Subido por David Carlosama

GARCIA Teorias e historia de la ciudad c

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TEORIASE
HISTORIADE
LACIUDAD
CONUM POM NE*
CARLOSGARCIAVAZQUEZ
GG
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© Carlos García Vázquez
© Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2016
Printed in Spain
ISBN: 978-84-252-2874-2
Depósito legal: B. 3.895-2016
Impresión: agpograf impressors, Barcelona
ín d ic e
007 Introducción
„„ METRÓPOLIS: 1882-1939
016
Epistemología de la metrópolis
020
La metrópolis de los sociólogos: Escuela de Chicago,
G eorg Simmel, M ax W eber
034
La metrópolis de los historiadores: Marcel Poète,
Pierre Lavedan, Lewis M um ford
043
La metrópolis de los arquitectos: Cam illo Sitte,
R aym ond U nw in, Le Corbusier
„„ MEGALÓPOLIS: 1939-1979
078
Epistemología de la megalópolis
081
La megalópolis de los sociólogos: H erbert Gans,
Jane Jacobs, H en ri Lefebvre
096
La megalópolis de los historiadores: H arold J. Dyos,
C olin R ow e, M anfredo Tafuri
105
La megalópolis de los arquitectos: Josep Lluís Sert,
Kevin Lynch, Aldo Rossi
137
METÁPOLIS: 1979-2007
143
Epistemología de la metápolis
147
La metápolis de lo s sociólogos: M anuel Castells,
Saskia Sassen, M ike Davis
163
La metápolis de los historiadores: Dolores Hayden,
A nthony Sutcliffe, A nthony D. King
170
La metápolis de los arquitectos: R o b e rt Venturi,
R e m Koolhaas, Bernardo Secchi
199
Epílogo
200
Bibliografia básica
202
Indice de nombres
Introdu cción
I .a ciudad contem poránea es una criatura incierta. Su condición de
sum atorio de variables sociales y económicas, culturales y políticas,
temporales y espaciales la convierte en un'hojaldre múltiple difícil
de aprehender. Infinidad de teorías e historias llevan décadas inten­
tándolo, de lo que ha derivado un corpus doctrinario igualmente
vasto y complejo. El objetivo de este libro es descifrar dicho corpus.
Las dificultades que se afrontan al asumir una tarea así son num e­
rosas. La ciudad no es abarcable desde una única área de conocim ien­
to, por lo que el enfoque interdisciplinar es ineludible. El hecho de
que las disciplinas científicas y humanísticas suelan fragmentarse en
subdisciplinas multiplica los escollos, ya que, com o indicara Elenri
I efebvre, cada una de estas subdisciplinas selecciona los contenidos
que le interesan y los enfoca con m etodologías propias. Si además
tenemos en cuenta que esas aproximaciones se influyen mutuamente,
entenderemos el grado de contaminación que impregna el territorio
que hemos de desbrozar. Este libro lo ha rastrillado, ha detectado las
regularidades, las ha relacionado y ha trazado trayectorias que dibujan
una topografía legible.
Eara llevar a cabo esta operación hemos tenido que pagar un triple
peaje: el de la simplificación, la esquematización y la categorización.
El prim ero deriva de la conjunción de lo inconm ensurable del
cam po que nos ocupa con las restricciones dimensionales de esta
obra. A nte la imposibilidad tanto de profundizar com o de abarcarlo
todo, hem os seleccionado las áreas de conocim iento que se han
ocupado de la espacialidad de la ciudad, tanto física com o social.
En prim er lugar, las ciencias sociales, dentro de las cuales hemos
destacado la sociología urbana, que ha interpretado la ciudad com o
una proyección de sus habitantes; la geografía urbana, que ha inter­
pretado a los habitantes com o una proyección de la ciudad; y la
antropología urbana, que se ha especializado en el estudio de com u­
nidades concretas. En segundo lugar, la historia, y en concreto la
historia urbana, que ha seguido la evolución de la morfología y del
proceso de urbanización, y la historia del urbanismo, orientada hacia
la planificación de ambos. Por último, la arquitectura, en la que
hem os diferenciado entre urbanismo, diseño urbano, teoría urbana y
análisis urbano. Los dos primeros se han ocupado de la materialización
de la ciudad: el urbanism o de lo procedim ental (la organización téc­
nica) y el diseño urbano de lo sustancial (la forma espacial); p o r su
parte, la teoría urbana, que puede ser descriptiva o normativa, ha
sido la encargada de determ inar los valores que deben guiar a
ambos (éticos, ideológicos o políticos); y el análisis urbano se ha
ocupado del estudio e interpretación de lo existente.
En cuanto a la esquematización, Teorías e historia de la ciudad contem­
poránea — título que se hace eco del libro de uno de mis principales
referentes, M anfredo Tafuri y su Teorías e historia de la arquitectura—
se estructura en tres etapas que abarcan 125 años de estudios urbanos,
de 1882 a 2007. El punto de partida, en el último cuarto del siglo xix,
viene determ inado por el nacimiento de la mayoría de las disciplinas
anteriorm ente mencionadas: el urbanism o en 1875, la sociología en
1890, la geografía en 1900, etc. A partir de ese m om ento el estudio
de la ciudad adquirió un estatuto de cientificidad que lo liberó de
simbolismos y personalismos. En su evolución posterior se distin­
guieron tres fases relacionadas con sendos cambios del paradigma
intelectual motivados por transformaciones del sistema económ ico.'
La prim era com enzó en torno a 1880, cuando irrum pió el capitalis­
mo monopolista; su consecuencia fue la metrópolis, cuyo paradigma
de pensam iento era el racionalismo. La segunda se identifica con el
estado del bienestar, que imperó entre 1945 y 1979, si bien aquí ade­
lantamos el inicio de esta fase a 1939, con el comienzo de la II G uerra
M undial. Su derivado urbano fue la megalópolis, éticam ente inspi­
rada p o r el existencialismo. La tercera despuntó con la crisis del
petróleo de 1973, que dio paso al tardocapitalismo, de la que resultó
la metápolis, donde se impuso el relativismo.
8
Y por último, la categorización. Para llevarla a cabo nos hemos
apoyado en un hecho que evidencia que la objetividad a la que
aspira toda disciplina científica suele acabar siendo víctim a de la
propia lógica del pensam iento hum ano: los autores de las teorías e
historias que aquí se narran no pudieron evitar pasarlos p o r el tamiz
de ideologías, doctrinas o credos personales. Las categorías que hemos
utilizado se sustentan sobre una dualidad habitualm ente utilizada en
los estudios urbanos para detectar este fenóm eno: sensibilidad rom án­
tica, con sus modulaciones com o culturalismo, pintoresquismo, etc.,
versus sensibilidad iluminista, también referenciada com o progresismo,
racionalismo, etc. Ambas nos han servido para trazar las trayectorias
de esta topografía de 125 años de estudios urbanos. Además, en
las notas al pie se ha querido dejar rastro, m ediante una referencia
bibliográfica completa, de todos aquellos libros por los que este
estudio ha transitado, con el fin de facilitar al lector el material para
poder ampliar cada uno de los temas.
En definitiva, en las páginas que siguen pasaremos revista a tres
paradigmas de pensam iento que han afectado a tres disciplinas y se
han filtrado p o r dos sensibilidades. La ciudad de los sociólogos, la
ciudad de los historiadores y la ciudad de los arquitectos; en cierto
modo, la ciudad del presente, la ciudad del pasado y la ciudad del
futuro.
8
INTRODUCCION
1 Según Thomas Kuhn, el avance de la
ciencia está supeditado a revoluciones
que imponen cambios de paradigma,
entendiendo por paradigma un cúmulo
de conocimientos normalmente vincu­
lado a valores éticos. Ello explica que
dichas reformulaciones provoquen no
solo una ruptura en el saber científico,
sino también un giro en la forma de
ver el mundo.
10
liste libro comienza, simbòlicamente, en 1882, año en que Thom as
I dison inauguró en Londres la prim era estación generadora de electricidad.También podría haberlo hecho cuatro años más tarde, cuando
( iottlieb Daim ler instaló un m otor de Combustión interna en un
carruaje de cuatro ruedas. Ambos acontecimientos se significan como
piedras miliarias de la denom inada II R evolución Tecnológica, en la
que la electricidad y el petróleo suplieron al carbón com o fuentes
energéticas de la industria. A partir de entonces el m undo comenzaría
a moverse de otra manera.
I )ebido a las enorm es inversiones que exigían su instalación y
su puesta en marcha, los sectores productivos derivados de dicha
revolución — automovilístico, naval, ferroviario, eléctrico y de
radiodifusión— estaban fuera del alcance de las empresas familiares
propias del capitalismo del laissez-faire, la anterior fase del sistema
económ ico, que fueron arrasadas p o r los grandes consorcios indus­
triales al tiem po que el capitalismo monopolista se imponía.
Para com petir en los mercados internacionales, empresas com o
Siemens, AEG o K rupp se fijaron una prioridad: optim izar los
procesos de producción. Esto explica la m eteòrica expansión del
taylorismo y el fordismo, dos doctrinas de sistematización empresa­
rial provenientes de Estados U nidos. La prim era apareció en 1911,
cuando el ingeniero Frederick Wislow Taylor publicó Principios de
hi administración científica,' un ensayo donde describía un m étodo
de organización científica del trabajo basado en la estructuración del
ciclo laboral en tareas estandarizadas y repetitivas (y cuyo lema era
“ un hom bre, un trabajo”). Por lo que respecta al fordismo, el libro
encargado de su difusión fue M i vida y mi obra,2 en el que H enry
Ford explicaba la cadena de montaje y la seriación a gran escala resul­
tantes de la aplicación de la propuesta taylorista a su factoría de auto­
móviles de D etroit.
II
METRÓPOLIS: 1882-1939
Las ambiciones racionalizadoras de los dictados fordistas y tayloristas
trascendían el ámbito del trabajo industrial y de oficina para implicar
a toda la sociedad, que fue apremiada a alinearse con los objetivos
del capitalismo monopolista.También se “invitó” a la ciudad a unirse
a esta “unidad de destino” . La herencia recibida del capitalismo
del laissez-faire era nefasta. Entre 1800 y 1880 los movimientos migra­
torios provocados por la R evolución Industrial dispararon el creci­
m iento demográfico: la población de Londres creció un 380 %
(de 1 a 3,8 millones de habitantes), la de Berlín un 765 % (de 170.000
a 1.300.000) y la de Nueva York un 2.000 % (de 60.000 a 1.200.000).
Los cientos de miles de campesinos que llegaron a esas ciudades
colapsaron sus estructuras: los viejos edificios escalaron en altura,
las huertas de los interiores de manzana se colmataron, las parcelas
y viviendas se subdividieron y la densidad se hizo insoportable.3
La situación no era m ucho m ejor en la periferia, donde el prole­
tariado se hacinaba en lúgubres habitaciones mal iluminadas y peor
ventiladas. Las estadísticas demuestran que la infamia humana campaba
po r doquier: la media de vida de un obrero no superaba los 29 años
(55 en el caso de un burgués), los jóvenes de ciudad padecían muchas
más enfermedades que los de origen rural,4 el suicidio, el alcoholismo,
la tuberculosis y la locura eran monedas de uso com ún... En pocas
etapas de la historia la sociedad urbana había sufrido tanto. U nica­
m ente la burguesía, al tim ón del sistema político y económ ico,
disfrutaba de un envidiable nivel de vida en flamantes ensanches
inspirados p o r la operación que el barón Haussm ann acababa de
llevar a cabo en París. Pero los bulevares, las residencias burguesas
y los teatros de ópera eran excepciones que no podían ocultar la
regla: la de los millones de personas que “m orían de ciudad” .
A finales del siglo xix, los gobiernos y el gran capital eran cons­
cientes de que esta situación era incom patible con los objetivos del
capitalismo monopolista. Por un lado, la ciudad era un caos funcional,
y, p o r otro, un perfecto caldo de cultivo para el com unism o,5 lo que
explica que su racionalización se planteara com o una cuestión de
Estado. Se trataba de reorganizar la ciudad para hacerla más productiva,
14
al tiempo que más vivible. C on ese fin nació el urbanismo, una nueva
disciplina que puso las ciudades patas arriba. Gracias a las estipula­
ciones prescritas por planes y ordenanzas, las urbes dejaron de crecer
com o manchas de aceite. Las decenas de miles de campesinos que
ICguían llegando a ellas com enzaron a ser absorbidas p o r las pobla­
ciones de los extrarradios. Lo mismo ocurrió con las industrias,
cuyo gigantismo exigía extensiones de terreno que tan solo se
encontraban a las afueras. La galaxia de asentamientos resultante de
esta novedosa dinámica se articuló m ediante una avanzada red de
transportes colectivos, el últim o grito de la sofisticada tecnología
monopolista: ferrocarriles suburbanos, tranvías electrificados, trenes
elevados y metros subterráneos. Estas comodidades animaron también
a la burguesía a contem plar la posibilidad de habitar en contacto
con la naturaleza, y la expulsión residencial hacia las áreas suburbanas
perm itió descongestionar los centros históricos: se dem olieron edifi­
cios, se abrieron calles y plazas y se erigieron instituciones públicas
y privadas que atrajeron actividades terciarias. Eso sí, Europa pagó
un elevado precio por esta profunda renovación: la devastación de
sus valiosísimos núcleos medievales.
M uchos de estos fenóm enos eran desconocidos en la ciudad del
capitalismo laissez-faire, pero no así el hacinamiento, la infravivienda
y la pobreza, que persistían en infinidad de zonas intermedias en las
que vivían los menos afortunados, y donde el marxismo seguía reclu­
tando adeptos. En resumidas cuentas, así era la ciudad del m o n c p o I¡sino: una galaxia de enclaves donde convivían colosales complejos
industriales, elegantes urbanizaciones suburbiales, avanzados medios
ile transporte, terciarizados cascos históricos y la misma miseria de
siempre. En 1910 la Oficina del Censo de Estados Unidos adoptó un
térm ino para nom brar esta desigual nebulosa:‘metrópolis’ (“ ciudad
m adre”).6
15
METRÓPOLIS: 1882-1939
EPISTEMOLOGÍA DELA METRÓPOLIS
En las postrimerías del siglo x ix el pensamiento occidental se alimen­
taba de dos fuentes: la iluminista y la romántica. A unque brotaron
con anterioridad, eclosionaron en los siglos x v i i y xvm , y aunque
inicialmente eran contrapuestas, acabaron confluyendo.7
La meta del iluminism o era la Aujklárung: liberar al pueblo de la
ignorancia y la servidum bre a través de la ciencia. Para alcanzarla, el
m undo del conocimiento debía dejar de lado el pensamiento simbólico
y ser reformulado desde cero y a partir de los dictados de la razón.
A esta tarea dedicaron su em peño las numerosas disciplinas que
aparecieron a finales del siglo xix, que colonizaron territorios hasta
entonces indefinidos y transitados p o r todo tipo de especulaciones.
En el iluminism o se distinguían dos tendencias metodológicas:
la racionalista y la empirista. La primera, fundada p o r R en é Descartes,
defendía la autonomía de la razón con respecto a la realidad. La m ente
hum ana y el universo se regían por las mismas leyes basadas en la
geom etría euclídea, por lo que los datos podían filtrarse p o r teorías
generales desgranadas de ellas. Para el empirismo, en cambio, cuyo
principio fundam ental fue enunciado p o r John Locke, la razón no
podía desligarse de la realidad. La m ente elaboraba el conocim iento
a partir de la experiencia sensorial del cuerpo, por lo que cada dato
debía ser comprobado según su propia lógica. David H um e desarrolló
este postulado estableciendo que la base de la ciencia debía ser
inductiva, es decir, debía partir de evidencias concretas y reales para,
posteriorm ente, form ular leyes y teorías generales.
En el últim o cuarto del siglo x ix la sensibilidad iluminista había
evolucionado hacia dos posicionamientos ideológicos enfrentados
entre sí: el positivismo y el marxismo. El padre del prim ero fue
Auguste Comte, autor del Curso defilosofía positiva,8 en el que defendía
la necesidad de aplicar la m etodología científica a todos los campos
del saber. C om o filosofía de la ciencia, el positivismo renegaba de las
ideologías y las dimensiones metafísicas para ceñirse a los hechos.
IE
No 1c interesaban ni las esencias, ni los principios superiores, ni los
mitos ni los símbolos, tan solo la realidad (“lo positivo”) y las leyes
i|lie la regían, leyes que pretendía desentrañar con m étodos univer­
sales, aplicables tanto a la ciencia com o a la sociedad o la naturaleza.
( ionio filosofía política, el objetivo del positivismo era implantar
un orden social dom inado po r técnicos, fiel reflejo del pensamiento
burgués, que asociaba progreso y liberalismo económico. En Sobre el
principio del arte y sobre su destinación social,9 el político y pensador
l’ierre-Joseph P roudhon expuso lo que esto significaba para la
metrópolis: desvincular sus problemas del capitalismo y ponerla en
manos de científicos e ingenieros.
El marxismo discrepaba de este planteam iento al entender que
la gran crisis urbana del siglo x ix no se podía desligar del sistema
económ ico. Según Karl Marx, la burguesía utilizaba la supuesta
"objetividad” positivista para difundir entre la clase obrera una falsa
conciencia: que sus valores morales, políticos y culturales eran de
sentido com ún; que, a pesar de la pobreza y la segregación, el capi­
talismo trabajaba por el bien de todos. A partir de este presupuesto,
Marx distinguía dos niveles: el de la “ estructura” — el conjunto de
relaciones productivas que conform aban la base real del sistema—
y el de la “superestructura”, la patraña ideológica ideada para justificar
su orden social y ocultar las injusticias. C om o respuesta a esta tergi­
versación, el marxismo defendía el ejercicio del “pensamiento crítico” ,
lina crítica social que desenmascarase la superestructura.
Del iluminism o se derivó un mito: el mecanicista o funcionalista,
que definía la sociedad com o un sistema integrado p o r partes inte­
rrelacionadas y funcionalm ente interdependientes. D e su aplicación
a la metrópolis surgió la metáfora de la máquina, de la ciudad enten­
dida com o un artefacto productivo impulsado por la tecnología y,
en la versión marxista, m anejado p o r el poder.
La otra fuente del pensamiento occidental era la romántica, cuyos
precursores se separaron de los ideales de R e n é Descartes para
abrazar los de Jean-Jacques Rousseau. A unque el m ovim iento surgió
en Alemania en torno a 1800, se consolidó a finales del siglo x ix
17
METRÓPOLIS: 18821939
coincidiendo con la expansión del capitalismo monopolista. En
el romanticism o confluyeron las voces que acusaban al proyecto
racionalizador de situar al ser hum ano en un contexto ultram aterialista que le era ajeno y las que ponían en cuestión la presuposición
de que la única razón posible era la científica, aludiendo a la exis­
tencia de lógicas de otro tipo (culturales, psicológicas, intuitivas,
etc.). D e ahí su reclamo de una aproximación más compleja a la
realidad que tuviera en cuenta los sentimientos, las tradiciones,
la historia, etc. U na serie de descubrimientos dotaron a esta demanda
de argumentos de base científica, lo que perm itió al romanticismo
enfrentarse al iluminism o con sus mismas armas. En el campo de
la física, Max Planck hizo pública la teoría cuántica (1900), Albert
Einstein la teoría de la relatividad (1905) y W erner Heisenberg
el principio de incertidum bre (1927).Todos ellos coincidían en
rechazar la idea de que el m undo fuera previsible a partir de teorías
universales. Por otro lado, el psicoanálisis (1896) de Sigmund Freud
vino a demostrar la principal hipótesis romántica: que en la m ente
actuaban poderosos com ponentes irracionales y que el papel de las
ficciones y los símbolos era esencial en el reconocim iento humano
del mundo.
C om o ocurrió con el iluminismo, también del romanticismo
se derivó un mito: el organicista o biológico, que, apelando al evolu­
cionismo darwinista, sostenía que cada parte de un ente estaba inte­
grada en una actividad coordinada. Este presupuesto iba contra los
intereses del marxismo, pues anulaba el conflicto en favor de la
síntesis, de un orden general y solidario, y, trasladado a la ciudad,
permitía establecer analogías entre las áreas funcionales de la m etrópo­
lis y los órganos de un ser vivo: al igual que este, la ciudad organismo
nacía, maduraba, envejecía y m oría, lo que perm itía estudiarla
aplicando las leyes de la biología.
C om o decíamos, aunque inicialmente eran contradictorios, las
metodologías, las ideologías y los mitos desarrollados por iluministas
y románticos acabaron convergiendo en el racionalismo em pírico
(desde la observación em pírica se llegaron a construir teorías
18
universales), el positivismo marxista (donde convivía el pensam iento
ile raíz cristiana de Saint-Sim on con el de inspiración socialista de
l’roudhon) y el mecanicismo organicista (ambas metáforas fueron
utilizadas indistintam ente p o r el m ovim iento m oderno). En las
décadas a caballo entre los siglos x ix y x x , las disciplinas que se
interesaron por la metrópolis hicieron un uso bastante ecléctico de
estos postulados. A pesar de ello, ambas sensibilidades se proyectaron
de manera diferenciada sobre los estudios urbanos. Si los iluministas
se interesaron por la funcionalidad y el utilitarismo, los románticos
lo hicieron por la espiritualidad y la ética; si los iluministas aposta­
ron por la razón, los románticos por la cultura; si a los iluministas
les fascinaron lo m aquínico y lo artificial, a los románticos la natura­
leza y lo agrario; si los iluministas cayeron rendidos ante la gran
ciudad, los románticos añoraron la aldea; si los iluministas dieron
por hecho que el hom bre era un individuo tipo, para los románticos
era un ser único y com plejo; si los iluministas tendieron a la ruptura
histórica, los románticos velaron por la salvaguardia de la tradición...
En definitiva, ilum inism o y romanticism o fueron los dos velos
epistemológicos que sirvieron de filtro a una misma realidad: la
metrópolis.
19
METROPOLIS: 1882-1939
LA METRÓPOLIS DELOS SOCIÓLOGOS:
ESCUELA DECHICAGO, GEORGSIMMEL,
MAX WERER
Auguste C om te, padre del positivismo, fue el prim er pensador que
manifestó la necesidad de fundar una disciplina que ampliara el
conocim iento científico a los fenóm enos sociales (él mismo acuñó
el térm ino ‘sociología’ en 1824). Sin embargo, los pioneros franceses
(Auguste Com te, Frédéric Le Play, Entile D urkheim , etc.) no conce­
dieron especial importancia a la ciudad. El nacimiento de la sociología
urbana se retrasó siete décadas más, coincidiendo con la im posición
del designio racionalista a la sociedad. Los sociólogos, que denom i­
naron “modernización” al proceso que se iniciaba, dirigieron entonces
su mirada hacia el epicentro del mismo, la metrópolis.
Para estudiarla, abrazaron las dos versiones ideológicas del -iluminismo: positivismo y marxismo. Quienes optaron por la primera pensaban
que la modernización traería progreso para todos, confiando en que
las problemáticas sociales se solventarían con programas de reforma
gestionados por el Estado; quienes se decantaron por la segunda habían
asimilado que la sociedad de masas era un m odelo irreversible, pero
estaban convencidos de que la m odernización tan solo beneficiaba al
gran capital y sostenían que la ruptura con el sistema era la única salida.
La intelectualización y la consolidación de estos argum entos se
tradujeron en la creación de escuelas nacionales de pensamiento.
En el R ein o U nido, donde la R evolución Industrial llevaba décadas
de rodaje, se im puso la senda positivista, interesada en analizar la
damnificada sociedad urbana derivada de aquella. Sus temas fueron
la pobreza, la violencia, la inm igración, etc. En Alemania, donde el
káiser G uillerm o II había puesto en marcha el proyecto de raciona­
lización más exhaustivamente articulado de la etapa monopolista,
acabó triunfando la corriente marxista, que se centró en destacar sus
consecuencias socioculturales.
20
I I refo rm ism o positivista:
1.1 e co lo g ía c o m o referente
Las primeras reflexiones sobre la ciudad desde un punto de vista
sociológico se produjeron entre 1820 y 1880. Sus autores no eran
académicos, sino reformadores sociales cuya concienciación procedía
del contacto directo con la cara más amarga de la metrópolis: la de
la pobreza, la delincuencia y el vicio. A’ unos les m ovían creencias
religiosas, a otros ideologías políticas de signo progresista, y, en todos
los casos, la gran esperanza positivista: que arrojar luz sobre la mise­
ria hum ana animara al Estado a activar un programa de reformas
sociales.
Así ocurrió en el R eino Unido. En 1883 apareció The Bitter Cry
o f Outcast London ,10 un opúsculo donde el reverendo Andrew Mearns
denunciaba las abyectas condiciones de vida de los barrios obreros."
Su publicación contribuyó a la creación de la C om isión R eal para
la Vivienda de las Clases Trabajadoras (1884), una delegación parla­
mentaria encargada de dar a conocer aquella infame realidad a la
tan acom odada com o ensimismada burguesía victoriana. Las adm i­
nistraciones públicas respondieron con una batería de leyes sanitarias.
Era lo habitual.12 La mayoría de los reformadores sociales provenía
ile élites profesionales cercanas al m ovim iento higienista. Inspirados
por investigadores com o R o b ert Koch o Louis Pasteur, quienes apela­
ban a la prevención para evitar epidemias, se aplicaron a estudiar la
realidad proletaria en un notable esfuerzo por fundamentar su trabajo
sobre bases científicas. Desde un punto de vista m etodológico apos­
taron por las metáforas organicistas. Estaban convencidos de que la
sociedad m etropolitana era una fauna enferm a a la que se le podían
aplicar los sistemas de análisis propios de las ciencias naturales. También
se decantaron por un positivismo empirista, asum iendo un punto
de vista más cuantitativo que cualitativo: se trataba de “m edir” el
fenómeno de la pobreza y todo lo relacionado con ella (enfermedades,
mortalidad, condiciones habitacionales, etc.) para poder localizar sus
causas.
21
METRÓPOLIS: 18821939
El trípode metodológico de positivismo, empirismo y organicismo
perm anecería com o seña de identidad de la sociología urbana anglo­
sajona, pero no así la confianza en las políticas higienistas. Entre
1880 y 1920 el denom inado Social Survey M ovem ent ampliaría su
radio de acción prescriptivo en otras direcciones. La obra pionera
de este movimiento fue Life and Labour o f the People in London , 13 de
Charles Booth; nunca antes se había llevado a cabo una investiga­
ción tan ingente y exhaustiva. Este arm ador de Liverpool y sus
colaboradores recorrieron, calle a calle, el East End londinense, una
de las zonas proletarias p o r excelencia de la urbe, y recopilaron infi­
nidad de datos cuantitativos (número de habitaciones p o r vivienda,
miembros de cada familia, salarios, etc.), pero tam bién cualitativos
(filiación religiosa, ocupaciones de padres e hijos, etc.). Después
plasmaron toda la inform ación recogida en un mapa que identificaba
con colores los lugares de residencia de las distintas clases sociales.
Este fue el prim er paso hacia la representación espacial de la sociedad
metropolitana.
C om o era habitual en la Inglaterra victoriana, B ooth pensaba
que la historia y el carácter de los lugares propiciaban patrones de
com portam iento singulares que se transmitían durante generaciones;
es decir, que al igual que la sabana africana determ inaba la conducta
de las jirafas, un mal barrio predisponía a sus vecinos hacia la vileza
(como veremos más adelante, este determ inism o físico perduraría
durante décadas en los estudios urbanos). Este autor clasificó la
“fauna” londinense en ocho clases: A, una m inoría marginal y
delictiva “capaz de degradar todo lo que toca” ; B, haraganes que
inm ediatam ente se gastaban lo poco que percibían (mayoritariam ente en la econom ía informal); C, personas pobres debido a la
interm itencia de sus ocupaciones; D, trabajadores regulares pero que
ganaban sueldos miserables; E y F, obreros y artesanos con salarios
dignos; y G y H , los más afortunados de la escala social. B ooth
culpaba al liberalismo económ ico de la pobreza urbana, que afectaba
a las clases A, B, C y D; es decir, a un m illón de personas, el 35 %
de la población de Londres. Sin embargo, no creía que el rem edio
22
lilese ni el marxismo ni el higienismo, sino una reform a de la geo­
grafía social de la metrópolis. Su propuesta era desconcertante: evitar
que la clase A se reprodujera, destruyendo para ello las barriadas donde
vivía,14 expulsar a la clase B de la metrópolis confinándola en colonias
i tírales y trasladar a las clases E y F a áreas residenciales suburbanas
para alejarlas de las semimarginales C y D. Esta idea ponía de m ani­
fiesto la escasa conciencia social de la burguesía decim onónica, que
necesitaría varias revoluciones y dos guerras mundiales para darse
cuenta de lo que el poder m onopolista ya intuía.
En paralelo a los reformadores sociales com enzaron a abrirse
paso los geógrafos, cuya línea de trabajo invertía la secuencia de la
investigación: si los prim eros estudiaban las condiciones de vida de
los ciudadanos para después localizarlas físicamente, los segundos
analizaban los factores espaciales para indagar cóm o estos determ i­
naban las actividades metropolitanas. C on esta estrategia em pezó
,i gestarse la geografía urbana. N acida al amparo de la geografía
humana, su hipótesis de partida era que las sociedades se adaptaban
,il am biente natural de las regiones donde se asentaban. El determ inistno espacial que subyacía bajo esta presunción escoró la naciente
disciplina hacia las ciencias naturales, más concretam ente hacia la
ecología. Esta rama del conocim iento había sido enunciada en 1866
por el biólogo Ernst H einrich Haeckel, que la definió com o “la
ciencia de las relaciones del organismo con el m edio am biente” .
Sin embargo, no se concretaría com o disciplina hasta 1935, cuando
el botánico A rthur G.Tansley acuñó el térm ino ‘ecosistema’ para
referirse al en to rn o donde los seres vivos interactúan con el medio
natural. Paul Vidal de la Blache trasladó este paradigma a la geografía,
declarando que su fin últim o era la construcción de una “ecología
hum ana” . El discurso positivista se orientaba así hacia uno de los
grandes mitos románticos: la naturaleza, a la que Jean-Jacques
Kousseau había elevado a categoría moral.
Tam bién la teoría evolucionista (1859) de Charles D arw in
influyó en los geógrafos, un encuentro del que se derivó una nueva
alianza disciplinar, en este caso con la historia urbana. E n 1911
23
METRÓPOLIS: 1882-1939
R aoul Blanchard, uno de los prim eros geógrafos urbanos, publicó
Grenoble: étude de geographic urbaine, 15 en el que describió la evolu­
ción “orgánica” de esa ciudad. Asoció su origen a su em plazamiento
en la confluencia de varios ríos y valles y analizó su posterior deve­
nir com o una secuencia de reacciones a diferentes acontecim ientos
históricos: guerras, revueltas, cambios tecnológicos, etc. Blanchard
quería poner en evidencia que la “ecología de G renoble” , su m or­
fología, era el resultado de un proceso evolutivo en el que el entorno
natural interactuaba con el contexto económ ico, social y político.
La historia era esencial para reconstruir dicho devenir.
La geografía urbana se consolidó com o disciplina entre 1910 y
1920. A Vidal de la Blache, cuyas ideas fueron difundidas a través de
la revista Anuales de Géographie, se debió la concepción de la ciudad
com o un nodo económ ico y de servicios de ám bito regional, lo
que definía una escala territorial que la geografía urbana asumía
com o propia. Bien es cierto que los geógrafos franceses concentra­
ron su atención en las zonas rurales y su red de pueblos y aldeas,
dejando de lado las em ergentes áreas metropolitanas. Esta miopía
se explica por su elección m etodológica, la ecología: la continuidad,
la jerarquía y el equilibrio que se le presuponía a todo ecosistema
eran difícilmente observables en la conflictiva, discontinua y frag­
m entada metrópolis.
Habría que esperar más de una década para corregir esta anomalía.
En 1933 el geógrafo alemán Walter Christaller publicó Die zentralen
Orte in Süddeutschland , 16 donde expuso su “teoría de los lugares
centrales”. Partiendo de la hipótesis de que los sistemas metropolitanos
eran organismos urbano territoriales que tendían de manera natural
hacia el equilibrio, analizó las leyes que determ inaban el número,
el tam año y la distribución de sus nodos funcionales, especificando,
para cada uno de ellos y según su posición en un orden jerárquico,
una “región com plem entaria” . A unque hundía sus raíces en las ideas
de Vidal de la Blache, la teoría de Christaller privilegiaba la aproxi­
m ación econom icista, relegando a un segundo plano la ecológica.
Se cerraba así el círculo de esta prim era fase de la geografía urbana:
24
ilel evolucionismo darwiniano a la ecología hum ana para acabar
entregándose a la econom ía.
I a aproximación sociológica del Social Survey M ovem ent y el
enfoque ecológico de la geografía urbana fueron sintetizados por
l’atrick Geddes. La obra más em blemática de este biólogo escocés,
que acabó su vida trabajando com o urbanista en la India, fue Ciudades
i n evolución,17 un libro que influiría enorm em ente en la historia y
la teoría urbanas. Según su diagnóstico*'los problemas sociales de la
metrópolis se debían a una crisis ecológica derivada de la ruptura
del equilibrio preexistente entre recursos naturales y actividades
humanas. Para restablecerlo proponía tres instrum entos: la ecología
urbana, el evolucionismo y el regional survey, o estudio regional.
El prim ero de ellos partía del presupuesto de Vidal de la Blache
de que la metrópolis y su medio territorial conformaban una unidad.
( ¡eildes describió la primigenia relación entre la localización geográf u n, las actividades económicas y los m odos de vida en su famosa
"sección del valle” : el minero, el leñador y el cazador ocupaban las
alturas; el pastor, los barrancos, el campesino la llanura y el pescador
la ribera. Para que también la metrópolis interactuara con su entorno
de manera natural, debía dejar de crecer como una mancha de aceite
y hacerlo de m anera arborescente; es decir, de ella debían brotar
"hojas” que se esparcieran por el territo rio hasta conform ar “ conurbaciones” (ciudades región). El segundo instrum ento, el evolucio­
nismo cultural ambiental, derivaba del convencim iento de que la
ciudad era u n organismo vivo que se desarrollaba en el tiempo.
Ln Ciudades en evolución, Geddes consolidó la alianza entre geografía
c historia urbanas inaugurada por Blanchard. Periodizó el proceso
de urbanización del planeta en dos fases: la paleolítica, la de la m etró­
polis, vinculada a la m inería y la industria; y la “neotécnica” , la de
las conurbaciones, alentada por la expansión de la energía hidroeléc­
trica. Este nuevo estadio se caracterizaría por el em pleo racional de
los recursos, las energías renovables, la prom oción de la agricultura,
etc., un acertado vaticinio del contem poráneo concepto de “desa­
rrollo sostenible” . El estudio regional, p o r último, suele considerarse
25
METRÓPOLIS: 1882-1939
com o el germ en prim igenio del análisis urbano: una investigación de
carácter regional y contenido casi enciclopédico que habría de ante­
ceder a la planificación urbanística. Geddes lo entendía com o una
herram ienta para allanar el cam ino hacia la fase neotécnica.
La síntesis del Social Survey M ovem ent con la geografía a través
de Geddes fue el preám bulo del nacim iento de la sociología urbana
com o disciplina, un hecho que tendría com o escenario la ciudad de
Chicago. A finales del siglo xix, Chicago era probablemente la m etró­
polis más m oderna del planeta. Superaba el m illón y m edio de habi­
tantes, gran parte de los cuales eran inmigrantes, y se extendía a lo
largo de más de cien kilómetros a orillas del lago Michigan. La ciu­
dad albergaba numerosos guetos étnicos y era una auténtica olla a pre­
sión que estallaba periódicam ente en forma de guerras entre bandas.
En este am biente se forjó la figura de Jane Addams, reform adora
social com o Charles B ooth, pero de sesgo progresista. D urante su
estancia en Londres fundó la Hull-House, una institución que prom o­
vía la vida en comunidad. Posteriorm ente la trasladó a Chicago, a una
zona en la que confluían los barrios italiano, alemán y judío. Addams y
su grupo de voluntarios pretendían “salvar a estos inmigrantes de sus
vicios” e iniciarlos en la forma de vida estadounidense. R esultado de
esta experiencia fue Hull-House Maps and Papers, 1Hun libro que
difundió en Estados Unidos lo que Addams había aprendido en Ingla­
terra: el estudio sistemático y en clave empírica de la metrópolis.19
Esta semilla fue minuciosamente regada por un grupo de investiga­
dores del D epartam ento de Ciencias Sociales y Antropología de la
University o f Chicago, inaugurado en 1892, entre los que se contaban
R o b ert E. Park, Ernest W. Burgess, R oderick D. McKenzie y Louis
W irth, fundadores de la denom inada Escuela de Chicago. Sus nexos
con los predecesores europeos eran tan evidentes com o complejos.
Heredaron del Social Survey M ovement la tríada m etodológica de
positivismo, empirismo y organicismo, pero en lo referente a los conte­
nidos fueron m ucho más allá y no se limitaron a los distritos obreros,
sino que se adentraron también en los barrios de inmigrantes, los guetos
étnicos y los antros frecuentados p o r bandas, vagabundos o prostitutas.
26
I n 1925 Park, Burgess y McKenzie publicaron The C ity,20 manifiesto
programático de la Escuela de Chicago, que incluía una tipificación
espacial de las dinámicas sociogeográficas, una teoría sobre la ocupa( ión y uso del suelo y una teoría del control social. La prim era ponía
de manifiesto la im portancia que estos autores concedían a la espacialidad, motivo por el que se los considera fundadores de la sociología
urbana. El modelo que construyeron en The City se basaba en los
postulados de Charles Darwin. Los barrios, cuyos habitantes com ­
partían religión (como el judío), etnia (como el afroamericano),
nacionalidad (como Little Italy), estatus social (como los suburbios
de clase alta) o funcionalidad (como el distrito financiero), fueron
considerados “áreas naturales” . Al estar sometidas a las leyes de la
evolución de las especies, estas áreas eran susceptibles de ser invadidas
por clases rivales más poderosas. Era la “com petición biòtica” , la
lucha por unos recursos espaciales limitados, todo un presagio del
ténóm eno de la gentrificación. Burgess plasmó esta dinámica en un
diagrama en form a de corte de tronco de árbol que constaba de
cinco anillos: el del centro financiero (el Loop), el de la periferia del
casco histórico, una degradada “zona de transición” donde convivían
viviendas y talleres,21 el de los barrios obreros e industrias ligeras,
el ile las áreas residenciales de clase media y el de los suburbios de
clase alta. El carácter conceptual de este esquema tipo divergía radi­
calmente de los mapas de B ooth, que se limitaban a cartografiar la
realidad social, y por ello se lo considera la prim era representación
abstracta del uso social del espacio metropolitano.
La teoría sobre la ocupación y el uso del suelo se basaba en la
"ecología hum ana” , una nueva disciplina científica orientada al
estudio de los procesos de form ación y transform ación de las áreas
naturales. Para com plem entar su argum entación ecológica natural
Con otras de orden cultural y ético, Park, Burgess y McKenzie idearon
el concepto de “región moral” , distritos cuyos habitantes compartían
gustos, costumbres y tem peram entos. Este interés p o r la cuestión
identitaria, novedoso en el discurso positivista y de clara filiación
romántica, surgió del convencim iento de que la “ desorganización
27
METRÓPOLIS: 1882-1939
ecológica” de la metrópolis tenía su origen en una mutación cultural
inducida p o r los inmigrantes, “hom bres marginales” condenados a
vivir en un estado de inestabilidad perm anente debido a sus costum­
bres diferentes.
La problemática de la inm igración dividía a los sociólogos de la
época. A unque la mayoría coincidía en que los barrios étnicos eran
guetos temporales que irían desapareciendo a medida que sus habi­
tantes fueran asimilados por la cultura anglosajona, discrepaban en
las estrategias que había que seguir para lograr dicha integración.
U nos, en la línea de Jane Addams, la cifraban en la cercanía espacial.
Fue el caso de Clarence Perry, quien en Housingfor the Machine Age 22
propuso que las comunidades metropolitanas se articularan en “unida­
des vecinales” concebidas com o aldeas pero dotadas de todo tipo de
equipamientos. En su centro se ubicaría una escuela elemental, factor
aglutinador de la vida com unitaria, y a su lado se dispondría un área
para desfiles y celebraciones donde se instalarían m onum entos conm e­
morativos y un mástil con la bandera de Estados U nidos, estrategias
destinadas a fom entar la conciencia nacional entre los inmigrantes.
Por su parte, Park discrepaba de estas medidas basadas en el
acercamiento espacial. Según él, las relaciones de vecindad habían
sido aniquiladas en la metrópolis. En un entorno de acusada m ovili­
dad social, tan solo los creadores de opinión pública — la moda,
la publicidad, la prensa, etc.— podían prom over la asimilación de
los inmigrantes. C o n esta idea comulgaba Louis W irth, el cuarto
gran referente de la Escuela de Chicago, de la que acabó distancián­
dose por su interés por la historia com o forma de conocim iento,
es decir, p o r el tiem po en vez del espacio. En su tesis doctoral,
The Ghetto,23 estudió una zona situada al oeste del río Chicago,
lugar de concentración de la mayor colonia de inm igrantes de la
ciudad. Allí descubrió que lo que la caracterizaba no era su espacialidad física, m uy heterogénea, sino su cultura. En 1938 W irth publicó
el famosísimo artículo “Urbanism as a Way o f Life” , 24 donde defi­
nió el urbanismo com o un m odo de vida, un conjunto de com porta­
m ientos sociales propios de la metrópolis.
