que le da la referencia objetiva de lo que se dice (…) Para Aristóteles, el intento de elevar el λόγος al rango de objeto de conocimiento comparable a cualquier otro, se salda con el vacuo discurrir logikós kai kenós, verbalista y vacuamente, que caracteriza precisamente a los anti-filósofos, a los sofistas. La “lógica” aristotélica no es pues epistéme, conocimiento; es mero Órganon, instrumento del conocer. Ateniéndonos al uso moderno, se hablará de la Lógica o Analítica y se distinguirá de la Dialéctica y de la Retórica (el adjetivo “apodíctico” se usará para referirnos a las proposiciones y silogismos demostrativos pertenecientes a la Lógica o Analítica). Como ya se dijo, la Lógica aristotélica es inseparable de sus concepciones epistemológicas (relacionadas con la ciencia, la verdad y los primeros principios) y de su ontología (o concepción metafísica de lo real). Así resume estos vínculos Ferrater Mora, en la entrada “Lógica” de su diccionario filosófico: (…) la lógica (o, en el vocabulario de Aristóteles, el “saber lógico”, pues “lógico” fue usado por el Estagirita sólo como adjetivo) es concebida, en tanto que órgano, como prolegómeno de toda investigación científica, filosófica o simplemente perteneciente al lenguaje ordinario. (…) Por otro lado, la lógica aparece como el análisis de los principios según los cuales se halla articulada la realidad (…). Aristóteles no parece haber confundido siempre la lógica con la ontología, pero reconoceremos que en algunos casos la lógica de Aristóteles parece seguir el trazado de una ontología general. Ferrater (1994/2004, p. 2178) da una serie de argumentos para justificar esta última afirmación, en resumen: a) La dialéctica propuesta por Platón es, según Aristóteles, meramente crítica (…) b) la lógica es un instrumento para el pensar (…) c) el pensamiento supone una realidad pensada (…) d) es necesario desarrollar una teoría del concepto (…) e) la lógica puede de este modo convertirse en ciencia de los principios de lo que es. 2.3. La versión aristotélica de la lógica Una mirada completa a la lógica aristotélica supondría aclarar presupuestos ontológicos y epistemológicos, además de todo el sistema lógico en sí mismo. Aquí solo se presenta una mirada sinóptica sobre la concepción 62 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) de Aristóteles de la lógica formal, para mostrarla después en sus vínculos con su dialéctica y su retórica. Ya se ha visto que en los Tópicos la dialéctica es para Aristóteles tanto un método para razonar, para discutir y para encontrar lo preferible en cada caso, como un método para encontrar los primeros principios de las ciencias. Esto último es dicho por Aristóteles como uno de los usos de la dialéctica: (…) además es útil para las cuestiones primordiales propias de cada conocimiento… porque de los principios particulares de una ciencia dada es imposible sacar nada al respecto, por ser los principios lo primero de todo96; es preciso, más bien, abordar el tema valiéndose de proposiciones probables relativas al objeto en cuestión. Y esta es la virtualidad propia de la dialéctica, o su efecto más genuino. Porque, siendo un arte indagatoria, domina el acceso a los principios de todas las ciencias. (Top. 101 a 35)97 Se ha visto que esta arte indagatoria se expresa en el ejercicio de la reflexión hipotética (del científico y el filósofo) y asume su forma didáctica en la transmisión de los principios de la ciencia de maestro a discípulo. Y esto bajo la forma de razonamiento que Aristóteles denomina demostrativo. En este sentido, la lógica demostrativa presupone unos contenidos epistémicos (que, como se podrá apreciar, en Aristóteles son, adicionalmente, de carácter ontológico), además de una tabla de categorías y sistemas clasificatorios, expresados todos en los términos del lenguaje natural (enriquecido con precisiones terminológicas y, eventualmente, con simbolismos formales). En su Historia de la lógica formal Bochenski sintetiza los que considera principales aportes de Aristóteles a la lógica formal: Si consideramos en su conjunto las doctrinas lógicas de Aristóteles que hemos presentado, podemos hacer las siguientes afirmaciones: 1. Aristóteles creó la Lógica formal. En él encontramos, en efecto, por primera vez en la Historia: (a) una idea clara de ley lógica con validez 96 97 “de los que no se puede hacer demostración, puesto que una demostración parte precisamente de esos principios” (Gourinat, 2002). Cito de la traducción que hace Millán Bravo de la respectiva cita en Bochenski (1985, p. 63). En la versión inglesa de W. A. P.: “It has a further use in relation to the ultimate bases of the principles used in the several sciences. For it is impossible to discuss them at all from the principles proper to the particular science in hand, seeing that the principles are the prius of everything else: it is through the opinions generally held on the particular points that these have to be discussed, and this task belongs properly, or most appropriately, to dialectic: for dialectic is a process of criticism wherein lies the path to the principles of all inquiries”. 63 Pedro José Posada Gómez 2. 3. 4. 5. 6. universal, si bien él mismo no dio definición alguna de ella98, (b) el empleo de variables, (c) formas sentenciales que, aparte de variables, sólo contienen constantes lógicas. Aristóteles construyó el primer sistema de Lógica formal que conocemos. Consta éste exclusivamente de leyes lógicas, y fue por él desarrollado axiomáticamente, incluso de más de una forma. La obra capital de Lógica formal de Aristóteles es su Silogística: un sistema de Lógica de los términos que consta, no de leyes, sino de reglas, y que, a pesar de ciertos puntos débiles, está construido sin fallos. Aparte de la Silogística, construyó además Aristóteles otras piezas de la lógica de los términos, entre ellas una Lógica modal sumamente compleja, al igual que una serie de leyes y reglas que rebasan las fronteras de la Silogística. Al final de su vida llegó Aristóteles, en unos cuantos textos, hasta la formulación de fórmulas sentenciales; pero no llegó a elaborarlas sistemáticamente, al igual que tampoco las llamadas fórmulas no-analíticas de la Lógica de los términos. Si bien formal, la Lógica de Aristóteles no es formalística. Le falta también la comprensión de la diferencia entre ley y regla, y a pesar de los muchos trabajos que Aristóteles adelantó a la Semántica, ésta es en él todavía rudimentaria. (1985, p. 110)99 Será importante para nuestra discusión posterior la distinción entre leyes y reglas lógicas. Nótese que Bochenski afirma: 1. Que Aristóteles expresó una idea clara de ley lógica con validez universal; 2. Que Aristóteles creó el primer sistema formal y axiomático de leyes lógicas; 3. Que su silogística es un sistema de reglas; y 4. Que en Aristóteles falta la comprensión de la diferencia entre ley y regla. Después de constatar que no hay en Aristóteles una definición de “lógica”, Bochenski decide aclarar el concepto partiendo de la concepción 98 99 Previamente ha aclarado Bochenski (p. 45) que ya en Platón se encuentra la idea de “ley de necesidad universal”. (Cursivas y mayúsculas de Bochenski). En una obra previa, Ancient Formal Logic, Bochenski (1951, p. 11) ya había anotado: “… technical means useful for the study of logic are introduced by Aristotle in his Prior Analytics, namely variables and a peculiar terminology; at this stage laws are not yet distinct from rules. The fifth and last stage is represented by a clear distinction of both, such as we find in fragments of the Stoics”. Usando el programa Cratilo, para analizar las apariciones de los términos en la traducción inglesa del Órganon, encontramos que en los Tópicos se habla constantemente de ‘reglas’ ligadas a los lugares comunes y a lo verosímil; el concepto de ‘ley’ solo aparece en su uso cotidiano de ‘ley natural’ o ‘ley jurídica’. En los Analíticos I tampoco encontramos un uso técnico de la palabra ‘ley’, pero sí abundantes referencias a ‘reglas’ ligadas a los silogismos (y, especialmente, como premisas de algunos de ellos). En los Analíticos II volvemos a encontrar el concepto de ‘ley’ en su uso cotidiano y el de ‘regla’ ligado a lo verosímil. 64 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) aristotélica del “silogismo”, objeto propio de la lógica. Retoma primero la definición de razonamiento (“silogismo”) que aparece en los Tópicos: “Un razonamiento (συλλογισμός) es un discurso (λόγος) en el que, sentadas ciertas cosas, necesariamente100 se da a la vez, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido”101 (100 a 25). Bochenski (1985, p. 58) agrega lo planteado en Analíticos I, 25b 26-32: Una vez delimitado esto vamos a decir de qué (premisas), cuándo y cómo surge el silogismo; luego hemos de hablar de la demostración. Y se ha de hablar antes del silogismo que de la demostración, porque el silogismo es más general, ya que la demostración es un determinado silogismo, pero no todo silogismo es una demostración. Para Bochenski, en estos textos se encuentra “la primera formulación histórica de la idea de una Lógica formal, independiente de la materia, y de validez universal”, pues “Aristóteles busca una conexión tal que le permita concluir con necesidad, estableciendo una aguda distinción entre la validez de esta conexión y la clase o verdad de las premisas” (p. 58). Sin embargo, se puede sostener aún que la diferencia entre los razonamientos demostrativos y dialécticos radica en la calidad de las premisas (verdaderas o plausibles), aunque ambos podrán ser formalmente válidos. Recordemos la definición de “razonamiento” que se da en las Refutaciones sofísticas: “El razonamiento parte de unas cuestiones puestas de modo que necesariamente se ha de decir, a través de lo establecido, algo distinto de lo establecido…” (Ref. Sof. 165 a). Y en los Analíticos I, 24 b 17: “el razonamiento (silogismo) es un enunciado en el que, sentadas ciertas cosas, se sigue necesariamente algo distinto de lo ya establecido por el simple hecho de darse esas cosas”102. Nótese que en las tres definiciones dadas, Aristóteles sostiene el carácter necesario del razonamiento. En Top. 100 a 25 y en Ref. Sof. 165 a se plantea que la conclusión es algo nuevo que se sigue de las premisas; en Anal. I, 24 100 En griego: “συμβαίνει”, “coincidencia necesaria” (Candel, 1982, p. 90, nota 4). 101 “El silogismo es una enunciación en la que, una vez sentadas ciertas proposiciones, se concluye necesariamente una proposición diferente de las proposiciones admitidas, mediante el auxilio de estas mismas proposiciones” (F. L.). En la versión inglesa: “Reasoning is an argument in which, certain things being laid down, something other than these necessarily comes about though them” (W. A. P.). 102 συλλογισμός δέ ἐστι λόγος ἐν ὧι τεθέντων τινῶν ἕτερόν τι τῶν κειμένων ἐξ ἀνάγκης συμβαίνει τῶι ταῦτα εἶναι. “A syllogism is a discourse in which, certain things being stated, something other than what is stated follows of necessity from their being so” (Jenkinson, 1984). 65 Pedro José Posada Gómez b 17, se agrega una razón de carácter ontológico: la conclusión se sigue por el mero hecho de darse ciertas cosas enunciadas en las premisas. 2.3.1. El carácter ontológico de la lógica aristotélica Antes de entrar en los Analíticos I y II conviene retomar algunas distinciones importantes que se hacen en el Peri Hermeneias o De la Interpretación en relación con el objeto de estudio de la Lógica. Sigo la exposición de Bochenski quien, después de presentar la definición de silogismo dada en los Tópicos, comenta que esta es una definición de “deducción” en su más amplia generalidad, que “no atribuye al silogismo un estatus definido”, porque el concepto de λόγος que aparece en la definición “puede ser tanto un discurso verbal, un orden de pensamientos, o una estructura objetiva (…), aunque lo mismo puede decirse de προτάσεις (premisas) y de término de los cuales se dice que está compuesto el silogismo”. Retengamos la primera parte de esta cita. ¿Qué problema hay en que el λόγος que se expresa en el razonamiento, sea, a la vez o alternativamente, un discurso, un orden de ideas y la imagen de una realidad objetiva? Bochenski se remite a las anotaciones de Aristóteles, relativas al objeto de la lógica, en los Analíticos II, en De Interpretatione y en los Tópicos. En Analíticos II (A 10, 76 b 24…) Aristóteles afirma que la demostración no se refiere a las palabras, sino a las cosas en el alma: Aquello que necesariamente es y necesariamente debe parecer por sí mismo no es una hipótesis ni un postulado. En efecto, la demostración (ἀπόδειξις) no se refiere a la argumentación exterior, sino a la que se da en el alma, como tampoco el razonamiento (συλλογισμός). Pues siempre es posible objetar contra la argumentación exterior, pero no siempre contra la argumentación interior103. Hay que tomar en consideración que aquí Aristóteles está hablando de las premisas o principios (incluso axiomas, ἀξιώματα) de los razonamientos de las ciencias demostrativas. Lo curioso es que generalice a los razonamientos en general, algo que parece típico de los razonamientos demostrativos (el partir de principios considerados verdaderos “por sí mismos”). De todos modos, Aristóteles parece estar distinguiendo el carácter más es103 Analíticos II, A 10, 76 b 24. “That which expresses necessary self-grounded fact, and which we must necessarily believe, is distinct both from the hypotheses of a science and from illegitimate postulate-I say ‘must believe’, because all syllogism, and therefore a fortiori demonstration, is addressed not to the spoken word, but to the discourse within the soul, and though we can always raise objections to the spoken word, to the inward discourse we cannot always object” (Mure, 1960/1997). 66 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) table del razonamiento interior (especialmente del que parte de cosas que “sabemos” verdaderas), del carácter exterior (¿más sometido al relativismo de lo convencional?) del lenguaje hablado104. Que es lo que quiere resaltar Bochenski. En De Interpretatione (y en los Tópicos) la relación entre el razonamiento y el lenguaje se expresa de modo semejante. Dice Aristóteles en Peri Hermeneias (16b 26-17 a): Enunciado es un sonido significativo, cualquiera de cuyas partes es significativa por separado como enunciación, pero no como afirmación. (…) Todo enunciado es significativo, pero no como un instrumento natural, sino por convención…105. Y más adelante (23a 32 y ss.): Pues si lo que hay en el sonido se sigue de lo que hay en el pensamiento, y allí es contraria la opinión de lo contrario, p. ej., que es todo hombre justo es contraria a es todo hombre injusto, también en las afirmaciones que se dan en el sonido es necesario que ocurra de manera semejante106. Como se ve, aquí se señala el carácter convencional del lenguaje y se lo subordina al acto de pensamiento. La conclusión a la que llega Bochenski (1951, p. 26) es que “… podemos decir que para Aristóteles la lógica es principalmente un asunto de pensamiento correcto y, secundariamente, un tema de habla correcta”107. Vale agregar lo que afirma Tricot (1966), en su traducción de la Metafísica, a propósito del carácter ontológico del principio de no contradicción. Ante la afirmación de Aristóteles: 104 O como lo plantea E. S. Forster (Trad., 1960/1997, p. 72, n): “The axioms used in demonstration appeal directly to the inner reason and are accepted by it, but the assumptions of spoken argument or instruction are always open to verbal objection”. 105 “A sentence is a significant portion of speech, some parts of which have an independent meaning, that is to say, as an utterance, though not as the expression of any positive judgement… Every sentence has meaning, not as being the natural means by which a physical faculty is realized, but, as we have said, by convention” (Edghill, 1928). 106 “Now if the spoken word corresponds with the judgement of the mind, and if, in thought, that judgement is the contrary of another, which pronounces a contrary fact, in the way, for instance, in which the judgement ‘every man is just’ pronounces a contrary to that pronounced by the judgement ‘every man is unjust’, the same must needs hold good with regard to spoken affirmations” (Edghill, 1928). 107 “Thus we may say that for Aristotle logic is primarily an affair of right thinking and, secondarily, a matter of correct speaking”. 67 Pedro José Posada Gómez Y es imposible que en un mismo ser se den a un mismo tiempo atributos contrarios (…), y si una opinión, que es la contradicción de otra opinión, es su contraria, es evidentemente imposible, para el mismo espíritu, concebir, al mismo tiempo, que la misma cosa es y no es. (1005 b, 26-32)108 A lo que observa Tricot (p. 196, n. 1) que “… el principio de contradicción es, ante todo, una ley ontológica, y, de manera solamente derivada, una ley del espíritu” y reitera un poco más adelante: (…) para Aristóteles, la imposibilidad lógica de afirmar y negar a un mismo tiempo lo predicado de un sujeto, se funda sobre la imposibilidad ontológica de la coexistencia de los contrarios (3, 1005 b 24). Los principios de contradicción y de tercero excluido son leyes de la realidad, afirmaciones de existencia, ῠπόθεσεις. (p. 197, n. 2) Es importante tener en cuenta que para Aristóteles la lógica o analítica no es una ciencia, sino un instrumento o propedéutica de la ciencia. Tricot observa que la lógica no tiene un lugar en la clasificación aristotélica de las ciencias. En varios textos109 Aristóteles presenta una clasificación tripartita de las ciencias (o epistemes); por ejemplo, en Metafísica E, 1025b 24: “… todo pensamiento es o práctico, o poético o teórico”110. Aclara Tricot (1966, p. 328, n. 1) que “… la lógica es un ờργανον, una metodología, una simple propedéutica, y no una ciencia propiamente dicha”. 2.3.2. La noción aristotélica de la verdad Bochenski (1985, p. 62 y 1951, p. 31) encuentra una “teoría semiótica de la verdad” en la Metafísica y el Peri Hermeneias. Aunque Aristóteles reconoce que “es” y “no es” son a veces usados como “es verdadero” y “es falso”, respectivamente (Met. 7, 1017 a, 31 y ss.), él los distingue claramente. Verdad y falsedad no son atributos de las cosas sino del pensamiento: “Lo verdadero y lo falso, en efecto, no se hallan en las cosas, algo así como si el bien fuese verdadero y el mal falso, sino en el pensamiento” (Met. 6, 1027 b 25 ss.). Entre los pensamientos, solo los compuestos son verdaderos o falsos; entre los símbolos, solo lo son los enunciados: 108 Sigo la versión francesa de J. Tricot (1966, pp. 195-196). 109 Top., VI,6, 145 a 15; Etica Nic., VI, 2, 1139 a 27. 110 Sigo la versión francesa de Tricot (1966, p. 329). En la traducción española de F. de P. Samarach (1967, p. 979): “… toda actividad intelectual es o práctica, o creadora o especulativa”. Aristóteles incluye entre las disciplinas teóricas o contemplativas a la física, las matemáticas y la teología. 68 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Así como los pensamientos surgen en el alma, bien sin ser verdaderos o falsos, bien de forma que necesariamente les haya de convenir una de las dos cosas, así sucede también en el lenguaje. Pues verdad y falsedad se dan en dependencia de la composición y la división. Los nombres y verbos por sí solos se asemejan a la representación sin composición ni división. (Herm. 1, 16 a 9-14) La verdad de las opiniones tiene su origen en los hechos: (…) está en la verdad el que crea que lo que está dividido está en efecto dividido, y que lo que es compuesto es realmente compuesto. Y está en lo falso el que crea lo contrario de lo que las cosas son en la realidad. ¿Cuándo existe o no existe lo que llamamos verdadero o falso? Hay que considerar que es lo que decimos respecto a esto. Porque no eres tú blanco porque nosotros creamos en verdad que tú eres blanco, sino que porque tú eres, en efecto, blanco, es verdad nuestra afirmación de que eres blanco. (Met. 10, 1051 b 6 ss)111 Aristóteles da la definición explícita de la verdad en la Metafísica (7, 1011 b 26 ss): “Decir del Ser que no existe, o del No-ser que existe, esto es lo falso; decir del Ser que existe, y del No-ser que no existe, esto es la verdad”112. Para Aristóteles solo los enunciados tienen hechos como significados, mientras que los otros símbolos (sujetos, verbos) solo significan cosas. La capacidad de ser verdadero o falso (su carácter apofántico) es lo característico de un enunciado (Herm. 4, 17 a 2 ss.)113. Según Aristóteles, existe una relación de mutuo “entrañamiento” o implicación entre los enunciados que significan hechos y los enunciados que afirman la verdad de aquellos: “… si es verdad decir que es blanco o que no es blanco, necesariamente será blanco o no será blanco y, si es blanco o no es blanco, será verdad afirmarlo o negarlo…” (Herm. 8, 18 a 40 ss.)114. 111 112 113 114 También en Herm. 9, 18 a 39- b 3. Sigo la traducción de Tricot (1966, p. 235). Ver Bochenski (1951, p. 31). Bochenski formaliza esta idea de Aristóteles así: Ax → T (Ax) T (Ax) → Ax Que se puede interpretar: “Si se da que x es A, entonces es verdad que ‘x es A’” y “Si es verdad que ‘x es A’, entonces se da que x es A”. Bochenski agrega que no ha hallado en la obra de Aristóteles “nada relacionado con la distinción entre ‘entrañamiento’ (entailment) e implicación, ni entre los diferentes significados que puede tener ‘verdadero’” (1951, p. 31). 69 Pedro José Posada Gómez 2.4. La lógica en los Analíticos Veamos cómo plantea Aristóteles el objeto y tema de su indagación en los Analíticos. En los Analíticos I Aristóteles emprende la indagación de uno de los tipos de razonamiento que había presentado en los Tópicos, el silogismo demostrativo, que en las Refutaciones sofísticas había definido como el tipo de demostración que emprende el científico frente al discípulo, exponiéndole didácticamente los principios de la ciencia, el argumento del diálogo didáctico. La demostración aristotélica se ubica aquí en el orden de la exposición del saber, y presupone que se poseen ya los primeros principios de la ciencia. El filósofo inicia el Libro I de los Analíticos I (24a 10) con esta precisión: “Digamos primero sobre qué es la investigación y a qué corresponde, aclarando que es sobre la demostración y corresponde a la ciencia demostrativa (ἐπιστήμης ἀποδεικτικῆς)”115. Realmente los Analíticos I se ocuparán del análisis del aspecto formal de los argumentos, desarrollando la teoría de las diversas figuras y formas del silogismo. Solo en los Analíticos II se desarrollará una teoría de la demostración en las ciencias. Al introducir el concepto de “proposición demostrativa”, Aristóteles hace una aclaración que resulta importante para apreciar las relaciones entre la lógica y la dialéctica, como él las entendía: La proposición demostrativa (ἀποδεικτικὴ πρότασις) difiere de la dialéctica en que la demostrativa es la asunción de una de las dos partes de la contradicción (pues el que demuestra no pregunta sino que asume), en cambio la dialéctica es la pregunta respecto de la contradicción. Pero no habrá diferencia ninguna en lo relativo a la formación del razonamiento de cada uno de esos tipos: en efecto, tanto el que demuestra como el que pregunta razonan asumiendo que se da o no se da algo unido a algo. De modo que la proposición de un razonamiento (…) será demostrativa (ἀποδεικτικὴ) si es verdadera y obtenida a través de los supuestos de principio (de su ciencia), y será dialéctica, para el que averigua (pregunta), como pregunta acerca de 115 “We must first state the subject of our inquiry and the faculty to which it belongs: its subject is demonstration and the faculty that carries it out demonstrative science”, en la version de A. J. Jenkinson (1984) (A. J. J., en lo sucesivo). La traducción de Gredos habla de la “ciencia demostrativa”, aunque me parece claro que Aristóteles se refiere a las ciencias demostrativas, es decir, aquellas que usan el razonamiento demostrativo; así, en 84 a 10: “…en las ciencias demostrativas, sobre las que versa esta investigación…” La traducción de Forster es “demonstrative knowledge”. 70 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) la contradicción y, para el que argumenta (responde, silogísticamente) como asunción de lo aparente y lo plausible, tal como se ha dicho en los Tópicos. (An. Pr., 24a 23 - 24b 13)116 Esto sugiere que para el autor tanto el razonamiento demostrativo como el razonamiento dialéctico arguyen silogísticamente (Kneale, 1972, p. 23), aunque —como veremos— la teoría del silogismo es independiente de la teoría de la demostración. En la parte final de la cita se retoma la distinción establecida en los Tópicos: las premisas del silogismo demostrativo son verdaderas o deducidas de los primeros principios, mientras que las premisas del razonamiento dialéctico son tomadas de lo aparente y lo plausible. La forma de argumentar demostrativamente es presentada por Aubenque, oponiéndola a la actitud del dialéctico (¡aunque en una situación dialéctica!): Llegamos aquí al corazón mismo de la oposición entre actitud científica y actitud dialéctica: el sabio demuestra proposiciones, que, ciertamente, pueden ser objetadas por un adversario, pero corriendo este con la carga de establecer, mediante una nueva demostración, la verdad de la contradictoria; el dialéctico plantea problemas, que, en apariencia, sólo difieren de las proposiciones por su forma interrogativa, pero que, en realidad, impiden al que pregunta justificar los términos de la alternativa, y al que responde le impiden asimismo justificar la elección de uno de los términos. (Aubenque, 1962/1974, pp. 179-180) Recuérdese que esta distinción entre proposiciones y problemas proviene de los Tópicos, donde, sin embargo, son tratados como proposiciones y problemas dialécticos (pp. 13-14). El uso de términos como: el “adversario” (que debe cargar con la demostración de la contradictoria de la proposición científica que pretende refutar), y de los roles dialécticos de “el que pregunta” y “el que responde” sirven para mostrar, a la vez, la oposición y la complementariedad de los razonamientos del “sabio” o científico (que 116 “The demonstrative premises differs from the dialectical, because the demonstrative premises is the assertion of one of two contradictory statements (the demonstrator does not ask for his premises, but lays it down), whereas the dialectical premises depends on the adversary’s choice between two contradictories. But this will make no difference to the production of a syllogism in either case; for both the demonstrator and the dialectician argue syllogistically after stating that something does or does not belong to something else. Therefore a syllogistic premises (…); it will be demonstrative, if it is true and obtained through the first principles of its science; while a dialectical premises is the giving of a choice between two contradictories, when a man is proceeding by question, but when he is syllogizing it is the assertion of that which is apparent and generally admitted, as has been said in the Topics” (A. J. J.). 71 Pedro José Posada Gómez demuestra) y los del dialéctico. El científico, ¿no se hace dialéctico al tener que oponerse a un contradictor de sus proposiciones? Sin embargo, Aubenque (1962/1974, p. 280) concluye más adelante que, para Aristóteles: “El saber no puede progresar con seguridad más que por medio de la demostración, y no por medio del diálogo; su marcha es, podríamos decir, monológica y no dialéctica”. Apoya su idea en lo dicho por Aristóteles al comienzo de los Analíticos I: “Demostrar no es preguntar, es enunciar” (An. Pr. I, 1, 24a 24)117. Aubenque otorga, con razón, la tarea del que hoy llamaríamos ‘lógico’ al sabio, al científico. Examinaremos más adelante esa forma de oposición entre la ciencia y la dialéctica, y la pertinencia de la concepción aristotélica para un tratamiento moderno de las relaciones entre la ciencia y la argumentación. Recordemos, sin embargo, que para Aristóteles, la lógica o analítica no es una ciencia, es un instrumento de la ciencia, cuando esta posee los “primeros principios” y quiere demostrar que algo se deriva necesariamente de ellos; y que esos primeros principios se obtienen por “comprobación” o ἐπαγωγή. ¿Qué son estos “primeros principios” que sirven de punto de partida de las demostraciones científicas? Responderlo adecuadamente exigiría exponer la epistemología aristotélica. Aquí nos limitaremos a una aproximación al concepto, y a sus relaciones con las premisas e hipótesis de los razonamientos lógicos. 2.5. Los primeros principios del razonamiento y de la demostración Hemos visto cómo en los Tópicos (100 a 26) son definidos los razonamientos demostrativos como aquellos que “parten de cosas verdaderas y primordiales, o de cosas cuyo conocimiento se origina a través de cosas primordiales y verdaderas”. Y aclara inmediatamente que “son verdaderas y primordiales las cosas que tienen credibilidad, no por otras, sino por sí mismas”, dado que “en los principios del conocimiento no hay que inquirir el por qué, sino que cada principio ha de ser digno de crédito por sí mismo” (100 b 20). En el Libro VIII (subtítulo 3: Dificultad de los argumentos dialécticos) Aristóteles señala que “es imposible demostrar nada sin empezar por los principios adecuados y anudando la argumentación sin interrupción hasta las últimas cuestiones” (158 a 37) y agrega un poco más adelante que “las demás cosas se muestran por medio de éstas (los principios), mientras 117 En la versión de Candel (1982, p. 94) la frase citada se traduce: “pues el que demuestra no pregunta, sino que asume”. 72 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) que éstas no es posible demostrarlas por medio de otras, sino que es necesario conocer cada una de ellas con una definición” (158 b). Es claro que para Aristóteles los primeros principios son indemostrables, pero se pueden establecer mediante la definición. Esta es presentada en los Tópicos como uno de los cuatro “predicables”, al lado del género, el accidente y lo propio. La definición “es un enunciado que significa el qué es ser” (101 b 37)118. En el Libro VIII agregará que “es posible obtener por razonamiento la definición y el qué es ser” (153 a 15). Sin embargo, en los Analíticos II se distinguirá claramente entre definición y demostración. En el Libro II de los Analíticos II (dedicado a la definición y la causa) se plantea la diferencia entre la definición y la demostración. Si llegamos a saber algo por demostración (o por comprobación) de ello no habrá definición (90 b 5-15), y viceversa: “no hay demostración de aquello de lo que hay definición” (90 b 30), pues siendo las definiciones los principios de las demostraciones “de los que se ha demostrado antes que no habrá demostraciones: o bien los principios serán demostrables y habrá también principios de los principios, y esto seguirá hasta el infinito, o bien las cuestiones primeras serán definiciones indemostrables” (90 b 24-27). Así, para evitar el regreso al infinito, Aristóteles distingue claramente a las definiciones de las demostraciones: “Pues la definición lo es del qué es y de la entidad; las demostraciones, en cambio, parecen presuponer y dar por sentado el qué es” (90 b 31). Dicho de otro modo: “la definición indica qué es tal cosa, la demostración, en cambio, indica que tal cosa es o no es con relación a tal otra” (91 a). En los Analíticos I (capítulo 27: Normas generales para la construcción de razonamientos asertóricos) se plantea dónde buscar los principios correspondientes a cada cuestión planteada para la demostración: Es preciso escoger las proposiciones acerca de cada cosa del siguiente modo: primeramente el sujeto mismo y las definiciones y todo cuanto es propio de la cosa en cuestión, y después de eso todo cuanto se deriva de la cosa y, a su vez, aquello de lo que la cosa se deriva, y todo lo que no es admisible que se dé en ella (…) Hay que distinguir también, de entre lo que se deriva, todo lo que se predica en el qué es y todo lo que se predica como propio y todo lo que se predica como accidental y, de eso, qué clase de cosas se predican a título opinable y cuáles se predican con arreglo a la verdad… (43b 1-11)119 118 “A ‘definition’ is a phrase signifying a thing’s essence” (A. J. J.). 119 Compárese con Tópicos 105a 20-30, Libro I (13 a 17), donde Aristóteles explica cuatro medios o instrumentos para construir los razonamientos dialécticos: 1. Tomar o elegir las proposiciones (prótasis o premisas), 2. Distinguir los diferentes sentidos en los que se puede decir una cosa, 3. Analizar las diferencias, y 4. Observar las semejanzas. 73 Pedro José Posada Gómez Nótese, primero, que Aristóteles no habla de principios universales para todo asunto por demostrar, sino del conocimiento de lo verdadero para cada cosa o asunto; y, segundo, que la recomendación abarca por igual el campo de los razonamientos demostrativos, que parten de la verdad, y el de los dialécticos, que parten de lo opinable. Volveremos sobre esto en el siguiente apartado. Sin embargo, en el segundo capítulo (Ciencia y demostración) del Libro I de los Analíticos II, que contiene la teoría de la demostración (científica), presenta las características que han de tener los principios (premisas) de los razonamientos científicos, ya abiertamente diferenciados de aquellos de los razonamientos dialécticos: A la demostración la llamo razonamiento científico (συλλογισμὸν ἐπιστημονικόν, silogismo epistémico); y llamo científico a aquel razonamiento (silogismo) en virtud de cuya posesión sabemos (ἐπιστάμεθα). Si, pues, el saber es como estipulamos, es necesario también que la ciencia demostrativa (ἀποδεικτικὴν ἐπιστήμην, episteme apodíctica) se base en cosas verdaderas (ἀληθῶν), primeras, inmediatas, más conocidas, anteriores, y causales respecto de la conclusión: pues así los principios serán también apropiados a la demostración. En efecto, razonamiento (συλλογισμὸς) lo habrá también sin esas cosas, pero demostración (ἀπόδειξις) no: pues no producirá ciencia (ἐπιστήμην)”. (71 b 17-25)120 Es claro que ya no se trata aquí de las premisas del silogismo en general, sino de aquel que se caracteriza por ser demostrativo en una ciencia. A semejanza de lo dicho en los Tópicos, Aristóteles distingue aquí entre el razonamiento (silogismo) en general y el razonamiento demostrativo de la ciencia (no se trataría precisamente de una “ciencia demostrativa”, sino de la demostración científica, que parte de los principios de esa ciencia y demuestra silogísticamente). Aristóteles dedica varias páginas a explicar el sentido de estas seis características de las premisas del razonamiento científico: Así, pues, es necesario que aquellas cosas sean verdaderas (ἀληθῆ), porque no es posible saber lo que no es, v.g.: que la diagonal es conmensurable. 120 “By demonstration I mean a syllogism productive of scientific knowledge, a syllogism, that is, the grasp of which is eo ipso such knowledge. Assuming then that my thesis as to the nature of scientific knowing is correct, the premisses of demonstrated knowledge must be true, primary, immediate, better known than and prior to the conclusion, which is further related to them as effect to cause. Unless these conditions are satisfied, the basic truths will not be ‘appropriate’ to the conclusion. Syllogism there may indeed be without these conditions, but such syllogism, not being productive of scientific knowledge, will not be demonstration” (Mure, 1960/1997). 74 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Y que el razonamiento se base en cosas primordiales (πρώτων) no demostrables (ἀναποδείκτων) (…). Y han de ser causales (αἴτιά), más conocidas (γνωριμώτερα) y anteriores (πρότερα): causales, porque sabemos cuando conocemos la causa, y anteriores por ser causales, y conocidas precisamente no sólo por entenderse del segundo modo, sino también por saberse que existen. (71 b 23-33)121 Aclara Aristóteles que existen, por un lado, las cosas que son “anteriores y más conocidas para nosotros”, que son más cercanas a la sensación, y a las que llama singulares, y, por otro, las cosas que son “anteriores —‘por naturaleza’— y más conocidas sin más”, “más lejanas” (a la sensación), a las que llama universales (71 b 33- 72 a 5). A continuación Aristóteles define: principio, proposición, proposición dialéctica, proposición demostrativa, aserción y contradicción: Partir de cosas primeras es partir de principios apropiados: en efecto, llamo a la misma cosa primero y principio. El principio es una proposición inmediata de la demostración, y es inmediata aquella (proposición) respecto a la que no hay otra anterior. La proposición es una de las dos partes de la aserción, que predica una sola cosa acerca de una sola cosa: dialéctica la que toma cualquiera de las dos partes, demostrativa la que toma exclusivamente una de las dos, por ser verdadera. La aserción es cualquiera de las dos partes de la contradicción; la contradicción es la oposición en la cual no hay intermedio; una parte de la contradicción es la afirmación de algo acerca de algo, la otra, la negación de algo respecto de algo. (72 a 6- 14) Nótese que aquí la proposición dialéctica y la demostrativa surgen, ambas, de la contradicción (que es una premisa propia de la dialéctica), solo que la segunda toma una de las dos aserciones de esta, por considerarla verdadera, esto es, inmediata y primera. De ella se ocupa enseguida: 121 “The premisses must be true: for that which is non-existent cannot be known-we cannot know, e.g. that the diagonal of a square is commensurate with its side. The premisses must be primary and indemonstrable; [otherwise they will require demonstration in order to be known, since to have knowledge, if it be not accidental knowledge, of things which are demonstrable, means precisely to have a demonstration of them.] The premisses must be the causes of the conclusion, better known than it, and prior to it; its causes, since we possess scientific knowledge of a thing only when we know its cause; prior, in order to be causes; antecedently known, this antecedent knowledge being not our mere understanding of the meaning, but knowledge of the fact as well.” (…) La última frase es traducida por Forster: “…not merely in the one sense that their meaning is understood, but also in the sense that they are known as facts” (Forster, 1960/1997, p. 31). 75 Pedro José Posada Gómez Llamo principio inmediato de razonamiento a una tesis que no es posible demostrar ni es necesario que tenga presente el que va a aprender algo; lo que es necesario que tenga presente el que va a aprender cualquier cosa es la estimación (ἀξίωμα). (72 a 15-17) La diferencia entre “tesis” y “axioma” es funcional; recuérdese que en los Tópicos (104 a 19-24) la ‘tesis’ es definida como “un juicio paradójico de alguien conocido en el terreno de la filosofía (…); o aquellas cuestiones acerca de las cuales tenemos algún argumento contrario a las opiniones habituales”. El axioma es una tesis que se considera como principio establecido de un saber o ciencia. Es un caso especial de los “principios inmediatos de razonamiento”, “tesis que no es posible demostrar, ni es necesario que tenga presente el que va a aprender algo”. Ahora bien, cuando se asume (para examinarla) una u otra de las dos partes de la contradicción, la tesis se denomina hipótesis; en cambio, cuando se postula una de las dos partes de la contradicción, la tesis es equivalente a una definición (72 a 18-22). Y recuérdese una cita anterior en la que se dijo que las “cuestiones primeras serán definiciones indemostrables” (90 b 27). Así, pues, la tesis presenta —o supone— una contradicción. En el argumento didáctico, del que enseña a otro los principios de una ciencia, la tesis se convierte en un axioma. Cuando el dialéctico presenta su tesis puede hacerlo demostrativamente, postulando como verdadera la tesis (o estableciéndola como definición) o críticamente (examinando), asumiendo, a modo de hipótesis, una u otra de las dos alternativas de la contradicción. El dialéctico erístico defenderá, en cada caso, una u otra de las alternativas, pretendiendo ser concluyente en ambos casos. En el Libro V (Δ) de la Metafísica, que es una especie de glosario de términos, Aristóteles da seis acepciones distintas del concepto de “principio” (Ἀρχὴ). La última de ellas se refiere a los principios de la demostración: “… también recibe el nombre de principio aquello por lo que se viene en conocimiento de una cosa, y se llama igualmente principio de esta cosa, por ejemplo, las premisas o hipótesis son principios de las demostraciones” (Met. 1013 a, 15)122. 122 La continuación de esta cita generaliza lo común a los distintos sentidos de “principio”: “Las causas se toman en tantas acepciones como los principios, pues todas las causas son principios. Por consiguiente, es común a todos los principios el ser el punto de partida desde el que una cosa es, se hace o se conoce. (…) Por esta razón son principio la naturaleza, los elementos, el pensamiento, la voluntad, la sustancia. Y en el mismo caso está la causa final…” (Met. 1013 a, 15-21). 76 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Para terminar este apartado, se menciona un problema, más epistemológico que lógico, relacionado con el origen, en el razonamiento por comprobación (epagogé o inducción), de las premisas que son principios del silogismo demostrativo. El tema aparece en los dos libros de los Analíticos II (Libro I, capítulo 18: La sensación, requisito de toda ciencia y en el capítulo final del Libro II, 19: La aprehensión de los principios). En el primero, Aristóteles afirma que: (…) aprendemos por comprobación o por demostración (ἀποδείξει), y la demostración parte de las cuestiones universales, y la comprobación, de las particulares, pero es imposible contemplar (θεωρῆσαι) los universales si no es a través de la comprobación (puesto que, incluso las cosas que se dicen procedentes de la abstracción (ἀφαιρέσεως) solo será posible hacerlas cognoscibles mediante la comprobación de que en cada género se dan algunas…), ahora bien, es imposible comprobar sin tener la sensación. En efecto, la sensación lo es de los singulares: pues no cabe adquirir directamente ciencia de ellos; ni cabe adquirirla a partir de los universales sin comprobación, ni a través de la comprobación sin sensación. (81 a, 40- 81 b 9) Así, el orden del conocimiento que se plantea es: sensación (de los singulares) → comprobación → universales. En el capítulo final del Libro II de los Analíticos II, el tema se plantea desde el marco de una teoría general del conocimiento: se parte recordando que “no cabe saber mediante demostración si uno no conoce los principios inmediatos”, y surge la pregunta sobre si tales principios los poseemos de modo innato o los adquirimos. Aristóteles rechaza la primera opción, y justifica la segunda haciendo un recorrido argumental que empieza con la tesis de que todo ser vivo posee “una facultad innata para distinguir, que se llama sentido”, aunque solo en algunos se produce “una persistencia de la sensación”, y “al sobrevivir muchas sensaciones (de algún tipo), surge ya una distinción, de modo que en algunos surge un concepto, a partir de la persistencia de tales cosas”. Aristóteles resume su teoría: “del sentido surge la memoria,…, y de la memoria repetida de lo mismo, la experiencia: pues los recuerdos múltiples en número son una única experiencia. De la experiencia o del universal todo que se ha remansado en el alma (…) surge el principio del arte y de la ciencia” (99 b, 20 - 100 a, 9). Y concluye un poco más adelante: “está claro, entonces, que nosotros, necesariamente, hemos de conocer por comproba77 Pedro José Posada Gómez ción, pues así es como la sensación produce en nosotros lo universal” (100 b, 3-5)123. T. Gomperz resume en un párrafo este capítulo final de los Analíticos II: Hacia el final de su principal obra lógica, irrumpe una imagen bella y significativa. Así como al producirse un contraste en el campo de batalla un guerrero valeroso, luego un segundo, un tercero y otros cada vez más numerosos cierran filas, así a la primera imagen consistente de una impresión sensible recibida se agrega una segunda, una tercera y así sucesivamente, hasta que de la suma de estas percepciones ya no fugitivas se eleva el edificio completo de una experiencia. Es de la percepción de donde surge en primer lugar el recuerdo, y de éste, luego de múltiples repeticiones, la experiencia. De ésta a su vez, o de todo “universal que como unidad surge de lo múltiple y toma consistencia en el alma”, resultan el arte y la ciencia; entendiéndose como ciencia la teoría pura, como arte la teoría aplicada a la práctica. Expresamente declara el filósofo a tal propósito que es la “percepción sensible” la que produce los conceptos generales, y que “todos los primeros conocimientos” los adquirimos de necesidad por “inducción”. Esta vez, el asclepíade ha triunfado sobre el platónico en Aristóteles. (Gomperz, 2000, p. 68) En los ejemplos que Aristóteles da en las líneas previas al texto citado se verifica que hay una presencia de lo universal en la sensación de lo singular, presencia que el razonamiento por comprobación se limita a explicitar. Esto justifica la traducción de M. Candel del término ἐπαγωγή por “comprobación”, en vez del tradicional “inducción”, e impide una interpretación meramente empirista de la epistemología aristotélica (Candel, Trad., 1982, p. 439, n. 311). La aclaración de este tema, y la pertinencia del concepto peirciano de abducción, escapan a los límites de esta tesis. Recordemos, además, que la epistemología aristotélica considera a la intuición (νοῦς) como el momento esencial de la ciencia, como lo señala en el párrafo final del capítulo que estamos reseñando: (…) puesto que de los modos de ser relativos al pensamiento por los que poseemos la verdad, unos no son siempre verdaderos y están expuestos a incurrir en lo falso, v. g.: la opinión y el razonamiento, mientras que la ciencia y la intuición son siempre verdaderas, que ningún otro género de saber es más exacto que la intuición (…) no habrá ciencia de los principios (…), habrá intuición de los principios (…) la intuición será el principio de la ciencia. (100 b 5- 15) 123 “Thus it is clear that we must get to know the primary premisses by induction; for the method by which even sense-perception implants the universal is inductive” (Mure, 1960/1997). 78 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 2.6. Los vínculos entre Dialéctica y Analítica Hemos visto cómo el razonamiento demostrativo es presentado en los Tópicos como un tipo de argumento dialéctico, y se ha mostrado que la caracterización del silogismo apodíctico aparece en un contexto dialéctico; puntualicemos mejor cómo aparece la dialéctica en la presentación del razonamiento analítico, demostrativo y científico. En los Analíticos I (capítulos 29 y 30), después de explicar cómo se demuestra en los razonamientos hipotéticos, Aristóteles afirma que de ese mismo modo se procede en los “razonamientos necesarios y en los admisibles: pues la investigación será la misma y el razonamiento será mediante los mismos términos, colocados en el mismo orden, tanto para el ser admisible como para el darse” (45 b 27-30). Los razonamientos necesarios lo son por dar cuenta de lo que verdaderamente se da (lo que es el caso); los razonamientos admisibles incluyen las cosas que “sin darse, es posible que se den” (45 b 32). Así mismo, en el inicio del capítulo 30 (Búsqueda del término medio en las diversas disciplinas), donde se postula la universalidad aplicativa del método silogístico, se incluye a los razonamientos dialécticos: (…) el método para todos los casos es el mismo, tanto en lo tocante a la filosofía como a cualquier arte y disciplina: pues es preciso contemplar lo que se da y aquello en lo que se da respecto a cada uno de los dos términos y tener la mayor abundancia posible de ello, y estudiar esto a través de los tres términos, destruyendo de tal manera y estableciendo de tal otra; partiendo de lo que está bien perfilado que se da en verdad (κατ› ἀλήθειαν) cuando se trata de razonar en verdad; partiendo, en cambio, de las proposiciones opinables (κατὰ δόξαν) para los razonamientos dialécticos. (46 a 3-10)124 Y no solo se trata de que los razonamientos dialécticos se rijan por las mismas reglas del silogismo, sino que, además, la tarea de la demostración es presentada como la del dialéctico que trata de “establecer” o “destruir” (refutar) los argumentos del contrario. 124 “The method is the same in all cases, in philosophy, in any art or study. We must look for the attributes and the subjects of both our terms, and we must supply ourselves with as many of these as possible, and consider them by means of the three terms, refuting statements in one way, confirming them in another, in the pursuit of truth starting from premisses in which the arrangement of the terms is in accordance with truth, while if we look for dialectical syllogisms we must start from probable premisses” (Jenkinson, Trad., 1984). 79 Pedro José Posada Gómez La misma delimitación entre lo verdadero y lo opinable está en la base de la clasificación, ya mencionada, de los principios como necesarios y admisibles en los Analíticos II: “Además, unos principios son necesarios, otros, en cambio, admisibles” (88 b 8)125. En el capítulo 23 del Libro II de los Analíticos I, dedicado a la comprobación, Aristóteles afirma: Ahora habría que decir que no sólo los razonamientos dialécticos y demostrativos se forman a través de las figuras antes explicadas, sino también los retóricos y, sin más, cualquier argumento convincente y con cualquier método. Pues de todas las cosas tenemos certeza, bien a través de un razonamiento, bien a partir de la comprobación. (68 b 10-15) Y pasa a mostrar que tanto el razonamiento por comprobación como aquel por mero silogismo consisten en probar mediante alguna de las figuras del silogismo. Lo que me interesa resaltar es la afirmación general de la aplicabilidad del método silogístico en la dialéctica, la apodíctica y la retórica. Aunque la crítica posterior ha señalado el exceso de optimismo de Aristóteles al pretender que la comprobación (en el sentido de inducción) es un razonamiento probatorio. Así lo señala M. Candel: Este pasaje (68 b 15-29) es el que ha dado origen a la interpretación tradicional de la inducción como un proceso discursivo simétrico del deductivo: “demostración” de lo universal a partir de lo singular. La responsabilidad de ese equívoco, ajeno a la teoría epistemológica aristotélica, corresponde al propio Aristóteles, a su euforia de descubridor de un instrumento nuevo, a su gusto por estirar más de la cuenta, aunque sólo sea metafóricamente, la aplicación de ese instrumento del pensamiento: el silogismo…”. (Candel, Trad., 1982, p. 288, n. 448)126 Es importante anotar que en este mismo apartado Aristóteles hace una distinción formal entre la comprobación y el silogismo demostrativo. Después de afirmar (en 68 b 15) que “la comprobación y el razonamiento consisten en probar, a través de uno de los extremos, que el otro se da en el medio”, dirá más adelante: 125 ἔτι αἱ ἀρχαὶ αἱ μὲν ἐξ ἀνάγκης, αἱ δ᾽ ἐνδεχόμεναι. 126 Tal optimismo exagerado de Aristóteles parece reflejarse también en su afirmación de 45 b 3540: “Es pues evidente (…) no solo que cabe que todos los razonamientos se formen por esta vía, sino también que por otra vía es imposible (…) se ha demostrado que todo razonamiento se forma a través de alguna de las figuras anteriormente explicadas…”. 80 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) de aquello de lo que hay medio, la prueba por razonamiento es a través del medio; de aquello de lo que no lo hay, es a través de la comprobación. Y en cierto modo la comprobación se opone al razonamiento: pues éste prueba el extremo superior respecto al término tercero a través del medio; aquella, en cambio, prueba el extremo superior respecto al medio a través del tercero. Así, pues, es anterior y más conocido el razonamiento a través del medio, pero es más diáfano para nosotros el razonamiento a través de la comprobación”. (68 b 30-38) La clave de esta distinción está en la función del término medio. Función que no es meramente formal. Pues, como lo anota R. Blanché (1970, p. 79), en su reflexión sobre la concepción aristotélica de la inducción y la deducción: “(el silogismo por epagogé) no es un verdadero silogismo… su término medio no lo es más que desde un punto de vista lógico, no es el término medio real, el término medio según la naturaleza (…)”, pues el verdadero término medio es aquel que muestra la causa. En el primer capítulo de los Analíticos II, después de mostrar que “toda enseñanza y todo aprendizaje por el pensamiento (tanto las ciencias como las artes) se producen a partir de un conocimiento preexistente”, Aristóteles pasa a mostrar que algo semejante ocurre con los distintos tipos de argumentos (λόγων). Se refiere al tipo de ‘argumentos dialécticos’ que estudió en los Tópicos: los razonamientos que proceden o bien por “razonamiento” o silogismo (demostrativo-deductivo) o bien por “comprobación” o “inducción” (ἐπαγωγή): De manera semejante en el caso de los argumentos, tanto los que proceden mediante razonamientos como los que proceden mediante comprobación; pues ambos realizan la enseñanza a través de conocimientos previos: los unos (los primeros), tomando algo como entendido por mutuo acuerdo (como autorizado por un auditorio inteligente); los otros (los segundos), demostrando (proveyendo) lo universal a través del hecho de ser evidente lo singular. (…) de la misma manera convencen también los argumentos retóricos: pues o bien convencen a través de ejemplos, lo cual es una forma de comprobación, o bien a través de razonamientos probables (entimemas), lo cual es una forma de razonamiento (silogismo). (71 a 4-12)127 127 Sigo la traducción de Candel (1982), agregando entre paréntesis otras traducciones. La de E. S. Forster (1997) dice: “Similarly too with logical arguments, whether syllogistic or inductive; both effect instruction by means of facts already recognized, the former making assumptions as though granted by an intelligent audience, and the later proving the universal from the self-evident nature of the particular. The means by which rhetorical arguments carry conviction are just the same; for they use either examples, which are a kind of induction, or enthymemes, which are a kind of syllogism”. La traducción de G. R. G. Mure, contiene matices interesantes: “and 81 Pedro José Posada Gómez Se señala la presencia de los argumentos dialécticos (por silogismo demostrativo o por comprobación) en la Retórica128, incluyendo una presentación de los razonamientos deductivos, ahora, simplemente, como razonamientos cuyos principios son aceptados por un auditorio autorizado. La ἐπαγωγή (comprobación o inducción) tiene una presentación más formal (permite llegar a lo universal que está implícito en lo particular129). En este texto, lo mismo que en los Tópicos, los razonamientos demostrativos tienen en común con los dialécticos y los retóricos: 1. Partir de premisas ya aceptadas, y 2. El estar dirigidos a algún tipo de auditorio. 2.7. Consideraciones finales sobre la lógica aristotélica (la diferencia entre el silogismo válido y el demostrativo) Las consideraciones anteriores permiten constatar que: 1. La “lógica”, “analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como una ampliación o especificación del estudio del razonamiento iniciado en los Tópicos; es decir, en la dialéctica aristotélica. 2. Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a lo largo de su presentación del razonamiento analítico. 3. Cuando descubre el silogismo apodíctico, Aristóteles lo considera como un instrumento aplicable a todo tipo de razonamiento: dialéctico, demostrativo o retórico. Un último problema queda pendiente por elucidar: ¿es consciente Aristóteles del carácter formal del razonamiento apodíctico, como algo separable del valor epistémico de las premisas que lo forman? Aunque hemos visto que autores como Bochenski no dudan en responder afirmativamente a esta pregunta, no se ha encontrado en el texto indicaciones precisas de que tal sea el caso. so are the two forms of dialectical reasoning, syllogistic and inductive; for each of these latter make use of old knowledge to impart new, the syllogism assuming an audience that accepts its premisses, induction exhibiting the universal as implicit in the clearly known particular. Again, the persuasion exerted by rhetorical arguments is in principle the same, since they use either example, a kind of induction, or enthymeme, a form of syllogism” (Mure, 1960/1997). 128 Que se analiza con más detalle en el capítulo 3 de esta obra: “La retórica como antistrofa de la dialéctica”. 129 En términos peircianos, permite abducir que un hecho X es un caso de una regla. 82 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Un dato a favor de la respuesta afirmativa es el hecho de que Aristóteles considere, en el Libro II de los Analíticos I, el caso de razonamientos válidos con premisas falsas y conclusión verdadera. Veamos: Es posible, pues, que ocurra de tal manera que sean verdaderas las proposiciones (προτάσεις) de las que surge el razonamiento (συλλογισμός), es posible que ocurra de tal manera que sean falsas y que una sea verdadera y la otra falsa. Ahora bien, la conclusión será por fuerza verdadera o falsa. Así, pues, a partir de cosas verdaderas no es posible probar por razonamiento (συλλογίσασθαι) algo falso, en cambio, a partir de lo falso es posible probar lo verdadero, sólo que no el porqué (διότι), sino el qué (ὅτι): en efecto, el razonamiento (συλλογισμός) del porqué (διότι) no surge a partir de cosas falsas… (53 b 5-10) Aristóteles establece aquí las condiciones formales del silogismo válido. Rechazando claramente que pueda ser válido un silogismo con premisas verdaderas y conclusión falsa, aunque sí puede serlo uno con premisas falsas y conclusión verdadera. Como ejemplo de este último caso da un silogismo de la forma: Si A (animal) se da en todo B (piedra) y B (piedra) se da en todo C (hombre), Entonces: A (animal) se da en todo C (hombre). (53 b 30-35)130 Pero el asunto interesante es que Aristóteles considera que este tipo de silogismo, siendo válido, no prueba el porqué sino apenas el qué. ¿Qué significa esto? La respuesta está en el capítulo 13 del Libro I de los Analíticos II (El conocimiento del hecho y de la causa). Allí dice que: Es diferente saber el qué y saber el porqué131, (…) de dos modos: uno, si el razonamiento no se produce a través de proposiciones inmediatas (pues no se toma la causa primera, y la ciencia del porqué es con arreglo a la causa primera); de otro modo, si es a través de proposiciones inmediatas, pero no a través de la causa, sino del más conocido de los términos invertidos. En efecto, nada impide que el más conocido de los predicados recíprocos sea a veces lo que no es causa, de modo que la demostración será a través de él; v.g.: que los planetas están cerca porque no titilan. Sea, en lugar de C, planetas, en lugar de B no titilar, en lugar de A estar cerca. Entonces es verdadero decir B acerca de C: pues los planetas no titilan. Pero también A acerca 130 Puesto en la forma típica: “Si toda piedra es un animal, y todo hombre es una piedra; entonces, todo hombre es un animal” (silogismo barbara de la primera figura). 131 Mure traduce: “Knowledge of the fact differs from knowledge of the reasoned fact”. 83 Pedro José Posada Gómez de B: pues lo que no titila está cerca; y esto acéptese por comprobación o por percepción. Así, pues, es necesario que A se dé en C, de modo que se ha demostrado que los planetas están cerca. Este es, por tanto, el razonamiento, no del porqué sino del qué: pues no están cerca por no titilar, sino que, por estar cerca, no titilan. Pero cabe también demostrar lo uno por lo otro, y será la demostración del porqué; v.g.: sea C planetas, en lugar de B estar cerca, y de A no titilar; entonces también se da B en C y A en B, de modo que también en C se da A. Y es el razonamiento del porqué: en efecto, se ha tomado la causa primera. (78 a 22- 78 b 3) Traducidos a su forma típica, los dos silogismos considerados por Aristóteles podrían expresarse así: 1. Para el razonamiento del qué: “Todo B (no titilar) es un A (estar cerca) Todo C (planetas) es un B (no titilar) Luego: Todo C (planetas) es un A (estar cerca)” 2. Para el razonamiento del porqué: “Todo B (estar cerca) es A (no titilar) Todo C (planetas) es B (estar cerca) Luego, todo C (planetas) es A (no titilar)” En el silogismo 1 se ha “demostrado” que los planetas están cerca porque (B) no titilan (a partir de la observación de que los astros que no titilan están cerca); en el silogismo 2 se ha demostrado que los planetas no titilan porque (B) están cerca. Aristóteles considera que solo el segundo silogismo es realmente demostrativo, pues en él el término medio (B) permite señalar la causa primera del fenómeno en cuestión. En el primero, el término medio “no titilar” permite llegar a concluir que “Los planetas están cerca”; en el segundo, el término medio, “estar cerca”, permite concluir que (señalar la causa de que) “los planetas no titilan”. Valga agregar que los dos silogismos corresponden a formas lógicamente válidas. Así, pues, la preferencia de Aristóteles por la segunda forma corresponde a su particular interés en el silogismo demostrativo de las ciencias, en el que el término medio debe señalar la causa primera, es el razonamiento del porque. La primera forma, no obstante ser lógicamente válida (se forma a través de proposiciones inmediatas) no señala la causa de que la conclusión sea válida. “No titilar” no es la causa de que los planetas estén cerca, como afirma el silogismo uno; sino que podemos explicar que los planetas no titilan a causa de que están cerca. 84 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Y a eso hace referencia cuando distingue los silogismos válidos con premisas falsas y conclusión verdadera, que serían razonamientos del qué, del resto de silogismos válidos —que sí podrían expresar el porqué—. Las razones, pues, de Aristóteles para preferir el silogismo demostrativo sobre el meramente válido, no son de naturaleza lógica, sino epistemológica (no son sintácticas, sino que dependen de una concepción semántico-pragmática del razonamiento y de la verdad). Así lo afirma en el capítulo 6 del Libro I de los Analíticos II: “… el que no tiene explicación del porqué, aun siendo posible la demostración, no tiene ciencia…” (74 b 28). Podría objetarse que aquí Aristóteles está pensando en un tipo de ciencia empírica o de la naturaleza, pero lo que me interesa resaltar es la separación implícita entre “demostración” y “ciencia”. 85 Capítulo 3 LA RETÓRICA COMO ANTISTROFA DE LA DIALÉCTICA En este capítulo me propongo dilucidar las relaciones entre la dialéctica y la retórica en la obra de Aristóteles. En primer lugar haré un breve recuento de lo que fue la retórica antigua, desde Corax y Tisias, pasando por los sofistas e Isócrates, hasta Platón, para concentrarme enseguida en la versión aristotélica de la misma y enfatizar sus vínculos con la dialéctica presentada en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas. 3. 1. Sobre los inicios de la reflexión sobre la Retórica hasta Platón Emmanuelle Danblon (2005, pp. 13-24) en el primer capítulo de su libro La fonction persuasive - Anthropologie du discours rhétorique: origines et actualité, distingue tres tipos de usos eficaces de la palabra en la época antigua: la eficacia de la palabra mágica, la eficacia de la palabra ritual y la eficacia de la palabra retórica. Caracterizados en forma sintética, el primero corresponde a la palabra de un orador con autoridad natural o sobrenatural, situado en una relación asimétrica con su auditorio y que con su discurso se dirige a la acción, orientando su realización eficaz; el segundo es el uso de un orador cuya autoridad ha sido ritualizada, que se dirige a una asamblea concretamente reunida, y cuyo discurso vale como condición de la acción, y que muestra su eficacia en el marco del ritual como condición de su realización eficaz; en fin, el tercero, el uso de la palabra eficaz en la retórica, parte de un orador cuya autoridad es convencional, plantea una relación simétrica con su auditorio (en la medida en que este es libre de adherir o no al discurso) y se realiza mediante un discurso en el que la deliberación y la decisión Pedro José Posada Gómez parten de una representación de la acción; es decir, muestra su eficacia en la persuasión como condición previa del paso a la acción. Este marco antropológico sirve a la vez para caracterizar algunos aspectos de la retórica, como un tipo especial entre los discursos humanos que buscan la eficacia de la palabra, y permite sospechar de la permanencia en la retórica de algunos aspectos mágicos y rituales que, como veremos, han sido detectados en las concepciones de Gorgias y del mismo Platón. Desde una perspectiva distinta (aunque en parte complementaria) Olivier Reboul (1984/1990, pp. 9-14), en su texto La Rhétorique, ha distinguido las “tres fuentes de la retórica griega”, a saber: la práctica judicial, la literatura y la filosofía. La primera se puede rastrear hasta los orígenes sicilianos de la retórica, con Corax y Tisias, quienes, como es sabido, alrededor del 460 a.n.e., redactaron los primeros manuales de la técnica retórica, orientados a la práctica judicial de los reclamos de tierras injustamente expropiadas. La segunda fuente, la literaria, se hace manifiesta en el estilo de Gorgias, cuando en el 427 a.n.e. pronunció un célebre discurso ante la asamblea de los atenienses, lo que le valió ser considerado como el padre del género epidíctico, además de ser el propugnador de la prosa literaria en la retórica, heredera de la poesía lírica. La fuente filosófica de la retórica corresponde a la práctica y la enseñanza de los sofistas (tal vez una antifilosofía, sugiere Reboul), especialmente a partir de Protágoras de Abdera, cuyas enseñanzas se impusieron en Atenas desde el 450 a.n.e. Pues las lecciones de elocuencia de los sofistas comprendían (Reboul, 1984/1990, pp. 13-14): 1. La lectura pública de discursos (preferiblemente de memoria); 2. Los debates de improvisación sobre cualquier asunto; 3. La crítica de los poetas (Homero, Hesiodo, etc.); y 4. La erística, o arte de la discusión, que, a su vez, comprendía: a. La búsqueda de las razones, en pro y en contra; b. El interrogatorio reglamentado, para dominar al adversario; c. Los “sofismas” (como probar que lo negro es blanco, pues el etíope, siendo negro, tiene dientes blancos); y d. Los tópicos o lugares comunes. Nótese que en este inventario del pénsum sofístico están mezclados los asuntos propiamente retóricos (1 y 2) con los dialécticos (3 y 4). Actualmente existen numerosos estudios sobre los sofistas y las ediciones de sus escritos. Desde Les Sophistes de Eugène Dupréel (1948), hasta el texto de Jacqueline de Romilly: Les grands Sophistes dans l’Athènes de Périclès (1988), pasando por Sofistas. Testimonios y fragmentos (Melero, 1996) que se basa en el clásico de Diels-Kranz: Fragmente der Vorsokratiker (que ha tenido numerosas reediciones revisadas desde 1951). Para nuestro propósito nos limitaremos a algunas breves notas sobre Protágoras y Gorgias, posiblemente los más importantes representantes de la primera 88 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) generación de sofistas, que influyeron, por contraste, en la concepción platónica de la retórica. En la edición de Sofistas. Testimonios y fragmentos, el traductor hace una importante nota sobre el uso del concepto “sofista”: (...) Kerferd, “The Image of the Wise Man in Greece in the Period before Plato”… ha mostrado convincentemente que la explicación tradicional de la evolución del término, desde un sentido concreto (habilidad en un arte particular) a uno abstracto (sabiduría científica, teórica o filosófica) es falsa y depende de la esquematización aristotélica que procede de lo particular a lo universal. De hecho, en el período clásico sophia y sus derivados se aplicaban al conocimiento sobre los dioses, el hombre o la sociedad, que los poetas, los videntes y los sabios poseían, un conocimiento no accesible al común de los mortales. Desde comienzos del siglo V sophistés se aplica a muchos de estos antiguos sabios —Homero, Hesiodo, Orfeo, rapsodas, adivinos, los siete sabios, los filósofos presocráticos, Prometeo—. Es a esta noble tradición a la que Protágoras y los sofistas desean asociarse... (Melero, 1996, p. 11, n. 2) Es bien conocido el aforismo de Protágoras que le ha valido el calificativo de relativista y escéptico: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en tanto que son y de las que no son en tanto que no son”. E. Danblon muestra que la interpretación “posmoderna” de la frase de Protágoras, inscrita en cierta rehabilitación de los sofistas, hace de ella un relativismo radical según el cual, (…) la realidad en su conjunto depende, para existir, de una decisión o de una intervención humana, que aquí se manifiesta bajo la forma de una mirada, de un discurso o de un pensamiento. Dicho de otro modo, no habría realidad independiente de la presencia humana. Tal lectura relativista radical tiende a reducir el conjunto de la naturaleza a las convenciones. Desde esta visión de las cosas, todo es convencional: tanto los principios y las decisiones como la luz del día y las estaciones que pasan. La reducción de los hechos a las convenciones reproduce en el espejo la reducción que opera el discurso mágico pegando las convenciones sobre los hechos. Donde los unos no ven nada más que convenciones, los otros no ven nada más que los hechos naturales. Así, paradójicamente, las dos interpretaciones del mundo, mágica o relativista, vienen a vehicular una concepción muy próxima del lenguaje. En las dos concepciones, en efecto, aquel preside la creación del conjunto de la realidad, enteramente natural para los unos, enteramente social para los otros. Sin embargo, ya sea que la reducción se produzca de la ley a la naturaleza o de la naturaleza a la ley, ella impide mantener esa 89 Pedro José Posada Gómez distinción neta entre los hechos y las convenciones que no obstante parece ser uno de los avances fundamentales que debemos al pensamiento sofístico. (Danblon, 2005, pp. 26-27)132 También muestra Danblon que E. Dupréel ha propuesto una interpretación más matizada de la sentencia de Protágoras: Según él [Dupréel], hay que ver en el aforismo de Protágoras sobre el hombre-medida una reflexión sociológica sobre el hecho de que el hombre decide sobre la realidad social, así la naturaleza siga siendo asunto de los dioses. La lectura de Dupréel tiene además la ventaja de tener en cuenta la letra del texto griego. En efecto, Protágoras designa las “cosas” en cuestión mediante un término que no se dirige a la naturaleza misma sino a las cosas que suceden, es decir, a las convenciones, decisiones, principios y valores; en breve, a todo lo que compete a la realidad social, es decir, la trama de lo que se construye entre los hombres reunidos en asamblea. Desde esta perspectiva, habría que ver en Protágoras a uno de los primeros teóricos de la realidad social, realidad que se construye y se mejora a partir del marco retórico en el que los sofistas fueron los primeros profesores. (Danblon, 2005, p. 27) Esta interpretación de Dupréel es además consecuente con las palabras que Platón pone en boca de Protágoras: Los otros, en efecto, echan a perder a los jóvenes. Porque a ellos, que han huido de los saberes técnicos, los conducen y ponen, en contra de su voluntad, en manos de otras técnicas, enseñándoles cálculo, astronomía, geometría y música (...) En cambio, el que llega a mi escuela no aprenderá nada más que aquello por lo que a ella viene. Y esa ciencia consiste en un decidir correctamente sobre los bienes familiares —el modo de administrar de la mejor manera la casa propia— y sobre los asuntos de la ciudad —cómo obrar y hablar sobre los asuntos de la ciudad del modo más eficaz posible—. (Protágoras, 318d) Para el caso de Gorgias de Leontinos nos limitaremos a algunos comentarios sobre un fragmento de su conocido texto Sobre lo que no es o sobre la naturaleza, que en la versión de Sexto Empírico (Contra los matemáticos VII 65 ss.) dice: (...) en el libro intitulado Sobre lo que no es o sobre la naturaleza desarrolla tres argumentos sucesivos. El primero es que nada existe; el segundo, que, aún en el caso de que algo exista, es inaprehensible para el hombre; y el 132 La traducción de este y del siguiente fragmento es mía. 90 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) tercero, que, aún cuando fuera aprehensible, no puede ser comunicado ni explicado a otros. (Melero, 1996, pp. 115-116)133 El traductor de Sofistas: Testimonios y Fragmentos, Antonio Melero Bellido, introduce una larga nota aclaratoria sobre el texto de Gorgias, que retomamos en sus principales puntos: El contenido de la obra de Gorgias nos ha llegado en dos versiones doxográficas: la que nos ofrece Sexto Empírico y otra, obra de un anónimo autor del tratado pseudoaristotélico De Melisso, Xenophane, Gorgia. El valor de cada una de las dos versiones ha sido muy discutido. Diels, por ejemplo, consideró el tratado De Melisso... como un ensayo, escrito en el siglo I d. C., obra de un filósofo ecléctico, con conocimientos de la lógica y del sistema aristotélico, pero poco versado en filosofía antigua. Gigon, por el contrario, lo consideraba salido de la pluma de un peripatético perteneciente a la primera generación de la escuela. Se ha mantenido que ambas versiones proceden de un resumen de la obra de Gorgias, debido a Teofrasto. Por lo general, existe hoy la tendencia a considerar el tratado De Melisso... superior al resumen de Sexto, por su mayor precisión y por ofrecer argumentos que faltan en aquél, si bien el texto, en algunos pasajes, está muy deteriorado. (...) dupréel (Les Sophistes, págs. 63 ss.) considera, no sin razón, que, si bien el resumen de Sexto está distorsionado por el deseo de éste de presentar a Gorgias como un escéptico negador del criterio, «il est plus facile d’ apercevoir l’idée générale de l’oeuvre chez Sextus que dans le résume anonyme». Cuestión distinta es la de la interpretación de la obra gorgiana. Un resumen de la cuestión puede leerse en el excelente trabajo de H. J. newiger (Untersuciningen zu Gorgias’s Schrift über das Nichtseiende, Berlín, 1973, págs. 1-8), que considera el tratado un ataque contra el eleatismo, fruto de la evolución intelectual del sofista desde su primer período «físico» a su dedicación definitiva a la retórica: una vez que el mundo del Ser se ha disuelto en una apariencia inexistente, Gorgias se esfuerza por que la apariencia aparezca en el espíritu de sus oyentes como Ser. Pueden distinguirse dos grandes líneas interpretativas. Para unos el tratado no es más que un juego o ejercicio retórico (así gomperz, «Sophistik und Rhetorik», en Sophistik, ed. classen, págs. 21 ss.; guthrie, Historia de la filosofía griega III, pág. 197, n. 45; dodds, Plato’s Gorgias, pág. 8). Otros han visto en el tratado un ataque al Ser uno e inmutable de los eleáticos, sin que ello signifique necesariamente ninguna profesión de nihilismo. Contra el pretendido nihilismo de Gorgias se pronunció ya G. calogero (Studi sull’ eleatismo, Roma, 1932, cap. 4); cf. también dupréel (op. cit., págs. 64 ss.) quien, tras su análisis de los puntos negativos de la obra, pone de relieve aquellos otros que suponen una afirmación de la independencia del pensamiento, que no debe confundirse con la realidad: toda ciencia necesita expresión y la ex133 El texto continúa con una sustentación de cada una de las tres tesis (pp. 117-124). 