28
II aparato intelectual desplegado por la Escuela de Chicago encum ­
bró la sociología urbana a la categoría de disciplina científica. Para
algunos autores, además, fue el punto de partida hacia la antropología
urbana, cuyo reconocim iento com o disciplina no se produciría
hasta 1960. Hasta entonces, la antropología se había ocupado de
grupos hum anos pequeños, tradicionales y no occidentalizados.
Un l'lie C ity , Park, Burgess y McKenzie la anim aron a implicarse
en el estudio de la metrópolis, defendiendo que sus m étodos podían
utilizarse en el análisis de las com unidades urbanas. La Escuela de
Chicago nunca tom ó en consideración este apelo, pero sí aplicó
técnicas antropológicas en sus estudios, com o la capacidad descripti­
va, el m étodo participativo, etc. D e estos balbuceos derivaron los
community studies. A dm itiendo preceptos marxistas, sus precursores
defendían que era más fácil desvelar la superestructura del sistema
cuando la investigación se efectuaba sobre localidades pequeñas,
fácilmente abordables, que sobre metrópolis, cuantitativa y cualitati­
vamente inabarcables. Los community studies rescataron de la antro­
pología m étodos de análisis etnográficos que aplicaron a grupos
locales y entornos microurbanos.
Siguiendo este procedim iento, los sociólogos H elen y R o b ert
Lynd abordaron el estudio de M uncie (Indiana), un típico asenta­
m iento del M edio O este estadounidense. Para describir su cultura
utilizaron categorías etnográficas (instituciones, costumbres, creencias,
rituales, estatus y prácticas religiosas) y eligieron dos períodos clave
en la historia de Estados Unidos: la década de 1920, cuando se
difundió el fordismo, y la de 1930, la de la Gran Depresión. Del p ri­
mero resultó Middletown. A Study o f Contemporary American Culture,25
donde clasificaron la sociedad industrial en clase trabajadora y clase
de negocios. Del segundo surgió Middletown in Transition, 26 un análisis
del im pacto de la crisis económ ica en la vida cotidiana de los habi­
tantes de M uncie. En este segundo libro, los Lynd constataron que
una institución había enturbiado su bipolar modelo clasista: la familia,
que articulaba las relaciones existentes no solo dentro, sino tam bién
entre las clases trabajadora y de negocios.
29
METRÓPOLIS: 1882 1939
La ruptura m arxista:
m o d e r n id a d y “ p en sa m ie n to n e g a tiv o ”
En Alemania, la sociología urbana brotó impregnada de sensibilidad
romántica y al cobijo de los intereses monopolistas, para finalmente
acabar en manos del iluminism o marxista.27 Este vuelco conceptual
denota que, a diferencia de lo ocurrido en el entorno anglosajón,
prim aron en ella los intereses ideológicos sobre los científicos.
La otra gran diferencia entre ambas escuelas era de orden m etodo­
lógico. Los sociólogos alemanes eludieron la biología y optaron por
el análisis histórico, convencidos de que la m odernización era un
proceso tem poral que iba del feudalismo al capitalismo.
En su fase romántica, la escuela alemana intentó conjurar el
amargo destino que el proyecto racionalizador puesto en marcha
por el káiser Guillermo II deparaba a la sociedad. Su estrategia consis­
tió en analizar el alienante presente urbano, reordenarlo y recons­
truirlo tom ando com o referencia un bucólico pasado. En Comunidad
y asociación, 28 el sociólogo Ferdinand Tönnies rescató el concepto de
Gemeinschaft, la mítica com unidad medieval que el m onopolism o
habría suplantado p o r la Gesellschaft, la sociedad industrial. Mientras
que la prim era era una realidad orgánica m odulada por la familia, la
segunda estaba dom inada por la abstracción, la ciencia y la cultura.
Para recuperar la estabilidad de la com unidad, la metrópolis debía
renunciar a la razón científica com o forma de pensamiento y retornar
al simbolismo; es decir, al arte y a la religión.Tönnies esbozaba así la
versión más reaccionaria del m ito organicista.
Pronto, en cambio, los sociólogos alemanes decidieron alinearse
con los intereses del gran capital. Podía dejarse atrás la nostalgia por
la Gemeinshaft gracias a una nueva síntesis, en este caso entre Zivilisation,
el proyecto racionalizador, y Kultur, una expresión artística que lo
legitimara. El crítico de arte August Endell intuyó ese encuentro en
el im presionismo pictórico. En su libro Die Schönheit der Großstadt29
confesó su fascinación p o r el tum ultuoso Berlín de com ienzos de
siglo, haciendo em erger de su desorden m ultitudinario una cascada
30
ile imágenes sugerentes. Endell descubría en la gran urbe una “nueva
belleza” que hasta entonces había pasado inadvertida, una atmósfera
eléctrica, superficial y vibrante que incitaba al disfrute hedonista de
la metrópolis. Según Massimo Cacciari, le guiaba una clara intencio­
nalidad ideológica: maquillar la conflictiva “cultura del trabajo” del
proyecto racionalizador con una especie de “cultura del disfrute” .
También Karl Scheffler, otro crítico de arte, indagó en la posible
síntesis entre Zivilisation y Kultur. A unqüe partía del discurso de
Tönnies, concentró sus esfuerzos en conciliar la nostalgia medievalista con los intereses monopolistas, objetivo que coincidía con el
ideario del D eutscher W erkbund. Para él, la problem aticidad urbana
se circunscribía a una fase histórica y era reversible. La ciudad del
laissez-faire era fruto de un crecim iento abandonado a los intereses
ile los especuladores, pero la degeneración hipertrófica resultante podía
solventarse tendiendo un puente entre Gemeinschaft y Gesellschaft.
Nada más adecuado para este propósito que echar m ano del m ito
organicista, lo que obligó a Scheffler a lidiar con la cuestión de la
espacialidad, algo poco habitual en la escuela alemana. E n Architektur
der Großstadt, 30 Scheffler dio form a a la “metrópolis orgánica” . En su
centro funcional, la city, tan solo se admitirían construcciones repre­
sentativas de “las más bellas expresiones de la antigüedad” : museos,
teatros, iglesias, etc. C om o contrapunto residencial, se proyectaría
lina secuencia de enclaves unidos entre sí y con la city p o r ferroca­
rriles suburbanos. Prim aría en ellos una im pronta rural: tanto bur­
gueses com o obreros vivirían en casas unifamiliares con huerto, lo
que les perm itiría cultivar la tierra al regreso del trabajo, am én de
suscitar sentim ientos com unitarios. La estructura espacial resultante,
una galaxia de suburbios residenciales que gravitarían en torno a la
city, se conocería com o “principio satelital” . La metáfora organicista,
que la Escuela de Chicago utilizó com o un instrum ento analítico, se
había transformado en un fin en sí mismo.
Pero ni la cultura del disfrute de Endell ni el principio satelital
de Scheffler lograron exorcizar el implacable porvenir que el capita­
lismo m onopolista tenía reservado a la metrópolis. A comienzos del
31
METRÓPOLIS: 1882 I93S
siglo x x muchos sociólogos recelaban de estas promesas redentoras
a las que consideraban ensoñaciones románticas. La sospecha de que
no había bálsamo posible les llevó a abandonar el em peño de sinte­
tizar Zivilization y Kultur para entregarse a un realismo ciertam ente
descarnado. Los nuevos objetivos eran, en prim er lugar, com prender
la lógica y el alcance del proceso de racionalización, para más tarde
asimilarlo. Arrancaba así la fase iluminista de la escuela alemana.
El autor que por fin dejó atrás la nostalgia medievalista fue Georg
Simmel, considerado “el prim er sociólogo de la m odernidad” .31
T heodor A dorno afirmaba que lo que le perm itió acceder a las claves
de lo que significaba ser m oderno fue su pensamiento sin fundamen­
to científico. Se trataba de un investigador ciertam ente peculiar.
Su ensayo cumbre, “Las grandes ciudades y la vida del espíritu” ,32
fue el resultado de una singularísima perspicacia. Simmel definió la
base psicológica del individuo m etropolitano, la Nervenleben, com o
una intensificación nerviosa provocada por la cascada de estímulos
a los que se veía sometido a diario. Para adaptarse a ella había desarro­
llado el intelecto; es decir, la capacidad de responder al entorno con
la razón y no con el corazón. D e ahí su actitud blasée, un estado de
em botam iento que dificultaba la discrim inación entre objetos cuyas
diferencias eran consideradas insustanciales.
El blasée de Simmel no rechazaba la gran ciudad ni aspiraba a
transformarla, sino que aceptaba resignadamente su im potencia para
superarla, negaba diligentem ente su individualidad e interiorizaba
desencantadam ente su carácter irreversible. Tal com o puso de m ani­
fiesto Massimo Cacciari,33 esta fue la intuición excepcional de Simmel:
la com prensión de la base puram ente productiva de la ciudad
monopolista, de una esencia conflictiva y desarraigada que condenaba
a los ciudadanos a una angustia crónica, y la presunción, en definitiva,
de que la ideología de la metrópolis era una determ inada form a de
“pensamiento negativo”. Simmel abortaba así la trayectoria romántica
de la sociología alemana. También exhortaba a facilitar la com pren­
sión de esta revolucionaria realidad urbana expresándola artística­
mente, un reto que atañía a los arquitectos. En este sentido coincidía
32
con Charles Baudelaire: la estética de la m odernidad debía captar el
frenético fluir de los fragmentos m etropolitanos, algo tan solo al
alcance del arte de vanguardia.
Tras la I G uerra M undial, en una Alemania vencida, humillada
y arruinada, el pensam iento negativo se abrió paso de la m ano del
marxismo, que encontró en él un instrum ento crítico que contra­
poner al discurso de la Escuela de Chicago, a la que acusaba de
desinterés a la hora de identificar las cau§as de la injusticia social
capitalista. El economista, sociólogo e historiador M ax W eber reco­
noció en la metrópolis una pieza esencial de la estructura, es decir,
del engranaje del proceso de racionalización de la econom ía y la
sociedad puesto en marcha por el gran capital y dirigido por el Estado.
En su texto La ciudad,34W eber vinculó el espíritu del capitalismo
con la ética protestante, que proclamaba que el trabajo sistemático y
riguroso era voluntad de Dios. El ascetismo calvinista sublimaba así
el proyecto monopolista. En La ciudad, W eber utilizó el análisis his­
tórico para dem ostrar que el conflicto — las luchas de clase— era
inherente a la metrópolis; es más, era su fundamento. N o había con­
suelo posible; al ciudadano no le quedaba otra alternativa que “la
viril aceptación del espíritu del capitalismo” .
El sociólogo y econom ista W erner Som bart com plem entó este
razonamiento negativo en Lujo y capitalismo,35 donde tam bién utili­
zó el análisis histórico. La vocación terciaria de la metrópolis, centro
y destino de la industria del lujo, donde el consum o se había con­
vertido en m otor productivo, emanaba de su necesidad de organizar
y socializar el desarrollo capitalista. En ella confluían los equipamien­
tos científico e industrial, la estructura financiera, el poder político,
la fuerza de trabajo y el mercado. La metrópolis tan solo era eso,
mera articulación del proyecto monopolista. C o n esta conclusión
radicalmente nihilista, el pensam iento negativo sacrificaba en el altar
de la racionalización la dim ensión estética, el único estímulo que
Simmel había consentido al sujeto m oderno.
33
METRÓPOLIS: 18821939
LA METROPOLIS DELOS HISTORIADORES:
MARCEL POETE, PIERRELAVEDAN,
LEWIS MUMFORD
La sensibilidad romántica, y más concretamente el idealismo, la
opción metafísica con la que H egel se enfrentó al materialismo,
difundió el interés por la historia com o campo de conocim iento.
El filósofo alemán defendía que la realidad estaba envuelta en
un proceso evolutivo donde cada cosa producía su contrario,
generando fases de integración que avanzaban hacia una verdad
absoluta. Su afán po r descubrir el significado y la finalidad de esa
evolución le llevó a escribir la Enciclopedia de las ciencias filosóficas,36
un gigantesco m etarrelato que enlazaba linealm ente todos los
conocim ientos existentes, hasta entonces desperdigados.
El cientifismo positivista y marxista hundiría la metafísica en
el descrédito, lo que explica que la profusión de estudios históricos
inspirados por el idealismo hegeliano no se orientara hacia el
rastreo de esa “verdad”, sino hacia la investigación especializada.
Ese fue el cam ino que em prendió la historia urbana a comienzos
del siglo x x , después de décadas en manos de eruditos carentes de
m etodología y que a m enudo la trataban de manera anecdótica.
En la etapa que ahora se abría, la de su definición com o disciplina
científica, se perfilaron dos tendencias que perdurarían en el futu­
ro. U nos, norm alm ente sociólogos, utilizaron la historia urbana
para rastrear las claves del cambio socioeconóm ico que había
desembocado en la form ación de las metrópolis, lo que les llevó
a contemplarla com o un apéndice de la historia económ ica y
social. A otros, generalm ente historiadores del arte, les movían
inquietudes patrimoniales, por lo que la utilizaron para estudiar
la m orfología urbana.
34
I ti historia urbana c o m o h istoria
e c o n ó m ic a y social
Q ue la historia urbana com enzara su andadura de la m ano de un
híbrido denom inado “historia económ ica y social” es algo que no
debe extrañarnos. En el siglo x ix la historia general y las ciencias
sociales conform aban una misma área de conocim iento. D e ahí que
el objetivo de la obra pionera de la deriva hacia la historia urbana,
I m ciudad antigua,37 no fuese el estudio de la evolución de la ciudad,
sino de instituciones com o el Estado, la familia o la religión. Lo que
hizo de ella una obra de carácter excepcional fue el hecho de que
su autor, el historiador N . D. Fustel de Coulanges, tom ara com o
ejemplo la polis griega.
El marxismo tuvo m ucho que ver en el posterior desarrollo y
consolidación de esta estrategia. N i M arx ni Engels pensaban que
la metrópolis fuera responsable de la miseria en la que vivía sumida la
clase obrera, sino que era tan solo el escenario donde se representaba
el conflicto desatado por el verdadero culpable: el m odo de produc­
ción capitalista. Sin embargo, su convencim iento de que el ser
hum ano podía alterar el curso de los tiempos les llevó a interesarse
por la historia urbana, en la que descubrieron un eficaz instrum ento
para desvelar el uso que el capital había hecho de la ciudad. D e ahí
que, com o hemos visto en el apartado anterior, la sociología marxista
se apoyara en el análisis histórico.
En el campo de la historia urbana, las cuestiones metodológicas
com enzaron a plantearse en los años previos a la I G uerra Mundial.
U na de las prim eras fue: ¿cómo se transforman las ciudades? Las
opciones eran “ evolucionism o” o “análisis com parativo” . Basándose
en las tesis de Patrick Geddes y del filósofo H enri Bergson,38 los
defensores del prim ero entendían que lo hacían de manera lineal e
ininterrumpida, siguiendo un proceso conducido por leyes generales
de carácter biológico. D e acuerdo con esta idea, el papel de la histo­
ria sería el estudio de la evolución de ese “ser urbano” que nacía,
maduraba y moría.
15
METRÓPOLIS: 18821939
C om o ya hem os visto en “ La metrópolis de los sociólogos” , esa
fue la estrategia utilizada por R aoul Blanchard en su estudio sobre
Grenoble, considerada por algunos com o una de las primeras
monografías de historia urbana. Algo similar hicieron los tam bién
geógrafos O tto Schlüter, quien investigó la im plantación territorial
de los centros rurales medievales, y August M eitzen, quien se centró
en el período com prendido entre celtas y eslavos. Ambos inauguraron
la tradición historicista de la geografía urbana, que no se pondría en
cuestión hasta mediados del siglo xx. Su interés por la historia urbana
se explica porque estaban convencidos de que la evolución econó­
mica y social se proyectaba sobre el espacio urbano, lo que les acer­
caba a la senda abierta por Fustel de Coulanges.
En el am biente de zozobra psicológica sobrevenido tras la con­
solidación de las metrópolis, no es de extrañar que la secuencia
evolucionista de nacimiento, crecimiento, decadencia y m uerte diera
pábulo a elucubraciones de tono mesiánico. U n claro ejemplo de
ello fue La decadencia de Occidente,39 donde el historiador y filósofo
Oswald Spengler afirmaba que las culturas atravesaban ciclos vitales.
La prim era fase era heroica, rebosante de vigor, y se expresaba
m ediante mitos religiosos y obras épicas (en O ccidente coincidió
con la Edad Media); le seguía un estío cultural ilum inado por genios
individuales (Miguel Angel, W illiam Shakespeare y Galileo Galilei)
y tras él llegaba el otoño, la dorada madurez de la cultura (represen­
tada p o r Johan Wolfgang von G oethe y Wolfgang Amadeus Mozart).
En esa últim a fase, que coincidió con el advenim iento de la Ilustra­
ción, la filosofía com enzó a amenazar a la religión, prim er síntoma
de una decadencia que desembocaría en el surgim iento de la
metrópolis, el “invierno de la cultura”. Convencido de que la historia
era pronosticable, Spengler aventuraba que de la malsana forma de
vida urbana se derivaría la esterilidad de la mujer, abocada a trabajar
y, por ende, a abandonar su papel de madre. Se pondría así en marcha
un proceso de despoblación que acabaría con la civilización occi­
dental, evidencia de la propensión metafísica de las ciudades hacia
la m uerte.
36
El marxismo, en cambio, apostó por el análisis comparativo, la m eto­
dología apuntada p o r Fustel de Coulanges. En La ciudad, que, com o
liemos visto, era una obra de sociología histórica más que de historia
urbana, M ax W eber negó que las ciudades respondieran a leyes
generales, y m ucho m enos de carácter biológico. Las situaciones
históricas eran siempre individuales y producto de constelaciones
ile fuerzas dispares. Por eso el análisis comparativo las clasificaba
en tipologías que se correspondían con épocas. Las desarrolladas en
l ¿ ciudad obedecían a los papeles políticos desempeñados por tres
actores sociales: la familia, el Estado y el individuo. W eber distinguía
así la “ ciudad principesca o de consum idores” , cuyos habitantes
dependían del poder adquisitivo de terratenientes, aristócratas, etc.;
la “ciudad industrial o de productores” , sustentada p o r los industria­
les; y la “ciudad m ercantil” , respaldada p o r los comerciantes.
También los geógrafos acabaron abrazando el análisis comparativo.
Su alianza con el evolucionismo entró en crisis en el período de entre­
guerras, cuando se puso de moda agrupar los planos según las formas
de organización funcional. El británico R o b e rt E. Dickinson, por
ejemplo, clasificó las tramas norteamericanas en irregulares y regulares,
y estas últimas en ortogonales, lineales y radiocéntricas. A menudo, de
estas clasificaciones resultaron atlas de edificación, com o el que ela­
boró H ugo Hassinger en 1916 sobre Viena, donde catalogó los edi­
ficios según épocas de construcción; o el de Walter Geisler en 1918
sobre Danzig, según alturas y funciones. Bien es cierto que estos atlas
no podían considerarse com o historias urbanas propiam ente dichas,
ya que se limitaban a analizar los planos y ordenarlos por tipos.
La segunda cuestión planteada en los albores de la definición dis­
ciplinar de la historia urbana aludía a los contenidos. En este caso, la
disyuntiva era entre una aproximación individualizante o generali­
zante. La prim era suponía estudiar ciudades concretas en contextos
temporales específicos.40 Esta opción fue la que predom inó hasta la
I G uerra Mundial, avalada por la Escuela de Chicago, que la aplicó a
sus estudios com unitarios, y p o r el nacionalismo decim onónico, que
afianzó sus historias patrias con historias locales. En la época de
37
METROPOLIS: 1882-1939
entreguerras, en cambio, se impuso la aproxim ación generalizante,
que animaba a investigar procesos que afectaran a numerosas ciudades
y durante dilatados períodos de tiem po. El objetivo era superar uno
de los principales retos a los que se enfrentaba la historia urbana:
trascender los particularismos regionales y afrontar las grandes trans­
formaciones sociales de las que se ocupaba la historia general.
Esta fue la elección de H enri Pirenne, uno de los pocos historia­
dores del arte que abordó la historia urbana com o una historia eco­
nóm ica y social, con el com ercio y la burguesía com o protagonistas.
En Las ciudades de la Edad Media,4' Pirenne utilizó el m étodo com ­
parativo para estudiar la funcionalidad económ ica de la ciudad
histórica, estableciendo los tipos “ciudad fortaleza” y “ciudad epis­
copal” . Sin embargo, la im portancia de esta obra radicaba en su
perfil generalizante. A unque se centró en el período com prendido
entre finales de la Antigüedad y mediados del siglo x n ,42 no se limitó
a analizar casos concretos, sino que esbozó un panoram a holístico
poco habitual en aquel entonces.
La o r ie n ta c ió n hacia la m o rfo lo g ía :
el pap el de los h istoriad ores del arte
C om o decimos, Pirenne fue una excepción. La mayoría de los his­
toriadores del arte lucharon porque la historia urbana dejara de ser
vicaria de la historia económ ica y social. Su interpretación de la
ciudad com o obra de arte les llevó a centrarse en la morfología,43
en la que intuyeron una base sobre la que construir esa autonom ía.
Tras esta elección se escondían inquietudes típicam ente románticas:
la consolidación de la metrópolis — que despertó en los historiado­
res la nostalgia por la ciudad medieval y, por ende, el deseo de cono­
cerla— y la dilapidación del patrim onio arquitectónico. N o es de
extrañar que esta tendencia despuntara en París, una ciudad que
acababa de ser eviscerada por el plan Haussmann.
El encargado de inaugurarla fue Marcel Poète, amigo personal
de Patrick Geddes, del que heredó la admiración por los geógrafos,44
38
I.i apuesta p o r el evolucionismo y el interés p o r el urbanismo.
I )c hecho, tan solo la segunda parte de su obra más insigne, Introducción
al urbanismo,45 era una historia urbana propiam ente dicha (desde
ligipto hasta la etapa helenístico romana). La prim era, a la que se
debió la gran trascendencia del libro, estaba enfocada a definir las
bases de la propia disciplina. N o era casualidad. Francia acababa de
aprobar sus prim eras leyes urbanísticas (en 1919 y 1924), que pres­
cribían la obligatoriedad de que las corporaciones municipales ela­
boraran planes reguladores. En esta encrucijada, Poete tuvo el valor
de posicionarse en contra del todopoderoso arte urbano francés,
i igu rosamente formalista, y en favor de un urbanism o concebido
com o una “ciencia de la observación” de la evolución de ese “ser
viviente” que era la ciudad. En este sentido, y para inform ar al plan
regulador, Poete postuló lo que puede considerarse com o la segunda
prefiguración del análisis urbano en su etapa predisciplinar (la p ri­
mera fue el “ estudio regional” de Geddes), que consistía en servirse
ile catas arqueológicas para reconocer las trazas originarias de la
morfología urbana y reconstruir su posterior evolución, dependiente
de los accidentes geográficos. El tercer capítulo de Introducción al
urbanismo estaba dedicado al estudio de los caminos de acceso com o
elementos determ inantes de la form a urbana, y el cuarto al de los
rasgos topográficos y geológicos com o condicionantes de sus marcas
fundacionales.
Poete había ensayado este bosquejo de análisis urbano en Une Vie
de cité. París de sa naissance a nosjours.46 Los cuatro volúmenes que com ­
ponían esta recopilación de textos han sido reconocidos com o una de
las primeras obras maduras de historia urbana. La abundancia de mate­
rial iconográfico y la relativa presencia de planimetría evidenciaban
que los intereses de Poete iban más allá de la morfología, aspirando
a conform ar una visión global de un “ organismo urbano” concreto:
París. Ello le obligó a recurrir a fuentes tan numerosas com o variadas:
la arqueología, la filología, la arquitectura, la literatura, la pintura, la
estadística, etc., fuentes en cuyo manejo le había adiestrado su activi­
dad com o archivista y director de la Biblioteca H istórica Municipal.
39
METROPOLIS: 18821939
Une Vie de cité animó a los arquitectos europeos a leer sus ciudades tal
com o Poete había leído París, es decir, poniendo en valor sus parti­
cularidades, y con similar objetivo, extraer directrices que poder
aplicar al planeamiento urbano. Resultaron de ello lecturas históricas
orientadas p o r preferencias arquitectónicas y urbanísticas. El libro de
W erner Hegem ann Das steinerne Berlín47 se insertaba en el agrio deba­
te berlinés del período de entreguerras, donde el dilema era: París o
Londres; es decir, concentración o dispersión. Según este arquitecto,
el káiser Federico II había apostado p o r París, un error histórico, ya
que la capital prusiana tenía m ucho más en com ún con Londres,
como, por ejemplo, el hecho de estar rodeada por una amplia llanura
o haberse liberado de las murallas medievales. Por ello le parecía
injustificable que se hubiera optado p o r el m odelo de ciudad com ­
pacta en vez del suburbano. H egem ann animó a su amigo Steen E.
Rasmussen a investigar la ciudad que él tanto admiraba. En Londres,
dudad única,48 el arquitecto danés intentó desvelar las particularidades
que hacían de la capital británica una metrópolis diferente al resto
de las europeas: la baja densidad, la gran dim ensión, la abundancia
del verde, los trazados pintorescos, la ausencia de ejes m onum entales
y, m uy especialmente, la condición policéntrica. Este cúm ulo de
singularidades había resultado de la interacción del m edio físico
londinense con las prácticas políticas e institucionales británicas.
C om o vemos, Poete sedujo a los arquitectos, logrando que la
historia urbana se colara en la planificación urbanística. N o menos
im portante fue su influencia para los historiadores. Sus alumnos de
la Ecole des Hautes Etudes Urbains, fundada p o r él y H enri Sellier
en 1919 y reconvertida en el Institut d ’Urbanisme en 1924, siguieron
su estela. El uso articulado de fuentes multidisciplinares, el evolucio­
nismo y la m orfogenética,49 perm itió que estos jóvenes historiadores
superaran las fases literaria y retórica, sentando las bases de una
potente escuela francesa de historia urbana que se nutría del positi­
vismo organicista y evolucionista de Geddes.
U n o de los grandes maestros de esta escuela fue Pierre Lavedan.
En Géographie des villes,50 una obra igualmente influenciada p o r los
40
geógrafos, reafirmó la idea de que las ciudades eran organismos
naturales que evolucionaban desde la infancia a la senectud. Lavedan
también consideraba que las ciudades eran obras de arte, p o r lo que
intentó aplicar las técnicas de la historia del arte a la historia urbana,
lista visión, propia del arte urbano, le alejó del enfoque urbanístico
de Poëte y su “ciencia de la observación” .
Lavedan fue el autor de la prim era historia totalm ente generali­
zante desde el punto de vista espacial ÿ temporal. Su gigantesca
/ Ustoire de l’urbanisme51 com prendía todo el planeta y todo el arco
histórico,“de la prehistoria a la era atóm ica” . Para explicar y clasifi­
car las ciudades, Lavedan indagó en los principios m orfogenéticos,
pero tam bién en los fundam entos intelectuales propios de cada civi­
lización: religiosos en la Antigüedad, estéticos en la Edad M oderna
y funcionalistas en la Edad C ontem poránea. Fiel a la sensibilidad
romántica, contrapuso el carácter supuestam ente saludable de la ciu­
dad histórica a la naturaleza enfermiza de la metrópolis, “víctima de
lina patología degenerativa” .
El tercer protagonista de la etapa fundacional de la historia urbana
fue L.ewis M um ford, a quien se ha definido com o sociólogo, urba­
nista o periodista. En realidad, era cualquier cosa menos un historiador
positivista (él mismo se consideraba un generalista que sentía aversión
por los especialistas). En 1938 escribió La cultura de las ciudades,52
una obra de vocación generalista que abarcaba desde la Europa
medieval hasta la América contem poránea. Tam bién él traspasó los
confines de la m orfología urbana, en este caso para indagar en cues­
tiones tan diversas com o la tecnología, la econom ía, la geografía, la
funcionalidad, la legislación, las infraestructuras y, m uy especialmen­
te, en lo cotidiano, las utopías, lo simbólico y lo ideológico, con
atención preferente al hecho religioso. Podríam os aseverar que en
este libro confluyeron las dos orientaciones propias de esta prim era
fase de la historia urbana: la socioeconómica de W eber y Pirenne y
la m orfológico geográfica de Poëte y Lavedan.
Eso sí, la sensibilidad de M um ford era claramente romántica.
Siguiendo las tesis de Geddes, del que tam bién era un acérrim o
41
METRÓPOLIS: 1882-1939
discípulo, consideraba que la civilización seguía una evolución
lineal, debido al progreso tecnológico, y cíclica, estructurada en
períodos de crecimiento, expansión y desintegración. C on un tono
mesiánico que recordaba a Spengler, concluía presagiando que el
gigantismo de la megalópolis industrial formaba parte del últim o
de esos estadios, el previo a la necrópolis, el fin de la civilización.
Esta inflexión apocalíptica hubiera sido inconcebible en Lavedan.
M ientras que su Histoire de l ’urbanisme era académicamente rigurosa
y fue calificada com o ideológicam ente neutra, La cultura de las
ciudades estaba claramente dirigida p o r los intereses personales de
alguien que había dejado de lado la devoción tecnológica para
pasar a denunciar sus riesgos. En este sentido, más que la historia
propiam ente dicha, lo que interesaba a M um ford era el espíritu de
la historia, del que esperaba extraer lecciones aplicables a la m etró­
polis. Por eso su libro no era tanto una historia urbana com o un
ensayo sobre los valores que debían guiar el urbanismo, lo que lo
acercaba a la teoría urbana.
42
LAMETROPOLIS DELOS ARQUITECTOS:
CAMILLOSITTE, RAYMOND ÜNWIN,
LECORBUSIER
El nacim iento del urbanism o se produjo durante el apogeo del
arte urbano. Este último, tam bién denom inado art urbain, civic art o
Städtebau, se englobaba en una tradición que identificaba ciudad y
arquitectura y que tenía su origen en el R enacim iento. La proyectación urbana tenía que ver con la form a, po r lo que se la consideraba
com o una extensión natural de la edificación. Este interés por la
l isicidad derivó en determ inism o espacial: los “arquitectos planifica­
dores” estaban convencidos de que un orden urbano arm onioso
traería aparejado un orden social ético y cívico. Su misión en el
proceso de racionalización m onopolista sería hacer de puente entre
arquitectura e ingeniería, Kultur y Zivilisation, de ahí que se decanta­
ran por un arte aplicado que asumía los requisitos técnicos de la
metrópolis pero cuyo principal objetivo era estético: el em belleci­
miento. Para definirlo, siguieron los dictados compositivos de la
Ecole des Beaux-Arts: jerarquía de espacios, simetrías y culto al eje,
preceptos que la exitosa operación de Haussmann había extendido
por Europa y que el m ovim iento C ity Beautiful había transferido
a Estados U nidos.
El principal rival del arte urbano apareció en 1875, cuando el
( ¡obierno de la Alemania guillerm ina aprobó una ley que otorgaba
a las administraciones públicas poderes para promover, redactar e
im plem entar planes reguladores, reconociendo así que la racionali­
zación de la metrópolis no podía seguir confiándose a leyes higie­
nistas. M uchos autores coinciden en señalar dicha fecha como la del
nacim iento del urbanism o com o disciplina.53 Sin embargo, no fue
bautizada com o tal hasta la Town Planning C onference de Londres
(1Ú10), cuando Patrick Geddes la anim ó a adoptar la secuencia del
43
METRÓPOLIS: 1882-1939
“estudio regional” — investigación, análisis y planeam iento— , base
m ucho más ambiciosa sobre la que inició su proceso de institucionalización. U n año antes, en 1909, se había aprobado la prim era
ley específicamente urbanística de la historia (H ousing and Town
Planning Act), ese mismo año com enzó a im partirse un curso de
urbanismo en el D epartam ento de A rquitectura del Paisaje de la
Harvard University, y en 1914 se creó un D epartam ento de U rba­
nismo en la Escuela de Arquitectura Bartlett del University
College de Londres.54
El urbanism o se gestó y se conform ó en el ám bito del iluminismo, que lo orientó hacia la ciencia y el positivismo, lo que suponía
una aceptación acrítica de los intereses del capitalismo. Tal com o
denunció W erner Sombart, la “cultura del plan regulador” era
meram ente racional y se limitaba a colaborar en el ajuste productivo
monopolista. Así lo consideraba el marxismo, que mostró por el
urbanismo la misma indiferencia que antes había sentido por el arte
urbano. Lo acusaba de ser un instrum ento ideado po r el Estado
para llevar a cabo las tareas que le habían encom endado las élites
económicas: implicar a la metrópolis en su proyecto racionalizados
construir infraestructuras y equipam ientos que no eran rentables,
separar espacialmente las áreas residenciales burguesas de las proleta­
rias y establecer unas mínimas reglas de juego que evitaran que los
especuladores se depredaran entre sí. Por lo que respecta al arte
urbano, y tal com o com entaba François Choay,55 el desdén del m ar­
xismo procedía de su desinterés po r el espacio. Los modelos urbanos
ideados por el socialismo utópico com o alternativa a la ciudad del
laissez-faire, el familisterio de Jean-Baptiste André Godin, el falansterio
de Charles Fourier y la N ew H arm ony de R o b e rt O w en, fueron
considerados paternalistas y antirrevolucionarios. La única salida a
la gran crisis urbana del siglo x ix era la abolición del capitalismo
y la im plantación de una sociedad sin clases. Al m argen de eso,
cualquier otra cuestión, incluida la espacial, era accesoria.
A unque desahuciados p o r el marxismo, el urbanism o y el arte
urbano fueron filtrados según las referencias e intereses de las dos
44
»fusibilidades que habían impregnado el pensamiento occidental desde
el siglo xvii. En el debate urbanístico, los arquitectos románticos
Insistieron en el tem a del crecim iento urbano, asociándolo al m ito
del paisaje, mientras que los iluministas concentraron sus esfuerzos
en la racionalización, vinculándola al m ito de la industria. Por lo
que respecta al arte urbano, discreparon en sus opciones estéticas:
los románticos se inclinaron por el medievalismo y los iluministas
por el arte de vanguardia.
I I d e sco n te n to ro m á n tico :
■ luilad h istórica y paisaje
I a sensibilidad romántica irrum pió en el arte urbano alentada por
un malestar estético: la “fealdad” de la metrópolis. En 1889 Camillo
Sitte publicó Construcción de ciudades según principios artísticos, 56 donde
se rebelaba contra el pragmatismo del urbanismo iluminista. A unque
com partía sus reivindicaciones tecnicistas, aceptaba la sociedad
industrial y rechazaba refugiarse en utopías nostálgicas, defendía que
los aspectos artísticos eran tan importantes com o los funcionales e
infraestructurales, y exigía que la m etrópolis, además de racional,
fuese hermosa. Influenciado por la crítica del arte, de la que adoptó
el concepto de Kunstwollen (“voluntad artística”) enunciado por
Alois R iegl,57 estaba convencido de que el ciudadano tenía un senti­
do estético natural que era el que había utilizado durante siglos para
concebir bellos espacios urbanos. La ciudad del laissez-faire, cons­
truida por especuladores, quebró esa tradición y, con ella, la capacidad
creadora de sus habitantes. Para recuperarla era necesario intelectualizar el Kunstwollen en manuales de diseño com o el citado Construc­
ción de ciudades según principios artísticos. Por un lado, y para dotar de
una base científica a su apuesta estética, Sitte recurrió a la naciente
psicología del espacio, que le perm itió describir cóm o este era per­
cibido a través de la visión. Por otro, y para distinguir y separar las
leyes que habían regido la construcción de la belleza a lo largo de
la historia, analizó las morfologías urbanas tradicionales. Finalmente,
45
METRÓPOLIS: 18821939
abogó por el retorno al pintoresquismo medieval, opción que justifi­
caba por el hecho de que el ojo hum ano captaba el espacio urbano
p o r secuencias, es decir, de manera fragmentaria y cinética. D e ahí
su apuesta p o r los espacios públicos cerrados y su crítica a las tramas
ortogonales y los ejes visuales propios del arte urbano francés, con el
que, sin embargo, coincidía en un postulado esencial: la ciudad debía
ser concebida desde las tres dimensiones propias de la arquitectura.
El libro se Sitte extendió por Europa una versión medievalista
del arte urbano com o alternativa a la clasicista de la Ecole des
B eaux-A rts.5x U n o de sus seguidores fue el historiador y urbanista
C ornelius G urlitt, autor de Über Baukunst.59 En esta obra, ampliada
en 1920 bajo el título de Handbuch des Städtebaues,A0 insistía en los
presupuestos enunciados p o r el arquitecto austríaco: definió el arte
urbano com o la confluencia del plan regulador y el proyecto arqui­
tectónico, reivindicó el uso de la psicología de la visión para deter­
m inar las dimensiones de una plaza o la ubicación de un edificio,
rastreó la historia urbana en busca de referencias y concluyó denun­
ciando los trazados ortogonales por su m onotonía visual.
N o ocurrió lo mismo con el otro gran teórico del arte urbano
romántico, el historiador del arte Albert Erich B rinckm ann. En
Platz und M onument'' form uló un m étodo de análisis de la percep­
ción de la ciudad inspirado por la teoría purovisualista de H einrich
Wöltflin, del que B rinckm ann había sido alumno. Para definir el
carácter de los espacios urbanos estableció una serie de pares anti­
nómicos, com o regularidad e irregularidad o simetría y asimetría.
Tam bién acudió a la historia urbana, donde detectó constantes y
variables que le sirvieron para enunciar las reglas artísticas que
regían la forma visible de las ciudades, reglas universales y expresables
m atem áticam ente. Sin embargo, las conclusiones estilísticas a las
que llegó B rinckm ann eran opuestas a las de Sitte y Gurlitt: recha­
zaba el neomedievalismo y no ocultaba su fascinación p o r los
contundentes perfiles m etropolitanos.
Q ue el arte urbano germ ánico se apoyara en la historia urbana
sirvió tam bién para difundir entre los arquitectos la conciencia
46
patrimonial, segunda línea de reflexión abierta por la sensibilidad
romántica, y que inm ediatam ente se bifurcó. Sitte y G urlitt defen­
dían que se podía intervenir en la ciudad histórica siempre que se
respetaran las leyes de la percepción visual; Brinckm ann, en cambio,
creía que era un ente intocable, susceptible tan solo de ser cataloga­
do y preservado. Se alineaba así con los postulados de John R uskin,
pionero en la reivindicación del valor patrim onial de la ciudad,
l in Las piedras de Venecia, 62 R uskin había señalado el papel que el
patrim onio de la ciudad jugaba en la definición de la identidad
personal de sus habitantes, a los que enraizaba en el espacio y en
el tiempo. Partiendo de este argum ento, su prescripción era radical:
la ciudad debía conservarse intacta, preservando no solo su arquitec­
tura y red viaria, sino tam bién las formas de vida preindustriales que
las habían generado.
En la década de 1930 la polém ica entre intervencionistas y con­
servacionistas se disparó, alentada por una nueva oleada de destruc­
ción urbana auspiciada por programas com o el de “limpieza de las
barriadas y realojam iento” del London C ounty C ouncil, que acabó
con varios barrios tradicionales. El ingeniero e historiador del arte
Gustavo Giovannoni, atento lector de Construcción de ciudades según
principios artísticos, fue clave para que la balanza se inclinara a favor
de los prim eros. En 1931 escribió Vecchie citta ed edilizia nuova,63
donde dejaba constancia de sus múltiples deudas con Sitte: lamentaba
la fealdad de la metrópolis, confesaba su adm iración por la ciudad
tradicional, reclamaba vincular urbanism o y arquitectura y, algo
especialmente significativo por su infrecuencia en el contexto rom án­
tico, defendía el acuerdo entre pasado y presente. Para Giovannoni
el casco histórico era un m onum ento, pero tam bién un tejido vivo
con valor de uso, concretam ente com o área de esparcimiento del
blasée m etropolitano. Sobre esta base impulsó una teoría vehiculada
por tres principios: el casco histórico debía articularse con el resto
de la ciudad, sus m onum entos eran inseparables del entorno urbano,
que tam bién debía ser protegido, y las dem oliciones y reconstitucio­
nes parciales eran lícitas siempre que no falseasen el original. Tras la
47
METRÓPOLIS: 18821939
II Cíuerra M undial, esta teoría, que compatibilizaba preservación y
adecuación a los nuevos tiempos, abriría las puertas de los centros
urbanos europeos a los intervencionistas, relegando a los conserva­
cionistas al papel de eternos gem ebundos.
Dejem os aquí la ciudad histórica para abordar ahora el segundo
gran m ito de los arquitectos románticos: el paisaje, cuyo culto se
rem onta al origen mismo de la sensibilidad romántica. El enalteci­
m iento rousseauniano de la naturaleza se vio inm ediatam ente refor­
zado po r el paisajismo, un campo del arte que la sublimó a categoría
estética. En la etapa m etropolitana el paisaje se incorporó a la teoría
urbana,64 estableciendo una dicotom ía entre paisaje y ciudad en la
que el prim ero funcionaba com o m odelo, e incluso com o guía
ética, de la segunda. Desde ese m om ento, el paisaje pasó a ocupar
un lugar central en el altar romántico, donde se lo invocaba com o
antídoto a una de las principales preocupaciones de los arquitectos:
el desbocado crecim iento metropolitano.
La técnica urbanística iluminista había dem ostrado que no le
inquietaba este asunto: nunca cuestionó el desarrollo magmático e
ilimitado de la metrópolis, conform ándose con intentar ordenarlo.
Esta resignación sublevó a los arquitectos románticos, que se im pu­
sieron com o tarea preservar los entornos naturales de la amenaza
urbanizadora. Para afrontar este reto, explotaron la potente veta del
pensam iento antiurbano decim onónico. Especialmente sugerente
era la filosofía anarquista del geógrafo Piotr K ropotkin, autor de
Campos, fábricas y talleres,65 un libro en el que emplazaba el futuro
de la hum anidad en las antípodas del presente m onopolista: las
industrias serían pequeñas, em plearían a trabajadores altamente
cualificados y gozarían de una gran libertad de localización gracias
a la expansión de la energía eléctrica. En estas circunstancias la con­
centración m etropolitana dejaría de tener sentido, p o r lo que gran
parte de la población retornaría al campo.
En este caldo de cultivo germ inó la figura de Ebenezer Howard,
activista social y taquígrafo parlamentario. La propuesta de su libro
Ciudades jardín del mañana66 era singular: colonizar el territorio con
48
ciudades jardín de población y dim ensión limitadas: 32.000 habi­
tantes, 1.000 acres [400 hectáreas] de terreno urbanizable y 5.000
acres [2.000 hectáreas] de terreno agrícola. Howard las definió com o
una secuencia de círculos concéntricos: en el centro un parque,
más allá una corona de equipam ientos, calles residenciales salpicadas
ile cottages neogóticos, una gran avenida de 130 metros de anchura
Manqueada p o r crescents y un cinturón de fábricas conectado por
ferrocarril con otras ciudades jardín. La aportación clave de este
esquema era la baja densidad: 80 habitantes/hectárea y más de un
tercio de la superficie destinado a zonas verdes. Era lo nunca visto
en las ultracongestionadas metrópolis. La alternativa a su crecim ien­
to magmàtico era una galaxia de ciudades jardín enlazadas entre
sí por eficientes redes de transporte. Esta urbe paisaje conciliaba
pares de conceptos hasta entonces antinóm icos — trabajo industrial
y agrícola, técnica y tradición, servicios de la gran ciudad y vida
bucólica del campo, etc.— en una brillante síntesis de los valores
esenciales del romanticismo, la com unidad, la aldea y, por supuesto,
el paisaje.
Pero Howard solo dedicó dos de los trece capítulos de Ciudades
jardín del mañana a cuestiones morfológicas, abordando en los once
restantes temas políticos, económicos y sociales. Siguiendo los dictados
de Kropotkin, aspiraba a reconstruir el capitalismo sobre la base de
la pequeña empresa, confiando la edificación de las ciudades jardín
a cooperativas de accionistas. Los réditos derivados de la revaloriza­
ción de sus zonas agrícolas se utilizarían para sustentar un auténtico
Estado del bienestar: equipam ientos públicos, pensiones, seguros de
enferm edad, etc.; en definitiva, el paraíso anarquista.
Era evidente que la viabilidad de la propuesta de H ow ard en la
metrópolis m onopolista era nula si previam ente no se barrían estos
rescoldos ideológicos. A ello se dedicó R aym ond U nw in , un socia­
lista que, paradójicam ente, dejó de lado las cuestiones socioeconó­
micas para concentrarse en los tipos arquitectónicos y urbanos de la
ciudad jardín, en los que intuyó patrones m uy del gusto de la bur­
guesía británica. El prim er paso hacia su conversión en un producto
49
METRÓPOLIS: 1882 1939
comercial lo dio en La práctica del urbanismo, 67 donde proclamó su
pasión por la arquitectura vernácula de los pueblos ingleses. U nw in
enlazaba así el paisajismo de Howard con el medievalismo de Sitte,
del que había aprendido a vincular ciudad y arquitectura. Esta feliz
convergencia fue codificada en un opúsculo publicado en 1912,
Nothing Gained by Overcrowding!68 D e H oward incorporó la baja
densidad poblacional y la apuesta p o r la edificación abierta y de
Sitte la recomendación de la clausura visual del espacio. De la síntesis
entre ambos resultó el cióse, una agrupación de viviendas unifamiliares
en U que generaba un espacio semiprivado y semipúblico que
fomentaba la vida com unitaria. Las casas, que contarían con jardín
delantero y espacio de recreo trasero, se separarían entre sí un m íni­
m o de 24 metros para perm itir el soleamiento, y se emplazarían en
calles sin salida donde los niños podrían jugar seguros. La trascen­
dencia de Nothing Gained by Overcrowding! fue enorm e. El London
C ounty C ouncil transcribió sus dictados a sus nuevas ordenanzas,
acabando así con la tradición de los barrios obreros británicos y sus
interm inables hileras de viviendas adosadas, tipología denostada por
U nw in debido a su monotonía. Eso sí, la ciudad jardín autosuficiente
de Howard se había transmutado en un suburbio jardín que gravitaba,
espacial y funcionalm ente, alrededor de la metrópolis. U nw in no
solo había desactivado el idealismo anarquista de Howard, sino tam­
bién la dim ensión territorial de su propuesta, una auténtica traición
que él mismo reconocería más adelante.
U na vez reform ulado com o suburbio jardín, el m odelo de
Howard experim entó una fulgurante expansión internacional, de
la que se encargaron asociaciones como la Garden City Association
británica, fundada en 1899. En Francia, el m entor de la Association
des Cités-Jardins, creada en 1904, fue el jurista Georges Benoít-Lévy,
autor de La Cité-jardin 69 y pionero en la idea de asociar ciudad
jardín y vivienda obrera (también propuso com plem entar las pro­
puestas de H ow ard con las de A rturo Soria y Mata). El epígono
italiano fue Alessandro Schiavi, un socialista que coincidía en esa
vinculación pero que no ocultaba su fascinación por los valores
50
estéticos de las aldeas británicas, com o puso de manifiesto en Le case
il buon mercato e la città-giardino.70
Aunque sin duda, y al margen del R eino Unido, el país que plantó
con más ahínco la semilla de Howard fue Alemania, tierra abonada por
los discursos deT ónnies y Spengler. Su Gartenstadtgesellschaft, fun­
dada en 1902, llegó a contar con el apoyo del D eutscher W erkbund,
es decir, del capital monopolista. Este amplio consenso explica que
la singladura de la ciudad jardín alemana sé bifurcara en dos vertientes
ideológicas. U na era conservadora y fue sumamente precoz, tanto que
sn precursor,T h eo d o r Fritsch,le disputó a Howard la paternidad de
la idea. En 1896, dos años antes de que apareciera la prim era versión
de Ciudades jardín del mañana, Fritsch publicó Die Stadi der Zukunft,1'
donde postulaba un esquema de ciudad del futuro aparentem ente
similar a la ciudad jardín: planta circular, espacio libre central, cintu­
rón verde, propiedad com unitaria de la tierra, etc. Sin em bargo las
diferencias entre ambos modelos eran esenciales: el de Fritsch estaba
pensado para un m illón de habitantes, no se planteaba com o una
estrategia de crecim iento descentralizado y, sobre todo, era un m ani­
fiesto totalitarista y racista absolutamente contrario al anarquismo
libertario que inspiraba a Howard. Esto explica que, cuarenta años
después de la edición de Die Stadi der Zukunft, el nacionalsocialismo
optara por la ciudad jardín com o mecanismo para recuperar los
valores de la Alemania rural. Eso es lo que pretendía G ottfried Feder
con Die neue Stadi,12 un libro en el que proponía la creación de
núcleos rurales autosuficientes de 20.000 habitantes para facilitar
el retorno de la población al campo.
Los orígenes de la otra versión ideológica de la ciudad jardín
alemana, la progresista, nos rem iten al expresionismo. En 1919
Bruno Taut escribió La corona de la ciudad,71 donde proponía un
místico esquema urbano formado por un círculo de siete kilómetros
de diámetro que podría albergar entre 300.000 y 500.000 habitantes.
Su centro estaría reservado a la “corona de la ciudad” , un espacio
público cuya cima no habría de construirse hasta la llegada de un
“afortunado Brunelleschi” .
51
METRÓPOLIS: 18821939
Antes de la I G uerra M undial, el debate de la ciudad jardín se había
circunscrito al ám bito de la teoría urbana. C om enzó entonces un
proceso que lo haría desembocar en el urbanismo, una deriva com ­
plicada por la tortuosa relación que el romanticism o m antenía con
esta disciplina de origen iluminista. La figura que sirvió de puente
fue Patrick Geddes, un rom ántico fascinado por el urbanismo.
H izo públicas sus teorías en la m encionada Town Planning C onference de Londres (1910), dejando constancia de las concomitancias
de sus “ conurbaciones” con el m odelo de Howard. D e esta con­
fluencia derivó la “planificación regional”, cuyo prim er laboratorio
de ideas fue el Town Planning Institute, creado en 1914 porT hom as
Adams y R aym ond U nw in. Este últim o recuperó la original aspira­
ción de la ciudad jardín de convertirse en un sistema de coloniza­
ción geográfica, que él mismo había desactivado pocos años antes.
Esta reconciliación con las ideas de Howard fue escenificada en el
“m étodo de descentralización” (1925), con el que U nw in pretendía
aplicar el crecim iento p o r núcleos satelitales a todo el territorio
británico, planteando un sistema de conurbaciones circunvaladas
por cinturones verdes y conectadas po r parkivays.
Estos dos conceptos provenían de Estados U nidos, país que
sería el encargado de asentar las bases definitivas de la planificación
regional. El excéntrico y polifacético Geddes llegó a Nueva York
en 1923, donde se encontró con Lewis M umford, con el que llevaba
cinco años de intercam bio epistolar. Sería este quien ordenaría su
maraña de ideas, cotejándolas con las de Howard. D e ese cruce
resultaron los tres últimos capítulos de La cultura de las ciudades,
considerados com o el prim er manifiesto de la teoría de la planifica­
ción regional. En su artículo “Planning the Fourth M igration”,74
M um ford diferenciaba entre las dos prim eras migraciones europeas
a Estados Unidos, que supusieron la colonización del país con asen­
tamientos ubicados a lo largo de canales y vías de com unicación, y
la “ tercera m igración” , la correspondiente a la etapa metropolitana,
caracterizada por un masivo desplazamiento desde el cam po a la
ciudad que había derivado en las insoportables condiciones de vida
52
de esta última. A hora M um ford anunciaba “la cuarta m igración”,
propia de la fase “neotécnica” , en la que la expansión del automóvil,
el teléfono, la radio y la electricidad perm itiría que la población se
dispersara por el territo rio (los ecos de K ropotkin resonaban por
doquier). El reto, que él había asumido en 1923 al fundar la Regional
Planning Association o f A m erica (RPAA), era proceder a esa reubi­
cación de personas y funciones sin dilapidar recursos hum anos y
naturales. Para lograrlo, la planificación regional habría de repensar
el territorio com o una unidad de paisajes, fuentes de riqueza, indus­
trias y habitantes, procediendo a recolonizarlo con sistemas de ciu­
dades jardín.
Frank Lloyd W right asumió ese reto. En su libro The Disappearing
City 75 profetizó que la metrópolis, a la que calificaba de “fea, conges­
tionada, mal administrada y desastrosa desde el punto de vista eco­
nóm ico” , coexistiría en el futuro con un patrón urbano altamente
descentralizado que estaría “ en todos sitios y en ningún lugar a la
vez” .Tres años después hizo pública la m aqueta de Broadacre City,
una com unidad autosuficiente com puesta por un m áxim o de 1.400
familias o 5.000 habitantes que se insertaría en los nodos de una
retícula territorial conform ada por cuadrados de 20 millas [unos
32 km] de lado, siendo sus com ponentes principales las carreteras,
las viviendas unifamiliares en parcelas de un acre [0,4 ha] de superfi­
cie y las zonas verdes y agrícolas que ocuparían dos tercios del
territorio, lo que suponía una densidad de 15 habitantes/hectárea
(una quinta parte de lo propuesto por Howard). W right aventuraba
así lo que entonces era inimaginable pero posteriorm ente se haría
realidad: que el destino últim o de la metrópolis era fundirse en un
contínuum semiurbano y semirrural plagado de moteles, parques de
oficinas, centros comerciales y casas aisladas.
Este designio comenzaba a hacerse realidad en el R ein o Unido,
pero no mostraba perfiles precisamente bucólicos. En la década
de 1920 una de las cabezas pensantes del Town Planning Institute,
l’atrick Abercrombie, se quejaba del mar de cottages residenciales que
inundaba las zonas rurales del sur de Inglaterra. Eran los suburbios
S3
METRÓPOLIS: 1882-1939
jardín codificados p o r U nw in en Nothing Gained by Overcrowding!
y sancionados por la Ley Addison (1919) com o m odelo oficial de
crecimiento. En The Preservation o f Rural England,7h Abercrombie
incluyó el paisaje en el debate patrim onial, hasta entonces ceñido
a los límites de la ciudad histórica. También aquí se trataba de
conciliar el desarrollo técnico con los valores ambientales, es decir,
que las viviendas, puentes, vías férreas y carreteras se adaptasen
arm ónicam ente al entorno natural.
A Abercrom bie se debió el desmantelamiento del idealismo
rom ántico subyacente en el planeamiento regional, cuyo reflejo era
el utopism o w rightiano. En Planeamiento de la ciudad y del campo11
sacrificó el idealismo en aras del tecnicismo administrativo y planifi­
cador, transcribiendo su mensaje a prescripciones metodológicas
que recordaban la manualística del tan denostado urbanism o ilum inista. Probablem ente gracias a ello, y com o reconocería el propio
Mumford, Abercrombie pudo llevar a cabo el plan que más se acercó
a los ideales de la planificación regional: el plan para el Gran Londres,
redactado en 1944 y ejecutado tras la II G uerra M undial.
Finalmente, el trabajo de Abercrombie, U nw in, Adams, Geddes
y tantos otros acabó derivando en la aparición de una nueva subdis­
ciplina: la “ordenación del te rrito rio ” , un área de conocim iento
donde confluían urbanismo, geografía y ecología. El proyecto racionalizador del m onopolism o se ampliaba a todo el territorio, eso sí,
ceñido por el cinturón ético que el romanticism o llevaba décadas
trenzando.
Ilu m in ism o y ra cio n a lism o produ ctivista:
hacia La Carta de A ten as
C om o acabamos de ver, y a pesar de su inicial desapego, los arqui­
tectos románticos acabaron jugando un papel determ inante en la
evolución del urbanismo. Sus orígenes, sin embargo, fueron pura­
m ente iluministas y positivistas. Las bases disciplinares las estableció
una serie de manuales redactados por la generación de funcionarios
54
f
y técnicos municipales crecida al amparo de la ley alemana de 1875.78
R einhard Baum eister fue el autor del prim ero de ellos, Stadterwei­
terungen in technischer baupolizeilicher und wirtschaftlicher Beziehung ,79
cuyas dos primeras secciones estaban dedicadas a las ordenanzas de
la edificación y el plan regulador, las dos figuras legales contempladas
por la naciente técnica urbanística para racionalizar la metrópolis.
Baumeister confiaba a las ordenanzas la definición de estándares
mínimos de habitabilidad, al plan regulador “ crear viviendas y
facilitar el tráfico” y a ambos la cuestión que obsesionaba a los
reformadores sociales de la época: la higiene. C onsciente de que
numerosas patologías de la metrópolis derivaban de sus penosas
condiciones sanitarias, urgía a alejar las actividades insalubres de las
áreas residenciales. D e esta inquietud derivó una estrategia que se
consolidaría com o uno de los ejes vertebrales del planeam iento:
la zonificación funcional, que Baum eister concretó diferenciando
entre usos comerciales, industriales y residenciales. Tráfico, vivienda
e higiene serían los tres vectores que guiarían a los urbanistas ilum inistas en el manejo del que entendían que era su principal cometido:
organizar el caótico crecim iento dem ográfico y territorial de la
metrópolis, un fenóm eno al que, a diferencia de sus compañeros
románticos, no se oponían.
En 1890 Josef Stübben escribió “D er Städtebau”, una sección
de una enciclopedia de arquitectura e ingeniería titulada Handbuch
der Architektur. Este funcionario público com plem entó la zonificación
funcional de Baum eister con otra de carácter tipológico arquitectó­
nico que tam bién acabaría convirtiéndose en canónica. Clasificó
los edificios en cerrados y abiertos, coincidiendo con U n w in en
su predilección p o r estos últimos, pero reconociendo que la lógica
especulativa de la metrópolis apuntaba hacia los prim eros, de alta
densidad. Para asegurar niveles correctos de ilum inación y ventila­
ción, Stübben relacionó sus tipologías con el sistema viario, vincu­
lando la altura de los edificios con la anchura de calles y patios.
Finalmente, R u d o lf Eberstadt, con su Handbuch des Wohnungswesens
und der Wohnungsfrage,8Ü profundizó en el meollo de la crisis heredada
SS
METRÓPOLIS: 1882 1939
de la ciudad del laissez-faire: la vivienda. Los tipos que estableció
en su propuesta de zonificación, viviendas “ económ icas” o “dotadas
de carácter artístico” , evidenciaban sin p udor lo que el marxismo
había denunciado: que uno de los objetivos del urbanismo era separar
espacialmente a burgueses y proletarios, com etido asignado a la
zonificación tipológica.
También los pioneros del arte urbano iluminista provenían del
positivismo decim onónico, igualmente dispuesto a enfrentarse a los
horrores de la ciudad del laissez-faire con un pragmatismo cientifista.
U no de ellos fue O tto Wagner, com patriota, coetáneo y polo
opuesto de Camillo Sitte en la dialéctica entre iluminism o y rom an­
ticismo. En 1885 publicó Moderne Architektur;81 donde proclamó
que la racionalización de la metrópolis pasaba p o r su som etim iento
al im perio del orden cartesiano. W agner defendía con arrogancia
la uniform idad de las tramas ortogonales así com o sus vías anchas y
rectilíneas, ya que “el arte de nuestro tiempo enaltece esta m onotonía
y m onum entalidad” . La falta de sintonía con Sitte era evidente, y
tam bién con Howard. D enom inaba “cem enterios de villas” a las
ciudades jardín, coincidiendo con Stübben en que la vivienda unifamiliar era incom patible con la escala y densidad propias de la
metrópolis. En Die Großstadt, eine Studie über diese,*2 W agner expuso
su propuesta para racionalizar el crecim iento en m ancha de aceite,
utilizando Viena com o caso de estudio. U na red infinita de anillos
concéntricos y radiales serviría de engarce a los 21 distritos semiautónom os, funcionalm ente especializados, dispuestos a distancias
regulares y articulados por redes infraestructurales que albergarían
150.000 habitantes cada uno, lo que suponía una densidad de hasta
200 habitantes/hectárea, más del doble de los 80 propuestos por
H oward para su ciudad jardín.
Más próxim o a los presupuestos románticos era el m odelo
planteado por el ingeniero español A rturo Soria y Mata: la “ ciudad
lineal”, desarrollada en una serie de artículos aparecidos en el perió­
dico E l Progreso a partir de 1882. Su idea era tan revolucionaria
com o la de Howard: una franja urbana de longitud ilimitada, de
56
r
C,ádiz a San Petersburgo,83 y 500 metros de anchura, dim ension
determ inada por “cálculos neopitagóricos”, cuya colum na vertebral
sería una vía férrea y de tranvía. Soria difería de los criterios de
/unificación tipológica y funcional de la manualística alemana.
Para favorecer la mezcla de clases sociales planteaba crear superm anzanas donde las industrias ligeras convivirían con edificios com er­
ciales, recreativos y residenciales. Por otro lado, y aunque él siempre
insistió en la independencia de ambos modelos, la ciudad lineal
com partía presupuestos con la ciudad jardín: provenía de una
reflexión territorial, presumía de relación orgánica con el entorno
natural y apostaba por la baja densidad. A pesar de ello, la sensibili­
dad de Soria era claramente iluminista y positivista: le fascinaba la
ciencia ficción, estaba obsesionado con la regularidad geom étrica y
se consideraba un científico. Lo que le movía no era la preocupación
romántica por la destrucción del paisaje, sino el mismo impulso que
a Wagner: responder técnicam ente a las necesidades de crecim iento
de la m etrópolis.84
También a Eugène H énard, autor de los ocho fascículos que
com ponían los Estudios sobre la transformación de París,85 le movían
visiones ingenieriles o biológicas: la metrópolis era un organismo
que respiraba a través de “pulm ones de vegetación” y cuya “ circula­
ción sanguínea” fluía po r “ arterias viarias” . Su plan para la capital
francesa incidía en estas dos cuestiones: los parques y el tráfico.
La propuesta para la prim era consistía en articular las zonas verdes
en “sistemas de parques” , un concepto que había sido ideado por
Frederick Law O lm sted m edio siglo antes y que había sido difundi­
do en Francia por Jean-C laude Nicolas Forestier.86 E n lo que se
refiere al tráfico, H énard coincidía con W agner en optar po r el
esquema radial, proponiendo para París una secuencia de anillos
enlazados por dieciocho avenidas, dos de las cuales conform arían
una nueva grande croisée haussmanniana. La intuición de la generali­
zación del uso del autom óvil le llevó a esparcir p o r el tejido urbano
una colección de ingeniosos artefactos tecnológicos: la glorieta gira­
toria, un cruce de calles a varios niveles, el “puente en x sobre el
57
METROPOLIS: 1882-1939
Sena” o la “calle futura” , una calle zonificada verticalmente según
tipos de tráfico. Las arterias radiales serían bulevares a redants, unas
vías verdes que conectarían con el sistema de parques de la periferia
y flanqueadas por bloques en greca. Serían el prim er anuncio de la
puesta en crisis de la calle corredor.
A unque Wagner, Soria y H énard pueden considerarse precursores
de la teoría urbana iluminista, esta no se consolidó com o tal hasta
com ienzos del siglo x x en Francia, aunque su desarrollo se produjo
en Alemania. En ambos países prim ó el objetivo de incorporar la
metrópolis al proceso de racionalización apuntado por la industria
monopolista, si bien la cuestión se abordó desde distintos enfoques
intelectuales. Los arquitectos alemanes sintonizaron con la sociología
de W eber y asumieron ese mandato sin contemplaciones; los franceses,
en cambio, recogieron el guante lanzado por Simmel y se aplicaron
a estetizar el flujo de fragmentos metropolitanos.
Todo com enzó con Tony Garnier, autor de Una ciudad industrial,87
un docum ento editado en 1917 aunque redactado entre 1901 y
1904. Su introducción teórica y sus 164 láminas supusieron un
punto de inflexión en la incipiente teoría urbana iluminista, despla­
zando la reflexión de cóm o ordenar el crecim iento a cóm o maximizar la producción. La nueva meta era la funcionalidad y el nuevo
espejo la industria. Influenciado porV idal de la Blache, G arnier
em pezó definiendo la implantación geográfica de su “ciudad indus­
trial” para 35.000 habitantes. Sobre una colina que dom inaba un
valle donde confluían un río y un torrente, destacó tres preexistencias
— un pequeño núcleo histórico, una central hidroeléctrica (la “energía
del futuro”) y una mina— para, a continuación, proceder operando
con pautas de diseño dictadas por la industria. Tipificación y estan­
darización eran la consigna. Paralelepípedos de horm igón y una
trama viaria ortogonal ejemplificaban lo que habían proclamado
W agner y Tónnies, que la abstracción dirigía a la Gesellschqft.
Pero tam bién había alguna contam inación romántica: la densidad
era baja (la edificación ocupaba el 50 % de la superficie, reservando
el resto a zonas verdes), clara muestra de que incluso los arquitectos
58
iluministas se habían rendido a los encantos de la ciudad jardín de
I loward, de la que admiraban su capacidad de sistematización: un
mecanismo m odular potencialm ente reproducible hasta el infinito
que parecía prom eter la “fordización” del territorio.
fiero la principal aportación de Una ciudad industrial tuvo que
ver con la zonificación funcional. Los tres usos que propuso G arnier
no solo operaban com o herramientas de ordenación del crecimiento,
mino que también eran un instrum ento de diseño urbano: las fábricas
ocupaban el meandro generado p o r los cursos de agua en contacto
con una línea férrea, las residencias estaban en la ladera de la colina,
envueltas p o r un colchón verde que las separaba de las industrias,
y la zona hospitalaria en la cima, enaltecida com o una especie de
acrópolis del higienismo. El resultado era sorprendente: una secuencia
de fragmentos funcionales, débilm ente enlazados entre sí y despa­
rramados por el territorio. El reto postulado p o r Simmel — ponerle
cara a la m odernidad— ya estaba sobre la mesa de dibujo de los
arquitectos.
Le C orbusier recogió ese boceto y lo convirtió en modelo.
Sus lecturas juveniles dem uestran que había bebido de fuentes
románticas e iluministas: conocía la obra de los proceres de la ciudad
jardín, U nw in y Benoit-Lévy, pero tam bién la de los funcionarios
alemanes Baumeister y Stübben;le habían fascinado tanto Construcción
de ciudades según principios artísticos de Sitte com o los Estudios sobre la
transformación de París de Hénard, aunque finalmente acabó rindiéndose
a los bulevares a redants de este último, descalificando el pintores­
quismo del prim ero com o “ culto al cam ino de los asnos” . U na vez
tom ó partido, se dedicó a labrarse una trayectoria propia dentro del
iluminismo. Mientras que H énard emplazó sus artefactos en fiaris y
( íarnier ubicó su ciudad industrial en un enclave natural, Le Corbusier
concretó su pensam iento urbano en modelos abstractos, una opción
plenam ente racionalista que evidenciaba su intención de suplantar
lo concreto por lo universal.
El prim ero de dichos modelos fue la Ciudad contemporánea para
tres millones de habitantes presentado en 1922 y publicado dos años
59
METRÓPOLIS: 1882-1939
después en su libro La ciudad del futuro.™ El esquema, un núcleo
urbano, un cinturón verde y una corona de ciudades jardín, era
perfectam ente com patible con la idea de Howard. Pero para concre
tarlo espacialmente, Le Corbusier em uló a Garnier, apostó por la
trama ortogonal y diseñó zonificando: la ciudad de los negocios en
el centro, las áreas residenciales en un anillo periférico y un rosario
de ciudades jardín de 20.000 habitantes en el territorio circundante.
En La ciudad del futuro dejaba claro que su vocación era claramente
iluminista. Justificaba la altísima densidad de edificación y la bajísima
densidad de ocupación por la necesidad de abrir vías de circulación
y zonas verdes en los congestionados centros m etropolitanos.
Tam poco había rastro de los ideales com unitarios románticos.
Los rascacielos de la zona de negocios estaban reservados a una élite
de industriales, científicos y artistas; los apartamentos de los bloques
a redant y alveolares a las clases medias y altas, y las ciudades jardín
de la periferia a la obrera.
El segundo m odelo urbano de Le Corbusier, la Ville Radieuse,
fue presentado en el tercer congreso del C IA M (Bruselas, 1930) y
publicado en un libro hom ónim o.89 La planta reproducía un cuerpo
hum ano, con su cabeza (la ciudad de los negocios), cuello (una
franja destinada a aeropuerto, estación de tren, hoteles y embajadas),
colum na vertebral (un eje viario), torso (edificios residenciales),90
pulm ones (áreas verdes) y extremidades (talleres, almacenes e indus­
trias). Confiaba su construcción a un sistema de planificación
centralizado donde los urbanistas trabajarían con total libertad, sin
presiones sociales o políticas. Le Corbusier ponía en evidencia una
vez más su positivismo ideológico radical, llegando a declarar incluso
su adm iración por dictadores com o Luis XIV o N apoleón III, a los
que reconocía haber ejecutado planes urbanísticos elaborados por
técnicos dem iúrgicos. A estos últimos, los “jefes de equipo” , les
correspondía la tarea de im poner a la sociedad m etropolitana un
m odelo urbano estéticamente desconcertante. La Ville R adieuse
se erigía sobre un plano vegetal rasgado por una retícula viaria,
punteado por edificios y con una bajísima densidad de ocupación
60
tic tan solo el 12 % del territorio. El flujo de fragmentos que Simmel
Imaginó arrastraba rascacielos de vidrio de 200 metros de altura,
bloques serpenteantes y autopistas de ocho carriles. Era lo nunca
visto, el fin de la calle corredor y, con ella, de miles de años de his­
toria urbana.
1,os arquitectos alemanes intentaron eludir el formalismo lecorlutsierano, limitándose a vehicular los dictados tayloristas y fordistas.
bl principal precursor de esta corriente radicalm ente funcionalista
lite Ludwig Hilberseimer. En su libro La arquitectura de la gran ciudad91
expuso su Hochhausstadt, una ciudad vertical basada en la superposi­
ción de tres estratos funcionales y circulatorios: arriba el residencial,
destinado al peatón; abajo el terciario, ligado al tránsito rodado; y en
el subsuelo el resto de los medios de transporte. H ilberseim er res­
pondía así a los modelos de Le Corbusier, a los que acusaba de pro­
vocar colapsos de tráfico. En la Hochhausstadt el blasée m etropolitano
habitaría sobre su lugar de trabajo, lo que haría innecesarios los
desplazamientos (el ahorro de tiem po era uno de los preceptos de
la “adm inistración científica” deTaylor).Tam bién era una crítica al
esteticismo de la Ciudad contem poránea para tres millones de habi­
tantes y su apuesta por densidades irracionales desde el punto de vista
económ ico y técnico. En contraste, los edificios de la Hochhausstadt
serían de altura moderada: cinco plantas los basamentos y quince los
bloques.
C onsciente de dónde se localizaba el epicentro de los problemas
de la metrópolis, H ilberseim er convirtió “la célula vivienda” en la
unidad de medida que reglaba el urbanism o y el diseño urbano:
la dim ensión de las manzanas dependía de los metros cuadrados de
zona verde por vivienda, la anchura del viario del núm ero de coches
por vivienda y lo mismo sucedía con la superficie y ubicación de
aparcamientos, equipam ientos, etc.; todo remitía a la referencia
ineludible de la vivienda. Los bloques laminares de la Hochhausstadt
reflejaban el escalofriante “orden total” resultante de este com pro­
miso con el proyecto racionalizador: zonificación funcional estricta,
ámbitos circulatorios segregados, tipologías edilicias estandarizadas y
61
METROPOLIS: 1882-1939
unos edificios normalizados, seriados, modulados y orientados
heliotérm icam ente. N o había lugar para la estética. Tras disolverse
en procesos técnicos de producción, ciudad y arquitectura habían
sido reducidas a un lacónico esquema. Era la expresión del irreversible
destino que W eber aventuró para la metrópolis: la “viril aceptación
del espíritu del capitalismo” .
A finales de la década de 1920 la teoría urbana iluminista se
debatía entre estas dos opciones: Francia o Alemania, Le Corbusier
o Hilberseimer, estética o racionalidad. La conciliación de ambas
llegó de la m ano de los CIA M (Congresos Internacionales de
A rquitectura M oderna), que com enzaron a celebrarse en 1928.
D e las conclusiones del cuarto congreso del C IA M (1933) surgió
La Carta de Atenas, redactada por Le Corbusier y publicada en 1943. ' ’
Este docum ento, difícil de catalogar com o urbanismo, diseño urbano
o teoría urbana, establecía en 95 puntos los valores y estrategias
que habrían de regir la concepción y gestión de la ciudad racional.
R econocía en la vivienda el centro de las preocupaciones del
urbanismo, referencia obligada de sus previsiones. Para asegurar
que quedara inscrita en su código genético, convirtió la “célula
residencial” en el elem ento biológico fundacional de la metrópolis.
Su agrupación generaría, en secuencias sucesivas, bloques, barrios y
ciudades. El prim er paso estaba dado: la metrópolis era, ante todo,
sus viviendas, y no los teatros, parques y bulevares del arte urbano
decimonónico. Pero no era suficiente. La Carta de Atenas dictaminaba
que para resolver la crisis habitacional heredada de la ciudad del
laissez-faire, el interés privado debía subordinarse al colectivo, o, lo
que es lo mismo, que el Estado debía tom ar el mando. Tras denunciar
décadas de especulación con la residencia obrera, Le C orbusier
estableció unos estándares que fijaban cuáles eran los límites de la
dignidad hum ana, el Existenzminim um, cuya aplicación debería ser
garantizada por la Administración; es decir, cuando La Carta de Atenas
decía “vivienda” , en realidad quería decir “vivienda social” .
Esta cuestión era inseparable de la de la gestión de la metrópolis,
donde el diagnóstico era similar: el estado monopolista había confiado
62
ordenanzas y planes reguladores al arbitrio de técnicos altamente
receptivos a los intereses de los prom otores. Esta situación era insos­
tenible. La Carta de Atenas aprovechó su llamada a retom ar las riendas
del plan para reformular las características de la que reconocía como
una de sus principales herramientas: la zonificación funcional.
I ras tipificar y categorizar la cotidianeidad del blasé en cuatro tareas
básicas — habitar, trabajar, descansar y circular— , prescribió la nece­
sidad de definir y conectar zonas residencíales, áreas industriales,
distritos terciarios, espacios verdes y lugares de ocio. Nacía así la
“ciudad m áquina” , inspirada por la “ ciudad orgánica” . Si esta última,
ejemplificada en laVille Radieuse, fue concebida com o un cuerpo
dotado de órganos, aquella lo fue com o un m otor com puesto por
piezas m onofuncionales enlazadas por canales de flujos.93
Vivienda social y plan general era el binom io de valores hacia
el que La Carta de Atenas recondujo el urbanism o iluminista. Pero
nada que hubiese sido redactado por Le Corbusier podía sustraerse
a una concreción formal. C onfirm ando la ancestral confusión entre
urbanismo y arquitectura, el docum ento concluía afirm ando que,
aunque los factores sociales, políticos y económ icos eran im por­
tantes: “Es la arquitectura la que rige los destinos de la ciudad” .
1,a metrópolis racional fue prefigurada a im agen y semejanza de
la Ville Radieuse, com o un océano verde surcado por autopistas
y m oteado a intervalos regulares p o r bloques en altura. Desde el
punto de vista espacial se trataba de un m odelo universal, apto para
emplazarse en cualquier lugar del planeta; desde el punto de vista
temporal, se trataba de un dispositivo de desactivación del pasado
programado para suplantar a la ciudad histórica. C olonización y
destrucción, dos tareas que quedaron anotadas para una siguiente
etapa, la de la megalopolis.
63
METRÓPOLIS: 1882-1939
1 Taylor, Frederick Wislow, T h e
P r in c ip ie s o f S c ie n tific M a n a g e m e n t ,
Harper & Brothers, Nueva York/
Londres, 1911 (versión castellana:
8 Comte, Auguste, C o u r s e d e p h i l o s o p h i e
[1830-1842] (version castellana:
C u r s o d e f i l o s o f í a p o s i t i v a , Folio, Barce­
lona, 1999).
p o s itiv e
P r in c ip io s d e la a d m in is tr a c ió n c ie n tífic a ,
Edigrama, Bogotá, 2003).
2 Ford, Henry, M y L i f e a n d W o r k ,
Carden City Publishing Cotnpany,
Carden City, 1922 (versión castellana:
M i v i d a y m i o b r a , Orbis, Barcelona,
1924).
9 Proudhon, Pierre-Joseph, D u P r i n c i p e
d e P a r t e t d e s a d e s t i n a t i o n s o c i a l e [1863]
(version castellana: S o b r e e l p r i n c i p i o d e !
a r t e y s o b r e s u d e s t i n a c i ó n s o c i a l , Aguilar,
Buenos Aires, 1980).
10 Mearns, Andrew, T h e B i t t e r C r y o f
O u tc a s t L o n d o n : A n
3 En 1846 la densidad de París
alcanzó su pico histórico: 998
habitantes/hectárea.
4 En 1913 tan solo el 42 % de los
jóvenes berlineses fue considerado apto
para el servicio militar, un porcentaje
que ascendía al 66 % en el caso de los
jóvenes procedentes de áreas rurales.
5 El marxismo nació en el Reino
Unido, y lo hizo horrorizado por la
ciudad del l a i s s e z - f a i r e . En L a c o n d i c i ó n
d e la d a s e o b r e r a e n I n g l a t e r r a (1845),
Friedrich Engels relató, con rigor casi
documental, las condiciones de vida de
las barriadas de la Inglaterra victoriana.
6 Concretamente, los términos utiliza­
dos eran m e t r o p o l i t a n d i s t r i c t [distrito
metropolitano], en alusión a una ciu­
dad central y el conjunto de núcleos
urbanos dependientes de ella.
I n q u ir y in to th e
C o n d i t i o n s o f t h e A b j e c t P o o r [1883],
Cass, Londres, 1970.
11 La industrialización provocó un
brutal crecimiento de la población
activa. El trabajo indiscriminado de
hombres, mujeres y niños elevó su
porcentaje a un 50-60 % del total.
12 Entre 1800 y 1845 el Gobierno
británico aprobó 400 leyes
higienistas de carácter local.
13 Booth, Charles, L i f e a n d L a b o u r
(7 vols.),
Macmillan, Londres, 1889-1903.
o f th e P e o p le in L o n d o n
14 El libro de Booth animó al London
County Council a poner en marcha
las primeras demoliciones de barriadas,
que se remontan a 1889.
15 Blanchard, Raoul, G r e n o b l e :
Colin,
Grenoble, 1912.
é tu d e d e g é o g r a p h ie u r b a in ,
7 Richard Tamas ha desgranado las
claves que explican esta compleja
evolución: Tamas, Richard, T h e P a s s i o n
o f t h e W e s t e r n M i n d , Ballantine Books,
Nueva York, 1991 (versión castellana:
L a p a s i ó n d e la m e n t e o c c i d e n t a l , Atalanta,
Vilaür, 2008).
64
If’ Christaller, Walter, D i e z e n t r a l e n
O r t e i n S ü d d e u t s c h l a n d , Gustav Fischer,
Jena, 1933.
17 ( ¡eddes, Patrick, C i t i e s i n E v o l u t i o n .
25 Lynd, Helen M. y R obert S.,
A n I n t r o d u c t i o n to t h e T o w n P l a n n i n g
M id d le to w n . A
M o v e m e n t a n d to t h e S t u d y o f C i v i c s ,
A m e r ic a n C u ltu r e ,
Williams & Nogate, Londres, 1915
(versión castellana: C i u d a d e s e n
e v o l u c i ó n , K RK, Oviedo, 2009).
S tu d y o f C o n te m p o r a r y
Harcourt, Brace &
Co., Nueva York, 1929.
26 Lynd, Helen M. y R obert S.,
M id d l e to w n in T r a n s itio n : A
Addams,Jane, H u l l - H o u s e M a p s a n d
P a p ers. A
P r e s e n ta tio n o f N a tio n a litie s a n d
S t u d y in
C u l t u r e C o n f l i c t s , Harcourt, Brace &
Co., Nueva York, 1937.
W a g e s in a C o n g e s te d D is tr ic t o f C h ic a g o ,
to g e th e r w ith C o m m e n t s a n d E s s a y s o n
P r o b le m s G r o w i n g O u t o f th e S o c ia l
[1885], University of Illinois
Press, Chicago, 2007.
( '.a u d i t i o n s
1,1 LI libro del periodista Jacob Riis,
I lo w th e O th e r H a l f L iv e s : S tu d ie s a m o n g
t h e T e n e m e n t s o f N e w Y o r k (Charles
Scribner’s Sons, Nueva York, 1890),
había tenido en Estados Unidos un
efecto similar al del reverendo Mearns
en el Reino Unido.
J" Park, R obert E.; Burgess, Ernest W.
y McKenzie, R oderick D., T h e C i t y ,
University o f Chicago Press, Chicago,
1925.
II La Escuela de Chicago focalizó
sus investigaciones en esta “zona de
transición” , donde se concentraban los
inmigrantes, las bandas juveniles, las
prostitutas y los vagabundos.
Perry, Clarence, H o u s i n g f o r t h e
M a c h i n e A g e , Russell Sage Foundation,
Nueva York, 1939.
M Wirth, Louis, T h e G h e t t o , The
University o f Chicago Press, Chicago,
1928.
27 Massimo Cacciari dedicó a esta
cuestión el libro M e t r o p o l i s . S a g g i o s u l l a
g r a n d e c ittà d i S o m b a r t , E n d e l l , S c h e f f e r e
S i m m e l , Officina, R om a, 1973.
28 Tönnies, Ferdinand, G e m e i n s c h a f t u n d
G e s e l l s c h a f t , Fues, Leipzig, 1887 (versión
castellana: C o m u n i d a d y a s o c i a c i ó n ,
Contares, Granada, 2009).
29 Endell, August, D i e S c h ö n h e i t d e r
G r o ß s t a d t , Strecker & Schröder,
Stuttgart, 1908.
30 Scheffler, Karl, A r c h i t e k t u r d e r
G r o ß s t a d t , B. Cassirer, Berlin, 1913.
31 Simmel había sido profesor de
R obert Park en Berlín. Su influencia es
perceptible en el interés de la Escuela
de Chicago, especialmente de Louis
W irth, por el individuo metropolitano.