91 Pedro José Posada Gómez presión es discurso, por lo que, en el fondo, toda ciencia es ciencia del discurso. (...) El tratado de Gorgias es, pues, una introducción filosófica a la ciencia del discurso. Una tercera vía de interpretación ha puesto el énfasis en los problemas lógicos que subyacen a los argumentos presentados. Así kerferd (Sophistic Movement, pág. 95) recuerda la tendencia general de la filosofía griega a ocuparse de problemas de predicación, que los griegos formulaban en términos de inherencia o de cualidades y características de los objetos del mundo real. En tal sentido, no debe extrañar que se defienda, por ejemplo, que Parménides no se ocupó de cuestiones de existencia o no existencia, sino de simples problemas lógicos de predicación. Cf. A. P. D. mourrelatos, The Route of Parménides, New Haven, 1970, y G. E. L. owen, «Plato on Not Being», en G. vlastos, Plato. A Collection of Critical Essays, Nueva York, 1971, 1, cap. 12. Para Parménides una predicación del tipo «A es no B» es inaceptable. La cuestión está directamente relacionada con el uso del verbo «ser» en griego, más próximo al valor predicativo que al existencial, si bien nunca falta por completo cierto matiz existencial (vid. ch. kahn, The Greek Verb to Be and the Concept of Being in Ancient Greece, Dordrecht, 1973). (Melero, 1996, pp. 115-116, n. 69) Así, el texto de Gorgias permite tanto lecturas desde la lógica, como desde la ontología o desde la retórica. No se necesita aquí escoger entre las distintas interpretaciones. Interesa, más bien, resaltar la coincidencia de la interpretación de Dupréel con la que del fragmento de Gorgias ofrece Danblon en el texto antes citado: Ici comme dans le cas de l’aphorisme de Protagoras, les interprétations divergent; elles oscillent entre un relativisme qui confinerait au nihilisme pur et simple et une position plus nuancée que nous allons examiner plus en détail. U y a certainement dans la première thèse une critique de l’ontologie naïve de Parménide et une allusion á son poème « L’être est, le non-être n’est pas ». II y a ensuite, dans la deuxième thèse, une critique de l’épistémologie naïve qui découle assez naturellement de la physique de Parménide. II y a enfin, dans la troisième thèse, une critique d’une conception, elle aussi naïve, du langage. L’argument de Gorgias consiste á souligner que le langage et le monde ne sont pas de même nature. Ainsi, dit-il, ce que l’on dit est toujours du discours et non pas un objet du monde. En outre, notre relation au monde est personnelle et ne peut être ni réduite ni généralisée par une formule communicable a tous. Á bien y réfléchir, Gorgias aurait pu imaginer une quatrième thèse qui stipulerait: « Et même s’il est communicable, il n’y a pas d’adéquation entre le langage et le monde ». Cela permettrait de nuancer également la sentence qui découlé de sa troisième thèse : le réel est ineffable. La question de l’ineffable constitue en effet un problème central pour la linguistique et pour la rhétorique. II y a ainsi, dans la triple thèse de Gorgias, une intuition sur le langage qui découlerait de sa double critique de l’ontologie et de l’épistémologie. Une telle intuition préfigure d’ailleurs en partie la conception sémantique moderne de la vérité. En effet celle-ci 92 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) prend totalement en compte le caractère conventionnel du langage et n’exige donc aucune adéquation de nature entre un énoncé et ce qu’il représente. Le renoncement a 1’ideal absolu d’un langage qui se donne comme le miroir du monde ne conduit donc pas nécessairement a une conception subjective de ce rapport, conception qui condamnerait définitivement chaque homme au soliloque pur et simple. Une telle interprétation de la position de Gorgias s’accorde en outre avec sa réflexion sur le langage comme outil de la rhétorique, à savoir qu’il serait une « illusion justifiée ». En d›autres termes, la conscience de la dimension conventionnelle du langage et du fait que celle-ci implique un renoncement au mythe de 1›adéquation permettent de se libérer de la tension créée par un idéal de vérité impossible á atteindre. De cette libération peut naître une véritable réflexion sur l›efficacité du discours et par exemple sur la puissance évocatrice des figures rhétoriques. (Danblon, 2005, pp. 27-28) Para Danblon esta interpretación es conciliable con el hecho de que… Gorgias pensaba que las imágenes y las figuras retóricas tocan directamente al alma y contribuyen a provocar la persuasión indispensable para la adhesión... la incomunicabilidad según Gorgias cae principalmente sobre la pretensión del lenguaje de hacer corresponder las palabras y las cosas. Pero las imágenes poéticas no tienen tal pretensión puesto que ellas tocan directamente a las emociones. (Danblon, 2005, p. 28) Esta concepción gorgiana de la persuasión se acercaría a las raíces del discurso mágico pues parece que Gorgias tenía una concepción del auditorio como un ente pasivo “sobre el cual el discurso produce un efecto comparable a los encantamientos de la magia... así el discurso es comparable a un phármakon, término que significa tanto remedio como veneno” (p. 78). Así, esta concepción gorgiana de la persuasión muestra un aspecto fundamental de la retórica: La persuasión utiliza las emociones humanas para llegar a su fin y la adhesión de un auditorio no es forzosamente el índice de la validez de los argumentos y razonamientos que son presentados para su asentimiento. Esta tensión entre validez y persuasión atraviesa toda la historia de la retórica. (Danblon, 2005, pp. 28-29) No sobra recordar que esta concepción del discurso retórico hizo de Gorgias uno de los primeros maestros de la prosa poética que “pretendió competir con la lírica” (Reyes, 1961, p. 59). Finalmente, en este breve recuento de la Retórica antes de Aristóteles, es necesario repasar las posiciones de Isócrates y de Platón. 93 Pedro José Posada Gómez Isócrates (436-338) ha sido considerado uno de los grandes pedagogos de la Grecia del s. IV a.C. Discípulo de Sócrates y rival de Platón (…) retiene de su maestro que la moderación es el valor supremo, tanto para la vida como para la palabra; porque una vida no regulada y una palabra incoherente son dos aspectos de una misma carencia de mesura, que proviene de una falta de educación... Para él, la palabra conveniente es signo de un pensamiento justo. (Reboul, 1984/1990, pp. 14-15) A nombre de la mesura, excluirá toda poesía de la prosa retórica; prosa que solo deberá contener conceptos comunes, no admitiendo ni la oscuridad ni la novedad, “sus normas son la claridad, la precisión, la pureza” (p. 15). Isócrates, que fue primero un λογογράφος y luego un ῥήτωρ (nunca un orador), quiere diferenciarse tanto de los sofistas como de Platón. En su escrito Contra los sofistas les reprocha que redujeran la retórica a un ejercicio meramente formal, y que desestimaran las implicaciones políticas de sus enseñanzas. Como aclara Michel Meyer (1999, p. 34), para Isócrates la retórica no debe disociarse de la ética prudencial. Propondrá una retórica que subordine la eficacia a la creatividad, defendiendo la adecuación de las palabras al tema y a las circunstancias, y enfatizando la invención de un discurso convincente. Agrega Meyer que (...) poniendo al lenguaje en la base de todas las actividades humanas, Isócrates se desmarca tanto de los filósofos como de los sofistas: de los primeros, rechazando la identificación del lógos con la razón; de los segundos, porque rechaza la reducción del lógos a la palabra. El lógos para Isócrates es una capacidad que se ejerce siempre en el ejercicio de la razón y en la práctica de la palabra; una conjunción que define bien lo que él entiende por filosofía. La eficacia del discurso no es pensada aquí como resultado de la aplicación correcta de una técnica, sino como un efecto de la creatividad del lógos. (Meyer, 1999, p. 35) Más que de imponer una opinión o hacer cambiar a otro de punto de vista, se tratará de crear modelos de civilización, de cultura, de hombre, mediante el discurso. O como lo dice Reboul (1984/1990, p. 15): “Para él, la retórica no es el aprendizaje de un oficio o profesión; ella es lo que nosotros denominamos ‘cultura general’, a la que él llamaba ‘filosofía’”. Alfonso Reyes es aún más enfático en su evaluación del punto de vista de Isócrates: 94 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Para él, la retórica es una disciplina moral, social y política, de fundamentos filosóficos, destinada a interpretar y justificar los sanos lugares comunes, y a no perderse en abstracciones ni en sutilezas. El bien supremo es la felicidad; y, para alcanzarla, el medio más eficaz es la virtud, que no le aparece como un fin en sí misma, sino como un arte de vivir. A este mínimo de teoría le llama él filosofía. En nombre de ella, condena sucesivamente la física de antaño y la erística de su tiempo, en la cual engloba a todos los dialécticos, luego a Platón, y al propio Aristóteles por último (...) De modo que Isócrates, al prescindir de la auténtica filosofía y aun de los ideales demasiado originales, reduce su disciplina a un mero arte de composición y de estilo; en suma, al arte de la prosa. (Reyes, 1961, pp. 190-191) El tema de la retórica aparece en varios de los diálogos de Platón. Está íntimamente ligado a su disputa con los sofistas y afectado por ella. Se han señalado incluso motivaciones políticas en la animadversión de Platón contra la retórica, y esto, en dos sentidos: el juicio y la condena de Sócrates le habría mostrado que aún un discurso bien construido desde fundamentos filosóficos (como la defensa de Sócrates), no logra nada si no busca la adhesión de los jueces, “esta ley de la eficacia sofística constituye, a los ojos de Platón, un escándalo filosófico” (Danblon, 2005, p. 29). Por otro lado, Platón no es un admirador de la democracia, y tenía conciencia de en qué medida tal régimen político conlleva, por parte de los ciudadanos, del conocimiento y la práctica de la retórica y la oratoria. M. Meyer (1999, pp. 27-28) ha señalado dos grandes líneas en el tratamiento platónico de la retórica. Una, expresada sobre todo en el Eutidemo y en el Gorgias, en la que define a la retórica como una competencia de naturaleza empírica (ἐμπειρία) que surge principalmente del encantamiento mágico de las palabras134; y otra, más compleja, expresada en el Fedro, el Filebo, y en el Teeteto, en la que identifica al ῥήτωρ con el sofista. Repasaremos brevemente las tesis de dos diálogos pertenecientes a cada uno de estos períodos: el Gorgias y el Fedro. En el Gorgias, Platón le negará a la retórica tanto el estatuto de ciencia (ἐπιστήμη) como el de arte (τέχνη), y solo le reconocerá el ser una habilidad de tipo práctico (ἐμπειρία) enfocada a la adulación (κολακεία) y a dar placer: 134 “Pues, en lo que a mí respecta,... los hacedores de discursos... me parecen en gran manera sabios y, tomado en sí mismo, su arte me parece divino y sublime (...) este es, en efecto, una parte del arte de los encantamientos, apenas inferior a él. El de los encantamientos consiste en encantar serpientes, tarántulas...; el otro se dirige a los jueces, a los miembros de la Asamblea y a las otras multitudes para encantarlas y apaciguarlas” (Platón, Eutidemo, 289e - 290a). 95 Pedro José Posada Gómez Polo: Entonces, ¿qué te parece que es la retórica? Sócrates: Es una cosa que dices haber hecho arte en un tratado que he leído hace poco. Polo: ¿Qué es, según tú? Sócrates: Una adquisición experimental y rutinaria. (...) Polo: ¿Es adquisición experimental de qué? Sócrates: De un modo de producir cierto encanto y placer. (Gorgias, 462)135 Sócrates ha partido de una distinción entre dos formas de persuasión, la que se obtiene por creencia (y va dirigida a los tribunales, para determinar lo justo o injusto) y la que se obtiene por la ciencia: Sócrates: Ahora bien, tanto los que han aprendido algo como los que tienen una creencia están persuadidos. (...) Sócrates: La retórica, pues, tiene que ver con lo justo y lo injusto; mas, según parece, es artesana de la persuasión que mueve a creer, no de la que instruye. (...) Sócrates: Así pues, tampoco el orador ejerce una función docente sobre los tribunales y las restantes reuniones de ciudadanos en lo que concierne a lo justo y lo injusto, sino que se limita a inspirar la creencia. Y, en efecto, no puede en verdad serle factible el instruir en poco tiempo a tamaña multitud sobre cuestiones de tanta envergadura. (Gorgias, 454 d- 455b) Más adelante Platón pondrá en boca de Sócrates el famoso grupo de analogías que, partiendo de la idea de la adulación sobre lo agradable (no lo mejor), comparará a la retórica con la cosmética y la sofística (donde, además, considerará a la retórica como “el retrato de una parte de la política”, que es fea, porque “todo lo malo es feo”). Pues si bien para el cuidado del alma son necesarias la legislación y la justicia; para el del cuerpo son necesarias la gimnasia y la medicina. De allí la primera analogía: la gimnástica es a la medicina lo que la legislación es a la justicia (464d). Pero así como la culinaria es una especie de adulación, semejante a la cosmética, surge la segunda analogía: la culinaria es a la medicina lo que la cosmética es a la gimnástica. Finalmente, las dos analogías anteriores se combinan incluyendo ahora a la sofística y la retórica, resultando la doble analogía: Sofística cosmética Retórica ≈ y ≈ Legislación gimnástica Justicia cocina medicina 135 Cito la traducción de Francisco García Yague (1981) para las Obras completas de Platón. 96 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Además, Platón opondrá dos tipos de ‘demostración’: la que se hace frente a la mayoría (al público del orador retórico) y la que se hace frente al interlocutor en el diálogo, mostrando su preferencia por la segunda, que es la propia de la dialéctica (473-474). Como dice Fernando Romo Feito (2005, p. 18): “Para Platón no hay más retórica digna que la que se ciña a la dialéctica o arte de encontrar la verdad a través del análisis de las ideas, conozca bien las almas, y sea capaz de conducirlas correctamente”. Pero con ello entramos en la segunda línea del tratamiento platónico de la retórica y con el segundo diálogo que queremos comentar brevemente: el Fedro. El Fedro es un diálogo de la madurez de Platón, que revela su amplio conocimiento de la teoría y la práctica de la retórica de su tiempo. Esto último se revela en la composición de varios discursos retóricos en el diálogo, especialmente el dedicado a la naturaleza del alma (Fed. 244a - 257c). En este discurso, aprovecha Sócrates para definir, entre otras cosas, la comprensión racional y la vida filosófica: “En efecto, el hombre tiene que comprender según lo que se llama ‘idea’, yendo de numerosas sensaciones a una sola cosa comprendida por el razonamiento” (250b), y (...) si es a una vida ordenada y a la filosofía a lo que los conduce la victoria de lo mejor que hay en el alma, pasan esta vida en la dicha y la armonía, puesto que, gracias a su dominio de sí mismos y a su moderación, han sometido a lo que producía del vicio el alma y dado libertad a lo que producía su virtud. (257a)136 En relación con la retórica, la discusión comienza con un comentario de Fedro sobre un político que criticaba a Lisias llamándolo “λογογράφος”, pues, agrega, “... que los más poderosos y respetados en las ciudades se avergüenzan de escribir discursos y de dejar a su muerte escritos suyos porque temen la opinión de la posteridad y ser llamados sofistas” (257d). A lo que Sócrates responderá que “lo que es vergonzoso es no hablar ni escribir bien, sino vergonzosamente y mal” (257e). La discusión se centrará enseguida en encontrar qué es lo que hace bueno a un discurso o un escrito. Sócrates sostendrá, para empezar, que “... para que una cosa esté bien dicha, la inteligencia del que habla debe conocer la verdad sobre aquello acerca de lo cual va a hablar”. A lo que Fedro repondrá que ha oído que “el que tiene la intención de ser orador no necesita aprender lo que en realidad es justo, sino lo que le parece justo a la multitud, que es precisamente la que juzgará; ni lo realmente bueno o hermoso, sino lo que lo parece; por136 Cito la traducción de María Araújo para las Obras completas de Platón (1981). 97 Pedro José Posada Gómez que es la apariencia la que produce la persuasión, no la verdad”. Y con este planteamiento le abre la oportunidad a Sócrates de presentar la idea del retórico como alguien que no solo es ignorante (fingiendo no serlo), sino que es además éticamente perverso: Por consiguiente, cuando el retórico, ignorando lo bueno y lo malo y enfrentándose con una ciudad de esas mismas condiciones, la persuade, no de que hace el elogio del caballo cuando trata en realidad de la “sombra del asno”, sino que el mal es un bien, y después de estudiar las opiniones de la multitud persuade a esta de que haga el mal en lugar del bien, ¿qué clase de frutos crees tú que después de eso recogerá de lo que sembró? (260c) Pasa Sócrates a presentar argumentos que enfrentarían a los que dicen que la retórica “no es un arte, sino una rutina desprovista de arte” y cita enseguida un Laconio que dice: “No hay verdadero arte de hablar que no esté unido a la verdad, ni lo habrá jamás” (260e). (Nótese que la frase del Laconio, 1. No confirma ni niega que la retórica sea “una rutina desprovista de arte”; y 2. Anticipa la posición de Sócrates-Platón sobre la posibilidad de una retórica auténtica y filosófica). Sócrates objeta que la retórica solo se ejerza en los tribunales y en las asambleas políticas y afirma que: La retórica sería un cierto arte de conducir las almas mediante discursos, no solo en los tribunales y en las demás reuniones públicas, sino también en las particulares, tanto sobre asuntos grandes como sobre pequeños, y cuyo empleo justo en nada sería más honorable cuando se aplicara a asuntos serios que cuando se aplicara a asuntos sin importancia. (261) Y más adelante enfatiza: Por consiguiente, no son únicamente los tribunales y la elocuencia política la esfera de la controversia, sino que al parecer, todo lo que se dice es objeto de un solo arte —si es arte—: de aquel en virtud del cual uno será capaz de asemejarlo todo a todo, dentro de lo posible y ante quienes es posible, y también, cuando otro hace disimuladamente tales asimilaciones, de sacarlas a la luz del día. (261e) Es decir, un arte que se aplica a todo uso del lenguaje, que se ejerce ante un público, que procede por un método (distinguir las semejanzas) y que permite descubrir los argumentos engañosos. Pero, nótese que Sócrates no menciona aquí a la retórica, sino a la ‘esfera de la controversia’. Lo que sugiere un salto de la retórica a la dialéctica o la sugerencia de que el retó98 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) rico deberá ser primero dialéctico; ya previamente ha dicho: “Compareced, pues, nobles criaturas y persuadid a Fedro, padre de hermosos hijos, de que si no filosofa dignamente, tampoco será nunca capaz de hablar sobre nada”. El método de distinguir las semejanzas (que más adelante es presentado como “el arte de operar un desplazamiento paulatino, llevando en cada caso la realidad a su contrario a través de las semejanzas”) y su momento crítico: “refutar al que hace eso”, solo puede ser utilizado por aquel que posee “el conocimiento de cada una de las cosas”, de allí que: “el arte oratorio que ofrezca aquel que no conoce la verdad y no ha hecho más que cazar opiniones será un arte ridículo, al parecer, y desprovisto de arte”. (262b)137 Explica Sócrates enseguida que el que se proponga aprender retórica deberá distinguir los puntos en los que hay acuerdo y aquellos en los que hay vaguedad (o el acuerdo se funda en la vaguedad), pues en estos somos más susceptibles de ser engañados y en ellos es más fuerte la retórica, y concluye: (…) el que se proponga adquirir el arte de la retórica debe... tener hecha una división metodológica de estas cosas y haber recogido ciertas características de ambas clases de cuestiones: aquella en la cual la multitud tiene necesariamente ideas vagas y aquella en que no. (263c) El diálogo continúa con una descripción de las características formales que debe tener el discurso retórico, como determinar lo que será objeto de censura o de elogio, las partes del discurso, entre otros temas. Lo que conduce a la analogía de la retórica con la medicina: En ambas hay que analizar una naturaleza: la del cuerpo en la una, la del alma en la otra, si se quiere recurrir no solo a una rutina y a una práctica, sino a una técnica, para suministrar al cuerpo las medicinas y alimentos y producir así en él la salud y la fuerza, y al alma, ideas y ocupaciones justas para transmitirle la convicción y la virtud que se desea. (270b) Pasa Sócrates a exponer sus ideas sobre “el modo como se debe reflexionar acerca de la naturaleza de cualquier cosa” (imitando el proceder de Hipócrates, discípulo de Asclepíades), lo que le lleva a postular que “todo el que enseñe técnicamente a otro la elocuencia deberá mostrar con 137 Más abajo dice Sócrates algo que parece contradecir esto: “el que conoce la verdad puede, jugando con las palabras, extraviar a los oyentes” (262c), solo que la aparente incompatibilidad desaparece si entendemos el ‘extraviar’ en el sentido de ‘extasiar’, como sugiere la subsiguiente apelación a las musas para justificar que Sócrates haya podido hacer buenos discursos. Ya hemos mencionado la vinculación mágica y ritual de la retórica. 99 Pedro José Posada Gómez exactitud el ser de la naturaleza de aquello a lo cual va a aplicar los discursos. Y esto será sin duda el alma” (270d). Lo cual sugiere una vinculación de la retórica con la ética (con el alma), por oposición a las ciencias del cuerpo (como la medicina). Después de aceptar que el tema de la retórica es el alma, cualquiera que enseñe el arte de la retórica, siguiendo el método socrático-hipocrático: 1. 2. 3. Descubrirá y hará ver el alma con toda exactitud; si es una y homogénea por naturaleza, o, como el cuerpo, multiforme; a esto, en efecto, es a lo que llamamos mostrar su naturaleza. Deberá mostrar qué es lo que la hace naturalmente producir algo y qué, o padecer y por efecto de qué. Y en tercer lugar, por fin, después de haber clasificado los géneros de discursos y de almas, adaptándolos cada uno al suyo correspondiente, enseñará por qué causa un alma, de tal naturaleza determinada, es necesariamente persuadida por discursos de tal naturaleza determinada y otra no lo es. (270e-271a) Este programa retórico incluye las que desde Aristóteles serán conocidas como “pruebas por persuasión” basadas en el ἦθος o talante del orador y en el πάθος del auditorio. Más adelante Sócrates reitera este triple conocimiento que debe poseer el retórico y agrega que: (…) cuando se posee ya todo esto y se conocen además las oportunidades de hablar y de abstenerse de hacerlo, cuando, a su vez, se sabe discernir la oportunidad o inoportunidad del empleo del estilo conciso, del estilo lastimero, de la indignación vehemente y de cada una de las formas de discursos que se aprendieron, entonces es cuando en toda su belleza y perfección se ha consumado el arte oratoria; antes, no. (271d) Sócrates rechazará enseguida la pretensión de los retóricos de atenerse solo a lo verosímil. Empieza citando lo que algunos dicen: (...) que no hay que dar a estas cosas unos aires tan solemnes, ni lanzar a nadie a un ascenso tan largo y sinuoso. Que, en efecto, no tiene ninguna necesidad de habérselas con la verdad, tratándose de cosas justas o injustas, o aun de hombres, que son lo que son por naturaleza o por educación, el que se propone ser un buen orador, pues nadie en los tribunales de esta índole se preocupa en absoluto de la verdad, sino de lo convincente; que esto no es sino lo verosímil, y que a ello debe aplicarse el que se preocupa de hablar con arte. Que ni aun los hechos deben exponerse en ocasiones, si no se han realizado de un modo verosímil, sino solo las verosimilitudes, tanto en la acusación como en la defensa. En resumidas cuentas, que se ha de procurar 100 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) lo verosímil y mandar a paseo la verdad; y que es esto, en efecto, lo que, cuando se da desde el principio hasta el fin del discurso, constituye la totalidad del arte. (272d-273a) Aquí Sócrates no solo contrapone lo verosímil a la verdad, sino que acusa a los retóricos de “mandar a paseo la verdad” (si bien antes habló de aquellos que hacen discursos ignorando la verdad de las cosas). Además, el argumento socrático se caería si se distinguiera entre la “verdad proposicional” (propia de los discursos teóricos sobre el mundo objetivo) y la “rectitud normativa” (propia de los discursos prácticos como el del derecho). Sobre esto se volverá en un capítulo posterior. Sócrates atribuye a Tisias la identificación de “lo verosímil” con “lo que parece probable a la multitud”, y responde al hipotético Tisias: (...) hace ya tiempo que venimos diciendo que sin duda esa verosimilitud se produce en la mente del vulgo en virtud de una semejanza con la verdad; y en cuanto a las semejanzas, acabamos de explicar que es siempre el que conoce la verdad quien mejor sabe descubrirlas (...) que quien no enumere las naturalezas de sus oyentes, y no sea capaz de distinguir las cosas según sus especies y de abarcarlas en una sola idea, jamás será un técnico de los discursos en la medida en que ello es posible para un hombre. Y eso jamás lo adquirirá sin gran trabajo, trabajo en el que el hombre no debe afanarse con el fin de hablar y obrar a gusto de los hombres, sino con el fin de hablar lo que es grato a los dioses y obrar siempre según su voluntad en la medida de lo posible. (273c) Ya finalizando el diálogo, y después de elogiar la superioridad de lo oral frente a lo escrito, Sócrates enumera una vez más las características de su arte oratoria ideal: Mientras no se conozca la verdad sobre cada una de las cosas acerca de las cuales se habla o se escribe, mientras no se sea capaz de definir cada cosa por sí misma, y, una vez definida, se sepa dividirla de nuevo por especies hasta lo indivisible; y se pueda discernir de este modo la naturaleza del alma, y descubrir las especies de discurso que se adapta a cada una para establecer y ordenar así el discurso, y presentar al alma abigarrada discursos también abigarrados que armonicen con todo, y discursos sencillos al alma sencilla, no será posible manejar con arte, en la medida en que su naturaleza lo permite, el arte oratoria, ni para enseñar, ni para persuadir, como nos lo ha indicado toda la discusión precedente. (277a) Mientras muchos estudiosos coinciden en que este ideal de retórica inspiró la Retórica de Aristóteles, otros, como T. Gomperz, señalan su carácter 101 Pedro José Posada Gómez utópico o irrealizable. Después de afirmar que Platón, en el Fedro, “propone una construcción científica de la retórica, apoyada en la dialéctica y la psicología”, sostiene que ese ideal es irrealizable porque supone: 1. Tener en cuenta todas las diferencias individuales de los oyentes, y 2. Reunir en preceptos generales esa diversidad infinita (lo que Gomperz considera imposible). Enseguida comenta el filósofo alemán que: Aristóteles creyó que podía aproximarse a ese ideal incorporando a su tratado de retórica capítulos de la psicología y de la ética descriptiva, sobre todo la doctrina de las emociones y una descripción de los tipos de carácter correspondientes a las distintas situaciones de la vida y las edades (Gomperz, 2000, p. 444). En el siguiente apartado se podrá evaluar la justeza de esta apreciación. 3. 2. La Retórica de Aristóteles La Retórica es una de las últimas obras de la madurez de Aristóteles. Posterior a su desarrollo de la Dialéctica (en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas) y su develamiento de la Lógica (en los Analíticos I y II). Así, el espíritu sistemático del filósofo incorporará en la Retórica los descubrimientos que ha realizado en las otras dos disciplinas, como trataré de mostrar. Los estudiosos han determinado que en la versión de la Retórica que nos ha llegado, el autor incorporó, por lo menos, dos textos o dos versiones del mismo tema, que, sin embargo, dejan traslucir dos enfoques diferentes: uno, de contextura más lógica, preocupado por las formas de razonamiento que se expresan en los distintos géneros retóricos y otro, en el cual se agregan los elementos de las pasiones y el talante del orador, en las denominadas “pruebas por persuasión”. El asunto sigue siendo objeto de controversia, pero solo la hipótesis de las versiones superpuestas permite entender las aparentes contradicciones entre las diferentes partes del libro138. 138 Así, Quintín Racionero aclara que, muy posiblemente, el orden primitivo de la obra era: Libro I, 3-14 + Libro II, 19-26 con el cap. 18 como enlace; y, siguiendo a Grimaldi, afirma que la sistematización final de la obra, por Aristóteles, tendría: “1) las pruebas persuasivas, éntechnoi, de enunciados propios (dià tou lógou: I 4-15; pathetiké y ethiké: II 1-17; 2) los lugares y procedimientos lógicos, apodeiktikaí, comunes a todos los enunciados: II 19-26”. El Libro III se ocupa de las partes y el estilo de los discursos. (Racionero, 1999, pp. 394-395, n. 215). 102 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) El Libro I comienza planteando la relación entre la retórica y la dialéctica: “La retórica es una antistrofa de la dialéctica, ya que ambas tratan de aquellas cuestiones que permiten tener conocimientos en cierto modo comunes a todos y que no pertenecen a ninguna ciencia determinada” (1354a 1-5)139. La retórica es pues antistrofa, idéntica y opuesta, a la dialéctica. Por el momento el filósofo empieza a exponer dos semejanzas o identidades: 1. Ambas parten de cuestiones que permiten tener conocimientos comunes a todos, conocimientos que no pertenecen a ninguna ciencia determinada. Y continúa con una aclaración, que tomamos como una segunda semejanza: 2. “Por ello, todos participan en alguna forma de ambas, puesto que, hasta cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e, igualmente, en defenderse y acusar” (1354a 5-6)140. Es decir, todos hacemos uso de la dialéctica y la retórica, al menos en la medida en que nos ocupamos de “descubrir y sostener un argumento” (dialéctica) o de “defendernos y acusar” (retórica judicial o forense, como ejemplo de la retórica en general). Pasa Aristóteles a explicar que unos hacen esto por azar, y otros por “una costumbre nacida del modo de ser”141, y como de ambos modos es posible: 139 Ἡ ῥητορική ἐστιν ἀντίστροφος τῇ διαλεκτικῇ· ἀμφότεραι γὰρ περὶ τοιούτων τινῶν εἰσιν ἃ κοινὰ τρόπον τινὰ ἁπάντων ἐστὶ γνωρίζειν καὶ οὐδεμιᾶς ἐπιστήμης ἀφωρισμένης. “Rhetoric is the counterpart of Dialectic. Both alike are concerned with such things as come, more or less, within the general ken of all men and belong to no definite science.” (Roberts, 1984). Q. Racionero explica que “la traducción de antístrophos es difícil: creado, según parece por Platón sobre la base de antistréphein (Rep. VII 522a; Fil. 40d; Tim. 87c; Leyes XII 953c; y especialmente Gorg. 464b y 465a, d), el término designa el movimiento de réplica, idéntico pero inverso al de la estrofa, con que el coro se desplazaba en las representaciones teatrales. El sentido de la metáfora es, pues, que entre dialéctica y retórica se da, a la vez, identidad y oposición”. Agrega que las traducciones del término como “análoga”, “correspondiente” o “correlativa”, no dan cuenta del doble significado del término. Para Racionero la calidad de antistrofa implica: “1. que la retórica es como la dialéctica: un saber de orden formal-lógico, que no se refiere a “materia de ninguna ciencia determinada”; y 2. que la retórica es independiente de la ética”, con lo que se superan las objeciones del Gorgias platónico (Racionero, 1999, p. 161, n. 1). 140 “Accordingly all men make use, more or less, of both; for to a certain extent all men attempt to discuss statements and to maintain them, to defend themselves and to attack others” (Roberts, 1984). “διὸ καὶ πάντες τρόπον τινὰ μετέχουσιν ἀμφοῖν· πάντες γὰρ μέχρι τινὸς καὶ ἐξετάζειν καὶ ὑπέχειν λόγον καὶ ἀπολογεῖσθαι καὶ κατηγορεῖν ἐγχειροῦσιν” 141 Una costumbre (συνήθεια) nacida del modo de ser del sujeto (ἕξις); lo cual se enmarca en la idea de que la retórica comporta una facultad (δύναμις) sin cuya existencia no cabe establecer un arte (τέχνη); según explica Quintín Racionero (1999, p. 162, n. 2). 103 Pedro José Posada Gómez “resulta evidente que también en estas materias es posible señalar un camino”. Es decir: “la causa por la que logran su objetivo” (los que hacen retórica y dialéctica, espontáneamente o por “costumbre”), “puede teorizarse”, es decir, ser tarea de un ‘arte’ (τέχνη) (1354a 6-10)142. Continúa el filósofo con una crítica a los que han compuesto “Artes acerca de los discursos”, que “ni siquiera han proporcionado una parte de tal arte”143, “(pues sólo las pruebas por persuasión son propias del arte y todo lo demás sobra)”144, y “nada dicen de los entimemas, que son el cuerpo de la persuasión”145, y se ocupan de cuestiones ajenas al asunto (de la retórica) como “mover a sospecha, a compasión, a ira y a otras pasiones semejantes del alma, que no son propias del asunto, sino atinentes al juez”146. Frase esta que contradice la inclusión de las pasiones en el Libro II, pero que se entiende como parte de una primera redacción de la Retórica, como ya comentamos. No obstante, la condena del filósofo al recurso a las pasiones es bastante explícito: cita en su apoyo la práctica del Areópago (y de varias ciudades) de interrumpir al orador que apelaba a las pasiones; pues, agrega, “no conviene inducir al juez a la ira o a la envidia o a la compasión, dado que ello equivaldría a torcer la propia regla de que uno se ha de servir”147. Pues al litigante le corresponde presentar los hechos y dejar su evaluación al 142 “ἐπεὶ δ’ ἀμφοτέρως ἐνδέχεται, δῆλον ὅτι εἴη ἂν αὐτὰ καὶ ὁδῷ ποιεῖν· δι’ ὃ γὰρ ἐπιτυγχάνουσιν οἵ τε διὰ συνήθειαν καὶ οἱ ἀπὸ τοῦ αὐτομάτου τὴν αἰτίαν θεωρεῖν ἐνδέχεται, τὸ δὲ τοιοῦτον ἤδη πάντες ἂν ὁμολογήσαιεν τέχνης ἔργον εἶναι.” “Ordinary people do this either at random or through practice and from acquired habit. Both ways being possible, the subject can plainly be handled systematically, for it is possible to inquire the reason why some speakers succeed through practice and others spontaneously; and every one will at once agree that such an inquiry is the function of an art” (Roberts, 1984). 143 “Now, the framers of the current treatises on rhetoric have constructed but a small portion of that art” (Roberts, 1984). 144 “(αἱ γὰρ πίστεις ἔντεχνόν εἰσι μόνον, τὰ δ’ ἄλλα προσθῆκαι)”. “The modes of persuasion are the only true constituents of the art: everything else is merely accessory” (Roberts, 1984). La distinción entre “pruebas propias” (αἱ πίστεις ἔντεχνόν) y “ajenas” (ἄτεχνοι) al arte se verá en 1355b 35-39. 145 “οἱ δὲ περὶ μὲν ἐνθυμημάτων οὐδὲν λέγουσιν, ὅπερ ἐστὶ σῶμα τῆς πίστεως” “These writers, however, say nothing about enthymemes, which are the substance of rhetorical persuasion” (Roberts, 1984). 146 “… but deal mainly with non-essentials. The arousing of prejudice, pity, anger, and similar emotions has nothing to do with the essential facts, but is merely a personal appeal to the man who is judging the case” (Roberts, 1984). 147 “It is not right to pervert the judge by moving him to anger or envy or pity-one might as well warp a carpenter’s rule before using it” (Roberts, 1984). 104 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) juez (1354a 30)148. Aconseja el filósofo que el legislador debe dejar lo menos posible al arbitrio de los que juzgan y retoma su crítica a los que “prescriben reglas como qué debe contener el exordio o la narración y cada una de las otras partes, puesto que en todo esto no tratan de ninguna otra cosa sino de cómo dispondrán al que juzga en un sentido determinado, sin que, en cambio, nada muestren acerca de las pruebas por persuasión propias del arte, que es con lo que uno puede llegar a ser hábil en entimemas” (1354b 15-21). Finalmente, en esta crítica, rechaza el énfasis de los tratadistas en el discurso forense, pues “aun siendo más bella y más propia del ciudadano la actividad que se refiere a los discursos ante el pueblo que la que trata de las transacciones, con todo, los autores no hablan para nada de aquellos y más bien se esfuerzan todos por establecer el arte de pleitear, dado que en los discursos ante el pueblo aprovecha menos hablar de lo que es ajeno al asunto y, además, la oratoria política es menos engañosa que la judicial, por ser más propia de la comunidad” (1354b 30). Resumiendo: los tratadistas de la retórica se han ocupado de asuntos como el manejo de las pasiones y han privilegiado el discurso jurídico, menospreciando el discurso político, y, además, han ignorado las pruebas por persuasión propias del arte y su herramienta básica: el entimema. Paso entonces a hablar del entimema. El entimema, la primera de las pruebas persuasivas propias del arte, es la versión retórica del silogismo, análoga a los razonamientos de los Tópicos (es decir, no solo al razonamiento demostrativo, sino también al silogismo dialéctico, y al erístico). Veamos cómo lo presenta Aristóteles en la Retórica (luego compararemos con su versión en los Analíticos): El método propio del arte retórico es “el que se refiere a las pruebas por persuasión” (περὶ τὰς πίστεις) y siendo que “la persuasión es una especie de demostración (puesto que nos persuadimos sobre todo cuando pensamos que algo está demostrado)”149, se hablará aquí de la “demostración retórica”, es decir, del entimema, que es 148 “… a litigant has clearly nothing to do but to show that the alleged fact is so or is not so, that it has or has not happened. As to whether a thing is important or unimportant, just or unjust, the judge must surely refuse to take his instructions from the litigants: he must decide for himself all such points as the law-giver has not already defined for him” (Roberts, 1984). 149 “ἐπεὶ δὲ φανερόν ἐστιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ ̓στιν ὅτι ἡ μὲν ἔντεχνος μέθοδος περὶ τὰς πίστεις ἐστίν, ἡ δὲ πίστις ἀπόδειξίς τις (τότε γὰρ πιστεύομεν μάλιστα ὅταν ἀποδεδεῖχθαι ὑπολάβωμεν)” (1355a 5). “It is clear, then, that rhetorical study, in its strict sense, is concerned with the modes of persuasion. Persuasion is clearly a sort of demonstration, since we are most fully persuaded when we consider a thing to have been demonstrated” (Roberts, 1984). 105 Pedro José Posada Gómez “la más firme de las pruebas por persuasión”150. El entimema es, pues, un silogismo “y sobre el silogismo en todas sus variantes corresponde tratar a la dialéctica, sea a toda ella, sea a una de sus partes...” (1355a 10)151. De lo cual se sigue para Aristóteles que: (…) el que mejor pueda teorizar a partir de qué y cómo se produce el silogismo, ése será también el más experto en entimemas, con tal que llegue a comprender sobre qué (materias) versa el entimema y qué diferencias tiene respecto de los silogismos lógicos (λογικοὺς συλλογισμούς). (1355a 15) Este párrafo termina con una aclaración importante para el tema de las relaciones entre la Retórica y la Dialéctica, por un lado, y la Lógica (y la Filosofía) por el otro: Porque corresponde a una misma facultad reconocer lo verdadero y lo verosímil y, por lo demás, los hombres tienden por naturaleza de un modo suficiente a la verdad y la mayor parte de las veces la alcanzan. De modo que estar en disposición de discernir sobre lo plausible es propio de quien está en la misma disposición con respecto a la verdad”. (1355a 18)152 Aunque el párrafo citado ha sido objeto de polémicas entre los intérpretes, deja algunas cosas claras sobre el modo como Aristóteles veía los vínculos entre las tres disciplinas: 1. Hay un vínculo, así sea subjetivo, entre persuadir y demostrar: estamos más persuadidos de algo cuando consideramos (o creemos) que 150 “ἔστι δ’ ἀπόδειξις ῥητορικὴ ἐνθύμημα, καὶ ἔστι τοῦτο ὡς εἰπεῖν ἁπλῶς κυριώτατον τῶν πίστεων”. “The orator’s demonstration is an enthymeme, and this is, in general, the most effective of the modes of persuasion” (Roberts, 1984). 151 “ τὸ δ’ ἐνθύμημα συλλογισμός τις, περὶ δὲ συλλογισμοῦ ὁμοίως ἅπαντος τῆς διαλεκτικῆς ἐστιν ἰδεῖν” “The enthymeme is a sort of syllogism, and the consideration of syllogisms of all kinds, without distinction, is the business of dialectic, either of dialectic as a whole or of one of its branches” (Roberts, 1984). 152 “The true and the approximately true are apprehended by the same faculty; it may also be noted that men have a sufficient natural instinct for what is true, and usually do arrive at the truth. Hence the man who makes a good guess at truth is likely to make a good guess at probabilities” (Roberts, 1984). “Τό τε γὰρ ἀληθὲς καὶ τὸ ὅμοιον τῷ ἀληθεῖ τῆς αὐτῆς ἐστι δυνάμεως ἰδεῖν, ἅμα δὲ καὶ οἱ ἄνθρωποι πρὸς τὸ ἀληθὲς πεφύκασιν ἱκανῶς καὶ τὰ πλείω τυγχάνουσι τῆς ἀληθείας· διὸ πρὸς τὰ ἔνδοξα στοχαστικῶς ἔχειν τοῦ ὁμοίως ἔχοντος καὶ πρὸς τὴν ἀλήθειάν ἐστιν.” 106 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 2. 3. 4. 5. ello ha sido demostrado. ¿La demostración como un grado máximo de la persuasión?153 El entimema es el tipo de demostración (πὶστιςἀπόδειξις) propio de la retórica y la más fuerte de las “pruebas por persuasión”. Por ser un silogismo, el entimema vincula a la retórica con la dialéctica; en la cual se estudian los silogismos de todo tipo (demostrativos, dialécticos, erísticos). Así, el conocimiento de los silogismos facilita la labor del retórico. El retórico ha de ser primero dialéctico. El entimema se diferencia del “silogismo lógico”. Lo cual es claro si entendemos por esta expresión los silogismos que en los Tópicos se denominan ‘demostrativos’ y en los Analíticos, ‘apodícticos’. Ahora bien, esto vincula al entimema con el silogismo dialéctico, pues ambos se refieren a lo verosímil o a lo probable: lo probable desde la perspectiva de la dialéctica y lo probable y persuasivo desde el punto de vista de la retórica154. La última parte de la cita remite a la distinción entre lo verdadero (perteneciente a la lógica demostrativa y por tanto a los razonamientos analíticos, didácticos y filosóficos) y lo verosímil y lo plausible (pertenecientes a los razonamientos propiamente dialécticos y a los retóricos). Veremos, sin embargo, que esta separación no es tan radical, pues así como los razonamientos demostrativos se desgajan de la dialéctica (para formar la lógica analítica), ellos también tendrán su lugar en los discursos retóricos. Hablando de la utilidad de la retórica, anota enseguida Aristóteles que a algunas personas no es posible persuadirlas solo mediante el discurso científico (“propio de la docencia”) y, por tanto, es necesario acudir a las “pruebas por persuasión” y a los razonamientos que parten de las nociones comunes, “como señalábamos ya en los Tópicos a propósito de la controversia ante el pueblo” (1355a 28). Con lo cual no solamente se refuerza la distinción que acabamos de señalar entre los razonamientos desde la verdad y aquellos sobre lo verosímil y plausible, sino que también se apunta hacia otro vínculo 153 Quintín Racionero (1999, p. 167, n. 15) considera que la expresión usada por Aristóteles, ἀπόδειξίς τις, no debe ser entendida como demostración en sentido estricto o ἀναλυτική, y remite para su interpretación a Et. Nic. I, 3 y Top. I, 1, 100a 27- b 23. De todos modos no queda clara la diferencia entre los dos tipos de demostración. Volveremos sobre ello. 154 No comparto la interpretación de Racionero (p. 169, n. 18), quien dice que: Aristóteles opone ‘silogismos lógicos’ a ‘silogismos analíticos’ (remite a Anal. Pos. I 22, 88a 8, 86a 22 y 88a 19), y que por tanto, en el párrafo citado ‘silogismos lógicos’ debe entenderse como ‘silogismos dialécticos’, contrapuestos a los silogismos retóricos o entimemas. 107 Pedro José Posada Gómez entre retórica y dialéctica: aquella es pensada a lo largo del texto aristotélico como un ejercicio dialéctico, como un intento de refutar el punto de vista de otro y de apuntalar el propio, y esto no únicamente en el discurso forense, sino también en las otras formas del discurso retórico, como veremos más adelante. Todo ello es claro en el texto con el que continúa la cita anterior: Por lo demás, conviene que se sea capaz de persuadir sobre cosas contrarias, como también sucede en los silogismos, no para hacerlas ambas (pues no se debe persuadir de lo malo), sino para que no se nos oculte cómo se hace y para que, si alguien utiliza injustamente los argumentos, nos sea posible refutarlos con sus mismos términos. (1355a 30)155 Así, agrega el autor, solo la dialéctica y la retórica “obtienen conclusiones contrarias por medio de silogismos... puesto que ambas se aplican por igual en los casos contrarios” (1355a 35). Ni la retórica ni la dialéctica pertenecen “a ningún género definido”156; y la tarea propia de la retórica no es persuadir, sino “reconocer los medios de convicción más pertinentes para cada caso” (como ocurre en las otras artes)157. Y lo propio de este arte es “reconocer lo convincente y lo que parece ser convincente”158, del mismo modo como la dialéctica distingue entre el silogismo auténtico y el silogismo aparente (1355b 15)159. Aquí introduce Aristóteles una doble distinción entre el sofista y el dialéctico, y entre el retórico y el que usa mal la retórica: 155 “Further, we must be able to employ persuasion, just as strict reasoning can be employed, on opposite sides of a question, not in order that we may in practice employ it in both ways (for we must not make people believe what is wrong), but in order that we may see clearly what the facts are, and that, if another man argues unfairly, we on our part may be able to confute him” (Roberts, 1984). Q. Racionero anota que aquí Aristóteles resuelve el problema planteado en el Gorgias platónico (466 ss.) subordinando la retórica a la ética “por medio de una apelación a la verdad y al conocimiento” (pp. 170-171, n. 24). 156 ὅτι μὲν οὖν οὐκ ἔστιν οὐθενός τινος γένους ἀφωρισμένου ἡ ῥητορική. “rhetoric is not bound up with a single definite class of subjects, but is as universal as dialectic” (Roberts, 1984). 157 καὶ ὅτι χρήσιμος, φανερόν, καὶ ὅτι οὐ τὸ πεῖσαι ἔργον αὐτῆς, ἀλλὰ τὸ ἰδεῖν τὰ ὑπάρχοντα πιθανὰ περὶ ἕκαστον, καθάπερ καὶ ἐν ταῖς ἄλλαις τέχναις πάσαις. (1355b 10) “It is clear, further, that its function is not simply to succeed in persuading, but rather to discover the means of coming as near such success as the circumstances of each particular case allow. In this it resembles all other arts” (Roberts, 1984). 158 πρὸς δὲ τούτοις ὅτι τῆς αὐτῆς τό τε πιθανὸν καὶ τὸ φαινόμενον ἰδεῖν πιθανόν “it is the function of one and the same art to discern the real and the apparent means of persuasion” (Roberts, 1984). 159 “just as it is the function of dialectic to discern the real and the apparent syllogism” (Roberts, 1984). 108 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (...) la sofística no reside en la facultad, sino en la intención. Y, por tanto, en nuestro tema, uno será retórico por ciencia y otro por intención, mientras que, en el otro, uno será sofista por intención y otro dialéctico, no por intención, sino por facultad. (1355b 20)160 Es decir, mientras que en la retórica, el auténtico retórico lo es por su conocimiento de la ciencia (κατὰ τὴν ἐπιστήμην) y el sofista solo busca la intención (κατὰ τὴν προαίρεσιν) retórica de persuadir; en la dialéctica, el dialéctico es el que tiene una facultad (κατὰ τὴν δύναμιν), mientras que el sofista tiene la intención (moral) (κατὰ τὴν προαίρεσιν) de engañar. Como bien agrega aquí Q. Racionero (p. 173, n. 29): “Lo que Aristóteles pretende señalar aquí es que los perjuicios de la retórica, en contra de la crítica platónica, no están ligados al arte o a la facultad oratoria, sino a la intención moral del orador”161. Procede el autor a definir la retórica y su ámbito de aplicación: “Entendemos por retórica la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (1355b 25)162 y agrega más adelante: “La retórica... parece que puede establecer teóricamente lo que es convincente en —por así decirlo— cualquier caso que se proponga, razón por la cual afirmamos que lo que a ella concierne como arte no se aplica sobre ningún género específico” (1355b 30)163. Se trata ahora de distinguir los dos tipos de “pruebas por persuasión” (πίστεις): las propias del arte (ἔντεχνοι) y las ajenas al arte (ἄτεχνοι): Llamo ajenas al arte a cuantas no se obtienen por nosotros, sino que existían de antemano, como los testigos, las confesiones bajo suplicio, los documen160 ἡ γὰρ σοφιστικὴ οὐκ ἐν τῇ δυνάμει ἀλλ’ ἐν τῇ προαιρέσει· πλὴν ἐνταῦθα μὲν ἔσται ὁ μὲν κατὰ τὴν ἐπιστήμην ὁ δὲ κατὰ τὴν προαίρεσιν ῥήτωρ, ἐκεῖ δὲ σοφιστὴς μὲν κατὰ τὴν προαίρεσιν, διαλεκτικὸς δὲ οὐ κατὰ τὴν προαίρεσιν ἀλλὰ κατὰ τὴν δύναμιν. “What makes a man a ‘sophist’ is not his faculty, but his moral purpose. In rhetoric, however, the term ‘rhetorician’ may describe either the speaker’s knowledge of the art, or his moral purpose. In dialectic it is different: a man is a ‘sophist’ because he has a certain kind of moral purpose, a ‘dialectician’ in respect, not of his moral purpose, but of his faculty” (Roberts, 1984). 161 Q. Racionero remite también a Met. III 2, 1004b 24-25. 162 Ἔστω δὴ ἡ ῥητορικὴ δύναμις περὶ ἕκαστον τοῦ θεωρῆσαι τὸ ἐνδεχόμενον πιθανόν. “Rhetoric may be defined as the faculty of observing in any given case the available means of persuasion” (Roberts, 1984). 163 “But rhetoric we look upon as the power of observing the means of persuasion on almost any subject presented to us; and that is why we say that, in its technical character, it is not concerned with any special or definite class of subjects.” (Roberts, 1984) 109 Pedro José Posada Gómez tos y otras semejantes; y propias del arte, las que pueden prepararse con método y por nosotros mismos, de modo que las primeras hay que utilizarlas y las segundas inventarlas. (1355b 35)164 Q. Racionero considera que las pruebas propias del arte equivalen a lo que en la retórica de Cicerón y Quintiliano se denominará inventio (εὑρεῖν). En este sentido, la “invención” (…) significa el acto de la facultad por el que ésta elabora, de acuerdo con un método, una red o trama de estructuras epistémicas que, o bien hacen la causa probable y persuasiva, o bien cierta y demostrativa. En el caso más saturado, es decir, en el caso en que la contradicción de la prueba sea imposible, se desemboca, así, en la ciencia; mientras que en los casos en que la contradicción es posible, aunque no sea probable, se permanece en el dominio de la dialéctica y de la persuasión... (Racionero,1999, pp. 175-176, n. 32)165 Esta observación resulta interesante porque implica el reconocimiento de que la retórica (y la dialéctica) no son ajenas a los razonamientos demostrativos, propios de la lógica y la ciencia. De esto veremos adelante más detalles. Continúa Aristóteles con la distinción de las pruebas por persuasión que se obtienen mediante el discurso: De entre las pruebas por persuasión, las que pueden obtenerse mediante el discurso son de tres especies: unas residen en el talante del que habla, otras en el disponer al oyente de alguna manera y, las últimas, en el discurso mismo, merced a lo que éste demuestra o parece demostrar. (1356a)166 164 τῶν δὲ πίστεων αἱ μὲν ἄτεχνοί εἰσιν αἱ δ’ ἔντεχνοι. ἄτεχνα δὲ λέγω ὅσα μὴ δι’ ἡμῶν πεπόρισται ἀλλὰ προϋπῆρχεν, οἷον (35) μάρτυρες βάσανοι συγγραφαὶ καὶ ὅσα τοιαῦτα, ἔντεχνα δὲ ὅσα διὰ τῆς μεθόδου καὶ δι’ ἡμῶν κατασκευασθῆναι δυνατόν, ὥστε δεῖ τούτων τοῖς μὲν χρήσασθαι, τὰ δὲ εὑρεῖν. “Of the modes of persuasion some belong strictly to the art of rhetoric and some do not. By the latter I mean such things as are not supplied by the speaker but are there at the outset-witnesses, evidence given under torture, written contracts, and so on. By the former I mean such as we can ourselves construct by means of the principles of rhetoric. The one kind has merely to be used; the other has to be invented” (Roberts, 1984). 165 Racionero cita en apoyo de su tesis a P. Aubenque (1970, p. 16): “La dialéctica no se opone a la ciencia, sino que es como la matriz de donde la ciencia se ha desgajado por un proceso de especialización”. 166 τῶν δὲ διὰ τοῦ λόγου ποριζομένων πίστεων τρία εἴδη ἔστιν· αἱ μὲν γάρ εἰσιν ἐν τῷ ἤθει τοῦ λέγοντος, αἱ δὲ ἐν τῷ τὸν ἀκροατὴν διαθεῖναί πως, αἱ δὲ ἐν αὐτῷ τῷ λόγῳ διὰ τοῦ δεικνύναι ἢ φαίνεσθαι δεικνύναι. “Of the modes of persuasion furnished by the spoken word there are three kinds. The first kind depends on the personal character of the speaker; the second on putting the audience into a 110 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Representado esquemáticamente: Tipología de las “pruebas por persuasión” Propias del arte Basadas en el ἦθος del orador Basadas en el πάθος del auditorio Basadas en el discurso mismo (λόγος) Ajenas al arte Enumeración de las pruebas Leyes Testimonios Contratos Confesiones bajo tortura Juramentos Con las pruebas propias del arte se trata pues de tres pruebas, referidas al ethos (ἦθος) del orador, al pathos (πάθος) del auditorio y al logos (λόγος) del argumento, pero que se definen por respecto al logos (λόγος), entendido como discurso en general. Como aclara Q. Racionero (pp. 175-176, n. 33): “Aristóteles significa con písteis las clases de enunciados persuasivos que intervienen en la demostración oratoria, entendidas tales písteis como enunciados del argumento”167. Las pruebas por el talante del orador se producen “cuando el discurso es dicho de tal forma que hace al orador digno de crédito” (1356a 5). Es decir, que no se trata del prejuicio que se tiene de la persona del orador, sino del que se construye en el discurso mismo. De igual modo, se persuade por la disposición de los oyentes, “cuando estos son movidos a una pasión por medio del discurso”. Y reitera el autor que los tratadistas se han limitado a este tipo de pruebas. En fin, se persuade a los hombres por el discurso, “cuando les mostramos la verdad, o lo que parece serlo, a partir de lo que es convincente en cada caso”. certain frame of mind; the third on the proof, or apparent proof, provided by the words of the speech itself” (Roberts, 1984). 167 Racionero agrega la referencia al mismo asunto que aparece en la Poética: “lo que concierne a la inteligencia (diánoia) debe tener su lugar en los tratados consagrados a la retórica (...) Pertenecen a la inteligencia todas aquellas cosas que han de ser dispuestas apó tou lógou. Partes de esa totalidad de cosas son el demostrar y el refutar, el excitar las pasiones —tales como la compasión, la cólera y todas las otras pasiones de este género— y el amplificar y disminuir” (Poét. 19, 1456b, como se citó en Racionero, 1999). 111 Pedro José Posada Gómez El último tipo de pruebas ha dado lugar a controversias, pues algunos (Spengel y Cope, siguiendo a Quintiliano) han identificado este tipo de pruebas con las “pruebas lógicas” (el entimema y el ejemplo); otros (Racionero, siguiendo a Grimaldi) han tomado nota de que Aristóteles aplica tales “pruebas lógicas” también a las dos primeras πίστεις (ἦθος y πάθος), en 56a 21 y en 56b 6-11. Así, para Grimaldi (1972, como se citó en Racionero, 1999, p. 177, n. 36), las pruebas lógicas son pruebas comunes, mientras que las πίστεις son pruebas específicas168. Si esto es así, vemos cómo se amplía el ámbito de la aplicación de las pruebas lógicas en la retórica aristotélica. Agrega Aristóteles que “obtener estas tres clases de pruebas es propio de quien tiene la capacidad de razonar mediante silogismos y de poseer un conocimiento teórico sobre los caracteres, sobre las virtudes y, en tercer lugar, sobre las pasiones”. De lo que resulta un claro vínculo de la retórica con la dialéctica y con la política (y la ética), que el autor expresa así: “(...) de manera que acontece a la retórica ser como un esqueje (παραφυές) de la dialéctica y de aquel saber práctico sobre los caracteres (περὶ τὰ ἤθη πραγματείας) al que es justo denominar política” (1356a 22)169. Pero aclara que no se debe identificar retórica y política, pues aquella es, como ya había dicho, “una parte de la dialéctica y su semejante (ἔστι γὰρ μόριόν τι τῆς διαλεκτικῆς καὶ ὁμοίωμα) puesto que ni una ni otra constituyen ciencias acerca de cómo es algo determinado, sino simples facultades de proporcionar razones” (ἀλλὰ δυνάμεις τινὲς τοῦ πορίσαι λόγους) (1356a 32)170. Aborda enseguida Aristóteles la descripción del componente lógico de la retórica, en analogía con la dialéctica: (...) en lo que toca a la demostración y la demostración aparente, de igual manera que en la dialéctica se dan la inducción, el silogismo y el silogismo aparente, aquí (en la retórica) acontece también de modo similar. En efecto, por una parte, el ejemplo es una inducción; y, por otra parte, el entimema es 168 Q. R. también agrega el testimonio de Dionisio de Halicarnaso, quien identifica la tercera πίστεις con τὸ πρᾶγμα; es decir, el asunto o contenido objetivo del discurso. 169 ὥστε συμβαίνει τὴν ῥητορικὴν οἷον παραφυές τι τῆς διαλεκτικῆς εἶναι καὶ τῆς περὶ τὰ ἤθη πραγματείας, ἣν δίκαιόν ἐστι προσαγορεύειν πολιτικήν. “It thus appears that rhetoric is an offshoot of dialectic and also of ethical studies” (Roberts, 1984). 170 ἔστι γὰρ μόριόν τι τῆς διαλεκτικῆς καὶ ὁμοίωμα, καθάπερ καὶ ἀρχόμενοι εἴπομεν· περὶ οὐδενὸς γὰρ ὡρισμένου οὐδετέρα αὐτῶν ἐστιν ἐπιστήμη πῶς ἔχει, ἀλλὰ δυνάμεις τινὲς τοῦ πορίσαι λόγους. “As a matter of fact, it is a branch of dialectic and similar to it, as we said at the outset. Neither rhetoric nor dialectic is the scientific study of any one separate subject: both are faculties for providing arguments. This is perhaps a sufficient account of their scope and of how they are related to each other” (Roberts, 1984). 112 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) un silogismo; y por otra parte, en fin, el entimema aparente es un silogismo aparente. Llamo pues, entimema al silogismo retórico y ejemplo a la inducción retórica. (1356b)171 Lo cual puede ser ilustrado con el siguiente cuadro: Esquema lógico de la Retórica (comparada con la Dialéctica) Dialéctica Razonamientos demostrativos Demostraciones aparentes Silogismo Silogismo aparente (razonamiento erístico) Inducción (comprobación) Retórica Entimema Entimema aparente Ejemplo Con lo cual, en la clasificación propuesta por Alfonso Reyes (1961, p. 221) (en la que, sin embargo, no queda graficada la tercera πίστεις, la que surge del λόγος como πρᾶγμα o asunto del discurso), el cuadro completo de las πίστεις, o pruebas propias del arte retórico, quedaría así: Medios técnicos objetivos (lógicos) Entimema (Silogismo retórico ≈ Silogismo dialéctico ≈ Deducción) Paradigma (ejemplo o inducción retórica) Medios técnicos subjetivos (moraCaracteres (talante, ethos del orador les) Psicagogia Pasiones (pathos del auditorio) Para Aristóteles, “toda cuestión sobre una cosa o sobre una persona se demuestra o bien aportando un silogismo o bien por medio de ejemplos” 171 τῶν δὲ διὰ τοῦ δεικνύναι ἢ φαίνεσθαι δεικνύναι, καθάπερ καὶ ἐν τοῖς διαλεκτικοῖς τὸ μὲν ἐπαγωγή ἐστιν, τὸ δὲ συλλογισμός, τὸ δὲ φαινόμενος συλλογισμός, καὶ ἐνταῦθα ὁμοίως· ἔστιν γὰρ τὸ μὲν παράδειγμα ἐπαγωγή, τὸ δ’ ἐνθύμημα συλλογισμός, τὸ δὲ φαινόμενον ἐνθύμημα φαινόμενος συλλογισμός . καλῶ δ’ ἐνθύμημα μὲν ῥητορικὸν συλλογισμόν, παράδειγμα δὲ ἐπαγωγὴν ῥητορικήν. “With regard to the persuasion achieved by proof or apparent proof: just as in dialectic there is induction on the one hand and syllogism or apparent syllogism on the other, so it is in rhetoric. The example is an induction, the enthymeme is a syllogism, and the apparent enthymeme is an apparent syllogism” (Roberts, 1984). 113 Pedro José Posada Gómez (es decir, inducciones172), y remite a lo dicho sobre ello en los Analíticos173. Para las diferencias entre ejemplo y entimema, remite a los Tópicos pues, agrega, “allí se ha tratado ya del silogismo y de la inducción”. Y es claro que (…) demostrar a base de muchos casos semejantes es allí (en la dialéctica de los Tópicos) una inducción y, aquí (en la Retórica), un ejemplo; mientras que obtener, dadas ciertas premisas, algo diferente de ellas, por ser (tales premisas), universalmente o la mayor parte de las veces174, tal como son, eso se llama, allí, silogismo y, aquí, entimema. (1356b 15-20)175 Considera Aristóteles que los discursos basados en ejemplos son menos convincentes que los basados en entimemas, aunque aquellos logran mayor aplauso176. Retoma Aristóteles la relación entre dialéctica y retórica: Puesto que ningún arte se ocupa de lo singular (…) de igual manera tampoco la retórica aporta un conocimiento teórico sobre lo que es plausible de un modo singular (…) sino sobre lo que lo es respecto de una clase, como también hace la dialéctica. (1356b 30-35) Y agrega: “(la dialéctica) no concluye silogismos a partir de premisas tomadas al azar (…) sino a partir de lo que requiere razonamiento, y la retórica a partir de lo que ya se tiene por costumbre deliberar”. Pero esto no parece señalar una real diferencia entre ambas, como sí lo hace lo que anota a continuación: 172 Hay un aparente lapsus en el texto de Gredos —que aparece correcto en la edición de Aguilar, p. 119—, anotando ‘inducción’ (ἐπάγοντα) en vez de ‘ejemplo’. Igualmente la versión inglesa de Roberts (1984) anota ‘inductions’. 173 “Anal. Pr. II 23 (en especial, 68b 9-14) y Anal. Post. I 18, 81a 39- b42. La aplicación, según el modelo de los Analíticos, de los métodos deductivo-inductivo a la filosofía práctica de Aristóteles se encuentra igualmente en Ét. Nic. VI 3, 1139b 27.” (Racionero, 1999, p. 180, n. 44). 174 Nótese que esta doble posibilidad incluye, en la analogía, tanto a los silogismos necesarios o demostrativos como a los silogismos probables. 175 ὅτι τὸ μὲν ἐπὶ πολλῶν καὶ ὁμοίων δείκνυσθαι ὅτι οὕτως ἔχει ἐκεῖ μὲν ἐπαγωγή ἐστιν ἐνταῦθα δὲ παράδειγμα, τὸ δὲ τινῶν ὄντων ἕτερόν τι διὰ ταῦτα συμβαίνειν παρὰ ταῦτα τῷ ταῦτα εἶναι ἢ καθόλου ἢ ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ ἐκεῖ μὲν συλλογισμὸς ἐνταῦθα δὲ ἐνθύμημα καλεῖται. “When we base the proof of a proposition on a number of similar cases, this is induction in dialectic, example in rhetoric; when it is shown that, certain propositions being true, a further and quite distinct proposition must also be true in consequence, whether invariably or usually, this is called syllogism in dialectic, enthymeme in rhetoric” (Roberts, 1984). 176 Recordemos que algo semejante dijo en los Tópicos I 12, 105a 16 en relación con los silogismos y las comprobaciones (inducciones): “La comprobación es un argumento más convincente y claro, más accesible a la sensación y común a la mayoría, mientras que el razonamiento es más fuerte y más efectivo frente a los contradictores” (105a 16-19). 114 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) La tarea de esta última (la retórica) versa, por lo tanto, sobre aquellas materias sobre las que deliberamos y para las que no disponemos de artes específicas, y ello en relación con oyentes de tal clase que ni pueden comprender sintéticamente en presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato seguido. (1357a)177 Lo último sugiere una diferencia entre las dos artes por relación al público al cual se dirigen. Lo primero no parece establecer diferencia, pues ambas, retórica y dialéctica, se ocupan de asuntos sobre los que debemos deliberar, es decir, sobre aquello “que puede resolverse de dos modos, ya que nadie da consejos sobre lo que él mismo considera que es imposible que haya sido o vaya a ser o sea de un modo diferente, pues nada cabe hacer en estos casos” (1357a 5). Con lo cual, además, quedan adscritas ambas disciplinas a la filosofía práctica —o al menos la retórica, según Q. Racionero (p. 183, n. 52)—. Y continúa con otra diferencia entre retórica y dialéctica, que es el reflejo de la anterior: En la dialéctica “es posible concluir silogismos y proceder por deducción en aquellas cuestiones que, o bien han sido ya antes establecidas a partir de silogismos, o bien no proceden de silogismos pero requieren de ellos por no ser de opinión común”. Pero, en la retórica, el primer tipo de razonamiento “no puede seguirse bien a causa de su longitud (pues se supone que el que juzga es un hombre sencillo)”, mientras que el otro “no es convincente por no proceder de premisas ya reconocidas o plausibles”178. De allí que sea necesario (…) que el entimema y el ejemplo versen sobre aquellas cosas que pueden ser de otra manera (…) y todo ello a partir de pocas premisas, incluso menos de las que consta el silogismo de la primera figura. Porque si alguna de estas premisas es bien conocida, no hace falta enunciarla. (1357a 15-17)179 177 “The duty of rhetoric is to deal with such matters as we deliberate upon without arts or systems to guide us, in the hearing of persons who cannot take in at a glance a complicated argument, or follow a long chain of reasoning” (Roberts, 1984). 178 Recuérdese que los problemas y las tesis, en la dialéctica, y especialmente en sus silogismos críticos o ‘examinativos’, pueden partir de premisas controvertidas y aun paradójicas. 179 “It is possible to form syllogisms and draw conclusions from the results of previous syllogisms; or, on the other hand, from premisses which have not been thus proved, and at the same time are so little accepted that they call for proof. Reasonings of the former kind will necessarily be hard to follow owing to their length, for we assume an audience of untrained thinkers; those of the latter kind will fail to win assent, because they are based on premisses that are not generally admitted or believed. The enthymeme and the example must, then, deal with what is in the main contingent, (…), about such matters. The enthymeme must consist of few propositions, fewer often than those 115 Pedro José Posada Gómez La última parte de esta cita llevó a la errónea concepción de que el entimema siempre sería un silogismo incompleto. Aquí la retórica se opone parcialmente a la dialéctica, es decir, a los silogismos demostrativos y a los crítico-examinativos, que podemos denominar el componente lógico de la dialéctica (Tópicos y Ref. Sof.), que se desarrolla en los Analíticos. Pero ya en la dialéctica se acepta que los razonamientos dialécticos por comprobación son más efectivos frente a la multitud, mientras que los razonamientos dialécticos por silogismo, lo son frente al contendor en el debate. Por ello se puede afirmar análogamente, como antes anotamos, que “los discursos basados en ejemplos son menos convincentes que los basados en entimemas, aunque aquellos logran mayor aplauso”. Así, una vez más, se tiene en cuenta la índole del auditorio de la retórica para señalar la diferencia con aquel del debate dialéctico: un auditorio que por ‘simple’ no puede entender (y aceptar) unas premisas fundamentadas silogística y demostrativamente; o unas premisas que, por contrarias a la opinión común, deberán ser demostradas silogísticamente (se trata otra vez de aquellos “oyentes del tal clase que ni pueden comprender sintéticamente en presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato seguido”). Pasa Aristóteles a precisar la parte más lógica de la retórica: la forma y la materia de los entimemas formados a partir de probabilidades o de signos. Pero antes unas nociones más generales: Pocos silogismos retóricos están formados a partir de cosas necesarias, pues “la mayor parte de los asuntos sobre los que se requieren juicios y especulaciones podrían también ser de otra manera, ya que, por una parte, damos consejo y especulamos sobre lo que implica acción” y “ninguna acción procede de algo necesario”; además, (…) es forzoso que lo que acontece frecuentemente y es solo posible sea concluido mediante silogismos a partir de premisas semejantes, igual que lo necesario se concluye de premisas necesarias, cosa ésta que ya sabemos desde los Analíticos, resulta así manifiesto que, de las proposiciones de que hablan los entimemas, algunas son necesarias, pero la mayor parte sólo frecuentes. (1357a 30) Se retoma aquí la distinción entre los silogismos demostrativos (que concluyen lo necesario a partir de lo necesario) y los silogismos dialécticos (en el sentido estricto) y retóricos, que concluyen lo posible a partir de lo posible. Se afirma, además, que los razonamientos demostrativos son escasos en la retórica, aunque no están ausentes. Del mismo modo que en la dialéctica which make up the normal syllogism. For if any of these propositions is a familiar fact, there is no need even to mention it…” (Roberts, 1984). 116 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) el predominio de los razonamientos probables o plausibles, no elimina los razonamientos demostrativos. De todos modos el énfasis sigue en la distinción entre el tipo de silogismo estrictamente apodíctico y el estrictamente dialéctico (aquí asimilado al retórico). Diferencia basada en el contenido epistémico de sus premisas. Así, las premisas de un silogismo retórico o entimema, pueden ser probabilidades o signos (1357a 32): Porque lo probable (εἰκός) es lo que sucede la mayoría de las veces, pero no absolutamente, como algunos afirman; sino lo que, tratando de cosas que también pueden ser de otra manera, guarda con aquello respecto de lo cual es probable la misma relación que lo universal respecto de lo particular. (1357a 35- 1357b)180 De los signos (σημείων), los necesarios se denominan argumento concluyente (τεκμήριον) y los no necesarios carecen de denominación que nombre esta diferencia. Por su parte, llamo necesarios a aquellos signos a partir de los cuales se construye el silogismo. Y, por esta razón, el argumento concluyente es el que consta de signos de esta clase. (1357b 5)181 Apoya Aristóteles la última afirmación en una tesis de corte subjetivista: Porque cuando se cree que ya no es posible refutar una tesis, se piensa entonces que se aduce un argumento concluyente en la medida en que se aduce 180 τὸ μὲν γὰρ εἰκός ἐστι τὸ ὡς ἐπὶ τὸ πολὺ γινόμενον, οὐχ ἁπλῶς δὲ καθάπερ ὁρίζονταί τινες, ἀλλὰ τὸ περὶ τὰ ἐνδεχόμενα ἄλλως ἔχειν, οὕτως ἔχον πρὸς ἐκεῖνο πρὸς ὃ εἰκὸς ὡς τὸ καθόλου πρὸς τὸ κατὰ μέρος. “A probability is a thing that usually happens; not, however, as some definitions would suggest, anything whatever that usually happens, but only if it belongs to the class of the ‘contingent’ or ‘variable’. It bears the same relation to that in respect of which it is probable as the universal bears to the particular” (Roberts, 1984). El orden sugerido parece ser “Si todos los A son B, es probable que estos A sean B”, aunque parece más evidente el orden inverso: “si estos A son B, es probable que todos los A sean B”, es decir, de lo particular a lo universal. 181 τῶν δὲ σημείων τὸ μὲν οὕτως ἔχει ὡς τῶν καθ’ ἕκαστόν τι πρὸς τὸ καθόλου, τὸ δὲ ὡς τῶν καθόλου τι πρὸς τὸ κατὰ μέρος. τούτων δὲ τὸ μὲν ἀναγκαῖον τεκμήριον, τὸ δὲ μὴ ἀναγκαῖον ἀνώνυμόν ἐστι κατὰ τὴν διαφοράν. ἀναγκαῖα μὲν οὖν λέγω ἐξ ὧν ίνεται συλλογισμός· διὸ καὶ τεκμήριον τὸ τοιοῦτον τῶν σημείων ἐστίν· “Of Signs, one kind bears the same relation to the statement it supports as the particular bears to the universal, the other the same as the universal bears to the particular. The infallible kind is a ‘complete proof’ (tekmerhiou); the fallible kind has no specific name. By infallible signs I mean those on which syllogisms proper may be based: and this shows us why this kind of Sign is called ‘complete proof’” (Roberts, 1984). 117 Pedro José Posada Gómez algo demostrado y terminado; pues ‘conclusión’ y ‘término’ son lo mismo en la lengua antigua. (1357b 9)182 (Recuérdese lo dicho antes: “la persuasión es una especie de demostración —puesto que nos persuadimos sobre todo cuando pensamos que algo está demostrado—”). Aclara Q. Racionero que: La noción dialéctica de signo (sêmeiôn) es definida en Anal. Pr. II 27, 70a 7-9 del siguiente modo: “lo que coexiste con algo distinto de ello, o lo que sucede antes o después de que algo distinto haya sucedido, es un signo de que algo ha sucedido o existe”. Por comparación, pues, con el concepto de probabilidad (que está basado en la frecuencia regular de un mismo hecho) el signo, o indicio, supone una relación entre dos hechos en la forma de una implicación simple A→ B. Si esta relación es necesaria, el signo se llama tekmérion (“argumento concluyente”), y se corresponde con el modo de implicación propio de las premisas necesarias en un silogismo demostrativo (cf. Anal. Post. I 3, 73a 24) y comporta, también en la retórica, una demostración irrefutable (vid., infra, Ret. II 25, 03a 11-15). En cambio, si la relación no es necesaria —en cuyo caso el signo “carece de nombre”: es un anónymon sêmeiôn— la conclusión contiene sólo una probabilidad, de modo que en este sentido, se reduce también, como el eikós, a una regla general plausible (Anal. Post. I 6, 75a 33). En realidad, pues, tanto el eikós como el sêmeiôn constituyen modos de probabilidad. En el primer caso se trata de la probabilidad de un hecho; en el segundo, de la probabilidad de una relación. (Racionero, 1999, p. 186, n. 59) Los signos que forman entimemas son, pues, de tres tipos: a. Los que guardan una relación como la de lo individual a lo universal son del tipo, a.1. Por ejemplo, de cuando se afirma que es un signo de que los sabios son justos el que Sócrates era efectivamente sabio y justo. Esto es, desde luego, un signo, pero refutable, aunque fuera verdad lo que afirma (pues no es susceptible de un razonamiento por silogismo), veamos: Efectivamente, el silogismo: 182 ὅταν γὰρ μὴ ἐνδέχεσθαι οἴωνται λῦσαι τὸ λεχθέν, τότε φέρειν οἴονται τεκμήριον ὡς δεδειγμένον καὶ πεπερασμένον· τὸ γὰρ τέκμαρ καὶ πέρας ταὐτόν ἐστι κατὰ τὴν ἀρχαίαν γλῶτταν. “when people think that what they have said cannot be refuted, they then think that they are bringing forward a ‘complete proof’, meaning that the matter has now been demonstrated and completed (peperhasmeuou); for the word ‘perhas’ has the same meaning (of ‘end’ or ‘boundary’) as the word ‘tekmarh’ in the ancient tongue” (Roberts, 1984). 118 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Sócrates es sabio Sócrates es justo ________________________ ∴Todos los sabios son justos No es un silogismo concluyente, formalmente válido, así sus premisas (y, tal vez, su conclusión) sean verdaderas. a.2. El segundo tipo es “el único signo que constituye un argumento concluyente, pues sólo él, si es verdadero, es irrefutable.” Por ejemplo: “si alguien dijese que es un signo de que alguien está enfermo el que tiene fiebre, o de que una mujer ha dado a luz el que tiene leche, esa clase de signos sí es necesaria” (1357b 15). Es decir, permiten formar los silogismos (verdaderos y válidos): [Todo el que tiene fiebre está enfermo] X tiene fiebre ____________________________ ∴ X está enfermo Y [Toda mujer que tiene leche ha dado a luz] Esta mujer tiene leche ___________________________________ ∴ Esta mujer ha dado a luz Que son dos silogismos válidos de la primera figura. b. Los signos que guardan una relación como de lo universal a lo particular, por ejemplo, si alguno dijera que es un signo de que alguien tiene fiebre el hecho de que respira agitadamente. Pero esto es también refutable, aunque fuera verdadero, puesto que también es posible que respire con agitación el que no tiene fiebre. (1357b 16-20) Es decir: [Todo el que respire agitadamente tiene fiebre] ¿? X respira agitadamente _______________________________________ ∴ X tiene fiebre Aquí el silogismo es formalmente válido, pero la premisa mayor, implícita, es falsa. Y la premisa explícita (signo) solo permite concluir la probabilidad de la conclusión. 119 Pedro José Posada Gómez En cuanto al ejemplo (παράδειγμα) o inducción retórica, dice Aristóteles que en este (…) no hay una relación de la parte con el todo, ni del todo con la parte, ni del todo con el todo, sino de la parte con la parte y de lo semejante con lo semejante: cuando se dan dos proposiciones del mismo género, pero una es más conocida que la otra, entonces hay un ejemplo, como cuando se afirma que Dionisio, si pide una guardia, es que pretende la tiranía. Porque, en efecto, como con anterioridad también Pisístrato solicitó una guardia cuando tramaba esto mismo y, después que la obtuvo, se convirtió en tirano, e igual hicieron Teágenes en Mégara y otros que se conocen, todos estos casos sirven de ejemplo en relación con Dionisio, del que todavía no se sabe si la pide por eso. Por consiguiente, todos estos casos quedan bajo la misma proposición universal de que quien pretende la tiranía, pide una guardia. (1357b 35) Nótese que la conclusión del ejemplo: Si Dionisio pide una guardia, entonces Dionisio pretende la tiranía, está apoyada en varios casos particulares conocidos (Pisístrato, Teágenes) que permiten la inducción de la regla general y probable “Todos los gobernantes que piden una guardia pretenden la tiranía”, que es la premisa mayor, implícita, que apoya el ejemplo. Sin embargo, la analogía del ejemplo con la inducción no es completa. Como anota Q. Racionero, en Anal. Pr. II 24, Aristóteles (...) señala diferencias de dos órdenes. En primer lugar, la inducción “demuestra a partir de todos los casos individuales..., mientras que el ejemplo no utiliza todos los casos individuales para su demostración” (63a 13-16), por lo que el ejemplo implica una inclusión sólo parcial. Sin embargo, Spengel y Grimaldi han advertido que el ejemplo presupone una inducción real, no incompleta, sino implícita. (…) El ejemplo es el correlato inductivo del entimema en cuanto que propone generalizaciones probables, que, o bien son persuasivas por sí mismas, o bien lo son como premisas plausibles de un silogismo. (Racionero, p. 188, n. 63) Agrega Aristóteles que la diferencia que hay entre los entimemas, es la misma que existe entre los silogismos en el método dialéctico, “pues algunos de ellos se remiten tanto a la retórica como al método dialéctico de los silogismos” (1358a 5)183. Retomando las semejanzas entre la retórica y la dialéctica, afirma Aristóteles que: 183 Anota Racionero (p. 189, n. 64) que esta referencia al “método dialéctico de los silogismos”, “sólo puede significar que la ciencia analítica no es más que la culminación de la dialéctica formal”. 120 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) los silogismos dialécticos y retóricos son aquellos a propósito de los cuales decimos lugares comunes. Y que éstos son los que se refieren en común lo mismo a cuestiones de justicia que de física, de política o de otras muchas materias que difieren por la especie. (1358a 10-15) Y diferencia estos lugares comunes de los propios: En cambio son propias las conclusiones derivadas de enunciados (πρότασις) que se refieren a cada una de las especies y géneros, como son, por ejemplo, los enunciados sobre cuestiones físicas, de los cuales no es posible concluir ni un entimema ni un silogismo sobre cuestiones morales, igual que de los que tratan de estas últimas no puede concluirse nada acerca de las cuestiones de la física. (1358a 20) Por lo demás, agrega, la mayoría de los entimemas “se dicen de estas especies particulares y propias y son pocas las que se dicen de los lugares comunes” (1358a 27). Q. Racionero hace importantes observaciones sobre el concepto de “lugar común” (τόπος κοινός): Tal como el concepto es sugerido en el programa de Top. I 1, 100a 18-21, y en Ref. Sof. 9, 170a 20- 172b 8, la remisión de un argumento cualquiera a un “lugar común” constituye un método por el que es posible sustituir las relaciones de inferencias espontáneas, que la razón realiza entre términos particulares, por las relaciones comunes y generales que son de aplicación general a todos los casos. La fuerza del argumento reside entonces, no en la materia a que se refiere, sino en que tal materia es presentada como expresión de una inferencia universal que todos tienen que admitir. (...) Los “tópicos” son, pues, reglas generales de relación, de las que se puede echar mano para demostrar la validez de todas las formas particulares de relación entre enunciados (sea cual sea su materia), como si tales formas estuviesen, en efecto, clasificadas y depositadas en determinados habitáculos o lugares lógicos. (...) Para Aristóteles, la tópica expresa..., un “método de selección” de los argumentos pertinentes a un caso propuesto por medio de reglas lógicas que sirven de instrumentos de control... (Racionero, p. 190, n. 67) En el capítulo 3 del Libro I, donde se exponen los distintos géneros retóricos, Aristóteles enfatiza que: “Las pruebas concluyentes (τὰ τεκμήρια), las probabilidades (τὰ εἰκότα) y los signos (τὰ σημεῖα) son los enunciados (προτάσεις, premisas) propios de la retórica” (1359a 10). También replantea la relación de la retórica con la lógica, la política, la dialéctica y la sofística: 121 Pedro José Posada Gómez (…) ya hemos tenido ocasión de decir que la retórica se compone, por un lado, de la ciencia analítica y, por otro, del saber político que se refiere a los caracteres; y sobre que es análoga, de una parte, a la dialéctica y, de otra parte, a los razonamientos sofísticos. (1359b 10)184 En el capítulo 9, dedicado al discurso epidíctico, planteará una relación frecuente entre los lugares comunes de todos los discursos y los tres géneros oratorios, así: (…) la amplificación es la más apropiada a los epidícticos (…). Los ejemplos, por su parte, lo son a los discursos deliberativos (…). Y los entimemas, en fin, a los discursos judiciales (pues el suceso, por ser oscuro, requiere sobre todo causa y demostración). (1368a 30) El mismo tema será retomado en el Libro II, cap. 18 (donde se amplía el tema de los lugares comunes a los tres géneros oratorios), de este modo: Entre los lugares comunes, con todo, el de amplificar es el más apropiado a los discursos epidícticos…; el de remitir a los hechos lo es a los discursos judiciales (pues el acto de juzgar versa sobre ellos); y el de lo posible y lo futuro, a los discursos deliberativos. (1392a 5) Relacionando las dos citas, vemos que en el discurso judicial se usan los entimemas para demostrar y establecer las causas de los hechos; mientras que en el discurso deliberativo, los ejemplos tomados del pasado permiten sustentar los pronósticos sobre el futuro. Terminaremos este capítulo con una breve revisión del Libro II, especialmente de su tercera parte. Pues, como es sabido, en la primera parte se presentan las pasiones; en la segunda, los caracteres; mientras que la tercera amplía el tema de los lugares comunes a todos los géneros de discursos (Tópica mayor), y el de las pruebas por persuasión comunes a los tres géneros oratorios: el ejemplo, las máximas y los entimemas (incluyendo los lugares comunes de los entimemas, o tópica menor), además de un capítulo dedicado a los entimemas aparentes y otro dedicado a la refutación. En el inicio de este Libro II, Aristóteles plantea que: 184 ὅπερ γὰρ καὶ πρότερον εἰρηκότες τυγχάνομεν ἀληθές ἐστιν, ὅτι ἡ ῥητορικὴ σύγκειται μὲν ἔκ τε τῆς ἀναλυτικῆς ἐπιστήμης καὶ τῆς περὶ τὰ ἤθη πολιτικῆς, ὁμοία δ’ ἐστὶν τὰ μὲν τῇ διαλεκτικῇ τὰ δὲ τοῖς σοφιστικοῖς λόγοις. “The truth is, as indeed we have said already, that rhetoric is a combination of the science of logic and of the ethical branch of politics; and it is partly like dialectic, partly like sophistical reasoning” (Roberts, 1984). 122 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) puesto que la retórica tiene por objeto formar un juicio (dado que también se juzgan las deliberaciones y la propia acción judicial es un acto de juicio), resulta así necesario atender, a los efectos del discurso, no solo a que sea demostrativo y digno de crédito, sino también a cómo ha de presentarse uno mismo y a cómo inclinará a su favor al que juzga. (1377b 20) Con lo cual se muestra el carácter complementario de las tres pruebas por persuasión o πίστεις: λόγος, ἦθοςy πάθος. El tema es retomado en el capítulo 18 (relativo a los lugares comunes a los tres géneros oratorios), después de haber presentado las pasiones y los caracteres (que no incluimos en esta síntesis, por no ser pertinentes a nuestro objetivo). Dice allí Aristóteles que, dado que (...) el uso de los discursos convincentes tiene por objeto formar un juicio (...); como también se usa del discurso aun si se dirige a una sola persona, para aconsejarla o disuadirla... (porque no por ser uno solo se es menos juez, dado que aquel a quien se pretende persuadir, ese es, hablando absolutamente, juez); como además, si alguien habla contra un contrincante o contra una proposición, esto da lo mismo (pues también es forzoso usar del discurso para refutar los argumentos contrarios, contra los cuales, como si se tratase de un contrincante, se hace el discurso) e igualmente sucede en los discursos epidícticos (en el cual el discurso se dirige al espectador como si fuera un juez...). (1391b 5-15) Vemos en esta cita que la retórica, tanto como la dialéctica, supone la búsqueda de convencer a otro o de refutar tesis planteadas por otros. En el capítulo 20, dedicado a los ejemplos, el autor establece una relación complementaria entre ejemplos y entimemas, así: “cuando no se tienen entimemas, conviene usar los ejemplos como demostración (...); cuando sí se tienen, como testimonio, utilizándolos en este caso como epílogo de los entimemas” (1394a 10). El capítulo 21 explica las máximas. Una máxima es una aseveración sobre aquellas cosas “que se refieren a acciones y son susceptibles de elección o rechazo en orden a la acción” (1394a 25), además, las conclusiones y principios de los entimemas son máximas (1394a 28). El capítulo 22 vuelve sobre los entimemas. El entimema es un silogismo retórico que debe distinguirse del silogismo dialéctico (en sentido general, que abarca los demostrativos), pues el fin del silogismo retórico es ser persuasivo. La diferencia, de todos modos, no es muy clara. Racionero anota que: 123 Pedro José Posada Gómez (...) la diferencia entre silogismos dialécticos y retóricos no puede residir sino en la especialización que progresivamente adoptan las premisas de éstos últimos. Mientras que los silogismos dialécticos contienen cualesquiera premisas probables (“tomadas de tantas maneras cuantas se toma la proposición”, Top. I 14, 105a 35), es característico de los silogismos retóricos el que sus premisas hayan de ser escogidas de un campo propio de enunciados, que en rigor no son otros que las písteis o proposiciones convincentes. (Racionero, p. 417, n. 280) Esto hace comprensible que Aristóteles recomiende que las deducciones mediante entimemas no “arranquen de muy lejos ni recorriendo todos los pasos” (1395b 25) y que “tampoco se deben hacer las deducciones partiendo únicamente de las premisas necesarias, sino también de las que son válidas para la mayoría” (1396a). Divide aquí Aristóteles los entimemas en dos tipos (en analogía con la dialéctica): (…) los demostrativos de que algo es o no es, y los refutativos; y se diferencian como la refutación y el silogismo en la dialéctica. Entimema demostrativo es aquel en el que se efectúa la deducción partiendo de premisas en las que se está de acuerdo, mientras que el refutativo es el que deduce a propósito de lo que no hay acuerdo. (1396b 25) Aquí, como bien anota Racionero (p. 424, n. 298), el acuerdo sobre las premisas es lo que hace al silogismo (retórico y dialéctico) ‘demostrativo’ (δεικτικά), mientras que los silogismos refutativos (ἐλεγκτικοὶ συλλογισμοί) son “aquellos que hacen notar que sobre las opiniones del contrario no hay acuerdo, es decir, que no son plausibles”. El capítulo 24 está dedicado a los entimemas aparentes (análogos de los silogismos aparentes), también llamados aquí ‘paralogismos’ (y, posteriormente, falacias). Aristóteles retoma aquí algunas de las falacias examinadas en las Refutaciones sofísticas, y agrega un nuevo tipo de falacia típicamente retórica, la exageración o deinosis (Racionero, pp. 451-452, n. 401). Finalmente, el capítulo 25 se refiere a la refutación. La refutación se hace o bien mediante un contrasilogismo o bien aduciendo una objeción. Dado que los silogismos retóricos provienen, generalmente, de opiniones plausibles; y que muchas de estas opiniones son contrarias entre sí; los contrasilogismos encuentran allí la materia para su formación (1402a 23). Por otro lado, como la mayoría de los entimemas se forman a partir de lo probable (“que no es lo que sucede siempre sino la mayoría de las veces”): 124 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) resulta así palmario que todos estos entimemas son refutables aduciendo una objeción, pero se trata de una objeción aparente y no siempre verdadera, puesto que el que la propone no refuta que la cosa de que se trata no sea probable, sino que no es necesaria. (1402b 23) Pero “no basta con refutar que algo no es necesario, sino que se debe refutar también que sea probable” (1402a 35). Incluso se puede refutar un argumento concluyente (y el entimema que se basa en él) “demostrando que el argumento alegado no es pertinente” (1403a 15). Así, en conclusión, Aristóteles construye su versión de la retórica teniendo como marco de referencia los tipos de razonamiento que había estudiado en la dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas), por lo cual su retórica no es opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico) sino que muestra un uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus obras previas. En este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un “esqueje” de ella, y contiene un componente estrictamente racional en las “pruebas” (πίστεις) propias del arte, que son los entimemas y ejemplos. 125 PARTE II LA INFLUENCIA DEL CANON ARISTOTÉLICO EN LAS TEORÍAS DE LA ARGUMENTACIÓN (PERELMAN, TOULMIN, VAN EEMEREN, HABERMAS) Las teorías de la argumentación que examinaremos en esta parte, y que surgen a mediados del siglo XX con las obras de Chaïm Perelman-Lucie Olbrechts-Tyteca y S. E. Toulmin, se plantean a la vez como una reacción crítica a la lógica formal y como una relectura de la obra aristotélica. Esto es más evidente en el caso de los creadores de la Nueva Retórica, pero también Toulmin, en el “Prólogo a la edición actualizada” (2002) la reedición de su obra pionera Los usos de la argumentación (1958), ha enfatizado que “hoy por hoy, haría más hincapié en el contraste de Aristóteles entre los tópicos ‘general’ y ‘especial’ como forma de dilucidar los distintos tipos de ‘fundamentos’ empleados en los diferentes campos de la práctica y la argumentación” (Toulmin, 2007)185. En esta parte de nuestro texto pasaremos revista a la forma como estos autores plantearon sus diferencias y coincidencias con la obra aristotélica, especialmente con sus teorías sobre la lógica, la dialéctica y la retórica. 185 Traducción de The uses of argument, editado en 1958 por Cambridge University Press. En este mismo prólogo afirma que más adelante cayó en la cuenta de que “Aristóteles era más pragmatista, y menos formalista, de lo que habían considerado los historiadores por norma general desde la Alta Edad Media” (p. 10). Capítulo 4 VALORACIÓN DEL CANON ARISTOTÉLICO EN LA OBRA DE PERELMAN-OLBRECHTS Los creadores de la Nueva Retórica, Perelman-Olbrechts (P-O), reconocen su deuda con la obra de Aristóteles. Desde el relato de su teoría como el resultado del encuentro (o reencuentro) con Aristóteles. P-O han reiterado en varios textos la forma como, en la búsqueda de una “lógica de los juicios de valor”, tuvieron su “reencuentro con Aristóteles”. Así, por ejemplo, lo presenta Perelman en el Imperio Retórico: Este trabajo de gran envergadura emprendido con la señora L. OlbrechtsTyteca, nos condujo a conclusiones completamente inesperadas y que han constituido para nosotros una revelación, a saber, que no existía una lógica específica de los juicios de valor, sino que lo que nosotros buscábamos había sido desarrollado en una disciplina muy antigua, actualmente olvidada y despreciada: la retórica, el antiguo arte de persuadir y convencer. (1977, p. 12) El reencuentro con Aristóteles, a partir de la búsqueda de una “lógica de los juicios de valor”, también es narrado en el artículo “Logique et rhétorique”, donde Perelman y Olbrechts-Tyteca afirman que: Habiendo emprendido este análisis de la argumentación en un cierto número de obras, especialmente filosóficas, y en ciertos discursos de nuestros contemporáneos, hemos caído en cuenta, en el curso del trabajo, de que los procedimientos que nosotros buscábamos estaban, en gran parte, en la Retórica de Aristóteles; en todo caso, las preocupaciones de éste último se aproximaban extrañamente a las nuestras. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 9)186 186 Artículo aparecido en Perelman y Olbrechts (1950, enero-marzo), Revue philosophique de la France et de l`étranger. Pedro José Posada Gómez Como acertadamente lo afirma Mortara, la Nouvelle Rhétorique de P-O (…) es un retorno moderno y actual (bajo el signo de la derivación, pero también de una consciente y visible distancia, de ahí el adjetivo de nouvelle) a las teorías clásicas y a su matriz aristotélica, con el fin de construir una teoría del discurso “no demostrativo”, y de organizar sistemáticamente los antiguos esquemas argumentativos. (Mortara, 1988/1991, p. 58) Así pues, P-O encontraron en la Retórica y los Tópicos de Aristóteles las herramientas para enfrentar los problemas de una “lógica de los juicios de valor” y, tras abandonar este proyecto como innecesario, elaboraron una Nueva Retórica como “teoría general de la argumentación”187. Me interesa resaltar que en tal reencuentro P-O distinguirán y separarán claramente el aspecto lógico-analítico del aspecto dialéctico-retórico de la obra aristotélica, lo que permitirá: 1. Reivindicar la Nueva Retórica como una continuación crítica de la tradición aristotélica de la retórica y la dialéctica. 2. Tomar una postura crítica frente al racionalismo moderno (desde Descartes hasta el positivismo lógico) que se apoya en el modelo analítico deductivo de la razón y el razonamiento. 3. Distinguir el ámbito de las “pruebas retóricas” como distinto del de las “pruebas analíticas”. 4. Plantear las diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano y la demostración en un sistema lógico. 5. Concluir esta sección con algunas observaciones generales sobre la relación de la Nueva Retórica con las disciplinas lógica, dialéctica y retórica de Aristóteles. 4.1. Nueva Retórica como continuación crítica de la tradición aristotélica de la retórica y la dialéctica La distinción aristotélica de dos tipos de discursos que se enfocan, bien a la demostración de verdades científicas, o bien a la deliberación sobre asuntos prácticos, es retomada por Perelman en el ensayo “Retórica y filosofía”: 187 “Ya que... la discusión con un único interlocutor o incluso la deliberación íntima dependen, para nosotros, de una teoría general de la argumentación, la idea que tenemos del objeto de nuestro estudio, lógicamente, rebasa con mucho al de la retórica clásica”, dicen P-O en la introducción del Tratado de la argumentación (1989, p. 38). La expresión “retórica clásica” no se opone todavía aquí a “retórica antigua”, como sucederá después en el Imperio Retórico, donde la primera (clásica) se referirá a la retórica que parte de Petrus Ramus y la segunda (antigua) a aquella de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano. 130 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) A los métodos que permiten acceder al conocimiento científico, a la contemplación de verdades eternas, Aristóteles añade, en su Órganon, las técnicas dialécticas y retóricas, indispensables cuando se trata de hablar del elogio y de la censura, de lo justo y de lo injusto, de lo conveniente y de lo inconveniente, es decir, las técnicas que debemos utilizar para examinar y exponer de una manera razonable los problemas concernientes a los valores. (1969/1970, p. 220) Y, en general, a los problemas de la ‘razón práctica’. Nótese que desde ya queda planteada la oposición entre la Lógica (analítica o formal) por un lado, y el par de disciplinas Retórica y Dialéctica, necesarias para discutir razonablemente sobre los valores. También en el artículo “Logique et rhétorique”, P-O retoman la función que Aristóteles asigna a la disciplina retórica, enfatizando su diferencia con el enfoque analítico (que exige unas reglas específicas y unos sujetos competentes en ellas): Mientras que en los Analíticos Aristóteles se preocupa por los razonamientos concernientes a la verdad, y sobre todo a lo necesario, “la función de la retórica”, nos dice, “es la de tratar sobre aquellas materias sobre las que deliberamos y para las que no disponemos de artes específicas, y ello en relación con oyentes de tal clase que ni pueden comprender sistemáticamente en presencia de muchos elementos ni razonar mucho rato seguido. (Perelman y Olbrechts, 1952, pp. 11-12)188 Este énfasis en la diferencia entre el argumento lógico-analítico y el persuasivo (sea dialéctico o retórico) también se presenta cuando los autores toman posición crítica frente a la predilección de Aristóteles por la búsqueda de la verdad por medio de la lógica (al menos en su período maduro de los Analíticos), y una supuesta desvalorización de la retórica, al considerarla Aristóteles como más apta para dirigirse a la masa incompetente: Destaquemos enseguida que esta concepción [de Aristóteles] que funda la retórica sobre la ignorancia y sobre lo probable, en vez de lo verdadero y lo cierto —y que no deja ningún lugar a juicios de valor— la pone, en un primer momento, en un estado de inferioridad que explicaría su posterior declive. ¿En lugar de ocuparse de la retórica y de las opiniones engañosas, no valdría más, en ayuda de la filosofía, tratar de conocer la verdad? La lucha entre la lógica y la retórica es la transposición, en otro plano, de la oposición entre la aletheia y la doxa, entre la verdad y la opinión, característica del siglo V a.C. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 12) 188 Cita de Aristóteles, Retórica, Libro I, 1357 a. (sigo la traducción de Racionero, 1999, p. 182). 131 Pedro José Posada Gómez Más adelante enfatizan su toma de distancia frente al “desprecio” de los teóricos de la retórica antigua por el auditorio: Contrariamente a Platón, lo mismo que a Aristóteles y Quintiliano, quienes se esforzaron por encontrar en la retórica razonamientos semejantes a los de la lógica, no creemos que la retórica sólo sea un expediente menos seguro, que se dirige a los ingenuos y a los ignorantes. Hay dominios como aquellos de la argumentación religiosa, de la educación moral o artística, de la filosofía, o del derecho, en los cuales la argumentación no puede ser más que retórica. Los razonamientos válidos en la lógica formal no pueden aplicarse en los casos en los que no se trata ni de juicios puramente formales, ni de proposiciones con un contenido tal que la experiencia sea suficiente para establecerlos. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 39) Se podría decir que ante la alternativa Verdad (revelada, intuida, permanente) vs. Opinión (falible, provisional), los autores optarán por la segunda. Elección no exenta del riesgo del relativismo, para una teoría que, en tanto “teoría general de la argumentación”, se dirige al auditorio universal. Volveré sobre esto al final del capítulo. Antes de precisar mejor la delimitación que nuestros autores hacen de los campos de la lógica y la argumentación dialéctico-retórica, recordemos que ellos toman nota de una desmembración de dos tendencias en la retórica, ya desde la antigüedad y preservada hasta épocas recientes: Es esta incomprensión [por parte de Richard D. D. Whately en sus Elements of Rhetoric, 1928] del rol y la naturaleza del discurso epidíctico —el que, no olvidemos, existe realmente, y es imposible no atenderlo—, lo que ha animado el desarrollo de las consideraciones literarias en la retórica y ha favorecido, entre otras causas, el desmembramiento de ellas en dos tendencias: la una filosófica, que busca integrar en la lógica las discusiones sobre asuntos controvertibles, en tanto que inciertos, y donde cada uno de los adversarios busca mostrar que su opinión es la verdadera o la verosímil; y la otra, literaria, que busca desarrollar el aspecto artístico del discurso y se preocupa sobre todo por los problemas de la expresión. La primera tendencia pasaría por Protágoras y por Aristóteles, diciendo que “la verdad y lo que se le parece dependen de la misma facultad” hasta llegar al arzobispo Whately. La segunda pasaría por Isocrátes y nuestros maestros de estilo hasta llegar a Jean Paulhan y a I. A. Richards. (Perelman y Olbrechts, 1952, pp. 15-16) En esta apreciación histórica quiero resaltar que en la distinción: “retórica filosófica” / “retórica literaria” —que es equiparable a la distinción “retórica antigua” / “retórica clásica”, y que es una separación que la Nueva Retórica quiere superar—, todavía se reconoce el nexo, planteado por Aris132 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) tóteles, entre lógica, dialéctica y retórica (si bien el estagirita no las confundía ni subordinaba la una a la otra). Sin entrar, por ahora, a examinar la asimilación que hace la Nueva Retórica de los razonamientos dialécticos y retóricos, retengamos que con el énfasis en la oposición entre el razonamiento analítico y el persuasivo, en la Nueva Retórica tienden a desaparecer los vínculos de la lógica con la dialéctica y la retórica. 4.2. Una postura crítica frente al racionalismo moderno (desde Descartes hasta el positivismo lógico) apoyado en el modelo analítico deductivo de la razón y el razonamiento Esta tónica de oponer la lógica a la retórica, y en general, a la teoría de la argumentación, se intensifica con la crítica devastadora que hacen Perelman-Olbrechts del racionalismo moderno y del logicismo posterior. Así lo plantearon en “Logique et rhétorique”: De hecho, el desarrollo de la lógica moderna data del momento en que, para estudiar los procesos de razonamiento, los lógicos se dedicaron a analizar el modo de razonar en las matemáticas; esto es, a un análisis de los razonamientos utilizados en las ciencias formales, las ciencias matemáticas, del que resultó la concepción actual de la lógica; lo que implica que toda argumentación que no es utilizada en las ciencias matemáticas no aparecerá tampoco en la lógica formal. (Perelman y Olbrechts, 1952, p. 8) En un artículo de 1952 Perelman planteó su evaluación del efecto que tuvo el desarrollo del modelo matemático de razonamiento, en el racionalismo y en la lógica moderna: (...) después de Descartes, la razón es considerada como el instrumento común a todos los hombres, capaz de hacerles comulgar en la adhesión a las mismas verdades eternas, el culto de esta facultad implica el rechazo de todo lo que podría ser un obstáculo a la razón inmutable, el menosprecio de lo particular, lo pasajero y lo variable, de la individualidad y la historia. El racionalismo de siglos posteriores asociará a la idea de razón la de necesidad, y reducirá progresivamente la lógica al estudio de las pruebas analíticas. Si Kant limita las pretensiones del conocimiento racional, es porque, para él igualmente, el uso legítimo de la razón pura está unido a los razonamientos necesarios, que sólo conciernen al aspecto formal del saber. El análisis del razonamiento deductivo, empresa de los lógicos desde hace un siglo, ha conducido del mismo modo a todos los filósofos que se inspiran en la enseñanza de la lógica formal a reducir lo racional a lo formal y a considerar como ilegítimo todo uso diferente de la razón. (Perelman, 1952/1963, p. 3) 133 Pedro José Posada Gómez En este mismo ensayo se señala el peligro ético que, para los autores (Perelman y Olbrechts-Tyteca), representó el enfoque logicista y formalista de la razón, que condenó al irracionalismo, al ciego decisionismo, o a la violencia, la solución de los problemas de la razón práctica: Las luchas incesantes que, desde Descartes, han opuesto los racionalistas a sus adversarios en la tradición filosófica occidental, han contribuido a reforzar una tesis común en los dos campos, la de la unión de la razón a los razonamientos necesarios. Lo racional se extiende a los dominios que se cree están sometidos a las pruebas apodícticas, y todo lo que no es susceptible de una prueba necesaria se califica como irracional: Ahora bien, me parece que es esta tesis común, esta concepción de la razón, la que es inadecuada, y es responsable, en gran parte, del camino sin salida en el cual se encuentra el racionalismo contemporáneo. En efecto, las dos actitudes que el racionalismo podría adoptar, parecen ambas desastrosas: o bien él limita la competencia de la razón al dominio explorado por la lógica formal y las matemáticas, mientras abandona a lo irracional el dominio de la experiencia y de la acción, y amplía otro tanto el campo donde la violencia es el principal elemento de decisión; o bien extiende el dominio de la razón apodíctica, y excluye, por este mismo hecho, del dominio examinado, todo lo que es relativo a la individualidad y a la libertad humanas, a la cultura y a la historia, pues sólo se puede ver como un obstáculo para la razón inmutable y eterna a las condiciones individuales, sociales e históricas de su puesta en obra. Y lo que es grave para un racionalista, es que esta extensión de la razón por fuera de lo formal, no puede justificarla por procedimientos conformes a lo que considera como racional, sino gracias a una construcción metafísica más o menos frágil. De otra parte, esta misma concepción inadecuada de la razón, concebida como una facultad del razonamiento necesario, es responsable, a la vez, de una limitación indebida de la lógica moderna, de la insuficiencia de las concepciones modernas de la inducción, de la inexistencia de una metodología filosófica de las ciencias humanas y de la ausencia de una lógica adecuada de los juicios de valor, que pueda suministrar las razones para una decisión humana. (Perelman, 1952/1963, p. 4) Nótese que en este período Perelman y Olbrechts-Tyteca aún no se han desprendido de la intención de buscar una “lógica de los juicios de valor”. Parecería paradójico que P-O planteen en “Logique et rhétorique” (y lo repetirá Perelman en el Imperio retórico) que vieron conveniente aplicar el exitoso modelo que aplicó Frege a la lógica formal, al estudio de la argumentación, pero se trata de recuperar sus características de objetividad descriptiva y rigor metodológico: ¿Si este análisis de las ciencias formales ha sido tan fecundo, no podría emprenderse un análisis semejante en el dominio de la filosofía, del derecho, de 134 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) la política y de todas las ciencias humanas? ¿Este no tendría por resultado más que sustraer a la argumentación usada en estas ciencias a una asimilación a los fenómenos de sugestión —que aquí implica generalmente alguna desconfianza—, o a una asimilación a la lógica, que en su estructura actual, debe necesariamente repudiar este género de razonamientos? ¿En las disciplinas de las ciencias humanas, no se podrían tomar los textos que son considerados tradicionalmente como modelos de argumentación, y extraer de ellos experimentalmente los procedimientos de razonamiento que son considerados como convincentes? (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 8-9). Luego, en el mismo ensayo: “¿No tenemos entonces el derecho de esperar que, utilizando para el estudio de la retórica el mismo método que se ha usado en la lógica, el método experimental, podríamos igualmente reconstruir la retórica y obtener rendimientos interesantes?” (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 11). La primera frase de la Introducción del Tratado de la argumentación no puede ser más explícita al respecto de los alcances filosóficos de la crítica al racionalismo y al logicismo modernos: “La publicación de un tratado dedicado a la argumentación y su vinculación a una antigua tradición, la de la retórica y la dialéctica griegas, constituye una ruptura con la concepción de la razón y del razonamiento que tuvo su origen en Descartes y que ha marcado con su sello la filosofía occidental de los tres últimos siglos” (Perelman-Olbrechts, 1958/1989, p. 30). Y más adelante, en esta Introducción, caracterizarán en un párrafo al objeto de sus críticas: al racionalismo y a un logicismo inspirado en los Analíticos de Aristóteles: Es racional, en el sentido más amplio de la palabra, lo que está conforme a los métodos científicos, y las obras de lógica dedicadas al estudio de los procedimientos de prueba, limitadas esencialmente al estudio de la deducción y, de ordinario, complementadas con indicaciones sobre el razonamiento inductivo, reducidas, por otra parte, no a los medios que forjan las hipótesis, sino a los que las verifican, pocas veces se aventuran a examinar los medios de prueba utilizados en las ciencias humanas. En efecto, el lógico, inspirado en el ideal cartesiano, sólo se siente a sus anchas con el estudio de las pruebas que Aristóteles calificaba de analíticas, ya que los demás medios no presentan el mismo carácter de necesidad. Y esta tendencia se ha acentuado mucho más aún desde hace un siglo, en el que, bajo la influencia de los lógico-matemáticos, la lógica ha quedado limitada a la lógica formal, es decir, al estudio de los procedimientos de prueba empleados en las ciencias matemáticas. Por tanto, se deduce que los razonamientos ajenos al campo meramente formal escapan a la lógica y, por consiguiente, también a la razón. Esta razón —de la cual esperaba Descartes que permitiera, por lo menos en principio, resolver todos los problemas que se les plantean a los hombres y 135 Pedro José Posada Gómez de los cuales el espíritu divino posee ya la solución— ha visto limitada cada vez más su competencia, de manera que aquello que escapa a una reducción formal presenta dificultades insalvables para la razón. (Perelman-Olbrechts, 1958/1989, p. 32) 4.3. Las “pruebas retóricas” y las “pruebas analíticas” Como ya se dijo, la delimitación entre el campo de la lógica y el de la retórica supone una distinción paralela en el concepto de “prueba”. La distinción entre pruebas analíticas y pruebas dialécticas (y retóricas) la retoman P-O de Aristóteles. Así lo plantean en la Introducción al Tratado: (...) ya Aristóteles había analizado las pruebas dialécticas al lado de las demostraciones analíticas, las que conciernen a lo verosímil junto a las que son necesarias, las que sirven para la deliberación y la argumentación junto a las que se emplean en la demostración. (Perelman-Olbrechts, 1958/1989, p. 33) Nótese que, aunque los autores hablan de que las pruebas de cada tipo estaban, en Aristóteles, “al lado de” las del otro tipo, P-O no toman en consideración que ya desde los Tópicos y las Refutaciones sofísticas, las pruebas demostrativas son un tipo de argumento dialéctico. Idea que expuse en el capítulo 1 de esta tesis y que fue planteada por P. Aubenque (y que será asumida luego por P-O cuando planteen el “primado de la razón práctica” sobre la razón teórica). Ya en Lógica y retórica habían planteado esta oposición entre dos tipos de prueba: Es forzoso también entender el sentido de la palabra “prueba” —del que se ocupan las ciencias humanas, donde es usada para englobar todo lo que no es sugestión pura y simple— que la argumentación utilizó bien a partir de la lógica, bien a partir de la retórica. Es, sin embargo, por oposición a la lógica, como se llegará mejor a caracterizar los medios de prueba particulares que llamaremos retóricos. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 17) Más adelante enfatizarán que “la adhesión de los espíritus... es obtenida por una diversidad de procedimientos de prueba, que no pueden ser reducidos ni a los medios utilizados en la lógica formal, ni a la simple sugestión” (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 33). También en El Imperio Retórico, Perelman define el dominio de la argumentación, a partir de la idea aristotélica de los Tópicos y la Retórica, separándolo estrictamente del campo de la lógica (tanto deductiva como inductiva): 136 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (...) nos fue fácil remontarnos a la retórica de Aristóteles y a toda la tradición greco-latina de la retórica y de los tópicos. Constatamos que en los dominios donde se trata de establecer lo que es preferible, lo que es aceptable y razonable, los razonamientos no son ni deducciones formalmente correctas ni inducciones que van de lo particular a lo general, sino argumentaciones de toda especie que pretenden ganar la adhesión de los espíritus a las tesis que se presentan a su asentimiento. (Perelman, 1997, p. 12) En el ensayo Razón eterna, razón histórica, Chaïm Perelman había ya planteado su crítica a la reducción de la prueba al modelo matemático, señalando su falta de consistencia filosófica: La lógica formal moderna está constituida gracias al análisis de formas de razonamiento utilizados por los matemáticos. Es a partir del modelo matemático que se desarrolla la teoría de la demostración, la teoría de la prueba constrictiva, a la cual es necesario adherir o, al menos, a la cual adhiere todo espíritu normalmente constituido. Pero tal limitación de la noción de prueba, tal reducción de la lógica a las estructuras utilizadas en la demostración formal, sólo está justificada para aquel que admite la posibilidad, al menos en derecho, de suministrar la prueba de toda tesis válida, en todo dominio del pensamiento. Quien adhiere a esta concepción limitativa de la prueba y quien reconoce que allí escapan dominios enteros del pensamiento, no puede más que renunciar, en estos dominios, al uso de la razón. Los positivistas modernos, quienes hacen parte de esta última categoría de pensadores racionalistas, han tenido que considerar como irracionales todas las tesis que rigen nuestra acción, todos los enunciados normativos y, en particular, todas sus justificaciones filosóficas. Ellos han llegado así a condenar la filosofía misma, en nombre de una concepción de la razón y de la prueba que dependen de la filosofía y que ellos no pueden justificar más que contraviniendo a sus propios principios. (Perelman, 1952/1963, pp. 98-99) 4.4. Diferencias entre la argumentación en el lenguaje cotidiano y la demostración en un sistema lógico Las distinciones anteriores servirán a los autores para puntualizar las diferencias entre la Nueva Retórica o Teoría de la argumentación y la lógica formal, cuya presentación podemos sintetizar en cinco puntos, siguiendo el artículo Logique et Rhétorique, así: 1. “La retórica, en nuestro sentido del término, difiere de la lógica por el hecho de que ella se ocupa no de la verdad abstracta, categórica o hipotética, sino de la adhesión”. El fin de la retórica es “producir o acrecentar la adhesión de un auditorio determinado a ciertas tesis y su punto de partida será la adhesión de este auditorio a otras tesis (…)”. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 18) 137 Pedro José Posada Gómez No obstante, hay diferencias entre la argumentación con (“frente a”) una sola persona, en el diálogo o el debate, y argumentar ante un gran auditorio; es decir, entre la situación dialéctica y la situación retórica de la argumentación: Cuando se trata de obtener el asentimiento de una sola persona, uno no puede, por la fuerza misma de las cosas, utilizar la misma técnica de argumentación que se utiliza delante de un gran auditorio. Es necesario asegurar a cada paso el acuerdo del interlocutor plateándole preguntas, respondiendo a sus objeciones; el discurso se transforma en diálogo. Esta técnica socrática, opuesta a la de Protágoras, es también la que utilizamos cuando deliberamos solos y consideramos los pros y contras de una situación delicada. (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 20-21) 2. Diferencias relativas al auditorio: Si el carácter del auditorio es primordial en la argumentación retórica, la opinión que este auditorio tiene del orador juega un papel muy importante, lo que no cuenta en la lógica. En la argumentación retórica es imposible escapar a la interacción entre la opinión que el auditorio tiene de la persona del orador y la que tiene de los juicios y argumentos de este último. Que uno llame competencia, autoridad, o prestigio a esta cualidad del orador no evita que ella juegue como una gran constante; siempre y en cada instante del tiempo, ella estará influenciando las proposiciones mismas que debe apoyar. En la lógica, como en la ciencia, nosotros podemos creer que nuestras ideas son la representación de la realidad, o experiencia de la verdad, y que nuestra persona no interviene en nuestras aserciones; la proposición no es concebida como un acto de la persona. Pero lo que distingue precisamente a la retórica, es que la persona ha contribuido a valorar la proposición por su misma adhesión a ella. Una afirmación vergonzosa lanza el oprobio sobre el que la ha enunciado y la honorabilidad del que la enuncia le da peso a una afirmación. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 23) 3. Diferencias en el carácter constriñente: Lo que distingue, por otra parte, a la lógica de la retórica, es que, mientras que en la primera se razona enteramente en un sistema dado, que se supone admitido, en una argumentación retórica todo es susceptible de ser puesto en cuestión; uno siempre puede retirar su adhesión: lo que se acuerda es un hecho, no un derecho. Mientras que en la lógica la argumentación es constrictiva, no es así en la retórica. Uno no puede estar obligado a adherir a una proposición u obligado a renunciar a causa de una contradicción en la que uno estaría atrapado. La argumentación retórica no es concluyente, porque ella no se desarrolla en un sistema en el que las premisas y las reglas de deducción son unívocas y fijas de modo invariable. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 26) 138 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Un caso en el que se puede percibir mejor esta diferencia entre el sistema lógico y la argumentación, es en el de los argumentos cuasilógicos denominados incompatibilidades. Mientras que una contradicción sería fatal en un sistema formal, una incompatibilidad siempre es sorteable en una argumentación no formal. Mientras que la inconsistencia en lógica conduce al absurdo o al sinsentido, la incompatibilidad en retórica solo arriesga a caer en el ridículo: Si, entonces, la incompatibilidad puede siempre ser superada, si uno siempre puede esperar modificar las condiciones del problema, en retórica uno no está jamás condenado al absurdo. Hay, sin embargo, una noción que, en retórica, juega el mismo rol que el absurdo en lógica: es el ridículo. (PerelmanOlbrechts, 1952, p. 28) También en una situación dialéctica se percibe la diferencia con la deducción lógica: Así que en una discusión, dos adversarios que buscan convencerse el uno al otro pueden ambos ver sus opiniones modificadas por el punto de vista del contendiente. Ellos terminan en un compromiso que será diferente tanto de la tesis del uno como de la del otro, a lo que no se podría llegar razonando en un sistema deductivo fijado unívocamente. (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 28-29) 4. A diferencia del principio de la economía que rige la elección de los axiomas y el proceso de demostración en la lógica formal, la argumentación no supone una base definitiva y siempre es susceptible de ampliación: Ya que, en lógica, la argumentación es constrictiva, una proposición una vez probada hace superflua toda otra prueba. Por el contrario, en retórica, la argumentación no es constrictiva, un grave problema se presenta a cada interlocutor: aquel de ampliar la argumentación. En principio, no hay un límite para la acumulación útil de argumentos y no puede decirse, de entrada, qué pruebas serían suficientes para determinar la adhesión. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 29) 5. El lenguaje lógico formal es un lenguaje artificial, creado para lograr exactitud y evitar la ambigüedad; por el contrario, la argumentación en el lenguaje cotidiano no puede prescindir del carácter polisémico de sus expresiones, ni siquiera en los discursos de la razón práctica: 139 Pedro José Posada Gómez Si la argumentación retórica no es constrictiva, es porque sus condiciones son mucho menos precisas que las de la argumentación lógica. En la misma medida en que ella no es formal, toda argumentación retórica implica la ambigüedad y la confusión de los términos sobre los cuales ella se funda. Esta ambigüedad puede ser reducida en la medida en que uno se aproxime al razonamiento formal. Pero, a menos que se llegue a un lenguaje artificial, como el que puede resultar del acuerdo de un grupo de sabios especialistas en una ciencia determinada, la ambigüedad subsistirá siempre. La condición misma de la argumentación constrictiva es la univocidad, en tanto que la argumentación social, jurídica, política, filosófica, no puede eliminar toda ambigüedad. (Perelman-Olbrechts, 1952, pp. 30-31) Y a manera de conclusión sobre estas diferencias: Las consideraciones que preceden nos parecen suficientes para poder afirmar que el dominio de la argumentación retórica no puede ser reducido por un esfuerzo, por avanzado que sea, de retrotraerla, sea a la argumentación lógica, sea a la sugestión pura y simple. (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 33) Es importante notar que en esta separación de los campos de la lógica y la retórica, quedan también separados los asuntos de la validez y la eficacia de los argumentos: “Nosotros diremos que la corrección es para la gramática, y la validez es para la lógica, lo que la eficacia es para la retórica” (Perelman-Olbrechts, 1952, p. 38). Lo cual plantea un problema, al momento de definir la fuerza de los argumentos como una mezcla de ‘eficacia’ y ‘validez’, como veremos más adelante. Por su parte, el profesor Adolfo León Gómez hace su propia versión de las cinco diferencias que la Teoría de la Argumentación de P-O presenta entre demostración lógica formal y argumentación en el lenguaje cotidiano (2001/2006, pp. 87-106)189: I. La primera gran diferencia que hay entre lógica y argumentación es la siguiente: la lógica se define en términos de sintaxis y de semántica. (...) en un razonamiento lógicamente válido la verdad se transmite o se propaga necesariamente de la premisa, o premisas, a la conclusión, o conclusiones; porque un razonamiento puede tener más de una conclusión. En cambio, en argumentación, lo que se transmite no es la verdad sino la adhesión: la adhesión a unas tesis que el orador quiere que su público, o audiencia, acepte mediante, precisamente, la argumenta- 189 Resumo lo dicho por Adolfo León Gómez (2001/2006) en Seis conferencias sobre Teoría de la Argumentación, quien se inspira, en parte, en un texto de Gochet. 140 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) ción. Podríamos decir, siguiendo la analogía lógica, que la adhesión en la argumentación se propaga de premisa o premisas a conclusión o conclusiones. Dicho en otras palabras: II. III. En la lógica, la lógica clásica, lo que se transmite (de premisas a conclusión) es la verdad y lo que se retro-transmite (de la conclusión a, al menos, una de las premisas) es la falsedad. En la argumentación, lo que se transmite es la adhesión y lo que se retro-transmite es el desacuerdo. La adhesión se intenta producir mediante una relación interpersonal. Esta es una interacción entre agentes humanos libres. Pues mientras que “la lógica es impersonal”, “no podemos hablar de impersonalidad en la argumentación, porque ella es una interacción entre seres humanos”. Hay otra diferencia complementaria. No solo hay una diferencia entre lo que se transmite, verdad o falsedad, adhesión o desacuerdo, sino también en la forma de transmisión. En lógica, la verdad se transmite necesariamente de las premisas a la conclusión. En cambio no podemos decir que la adhesión se transmita necesariamente. La forma de la transmisión podemos decir simplemente que es viable, que es plausible, que es probable, pero no en un sentido cuantificable, sino en un sentido más cualitativo de la palabra probabilidad. Una segunda diferencia entre lógica y argumentación: Toda argumentación es ad hominem... En toda obra donde hay razonamiento hay una forma de atacar al adversario que se dice que es ad hominem, pero ese sentido no es el sentido que le vamos a dar dentro de la teoría de la argumentación. Decir que la argumentación es ad hominem, simplemente quiere decir que la argumentación es relativa al auditorio. (Ad hominem quiere decir ‘para el hombre’). Tercera diferencia. La lógica formal y cualquier formalismo son sistemas cerrados, cerrados sobre sí, e intemporales... La argumentación es abierta y temporal. Las premisas de la argumentación, por ejemplo, los hechos, las verdades, las presunciones, los valores, las jerarquías de valores y los lugares comunes de lo preferible, varían de una época a otra, varían de un autor a otro. Hay otras características que podríamos aportar para mostrar los efectos del tiempo en la argumentación. Por ejemplo, una primera característica es que la argumentación nunca es definitiva; una prueba lógica es definitiva desde el momento en que se hace, la argumentación no, pues la adhesión se modifica con el tiempo. El tiempo afecta y puede corroer a la argumentación. La argumentación jamás se cierra, en un sentido técnico. Los cambios en las personas, en el tiempo, en los contextos pueden cambiar la situación de la argumentación.” (...) “En el orden de la argumentación también es decisivo el orden temporal”. 141 Pedro José Posada Gómez IV. V. Cuarta diferencia. La lógica formal ha aislado del contexto no solo el sistema sino también sus instrumentos, es decir, el lenguaje. El lenguaje lógico es un lenguaje artificial, es algo que se construye artificialmente (...) El lenguaje lógico es un lenguaje unívoco: a cada símbolo, a cada ideograma, le corresponde un concepto, y a cada concepto corresponde un símbolo. Hay una relación biunívoca entre significante y significado en lógica. En cambio, la argumentación se elabora en los lenguajes naturales (...) Algo más, en esta diferencia entre lógica formal y argumentación, podemos decir que en lógica, como un código que es, no hay lugar para lo implícito o para lo presupuesto. Quinto. Toda argumentación, en todos sus pasos y en todos sus elementos, puede volverse cómica. Un sistema formal en ningún momento produce risa, precisamente porque es impersonal, porque es un sistema artificial, porque no se puede jugar con las palabras, por ejemplo, en el caso de las ambigüedades de todos los días. La lógica formal solo puede volverse cómica en contextos argumentativos. Sinteticemos estas dos presentaciones (la de Perelman-Olbrechts, y la de Adolfo León Gómez) en la Tabla 4.1. Tabla 4.1. Diferencias entre demostrar y argumentar Demostración Argumentación 1. Transmisión de la adhesión. Y Retro1. Transmisión de la verdad. Y retro-transtransmisión del desacuerdo. (Propiedad misión de la falsedad (Propiedades sintácpragmática del macro-acto de habla de artico-semánticas). gumentar) 2. Toda argumentación es ad hominem (el 2. La demostración es impersonal. ethos del orador y el pathos del auditorio afectan a la argumentación). 3. La demostración opera en un sistema 3. La argumentación es abierta, temporal. formal con reglas fijas y conclusiones No hay contradicciones sino incompatibiliconstrictivas, so pena de contradicción o dades. La falla puede llevar al ridículo. incoherencia. 4. El lenguaje artificial de la lógica bus- 4. El lenguaje natural de la argumentación ca la precisión y evita la ambigüedad. No no puede escapar a la ambigüedad. Acepta acepta implícitos. implícitos y presuposiciones de todo tipo. 5. El lenguaje lógico busca economía de 5. La argumentación es susceptible de recpremisas y brevedad de la demostración. tificación y ampliación. La variación del El orden de las inferencias es estricto. orden puede influir en su resultado. 6. La lógica es “seria” (y, a veces, trágica 6. Toda argumentación puede volverse có—por las antinomias—). mica o ridícula. 142 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 4.5. Algunas observaciones generales sobre la relación de la Nueva Retórica con la lógica, la dialéctica y la retórica aristotélicas De lo dicho hasta aquí, trataremos de inferir algunas conclusiones sobre la relación de la Nueva Retórica con el legado aristotélico. La teoría de P-O se presenta como una Nueva Retórica que podría considerarse también como una “Nueva Dialéctica”. Así lo afirman en la Introducción al Tratado: Nuestro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas, que examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica. Sólo esta evocación de la terminología aristotélica hubiera justificado el acercamiento de la teoría de la argumentación con la dialéctica, concebida por el propio Aristóteles como el arte de razonar a partir de opiniones generalmente aceptadas (εὔλογος). (Perelman y Olbrechts, 1989, p. 36) A continuación los autores refieren dos razones para haber preferido el nombre de ‘retórica’ al de ‘dialéctica’ para su teoría: la primera, el sentido del concepto de dialéctica después de Hegel y sus discípulos; la segunda, que el razonamiento dialéctico fue considerado, desde la antigüedad, como “paralelo al razonamiento analítico”; mientras que para nuestros autores lo que hay que resaltar es que la dialéctica (tanto como la retórica) “alude a las opiniones, es decir, a las tesis a las cuales cada persona se adhiere con una intensidad variable” (1989, p. 36). Así, enfatizando que “toda argumentación se desarrolla en función de un auditorio”, los autores pueden considerar a la dialéctica como un caso de la retórica, aquel en la cual el auditorio está encarnado, alternativamente, por cada interlocutor en el diálogo. El énfasis en el papel que juega el auditorio en la retórica es un elemento que ya está presente en la Retórica de Aristóteles, sin embargo, su generalización a todo tipo de argumentación no deja de constituir un elemento novedoso de la teoría de P-O, tal como lo señala Bice Mortara: El reconocimiento de una característica que ya Aristóteles consideró específicamente retórica: la adecuación del discurso al auditorio. Esta problemática distingue cualitativamente la metodología retórica de las llamadas ciencias exactas, que operan con métodos axiomático-deductivos. (Mortara, 1988/1991, p. 328) También N. Bobbio, en el prefacio a la edición italiana del Tratado, resaltando el carácter filosófico y crítico que posee la teoría de P-O, muestra el potencial dialéctico de la misma: 143 Pedro José Posada Gómez La teoría de la argumentación rechaza las antítesis demasiado netas: muestra que entre la verdad absoluta y la no-verdad hay sitio para las verdades que han de estar sujetas a revisión continua, gracias a la técnica de aducir razones en pro y en contra. Sabe que cuando los hombres dejan de creer en las buenas razones comienza la violencia. (Bobbio, como se citó en Mortara, 1991, p. 62) Creo que es justo decir que la Nueva Retórica es principalmente eso, una teoría sobre la retórica, que además puede reclamar pertinencia como teoría dialéctica por dos razones: 1) Por la ya mencionada recuperación del tipo de argumentos que Aristóteles llamó dialécticos en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas; y 2) Por las constantes alusiones a la situación dialéctica (diálogo, debate, controversia) que aparecen diseminadas en el Tratado de la argumentación y en otras obras de P-O, o de Perelman solo. Es importante, de todos modos, señalar aquí la diferencia fundamental de la Nueva Retórica con la dialéctica aristotélica. Tal como lo ha recordado F. Jacques (y lo hemos mostrado en la primera parte de este trabajo): (...) para Aristóteles, los razonamientos dialécticos, lo mismo que los propiamente retóricos, se presentan como formalmente rigurosos. En principio, ellos pueden ser llevados al modelo silogístico. Ya sean sus conclusiones reales o aparentes, que se apoyen en premisas establecidas como verdaderas o meramente aceptadas, ellos muestran al menos una necesidad relativa. El dialéctico que discute, el orador que persuade, emplean un razonamiento tan riguroso como el del profesor que expone. Sólo el contexto de aplicación del razonamiento, y por tanto su punto de partida, difieren. (Jacques, 1979, pp. 50-51) Agrega F. Jacques que, mientras que para Perelman el objetivo de la argumentación no es la elaboración de razonamientos correctos, sino, simplemente, conseguir que el auditorio acepte la tesis que se le dirige; para Aristóteles el problema mayor sigue siendo la validez del razonamiento: “Para Aristóteles, la retórica está animada por una base filosófica que la enlaza, a través de la dialéctica, a la filosofía primera. Sus medios de persuasión son todavía un tipo de demostración” (Jacques, 1979, p. 53). Sobre las relaciones de la Nueva Retórica con la lógica se puede afirmar que la separación de las disciplinas retórica y dialéctica con respecto a la lógica analítica aristotélica es continuada por los autores del Tratado y ampliada a la separación de la teoría de la argumentación con respecto a la lógica formal moderna (y a todo el ideal del racionalismo inspirado en el modelo lógico-matemático de deducción). 144 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) No hay que olvidar que la lógica formal surgió como una forma de análisis del razonamiento cotidiano. Que, desde la antigüedad, la lógica estuvo vinculada con la dialéctica, siendo a veces un complemento de ella, o siendo incluso identificada con ella. Paralelamente, la relación de la retórica con la dialéctica ha sido de “sempiterna unión y rivalidad” (Mortara, 1988/1991, p. 327). En la obra de Perelman-Olbrechts la relación de la lógica con la Nueva Retórica parece haber pasado por varias etapas: 1. Una de oposición, que se puede ver en el libro Logique et Rhétorique (1950); 2. Otra de complementariedad, como se expresa en algunos pasajes del Tratado de la argumentación190; y 3. Al final, una de inclusión de la lógica en la retórica, como lo aclara Olbrechts-Tyteca en una nota al pie del artículo de 1963: “Rencontre avec la rhétorique”: En nuestro estudio de 1950, Logique et Rhétorique, hemos opuesto la una [la lógica] a la otra [la retórica]. Si uno siguiera la dirección indicada por Peirce, incluiría sin duda a la retórica en una lógica ampliada. Creo que, en este momento, nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica una parte de la retórica. Aquí poco importa. Las relaciones podrían ser todo lo diferentes que se quieran según que se adopte un punto de vista histórico, psicológico o de teoría de la argumentación. (Olbrechts-Tyteca, 1963, p. 17) En esta nota de Olbrechts-Tyteca se muestran dos posiciones de los autores del Tratado sobre la relación de la Nueva Retórica con la lógica. La última ha sido también reconocida por el filósofo F. Jacques, en el artículo antes citado, cuando afirma que para Perelman, “la demostración representa un caso límite (de argumentación): aquel en el que los términos en que ella se basa son consensuados y comprendidos por todos de la misma forma, gracias a los medios de conocimiento que se suponen intersubjetivos...” (Jacques, 1979, pp. 50-51). También otros estudiosos de la teoría de la argumentación han logrado detectar al menos tres momentos en la posición de P-O sobre las relaciones entre la lógica y la teoría de la argumentación191. En el primer momento, la Nueva Retórica se opone al intento de reducir el razonamiento humano al cálculo lógico-matemático; en el segundo, la Nueva Retórica se presenta como organón de la razón práctica, complementario del dominio del pensamiento lógico formalizable; en el tercero, la Nueva Retórica subsume al 190 “Los lógicos deben completar con una teoría de la argumentación la teoría de la demostración así obtenida” (Perelman y Olbrechts, 1989, p. 42). (Cfr. Perelman, 1997, p. 23). 191 Debo esta observación al profesor Adolfo León Gómez, quien la ha desarrollado en un trabajo de investigación inédito hasta la fecha. 145 Pedro José Posada Gómez lenguaje lógico-formal como un caso especial suyo, aquel en el cual la reducción de las diferencias y la estandarización del lenguaje y las reglas de inferencia permiten el proceso lógico-deductivo. Uno de los autores que ha desarrollado más ampliamente esta problemática es el filósofo Roland Schmetz (2000), en su libro: L´Argumentation selon Perelman (Pour une raison au coeur de la rhétorique). En el capítulo inicial de su libro Schmetz plantea la intención de Perelman de considerar a la retórica como un método de prueba (lo que la liga al problema epistemológico de la verdad) y, a la vez, como un arte de persuasión (que no sería reducible a la psicología), objetivos que corresponden a dos puntos diferentes sobre la argumentación: “De un lado, se hace de la argumentación un problema de verdad, del otro, se la hace un problema de comunicación” (Schmetz, 2000, p. 40). Se tratará, entonces, para Perelman, dice Schmetz, de estudiar las relaciones que se entretejen entre la prueba y la adhesión (p. 41). En el segundo capítulo del libro, Schmetz desarrollará con más amplitud el que denomina “debate: argumentación versus lógica”. El autor hace un detallado repaso de los textos perelmanianos que abordan el tema, para llegar finalmente a postular tres etapas en el pensamiento perelmaniano (sobre el asunto) y a proponer un intento de síntesis. Las tres etapas (lógicas y cronológicas) serían las siguientes: 1. La argumentación debe depender de la lógica formal. 2. Una concepción dialéctica de la argumentación inscrita en un esquema lógico. 3. Autonomía de la dialéctica argumentativa. Para justificar esta clasificación, el autor se vale de la que llama “la idea de razón dialéctica” de Perelman (pp. 128-129). Esta la encuentra en el “doble movimiento de la razón y la voluntad” —que plantea Perelman en el artículo “Lo que una reflexión sobre el derecho puede aportar al filósofo”—, como una dialéctica que permite, al juez, pasar de las premisas (normas y hechos) a las decisiones judiciales. De estos dos polos de la “razón dialéctica”, la razón y la voluntad, el primero es el “polo objetivo” (la razón como “el conjunto de estructuras que determinan los marcos de una acción” con base en el conocimiento de la realidad) y el segundo es el “polo subjetivo” (la voluntad como “las decisiones que precisan, adaptan y modifican esos marcos de acción”, con base en los valores admitidos)192. 192 R. Schmetz se apoya en una cita del artículo de Perelman titulado “Ce qu’une réflexion sur le droit peut apporter au philosophe”, en Éthique et droit (1962, p. 439). 