32 Simmel, Georg, “Die Großstädte
und das Geistesleben”, en Petermann,
Th. (ed.), D i e G r o s s s t a d t . V o r tr ä g e u n d
A u f s ä t z e z u r S t ä d t e a u s s t e l l u n g (Jahrbuch
der Gehe-Stiftung Dresden), tomo 9,
1903, Dresde, págs. 185-206 (versión
castellana: “Las grandes ciudades y la
vida del espíritu”, en E l i n d i v i d u o y la
l i b e r t a d : e n s a y o s d e c r ít ic a d e la c u l t u r a ,
Wirth, Louis, “Urbanism as a Way of
I ife”, 'T h e A m e r i c a n J o u r n a l o f S o c i o l o g y ,
vol. 44, núm. 1,julio de 1938, págs. 1-24.
’*
ti
METRÓPOLIS: 1882-1939
Península, Barcelona, 2001).
33 Cacciari, Massimo, o p . c it.
34 Weber, Max, “Die Stadt” (19121913], en W i r t s c h a f t u n d G e s e l l s c h a f t ,
(. C. B. Mohr,Tubingia, 1922 (versión
castellana: L a c i u d a d , La Piqueta,
Madrid, 1987).
35 Sombart, Werner, S t u d i e n z u r
E n tw ic k lu n g g e s c h ic h te des M o d e r n e s
(tomo 2: L u x u s u n d
K a p i t a l i s m u s ) , Duncker & Humblot,
M únich/Leipzig, 1913 (versión
castellana: L u j o y c a p i t a l i s m o , Alianza,
Madrid, 1979).
K a p ita lis m u s
36 Hegel, G. W. Friedrich, E n z y k l o p ä d i e
d e r p h i l o s o p h i s c h e n W i s s e n s c h a f t e n (18171827] (versión castellana: E n c i c l o p e d i a d e
l a s c i e n c i a s f i l o s ó f i c a s , Porrúa, Ciudad de
México, 1971).
37 Fustel de Coulanges, N. D., L a C i t é
[ 1864] (versión castellana:
L a c i u d a d a n t i g u a , Iberia, Barcelona,
2000).
411 En cierto modo era lo que había
hecho Max Weber, quien centró su
investigación en la ciudad occidental
y en dos momentos históricos,
Antigüedad y Edad Media. Sus
tipologías dejaban de ser aplicables a
partir del Renacimiento, cuando
nacieron los Estados nacionales.
41 Pirenne, H enri, L e s V i l l e s d u
M o y e n A g e , Lamertin, Bruselas, 1925
(versión castellana: L a s c i u d a d e s d e la
E d a d Medid, Alianza, Madrid, 2000).
42 La Edad Moderna permanecería
desatendida como objeto de estudio
durante mucho tiempo.
43 Este campo de conocimiento había
nacido a finales del siglo x ix en el
ámbito de la geografía, más concreta­
mente en el Instituto de Geografía
de la Universität Berlin.
a n tiq u e
La filosofía evolucionista de Henri
Bergson, expuesta en L }E v o l u t i o n c r é a tr ic e
(Félix Alean, París, 1907; versión caste­
llana: L a e v o l u c i ó n c r e a d o r a , Cactus,
Buenos Aires, 2007), se basaba en el
concepto de Elan, una especie de
impulso vital que animaba la progre­
sión de la realidad.
44 Poete sentía predilección por los
mapas. Su destreza en el manejo
de los mismos se hizo patente en
A r t u r b a i n (1907), un estudio de la
transformación del plano de París.
45 Poete, Marcel, I n t r o d u c t i o n à
l ’u r b a n i s m e . L ’é v o l u t i o n d e s v ille s.
L a le ç o n d e l ’A n t i q u i t é , Boivin, Paris,
1929 (version castellana: I n t r o d u c c i ó n
a l u r b a n is m o . L a e v o lu c ió n d e la s c iu d a d e s .
L a le c c ió n d e la a n t i g ü e d a d , Fundación
39 Spengler, Oswald, D e r U n t e r g a n g d e s
A b e n d l a n d e s , C. H. Beck’sche Verlags­
buchhandlung, M únich, 1917-1922
(versión castellana: L a d e c a d e n c i a d e
O c c i d e n t e , Espasa, Barcelona, 20112013).
Caja de Arquitectos, Barcelona, 2011).
46 Poete, Marcel, U n e V i e d e c ité . P a r i s
d e s a n a i s s a n c e à n o s j o u r s (4 vol.),
A. Picard, Paris, 1924-1931.
47 Hegemann, Werner, D a s s t e i n e r n e
B e r lin . G e s c h ic h te d e r g r o ss e n M ie t­
k a s e r n e n s t a d t i n d e r W e l t , Berlin, 1930.
66
<MRasmussen, Steen E., L o n d o n .
I h e U n i q u e C i t y , Penguin Books,
Middlesex, 1934 (version castellana:
L o n d r e s . C i u d a d ú n i c a , Fundación Caja
de Arquitectos, Barcelona, 2010).
54 Stanley Adshead publicó T o w n
r ‘ La morfogenética era una rama
lie la morfología desarrollada por
|.W. R .W hitehand en el Instituto de
( icograña de la Universität Berlin.
Se basaba en un análisis cíclico de la
evolución de la forma urbana.
55 Choay, Françoise, L ’ U r b a n i s m e : u t o p i e s
e t r é a li té s . U n e a n t h o l o g i e , Editions du
Seuil, Paris, 1965 (version castellana:
Vl Lavedan, Pierre, G é o g r a p h i e d e s v i l l e s ,
I ibrairie Gallimard, Paris, 1936.
s e in e n k ü n s tle r is c h e n G r u n d s ä t z e n : e in
P la n n in g a n d T o w n D e v e lo p m e n t
(Methuen, Londres, 1923) considerado
como el prim er texto universitario
dedicado al estudio del urbanismo.
E l u r b a n is m o . U to p ía s y r e a lid a d e s ,
Lumen, Barcelona, 1983, pág. 33).
56 Sitte, Camillo, D e r S t ä d t e b a u n a c h
B e itr a g z u r L ö s u n g m o d e r n s te r F ra g e n d e r
A r c h ite k tu r u n d m o n u m e n ta le s P la s tik
1,1 Lavedan, Pierre, H i s t o i r e d e ¡ ’u r b a ­
n i s m e , Henri Laurens, Paris: vol.l:
A n t i q u i t é e t M o y e n A g e (1926, con
Jeanne Hugueney); vol. 2: R e n a i s s a n c e
c l t e m p s m o d e r n e s (1941); y vol. 3:
E p o q u e c o n t e m p o r a i n e (1952).
Mumford, Lewis, T h e C u l t u r e o f
( .'¡lie s, Harcourt, Brace & Co., Nueva
York, 1938 (version castellana: L a
c u l t u r a d e la s c i u d a d e s , Emecé, Buenos
Aires, 1959).
" Sin embargo, la primera prefigu­
ración del urbanismo se debió a
Ildefons Cerda, ingeniero convencido
del papel dirigente que el positivismo
asignaba a los científicos. En su T e o r í a
g e n e r a l d e la u r b a n i z a c i ó n (Imprenta
Española, Madrid, 1867) apuntó la
necesidad de fundar una “ciencia de
la urbanización” orientada hacia la
definición de “principios, doctrinas
y reglas” que regularan las relaciones
entre el “contenido” (los ciudadanos)
y el “continente” (el espacio físico).
u n te r b e so n d e rer B e z ie h u n g a u f W ie n ,
Graeser,Viena, 1899 (versión castellana:
C o n s tr u c c ió n d e c iu d a d e s s e g ú n p r in c ip io s
a r t í s t i c o s , Editorial Gustavo Gili, Barce­
lona, 1980).
57 En esos años se estaba produciendo
una auténtica revolución en el campo
de la crítica del arte. Las teorías de
Riegl se complementaban con las de
Konrad Fiedler y H einrich Wölfflin.
58 En Bélgica destacó el libro de
Charles Buis, L ’E s t h é t i q u e d e s v i l l e s
(Bruyland-Christople, Bruselas, 1893);
en el Reino U nido el de Thomas
Hayton Mawson, C i v i c A r t . S t u d i e s i n
T o w n P la n n in g , P a rk s, B o u le v a r d s , a n d
O p e n Spaces
(B. T. Batsford, Londres,
1911).
59 Gurlitt, Cornelius, U b e r B a u k u n s t ,
Julius Bard, Berlin, 1904.
60 Gurlitt, Cornelius, H a n d b u c h d e s
S t ä d t e b a u e s , Zirkel, Berlín, 1920.
61 Brinckmann, Albert Erich, P l a t z u n d
M o n u m e n t , Ernst Wasmuth, Berlin, 1912.
67
MHRÓPOLIS: 1882-1939
62 R uskin.John, T h e S t o n e s o f V e n ic e
[1851] (versión castellana: L a s p i e d r a s
d e V e n e c i a , Consejo General de la
Arquitectura Tecnica en España,
Madrid, 2000).
63 Giovannoni, Gustavo, V e c c h ie c i t t à
e d e d i l i z i a n u o v a , U nione TipograficoEditrice Torinese, Turin, 1931.
69 Benoît-Lévy, Georges, L a C i t é - j a r d i n
V. Giard & E. Brière, París, 1909.
711 Schiavi, Alessandro, L e c a s e a b u o n
m e r c a t o e l a c i t t à - g i a r d i n o , N. Zanichelli,
Bolonia, 1911.
71 Fritsch,Theodor, D i e S t a d t d e r
Z u k u n f t , Fritsch, Leipzig, 1896.
64 A finales del siglo xix las universidades
estadounidenses comenzaron a impartir
cursos sobre arquitectura del paisaje, y
también se fundó la American Society
o f Landscape Architects (1899).
72 Feder, Gottfried, D i e n e u e S t a d t :
65 Kropotkin, Piotr, C a m p o s , f á b r i c a s y
ta l l e r e s 11898],Jucas, Barcelona, 1978.
73 Taut, Bruno, D i e S t a d t k r o n e , Eugen
Diederichs Verlag, Jena, 1919 (versión
castellana: L a c o r o n a d e l a c i u d a d , en
Abalos, Iñaki [ed.], B r u n o ' D u t . E s c r i t o s
1 9 1 9 - 1 9 2 0 , El Croquis Editorial,
Madrid, 1997, págs. 33-81). *
66 En 1898 publicó T o - M o r r o w : A
P e a c e f u l P a t h t o R e a l R e f o r m (S. Sonnenschein & Co., Londres), título que
cambiaría por el de C i u d a d e s j a r d í n d e l
m a ñ a n a (versión castellana: C i u d a d e s
j a r d í n d e l m a ñ a n a , en AAVV, O r í g e n e s
y d e s a r r o llo d e la c iu d a d m o d e r n a ,
V e rsu c h d e r B e g r ü n d u n g e in e r n e u e n
S ta d tp la n u n g s k u n s t a u s d e r s o z ia le n
S t r u k t u r d e r B e v ö l k e r u n g , ] . Springer,
Berlin, 1939.
74 Mumford, Lewis, “The Fourth
Migration”, S u r v e y G r a p h i c , L1V,
mayo de 1925, págs. 130-33.
Editorial Gustavo Gili, Barcelona,
1972) cuando el libro fue reeditado
en 1902 (S. Sonnenschein & Co.,
Londres).
75 W right, Frank Lloyd, T h e
D i s a p p e a r i n g C i t y , ' W . F. Payson,
Nueva York, 1932.
',7 Unwin, Raymond, T o w n P l a n n i n g
76 Abercrombie, Patrick, T h e
i n P r a c tic e . A n
I n tr o d u c tio n to th e A r t o f
D e s i g n i n g C i t i e s a n d S u b u r b s , Fisher
Unwin, L o n d r e s , 1909 (versión caste­
llana: L a p r á c t i c a d e l u r b a n i s m o : u n a
in t r o d u c c i ó n a l a r t e d e p r o y e c t a r c i u d a d e s
y b a r r i o s , Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 1984).
68 U nw in, Raymond, N o t h i n g G a i n e d
b y O v e r c r o w d i n g ! , P. S. King & Son,
Londres, 1912.
68
P r é s e r v a t i o n o f R u r a l E n g l a n d , Hodder
& Stoughton, Londres, 1926.
77 Abercrombie, Patrick, T o w n a n d
C o u n t r y P l a n n i n g , T hornton Butterworth, Londres, 1933 (version
castellana: P l a n e a m i e n t o d e l a c i u d a d
y d e l c a m p o , Espasa-Calpe, Madrid,
1936).
I d 7 1 - 1 9 1 4 , Officina Edizioni, Rom a,
P174 (versión castellana: L a c o n s t r u c c i ó n
85 Hénard, Eugène, É t u d e s s u r le s
t r a n s f o r m a t i o n s d e P a r i s , LibrairiesImprimeries Réunies, 1903-1909
(version castellana: E s t u d i o s s o b r e la
ile la u r b a n í s t i c a : A l e m a n i a
t r a n s f o r m a c i ó n d e P a r í s y o t r o s e s c r ito s
Véase: Piccinato, Giorgio, L a
i v s t r u z i o n e d e l l ’u r b a n í s t i c a . G e r m a n i a ,
1 8 7 1 -1 9 1 4 ,
d e u r b a n i s m o , Fundación Caja de
Arquitectos, Barcelona, 2012).
Oikos-tau, Barcelona, 1993).
Baumeister, Reinhard, S t a d t ­
e r w e ite r u n g e n in te c h n ic h e r b a u p o liz e ilic h e r
u n d w ir ts c h a ftlic h e r B e z i e h u n g ,
Berlin,
86 Forestier expuso sus teorías en
G r a n d e s v ille s e t s y s tè m e s d e p a r c s
1876.
(Hachette, Paris, 1906).
"" Eberstadt, Rudolf, H a n d b u c h d e s
87 Garnier, Tony, U n e C i t é i n d u s t r i e l l e :
W o h n u n g s w e s e n s u n d d e r W o h n u n g s fr a g e ,
é t u d e p o u r la c o n s tr u c tio n d e s v ille s ,
G. Fischer,Jena, 1909.
Vicent, Paris, 1917 (version castellana:
U n a c i u d a d i n d u s t r i a l , en AA VV,
Hl Wagner, O tto, M o d e r n e A r c h i t e k t u r :
s e in e n S c h ü le r n e in F ü h r e r a u f d ie s e m
K n n s t g e b i e t e , A . Schroll,Viena, 1898.
"' Wagner, Otto, D i e G r o ß s t a d t , e i n e
S t u d i e ü b e r d i e s e , Viena, 1911.
En 1913 Soria y Mata revisaría esta
hipótesis, admitiendo la inserción de
i iudades lineales entre poblaciones
preexistentes y sin continuidad.
O r í g e n e s y d e s a r r o llo d e la c iu d a d m o d e r n a ,
Editorial Gustavo Gili, Barcelona,
1972).
88 Le Corbusier, U r b a n i s m e , G. Crés,
Paris, 1924 (version castellana: L a
c i u d a d d e l f u t u r o , Infinito, Buenos Aires,
2001 ).
89 Le Corbusier, L a V i l l e R a d i e u s e :
d é m e n t s d ’u n e d o c t r i n e d ’ U r b a n i s m e p o u r
l ’é q u i p e m e n t d e le c i v i l i s a t i o n m a c h i n i s t e ,
M 1.a profecía de Soria y Mata fue
utilizada por el comunismo soviético
con intenciones claramente antiurbanas: superar la dualidad entre campo
y ciudad denunciada por Engels.
En 1930 Nikolái A. Miljutin escribió
P r o b l e m a s t r o i t e l ’s t v a s o c i a l i s t i c e s k i c h
(“El problema de la edificación
de la ciudad socialista”), donde propo­
nía desurbanizar la U nión Soviética y
reestructurar su territorio con ciudades
lineales paralelas a los ejes infraestructurales y zonificadas en bandas: línea
férrea, industria, parque, residencias,
equipamientos colectivos y zona
agrícola.
g o dorov
I<
METRÓPOLIS: 18821939
EditionsVicent, Fréal & Co., Paris,
1933.
90 Desde el punto de vista sociológico,
la Ville Radieuse era muy diferente a
la Ciudad contemporánea para tres
millones de habitantes. La gente viviría
en apartamentos colectivos de similar
superficie.
91 Hilberseimer, Ludwig, G r o ß s t a d t
A r c h i t e k t u r , ] u \ i m Hoffmann, Stuttgart,
1927 (version castellana: L a a r q u i t e c t u r a
d e la g r a n c i u d a d , Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 1999).
92 L a C a r t a d e A t e n a s se publicó en
varias versiones: la de 1943 apareció
como U r b a n i s m e d e s C I A M . L a C h a r t e
d ’A t h è n e s y estaba firmada por el grupo
CIAM francés; la de 1957 abrevió el
nombre a L a C h a r t e d ’A t h è n e s y tan
solo fue rubricada por Le Corbusier
(versión castellana: P r i n c i p i o s d e
u r b a n i s m o : L a C a r t a d e A t e n a s , Ariel,
Barcelona, 1989).
93 Tal como apuntaba Françoise Choay
(o p . c i t . , pág. 260), para Le Corbusier la
ciudad era tanto un organismo como
una máquina: las analogías con el
esqueleto, los órganos y el sistema
nervioso eran intercambiables con las
del chasis, el m otor y los cables.
70
El desplome de la bolsa de N ueva York el 29 de octubre de 1929
marcó el com ienzo de la Gran D epresión. El colapso del com ercio
internacional, el hundim iento de las rentas nacionales y la caída de
los ingresos fiscales derivaron en unos rafmpantes niveles de desem­
pleo que esparcieron la pobreza y el ham bre por los dom inios del
capitalismo m onopolista. La culm inación de semejante debacle no
podía ser otra que el estallido de un conflicto bélico.
El m undo en general, y Europa en particular, em ergieron psico­
lógicamente devastados de la II G uerra M undial. H abía sido la
contienda más mortífera de la historia: cientos de ciudades arrasadas
y 55 millones de víctimas (el 60 % civiles), u n triste legado que
había que asimilar. La estupefacción inicial dio paso a la autocrítica.
La espectacular capacidad destructiva del arm am ento de la época
había sido posible gracias a la aplicación de los avances tecnológicos
de la industria m onopolista al sector militar. Esta evidencia arruinó
la fe en la condición neutral de la ciencia y en la naturaleza benigna
del progreso técnico, presupuestos típicam ente iluministas. También
puso contra las cuerdas el proyecto de racionalización de la sociedad,
que dejó paso a otro objetivo de signo contrario: restablecer los
valores humanistas.
Para alcanzarlo, la clase política que llegó al poder tras la contienda
introdujo en el sistema capitalista dos m odificaciones estructurales
inspiradas por John M. Keynes: la regulación de la econom ía por
parte del Estado y el reconocim iento del derecho de los obreros a
determ inados beneficios sociales, así com o a increm entar su capaci­
dad adquisitiva. El hecho de que, en Europa y N orteam érica, la
implantación de este nuevo paradigma coincidiera con una prolon­
gada etapa de crecimiento perm itió a numerosos trabajadores acceder
a bienes de consum o que hasta entonces les habían estado vetados:
electrodomésticos, automóviles, viviendas, etc. La pirám ide social se
73
MEGALÓPOUS: 1939-1979
convulsionó, y la radical polaridad entre burguesía y proletariado
dio paso al im perio de la clase media. También al establecimiento
de un amplio consenso social, algo de lo que nunca habían
disfrutado los ciudadanos m etropolitanos, inmersos com o estaban
en la lucha de clases. El sociólogo Daniel Bell reconoció en esta
cultura del acuerdo el “fin de las ideologías” , la convergencia de
conservadores y progresistas en un proyecto com ún. Había nacido
el Estado del bienestar, la “época dorada del capitalismo” .1
El consenso se prolongó hasta finales de la década de 1960,
cuando em pezó a ponerse en jaque el orden político y militar
im plantado tras la guerra en los dos bloques en los que había que­
dado dividido el planeta. En el soviético, la denominada Primavera
de Praga (1968) dinam itó la credibilidad del marxismo ortodoxo.
E n el occidental, la guerra deV ietnam (1956-1975) cuestionó el
poder militar de Estados U nidos, el asesinato de M artin Luther
K ing (1968) crim inalizó la hegem onía blanca, el m ovim iento hippie
evidenció la ultratipificada form a de vida de la clase media, etc.,
pero, sin duda, el punto de inflexión lo marcaron los acontecimientos
que se desencadenaron en París el 10 de mayo de 1968. Esa noche las
protestas estudiantiles que habían estallado unos meses antes en la
Université París X N anterre desem bocaron en una revuelta popular
que llenó de barricadas el Barrio Latino. Al día siguiente el ejército
tom ó las calles, a lo que nueve millones de trabajadores respondieron
secundando la mayor huelga general de la historia de Europa.
Nada volvería a ser com o antes en el apacible Estado del bienestar.
El consenso se resquebrajó y por las grietas se colaron feministas, gays,
negros, etc., infinidad de m inorías que, de la noche a la mañana,
lograron el reconocim iento social de sus derechos.
U na vez más, la ciudad funcionó com o un lienzo sobre el que se
proyectó la singladura política y económ ica. Los gobiernos socialdemócratas asumieron las dos propuestas básicas que guiaban el espíritu
de La Carta de Atenas. Por un lado, la figura del plan general, que fue
institucionalizado p o r un rosario de leyes aprobadas entre 1945 y
1955. El Estado benefactor mostraba así su determ inación de tom ar
74
Lis riendas del desarrollo urbano, estableciendo la siguiente regla
de juego: el suelo perm anecería en manos privadas, pero el derecho
,i construirlo estaría bajo control estatal. Por otro lado, la cuestión
de la vivienda social, que exigía aprobar, de una vez por todas, la
mayúscula asignatura que dejó pendiente la ciudad del laissez-faire.
En esta ocasión, el esfuerzo fue titánico: entre 1950 y 1970, millones
de personas fueron realojadas en nuevas ciudades — las N ew T ow ns
británicas, las Villes Nouvelles francesas, Itís polígonos españoles, etc.—
erigidas en las periferias según los preceptos estéticos y organizativos
tle La Carta de Atenas.
La lucha contra la pobreza se cobró una víctima inesperada: la
ciudad histórica, ya de p o r sí maltrecha en la etapa metropolitana.
1.as zonas obreras de las que fueron desplazados los beneficiarios de
estas viviendas sociales eran barrios tradicionales. Las administraciones
públicas sistematizaron su destrucción alegando razones de todo tipo:
erradicar la degradación física, potenciar el sector terciario y m ejo­
rar el tráfico. En Estados U nidos la ejecutaron, a partir de 1949,
los programas de la urban renewal [renovación urbana] que acabaron
con W ashington Square South en N ueva York, con B unker Hill
en Los Angeles, con D iam ond Heights en San Francisco, etc. En el
R eino U nido la iniciativa se materializó en las operaciones de lim ­
pieza de las barriadas, que se iniciaron en 1955 y fueron las respon­
sables del eviscerado del East E nd londinense, parcialmente destruido
por las bombas alemanas. En Francia, los megalómanos proyectos
del general Charles de Gaulle, que declaró com o îlots insalubres el
33 % del tejido histórico de París, arrasaron barrios tan emblemáticos
com o Montparnasse.
En la destrucción de los centros urbanos tam bién estuvo im pli­
cada la clase media, que los abandonó en la década de 1950, y para
quien la “tierra prom etida” se encontraba más allá de las nuevas
ciudades, en suburbio. La generalización del modelo suburbano
com enzó en Estados U nidos, y lo hizo siguiendo unas pautas que
escandalizaron a los profetas de la planificación regional. Para res­
ponder a la escasez de viviendas que se originó en la posguerra,2
75
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
la industria de la construcción apostó por la estandarización y la
prefabricación, lo que perm itió producir casas unifamiliares en serie,
acelerar su ejecución y abaratar su coste: el sueño del fordismo.
La delicada senda que com enzó a labrar Ebenezer Howard se trans­
form ó en una ruda autopista al desembocar en Levittown, suburbio
paradigmático de la nueva clase media, construido en Long Island
en 1946 p o r la empresa Levitt & Sons. Sus 17.400 viviendas,
levantadas sobre parcelas de 520 m 2, se extendían p o r 1.600 ha
y albergaban 82.000 personas. Los modelos de casas estaban norm a
lizados, se construyeron a un ritm o de treinta al día y se vendieron
a precios m uy competitivos que incluían los electrodomésticos.
A comienzos de la década de 1970, los residentes suburbanos
de Estados U nidos superaron en núm ero a los urbanos. U n mar de
m onotonía se había abatido sobre el territorio. Más que “la huida
de la conform idad y la uniform idad de la metrópolis hacia el indivi
dualismo” , que había prom etido Frank L loydW right con Broadacre
City, lo que se había producido era la fuga hacia la más rotunda
m ediocridad y banalidad, denunciada por Lewis M um ford en
La ciudad en la historia.3 Esta nueva traición a los ideales de Howard
no se hubiera podido materializar si una potentísim a infraestructura,
la red de autopistas, no hubiera puesto a disposición de los prom o­
tores las ingentes cantidades de suelo que requería un m odelo de
crecim iento basado en la baja densidad. El presidente D w ight D.
Eisenhower aprobó en 1956 la ley que im plem ento la construcción
de los 66.000 km del sistema interestatal de autopistas.4 Poco después
los gobiernos europeos harían lo mismo.
Así era la ciudad del Estado del bienestar: un centro herido de
m uerte y una periferia gigantesca donde convivían conjuntos isótro­
pos de viviendas sociales con una no m enos isótropa m anta suburbial. Jean G ottm ann la denom inó “megalópolis” (“ciudad gigante”),
en alusión a su inusitada dimensión. Este geógrafo francés observó
que algunas áreas metropolitanas, anteriorm ente separadas por
franjas territoriales, habían em pezado a fundirse en constelaciones
que no tenían nada que ver ni con las conurbaciones de Patrick
76
Geddes ni con las regiones com plementarias de W alter Christaller.
A diferencia de ambas, las megalopolis eran emplastes de centros
urbanos conglomerados por masa suburbana y articulados por avan­
zadas redes de transporte. En su estudio Megalopolis,5 G ottm ann
centró su atención en la que se estaba conform ando en la zona
noreste de Estados U nidos, entre N ew H am pshire,Virginia, la costa
atlántica y los Apalaches, un territorio de 800 x 200 km donde
habitaban cuarenta millones de personas.
77
MEGALOPOLIS: 1939-1979
EPISTEMOLOGÍA DELA MEGALÓPOLIS
Tras la II G uerra M undial la sensibilidad romántica eclipsó a la
iluminista. El conocim iento de los crím enes com etidos por el
nacionalsocialismo sumió al planeta en una crisis moral y de valores
sin precedentes. Así, ju n to con la fe en la ciencia y en el progreso,
la otra gran víctima de la conflagración fue la esperanza en un ser
todopoderoso. Definitivam ente, Dios había m uerto, lo que colocaba
a la hum anidad ante un desafio histórico: encarar que en la vida
no había esencia, tan solo existencia. Este era el dictado fundacional
del existencialismo, el m ovim iento que reordenó los presupuestos
éticos de Occidente. Su definición del ser hum ano no podía ser más
despiadada: alguien desorientado, angustiado y contradictorio que
vivía “arrojado a una existencia finita, limitada en ambos extremos
por la nada” .6
Desde esta atalaya el existencialismo retó al iluminismo. Su incom ­
patibilidad con los sistemas de análisis racionalistas, tanto positivistas
com o marxistas, le indujo a considerar la propuesta planteada por
Im m anuel Kant en su Critica de la razón pura (1781). Tras reconocer
que la m ente no percibía la realidad de manera objetiva, sino filtrán­
dola a través de una serie de estructuras propias, el pensador alemán
había defendido que la filosofía debía centrarse en dilucidar los fac­
tores que determ inaban la precom prensión hum ana del m undo,
factores que no eran ni absolutos ni intemporales, sino que depen­
dían de las épocas, las culturas, los entornos, etc. M artin Heidegger,
padre del existencialismo, apuntó hacia uno de ellos: el lenguaje.
Ya lo había anunciado Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística
general'7 el lenguaje no era un instrum ento neutro, sino que su
estructura condicionaba lo que se decía y cóm o se decía, lo que
lo convertía en depositario y transmisor de valores humanos.
El existencialismo propagó el estudio del lenguaje por las distintas
ramas del conocim iento. Num erosos autores dirigieron su mirada
hacia la semiótica, una disciplina que se había encargado de acom eter
7B
I.i tarea señalada por Saussure: analizar los signos en el marco de la
vida social. Inseparable de ella era el estructuralismo com o m etodo­
logía de análisis. Sus orígenes tam bién rem itían a la lingüística, que
consideraba el lenguaje com o un sistema de signos independiente
de la realidad descrita, lo que perm itía estudiarlo científicamente.
En el período posbélico, el estructuralismo se infiltró en numerosas
disciplinas interesadas en aprehender fenóm enos humanos: M ichel
Ibucault lo aplicó a la filosofía, Jacques Lácan al psicoanálisis, Claude
I ,évi-Strauss a la antropología y la teoría de la Gestalt a la psicología.
En todos estos territorios del saber se im plantó el convencim iento
de que la realidad era un conjunto de prácticas culturales bajo las
que subyacía una estructura simbólica.
Además del lenguaje, el segundo gran determ inante de la precomprensión kantiana del m undo era el cuerpo. Este reconocim iento
insufló energía a la fenomenología, un m étodo filosófico perfilado
a comienzos de siglo p o r E dm und Husserl, maestro de Heidegger.
Tras la II Guerra Mundial, M aurice M erleau-Ponty lo hizo converger
con el existencialismo. En Fenomenología de la percepción,HMerleauPonty defendió que las fuentes del conocim iento manaban del
cuerpo, es decir, que nuestra percepción de la realidad estaba íntima­
mente ligada a cóm o la experim entábam os a través de los cinco
sentidos.
Hasta mediados de la década de 1950 pocos se atrevieron a retar
los presupuestos fenom enológico existencialistas, pero con el paso
del tiem po la espantosa aureola de los horrores bélicos se fue difuminando. Por otro lado, la austeridad económ ica de los años inm e­
diatam ente posteriores al conflicto dio paso a dos décadas de
ininterrum pido crecimiento. En este am biente olvidadizo y expan­
sivo retornó la sensibilidad iluminista, que vehiculó sus intereses a
través del neopositivismo. Esta filosofía de la ciencia sostenía que un
enunciado tan solo era válido si estaba avalado por un m étodo de
verificación em pírico, lo que em pujó a los pensadores a definir sis­
temas de análisis lógico. Karl Popper asumió esta tarea en Conjeturas y
refutaciones: el desarrollo del conocimiento científico, 9 donde planteó que,
79
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
N eopositivism o anglosajón frente a neom arxism o galo. La ideología
bipolar del siglo x ix había sobrevidido a la guerra, y ambos discursos
se encontraron en la periferia megalopolitana, donde coincidieron
en ubicar sus casos de estudio.
La ex p a n sió n de lo s c o m m u n ity studies:
barriadas obreras, g u e to s, suburbia
y cen tro h istó r ic o
En el capítulo anterior registramos el parentesco de los community
studies con la antropología. El apelo realizado p o r R o b e rt Park para
que esta disciplina se implicase en el estudio de las sociedades urbanas
volvió a reverberar en la década de 1960, alentado por un nuevo
fenóm eno: la explosión demográfica de las megalópolis del Tercer
M undo. Especialmente llamativo era el caso del África colonial
subsahariana: Abiyán, capital de Costa de Marfil, había pasado de los
200.000 habitantes de 1960 al m illón de 1975, y Lagos, en Nigeria,
de 350.000 a un millón. A bordar estas vertiginosas transformaciones
planteaba todo un reto a los estudios urbanos. En un principio las
afrontaron asimilándolas a los modelos y períodos occidentales,10
lo que les llevó a interpretar la radical inestabilidad de estas urbes
com o una etapa iniciática y transitoria derivada de la ruptura con
la mentalidad de la aldea. El tic eurocéntrico de esta conclusión
demostraba el desconocim iento de los verdaderos vectores que
estaban dirigiendo el cambio urbano en el África subsahariana,
donde prácticamente no existían ciudades antes de la colonización
europea: sus megalópolis surgían de la nada, sin nostalgia por la
Gemeinshaft y sin proyecto racionalizador.
La antropología, cimentada sobre el dictado de que cada cultura
debía juzgarse según sus propios valores y convenciones, podía
ayudar a solventar estos prejuicios, eso sí, siempre que lograse salir
del escollo en el que había quedado varada la Escuela de Chicago.
Claude Lévi-Strauss lo recordaba en Tristes trópicos:n las m etodolo­
gías y categorías de análisis que la antropología social aplicaba a las
82
sociedades tradicionales no eran trasladables a la ciudad. Las trabas
eran evidentes: una etnia, una tribu o una aldea compartían lengua,
religión y costumbres; es decir, conformaban un universo definido,
coherente, sem iautónom o y estático en el tiempo. Todo ello se
diluía en la compleja, cambiante y conflictiva megalópolis, por lo
que dichas metodologías no eran efectivas.
Los antropólogos de la denominada Escuela de Manchester supe­
rarían este hándicap. Se habían form ado en el Rhodes-Livingstone
Institute de Lusaka (Zambia), fundado p o r el M inisterio de las
Colonias británico en 1938 y dirigido por Max Gluckm an, profesor
de la University o f M anchester. Su m étodo, conocido com o “análisis
situacional”, fue desarrollado por G luckm an en “ Analysis o f Social
Situation in M odern Zululand” y Closed Systems and Open M inds,'2
así com o p o r Edward Evans-Pritchard en Los N uer. ' 1 Su estrategia
consistía en estudiar no la sociedad urbana en su conjunto, sino los
sistemas que la componían, que eran relativamente autónomos. Eso
sí, la megalópolis era una “estructura de tensiones” que se caracteri­
zaba por la densidad, heterogeneidad y conflictividad de dichos siste­
mas, por lo que no se trataba tanto de buscar coherencias com o de
desvelar los puntos de fricción que se producían entre ellos. La Escuela
de M anchester se adscribía así al pensam iento negativo: el tema de
estudio de la antropología urbana debía ser el conflicto.
Del análisis situacional derivó el network analysis. En Roles: A n Introduction to the Study o f Social Relations,'4 M ichael Banton desarrolló la
“teoría de los roles” , según la cual toda sociedad era definible por
un sistema de derechos y deberes sustentado sobre tres componentes:
los roles asumidos p o r sus miembros (parentales, sexuales, religiosos,
económ icos, etc.), las reglas que los regían y sus interrelaciones.
En una pequeña com unidad rural a cada persona se le asociaba un
núm ero m uy limitado de roles (médico y padre, por ejemplo), pero
en una sociedad urbana esa misma persona debía asumir una cantidad
m ucho mayor de funciones, de caracteres altamente indefinidos y
en una dilatada cadena de relaciones. Sería Aidan Southall quien, en
su texto “T he Density o f R o le Relationships as an Universal Index
83
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
o f U rbanization” , '5 sistematizaría el uso de la teoría de los roles,
diferenciando entre los naturales — sexo, edad o parentesco— y los
sociales. El network analysis conseguía así trasladar a las comunidades
urbanas occidentales conceptos com o “rito sim bólico” o “red de
intercam bio cultural” , hasta entonces solo aplicados a grupos socia­
les tradicionales. La propuesta lanzada p o r R o b e rt Park en The City
llegaba a puerto. En 1972 se fundó la revista Urban Anthropology y en
1979 se creó en Estados U nidos la Society for U rban Anthropology.
Había nacido la antropología urbana com o disciplina.16
Este hecho fortaleció a los community studies, ya de por sí bastante
tonificados p o r su sintonía con el existencialismo, lo que explica
que las metodologías y contenidos de preguerra tuvieran continuidad
hasta bien entrada la década de 1970. En el R eino U nido persistió el
estilo moralista de Charles B ooth, influenciando a no pocos investi­
gadores del C enter for U rban Studies del University College de
Londres, fundado en 1958 y dirigido por R u th Glass; en Estados
U nidos se m antuvo el legado de la Escuela de Chicago, su m odelo
ecológico y la aproximación empírica. R especto a los contenidos,
los community studies siguieron centrando su atención sobre segmentos
sociales relativamente coherentes y sencillos: los barrios obreros, los
asentamientos étnicos y, p o r último, los suburbios de clase media y
los centros históricos, las dos novedades de la etapa megalopolitana.
Repasémoslos separadamente.
En 1957 apareció Family and Kinship in East London,17 un bestseller escrito por los sociólogos Peter W illm ott y M ichaelYoung,
fundador, este último, del Institute o f C om m unity Studies de Londres.
R esonaban en él los ecos de los reformadores sociales británicos,
reinterpretados según el ideario socialdemócrata del Partido Labo­
rista británico. Young y W illm ott hacían una romántica loa de la clase
obrera, en la que presumían cándidas propensiones hacia todo lo
com unitario. U na vez más, el caso de estudio elegido se encontraba
en el East End londinense, más concretam ente en Bethnal Green,
donde los programas de limpieza de barriadas estaban forzando el
desplazamiento de miles de personas. Los autores comparaban el antes
84
r
y el después, detectando que los sentim ientos de solidaridad que
otrora abundaron en los densos núcleos dem olidos habían sido eli­
minados en los nuevos conjuntos residenciales, territorios abonados
para el anonimato. A ello se debía que, aunque las nuevas viviendas
y los equipam ientos de Greenleigh fueran infinitamente mejores,
muchos de los desalojados añoraran sus hogares de Bethnal Green.
Irrum pían así las prim eras críticas a La Carta de A tenas.Young y
W illmott avisaban: las complejas redes sociales que los programas de
limpieza de barriadas estaban desmantelando serían m uy difíciles
de recom poner. El tiem po les daría la razón.18
El estudio de los asentamientos étnicos abrió la puerta de los
community studies a la antropología urbana, una vía ya inaugurada
por la Escuela de Chicago con su “antropología del gueto” . Las
revueltas que estallaron en Estados U nidos en la década de 1960
—com o la del distrito angelino de Watts (1965) o la de D etroit
(1967)— dirigieron la mirada hacia un colectivo al que no se había
prestado especial atención: los afroamericanos.19 En 1965 el sociólogo
y político demócrata Daniel P. M oyniham escribió The Negro Family,20
un inform e donde planteaba una espinosa pregunta: ¿por qué en las
décadas previas, a pesar del reconocim iento de sus derechos civiles,
la situación socioeconómica de la población negra había empeorado?
Según M oyniham la clave estaba en la desintegración de las estruc­
turas familiares: divorcios, hijos ilegítimos, madres solteras, etc.,
que se traducían en fracaso escolar, desempleo, cultura del subsidio
y criminalidad.
Este diagnóstico evidenciaba que el moralismo y el paternalismo
de los reformadores sociales decim onónicos seguían presentes en la
sociología urbana anglosajona. Sería u n antropólogo, Oscar Lewis,
quien pondría en cuestión estos prejuicios en La vida. Una familia
puertorriqueña en la cultura de la pobreza,2' donde estudió los barrios
puertorriqueños de N ueva York y constató todo lo contrario que
Moyniham: la existencia de sólidas estructuras familiares que garan­
tizaban una gran estabilidad vital. Lewis asoció las organizadas pautas
de conducta de estos latinos a la existencia de una “cultura de la
8S
MEGALÓPOUS: 1939-1979
pobreza” , una lógica de vida basada en la respuesta y adaptación a
las circunstancias adversas. La antropología urbana extendería esta
revolucionaria tesis a las barriadas informales de Sudamérica. En
el conocido estudio The M yth o f Marginality, 22 la socióloga Janice
Perlman la verificó en las favelas de R ío de Janeiro. Tam poco el
perfil de sus habitantes era marginal: tenían trabajo, creían en la
educación, estaban organizados, hacían uso de las instituciones
públicas, etc.; en definitiva, compartían la visión del m undo propia
de la clase media.
C om o decíamos, una de las novedades de los community studies
de posguerra fue la reorientación de la mirada hacia el otro polo del
espacio m egalopolitano: suburbio, el refugio de la clase m edia blanca.
El gran teórico de lo que se denom inó “el estadounidense m edio”
fueW illiam H . W hyte,23 autor de E l hombre organización.24 Fiel a
la tradición fisicodeterminista del Social Survey M ovem ent, este
urbanista y periodista pensaba que los suburbios condicionaban el
carácter de sus residentes. D e hecho, su conform ism o social parecía
reflejar la m onotonía arquitectónica de las casas donde habitaban.
W hyte exploró las pautas de com portam iento de la clase media
blanca en uno de estos suburbios: Park Forest (Illinois), construido
en 1947 y habitado por 30.000 personas, la mayoría de ellas m atri­
m onios treintañeros. Unas delataban actitudes machistas (la vida
social estaba en manos de las amas de casa) y otras prejuicios raciales
(los residentes eran altamente intolerantes a la llegada de vecinos de
raza negra). Estas actitudes advertían que, paradójicamente, la iguali­
taria megalópolis podía llegar a ser más segregacionista que la clasista
metrópolis, dada la capacidad del m odelo suburbano para alejar
espacialmente a las distintas com unidades étnicas y sociales.