146 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Esta dialéctica entre un polo objetivo de puntos de partida estables (el corpus de derechos aceptados y la realidad vista desde ellos) y un polo subjetivo (conjunto de valores) se presenta como un movimiento de avance y retroceso, en el cual los mismos puntos de partida pueden ser modificados. Y dada la analogía planteada por Perelman entre el razonamiento jurídico y el filosófico, Schmetz generalizará esta dialéctica del primero a la argumentación filosófica. Con este marco de referencia, veamos brevemente cómo caracteriza este autor la clasificación propuesta de las relaciones lógica-argumentación en Perelman: - Etapa I: La argumentación debe depender de la lógica formal (Período positivista) Schmetz revisa aquí los textos de Perelman de la década de los años cuarenta del siglo XX. En el artículo “Une conception de la philosophie” (s.f., 1, pp. 30-50), Perelman presenta la particularidad de la argumentación filosófica como un ajuste entre el “sentido conceptual” (objetivo) y el “sentido emotivo” de las palabras. El primer sentido es concebido por el autor como vinculado al aspecto conceptual de la deducción filosófica, es decir, a la coherencia lógica (deducción que va del enunciado de leyes universales o principios generales hacia el sentido de los casos de aplicación). El segundo sentido está vinculado al sentido común que permite juzgar las consecuencias de la deducción al nivel de los valores, es decir, del lado emotivo de las ideas (Schmetz, 2000, pp. 135-138). En este período Perelman está aún bajo la influencia del positivismo lógico (como lo muestra la oposición ‘conceptual’-‘emotivo’) y no busca una integración entre lógica y argumentación, sino un ajuste de esta a aquella. La misma concepción se expresa en el artículo de 1947 (pp. 34-46): “De la méthode analytique en philosophie”. - Etapa II: Una concepción dialéctica de la argumentación inscrita en un esquema lógico En esta etapa Perelman busca ya autonomizar a la racionalidad argumentativa con respecto a la racionalidad de la lógica formal, tal como puede verse en el artículo: “Raison éternelle, raison historique” de 1952 (pp. 346354). En este se afirma que el punto de partida de la argumentación son: “ciertos hechos, ciertas presunciones, ciertos valores y ciertas técnicas argumentativas”, y que en la argumentación no se busca tanto una deducción de consecuencias a partir de estos puntos de partida, sino más bien: “permitir el paso de la adhesión, efectiva o presumida, a ciertas tesis, a la adhesión a otras tesis que se trata de promover”. Se reconoce además que las argumentaciones no son constrictivas, pues “ellas suponen siempre la existencia de tesis opuestas, y de una argumentación posible a favor de cada una de 147 Pedro José Posada Gómez ellas”; y, por tanto, la relación entre los puntos de partida y la conclusión no tiene la forma (¿o la ‘fuerza’?) de una deducción lógica. Schmetz interpreta esta concepción perelmaniana de la argumentación en el sentido de que “justificar una tesis” es “un trabajo dialéctico —de modificación y de aproximación— efectuado sobre un conjunto de puntos de partida” (2000, p. 141). Sin embargo, para Schmetz, esta segunda etapa está centrada en el problema del valor de la argumentación filosófica (desarrollando el concepto de un auditorio universal e histórico, al que ella se dirige y que le sirve como criterio de evaluación), por lo que no ofrece una respuesta completa al problema de la relación lógica-argumentación (p. 142). - Etapa III: Autonomía de la dialéctica argumentativa Esta etapa corresponde a lo expresado por Perelman en artículos escritos en los años setenta, como: “Philosophie, rhétorique et lieux communs” (1972, 5, pp. 114-176), “L’usage et l’abus de notions confuses” (1978, 81, pp. 3-17))193, y “The Rational and the Reasonable” (1979). En términos generales, en esta etapa Perelman separa el campo de la argumentación del de la demostración, enfatizando que en el primero los puntos de partida y la conclusión forman un todo que no es pertinente separar, puesto que mantienen una dialéctica de influencia recíproca. En el primer artículo, tomará como modelo la argumentación filosófica para mostrar que en ella se parte de nociones confusas que sirven para formar “visiones del mundo razonadas” como conclusiones, mediante argumentos que sirven para el doble objetivo de precisar la elección de los puntos de partida y especificar el uso de las nociones confusas. En el segundo artículo se enfatizará que en la argumentación filosófica (y jurídica) se tratará de justificar razonablemente la modificación o precisión del sentido habitual y confuso de una noción. En el tercer artículo, Perelman se plantea una dialéctica entre el aspecto racional y lógico del ideal filosófico de universalidad y el carácter particular de los problemas que debe abordar: “Es la dialéctica de lo racional y lo razonable, la confrontación de la coherencia lógica con el carácter no razonable de las conclusiones, lo que constituye la base del progreso del pensamiento” (Perelman, 1979, p. 119). En este sentido, las conclusiones deberán ser consideradas como razonables y provisionales, no como racionales y definitivas. Aquí también se señala la inseparabilidad de los puntos de partida y las conclusiones. Schmetz dirá que, en suma: “el proceso argumentativo 193 Reeditado en Éthique et droit (pp. 803-818). 148 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) es un fenómeno de redefinición, en vista de crear un acuerdo entre las tesis de un locutor y los valores de un auditorio” (2000, p. 151). Solo comentaré, por mi parte, que este interesante y profundo análisis de R. Schmetz no parece ser incompatible con la clasificación, que mencionamos antes, de tres puntos de vista sobre la relación lógica-argumentación en P-O. Si dejamos de lado la primera etapa planteada por Schmetz (que corresponde a un período “logicista” o positivista de Perelman, en todo caso, anterior al encuentro con L. Olbrechts-Tyteca y al re-encuentro con Aristóteles), las etapas II y III de Schmetz pueden hacerse compatibles con nuestras etapas I y II (de oposición y complementariedad entre lógica y argumentación), y solo quedaría pendiente la pertinencia de nuestra etapa III (la que considera a la lógica como un caso especial de argumentación), que fue enunciada por Lucie Olbrechts-Tyteca (y retomada por Francis Jacques) como vimos antes. Valga agregar que en toda esta polémica se ha entendido a la lógica como ‘lógica formal’ (y que en las diferencias entre lógica y argumentación se enfatiza el modelo de la lógica formal postfregeana, es decir, convertida en un cálculo axiomatizado). Finalmente, quisiera plantear un par de implicaciones problemáticas que tiene, para una teoría general de la argumentación, el hecho de enfatizar la separación radical de la Nueva Retórica con respecto a la lógica formal, dejando de lado una larga tradición de análisis de los aspectos formales del lenguaje y la argumentación. Tales implicaciones las veo reflejadas en dos temas de la Nueva Retórica: a) en el análisis de los argumentos que parecen tener una estructura lógico-formal, y que P-O clasifican siempre como “cuasi-lógicos”; y b) en la vaguedad del concepto de ‘validez’, cuando los autores del Tratado afirman que la ‘fuerza’ de un argumento combina aspectos de ‘eficacia’ y ‘validez’. Veamos con un poco de más detalle estos dos problemas. a) Recordemos la definición del razonamiento cuasilógico: Los razonamientos cuasilógicos son aquellos que se comprenden aproximándolos al pensamiento formal de naturaleza lógica o matemática. Pero un argumento cuasilógico difiere de una deducción formal, por el hecho de que él presupone siempre una adhesión a tesis de naturaleza no formal, que son las únicas que permiten la aplicación del argumento. (Perelman, 1997, p. 77) A diferencia del carácter formal y constrictivo (lógicamente necesario) de los razonamientos formales, los argumentos cuasilógicos son controvertibles. No son demostraciones correctas, sino argumentos más o menos fuertes, pero con apariencia lógica. Los cuasilógicos pretenden tener poder de convicción en la medida en que se presentan como comparables a razo149 Pedro José Posada Gómez namientos formales, lógicos o matemáticos, pero se distinguen fundamentalmente de aquellos en que dan lugar a controversia; no son constrictivos. Perelman sugiere analizar los argumentos cuasilógicos comparándolo con aquellos esquemas lógicos o matemáticos a los que se asemejan. Así, podemos establecer un cuadro comparativo (Tabla 4.2). Tabla 4.2 Comparativo entre argumentos cuasilógicos y esquemas lógicos194 Argumentos cuasi-lógicos Esquemas lógico-matemáticos 1. Incompatibilidades Aporías, Paradojas semánticas, Autofagias 1’. Contradicción lógica ( p Ù ¬ p), violación del principio de no contradicción: ¬ ( p Ù ¬ p) (p → -p) → -p 2. Definiciones y análisis (Planteados como identidad total entre definiens y definiendum; analisans y analisandum; explanans y explanandum; tautologías aparentes) 2’. Principio de identidad (p → p); (x = df. y) Tautologías (leyes lógicas) 3. Regla de justicia y reciprocidad (ley del Talión, igualdad ante la ley, regla de oro, imperativo categórico... ) 3’. Principio de simetría de relaciones lógicas [aRb → bRa] 4. Transitividades argumentativas. Relaciones de inclusión y de división. - Sorites chino; entimemas - Dilemas 4’. Transitividad formal [aRb Ù bRc] → aRc Si (a>b) y (b>c) entonces (a>c) [(p v q) Ù (p→ r) Ù (q→ r)] → r [(p →q) Ù (-p → q)] ↔ q 5. Comparaciones (asimiladas a mediciones, pesos o probabilidades cuantificables) 5’. Pesos, medidas y probabilidades matemáticas La tabla puede ser interpretada en el sentido I (de la oposición entre lógica y argumentación), o en el sentido II (de complementariedad), o aun en el sentido III (de la lógica, como caso límite de argumentación). Veamos. Partiendo del carácter situado de la argumentación, del carácter polisémico de las nociones y conceptos (opuestos al carácter intemporal y unívoco de los esquemas lógicos) se podría postular que en el lenguaje cotidiano nunca estamos frente a una contradicción, una identidad, o una transitividad, en sentido estricto. Esto llevaría a reservar tales conceptos para la lógica formal y a preferir las nociones de ‘incompatibilidad’, ‘identidad 194 Adaptado de mi Manual introductorio a las teorías de la argumentación (Posada, 2004/2011). 150 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) ordinaria’ (o ‘aparente’) o ‘transitividad ordinaria’ (o ‘aparente’) para los argumentos del lenguaje natural. Por otro lado, esta interpretación puede conciliarse con la tesis de la complementariedad lógica-argumentación, manteniendo la separación entre la lógica como organón de la razón analítica y la argumentación como organón de la razón práctica. La primera lectura resulta problemática, no solo por resultar artificial o forzada para el usuario del lenguaje, sino porque contradice la intuición razonable de que el lenguaje natural tiene (y hace uso de) estructuras de tipo lógico-sintáctico (formalizables). La segunda lectura se muestra inadecuada desde que se reconoce: por un lado, que los científicos (aun los lógicos y matemáticos) deben hacer uso de la argumentación en el lenguaje natural para proponer y justificar sus teorías; y, por otro, que los desarrollos de la lógica formal (no obstante las limitaciones del formalismo) pueden arrojar luces sobre las estructuras sintácticas que subyacen a diferentes usos del lenguaje natural. Queda la tercera opción, en la que los esquemas lógicos solo muestran el caso límite de una argumentación que se libra de los aspectos que la sitúan (la temporalidad, la eticidad, la pasión, etc.) y se busca solamente el ideal de coherencia (¿y precisión?). Este sería un límite ideal de los discursos teórico-descriptivos, y un criterio de análisis de la fuerza (relativa) de los argumentos cotidianos que poseen (o asemejan) estructuras lógicas. La lógica sería aquí un límite ideal y relativo, no exclusivo ni determinante, pero presente en al menos algunos argumentos cotidianos, técnicos y científicos. b) Lo dicho arriba permite plantear y proponer una solución al que consideramos un aspecto problemático de la Nueva Retórica: la determinación del valor relativo de la eficacia retórica y de la validez lógica en la ‘medición’ de la fuerza de una argumentación. En El Imperio Retórico (capítulo XII: “Amplitud de la argumentación y fuerza de los argumentos”) Perelman presenta la noción de fuerza de los argumentos como un criterio que nos guía en la selección de los argumentos que usaremos para nuestros propósitos argumentativos. Afirma que todos tenemos una idea intuitiva de la noción de fuerza, pero que al intentar precisarla nos encontramos con que ella es una noción confusa195 (necesitada de justificación teórica) en la que se mezclan “de una manera difícil de separar, dos cualidades: la eficacia y la validez”196. Perelman aclara lo que quiere 195 El concepto de nociones confusas fue desarrollado por E. Dupreèl y Ch. Perelman. Para una presentación sistemática de este concepto véase: Adolfo León Gómez (2004). 196 La edición colombiana del Imperio cambió la palabra “separar” (dègager) por “superar” (Perelman, 1997, p. 184). 151 Pedro José Posada Gómez decir planteando una pregunta que nos permite una primera interpretación a las nociones de eficacia y validez: “¿El argumento fuerte es aquel que persuade eficazmente, o aquel que debería convencer a todo espíritu razonable?” y agrega: Como la eficacia de un argumento es relativa al auditorio, es imposible apreciarla fuera de la referencia al auditorio al cual se presenta. Al contrario, la validez es relativa a un auditorio competente, la mayoría de las veces, al auditorio universal. (Perelman, 1997, p. 185) Encontramos aquí una doble relación entre los conceptos de eficacia, persuasión y auditorio particular, por un lado; y validez, convencer y auditorio universal, por otro. La eficacia se expresa como persuasión eficaz de determinado auditorio y la validez como aspiración a convencer al auditorio universal. Pero, siendo así las cosas. ¿Es posible que en un argumento concreto se mezclen eficacia y validez?, y, si así fuera, ¿este argumento buscaría al mismo tiempo persuadir y convencer, y se dirigiría simultáneamente a un auditorio particular y al auditorio universal? ¿O hay argumentos eficaces pero no válidos y argumentos válidos pero ineficaces? Por el momento, lo que Perelman nos está señalando es, simplemente, que cuando queremos apreciar la fuerza de un argumento, podemos distinguir su eficacia y su validez. La primera, la eficacia, expresaría un criterio pragmático: el argumento a persuadió, fue eficaz, frente al auditorio x; el argumento b persuadió al auditorio y, etc. Y agrega enseguida que estos hechos de persuasión permiten establecer precedentes y aplicar la regla de justicia: “Si el argumento a persuadió al auditorio x y x es esencialmente semejante a y, entonces el argumento a, probablemente, persuadirá al auditorio y”. En el Tratado de la Argumentación, Perelman-Olbrechts plantean que el orador usa como guía en el esfuerzo argumentativo una noción confusa (aunque, al parecer, indispensable): la de la fuerza de los argumentos. Esta noción confusa está vinculada con tres fenómenos (y tal vez su propia confusión surja de esto): a. Por una parte, la fuerza de un argumento se relaciona con la intensidad de la adhesión que el auditorio le otorga a sus premisas y a sus enlaces. b. Por otro lado, la fuerza de un argumento depende de su relevancia en el debate en curso. c. Como un tercer elemento, que puede afectar tanto a la intensidad de la adhesión, como a la relevancia que se le reconoce: se trata de la presencia real o potencial del contra-argumento; así, la resistencia 152 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) a los contra-argumentos (contra-ejemplos, refutaciones, intentos de falsación), es una expresión de la fuerza de los argumentos. La noción de fuerza de un argumento se refiere tanto a las “cualidades propias del argumento” (intensidad de la adhesión que genera y relevancia que se le concede, es decir, su eficacia y validez), como a “la dificultad para refutarlo”, esto es, su resistencia al contra-argumento. Enseguida P-O agregan que la fuerza también es relativa a los auditorios (los particulares o el universal) y a los objetivos que la argumentación persiga. Para medir la fuerza de un argumento no serían suficientes ni la psicología de la conducta, ni la psicología diferencial. Y esto es así, una vez más, porque en la noción de fuerza interviene “un elemento normativo” (enfrentado a un elemento descriptivo): que P-O presentan con dos preguntas (la primera ya había sido formulada en nuestra referencia al El Imperio Retórico): a. “¿Es un argumento fuerte un argumento efectivo que ha ganado la adhesión del auditorio?”, o un argumento fuerte “¿es un argumento válido que debería obtener la adhesión?”. b. ¿Es la fuerza un rasgo descriptivo o normativo? (digamos, ¿describe la eficacia o regula la validez?) ¿o es una mezcla de ambos? Resumiré los últimos planteamientos de P-O en la Tabla 4.3. Tabla 4.3 La fuerza como mezcla de eficacia y validez Eficacia: Persuadir Auditorio particular Validez: Convencer Auditorio universal + Resistencia a los contra-argumentos - Criterio descriptivo lo normal - Criterio normativo la norma Enseguida, los autores señalan que si se disocia, en un argumento, la eficacia de la validez, el argumento se hace sospechoso (de invalidez) y menos efectivo (menos eficaz). Así mismo, si un argumento que nos parecía válido tiene consecuencias que nos resultan inaceptables, dudamos de su validez. Por tanto, existe una interacción entre la norma y lo normal que hace posible que, unas veces, “la eficacia suministre el criterio de lo válido” y en otras, la idea que se tiene de lo válido afecta las técnicas que usamos para persuadir (o convencer). Este apartado del Tratado de la Argumentación concluye con dos ideas que sintetizo: 153 Pedro José Posada Gómez 1. Ante la pregunta ¿De dónde obtenemos (en la práctica argumentativa) el criterio de validez? P-O responden que lo tomamos de una teoría del conocimiento —cuya adopción conlleva a adoptar ciertas técnicas que se han revelado eficaces en diferentes campos del saber (es decir, técnicas que evalúan la validez)— o lo transponemos desde las técnicas que han resultado eficaces en una disciplina especializada hacia otros campos de argumentación. 2. Recordando el debate sobre si hay uno o varios métodos científicos, los autores cuestionan las posturas filosóficas que postulan la evidencia como criterio de validez: “El criterio de la evidencia (racional o sensible) dispensará de la distinción entre normal y normativo”, pues “lo evidente es simultáneamente eficaz y válido, convence porque debe convencer”, y agregan: “En nombre de lo evidente, convertido en criterio de lo válido, se descalificará toda argumentación, puesto que (lo evidente) se revela eficaz sin proporcionar pruebas auténticas y, por tanto, sólo puede depender de la psicología y no de la lógica, ni siquiera en un sentido amplio de esta palabra”. Los razonamientos de P-O sobre la fuerza de los argumentos pueden dar lugar a ciertas preguntas: ¿podemos distinguir en la práctica el estar persuadidos del estar convencidos?, ¿reconocemos siempre si un argumento tiene pretensión de ser universalizable o solo se pretende válido para un auditorio particular?, ¿existe alguna relación entre la interacción entre lo normal y la norma y la distinción entre dialéctica y lógica? Hasta el momento, tenemos tres criterios para determinar la fuerza: la eficacia persuasiva, la validez convincente y la contundencia dialéctica (fortaleza frente al contra-argumento). Pero, ¿cómo distinguir entre los dos primeros? Un modo consiste en determinar primero si el argumento va dirigido a un auditorio particular o al auditorio universal. Es decir, si solamente pretende persuadir a un grupo específico o si pretende ser válido para toda la humanidad razonable. Pero estos criterios, si bien parecen encajar coherentemente en la teoría, resultan un poco artificiales para la argumentación cotidiana. Pensemos en dos casos extremos: en un debate entre grupos de científicos que defienden tesis (o paradigmas) rivales, tendríamos que decir que ambos se dirigen al auditorio universal (y no solo a aquel grupo que defiende la tesis que consideramos correcta; para determinar lo cual precisaríamos de un criterio epistemológico neutro frente a los bandos en disputa). La situación no es insalvable, pero plantea dificultades. 154 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Por otro lado, ¿no aspiran los miembros de todo partido y secta a que los demás (en el límite, todos) acepten sus tesis (o al menos, les den reconocimiento)? y si examinamos el asunto desde un punto de vista subjetivo, ¿podemos distinguir con claridad cuándo una argumentación nos ha convencido o nos ha persuadido? ¿El test del acuerdo intersubjetivo permite distinguir entre lo que nos persuade y lo que nos convence? La respuesta no parece fácil de encontrar. En 1979 (127-128), Leo Apostel presentó un intento de precisar la idea de fuerza de un argumento. Según Apostel, los autores del Tratado de la Argumentación no presentan una definición de la noción de “fuerza de un argumento”, ni un listado completo de criterios operacionales que permitan determinar la fuerza de los argumentos; se limitan a enumerar algunas características esenciales de las que depende esta “fuerza”. Apostel sintetiza estos factores en cuatro, que presenta como parámetros comparativos de la fuerza de un argumento A1 frente a un argumento A2. Dicho en forma breve, un argumento A1 es más fuerte que uno A2 si: A. A1 tiene mayor grado de aceptación ante el auditorio que los considera. B. A1 es más relevante o pertinente para el orador y el auditorio. C. Existen menos contra-argumentos frente a A1 que frente a A2. D. El auditorio Gi considera que A1 es más válido que A2, para un auditorio Gj de rango superior. En D aparece el concepto de validez, que, de nuevo, según Apostel, no tiene un estatuto claro en el Tratado de la Argumentación, pues no estaría presentado claramente ni como descriptivo ni como normativo197. Encuentra Apostel que el concepto de validez es presentado por Perelman-Olbrechts, a veces, identificándolo con la idea de “fuerte para un auditorio”; en otras ocasiones como “conforme con una teoría del conocimiento o una filosofía”; y en otras, será definido como “normalidad” del argumento, llevando a la idea de “validez normativa”. Apostel considera necesario agregar un quinto criterio, relativo a la forma que caracteriza a cada argumento: E: “... un argumento A1 tendrá más fuerza para un auditorio X que un argumento A2 si la forma R característica de A1 tiene más fuerza para este auditorio que la forma S, característica de A2”. Con lo cual, el listado anterior queda tal como se muestra en la Tabla 4.4. 197 Creo que aquí Apostel confunde el carácter ambiguamente normativo y descriptivo de la noción confusa de fuerza, con la posible ambigüedad del concepto de validez, que, como hemos visto, es el componente normativo de la fuerza. 155 Pedro José Posada Gómez Tabla 4.4 Parámetros comparativos de la fuerza de dos argumentos Parámetros comparativos de la fuerza de un argumento A1 frente a un argumento A2. A. A1 tiene mayor grado de aceptación ante el auditorio que los considera. B. A1 es más relevante o pertinente para el orador y el auditorio. C. Existen menos contra argumentos frente a A1 que frente a A2. D. El auditorio Gi considera que A1 es más válido que a A2, para un auditorio Gj de rango superior. E. “... un argumento A1 tendrá más fuerza para un auditorio X que un argumento A2 si la forma R característica de A1 tiene más fuerza para este auditorio que la forma S, característica de A2”. Previamente, Apostel ha caracterizado la “forma de un argumento” como las relaciones que establecemos cada vez entre las premisas y la conclusión del argumento, y cuya fórmula sería: R (pl...pn, C), (donde pl...pn simbolizan las premisas, C la conclusión y R la forma específica del argumento). Apostel justifica la adición de este criterio, por considerar que “ninguno de los factores de P-O presenta la relación entre premisas y conclusión como uno de los factores que co-determinan la fuerza de los argumentos”198. Por mi parte, haré dos observaciones: 1. Los criterios A a D presentados por Apostel poseen todos la característica de ser relativos a auditorios específicos en momentos específi198 Apostel complementa los anteriores criterios de fuerza con una lista de 6 máximas, adaptadas del “cálculo de los placeres” propuesto por J. Bentham, bajo el lema: “Argumenta de tal manera que maximices la fuerza de tus argumentos”. Las máximas son: 1. “Use argumentos que produzcan en su audiencia una adhesión tan intensa como sea posible”. 2. “Use argumentos que produzcan creencias en su público, tanto tiempo como sea posible”. 3. “Use argumentos que produzcan tan probablemente como sea posible los efectos uno y dos”. 4. “Use argumentos que persuadan a su audiencia de la proposición que usted desea, sin que al mismo tiempo lo persuadan de proposiciones que usted no deseaba, es decir, use argumentos puros”. 5. “Use argumentos que produzcan la persuasión que usted desea, pero que con el tiempo no causen persuasiones indeseadas”. 6. Use los argumentos que produzcan los efectos anteriores, “en el menor tiempo posible y con el menor esfuerzo posible”. 7. “Use argumentos que sean aceptables para su público”. Nótese que estas máximas parecen adolecer de cierta circularidad, pues no es posible aplicarlas si no se tiene ya un conocimiento previo de la fortaleza del argumento que se debe usar en cada caso. 156 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) cos. Creo que a esto alude cuando reconoce el carácter “sociológico” de su punto de vista, que sería compatible con lo que denomina el “relativismo consecuente” de P-O, para quienes también es, en últimas, el auditorio el que determina la fuerza del argumento que se le presenta al darle su asentimiento. 2. Solo el criterio E de Apostel introduce una variante que nos permitirá más adelante indagar si esta ‘forma’ específica de los argumentos posee un carácter que pueda trascender la relatividad sociológica de los auditorios particulares. Agreguemos que el supuesto olvido de P-O del nexo entre premisas y conclusión podría ser una falsa apreciación, pues los nexos argumentativos —tan prolijamente estudiados por P-O— pueden ser presentados como nexos entre premisas y conclusiones, es decir, como formas generales del razonamiento argumentativo. De nuestra primera observación puede desprenderse una pregunta: ¿qué sentido tiene buscar criterios para la fuerza de un argumento, si esta depende siempre, contingentemente, del auditorio concreto que la percibe y evalúa? Y nuestra segunda observación permite preguntar: ¿qué importancia tiene la forma del argumento, si su aceptación es también, en todos los casos, relativa al auditorio presente?, ¿o cabe esperar que algunas formas argumentativas resistan el test de múltiples auditorios concretos y puedan postularse como candidatas para convencer al auditorio universal? En las conclusiones intentaré ubicar el problema de la fuerza de los argumentos en el marco sugerido por J. Habermas, que propone considerar, en la argumentación, tanto los aspectos retóricos, como los lógicos y dialécticos. Por el momento me limitaré a señalar que la confusión generada por el criterio de ‘validez’ como co-determinante de la fuerza de un argumento, parece exigir la introducción de algún criterio lógico-sintáctico de validez. Tal parece ser la intención de Apostel al introducir la noción de “forma de un argumento”. 157 Capítulo 5 S. E. TOULMIN FRENTE A LA LÓGICA FORMAL La tarea que emprendió Toulmin (1958) en su libro ya clásico The uses of argument199 fue reseñada por Otto Bird200 como “una revisión de los Tópicos” (de Aristóteles). Creo que podría ampliarse el alcance de esta afirmación y decir que el libro es un intento de mostrar la insuficiencia del modelo del silogismo analítico (incluida su transformación, en la lógica formal post-fregeana, en demostración lógico-matemática) para analizar los argumentos de la vida diaria, intento que se convierte en el esbozo de un nuevo modelo de análisis para los argumentos en general201. En esta sección empezaré (1) exponiendo varias maneras como Toulmin ha precisado el objetivo que tenía en mente al escribir su libro de 1958; y presentaré el concepto de ‘lógica’ que sostiene la reflexión del autor; (2) enseguida haré una revisión de las posiciones teóricas de Toulmin frente a la lógica aristotélica y frente a la lógica formal contemporánea; continuaré (3) con una evaluación del modelo de análisis del argumento que propone Toulmin; y terminaré (4) con una revisión de algunas críticas hechas a la propuesta del autor para el análisis de los argumentos. En esta parte final 199 Citaré además la traducción castellana: Toulmin, S. E. (2007), Los usos de la argumentación (Morras y Pineda, Trads.). Barcelona: Ediciones Península. 200 Citado por Toulmin en el Prólogo a la edición actualizada, julio de 2002. 201 Esta pretensión de construir un “nuevo organón” no es formulada explícitamente por Toulmin. Aunque debe parecer exagerada, recordemos que los Tópicos de Aristóteles fueron en principio el programa inicial para fundamentar la disciplina dialéctica, programa que continuó con la elaboración del proyecto de una ciencia analítica, la lógica formal, como hemos mostrado en la primera parte de este trabajo. Pedro José Posada Gómez resaltaré: (a) el sesgo monológico del modelo de Toulmin, a pesar de sus elementos dialécticos insinuados en el papel de los “refutadores potenciales” y en la capacidad de resistir a la crítica como elemento de la fuerza y carácter racional de los argumentos; y (b) la ausencia casi total de los elementos del ethos del orador y del pathos del auditorio en el análisis del argumento propuesto por Toulmin (es decir, su centramiento en el aspecto que la retórica llama el logos, digamos, en la ampliación del esquema lógico del argumento). 5.1. El objetivo de The uses of argument En la Introducción del libro el autor empieza formulando su objeto en forma de pregunta: ¿Cómo afectan los avances de la ciencia lógica a la práctica de la argumentación? y “¿qué relación tienen (los avances lógicos) con los cánones y los métodos que se usan cuando, en la vida diaria, evaluamos la validez, la fuerza y el carácter concluyente de los argumentos?” (Toulmin, 2007, pp. 17-18). La respuesta a esta pregunta estará orientada por una hipótesis de tipo histórico: De hecho... la lógica ha tendido a lo largo de su historia a desarrollarse en una dirección que la ha apartado... lejos de las cuestiones prácticas acerca del modo en que se pueden manejar y someter a crítica los argumentos en diferentes campos, acercándose a una autonomía completa, en la que la lógica se convierte en un estudio teórico por sí mismo, tan libre de cualquier preocupación inmediata como lo puede ser una rama de la matemática pura. (pp. 18-19) Este desarrollo de la lógica hacia el modelo matemático estaría prefigurado en la aspiración de Aristóteles de hacer de la lógica una ciencia formal, una episteme202. Otro modo de plantear el problema consiste en preguntarse —como lo hace el autor— si al hacer de la lógica una ciencia formal ella puede conservar la posibilidad de ser aplicada en “la evaluación crítica de argumentos reales” (p. 19)203. O, dicho de otra forma, ¿qué pasa con el vínculo entre el 202 Contra esta lectura de los Analíticos de Aristóteles he intentado mostrar en la primera parte de este trabajo que lo que el estagirita tenía en mente era el análisis de la forma de argumentación que le permitía a las ciencias hacer demostraciones, más que una ciencia de la demostración. 203 En Toulmin, Janik y Rieke (1979, p. 9), se destaca también esta función crítica de la argumentación: “Reasoning is thus not a way of arriving at ideas but rather a way of testing ideas critically.” 160 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) análisis de la lógica teórica y el asunto de la crítica racional de argumentos? (p. 24)204. En el Prefacio de esta primera edición (firmado en 1957) Toulmin considera que el objetivo del libro es sustentar “la conclusión de que debe rechazarse por confuso el concepto de ‘inferencia deductiva’, aceptado como impecable, sin vacilaciones, por numerosos filósofos recientes” (p. 13). El objetivo parece demasiado modesto, pero si tenemos en cuenta que la lógica ha sido definida como una ciencia que “estudia deductivamente la deducción” (A. Deaño), cuestionar el concepto de deducción conlleva a cuestionar el corazón mismo de la lógica formal, y, a fortiori, todas las aplicaciones epistemológicas del concepto de deducción. En el Prefacio a la edición en rústica (1963), Toulmin sintetiza la “tesis central” del libro: “El contraste entre los estándares y los valores del razonamiento práctico [que incluye “consideraciones sustanciales”] y los criterios formales y abstractos basados en la lógica matemática y una parte importante de la epistemología del siglo XX” (p. 15). Vemos una vez más la oposición entre la lógica matemática y el razonamiento práctico, este especificado ahora como uno que hace uso de “consideraciones sustanciales” (mediante “argumentos sustanciales” o materiales que ampliaremos más adelante). En este Prefacio Toulmin reconoce ya que su libro ha tenido mejor acogida “por aquellos cuyo interés en el razonamiento y la argumentación tiene como punto de partida una dimensión práctica: los estudiosos de la jurisprudencia, las ciencias físicas y la psicología, entre otros” (p. 15). Resaltemos que, aunque aquí se mencionan ya el razonamiento y la argumentación (en vez de la lógica), Toulmin agregará que el futuro decidirá la aceptabilidad de los argumentos expuestos en su libro “a favor de una teoría de la lógica y del análisis filosófico”. Es decir, sigue enfatizando la intención de hacer un aporte al campo de la lógica y del análisis, si bien, como ya se dijo, mediante el replanteamiento de sus nociones fundamentales. Por último, en el Prólogo a la edición actualizada (2002), el autor aclarará que al escribir el libro tenía un objetivo “estrictamente filosófico”, y que de ninguna manera había pretendido “exponer una teoría de la retórica ni de la argumentación”, “mi interés radicaba —agrega— en la epistemología del siglo XX, no en la lógica informal” (p. 9). Y que el objetivo “estrictamente filosófico” del libro era: “Criticar el supuesto, asumido por la mayoría de los filósofos anglosajones, de que todo argumento significativo puede expre204 Esta exigencia de “crítica racional” emparenta a Toulmin con Perelman; ambos reivindican la racionalidad a la que pueden aspirar las deliberaciones de la razón práctica. 161 Pedro José Posada Gómez sarse en términos formales; no como un mero silogismo (...) sino como una deducción estrictamente concluyente según la geometría euclidiana” (p. 9). Toulmin agrega que este ideal geométrico tendría su origen en la tradición platónica y habría sido retomado por Descartes y los racionalistas modernos y contemporáneos205. Ya en la Introducción de la obra encontramos dos pistas para aclarar la noción de ‘lógica’ que emplea el autor. Aparecen en el contexto de la respuesta a la pregunta: ¿qué clase de ciencia puede esperar llegar a ser la lógica?206 Toulmin pasa revista crítica a cuatro respuestas comunes: a. La lógica trata de las leyes del pensamiento (modelo psicológico). b. La lógica es el estudio de los hábitos de inferencia (modelo sociológico, representado aquí por el filósofo J. Dewey, para quien, según Toulmin (2007, p. 20): “... el lógico es un estudioso de los hábitos de inferencia apropiados y de los cánones racionales de inferencia”207). c. La lógica es el “arte de pensar” (que remite al título del conocido libro de la escuela de Port-Royal). d. La lógica es una ciencia objetiva, que estudia las “relaciones lógicas” y su modelo implícito es la matemática pura (p. ej. Carnap). Es en la crítica a la tercera concepción donde encontramos una primera caracterización de la lógica: La lógica trata, no de la manera en que inferimos ni sobre cuestiones de técnica: su objetivo principal es de tipo retrospectivo y justificatorio, pues trata de los argumentos que pueden esgrimirse a posteriori con el fin de apoyar nuestra pretensión de que las conclusiones a las que hemos llegado son conclusiones aceptables porque pueden justificarse. (Toulmin, 2007, p. 23)208 Veremos que esta función “retrospectiva” y “justificatoria” será aplicada en el modelo de análisis de los argumentos que propondrá el autor. La 205 El autor remite, para la sustentación de esta tesis, a sus obras: Cosmopolis - The Hidden Agenda of Modernity (1990) y Regreso a la razón (s.f.). Al final citaremos un amplio pasaje de Cosmopolis en el que Toulmin sintetiza la pérdida del ideal humanista en el paso al racionalismo cartesiano. 206 Tema que ya había planteado Toulmin en su artículo: “What Kind of Discipline is Logic?” (Mar., 1955). 207 Toulmin cita el texto de Dewey: Logic: the theory of enquiry. 208 El autor ha hecho una aclaración previa que parece más dirigida a la cuarta concepción: “inferir no siempre implica calcular”. Idea que retomará Alfredo Deaño en su libro Concepciones de la lógica. Aunque para Deaño se trata también de ver cuánto de cálculo hay en el razonamiento. 162 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) segunda cita que nos da una pista muestra ya algunos de los términos que serán típicos del modelo de Toulmin: La lógica trata de la corrección de los enunciados construidos —acerca de la solidez de los cimientos (grounds) que elaboramos para apoyarlos, acerca de la firmeza del respaldo (backing) que somos capaces de darles— o, modificando la metáfora, del tipo de caso (case) que presentamos en defensa de nuestras afirmaciones (claims). (p. 24) Ya en la última parte de la cita aparece una alusión al modelo jurídico que será asumido explícitamente por el autor: (...) dejémonos de psicología, sociología, tecnología y matemáticas; pasemos por alto los ecos de ingeniería estructural y de collage en los vocablos “cimientos” (grounds) y respaldo (backing), y tomemos como modelo propio la disciplina de la jurisprudencia. La lógica, podríamos decir, es una jurisprudencia generalizada... (p. 24)209 Toulmin amplía esta analogía afirmando que así como la jurisprudencia tiene como tarea caracterizar los elementos esenciales del proceso legal (legal process), es decir, los procedimientos (procedures) o trámites mediante los cuales se presentan las demandas (claims-at-law); de modo semejante, la investigación que se propone busca “caracterizar lo que podría llamarse el “proceso racional” (“the rational process”), los trámites (procedures) y categorías que se emplean para que las afirmaciones en general (claims-ingeneral) puedan ser objeto de argumentación y el acuerdo final sea posible” (p. 25)210. Llevando más allá su razonamiento, Toulmin dirá que, más que una analogía, se trata, en la jurisprudencia, de un caso especial de argumentación y debate: “Más bien, los procesos judiciales son sólo una clase especial de debates racionales en los que los procedimientos y reglas de la argumentación se han estabilizado dentro de las instituciones” (Toulmin, 1958, pp. 7-8)211. 209 El profesor Adolfo León Gómez (en un trabajo inédito titulado Los modelos jurídicos de las teorías argumentativas de Perelman y Toulmin) ha comparado este recurso de Toulmin al modelo legal con el uso que hace Perelman del mismo modelo para su Nueva Retórica. La conclusión del profesor Gómez es que hay una diferencia básica entre ambos acercamientos, pues mientras que el modelo de Toulmin sería el del alegato del litigante, el de Perelman sería el del juez. 210 Resalto los conceptos de “proceso” (judicial o racional) y “procedimientos”, que serán retomados más adelante. 211 Traduzco del texto inglés. 163 Pedro José Posada Gómez Este paralelo con el razonamiento jurídico le servirá también al autor para resaltar la que llama “la función crítica de la razón”, es decir, la posibilidad de evaluar, juzgar y criticar los argumentos, que sería común a la ‘lógica’ y la jurisprudencia. Pues, nos dice, las reglas de la lógica (…) se aplican a los hombres y sus argumentos, no de la manera como lo hacen las leyes de la psicología o las máximas de un método, sino como estándares de éxito que miden si se ha logrado o no el objetivo propuesto por un hombre al argumentar, y a partir de los cuales se pueden juzgar sus argumentos. (Toulmin, 2007, p. 25) Desde este punto de vista se podrá decir que un argumento sólido (“una afirmación bien fundamentada y firmemente respaldada”) es aquel (aquella) que resiste a la crítica212. Con lo que queda señalado un aspecto dialéctico en este criterio, que, me parece, no es desarrollado por el autor. Insistiendo en el modelo jurídico nos dirá, al final de la Introducción que “... las pretensiones extra-judiciales deben ser justificadas, no ante los jueces de Su Majestad, sino ante el ‘Tribunal de la Razón’”. Y dirá la consigna ética que regirá su pesquisa: “Nuestro tema será la prudentia, no simplemente del ius, sino de manera más general de la ratio” (p. 26). No obstante, ha dicho previamente que “a Aristóteles, como ateniense, el trecho que va de la argumentación ante un tribunal a la argumentación en el Liceo o en el Ágora le habría parecido todavía menor de lo que nos parece a nosotros” (p. 25). 5.2. Toulmin frente a Aristóteles y a la lógica formal Después de señalar, en la Introducción del libro, que su tema será la relación entre los desarrollos de la lógica formal y sus aplicaciones prácticas, Toulmin afirma que cuando Aristóteles anuncia, al comienzo de los Analíticos I, que su estudio tratará tanto de la investigación de las formas en que se establecen las conclusiones (la ἀπόδειξις) como de la ciencia (ἐπιστήμη) de su establecimiento, no le era posible separar la “demostración lógica”, por un lado, y la actividad cotidiana de establecer conclusiones, por otro; es decir que, para Aristóteles, las cuestiones sobre la ἀπόδειξις “eran cuestiones [a la vez] sobre la demostración, la validez o la justificación —en el sentido cotidiano— de afirmaciones y conclusiones del tipo que cualquier persona puede realizar” (2007, p. 18). 212 Una idea semejante será planteada por Leo Apostel (1979, pp. 127-128) en su ensayo: “What is the force of an argument?”. 164 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Sin embargo, el hecho de que la lógica haya tomado un rumbo que la alejó cada vez más de la argumentación cotidiana, hasta constituirla en una ciencia de carácter matemático, es considerado por Toulmin como debido, al menos en parte, a “una aspiración implícita en las primeras palabras de Aristóteles: esto es, que la lógica (la analítica) se convirtiera en una ciencia formal, en episteme” (p. 19). También en el cuarto capítulo del libro se insistirá en que los orígenes filosóficos de la divergencia entre la práctica lógica y el análisis lógico-formal se encuentran en el ideal aristotélico de la lógica como ciencia formal, comparable a la geometría213. En lo que sigue de esta presentación de las reflexiones de Toulmin sobre Aristóteles y la lógica formal presentaré, primero, las tesis básicas de un escrito previo: “What Kind of Discipline is Logic?” (1953), y luego los argumentos dados en los capítulos I (Campos de argumentación y términos modales) y IV (Lógica operativa y lógica idealizada) del libro Los usos de la argumentación. El artículo “What Kind of Discipline is Logic?” se abre señalando que en la primera mitad del siglo XX muchos lógicos se concentraron en un solo aspecto de la lógica, olvidando y despreciando “los orígenes y la aplicación práctica de su disciplina” (1953, p. 7). Tales filósofos de la lógica (Carnap, por ejemplo) rechazaron toda caracterización de la lógica como el art de penser o ars conjectandi, condenando como “psicologismo” toda sugerencia de que la lógica esté relacionada con el pensamiento “correcto o racional”; pues para ellos la lógica es una ciencia pura, del mismo nivel que la geometría, que solo se ocupa de problemas de consistencia. Toulmin se propone refutar este punto de vista, partiendo de que “divorciar completamente el objeto de la lógica de los cánones del razonamiento correcto es convertirla en un brazo de las matemáticas puras, tras lo cual sería un error seguirla llamando lógica” (1953, p. 7). El mismo Carnap no reconoce el precio de esta “purificación” de la lógica, ni estaría dispuesto a pagarlo, pues ella expulsaría de la lógica muchos de los problemas que el mismo filósofo se ha propuesto resolver214. Para Toulmin, Carnap comete el error de confundir dos problemas en su refutación del psicologismo: intenta refutar la doctrina de que la lógica es el estudio crítico de las técnicas para hacer y justificar inferencias (inference-drawing and inference-justifying) —es decir, los procedimientos 213 Véanse, sin embargo, nuestras consideraciones en 2.3.1., y en las notas 135 y 136. 214 En su Prólogo a la edición española del Tratado de la argumentación de Perelman-Olbrechts, Jesús González Bedoya anota que: “Carnap reconoce (al final) que la lógica formal no sirve para la vida” (1989, p. 11). 165 Pedro José Posada Gómez de razonamiento (reasoning procedures)—, pero lo que realmente atacan sus argumentos es la proposición de que la lógica es el estudio científico de los hábitos de inferencia de la gente (es decir, sus procesos de pensamiento —thought processes—). Esta última tesis, llamada por Carnap “psicologismo primitivo”, también es considerada indefendible por Toulmin (quien anota a pie de página que tal vez el único que intentó defenderla fue J. Piaget), mas no así la primera. Carnap estaría pues confundiendo “hábitos de inferencia” con “procedimientos para presentar y justificar inferencias”, y lo mismo le habría sucedido a J. Dewey215. Por lo que Toulmin insistirá en no confundir “el estudio científico de hábitos de inferencia” con “el estudio crítico de los procedimientos de inferencia”, pues el primero puede ser dejado a la psicología, pero el segundo es tarea propia de la lógica. Recuérdese que ya en la Introducción de 1958 encontramos la distinción entre “procesos” y “procedimientos”. Pero en el artículo del 53 se trata de “procesos de razonamiento”, en el sentido de “hábitos populares de inferencia”, mientras que en la Introducción del 58 se trata del “proceso racional” (“the rational process”) que incluye los “procedimientos” (procedures, trámites) y las categorías que se emplean para presentar y defender las afirmaciones en general (claims-in-general). Así, mientras que la noción de “proceso” es más incluyente (y menos psicológica) en el 58, en el texto del 53 se habla de la lógica como estudio crítico de los “procedimientos racionales” (reasoning procedures) —esto es, de las “técnicas para diseñar y justificar inferencias”—, y se la separa del estudio psicológico de los “procesos de razonamiento” (reasoning processes). Retomaremos estas distinciones en el capítulo final, para compararlas con la distinción habermasiana entre los aspectos de proceso, procedimiento y producto en la argumentación. Para terminar este comentario del artículo de 1953, anotaré que Toulmin no desconoce que se puede dar un tratamiento matemático a los problemas de la lógica (o de la física, etc.), pero rechaza que la lógica sea reducida a una parte de las matemáticas. El autor ilustra el error de pretender “purificar” matemáticamente a la lógica (limpiarla de referencias a los procesos racionales) con los problemas que ello acarrea en el tratamiento de temas como el carácter lógico de las leyes naturales o la distinción entre deducción e inducción. Estos temas serán retomados en el libro de 1958. En el segundo capítulo del libro Los usos de la argumentación (dedicado a la probabilidad y a las expresiones modales) Toulmin retoma su crítica a 215 Aquí Toulmin cita el mismo pasaje de Dewey que citará en la Introducción del libro del 58, aunque, como vimos, allí es usado para ilustrar la concepción psicologista de Dewey. 166 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) la concepción de la lógica que defiende Carnap, y su errada refutación del psicologismo. Sintetizando su punto de vista, dice Toulmin: Desde nuestro punto de vista, la caracterización de la lógica en términos de creencias, acciones o comportamientos justificados es inevitable. El motivo para ello radica en que si queremos que la lógica tenga alguna aplicación en la evaluación práctica de los argumentos y las conclusiones, necesariamente habrá que hacer referencia a estos conceptos. Ello no supone en absoluto que sea lo mismo que afirmar que el razonamiento es el objeto de la lógica, como supone Carnap. Ni siquiera Boole, que eligió como título para su importante tratado sobre lógica Las leyes del pensamiento, puede haber querido dar a entender semejante cosa. Las leyes de la lógica no son generalizaciones sobre cómo piensan los pensadores, sino más bien son estándares para la crítica de los resultados obtenidos por los pensadores. La lógica es una ciencia crítica, no una ciencia natural. Para dejarlo claro: la lógica no describe un tema y no trata sobre nada, por lo menos del modo en que las ciencias naturales como la mineralogía o la psicología tratan sobre los minerales o sobre la mente. Por consiguiente, la afirmación de Carnap de que “La lógica realiza afirmaciones sobre las relaciones lógicas” conduce a interpretaciones equivocadas y no dice mucho del asunto. (Toulmin, 1958, p. 87/2007, p. 112)216 En el capítulo I del mismo libro (Campos de argumentación y términos modales) Toulmin presenta un grupo de precisiones conceptuales que serán fundamentales para el desarrollo de su argumentación a lo largo del texto y que nos ayudan a precisar las ideas del autor sobre la lógica formal (clásica y contemporánea). Primero, un par de conceptos generales y correlacionados: “tipos lógicos” (de los enunciados incluidos en las aseveraciones y las exposiciones de hechos) y “campo de la argumentación” (que agrupa a los argumentos de un mismo “tipo lógico”). El autor no define el concepto de “tipo lógico” (que considera de uso frecuente en filosofía), pero sí da algunos ejemplos de “tipos lógicos” diferentes: “informes de sucesos presentes y pasados, predicciones sobre el futuro, veredictos de culpabilidad, elogios artísticos, axiomas geométricos, etc.” (Toulmin, 2007, p. 32)217. Toulmin introduce el concepto de “campo de la argumentación” mediante una definición: 216 Toulmin comenta un pasaje del libro de Carnap: Logical foundations of probability (1950, p. 39). 217 En el Prefacio de 1957, Toulmin confiesa su deuda con John Wisdom, quien en sus clases de Cambridge de 1946-47 había llamado su atención sobre el problema de la “inferencia transversal”; es decir, la que pasa de un tipo lógico a otro. 167 Pedro José Posada Gómez Se dice que dos argumentos pertenecen al mismo campo cuando los datos y las conclusiones en ambos argumentos son, respectivamente, del mismo tipo lógico; se dice que proceden de campos diferentes cuando el fundamento (respaldo, backing) o las conclusiones en ambos argumentos no son del mismo tipo lógico. (2007, p. 33) Toulmin ofrece ilustraciones de siete campos diferentes con estos siete tipos de inferencias o argumentos: 1. Cada una de las pruebas de Los Elementos de Euclides. 2. Los cálculos ejecutados para preparar un número del almanaque. 3. La inferencia: “Harry no es moreno, porque sé de hecho que es pelirrojo”. 4. La inferencia: “Peterson es sueco, de modo que presumiblemente no es católico romano”. 5. La inferencia: “Este fenómeno no puede ser explicado enteramente con base en mi teoría, porque la divergencia entre sus observaciones y mis predicciones es estadísticamente significativa”. 6. La inferencia: “Esta criatura es una ballena y en consecuencia es (desde el punto de vista taxonómico) un mamífero”. 7. La inferencia: “El defendido conducía a 75 km por hora en un área urbana; por consiguiente ha cometido un delito contra el código de tránsito”. Nótese que la idea de “tipo lógico” se aplica a afirmaciones o enunciados (ya sean datos, respaldos, conclusiones), mientras que el criterio para definir la pertenencia a un “campo argumentativo” es la identidad o diferencia entre los tipos lógicos a los que pertenecen las partes de un argumento completo (es decir, entre el tipo lógico al que pertenecen los datos o los respaldos, por un lado y, por el otro, el tipo lógico de las conclusiones que se derivan de ellos). La importancia de estas nociones estará en su papel para entender las diferencias entre la “fuerza” (valor o mérito) de un argumento y su “forma” (o estructura), pues Toulmin se plantea este interrogante: “¿Qué elementos relacionados con la forma y el valor de nuestros argumentos son invariables respecto al campo (field-invariant) y cuáles dependen del campo (field-dependent)?” (Toulmin, 1958, p. 14/2007, p. 33). Toulmin responderá a esta pregunta considerando primero el caso de los enunciados que incluyen expresiones modales (como ‘posible’ o ‘necesario’) y generalizará luego su análisis a todo tipo de argumento. En primer lugar aclarará que existen muchos tipos de imposibilidades e impropiedades: prácticas, físicas, lingüísticas, de procedimiento y no solo 168 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) imposibilidades formales. Y presenta enseguida su tesis principal: “El significado de una expresión modal tiene dos aspectos: la fuerza de la expresión o término y los criterios que rigen su uso”. Entendiendo por ‘fuerza’ las implicaciones prácticas de su uso, y por ‘criterios’ los estándares, razones y motivos para decidir, en cada contexto, si el uso del término modal es apropiado (Toulmin, 1958, p. 30/2007, p. 51). Este análisis lo lleva a concluir que la fuerza (por ejemplo de reconocer algo como ‘bueno’ o censurarlo como ‘malo’) permanece inalterable (independientemente del objeto al que se aplique); mientras que los criterios para juzgar o evaluar los méritos de diferentes categorías son variables, pues “en lo que se refiere al significado de los términos de evaluación, hay una fuerza común que vincula a una multiplicidad de criterios” (1958, p. 33/2007, p. 55). El análisis también le permite señalar como un error la generalización, para todo tipo de argumentos, de los criterios que solo son apropiados a ciertas cosas (por ejemplo, el criterio utilitarista o pragmatista para evaluar la verdad o la justicia de una teoría o una norma por sus ‘consecuencias’). Y como un error más grave, la pretensión (de los lógicos) de fijar un criterio de ‘imposibilidad’ (por ejemplo, la contradicción analítica) “elevándolo a una posición de importancia filosófica singular...” (1958, p. 34/2007, p. 57). Generalizando sus conclusiones Toulmin dirá que: “Todos los cánones o estándares empleados para criticar y evaluar argumentos dependen en la práctica del campo, mientras que todos los términos de evaluación son invariantes respecto al campo en lo que se refiere a su fuerza” (1958, p. 38/2007, pp. 60-61). En un libro muy posterior —Introduction to Reasoning, escrito por Toulmin en coautoría con A. Janik y R. Rieke (1979)— se vuelve a plantear esta tesis sobre la variabilidad de la fuerza de las conclusiones con respecto al campo argumentativo: “A la medida que nos movemos de un campo argumentativo a otro, las conclusiones (claims) que presentamos cambian sustancialmente en su fuerza, dependiendo del carácter preciso del argumento de que se trate”. (Aquí Toulmin introduce tres argumentos, el de un aficionado al deporte sobre su equipo favorito, una crítica de un espectador a una nueva versión de la película King Kong, y el de un participante en un debate judicial que es rechazado por el jurado) y continúa: Nótese que tanto la fuerza de esas afirmaciones como las implicaciones de su afirmación dependen del tipo de argumento implicado. Un pronóstico deportivo, una apreciación estética, un diagnóstico médico, un alegato jurídico, una propuesta de negocios – todos ellos exigen diferentes tipos de respuestas, y acarrean consecuencias muy distintas. (...) Sea que se tenga éxito o se fracase en la defensa de tales conclusiones, ello tiene consecuencias que 169 Pedro José Posada Gómez pueden ir desde la simple tolerancia intelectual, en un extremo, hasta la imposición de una dura condena a prisión, por el otro. (Toulmin et al., 1979, pp. 118-119) Retornando al texto de 1958, Toulmin plantea una distinción general entre la ‘forma’ (‘estructura’) de un argumento y su ‘valor’ (o ‘fuerza’) y esto le permite sostener una crítica a las pretensiones de los ‘lógicos profesionales’: (los lógicos profesionales) siempre han esperado que se pudiera probar que era posible exponer argumentos procedentes de campos diferentes bajo una fórmula común [unificación de la estructura formal], así como criticar argumentos y conclusiones como débiles, sólidos o concluyentes, o como posibles, probables o ciertos, recurriendo a una serie única y universal de criterios igualmente aplicables a todos los campos de la argumentación [unidad de los criterios de evaluación de la fuerza]. (Toulmin, 1958, p. 39/2007, p. 63)218 Las dudas sobre la viabilidad de tales pretensiones de los lógicos le permiten plantear un interrogante más general: “¿Hasta qué punto es posible una lógica general?”, en el sentido de una lógica en la que “tanto la estructura de la formulación del argumento como los estándares de la crítica sean invariantes respecto al campo” (1958, pp. 39-49/2007, p. 63)219. Si tal ‘lógica general’ no parece ya posible, se podrá cuestionar también la supuesta prioridad de las cuestiones matemáticas y empíricas sobre los asuntos de derecho, moral o estética. Pues es sabido que, en su momento, el positivismo lógico (o ‘empirismo lógico’) del Círculo de Viena planteó tal prioridad y consideró que el “tribunal de la razón” solo debería ocuparse de ellas. Pero, se pregunta Toulmin: “¿Tienen alguna ‘prioridad lógica’ los asuntos fácticos sobre las cuestiones de moral?”, y aún más “¿se puede hablar de ‘prueba’ (evidence) de un juicio estético?” (1958, pp. 41-42/2007, pp. 65-66). Toulmin considera que la analogía entre la práctica judicial y la evaluación racional de argumentos ofrece un modelo que puede competir con el modelo matemático al momento de reflexionar sobre la idea de en qué 218 Corchetes míos. 219 Cursivas mías. En S. E. Toulmin et al. (1979, pp. 15-16), se presenta una distinción similar, pero aplicada ahora a las reglas del procedimiento racional (rational procedure) que se aplican a los argumentos en “todos los foros de la argumentación” diferenciadas como: (1) reglas universales (“field-invariant”) del procedimiento que se aplica en la crítica de todos los campos y foros, y (2) reglas particulares (“field-dependent”) que son apropiadas en el derecho, en la ciencia, o en los negocios, pero no en campos diferentes. 170 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) consiste la “forma lógica” de un argumento: “De este modo, se pone de manifiesto que los argumentos no sólo deben poseer una estructura determinada, sino que además deben ser expuestos y presentados siguiendo una secuencia de etapas conforme a ciertas normas básicas de procedimiento” (1958, p. 43/2007, p. 67). En síntesis, Toulmin concibe el argumento como formado por dos elementos básicos: una estructura —que corresponde a la “formulación lingüística” del argumento, y es formalizable—, y una fuerza o valor —que está determinada por el procedimiento de su exposición, las “formalidades” que se siguen, y que determina, a su vez, los estándares críticos que se usarán para evaluarlo—. Nótese que en esta presentación del argumento están presentes los elementos “lógicos” (en el sentido amplio de reglas de sintaxis lógica del lenguaje) y los elementos dialécticos (y retóricos) que conllevan los procedimientos de exposición y los criterios de evaluación220. Este capítulo concluye con una pregunta que orientará la presentación del esquema toulminiano del argumento (en el tercer capítulo) y cuya respuesta ya está insinuada en lo que se ha dicho: Debemos preguntar en qué medida el carácter formal de un argumento válido puede concebirse more geometrico, como si su validez formal fuera únicamente cuestión de presentar el tipo correcto de configuración, y hasta qué punto es necesario que se conciba más bien en términos de procedimiento, como una cuestión que consiste en seguir formalidades que deben observarse con el fin de hacer posible la evaluación de los argumentos. (Toulmin, 1958, p. 43/2007, p. 67)221 En el segundo capítulo de Los usos de la argumentación (cuyo tema “La forma de los argumentos” lo analizaremos en la siguiente sección) Toulmin hace algunas observaciones sobre la insuficiencia del modelo del silogismo aristotélico para el análisis de los argumentos222: Desde Aristóteles ha sido habitual analizar la micro-estructura de los argumentos a partir de ejemplos con una disposición muy simple. Normalmente, se presentan tres proposiciones a la vez: “premisa menor, premisa mayor; 220 Se podría hacer aquí una analogía con la distinción de Austin-Searle entre el contenido proposicional de una locución y la intencionalidad y condiciones del acto ilocucionario. 221 Subrayados míos. 222 Veremos más adelante cómo algunos autores han desconocido esta crítica de Toulmin al silogismo aristotélico y han pretendido —erróneamente, a mi parecer— reducir el esquema de Toulmin a un silogismo. 171 Pedro José Posada Gómez por tanto, conclusión”. La cuestión que surge entonces es si esta forma estándar está lo suficientemente elaborada o es lo bastante transparente. Desde luego, la simplicidad es una virtud, pero en este caso, ¿no se ha pagado un precio demasiado alto por ella? ¿Se pueden clasificar adecuadamente todos los elementos de los argumentos bajo los tres apartados (...) o resultan estas categorías tan reducidas en número que inducen a interpretaciones equivocadas? ¿Acaso hay similitudes suficientes entre la premisa mayor y menor para que se las agrupe provechosamente bajo la etiqueta única de “premisa”? (Toulmin, 1958, pp. 95-96/2007, p. 131) Veremos en el siguiente apartado cómo el autor responde a estas preguntas contraponiendo el modelo legal al modelo matemático en el que se inspira el silogismo analítico aristotélico, y mostrando la insuficiencia del mismo concepto de “premisa” (especialmente, “premisa universal”) a la luz de su distinción entre “garantía” y “respaldo” de un argumento. El capítulo 4 (“Lógica operativa y lógica idealizada”) de Los usos de la argumentación se ocupa de señalar las diferencias entre “la crítica práctica de la argumentación” (lógica operativa) y la lógica formal (lógica idealizada) mediante la defensa de una hipótesis principal y dos derivadas: Empezaré enunciando mi hipótesis: a saber, que las categorías de la lógica formal se construyen a partir de un estudio del silogismo analítico, que éste es un tipo de argumento no representativo y engañosamente fácil y que muchos de los lugares comunes paradójicos de la lógica formal y de la epistemología provienen de una aplicación errónea de dichas categorías a argumentos de otras clases. (Toulmin, 1958, p. 146/2007, p. 193) En segundo lugar, el autor mostrará que: En tanto que los lógicos formales pretenden decir algo que sea pertinente sobre los argumentos de tipos diferentes al analítico, no cabe sino un juicio negativo sobre su labor: para el estudio de otros tipos de argumentos se necesitan nuevas categorías, y las distinciones al uso —sobre todo el embrollo comúnmente señalado mediante los términos “deductivo” e “inductivo”— debe dejarse de lado. Y, en tercer lugar, que: (…) desde los tiempos de Aristóteles los lógicos han encontrado atractivo el modelo matemático, en cambio, una lógica modelada sobre la jurisprudencia y no sobre la geometría no podría aspirar a mantener toda la elegancia matemática de su ideal. Pero —agrega—, aunque el modelo jurídico de la argumentación no puede aspirar a la elegancia del modelo matemático, “una lógica idealizada, como la que proviene de un modelo matemático, no puede 172 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) mantener un contacto real con su aplicación práctica”. (Toulmin, 1958, p. 147/2007, p. 194) En apoyo de su hipótesis general, Toulmin reitera que “mientras que los criterios para juzgar la solidez, validez, convicción o fuerza de los argumentos son en la práctica dependientes del campo, los teóricos lógicos restringen dichas nociones e intentan definirlas en términos de invariación con respecto al campo” (1958, p. 147/ 2007, p. 195). Además, mientras que para Toulmin cualquier argumento que use una garantía puede considerarse en la práctica como una deducción, los lógicos “no permiten que este término se aplique sino a los argumentos analíticos”. Esta crítica del autor a los teóricos de la lógica se apoya en una fina aclaración de cinco distinciones que están confundidas en el caso del silogismo analítico. Ellas han sido analizadas detalladamente en el capítulo anterior, pero aquí Toulmin nos ofrece una versión sintética: 1. 2. 3. 4. La distinción entre argumentos necesarios y argumentos probables, es decir, entre argumentos en los que la garantía nos permite avanzar inequívocamente hasta la conclusión (a los que, por tanto, se puede aludir con el matizador modal o modalizador “necesariamente”) y argumentos en los que la garantía nos permite sacar conclusiones sólo provisionales (el modalizador sería “probablemente”), sujetas a posibles excepciones (“presumiblemente”) o condicionales (“en el caso de que...”). La distinción entre argumentos que son formalmente válidos y aquellos que no pueden aspirar a ser formalmente válidos: es formalmente válido cualquier argumento que se propone de tal manera que su conclusión puede obtenerse reorganizando adecuadamente los términos en los datos y la garantía (Uno de los atractivos de la lógica formal ha sido siempre la posibilidad de hacer depender su análisis de la validez exclusivamente de cuestiones de forma, en este sentido). La distinción entre aquellos argumentos, los silogismos ordinarios inclusive, en los que se confía en una garantía, cuya adecuación y aplicabilidad han sido establecidos previamente, y aquellos otros argumentos que se proponen para establecer la adecuación de la garantía. La distinción entre los argumentos expresados en términos de “conectores lógicos” o de cuantificadores y aquellos que no se expresan en dicha forma. Entre las palabras lógicas y aceptables se encuentran “todos”, “algunos”, “o” y unas cuantas más: éstas se ponen en un espacio aparte de las no lógicas, entre las que están la mayoría de los nombres, adjetivos, etc., y los conectores y modalizadores tales como “la mayoría”, “pocos”. “pero”. Como la validez de los silogismos está estrechamente ligada a la distribución adecuada de las palabras lógicas dentro de los enunciados que los configuran, de nuevo colocaremos los silogismos válidos en la primera de las dos clases. 173 Pedro José Posada Gómez 5. La distinción fundamental entre argumentos analíticos y argumentos sustantivos, que puede esquivarse sólo si formulamos nuestras garantías de inferencia a la manera tradicional, “Todo A es B” (o “Ningún A es B”). (Toulmin, 1958, pp. 148-149/2007, p. 196) Recapitulando, se trata de considerar cinco distinciones: a. Necesario - probable, b. Formalmente válido - no validable formalmente, c. Basados en una garantía establecida - que establecen una garantía, d. Expresados en lenguaje lógico - no expresables en lenguaje lógico, y e. Analíticos - sustanciales. Distinciones que han sido establecidas en el capítulo anterior y que ampliaré brevemente, no sin antes resaltar que para Toulmin el carácter peculiar del silogismo analítico se debe a que en él están confundidas estas propiedades, pues el silogismo analítico “no sólo es analítico, sino también formalmente válido, emplea una garantía, es inequívoco en sus consecuencias y se expresa en el lenguaje de las ‘palabras lógicas’” (1958, p. 149/2007, p. 197). -. La distinción entre “necesario” y “probable” puede rastrearse desde el capítulo segundo del texto (dedicada específicamente a la noción de ‘probabilidad’) y es incorporada en el esquema propuesto por Toulmin (Cap. 3), donde estos términos se explican como modalizadores. Así, cuando las garantías permiten aceptar una afirmación de manera inequívoca, si se cuenta con los datos apropiados, estas garantías permiten modalizar la conclusión con el adverbio “necesariamente”. Otras garantías sólo permiten el paso de los datos a las conclusiones de manera provisional, sujeta a condiciones, excepciones o matizaciones; en estos casos se deben emplear términos modales como “probablemente” o “presumiblemente”. Estos modalizadores matizan la afirmación, y hacen referencia explícita al grado de fuerza que los datos confieren a la afirmación realizada en virtud de la garantía (Toulmin, 1958, pp. 100101/2007, p. 137)223. -. La distinción entre argumentos que parten de garantías aceptadas y los que las establecen es fundamental en el análisis de Toulmin. Se basa en la distinción entre “garantías” y “respaldos”. En el capítulo 3 nos dice Toulmin que: “Detrás de las garantías que empleamos habrá normalmente... otras certezas, sin las cuales las propias garantías carecerían 223 Uso, en esta parte, las nociones de “garantía”, “respaldo”, “modalizador”, etc., que hacen parte del conocido esquema de Toulmin, y que serán mejor definidos en el siguiente apartado. 174 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) de autoridad y vigencia; a éstas nos referiremos como el respaldo de las garantías” (1958, p. 103/2007, p. 140). Y diferencia más adelante estos dos elementos: “los enunciados de las garantías... son enunciados hipotéticos, que funcionan a modo de puente; en cambio, el respaldo para las garantías puede expresarse en forma de enunciados categóricos sobre hechos...” (1958, p. 105/2007, p. 143). Veremos luego cómo esta distinción permite hacer una crítica profunda a lo que Toulmin llama “la ambigüedad de los silogismos”, pues en ellos la noción de “premisa universal” impide ver la distinción entre garantías y respaldos. -. Algo semejante ocurre con la noción de “validez formal”. Pues, cualquier argumento que pueda expresarse con la fórmula “datos; garantía; luego conclusión” será formalmente válido. Pero, “si se reemplaza la garantía por el respaldo —es decir, si se interpreta la premisa universal en el sentido opuesto—, estará fuera de lugar la aplicación del principio de validez formal al argumento”, esto a pesar de que un argumento de la forma “datos; respaldo; luego conclusión” está totalmente en orden, para efectos prácticos. En términos más generales, Toulmin considerará que la validez de un argumento no es consecuencia de sus propiedades formales (1958, pp. 119-120/2007, pp. 160-161). -. Otra distinción fundamental en el análisis de Toulmin es aquella entre “argumentos analíticos” y “argumentos sustanciales”. Partiendo de lo establecido en el punto anterior, Toulmin considera que “como regla general, sólo se pueden disponer de una manera formalmente válida los argumentos que siguen el esquema ‘D, G, luego C’ (Datos, Garantía, luego Conclusión); los argumentos que siguen el esquema ‘D, R, luego C’ no pueden expresarse de ese modo”. Los argumentos analíticos parecen romper esta regla. Pero esto no parece suceder con los argumentos que usamos en la vida cotidiana, pues en ellos, (...) nunca... puede considerarse que la conclusión es una mera reformulación del enunciado inicial; en otras palabras, de algo que ya ha sido afirmado implícitamente en los datos o en el respaldo de nuestra idea. Aunque el argumento sea formalmente válido cuando se expresa siguiendo la forma “dato, garantía, luego conclusión”, el paso que damos al saltar a la conclusión a partir de la información fiable de la que disponemos es sustancial. (Toulmin, 1958, pp. 124-125/2007, pp. 166-167) Dicho en otras palabras, el enunciado que sigue la forma “D, R y también C” nunca será una tautología. Toulmin definirá estrictamente esta diferencia así: 175 Pedro José Posada Gómez Un argumento que parta de D para llegar a C será denominado analítico si y sólo si el respaldo para la garantía que lo legitima incluye, explícita o implícitamente, la información transmitida a la conclusión. Cuando ocurra así, el enunciado “D, R y también C” será, por regla general, una tautología. (...) Cuando el respaldo que apoya la garantía no contenga la información transmitida en la conclusión, el enunciado “D, R y también C” no será nunca una tautología y el argumento será sustancial. (Toulmin, 1958, p. 125/2007, p. 167) Toulmin considera que los argumentos analíticos son raros o excepcionales y que es difícil elaborar uno que lo sea sin lugar a duda. Aun más, si un argumento pretende (...) establecer conclusiones sobre aquello de lo que no estamos plenamente seguros, relacionándolas con otra información sobre la que tenemos mayor certeza, comienza a resultar dudoso el hecho de que algún argumento genuino, en la práctica, pueda ser alguna vez propiamente analítico. (Toulmin, 1958, pp. 126-127/2007, p. 169) De allí que sea un error proponer los argumentos analíticos de las matemáticas —cuyos problemas no son dilemas (o incompatibilidades, en el sentido perelmaniano) y cuya solución no tiene caducidad temporal ni suponen dar pasos sustanciales—, como modelos representativos para otros tipos de argumentos (1958, p. 127/2007, p. 170)224. El análisis de Toulmin de esta distinción “analítico-sustancial” muestra que ella no coincide con aquellas entre “válidos-no válidos”, o entre argumentos “Que usan garantías – o que las establecen”, o entre los “que conducen a conclusiones necesarias – y los que llevan sólo a conclusiones probables”. Este análisis le permite refinar su definición de los argumentos analíticos. Pues, en un primer momento, el carácter de analíticos se puede apoyar en tres criterios: su carácter tautológico, su carácter verificable y su carácter auto-evidente (1958, p. 131 ss./2007, p. 174 ss.). Dado que los caracteres tautológico y autoevidente presentan dificultades para clasificar todos los argumentos analíticos, Toulmin redefinirá este concepto a partir del criterio de verificación: 224 Nótese que este rechazo a regir los argumentos en general por el modelo matemático es común a Toulmin y a Perelman. Sobre este último, véase el ensayo de A. L. Gómez: “¿Se pueden formalizar los argumentos?”, texto agregado a la segunda edición de su libro Seis conferencias sobre teoría de la argumentación (2001/2006, pp. 149-185). 