Para constatar la veracidad de este diagnóstico, el sociólogo
H erb ert Gans se fue a vivir al suburbio por excelencia de la clase
media estadounidense: Levittown. En 1967 escribió The Levittoumers,25
libro en el que, paradójicamente, desmentía a W hyte. Según Gans,
a igual edad y clase social, las formas de vida urbana y suburbana
no eran tan diferentes. Los levittowners, en su inmensa mayoría
8G
m atrim onios jóvenes de clase media y raza blanca, no eran ni espe­
cialmente apáticos ni especialmente adocenados ni especialmente
individualistas. Más bien al contrario, mostraban una auténtica pasión
por las actividades comunitarias. A esa misma conclusión había
llegado, pocos años antes, el urbanista Melvin Webber. En el polémico
artículo “T h e U rban Place and the N onplace U rban R ealm ” ,26
declaró que suburbia no era ni m ejor ni peor que la ciudad compacta,
tan solo diferente. W ebber relacionaba sus problemas de segregación
y desarticulación con la difusión de tecnologías com o la televisión,
que estaban socavando el espíritu com unitario que tradicionalm ente
había garantizado la cercanía espacial.
Gans achacaba el error de W hyte al determ inism o físico hereda­
do del Social Survey M ovenrent, a creer que la forma urbana im pli­
caba una determ inada manera de vivir. Este convencim iento, que
había servido para dem onizar el m odelo suburbano, em pujó a los
community studies a dirigir su atención hacia su opuesto conceptual:
los centros históricos, donde esperaban encontrar un concentrado
de virtudes de las que carecía suburbia. En 1961 Jane Jacobs escribió
Muerte y vida de las grandes ciudades,27 uno de los libros de estudios
urbanos más influyentes de la segunda m itad del siglo x x . Esta
periodista, editora de la revista Architectural Forum, denunció la inca­
pacidad de los urbanistas para entender cóm o eran y cóm o funcio­
naban las “ciudades reales” . Atribuyó esa incom petencia al sustrato
utopista que subsistía en su disciplina, puesto de manifiesto en la
aspiración de doblegar el rico y com plejo universo urbano con
modelos teóricos tan universales com o simplistas. Concretam ente,
apuntó a los dos que se estaban materializando en la segregada
megalópolis: la ciudad jardín y laVille Radieuse. Jacobs detectaba
en su com ún animadversión hacia la calle corredor y su obsesión
por la zonificación el mismo pensam iento autoritario y la misma
ideología antiurbana.
A la Ville Radieuse, además, la hacía responsable de la destrucción
de N ueva York, la megalópolis donde vivía y a la que tanto amaba.
N o le faltaba razón. Por aquel entonces R o b e rt Moses, coordinador
87
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
de construcción municipal, acababa de aprobar un programa de
urban renoval que preveía dem oler amplias zonas de M anhattan, entre
ellas el GreenwichVillage, el barrio donde vivía Jacobs. A nte esta
amenaza la periodista se reveló, y lo hizo apelando a la cotidianeicl.nl
de sus vecinos. En el libro hacía un melancólico repaso p o r su calle,
H udson Street: la tienda de delicatessen de Joe C ornacchia, la ferrete
ría del señor Goldsmith, la lavandería del señor H alpert, el estanco
del señor Slube, la taberna de Dylan Thom as... Al hacerlo, quería
poner de manifiesto la im portancia que las actividades cotidianas,
y los espacios que las albergan, tienen en la existencia humana.
Pero Jacobs fue más allá: según ella la vitalidad de GreenwichVillage
se debía a su elevada densidad (consideraba que lo deseable era de
500 a 750 habitantes/hectárea),28 a su multiplicidad de usos, que
hacía que la gente estuviera en un mismo sitio a distintas horas y por
distintas razones, a su diversidad, a la convivencia de bloques y casas
de distintas épocas, etc.; en definitiva, a que era un trozo de ciudad
tradicional. Dadas sus probadas ventajas sociales y espaciales, ¿por qué
querían acabar con él? Jacobs se respondía a sí misma: porque los
urbanistas megalopolitanos eran incapaces de entender “algo tan real” .
Muerte y vida de las grandes ciudades se ganó el apoyo de la opinión
pública estadounidense y contribuyó de forma decisiva a la paraliza­
ción de la construcción de una autopista que hubiera arrasado gran
parte de GreenwichVillage, al bloqueo de la “renovación” del barrio
de H arlem y a la protección del SoHo. Era el principio del fin de
los programas de urban renewal. El éxito arrollador del mensaje
de Jacobs extendió la puesta en valor de la ciudad histórica po r los
community studies. El sociólogo R ichard Sennett coincidía con ella
en dos aspectos: que el urbanism o iluminista, con su obsesión por
la zonificación, desactivaba la diversidad y la creatividad, y que la
dispersa y uniform e suburbia era excluyente, mientras que los núcleos
densos y complejos socializaban. En Vida urbana e identidad personal:
los usos del orden,29 Sennett avanzó planteam ientos verdaderamente
novedosos para el m om ento, com o que en las sociedades urbanas
con un alto nivel de desarrollo, las “sociedades posrevolucionarias” ,
88
los ciudadanos aceptaban determinados grados de anarquía y desorden,
incluso de peligrosidad. Esta capacidad para coexistir con el conflicto
dinamizaba la tolerancia hacia el “otro” y favorecía la convivencia.30
Veinte años después, en La conciencia del ojo,3' Sennett denom inaría
,i esos entornos imperfectos y no planificados “ciudades dionisíacas” ,
postulándolos com o alternativos al im poluto e inm aculado “m undo
de A polo” suburbano, refugio de los miedos y obsesiones del “ esta­
dounidense m edio” .
c'-é
C uriosam ente, los alegatos m arcadam ente rom ánticos de Jacobs
y Sennett se produjeron en un m om ento en que com enzaban a
expandirse por las ciencias sociales aproximaciones inequívocamente
iluministas. Este cambio de sensibilidad vino espoleado p o r una
serie de fenómenos que se iniciaron en la década de 1960. Destacaba,
com o ocurrió en el caso de la antropología urbana, la inusitada
dimensión demográfica de la megalopolis: en 1950 N ueva York había
superado los doce millones de habitantes, Londres los ocho,Tokio
los siete y París los seis. C om o puso de manifiesto Jean G ottm ann
en su libro Megalopolis, la transform ación territorial derivada de
este hecho era enorm e. A pesar de ello, y aunque resulte paradójico,
la geografía urbana optó por despreocuparse de la crisis m edioam ­
biental en ciernes para embarcarse en una deriva neopositivista
im permeable a todo com prom iso ético. Su objetivo era colaborar
con la planificación urbanística socialdemócrata justificando técni­
cam ente sus políticas. La “ teoría del filtrado”, por ejemplo, vino
a avalar el m odelo suburbano y los programas de urban renewal.
Según ella, la bajada de precio que experimentaban las viviendas
que las clases medias y altas abandonaban en su éxodo hacia suburbia
posibilitaba su com pra p o r parte de familias obreras, que conseguían
así m ejorar sus condiciones habitacionales. Este proceso se repetía
en una secuencia descendente en la escala salarial: los apartamentos
que dejaban libres las familias obreras eran ocupados po r otras que
estaban en peores condiciones y así sucesivamente, lo que culminaba
en el desalojo de las viviendas más degradadas, que podían entonces
ser demolidas. En definitiva, la urbanización de la periferia repercutía
89
MEGALOPOLIS: IS39-I979
en la m ejora de las condiciones de vida de toda la población. Era )a
“justicia natural” del mercado de la vivienda megalopolitano.32
También la sociología urbana fue presa del arrebato neopositivisu
E n este caso, el abandono de la ética y lo cualitativo se tradujo en el
desplazamiento del foco de interés de los contenidos a las metodolo
gías de análisis. El “análisis de áreas sociales” y la “ecología factorial"
fueron buenos ejemplos de ello. El prim ero había sido desarrollado
con anterioridad por Eshref Shevsky y W endell Bell, sociólogos de
la Stanford University. En su libro Social Area Analysis33 expusieron
lo que en realidad no era más que una decantación de los aspectos
m eram ente cuantitativos de las hipótesis de la Escuela de Chicago.
Shevsky y Bell coincidían con esta en que lo que distinguía a las
distintas áreas urbanas era el nivel socioeconóm ico, la raza y el estilo
de vida de sus habitantes.34 Para m edir ese grado de diferenciación
crearon tres indicadores: estatus socioeconóm ico (desempleo, nivel
educativo, valor de la vivienda), estatus familiar o estilo de vida
(tasa de fertilidad, índice de ocupación femenina, núm ero de casas
unifamiliares) y estatus étnico (raza y nacionalidad). D e la com bina­
ción de los tres resultaron 32 tipos de áreas urbanas. A mediados de
la década de 1960, y gracias a la aparición de las calculadoras elec­
trónicas y el análisis estadístico, el análisis de áreas sociales multiplicó
escalarmente la cantidad y variedad de los datos em píricos que
alimentaban sus indicadores, datos que eran de m uy diversa natura­
leza y cuya im portancia, p o r tanto, había de ser calibrada por índices
factoriales. Así nació la “ecología factorial” , un m étodo de análisis
que se extendió por las ciencias sociales.
La revisión neom arxista:
d en u n cia del u rb an ism o so cia ld em ó cra ta
y r ecla m o del “ d erech o a la c iu d a d ”
La alternativa a la sociología y la geografía urbanas anglosajonas se
fraguó al amparo del neomarxismo, que recondujo los presupuestos
del marxismo ortodoxo hacia los intereses del existencialismo.
90
I ii un prim er m om ento esta revisión estuvo liderada por los filósofos
lie la Escuela de Francfort (Max H orkheim er, H erbert Marcuse,
l'heodor A dorno, etc.), que reaccionaban así a los desmanes com eti­
dos por el com unism o soviético en la posguerra. Según Marcuse, el
capitalismo había construido la “falsa conciencia” de que la pobreza,
el desempleo o la desigualdad eran necesarios utilizando mitos y
símbolos. Para desenmascarar esta superestructura, el pensam iento
crítico debía superar su obsesión por la política y la econom ía y
acercarse a la cultura. Disciplinas com o la psicología, la antropología
o la sociología podían ayudar en ello.
Esta senda ya había sido explorada p o r W alter B enjam ín en el
período de entreguerras. Este filósofo excepcional diluyó la esencia
racionalista del marxismo decim onónico con técnicas psicoanalíticas.
Su Libro de los pasajes35 tenía por objeto desvelar la “prehistoria de la
m odernidad” , que Benjamin intuía en los pasajes parisinos del prim er
tercio de siglo x ix . En su opinión, la ciudad era un bosque plagado
ile fábulas y alegorías, un universo susceptible de ser interpretado
desde múltiples puntos de vista, muchos de ellos irracionales. A fin
de sustraerla del mistificado encuadre donde estaba atrapada, recu­
rrió a tres tipos humanos: al arqueólogo, para descifrar los sueños y
fantasías colectivas; al coleccionista, para separar los objetos de sus
funciones originarias y relacionarlos con otros afines; y al flanear, la
figura que deambulaba por los pasajes descrita por Charles Baudelaire,
para rastrear el punto de partida de la investigación.
Tras la II G uerra Mundial, la Escuela de Fráncfort descubrió la
operatividad del proyecto de Benjam in y com enzó a difundirlo por
las ciencias sociales. Entre los que lo adoptaron destacó la Interna­
cional Situadonista, fundada en 1957 p o r un grupo de intelectuales
franceses dispuestos a explotar el potencial político que intuían
en el psicoanálisis y el surrealismo. Su m iem bro más reconocido fue
el filósofo G uy D ebord, padre de la psicogeografía, una especie de
geografía social de la ciudad que tamizaba las situaciones urbanas a
través de filtros emocionales. C om o instrum ento de análisis utilizaba
la técnica de la deriva, que consistía en recorrer megalópolis de
91
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
manera azarosa pero siguiendo reglas predeterm inadas y de raíz
surrealista, com o el deambular por el macizo del Harz consultando
un plano de Londres. En 1957 D ebord publicó la Cuide psychogeo*
graphique de París,M’ donde representó sus derivas por barrios obren m
com o Le Marais, distritos históricos en los que aún persistían lo re.il
y lo espontáneo p o r haber escapado a los proyectos urbanísticos del
general D e Gaulle. La guía — unos fragmentos de planos unidos
entre sí p o r flechas que describían el sentido de las derivas—
esbozaba una ciudad desordenada y extraña, casi perturbadora.
La reivindicación de los centros históricos no era el único
punto de encuentro de la sociología anglosajona y la neomarxista,
sino que tam bién com partían la fijación p o r el ciudadano corriente
En la década de 1960 sus gustos y preferencias se plasmaban en la
cultura de masas, inspirada po r la form a de vida de la clase media
pero que el cine y la televisión habían expandido por todos los
segmentos del igualitario arco social megalopolitano. D ebord se
propuso intelectualizarla en La sociedad del espectáculo,37 donde
denunció que la cultura estaba siendo transformada en un producto
de consumo. Aun así, su intención era utilizarla, o más concreta­
m ente distorsionarla, con fines revolucionarios, un acto subversivo
que denom inó detournement. La izquierda francesa descubría el filón
de la semiotización de la cultura de masas, el mismo que el arte
pop llevaba más de una década explotando.
La tercera obsesión de los situacionistas era el urbanismo, ante
el cual m antenían una posición diam etralm ente opuesta a la de la
geografía neopositivista. R echazaban que se tratara de una disciplina
puram ente técnica. Su supuesta neutralidad y objetividad no era
más que una patraña foijada por las administraciones socialdemócratas
para perm itir que los “jefes de equipo” tom asen decisiones sin
consultar con los ciudadanos.38 El marxismo, en cambio, siempre
defendió que el urbanismo era una acción política. La Carta de Atenas
ocultaba estrategias de clase: reservar las áreas centrales a las élites
productivas y segregar a los distintos grupos sociales en la periferia,
donde eran confinados en conjuntos residenciales cualitativamente
92
diferenciados y espacialmente distanciados.Y no acababa ahí su
papel instrumental. En 1967 el filósofo belga RaoulVaneigem escribió
el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones,39 donde
denunció que, al igual que había ocurrido con la cultura, tam bién
la eotidianeidad de la gente estaba siendo em paquetada com o un
producto de masas. El urbanism o iluminista, altamente reglado y
estandarizado, contribuía a esta tarea bloqueando lo diverso, lo indivi­
dual, lo espontáneo, lo imaginativo. Frente :a'la zonificación funcional
de Im Carta de Atenas, que usaba elem entos “duros” (muros, infraestructuras, etc.) para fragmentar las megalópolis en unidades abstractas
fácilmente reproducibles, los situacionistas exigían im plem entar
"elem entos blandos” (luz, sonido, actividad) que conform aran
entornos continuos y pintorescos, las unités d ’ambiance.
Hasta el 10 de mayo de 1968 los autores de estas propuestas
perm anecieron enclaustrados en los garitos frecuentados por la
progresía artística francesa. La revuelta parisina les abriría las puertas
de todos los ámbitos del saber. La sociología urbana neomarxista
pasó entonces a ensañarse con el cientifismo neopositivista, al que
reprobaba haber despreciado las cuestiones que condicionaban el
día a día de la gente: la percepción de la ciudad, los prejuicios raciales,
las barreras culturales, etc. Los abanderados de esta postura fueron
un grupo de profesionales agrupados en torno a la revista Espaces et
Societés y liderados por H enri Lefebvre, profesor de la Université
París X N anterre. A unque instruido en la dialéctica marxista, este
cultivado humanista condenaba la com prensión de la ciudad com o
un objeto cuantificable y calculable, algo que consideraba autoritario,
dogmático y simplificador. Lefebvre detectaba ambiciones similares
en el estructuralismo, en este caso p o r su base racional mecanicista.
C om o alternativa a ambos abogaba po r la especulación, p o r una
“orientación que abre caminos y descubre un h o rizo n te” .40
Inauguraba así una línea de pensam iento marxista no racionalista
que se orientó en dos direcciones estrechamente vinculadas: la
denuncia del urbanism o socialdemócrata y la reivindicación de
la prim acía del espacio sobre el tiempo.
93
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
f
Esta últim a cuestión apuntaba hacia un cambio de paradigma.
C om o hemos visto en el capítulo anterior, el análisis urbano marxisl.i
se había conformado con una metodología histórica comparativa
que consideraba la forma como un subproducto. Michael Foucault
cuestionó este punto de partida, defendiendo que la megalopolis
pertenecía a la época del espacio, “la época del cerca y el lejos, del
lado a lado, de lo disperso” . En “Espacios otros” ,41 este filósofo,
sociólogo e historiador propuso un térm ino que haría fortuna en
las siguientes décadas: heterotopia. El cuerpo humano, el elemento a
través del cual se producía la socialización, existía en un espacio que
no era neutro, sino represivo y manipulado por el poder. Para libe­
rarse de él era necesario crear “ espacios otros” , heterotopias donde
los valores culturales dom inantes fueran contestados con códigos
alternativos.
Lefebvre defendió su crítica radical al urbanism o y su apuesta
por la espacialidad en su trilogía Critique de la vie quotidienne,42
Tras considerar que los tres fundam entos de la ciudad eran función,
forma y estructura y reconocer que, p o r sí solo, ninguno de ellos
bastaba para definirla, destacó el papel del segundo que, al definir
la distancia que separaba las acciones humanas, determ inaba las reía
ciones sociales. El mecanismo planificador de las formas que conte­
nían a los “seres m arioneta” de la megalopolis era el urbanismo.
Lefebvre ponía así de manifiesto su desconfianza en las instituciones
democráticas del Estado del bienestar, multitudinariam ente refrendada
en Mayo del 68.
En El derecho a la ciudad43 hizo explícita esta denuncia, reclamando
el derecho de los ciudadanos a recuperar el control de las formas
urbanas que envolvían su cotidianeidad. Confiaba en que impulsa­
ran un proceso de apropiación del espacio abstracto generado por
La Carta de Atenas, para reformularlo com o un “espacio diferencial”
donde em ergieran las alteridades que esta trató de ocultar. Lefebvre
lo imaginaba com o una “unidad de am biente” donde centro histó­
rico y suburbia, lo público y lo privado, se habrían fusionado en un
continuum global. En La revolución urbana detectó la puesta en marcha
94
de este proceso en la desbordante expansión suburbana de la megalópolis, que interpretó com o la entrada en una “fase crítica” que
conducía a la desaparición del territorio y la generalización de la
ciudad.Tal com o habían pronosticado Lewis M um ford, Frank Lloyd
W right y Le Corbusier, el destino últim o era la urbanización total
del planeta, la trasformación de la hum anidad en una “sociedad
urbana” .
Lefebvre cuadró su reivindicación de la espacialidad en la que
muchos consideran su obra maestra, La producción del espacio,44 donde
asoció la supervivencia del capitalismo a la producción de espacios
que enmascarasen la realidad, una labor confiada al urbanismo.
C'.ada fase del sistema económ ico había generado su propio tipo
de espacio, y el del Estado del bienestar era el espacio abstracto de
Im Carta de Atenas. La conclusión era: el urbanism o es un productor
de espacios políticos, un postulado que Edward W. Soja consideró
com o “ el punto de partida del tránsito hacia la posm odernidad” .45
95
MEGALÓPOIIS: 1939-1979
LA MEGALOPOLIS DELOS HISTORIADORES:
HAROLD J. DYOS, COLIN ROWE,
MANFREDOTAFURI
Cerrábamos el apartado dedicado a “La metrópolis de los historiado
res” destacando la obra cum bre de Lewis M um ford, La cultura de las
ciudades. En 1961 apareció su em blemático estudio La ciudad en la
historia, con el que pretendía reemplazarla. En esta obra, M umford
amplió el recorrido histórico a Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma,
lo que le perm itió introducir en la narración una serie de figuras que
entendía que habían estado presentes en el germ en de la ciudad,
perm aneciendo en el inconsciente colectivo de sus habitantes y
manifestándose de maneras diversas en su evolución posterior, una
interpretación casi psicoanalítica de la historia urbana. Pero lo que
convirtió a La ciudad en la historia en uno de los libros de arquitectura
más vendidos del siglo x x fue su crítica radical al devenir del modelo
suburbano desde la década de 1920, cuando U nw in lo codificó
com o suburbio jardín y la expansión del automóvil lo esparció por
doquier. Para M um ford, la suburhia de la década de 1950 se había
convertido en la “anticiudad” , fragmentos m onofuncionales sin
forma ni densidad que servían de alojamiento a seres encapsulados
carentes de vida pública.
Inmediatamente después de su publicación, La ciudad en la historia
se convirtió en referencia obligada de los arquitectos. Los historiado­
res, en cambio, lo recibieron con reticencias, disconformes con su
marcado sesgo ideológico y la maraña de fuentes que lo alimentaban
desde áreas de conocim iento que, en la década de 1960, estaban en
proceso de diferenciación. En realidad, este libro cerraba la fase parvularia de la historia urbana, la de la indefinición disciplinar, cuando
todavía eran posibles las interpretaciones personales. A partir de
entonces, figuras com o la de Lewis M um ford, alérgicas a los acade­
micismos, serían consideradas extravagantes.
96
No es de extrañar que en este am biente proclive al rigor el proceso
de conform ación disciplinar de la historia urbana culminara encum ­
brando los enfoques racionalistas de las dos versiones ideológicas
del iluminismo. Anglosajones y franceses optaron por el positivismo,
que aplicaron a la econom ía, la sociología y la geografía; los italianos
se decantaron por el pensam iento crítico, por el que filtraron la
arquitectura y el urbanismo.
I ti «puesta p ositivista
por la m u ltid iscip lin a ried a d
La consolidación final de la historia urbana com o disciplina la enca­
bezaron grupos de investigación universitarios y se articuló a través
de congresos. En Estados U nidos destacó el convocado en 1961 por
el Massachusetts Institute o f Technology (MIT) y la Harvard University, del que resultó The Historian and the C ity.4'' En el R eino U nido
se celebró la Conferencia de Historiadores Urbanos, organizada
en 1966 por el U rban H istory Group de la University o f Leicester,
dirigido por H arold J. Dyos. Sus conclusiones se publicaron en
The Study o f Urban History.47
En estos congresos se constató que la historia urbana seguía sin
contar con una base científica rigurosa, objetivo que fue apuntado
com o prioritario para el futuro inmediato. A él se aplicaron los
historiadores positivistas, que m ostraron su insatisfacción con los
tanteos realizados en el período de entreguerras. Criticaban, especial­
mente, el abordaje de contenidos individualizantes con la metodología
evolucionista, una com binación que había animado a concluir teorías
universales a partir del estudio de casos específicos. Para evitar estos
saltos en el vacío, reclamaban recuperar los contenidos generalizantes
y el análisis comparativo, es decir, rastrear valores urbanos trascen­
dentes a partir del cotejo de ejemplos diversos. Anglosajones y fran­
ceses se pusieron a ello, pero procediendo de maneras diferentes: los
primeros confirm aron su alianza con la historia económ ica y social
y los segundos se apoyaron en la sociología y la geografía.
97
MEGALÓPOUS. 1939-1979
En Estados Unidos esta tarea la lideró Gideon Sjoberg, un erudito
humanista admirador de Max Weber, que en The Preindustrial City4*
aplicó el análisis comparativo a instituciones com o la familia, las
clases sociales o el m atrim onio, estableciendo tres fases en la evolu
ción de la organización de la sociedad: la preurbana, la feudal y la
industrial. En el R ein o U nido destacó el papel del historiador Asa
Briggs, autor de Victorian Cides.49 A unque centró sus estudios en
la época victoriana, em pleó el análisis comparativo con ciudades
de diferente escala, localización y econom ía (Manchester, Leeds,
Londres, M elbourne, etc.). Su voluntad de rom per con la singladura
prebélica era evidente; de hecho, concluyó desmintiendo la imagen
miserable que M um ford había propagado de la era del carbón.
Sin embargo, Briggs continuó utilizando la historia urbana para
estudiar cuestiones socioeconómicas (ingresos, empleo, administra­
ción municipal, etc.), aunque dando cabida a algunas de carácter
cultural (prestigio social, relaciones intergrupales, etc.).
Y es que ni Sjoberg ni Briggs cuestionaron el papel vicario que
la historia urbana anglosajona había desempeñado con respecto a la
historia económ ica y social. Fue H arold J. Dyos quien reivindicó un
cierto grado de autonom ía. Su objetivo no era la secesión total,
sino que los historiadores interesados por la ciudad unificaran temas
y metodologías. A diferencia de lo que había ocurrido en la etapa
metropolitana, la opción que planteó no apuntaba hacia la morfología
urbana, un campo de conocim iento que los historiadores británicos
asociaban con los geógrafos. En Victorian Suburb5(1 puso el énfasis
en la dim ensión constructiva, en los maestros de obra, en los pro­
m otores...; en definitiva, en los factores económ icos que habían
determ inado la expansión de la metrópolis, dem ostración de que
Dyos, profesor de H istoria de la Econom ía en la University o f
Leicester, no estaba dispuesto a prescindir de la historia económ ica
y social. D e ella aprendió que las ciudades resultaban de procesos
históricos prolongados y trascendentes. Para estudiarlos, la historia
urbana debía concatenar casos individuales en una narración lineal
y universal; es decir, utilizar el análisis comparativo para construir
98
un discurso generalizante. Esta interconexión de procesos y lugares
requería dos niveles de análisis: el de las relaciones entre el espacio
urbano y la sociedad que lo habitaba y el del papel de las ciudades
en la historia de la hum anidad.
En Francia, la fase final de la definición disciplinar de la historia
urbana la lideró la Escuela de los Anales, fundada en 1929 en torno
a la revista Annales d’Histoire Économique et Sociale. Sus directores, Marc
Bloch y Lucien Febvre, predicaban la intérdisciplinariedad, alegando
el enorm e im pacto que la ciudad tenía en la econom ía, la sociedad,
la cultura, el pensamiento, etc. También defendían una historia urbana
de “larga duración” . En El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en
la época de Felipe II,5' el historiador Fernand Braudel estableció tres
niveles de análisis que la Escuela de los Anales hizo suyos: el de la
relación del hom bre con la geografía y el medio, una “historia casi
inmóvil” ; el de las estructuras (grupos sociales, econom ía, estados,
civilizaciones, etc.), una “historia lenta” ; y el de los individuos, una
“historia de los acontecimientos” superficial y efímera. Según Braudel,
este últim o nivel no afectaba a la larga duración de la forma urbana,
por lo que la historia debía centrarse en el prim ero y el segundo.
Ello explica la im portancia que los Anales concedió a la geografía
y las ciencias sociales, soportes analíticos de los dos primeros.
Al apostar por la intérdisciplinariedad, la historiografía urbana
francesa asumía el legado de su padre fundador, Marcel Poete.
N o hizo lo mismo en cuestiones metodológicas, ya que optó por
el análisis comparativo frente al evolucionismo, al que consideraba
poco científico.52 El problema era cóm o categorizar. Las posibilidades
eran múltiples: según ideologías (ciudad socialista, despótica, etc.),
según m odos de producción (ciudad feudal, capitalista, etc.), según
áreas geográficas (ciudad asiática, americana, etc.), según morfologías
(ciudad ortogonal, radiocéntrica, etc.), según etapas (ciudad antigua,
medieval, etc.), según funciones (ciudad mercantil, administrativa,
etc.)...53 La elección dependía de los intereses del autor, lo que ponía
en evidencia que el análisis comparativo adolecía de la misma tenden­
cia a la arbitrariedad que el evolucionismo.
99
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
A com ienzos de 1970 el proceso de definición disciplinar de la
historia urbana podía darse por concluido. Los historiadores deci­
dieron entonces ponerla a disposición de sociólogos y arquitectos
en su lucha contra los programas de urban renewal y en pro de la
ciudad histórica. Para acom eter esta tarea, la misma que asumieron
los historiadores del arte en la etapa m etropolitana, ampliaron su ya
de p o r sí dilatado perfil interdisciplinar con nuevas fuentes del saber,
El filósofo de la historia A rnold J.Toynbee, po r ejemplo, se inspiró
en la equística, una ciencia que trataremos en el próxim o apartado.
En Ciudades en marcha54 elaboró una serie de tipos urbanos (ciudades
Estado, ciudades capitales, ciudades sagradas, ciudades mecanizadas
y ciudad m undo) con los que rastreó el desvanecimiento de los
valores cívicos en la megalópolis. O tros, com o el historiador de la
arquitectura Joseph R ykw ert, se interesaron por la antropología y
la semiótica. En La idea de ciudad,55 este autor sustentó su crítica a
La Carta de Atenas en la contraposición del simplista isotropismo
lecorbusierano con la riqueza de significados de la urbs romana,
m orfológicam ente vinculada con el cosmos por una maraña de
ritos y símbolos.56
Pero la más em blemática de las historias urbanas comprometidas
con la defensa de la ciudad tradicional fue Ciudad collage57 escrita
po r el historiador C olín R ow e y el arquitecto Fred Koetter.
La estructura del libro recordaba al em blemático Introducción al
urbanismo58 de Marcel Poete: tan solo la prim era parte era un estudio
histórico, concretam ente de las utopías urbanas desde la Antigüedad
al m ovim iento m oderno; la segunda era una propuesta de análisis
y diseño urbanos dirigida a arquitectos y urbanistas. Para definirla,
R ow e y K oetter buscaron amparo en la psicología del arte, más
específicamente en la teoría de la Gestalt, de la que adoptaron el
m étodo dialéctico entre fondo y figura, basado en la confrontación
de conceptos antinóm icos (lleno y vacío, articulación y aislamiento,
etc.).59 Esta estrategia derivó en un pulso entre la ciudad histórica y
la m oderna que se resolvió con una prescripción de diseño urbano
claramente favorable a la primera: los edificios no debían proyectarse
100
com o objetos aislados para ser vistos desde el automóvil, sino com o
fondo de espacios públicos a escala de observación del peatón. R ow e,
que acusaba al urbanismo iluminista de estar destruyendo la megalópolis, abogaba por retornar a la calle corredor, a vías y plazas diseñadas
com o “habitaciones sin tech o ” .
Ciudad collage fue un libro visionario. Trasladó a la historia, el
análisis y el diseño urbanos el interés por lo com plejo y lo incom ­
pleto. R ow e apelaba a entender la ciudad com o un patchwork de
piezas que podían convivir entre sí. C o n esta defensa de la colisión
y el fragmento daba el prim er paso hacia el reconocim iento de la
megalópolis com o un ente im puro. Tal com o había ocurrido con la
sociología urbana, tam bién la historia urbana se asomaba al abismo
de la posm odernidad.
I a “ crítica de cla se” italiana:
de la h istoria de la arquitectura
ii la h istoria del u rb an ism o
C om o vimos en el capítulo anterior, la historia urbana marxista
tam bién se gestó en el caldo de cultivo de la historia económ ica y
social. El papel vicario que sus fundadores atribuyeron a la evolución
de la ciudad con respecto a los acontecim ientos socioeconóm icos
respondía a la premisa de la superestructura com o hecho previo a
la morfología. Los historiadores positivistas, que se cocieron en ese
mismo caldo, les acusaron de falta de neutralidad, de estar condicio­
nados por directrices ideológicas. A este reproche respondió un grupo
de arquitectos italianos, convencidos de que la versión marxista de
la historia urbana tam bién podía sustentarse sobre bases científicas.
Si para alcanzar este mismo objetivo los historiadores positivistas
habían apostado por una multidisciplinariedad que se abría hacia cada
vez más campos de conocim iento, ellos decidieron hacer todo lo
contrario: limitarse a las fuentes estrictam ente disciplinares. Su refe­
rente sería la historia de la arquitectura, que tradicionalm ente había
priorizado los com ponentes físicos sobre los humanos.
101
MEGALÓPOLIS: 19391979
Esta fue la empresa enunciada por M anfredo Tafuri en Teorías e his
tona de la arquitectura,6(l un texto que revolucionó el pensamiento
crítico. Según Tafuri, incluso el abanico m etodológico utilizado poi
la historia estaba cubierto po r un velo ideológico. Levantarlo exigía
rigor intelectual, una crítica que reasumiera la tarea que le era pro­
pia: la diagnosis histórica objetiva y sin prejuicios. Así fue definida l.i
“crítica de clase” , un com prom iso moral empapado de pensamiento
negativo. Consciente de que las estructuras capitalistas eran sólidas,
Tafuri conm inó a la historia a distanciarse de ellas y limitarse a
denunciarlas, renunciando a transformar una realidad que consideraba
irreversible.
N o había otra opción. En unos artículos publicados en la revista
Contropiano , 61 Tafuri puso en evidencia que incluso la izquierda
política europea se había plegado a los dictados del capitalismo
monopolista. En La ciudad americana: de la guerra civil al N ew Deal,1'2
escrito con G iorgio Ciucci, Francesco Dal C o y M ario M anieri
Elia, verificó esta misma hipótesis en la ciudad americana. La con­
clusión era: durante la etapa m etropolitana el arquitecto m oderno
se prestó a ser utilizado en la im plem entación del proyecto de racio
nalización. Las élites político-económ icas le encom endaron ejercer
com o “ideólogo de la sociedad” : por un lado, debía convencerla de
la necesidad “objetiva” de una metrópolis que Tafuri denunciaba
com o negocio y gran m áquina productiva; por otro, debía maquillar
esa ciudad segregada, injusta y sin valores. Para esto último, utilizó
dos estrategias com plementarias: estetizar el caos y el fragmento, una
tarea confiada a la arquitectura de vanguardia, y recom poner la
metrópolis com o si de un todo orgánico y unitario se tratara, fun­
ción que recaía en el planeam iento urbanístico.
La crítica de clase tafuriana puso las bases de una historia urbana
que se declaraba disciplinarm ente autosuficiente. Pero en realidad,
la historia urbana nunca se habría podido liberar de la dependencia
de la historia económ ica y social si no hubiera contado con el
concurso de la teoría urbanística, un campo de conocim iento aún
más autónom o de los factores extradisciplinares que la historia de
102
la arquitectura. D e esta conjunción estelar nació la historia del urba­
nismo, que ya había sido ensayada por Marcel Poëte en Introducción
id urbanismo. U n o de sus textos fundamentales fue Orígenes del urba­
nismo moderno,67' de Leonardo Benévolo, que situaba el nacim iento
del urbanismo en el siglo x ix , coincidiendo con la irrupción de la
metrópolis monopolista, una tesis tan solo cuestionada recientem ente
por algunos historiadores, que lo sitúan en el siglo xvi. Benévolo
fue acusado de esquematismo. Por un lado!, reducía el com plejo
panorama urbanístico decim onónico a dos tendencias contrapuestas:
la de los utopistas, que aspiraban a transformar la sociedad, y la de
los técnicos funcionarios, que colaboraban con el sistema. Por otro,
identificaba urbanism o y política, sin conceder al prim ero ninguna
autonomía.
La brecha abierta por Benévolo fue inm ediatam ente sondeada
por otros arquitectos, que abandonaron el nicho ideológico marxista
que había servido de cuna a la historia del urbanismo. En Estados
Unidos destacó Jo h n R eps y su The M aking o f Urban America;64
en España, Fernando Terán con Ciudad y urbanización en el mundo
actual65 Sin embargo, ninguno de estos libros tuvo el im pacto de
El urbanismo. Utopías y realidades.66 Su autora, la crítica de arte
Françoise Choay, coincidía con Benévolo en datar el nacim iento de
la disciplina en el siglo xix, periodizando su evolución en preurbanis­
mo y urbanismo. Para analizar ambas etapas estableció dos modelos
que funcionaban com o categorías historiográficas: el progresista y el
culturalista. La base intelectual del prim ero era claramente iluminista y partía del convencim iento de que los ciudadanos eran “seres
tipo” deducibles científicamente a partir de sus necesidades biológicas,
lo que permitía aplicarles teorías universales. Este modelo se orientaba
hacia el futuro y estaba dom inado por la idea de progreso, confiando
a la ciencia y la técnica la resolución de los problemas de la ciudad.
El m odelo culturalista, en cambio, era esencialm ente rom ántico y
estaba inspirado en el m ito de la com unidad, donde los individuos
no eran tipos, sino seres únicos e irrepetibles; su tendencia natural,
por tanto, apuntaba al empirismo. Al considerar que las necesidades
103
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
materiales de las personas eran subsidiarias de las espirituales, su
referente era cultural.67
La década dorada de la historia del urbanism o fue la de 1970.
A la madurez de la obra de Benévolo se sumó la aportación de
Paolo Sica, autor de la trilogía Historia del urbanismo,68 una investí
gación sobre la conform ación disciplinar del urbanism o en la
época de la industrialización (siglos xvm , x ix y xx) que retom ó
preceptos típicam ente marxistas: la proyección de la lógica del
capitalismo industrial sobre la ciudad, las relaciones entre estructura
y superestructura, etc. La historia del urbanism o retornaba así a
su regazo ideológico.
104
LAMEGALO,POLIS DELOS ARQUITECTOS:
JOSEP LLUIS SERT, KEVIN LYNCH,
ALDOROSSI
La historia fue m uy cruel con La Carta de Atenas: el texto donde
desembocaron décadas de reflexión sobre la ciudad industrial se
publicó en 1943, en los estertores del capitalismo monopolista,
hl desconcierto que generó la coincidencia de este docum ento
recién gestado con la puesta en crisis del paradigma de pensamiento
que lo alumbraba extendió un convencim iento: la necesidad de
reformarlo, de adecuarlo a unos tiempos donde prim aban sensibilida­
des opuestas al racionalismo productivista que lo había inspirado.
En un principio, los arquitectos iluministas acom etieron esta
revisión guiados p o r dictados claramente románticos, pero fue un
camino de ida y vuelta, ya que en la década de 1960, acuciados por
un aluvión de nuevos problemas, optaron por recuperar las esencias
del iluminismo. La teoría y el diseño urbanos superaron el reparo
hacia la tecnología, si bien el neom arxism o les anim ó a seguir
cortejando los ideales románticos. El urbanismo, en cambio, se
reorientó en la dirección ideológicam ente contraria, hacia el
neopositivismo.
A pesar de que siempre denostaron La Carta de Atenas, tam bién
los arquitectos románticos hubieron de someterse a la autocrítica,
en este caso p o r la suburbia megalopolitana, el aberrante magma
territorial en que había degenerado el m odelo de Ebenezer
Howard. En este ejercicio se decantaron dos actitudes: unos conti­
nuaron explotando sus dos mitos tradicionales, ciudad histórica y
paisaje, donde descubrieron un filón existencialista, mientras que
otros se sumaron a un movimiento antisistema que acabaría poniendo
en crisis las bases disciplinares del urbanismo. Ambos coincidían en
reconocer al ciudadano com o protagonista indiscutible de la megalópolis.
105
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
La crisis ilu m in ista:
de la reform a existen cialista
al reto rn o del c ien tifism o
Los padres de la teoría urbana iluminista cerraron la etapa metropo
litana con una serie de textos escritos durante la II G uerra Mundial
y los años siguientes. Su objetivo era institucionalizar La Carta de
Atenas. En The N ew City. Principies o f Planning,69 Ludwig Hilberseimoi
desarrolló los principios técnicos que sustentaban la nueva ciudad:
densidad, altura, zonificación funcional, orientación solar, tipología
edificatoria, etc. La principal novedad aportada por este libro tenía
que ver con su inm ersión en el debate estadounidense, país de
exilio del autor. Para afrontar la escala territorial, H ilberseim er
diseñó unas unidades de asentamiento en espina asociadas a las
redes de autopistas.
También Le Corbusier hizo un hueco a los postulados del pla­
neam iento regional, que él descubrió en 1935, cuando realizó su
prim era visita a N ueva York. Este viaje trajo consigo un cambio de
orientación en su discurso, que viró hacia la cuestión de la ciudad
territorio. Coincidía con Frank Lloyd W right en pronosticar que
la megalópolis se disolvería en el paisaje hasta conform ar un unicum
de escala planetaria, algo disuelto, inconcluso e invisible que no se
reconocería por su forma, sino por su malla de interactuaciones.
El lo imaginaba com o un ensamblaje de unidades funcionales y
piezas arquitectónicas. D e las prim eras se ocupó en E l urbanismo de
los tres establecimientos humanos,71' donde, continuando su tradición
racionalista, definió tres modelos urbanos: ciudades radiocéntricas
de intercambios (la C iudad contem poránea de tres millones de
habitantes y laVille Radieuse podían considerarse com o tales);
ciudades lineales industriales que enlazarían las anteriores siguiendo
ejes infraestructurales, una clara referencia a A rturo Soria y Mata;
y unidades agrícolas. Las siete vías que articularían dicha malla, y
que fueron concretadas en el texto “ L’Urbanisme et la règle des
7V (Voies de circulation)”,71 tenían distinta dim ension y estaban
106
asociadas a diferentes medios de transporte. Sobre la retícula definida
por ellas se autogenerarían las Unités d ’Habitation, un m odelo resi­
dencial que Le C orbusier calificaba com o “ciudad jardín vertical” :
zonas verdes y de recreo en la cubierta, equipam ientos colectivos
en las plantas interm edias y viviendas para entre 1.500 y 2.500 per­
sonas en el resto.
El maestro francés volvía a coquetear con la sensibilidad rom án­
tica, en este caso para alimentar la aspiración iluminista de im plantar
un orden cartesiano sobre el globo terráqueo. N o se trataba de un
escarceo esporádico. C on la síntesis de los postulados de La Carta de
Atenas y el planeam iento regional pretendía involucrar a iluminism o
y romanticismo en un proyecto com ún. Josep Lluís Sert, su joven
discípulo y estrecho colaborador, propuso esta alianza en Can Our
Cities Survive ?,72 donde estructuró en cinco categorías las propuestas
formuladas en los dos C IA M previos a la guerra: cuatro procedían
de La Carta de Atenas (vivienda, ocio, trabajo y transporte) y la quinta
era la planificación regional.
En estos térm inos contaminados recibió su herencia la “segunda
generación” de arquitectos iluministas, a la que le tocó transitar por
territorios verdaderamente escarpados. Conscientes de la sintonía
del am biente donde se m ovían con los postulados románticos, estos
jóvenes trazaron un plan de ruta cuyo objetivo era hum anizar la
ciudad. Ello suponía sacrificar algunos de sus dogmas fundacionales
e incorporar cuestiones hasta entonces desatendidas, y el espacio
público era una de ellas. Lewis M umford se negó a escribir el prólogo
de Can Our Cities Survive? porque estaba en desacuerdo con La
Carta de Atenas, en la que echaba de m enos una “quinta función” :
la cultural. En “T h e H um an Scale in C ity Planning” ,73 Sert, a quien
le afectó m ucho esa crítica, propuso ubicarla en el “ centro cívico” ,
un nuevo tipo de espacio urbano destinado al encuentro ciudadano.
El arquitecto catalán lo im aginaba com o una zona peatonal donde
se concentrarían “las más nobles actividades humanas” : universidades,
museos, salas de conciertos, teatros, estadios, etc., y m onum entos,
otro de los grandes olvidados del iluminismo. El prim er paso hacia
107
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
la reconciliación con estos últimos lo dieron Sigfried Giedion,
Josep Lluís Sert y Fernand Léger en el ensayo “N ueve puntos sobre
la m onum entalidad” ,74 donde reconocían la necesidad de respondei
a los requisitos representativos y referenciales de la “vida emocional
de la com unidad”. Eso sí, en el artículo “T he N eed for a N ew
M onum entality”,75 G iedion puntualizaba que se trataba de una
“nueva m onum entalidad”, la que él intuía en las obras de Pablo
Picasso, Fernand Léger o Joan Miró.
Esta puntualización estilística era m uy reveladora. La desatención
al espacio público y la m onum entalidad se había debido en gran
parte a que los arquitectos iluministas de entreguerras los asociaban
con el arte urbano, sinónim o para ellos de clasicismo beaux-arts o
del medievalismo de Sitte. La reconciliación con estas dos cuestiones
suponía reconocer la necesidad de esa disciplina, que la segunda
generación decidió refundar y renombrar. O cu rrió en 1956, en la
First U rban Design C onference organizada por Sert en la Gradúate
School o f Design (GSD) de la Harvard University, de la que había
sido nom brado decano tres años antes. El “diseño urbano” fue defi­
nido com o “la parte del urbanism o que trata de la form a física de
la ciudad”, “la integración de urbanismo, arquitectura y paisajismo”.
C onceptualm ente se parecía m ucho al arte urbano, al que Sert
acusaba de esteticismo. Sin embargo, la misma esencia rezumaba
en su propuesta. C om o en el caso de la “nueva m onum entalidad” ,
el verdadero matiz que diferenciaba el arte urbano decim onónico
del diseño urbano m oderno era una preferencia estilística: el com ­
promiso de este últim o con el arte de vanguardia.
Centros cívicos y nueva m onum entalidad, espacios para la colec­
tividad y espacios para el simbolismo. El productivismo iluminista
volvía a dejar paso a la ética romántica, un certero golpe de tim ón
que aseguró a La Carta de Atenas una pervivencia difícil de prever
para un docum ento tan ajeno a la sensibilidad de su época. Fijado
el nuevo rumbo, los arquitectos se aplicaron a incorporar estas burbu­
jas de humanidad en sus pragmáticos dictados. R ehenes inconscientes
del determ inism o físico, estaban convencidos de que una escultura
108
estratégicamente dispuesta, una zona peatonal correctam ente
proyectada o un conjunto de equipam ientos sabiamente agrupados
difundirían el espíritu com unitario. El supuesto era: la form a física
determ ina la manera de actuar de la gente; es decir, urbanism o y
arquitectura eran variables independientes, mientras que el com por­
tamiento hum ano era moldeable p o r ellos. El libro de Lewis Keeble
Principies and Practice ofTown and Country Planning , l b una especie de
manual del urbanism o socialdemócrata, Ib ponía de manifiesto. Sus
detallados dibujos y esquemas de las N ew T ow ns traducían a normas
y regulaciones modelos urbanos a los que confiaba la regeneración
moral de la sociedad. La fe en una m orfología todopoderosa dem os­
traba que la confusión entre urbanism o y diseño urbano había
sobrevivido a la guerra.
Esta fue la hoja de ruta que dirigió la transform ación de la
metrópolis en megalópolis. Al frente de ella, gestionándola, estaban
los “jefes de equipo” que Le Corbusier entronizó en la Ville
Radieuse, arquitectos y urbanistas que trabajaron sin injerencias
políticas o ciudadanas. Y, sin embargo, el proyecto no funcionó.
Sus errores se hicieron evidentes a mediados de la década de 1950.
La zonificación funcional, uno de los pilares del urbanism o ilum inista, había convertido las ciudades en entes inflexibles: no había
manera de ampliar un com plejo industrial com petitivo o de cons­
truir viviendas sobre uno en decadencia. Además, el determ inism o
físico resultó ser una quimera. C om o dem ostraron los sociólogos
W illm ott y Young, el diseño urbano “correcto” no había propagado
los sentimientos comunitarios entre los residentes de las New Towns;
más bien al contrario, había acabado con el que existía en los slums
y que ese mismo urbanism o había aniquilado.
Los arquitectos iluministas term inaron rindiéndose ante estas
evidencias, asum iendo el fracaso de su proceso de reformas y deci­
diendo ser coherentes con lo que ello implicaba: renegar de La
Carta de Atenas, algo que sucedió en el XI CIA M (O tterlo, 1959).
El encargado de form ular esta ruptura fue Giancarlo D e Cario,
quien propuso abandonar la zonificación funcional argum entando
109
MEGALÓPOUS: 1939-1979
tres órdenes de efectos negativos: el m orfológico (fragmentaba el
tejido urbano), el sociológico (segregaba a los grupos sociales) y
el ideológico (metrópolis y megalópolis se regían por diferentes
lógicas locacionales). Así lo defendería, años más tarde, en Questioni
di architettura e urbanística.77
D e Cario formaba parte de la denom inada “tercera generación"
de arquitectos iluministas, aglutinada en torno al Team X. El ideario de
este grupo fue recogido en el Team X Primer,78 una recopilación de
artículos y ensayos publicada en 1962 en la revista Architectural Desistí
Sus com ponentes, Alison y Peter Smithson, Aldo van Eyck, Jacob
Bakema, George Candilis, De Cario, etc., acusaban al equipo de
profesores de la Harvard University que habían liderado la segunda
generación (Josep Lluís Sert, Sigfried G iedion y W alter Gropius) de
haber transformado la megalópolis en “una nada organizada” . Para
dotarla de significado proponían aplicar cinco conceptos profunda
m ente existencialistas. El que más repercusión tuvo fue el de cluster,
un tipo de agrupamiento que aspiraba a sintetizar las nociones de casa,
calle, distrito o ciudad. Los Smithson lo concebían com o una mega
forma inspirada en la m orfología urbana tradicional y la arquitectura
popular; debía ser flexible, capaz de asimilar crecimientos imprevis­
tos, atenta a las particularidades locales y culturales y estimuladora
de la apropiación del espacio público por parte de los ciudadanos.
El XI C1AM (O tterlo, 1959) fue el últim o que se celebró. En
cierto m odo, la misión de estos congresos (institucionalizar el urba­
nismo iluminista) se había cumplido. Eso sí, lo que acabaron instau­
rando en las administraciones públicas no fue la ciudad racional que
anunciaron en el prim er encuentro en La Sarraz (1928), sino una
megalópolis humanista ajena a muchos de sus principios. La década
siguiente volvería a poner patas arriba estos recién fraguados funda­
mentos. A unque profundo, el cambio urbano megalopolitano había
procedido hasta entonces de manera pausada, lastrado por las tareas
de la reconstrucción y las dificultades económicas. En la década de
1960 todo se aceleró. R eto rn ó el crecim iento económ ico y se
produjo un baby boom, lo que m ultiplicó la dem anda de viviendas,
no
equipamientos, oficinas, suelo industrial e infraestructuras viarias;
la megalópolis estaba desbordada. Tam bién pensaba de otra manera.
Lejanos ya los horrores de la guerra, progreso económ ico y optimis­
mo social avanzaban de la mano, una atmósfera perfecta para el con­
traataque del iluminismo. El existencialismo perdió terreno, la teoría
y el diseño urbanos se reconciliaron con la tecnología y el urbanismo
con el cientifismo.
El retorno de la tecnofilia había sido abonado p o r los programas
de la NASA, que culm inaron con la llegada del hom bre a la luna
en 1969 y la promesa de que, en breve, le tocaría el turno a Marte.
La fascinación de la teoría y el diseño urbanos por la m áquina entró
en sintonía con el reclamo neomarxista de entornos más habitables
y democráticos. La industria podía hacer m ucho en ese sentido. N o
se trataba ya de racionalizar, sino de ofrecer al ciudadano la posibili­
dad de participar en la definición y el control de su hábitat. A ello
se sumaron aportaciones procedentes de Mayo del 68: sociedad del
ocio, cultura de masas, espectáculo, etc. D e este cóctel derivó un
“diseño urbano protesta” que sirvió de caldo de cultivo a todo tipo
de utopías: ¿por qué la megalópolis tenía que resignarse al productivista, castrante y aburrido reino de lo real?, ¿por qué no reinventarla
com o la detournement que reclamaban los situacionistas?, ¿por qué
no ponerse manos a la obra en la construcción de la “sociedad
urbana” presagiada por Lefebvre?
Pionero en abrir esta brecha fue el arquitecto francés Yona
Friedm an, crítico radical de los “jefes de equipo” y el paternalism o
socialdemócrata. Su intención era fundar un “urbanism o indeterm i­
nado” que generara espacios urbanos no condicionantes, entornos
en los que la gente pudiera decidir dónde y cóm o vivir, así com o
reconsiderar esas cuestiones cuando creyera conveniente. E n el con­
greso preparatorio del X C IA M (Dubrovnik, 1956), presentó una
ponencia sobre arquitecturas móviles, posteriorm ente desarrollada
en el libro La arquitectura móvil.79 D e ahí derivaron sus “ ciudades
espaciales” (1959-1963), sistemas de bandas tridimensionales susten­
tadas sobre pilares y preparadas para acoger piezas residenciales
III
MEGALÓPOLIS: IS39-I979
adaptables a las necesidades de sus habitantes. Su conform ación como
una superficie paralela a la terrestre liberaría al territorio de la des­
bocada presión demográfica megalopolitana, perm itiéndole retornai
a los estados natural y agrícola.
Intereses similares m ovían al artista y arquitecto C onstant Nieu
wenhuis, m iem bro de la Internacional Situacionista. Entre 1959 y
1966 estuvo trabajando en una detournement de inspiración psicogeográfica: N ew Babylon, un conjunto de estructuras transformables
y enlazables, algunas del tamaño de una ciudad pequeña, que también
habría de planear sobre la megalopolis. En ellas habitaría una sociedad
posrevolucionaria compuesta por homo ludens, seres entregados al
ocio. Siguiendo los preceptos situacionistas, cada estructura sería una
unite d ’ambiance: un espacio sensorial generado por colores, sonidos
y formas que desencadenaría situaciones y sensaciones y sería sus­
ceptible de ser utilizado al arbitrio del homo ludens. El resultado era
un laberinto ajerárquico e impreciso que incitaba la desorientación,
el juego, la creatividad...
C om o vemos, el neom arxism o facilitó la avenencia entre el exis
tencialista reclamo del “hom bre de la calle” y la iluminista fascina­
ción por la tecnología. G rupos com o Archigram o los metabolistas
explotaron esa interesante síntesis. Las propuestas del prim ero se
divulgaron a través de la revista Archigram (1961-1968), escaparate
de los revolucionarios proyectos y proclamas de los estudiantes
de la Architectural Association School de Londres. H eredaron de
Yona Friedm an la querencia p o r las megaestructuras, de C onstant
el referente de la sociedad hedonista y de ambos el interés por el
nomadismo. Pero había algo más. A estas dos fuentes los británicos
sumaron la del Independent Group, que les descubrió la importancia
del potencial semiótico latente en el consumismo, la publicidad y
la ciencia ficción. Todo ello catalizó en la puesta en valor de lo
perecedero, del “usar y tirar”, que Archigram presentó com o expre­
sión de la sumisión de la megalopolis a los deseos del ciudadano.
Peter C ook desarrolló esta idea en la Plug-in-C ity (1964), un gran
armazón donde encajaban cápsulas vivienda que evolucionaban y
112
se adaptaban a las necesidades de la gente. Sus com ponentes fueron
calculados para distintos períodos de vida: cuarenta años para la
estructura prim aria, veinte para los garajes, de tres a ocho para las
salas de estar y los dorm itorios, tres para las cocinas, seis meses para
los comercios, etc. A ún más radical era la Instant C ity (1968), una
infraestructura que Archigram ponía al servicio de los habitantes de
las N ew T ow ns londinenses, a las que consideraba soporíferas. Para
solventar su falta de equipam ientos culturales, la Instant C ity se ubi­
caría sobre ellas para dejar caer cines, teatros, salas de conciertos,
auditorios musicales, etc.
El grupo metabolista se dio a conocer en Japón con la publicación
del manifiesto Metabolism 1960. The Propasáis for N ew Urbanismo
Com partía con Archigram la confianza en la industria y la tecnología,
pero le movía una inquietud local: la ausencia de planificación, que
había derivado en un auténtico caos urbanístico. Para confrontar
esta situación, los metabolistas filtraron las consabidas megaestructuras
modulares, flexibles y dinámicas a través del paradigma organicista.
Sus teorías fueron difundidas p o r Fum ihiko M aki, profesor de los
talleres de diseño urbano organizados por Sert en la Harvard U niversity. En 1964 publicó Investigations in Collective Form,m donde pre­
sentó su “ teoría de sistemas urbanos de term inales abiertos” . C om o
alternativa a la ciudad tradicional postulaba la “m egaform a” , una
gigantesca estructura continua, unitaria y tridim ensional que recor­
daba a los clusters de los Smithson. La novedad era que sus elementos
de conexión posibilitaban enlazarla con otras similares, lo que per­
mitía poner en marcha un proceso de crecim iento orgánico.
C entrém onos ahora en la trayectoria em prendida p o r el urbanis­
m o tras el reconocim iento del fracaso de La Carta de Atenas. C om o
decíamos, tam bién él recuperó sus esencias iluministas, pero lo hizo
guiado por un discurso ideológicam ente opuesto al de la teoría y el
diseño urbanos: el neopositivismo. La intención era reformularlo como
una disciplina objetiva y universal basada en postulados estrictamente
técnicos y controlada p o r una élite profesional (de nuevo los “jefes
de equipo”). Para reconducirlo hacia estos parámetros, los urbanistas
113
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
recurrieron al “análisis locacional” , buque insignia de la geogralli
y la sociología neoposidvistas. Se interesaron por temas com o el
comercio minorista, el mercado de la vivienda y, m uy especialmenii,
el transporte, claro síntom a de la decidida apuesta de la megalópolll
p o r el automóvil. En Urban Traffic. A Function o f Latid Use,*2 R oben
M itchell y Chester R apkin pusieron de manifiesto el vínculo
existente entre el tráfico y los usos del suelo (el prim ero era geneu
do por determinadas actividades urbanas), trascribiendo dicho nexo
a fórmulas matemáticas que sustentaban modelos de predicción.
El ingeniero C olin Buchanan fue más allá y publicó E l tráfico en
las ciudades,83 donde declaró que este debía ser el principal objetivo
no solo del urbanismo, sino tam bién del diseño urbano y la arqui
tectura, anim ando a unificar edificios y trazado viario en un mismo
artefacto.
Pero el principal fundamento científico utilizado por el urbanismo
neopositivista fue la “teoría de sistemas” , que había surgido a comien
zos de la década de 1950 en el campo de la cibernética. Inspirada
p o r la biología, concebía la realidad com o un sistema general inte­
grado por subsistemas, lo que perm itía asimilarla al concepto m ate­
mático de “conjunto”, analizarla con métodos estadísticos, modelizarla
y predecirla. La aparición de los prim eros ordenadores, capaces de
manejar datos derivados de múltiples relaciones sistémicas, posibilitó
el desarrollo de esta teoría y su aplicación a otras disciplinas, y fue
J. Brian M cLoudhlin quien lo trasladó al urbanism o.84 En Urban
and Regional Planning , 85 M cLoudhlin presentó la megalópolis com o
un sistema com plejo de elementos funcionales interconectados por
redes de transporte. Al tratarse de un ente en evolución, el planea­
m iento debía abstenerse de fijar metas concretas y limitarse a trazar
trayectorias susceptibles de ser reconsideradas, un antídoto contra la
inflexibilidad de los planes de la década de 1950.86 En este sentido,
habría de conformarse com o una disciplina especializada en el análisis
y control del “sistema megalópolis” , es decir, en la clasificación y
predicción de las decisiones que lo estimulaban. Ello suponía renun­
ciar a uno de sus principios fundacionales: su objetivo prim ordial
114
y.i no sería la form a, sino la localización de actividades y flujos de
i omunicación. El neopositivismo rom pía así el ancestral lazo que
mantenía al urbanism o atado a la arquitectura y el diseño urbano.
También Andreas Faludi defendía que el diseño urbano no debía
centrarse en lo físico, sino en lo procedim ental. En Planning T heoryf1
este discípulo de la Escuela de Chicago aplicó al plan urbanístico
la “teoría del proceso racional” , proponiendo abordarlo com o un
procedim iento que constaba de cinco fases; definición de problemas,
identificación de alternativas, evaluación, im plem entación y m onitoreo (revisión del resto de las fases según los fallos y carencias detec­
tados).88 Al igual que ocurría con la teoría de sistemas, este proceso
racional no entraba ni en las formas (el diseño urbano) ni en los
valores (la teoría urbana), tan solo postulaba una lógica de actuación.
C o n el urbanism o entendido com o un proceso racional de aná­
lisis y control de sistemas, los arquitectos iluministas retornaban a su
esencia cientifista, la misma que habían estado intentando apaciguar
durante casi tres décadas. Algo parecido les había ocurrido a geógra­
fos, sociólogos, antropólogos e historiadores. Era el signo de los
tiempos megalopolitanos, que mostraban su condición evanescente.
I,as reco n sid era cio n es rom ánticas:
crítica a suburbia y p r o ta g o n ism o ciu d a d a n o
C om o decíamos, el vendaval existencialista de posguerra soplaba a
favor de los postulados románticos, esparciendo por doquier nociones
com o “individuo” , “tradición” , “identidad” o “ com unidad” . C ons­
cientes del grado de legitim idad que les confería el hecho de haber
apostado por ellas en el período m etropolitano, los arquitectos
rom ánticos se aprestaron a explotarlas, confirm ando al ciudadano
com o su objeto de atención preferente.
Sin embargo, no todo era autocomplacencia: su m odelo urbano
p o r excelencia, la ciudad jardín, había degenerado en un ser m ons­
truoso. A unque las primeras invectivas afloraron en la década de 1930,
el tsunami detractor irrum pió a mediados de la década de 1950,
115
MEGALÓPOUS: 1939-1979
cuando se hizo evidente el desconcierto reinante en la periferia
megalopolitana. En La ciudad en la historia, Lewis M um ford enun< Id
la horquilla que estructuraría la autocrítica asumida p o r los arqui
tectos románticos con relación a suburbia: por un lado, la forma jcaon
visual, m onotonía, amorfismo, etc.) y, por otro, el m edio ambiente
(consumo de territorio, prom oción del automóvil, etc.). Su reacción
fue idéntica a la ensayada en la etapa m etropolitana: a la crítica nuil
fológica, la teoría y el diseño urbanos respondieron con el m ito de
la ciudad histórica; a la crítica medioam biental, el urbanism o replicó
con el del paisaje. Abordémoslas por separado.
La prim era nació de un debate m uy tenso que tuvo dos epicen­
tros: el R eino U nido e Italia. En 1953 James M. Richards publicó en
la revista The Architectural Review el artículo “T he Failure o f N ew
Towns” ,89 en el que describía las N ew T ow ns com o ciudades sin
alma, sin vida y sin identidad. Richards achacaba esta desolación
a la baja densidad, que se había traducido en ausencia de urbanidad,
y a sus cursis “casitas de tejado rojo” , típicas de la prim era genera­
ción de N ew Tow ns. Dos años después apareció en la misma revista
“ O utrage” ,90 un im pactante texto donde Ian N airn profetizaba que
“a final de siglo el R ein o U nido se habrá convertido en un oasis de
m onum entos preservados en m edio de un desierto de hilos eléctricos,
carreteras de asfalto, pequeñas parcelas y búngalos” . The Architectural
Review ponía nom bre a esta pesadilla: “subtopía” , una form a de
“arruinar el campo sin hacer ciudad” .
Para hacer frente a esta realidad, la revista puso en marcha una
campaña en favor de modelos urbanos inspirados en la ciudad tradi­
cional. El concepto aglutinador de esta cruzada fue el del paisaje
urbano, que había sido form ulado por Ivor D e Wolfe en un artículo
de 1949:“Townscape: A Plea for an English Visual Philisophy Founded
on the True R o ck o f Sir Uvedale P rice” ,91 texto que hundía sus
raíces en la fenom enología, la corriente de pensam iento que había
vehiculado los valores del existencialismo en el ám bito anglosajón.
D e Wolfe detectaba en el pintoresquism o inglés del siglo xvm el
origen de una filosofía de la visión que sugería com o base de un
116
nuevo diseño urbano. C om o alternativa al im penitente m anto
verde punteado por casitas unifamiliares, el paisaje urbano ofrecía
lin conjunto donde los edificios estarían relacionados entre sí y con
su entorno, y donde cabrían el desorden, la variedad y lo individual,
gustos propios del pintoresquismo.
C om o decíamos, esta apuesta po r las dimensiones cualitativas y
psicológico-perceptivas frente a las cuantitativas y racional-funcionalistas, claramente inspirada por Camillo Sitte, fue defendida por
l'he Architectural Review durante la década de 1960. Pero, tal com o
reconocieron C olin R ow e y Fred C oetter en Ciudad collage, 92 la
espectacular difusión del paisaje urbano no se explicaría sin el aval
de los dos autores que pusieron las bases de la revalorizaron de la
ciudad histórica: Jane Jacobs, que lo fundam entó sociológicamente,
y Kevin Lynch, que lo dotó de una im pronta científica.
Este último, alumno de Frank L loydW right enTaliesin y profesor
de diseño urbano del MIT, fue el autor del mítico La imagen de la
ciudad,93 un libro que motivó un cambio de paradigma en la forma
de analizar y proyectar las megalópolis. En una clara manifestación de
determ inism o físico, Lynch defendía que la form a urbana condicio­
naba la vida cotidiana. Para superar la simplista aproxim ación de
La Carta de Atenas (lineal, esquemática y cerrada), propuso un m étodo
de análisis urbano basado en la percepción hum ana (sutil, compleja
y abierta). Fiel a la tradición em pirista de las encuestas, estudió las
“imágenes m entales” que los ciudadanos tenían de las áreas centrales
de tres urbes estadounidenses (Boston, Los Angeles y Jersey City)
verificando que eran m uy similares entre sí, p o r lo que las calificó
com o “imágenes colectivas” . Para interpretar científicam ente estos
resultados, Lynch recurrió a la “psicología am biental” , una subdisci­
plina que defendía que la identidad de las personas se forjaba en
relación con su m edio físico, al que le unían recuerdos, sentimientos,
actitudes, preferencias y valores. Este cúmulo de vínculos conformaba
una estructura, la que subyacía tras las imágenes colectivas. Por ello,
para orientarse en la megalópolis, la gente trazaba “mapas m entales”
que seleccionaban, organizaban y daban significado a lo que veían.
117
MEGALÓPOLIS. 1939-1979
El análisis urbano de Lynch concluía con una propuesta de diseño
urbano. La lógica interactiva de la forma urbana, la fisiología human.i
y la cultura com ún aconsejaban definir zonas y recorridos nítidos.
Para traducir esta hipótesis a estrategias proyectuales, Lynch elaboró
un código gráfico com puesto p o r cinco elementos: vías (que diri­
gieran el movimiento), bordes (que limitaran los ámbitos personales),
barrios (asociados a actividades), nodos (de concentración de fun­
ciones) e hitos (como puntos de referencia). U n espacio urbano
legible e imaginable debía ser rico en estos cinco elem entos y sabio
en su com binación.94
El paisaje urbano acabó siendo codificado por G ordon Cullen
en una serie de artículos publicados en la revista The Architectural
Revieu> y posteriorm ente recopilados en un libro hom ónim o,
El paisaje urbano.95 Tras defender que la ciudad era una forma
particular de paisaje, un continuo de edificios y espacios públicos
estrecham ente vinculados entre sí, reivindicó un m étodo de diseño
urbano que generase paisajes urbanos em otivam ente impactantes.
C om enzó estudiando un proceso cognitivo prim ario: cóm o se per­
cibía y qué sensaciones generaba el espacio urbano al caminar, un
ciclo que plasmó en dibujos. Ello le perm itió sistematizar los ele­
m entos que com ponían el paisaje urbano: plazas y plazoletas, cierres
de espacios, árboles, diferencias de nivel, etc. A continuación propuso
usar un “arte de las relaciones” que los reuniera en una escena uni­
taria, de contrastes y dramática. D e acuerdo con las leyes perceptivas
del ser hum ano, para activar esta reacción em ocional el espacio
urbano debia experim entarse en secuencias, de ahí que Cullen
denom inase a su propuesta “técnica de la visión serial” . Esta se
com plem entaba con un conjunto de principios proyectuales, entre
los que destacaba la definición de tipos espaciales diferenciados y
delimitados, una estrategia para fom entar la variedad y el reconoci­
m iento visual, am én de una crítica al m onótono contínuum entre
ciudad y campo llamado “subtopía” .96
El segundo epicentro de la crítica morfológica a suburbia estaba
en Italia, un territorio siempre predispuesto a la reivindicación de la
lll
c iudad histórica.Tras la guerra, este espíritu fue abonado p o r el
romanticismo anglosajón, cuyas ideas habían sido difundidas por
Bruno Zevi a través de la Associazione per l’A rchitettura O rganica
(APAO) y la revista Metron.97 E n esta coyuntura se enmarcaba el
interés de los arquitectos italianos p o r el paisaje urbano, que no res­
pondía tanto a su concreción estética, m uy ligada al pintoresquismo
inglés, com o a su fundam entación fenom enològica, es decir, a su
capacidad para sintetizar forma urbana y percepción humana.
En 1959, Giuseppe Samonà, director del Istituto Universitario
di A rchitettura di Venezia (IUAV), publicó L ’urbanistica e l’avvenire
della città negli stati europei,98 donde el espíritu del paisaje urbano
resonaba por doquier: en la aproximación estructuralista al tema del
paisaje, en el apelo a construir “sistemas de diferencias” , en la aten­
ción al sustrato cultural y la identidad colectiva... Pero la importancia
de este libro radicó en que abrió una vía genuinam ente italiana
dentro del debate romántico, vía que relegó la crítica a suburbio a
un segundo plano para priorizar la lucha contra La Carta de Atenas.
El paradigma era la ciudad histórica y la intención era com enzar a
estudiarla rigurosamente. En este sentido, Samonà postulaba que
“las dos esferas más importantes del conocim iento urbanístico” eran
la morfología y la tipología, y reclamaba que se estudiaran con un
nuevo tipo de análisis cim entado en la historia urbana y dirigidas
por el estructuralismo.
Samonà se unía a Lynch y Cullen al sostener que el análisis urbano
debía jugar un papel protagonista, estrategia inicialmente apuntada
por Geddes y Poete. El espaldarazo que supuso su reivindicación
en el rastreo de alternativas a La Carta de Atenas puso en marcha un
proceso que desembocaría en su reconocim iento com o disciplina.
Ello explica que las prim eras escuelas de análisis urbano aparecieran
en los dos países que lideraron la crítica a la “biblia del urbanismo
¿luminista” . Ambas, incubadas en el vientre del evolucionismo, com ­
partían el interés por la historia urbana, pero con diferentes objetivos:
la escuela británica, conducida por geógrafos y de m etodología
morfogenética, tan solo aspiraba a describir y explicar la forma
r
119
MEG1LÓP0LIS: 1939-1979
urbana; la italiana, dirigida por arquitectos y defensora de la tipoiin it
fología, buscaba argumentos de apoyo al diseño urbano. O cupóm e nu­
de ellas por separado.
Tras el triunfo de la geografía neopositivista, Michael R . G. Coii/t 11
fue uno de los pocos geógrafos anglosajones que siguió siendo fiel
al m étodo historicista evolucionista y, por ende, a la tradición mui
fogenética. Su libro Alnwick, Northumberland: A Study in Town-Plan
Analysis 99 estableció las bases conceptuales de la escuela británica di
análisis urbano. El m étodo utilizado para reconstruir la evolución di
la m orfología de esta ciudad, denom inado town-plan analysis, colisa
graba la parcela com o protagonista del plano, poniendo en valor si i
condición de nexo entre calle y edificio. Se trataba de un plantea
m iento sum am ente novedoso, pues refutaba el privilegio del que
disfrutaba la calle en la tradición morfogenética e incorporaba la
arquitectura al análisis urbano. En el caso de Alnwick, C onzen se
centró en el estudio del burgage, un solar estrecho y profundo típico
de esa ciudad.
El fundador de la escuela italiana fue Saverio M uratori, estudioso
de Giovannoni. En Studi per una operante storia urbana di Venezia"'"
enunció su concepción de la historia urbana com o una “historia
operativa” , es decir, com o una herram ienta orientada a desentrañar
las leyes que habían garantizado la continuidad morfológica y arqui
tectónica de la ciudad tradicional. M uratori pretendía aplicar estas
leyes al urbanism o y el diseño urbano contem poráneos para que la
megalopolis recuperase la unidad física quebrantada po r los dictados
de La Carta de Atenas. La raíz del análisis tipom orfológico era clara
m ente estructuralista: concebía la ciudad com o un organismo
com puesto por elem entos cambiantes pero jerarquizados, si bien
M uratori no concedía especial im portancia a los m onum entos,
poniendo el centro de atención en el tejido urbano, el vínculo
que enlazaba ciudad y arquitectura. Para analizarlo proponía cinco
acciones: observación, descripción, com posición, evolución y
clasificación en “tipos” . Este térm ino, acuñado p o r Q uatrem ére de
Q uincy en el siglo x ix y recuperado hacía poco po r Giulio Cario
120
Al gan, fue definido com o un ente irreducible y perm anente en una
determinada continuidad histórica, lo que perm itía aislarlo y catalo­
garlo. Tal com o com entaba Françoise Choay, la apuesta por el tipo,
por el estudio empirista y m inucioso de la realidad urbana, era una
leacción contra los modelos abstractos y universales del iluminismo,
predestinados a colonizar espacios neutros.
Gianfranco Caniggia, discípulo de M uratori, desarrolló el
análisis tipom orfológico y lo aplicó al estñdio de casos concretos.
I a prim era “historia operativa” que apareció fue su Lettura di una
ciltá: Como,"" donde definió las cuatro escalas de la secuencia de
organismos que com ponían la ciudad: la escala de los edificios y sus
tipos, la del tejido urbano, la de los núcleos de asentamiento y la del
territorio. Estas escalas se relacionaban entre sí de manera diversa,
dependiendo de la dialéctica entre el entorno físico y las acciones
humanas que prim ara en cada período histórico. Caniggia diferen­
ciaba entre las formas resultantes de una “ conciencia espontánea” ;
es decir, de la aplicación instintiva de una esencia cultural heredada,
y de una “conciencia crítica” , intelectualm ente elaborada. D e la
prim era derivaban “ estructuras básicas” , com o la arquitectura verná­
cula; de la segunda “estructuras especializadas”, com o los m onu­
mentos.
La escuela italiana de análisis urbano estableció las bases de una
de las teorías urbanas más influyentes del siglo xx. La llegada al poder,
en 1963, de un gobierno progresista puso sobre la mesa de la inte­
lectualidad italiana el llamado a construir una cultura de izquierdas,
reclamo efectuado por el pensador A ntonio Gramsci treinta años
antes. En esta coyuntura se gestó la Tendenza, un grupo de profesio­
nales liderados por Aldo Rossi que pretendía incorporar la arquitec­
tura y el urbanism o a ese proyecto. Su intención era refundar el
urbanismo com o una “ciencia urbana” rigurosam ente racional y
fundamentada sobre parámetros estrictam ente arquitectónicos, algo
similar a lo que Tafuri planteaba para la historia. Ello suponía tras­
cender la identificación entre urbanismo y diseño urbano utilizando
la variante definida p o r el anáfisis urbano de M uratori: ciudad
121
MEGALÚPOLIS: 1939-1979
arquitectura. La única área de conocim iento ajena al urbanismo i|in
fue invitada a participar en la definición de la “ciencia urbana" fin
la historia urbana, a la que se confió la tarea de desentrañar las leyt1*
que regulaban la ciudad.
En el em blem ático estudio La arquitectura de la ciudad,'02 Rosal
defendió que su estructura se com ponía de “elem entos primarios''
y “áreas residenciales’’. Los prim eros eran los m onum entos y el
trazado urbano, entidades perm anentes que retardaban o aceleraban
los procesos de crecimiento. Las áreas residenciales, en cambio, cían
las garantes de la continuidad temporal y física aludida por Muratoi i
Rossi adoptó su análisis dpom orfológico para estudiar la forma ili
la ciudad, pero advirtiendo que había algo más, que aquella tenía lili
“alma” , expresión de la manera de ser y de vivir de sus habitantes*
De ahí la necesidad de analizar tam bién la m em oria colectiva, ente
transform ador del espacio urbano y generador del locus, la singulai
relación existente entre edificios y situaciones locales.
El siguiente paso para desvelar la estructura de la ciudad consisl m
en indagar en la correspondencia existente entre morfología urbana
y tipologías arquitectónicas. Esta tarea la em prendió Cario Aymonino
en Lo studio dei fenomeni urbani, 103 donde investigó el caso de la
ciudad de Padua. Su conclusión fue que los tipos residenciales, esta
bles pero amoldables a distintas circunstancias históricas y morfoló
gicas, garantizaban la perm anencia de la estructura urbana, lo que
sancionaba la validez operativa de dicha relación. Eso sí, tal como
había avanzado Caniggia, esta no era estática, sino que evolucionab.i
según los parámetros que la sociedad adoptara para organizarse y
expresarse.
C om o vemos, la crítica morfológica a suburbio, que arrancó en
la inm ediata posguerra y culm inó en los estertores de la etapa
megalopolitana, derivó en la denuncia de La Carta de Atenas y el
enaltecim iento de la ciudad histórica, dos clásicos de la sensibilidad
romántica. El segundo aluvión de críticas a suburbio, de índole
m edioam biental, se produjo más tarde y afectó, sobre todo, al urba­
nismo. Los arquitectos románticos reaccionaron buscando amparo
122
*■II la ecología, una estrategia ya empleada por Geddes y M um ford.
Sin embargo, la evolución del vínculo entre urbanism o y ecología
*ie distanció de las bases establecidas por los padres del planeam iento
regional. Azotada p o r el vendaval cientifista de la década de 1960, la
i onsideración de la naturaleza com o referencia ética y estética dejó
paso a una profundización en los com ponentes estrictamente técnicos
ilc la ecología. Especialmente interesante era su percepción de la
naturaleza com o algo fluido y cambiante, donde coexistían infinidad
de relaciones dinámicas entre elementos y sistemas.Trasladado a la
inegalópolis, este esquema suponía interpretarla com o un caudal de
flujos energéticos entre medios urbanos y naturales, un ecosistema
que consumía recursos y segregaba residuos. Este planteam iento
cuestionaba radicalm ente las bases disciplinares del urbanismo: si la
esencia de la megalópolis no era material, sino ecosistémica, aquel
habría de dejar de preocuparse p o r la form a física y pasar a hacerlo
por el term odinam ism o.
Así lo entendió Constantinos Doxiadis en Ekistics,104 donde
enunció las bases de la “ equística” , una pseudociencia con la que
pretendía abordar el estudio de cualquier tipo de asentamiento
humano, independientem ente de su tam año o emplazamiento, y
ofrecerle un m odelo propio de crecim iento y desarrollo. Para ello
definió cinco elementos — hom bre, sociedad, naturaleza, cáscaras
(construcciones) y redes (infraestructuras)— y una serie de “escalones
territoriales” que iban de la vivienda a la “ecum enópolis” . C on este
térm ino se refería a la “ciudad universo” , al planeta urbanizado.
La cadena de neologismos forjada por el gigantismo megalopolitano
seguía sum ando eslabones.
El otro gran teórico de la articulación entre urbanismo y ecología
fue el planificador regional Ian M cHarg, quien en su estudio Proyectar
con la naturaleza105 expuso un planeam iento ecológico que, supuesta­
m ente, perm itiría que ciudad y naturaleza coevolucionasen hacia la
negentropía, un estado opuesto a la entropía que se caracterizaría
por el avance hacia niveles superiores de organización.106 Claramente
inspirado por Geddes, este sistema de planificación vendría precedido
123
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
por un análisis urbano rigurosam ente científico y radicalmente
interdisciplinar, al que se confiaba la definición de la identidad ii .iImmI
de la megalópolis. El análisis ecológico, que distinguía entre la “ luí m i
natural del te rrito rio ” y la “forma elaborada por el hom bre” , rc< u
pilaba datos de todo tipo: geológicos, climatológicos, botánicos,
zoológicos, antropológicos, sociológicos, culturales, históricos, fti
Posteriorm ente los plasmaba en mapas que deconstruían el territoilu
en capas de flujos biomórficos en estado simultáneo de com petan 11
y sinergia: superficies de agua, sustratos geológicos, flora y asenta
mi entos hum anos. Finalizada la fase analítica, tras identificar prohit'
mas y oportunidades y detectar sistemas de valores, el planeamiento
ecológico definía las “áreas de idoneidad” para los distintos tipos d<
usos del suelo: protección, recreación o urbanización. La intención
de esta zonificación funcional era lograr la máxima eficiencia con
el m ínim o im pacto territorial.
Tras la opción de Doxiadis y M cH arg por lo term odinám ico
subyacía el mismo rechazo del protagonismo de lo espacial que
había abocado al urbanismo iluminista a transformarse en un proccs» i
racional de análisis y control de sistemas. En el caso de los arquitectos
románticos, este cambio de paradigma contó con un segundo frente
de apoyo en el neomarxismo, que aportó un nuevo argum ento: el
“ derecho a la ciudad” . Se incubó al albur de las masivas protestas
populares que estallaron para denunciar los objetivos y tácticas de
La Carta de Atenas. Particularm ente contestados fueron los programas
de limpieza de barriadas y de urban renewal, que animaron a miles de
habitantes de Londres, París y N ueva York a manifestarse contra la
escandalosa depredación de barrios históricos. Otros se movilizaron
para oponerse a la construcción de autopistas, que estaban descuar­
tizando los tejidos urbanos en fragmentos inconexos.
Los participantes de estas protestas sospechaban lo que H enri
Lefebvre había denunciado y el neopositivismo negaba: que el urba
nismo era una acción política. R espondiendo a su llamada, algunos
arquitectos reclamaron el derecho de los ciudadanos a controlar la
megalópolis. Interpretaban el fracaso del urbanismo socialdemócrata
124
t omo la constatación de que las fuerzas que determ inaban el com ­
portam iento hum ano eran sociales, no espaciales. Ello les llevó a
apuntarse a un activismo político de base popular que defendía la
autoconstrucción, la autogestión, la participación ciudadana, etc.
I sta corriente fue especialmente vigorosa en Estados U nidos, donde
el American Institute ofA rchitects prom ovió la creación de design
Msistance teams, grupos de profesionales voluntarios y procedentes
ilc diversas disciplinas que se ponían a disposición de las comunidades
para estudiar sus problemas. Inspirados p o r las ideas de Kevin Lynch,
intentaban descubrir la imagen m ental que tenían de su entorno
urbano, así com o lo que esperaban de él.
U no de los líderes de este m ovim iento fue Paul Davidoff, autor,
ju n to con Thom as A. R einer, del artículo “A C hoice T heory o f
Planning” .107 Su planteamiento era que en una sociedad democrática
los objetivos del plan urbanístico no podían ser decididos por técnicos,
ya que implicaban juicios políticos. La alternativa al intervencionismo,
el reglamentismo y el estatalismo de La Carta de Atenas era el “urba­
nismo defensor” , basado en la participación directa de las com uni­
dades. D avidoff denunciaba al urbanism o neopositivista, tanto por
sus contenidos (fomentaba la urban renewal, la construcción de auto­
pistas, la segregación social, etc.) com o por su manera de proceder
(iba de arriba a abajo, sacralizando el papel de los “jefes de equipo”).