176 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (...) clasificaremos un argumento como analítico si, y sólo si, satisface este criterio —es decir, cuando la comprobación del respaldo de la garantía suponga ipso facto la comprobación de la verdad o falsedad de la conclusión—, y procederemos así tanto si conocer todo el respaldo supone de hecho verificar la conclusión o falsarla. (1958, p. 133/2007, p. 177) La distinción entre argumentos analíticos y sustanciales, nos dice Toulmin, es completamente distinta de la establecida entre los que son concluyentes (necesarios) y los que son provisionales (probables), porque los argumentos analíticos pueden ser concluyentes o provisionales, y los concluyentes pueden ser analíticos o sustanciales (1958, p. 141/2007, p. 186). Resumiendo su tesis nos dirá Toulmin que el desarrollo de la teoría lógica comenzó históricamente con el estudio de una clase especial de argumentos, esto es, los que son inequívocos, analíticos y formalmente válidos con un enunciado universal como “premisa mayor”225. Pero tales argumentos son excepcionales por cuatro razones: 1) el uso de la fórmula “Todo A es B” en la premisa mayor oculta la distinción entre la garantía por inferencia y el enunciado que contiene el respaldo; 2) solo en este tipo de argumentos sucede que carece de importancia la distinción entre los datos y la garantía que sirve de respaldo (se etiquetan datos, garantías y respaldos de las garantías como “premisas”); 3) por ser analíticos, el procedimiento que verifica el respaldo verifica ipso facto la conclusión; 4) por ser inequívocos, resulta imposible aceptar los datos y el respaldo y rechazar la conclusión, sin incurrir en contradicción (1958, pp. 144-145/2007, pp. 190-191). En general, aceptando que el carácter analítico es una cosa y la validez formal es otra, Toulmin concluye que “ninguno de ellos es un criterio universal para medir la necesidad de los argumentos y mucho menos su validez” (1958, p. 145/2007, p. 191). 5.3. La forma de los argumentos (El esquema de Toulmin) El objetivo que se propone Toulmin en el segundo capítulo de Los usos de la argumentación es aclarar la relación entre la validez y la estructura o forma de los argumentos. Dicho en forma de preguntas: “¿Cómo debe presentarse un argumento para mostrar las fuentes de su validez? ¿Y en qué sentido la aceptabilidad o inaceptabilidad de los argumentos depende de sus méritos o defectos “formales”?” (1958, pp. 94-95/2007, p. 130). 225 Esta hipótesis de Toulmin es válida si entendemos que los Analíticos de Aristóteles son el inicio de la “teoría lógica”, pero no se sostiene si aceptamos que, históricamente, Aristóteles inició su estudio con la dialéctica (en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas) como vimos en la primera parte de este trabajo. 177 Pedro José Posada Gómez Habiendo ya mostrado la crítica del autor a la evaluación de los argumentos desde la perspectiva lógico-formal, nos dedicaremos en esta parte a presentar su propia propuesta para el análisis y evaluación de los argumentos, es decir, el conocido “esquema de Toulmin”. En el tercer capítulo (La forma de los argumentos) de su libro del 58, el autor construye el esquema que representa los elementos comunes a todo argumento. Aquí partiremos del resultado final y resumiremos las características y propiedades de cada uno de los elementos de dicho esquema. Vale la pena mencionar antes dos aclaraciones teóricas importantes: 1) que Toulmin insiste en que su esquema resulta de mirar los argumentos desde la óptica del “modelo legal” (como alternativa al “modelo matemático” desarrollado por los lógicos formales) y con la atención puesta en “las categorías de la lógica aplicada –esto es, en el objetivo práctico de la argumentación y en las nociones que este empleo requiere” (1958, p. 95/2007, p. 131); y 2) que Toulmin espera que esta “analogía jurídica” le permita “adoptar un esquema más complejo” que los conocidos. Específicamente lo opone al modelo de análisis que “desde Aristóteles ha sido habitual”, y que consiste en “analizar la micro estructura de los argumentos a partir de ejemplos con una disposición muy simple. Normalmente, se presentan tres proposiciones a la vez: ‘premisa menor, premisa mayor; por tanto, conclusión’”. Toulmin se pregunta si esta forma estándar está suficientemente elaborada y si es suficientemente transparente; si el número reducido de premisas puede dar lugar a interpretaciones equivocadas; si el nombre de ‘premisa’ cubre una distinción clara. Veamos ahora el “esquema de los argumentos”226 que propone Toulmin. De hecho, contamos con dos versiones, ligeramente distintas. La de The uses of argument, 1958, y la de An introduction to reasoning, 1979. En la versión de 1958 el esquema se presenta así: Ante los datos D se sigue, (en el modo M), Dado que G A menos que O Teniendo en cuenta R 226 “The layout of arguments” (Toulmin, 1958, p. 104). 178 la conclusión C Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) G De acuerdo con las correspondientes reglas o principios (Garantías), la aseveración (C) F Estos fundamentos (F) soportan de un modo cualiicado (M) M C O A menos que tengan lugar las objeciones (O) Donde M es el modalizador o cualificador modal, G es la garantía, R es el respaldo o apoyo de la garantía y O las posibles objeciones. Presentaré primero una interpretación sintética e intuitiva de este esquema, para discutir luego algunos detalles importantes y polémicos y compararlo con la versión de 1979. En su texto de 1958, el autor parte de un esquema básico: apoyándonos en datos que consideramos evidentes o establecidos ‘extraemos’ o inferimos determinada conclusión (en la forma “Si D entonces C”). A continuación, Toulmin explicita este esquema elemental con expresiones como “Datos como D lo autorizan a uno a sacar conclusiones o a hacer aseveraciones como C”, o, alternativamente: “Dados los datos D, uno puede afirmar que C”. Un análisis más detenido muestra otros cuatro elementos en la estructura de un argumento completo: Los datos (D) apoyan la conclusión (C) con una determinada fuerza o intensidad; ésta queda demarcada por el uso de expresiones como “Si D, posiblemente C —seguramente que C, con absoluta certeza C, tal vez C, etc.—”. Toulmin llama a estas nociones que indican la fuerza: “calificadores modales” o ‘modalizadores’ (modal qualifiers). En términos retóricos estos podrían ser interpretados como señalando el grado de adhesión que el orador le concede al nexo entre sus premisas y su conclusión (o el grado de adhesión que solicita para ellas a su auditorio). Pero los datos y hechos que consideramos en cada caso como premisas, hacen parte de otros tipos de datos y hechos que hemos conocido y clasificado previamente (clasificamos cada dato nuevo como un caso semejante a otros anteriores). Ese grupo de hechos, datos, experiencias, recuerdos, etc, “acompañan, apoyan, refuerzan o respaldan nuestra comprensión del dato (o datos) que apoya nuestra aseveración final o conclusión”. A este grupo de datos previos (presupuestos como válidos o verdaderos o verídicos) los llama Toulmin “respaldos” o “apoyos” (backing). A su vez, los hechos que respaldan nuestros datos han sido previamente clasificados, originando re179 Pedro José Posada Gómez glas, ‘leyes’, reglamentos, códigos, sistemas de pensamiento, que explican ese cúmulo de hechos, etc. Toulmin llama “garantías” (warrants227) a este grupo de tesis, leyes, normas, etc. Por otro lado, el hecho de que concedamos una relativa fuerza a nuestras aseveraciones es el reconocimiento implícito de que sopesamos sus posibles debilidades, que podemos concebir la posibilidad de que fueran falsos si otros hechos o datos fueran verdaderos, o de que hubiera casos excepcionales que impedirían su aplicación. Estos últimos refutarían, objetarían, debilitarían, invalidarían, nuestra pretensión de verdad, nuestra conclusión. Toulmin llamó a estos posibles hechos “Refutaciones u objeciones” (O) (Rebuttal). Para una mejor comprensión del esquema es importante, primero, entender qué son las garantías o garantes y distinguirlas claramente de los datos (lo dado, los hechos). Las garantías son reglas, principios o “enunciados hipotéticos, de carácter general” que actúan como puente entre los datos y la aseveración o conclusión. Las garantías se distinguen de los datos porque: “a los datos se apela explícitamente, a las garantías implícitamente”. Además, las garantías son generales (certifican la validez de todos los argumentos de determinado tipo), y por ello deben establecerse de modo diferente a los elementos justificatorios que ofrecen los datos. Así, la distinción es semejante a la que establece el derecho entre “cuestiones de hecho” y “cuestiones de derecho” (1958, p. 99/2007, p. 136). Otro aspecto importante del esquema es la relación entre las garantías y los respaldos. Toulmin introduce los respaldos así: “Detrás de las garantías que empleamos habrá normalmente,..., otras certezas, sin las cuales las propias garantías carecerían de autoridad y vigencia; a éstas nos referiremos como el respaldo (R) de las garantías” (1958, p. 103/2007, p. 140). Toulmin muestra que, en un argumento, el respaldo, necesario para establecer la garantía, es “variable” o “dependiente del campo”. La diferencia básica entre respaldos y garantías está en que (…) los enunciados de las garantías... son enunciados hipotéticos, que funcionan a modo de puente; en cambio, el respaldo para las garantías puede expresarse en forma de enunciados categóricos sobre hechos, al igual que sucede con los datos que se alegan para apoyar directamente las conclusiones. (Toulmin, 1958, p. 105/2007, p. 143) Por su parte, los datos se distinguen de los respaldos por la función que desempeñan en el argumento: “Para que haya un argumento deben presen227 Warrant puede también ser traducido como ‘justificación’ o ‘seguro’. El término “garantía” permite la analogía con lo que en el comercio se llama “documento de garantía”. 180 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) tarse datos de algún tipo”, sin ellos no hay argumento; mientras que los respaldos no tienen que ser explícitos, pueden quedar sobreentendidos. Estas distinciones tendrán un papel importante en la crítica de lo que Toulmin llama “la ambigüedad del silogismo”. Distinguiendo entre la fuerza de las premisas universales, cuando son consideradas como garantías, y el respaldo que les otorga autoridad, el autor llega a la conclusión de que “la forma habitual de expresión (“Todo A es B” o “Ningún A es B”, en los razonamientos silogísticos) tenderá a difuminar ante los hablantes la distinción entre la garantía por inferencia y el respaldo en que se basa” (1958, p. 111/2007, p. 150). Mientras que en el esquema de análisis propuesto por el autor no hay lugar para tal ambigüedad, puesto que la garantía y el respaldo del que depende su autoridad están en lugares claramente separados. El hecho es que en los enunciados con la estructura “Todo A es B” se puede estar aludiendo al mismo tiempo a la fuerza de la garantía y al contenido factual del respaldo en que se basa, y es frecuente que tales enunciados se utilicen para cumplir ambas funciones, diluyendo así la transición del respaldo a la garantía. Además, mientras que los enunciados de la forma “Todo A es B” pueden ser interpretados como “Puede tenerse la total certeza de que A es B”, con una fuerza invariante con respecto al campo, “el tipo de razones o respaldo en que se basa un argumento de este tipo dependerá del campo de la argumentación”. Así, en algunos campos el enunciado significará: “La proporción de A que son B es del 100 por ciento”; en otro podrá significar: “Está establecido por la ley que A debe tenerse incondicionalmente como B”; en un tercer caso: “La clase de B incluye taxonómicamente a la clase entera de A”; o, en un cuarto caso: “La práctica de hacer A lleva a las siguientes consecuencias intolerables”, etc. (1958, p. 95/2007, p. 112). La distinción entre garantías y respaldos sirve igualmente para cuestionar la forma tradicional del silogismo conformado por dos premisas y una conclusión, y la misma noción de “premisa universal”, que a veces ocupa el lugar de una justificación o garantía y a veces el de un respaldo. Para Toulmin, «la doble distinción entre “premisas” y “conclusión” parece insuficientemente compleja y, para hacer justicia a la situación, hay que adoptar en su lugar una cuádruple distinción entre el “dato”, la “conclusión”, la “garantía” y el “respaldo”» (1958, pp. 113-114/2007, pp. 153-154). También se puede aclarar el conocido problema lógico del “presupuesto o contenido existencial” (“implicaciones existenciales” lo llama Toulmin) de las premisas universales, en la medida en que ese contenido viene a depender de que la premisa en cuestión ocupe el lugar de una garantía o de un respaldo. 181 Pedro José Posada Gómez Toulmin opone la riqueza del habla cotidiana al empobrecimiento al que la somete el esfuerzo logicista de precisión; pues en muchos casos resulta claro que “las elecciones expresivas que hacemos dentro de las posibilidades de la lengua, aunque quizá sutiles, reflejan esas diferencias (entre garantías y respaldos, y entre respaldos de tipo cuantitativo y respaldos de tipo taxonómico) con notable exactitud” (1958, p. 117/2007, p. 158). También la noción de validez formal resulta afectada por el enfoque de Toulmin. Por un lado, encuentra que, si se usa la garantía correcta, cualquier argumento con la forma: “datos, garantía, luego conclusión” puede expresarse de tal modo que su validez sea evidente a partir de la forma; pero, por otro lado, si se sustituye la garantía por el respaldo, “estará fuera de lugar la aplicación del principio de validez formal”, ya que un argumento de la forma “datos, respaldo; luego conclusión” estará totalmente en orden, pero no se puede afirmar que su validez sea consecuencia de alguna propiedad formal de las frases que lo constituyen (1958, p. 120/2007, p. 161). Como ejemplo de un argumento con la forma “D, R, luego C” Toulmin da este razonamiento: “Peterson es sueco. La proporción conocida de católicos romanos en Suecia es cero; luego Peterson no es, con total certeza, católico romano” Los argumentos habituales en el lenguaje cotidiano también se alejan del concepto de la validez de la tradición lógica en la medida en que en ellos es posible distinguir entre “argumentos que hacen uso de garantías” y “argumentos que establecen garantías” (mediante respaldos). En el primer caso, un único dato permitirá sacar una conclusión recurriendo a una garantía cuya aceptabilidad se da por supuesta; en el segundo, se tratará de establecer una nueva garantía (…) mediante su aplicación sucesiva a una serie de casos en los que tanto los “datos” como la “conclusión” han sido verificados de modo independiente. En este tipo de argumento, es en la garantía —y no en la conclusión— donde radica la novedad y por tanto es eso lo que debe probarse. (1958, p. 120/2007, pp. 161-162) La presentación de la “forma de los argumentos” termina con una síntesis de las distinciones hechas, que permite tomar distancia del “paradigma analítico como estándar de comparación utilizado para someter a crítica a los restantes argumentos”: 182 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) La división de los argumentos entre analíticos y sustanciales, entre aquellos que hacen uso de las garantías y los que las establecen, entre concluyentes y provisionales y entre los que son formalmente válidos y los que no lo son, han sido agrupadas con propósitos teóricos según una única distinción, mientras que la pareja de términos “deductivo” e “inductivo”, que en la práctica (...) se usa para distinguir sólo la segunda de las cuatro distinciones, se vincula a las cuatro. (1958, p. 145/2007, p. 191) Es por tanto un error considerar al modelo analítico como paradigma, ya que “el carácter analítico es una cosa, y otra, la validez formal; y ninguno de ellos es un criterio universal para medir la necesidad de los argumentos y mucho menos su validez” (1958, p. 145/2007, p. 191). Es importante anotar que Toulmin no desconoce que las consideraciones lógicas sobre la coherencia y la no contradicción pueden ser relevantes “incluso cuando los argumentos que se discuten son sustanciales” (1958, p. 169/2007, p. 220). Pero para el autor, la congruencia y la coherencia son apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” (1958, pp. 171-172/2007, p. 223). O, dicho en otros términos: (…) las consideraciones lógicas no son sino consideraciones formales, es decir, son consideraciones que tienen que ver con las formalidades preliminares de la expresión de un argumento y no con los méritos reales de argumento o proposición alguna. Una vez dejadas atrás las formalidades preliminares, la cuestión de la coherencia y la contradicción sigue siendo relevante sólo para la clase sumamente limitada de los argumentos analíticos, e incluso entonces representan, como mucho, las bases de criterio de la posibilidad y la imposibilidad, pero no la totalidad del significado de dichos términos. (1958, p. 173/2007, pp. 224-225) En la versión del esquema o “diagrama analítico básico” de la argumentación que se dará en 1979 (Toulmin et al., 1979, p. 78), será reemplazada la expresión Data (datos, hechos o información de partida) por la expresión Grounds, que puede ser traducida como razones, justificaciones, motivos, fundamentos, etc. Así: 183 Pedro José Posada Gómez Que puede ser leído como: Los fundamentos (F), soportan, de modo cualificado (M) la aseveración (C), dados los respaldos (R) y las garantías (G), a menos que tengan lugar las objeciones (O). 5.4. Críticas al esquema de Toulmin Para finalizar este aparte, pasaré revista a algunas críticas que se han hecho al modelo de análisis de la argumentación propuesto por Toulmin. Las críticas tienen que ver, principalmente, con tres aspectos: a) Si el esquema de Toulmin logra efectivamente superar las limitaciones de la lógica formal, especialmente del silogismo analítico; 2) La casi total ausencia de elementos retóricos y dialécticos en este modelo de análisis, es decir, su centramiento en el mensaje o en el λόγος de la argumentación; y 3) Su limitación al aspecto “procedimental” del habla argumentativa. Las dos primeras críticas las encontramos en autores como M. Meyer, C. Hoogaert, E. Danblon y F. van Eemeren, la tercera es de J. Habermas. Corine Hoogaert (2001) considera que lo que construye Toulmin es “una teoría sobre el discurso, sobre el mensaje” en la cual “el orador y el interlocutor ocupan un lugar restringido” (p. 156), siendo así una teoría “logocéntrica” (p. 158). Y, mientras que Toulmin considera que el esquema de un argumento explicita la función de cada uno de los elementos que intervienen, Hoogaert ve en tal pretensión el olvido del intercambio entre un orador y su auditorio, pues se estaría considerando que, en el esquema, “el argumento se hace explícito por sí mismo, por su propia lógica” (2001, p. 159). Hoogaert reconoce que Toulmin reprocha a Platón el haber creado un ideal filosófico apodíctico, que influenció a generaciones de filósofos, haciéndoles preferir el razonamiento matemático al lenguaje humano; pues, “el lenguaje lógico, que utiliza la demostración, es más estéril que el lenguaje ordinario” (2001, p. 160)228; pero enseguida reduce a un silogismo o “cuasi-silogismo” el esquema de Toulmin: «El esquema de análisis que propone descansa sobre una estructura del tipo: “X es A, lo que se puede traducir en Toulmin por D, Todos los A son B, que corresponde a (F o G), donde X es B, y uno llega a C”» (p. 160). Nótese que este intento de reducir el esquema de Toulmin a un silogismo se logra solo al precio de difuminar la diferencia entre Garantías (G) y Respaldos (F), y de omitir el modalizador y el posible refutador. 228 Hoogaert remite a la conferencia de Toulmin (1992), “Logic and the Criticism of Arguments”, en The Rhetoric of Western Toughts. Fendall: Hunt, pp. 265-277. 184 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) En el capítulo “Les rhétoriques du XXe siècle”, del libro Histoire de la rhétorique, Michel Meyer (1999, pp. 247-287) contrasta The uses of argument, de Toulmin, con el Tratado de la argumentación de PerelmanOlbrechts: Ciertamente, ambos se esfuerzan por desarrollar una racionalidad argumentativa que privilegia un logos reducido al lenguaje natural. Pero Toulmin es un alumno de Wittgenstein: sólo el lenguaje cuenta, y él no se ocupa ni de tipologizar los auditorios, ni de considerar el êthos, reducido a un orador que es intercambiable con el interlocutor. (Meyer, 1999, p. 272) Se trata pues de la crítica que ya encontramos en C. Hoogaert, el centramiento en el logos de la argumentación y el olvido de los elementos retóricos. Meyer también acusa a Toulmin de permanecer en el marco de la lógica formal: “Porque —continúa—, en el fondo, Toulmin busca principalmente una lógica natural que sea un calco de la lógica formal...” (1999, pp. 272-273). Según Meyer, “Toulmin considera que un buen argumento debe estar ‘blindado’, es decir, debe aproximarse en lo posible a un silogismo lógico”. Debo confesar que tal afirmación no se compadece con las permanentes críticas de Toulmin al modelo del silogismo analítico. Más bien, parece ser un resultado de exagerar el hecho de que Toulmin valore el papel de los posibles refutadores, al momento de construir un argumento. Así, agrega Meyer (1999) interpretando a Toulmin: “En lo posible (el buen orador) no debe dejar ningún espacio de maniobra al auditorio. Para este fin, el orador debe prever una posible refutación y modalizar adecuadamente su conclusión, principalmente una refutación que él debe anticipar” (p. 273). Aunque parece extraño que un modelo de argumento que no considera ni el ἦθος, ni el πάθος, pueda estar empeñado en cercenar el papel del auditorio. Para Meyer, aunque el modelo de Toulmin es más dinámico que el de la lógica formal, sigue teniendo a esta como modelo. Pues “la lógica matemática opera de la misma forma, sólo que en ella el qualifier de la conclusión es la necesidad...”. Una vez más, Meyer pasa por alto que Toulmin considera a los argumentos lógico-matemáticos como casos extremos y raros, que no se producen en la argumentación cotidiana. F. H. van Eemeren y R. Grootendorst también han sometido a crítica el modelo de Toulmin. Según los creadores de la pragma-dialéctica, “En una primera mirada, Toulmin parece situar la argumentación en el contexto dialéctico de la discusión entre un hablante y un oyente, pero en una mirada 185 Pedro José Posada Gómez más atenta, su enfoque resulta ser retórico”. En apoyo de esta apreciación, los autores comparan el modelo de Toulmin con el propuesto por Cicerón en De inventione. Específicamente, consideran que la “expansión retórica del silogismo”, que subyace el modelo de Toulmin, es similar al epiquerema de la retórica clásica229. Y, aunque anticipa las reacciones del interlocutor, el modelo está dirigido básicamente a representar los puntos de vista de el hablante o el escritor que argumentan, “la parte contraria permanece pasiva: la aceptabilidad de la conclusión no depende de una contrastación sistemática de los argumentos en pro y en contra de ella” (Van Eemeren y Grootendorst, 2004, p. 47). Los autores agregan que si se da una interpretación retórica al modelo de Toulmin, resulta posible acercarlo a la Nueva Retórica y presentar los esquemas argumentativos de Perelman-Olbrechts como descripciones de distintos tipos de garantías (warrants). Sin embargo, estas teorías “carecen de una dimensión normativa que haga justicia a las consideraciones dialécticas” (2004, p. 50). De la solución que proponen los pragma-dialécticos para esta situación nos ocuparemos en el siguiente capítulo. Van Eemeren y Grootendorst también cuestionan el concepto de “lógica” que critica Toulmin, en el sentido de que este desconoce que los lógicos también han visto a la lógica como una teoría crítica (p. 129)230. Consideran, además, que el concepto de ‘racionalidad’ que desarrolla Toulmin en The uses of argument es de tipo antropológico, pues hace depender la aceptabilidad de los argumentos de los criterios evaluativos de un grupo de personas, los representantes del “campo” al que pertenece la argumentación. En síntesis, la “dependencia del campo” de los respaldos 229 El profesor Adolfo León Gómez, en el artículo inédito antes citado (Los modelos jurídicos de las teorías argumentativas de Perelman y Toulmin), hace estas precisiones sobre el epiquerema: «El epiquerema es un silogismo dialéctico para Aristóteles (Tópicos, VIII, 11, 162 a 6), y, por lo mismo, distinto de los silogismos demostrativo y erístico. En la lógica posterior es un silogismo en que una, e incluso, sus dos premisas se prueban. Por ejemplo, este de Cicerón en el que se justifica la muerte de Clodius a manos de Milón: “está permitido matar a un injusto agresor para defenderse, pues la razón, la ley y la costumbre garantizan el derecho de legítima defensa”. Ahora bien, Clodius era un injusto agresor, prueba de ello son sus antecedentes, sus preparativos y las circunstancias del drama. Luego, está permitido a Milón matarlo. Valga observar que al epiquerema se le puede llamar silogismo retórico, pero en un sentido lato, así como llamamos retóricos al entimema y al sorites (o polisilogismo). Pero en sentido estricto no, porque para que ello sea posible se requiere que haya orador y auditorio, cosa que no se da en el silogismo toulminiano». 230 Los autores remiten para ello al texto de I. C. Jarvie (1976): “Toulmin and the rationality of science”. En: Cohen, Feyerabend & Wartofsky: Essays in Memory of Imre Lakatos. Dordrecht: Reidel, pp. 311-333. 186 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) de las garantías permiten afirmar que su concepción de la racionalidad es de carácter relativista (pp. 130-131)231. Por último, veamos la crítica al modelo de Toulmin en el libro de E. Danblon (2005, pp. 59-77): La fonction persuasive. Esta autora empieza señalando que el libro de 1958 pretende (…) situarse en el debate filosófico sobre el estatuto de la lógica –íntimamente ligado, según las concepciones de la época, al de la argumentación [...] En la perspectiva de Toulmin —agrega— es fundamental el aspecto práctico de la lógica y la argumentación, puesto que ya no se trata de un ideal filosófico encargado de producir inferencias formalmente válidas; se trata, por el contrario, de una razón práctica que debe producir conclusiones aceptables orientadas a la toma de decisiones racionales. (Danblon, 2005, p. 59) Para Danblon, igual que para los críticos que hemos señalado, Toulmin no logra, sin embargo, escapar al modelo logicista que critica. Así mismo, la autora señala que, en su análisis de la argumentación, Toulmin se centra en el mensaje o tema del argumento, adoptando el punto de vista del orador y no el del auditorio (p. 60). Incluso se queda corto en su pretensión de centrar su reflexión en el contexto de la razón práctica. En otras palabras, su modelo seguiría más bien los lineamientos de una racionalidad técnico-científica. Danblon hace un detenido análisis de los componentes del modelo de Toulmin y los examina a la luz de sus posibles usos retóricos. Merece especial mención su tratamiento de la noción de “refutador potencial del argumento” (Rebuttal - Restriction, en la versión francesa). La autora parte de una observación de Carl Hempel232, en el sentido de que en un silogismo estadístico (es decir, en un razonamiento inductivo o probabilístico) es posible llegar a conclusiones contradictorias. Lo que le sirve a Danblon para mostrar que los razonamientos considerados por Toulmin nunca pueden satisfacer lo que Carnap233 llamó “el requisito de evidencia total” (“requirement of total evidence”). Se trata para Danblon de que, en el modelo de Toulmin, “cada refutación puede ser objeto de una nueva refutación que conduce a una conclusión opuesta”, y esto hace inaccesible “el cumplimiento del ‘requisito de evidencia total’, puesto que cada refutación acrecienta el conjunto de datos considerados como pertinentes” (Danblon, 2005, p. 67). Y ante la posibilidad de que surjan infinitas restricciones, y para evitar el 231 Por su parte, los pragma-dialécticos se esforzarán por desarrollar una “concepción dialéctica” de la racionalidad. 232 C. Hempel (1965), “Inductive inconsistencies”, en Aspects of scientific explanation. 233 R. Carnap (1948): On the applications of Inductive Logic 187 Pedro José Posada Gómez escepticismo y llegar a alguna conclusión razonable, se deberá bloquear la posibilidad de plantear nuevas refutaciones. Pues en la medida en que las refutaciones son evaluadas y falsadas la “predicción” (conclusión) aparecerá como “más seria” epistemológicamente. Danblon menciona la opinión de Ch. Plantin (1990) quien señala que la “restricción” (rebuttal), en tanto refutación de la tesis central, es una alusión a la posición de un adversario, y, en tal sentido, podría admitir una lectura “polifónica” (en el sentido de Ducrot, 1984), en la que el orador asume la responsabilidad de enunciar a un enunciador imaginario que defendería el punto de vista de un adversario234. Sin embargo, opina Danblon, si se confronta esta hipótesis con los discursos reales, parece que se confiere al componente toulminiano de la Refutación una capacidad retórica que supera ampliamente «el muy dialéctico “requisito de evidencia total”, así como la polifónica “alusión a una posición contraria”» (Danblon, 2005, p. 68). Por el contrario, la autora considera que la concepción toulminiana de la refutación sigue siendo “estrictamente logicista”; pues, mientras que la idea de una refutación infinita se relaciona con una concepción indeterminista del mundo, la ficción que construye el orador toulminiano, en la cual solo se admite una refutación, “sumerge la escena retórica en universo cerrado y determinista” (pp. 70-71). También llama la atención Danblon sobre el hecho de que Toulmin prefiere, en sus ejemplos, las conclusiones que expresan predicciones probabilísticas. La autora muestra cómo resulta difícil conservar el análisis toulminiano cuando se consideran otros tipos de acto de habla como las promesas o las amenazas. Incluso, como el análisis de Toulmin no permite percibir casos en los que, por ejemplo, una predicción se convierte en una amenaza, casos que escapan al análisis de una lógica probabilística, que sería la propuesta por Toulmin (pp. 68-71). Esta imposibilidad de dar cuenta de las diferentes fuerzas ilicucionarias contenidas en las conclusiones de los argumentos, sería una prueba más del carácter logicista del modelo de Toulmin. Aún más, tal carencia no permitiría al análisis toulminiano distinguir entre la conclusión de un proceso, la decisión tomada en una asamblea, o el fin perseguido por un elogio fúnebre: En una palabra, la ausencia de toda puesta en obra de una dimensión práctica y jurídica en el modelo toulminiano, nos impide aprehender las diferentes posibilidades concretas a las que conduce el discurso argumentativo: pronunciar sentencias, tomar decisiones que sean ‘buenas’ para la ciudad, reforzar el lazo social, etc. (Danblon, 2005, p. 75) 234 Danblon remite a Plantin (1990), Essais sur l’argumentation, y a Ducrot (1984): Le dire et le dit. 188 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Como máximo, el modelo de Toulmin podría acercarse al género judicial (que busca establecer hechos y se expresa en conclusiones asertivas) pero no al género deliberativo (que busca hacer actuar al auditorio mediante órdenes o consejos). Finalmente, Danblon considera que el análisis de Toulmin no logra articular los dos aspectos indisociables de la retórica: la validez y la persuasión (p. 77). Por mi parte, concluiré esta presentación con un balance de estas críticas al modelo de Toulmin: 1. El libro de Toulmin de 1958 es una obra pionera235. De allí que tenga limitaciones debidas al estado de la cuestión en el momento de su redacción. Los críticos parecen olvidar que el autor no pretendió con ella resolver problemas de retórica o de teoría de la argumentación. Como vimos, se trataba de una crítica a la hegemonía del análisis lógico formal y de un intento de construir un marco teórico para una lógica informal que a la vez sirviera al desarrollo de una epistemología. Toulmin insiste en la crítica al uso de nociones lógicas, como ‘deducción’ e ‘inducción’, que están en la base de los debates metodológicos y epistemológicos. Poco eco han tenido esos temas en los críticos más centrados en la renovación de la retórica. 2. Es explicable que, en su intento por ir más allá del análisis lógico formal, el modelo conserve aún algunos rasgos de la lógica criticada. No obstante, los críticos parecen pasar por alto las diferencias para centrarse en los rezagos que conserva. Sin embargo, parece errado querer reducir el modelo de Toulmin a una versión apenas revisada del silogismo clásico (o a un epiquerema). Todo razonamiento puede ser reducido a un silogismo (se sabe desde Aristóteles), pero al costo, en el caso que nos ocupa, de eliminar todo lo novedoso que el modelo aporta. 3. Los críticos tienen razón al señalar que, desde el punto de vista retórico, el modelo está centrado en el λόγος, olvidando los elementos del ἦθος del orador y del πάθος del auditorio. Pero no se puede reclamar a un autor por no haber resuelto problemas que nunca se planteó. Más bien, se debería averiguar hasta qué punto el modelo puede ser enriquecido con elementos de la retórica, sin que pierda su esencia. Vimos cómo para algunos críticos es posible una lectura retórica del modelo de Toulmin (incluso desde la Nueva Retórica perelmaniana), 235 El texto de 1979 tiene más el carácter de un manual, sin el aparato reflexivo y polémico del libro de 1958. 189 Pedro José Posada Gómez así como el reconocimiento de un incipiente elemento dialéctico representado por la introducción del refutador potencial. Pero, en su concepción más general, el modelo da poco espacio al papel del auditorio y no concede ninguno al ἦθος del orador, haciéndose acreedor al calificativo de monológico y procedimental (Habermas). Terminaré este capítulo con una larga cita de un texto de Toulmin de 1990, en el cual el autor precisa el resurgimiento del modelo analítico o matemático de la argumentación en el racionalismo cartesiano moderno. Vale la pena resaltar dos aspectos de este texto: el reconocimiento tardío, por parte del autor, del papel de la retórica en el período del humanismo renacentista y la omisión del papel fundamental que jugó la obra de Petrus Ramus (1515-1572) que representa un punto de inflexión que da lugar a la llamada (por Perelman-Olbrechts) “retórica clásica”, al trasladar a la dialéctica tres de las partes más importantes de la retórica: la inventio, la dispositio y la memoria; dejándole solo la elocutio y la actio. Con lo cual Ramus se constituye en un precursor de Bacon y Descartes (Timmermans, como se cita en Meyer, 1999, p. 135). Esta es la cita del libro Cosmopolis, de 1990: Antes de 1600, tanto la retórica como la lógica eran vistas como campos legítimos de la filosofía. Las condiciones externas en las que los “argumentos” —es decir, las emisiones públicas— acarrean la convicción de un auditorio determinado eran aceptadas a la par con los pasos internos ligados con los argumentos relevantes —esto es, la cadena de enunciados—. Se asumía que las nuevas formas de plantear argumentos teóricos podrían basarse en campos meramente empíricos; pero nadie cuestionaba el derecho de la retórica a estar al lado de la lógica en el canon de la filosofía; ni fue tratada la retórica como un campo de segundo rango, necesariamente inferior. Esta postura pre-cartesiana contrasta fuertemente con la que fue asumida durante la historia de la filosofía moderna. En el debate filosófico que empezó con Descartes, todos entendieron las cuestiones sobre la sensatez (soundness) o la validez de los “argumentos” como algo referido, no a la emisión pública ante auditorios particulares, sino a las cadenas escritas de enunciados cuya validez dependía de relaciones internas. Para los filósofos modernos ya no es asunto de la filosofía la pregunta retórica: “¿Quién dirige este argumento a quién, en qué foro, y mediante qué ejemplos?”. Desde su punto de vista, el mérito racional de los argumentos no puede residir tanto en hechos relacionados con su aceptación humana como en el mérito de una prueba geométrica que descansa, para Platón, en la exactitud de los diagramas de que se vale... Así, el programa de investigación de la filosofía moderna deja de lado las cuestiones acerca de la argumentación —entre personas particulares en situaciones específicas, tratando casos concretos, y arriesgando diversos asuntos— a favor de pruebas que podrían ser puestas por escrito, y juzgadas como tales. 190 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Este cambio de posición tuvo antecedentes históricos. En la antigüedad, Platón condenó el uso de la retórica por los sofistas, que “hacían parecer bueno el argumento errado”. Aristóteles replicó a esta difamación: él se ocupó de cuestiones acerca de las condiciones en las cuales, y las circunstancias en las que, los argumentos llevan a una convicción, como algo que los filósofos pueden tratar con clara conciencia. Corrigiendo al siglo XVI, los filósofos decidieron sin ningún sentido que esas cuestiones eran no-racionales, incluso anti-racionales; el siglo XVII deshizo este buen trabajo. Restableció la difamación de Platón contra la retórica de manera tan exitosa que desde entonces los usos coloquiales de la palabra “retórica” son oprobiosos, insinuando que los recursos de la retórica sólo tienen que ver con el uso de trucos deshonestos en el debate oral (Hasta hoy, los estudiosos serios de la retórica tienen que explicar que el término no es necesariamente despectivo). Después de los años 1630s, la tradición de la filosofía moderna de Europa occidental se concentró en el análisis formal de cadenas de enunciados escritos, más que en los méritos y defectos circunstanciales de las emisiones persuasivas. En esa tradición, surgió la lógica formal y la retórica quedó fuera. (Toulmin, 1990, pp. 30-31) En páginas posteriores Toulmin retoma este tema: El programa cartesiano para la filosofía dejó de lado las “razonables” dudas e incertidumbre del escéptico siglo XVI, a favor de un nuevo tipo matemático de certeza y prueba “racional”. Haciendo esto, él podría llevar a la filosofía a un punto muerto (como argumentan Dewey y Rorty). Pero, en la época siguiente, ese cambio de actitud —la devaluación de lo oral, lo particular, lo local, lo temporal y lo concreto— pareció un pequeño precio a pagar por una teoría formalmente “racional” basada en conceptos abstractos, universales e intemporales. En un mundo gobernado por tales objetivos intelectuales, la retórica fue, por supuesto, subordinada a la lógica: la validez y verdad de los argumentos “racionales” es independiente de quién los presente, a quién, o en qué contexto- tales asuntos retóricos no contribuyen en nada el establecimiento imparcial del conocimiento humano. Por primera vez desde Aristóteles, el análisis lógico fue separado, y puesto por encima, del estudio de la retórica, el discurso y la argumentación. (Toulmin, 1990, p. 75) 191 Capítulo 6 EL MODELO PRAGMA-DIALÉCTICO DE ANÁLISIS DE LA ARGUMENTACIÓN Surgida hace poco más de tres décadas, la pragma-dialéctica es una teoría que aún está en desarrollo. En esta sección procederé en el siguiente orden: (1) Hablaré sobre el origen, el desarrollo y los fundamentos teóricos de la pragma-dialéctica, (2) haré una sinopsis general de las herramientas teóricas y prácticas que propone la pragma-dialéctica para el análisis de la argumentación, y (3) sopesaré la presencia en este modelo de los elementos dialécticos, lógicos y retóricos, y sacaré algunas conclusiones provisionales. 6.1. Orígenes, desarrollo y presupuestos teóricos de la pragma-dialéctica La teoría pragma-dialéctica fue creada a fines de la década de los setenta e inicios de los ochenta por Rob Grootendorst y Frans H. van Eemeren. Según van Eemeren, “la perspectiva pragma-dialéctica combina un punto de vista dialéctico de la razonabilidad argumentativa con un punto de vista pragmático sobre los pasos seguidos en el discurso argumentativo”236. La 236 En esta presentación inicial sigo a Van Eemeren y Houtlosser (2003), “The Development of the Pragma-dialectical Approach to Argumentation”, en Argumentation, (17), pp. 387-403. Netherlands: Kluwer Academic Publishers. En un artículo del 2000, los autores presentan el origen de su teoría en estos términos: “In the 1970s, inspired by Karl Popper’s critical rationalism, an approach to argumentation was developed at the University of Amsterdam that aimed for a sound combination of linguistic insight from the study of language use often called ‘pragmatics’ and logical insight from the study of critical dialogue known as philosophical ‘dialectics’ (van Ee- Pedro José Posada Gómez concepción dialéctica de la razonabilidad argumentativa está inspirada en filósofos racionalistas críticos y analíticos como Karl Popper, Hans Albert y Arne Naess, así como en los teóricos de la lógica dialéctica como Charles Hamblin, Paul Lorenzen, Else M. Barth y Erik C. Krabbe. Por el lado del aspecto pragmático de la argumentación, la pragma-dialéctica se apoya en la teoría de los “actos de habla” desarrollada por J. L. Austin y J. R. Searle, y en la teoría de la racionalidad conversacional de P. H. Grice. La pragma-dialéctica desarrolla un modelo ideal de “discusión crítica”, en el cual se concibe el discurso argumentativo como un intento de resolver una diferencia de opinión poniendo a prueba la aceptabilidad de ciertos puntos de partida, aplicando a la vez criterios sobre la “validez-problemática” y sobre la “validez-intersubjetiva”237. En este modelo se distinguen cuatro etapas en el proceso de argumentación: el establecimiento del punto de partida, la puesta en duda de un punto de vista, la presentación de argumentos a favor del punto de vista y la conclusión de la discusión. Desde el punto de vista meta-teórico, la pragma-dialéctica comprende cuatro aspectos: (1) Funcionalización, (2) externalización, (3) socialización y (4) dialectización238. 1) La funcionalización implica tratar a la argumentación como un complejo de actos lingüísticos (e incluso no-lingüísticos) que tienen una función comunicativa específica en un contexto discursivo, en vez de considerarla como una estructura de derivaciones lógicas, de actitudes psicológicas o de creencias epistémicas. meren and Grootendorst, 1984). Therefore, its founders labelled this approach pragmadialectics. In pragma-dialectics, argumentation is viewed as a phenomenon of verbal communication; it is studied as a mode of discourse characterized by the use of language for resolving a dispute. Van Eemeren and Houtlosser (2000), “Rhetorical Analysis within a Pragma-Dialectical Framework. The Case of R. J. Reynolds”, en Argumentation, (14), pp. 293-305. Netherlands: Kluwer Academic Publishers. 237 Las nociones de “validez-problemática” y “validez-intersubjetiva” se basan en ideas desarrolladas por Crawshay-Williams e introducidas por Barth y Krabbe (1982). “Validez- problemática” se refiere a una valoración de la conveniencia de ciertas herramientas teóricas para satisfacer el propósito para el que ellas fueron diseñadas; “validez-intersubjetiva”, a su aceptación por el conjunto de personas que se supone que las aplican. 238 Además del artículo de 2002 antes citado, sigo aquí la exposición de Van Eemeren y Grootendorst (2002), Argumentación, comunicación y falacias (una perspectiva pragma-dialéctica). Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile, pp. 29-30. Estos cuatro aspectos fueron presentados como bases meta-teóricas o metodológicas de la pragma-dialéctica en el artículo del 2000, “Rhetorical Analysis within a Pragma-Dialectical Framework”, antes citado: “In the pragma-dialectical research programme, argumentative discourse is approached with four basic metatheoretical, or methodological, starting points: the subject matter under investigation is to be ‘externalized’, ‘socialized’, ‘functionalized’, and ‘dialectified’”. 194 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 2) La externalización se logra partiendo de lo que las personas han expresado, implícita o explícitamente, y en las consecuencias de ello para el proceso argumentativo; en lugar de especular acerca de lo que las personas piensan o creen, de sus motivos o disposiciones internas. 3) La socialización se logra enfatizando que el habla argumentativa no se da en un vacío social, sino entre dos o más personas que tienen un desacuerdo e interactúan para resolverlo. 4) La dialectización se logra trascendiendo el enfoque meramente descriptivo de la argumentación y explicitando los estándares críticos con los que los que argumentan tratan de convencer a sus oponentes, superando las dudas de un juez racional y mediante una argumentación reglamentada. En un libro de 1982, Speech Acts in Argumentative Discussions, van Eemeren y Grootendorst presentaron por primera vez las bases de su teoría pragma-dialéctica. Allí formularon sus ideas sobre las cuatro etapas de la discusión crítica y las diez reglas que rigen la racionalidad de la discusión. Esto les permitió además replantear el tema clásico de las falacias, entendidas ahora como “pasos” o “movimientos” argumentativos que obstaculizan la consecución del fin del debate que es la resolución de la diferencia de opinión. Este nuevo enfoque del tratamiento de las falacias fue inspirado por el trabajo de Charles Hamblin (1970), que mostró cómo el tratamiento estándar de las falacias había traicionado el enfoque dialéctico que tal tema tenía en las Refutaciones de los sofistas de Aristóteles. Este nuevo tratamiento de las falacias fue presentado de manera sistemática en el libro de van Eemeren y Grootendorst: Argumentation, Communication, and Fallacies (1992)239, en el cual, además, se presentan los elementos teóricos que complementan el enfoque pragma-dialéctico de análisis de la argumentación: el análisis de las premisas implícitas, la clasificación de las estructuras argumentativas (coordinadas, subordinadas y múltiples), la tipificación de los esquemas de argumentación (causales, sintomáticos y analógicos), el análisis del “mínimo lógico” y del “óptimo pragmático”, entre otros. En este texto los autores explicitan el aprovechamiento que hacen de las mencionadas teorías de los actos de habla de Austin-Searle y de la lógica conversacional de Grice. En el siguiente subtítulo volveremos con más detalle sobre estos elementos teóricos. 239 Existe versión española: Van Eemeren y Grootendorst (2002), Argumentación, comunicación y falacias (una perspectiva pragma-dialéctica). Chile: Ediciones Universidad Católica de Chile. 195 Pedro José Posada Gómez En el libro de 1993: Reconstructing Argumentative Discourse, escrito por van Eemeren, Grootendorst, Jackson and Jacobs, se explicitan los componentes analíticos de la pragma-dialéctica, mediante la combinación de las ideas de van Eemeren y Grootendorst sobre las dimensiones normativa y dialéctica del discurso argumentativo, con el enfoque descriptivo y empírico de la argumentación en la conversación desarrollado por Jackson y Jacobs240. Los autores desarrollan en este libro las herramientas analíticas que serán aplicadas en el análisis de la normatividad que permite reconstruir casos de argumentación crítica, es decir, “las transformaciones de tachadura (o borrado), suma, permutación, y substitución por medio de las cuales se eliminan elementos del discurso, como los comentarios que no son directamente pertinentes para el objetivo de resolución de la disputa” y los procedimientos mediante los cuales (…) se agregan los elementos que se necesitan pero faltan en el discurso, como los implícitos, las premisas indirectas y los “puntos de vista virtuales”; además, se impone en el discurso un orden orientado a la resolución de la disputa para reemplazar su orden secuencial cuando esto se requiere; y se asegura la uniformidad en la descripción verbal de los movimientos que cumplen la misma función crítica. (Van Eemeren y Houtlosser, 2003, pp. 389-390) La última monografía que escribieron juntos Van Eemeren y Grootendorst fue publicada en el 2003 con el título: A Systematic Theory of Argumentation. En ella se presenta una síntesis del trabajo conjunto de los autores durante casi 30 años. Además en ella se explicitan los cinco componentes del programa de investigación pragma-dialéctico: filosófico, teórico, analítico, empírico y práctico. Estos cinco elementos suponen que 240 Van Eemeren y Houtlosser remiten a los siguientes textos de Jackson y Jacobs: - Jackson and Jacobs (1980), ‘Of Conversational Argument: Pragmatic Bases for the Enthymeme’, Quarterly Journal of Speech, (66), pp. 251-265. - Jacobs (1982). The Rhetoric of Witnessing and Hackling: A Case Study in Ethno-rhetoric. Ph. D. dissertation. University of Illinois at Urbana-Champaign. - Jacobs and Jackson (1981). ‘Argument as a Natural Category: The Routine Grounds for Arguing in Natural Conversation’, Western Journal of Speech Communication, (45), pp. 118-132. - Jacobs and Jackson (1982). ‘Conversational Argument: A Discourse Analytic Approach’, in J. R. Cox and C. A. Willard (eds.), Advances in Argumentation Theory and Research, Southern Illinois University Press, Carbondale, IL, pp. 205-237. - Jacobs and Jackson (1983). ‘Strategy and Structure in Conversational Influence Attempts’, Communication Monographs, (50), pp. 285-304. 196 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) el aprovechamiento práctico de los procedimientos y habilidades argumentativos sólo puede comprenderse si primero se explica una concepción filosóficamente motivada de racionalidad y se da forma a un modelo teórico de argumentación razonable, si se obtiene una visión empírica sistemática de las particularidades de realidad argumentativa, y si las herramientas analíticas que son desarrolladas pueden aplicarse para llevar a cabo una reconstrucción metódica del discurso argumentativo que cierre la brecha entre la teoría y la práctica. (Van Eemeren y Houtlosser, 2003, p. 390) Partiendo de que el estudio de la argumentación indaga por cómo se usa el discurso argumentativo para justificar o refutar racionalmente un punto de vista, van Eemeren y Grootendorst consideran que “el discurso argumentativo debería ser estudiado como una instancia de la comunicación (...) y debería ser evaluado en relación a cierto estándar de razonabilidad” (2002, p. 25). Además, entendiendo la pragmática como el estudio del uso del lenguaje, proponen “reconocer la necesidad de la convergencia de la idealización normativa y la descripción empírica, concibiendo el estudio de la argumentación como parte de una ‘pragmática normativa’” (p. 25). Tal enfoque busca superar las limitaciones tanto de un enfoque normativo (como el de la lógica moderna), como las de un enfoque exclusivamente descriptivo (como el de la lingüística contemporánea). Así, el enfoque pragma-dialéctico busca “crear una línea de comunicación —un trait d’union— entre lo normativo y lo descriptivo”. Y ello mediante “un programa de investigación integrador” que incluye “un componente filosófico, uno teórico, uno analítico, uno empírico y uno práctico”. Tales componentes pueden presentarse sintéticamente así241: I. En el nivel filosófico, “lo que está en juego es la pregunta por la relación entre argumentación y razonabilidad”; y dado que los estudiosos de la argumentación parten de diferentes concepciones de razonabilidad, surgen concepciones distintas sobre a qué debe considerarse un argumento aceptable242. II. En el nivel teórico, los estudiosos de la argumentación plasman sus ideales de razonabilidad presentando un modelo particular de lo que significa actuar razonablemente en el discurso argumentativo. Un modelo ideal aspira a proporcionar una comprensión adecuada del discurso argumentativo, espe241 Sigo a Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 26-28). 242 Aquí los autores agregan en nota al pie: “Siguiendo a Toulmin (1976), se podría distinguir, a grandes rasgos, entre perspectivas “geométricas” (formales), “antropológicas” (empíricas) y “críticas” (trascendentales) sobre la razonabilidad, las que, en líneas generales, subyacen a los enfoques lógicos, retóricos y dialécticos de la argumentación, respectivamente” (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 26, n. 8). Retomaremos estas referencias a la tríada aristotélica al final de este capítulo. 197 Pedro José Posada Gómez cificando qué modos de argumentación son aceptables para un juez racional, teniendo en cuenta cierta concepción de la razonabilidad. De esta manera se crea un marco teórico que, si funciona bien, puede cumplir funciones heurísticas, analíticas y críticas para el tratamiento del discurso argumentativo (Van Eemeren y Grootendorst, 2002)243. III. El modelo teórico del discurso argumentativo, sea retórico o dialéctico, “debe ser sometido a alguna interpretación analítica” antes de que pueda ser aplicado a situaciones prácticas. “En el nivel analítico, la pregunta central es cómo se puede reconstruir el discurso argumentativo para que se destaquen todos aquellos aspectos, y sólo aquellos aspectos, que son relevantes en vista del modelo ideal que determina el foco de atención” (Van Eemeren y Grootendorst, 2002). IV. A partir de la investigación empírica se pueden comprender los detalles de la práctica argumentativa que permiten saber si una reconstrucción, basada en un modelo teórico, está justificada. En el nivel empírico, los estudiosos de la argumentación describen los procesos reales de producción, identificación y evaluación de porciones de discurso argumentativo y los factores que influyen en sus resultados. Este tipo de investigación empírica puede variar desde una medición cuantitativa a estudios cualitativos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002) V. En el nivel práctico, los estudiosos de la argumentación emplean sus intuiciones filosóficas, teóricas, analíticas y empíricas para desarrollar métodos que mejoren la práctica argumentativa, tomando sistemáticamente en consideración, al mismo tiempo, la diversidad de los contextos comunicacionales. Así, examinan cómo es posible incrementar metódicamente las destrezas y habilidades de las personas, tanto para producir discursos argumentativos como para analizarlos y evaluarlos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002) Un aspecto interesante de esta presentación de los componentes del programa pragma-dialéctico es el hecho de que cada uno de ellos será asumido de modo diferente desde un enfoque retórico y desde uno dialéctico (lo que permite hablar de una “versión dialéctica” y una “versión retórica” del programa de investigación). Tomemos nota de esto, que nos servirá para empezar a perfilar la concepción que los pragma-dialécticos tienen de la retórica y la dialéctica, la cual examinaremos al final de este capítulo. I. a. En el nivel filosófico (…) los retóricos, que favorecen una concepción antropológica, asimilan la razonabilidad a los estándares que prevalecen en una comunidad dada y consideran que un argumento es aceptable si obtiene la aprobación del auditorio. Al considerar que el ideal de razonabilidad está ligado a un grupo particular 243 El subrayado es mío. 198 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) de personas, en un cierto lugar y tiempo dados, el enfoque retórico puede ser caracterizado como antropo-relativista. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002) I. b. Los dialécticos, “que mantienen una perspectiva crítica”, consideran que la racionalidad no solo está determinada por la norma del acuerdo intersubjetivo, “sino que depende también de la norma ‘externa’ de que este acuerdo debe ser alcanzado de una manera válida”. Para ellos “toda argumentación es parte de una discusión crítica entre dos oponentes que tratan de resolver una diferencia de opinión” y, por ello, “establecen como un criterio adicional de razonabilidad el que el procedimiento argumentativo sea adecuado al logro de este objetivo”. Por establecer tal lazo entre el ideal de razonabilidad y la conducción metódica de la discusión crítica, el enfoque filosófico del dialéctico será caracterizado como crítico-racional. II. a. Un modelo teórico retórico recopilará “las técnicas de argumentación que se piensa que son efectivas en vista del conocimiento y las creencias de un cierto auditorio”. Por ligar la aceptabilidad de la argumentación al trasfondo epistémico específico de un auditorio, este enfoque será llamado epistémico-retórico244. II. b. Considerando los argumentos como partes de una discusión crítica, el modelo dialéctico da reglas que especifican qué pasos, en cada etapa de la discusión, contribuyen a resolver una diferencia de opinión. Y “si este intercambio verbal metódico es concebido pragmáticamente, como una interacción de actos de habla, este enfoque... puede ser llamado pragma-dialéctico”, que es el que identifica la teoría de Van Eemeren-Grootendorst. III. a. El análisis retórico hace énfasis en la efectividad de los modelos argumentativos sobre las personas que se quiere convencer; así, tal reconstrucción retórica puede ser caracterizada como orientada al auditorio. III. b. “Debido a su énfasis en la función de la argumentación para conducir las diferencias de opinión a una resolución adecuada, una reconstrucción dialéctica puede ser caracterizada como orientada a la resolución”. IV. a. La investigación empírica, en la perspectiva retórica, “examina de qué manera contribuyen los fenómenos estilísticos y de otro tipo a 244 Los autores refieren como ejemplo de modelo epistémico-retórico los trabajos de Willard: “La retórica como epistémica” (1989) y Argumentation and the Social Grounds of Knowledge (1983). 199 Pedro José Posada Gómez que las personas cambien de opinión en un contexto dado”. Por ello, su investigación se centra en los factores que afectan la persuasividad del discurso argumentativo. IV. b. En la perspectiva dialéctica, la investigación empírica “examina qué elementos, lingüísticos o no-lingüísticos, juegan un rol en el proceso de aceptar o rechazar, racionalmente, un punto de vista”. Es decir, se centra en “los factores que afectan la fuerza lógica (cogency) del discurso argumentativo”. V. a. En el enfoque retórico, los esfuerzos prácticos consisten en darles indicaciones a las personas para que argumenten exitosamente, mediante un entrenamiento imitativo que se vale de ejemplos paradigmáticos. Así, el enfoque retórico de los problemas prácticos será caracterizado como orientado a la prescripción. V. b. “En un enfoque dialéctico, el mejoramiento de la práctica argumentativa se logra estimulando una actitud orientada a la discusión y promoviendo (...) la comprensión de los prerrequisitos de procedimiento necesarios para resolver los conflictos”. Por el énfasis en estimular el pensamiento independiente sobre el discurso argumentativo, este enfoque será caracterizado como orientado a la reflexión245. Los autores resumen estas distinciones en la Tabla 6.1. Tabla 6.1. Versión Dialéctica versus Versión Retórica (hipotética) del programa de investigación246 Programa Retórico I. Filosofía antropo-relativista II. Teoría epistémico-retórica III. Reconstrucción orientada al auditorio IV. Descripción centrada en la persuasividad V. Práctica orientada a la prescripción Programa Dialéctico I. Filosofía crítico-racionalista II. Teoría pragma-dialéctica III. Reconstrucción orientada a la resolución IV. Descripción centrada en la fuerza lógica V. Práctica orientada a la reflexión Una versión alternativa de esta oposición se presenta en A Systematic Theory of Argumentation. The pragma-dialetical approach, en la forma de preguntas y respuestas (desde las perspectivas retórica y dialéctica), así: 245 Como ya indiqué, he seguido la presentación de este tema en Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 26-28). Una presentación más amplia puede ser consultada en Van Eemeren y Grootendorst (2004, pp. 9-41). 246 Tomado de Van Eemeren y Grootendorst (2002, p. 30). Valga anotar que en la concepción de la Nueva Retórica se considera que hacen parte de esta tanto el esfuerzo de persuadir (a un auditorio particular) como el de convencer (al auditorio universal). 200 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) I. El nivel filosófico: P/ ¿Cuándo debería uno, en tanto que crítico racional que juzga razonablemente, considerar como aceptable una argumentación? R/ Retórica: Cuando la argumentación corresponda a los estándares inherentes a la comunidad cultural donde ella tiene lugar. R/ Dialéctica: Cuando la argumentación resuelva una diferencia de opinión de acuerdo con las reglas de discusión sobre la validez del problema (“problem valid”) que son aceptadas por las partes. II. El nivel teórico: P/ ¿De qué instrumentos dispongo para tratar sistemáticamente los problemas sobre la aceptabilidad de la argumentación? R/ Retórica: Puedo hacer uso de cierta cantidad de información sobre los puntos de vista de diferentes auditorios y sobre los modos en que tal información puede ser usada en la argumentación. R/ Dialéctica: Puedo hacer uso de un modelo ideal de discusión crítica orientado a resolver diferencias de opinión y de una serie de reglas para la realización de actos de habla que son relevantes en tal discusión. III. Nivel analítico: P/ ¿Cómo puedo obtener una imagen clara de todo lo que es relevante para mi evaluación de un discurso o un texto argumentativos? R/ Retórica: Mediante la reconstrucción del discurso o texto como un intento de persuadir a un auditorio y la exposición de los esquemas (patterns) retóricos que son operativos. R/ Dialéctica: Mediante la reconstrucción del discurso o texto como un intento de resolver una diferencia de opinión, llevando a cabo las necesarias transformaciones dialécticas. IV. Nivel empírico: P/ ¿Qué conocimiento puedo adquirir de la realidad argumentativa, que sea de especial importancia para mi uso? R/ Retórica: Puedo investigar qué tipos de auditorio hay que distinguir y qué dispositivos retóricos obran persuasivamente en los diferentes auditorios. R/ Dialéctica: Puedo investigar qué factores y procesos son importantes en el discurso argumentativo para convencer a alguien que duda de la aceptabilidad de un punto de vista. 201 Pedro José Posada Gómez V. Nivel práctico: P/ ¿Cómo puedo contribuir al mejoramiento de la práctica argumentativa? R/ Retórica: Puedo enseñar a la gente a dirigirse a su auditorio de tal modo que sean capaces, en distintas circunstancias, de ganar una confrontación argumentativa, y puedo enseñarles los modos más fáciles de refutar la argumentación de otros. R/ Dialéctica: Puedo promover la reflexión sobre los procedimientos que se usan en diferentes prácticas argumentativas y sobre las distintas habilidades requeridas para una adecuada producción, análisis y evaluación del discurso argumentativo247. Explícitamente los autores enmarcan su trabajo en la perspectiva dialéctica. Examinaremos al final de este capítulo si la concepción de la retórica que se desprende de esta presentación hace justicia a los teóricos contemporáneos de la retórica como Ch. Perelman o M. Meyer, y también comentaremos allí los más recientes trabajos de los pragma-dialécticos que intentan integrar la perspectiva retórica en el modelo pragma-dialéctico. 6.2. Sinopsis general del modelo pragma-dialéctico para el análisis de la argumentación 6. 2. 1. Un punto de partida dialéctico: Puntos de vista y diferencias de opinión Dado que la pragma-dialéctica se interesa en el modo como se resuelven las diferencias de opinión mediante el discurso argumentativo, se debe definir primero este último término: Un “Texto argumentativo” “es el nombre que le damos a aquella parte del discurso argumentativo en la cual se busca concretamente la resolución de una diferencia (de opinión)”248 Y, más concretamente: “un texto argumentativo es la completa constelación de enunciados (orales o escritos) que han sido presentados en defensa de un punto de vista”. Un punto de vista debe ser defendido cuando no hay acuerdo sobre él, o cuando se sospecha un desacuerdo. En principio, un texto argumentativo siempre puede ser considerado como parte de una discusión, real o imaginada por el argumentador, en la cual éste 247 Versión ligeramente adaptada de Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 38-39). 248 Aquí, y hasta nuevo aviso, me apoyo en la primera parte de Van Eemeren y Grootendorst (2002, p. 33). 202 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) reacciona ante una crítica que ha sido o que podría ser presentada en contra de su punto de vista. (2002, p. 33)249 A continuación se presentan las relaciones entre argumentos y puntos de vista en la resolución argumentativa de una disputa: Los enunciados presentados en el curso de la argumentación son razones o, como preferimos llamarlos, argumentos relacionados con un punto de vista. Los argumentos y los puntos de vista se diferencian de otros enunciados por la función que cumplen: ni los argumentos ni los puntos de vista se caracterizan en primer término por su forma o contenido. En la comunicación entre usuarios del lenguaje, mediante un punto de vista se expresa una concepción que supone una cierta toma de posición en una disputa; mediante un argumento, se hace un esfuerzo por defender esa posición. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 33) Cuando la aceptabilidad de un punto de vista es cuestionada —porque a alguien le parece falso, dudoso o digno de ser examinado— quien lo propone deberá defenderlo mediante un discurso que tiene como propósito convencer a otro de su aceptabilidad. Ante una proposición dada cabe tener un punto de vista positivo (“Es verdad que p”), uno negativo (“No es verdad que p”), o un punto de vista cero, ni positivo ni negativo (“No sé si es verdad o no que p”, o aun, “La pregunta por la verdad o falsedad de p no es decidible o pertinente”). En el primer caso se está positivamente comprometido con la proposición, en el segundo, negativamente comprometido y en el tercero no existe un compromiso, ni positivo ni negativo. Existen disputas simples y complejas, y estas últimas pueden ser únicas o múltiples y mixtas o no-mixtas. En una disputa simple alguien presenta un punto de vista y este es puesto en duda. En una disputa única el punto de vista que es cuestionado se relaciona con una sola proposición. En una disputa múltiple se pone en cuestión un punto de vista que se relaciona con dos o más proposiciones. Si frente a una proposición se cuestiona solo un punto de vista positivo o uno negativo, se trata de una disputa no-mixta; si, en cambio, se cuestiona un punto de vista positivo o negativo y se le opone el contrario, se trata de una disputa mixta. 249 Este carácter dialéctico de toda argumentación ha sido señalado por varios autores, entre ellos Ch. Plantin (La Argumentación). Van Eemeren-Grootendorst agregan en nota a píe de página: “En el discurso argumentativo siempre existen, en principio, dos partes involucradas, pero en un texto argumentativo las contribuciones de una parte están, por lo general, sólo implícitamente representadas: el discurso argumentativo, que es básicamente dialógico, se manifiesta entonces monológicamente” (2002, p. 33, n. 13). 203 Pedro José Posada Gómez Siendo: A, B usuarios del lenguaje; “p” la proposición en discusión; “+” el signo de un punto de vista positivo; “-” el signo de un punto de vista negativo; “?” signo de un punto de vista cero, las anteriores definiciones pueden ser esquematizadas así (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 38)250: 1. Las dos variantes de la forma simple de disputa: 1a. A: + / p B: ? / (+ / p) 1b. A: - / p B: ? / (- / p) 2. Forma general de una disputa única mixta: A: + / p , ? / (- p) B: ? / (+ p) , - / p 3. Forma general de una disputa múltiple no mixta: A: + / p1 ; + / p2 ; …; + / pn B: ? / (+ / p1) ; ? / (+ / p2) ; ...; ? (+ / pn) 4. Forma general de una disputa múltiple mixta: A: + / p1 , ? (- / p1); ...; + / pn , ? / ( - / pn ) B: ? / (+ / p1) , - / p1 ; ? / (+ / pn) , - / pn 6.2.2. Argumentación y actos de habla Hemos anotado antes que el aspecto “pragmático” de la pragma-dialéctica se refiere fundamentalmente al enfoque en los actos de habla como elementos básicos de la comunicación humana lingüísticamente estructurada. Van Eemeren y Grootendorst usan una versión levemente modificada de la teoría estándar de los actos de habla desarrollada por Austin (1962) y Searle (1969/1989, 1979). En primer lugar, los pragma-dialécticos hacen una distinción entre los “aspectos comunicacionales” y los “aspectos interactivos” de la comunicación. Un auditor (o un lector) comprende los actos de habla de un orador cuando conoce las proposiciones que este usa y su función comunicacional. Es a esta comprensión a lo que en primera instancia apunta el orador como “efecto comunicacional” de su discurso. Pero el orador generalmente busca 250 Pueden consultarse algunos ejemplos en Van Eemeren y Grootendorst (2002, pp. 39-40). 204 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) también un “efecto interactivo” que consiste en que el auditor acepte, o responda de determinada manera, al discurso recibido. En el primer caso, donde se busca la comprensión, se hablará de un acto comunicacional; en el segundo, que busca la aceptación, se hablará de un acto interactivo. Es necesario algún grado de comprensión para lograr un efecto interactivo, pero no viceversa (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 47-48)251. En segundo lugar, la pragma-dialéctica distingue entre actos de habla elementales y complejos. Los primeros corresponden a aquellos actos de habla (como afirmaciones, solicitudes, promesas, etc.) que pueden realizarse mediante un único enunciado. A diferencia de ellos, la argumentación consta, en principio, de más de un enunciado. De allí que la argumentación, nos dicen los pragma-dialécticos (…) no tiene una función comunicacional en el nivel de la oración (o enunciado), sino en un nivel textual superior: Llamamos actos de habla elementales a los que se dan en el nivel de la oración [enunciado] y actos de habla complejos a los actos de habla que se dan en un nivel textual superior. La argumentación pertenece a esta última categoría. (2002, p. 50)252 Los pragma-dialécticos explican las “condiciones y los efectos del acto de habla complejo de la argumentación” mediante una adaptación de las cinco “reglas para el uso del dispositivo indicador de fuerza ilocucionaria” y sus cuatro condiciones (de contenido proposicional, preparatorias, de sinceridad y esencial) que propuso J. Searle para analizar el acto de habla de prometer, en su conocido libro Actos de habla (1969/1989, pp. 70-71). A partir de la noción austiniana de “condiciones de felicidad” de los actos de habla, la pragma-dialéctica distingue las condiciones de identificación y corrección que un oyente ha de dar por satisfechas para saber que está frente a una argumentación. Dando por descontado que el hablante ha realizado un acto de habla en el que presenta un punto de vista con respecto a una proposición p y que ahora dirige al oyente los enunciados 1,2,... n; (…) para que estos enunciados puedan contar como una realización del acto de habla complejo de la argumentación, deben cumplirse dos tipos de condiciones de identificación: 251 Esta distinción también fue analizada por Habermas (1981/1999) en su Teoría de la acción comunicativa (Vol. 2, p. 99 ss.). 