En su texto “Advocacy and Pluralism in Planning” '08 propuso con­
tenidos m uy dispares (restaurar barrios degradados, instalar parques
infantiles en solares abandonados, construir jardines, etc.) y que los
urbanistas actuaran com o abogados defensores de la com unidad.
Su tarea consistiría en inform ar a los vecinos, consultar su opinión
y elaborar planes alternativos a los oficiales, que habrían de ser con­
sensuados con la Administración. Las raíces anarquistas del urbanismo
rom ántico volvían a repuntar.
El reclamo de este papel rector para los ciudadanos encontró
respaldo en una de las disciplinas estrella de la posguerra: la antropo­
logía. Los arquitectos neomarxistas intuyeron en el relativismo cul­
tural que esta profesaba una táctica para hacer frente al im perialismo
125
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
estadounidense. D e su mano dirigieron la mirada hacia las explosiva
urbes indias y latinoamericanas, que se convirtieron en laboratorio*
de interpretación de tradiciones y tecnologías nativas, de formas de
hacer ciudad acordes con la cultura y el m edioam biente locales.
La exposición Architecture without Architects,m organizada por Berna ni
R udofsky en el M useum o fM o d e rn A rt (MoMA) de N ueva Yoik
en 1964, fue clave para difundir la arquitectura vernácula, una
arquitectura anónima, espontánea y sin pedigrí pero cargada del
sentido com ún que im pone la escasez de medios.
Los más reconocidos defensores del “urbanism o sin urbanistas“
fueron John F. T urner y C hristopher Alexander. El prim ero relató
en Uncontrolled Urban Settlement'u>su experiencia en los asentamienlo'i
informales de Lima, donde vivió entre 1957 y 1965. Analizó la
lógica de ocupación del suelo y los procesos de autoconstrucción
en estos poblados, por los que no se habían interesado ni la teoría
urbana ni el diseño urbano ni el urbanismo, a pesar de que en ellos
habitaban más de mil millones de personas.Turner pudo constatar
la afirm ación del antropólogo Oscar Lewis: estas barriadas estaban
perfectam ente organizadas; en ellas imperaban la paz y el orden y
los niveles de em pleo y alfabetización eran superiores al prom edio
de Perú. Es más, los urbanistas tenían m ucho que aprender de ellas,
com o el reciclaje de materiales o la im plicación de la gente en el
diseño y construcción de las viviendas, p o r cierto, a m itad del precio
de mercado. Turner les pedía que se limitasen a organizar los procesos
técnicos en un marco de participación ciudadana prom ovido por
el Estado.111
Tam bién el arquitecto y m atem ático C hristopher Alexander,112
ideológicam ente cercano al urbanism o defensor, pensaba que la
intelectualización de la autoconstrucción, la ciudad inform al y las
tecnologías alternativas facilitarían la recuperación del control de la
megalópolis por parte de los ciudadanos. En su em blem ático estudio
Un lenguaje de patrones113 propuso un lenguaje que perm itiría definir
y construir un entorno. Sus diagramas traducían a formas urbanas y
arquitectónicas las relaciones existentes entre las actividades humanas
126
y los espacios donde se desarrollaban. Alexander distinguía cuatro
tipos de patrones: el de acontecim ientos (com portam ientos que se
repetían, com o los horarios o los desplazamientos), el de espacio
(los lugares donde se producían), el de relaciones (transmitidas por
hábitos culturales) y el total (la imagen mental de la gente). Los 253
patrones recogidos en el libro abarcaban todas las escalas y estaban
vinculados entre sí por una malla de relaciones que conform aban
un lenguaje, un sistema de reglas empíricas que se podían com binar
de múltiples maneras.
Así se cerraba el arco descrito por las reconsideraciones románticas
en el período megalopolitano: de la crítica morfológica y m edioam ­
biental a suburbia a un activismo antisistema que ponía en crisis todo
el conocim iento disciplinar acumulado en la etapa metropolitana.
127
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
1 Así la denomina Manuel Castells
en T h e I n f o r m a t i o n a l C i t y : I n f o r m a t i o n
T e c h n o lo g y , E c o n o m i c R e s t r u c t u r i n g , a n d t h e
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Londres, 1989 (versión castellana:
U r b a n - R e g io n a l P rocess,
6 Tamas, Richard, T h e P a s s i o n o j th e
W e s t e r n M i n d , Ballantine Books, NlltH
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Vilaür, 2008).
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la in fo r m a c i ó n , r e e s tr u c tu r a c ió n e c o n ó m ic a
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Madrid, 1995, pág. 50).
De Saussure, Ferdinand, C o u r s di
l i n g u i s t i q u e g é n é r a l e , Payot, París, 191fi
(version castellana: C u r s o d e lingülltha
g e n e r a l , Alianza, Madrid, 1990).
2 Se calcula que, tras la II Guerra
Mundial, en Estados Unidos había
entre 2,75 y 4,4 millones de familias
que compartían vivienda. A ello se
sumó el h a b y b o o m que se produjo
cuando millones de soldados volvieron
del frente, se casaron y procrearon.
8 Merleau-Ponty, Maurice, P h é n o m è n e
l o g i c d e la p e r c e p t i o n , Gallimard, Paris,
1945 (version castellana: Fenomenología
d e la p e r c e p c i ó n , Península, Barcelona,
2000).
9 Popper, Karl, C o n j o n c t u r e s a n d R i jtU O
3 Mumford, Lewis, T h e C i t y i n H i s t o r y :
t i o n s . T h e G r o w t h o f S c i e n t i f i c K n o U ’le d g i
I ts O r i g in s , I ts T r a n s fo r m a tio n s , a n d Its
Basic Books, Nueva York, 1962 (ver
sión castellana: C o n j e t u r a s y r e f u t a c i ó n e \
P r o s p e c t s , Harcourt, Brace & World,
Nueva York, 1961 (versión castellana:
L a c i u d a d e n l a h i s t o r i a : s u s o r íg e n e s ,
e l d e s a r r o llo d e l c o n o c im e n to c ie n tífic o ,
Paidós, Barcelona, 1983).
t r a n s f o r m a c i o n e s y p e r s p e c t i v a s , Pepitas
de Calabaza, Logroño, 2012).
4 No solo se trataba de responder a las
demandas de los promotores. En 1948,
con la irrupción de la Guerra Fría, los
militares estadounidenses recomendaron
la dispersión territorial de industrias y
residencias, para intentar evitar con ello
una potencial aniquilación en caso de
ataque nuclear.
5 Gottmann, Jean, M e g a l o p o l i s . T h e
111 El fenómeno se asimilaba al que
habían experimentado las metrópolis
occidentales 75 años antes: si entre
1875 y 1900 la población urbana de
Europa pasó del 17,2 al 26,1 %, entre
1950 y 1975 la del Tercer M undo lo
hizo del 16,7 al 28 %.
11 Lévi-Strauss, Claude, T r i s t e s t r o p i q u e s ,
Librairie Plon, París, 1955 (version cas
tellana: T r i s t e s t r ó p i c o s , Paidós, Barcelona,
2006).
U r b a n iz e d N o r th e a s te r n S e a b o a rd o f
The M IT Press,
Cambridge (Mass.), 1961.
th e U n ite d S ta te s ,
12 Gluckman, Max, “Analysis o f Social
Situation in M odem Zululand”, B a n t u
S t u d i e s , 14:1, 1940, págs. 1-30; y C l o s e d
S y s te m s a n d O p e n M in d s : T h e L im its o f
N a i v e t y i n S o c i a l A n t h r o p o l o g y , Oliver Hi
Boyd, Edimburgo, 1964.
128
" Evans-Pritchard, Edward, T h e N u e r ,
( laredon Press, Oxford, 1940 (versión
i astellana: L o s n u e r , Anagrama, Barce­
lona, 1997).
20 Moyniham, Daniel P., T h e N e g r o
M Banton, Michael, R o l e s : A n I n t r o d u c t i o n
fa t h e S t u d y o f S o c i a l R e l a t i o n s , Basic Book,
Nueva York, 1965.
21 Lewis, Oscar, L a V i d a : A
18 Southall, Aidan, “The Density ot Role
Relationships as an Universal Index o f
Urbanization” , en Southall, Aidan (ed.),
I k h a n A n th r o p o lo g y : C r o s s -S tu d ie s o f
I I r b a n i z a t i o n , Oxford University Press,
Nueva York, 1973, págs. 71-103).
Uno de sus textos fundacionales
fue la recopilación de artículos: Eddy,
Elizabeth M. (ed.), U r b a n A n t h r o p o l o g y .
R e s e a r c h , P e r s p e c tiv e s , S t r a t e g i e s , University
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F a m il y : T h e C a s e fo r N a t i o n a l A c t i o n ,
Office o f Policy Planning and
Research, Washington, 1965.
P u e r to R i c a n
F a m ily in th e C u ltu r e o f P o v e rty . S a n J u a n
a n d N e w Y o r k , R andom House, Nueva
York, 1966 (versión castellana: L a v i d a .
U n a f a m i l i a p u e r t o r r i q u e ñ a e n la c u l t u r a
d e la p o b r e z a . S a n J u a n y N u e v a Y o r k ,
Joaquín Moritz, Ciudad de México,
1971).
22 Perlman,Janice, T h e M y t h o f M a r g i n a l i t y , University o f Califonia Press,
Berkeley, 1976.
23 Aunque el primero en abrir esta bre­
cha fue David Riesman con T h e l a m e l y
C ro w d : A
S tu d y o f th e C h a n g in g A m e r ic a n
C h a r a c t e r , Yale University Press, New
17 Willmott, Peter y Young, Michael,
P a m ily a n d K in s h ip in E a s t L o n d o n ,
Routledge & Kegan Paul, Londres,
1957.
18 Al otro lado del Atlántico el pronós­
tico era similar. Herbert Gans escribió
T h e U r b a n V i l l a g e r s (The Free Press,
Nueva York, 1962) cuyo escenario era
el degradado West End de Boston, una
zona obrera de origen italoamericano
que fue arrasada por los programas de
la u r b a n r e n e w a l .
Haven, 1950 (versión castellana: L a
m u c h e d u m b r e s o l i t a r i a , Paidós, Barcelona,
1981).
24 Whyte, William H., T h e O r g a n i z a t i o n
M a n , Doubleday, Garden City, 1956
(versión castellana: E l h o m b r e o r g a n i z a ­
c i ó n , Fondo de Cultura Económica,
Ciudad de México, 1961).
25 Gans, Herbert, l i t e L e v i t t o w n e r s . W a y s
o f L i f e a n d P o litic s in a N e w
C o m m u n ity ,
Suburban
Pantheon Books, Nueva
York, 1967.
19 La mayoría de las “regiones morales”
estudiadas por la Escuela de Chicago
fueron barrios de inmigrantes blancos
— Little Sicily, Greektown, etc.— ,
mientras que el gueto negro, que crecía
al sur de la ciudad, no fue objeto de
especial consideración.
129
MEGALOPOLIS: 1939-1979
2I‘ Webber, Melvin, “The
Urban Place
and the Nonplace Urban R ealm ”, en
Webber, Melvin (ed.), E x p l o r a t i o n s i n t o
U r b a n S t r u c t u r e , University of Pennsyl­
vania Press, Filadelfia, 1964.
27 Jacobs, Jane, T h e D c a l l i a n d L i f e o f
C r e a i A m e r i c a n C í t i e s , Random House,
Nueva York, 1961 (versión castellana:
M u e r t e y v i d a d e la s g r a n d e s c iu d a d e s ,
Capitán Swing, Madrid, 2011).
34 Diferían, en cambio, en el detl'HItl
nismo ambiental: para el análisis de
áreas sociales estas diferencias no
eran consecuencia del espacio lisii u,
sino del sistema económico.
28 Recordemos que la ciudad jardín
de Howard postulaba 80 habitantes/
hectárea y la G r o ß s t a d t de O tto Wagner
Benjamin, Walter, D a s P a s s a g e r / 11•4
[1927-1940] (versión castellana: l . l l n o
d e lo s p a s a j e s , Akal, Madrid, 2005),
1.0 0 0 .
36 Debord, Guy, G u i d e p s y c h o g e o g r a p l u
29 Sennett, Richard, T h e U s e s o f D i s o r d e r
q u e d e P a r í s : D i s c o u r s s u r le s p a s s i o n s
P e rso n a l I d e n tity a n d C ity L ife ,W .S V .
d ’a m o u r , París, 1957.
N orton, Nueva York, 1970 (versión
castellana: V i d a u r b a n a e i d e n t i d a d
p e r s o n a l : lo s u s o s d e l o r d e n , Península,
Barcelona, 2001).
311 Dos años después del libro de Sennett
apareció D e f e n s i b l e S p a c e (Architectural
Press, Londres, 1972), donde Oscar
Newman defendía tesis opuestas. Según
él, el sentimiento de seguridad que
se percibía en numerosos barrios tradi­
cionales emanaba del conocimiento y
la estrecha relación existentes entre los
vecinos, y concluía que los extraños
eran agentes amenazadores que debían
ser identificados.
37 Debord, Guy, L a S o c i é t é d u s p e c ta i Ir,
Buchet-Chastel, París, 1967 (versión
castellana: L a s o c i e d a d d e l e s p e c t á c u l o ,
Pre-Textos, Valencia, 2002).
38 En esos años se reveló que el 40 %
de las familias desplazadas hacia las
NewTowns alrededor de Londres lo
hizo contra su voluntad.
39 Vaneigem, Raoul, T r a i t é d e s a v o i r - V i ñ r
à l ’u s a g e d e s j e u n e s g é n é r a t i o n s , Gallimard,
Paris, 1967 (version castellana: T r a ta d o
d e l s a b e r v i v i r p a r a u s o d e la s j ó v e n e s
g e n e r a c i o n e s . Anagrama, Barcelona,
2008).
31 Sennett, Richard, T h e C o n s c i e n c e o f
th è E y e . T h e D e s ig n a n d S o c ia l L if e o f
N orton, Nueva York, 1990
(versión castellana: L a c o n c i e n c i a d e l o j o ,
Versal, Barcelona, 1991).
C itie s ^ .W .
32 Véase: Torres, Marco, G e o g r a f i e d e l l a
c ittà . T e o r ie e m e to d o lo g ie d e g li s t u d i u r b a n i
d a l 1 8 2 0 a o g g i , Cafoscarina,Venecia,
1996, pàg. 272.
33 Shevsky, Eshrefy Bell, Wendell, S o c i a l
A r e a A n a l y s i s , Stanford University Press,
Stanford, 1955.
130
411 Lefebvre, Henri, L a R é v o l u t i o n u r b a in e ,
Gallimard, Paris, 1971 (version castella
na: L a r e v o l u c i ó n u r b a n a , Alianza, Madrid,
1972).
41 Foucault, Michel, “Des espaces autres"
(conferencia impartida en el Cercle
d’Etudes Architecturales, 14 de marzo
de 1967), A r c h i t e c t u r e , M o u v e m e n t ,
C o n t i n u i t é , núm. 5, octubre de 1984,
págs. 46-49 (version castellana: “Espa­
cios otros” , C a r r e r d e la C i u t a t , núm. 1,
Barcelona, 1977).
1' I efebvre, Henri, C r i t i q u e d e la v i e
(vol. I: I n t r o d u c t i o n , Grasset,
Paris, 1946; vol. II; F o n d e m e n t s d ’u n e
s o c io l o g ie d e la q u o t i d i e n n e t é , L’Arche,
Paris, 1961 ; y vol. III: D e la m o d e r n i t é
51 Braudel, Fernand, L a M é d i t e r r a n é e
,n i m o d e r n i s m e [ P o u r u n e m é t a p h i l o s o p h i e
I I , Fondo de Cultura Económica,
d u q u o t i d i e n ] , L’Arche, Paris, 1968).
Madrid, 1976).
43 Lefebvre, Henri, L e D r o i t à la v i l l e ,
Aiithropos, Paris, 1968 (version caste­
llana: E l d e r e c h o a la c i u d a d , Península,
Barcelona, 1978).
52 Com o hemos visto, el desprestigio
del evolucionismo también se dio
en la geografía urbana.
q u o tid ie n n e
44 Lefebvre, H enri, L a P r o d u c t i o n d e
l ’e s p a c e , Anthropos, Paris, 1974 (version
castellana: L a p r o d u c c i ó n d e l e s p a c i o ,
( lapitán Swing, Madrid, 2013).
43 Soja, Edward W., P o s t m o d e r n G e o g r a p h i e s . 'T h e R e a s s e r t i o n o f S p a c e i n C r i t i c a !
S o c i a l T h e o r y , V e r s o , Londres/Nueva
e t le m o n d e m é d i t e r r a n é e n á l ’é p o q u e d e
Armand Colin, Paris, 1949
(versión castellana: E l M e d i t e r r á n e o y e l
P h ilip p e II ,
m u n d o m e d i t e r r á n e o e n la é p o c a d e F e l i p e
53 Braudel optó por tres tipos: A, la
ciudad abierta griega y romana; B, la
ciudad cerrada medieval; y C, la ciudad
renacentista, subyugada al poder.
54 Toynbee, Arnold J., C i t i e s o n t h e
M o v e , Oxford University Press, Lon­
dres, 1970 (versión castellana: C i u d a d e s
e n m a r c h a , Alianza, Madrid, 1970).
York, 1989, pág. 51.
55 Rykw ert, Joseph, T h e I d e a o f a '¡ 'o w n .
4,1 Handlin, Oscar y Burchard, John
(eds.), T h e F l i s t o r i a n a n d t h e C i t y , The
M IT Press, Cambridge (Mass.), 1967.
T h e A n t r o p o lo g y o f U r b a n F o r m in R o m e ,
I t a l y a n d t h e A n c i e n t W o r l d , Princeton
University Press, Princeton, 1976
(versión castellana: L a i d e a d e c i u d a d :
47 Dyos, Harold J. (ed.), T h e S t n d y o f
U r b a n H i s t o r y , Edward Arnold, Londres,
1968.
a n t r o p o l o g í a d e la f o r m a u r b a n a e n R o m a ,
48 Sjoberg, Gideon, T h e P r e i n d u s t r i a l
C i t y : P a s t a n d P r é s e n t , The Free Press,
Nueva York, 1960.
56 La estrategia de Rykwert trascendió
la etapa megalopolitana. En la década
de 1990 el historiador estadounidense
Spiro Rostof, discípulo de la Escuela de
los Anales, volvió a recurrir a la antro­
pología para escribir dos obras herma­
nas: T h e C i t y S h a p e d . U r b a n P a t t e r n s a n d
M e a n i n g s t h r o u g h H i s t o r y (Thames &
Hudson, Londres, 1991) y T h e C i t y
49 Briggs,Asa, V i c t o r i a n C i t i e s , Odharn
Press, Londres, 1963.
811 Dyos, Harold J., V i c t o r i a n S u b u r b :
A
S t u d y o f th e G r o w th o f C a m b e r w e ll,
Leicester University Press, Leicester,
1961.
131
MEGALÚPOUS: 1939-1979
I t a l i a y e l m u n d o a n t i g u o , Sígueme,
Salamanca, 2002).
A s s e m b le d . T h e E le m e n ts o f U rb a n F o r m s
t h r o u g h H i s t o r y (Thames & Hudson,
Londres, 1992). En ellas se preguntaba
sobre el significado de la forma urbana,
buscando respuestas en los operadores
que la construyeron y la estructura
económico política que la circunscri­
bió. Metodológicamente, evitó tanto
los tipos, por entender que eran reduc­
cionistas, como el discurso histórico
lineal, optando por seguir la evolución
de una serie de entes formales. En el
prim er libro se interesó por los patro­
nes planimétricos (orgánico, ortogonal,
diagrama, grande m a n i è r e y s k y l i n e ); en
el segundo por los elementos urbanos
(bordes, divisiones, espacios públicos,
calles y procesos). Esquivaba así nocio­
nes universalistas para hacer lo que
hacían los antropólogos, centrarse en
los aspectos singulares de cada cultura.
57 Rowe, Colin y Koetter, Fred, C o l l a g e
C/iy,The MIT Press, Cambridge (Mass.),
1979 (versión castellana: C i u d a d c o lla g e ,
Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1998).
61 Tafuri, Manfredo, “Socialdemi h i
e città nella Repubblica deWciiiui
C o n t r o p i a n o , núm. 1, 1970 (versión i ili
tellana: S o c i a ì d e m o c r a c i a y c i u d a d en Ai
R e p ú b l i c a d e W e i m a r , ETSAB, Bau c I i i i h
1975): y “Austromarxismo e citta: I LiroteW ien”, C o n t r o p i a n o , núm. 2, l'J/l
(versión castellana: A u s t r o m a r x i s m o )'
c i u d a d : D a s r o te W i e n , ETSAB, Bari i li mi i
1975).
62 Ciucci, Giorgio; Dal Co, Francesi ih
Taturi, Manfredo y Manieri Elia,
Mario, L i c i t t à a m e r i c a n a , d e l l a guerra
c i v i l e a l N e w D e a l , Laterza, Bari, 197 1
(version castellana: L a c i u d a d americana
d e l a g u e r r a c i v i l a l N e w D e a l , Editoi lai
Gustavo Gili, Barcelona, 1975).
Benevolo, Leonardo, L e o r i g i n i
d e l l ’u r b a n i s t i c a m o d e r n a , Laterza, B a r i ,
1963 (versión castellana: O r í g e n e s d e l
u r b a n i s m o m o d e r n o , Celeste, Madrid,
58 Poete, Marcel, I n t r o d u c t i o n à l ’u r b a n i s ­
1992).
m e . L ’é v o l u t i o n d e s v i l l e s . L a le ç o n d e
l ’A n t i q u i t é , Boivin, Paris, 1929 (version
castellana: I n t r o d u c c i ó n a l u r b a n i s m o . L a
64 Reps, John, T h e M a k i n g o f U r b a n
e v o l u c i ó n d e la s c i u d a d e s . L a le c c ió n d e la
t h è U n i t e d S t a t e s , Princeton University
a n t i g ü e d a d , Fundación
Press, Princeton, 1965.
Caja de Arqui­
tectos, Barcelona, 2011).
59 Similar al utilizado por Giambattista
Nolli para dibujar el plano de Rom a
de 1748, donde plasmó los espacios
construidos en negativo y los no edifi­
cados en positivo.
60 Tafuri, Manfredo, T e o r i e e s t o r i e
d e l l ’a r c h i t e t t u r a , Laterza, Bari, 1968 (ver­
sión castellana: T e o r í a s e h i s t o r i a d e la
a r q u i t e c t u r a , Laie, Barcelona, 1972).
132
A m e r ic a . A
H i s t o r y o f C i t y P l a n n i n g in
65 Teràn, Fernando, C i u d a d y u r b a n i z a c i ó n
e n e l m u n d o a c t u a l , Blume, Barcelona/
Madrid, 1969.
66 Choay, Françoise, L ’ U r b a n i s m e : u t o p i e i
e t r é a li té s . U n e a n t h o l o g i e , Editions du
Seuil, Paris, 1965 (version castellana:
E l u r b a n is m o . U to p ía s y r e a lid a d e s ,
Lumen, Barcelona, 1983).
La dicotomía entre progresismo y
( ulturalismo, poderosamente didáctica
y sugerente, acabó imponiéndose en la
historia del urbanismo. Arturo Almandoz, sin embargo, ha puesto de mani­
fiesto las debilidades subyacentes en
esta categorización, a la que acusa de
polarizar una falsa contraposición,
“especialmente en lo que respecta a
la intención supuestamente nostálgica
de los precursores ‘culturalistas’, cuyas
obras, más que mirar al pasado, resulta­
ron renovadoras en su contexto y
momento históricos” (Almandoz,
Arturo, E n t r e l i b r o s d e h i s t o r i a u r b a n a .
hl
P a r a u n a h i s t o r i o g r a f í a d e la c i u d a d y e l
u r b a n i s m o e n A m é r i c a L a t i n a , Equinoccio/
Universidad Simón Bolívar, Caracas,
2008, pág. 131).
“ Sica, Paolo, S t o r i a d e l l ’u r b a n i s t i c a ,
Laterza, Bari, 1976-1978 (versión cas­
tellana: H i s t o r i a d e l u r b a n i s m o , Instituto
Nacional de la Administración Pública,
Madrid, 1981).
69 Hilberseimer, Ludwig, T h e N e w C i t y .
P r i n c i p i e s o f P l a n n i n g , Theobald, Chicago,
1944.
70 Le Corbusier, L e s T r o i s é t a b l i s s e m e n t s
h u m a i n s , Editions Denoël, Paris, 1945
(version castellana: E l u r b a n i s m o d e lo s
tr e s e s t a b l e c i m i e n t o s h u m a n o s , Poséidon,
Barcelona, 1981).
71 Le Corbusier, “L’Urbanisme et la
règle des 7V (Voies de circulation)”,
en Boesinger, Willy (ed.), L e C o r b u s i e r .
Œ u v r e c o m p l è t e 1 9 4 6 - 1 9 5 2 , Les Éditions
d’Architecture, Zúrich, 1953, págs.
90-94.
72 Sert,Josep Lluis, C a n O u r C i t i e s
S u r v iv e ? A n A B C
o f U r b a n P r o b le m s ,
T h e i r A n a l y s i s , T h e i r S o l u t i o n s , Harvard
University Press, Cambridge (Mass.),
1942.
73 Sert,Josep Lluis, “T he Hum an Scale
in City Planning”, en Zucker, Paul
(ed.), N e w A r c h i t e c t u r e a n d C i t y P l a n n i n g ,
Philosophical Library, NuevaYork,
1944, pâgs. 394-419.
74 Giedion, Sigfried; Sert.Josep Lluis
y Léger, Fernand, N i n e P o i n t s o f
M o n u m e n t a l l y [1943], (version castellana: “Nueve puntos sobre la m onum entalidad” , en Costa, Xavier y Hartray,
Guido, S e r t . A r q u i t e c t o e n N u e v a Y o r k ,
Actar, Barcelona, 1997).
75 Giedion, Sigfried, “T he Need for a
N ew M onumentality”, en Zucker, Paul
(ed.), o p . c i t . , pâgs. 549-568.
76 Keeble, Lewis, P r i n c i p l e s a n d P r a c tic e
o f T o w n a n d C o u n t r y P l a n n i n g , The Estates
Gazette, Londres, 1951.
77 D e Carlo, Giancarlo, Q u e s t i o n i d i
a r c h i t e t t u r a e u r b a n i s t i c a , Argalia, Urbino,
1964.
78 Smithson, Alison (ed.), T e a m X
P r i m e r , Studio Vista, Londres, 1968.
79 Friedman,Yona, L ’A r c h i t e c t u r e m o b i l e ,
Les Presses du Reel, Paris, 1960 (ver­
sion castellana: L a a r q u i t e c t u r a m ô v i l ,
Poseidon, Barcelona, 1978).
80 Kawazoe, N oboru (ed.), M e t a b o l i s m
1 9 6 0 : P r o p o s a ls f o r a N e w
U rb a n ism ,
Bijutsu Shuppansha,Tokio, 1960.
133
MEGALÓPOLIS: 1939-1979
81 Maki, Fumihiko, I n v e s t i g a t i o n s i n
C o l l e c t i v e F o r m , Washington University,
St. Louis, 1964.
87 Faludi, Andreas, P l a n n i n g T lit'iiffH
Pergamon Press, Oxford, 197.V 1
Columbia University, NuevaYork,
1954.
88 Las concomitancias con el un InilH
de K.irl l'opper eran evidentes: indi
investigación científica debía eslai illll
gida por una conjetura que llalli (ti ilt»
ser verificada antes de ser aplicada
83 Buchanan, Colin, T r a f f i c i n T o w n s ,
Penguin, Londres, 1964 (version casteliana: E l tr a fic o e n la s c i u d a d e s , Tecnos,
Madrid, 1973).
87 Richards,James M .,“The Paihut n!
New Towns”, T h e A r c h i t e c t u r a l R r l i c i l 1,
vol. 114, Londres, julio de 1953, papi
29-32.
84 Una tarea que complementó George
Chadwick con A S y s t e m s V i e w o f P l a n ­
n i n g , Pergamon Press, Oxford, 1971.
90 Nairn, Ian,“O utrage” (número tipi
cial). T h e A r c h i t e c t u r a l R e v i e w , L o n d n ■
junio de 1955.
85 McLoudhlin.J. Brian, U r b a n a n d
91 De Wolfe, Ivor, “Townscape: A Pit i
for an English Visual Philisophy Finio
ded on the True R ock o f Sir U v e d i l l t
Price” , T h e A r c h i t e c t u r a l R e v i e w , mini
106, Londres, 1949.
82 Mitchell, R obert y Rapkin, Chester,
U r b a n T r a ffic . A
F u n c tio n o f L a n d U se,
R e g io n a l P l a n n in g : A S y s te m s A p p r o a c h ,
Faber & Faber, Londres, 1969.
86 Este fue otro de los nodos del debate
neopositivista. En Estados Unidos lo
desarrolló Melvin Webber, autor del
artículo “Planning in an Environment
o f Change” ( T o w n P l a n n i n g R e v i e w , vol.
39, núm. 4, enero de 1969, págs. 277295).Tras negar la posibilidad de que
existiera un futuro estable hacia el que
el urbanismo pudiera dirigirse, conclu­
yó que el planeamiento tendría que
resultar de una cadena de decisiones
condicionadas por la interacción entre
intereses. En Europa, ideas semejantes
fueron defendidas por Giancarlo De
Cario y Giovanni Astengo, creador, este
último, del concepto de “planificación
continua”, enunciado en la voz ‘urba­
nística’ de la E n c i c l o p e d i a u n i v e r s a l e
d e l l ' a r t e (1966).
134
92 Rowe, Colin y Koetter, Fred, o p . t i t .
págs. 37-46.
” Lynch. Kevin, T h e I m a g e o f t h e C i t y ,
The M IT Press, Cambridge (Mass.),
1960 (versión castellana: L a i m a g e n d e la
c i u d a d . Editorial Gustavo Gili. Barcelo
na, 2015).
94 Lynch, que aplicó esta teoría a la
escala regional en A T h e o r y o f G o o d
C i t y F o r m (The M IT Press, Cambridge
[Mass.], 1981; versión castellana: L a
b u e n a f o r m a d e la c i u d a d , Editorial Gus­
tavo Gili, Barcelona, 1984), libro que
marcó un hito en los estudios urbanos.
Su estela fue seguida, entre otros, por
Edmund N. Bacon, ideólogo de la
transformación urbana de Filadelfia
diti (tute el mandato del alcalde
I1li h.irdson Dilworth. En su influyente
libio D e s i g n o f C i t i e s (Thames &
I Itulson, Londres, 1967) reconstruyó
I I historia de la psicología perceptiva
i lili espacio urbano.
1,1 ( 'tillen, Gordon, T o u m s c a p e , T h e
Au hitectural Press, Londres, 1961
(ve rsión castellana: E l p a i s a j e u r b a n o ,
Ululile, Barcelona, 1974).
I ,i aproximación fenomenològica al
diseño urbano acabaría consolidándose.
I I arquitecto danés Jan Gehl escribió
101 Caniggia, Gianfranco, L e t t u r a d i
Centro Studi di Storia
Urbanistica, Rom a, 1963.
u n a c ittà : C o m o ,
102 Rossi, Aldo, A r c h i t e t t u r a d e l l a c i t t à ,
Marsilio, Padua, 1966 (versión castella­
na: L a a r q u i t e c t u r a d e la c i u d a d , Editorial
Gustavo Gili, Barcelona, 2015).
103 Aymorpuo, Carlo, L o s t u d i o d e i
f e n o m e n i u r b a n i , Officina, Rom a, 1970.
I0'1 Doxiadis, Constantinos, E k i s t i c s .
A n I n tr o d u c tio n to t h e S c ie n c e o f H u m a n
S e t t l e m e n t s , Hutchinson, Londres, 1968.
U fe b c tw e e n B u i ld in g s : U s in g P u b lic
S p i n e , Arkitektens Forlag, Copenhague,
1971 (versión castellana: L a h u m a n i z a d o n d e l e s p a c io u r b a n o : la v id a s o c ia l e n tr e
lo s e d i f i c i o s , Reverte, Barcelona, 2006),
donde defendía la necesidad de tener
en cuenta los sentidos humanos, espe­
cialmente el oído y la vista.
Cofundador de M e t r o n fue Luigi
Picchiato, autor de U r b a n i s t i c a (Sandron,
Roma, 1947), donde sostenía que el
urbanismo debía acometer una nueva
etapa: la de la consumación de la ciu­
dad orgánica.
103 McHarg, Ian, D e s i g n w i t h N a t u r e ,
Natural History Press, Nueva York,
1969 (versión castellana: P r o y e c t a r
c o n la n a t u r a l e z a , Editorial Gustavo Gili,
Barcelona, 2000).
106 E1 termodinamismo introdujo en
los estudios urbanos el concepto de
“entropía”, la tendencia de la materia
y la energía a degradarse, pasando de
un estado de organización y diferen­
ciación a otro de desorganización y
similitud.
98 Samonà, Giuseppe, L ’u r b a n i s t i c a e
107 Davidoff, Paul y Reiner, Thomas
A., “A Choice Theory o f Planning” ,
l ’a v v e n i r e d e l l a c i t t à n e g l i s t a t i e u r o p e i ,
J o u r n a l o f th e A m e r ic a n I n s titu te o f
Laterza, Bari, 1959.
P l a n n e r s , voi. 28, núm. 2, mayo de 1962,
págs. 103-115.
99 Conzen, Michael R . G., A l n w i c k ,
N o r th u m b e r la n d : A
S t u d y in T o w n - P la n
A n a l y s i s , Orge Philip & Son, Londres,
1960.
100 M uratori, Saverio, S t u d i p e r u n a
o p e r a n t e s t o r i a u r b a n a d i V e n e z i a , Istituto
Poligrafico dello Stato, Rom a, 1960.
135
MEGALOPOLIS: 1939-1979
108 Davidoff, Paul, “Advocacy and
Pluralism in Planning”,J o u r n a l o f t h e
A m e r i c a n I n s t i t u t e o f P l a n n e r s , voi. 31,
núm. 4, noviembre de 1965, págs. 331338.
109 Véase: Rudofsky, Bernard, A r c h i t e c t u r e
(catálogo de exposi­
ción),The Museum o fM o d ern Art,
Nueva York, 1964 (versión castellana:
A r q u i t e c t u r a s i n a r q u i t e c t o s , Editorial
Universitaria, Buenos Aires, 1963).
w ith o u t A r c h ite c ts
"" Turner,John F, U n c o n t r o l l e d U r b a n
S e t t l e m e n t , informe para las Naciones
Unidas, Pittsburg, 1966.
" 1 En H o u s i n g b y P e o p l e : T o w a r d s
A u t o n o m y in B u i l d i n g E n v ir o n m e n t s
(Pantheon Books, Nueva York, 1977;
versión castellana: V i v i e n d a , t o d o e l p o d e r
p a r a lo s u s u a r i o s : h a c i a l a e c o n o m í a e n la
c o n s t r u c c i ó n d e l e n t o r n o , Blume, Madrid,
1977),Turner intentó trasladar estas
enseñanzas al Prim er Mundo.
112 En 1965 Alexander publicó en
la revista A r c h i t e c t u r a ! F o r u m “A City
Is N ot aTree” (versión castellana:
“La ciudad no es un árbol” , C u a d e r n o s
S u m a - N u e v a V i s i ó n , núm. 9, Buenos
Aires, 1968, págs. 20-30), un artículo en
dos partes donde imputaba el fracaso de
L a C a r t a d e A t e n a s a su concepción
de la ciudad como un árbol, donde las
ramas (las unidades vecinales) estaban
conectadas con el tronco (el centro
cívico) pero aisladas entre sí. Coincidía
con Jane Jacobs en que la vida urbana
era, por definición, compleja, no
pudiendo simplificarse segmentándola
en unidades monofuncionales. Alexan­
der apostaba por las tramas reticulares,
donde cada subsistema estaba interrela­
cionado con los demás.
136
11' Alexander, Christopher, e t a l ,
P a t t e r n L a n g u a g e . T o w n s , Buíliluig»,
C o n s t r u c t i o n , Oxford University l'n m
N ueva York, 1977 (versión cast <'II mi
U n l e n g u a j e d e p a t r o n e s . Ciudades, n /f / l
r ío s , c o n s t r u c c i o n e s . Editorial Gustavo
Gili, Barcelona, 1977).
A
I ii 1973 estalló la prim era crisis del petróleo, un auténtico torpedo
en la línea de flotación del Estado del bienestar, desatada por la
decisión de los gobiernos árabes de no exportar crudo a los países
que habían apoyado a Israel durante la guerra delYom Kipur, prácti­
camente todos los occidentales. En cuestión de meses el precio de la
gasolina se multiplicó por cuatro, lo que puso contra las cuerdas a
un sistema productivo que llevaba un siglo abasteciéndose de petróleo
barato. La bola de nieve de la crisis echó a rodar: miles de empresas
quebraron, el desempleo se disparó, los ingresos fiscales se hundie­
ron, la deuda pública se desbocó y la inflación com enzó a medirse
con doble dígito. O ccidente miraba estupefacto cóm o se desploma­
ban dos décadas de ininterrum pido crecim iento económ ico. En
1979 se produjo una segunda crisis del petróleo, lo que convenció
a los gobiernos de que “la época dorada del capitalismo” había lle­
gado a su fin.
En este caso, la revisión del m odelo económ ico corrió a cargo
de los neoconservadores, una nueva generación de políticos que
llegó al poder en la década de 1980 defendiendo dictados ultralibe­
rales. A la cabeza estaban M argaret Thatcher, prim era ministra britá­
nica entre 1979 y 1990, y R o n ald Reagan, presidente de Estados
U nidos de 1981 a 1989. En esa misma década colapso el statu quo
internacional establecido en la G uerra Fría, un hecho escenificado
por la caída del M uro de Berlín el 9 de noviem bre de 1989.
G obiernos y grandes empresas aprovecharon la desaparición de
toda alternativa al capitalismo para poner en marcha un proceso de
reestructuración cuyo objetivo era desmantelar el Estado del bienes­
tar. Para garantizar mayores beneficios al sector privado, instituido
com o única fuerza m otriz del crecim iento económ ico, se configuró
un m odelo del que M anuel Castells destacaba tres características: la
retención por parte del capital de una porción más elevada de los
139
METflPOLIS: 1979-2007
beneficios, la retirada del Estado de la econom ía y la expansión
geográfica del sistema hacia la globalización. Esto últim o no hlibii i (
sido posible si esa reestructuración no hubiese confluido en el ticiiijm
con la III R evolución Tecnológica, cuyos fundam entos eran la
inform ática y las telecom unicaciones.Tal com o lo definió Castclls,
lo que denom inam os “tardocapitalismo” resultó de la confluencia
e interacción de ambos fenóm enos.'
El im pacto sobre el urbanismo megalopolitano fue brutal. El
nuevo paradigma económ ico trastocó sus prioridades, que pasaron
del fom ento de los valores humanistas al estímulo de la competent u
Gracias a las tecnologías de la inform ación las empresas disponían
de amplios márgenes de libertad para decidir su ubicación. Este
hecho despertó expectativas de crecim iento en ciudades sin tradi
ción en los circuitos económ icos internacionales, ciudades que,
para seducir a las multinacionales, construyeron distritos financieros,
parques tecnológicos, plataformas logísticas, aeropuertos, telepuertos,
megapuertos, etc. También organizaron juegos olímpicos, exposicio
nes universales y todo tipo de m acroacontecim ientos, cualquier
cosa que sirviera para darlas a conocer en el agresivo marco de la
globalización.
El igualitario, isótropo y, en cierto m odo, cansino espacio urbano
de la megalopolis fue redefinido. U na de las zonas más beneficiadas
fue su maltrecho casco histórico. Su am biente singular respondía a
las necesidades de representación y prestigio de las corporaciones
transnacionales, que lo eligieron para instalar sus sedes centrales.
A ellas les siguieron decenas de empresas de servicios, lo que provocó
una m utación: la actividad económ ica retornó, el espacio público
fue renovado y los índices de delincuencia se desplomaron. También
volvieron los residentes. Se trataba de sectores sociales m uy específicos
con niveles de ingresos y educación por encima de la media: jóvenes
profesionales, parejas sin hijos, artistas, homosexuales, etc. Sofisticados,
cosmopolitas y culturalm ente exigentes, estos colectivos estaban
hartos de la m onotonía del suburbio y buscaban en el casco histórico
una alta calidad ambiental y de vida urbana: museos mediáticos,
I4Q
restaurantes exóticos y tiendas de diseño. Su llegada puso en marcha
una espiral de aum ento del precio de las viviendas que se tradujo en
la expulsión de muchos de los antiguos residentes, pobres y de edad
avanzada. El tardocapitalismo exigía un peaje p o r la recuperación
de la ciudad histórica, y no era otro que la gentrificación.
La reorganización espacial de la periferia fue igualm ente especta­
cular. La crisis del petróleo había dejado allí un paisaje desolador:
complejos fabriles arruinados, barriadas de Viviendas sociales
vandalizadas, suburbios en decadencia, etc. Las multinacionales, que
se habían visto obligadas a descentralizar parte de su actividad, la
menos decisiva y representativa, debido a los altísimos costes de
localización en los centros urbanos, se saltaron esa corona de obso­
lescencia para colonizar territorios más lejanos.Tras ellas fluyeron
infinidad de compañías de m enor rango que tam poco podían hacer
frente a los alquileres de las áreas centrales. Así nació la nueva suburbio.