252 Extrapolando la noción de “macro-acto” de habla desarrollada por Van Dijk, el profesor Adolfo León Gómez ha propuesto caracterizar a la argumentación como un “mega-acto” de habla: “la argumentación sería una secuencia ordenada y coherente de argumentos. Es decir, de macroactos, de los macroactos más simples” (Gómez, 2001/2006, p. 96). 205 Pedro José Posada Gómez 1. Condición de contenido proposicional: los enunciados 1, 2,... n constituyen los actos de habla elementales 1, 2,... n, en los cuales se ha adquirido un compromiso con las proposiciones expresadas. 2. Condición esencial: la realización de la constelación de actos de habla formada por los actos elementales 1, 2,...n cuenta como un intento por parte del hablante para justificar p, es decir, para convencer al oyente de la aceptabilidad de su punto de vista con respecto a p. Hay también dos tipos de condiciones de corrección: 3. Condiciones preparatorias: a) El hablante cree que el oyente no acepta (o, al menos, no acepta automáticamente o completamente) su punto de vista con respecto a p. b) El hablante cree que el oyente está preparado para aceptar las proposiciones expresadas en los actos de habla elementales 1, 2,... n. c) El hablante cree que el oyente está preparado para aceptar la constelación de actos de habla elementales 1, 2,... n como una justificación aceptable de p. 4. Condiciones de responsabilidad: a) El hablante cree que su punto de vista con respecto a p es aceptable. b) El hablante cree que las proposiciones expresadas en los actos de habla elementales 1, 2,... n, son aceptables. c) El hablante cree que la constelación de actos de habla elementales 1, 2,... n, es una justificación aceptable de p. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 51-52)253 Esta adaptación de las reglas de Searle amerita algunas precisiones. Para los pragma-dialécticos las condiciones preparatorias de Searle (1969/1989)254 sirven para la identificación de un acto de habla particular; pero para ellos no son condiciones de reconocimiento sino de corrección que se refieren a dos aspectos de la eficiencia: La identidad de un acto de habla —nos dicen— está determinada por sus condiciones esenciales y por su contenido proposicional. Aunque estas condiciones de reconocimiento son precondiciones para la identificación de un acto de habla, obviamente ellas no indican exactamente qué medios verbales o qué otros medios comunicacionales hacen que el acto de habla sea recono253 Cfr. Cuadro 3.1 en Van Eemeren y Grootendorst (2002): “Las condiciones y efectos del acto de habla complejo de la argumentación: un ejemplo”, p. 54. 254 Realmente, en Searle (1969/1989) las reglas preparatorias, derivadas de las condiciones preparatorias son presentadas como parte de las “reglas semánticas para el uso de cualquier dispositivo indicador de fuerza ilocucionaria” o “reglas para el uso del dispositivo indicador de fuerza ilocucionaria”. Para Searle es la regla esencial (regla 5) la que identifica el acto, es decir, su propósito ilocucionario; ella es una “regla constitutiva” y “en general, determina a las restantes” (Searle, 1969/1989, pp. 70-71/1989, p. 77). 206 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) cible, es decir, de qué manera puede ser reconocido como tal en la práctica. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 51, n. 24)255 Las condiciones preparatorias b y c no dicen nada sobre la fuerza que el hablante atribuye a la aceptación de sus proposiciones y justificaciones por el oyente; deja espacio para la certeza absoluta, la vaga expectativa, o la débil esperanza de esa aceptación. Nótese, además, que los pragma-dialécticos cambian la noción searleana de “sinceridad” por la de “responsabilidad”; esto para evitar el sesgo subjetivista que tiene la primera: (…) las condiciones de responsabilidad no implican que el hablante necesariamente deba ser siempre sincero. Puede estar mintiendo y pensar algo completamente diferente de lo que dice, pero, incluso en este caso, ha adquirido un compromiso con lo que ha dicho y, en consecuencia, el oyente puede hacerlo responsable de sus palabras. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 53, n. 27) La condición de responsabilidad (a) no excluye el razonamiento hipotético o la reducción al absurdo, en estos casos ella solo supone un compromiso temporal con lo expresado: “Más que creer —en algún sentido psicológico más profundo— en la aceptabilidad del punto de vista, (el orador) aparenta, por así decirlo, profesar una creencia por la cual acepta responsabilidad mientras pueda serle útil...” (pp. 52-53). Las condiciones de responsabilidad (b) y (c) no excluyen la posibilidad de que un hablante no crea realmente en las proposiciones expresadas. Alguien puede intentar convencer a un oyente sabiendo que este sí acepta esas proposiciones: Esta manera de proceder no surge necesariamente del deseo del hablante de lograr, a toda costa, el efecto de que la audiencia adhiera a su perspectiva. Puede surgir también de un genuino interés por saber exactamente cuáles son las consecuencias de proponer ciertos argumentos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 53) Y agregan en nota al pie: 255 Una distinción semejante había sido hecha por Searle (1969/1989) a propósito de las promesas mendaces o insinceras: “Una promesa incluye una expresión de intención, ya sea sincera o insincera. Así, para tomar en consideración las promesas insinceras, necesitamos solamente revisar nuestras condiciones y enunciar que el hablante asume la responsabilidad de tener la intención más bien que enunciar que la tiene efectivamente” (Searle, 1969/1989, pp. 69-70). 207 Pedro José Posada Gómez “En el primer caso el objetivo del hablante es retórico, en el sentido de la Nueva Retórica, en el segundo, es dialéctico, en el sentido de la Nueva Dialéctica (Cf. Perelman & Olbrechts-Tyteca, 1958; Barth & Krabbe, 1982)...” (p. 53, n. 26). Vemos pues que para los autores la Nueva Retórica está centrada en la búsqueda de la persuasión a toda costa, mientras que la dialéctica incluye lo que Aristóteles llamó el razonamiento crítico o examinativo. El modelo pragma-dialéctico plantea cuatro etapas dialécticas en el proceso de resolver una diferencia de opinión, es decir, etapas de la discusión crítica: 1. Confrontación; 2. Apertura; 3. Argumentación/ contra-argumentación; 4. Clausura o cierre256. 1. En la etapa de confrontación se establece que existe una disputa. Una parte, llamada proponente, expone un punto de vista y otra parte, llamada oponente, pone en duda el punto de vista propuesto. 2. En la etapa de apertura se toma la decisión de intentar resolver la disputa por medio de una argumentación reglamentada. Se definen los roles de proponente (o protagonista) y oponente (o antagonista), estableciéndose además las reglas para la discusión, para luego dar inicio al debate que procura resolver de una manera razonada la divergencia existente entre las partes. 3. En la etapa de argumentación el protagonista defiende su punto de vista y el antagonista, si tiene dudas, le pide más argumentación. Las partes intercambian argumentos y contra-argumentos, dando razones y justificaciones que apoyan la posición expuesta o intentan refutarla. En una disputa no mixta solo hay un protagonista que argumenta, en una mixta hay más de un argumentador. 4. En la etapa de clausura se establece si la disputa ha sido resuelta, toda vez que, o el punto de vista, o la duda sobre él, ha sido retirado (a)257. Tomando como referencia la clasificación estándar de los actos de habla elaborada por J. Searle (1979/1995, pp. 449-476), la pragma-dialéctica determina el rol de los diferentes tipos de actos de habla en cada una de las etapas de la resolución de una disputa (Tabla 6.2). 256 Los autores consideran que estas etapas de la discusión son equivalentes, aunque con un criterio de clasificación diferente, a las fases de la retórica clásica: exordium, narratio, argumentatio y peroratio. 257 En los enfoques de Popper y Perelman no se considera que una disputa haya sido resuelta definitivamente, de una vez por todas, excepto en el caso de la cosa juzgada del derecho. 208 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Tabla 6.2. Función de los actos de habla en las etapas del debate crítico Etapa I. II. III. IV. I. II. III. IV. V. II. III. I-IV I-IV Tipo de acto de habla y su rol en el debate* ASEVERATIVOS - Expresar un punto de vista - Presentar un argumento - Sostener o rechazar un punto de vista - Establecer el resultado CONMISIVOS - Aceptar o no-aceptar, sostener la no aceptación de un punto de vista. - Aceptar el desafío de defender un punto de vista. - Aceptar iniciar una discusión; acordar las premisas y las reglas de la discusión. - Aceptar o rechazar una argumentación. - Aceptar o rechazar un punto de vista. DIRECTIVOS - Retar a defender un punto de vista. - Pedir una argumentación - Pedir un declarativo de uso. DECLARATIVOS DE USO** - Definir, especificar, ampliar, etc. * En los enfoques de Popper y Perelman no se considera que una disputa haya sido resuelta definitivamente, de una vez por todas, excepto en el caso de la cosa juzgada del derecho. ** En la teoría estándar de los actos de habla los declarativos (como abrir una sesión, declarar a una pareja marido y mujer o despedir a un empleado), son actos que se realizan, generalmente, en contextos más o menos institucionalizados (procesos legales, asambleas, ceremonias religiosas), y en los cuales está claro qué persona posee la autoridad para realizar exitosamente el respectivo acto de habla declarativo. Para los pragma-dialécticos “Una excepción importante la constituyen los declarativos de uso, como las explicaciones, aclaraciones, amplificaciones y definiciones”, cuyo propósito es “facilitar o incrementar la comprensión del oyente respecto de otros actos de habla, indicándole cómo deben ser interpretados. Para la realización de un acto de habla declarativo de uso no se requiere una autoridad especial” (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 60)258. Por otro lado, los declarativos que no son de uso no hacen ninguna contribución directa a la resolución de una disputa, no tienen una función en la discusión crítica. Por el contrario, los declarativos de uso pueden ser útiles en todas las etapas de la discusión: 258 En Searle (1979) se distinguen dos tipos de declarativos, el primero de los cuales no conlleva la necesidad de una autoridad o institución extralingüística; en este tipo se incluye el acto de definir (que los pragma-dialécticos clasifican como “declarativo de uso”). Dice Searle: Las únicas excepciones al principio de que toda declaración requiere una institución extralingüística son aquellas declaraciones que conciernen al lenguaje mismo, como por ejemplo cuando se dice “defino, abrevio, nombro, llamo o estipulo” (Searle, 1978/1995, p. 465). Parecería pues que la categoría de “declarativos de uso” sería solo un nombre para este segundo tipo de declarativos señalada por Searle. 209 Pedro José Posada Gómez En la etapa de confrontación (I), pueden desenmascarar disputas verbales espurias; en la etapa de apertura (II), pueden clarificar confusiones acerca de los puntos de partida o acerca de las reglas de la discusión; en la etapa de argumentación (III), pueden evitar una aceptación o un rechazo prematuras, y en la etapa de clausura (IV), pueden evitar una resolución ambigua. Por lo tanto, las peticiones de proporcionar declarativos de uso, tales como especificaciones y amplificaciones, también pueden cumplir un rol muy útil en una discusión crítica. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 60-61) El modelo de análisis pragma-dialéctico también hace uso de los actos de habla implícitos e indirectos. “En la práctica, todos los actos de habla que son cruciales para una discusión crítica pueden ser realizados indirectamente por medio de actos de habla que, a primera vista, no expresan su función primaria” (p. 69). Aunque no todo acto de habla asertivo es parte de una argumentación, este modelo recomienda interpretarlo como argumentativo. Así, los actos de habla asertivos implícitos (y los actos de habla implícitos que a primera vista parecen ser compromisorios, directivos, expresivos o declarativos), aunque cumplan otra función comunicacional, deben ser interpretados como parte de la argumentación. A este procedimiento lo denominan “estrategia de interpretación máximamente argumentativa” (p. 70). La pragma-dialéctica combina su análisis de los actos de habla indirectos (Searle, 1979) con la introducción de las “reglas de la comunicación que los hablantes y los oyentes normalmente observan”, es decir, las “máximas conversacionales” de P. Grice (1975/1995, pp. 511-530)259. En la pragmadialéctica estas últimas son presentadas así: Principio de la Comunicación (equivalente al “Principio Cooperativo” de Grice): Sé claro, honesto y eficaz y ve directo al punto. 1a Regla: No realices ningún acto de habla incomprensible. 2a Regla: No realices ningún acto de habla insincero. 3a Regla: No realices ningún acto de habla superfluo. 4a Regla: No realices ningún acto de habla inútil. 5a Regla: No realices ningún acto de habla que no se conecte apropiadamente con los actos de habla precedentes. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 71-72) 259 También Searle (1979) había combinado su teoría con la de P. Grice en su análisis de los actos de habla indirectos y los tropos y figuras literarias. 210 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 6.2.3. El óptimo pragmático y el mínimo lógico En el análisis de las premisas implícitas en el discurso argumentativo, la pragma-dialéctica propone establecer el “nivel pragmático” y el “nivel lógico” de la argumentación: En el nivel pragmático, el análisis se dirige a la reconstrucción del acto de habla complejo realizado al presentar la argumentación; en el nivel lógico, a la reconstrucción del razonamiento que subyace a la argumentación. En la práctica, el análisis lógico se pone al servicio del análisis pragmático. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81) Este análisis nos da luces sobre el papel que el modelo pragma-dialéctico le asigna a la lógica formal. En primer lugar, se considera que el análisis lógico es indispensable cuando en la argumentación hay partes de los argumentos (premisas o conclusión) que están implícitas. En este caso se propone partir de lo explícito para identificar lo que se ha dejado implícito y así reconstruir el argumento “de manera que llegue a ser lógicamente válido”. Y aquí los pragma-dialécticos introducen una observación (en nota al pie de página) que me parece interesante: Aunque en este punto se requiere algún compromiso con un criterio de validez claro, esto no significa necesariamente que adoptemos un compromiso dogmático con el deductivismo. En este punto, no queremos tomar una posición específica y definitiva sobre qué tipo de validez lógica debe preferirse. Por un propósito de simplicidad, en la presente exposición de las premisas implícitas nos restringiremos al uso de los instrumentos, bien conocidos y disponibles, de la lógica proposicional y de la lógica de predicados de primer orden. Esto no significa automáticamente que estemos de acuerdo con la concepción de Rescher de que “una inferencia inductiva” es “una inferencia que aspira a ser deductiva, pero que falla en su intento. (1980, p. 10) Para una discusión de algunas supuestas desventajas del deductivismo dogmático, véase Govier (1987). (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81, n. 50)260 En primer lugar, no es claro a qué se refieren los autores con “deductivismo dogmático”. Al parecer, se refieren a la tesis de que solo son válidas las inferencias lógicas obtenidas deductivamente. Desafortunadamente, la lógica formal contemporánea sería toda “deductivista dogmática”, pues se 260 Las referencias son a N. Rescher (1980), Induction. An Essay on the justification of inductive reasoning. Oxford: Blackwell. Y a T. Govier (1987), Problems in argument analysis and evaluation. Dordrecht: Foris-Berlin. 211 Pedro José Posada Gómez centra en estudiar los sistemas deductivos; y esto incluye a las versiones actuales de las lógicas de proposiciones y de predicados. No parece haber otro criterio de validez lógica que sea claro. Otro problema es que se considere que solo son aceptables los argumentos lógica y deductivamente válidos en la argumentación en el lenguaje cotidiano. Pero este ya es el viejo error del logicismo, denunciado y descartado por Perelman y Toulmin, entre otros teóricos de la argumentación. Lo que me parece claro es que no es posible usar las herramientas de la lógica formal (de proposiciones no analizadas o de proposiciones analizadas, etc.) sin adoptar un criterio deductivo de validez lógica. Retomo la exposición de los pragma-dialécticos. Aplicando las reglas de la comunicación, un hablante sincero, que considera que su argumentación no es inútil, supone unos criterios de aceptabilidad que también atribuye a sus oyentes. Entre tales criterios está el de validez lógica. Cuando la interpretación literal de un argumento produce un argumento inválido (por incompleto, debido a que algo se ha dejado implícito), pareciera que el hablante hubiese violado la regla 4 al hacer un acto de habla inútil; y también podría aparecer como insincero, violando la regla 2. Pero, dado que “el discurso argumentativo se debe analizar partiendo de la base de que el hablante observa el principio de la comunicación y que, en principio, desea respetar todas las reglas de la comunicación”, entonces “el analista debe examinar si es posible complementar el argumento inválido de manera que llegue a ser válido” (pp. 82-83). Nótese que los autores no hacen ninguna referencia explícita a la posibilidad de que el argumento por analizar resulte, después del análisis, como indefendible lógicamente, es decir no-válido. Interpretando las premisas implícitas como un tipo especial de actos de habla indirectos, se encuentra que es necesario distinguir entre una reconstrucción de lo implícito que restablece la validez lógica (obtención del “mínimo lógico”) y una reconstrucción que establece la premisa implícita pragmáticamente apropiada para cumplir con todas las reglas. Esto es así porque la validez lógica no basta para los fines pragmáticos: El mínimo lógico es la premisa que consiste en una oración [proposición] “si..., entonces...”, cuyo antecedente es la premisa explícita y cuyo consecuente es la conclusión del argumento explícito. El argumento válido que resulta de esta adición tiene la forma de un modus ponens. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 84) Si, por ejemplo, se cuenta con la premisa “Ángela es una verdadera mujer” y la conclusión: “Por lo tanto, Ángela es curiosa”, se obtiene el mínimo 212 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) lógico agregando la premisa: “Si Ángela es una verdadera mujer, entonces es curiosa”. Ahora bien, el mínimo lógico no aporta nada nuevo y, por tanto, puede ser calificado de superfluo, y viola la regla 3 de la comunicación. “El óptimo pragmático es la premisa que vuelve válido el argumento, evitando al mismo tiempo una violación de la Regla 3 y de cualquier otra regla de la comunicación” (p. 85). Normalmente, el óptimo pragmático se obtiene generalizando el mínimo lógico, “haciéndolo tan informativo como sea posible sin adscribirle al hablante compromisos no garantizados y formulándolo de una manera coloquial que calce bien con el resto del discurso argumentativo”. En el ejemplo anterior se obtiene el óptimo pragmático añadiendo la premisa “Las verdaderas mujeres son curiosas”. Nótese que el argumento que incluye el mínimo lógico tiene una estructura que puede ser expresada en una fórmula de lógica proposicional de la forma: [P ^ (P→Q)]→Q; mientras que el argumento que reconstruye el óptimo pragmático solamente puede ser expresado correctamente mediante una fórmula de lógica de predicados, del tipo: {VA ^ Vx [Vx → Cx]}→ CA El procedimiento que debe seguir el analista para determinar el óptimo pragmático es el siguiente: 1. Determinar cuál es la argumentación en la que se ha dejado una premisa implícita. 2. Determinar cuán bien definido es el contexto en el cual tiene lugar la argumentación. 3. Determinar qué premisas agregadas podrían validar el argumento que subyace a la argumentación. 4. Determinar cuáles de estas premisas, al ser agregadas, pueden ser consideradas como formando parte de los compromisos del hablante, dado el contexto. 5. Determinar cuál de las premisas agregadas a las que está comprometido el hablante es la más informativa en el contexto dado. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 87) Por otro lado, para el análisis de las premisas implícitas, los pragmadialécticos reconocen la utilidad de otras herramientas de la lógica tradicional o “clásica” y de la lógica formal, además de las mencionadas: la lógica clásica del silogismo, las reglas del modus ponens y del modus tollens, y la regla de doble negación (pp. 88-93). No nos detendremos en la presentación de otro elemento técnico del análisis pragma-dialéctico: la clasificación de las estructuras de argumentación complejas (“argumentación múltiple”, “argumentación compuesta coordi213 Pedro José Posada Gómez nada”, “argumentación compuesta subordinada”) (pp. 95-110) y pasaremos enseguida a un tema que importa para nuestra indagación: la continuación del análisis en la evaluación del discurso argumentativo. Una visión general del análisis de los aspectos del discurso argumentativo que son relevantes para resolver una diferencia de opinión incluye los siguientes componentes: 1. 2. 3. 4. determinar cuáles son los puntos que están en discusión, reconocer las posiciones que adoptan las partes, identificar los argumentos explícitos e implícitos, y analizar la estructura de la argumentación. (p. 113) Para este último punto, la pragma-dialéctica propone una clasificación de los esquemas de argumentación en tres categorías: I. - Argumentación sintomática (relación de concomitancia) II. - Argumentación analógica III. - Argumentación instrumental (relación de causalidad) Antes de ampliar estas categorías, conviene tomar nota de algunas observaciones de los pragma-dialécticos sobre el modo como deben enfrentarse las contradicciones lógicas (y las inconsistencias pragmáticas, o de otro tipo) en la evaluación de las argumentaciones: Al evaluar los diversos argumentos que se presentan en el discurso, debe determinarse primero si el discurso argumentativo contiene alguna inconsistencia. Si hay algo que puede ser tomado, al mismo tiempo, tanto de una manera como de otra, ¿qué puede esperarse que creamos? Las contradicciones lógicas y las inconsistencias pragmáticas y de otro tipo debilitan más o menos seriamente la fuerza del discurso argumentativo. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 115) El concepto de “inconsistencia” es aquí suficientemente amplio como para abarcar tanto las contradicciones lógicas, como las inconsistencias pragmáticas, y las ambigüedades en general. Siendo así, abarca tanto al campo de la lógica formal como al de la retórica y la argumentación en general. Se reconoce que cualquiera de ellas puede debilitar la fuerza del discurso, de forma diferenciada. Los pragma-dialécticos apoyan su argumentación en una cita de Frits Staal: Si alguien quiere sostener que las proposiciones “Estoy en Montparnasse” y “No estoy en Montparnasse” pueden ser verdaderas al mismo tiempo, no 214 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) está siendo racional. Es fácil decir que uno rechaza la camisa de fuerza de la lógica, que sin lógica la vida es más libre, más cálida y más vital, pero, de hecho, se está diciendo algo que no tiene sentido. Desde Aristóteles y los lógicos de la India, la gente ha tomado la perspectiva de que las proposiciones como ésa deberían evitarse. Ningún ser humano racional pretendería afirmar que los enunciados “El teléfono está allá” y “El teléfono no está allá” pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo. Ningún ser humano racional lo haría; sólo algunos filósofos insisten en que es así. (F. Staal, 1984, como se citó en Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 115). Este párrafo merecería amplios comentarios. Los autores dicen que aquí Staal “enfatiza con gran fuerza” la importancia de evitar las contradicciones. Pero no es solo que enfatice fuertemente, sino que, además, convierte al principio lógico de no-contradicción en un criterio universal de racionalidad. Los desarrollos de las lógicas (mal) llamadas no-clásicas (polivalentes, modales, deónticas, temporales, etc.) y, sobre todo, los análisis del uso del lenguaje realizados desde la teoría de los actos de habla y las teorías de la argumentación, relativizan (por lo menos) el carácter universal del criterio lógico de consistencia. En nota al pie, los autores reconocen que “En el discurso cotidiano muchas veces resulta difícil identificar las contradicciones. También es difícil a veces decidir si realmente hay una contradicción o alguna otra clase de inconsistencia”. Y reconocen que, Tal como Perelman y Olbrechts-Tyteca (1958) han señalado, las contradicciones no tienen que ser retóricamente inaceptables: en los argumentos “cuasilógicos” las contradicciones aparentes pueden ser métodos efectivos de persuasión. Tampoco desde un punto de vista pragma-dialéctico es necesario que sean automáticamente inaceptables: podría quedar claro, por ejemplo, a partir del contexto en que ocurre, que la misma expresión está siendo usada con dos significados diferentes (“(Físicamente) estoy en Nueva York”/ “(Espiritualmente) estoy en Montparnasse”). (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 115, n. 59) En este reconocimiento queda claro que el mero criterio de consistencia lógica (que en principio es independiente del contexto) es insuficiente al momento de evaluar las inconsistencias en el uso del lenguaje cotidiano. No se desconoce el peso del criterio lógico, pero se lo debe completar con criterios pertenecientes al nivel pragmático del lenguaje (es decir, a la retórica y a la teoría de la argumentación). De todos modos los pragma-dialécticos consideran que en la evaluación de la calidad de los argumentos, tomados individualmente, se debe determinar “si el razonamiento que está a la base de ellos es lógicamente válido o 215 Pedro José Posada Gómez no y si se apoya en premisas aceptables”. Nótese que esto supone tanto un criterio lógico formal (validez) como uno perteneciente a la lógica tradicional: la aceptabilidad de las premisas (que suponen un universo lingüístico y epistémico compartido por un auditorio). En un nivel más pragmático, los pragma-dialécticos admiten que no todo el que argumenta está preocupado por “demostrar cómo la conclusión se deriva lógicamente de las premisas” (lo que no descarta la posibilidad de que alguien evalúe lógicamente esta derivación), e introducen una nota aclaratoria al pie de la página: “Al igual que Harman (1986), que identificó los principios del razonamiento con principios que permiten revisar las propias creencias e intenciones, nosotros tampoco equiparamos simplemente los principios del razonamiento con los principios de la lógica” (p. 115, n. 60)261. De todos modos, agregan los autores, “el paso de los argumentos hacia el punto de vista debe ser de tal tipo que la aceptabilidad de las premisas se transfiera a la conclusión”. Y, una vez más en nota al pie, hacen esta sorprendente aclaración: La lógica no tiene mucho que ofrecer en este punto. A pesar de las importantes diferencias (...) parece existir unanimidad entre ellos [los lógicos] en pensar que su preocupación por la validez es acerca de las relaciones formales más que de las relaciones sustanciales entre las premisas y las conclusiones, acerca de los aspectos sintáctico-semánticos más que los pragmáticos, acerca del razonamiento aislado más que en un contexto, de las implicaciones más que de las inferencias y —lo que es más importante para nosotros en esta coyuntura— de la transmisión de la verdad más que de la aceptación. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, pp. 115-116, n. 61) Es claro, desde Perelman, que en la argumentación se trata de “transferir la aceptabilidad de las premisas a la conclusión” y de “lograr el efecto interactivo de que el oyente acepte un punto de vista”, para lo cual “el hablante intenta presentar su argumento de una manera tal que logre convencer al oyente”, y, dicho siguiendo la analogía toulminiana, el hablante le comunica al oyente “que conoce el camino que conduce desde lo ya aceptado hasta el punto de vista (propuesto)”. Lo que no queda claro es cuál es el papel de la lógica en este proceso, pues los autores empiezan por reconocer su papel en la evaluación de los argumentos, pero enseguida enfatizan su irrelevancia. 261 La referencia es a Harman, G. (1986), Change in view. Principles of reasoning. Cambridge, MA: MIT. 216 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Dejo aquí la reseña de estas observaciones sobre el papel de la lógica y retomo la presentación de la tipología de los esquemas argumentativos, es decir de las “maneras más o menos convencionalizadas de representar la relación entre lo que se afirma en el argumento y lo que se afirma en el punto de vista” (p. 116)262. I. Argumentación sintomática (relación de concomitancia). En este tipo de argumentación: El hablante trata de convencer a su interlocutor mostrando que algo es sintomático de alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está basado en un esquema argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas se transfiere a la conclusión haciendo comprender que existe una relación de concomitancia entre lo que se afirma en el argumento y lo que se afirma en el punto de vista. La argumentación es presentada como si fuera una expresión, un fenómeno, un signo o algún otro síntoma de lo que se afirma en el punto de vista. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 116) II. Argumentación analógica. En este tipo de argumentación: El hablante trata de convencer a su interlocutor señalando que algo es similar a alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está basado en un esquema argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas se transfiere a la conclusión haciendo que se comprenda que existe una relación de analogía entre lo que es afirmado en el argumento y lo que es afirmado en el punto de vista. La argumentación se presenta como si existiera un parecido, una concordancia, una semejanza, un paralelo, una correspondencia o algún otro tipo de similitud entre lo que afirma en el argumento y lo que se afirma en el punto de vista. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 117) III. Argumentación instrumental (relación de causalidad) En este tipo de argumentación: El hablante trata de convencer a su interlocutor señalando que algo es un instrumento para lograr alguna otra cosa. Este tipo de argumentación está basado en un esquema argumentativo en el que la aceptabilidad de las premisas se transfiere a la conclusión haciendo que se comprenda que existe una relación de causalidad entre el argumento y el punto de vista. La argumentación se presenta como si lo que se afirma en la argumentación fuera un medio, un camino, un instrumento o algún otro tipo de factor causal para el logro del punto de vista, o viceversa. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 117) 262 Los autores anotan que el concepto de ‘esquema argumentativo’ también ha sido usado por autores como Hasting (1962), Windes & Hastings (1969) y Perelman & Olbrechts-Tyteca (1958). 217 Pedro José Posada Gómez Los autores reconocen la existencia de “muchas subcategorías de esquemas argumentativos”. Estos “(sub)tipos” de argumentación se ubican dentro de las tres categorías mencionadas, así: I’. Basados en la relación de “concomitancia” (tipo sintomático): - Los argumentos que presentan algo como una cualidad inherente o como una característica de algo más general. II’. Basados en la relación de analogía: - Hacer una comparación - Dar un ejemplo - Hacer referencia a un modelo III’. Basados en una relación de causalidad - Argumentos que señalan las consecuencias de un curso de acción - Argumentos que presentan algo como un medio para lograr cierto fin - Argumentos que enfatizan la nobleza de una meta con el fin de justificar los medios propuestos para lograrla. A semejanza de las “formas lógicas del argumento” (como el modus ponens) “los esquemas argumentativos son marcos de referencia abstractos que pueden tener un número infinito de instancias de substitución”. Y aquí introducen los autores una observación que nos da luz sobre la diferencia entre la ‘forma lógica’ y el ‘esquema argumentativo’ de un argumento: Debido a que (...) todas las instancias de sustitución de un esquema argumentativo pueden ser analizadas lógicamente como involucrando una inferencia del tipo modus ponens para conducir de las premisas a la conclusión, las formas lógicas de sus argumentos no proporcionan, por sí mismas, ninguna característica distintiva que permita discriminar entre los diversos esquemas argumentativos. Y, lo que es aún más importante, la simple reconstrucción de la forma lógica del argumento no es de ninguna manera suficiente para lograr una adecuada evaluación de la argumentación. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 117) Una “adecuada evaluación de la argumentación” significa una evaluación de la argumentación concreta en un contexto y frente a un auditorio determinado. Sobra decir que la forma lógica solo permite evaluar la validez lógica, lo que no es suficiente para la evaluación general de la validez de una argumentación específica. No es suficiente, pero ¿hasta qué punto podría ser necesaria? La clasificación pragma-dialéctica de los esquemas argumentativos resulta mucho más simple y general que la elaborada por la Nueva Retórica de 218 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Perelman-Olbrechts, y muestra algunas diferencias y coincidencias con esta. Veámoslo haciendo un cuadro sinóptico de cada una de ellas (Tabla 6.3). Tabla 6.3 Esquemas y sub-esquemas argumentativos en la pragma-dialéctica I. Basados en la relación de “concomitancia” (tipo sintomático) Argumentos que presentan algo como una cualidad inherente Argumentos que presentan algo como una característica de algo más general II. Basados en la relación III. Basados en una relación de analogía de causalidad Hacer una comparación Dar un ejemplo Hacer referencia a un modelo Argumentos que señalan las consecuencias de un curso de acción, Argumentos que presentan algo como un medio para lograr cierto fin Argumentos que enfatizan la nobleza de una meta con el fin de justificar los medios propuestos para lograrla. Tabla 6.4. Los esquemas argumentativos en la teoría de la argumentación de Perelman-Olbrechts (Basado en: Roland Schmetz, 2000) 219 Pedro José Posada Gómez La categoría III (relación de causalidad) de la pragma-dialéctica puede ser asimilada a los argumentos basados en la estructura de lo real, del subgrupo de los nexos de sucesión de la tipología perelmaniana. Los argumentos del tipo II (relación de analogía) pueden ser acercados a los argumentos que fundan la estructura de la realidad (el ‘ejemplo’ pragma-dialéctico equivale a la ‘ilustración’ perelmaniana); sin embargo, el análisis perelmaniano es más fino, por distinguir analogía y metáfora (analogía condensada), y estas de los argumentos simples por el caso particular (los argumentos por el ejemplo, la ilustración y el modelo). La categoría I de los pragmadialécticos (relación de “concomitancia”, tipo sintomático) es más difícil de asociar con la tipología perelmaniana. Y esto por una ambigüedad inherente a los términos usados para caracterizarla: la ‘concomitancia’ puede darse entre muchas cosas, y muchas cosas pueden ser ‘sintomáticas’ de otras. Cuando se distingue entre argumentos que “presentan algo como una cualidad inherente” (de algo) y argumentos que “presentan algo como una característica de algo más general”, podemos distinguir al menos dos tipos de casos: cuando el ‘algo’ del que se predica algo es un ‘alguien’ (o un grupo, cultura, etc.) podemos hablar de argumentos que involucran la relación ‘persona-acto’ y estamos ante el segundo tipo de los argumentos basados en lo real que plantean relaciones de coexistencia (lo que concuerda con la idea de concomitancia). Pero si el ‘algo’ está en el lugar de una cosa o un evento, estamos ante el tipo de argumentos cuasi-lógicos que plantean relaciones entre la parte y el todo (algo como una característica de algo más general). Por otro lado, la idea de síntoma, referida a hechos y cosas, remite otra vez a la idea perelmaniana de nexos de sucesión. Nótese, además, que los pragma-dialécticos eluden la problemática noción de argumentos cuasi-lógicos. Termino este esquema de los elementos analíticos de la pragma-dialéctica con una breve presentación de su teoría de las falacias y la propuesta de las diez reglas de la discusión crítica, que constituyen tal vez el elemento más novedoso y útil de la teoría pragma-dialéctica. Van Eemeren y Grootendorst toman como punto de partida la revisión minuciosa a la que sometió Charles Hamblin (1970) el tratamiento tradicional de las falacias, especialmente en la tradición occidental posterior a Aristóteles. Mientras que la tradición definió una falacia como un argumento “que parece ser válido, pero no lo es”, Hamblin mostró que esa definición es errada en varios sentidos: 1. Muchas falacias no caen dentro de esta definición, 2. Algunas falacias no son argumentos, propiamente dichos (p. ej. La falacia llamada de las preguntas múltiples o el argumentum ad baculum), 3. Algunas falacias son inferencias válidas desde el punto de vista estrictamente lógico (p. ej. El razonamiento circular), 4. En algunos casos el error 220 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) en que incurre una falacia no radica en la invalidez del argumento (p. ej. El argumentum ad verecundiam o el argumentum ad populum), 5. La referencia, en la definición clásica, a que un argumento “parece válido” contiene un sesgo subjetivo y no es un criterio claro de identificación263. Comparando el desarrollo histórico del tratamiento de las falacias con la versión original de Aristóteles, Hamblin encontró una diferencia fundamental: para el filósofo griego las falacias eran errores que se producían (voluntaria o involuntariamente) en el desarrollo de un encuentro dialéctico (aunque en los Analíticos intentó dar un análisis lógico formal de algunos de ellos). A partir de Hamblin, y coincidiendo parcialmente con Toulmin (1979) Perelman-Olbrechts (para quienes ningún argumento es falaz por sí mismo, pues todos dependen del contexto y del auditorio frente al cual se argumenta), Van Eemeren y Grootendorst definirán las falacias como “pasos (moves) que impiden la resolución de una diferencia de opinión” (2002, p. 121). No hay, por tanto, falacias lógicas, pues toda falacia surge en una situación dialéctica. Para el desarrollo de su teoría sobre las falacias, los pragma-dialécticos intentan superar las limitaciones del trabajo de John Woods y Douglas Walton, quienes desarrollaron un análisis de las falacias alternativo al tratamiento estándar (cuestionado por Hamblin) acudiendo al uso de las lógicas no clásicas para construir un análisis de cada falacia. Para los pragma-dialécticos, el análisis de Woods-Walton tiene dos inconvenientes: 1. Al apoyarse en sistemas lógicos diferentes para analizar cada falacia produce descripciones fragmentarias y no permite hacer un cuadro global y sistemático de ellas, 2. Supone un amplio conocimiento de las herramientas lógicas y le da un valor excesivo a la lógica en el análisis de las falacias. Sobre este segundo punto los pragma-dialécticos son enfáticos: En nuestra opinión, es importante no exagerar el rol de la lógica al tratar con las falacias, aun cuando se sacrifique la certeza absoluta que un enfoque puramente lógico parece ofrecer. La importancia práctica de los errores “lógicos”, en comparación con otros pasos o movidas falaces, solo puede ser apropiadamente evaluada si primero se tiene claro qué lugar ocupan en la argumentación, o en el acto de habla en el que éstos ocurran, en el contexto más amplio de la discusión crítica. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 123) 263 Por su parte, A. L. Gómez (1993) había llegado a conclusiones similares en: un capítulo dedicado al argumento ad hominem (pp. 15-18), otro a la Petición de principio (pp. 19-44), así como un par de capítulos dedicados a analizar críticamente la clasificación tradicional de las falacias (pp. 61-118). 221 Pedro José Posada Gómez Los pragma-dialécticos consideran que una adecuada teoría de las falacias debe cumplir los siguientes requisitos: 1) Proporcionar normas que permitan distinguir, en el discurso argumentativo, entre los pasos o movidas que son razonables y los que no lo son. 2) Proporcionar criterios que permitan decidir cuándo se ha violado una norma de este tipo. 3) Proporcionar procedimientos de interpretación que permitan determinar si un enunciado satisface o no estos criterios. La determinación de cada uno de estos requisitos (normas, criterios y procedimientos) surge de acuerdos que son independientes entre sí: El acuerdo sobre las normas generales que rigen un comportamiento razonable en una discusión crítica no coincide automáticamente ni con el acuerdo sobre los criterios que permiten decidir qué se considera una violación de estas normas, ni con el acuerdo sobre el procedimiento de interpretación que determina si un enunciado satisface o no estos criterios. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 123)264 A continuación nuestros autores proceden a postular un “modelo ideal” que contiene las diez “reglas de un discurso argumentativo razonable”, que servirán de base para mostrar cómo las falacias argumentativas pueden ser presentadas como “pasos o movidas incorrectos en que se viola alguna de las reglas de la discusión”. Las reglas sirven para indicar, en cada una de las cuatro etapas de la discusión, “cuándo los participantes que intentan resolver una disputa, tienen derecho, o incluso están obligados, a realizar un paso o movida particular. Es obligatorio que los participantes observen todas las reglas que conducen a resolver la disputa” (p. 123)265. Las reglas de la discusión crítica son las siguientes266: 264 Los autores aclaran que “en su estado actual (la pragma-dialéctica) es básicamente una teoría de las normas y no una teoría de los criterios” (p. 125). 265 Aquí los autores introducen una importante nota al pie: “Solo en conjunto con el cumplimiento de las ‘condiciones de orden superior’ apropiadas puede el cumplimiento de las reglas constituir también una condición suficiente (de primer orden) para la resolución de una disputa. Para las condiciones de segundo orden, relacionadas con las actitudes y disposiciones de los que discuten, y las condiciones de tercer orden, relacionadas con las circunstancias en las que tiene lugar la discusión, véase Van Eemeren y Grootendorst (1988)” (Van Eemeren y Grootendorst, 1988, (2), pp. 271-291). 266 Sigo la versión de F. van Eemeren y R. Grootendoorst (1996, pp. 229-230). Los títulos iniciales fueron agregados en Van Eemeren, Grootendorst y Snoeck Henkemans (2002, 2006). 222 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 1. Regla de libertad: Los participantes no deben obstaculizar la expresión o el cuestionamiento de los puntos de vista. 2. Regla de la carga de la prueba: La parte que ha avanzado un punto de vista está obligada a defenderla si la otra parte se lo pide. 3. Regla del punto de vista: El ataque debe recaer sobre el punto de vista tal como ha sido presentado por la otra parte. 4. Regla de la relevancia: Una parte no puede defender su punto de vista sino avanzando una argumentación relativa a dicho punto de vista. 5. Regla de la premisa no expresada: Una parte no debe atribuir abusivamente al adversario ninguna premisa implícita. No debe rechazar una premisa que ella misma ha dejado sub-entendida. 6. Regla del punto de partida: Una parte no debe presentar una premisa como un punto de partida aceptado cuando tal no es el caso. No debe tampoco rechazar una premisa si constituye un punto de partida aceptado. 7. Regla del esquema de la argumentación: Una parte no debe considerar que un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente si esta defensa no ha sido conducida según un esquema argumentativo adecuado y correctamente aplicado. 8. Regla de la validez: Una parte no debe utilizar sino argumentos lógicamente válidos, o susceptibles de ser validados mediante la explicitación de una o varias premisas. 9. Regla de clausura: Si un punto de vista no ha sido defendido de manera concluyente, entonces el proponente debe retirarlo. Si un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente, entonces el oponente no debe ponerlo ya en duda. 10. Regla del uso: Las partes no deben utilizar formulaciones insuficientemente claras o de una oscuridad susceptible de engendrar la confusión; cada una de ellas debe interpretar las expresiones de la otra parte de la manera más cuidadosa y pertinente posible. Mediante estas reglas, el enfoque pragma-dialéctico logra un análisis que: 1. Permite clasificar las falacias a partir de tres criterios: a) Cuál de las diez reglas es violada, b) en qué etapa o etapas ocurre la violación, y c) cuál de los dos miembros del debate, el protagonista o el antagonista, comete la falacia. 2. Permite obtener una explicación de todas las falacias tradicionales. Así, por ejemplo, la falacia de afirmar el consecuente (confundir las 223 Pedro José Posada Gómez condiciones necesarias y suficientes, tratando a una condición necesaria como si fuese suficiente) sería una violación de la regla 8, por parte del proponente, en la etapa de argumentación. La falacia de ambigüedad (manipular la ambigüedad referencial, sintáctica o semántica) sería una violación de la regla 10, que podrían cometer, tanto el proponente como el oponente, en cualquier etapa de la discusión. El argumento ad baculum (presionar a la parte contraria amenazándola con sanciones) sería una violación de la regla 1, en la etapa de confrontación), por cualquiera de las partes en el debate, etc. 3. El análisis puede ser más sistemático y refinado que el tradicional, pues permite distinguir claramente algunas falacias agrupadas nominalmente y reunir algunas que estaban separadas. Por ejemplo: el argumentum ad populum contiene dos variantes que corresponden a las violaciones de las reglas 4 y 7, y se muestra que una variante del argumento ad verecundiam y otra del argumentum ad populum son la misma falacia, que es una violación de la regla 7. Así mismo, es posible señalar dos variantes de la falacia denominada el hombre de paja, bien como violación de la regla 4 o de la regla 3. Tres variantes de la falacia ad verecundiam, violaciones de las reglas 7, 2 y 4, respectivamente; y dos variantes de la falacia de evadir el peso de la prueba, como violaciones de las reglas 2 y 6. De esta última se distingue la falacia de desplazar el peso de la prueba, que tiene también dos variantes, ambas violaciones de la regla 2: exigir que el antagonista demuestre que el punto de vista del protagonista es incorrecto, o exigir que solo la parte contraria defienda su punto de vista, apelando al criterio de equidad (o “principio de presunción”). 4. El enfoque pragma-dialéctico permite distinguir algunas falacias que no estaban en la lista tradicional: negar una premisa implícita (violación de la regla 5), negar un punto de vista aceptado (violación de la regla 6), absolutizar el éxito de la defensa (violación de la regla 9), entre otras (Cfr. Van Eemeren y Grootendorst, 2002, Cap. 19). Por todo ello, posiblemente el enfoque pragma-dialéctico es, actualmente, el que permite un análisis más sistemático, coherente y objetivo de los argumentos falaces; al menos, de aquellos que pueden presentarse en la argumentación vista desde la perspectiva dialéctica; es decir, como intento de resolver una disputa o diferencia de opinión mediante una argumentación racional. 224 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Los autores resaltan las diferencias entre este enfoque y el enfoque tradicional de las falacias: Nuestro enfoque de las falacias es más amplio y, al mismo tiempo, más específico que el enfoque tradicional centrado en la lógica. Es más amplio porque abarca en su análisis, desde un comienzo, todas las violaciones de las reglas de la discusión, no sólo los errores “lógicos” relacionados con la validez. Es más específico, porque las falacias se conectan sistemáticamente con la resolución de las diferencias de opinión. La consecuencia más significativa de esto es que nuestro enfoque permite comprender por qué algo es considerado una falacia. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 124) Finalmente, reconociendo que no siempre es claro que un discurso esté orientado a la resolución de una disputa, la pragma-dialéctica propone la estrategia del “análisis máximamente dialéctico”, que consiste en interpretar el discurso (o parte de él) como si fuera parte de una discusión crítica (pp. 124-125). 6.3. Dialéctica, lógica y retórica en la teoría pragma-dialéctica El carácter dialéctico del modelo pragma-dialéctico es evidente por la orientación misma de su análisis centrado en los mecanismos que operan en la resolución de una disputa y por su inspiración en los desarrollos de la dialéctica formal de Hamblin, Lorenzen, Barth y Krabbe. Más complejo es precisar el lugar de la lógica y la retórica en este modelo. Empezando por el caso de la lógica, hemos encontrado varias pistas indicadoras. En primer lugar, los pragma-dialécticos critican los modelos de Perelman y Toulmin por haber negado que la lógica desempeñe algún papel en el desarrollo de la argumentación. En varios lugares, los pragma-dialécticos parecen conceder algún papel a los criterios lógicos en la producción y elaboración de los argumentos. Así, en la caracterización del programa de investigación se opone el enfoque retórico (centrado en la persuasividad) al enfoque dialéctico (centrado en la “fuerza lógica” de la argumentación). Vimos también cómo se distinguió entre un “nivel pragmático” y un “nivel lógico” del análisis de las premisas implícitas en el discurso argumentativo: En el nivel pragmático, el análisis se dirige a la reconstrucción del acto de habla complejo realizado al presentar la argumentación; en el nivel lógico, a la reconstrucción del razonamiento que subyace a la argumentación. En la práctica, el análisis lógico se pone al servicio del análisis pragmático. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 81) 225 Pedro José Posada Gómez Vimos allí cómo la lógica formal es usada para determinar el “mínimo lógico” y el “óptimo pragmático” en el análisis de las premisas implícitas. Vimos también que este uso de las herramientas de la lógica formal iba acompañado de un rechazo del “deductivismo absoluto”. También encontramos que para los pragma-dialécticos la validez lógica es un elemento que se debe considerar en la evaluación de argumentos: “Las contradicciones lógicas y las inconsistencias pragmáticas y de otro tipo debilitan más o menos seriamente la fuerza del discurso argumentativo” (p. 115). En este caso, la consistencia lógica es solo un tipo entre otros de consistencia y apenas se le reconoce un modesto papel, subordinado a los elementos pragmáticos: “la simple reconstrucción de la forma lógica del argumento no es de ninguna manera suficiente para lograr una adecuada evaluación de la argumentación”. Ahora bien, si tomamos en cuenta que una de las reglas de la discusión crítica hace alusión explícita a la validez (la regla 8 o Regla de la validez: “Una parte no debe utilizar sino argumentos lógicamente válidos, o susceptibles de ser validados mediante la explicitación de una o varias premisas”) podemos concluir que la pragma-dialéctica considera a la validez lógica como un elemento necesario de los argumentos, pero que no es suficiente por sí mismo para determinar la validez total de la argumentación. Queda por determinar la función de los elementos retóricos en el modelo pragma-dialéctico. Parece haberse operado un cambio entre la idea que se expresa sobre la versión retórica (o sobre el enfoque retórico) del programa de investigación presentado como opuesto al enfoque dialéctico en el libro Argumentación, comunicación y falacias (cuya primera edición es de 1999) y trabajos posteriores en los que los pragma-dialécticos se proponen explicitar el papel de la retórica en su modelo. Recordemos las características que se asociaron inicialmente a la perspectiva retórica del programa de investigación: Filosofía antropo-relativista; teoría epistémico-retórica; reconstrucción orientada al auditorio; descripción centrada en la persuasividad; y práctica orientada a la prescripción. Estas se enfrentan a las características del enfoque dialéctico: Filosofía crítico-racionalista; teoría pragma-dialéctica; reconstrucción orientada a la resolución; descripción centrada en la fuerza lógica; y práctica orientada a la reflexión. Examinaremos si esta concepción de la retórica es modificada substancialmente en los trabajos posteriores de los pragma-dialécticos. Veámoslo. Frans H. van Eemeren y Peter Houtlosser han publicado algunos artículos sobre el tema de la integración de la perspectiva retórica en la pragma-dia226 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) léctica. Revisaremos dos de ellos: “Rhetoric in pragma-dialectics” (2006)267 y “Rhetorical Analysis within a Pragma-Dialectical Framework. The Case of R. J. Reynolds” (2000). Los autores parten de reconocer el carácter de ideal dialéctico que tiene su modelo de análisis: “The pragma-dialectical model of a critical discussion is, in fact, a description of what argumentative discourse would look like if it were solely and optimally aimed at resolving a difference” (2006, p. 3). En la vida cotidiana, sin embargo, el intercambio dialéctico puede estar motivado por fines diferentes a la resolución de una disputa, como el parecer simpáticos o inteligentes. En un sentido general y débil del concepto: “hay un aspecto retórico (pragmático) de todo el discurso argumentativo: los participantes están siempre buscando los efectos que más le convienen”. Pero hay también un sentido más fuerte en el cual todo discurso es retórico: “quien toma parte en un discurso argumentativo trata de resolver la diferencia de opinión en su propio beneficio, y su uso del lenguaje y otros aspectos de su conducta son diseñados para alcanzar precisamente este efecto” (2006, p. 3). Antes de profundizar en este aspecto retórico del discurso, conviene recordar que este es paralelo o simultáneo con el objetivo dialéctico de los que debaten: Como una regla, pretenderán, por lo menos, que están interesados primariamente en la resolución de sus diferencias de opinión. La gente que se compromete en el discurso argumentativo puede considerarse como comprometida con lo que ha dicho o implicado. Si un movimiento no es exitoso, no se puede evadir de su responsabilidad dialéctica diciendo “era sólo retórica”. Aunque busque de todas las formas posibles que su punto de vista sea aceptado, debe sostener la imagen de alguien que juega a resolver el juego mediante reglas. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4) El elemento retórico del discurso es analizado, en el artículo de 1997, bajo el subtítulo “Racionalidad instrumental en el discurso ordinario”. Y el principal concepto del análisis es la idea de “maniobras estratégicas”: El balance que hacen las personas entre el objetivo (dialéctico) de disposición a la resolución (de la diferencia de opinión) y el objetivo retórico de hacer aceptar su propia posición, regularmente da lugar a un maniobrar estratégico, en tanto que las personas buscan satisfacer sus obligaciones 267 Artículo basado en las ponencias presentadas por los autores en la 10th AFA/SCA Conference on Argumentation in Alta, Noruega. 227 Pedro José Posada Gómez dialécticas sin sacrificar sus objetivos retóricos. Ellos intentan hacer un uso retórico de las oportunidades ofrecidas por la situación dialéctica para resolver la diferencia de opinión en su propio beneficio268. La referencia a la “racionalidad instrumental”, en el artículo de 1997, es reemplazada, en el artículo del 2000, por una a la “strategic maneuvering in argumentative discourse”. Esta variación nos permite entender que los autores asimilan las “maniobras estratégicas” a una forma de “racionalidad instrumental” (que nosotros, siguiendo a Habermas, podremos denominar también “racionalidad estratégica”). Los pragma-dialécticos insisten en que las personas que discuten, a pesar de que también persiguen el objetivo “retórico” de hacer triunfar su punto de vista, por regla general deben mantener la apariencia de que están interesados en el objetivo dialéctico de resolver la diferencia de opinión: “As a rule, they will therefore at least pretend to be primarily interested in having the difference of opinion resolved” (2000, p. 295). Acto seguido, los autores introducen una nota aclaratoria que merece ser comentada. Dicen: “We do not follow Perelman and Olbrechts-Tyteca in differentiating between dialectical discussion as ‘a sincere quest for the truth’ and rhetorical debate in which the protagonists ‘are chiefly concerned with the triumph of their own viewpoint’ (1969, p. 38)” (2000, p. 303, n. 5)269. Hago aquí un paréntesis para mostrar que esta crítica a Perelman y Olbrechts-Tyteca es errada, como puede verse en una lectura atenta de lo que dicen los creadores de la Nueva Retórica en el texto citado, el Tratado de la Argumentación. Se trata de una sección de la Primera Parte del Tratado (The Framework of Argumentation), bajo el parágrafo 8: “la argumentación ante un único oyente” (Argumentation Before a Single Hearer), en la cual 268 “The balancing of people’s resolution-minded objective with the rhetorical objective of having their own position accepted regularly gives rise to strategic manoeuvring as they seek to fulfil their dialectical obligations without sacrificing their rhetorical objectives. They attempt to make rhetorical use of the opportunities offered within the dialectical situation in order to conclude the difference of opinion in their own favour” (1997, p. 4). En el artículo de 2000, los autores presentan esta misma idea así: “People engaged in argumentative discourse are characteristically oriented toward resolving a difference of opinion and may be regarded committed to norms instrumental in achieving this purpose – maintaining certain standards of reasonableness and expecting others to comply with the same critical standards. This does, of course, not mean that they are not interested in resolving the difference in their own favor. Their argumentative speech acts may even be assumed to be designed to achieve primarily this effect. There is, in other words, not only a dialectical, but also a rhetorical dimension to argumentative discourse” (2000, p. 295). 269 La referencia es a la edición inglesa del Tratado de Perelman-Olbrechts (1969), The New Rhetoric. A Treatise on Argumentation. London: University of Notre Dame Press. 228 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) los autores caracterizan el tipo de auditorio que se da en el diálogo y diferencia entre los conceptos de “discusión” y “debate”, aclarando y tomando distancia tanto de los autores clásicos como de los modernos. Veamos. Perelman-Olbrechts comienzan haciendo referencia a la primacía de la dialéctica —como argumentación para un único oyente— sobre la retórica —argumentación dirigida a un auditorio amplio—, por parte de algunos autores de la antigüedad. Quienes tal hacen, reconocen el valor filosófico de la dialéctica para la búsqueda de la verdad, en términos de la Nueva Retórica, el hecho de estar dirigida al auditorio universal (del cual, el otro en el diálogo, sería una encarnación), rasgo que acerca a la dialéctica con la lógica, a la cual fue a veces asimilada. Para Perelman-Olbrechts, este modelo filosófico del diálogo ha sido entendido por los autores más modernos como un tipo de discusión y no como un tipo de debate. Pues la discusión se plantea desde un punto de vista heurístico (de búsqueda de una conclusión válida), mientras que el debate se ubica en un punto de vista erístico (la defensa de una tesis o posición asumida por cada una de las partes). Es en este contexto donde P-O afirman: “... resulta comprensible que la discusión se presente como una búsqueda sincera de la verdad, mientras que, en el debate, la preocupación está, sobre todo, en el triunfo de la propia tesis” (1969, p. 38/1989, p. 82). Vemos cómo para P-O no se trata de una oposición entre dialéctica y retórica sino entre dos formas del intercambio dialéctico: la discusión y el debate (que corresponden a dos de los tipos de discurso dialéctico que Aristóteles llamó examinativo y erístico, respectivamente). Pero, además, en el párrafo siguiente, P-O critican esta idea clásica del diálogo (como discusión), pues consideran que es solo por una “generalización audaz” que se llega a asimilar a los interlocutores en una discusión desinteresada como portavoces del auditorio universal y que solamente una “visión muy esquemática de la realidad” “asimilaría la determinación del peso de los argumentos a una pesada de lingotes”. Así, P-O enfatizan el carácter ideal del modelo del diálogo filosófico y señalan que, aparte de algunos casos especiales como el proceso jurídico o el debate parlamentario, es difícil mantener la distinción entre “un diálogo que tiende a la verdad y un diálogo que sólo sería una sucesión de alegatos”. Los diálogos estrictamente erísticos o heurísticos son casos excepcionales, además de que la mayoría de los discursos (incluidos muchos discursos de los autores clásicos) están dirigidos a auditorios particulares (Perelman y Olbrechts, 1994, pp. 82-83). Después de este paréntesis aclaratorio, retomo la presentación de la propuesta de integración del enfoque retórico en la pragma-dialéctica. Para los pragma-dialécticos, las “estrategias retóricas” son “diseños discursivos que 229 Pedro José Posada Gómez consisten en un uso sistemático y deliberado de las oportunidades disponibles para adelantar movimientos que lleven a la resolución de una diferencia de opinión en beneficio propio”270. Ahora bien, las estrategias retóricas empleadas en el discurso por el escritor o el hablante pueden manifestarse en tres niveles: 1. En la selección del material, 2. En su adaptación al auditorio, y 3. En el modo de su presentación. Es decir: Para alcanzar un resultado retórico óptimo, los movimientos seleccionados deben ser opciones efectivas de un potencial disponible, los movimientos deben ser adaptados al auditorio de modo que incluyan las demandas de la audiencia, y la presentación de los movimientos debe ser discursiva y estilísticamente apropiada. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4) De este modo “una estrategia retórica es exitosa si los esfuerzos retóricos en los tres niveles son convergentes, y se da así una fusión de las influencias persuasivas” (p. 4)271. Los autores son enfáticos al afirmar que este uso estratégico de la retórica no es incompatible con los objetivos dialécticos de resolver razonablemente la diferencia de opinión: A primera vista, el objetivo retórico de obtener una posición favorable en la confrontación parece contrario al fin dialéctico de la resolución de la diputa, pero no es necesariamente así. En la medida en que el que confronta no oscurezca la diferencia mistificando las posiciones mutuas o trate de inmunizar su punto de vista contra la crítica, no hay nada incorrecto en que trate de dar forma a la diferencia en el sentido que lo lleve a alcanzar una resolución que le permita triunfar en el debate. Lo único no admitido es ser contradialéctico, por ejemplo, reducir las posibilidades de alcanzar una resolución razonable del debate. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 12)272 270 “Rhetorical strategies in our sense are designs of discourse consisting in the deliberate and systematic use of opportunities available for carrying out moves aimed at resolving a difference of opinion to one’s own advantage” (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4). 271 “In order to achieve the optimal rhetorical result, the selected moves must be an effective choice from the available potential, the moves much be in such a way adapted to the audience that they comply with auditorial demands, and the presentation of the moves must be discursively and stylistically appropriate” (...) “A rhetorical strategy is, in fact, optimally successful if the rhetorical efforts at the three levels converge, so that a fusion of persuasive influences is generated” (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 4). 272 Cuando las estrategias retóricas se comportan de modo contra-dialéctico incurrirán en falacias. 230 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Cada una de las etapas o niveles del proceso de resolución de una disputa (confrontación, apertura, argumentación y conclusión) tiene un objetivo dialéctico específico y, además, conlleva su propio objetivo retórico: “the dialectical objective of a particular discussion stage always has a rhetorical complement” (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298). Así, por ejemplo, en la etapa de confrontación, pueden presentarse las siguientes maniobras estratégicas: En primer lugar, hacer una selección estratégica del espacio de desacuerdo potencial inherente al acto argumentativo. Si el acto es no asertivo, sus condiciones de felicidad son la fuente principal para la identificación de este potencial. Si el acto es asertivo, la teoría clásica brinda una especificación de las condiciones de felicidad, que pueden ser refinadas incluso más adelante por la diferenciación entre los varios tipos de proposición a los cuales el asertivo puede pertenecer (descriptivo, evaluativo o incitativo). II.- En segundo lugar, el hablante puede poner el tema en una perspectiva que esté de acuerdo con las visiones del antagonista o del auditorio. III.- En tercer lugar, el hablante puede emplear herramientas de presentación que refuercen su posición ante el auditorio, por ejemplo, eligiendo formulaciones que brinden atributos positivos a su caso. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, p. 13) I.- Estos “tres aspectos del maniobrar estratégico que apuntan a la consecución de los objetivos retóricos” son presentados en el artículo del 2000, de modo más preciso y general: (…) three different aspects of strategic maneuvering aimed at realizing rhetorical aims are to be distinguished: (1) making an adequate selection from the options constituting the topical potential associated with a particular discussion stage, (2) selecting a responsive adaptation to audience demands in that stage, and (3) exploiting the presentational devices appropriate for the moves made in that stage. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298) Nótese que en la versión de 1997 se hace referencia a “una selección estratégica del espacio de desacuerdo potencial”, mientras que en la del 2000 se trata de una adecuada selección del “potencial tópico”. El cambio es de énfasis y precisión terminológica pero no significa que se haya abandonado la idea del espacio de desacuerdo potencial, pues en el mismo artículo del Omitimos aquí el desarrollo de este punto. Por otro lado, la idea de inmunizar un argumento contra la crítica proviene del racionalismo crítico de Hans Albert y Popper. 231 Pedro José Posada Gómez 2000 se hace referencia a este como un elemento en la escogencia del “potencial tópico”: Al considerar la elección del potencial tópico, el maniobrar estratégico, en la fase de la confrontación, apunta a elegir la opción más eficaz entre los problemas potenciales en discusión, restringiendo el “espacio de desacuerdo” de tal manera que la confrontación se concentre en el asunto o los puntos que el hablante o escritor considera más fáciles de manejar. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298) Los autores señalan las coincidencias de este primer momento del análisis de los elementos retóricos en el debate dialéctico con los aportes de la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts: El potencial tópico asociado con una fase dialéctica particular puede ser considerado como el juego de movimientos alternativos pertinente en esa fase del proceso de la resolución. Perelman y Olbrechts-Tyteca acertadamente enfatizan que, por el mismo hecho de que se seleccionen ciertos elementos, “queda implícita su importancia y la pertinencia en la discusión” (1969, pág. 119). Además de dotar a los elementos de una presencia, la supresión deliberada de un movimiento es también un notorio fenómeno de elección (1969, p. 116). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298) También los recursos retóricos de las etapas II y III son pensados siguiendo el modelo de la Nueva Retórica: For optimal rhetorical result, the moves that are made in the various stages of the discourse must be adapted to audience demand in such a way that they comply with the listeners’ or readership’s good sense and preferences. In general, adaptation to audience demand will consist of an attempt to create a certain amount of empathy or ‘communion’ between the arguer and his audience. This endeavor may manifest itself in the confrontation stage in the avoidance of unnecessary or unsolvable contradictions. As a rule, an actor’s effort in the opening stage is directed to provide (the basis for) his argumentation with ‘the status enjoying the widest agreement’ (1969, p. 179). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 298) Y, para la fase III: For optimally conveying rhetorical moves and making them have a real effect on the listener or reader, the various presentational devices that can be employed must be put to good use. It is not surprising that Perelman and Olbrechts-Tyteca observe that all argumentative discourse presupposes ‘a choice consisting not only of the selection of elements to be used, but also 232 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) of the technique for their presentation’ (1969, p. 119). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 299) En síntesis, los creadores de la pragma-dialéctica consideran que su enfoque es una revisión de la tradicional separación estricta entre los enfoques dialécticos y retóricos de la argumentación, que muestra cómo “el discurso argumentativo puede ser analizado y evaluado más adecuadamente si los dos se combinan sistemáticamente” (p. 293). Antes de concluir nuestro examen de este intento de incorporar el enfoque retórico en el marco de la pragma-dialéctica, veamos cómo se sitúan los autores frente a la tradición de la dialéctica y la retórica occidentales. En varios de sus escritos, los autores hacen un recuento de la historia de las disciplinas retórica y dialéctica, que tiene por objeto situar a su teoría en esta tradición. Cito dos párrafos que resumen este recuento: A pesar de su conexión íntima inicial, desde Aristóteles ha habido una clara distinción entre la retórica y la dialéctica. El armazón conceptual para el estudio de retórica fue proporcionado por Aristóteles en la Retórica al definir argumentativamente la retórica como “una habilidad o capacidad (dýnamis) para ver en cada caso los medios disponibles de persuasión. Al lado de la perspectiva aristotélica, se desarrolló una tradición isocrática más concentrada en el estilo y los aspectos literarios. En el De oratore Cicerón integra estos aspectos en el armazón aristotélico. Hasta el siglo XVII la historia occidental de la teoría de retórica es, sobre todo, ciceroniana; después de su redescubrimiento en el siglo XV, la Institutio oratoria de Quintiliano (1999) se convirtió en la mayor autoridad clásica de la retórica en la educación (Kennedy, 1994, pp. 158-181). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, pp. 295-296)273 La dialéctica fue vista por los sofistas como erística, mientras que Platón la vio como un medio para encontrar la verdad. Según Reboul (1990), Aristóteles desarrolló la dialéctica en los Tópicos como un sistema de diálogos regulados para refutar una afirmación, partiendo de las concesiones de la otra parte. En la época medieval la dialéctica logró una importancia a expensas de la retórica, la cual —después de que el estudio de la inventio y la dispositio fuera trasladado de la retórica a la dialéctica— se redujo a una doctrina de la elocutio y la actio. Con Ramus este desarrollo culminó en una separación estricta entre la dialéctica y la retórica; la retórica que será exclusivamente consagrada al estilo, y la dialéctica será incorporada en la lógica (Meerhoff, 1988). (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, pp. 295-296)274 273 La referencia incluída es a: Kennedy, G. A. (1994), A New History of Classical Rhetoric. Princeton, NJ: Princeton University Press. 274 La referencia es a: Meerhoff, C. G. (1988), ‘Agricola et Ramus: Dialectique et Rhétorique’, in F. Akkerman and A. J. Vanderjagt (eds.), Rodolphus Agricola Phrisius 1444-1485. Leiden: Brill, pp. 270-280. 233 Pedro José Posada Gómez Después de señalar que Aristóteles conjugó en su Retórica los puntos de vista opuestos de Platón y los sofistas, los pragma-dialécticos se reconocen deudores de la tradición de Boecio y Agrícola, que subsumieron los elementos de la retórica en la dialéctica: Según Mack, para Boecio la dialéctica es más importante, pues proporciona su base a la retórica (1993, pág. 8, n. 19). El desarrollo del humanismo “provocó una reconsideración del objeto de la dialéctica y una reforma de la relación entre la retórica y la dialéctica” (1993, pág. 15). En De inventione dialectica libri tres (1479), una contribución mayor a la teoría humanista de la argumentación, Agrícola construye un punto de vista ciceroniano según el cual la dialéctica y la retórica no pueden ser separadas, e incorpora las dos en una teoría. A diferencia de Perelman y Olbrechts-Tyteca quienes —mucho más tarde— trajeron los elementos de la dialéctica a la retórica, Agrícola fusiona los elementos de la retórica en la dialéctica. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, pp. 296-297)275 Quedando señalada esta diferencia con la Nueva Retórica de PerelmanOlbrechts, puntualizan su concepción de la dialéctica y el vínculo de ella con la retórica en el marco pragma-dialéctico: “To overcome the sharp and infertile ideological division between rhetoric and dialectic, we view dialectic —in line with Agricola— as a theory of argumentation in natural discourse and fit rhetorical insight into our dialectical framework” (2000, p. 297)276. Y agregan enseguida una precisión sobre la dialéctica —que usa pragmáticamente la lógica— y de la retórica —como “estudio de las técnicas de persuasión”—: Concibiendo la dialéctica como discurso dialéctico, promovemos una concepción que no sólo difiere de la dialéctica aristotélica, sino también de las dialécticas formales. Teóricamente, nosotros definimos la dialéctica como “un método de oposición regimentada” en la comunicación verbal y en la interacción “que toma en cuenta la aplicación pragmática de la lógica, un método colaborativo de usar la lógica para mover de la conjetura y la opinión a la creencia más segura” (Van Eemeren, Grootendorst, Jackson y Jacobs, 1997, pág. 214). Nosotros vemos a la Retórica como el estudio 275 Referencia a: Mack, P. (1993). Renaissance Argument. Valla and Agricola in the Traditions of Rhetoric and Dialectic. Leiden: Brill. 276 “Para superar la aguda e infecunda división ideológica entre la retórica y la dialéctica, nosotros vemos a la dialéctica —en línea con Agricola— como una teoría de argumentación en el discurso natural y asumimos la visión retórica en nuestro armazón dialéctico.” 234 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) teórico de las técnicas prácticas de persuasión. (Van Eemeren y Houtlosser, 2000, p. 297)277 En un trabajo posterior, los autores mostrarán cómo esta integración de los elementos retóricos en la pragma-dialéctica permite incluso perfeccionar el análisis de las falacias (los “descarrilamientos” del intercambio dialéctico): Porque la función estratégica de movimientos argumentativos puede ahora ser tenida en cuenta, la teoría extendida permite también un tratamiento más exacto y realista de las falacias en la evaluación del discurso argumentativo, que explica su potencial de persuasión así como su carácter traicionero. De esta manera se crea una nueva perspectiva para el estudio de la argumentación que supera la división tradicional entre el acercamiento dialéctico y el acercamiento retórico del discurso argumentativo mediante la habilitación de un enfoque integrado en el que la visión dialéctica y la retórica son tenidas en cuenta sistemáticamente. (Van Eemeren y Houtlosser, 2006, pp. 381-392/2007, p. 390)278 Intentemos ahora extraer algunas conclusiones sumarias sobre el tratamiento pragma-dialéctico de las tres disciplinas aristotélicas: dialéctica, lógica y retórica. A modo de hipótesis general quisiéramos mostrar que la teoría pragma-dialéctica es una teoría sobre la forma dialéctica o deliberativa de la argumentación, que toma en cuenta algunos elementos básicos de la lógica y la retórica. La lógica es usada como herramienta del análisis pragma-dialéctico en varios sentidos: la búsqueda de consistencia, el establecimiento del mínimo lógico y el óptimo pragmático de los argumentos implícitos, la regla de mantener la consistencia lógica como una regla del discurso racional. Este 277 Referencia a: Eemeren, F. H. van, R. Grootendorst, S. Jackson and S. Jacobs, (1997), ‘Argumentation’, in T. A. van Dijk (Ed.), Discourse as Structure and Process. Discourse Studies: A Multidisciplinary Introduction, Vol. I, Ch. 8. London: Sage, pp. 208-229. En un artículo posterior darán esta definición de la retórica: “rhetoric is the theoretical study of the potential effectiveness of argumentative discourse in convincing or persuading an audience in actual argumentative practice.” Frans H. van Eemeren & Peter Houtlosser (2006/2007), ‘Strategic Maneuvering: A Synthetic Recapitulation’, en Argumentation (20), pp. 381-392. Springer, p. 383. 278 En un trabajo posterior los autores agregan que “The dialectical phasing is instrumental in resolving the difference of opinion; the rhetoric phasing is instrumental in acquiring the audience’s assent” (“La fase dialéctica es instrumental para resolver la diferencia de opinión; la fase retórica es instrumental para adquirir el asentimiento del público”) (Van Eemeren y Houtlosser, 2007, p. 10, n. 8). 235 Pedro José Posada Gómez uso está sustentado en una concepción de la racionalidad que no excluye la coherencia ni la validez lógica, aunque no las considera primordiales ni suficientes en el análisis de la argumentación. En este sentido, la teoría pragma-dialéctica difiere de las teorías de Perelman-Olbrechts y Toulmin, tal como lo señalaron los autores en 1992: Tanto Toulmin como Perelman trataron de presentar una alternativa a la lógica formal que fuera más adecuada para analizar la argumentación cotidiana. Ambos lo hicieron tomando como modelo inicial los procedimientos racionales del razonamiento legal. Sin embargo, en nuestra opinión, el resultado no es completamente satisfactorio en ninguno de los dos casos. Esto se debe, al menos en parte, a su inadvertido prejuicio de que la lógica no tiene nada que ofrecerle al análisis de la argumentación. Sin prestarle ninguna atención a los desarrollos modernos, consideran a la lógica formal como equivalente a la silogística o, en todo caso, la declaran inaplicable a los argumentos cotidianos. (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 23) Excepto la equivalencia entre lógica formal y silogística —que posiblemente Perelman y Toulmin, conocedores de la lógica formal clásica y contemporánea, no aceptarían— el diagnóstico me parece acertado. Hemos visto cómo Toulmin denuncia la estrechez de los métodos y conceptos lógico-formales para analizar los argumentos concretos de la vida real; y cómo Perelman reacciona contra el logicismo derivado de los teóricos del positivismo lógico, excluyendo primero a la lógica formal de su modelo teórico y considerándolo luego como un caso límite de argumentación, casi inexistente en la argumentación cotidiana. Excede los límites de mi indagación el decidir si la introducción de las herramientas y nociones lógicas en el modelo pragma-dialéctico es la más precisa y adecuada para una teoría general de la argumentación. Harán falta más investigaciones para refinar el análisis de los elementos lógicos en la argumentación cotidiana y la aplicabilidad de los nuevos desarrollos de la lógica en estos análisis. Más interesante resulta el intento de superar la dicotomía entre el análisis dialéctico y el análisis retórico, introduciendo elementos de la última en el modelo pragma-dialéctico. Señalamos al comienzo que, en su ya casi clásico libro Argumentación, comunicación y falacias, los autores plantearon una contraposición entre “enfoque dialéctico” y “enfoque retórico”. Y si bien los trabajos posteriores insisten en el esfuerzo por superar la división, quedan dudas sobre si mantienen o no la concepción de la retórica que allí se presentaba. Recordemos que en esa época los autores caracterizaban el enfoque retórico como uno 236 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) que expresaba: “1. Una filosofía antropo-relativista, 2. Una teoría epistemoretórica, 3. Una reconstrucción orientada al auditorio, 4. Una descripción centrada en la persuasividad y 5. Una práctica orientada a la prescripción” (Van Eemeren y Grootendorst, 2002, p. 30). Los trabajos posteriores no parecen desmentir esa concepción, solo que ya no consideran a la retórica como contrapuesta sino como complementaria del “enfoque dialéctico”. Ahora bien, cuando en los trabajos más recientes se asume la idea de la retórica como búsqueda de los medios de persuasión y se denomina a estos medios como “maniobras estratégicas”, queda la sensación de que esta concepción de la retórica incorpora el tipo de intercambio dialéctico que Aristóteles llamó erístico. Sería entonces una retórica erística en su objetivo (ganar la adhesión del otro para el propio punto de vista) y persuasiva en sus medios (la selección de los tópicos aceptables para el auditorio, la elección de recursos lingüísticos y estilísticos apropiados al fin, etc.). Evaluaremos en nuestras conclusiones si el modelo integrado de la pragma-dialéctica (con sus componentes lógicos y retóricos) resulta adecuado para todo tipo de intercambio y expresión lingüística, o si debemos mantener una división entre el trabajo de la dialéctica (como búsqueda racional de resolución de las diferencias de opinión) y el de la retórica (como búsqueda incondicional de obtener, por cualquier medio, la persuasión del auditorio). 237 Capítulo 7 TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN COMO ACCIÓN COMUNICATIVA (HABERMAS) En este último capítulo presentaré y analizaré la propuesta habermasiana de una Teoría General de la Argumentación esbozada en el marco de la Teoría de la Acción Comunicativa. Desarrollaré los siguientes temas: 1) La argumentación como un tipo especial de acción comunicativa; 2) Los tres momentos, lógico, dialéctico y retórico del habla argumentativa; 3) Un modelo para la argumentación en el discurso de la racionalidad práctica; y 4) Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas. Las tesis de Jürgen Habermas sobre la teoría de la argumentación fueron presentadas por el autor en dos textos: En el “Excurso sobre teoría de la argumentación” que hace parte del volumen I de su Teoría de la acción comunicativa (1981/1999) y en el tercer capítulo de Conciencia moral y acción comunicativa titulado “Ética del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación” (1983/1985, pp. 57-134). Como en este segundo texto Habermas se apoya en el trabajo de Robert Alexy, expondremos las tesis de este último en la sección 7.3. 7.1. La argumentación como un tipo especial de acción comunicativa Uno de los aportes fundamentales de Habermas a la reflexión filosófica contemporánea es el que aparece en los dos volúmenes de su Teoría de la acción comunicativa. Dicha obra ha sido objeto de numerosos comentarios Pedro José Posada Gómez y recensiones279, por lo que aquí me limitaré a presentar los lineamientos generales de la teoría, enfatizando los lineamientos que en ella se dan para la teoría de la argumentación. La Teoría de la Acción Comunicativa es el compendio sistematizado de una serie de investigaciones sobre el uso del lenguaje como instrumento de comunicación y entendimiento, que el autor venía desarrollando desde mediados de los años setenta del siglo pasado, y de los cuales el trabajo más emblemático podría ser el ensayo de 1976 “¿Qué es una pragmática universal?”280. En él se usan ya muchos de los conceptos que harán parte del libro de 1981. No nos detendremos aquí en la evolución de la teoría habermasiana. De este trabajo previo solo retomo aquí la determinación general del objetivo de esa “pragmática universal”, mediante algunas citas y un comentario: Inicialmente nos dice: “La pragmática universal tiene como tarea identificar y reconstruir las condiciones universales del entendimiento posible” (Habermas, 1993, p. 299). Y un poco más adelante nos lo dice en otros términos: “He propuesto el nombre de ‘pragmática universal’ para el programa de investigación que tiene por objeto reconstruir la base universal de validez del habla” (p. 302). Habermas entiende por reconstrucción un procedimiento científico que no es ni inducción empírica, ni deducción lógica (la epistemología de Piaget y la gramática generativo-transformacional de Chomsky serían modelos de tal procedimiento). En relación con el objeto de esta reconstrucción, nos dice más adelante: Voy a sostener la tesis de que no sólo el lenguaje [la lengua] sino también el habla, es decir, el empleo de oraciones en emisiones, es accesible a un análisis formal. Al igual que las unidades elementales del lenguaje (oraciones), también las unidades elementales del habla (emisiones) pueden analizarse en la actitud de una ciencia reconstructiva. (Habermas, 1993, p. 304)281 279 McCarthy, Thomas (1987). La Teoría Crítica de Jürgen Habermas. Madrid: Tecnos; Gabás, Raúl, (1980), J. Habermas: Dominio técnico y comunidad lingüística. Barcelona: Ariel; Cortina, Adela, (1985), Crítica y utopía: la Escuela de Fráncfort. Madrid: Cincel; entre otros. 280 Habermas, J. (1976). “Was heisst Universalpragmatik”. En Apel, K.O. (Ed.), Sprachpragmatik und Philosophie. Fráncfurt. Cito aquí la versión española en Habermas, J. (1993). 281 En un escrito posterior titulado “Ciencias sociales reconstructivas vs. Comprensivas (Verstehende)” encontramos esta aclaración: “Me refiero a las reconstrucciones racionales del knowhow del sujeto capaz de hablar y de actuar y al que se confía la producción de manifestaciones válidas y que también es capaz de distinguir entre las manifestaciones válidas y Las no válidas, al menos de un modo intuitivo (...) las reconstrucciones racionales pueden explicar los casos desviados, y con esta autoridad legislativa indirecta también pueden aspirar a ejercer una función crítica (...) Y si conseguimos analizar condiciones de validez muy generales, pueden darse 240 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Habermas apoya su trabajo en una interpretación de la teoría de los actos lingüísticos de Austin y Searle, teoría que el autor reconoce como pionera en el análisis del aspecto pragmático (del uso) del lenguaje; interpretación que, como veremos, será retomada en las obras posteriores del autor. Usando la terminología austiniana, nos define más ampliamente la tarea de la pragmática universal: La intención básica que la teoría de los actos de habla comparte con el proyecto de desarrollar una pragmática universal se refleja en que esa teoría tematiza las unidades elementales del habla (emisiones, Ausserungen) con la misma actitud que la Lingüística tematiza las unidades del lenguaje (oraciones, Sätze). Meta del análisis reconstructivo del lenguaje es la descripción explícita de las reglas que un hablante competente tiene que dominar para formar oraciones gramaticales y emitirlas de forma aceptable (...) Se supone, además, que la competencia comunicativa tiene un núcleo tan universal como la competencia lingüística. Una teoría general de los actos de habla describiría, por tanto, exactamente el sistema fundamental de reglas que los hablantes adultos dominan en la medida en que son capaces de cumplir las condiciones de un empleo afortunado de oraciones en actos de habla- con independencia del lenguaje particular al que esas oraciones pertenezcan y de los contextos contingentes en que tales emisiones estén insertas. (Habermas, 1993, pp. 325-326) McCarthy, en un trabajo ya clásico, sobre este período del pensamiento de Habermas, interpreta así la idea habermasiana de “pragmática universal”: La concepción de Habermas de una pragmática universal se basa en la pretensión de que no sólo los rasgos fonéticos, sintácticos y semánticos de las oraciones, sino también ciertos rasgos pragmáticos de las emisiones —esto es, no sólo la lengua sino también el habla, no sólo la competencia lingüística sino también la “competencia comunicativa”— admiten una reconstrucción racional en términos universales. (McCarthy, 1978/1987, p. 317) Aunque el concepto de “acción comunicativa” ya era usado por Habermas en algunos escritos de los años setenta, aquí nos limitaremos a la versión que aparece en el libro de 1981 (y posteriores). El concepto es definido aquí en el contexto de la explicitación de lo que el autor denomina los “cuatro conceptos sociológicos de acción”, a saber: la acción teleológica (instrumental o estratégica), la acción normativa (o regulada por normas), la acción dramatúrgica (o expresiva) y la acción comunicativa (a veces denominada: “acción orientada al entendimiento”). reconstrucciones racionales que pretendan describir universales y, por lo tanto, representar un conocimiento teórico competitivo” (Habermas, 1983/1985, p. 45). 241 Pedro José Posada Gómez En el primer volumen de la Teoría de la acción comunicativa (TAC) tales tipos de acciones son definidas así (cito en extenso): El concepto de acción teleológica ocupa desde Aristóteles el centro de la teoría filosófica de la acción. El actor realiza un fin o hace que se produzca el estado de cosas deseado eligiendo, en una situación dada, los medios más congruentes y aplicándolos de manera adecuada. El concepto central es el de una decisión entre alternativas de acción, enderezada a la realización de un propósito, dirigida por máximas y apoyada en una interpretación de la situación. La acción teleológica se amplía y convierte en acción estratégica cuando en el cálculo que el agente hace de su éxito interviene la expectativa de decisiones de a lo menos otro agente que también actúa con vistas a la realización de sus propios propósitos. Este modelo de acción es interpretado a menudo en términos utilitaristas; entonces se supone que el actor elige y calcula medios y fines desde el punto de vista de la maximización de utilidad o de expectativas de utilidad. Este modelo de acción es el que subyace a los planteamientos que en términos de teoría de la decisión y teoría de los juegos se hacen en Economía, Sociología y Psicología Social. El concepto de acción regulada por normas se refiere no al comportamiento de un actor en principio solitario que se topa en su entorno con otros actores, sino a los miembros de un grupo social que orientan su acción por valores comunes. El actor particular observa una norma (o la viola) tan pronto como en una situación dada se dan las condiciones a que la norma se aplica. Las normas expresan un acuerdo existente en un grupo social. Todos los miembros de un grupo para los que rige una determinada norma tienen derecho a esperar unos de otros que en determinadas situaciones se ejecuten u omitan, respectivamente, las acciones obligatorias o prohibidas. El concepto central de observancia de una norma significa el cumplimiento de una expectativa generalizada de comportamiento. La expectativa de comportamiento no tiene sentido cognitivo de expectativa de un suceso pronosticable, sino el sentido normativo de que los integrantes del grupo tienen derecho a esperar un determinado comportamiento. Este modelo normativo de acción es el que subyace a la teoría del rol social. El concepto de acción dramatúrgica no hace referencia primariamente ni a un actor solitario ni al miembro de un grupo social, sino a participantes en una interacción que constituyen los unos para los otros un público ante el cual se ponen a sí mismos en escena. El actor suscita en su público una determinada imagen, una determinada impresión de sí mismo, al develar más o menos de propósito su propia subjetividad. Todo agente puede controlar el acceso de los demás a la esfera de sus propios sentimientos, pensamientos, actitudes, deseos, etc., a la que sólo él tiene un acceso privilegiado. En la acción dramatúrgica, los implicados aprovechan esta circunstancia y gobiernan su interacción regulando el recíproco acceso a la propia subjetividad, la cual es siempre exclusiva de cada uno. El concepto aquí central, el de autoescenificación, significa, por tanto, no un comportamiento expresivo espontáneo, 242 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) sino una estilización de la expresión de las propias vivencias, hecha con vistas a los espectadores. Este modelo dramatúrgico de acción sirve principalmente a las descripciones de orientación fenomenológica de la acción. Finalmente, el concepto de acción comunicativa se refiere a la interacción de a lo menos dos sujetos capaces de lenguaje y de acción que (ya sea con medios verbales o con medios extraverbales) entablan una relación interpersonal. Los actores buscan entenderse sobre una situación de acción para poder así coordinar de común acuerdo sus planes de acción y con ello sus acciones. El concepto aquí central, el de interpretación, se refiere primordialmente a la negociación de definiciones de la situación susceptibles de consenso. En este modelo de acción el lenguaje ocupa (...) un puesto prominente. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 122-125) Nos interesa ahora el concepto de acción comunicativa, pues, como se anuncia en el título de este capítulo, Habermas considera a la argumentación como un tipo especial de acción comunicativa. Pero antes de entrar en esta concepción de la argumentación, es necesario mostrar el contexto más amplio en el que Habermas sitúa su problemática, que es el de la determinación de la racionalidad de la acción humana. En este sentido se expresa ya en los primeros párrafos de la TAC: Siempre que en la filosofía actual se ha consolidado una argumentación coherente en torno a los núcleos temáticos de más solidez, ya sea en Lógica o en teoría de la ciencia, en teoría del lenguaje o del significado, en Ética o en teoría de la acción, o incluso en Estética, el interés se centra en las condiciones formales de la racionalidad del conocimiento, del entendimiento lingüístico y de la acción, ya sea en la vida cotidiana o en el plano de las experiencias organizadas metódicamente o de los discursos organizados sistemáticamente. La teoría de la argumentación cobra aquí una significación especial, puesto que es a ella a quien compete la tarea de reconstruir las presuposiciones y condiciones pragmático-formales del comportamiento explícitamente racional. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 16) El autor no explicita aquí a qué desarrollos de la teoría de la argumentación hace referencia, y si bien más adelante hará mención a las teorías de Toulmin y Perelman, todo parece indicar que el autor piensa en una teoría que estaría aún por ser desarrollada. Nótese que en este párrafo insiste en el mencionado procedimiento de reconstrucción y liga la tarea de la pragmática con la noción de racionalidad. Un poco más adelante, el autor desarrollará la que denomina una “versión cognitiva del concepto de racionalidad” definida por referencia a un saber descriptivo. Aquí contrapone dos direcciones de análisis: 243 Pedro José Posada Gómez Si partimos de la utilización no comunicativa de un saber proposicional en acciones teleológicas, estamos tomando una predecisión en favor de ese concepto de racionalidad cognitivo-instrumental que a través del empirismo ha dejado una profunda impronta en la autocomprensión de la modernidad. Este concepto tiene la connotación de una autoafirmación con éxito en el mundo objetivo posibilitada por la capacidad de manipular informadamente y de adaptarse inteligentemente a las condiciones de un entorno contingente. Si partimos, por el contrario, de la utilización comunicativa de saber proposicional en actos de habla, estamos tomando una predecisión a favor de un concepto de racionalidad más amplio que enlaza con la vieja idea de logos. Este concepto de racionalidad comunicativa posee connotaciones que en última instancia se remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y, merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivada, se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en el que desarrollan sus vidas. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 27) La oposición entre racionalidad instrumental y racionalidad comunicativa es central en la teoría de Habermas y puede ser entendida como correlato de los conceptos mencionados de acción teleológica-instrumental y acción comunicativa. En el párrafo citado aparecen ya dos características de la racionalidad y la acción comunicativas que le dan el sesgo ético a la teoría de Habermas: “la capacidad de aunar sin coacciones” y de “generar consenso” que tiene el “habla argumentativa”. Nótese este nexo de la racionalidad comunicativa con la argumentación, y su papel en la tarea de asegurar “la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en el que desarrollan sus vidas”. El ejercicio de estas dos formas de racionalidad produce diferentes rendimientos y compromisos en lo referente a la autonomía de los sujetos: Un mayor grado de racionalidad cognitivo-instrumental tiene como resultado una mayor independencia con respecto a las restricciones que el entorno contingente opone a la autoafirmación de los sujetos que actúan con vistas a la realización de sus propósitos. Un grado más alto de racionalidad comunicativa amplía, dentro de una comunidad de comunicación, las posibilidades de coordinar acciones sin recurrir a la coerción y de solventar consensualmente los conflictos de acción (en la medida en que éstos se deban a disonancias cognitivas en sentido estricto). (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 33) Resumiendo (y usando nociones que todavía tendremos que aclarar), considera Habermas que “las acciones reguladas por normas”, “las autopresentaciones expresivas” y las “emisiones evaluativas” 244 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) vienen a completar los actos de habla constatativos282 para configurar una práctica comunicativa que sobre el trasfondo de un mundo de la vida tiende a la consecución, mantenimiento y renovación de un consenso que descansa sobre el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez susceptibles de crítica. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 36) Esta práctica posee una racionalidad inmanente que se manifiesta en el hecho de que “el acuerdo alcanzado comunicativamente ha de apoyarse en última instancia en razones”. Además, la racionalidad de los participantes en esta práctica comunicativa reside en su capacidad para “fundamentar sus manifestaciones o emisiones en las circunstancias apropiadas”. Esto le permite concluir que: (…) la racionalidad inmanente a la práctica comunicativa cotidiana remite a la práctica de la argumentación como instancia de apelación que permite proseguir la acción comunicativa con otros medios cuando se produce un desacuerdo que ya no puede ser absorbido por las rutinas cotidianas y que, sin embargo, tampoco puede ser decidido por el empleo directo, o por el uso estratégico, del poder. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 36) Aquí está implícita una primera definición de lo que Habermas está entendiendo por argumentación. Veamos: 1. La argumentación es una instancia de apelación, - que permite la continuación de la acción comunicativa (con otros medios), - que se hace presente cuando se produce un desacuerdo (desacuerdo que no puede ser absorbido por las rutinas cotidianas, ni por el uso del poder). 2. Alude a la racionalidad de la argumentación como instancia de apelación para dirimir mediante deliberación una diferencia de opinión. 3. Señala los “medios” especiales de los que se valdrá la argumentación, que estarán enmarcados en el tipo de “discurso” o “crítica” del que se trate en cada caso (Como ampliaremos más adelante, Habermas distinguirá tres tipos de discurso: teórico, práctico y explicativo, y dos tipos de críticas: estética y terapéutica). 4. Alude a que la argumentación busca resolver un desacuerdo, por medios diferentes a la mera costumbre y al uso del poder. 282 “konstative Sprechhandlungen”, Habermas se refiere al tipo de actos de habla que Austin (1962) llamó “verdictives” y que Searle (1979) denominó “assertives”. 245 Pedro José Posada Gómez Habermas va más allá en la tarea que asigna a la teoría de la argumentación: “... pienso que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una conexión sistemática, hasta hoy todavía no aclarada, de pretensiones universales de validez, tiene que ser adecuadamente desarrollado por medio de una teoría de la argumentación” (p. 36). Hablaremos enseguida sobre esas “pretensiones universales de validez”, pues ellas están ligadas a la tipología de la argumentación que presentará el autor, así como a los tres conceptos de “mundo” (objetivo, social y subjetivo) a los cuales ellas se refieren. Habermas nos ofrece una definición más directa de la argumentación: “Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan de desempeñarlas o de recusarlas por medio de argumentos” (p. 37)283. “Tematizar” significa aquí someter a discusión; el desacuerdo se expresa como dudas sobre las pretensiones de validez; y se señalan los dos roles de defensor o proponente y contradictor u oponente de la situación dialéctica. Agrega el autor que una argumentación contiene razones “ligadas sistemáticamente con la pretensión de validez284 de la manifestación o emisión problematizada”. La pertinencia de estas razones es el índice de la fuerza de la argumentación en un contexto dado. Y esta pertinencia se manifiesta en la medida en que la argumentación pueda convencer a los participantes en un discurso, en el sentido de motivarlos a aceptar la pretensión de validez que está en litigio. Como previamente lo han hecho Perelman y Toulmin, Habermas expresa la idea de “pretensión de validez” acudiendo a una analogía jurídica: Acerca de qué es una pretensión de validez podemos aclararnos recurriendo al modelo de una pretensión o demanda jurídica. Una pretensión puede entablarse, es decir, hacerse valer, puede discutirse o defenderse, puede rechazarse o reconocerse. Las pretensiones que son reconocidas cobran fuerza jurídica. (Habermas, 1993, p. 115) El desempeño en la argumentación de los sujetos, “capaces de lenguaje y acción”, permite juzgar su racionalidad. En apoyo de lo cual el autor cita un párrafo del libro de Toulmin, Riecke y Janik, An introduction to Reasoning: 283 En Teorías de la verdad (1972) Habermas había definido un argumento como “la razón que nos motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación o de una norma o valoración” (Habermas, 1993, p. 141). 284 En alemán: Geltungsansprüche, que está formada por las palabras Geltung (valor, validez) y anspruch (pretensión, reivindicación). 246 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Cualquiera que participe en una argumentación demuestra su racionalidad o su falta de ella por la forma en que actúa y responde a las razones que se le ofrecen en pro o en contra de lo que está en litigio. Si se muestra abierto a los argumentos, o bien reconocerá la fuerza de esas razones, o tratará de replicarlas, y en ambos casos se está enfrentando a ellas de forma racional. Pero si se muestra sordo a los argumentos, o ignorará las razones en contra, o las replicará con aserciones dogmáticas. Y ni en uno ni en otro caso estará enfrentándose racionalmente a las cuestiones. (Toulmin, 1979, como se citó en Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 37) Agrega Habermas que para una persona que se comporta racionalmente hay una correspondencia entre el hecho de que las emisiones o manifestaciones sean susceptibles de fundamentación y la disponibilidad para exponerse a la crítica y para participar formalmente en argumentaciones. Y dado que tales emisiones y manifestaciones son susceptibles de crítica, ellas son también susceptibles de corrección. Es por ello que la argumentación tiene un papel tan importante en los procesos de aprendizaje. Para Habermas “el concepto de fundamentación va íntimamente unido al de aprendizaje” (p. 37). Más adelante explicitará mejor este vínculo de la argumentación con el aprendizaje: “... los procesos de aprendizaje por los que adquirimos conocimientos teóricos y visión moral, ampliamos y renovamos nuestro lenguaje evaluativo y superamos autoengaños y dificultades de comprensión, precisan de argumentación” (p. 43). Desde el trasfondo teórico de la racionalidad de los participantes en un discurso, Habermas introduce su tipología de la argumentación: I. El discurso teórico es “la forma de argumentación en que se convierten en tema (de discusión) las pretensiones de verdad285 que se han vuelto problemáticas”. Dicho de otro modo, el discurso teórico es el medio en el que pueden ser elaboradas productivamente, convertidas en objeto de aprendizaje, las “experiencias negativas” del desacierto, la refutación de hipótesis o el fracaso en las intervenciones en el mundo; pues, nos dice Habermas: 285 El concepto de verdad había sido analizado por Habermas en Teorías de la verdad (1972). Aquí se trata del primero de los tipos de pretensiones de validez: Las pretensiones de validez podrán adoptar la forma de verdad proposicional, eficacia de las reglas de acción teleológica (instrumental o estratégica), rectitud de las normas de acción intersubjetiva (práctico-moral), adecuación de los estándares de valor de tipo cultural, veracidad (o autenticidad) de las manifestaciones o emisiones expresivas de los actores sociales, o de inteligibilidad y corrección constructiva de los productos lingüísticos y simbólicos. 247 Pedro José Posada Gómez Llamamos racional a una persona que en el ámbito de lo cognitivo-instrumental expresa opiniones fundadas y actúa con eficiencia; sólo que esa racionalidad permanece contingente si no va a su vez conectada a la capacidad de aprender de los desaciertos, de la refutación de hipótesis y del fracaso de las intervenciones en el mundo. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 37-38) II. El discurso práctico “es el medio en el que puede examinarse hipotéticamente si una norma de acción, esté o no reconocida de hecho, puede justificarse imparcialmente”, es decir, que es “la forma de argumentación en que se convierten en tema las pretensiones de rectitud normativa”. Este discurso también es un ejercicio de racionalidad, pues, (…) llamamos racional a aquel que en un conflicto normativo actúa con lucidez, es decir, no dejándose llevar por sus pasiones ni entregándose a sus intereses inmediatos, sino esforzándose por juzgar imparcialmente la cuestión desde un punto de vista moral y por resolverla consensualmente. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, p. 38) III. La crítica estética es la forma de argumentación en la que “se convierte en tema de discusión la adecuación o propiedad de los estándares de valor y, en general, de las expresiones de nuestro lenguaje evaluativo”. Así como el discurso teórico corresponde al ámbito cognitivo-instrumental y el discurso práctico al ámbito práctico-moral, la crítica estética corresponde al ámbito de las manifestaciones evaluativas. No se denomina “discurso” sino “crítica” porque “las argumentaciones que sirven a la justificación de estándares de valor no cumplen las condiciones del discurso”; y esto debido a que “el halo de reconocimiento intersubjetivo que se forma en torno a los valores culturales no implica todavía en modo alguno una pretensión de aceptabilidad culturalmente general o incluso universal”. Dicho de otro modo: Los valores culturales, a diferencia de las normas de acción, no se presentan con una pretensión de universalidad. Los valores son a lo sumo candidatos a interpretaciones bajo las que un círculo de afectados puede, llegado el caso, describir un interés común y normarlo. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 39-40) Podríamos decir, en términos perelmanianos, que los valores adscritos a una comunidad particular no se presentan, en principio, como dirigidos al auditorio universal. No por ello la forma de argumentación que constituye la “crítica estética” habermasiana es menos racional, pues 248 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (…) llamamos racional a una persona que interpreta sus necesidades a la luz de los estándares de valor aprendidos de su cultura; pero sobre todo cuando es capaz de adoptar una actitud reflexiva frente a los estándares de valor con que interpreta sus necesidades. (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 39-40) IV. La crítica terapéutica es la forma de argumentación “que sirve para disipar autoengaños sistemáticos”. Ella corresponde al ámbito de las manifestaciones expresivas del sujeto. Su nombre surge por analogía con el modelo de argumentación que se da en el diálogo psico-terapéutico entre médico y paciente. Su racionalidad se expresa en que consideramos racional “el comportamiento de una persona que está dispuesta a, y es capaz de, liberarse de sus ilusiones, ilusiones que no descansan tanto en un error (sobre hechos) como en un autoengaño (sobre las propias vivencias)”. Esta crítica se ejerce sobre las manifestaciones de los propios deseos e inclinaciones, de los sentimientos y estados de ánimo, que se presentan con la pretensión de veracidad, pues (…) quien sistemáticamente se engaña sobre sí mismo se está comportando irracionalmente, pero quien es capaz de dejarse ilustrar sobre su irracionalidad, no solamente dispone de la racionalidad de un agente capaz de juzgar y de actuar racionalmente con arreglo a fines, de la racionalidad de un sujeto moralmente lúcido y digno de confianza en asuntos práctico-morales, de la racionalidad de un sujeto sensible en sus valoraciones y estéticamente capaz, sino también de la fuerza de comportarse reflexivamente frente a su propia subjetividad y penetrar las coacciones irracionales a que pueden estar sistemáticamente sometidas sus manifestaciones cognitivas, sus manifestaciones práctico-morales y sus manifestaciones práctico-estéticas. También en este proceso de autorreflexión juegan su papel las razones... (Habermas, 1981/1999, Vol. 1, pp. 41-42) V. El discurso explicativo es “la forma de argumentación en la que no se supone o se niega ingenuamente que las expresiones simbólicas sean inteligibles, estén bien formadas o sean correctas, sino que el asunto se convierte en tema como una ‘pretensión de validez’ controvertida”. Se trata aquí de la forma de comportamiento de “un intérprete que ante dificultades de comprensión tenaces, se ve movido, para ponerles remedio, a convertir en objeto de comunicación los medios mismos de entenderse”. Este discurso puede seguir dos líneas: “por un lado, se trata de ver si las manifestaciones simbólicas son inteligibles o están bien formadas, es decir, si las expresiones simbólicas son correctas, esto es, si han sido producidas de conformidad con el 249 Pedro José Posada Gómez correspondiente sistema de reglas generativas (...). Por otro lado, se trata de explicar el significado de las manifestaciones o emisiones — una tarea hermenéutica, de la que la práctica de la traducción representa un modelo adecuado—”. Aquí también hay una expresión de racionalidad, pues “se comporta irracionalmente quien hace un uso dogmático de sus propios medios simbólicos de expresión”. (p. 42) En la Tabla 7.1 se resumen los elementos básicos de esta tipología habermasiana de la argumentación y los tipos de “pretensión de validez” que se involucran en cada caso286. Tabla 7.1 Tipos de argumentación (Habermas, 1981/1999, p. 44) Objeto de la argumentación Formas de argumentación Manifestaciones o emisiones problemáticas Pretensiones de validez controvertidas Discurso teórico Verdad de las proposiciones; Cognitivo-instrumentales Eficacia de las acciones teleológicas (instrumentales o estratégicas) Discurso práctico Práctico-morales Rectitud de las normas intersubjetivas de acción Crítica estética Evaluativas Adecuación de los estándares de valor (culturales) Crítica terapéutica Expresivas Veracidad de las manifestaciones o emisiones expresivas Discurso explicativo ----------------* Inteligibilidad y corrección constructiva de los productos simbólicos * El discurso explicativo no posee un tipo específico de “manifestación o emisión problemática”, pues él se puede ejercer sobre todas ellas: cognitivo-instrumentales, práctico-morales, evaluativas o expresivas. Y en la Tabla 7.2 se ponen en relación los tipos de acción social (excepto la acción comunicativa) y los tipos de argumentación que acabamos de exponer. 286 En sus “Observaciones sobre el concepto de acción comunicativa” (1982) anota: “Una teoría de la argumentación planteada en términos de pragmática formal puede, partiendo de los diferentes papeles de las pretensiones de validez en la acción comunicativa, distinguir entre distintas formas de discurso y clarificar las relaciones internas entre esos tipos de discurso” (Habermas, 1984/1989, p. 507). 250 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Tabla 7.2. Aspectos de la racionalidad de la acción (Habermas, 1981/1999, p. 428) Tipos de acción Acción teleológica: Instrumental o estratégica Actos de habla constatativos* (conversación) Acción regulada por normas Acción dramatúrgica Tipo de saber materializado Forma de argumentación Tipo de saber transmitido Saber utilizable en técnicas y estrategias Discurso teórico Tecnologías y estrategias Saber teóricoempírico Discurso teórico Teorías Discurso práctico Representaciones morales y jurídicas Crítica terapéutica y crítica estética Obras de arte Saber prácticomoral Saber prácticoestético * “konstative Sprechhandlungen”, Habermas llama aquí constatativos al tipo de acto de habla que Searle (1979) denominó “assertives” y que ha sido traducido como “representativos” (Valdés Villanueva), y como “asertivos” o “aseverativos” (esta última versión es del profesor Adolfo León Gómez). Es importante agregar que la reflexión habermasiana sobre el lenguaje y la acción está también sustentada en una reflexión ontológica. Esta es desarrollada en TAC como una alternativa a la teoría popperiana de los tres mundos (Habermas, 1981/1999, pp. 112-122)287. Aquí me limito a mencionar de modo sintético el resultado de esa reflexión. Cada uno de los tipos de acción presupone un concepto de “mundo” con el cual (o en el cual) se relacionan los actores sociales: la acción teleológica supone que existe un mundo objetivo, en el cual puede desempeñarse un actor (que puede ser un actor solitario). Cuando asume la forma de acción estratégica, puede incluir a los demás sujetos (sus deseos y expectativas) como parte del mundo objetivo; en la acción regulada por normas se supone, además del mundo objetivo, un mundo social constituido por normas que acatan al menos dos actores; la acción dramatúrgica introduce un tercer mundo, el mundo subjetivo, 287 Para Habermas “Popper se atiene (...) al primado del mundo frente a la mente y entiende el segundo y tercer mundos ontológicamente por analogía con el primero” (p. 113). “De esta determinación del status del tercer mundo se siguen dos importantes consecuencias: la primera concierne a la interacción entre los mundos y la segunda al estrechamiento cognitivista que representa la interpretación que Popper hace del tercer mundo” (p. 114), y hace una crítica al intento de I. C. Jarvie (Concepts and Society, 1972) de usar la teoría popperiana de los tres mundos en una teoría sociológica, transfiriendo a aquella desde el contexto epistemológico en el que la desarrolló Popper, hacia un contexto de la teoría de la acción social (pp. 115-122). 251 Pedro José Posada Gómez al que cada uno tiene un acceso privilegiado. Solo la acción comunicativa supone simultáneamente los tres tipos de mundos, pues con ella los sujetos buscan entenderse en sus distintas pretensiones de validez. Podríamos decir que la acción comunicativa se desarrolla en el mundo de la vida, que incluye todas las interacciones cotidianas. Hasta aquí la idea de la argumentación que nos presenta Habermas, como un tipo especial de continuación de la acción comunicativa con los medios del discurso y la crítica, cuando se hace necesario poner en discusión una pretensión de validez. El autor ve necesario incluir en su libro un “Excurso sobre teoría de la argumentación” para dar unas puntadas más a su idea de argumentación. En este excurso el autor planteará la existencia de tres aspectos de la argumentación: como proceso, como procedimiento y como producto, que pondrá en relación directa con el “canon” aristotélico conformado por la lógica, la dialéctica y la retórica. A este tema dedico el siguiente subtítulo. 7.2. Los aspectos lógicos, dialécticos y retóricos del habla argumentativa Habermas considera que la teoría de la argumentación, a pesar de tener una antigua tradición que se remonta a Aristóteles, no ha sido plenamente desarrollada. Haciendo uso de un concepto general de “lógica” el autor nos dice que: La lógica de la argumentación no se refiere, como la formal, a las relaciones de inferencia entre unidades semánticas (oraciones), sino a relaciones internas, también de tipo no deductivo, entre las unidades pragmáticas (actos de habla) de que se componen los argumentos. (Habermas, 1981/1999, p. 43) Como esta “lógica de la argumentación” también ha sido denominada “lógica informal”, Habermas acoge las razones y motivos expresados por los organizadores del primer simposio internacional sobre lógica informal (1980): - Serias dudas acerca de que los planteamientos de la lógica deductiva y de la lógica inductiva estándar sean suficientes para modelar todas, o siquiera las principales, formas de argumentación legítima. - La convicción de que existen estándares, normas o reglas para la evaluación de argumentos que son decididamente lógicos —no simplemente retóricos o específicos de un determinado ámbito— y que al mismo tiempo no son captados por las categorías de validez deductiva y fuerza inductiva. - El deseo de proporcionar una teoría completa del razonamiento que vaya más allá de la lógica formal deductiva e inductiva. 252 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) - La convicción de que la clarificación teórica del razonamiento y de la crítica lógica en términos no formales tiene implicaciones para otras ramas de la filosofía tales como la epistemología, la ética y la filosofía del lenguaje. - El interés por todos los tipos de persuasión discursiva unido al interés por trazar los límites entre los distintos tipos y señalar los solapamientos que se producen entre ellos. (Blair y Johnson, Eds., 1980, como se citó en Habermas, 1981/1999, pp. 44-45) Habermas dedica buena parte de su Excurso a una discusión crítica del modelo propuesto por Toulmin en The uses of argument (1958) y a la aplicación de este modelo en las “ciencias experimentales” realizado por Wolfgang Klein (1980, como se citó en Habermas, 1981/1999, p. 49 ss.). En esta presentación dejaré de lado esta discusión con el modelo toulminiano, para centrarme en la propuesta de Habermas288. Habermas distingue así los “aspectos del habla argumentativa” considerada como proceso, procedimiento y producto, que remiten a la retórica, la dialéctica y la lógica, respectivamente: En el habla argumentativa pueden distinguirse tres aspectos. 1. Considerada como proceso, se trata de una forma de comunicación infrecuente y rara, por tratarse precisamente de una forma de comunicación que ha de aproximarse suficientemente a condiciones ideales. (Habermas, 1981/1999, p. 46) 288 Habermas critica del modelo toulminiano su centramiento en el aspecto lógico de la argumentación y su ambivalencia entre un aspecto universalista y otro relativista: “Toulmin desarrolla su programa extrayendo siempre el mismo esquema de argumentación de las formas de argumentación dependientes de cada campo; en este sentido, esos cinco campos de argumentación pueden entenderse como diferenciaciones institucionales de un marco conceptual general válido para todas las argumentaciones en general. Según esta lectura, la tarea de la lógica de la argumentación se reduciría a desarrollar un marco para todas las argumentaciones posibles. De este modo, las distintas empresas, como son el derecho y la moral, la ciencia, la dirección de empresas, la crítica de arte, deberían su racionalidad a este núcleo común. Pero en otros contextos Toulmin se vuelve decididamente contra tal interpretación universalista, pues pone en tela de juicio la posibilidad de que nos podamos hacer directamente con un marco fundamental e inmutable de racionalidad. Y así, al procedimiento ahistórico de la teoría normativa de la ciencia popperiana le opone una investigación de tipo histórico-reconstructivo del cambio de conceptos y del cambio de paradigmas” (1981/1999, p. 57). Además, “Toulmin no empuja con suficiente decisión la lógica hacia los campos de la Dialéctica y la Retórica. No establece los adecuados cortes conceptuales entre las acuñaciones institucionales, por un lado, y las formas de argumentación, por otro” (p. 59). Y “... el error radica en que Toulmin no distingue claramente entre pretensiones convencionales dependientes de los contextos de acción y pretensiones universales de validez” (p. 60). 253 Pedro José Posada Gómez Para aclarar esta alusión a las “condiciones ideales” Habermas remite a un trabajo anterior en el que ha tratado de explicitar los “presupuestos comunicativos generales de la argumentación”, entendiéndolos como determinaciones de una “situación ideal de habla”. Este esfuerzo de explicitación lo realizó nuestro autor en uno de los escritos previos a la teoría de la acción comunicativa, en el ensayo Teorías de la verdad (1973/1993, pp. 113-158), que anticipa muchos de los temas del libro del 81. De él solo retendremos por ahora la definición de la situación ideal de habla, a la que apunta la argumentación como proceso: Llamo ideal a una situación de habla en la que las comunicaciones no solamente no vienen impedidas por influjos externos contingentes, sino tampoco por las coacciones que se siguen de la propia estructura de la comunicación. La situación ideal de habla excluye las distorsiones sistemáticas de la comunicación. Y la estructura de la comunicación deja de generar coacciones sólo si para todos los participantes en el discurso está dada una distribución simétrica de las oportunidades de elegir y ejecutar actos de habla. (Habermas, 1973, p. 153) Esta situación ideal de habla tiene que cumplir dos condiciones “triviales”: la posibilidad de participación general de todos los potenciales implicados en el discurso, y la tematización de todas las opiniones y puntos de vista (pp. 153-154)289. Volviendo al texto de 1981, Habermas confiesa que ahora avala con reservas esta intención de “reconstruir las condiciones generales de simetría que todo hablante competente tiene que dar por suficientemente satisfechas en la medida en que cree entrar genuinamente en una argumentación”; no obstante, agrega que: Los participantes en la argumentación tienen todos que presuponer que la estructura de su comunicación, en virtud de propiedades que pueden describirse de modo puramente formal, excluye toda otra coacción, ya provenga de fuera de ese proceso de argumentación, ya nazca de ese proceso mismo, que no sea la del mejor argumento (con lo cual queda neutralizado todo otro motivo que no sea el de la búsqueda cooperativa de la verdad). (Habermas, 1981/1999, p. 46) 289 Habermas agrega otras dos condiciones o presupuestos que deben satisfacer los actos de habla en esta situación ideal. Las cuatro serán retomadas por Alexy (1978) y otra vez por Habermas (1983/1985). 254 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Y concluye su presentación de la argumentación como proceso diciendo que “bajo este aspecto la argumentación puede entenderse como una continuación con otros medios, ahora de tipo reflexivo, de la acción orientada al entendimiento” (p. 46). Por el momento solo sacamos en claro que la argumentación como proceso debe aspirar a satisfacer las condiciones de una “situación ideal de habla”. 2. cuando se considera la argumentación como procedimiento se trata de una forma de interacción sometida a una regulación especial. Efectivamente, el proceso discursivo de entendimiento está regulado de tal modo en forma de una división cooperativa de trabajo entre proponentes y oponentes, que los implicados, [a] tematizan una pretensión de validez que se ha vuelto problemática y, [b] exonerados de la presión de la acción y la experiencia, adoptando una actitud hipotética, [c] examinan con razones, y sólo con razones, si procede reconocer o no la pretensión defendida por el proponente. (Habermas, 1981/1999, pp. 46-47) Este procedimiento alude, pues, a una forma de interacción discursiva reglamentada, con distribución de los roles de proponente (s) y oponente (s), quienes discuten racionalmente una pretensión de validez, a la que examinan como hipótesis, sin estar sometidos a las presiones de la acción inmediata. Nótese que esta última exigencia del uso del habla como procedimiento también contiene características de tipo ideal. 3. Finalmente, desde un tercer punto de vista, la argumentación tiene por objeto producir argumentos pertinentes, que convenzan en virtud de sus propiedades intrínsecas, para desempeñar o rechazar las pretensiones de validez. Los argumentos son los medios con cuya ayuda puede obtenerse un reconocimiento intersubjetivo para la pretensión de validez que el proponente plantea por de pronto de forma hipotética, y con los que, por tanto, una opinión puede transformarse en saber. (Habermas, 1981/1999, pp. 46-47) Desde el punto de vista del producto, la argumentación se asimila entonces a la producción de argumentos pertinentes y convincentes “en virtud de sus propiedades intrínsecas”, que permiten apoyar o rechazar las pretensiones de validez que están en disputa, con vistas a obtener reconocimiento intersubjetivo. Esas “propiedades intrínsecas” de los argumentos que apoyan o refutan las pretensiones de validez, serían, como veremos, de tipo lógico. 255 Pedro José Posada Gómez Nótese el carácter ideal de los tres aspectos. En el aspecto proceso, la argumentación se remite al punto de vista de una situación ideal de habla en la que se determina el mejor argumento; en el aspecto de procedimiento, Habermas pone un modelo ideal de diálogo, donde los participantes están exonerados de los afanes de la acción cotidiana; en el aspecto del producto se avalan propiedades intrínsecas (de tipo lógico-sintáctico). Veamos ahora como, para Habermas, este triple punto de vista permite “deslindar entre sí las tres conocidas disciplinas del canon aristotélico”: “La Retórica se ocupa de la argumentación como proceso; la Dialéctica, de los procedimientos pragmáticos de la argumentación, y la Lógica, de los productos de la argumentación” (p. 48). En cada caso la argumentación muestra estructuras distintas: “las estructuras de una situación ideal de habla especialmente inmunizada contra la represión y la desigualdad” (en el “proceso retórico”); “las estructuras de una competición, ritualizada, por los mejores argumentos” (en el “procedimiento dialéctico”); “y finalmente, las estructuras que definen la forma interna de los argumentos y las relaciones que los argumentos guardan entre sí” (como “productos lógicos”). Es claro que la lógica puede ocuparse de la “forma interna de los argumentos” y de las relaciones de unos argumentos con otros; así como es pertinente asignar a la dialéctica la preocupación por las “estructuras” de una competición por los mejores argumentos; pero no resulta tan clara la idea de un “proceso retórico” que se produce bajo las condiciones de una situación ideal de habla. Desde esta perspectiva, el proceso retórico apuntaría, idealmente, a la satisfacción de las condiciones ideales del habla, del mismo modo que el procedimiento dialéctico propendería al seguimiento riguroso de las reglas del debate y el producto lógico aspiraría a la ausencia de contradicciones internas e injustificadas en la argumentación. Agrega Habermas que ninguno de estos tres “aspectos analíticos” (procedimiento dialéctico, proceso retórico y producto lógico), tomados por separado, puede dar cuenta suficiente de “la idea que el habla argumentativa lleva en su seno”, puesto que: Bajo el aspecto de proceso, por lo que mejor podría caracterizarse la intuición fundamental que vinculamos a las argumentaciones sería por la intención de convencer a un auditorio universal y de alcanzar para la manifestación o emisión de que se trate un asentimiento general. Bajo el aspecto de procedimiento, por la intención de cerrar la disputa en torno a las pretensiones de validez hipotéticas con un acuerdo racionalmente motivado; y bajo el aspecto de producto, por la intención de desempeñar o fundamentar una pretensión de validez por medio de argumentos. (Habermas, 1981/1999, p. 48) 256 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Si relacionamos estas “intuiciones fundamentales” sobre las argumentaciones con las disciplinas aristotélicas, tendríamos entonces una retórica ocupada en determinar el carácter universalizable o generalizable de las pretensiones de validez discutidas; una dialéctica que se ocupa del modo de lograr acuerdos “racionalmente motivados” y una lógica simplemente suministrando argumentos y garantizando su coherencia. Habermas considera que los conceptos básicos de la teoría de la argumentación usados en el párrafo que acabamos de citar —a saber: “asentimiento de un auditorio universal” (Perelman-Olbrechts, 1958), “obtención de un acuerdo racionalmente motivado” (Habermas, 1973) y “desempeño discursivo de una pretensión de validez” (Toulmin, 1958)— solo pueden ser analizados correctamente si no se separan los tres planos analíticos (Habermas, 1981/1999, pp. 48-49)290. Con lo que parece sugerir que un análisis que se centrara exclusivamente en la forma lógica de los argumentos, o en el procedimiento dialéctico que posibilita el acuerdo (la resolución de la disputa), o en el nivel de universalidad del convencimiento alcanzado mediante los argumentos, estaría, en cada caso, omitiendo otros aspectos analíticos fundamentales291. Veamos ahora cómo Habermas retoma estas ideas unos años después, si bien modificando un poco los términos de su descripción. Esto sucede, como ya anticipé, en el contexto de su ensayo titulado “Ética del discurso. Notas sobre un programa de fundamentación”, que hace parte de su libro Conciencia moral y acción comunicativa (1983/1985, pp. 57-134). En este texto Habermas se refiere a los mencionados aspectos del habla argumentativa como “tres esferas de presupuestos de la argumentación: presupuestos en la esfera lógica de los productos, en la esfera dialéctica de los procedimientos y en el círculo retórico de los procesos” (p. 110)292 que explica así: Para el caso de la esfera lógica de los productos: “En principio, las argumentaciones han de servir para producir argumentos atinados y convincen290 Las referencias entre paréntesis son aportadas por Habermas en notas al pié que corresponden a obras de Perelman-Olbrechts, Toulmin y Habermas, ya citadas aquí (ver bibliografía). 291 De hecho, en su análisis del enfoque de W. Klein, llegará a la conclusión de que está errado por centrarse exclusivamente en el aspecto del producto (de la validez de los argumentos), eliminando el factor de la eficacia de la argumentación. 292 El autor remite a pie de página a B. R. Burleson (1979), “On the Foundation of Rationality”, en Jour. A. Forensic Assoc., (16), pp. 112 ss. Nótese, además, que el orden de presentación en el texto de 1981 había sido: Proceso (retórico), Procedimiento (dialéctico) y Producto (lógico), aquí se parte de la esfera lógica de los productos y se cierra con el círculo retórico de los procesos. Veremos que este cambio de orden puede no ser casual. Por otro lado, el cambio de “esfera” a “círculo” no parece entrañar ninguna diferencia importante. 257 Pedro José Posada Gómez tes, desde el punto de vista de sus propiedades intrínsecas, con los que se puedan comprobar o rechazar las aspiraciones de validez” (p. 110). Se trata, pues, de elaborar argumentos lógicamente válidos, en un sentido amplio de la palabra ‘lógica’ (Habermas considera ejemplos “las reglas de la lógica mínima que se discuten en la escuela de Popper, o bien aquellas exigencias de consistencia planteadas por Hare, entre otros”293). • En la perspectiva procedimental (dialéctica) las argumentaciones se manifiestan como procesos de comprensión regulados de tal modo que los proponentes y los oponentes en situación hipotética, y liberados de la presión de la acción y de la experiencia, pueden comprobar las aspiraciones de validez que han resultado problemáticas. (Habermas, 1983/1985, p. 111) Agrega Habermas que en esta esfera están los “presupuestos pragmáticos de una forma especial de interacción”: “todo aquello que es necesario para una búsqueda cooperativa de la verdad concebida como competición”, por ejemplo “el reconocimiento de la responsabilidad y de la honestidad de todos los participantes”. Esta perspectiva dialéctico-procedimental incluye también, por un lado, “las reglas generales de competencia y relevancia para el reparto de las cargas de la argumentación, para el ordenamiento de los temas y de las aportaciones, etc.”, cuando estas no vienen fijadas institucionalmente; y, por otro, “los presupuestos que el discurso en general comparte con la acción orientada al entendimiento, por ejemplo, las relaciones de reconocimiento recíproco”. Estos presupuestos de la dialéctica, entendida como “competición sin reservas a favor de los mejores argumentos” se oponen a la afirmación dogmática que se supone a salvo de toda crítica. - Con respecto al aspecto del proceso (retórico), el discurso argumentativo se presenta, por último, como un proceso de comunicación que tiene que satisfacer condiciones inverosímiles con relación al objetivo de una comprensión racionalmente motivada”. Desde la perspectiva del proceso retórico, el discurso argumentativo supone las “estructuras de una situación de habla... inmunizada de forma especial contra la represión y la desigualdad: se presenta como una forma de comunicación suficientemente próxima a las condiciones ideales. (Habermas, 1983/1985, p. 112) 293 Desafortunadamente, Habermas no da datos más precisos sobre esta “lógica mínima” popperiana y no he podido encontrar referencias exactas de ella. Es sabido que Popper considera a la lógica como Órganon de la crítica de teorías y para ello se atiene a la lógica clásica bivalente de primer orden (debo esta precisión al profesor Adoldo León Gómez). 258 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Como en el texto de 1981, aquí remite Habermas a su idea de una situación ideal de habla. Solo que en esta última formulación este presupuesto de la argumentación solamente exige que los argumentos se aproximen a las condiciones ideales. Habermas sigue considerando que es válida la intención de “reconstruir las condiciones generales de simetría que todo hablante competente ha de presuponer como suficientemente dadas en la medida en que pretende participar en una discusión” (1983/1985, p. 112). Habermas considera que mediante una especie de prueba por reducción al absurdo, que él denomina de “realizaciones contradictorias” (o “contradicciones performativas”)294, se puede fundamentar el presupuesto de una “comunidad ilimitada de comunicación”. Noción esta última desarrollada por O. Apel (siguiendo a Peirce y Mead), y que sería el antecedente teórico de la “situación ideal de diálogo”. Desde esta perspectiva: Los participantes en la discusión no pueden soslayar el presupuesto de que, en función de unos rasgos que se han de describir formalmente, la estructura de su comunicación: excluya toda coacción que, no siendo un argumento mejor, influya en el proceso de comprensión procedente de fuera o nacida en su propio interior, y neutraliza todos los motivos, excepción hecha de la búsqueda cooperativa de la verdad. (Habermas, 1983/1985, pp. 110-112) Estas condiciones ideales que ha de satisfacer el proceso retórico se verán luego reflejadas en las reglas de la argumentación (especialmente del “discurso práctico”, y las argumentaciones jurídicas y normativas) desarrolladas por R. Alexy y el mismo Habermas, de las que nos ocuparemos en la siguiente sección (7.3). Para terminar este punto, intentemos sintetizar las características de los aspectos de la argumentación que él ha denominado “tres aspectos del habla argumentativa” o “tres esferas de presupuestos de la argumentación” —“presupuestos en la esfera lógica de los productos, en la esfera dialéctica de los procedimientos y en el círculo retórico de los procesos”— (Habermas, 1983/1985, p. 110): 294 En otro lugar se refiere a ellas como contradicción realizativa (o performativa). Para Adela Cortina, la contradicción performativa (o contradicción pragmático-trascendental) funciona como una regla de reducción al absurdo y le sucede a “quien, entrando en un discurso, pretende abjurar de los presupuestos que le dan sentido”. Un ejemplo trivial sería el enunciado “Yo no existo” (dicho aquí y ahora) (Cortina, 1985, pp. 163, 169). Jaakko Hintikka se ha referido a este fenómeno como “enunciados doxásticamente incompatibles” y Searle-Vanderveken (Speech Acts and Pragmatism) como “inconsistencias ilocucionarias”. 259 Pedro José Posada Gómez 1. La esfera lógica de los productos (o el aspecto de producto del habla argumentativa) se caracteriza por la intención fundamental de desempeñar o fundamentar (comprobar o rechazar) una pretensión de validez (presentada como hipótesis) por medio de argumentos. Vistas desde este aspecto las argumentaciones han de servir para producir argumentos que sean pertinentes y que convenzan en virtud de sus propiedades intrínsecas. Pertenecen a este aspecto las estructuras que definen la forma interna de los argumentos y las relaciones que los argumentos guardan entre sí. 2. La esfera dialéctica de los procedimientos (o el aspecto de procedimiento del habla argumentativa) se caracteriza por la intención fundamental de cerrar la disputa en torno a las pretensiones de validez hipotéticas con un acuerdo racionalmente motivado. En este aspecto la argumentación es una forma de interacción sometida a una regulación especial (las argumentaciones se manifiestan como procesos de comprensión regulados), de tal modo que los implicados asumen una división cooperativa de trabajo entre proponentes y oponentes, y tematizan una pretensión de validez que se ha vuelto problemática y, “exonerados de la presión de la acción y la experiencia, adoptando una actitud hipotética, examinan con razones, y sólo con razones, si procede reconocer o no la pretensión defendida por el proponente”. Pertenecen a esta esfera las estructuras de una competición, ritualizada, por los mejores argumentos. 3. El círculo retórico de los procesos (o el aspecto de proceso del habla argumentativa) tiene la intención fundamental de “convencer a un auditorio universal”. Aquí el discurso argumentativo se presenta como un proceso de comunicación que tiene que satisfacer condiciones ideales: pues supone las “estructuras de una situación de habla inmunizada de forma especial contra la represión y la desigualdad” y se presenta como una forma de comunicación “suficientemente próxima a las condiciones ideales”. Su estructura corresponde a una situación ideal de habla especialmente inmunizada contra la represión y la desigualdad. En la Tabla 7.3 se resumen los aspectos principales de las tres esferas argumentativas. 260 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Tabla 7.3. Las tres esferas de presupuestos del habla argumentativa Intención fundamental Estructura argumentativa Tiempo Otros contenidos Esfera lógica de los productos Fundamentar una pretensión de validez por medio de argumentos Forma interna de los argumentos y relaciones entre ellos Pasado (productos heredados de la tradición) Premisas, datos, reglas de inferencia (formales) nexos argumentales, etc. Esfera dialéctica de los procedimientos Cerrar las disputas con un acuerdo racionalmente motivado Competición reglamentada por el mejor argumento Círculo retórico de los procesos Convencer a un auditorio universal Situación ideal de habla Presente (del diálogo, Futuro (del entendidebate o disputa) miento posible) Máximas de la conversación, reconocimiento del otro; erística; crítica; estética; etc. Discursos teóricos y prácticos; ciencias; filosofías universalistas, etc. Más adelante haré algunas observaciones críticas a este modelo habermasiano. Antes de ello, veremos cómo aplica el autor su perspectiva de los tres aspectos o esferas de la argumentación al caso del discurso prácticomoral (7.3). 7.3. Un modelo para la argumentación en el discurso de la racionalidad práctica Habermas ha usado su esquema de los tres momentos del habla argumentativa en su ensayo de fundamentación de la ética del discurso. Él ilustra algunas reglas de este tipo de discurso tomando como referencia el trabajo realizado por Robert Alexy (1978/1997) en su Teoría de la argumentación jurídica (La teoría del discurso racional como teoría de la fundamentación jurídica)295. Se trata aquí de un trabajo de influencia o colaboración recíproca entre los dos autores, pues Alexy reconoce la influencia de las teorías sobre el discurso desarrolladas por Habermas (al menos hasta la fecha de publicación del libro citado, 1978); y Habermas cita explícitamente las reglas propuestas por Alexy, aunque con ligeras variaciones de orden 295 Theorie der juristischen Argumentation. Die Theorie des rationales Discurses als Theorie der juristischen Begründung. Francfort del Meno: Shurkamp. 1978. Aquí cito la edición española del Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997. Traducción de Manuel Atienza e Isabel Espejo. 261 Pedro José Posada Gómez y denominación. Presentaré en primer lugar las reglas de Alexy y luego la interpretación habermasiana. Para Alexy (1997, p. 32, 34, 35, 206 ss.) la argumentación jurídica es un caso particular del discurso práctico general cuya teoría ha desarrollado Habermas. El libro de Alexy está dividido en tres partes: Las dos primeras (“A. Sobre algunas teorías del discurso práctico” y “B. Bosquejo de una teoría del discurso práctico racional general”) se concentran en el discurso práctico, mientras que la tercera (“C. Una teoría de la argumentación jurídica”) se enfoca en la argumentación jurídica. Aquí nos interesa especialmente la segunda parte (B), por lo que dejaremos de lado la tercera y solo haremos referencias puntuales a la primera. La teoría de Alexy surge de una evaluación crítica de varias teorías que se han ofrecido para la fundamentación de los enunciados normativos, las teorías de Stevenson, Hare, Toulmin, Baier, Habermas, Lorenzen, Schewemmer y Perelman. No desarrollaremos aquí el contenido de esta evaluación, para centrarnos en los resultados propuestos por Alexy y en su relación con la teoría habermasiana. En el contexto de la discusión de los presupuestos de la situación ideal de habla —propuestos por Habermas en 1973—, Alexy inicia su propia formulación de las reglas del discurso. La primera de ellas será denominada “Regla general de la fundamentación”: “Todo hablante debe, si se le pide, fundamentar lo que afirma, a no ser que pueda aducir razones que justifiquen en negar una fundamentación” (p. 135). Esta regla está en relación estrecha con la situación ideal de habla, de allí que las exigencias que esta plantea (de igualdad de derechos, universalidad y ausencia de coacción) se puedan formular como tres reglas que Alexy denominará “reglas de razón”, pues definen las condiciones más importantes para la racionalidad de los discursos (p. 137)296. La primera de tales reglas se refiere a la admisión en el discurso: “(1) Cualquiera que pueda hablar puede tomar parte en el discurso” La segunda regla regula la libertad de discusión y se descompone en tres exigencias: 296 Más adelante nos dirá que las reglas de razón, junto con las de fundamentación, “constituyen las reglas fundamentales de una teoría general del discurso práctico racional” (p. 142). 262 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) “(2) a) Cualquiera puede problematizar cualquier aserción. b) Cualquiera puede introducir cualquier aserción en el discurso. c) Cualquiera puede expresar sus opiniones, deseos y necesidades”. Alexy resalta la regla c) que podrá formular la exigencia de apertura en el discurso práctico. La tercera regla busca proteger al discurso frente a la coacción: “(3) No se puede impedir a ningún hablante ejercer sus derechos establecidos en (1) y (2) mediante coacción existente dentro o fuera del discurso”. (p. 136) Alexy (como Habermas) reconoce que estas reglas no pueden ser cumplidas en un sentido pleno, pero no por ello deben ser consideradas como carentes de sentido, pues sirven a cuatro propósitos: (1) Definen un ideal que puede ser cumplido por aproximación, (2) son un instrumento de crítica de las limitaciones injustificables de los derechos y posibilidades de los interlocutores, (3) (son) al menos un criterio hipotético y negativo sobre la corrección o veracidad y (4) ofrecen una explicación de las pretensiones de corrección o verdad. (Alexy, 1997, p. 137) Después de haber formulado, en diálogo con Habermas, estas “reglas fundamentales de una teoría general del discurso práctico racional”, y después de hacer un balance de las teorías propuestas por Lorenzen y Perelman, Alexy presentará ya de forma sistemática las que denomina “reglas y formas del discurso práctico general”. Al primer grupo de ellas las denomina “reglas fundamentales”, pues su validez “es condición de posibilidad de cualquier comunicación lingüística en que se trate de la verdad o la corrección” (p. 185)297. Tales reglas son: (1.1) Ningún hablante puede contradecirse. (1.2) Todo hablante sólo puede afirmar aquello que él mismo cree. (1.3) Todo hablante que aplique un predicado F a un objeto a debe estar dispuesto a aplicar F también a cualquier otro objeto igual a a en todos los aspectos relevantes. (1.4) Distintos hablantes no pueden usar la misma expresión con distintos significados. (Alexy, 1997, p. 185) 297 Llama la atención la referencia a la noción de “verdad” que, como hemos dicho, correspondería para Habermas al “discurso teórico”, no al discurso práctico. 263 Pedro José Posada Gómez Como aclaración de estas reglas Alexy agrega algunas características que resumo puntualmente: (1.1) remite a las reglas de la lógica (que aquí se presumen); las reglas de la lógica son aplicables también a las proposiciones normativas (y es posible construir semánticas —teorías de modelos— en las que también los enunciados normativos puedan ser evaluados como verdaderos o falsos); (1.1) no remite solo a las reglas de la lógica clásica, sino sobre todo a las de la lógica deóntica; por tanto, la prohibición de caer en contradicción se refiere también a incompatibilidades deónticas. (Esta regla puede ser analizada y revisada desde las perspectivas de los conceptos de “contenido proposicional” de los actos de habla, susceptibles de evaluar desde condiciones de veracidad; desde la noción perelmaniana de los argumentos cuasilógicos de incompatibilidad; y desde la tesis también perelmaniana sobre la regla de justicia como regla fundamental de la razón práctica, que da la posibilidad de presentar el principio lógico de identidad como consecuencia de la misma regla de justicia. Retomaré esto en mis conclusiones). (1.2) asegura la sinceridad de la discusión; es constitutiva de toda comunicación lingüística; sin ella no sería posible mentir (pues si no se presupone ninguna regla que exija sinceridad, no es concebible el engaño; por ello, (1.2) no excluye la expresión de conjeturas, solo exige que sean caracterizadas como tales. (Por mi parte señalaré las coincidencias de (1.2) con la searleana “condición de sinceridad” y con la alternativa de “responsabilidad” propuesta por Van Eemeren-Grootendorst. La actitud hipotética que se señala como posibilidad para (1.2) recuerda uno de los tipos de intercambio dialéctico clasificados por Aristóteles. Habermas ubicará esta regla entre los presupuestos del procedimiento dialéctico). (1.3) Se refiere al uso de expresiones por un hablante; le exige estar dispuesto a “actuar coherentemente”. Aplicada a expresiones valorativas (1.3) adopta la forma: “(1.3’) Todo hablante sólo puede afirmar aquellos juicios de valor y de deber que afirmaría así mismo en todas las situaciones en las que afirmare que son iguales en todos los aspectos relevantes” (p. 187)298. (Considero que (1.3) también puede ser entendido como una aplicación de la regla de justicia, que tiene como efecto evitar la falacia de ambigüedad semántica). 298 Alexy agrega que (1.3’) es una formulación del principio de universalidad de Hare. 264 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) (1.4) Se refiere al uso de expresiones por diversos hablantes; exige una comunidad de uso de lenguaje299. En caso de oscuridad sobre el uso de las palabras se debe proceder a determinaciones analíticas (usando, si es necesario, lenguajes artificiales como el de la lógica deóntica). Es importante notar que, si bien las cuatro reglas han sido introducidas por Alexy como reglas del discurso práctico, solo la regla (1.3’) parece exclusiva para este tipo de discurso; (1.2) sería válida también para cualquier otro tipo de discurso; y (1.1), (1.3) y (1.4) pueden ser aplicadas al discurso teórico, debido a su componente lógico-semántico. Al siguiente grupo de reglas del discurso práctico general las denomina Alexy “reglas de razón”, toda vez que ellas “definen las condiciones más importantes para la racionalidad del discurso”. La primera de ellas se refiere a la “pretensión de fundamentabilidad” inherente al “acto de habla de la asersión (aseveración)”: “(2) Todo hablante debe, cuando se le pide, fundamentar lo que afirma, a no ser que pueda dar razones que justifiquen el rechazar una fundamentación”. (Esta regla equivale a la mencionada “regla general de la fundamentación” y se corresponde con la segunda de las reglas de la discusión crítica de la pragma-dialéctica: “La parte que ha avanzado un punto de vista está obligada a defenderla si la otra parte se lo pide”). Las reglas (2.1), (2.2) y (2.3) se corresponden con las reglas de la situación ideal de diálogo propuesta por Habermas. La primera de ellas regula la admisión en el discurso: “(2.1) Quien pueda hablar puede tomar parte en el discurso”. La siguiente regla regula la libertad temática de la discusión: “(2.2) (a) Todos pueden problematizar cualquier aserción. (b) Todos pueden introducir cualquier aserción en el discurso. (c) Todos pueden expresar sus opiniones, deseos y necesidades”. La última de las reglas de razón busca proteger al discurso de la coerción: “(2.3) A ningún hablante puede impedírsele ejercer sus derechos fijados en (2.1) y (2.2), mediante coerción interna o externa al discurso”. (p. 189) 299 En nota al pié 39, Alexy remite a La nouvelle rhétorique (Tratado de la argumentación) de Perelman-Olbrechts para la idea del “carácter comunitario del uso del lenguaje como presupuesto indispensable de toda argumentación”. 265 Pedro José Posada Gómez Alexy aclara que el literal (c) de (2.2) es especialmente importante para el discurso práctico. De hecho es la única que introduce elementos exclusivos de este tipo de discurso, mientras que el resto de las “reglas de razón” serían igualmente aplicables a un discurso teórico. Alexy les sale al paso a los críticos que podrían pensar que con estas reglas no se ha logrado mucho toda vez que “por razones de tipo práctico está excluído que todos los hablantes ejerzan sus derechos regulados en (2.1) y (2.2)” y que “además, puede dudarse de si alguna vez pueda alcanzarse la inexistencia de coerción exigida por (2.3)”. A estas posibles críticas contesta con tres argumentos: 1) Las argumentaciones que no cumplan con las reglas (2.2)-(2.3) deben considerarse como no válidas, pues estas reglas, junto a las otras anotadas, conforman “un criterio hipotético-deductivo para la corrección de las proposiciones normativas”. Si tales reglas se cumplen, “en la medida óptima alcanzable” en cada caso, ellas proporcionan un criterio provisional. 2) Las reglas cumplen además una función como “instrumento de crítica de las restricciones de derechos y oportunidades de los participantes en el discurso, que no sean justificables”, pues ellas “definen un ideal al que cabe aproximarse por medio de la práctica y de medidas organizativas”. 3) Estas reglas “proporcionan una explicación de la pretensión de verdad o corrección” (p. 190). Dejo por ahora de lado las formas de argumentos y tres grupos adicionales de reglas del discurso práctico propuestas por Alexy: las reglas de la carga de la argumentación, las reglas de fundamentación y las reglas de transición, que no son relevantes para este paralelo con la propuesta de Habermas. Veamos finalmente cómo Habermas re-clasifica las reglas fundamentales y de razón propuestas por Alexy, en el marco de su esquema tripartito de la teoría de la argumentación. Como anoté antes, esta presentación de las reglas de Alexy la introduce Habermas para dar ejemplos (ilustraciones) de reglas que caben en las que denomina: Esfera lógico-semántica de los productos, esfera dialéctica de los procedimientos y círculo retórico de los procesos, que son “tres esferas de presupuestos de la argumentación” distinguidas “desde la perspectiva del canon aristotélico” (Habermas, 1983/1985, p. 110). I. Retomando la caracterización anotada antes, en la esfera lógicosemántica: Las argumentaciones han de servir para producir argumentos atinados y convincentes desde el punto de vista de sus propiedades intrínsecas, con los que se puedan comprobar o rechazar las pretensiones de verdad”; del catálogo de Alexy serían ejemplos: 266 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) I.1. Ningún hablante debe contradecirse. I.2. Cualquier hablante que aplique un predicado F a un objeto a, debe estar dispuesto a aplicar el predicado F a cualquier otro objeto que coincida con a en todos los aspectos relevantes, y I.3. Distintos hablantes no pueden emplear la misma expresión con distintos significados. (Habermas, 1983/1985, p. 110) Agrega que estas reglas lógicas y semánticas carecen de contenido ético (por tanto no le brindan un apoyo suficiente en su búsqueda de un argumento “pragmático trascendental” que sirva de base a la ética dialógica; asunto que no tocaremos aquí). Nótese que estas tres reglas corresponden a las reglas (1.1), (1.3) y (1.4) de Alexy (Habermas desplaza la regla (1.2) a la esfera dialéctica y omite mencionar la regla (1.3’)). Valen aquí las mismas observaciones y anuncios que hicimos en la lista de Alexy; por lo que me limito a resaltar de nuevo que las tres reglas anotadas son pertinentes para todo tipo de discurso (teórico, práctico, explicativo, en el sentido de Habermas). II. En la esfera dialéctica de los procedimientos la argumentación aparece como una búsqueda cooperativa de la verdad (o del mejor argumento), en un proceso regulado de tal modo que proponentes y oponentes puedan situarse hipotéticamente por encima de las presiones de la acción y traten de evaluar las pretensiones de validez problematizadas. Del catálogo de Alexy serían ejemplos: II.1. Cada hablante sólo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente cree. II.2. Quien introduce un enunciado o norma que no es objeto de la discusión debe dar una razón para ello. (Habermas, 1983/1985, p. 111) Anota Habermas que algunas de las reglas de esta esfera tienen un claro contenido ético (en el ejemplo, la regla (II.1), que es la (1.2) de Alexy, y que hemos asociado con la regla de sinceridad de Searle). Además, nos dice el autor, en este nivel ya se suponen presupuestos que comparten el discurso y la acción orientada al entendimiento (acción comunicativa) tales como las relaciones de reconocimiento recíproco. La regla (II.2) presenta una formulación ligeramente distinta de su equivalente en la lista de Alexy, la regla (2): “Todo hablante debe, cuando se le pide, fundamentar lo que afirma, a no ser que pueda dar razones que justifiquen el rechazar una fundamentación”. La formulación habermasiana parece centrada en evitar la violación de la máxima de la conversación (Grice): “Sé pertinente” (a menos que puedas justificar el argumento que parece impertinente); mientras que la versión de Alexy se enfoca en el deber de fundamentar las aserciones (a menos de que se pueda justificar el no hacerlo). 267 Pedro José Posada Gómez III. En el círculo retórico de los procesos, la argumentación aparece como un proceso de comunicación que aspira a satisfacer las condiciones de una situación ideal de habla; es decir, una situación que estuviera inmunizada contra la represión y la desigualdad; una que, en la búsqueda del entendimiento, excluye toda coacción que no sea la del mejor argumento. Serían ejemplos en el catálogo de Alexy: III.1. Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en la discusión. III.2. A. Cualquiera puede cuestionar cualquier afirmación. B. Cualquiera puede introducir cualquier afirmación en el discurso. C. Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades. III.3. A ningún hablante puede impedírsele el uso de los derechos establecidos en 3.1 y 3.2 mediante coacción interna o externa al discurso. (Habermas, 1983/1985, pp. 112-113) Observa Habermas que (III.1) determina que no se excluya a ninguno de los potenciales participantes en la discusión que esté en capacidad de participar; (III.2) garantiza igualdad de oportunidades a todos los participantes de aportar contribuciones a la discusión y expresar argumentos propios; y (III.3) establece condiciones que garanticen el acceso a la participación en el discurso en condiciones de igualdad y sin ser objeto de presiones abiertas o veladas. Habermas considera que es posible demostrar que semejantes reglas del discurso no son meras convenciones sino presupuestos inexcusables. Tal demostración operaría mediante el recurso a esa especie de reducción al absurdo que he mencionado antes, que Habermas denomina “realizaciones contradictorias” (o “contradicciones performativas”). A modo de ejemplo, mientras que la frase “(1) Finalmente he convencido a H con buenas razones de que p” informa la conclusión de un discurso en el que alguien ha convencido mediante buenas razones a H de que acepte la pretensión de verdad de p (pues “pertenece al sentido general de ‘convencer’ el hecho de que, mediante buenas razones, (se logra que) un sujeto adopte una opinión”; la frase “(1)* Finalmente he convencido a H con una mentira de que p” es una “paradoja semántica” que contradice la regla (2.1), y (1)* significa que H ha llegado al convencimiento en condiciones en las que no es posible establecer convencimientos; “condiciones que contradicen los presupuestos pragmáticos de la argumentación en general”; por ello, un proponente que defienda la verdad de (1)* incurre en una “realización contradictoria” (pp. 113-114). Un análisis semejante le permite mostrar a Habermas que incurre en una realización contradictoria alguien que pretenda defender un enunciado como “(3)* Una vez que hayamos excluido de la discusión a A, B, C... (...) 268 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) podremos convencerlos de que la norma n es correcta” (siendo A, B, C... personas pertenecientes al círculo de afectados por la norma y que poseen las mismas calidades de los participantes en la discusión); pues (3)* contradice las reglas (3.1) y (3.2). Habermas reconoce, sin embargo, que en muchos casos las argumentaciones reales no cumplen con alguna o algunas de estas reglas, y constituyen solo aproximaciones. Y dado que los discursos están sometidos a limitaciones de espacio y tiempo, y que los participantes en él pueden estar movidos por otras razones que la búsqueda cooperativa de la verdad, se hacen necesarias las medidas institucionales que ayuden a neutralizar las limitaciones empíricas inevitables y las evitables intervenciones internas y externas, para que las condiciones ideales previstas puedan alcanzarse en un grado razonable (p. 115). Hoyos y Vargas sintetizan e interpretan así el bosquejo habermasiano de una teoría de la argumentación: La teoría de la argumentación buscada consta de tres momentos íntimamente relacionados entre sí: la lógica de los argumentos, como productos de una tradición, la dialéctica de los procedimientos comunicativos en el presente, en un futuro abierto por la retórica como proceso de entendimiento posible. (Hoyos & Vargas, 1997, p. 203) Retomaré esta interpretación temporal de los tres momentos argumentativos. 7.4. Conclusiones provisionales sobre la propuesta de Habermas Lo que Habermas nos ha presentado no es todavía una teoría de la argumentación desarrollada, es un esquema o bosquejo. Este esquema fue presentado primero en el marco de un intento de mostrar el carácter racional de la acción comunicativa (Habermas, 1981) y usado después para dar una ilustración sintética de las posibles reglas de una argumentación en el discurso de la razón práctico-moral (Habermas, 1983/1985). Se trata pues de una teoría por desarrollar. Algunos estudiosos de la argumentación han señalado el enfoque ético de la teoría habermasiana300 (e incluso se la ha catalogado como una teoría 300 Por ejemplo, para Michel Meyer: “Mais la tentative de Habermas reste intéressante en raison de ce besoin de revivifier l’êthos par une théorie de l’argumentation centrée, cette fois, sur le locuteur soumis au logos universalisant, parce que logos en situation” (Meyer, 2008, p. 73). También en Meyer, 1999, p. 280. 269 Pedro José Posada Gómez para la argumentación filosófica). Sin entrar ahora a evaluar esas apreciaciones, sí creo necesario plantear un interrogante doble: ¿Una teoría como la propuesta por Habermas es aplicable para el análisis de la argumentación cotidiana? ¿O se trata de una teoría pensada exclusivamente para los debates intelectuales especializados? A favor de la segunda alternativa se podrían resaltar dos hechos: 1) que Habermas define a la argumentación como un tipo especial de acción comunicativa, una continuación de la acción comunicativa con otros medios, los medios del discurso y la crítica, y 2) que el único ejemplo que nos ha ofrecido de ella pertenece al campo del discurso práctico y de la fundamentación filosófica de la ética dialógica. Pero podríamos argumentar a favor de la primera alternativa partiendo de que Habermas concibe los principios de la argumentación como parte de una “racionalidad inmanente a la práctica comunicativa cotidiana” y reconociendo además que el autor no señala ninguna ruptura entre las discusiones cotidianas y los discursos especializados (de hecho, todos los ejemplos de argumentos que analiza en su argumentación pertenecen al discurso de la vida cotidiana). El carácter ideal de las reglas del discurso práctico desarrolladas por Habermas y Alexy no debe interpretarse como referido exclusivamente a los discursos especializados; pues la función crítica que ellas cumplen es igualmente aplicable a la argumentación cotidiana. Basta con señalar que los debates teóricos especializados suelen estar organizados de tal modo que se acercan más a las condiciones ideales; pero no habría razón para confinar la aplicabilidad de la propuesta habermasiana a este tipo de argumentación. Al menos, será posible encontrar en las discusiones cotidianas fragmentos de argumentación que cumplan con el modelo planteado por Habermas. Así queda disuelta la alternativa del doble interrogante del que partíamos. Más pertinentes podrían ser las preguntas por la corrección analítica y la viabilidad crítica del modelo triádico propuesto por Habermas. Entendiendo por corrección analítica la adecuación del modelo para dar cuenta de lo que hacemos cuando argumentamos, y por viabilidad crítica su capacidad para permitir la crítica racional de los argumentos. La primera cuestión entraña la pregunta por la corrección del modelo lógico-dialéctico-retórico para dar cuenta de las argumentaciones. Si es correcto, una teoría habermasiana de la argumentación debería poder dar herramientas para clarificar: 1) el tipo de lógica que está implícito en las argumentaciones y el tipo de sistema lógico que permitiría su análisis, 2) las reglas del procedimiento dialéctico que garanticen el triunfo del mejor 270 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) argumento, y 3) las reglas del proceso retórico que permitan decidir el grado de universalidad del convencimiento logrado en cada caso. Sobre 1): Mientras que Alexy apela a la lógica formal en general (y a la lógica deóntica, para los argumentos que contienen enunciados normativos) Habermas se limita a la insinuación vaga de una “lógica mínima” de inspiración popperiana o una apelación a la regla de consistencia de Hare, que cumplirían esta función. Sobre 2): Aparte de las dos reglas tomadas de Alexy, a modo de ejemplos, Habermas tampoco ofrece una lista detallada del tipo de reglas del procedimiento dialéctico que cumplirían con la tarea asignada. Sobre 3): Si interpretamos la idea de “proceso retórico” como una búsqueda de aproximarse a las condiciones de una “situación ideal de habla”, que sería equivalente a una apelación a la idea perelmaniana de “auditorio universal”, resta aún resolver, al menos, un problema: ¿dónde quedan los usos persuasivos de la retórica que, en principio, no buscan convencer al auditorio universal sino persuadir a auditorios particulares (Perelman)?, es decir ¿cómo evaluar el proceso retórico de las argumentaciones que no son ni científicas ni filosóficas?301 En mis conclusiones generales intentaré dar una respuesta a estos interrogantes. Por el momento podemos sacar las siguientes conclusiones: El modelo habermasiano posee dos características que lo distinguen de otras teorías de la argumentación: su intento de integrar las perspectivas de la lógica, la dialéctica y la retórica, y su carácter de modelo ideal o formal. La primera característica parece darle una ventaja en relación con otras teorías que (como la de Toulmin o la de Perelman) se han construido sobre la separación del aspecto lógico respecto de los aspectos retóricos y dialécticos. Esta separación, inspirada en la distinción aristotélica entre los razonamientos apodícticos y los dialécticos, tiende a olvidar que para Aristóteles era posible y necesario percibir el carácter lógico de ambos tipos de razonamiento. En esta separación se asume primero la reducción positivista de la 301 Paul Ricoeur ha señalado este problema a propósito del auditorio universal de Perelman: “... el objetivo de la discusión filosófica, si ella está a la altura de lo que acabamos de llamar auditorio universal, trasciende el arte de persuadir y de gustar, bajo sus formas más honestas, que prevalece en las situaciones típicas susodichas [la asamblea política, la asamblea judicial y la asamblea festiva]” (Ricoeur, como se citó en Meyer, 1986, p. 147). Esta separación entre un tipo de argumentación que busca convencer al auditorio universal (la ciencia y la filosofía) y otra que busca persuadir a auditorios particulares no aparece en Habermas, posiblemente porque para él toda argumentación busca ser convincente. Aunque hemos señalado la analogía de esta separación con la que establece Habermas entre los contenidos del discurso práctico y los de las críticas estética y terapéutica. 271 Pedro José Posada Gómez lógica a su forma de cálculo axiomatizado de leyes, y se la opone a la dialéctica y la retórica. Posiblemente, si se tuviera en mente la presentación de la lógica como un sistema de reglas de inferencia, se vería mejor el carácter complementario de la lógica, en relación con las otras dos esferas. No debe olvidarse que por su génesis y por su función de herramienta de análisis de la validez y coherencia de los argumentos, el sistema de reglas de inferencia posee una tradición que desborda su forma meramente calculística. El segundo aspecto de la propuesta habermasiana, su énfasis en los presupuestos ideales que deben satisfacer las argumentaciones —especialmente en los aspectos del procedimiento dialéctico y el proceso retórico—, puede ser justificado si se piensa en una teoría que tendría esencialmente una función crítica o evaluativa de los argumentos reales; sería una especie de ideal regulativo de la argumentación. Pero, si se pretende una teoría que además pueda describir la argumentación cotidiana, se tendría que avanzar en la reconstrucción, no solo de los presupuestos formales de la argumentación, sino además, de las desviaciones y patologías argumentativas. Esto permitiría refinar los criterios para evaluar la fuerza de los argumentos (eficacia y validez), y para distinguir el modo como la persuasión de auditorios particulares puede pretender (explícita o implícitamente) el convencimiento de un auditorio universal mediante sus pretensiones de validez; es decir, el modo como “una opinión puede transformarse en saber”. La distinción habermasiana entre ‘discurso’ y ‘crítica’ refleja esta tensión entre los aspectos universalistas y particularistas de la argumentación. Finalmente, creo necesario reconocer que la definición (implícita) de las tres disciplinas del canon aristotélico, dada por Habermas, no parece coincidir completamente con la idea que comúnmente se tiene de ellas (especialmente de la retórica y la lógica). De allí que la adición del “parámetro temporal” mencionado antes resulte importante para dar una interpretación dinámica del modelo de Habermas. Este parámetro temporal ha sido introducido por Hoyos y Vargas en la cita antes anotada: “La teoría de la argumentación buscada consta de tres momentos íntimamente relacionados entre sí: la lógica de los argumentos, como productos de una tradición, la dialéctica de los procedimientos comunicativos en el presente, en un futuro abierto por la retórica como proceso de entendimiento posible”. Esto significaría que en el momento ‘lógico’ reunimos la herencia recibida en el lenguaje cotidiano, con toda su carga de verdades, valores, y sus relaciones sistemáticas; en el momento dialéctico confrontamos esta herencia con otras concepciones y pareceres; y en el momento retórico tratamos de determinar el nivel de universalidad de los acuerdos logrados dialécticamente. El resultado de este ‘proceso retórico’ será decantado como tradición cultural 272 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) que engrosará la ‘lógica recibida’ y será el nuevo punto de partida. Esta interpretación dinámica del modelo habermasiano, que intentaré apoyar en mis conclusiones finales, podría representarse gráficamente (Figura 7.1). Figura 7.1. Dinámica de las tres esferas de la argumentación Es decir, que los presupuestos “lógicos” recibidos serían puestos a prueba en el procedimiento “dialéctico” y “procesaríamos” las conclusiones según el grado de “universalidad” de sus “pretensiones de validez”. El “producto” de ese “proceso” engrosaría el acerbo de presupuestos (“premisas”) para futuras argumentaciones (La aclaración de los términos entrecomillados será asumida en las conclusiones finales). 273 CONCLUSIONES En primer lugar haré una breve síntesis del camino recorrido en los capítulos anteriores, en segundo lugar, finalmente, presentaré, también de modo esquemático, un modelo de análisis de la argumentación que sigue la idea básica del esquema habermasiano pero trata de mejorarlo, o al menos completarlo, con elementos de los capítulos precedentes. En los primeros tres capítulos de este texto hicimos un repaso de las tesis de Aristóteles sobre las tres disciplinas que Habermas llama “el canon aristotélico”: Dialéctica, lógica y retórica. Acogiendo el criterio del posible orden cronológico de su composición, empezamos este análisis con los textos aristotélicos que presentan su teoría dialéctica: Los Tópicos y las Refutaciones sofísticas. En el capítulo 1: “El concepto de ‘razonamiento’ en los Tópicos y las Refutaciones sofísticas” pudimos constatar que Aristóteles concibió primero una teoría general sobre los razonamientos, luego determinó las funciones de los razonamientos dialécticos (y de los erísticos) y dejó planteado el espacio de los razonamientos demostrativos apodícticos, que serían el objeto de los Analíticos I y II. Tal como anotábamos allí: 1. El desarrollo de la teoría lógica aristotélica se deriva de su reflexión sobre el diálogo y la dialéctica, y, como un caso especial de ella, deriva los razonamientos demostrativos o científicos, que parten de premisas verdaderas y aplican las formas correctas de razonar; y 2. Para Aristóteles, los argumentos dialécticos no se distinguen de los demostrativos por su aspecto formal, sino por la calidad epistémica de sus premisas (el ser verdaderas o el ser plausibles). Con ello, redescubrimos que la prioridad de la dialéctica aristotélica con respecto a su teoría lógico for- Pedro José Posada Gómez mal no es solo cronológica sino también metodológica, en un doble sentido: 1. Los razonamientos demostrativos son un caso especial de razonamientos dialécticos, y 2. La tipología de razonamiento que se desarrolló en la dialéctica sigue vigente cuando Aristóteles desarrolla su lógica formal y su teoría retórica, como pudimos constatar en los capítulos 2 y 3. Vimos que para Aristóteles la dialéctica es una técnica interrogativa y crítica (que no pregunta sobre las cosas primordiales, pues las toma como punto de partida de la interrogación (172a 17)), y considera el filósofo que aun los que no conocen las artes específicas pueden ejercer la crítica, pues “también los ignorantes emplean de algún modo la dialéctica y la crítica: pues todos, hasta cierto punto, se esfuerzan en poner a prueba a los que hacen profesión de sabios” y “todos refutan: pues participan sin técnica de aquello en lo que consiste técnicamente la dialéctica...” (172a 30-35). Con esto quiero resaltar el hecho de que para el autor no hay una separación cualitativa entre el dialéctico y el hombre común que discute; la distinción es de grado. En el capítulo segundo (2. “La concepción aristotélica de la lógica y sus relaciones con la dialéctica”) pudimos constatar que: 1. La “lógica”, “analítica” o “apodíctica” aristotélica surge como una ampliación o especificación del estudio del razonamiento iniciado en los Tópicos, es decir, en la dialéctica aristotélica. 2. Aristóteles mantiene una perspectiva dialéctica a lo largo de su presentación del razonamiento analítico. 3. Cuando descubre el silogismo válido, Aristóteles lo considera como un instrumento aplicable a todo tipo de razonamiento: dialéctico, demostrativo o retórico. Vimos también que Aristóteles, aunque distingue la validez formal del valor de verdad de los elementos del silogismo, prioriza el papel de los silogismos que poseen premisas apodícticas, o verdaderas, y que permiten determinar la causa o razón de un fenómeno, es decir, los silogismos que considera útiles para determinar la verdad de la conclusión a partir de la verdad de las premisas y la corrección formal del razonamiento. No obstante, resaltamos que el interés de Aristóteles está más en los usos del razonamiento que en su formalización. Coincidimos pues con Toulmin cuando afirma que “Aristóteles era más pragmatista, y menos formalista, de lo que habían considerado los historiadores por norma general desde la Alta Edad Media” (Toulmin, 2007, p. 10). En el capítulo 3, “La retórica como antistrofa de la dialéctica”, pudimos constatar que Aristóteles construye su versión de la retórica teniendo como marco de referencia los tipos de razonamiento que había estudiado en la dialéctica (Tópicos y Refutaciones sofísticas), por lo cual su retórica no es 276 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) opuesta al razonamiento dialéctico (y lógico) sino que brinda una muestra de un uso persuasivo de los razonamientos analizados en sus obras previas. En este sentido, la retórica es homóloga de la dialéctica, un “esqueje” de ella, y contiene un componente estrictamente racional en las “pruebas” (πίστεις) propias del arte, que son los entimemas y ejemplos. Todo ello al servicio de la tarea de convencer o persuadir a un auditorio. Estos tres primeros capítulos no permitieron ver cómo el concepto aristotélico de “razonamiento” (συλλογισμός) sufre un proceso de especificación que sigue el programa trazado en los Tópicos, se especifica en su aspecto demostrativo en los Analíticos, y cumple un papel persuasivo en la Retórica. Mostrado esquemáticamente, el devenir cronológico del concepto de razonamiento sería: habría empezado con un concepto amplio de “esquema de razonamiento” (“De algo se sigue algo”, con determinado grado de validez o verosimilitud), mostrando primero sus formas dialécticas o críticas (Top. y Ref. Sof.), luego la forma analítica de razonar, lógica y demostrativa (Anal. I y II)302 y, finalmente, en la Retórica deriva hacia un uso persuasivo de la racionalidad dialéctica (pues se trata de una retórica filosófica, que responde a la sofística, y es homóloga y esqueje de la dialéctica) compuesta de elementos dialéctico-analíticos y de elementos “éticos”-“políticos”303). En otras palabras, la analítica es un aspecto de la dialéctica de los Tópicos, en su sentido amplio, un aspecto que se volvió ciencia. Así, pues, la lógica expone y demuestra, la dialéctica cuestiona y refuta, y la retórica persuade. En la segunda parte de este texto, intentamos rastrear la influencia de las tres disciplinas del que Habermas llama el canon aristotélico (lógica, dialéctica y retórica) en algunas teorías contemporáneas de la argumentación: la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts, la “lógica informal” de Toulmin, la pragma-dialéctica de Van Eemeren et al. y la teoría de la acción comunicativa de Habermas. Revisemos brevemente este segundo trayecto del recorrido. Perelman-Olbrechts presentan su teoría como una recuperación de la distinción aristotélica entre los razonamientos necesarios (demostrativos y analíticos) y los razonamientos dialécticos (plausibles o verosímiles): “Nuestro análisis se refiere a las pruebas que Aristóteles llama dialécticas, que examina en los Tópicos y cuyo empleo muestra en la Retórica” (Perel302 La lógica aristotélica supone un sistema conceptual preciso (las Categorías y los Peri Hermeneias) y este sistema se levanta sobre una ontología del sentido común y su perfeccionamiento por la ciencia. 303 La Retórica no solo refleja el uso persuasivo de la dialéctica (los elementos críticos de la lógica y el razonamiento verosímil), sino también los elementos éticos del conocimiento de los caracteres y los elementos agonísticos del ejercicio de la “fuerza simbólica” del debate. 277 Pedro José Posada Gómez man y Olbrechts, 1958/1994, p. 35)304. Este énfasis en un elemento común a la dialéctica y la retórica aristotélicas explica, en parte, que los autores consideren que su teoría podría ser denominada tanto retórica como dialéctica. No obstante, los autores dan dos razones para preferir el nombre de Nueva Retórica, en vez de Nueva Dialéctica, para su teoría de la argumentación: el hecho de que desde Hegel la noción de dialéctica se haya alejado de su sentido primitivo, y la tendencia a asignar a la dialéctica (desde la antigüedad) un carácter impersonal (semejante a la lógica), mientras que la noción de retórica no ha sufrido tales cambios de sentido y desde sus inicios ha estado ligada a la búsqueda de la adhesión, por lo que el concepto de auditorio siempre ha sido central en ella: “Nuestro acercamiento (a la retórica) pretende subrayar el hecho de que toda argumentación se desarrolla en función de un auditorio” y agregan: “Dentro de este marco, el estudio de lo opinable, en los Tópicos, podrá encontrar su lugar” (p. 36). Así, pues, partiendo de que tanto la retórica como la dialéctica se ocupan de lo opinable, Perelman-Olbrechts parecen considerar que la dialéctica de los Tópicos puede quedar inserta en su Nueva Retórica. Esta impresión se refuerza si recordamos que el tipo de auditorio que constituyen los que interactúan en el diálogo o debate no ocupa un lugar privilegiado en la clasificación que nos ofrecen de los auditorios. Tanto el interlocutor de la deliberación (o diálogo íntimo) como la contraparte en el diálogo pueden ser subsumidos en las categorías generales de auditorio universal o auditorios particulares. Además, con el énfasis en el carácter de opiniones de los componentes de la dialéctica, parece dejarse en segundo plano la idea de técnica de la discusión o del debate, idea que viene desde los griegos y es retomada en el siglo XX por varios autores (entre ellos los pragma-dialécticos y Habermas). No obstante, esta impresión general puede modificarse a favor de Perelman-Olbrechts, si consideramos que su punto de partida es el modelo judicial, en el cual el juez está inmerso en un debate que es de tipo dialéctico. Por nuestra parte hemos propuesto reinterpretar la oposición entre auditorio universal-auditorios particulares, valiéndonos de la idea habermasiana de “pretensiones de validez”. En este sentido, el orador se dirige siempre a auditorios concretos (desde sí mismo, hasta una hipotética humanidad) y a esos auditorios puede presentarles tesis que pretenden validez universal (válidas para el “auditorio universal”) o tesis que solo pretenden ser válidas para una categoría especial de personas (los “auditorios particulares” de 304 Por nuestro análisis previo podemos agregar que en los Tópicos y las Refutaciones también se analizan los argumentos demostrativos y erísticos, y que ellos, además de los dialécticos, son empleados en la lógica y la retórica de Aristóteles. 278 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Perelman)305. Este énfasis en el carácter de las pretensiones de validez no se opone al conocimiento que el orador debe tener de las opiniones que comparte su auditorio concreto; ni al papel de juez que se asigna al auditorio. Por otro lado, hemos propuesto la conveniencia metodológica de partir del supuesto de que todo el que argumenta pretende, en principio, decir algo verdadero, válido o verosímil (como si fuera válido para el auditorio universal) y que solo el debate ulterior aclarará si esta pretensión de universalidad es pertinente o aceptable, o si debe ser considerada como un caso de validez particular. En cuanto al papel de la lógica en la Nueva Retórica de Perelman-Olbrechts, y como vimos en su momento, su valoración de la lógica pasó por varias etapas: 1) una de oposición, que se puede ver en el libro Logique et Rhétorique (1950), 2) otra de complementariedad, como se expresa en algunos pasajes del Tratado (1958), y 3) una de inclusión de la lógica en la retórica, como lo aclara L. Olbrechts-Tyteca en una nota al pie del artículo de 1963: “Rencontre avec la rhétorique”: “Creo que, en este momento, nuestras investigaciones tenderían más a hacer de la lógica una parte de la retórica” (Olbrechts-Tyteca, 1963, p. 17). Esto se entiende si recordamos que en un primer momento la Nueva Retórica se opone al intento de reducir el razonamiento humano al cálculo lógico-matemático; en el segundo, la Nueva Retórica se presenta como organón de la razón práctica, complementario del dominio del pensamiento lógico formalizable; y en el tercero, la Nueva Retórica subsume al lenguaje lógico-formal como un caso especial suyo, aquel en el cual la reducción de las diferencias y la estandarización del lenguaje y las reglas de inferencia permiten el proceso lógico-deductivo. A pesar de ello, la teoría de la argumentación de Perelman-Olbrechts parece haberse desarrollado principalmente con la idea de oposición y complementariedad entre análisis lógico y análisis argumentativo (o “retórico”), como queda reflejado 1) en el hecho de que tanto en el Tratado (1958) como en el Imperio (1978) casi todos los capítulos comienzan con la distinción tajante entre esos dos tipos de análisis, 2) en la afirmación enfática de que la Nueva Retórica abarca “el campo inmenso del pensamiento no formalizado” (1997, p. 11)306 y 3) en la eliminación del criterio de validez lógicoformal para la valoración de los argumentos denominados “cuasilógicos”. 305 Parodiando la distinción que hace M. Meyer entre los aspectos efectivo y proyectivo del ἦθος y el πάθος, podríamos decir que el auditorio concreto es un auditorio efectivo, mientras que las pretensiones de validez (sean universales o particulares) se dirigen a un auditorio proyectivo (Meyer, 2004, p. 42 ss.). 306 En un escrito titulado “¿Pueden ser formalizados los argumentos retóricos?” el profesor Adolfo León Gómez (2001/2006) ha puesto en duda la relevancia de la formalización para valorar los argumentos retóricos. 279 Pedro José Posada Gómez En el quinto capítulo hemos examinado la propuesta de Toulmin para el análisis de los argumentos. Que no fue planteada en principio como una teoría de la retórica o de la argumentación sino como una revisión crítica del desarrollo de la lógica hacia el formalismo y su alejamiento de la argumentación cotidiana. A pesar de ello, el análisis que hace Toulmin de la estructura de los argumentos se ha constituido en un modelo de análisis argumentativo. En la revisión de la crítica toulminiana al formalismo lógico encontramos esta pregunta: Debemos preguntar en qué medida el carácter formal de un argumento válido puede concebirse more geometrico, como si su validez formal fuera únicamente cuestión de presentar el tipo correcto de configuración, y hasta qué punto es necesario que se conciba más bien en términos de procedimiento, como una cuestión que consiste en seguir formalidades que deben observarse con el fin de hacer posible la evaluación de los argumentos. (Toulmin, 1958, p. 43/2007, p. 67)307 La respuesta afirmativa a la segunda alternativa de la pregunta corrobora que, contra la absolutización del criterio de validez lógico-formal (la configuración), Toulmin propone evaluar los argumentos en términos del procedimiento que hace posible evaluarlos. Pero si quisiéramos interpretar los términos de Toulmin en analogía con la tríada habermasiana de producto, procedimiento y proceso, esto nos posibilitaría decir que Toulmin opone al mero criterio lógico de los productos (evaluado en su validez sintáctica), la consideración del procedimiento (¿dialéctico?) que permite evaluar el argumento (¿proceso retórico?). Sea así o no, es claro que la “lógica informal” de Toulmin se presenta como alternativa a la lógica formal, para el análisis de la argumentación cotidiana (así como en su momento la Nueva Retórica opuso el análisis de los argumentos no formalizados al análisis lógico formal). Vale la pena recordar que, así como hiciera Perelman, Toulmin tomó como modelo argumentativo para su teoría, el modelo jurídico de argumentación (centrado en el papel del litigante, y no en el del juez). Vimos que para Toulmin, la congruencia y la coherencia (lógicas) son apenas “prerrequisitos de la evaluación racional” (Toulmin, 1958, pp. 171172/2007, p. 223). O, dicho en otros términos: “las consideraciones lógicas no son sino consideraciones formales”, es decir, son consideraciones que tienen que ver con las formalidades preliminares de la expresión de un argumento y no con los méritos reales de argumento o proposición alguna. 307 Subrayados míos. 280 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) No podríamos pedirle a la teoría de Toulmin una reinterpretación de la retórica o la dialéctica antiguas. Sus críticas al carácter limitado y ambiguo de las nociones lógicas como deducción, posibilidad, necesidad, etc. las realiza en el espíritu de quien quiere ampliar la terminología lógica al uso, para acercarla más a los múltiples usos del razonamiento en el lenguaje cotidiano. Aparte de la pertinencia de sus críticas a las nociones de la lógica formal, el esquema propuesto por Toulmin deja poco o nulo espacio para los aspectos vinculados con el ethos del orador (o de los dialogantes) y con el pathos del auditorio. Su aplicabilidad inmediata parece restringida a una ampliación del análisis lógico de la estructura de los argumentos, y en un análisis más ambicioso de la argumentación tendrá que ser complementado con otros modelos teóricos. En nuestro capítulo 6 revisamos el modelo pragma-dialéctico de análisis de la argumentación. Allí pudimos constatar que este modelo parte de un ambicioso programa de investigación que todavía se encuentra en su fase de desarrollo. Los principales logros de este modelo son, a nuestro juicio, un enfoque dialéctico de la argumentación como intento de resolver una diferencia de opinión, un decálogo de reglas para evaluar de manera racional el procedimiento dialéctico de la disputa y que, a la vez, permiten sistematizar de una forma novedosa el tema de las falacias que se presentan en las argumentaciones. Vimos también que el modelo pragma-dialéctico intenta incluir los aspectos lógicos y retóricos de la argumentación. Los primeros, incluyendo la “corrección lógica” como una de las reglas de la disputa racional y los segundos, incorporando el análisis de las “maniobras estratégicas” en el modelo de análisis. Ambos elementos, sin embargo, no perecen haber sido desarrollados de forma satisfactoria en la pragma-dialéctica. El aspecto lógico, porque los autores pretenden escapar a lo que llaman el “deductivismo” lógico-formal, pero sin haber aportado una alternativa clara a él. El aspecto retórico, porque los autores mantienen una concepción de la retórica como “maniobras” que se agregan como elementos adicionales al proceso dialéctico, con el único objeto de ganar la disputa a toda costa. Dijimos en su momento que esta concepción de la retórica parece coincidir mejor con lo que Aristóteles llamaba la erística, en su teoría dialéctica. Visto desde la tríada habermasiana, el modelo pragma-dialéctico parece estar centrado en el procedimiento dialéctico, prestando poca atención a los presupuestos lógicos (producto) y al proceso retórico. Tratándose de una teoría en desarrollo, es posible que sus autores refuercen la teoría en próximas versiones. 281 Pedro José Posada Gómez Nuestro último capítulo presentó la propuesta de Habermas, de mirar al “habla argumentativa” desde los tres aspectos del proceso retórico, el procedimiento dialéctico y el producto lógico. No agregaremos aquí nada a lo dicho en las conclusiones de ese capítulo, sino que trataremos de usar ese modelo para delinear nuestra propia concepción de lo que podría ser el análisis de la argumentación desde una versión revisada de la tríada habermasiana. Elementos para una Teoría General de la Argumentación Para terminar estas conclusiones expondré de manera esquemática algunos elementos que podría y debería contemplar una teoría general de la argumentación que cumpla con el requisito habermasiano de distinguir los aspectos de procedimiento, proceso y producto del habla argumentativa y que incluya aportes de las otras teorías de la argumentación que hemos considerado aquí. En todos los casos partimos de una interpretación y valoración de esas teorías. Incluso en el caso de la teoría de Habermas, modificaré algunos aspectos de su conceptualización. Empezaré con una aclaración sobre los conceptos de “argumento” y “argumentación” (a), para presentar enseguida una versión del papel de los tres momentos (que llamaré: el pre-acuerdo epistemo-lógico; el desenlace dialéctico del desacuerdo y la evaluación “retórica” del acuerdo logrado) en la dinámica del intercambio argumentativo (b), y terminaré con algunas observaciones sobre el tipo de contenidos que debería contemplar el análisis de esos tres momentos (c). (a) Si bien desde una perspectiva lógica, un argumento es un “razonamiento”, que puede ser interpretado como una cadena sintáctica de proposiciones lógicas, desde la pragmática de los actos de habla, el argumento es un enlace entre actos de habla, cuya estructura proposicional tiene además una intención ilocucionaria determinada. Y así como desde una perspectiva meramente formal, un razonamiento es una inferencia a partir de una o más proposiciones, desde la pragmática un argumento supone al menos dos actos de habla que desempeñan los roles de premisa y conclusión. En Teorías de la verdad Habermas había definido un argumento —desde una perspectiva que podemos considerar como dialéctica— como “la razón que nos motiva a reconocer la pretensión de validez de una afirmación o de una norma o valoración” (Habermas, 1993, p. 141)308. 308 Esta doble perspectiva, epistémica y moral, también está implícita en la clasificación perelmaniana de las premisas de la argumentación como “relativas a lo real” (hechos, verdades, 282 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Desde esa perspectiva se supone que una norma o valoración ha sido puesta en duda (por alguien) y alguien ha dado un argumento para justificar su validez. Aquí el “argumento” ocupa el lugar de una justificación (en términos de Toulmin, una garantía o respaldo) para una tesis (que la norma o valoración tal merece reconocimiento). Y como siempre que ofrecemos un argumento “a favor de” algo, estamos suponiendo el argumento contrario, el contra-argumento (el potencial refutador del esquema de Toulmin, que es su elemento más dialéctico), desde este punto vista, todo argumento se puede considerar como enmarcado en un debate potencial. Todo argumento es dialéctico. Habermas también ha presentado una definición dialógica de la argumentación: “Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan de desempeñarlas o de recusarlas por medio de argumentos” (Habermas, 1981/1999, p. 37). Aquí se supone, además de argumentos y contra-argumentos, la presencia de dos sujetos en los roles de proponente y oponente, embarcados en el juego de dar y pedir razones (De allí que no tenga sentido, en esta perspectiva dialéctica, definir la argumentación en términos de las propiedades lógico formales de las cadenas de argumentos y contra-argumentos que la componen; aunque el debate mismo sea susceptible de algún nivel de formalización). Así como un argumento supone al menos dos actos de habla (en los roles de premisa y conclusión), la argumentación supone al menos dos argumentos: el argumento que se propone y el contra-argumento que se le opone309. Desde esta perspectiva, el esquema de Toulmin se puede entender como el de un argumento complejo (con al menos tres premisas con las funciones de datos, garantías y respaldos) que podrá volverse dialéctico, y ser catalogado como una argumentación, mediante la construcción del contra-argumento que se le opone (ampliando el refutador potencial del argumento de partida). Los argumentos pueden adquirir el estatus de “tópicos”, es decir, hacer parte de un arsenal de esquemas argumentativos potenciales que el hablante podrá explicitar y poner a prueba en las argumentaciones310. presunciones) y “relativas a lo preferible” (valores, jerarquías de valores y lugares comunes de lo preferible). 309 Esta idea de la argumentación es conciliable con la definición de la retórica propuesta por Michel Meyer (2008, p. 21): “La rhétorique est la négociation de la distance entre des individus à propos d’une question donnée”. 310 Esta aproximación al concepto de “argumentación” es compatible con la definición del profesor Adolfo León Gómez que hemos citado en el capítulo 4: Extrapolando la noción de “ma- 283 Pedro José Posada Gómez (b) Vista como una actividad, la argumentación presenta un aspecto dinámico que podríamos descomponer en tres momentos: el momento del pre-acuerdo epistemo-lógico; el momento del desenlace dialéctico del desacuerdo y el debate, y el momento de la evaluación “retórica” del acuerdo logrado: - 1. El momento epistemo-lógico que corresponde al conjunto de acuerdos (preconceptos, premisas y presunciones) aceptados de entrada por los interlocutores antes de surgir la duda o controversia. Dicho en otras palabras, el momento epistemo-lógico está constituido por el entorno de los acuerdos1 que posee el hablante en un mundo de la vida, en tanto capaz de lenguaje y acción. De él hacen parte un lenguaje común y unos sistemas de reglas y máximas provenientes de la experiencia vital, organizados con cierta lógica311 (que a veces se condensan como sentido común, mentalidades, ideologías, doctrinas y reglas explícitas). El entorno epistemo-lógico es nuestra respuesta implícita a la pregunta ¿qué sabemos? o ¿qué creemos saber?312. - 2. El momento dialéctico. Que corresponde al conjunto de procedimientos usados para defender o cuestionar un punto de vista. Procedimientos aceptados por los interlocutores. En este momento se supone la decisión de los participantes de tematizar o debatir los distintos puntos de vista mediante argumentos controvertibles. En otros términos, el momento dialéctico explicita la duda o el desacuerdo, cro-acto” de habla desarrollada por Van Dijk, el profesor Adolfo León Gómez ha propuesto caracterizar a la argumentación como un “mega-acto” de habla: “la argumentación sería una secuencia ordenada y coherente de argumentos. Es decir, de macroactos, de los macroactos más simples” (Gómez, 2001/2006, p. 96). 311 Una “lógica” que está interpretada semánticamente, y para la cual vale lo que anota Popper a propósito de las reglas lógicas de inferencia: “... si por lenguaje entendemos un simbolismo que nos permite hacer enunciados verdaderos (...) Una regla válida de inferencia con respecto a tal sistema semántico de lenguaje sería una regla a la cual, en el lenguaje en cuestión, no puede hallarse ningún contraejemplo, porque no existe ningún contraejemplo” (Popper, 1967, p. 256). 312 Esta concepción del componente lógico de la argumentación podría ser conciliada con la “teoría expresiva de la lógica” defendida por Robert Brandom, según la cual “la importancia filosófica de la lógica no consiste en capacitar a los que dominan el uso de las locuciones lógicas para probar una clase especial de afirmaciones, es decir, de legitimarse a sí mismos para un tipo de compromiso en un estilo formal privilegiado. Más bien, la importancia del vocabulario lógico consiste en lo que permite decir a aquellos que lo dominan, o sea en capacitarlos para expresar esta clase especial de afirmaciones. El vocabulario lógico dota a los participantes en la práctica lingüística del poder expresivo para hacer explícitos como contenido de sus afirmaciones precisamente aquellos rasgos implícitos en la práctica lingüística que en primer lugar confieren contenido semántico a sus enunciados. La lógica es el órgano de la autoconciencia semántica” (Brandom, 2005, pp. 25-26). 284 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) como momento de antagonismo, y da lugar a la crítica, al debate. La crítica, el debate y el diálogo suelen estar regidos por reglas (implícitas o explícitamente acordadas). El momento dialéctico responde a la pregunta: ¿Cómo enfrentar y resolver el desacuerdo? - 3. El momento retórico es el que da cuenta de los criterios de persuasión y validez que permitirán el logro del acuerdo2. Criterios para determinar el logro de una persuasión eficaz y de un convencimiento razonable. Dicho de otro modo, el momento retórico es el modo de concluir el proceso en litigio, determinando la fuerza de los argumentos en disputa y el mayor o menor grado de universalidad de sus pretensiones de validez. El momento retórico intenta responder a la pregunta ¿mediante cuáles elementos de persuasión (eficacia) y qué criterios de convencimiento (validez) se ha logrado el acuerdo2? Esquemáticamente, esta dinámica de la acción argumentativa se podría representar en un esquema circular (Tabla 8.1). Tabla 8.1 Las tres esferas de la teoría habermasiana de la argumentación Intención fundamental Estructura argumentativa Tiempo Otros contenidos Esfera lógica de los productos Esfera dialéctica de los procedimientos Fundamentar una pretensión de validez por medio de argumentos Forma interna de los argumentos y relaciones entre ellos Pasado (productos heredados de la tradición) Premisas, datos, reglas de inferencia (formales) nexos argumentales, etc. Cerrar las disputas con un acuerdo racionalmente motivado Competición reglamentada por el mejor argumento Círculo retórico de los procesos Convencer a un auditorio universal Situación ideal de habla Presente (del diálogo, debate o disputa) Futuro (del entendimiento posible) Máximas de la conversación; erística; crítica estética; etc. Discursos teóricos y prácticos; ciencias; filosofías universalistas, etc. Si nos valemos de los tres elementos del discurso persuasivo que postuló Aristóteles en su Retórica, podemos afirmar que el momento epistemológico hace énfasis en el aspecto del logos, entendido como las propiedades formales del discurso; el momento dialéctico lo hace en el ethos de los interlocutores del diálogo o debate; y el momento retórico-evaluativo en las características del pathos de los auditorios. 285 Pedro José Posada Gómez (c) Finalmente, intentaré precisar qué tipos de contenidos deberían ser analizados en cada uno de los tres momentos del intercambio argumentativo. 1. El momento de los presupuestos epistemo-lógicos comprende todo el conocimiento del que están dotados los hablantes al momento de iniciar la argumentación. De ese inmenso contenido, el analista debería considerar: - Las premisas de la argumentación (en el sentido de la Nueva Retórica), es decir, las premisas relativas a lo real (hechos, verdades y presunciones) y las relativas a lo preferible (valores, jerarquías de valores y lugares comunes de lo preferible). Este conjunto de premisas pueden variar entre uno y otro auditorio (o comunidad de lenguaje) y entre un campo del saber y otro. - Las reglas formales que explicitan conexiones inferenciales entre proposiciones o entre actos de habla313. Entre ellas ocupan un lugar privilegiado las que señalan relaciones de implicación, identidad, contradicción, causalidad, transitividad, etc. - Los esquemas argumentativos, bien sea en la versión perelmaniana (que considera nexos cuasilógicos, basados en la estructura de la realidad y que fundan la estructura de lo real, además de las disociaciones de nociones) o en la versión de la pragma-dialéctica (sintomáticos, analógicos o instrumentales). Hemos subrayado las ventajas analíticas del modelo de Perelman. - De las reglas de Alexy-Habermas: - La primera “regla fundamental”: “(1.1) Ningún hablante debe contradecirse” Que se puede hacer aceptable desde una perspectiva pragmática si le agregamos: “... a menos que el hablante pueda mostrar que su contradicción es aparente, es decir, que puede disolver la incompatibilidad de que se le acusa”. - las reglas (1.3) y (1.4) de Alexy (en Habermas (1.2) y (1.3)) que son reglas básicas de consistencia semántica: 313 J. Searle y D. Vanderveken (Foundations of Ilocutionary Logic. Cambridge: Cambridge University Press, 1985) han desarrollado a este respecto una “lógica ilocucionaria”. Para una aproximación general a este proyecto puede consultarse el capítulo V (“Lógica ilocucionaria, paradojas pragmáticas y argumentación”), en Adolfo León Gómez (1988). 286 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) 1.2. “Cualquier hablante que aplique un predicado F a un objeto a, debe estar dispuesto a aplicar el predicado F a cualquier otro objeto que coincida con a en todos los aspectos relevantes, y 1.3. Distintos hablantes no pueden emplear la misma expresión con distintos significados”. (Habermas, 1983/1985, p. 110) Valga anotar que estas reglas son comunes a todo tipo de discurso (teórico, práctico) y a la argumentación cotidiana. Además, podrían ser derivadas de la “Regla de justicia” perelmaniana. 2. En el momento del procedimiento dialéctico deberán ser tenidas en cuenta las reglas de este tipo de encuentro que ya involucran al menos dos sujetos o dos roles argumentativos. La teoría pragma-dialéctica ha hecho importantes aportes para el análisis de las argumentaciones en su aspecto dialéctico. En este nivel es pertinente valerse de las reglas para la discusión crítica propuestas por los pragma-dialécticos, especialmente las siete primeras: 1. Regla de libertad: Los participantes no deben obstaculizar la expresión o el cuestionamiento de los puntos de vista. 2. Regla de la carga de la prueba: La parte que ha avanzado un punto de vista está obligada a defenderla si la otra parte se lo pide. 3. Regla del punto de vista: El ataque debe recaer sobre el punto de vista tal como ha sido presentado por la otra parte. 4. Regla de la relevancia: Una parte no puede defender su punto de vista sino avanzando una argumentación relativa a dicho punto de vista. 5. Regla de la premisa no expresada: Una parte no debe atribuir abusivamente al adversario ninguna premisa implícita. No debe rechazar una premisa que ella misma ha dejado sub-entendida. 6. Regla del punto de partida: Una parte no debe presentar una premisa como un punto de partida aceptado cuando tal no es el caso. No debe tampoco rechazar una premisa si constituye un punto de partida aceptado. 7. Regla del esquema de la argumentación: Una parte no debe considerar que un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente si esta defensa no ha sido conducida según un esquema argumentativo adecuado y correctamente aplicado (Van Eemeren y Grootendorst, 1996, pp. 229-230). De las restantes reglas pragma-dialécticas, la octava (8. Regla de la validez: Una parte no debe utilizar sino argumentos lógicamente válidos, o susceptibles de ser validados mediante la explicitación de una 287 Pedro José Posada Gómez o varias premisas) pertenece más al momento de los presupuestos lógicos, y solo podría ser aceptable con una salvedad semejante a la que le introdujimos a la regla (1.1) de Alexy-Habermas: si por razones formales un argumento aparece como no-válido, la parte debe hacer su justificación como argumento retórico (posiblemente cuasilógico), inmunizándolo contra el criterio formal de validez. La novena regla pragma-dialéctica: «9. Regla de clausura: Si un punto de vista no ha sido defendido de manera concluyente, entonces el proponente debe retirarlo. Si un punto de vista ha sido defendido de manera concluyente, entonces el oponente no debe ponerlo ya en duda (Van Eemeren y Grootendorst, 1996, pp. 230-231)» alude a las condiciones prácticas del cierre del debate y en nuestro esquema se ubica en el momento de la evaluación retórica. La décima regla: «10. Regla del uso: Las partes no deben utilizar formulaciones insuficientemente claras o de una oscuridad susceptible de engendrar la confusión; cada una de ellas debe interpretar las expresiones de la otra parte de la manera más cuidadosa y pertinente posible (Van Eemeren y Grootendorst, 1996, p. 232)» supone un reconocimiento recíproco de las reglas semánticas (1.2) y (1.3) de Habermas-Alexy. - De las reglas de Alexy-Habermas pertenecen al momento dialéctico las reglas (2.1) y (2.2) de Habermas —(1.2) y (2) de Alexy—: 2.1. Cada hablante sólo puede afirmar aquello en lo que verdaderamente cree. 2.2. Quien introduce un enunciado o norma que no es objeto de la discusión debe dar una razón para ello. (Habermas, 1983/1985, p. 111) La regla 2.1. equivale a la regla de sinceridad de Searle y no parece pertinente para el momento epistemo-lógico, de allí que Habermas acierte al ubicarla en su esfera de los procedimientos dialécticos. La regla 2.2. (que es una regla de la “carga de la prueba”) coincide con la regla 2 de la pragma-dialéctica. Dado que el momento dialéctico involucra la interacción de dos o más sujetos, serán pertinentes los elementos vinculados con el ἦθος de los oradores y merecerán especial cuidado los nexos argumentativos que aluden a la calidad de los sujetos (como en los clásicos argumentos de autoridad, ad baculum, ad verecundiam, etc. Y todos los nexos que señala Perelman bajo la denominación de relaciones persona-acto, toda vez que argumentar es un acto de un sujeto). 288 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) Las máximas de la conversación de Paul Grice parecen ubicarse también en este momento dialéctico. Sin embargo, ellas solo resultan pertinentes para un caso especial de intercambio: aquel que se propone lograr la comunicación más efectiva de un contenido. De allí que quepa la duda de si ellas no serán exclusivas del tipo de discurso que solamente pretende informar, más bien que debatir un punto de vista. En el momento dialéctico, el debate y el diálogo pueden quedar truncos o no llegar a ningún acuerdo (y hasta profundizar las diferencias de opinión); pero cuando las partes llegan a una determinada solución de la disputa, reconstituyen el marco del saber a nivel de un nuevo acuerdo o acuerdo2, que aquí separamos como un tercer momento. 3. En términos de la Nueva Retórica, la argumentación tiene por objeto persuadir (o disuadir) o convencer. Perelman define la diferencia entre persuadir y convencer apelando a si el discurso se dirige al auditorio universal o a un auditorio particular. Por nuestra parte, hemos propuesto interpretar esta dicotomía perelmaniana en términos de una diferencia de grado (no de naturaleza) entre el estado de persuasión y el de convencimiento (parodiando a Aristóteles, el convencimiento no es sino el grado más alto de persuasión). Y hemos propuesto, además, disolver la diferencia entre “auditorio universal” y “auditorio particular” en aquella de “pretensiones universales de validez” y “pretensiones particulares (o singulares) de validez” que están adscritas a las tesis que defendemos o queremos refutar. Desde este punto de vista, el momento conclusivo y evaluativo de la argumentación puede ser visto como el “proceso retórico” en el cual se juzga el grado de adhesión logrado por el defensor (o el cuestionador) de una tesis. Este grado de adhesión es la medida “retórica” de la fuerza de un argumento. Y si esta fuerza es una mezcla de criterios de eficacia y criterios de validez, la evaluación retórica de las conclusiones sopesará el grado de persuasión efectiva sobre un auditorio concreto con los criterios de validez que le darían aceptación universal. La filosofía y la ciencia serían así modelos de discursos que aspiran a una validez universal (así solo un puñado de hombres sean competentes para hacer de jueces). Pero también es posible que en la argumentación cotidiana, los sujetos asuman como propios el tipo de problemas teóricos y éticos que ocupan a científicos y filósofos; pues no se debe subvalorar el aporte de la alta cultura a la conversación cotidiana ni el hecho de que el pensamiento religioso popular está basado en una teología con pretensiones universalistas. Es decir, es posible que en las discusiones 289 Pedro José Posada Gómez cotidianas aparezcan fragmentos de los discursos teóricos y prácticomorales de alto vuelo. Quisiera ir más allá y suponer que todo el que habla, satisfaciendo la regla de sinceridad, aspira a que sus tesis (que tienen como premisas sus creencias y valores) fueran aceptadas por todos. Dicho de otro modo, quien considera que ha dicho algo verdadero o válido espera aceptación universal de su tesis. Obviamente, muchos argumentos se pueden presentar como solo válidos para un determinado grupo o categoría de personas, y las pretensiones de validez de una argumentación pueden ser particularistas (desde los criterios del gusto subjetivo hasta los intereses de una iglesia, partido, etnia o nación, pasando por las estrategias económicas para maximizar las ganacias o las estrategias políticas para hacerse al poder), y logran su objetivo persuadiendo al máximo de individuos que compartan sus premisas y argumentos. Las reglas que Habermas señala para el “círculo del proceso retórico” parecen aplicarse exclusivamente al tipo de argumentación que se dirige a un auditorio universal (es decir, que defiende pretensiones de validez universalistas). Concretamente, las reglas tratan de asegurar: 1) que todos los sujetos capaces de lenguaje y acción (y que estén implicados en el tema en discusión) puedan participar en el uso de la palabra, y 2) que todos los temas y argumentos puedan ser discutidos: 3.1. Cualquier sujeto capaz de lenguaje y acción puede participar en la discusión. 3.2. A. Cualquiera puede cuestionar cualquier afirmación. B. Cualquiera puede introducir cualquier afirmación en el discurso. C. Cualquiera puede expresar sus posiciones, deseos y necesidades. 3.3. A ningún hablante puede impedírsele el uso de los derechos establecidos en 3.1 y 3.2 mediante coacción interna o externa al discurso. (Habermas, 1983/1985, pp. 112-113) Estas reglas también podrían ser consideradas como condiciones del momento dialéctico, pero su carácter ideal las hace aptas para satisfacer las condiciones de la “situación ideal de diálogo”, que es la versión habermasiana de las condiciones en las que se pueden lograr conclusiones que sean válidas universalmente. Desde esta perspectiva, las argumentaciones con pretensiones particularistas no pueden ser objeto de discursos universalistas, sino tal vez de críticas terapéuticas o estéticas y de evaluación en términos de su adecuación a contextos particulares del discurso (a sus “auditorios particulares”). Sin embargo, un aporte importante de la teoría habermasiana es su tipología 290 Lógica, dialéctica y retórica (en Aristóteles y las teorías de la argumentación) de cinco tipos de argumentación (discurso teórico, discurso práctico, crítica estética, crítica terapéutica y discurso explicativo) pertenecientes a los campos de saber de de las ciencias, la filosofía, las tecnologías y estrategias, las representaciones morales y jurídicas y las obras de arte, y permiten evaluar sus resultados en términos de las pretensiones de validez que son controvertidas en cada campo: la verdad de las proposiciones; la eficacia de las acciones teleológicas (instrumentales o estratégicas), la rectitud de las normas intersubjetivas de acción, la adecuación de los estándares de valor (culturales), la veracidad de las manifestaciones o emisiones expresivas, y la inteligibilidad y corrección constructiva de los productos simbólicos. Posiblemente, cada uno de estos tipos de argumentación tendría que ser descrito con una teoría de la argumentación específica, derivada de una teoría general (recordemos que Perelman considera la existencia de teorías regionales de la argumentación —filosófica, jurídica, etc.— derivadas de una teoría general de la argumentación). El análisis del momento retórico de la argumentación también deberá ser complementado con los aportes teóricos de los estudiosos del πάθος de los auditorios y del papel de las pasiones en la retórica. Una de las últimas obras de Michel Meyer (2008): Principia Rhetorica. Une théorie générale de l’argumentation podría ser una base para esta tarea de ampliar el análisis del momento retórico. 291 BIBLIOGRAFÍA I. Parte (Lógica, Dialéctica y Retórica en Aristóteles, capítulos 1, 2 y 3) Obras de Aristóteles CANDEL, M. (1982). Tratados de lógica I (Órganon). Madrid: Gredos. EDGHILL, E. M. (1928). Peri hermeneias (Sobre la interpretación). Londres. FORSTER, E. S. 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