El m onocultivo residencial megalopolitano había dejado paso a un
espacio m ultifuncional donde se podía trabajar.
Tam bién era descomunal. C om o mostraban las fotografías de
satélite de Estados Unidos, las áreas urbanas se habían licuado entre
sí, traspasando fronteras estatales y nacionales. En la costa sur de
California, un magma edificado enlazaba Santa Bárbara con Riverside,
Los Ángeles, el condado de Orange, San D iego y Tijuana, ya en
México. Algo similar ocurría en el eje de Boston, Nueva York, Filadelfia y W ashington. La megalópolis de G ottm ann, ahora habitada por
ochenta millones de personas.Y lo mismo podía decirse de la Padania
italiana, del R andstad holandés, de la cuenca del R u h r alemana, del
corredor entre Tokio y Osaka, etc. U na vez más, las profecías de
Lewis M um ford, Frank Lloyd W right y Le Corbusier parecían
hacerse realidad: la ciudad se disolvía en el territorio.
Tal com o argum enta Edward W. Soja,2 térm inos tan expansivos
com o “megalópolis” se habían quedado cortos para definir estas
gigantescas regiones urbanas fragmentadas y policéntricas donde
se había perdido todo foco y todo límite. En su libro Métapolis. Ou
l ’avenir des villes,3 el sociólogo François Ascher propuso uno nuevo:
141
METÍPOUS: 1979-2007
“metápolis” (“más allá de la ciudad”). Su reflexión partía de la coni
tatación de que las urbes ya no crecían p o r dilataciones, com o en
el caso de la megalópolis, que era resultado de la fusión de áreas
metropolitanas colindantes, sino por la incorporación a su funcional
m iento de zonas lejanas y no limítrofes. Esta discontinuidad de l.i
urbanización estaba vinculada a la aparición de sistemas de transpon i
de alta velocidad, especialmente el tren, que habían posibilitado que
millones de personas trabajaran a centenares de kilómetros de su
lugar de residencia. El resultado era la metápolis, una galaxia de
ciudades cuyas actividades económicas estaban integradas y cuyos
principios organizativos dependían de sofisticadas redes infraestriu
turales, un territorio profundam ente heterogéneo donde convergían
tejidos urbanos, entornos naturales y zonas agrícolas.
142
PISTEMOLOGÍA DELA METÁPOLIS
('o rn o explica R ichard Tamas,4 a medida que se acercaba el ocaso
del siglo x x se multiplicaban las voces que advertían del colapso
de los grandes proyectos intelectuales de O ccidente: el fin de la teo­
logía, de la filosofía, de la ciencia, de la historia, del arte, etc. Este
runrún presagiaba el natural desenlace de la obsesión del existencialismo por el análisis lingüístico. D e la infinidad de estudios antropo­
lógicos, sociológicos, históricos y artísticos que fom entó se derivó
una sospecha: que el saber hum ano estaba determ inado por prejuicios
cognitivos, en su mayoría inconscientes. Además, el hecho de que
los contextos que lo condicionaban fueran culturales y, p o r ende,
cambiantes en el tiem po y el espacio, lo convertía en algo inestable.
Irrum pía así el relativismo, la presunción de que el conocim iento
tan solo era interpretación, es decir, algo falible, contradictorio y
pasajero.
Este era el principal dictado de la herm enéutica, una teoría de
las expresiones humanas que defendía que nada en el m undo era
previo a la interpretación y que acusaba al pensam iento occidental
de llevar más de un siglo intentando ocultar este hecho con pro­
puestas de razonam iento totalizantes puestas al servicio del poder
para que actuasen com o instrum entos de control. A esto respondía
el em peño de iluministas y románticos por construir metarrelatos
com unes a la geografía, la sociología, la historia y el urbanismo.
La herm enéutica animaba a la ciencia a concentrar sus esfuerzos en
otra dirección: en el desenmascaramiento de los prejuicios e inten­
ciones que determ inaban la realidad. En La escritura y la diferencia,5
el filósofo Jacques D errida definió la realidad com o un texto que
había que “deconstruir” , llegando a plantear la autonom ía de ambos
entes. Auguraba que la investigación nunca podría desem bocar en
una única “verdad” , sino en infinidad de metáforas, tantas com o
investigadores.6 Era el presagio de un destino inquietante: la disper­
sión generalizada del m undo del saber.
143
METAPOLIS. 1979-2007
En efecto, si todo era relativo, ninguna m etodología universal pnilli
gobernar las ciencias. La principal víctima de esta conclusión fui' >I
estructuralismo, que acabó siendo denunciado por considerar a las
personas com o meros interruptores que reaccionaban a los imptlhtH
emitidos p o r macroestructuras económicas, sociales o lingüísticas,
m enospreciando así su poder de decisión y su capacidad para mlliiii
en el entorno. Lo que vino a sustituirlo fue una amalgama de cori k m
tes metodológicas agrupadas bajo la denom inación de posestrtu Im i
lismo, que coincidían en rechazar la existencia de sistemas generales
que determ inasen el pensam iento y el com portam iento de los c íii
dadanos. La sociedad metapolitana era abierta y dinámica; tan solo
estaba sujeta a interpretaciones culturales de naturaleza temporal.
Tal com o había vaticinado el filósofo Jean-François Lyotard en
Líí condición posmoderna,7 tras esta aserción subyacía un cambio de
paradigma que fragmentaría las disciplinas en m ultitud de especial i
dades que funcionarían con “juegos de lenguaje” propios, sistemas
cuyas reglas serían locales y cuyos criterios de “verdad” dependerían
del acuerdo entre los investigadores.
Otras ilustres víctimas de la sospecha posestructuralista de que
todo era interpretación fueron las ideologías, explicaciones unitarias
y trascendentes de la realidad. Especialmente afectado resultó el mar
xismo, que se fundam entaba conceptualm ente en el estructuralismo
La deslegitimación relativista obligó a la izquierda a consolidar nuev<is
argumentos con los que oponerse al tardocapitalismo. La ecología
fue uno de ellos. El m ovim iento ecologista, cuyo nacim iento suele
datarse en 1971, cuando Barry C om m oner publicó E l círculo que se
cierra,8 transformó esta disciplina científica en una ideología progre
sista. Félix G uattari trasladó sus presupuestos a la filosofía. En 1989
publicó Las tres ecologías,9 manifiesto de la ecosofía, una articulación
ético-política que integraba tres ecologías: la del m edioam biente, la
de las relaciones sociales y la de la subjetividad, postulando a su vez
una revolución política, social y cultural de escala planetaria.
C uriosam ente, la principal damnificada de la convergencia del
ecologismo con el relativismo fue la tradición humanista. Lo anunció
144
el filósofo Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano,"1 donde
cuestionó fundam entos que el pensam iento occidental venía dando
por hecho desde el siglo xv. Tras definir al ser hum ano com o un
"animal de lujo, un animal que sabe leer y escribir” , rechazó que
tuviera más derechos que el resto de los seres vivos. Bajo este presu­
puesto, reclamaba la necesidad de fundar un “pensamiento ecológico”
no antropocéntrico que aprestara a la humanidad a colocar sus valores
en el más amplio contexto del planeta. Ello suponía renunciar al
control de animales y plantas para limitarse a cohabitar con ellos.
Nacía así una corriente de pensam iento denom inada “poshum anis­
m o” , un m ovim iento radicalm ente rom ántico que cuestionaba la
legitimidad de que el ser hum ano explotara los recursos naturales,
un ser hum ano que desconfiaba de la fe en el progreso y que abom i­
naba de la obsesión por el crecimiento. Toda una sacudida a los
cimientos del positivismo decim onónico, insertos en el código
genético de la sociedad capitalista.
El cuestionamiento del sacrosanto consenso en to rn o a la bondad
del crecim iento era el principal fundam ento del decrecentismo,
un m ovim iento que hizo su aparición a com ienzos del siglo x xi
de la m ano del econom ista Serge Latouche, autor del Pequeño
tratado del decrecimiento sereno.” Según Latouche, una vez alcanzados
determ inados niveles de progreso económ ico y social, de los que
ya disfrutaban las naciones avanzadas, el crecim iento no tenía senti­
do, ya que era lesivo para el m edio am biente y no implicaba una
m ejora en las condiciones de vida de la gente. En sintonía con la
ecosofía de Félix Guattari, este diagnóstico se sustentaba sobre
dos teorías, una ecológica y otra socioeconómica. La prim era argu­
m entaba que el presupuesto del crecim iento infinito, fundam ento
del capitalismo, era incom patible con u n planeta físicamente finito,
p o r lo que había que frenar la producción y el consumo. D e ahí
su apelo a que la sociedad m etapolitana cambiara de actitud, a
que reordenara su jerarquía de valores y priorizara la sobriedad, la
eficiencia, la resiliencia, la cooperación, la autoproducción, el inter­
cambio, etc.
145
METÁPOUS: 1979-2007
Ideología, humanismo, progreso, etc.; com o vemos, la convergen! la
entre relativismo y ecologismo acabó retando los fundamentos tU>l
proyecto iluminista. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo en
darlo por finiquitado. U n o de los escasos pensadores que lo deten
dieron en esta su segunda gran crisis fue Jürgen Habermas, quien
consideraba que era un proyecto inacabado. En la agnóstica atino*,
fera tardocapitalista, podían rescatarse sus ideales — ciencia, consenso
justicia social, etc.— para hacer frente a la regresión derivada de l.is
políticas neoliberales neoconservadoras. Sin embargo, Habermas
reconocía que el presupuesto de la existencia de verdades absoluta
era insostenible, por lo que planteaba revisarlo. Su propuesta era
sustituir el cientifismo por otro tipo de objetividad basada en el
consenso. En su Teoría de la acción comunicativa'2 form uló, com o
alternativa, un acuerdo entre partes fundam entado sobre cuatro
criterios: com prensión, sinceridad, legitimidad y precisión.
I4E
METÁPOLIS DELOS SOCIÓLOGOS:
ANUEL CASTELLS, SASKIA SASSEN,
IKEDAVIS
El estallido de la crisis del petróleo y el consiguiente frenazo del
crecim iento económ ico segaron de golpe el ram pante optim ism o
de la década de 1960, dando paso a una incertidum bre nada proclive
al neopositivismo. Ello explica la generalizada expansión del marxis­
mo p o r las ciencias sociales. Para David Harvey, geógrafo radical, la
prioridad del m om ento era fundar un nuevo paradigma teórico.
El punto de partida tan solo podía ser la premisa de Lefebvre de
desvelar cóm o y po r qué el tardocapitalismo “producía espacios” .
Este cambio de rum bo fue conducido p o r el sociólogo M anuel
Castells, quien definió los futuros dos grandes temas de las ciencias
sociales metapolitanas: el consum o y la globalización. A ellos dedica­
remos el prim er subapartado de “La metápolis de los sociólogos” .
Pero, com o acabamos de m encionar, este marxismo triunfante
se enfrentaba a un reto que trascendía la cuestión de los contenidos:
el descrédito de las ideologías. En la hostil atmósfera del relativismo
filosófico, el pensam iento crítico habría de reinventarse para poder
seguir reclamando significados universales. C om o aventuró David
Harvey en La condición de la posmodernidad,13 no le quedaría otra que
reconocer la fragmentación de las formas sociales y culturales, algo
que vehículo a través de los “ estudios culturales” , otro subproducto
de la refundación paradigmática de las ciencias sociales a partir de
la doctrina de Lefebvre. N os ocuparemos de ellos en el segundo
subapartado de este capítulo.
117
METÁPOLIS: 1979-2007
Las d os escalas de la g lo b a liza ció n :
esp a cio de los flujos y ciu d ad dual
Castells identificó al consum o com o uno de los protagonistas tic
la sociología urbana m etapolitana14 en una de sus primeras oln n
La cuestión u r b a n a , un manifiesto de su com prom iso intelectual i mu
Lefebvre. En ella defendía que el consumo era el principal instruíMt I!
to utilizado p o r el capitalismo para autorreproducirse y desat li\ ai 11
lucha de clases.También avanzaba que el espacio urbano coincidía
con el espacio del consumo, un aserto contundente que exhorlal» i i
dejar de interpretar la ciudad com o un centro de producción imlii«
trial cuyos habitantes eran explotados p o r las empresas, para p.ivn i
hacerlo com o una “unidad de consum o social y espacialmente oqia
nizada” . Así pareció querer demostrarlo David Harvey en The I liban
Experience,u' donde acusó a los grandes proyectos de transformación
urbana que proliferaron en la década de 1980 de haber sido coiu t
bidos para reconducir hacia el consum o enclaves inicialmente pcn
sados para otras actividades, entre los que destacaba tres: los miixeui
mediáticos, los parques temáticos y el espacio público.
En Fantasy C ity,'7 el sociólogo John Hannigan desveló la pervns.i
alianza sobre la que se sustentaba la “unidad de consumo” metapolit.ilm
Cúneo actores eran responsables de su financiación y construcción
las corporaciones de crédito, los prom otores inmobiliarios, las mullí
nacionales del ocio (con Disney, Universal y Sony a la cabeza), las
empresas minoristas y, lo más escandaloso, las administraciones públii as,
que ponían a disposición de los anteriores generosas subvenciones.
En esta obra Hannigan también describía las estrategias utilizadas para
materializar estos espacios de consum o: racionalización de la gestión
y el funcionamiento, tematización urbano-arquitectónica y promoción
de sinergias entre actividades vecinas. D e esta conjunción habían resul
tado lugares com o el South Street Seaport de N ueva York, el com ­
plejo Ghirardelli de San Francisco o el Q uincy M arket de Boston.
Por lo que se refiere a la globalización, el segundo de los agentes
protagonistas de la refundación de las ciencias sociales según Castells,
lile abordada a dos escalas: la planetaria y la específicamente urbana.
I I pionero en reflexionar sobre la prim era fue John Friedmann, pro­
fesor de la University o f California de Los Angeles (UCLA), quien
en 1986 publicó el artículo “T he W orld C ity Hypothesis” ,18 donde
ponía en evidencia cóm o las multinacionales estaban utilizando las
ciudades para articular el entonces em ergente sistema productivo
tardocapitalista. Friedm ann intuía que se estaba gestando una reorga­
nización espacial del planeta, que él intentó m apear con rankings que
clasificaban las metápolis en primarias o secundarias, dependiendo
ile su posicionam iento en el espacio económ ico global.
M anuel Castells tom ó el testigo de Friedm ann y estableció las
bases que convertirían a la globalización en la colum na vertebral del
nuevo paradigma de la sociología urbana. Su hipótesis consistía en que,
para desvelar las estrategias de producción y difusión tardocapitalistas,
era necesario trascender la escala urbana. C om o avanzó en La ciudad
informacional, de la síntesis entre reestructuración económica y m odo
de desarrollo inform acional se había derivado lo que Friedm ann
sospechaba: una nueva espacialidad global que Castells denom inó
“espacio de los flujos” . Este ám bito de producción integrado, cuya
base eran las redes de inform ación, había reorganizado territorialm ente el planeta, coordinando áreas de producción e intercam bio
anteriorm ente separadas. Según expuso David Elarvey en el citado
La condición de la posmodernidad, se solventaba así uno de los desafíos
a los que se enfrentaba el capitalismo cuando la geografía mundial,
m odelada con relación a una determ inada fase de desarrollo, se con­
vertía en un obstáculo para futuras acumulaciones: reformularla en
to rn o a nuevos centros de manufactura, consumo, etc.
La socióloga Saskia Sassen aclaró el papel de la metápolis en el
espacio de los flujos. En La ciudad global. NuevaYork, Londres, Tokio19
señaló que la propensión descentralizadora de este últim o aparecía
en sintonía con el fenóm eno contrario, la tendencia hacia la concen­
tración. Esta dicotom ía era perfectam ente explicable, ya que la glo­
balización de las actividades económicas no había ido acompañada
p o r una dispersión similar del capital. E n realidad, la mayoría de las
149
METÁPOLIS. 1979 2007
industrias y empresas locales ejecutaban servicios subcontratados pul
multinacionales. Además, la diseminación territorial de la produt i h >ii
exigía un control altamente centralizado desde el punto de vista
espacial. De ahí derivaba el im portantísimo papel que determinadas
metápolis desempeñaban en el espacio de los flujos: albergar las lilli
ciones de dirección. Sassen las denom inó “ciudades globales” : encías,
dotados de las más sofisticadas tecnologías e infraestructuras de telen i
municación donde se localizaban centros de poder en los que se
generaba una información privilegiada que no circulaba por la red y
que eran elegidas com o sede por prestigiosas instituciones financie),o
U na vez establecida la escala planetaria com o ám bito propio de
las ciencias sociales metapolitanas, las distintas disciplinas se aprestan»)
a adaptar sus postulados. El reto era tan difícil com o inexcusable
para la antropología urbana, la “niña m im ada” de la megalópolis.Tal
com o había apuntado Anthony Leeds e n “Locality Power in Relatioit
to Supralocal Power Institution” ,20 en el contam inado e interactivo
am biente de la metápolis ninguna com unidad podía considerarse
una “unidad cultural” , por muy bien definida que estuviese desde
los puntos de vista racial, económ ico o espacial. La antropología,
para evitar quedar desplazada de la investigación de un entorno tan
adverso a sus postulados esenciales, debía orientarse hacia el análisis
de procesos de escala mundial. Lo que Leeds proponía era una espe
cié de huida hacia adelante: aplicar al macrocosmos urbanizado los
instrum entos de análisis empleados en el microcosmos del gueto.
La clave estaba en el concepto de “localidad” , que él definía com o
cualquier lugar habitado, independientem ente de su magnitud.
U na ciudad, un barrio, una aldea, un colegio mayor o una plataforma
petrolífera, todos ellos eran “lugares de la interacción” que se distri­
buían de maneras particulares. Estudiar esas singularidades era el
objetivo que se fijó la “aproximación interactiva”, térm ino con el que
la revista Urban Anthropology bautizó el cam ino insinuado p o r Leeds.
La geografía urbana, por su parte, com plem entó el debate concer­
niente al proceso de reestructuración económ ica con su sine qua non :
las tecnologías de la información. C om o decíamos, el tardocapitalismo
150
no hubiera cuajado si aquel no hubiera coincidido en el tiem po con
la III Revolución Tecnológica, que materializó el espacio de los flujos
expandiendo po r los cinco continentes sofisticadas redes de infraes­
tructuras. Pioneros en abordar esta cuestión fueron Stephen Graham
y Simón M arvin. En Splintering Urbanism2' desvelaron que la geo­
metría de dichas redes no era isótropa: unas zonas estaban repletas
de conexiones de acceso, mientras que por otras los flujos discurrían
sin detenerse. Esta selección territorial, denom inada “efecto túnel” ,
era altam ente perturbadora. La hiperconexión global de la que dis­
frutaban los centros financieros, los parques tecnológicos o las áreas
logísticas se complementaba con su desconexión del tejido colindante.
La ciudad parecía haber dejado de ser una unidad espacial para trans­
formarse en un archipiélago de enclaves desvinculados de su entorno
local, pero enlazados con otros similares situados a miles de kilóm e­
tros. Era lo nunca visto en la historia urbana.Tal com o había anun­
ciado Castells, la metápolis tan solo era comprensible a nivel global,
donde se percibía su posicionam iento en el espacio de los flujos.
Esta revelación encumbró el térm ino ‘red’ al vértice conceptual de
las ciencias sociales. A las redes se les arrogaba el desmantelamiento
de la idea tradicional de espacio entendido com o u n contenedor,
es decir, com o un área, y su reformulación com o un sistema de rela­
ciones donde lo im portante no era “estar en ”, sino “estar conectado
co n ” . La noción de “área m etropolitana” , definida por la Escuela de
Chicago com o una región urbana donde un claro centro articulaba
una galaxia de subcentros, había quedado obsoleta. Imposible
aplicarla a un territorio difuso, extenso y ajerárquico que era muy
difícil de aprehender y de definir. ¿Con qué reemplazar ese concepto?
En Posmetrópolis,22 el geógrafo EdwardW . Soja propuso el de
“posm etrópolis” . R econocía que la complejidad, indefinición y
gigantismo de la metápolis im pedía representarla com o una unidad
geográfica, económ ica, política y social. Es más, afirmaba que la
imposibilidad de separar el centro de los suburbios, los suburbios del
campo y unas áreas metropolitanas de otras auguraba la transición
hacia la IV R evolución Urbana, la que conducía a la posmetrópolis.
151
METÁPOLIS: 1979-2007
Esta metamorfosis fue descrita por una serie de autores que se
interesaron p o r las últimas generaciones de suburbios, en las que
descubrieron una afición com ún: conquistar territorios cada vez
más lejanos. U n o de ellos fue el periodista Joel Garreau, autor de
Edge C ity.22 C o n “ciudades borde” se refería a unas urbanizaciones
que nacieron en Estados U nidos com o respuesta a la masiva deseen
tralización de actividades de oficina que se produjo en la década (le
1980, unos suburbios de gran tamaño (podían superar los cien mil
habitantes), densos (las casas unifamiliares se situaban en parcelas
pequeñas y convivían con bloques en altura) y emplazados muy
lejos de los centros urbanos (en áreas fronterizas con el campo).
La rica mezcla de funciones que en ellas se producía (Garreau afir
maba que en una ciudad borde siempre había más puestos de trabajo
que dorm itorios) las convertía en ciudades autónomas.
El éxito de las ciudades borde expandió los límites territoriales
de las metápolis norteamericanas, un gesto que no era más que el
com ienzo del tránsito hacia las posmetrópolis. En 2003 el sociólogo
R o b ert E. Lang publicó Edgeless Cities,24 donde anunciaba la irrupción
de una nueva variante suburbana a la que denom inó “ciudad sin
borde”, en clara alusión a la superación de la ciudad borde. Ambas
respondían al proceso de descentralización de las tareas de oficina,
pero desde el punto de vista morfológico eran opuestas. Las ciudades
sin borde eran extrem adam ente dispersas y amorfas, se esparcían poi
regiones enteras ocupando los intersticios existentes entre suburbios
y ciudades borde y lo hacían, además, de manera casi imperceptible,
con edificios modestos en apariencia y escala y separados entre sí
p o r distancias enorm es. Su bajísima densidad y extrem a dispersión
estaban dando lugar a la colonización de entornos situados a más
de cien kilómetros de los centros urbanos.
Y no era la última frontera. En The N ew Geography25 el geógrafo
Joel K otkin llamaba la atención sobre los segmentos laborales
que ocupaban el vértice de la achatada pirám ide laboral tardocapitalista. Los empresarios y profesionales de alto nivel que podían per­
mitirse trabajar desde casa habían optado por colonizar territorios
152
definitivamente rurales, rehabilitando granjas o trasladándose a aldeas.
Kotkin denom inó a estos enclaves “Valhallas” , desvelando la razón
socioeconómica que los había sacado del baúl de la historia. Según él,
estos individuos eran unos “muy sofisticados consumidores de espacio” :
despreciaban la m onótona, masificada y despersonalizada vida de
suburbio del “ estadounidense m edio” y buscaban refugio en parajes
remotos pero paradisíacos, consagrados po r el buen clima o la natu­
raleza. Ello explicaba que, en la década de,1990, las áreas rurales
de Estados Unidos crecieran tres veces más rápidamente que en la de
1980. Por prim era vez en la historia se había producido una m igra­
ción de la ciudad al campo cuyos protagonistas eran los urbanitas.
La segunda escala espacial desde la que las ciencias sociales aborda­
ron el impacto de la globalización fue la propiamente urbana. También
en este plano un abismo separaba la metápolis de la megalópolis.
Tras dinamitar dos de los pilares del Estado del bienestar (la cobertura
social de los trabajadores y la estabilidad en el em pleo), el tardocapitalismo extendió la precariedad y la desigualdad salarial.26 C om o
consecuencia, el im perio de la clase m edia se desmoronó, y entre
sus escombros floreció lo que Castells denom inó “ciudad dual” .
Su estudio fue liderado por la Escuela de Los Angeles, encuadrada
en los departam entos de Planeam iento U rbano y Geografía de la
UCLA. Sus integrantes centraron las investigaciones en la ciudad que
les daba nom bre, la posmetrópolis por excelencia. Ciudad de cuarzo,27
obra emblemática del sociólogo M ike Davis, popularizó dos temas
principales que, desde el punto de vista espacial, apuntaban en direc­
ciones contrapuestas: la lucha por el territorio (hacia el centro urba­
no) y la obsesión p o r la seguridad (hacia la periferia). En referencia
al prim ero, este marxista esencialista denunciaba el proceso de colo­
nización desatado por la reestructuración social tardocapitalista, donde
al avance de los “ conquistadores” , las clases altas y las últimas oleadas
de inmigrantes, se enfrentaban sectores marginales que se resistían a
abandonar los barrios en los que habían sido confinados. En este
punto, el testigo pasaba al segundo tema. La perm anente conflictividad
y las esporádicas explosiones de violencia derivadas de esa lucha por
153
METÁPOLIS: 1979-2007
el territorio28 habían convencido a los más afortunados de la necesid.nl
de proteger sus enclaves con muros, sistemas de detección electróníi ,i
y guardas de seguridad. M uchos se habían atrincherado en “cornil
nidades cerradas”, un nuevo tipo de suburbio que gozaba de la
misma consideración jurídica que una entidad privada: las asociacionn
de propietarios podían im poner tasas, dirim ir disputas, ofrecer pro
tección policial, dispensar servicios de salud, construir calles, deter
m inar reglas estéticas, etc. Su fulm inante expansión por la nueva
suburbia transformó el igualitario paraíso de la clase media en lo
que Davis denom inó “un archipiélago carcelario” .29
Num erosos sociólogos y geógrafos, adeptos o no a la Escuela de
Los Angeles, encontraron en estos temas excelentes hilos argumen
tales a los que aferrarse para no perderse en el ovillo metapolitano.
El geógrafo N eil Smith siguió el de la lucha por el territorio. En
La nueva frontera u r b a n a acusó a las administraciones públicas de ir
de la m ano de los prom otores privados en el proceso de gentrifica
ción de los centros urbanos, argum ento que coincidía con el de
John Elannigan y su estudio Fantasy City. La Adm inistración contri
buía a esta rem odelación poniendo en marcha campañas policiales
de acoso a la delincuencia y la marginalidad, seguras compañeras de
viaje de toda zona en decadencia. Tras desplazar a drogadictos,
prostitutas, mendigos y okupas, em prendía la transform ación física.
El espacio público era adecentado y la rehabilitación de los edificios
confiada a los prom otores, que recibían subvenciones para, entre
otras cosas, desalojar a los empobrecidos residentes. Aparecía entonces
la avanzadilla de “la conquista de la nueva frontera” : jóvenes artistas,
igualm ente subsidiados, que llegaban acompañados po r un aluvión
de gimnasios, galerías de arte, tiendas chic y restaurantes. Finalmente
desembarcaban los exclusivos colectivos sociales que eran el objetivo
últim o de esta entente público-privada.
Algunos sociólogos se interesaron p o r ellos. En La clase creativa,3'
R ichard Florida definía un com plejo grupo hum ano que, supuesta­
m ente, se había convertido en el m o to r económ ico de las metápolis.
La tesis era: las que atraían y retenían a la clase creativa prosperaban;
154
las que no, se estancaban. Este hecho marcaba un punto y aparte en
la historia urbana: si el crecim iento de las metrópolis y las megalo­
polis había dependido de que en ellas se instalaran determinadas
empresas que captaban capital hum ano, el de metápolis iba en fun­
ción de que en ella se instalara un determ inado capital hum ano que
captaba empresas. Especialmente im portante era el “núcleo supercreativo” — form ado por profesores universitarios, científicos, inge­
nieros, escritores, artistas, arquitectos, editores, analistas, etc.— ,
profesionales que producían formas y diseños transferibles y utilizables por el resto de la sociedad. Según Florida, lo que les impulsaba
a asentarse en una ciudad eran las tres T : talento, una población alta­
m ente educada y formada; tecnología, las infraestructuras básicas
de la cultura empresarial; y tolerancia, un am biente social abierto
al recién llegado y respetuoso con las diferencias de género, raza u
orientación sexual. A ello había que sumar un cuarto com ponente:
un entorno físico de calidad, con carácter y rebosante de vida urba­
na y cultural. N in g ú n lugar de la metápolis respondía m ejor a estas
expectativas que sus gentrificados distritos históricos.
Las armas utilizadas p o r los “conquistadores de la nueva frontera”
para som eter estos territorios habían sido desveladas p o r el sociólo­
go Pierre Bourdieu, un hijo de Mayo del 68. En La distinción: crite­
rios y bases sociales del gusto32 defendió que el espacio social de una
persona se com ponía de un capital económ ico y uno cultural. Los
individuos con similares niveles de ambos solían com partir habitus
— un repertorio de pensamientos, gustos y tendencias, m uchos de
ellos inconscientes— que conform aban la marca cultural que los
posicionaba en el espacio social: cóm o hablaban, cóm o vestían y
cóm o se relacionaban. Para im poner su presencia en una zona, los
“conquistadores” desplegaban su habitus: tiendas de estilo, galerías
de arte, estudios de danza y restaurantes exóticos que suplantaban a
los negocios tradicionales y m antenían a distancia a los indeseados,
grupos sociales con diferentes capitales económ icos y culturales.
La segunda cuestión apuntada por Mike Davis en Ciudad de cuarzo,
la obsesión p o r la seguridad, expandió por los community studies el
155
METÁPOLIS: 1979-2007
interés por las com unidades cerradas. En Fortress America,33 Edwuul
J. Blakely y M ary Gail Snyder las clasificaron en tres tipos: las coi mi
nidades de estilo de vida, diseñadas para colectivos interesados cu
una determ inada forma de vida, norm alm ente asociada a activiil.nl>
de ocio (comunidades para jubilados, golfistas, parejas sin hijos, di i
las comunidades de prestigio, para personas deseosas de escenifie.it
su elevado estatus social; y las comunidades seguras, muy diferentes
a las dos anteriores, con el único objetivo de proteger a sus residentes
de las amenazas metapolitanas.
En Behind the Gates,34 la antropóloga Setha Low puso de relieve
que la base social que alimentaba a las com unidades cerradas era
ideológicam ente antagónica a la de la clase creativa. Mientras que
esta última, que optaba p o r instalarse en los cascos históricos, era
mayoritariamente progresista, los vecinos de las comunidades cerrada ,
eran neoconservadores celosos de los valores tradicionales resucitados
por George W Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001
familia, religión, patria, etc. La paranoia que suponía m antener vivo
el m ito del “sueño am ericano” en una metápolis esencialmente dual
y violenta les provocaba una ansiedad que derivaba en obsesión poi
la seguridad y rechazo de todo lo público. Era la “cultura del miedo",
concepto avanzado por el sociólogo Barry Glassner en The Culture
o f Fear,35 una forma de vida sustentada sobre el pánico moral. Los
medios de com unicación la soliviantaban sobredim ensionando actos
criminales y difundiendo escenas violentas en horarios de máxima
audiencia. Este perm anente hostigam iento había convencido a los
moradores de las com unidades cerradas de la pertinencia de renun
ciar a amplias dosis de libertad personal en pro de la seguridad.
Estaba claro que la percepción sociológica de suburbia había dado
un giro de 180 grados desde que, en 1956,W illiam H. W hyte se
refiriera a la “hoguera participativa” de los residentes de Park Forest,
o desde que, en 1967, H erbert Gans calificara a los habitantes de
Levittown com o “ colaboradores hiperactivos” . En los albores del
siglo x x i el m ito com unitarista de los suburbanitas se desm oronaba.
E n The Moral Order o f a Suburbf' M . P. B aum gartner los acusaba de
156
“minimalismo m oral” : individualismo, falta de compromiso, exclusión
de los diferentes.También el politólogo R o b e rt P utnam llamaba la
atención sobre el declive de la vida civil estadounidense, detectable
en el descenso de la participación en colectivos locales, clubes
sociales, asociaciones caritativas, etc., así com o en la reducción de
encuentros con familiares y amigos. En Solo en la bolera: colapso y
resurgimiento de la comunidad norteamericana,37 utilizó el concepto de
“capital social” para analizar las redes com unitarias, distinguiendo
entre las que generaban capital bonding y bridging. Las prim eras eran
exclusivas y se establecían entre personas que com partían edad, raza,
religión, estatus, etc.; las segundas eran inclusivas y conectaban gru ­
pos hum anos diferentes. Los suburbanitas metapolitanos eran ricos
en capital bonding, gracias a los clubes de todo tipo que abundaban
en sus urbanizaciones (con Boy Scouts y R otary Clubs a la cabeza),
pero pobres en capital bridging, ya que estos grupos eran socialmente
hom ogéneos en clave WASP (W hite-A nglo-Saxon-Protestant: blan­
co, protestante y anglosajón). Putnam reconocía que capital bonding
y capital bridging se retroalimentaban, por lo que la carencia del
segundo conllevaba la degeneración del prim ero. U na sociedad
sana y tolerante no era viable sin capital bridging, algo perfectam ente
constatable en muchas com unidades cerradas.
S o cied ad de m in o ría s y estu d ios culturales:
p o sc o lo n ia lism o , gén ero y sexu alidad
La dualidad socioeconómica inducida por el mercado laboral tardocapitalista no era la única falla que separaba la megalópolis de la m etápolis. Fredric Jameson, crítico literario influido por H enri Lefebvre y
M ichel Foucault, dem ostró que tam bién la cultura había abierto un
abismo insalvable entre ambas. C om o explicó en El posmodernismo o
la lógica cultural del capitalismo avanzado ,38 los lazos sociales que habían
hecho posible la cultura de masas megalopolitana se habían disuelto
debido a la pérdida de legitim idad experim entada p o r los partidos
políticos, los sindicatos, las instituciones públicas, etc. En la atmósfera
157
METÁPOLIS: 1979-2007
metapolitana relativista, la “sociedad de masas” había sido reemplazad»
por una “sociedad de minorías”, un conglomerado de razas, religiones,
culturas y nacionalidades que reivindicaban juegos de lenguaje pro
pios y diferenciados. Para definir esta galaxia humana, Jameson propuso
superar el concepto decimonónico de clase social, demasiado genérii o
y abstracto, y sustituirlo por el de grupo social, en alusión a un con
ju n to de individuos que se identificaba con una determ inada expn
sión cultural independientem ente de su nivel económ ico.
Paradójicamente, el ocaso de la unanim idad y el triunfo de la
diversidad convivían y se retroalim entaban del fenóm eno contrario
En Sociology beyond Societiesf el sociólogo John U rry acusó al tardo
capitalismo de haber puesto en marcha un com plejo pero aplastanh'
proceso de hom ogeneización cultural del planeta en clave anglosa
joña. Tres eran los frentes abiertos: el de las multinacionales, que
estaban desmantelando los gustos locales para inundar los países
con productos estandarizados; el del mercado global de servicios
mediáticos y de com unicaciones, que hacía lo propio en el ámbito
de la prensa, radio y televisión; y el del hardware y software de la
industria informática, responsables de la “colonización de banda
ancha” . U rry denom inó a este proceso “m cdonalización” . Suponía
el difum inado de las identidades regionales en favor de la “posmo
dernidad” ,la expresión cultural del tardocapitalismo.
La manifestación arquitectónica de este fenóm eno fue objeto
de un libro que influyó de forma decisiva en la teoría de la década
de 1990: Los “no lugares": espacios del anonimato,40 del antropólogo
francés Marc Augé. Los “no lugares” eran la negación del lugar
antropológico tradicional: espacios abstractos, superficiales, sin
identidad y sin historia. Estaban por doquier en la metápolis:
centros comerciales, hospitales, aeropuertos, autopistas y hoteles.
Según Augé, aunque su esencia era el desarraigo, estos entornos no
eran alienantes. El conocim iento de las reglas de juego p o r las que
se regían, continuam ente anunciadas en carteles que dirigían, auto
rizaban o prohibían, generaba en los usuarios una “identidad com ­
partida” que les posibilitaba disfrutar del anonimato.
158
A la sociología marxista le gustaba pensar todo lo contrario, que
la gente abominaba de los “no lugares” , que los múltiples grupos
sociales metapolitanos estaban dispuestos a entablar batalla en pro
del derecho a expresar su identidad. Tal com o defendía Stuart Hall
en Modernity and Its Futures,41 esta últim a había dejado de ser algo
esencial para convertirse en algo posicional, en un papel que la
persona adoptaba para concretar su ubicación en el espacio de los
flujos. En The Cultures o f Cides ,42 la socióloga Sharon Z ukin especi­
ficaba que esa identidad posicional se expresaba estéticamente, es
decir, m ediante prácticas culturales “productoras de símbolos” .
Era la forma elegida por los jamaicanos de B rixton, los judíos de
Brooklyn o los homosexuales de Castro para representarse a sí
mismos ante sus conciudadanos.
Este postulado dirigió la mirada de los sociólogos hacia los
“estudios culturales” , la fórm ula ideada por el pensam iento crítico
para oponerse a la posmodernidad desde posiciones no universalistas,
tal com o había presagiado David Harvey al reconocer la fragmenta­
ción de las actitudes sociales y culturales. Su punto de partida seguía
siendo fiel a los planteam ientos marxistas: el espacio urbano no era
algo neutro u objetivo, sino un ente predispuesto a que los poderosos
ejercieran su dom inio sobre los débiles. La novedad radicaba en el
reconocim iento de que las lógicas subyacentes tras estas prácticas de
im posición y subordinación no eran únicam ente de clase; tam bién
en torno a la raza, la sexualidad, el género, la edad o la enferm edad
se habían articulado estrategias segregacionistas. Igualmente, pusieron
en evidencia una realidad pocas veces cuestionada: que la inmensa
mayoría de los geógrafos, sociólogos, historiadores y arquitectos que
habían escrito sobre la ciudad eran hombres, blancos y occidentales
que difícilmente habían podido evitar filtrar sus investigaciones por
prejuicios personales. Para desenmascararlos, los estudios culturales
abogaron p o r analizar “los procesos de producción de la cultura de
las clases subalternas en la sociedad industrial y postindustrial” .43
Este propósito abrió las puertas de las ciencias sociales a las minorías.
Tres fueron las líneas de reflexión que las invitaron a entrar.
159
METÁPOLIS: 1979-2007
En prim er lugar, el poscolonialismo. En el capítulo anterior vini««
que el interés por las ciudades del Tercer M undo fue introducido
en los estudios urbanos por la antropología. Ello anim ó a arquiln Ion
com o John Turner a analizar los barrios informales de megalòpoli'!
indias o sudamericanas. N o pudieron, sin embargo, evitar tamizadlo
por lógicas de pensam iento eurocéntricas, lo que los llevó a consí
derarlos com o entornos en evolución que aún no habían alcanzado
la m adurez (léase: la condición propia de la ciudad formal europea)
Era la “tiranía de la epistemología occidental” denunciada por Homi
K. Bhabha. Este crítico literario de origen indio, considerado el
padre del poscolonialismo, defendía que dicha tiranía seguía activ.i
en el subconsciente de los antiguos colonizados. B uen ejemplo de
ello eran las ciudades del Magreb, cuyos habitantes fueron segregado*,
durante la ocupación francesa: los nativos a la m edina y los coloni
zadores a las villes nouvelles. C om o puso de manifiesto Chantal
C hanson-Jabeur en su texto “Modèles urbains et modes de
transport au M aghreb”,44 esta lógica dicotòm ica persistía en el
urbanism o norteafricano contem poráneo, que distinguía entre dos
entidades urbanas contrapuestas: la zona árabe, orgánica y pintoresca,
y la europea, ortogonal y racional.
Bhabha pensaba que tam bién las políticas multiculturales de la
década de 1980 y 1990 habían caído en esa trampa. C o n la noble
intención de respetar el espacio del “o tro ”, habían desmem brado la
metápolis en barrios étnicam ente puros. Las violentísimas revueltas
raciales que estallaron en Londres (1981) o Los Angeles (1992) evi
denciaron el peligro que subyacía tras esa estrategia. Inconsciente­
m ente, la m ulticulturalidad había traducido el binom io “ colonizado!
y colonizado” a uno más contem poráneo pero igualmente segrega
cionista: “nativo e inm igrante” . Para superarlo, Bhabha proponía
reconducir los esfuerzos en otra dirección, hacia la “interculturalidad",
En E l lugar de la cultura** instó a prom over la “hibridación cultural”
(las relaciones interculturales) en vez de la “ diversidad cultural” (las
diferencias culturales). El objetivo era crear una sociedad mestiza que
habitase en el “tercer espacio de enunciación” , un entorno ambiguo
160
y contaminado, constatación de que la cultura y la identidad no eran
códigos hom ogéneos y cerrados, sino entes complejos y abiertos.
La segunda línea de trabajo abierta por los estudios culturales fue
la del género. A finales de la década de 1970 el feminismo se filtró
en la sociología, la geografía, la antropología y la crítica literaria.
Así nacieron los women’s studies, una de cuyas prim eras publicaciones
fue The Women in the American C ity,46 que en su fase inicial estuvie­
ron dom inados por m ovim ientos feministas de orientación marxista.
El argum ento que vehiculó sus reivindicaciones fue la detección,
en la cotidianeidad urbana, de una misoginia que favorecía los valores
e intereses masculinos a costa de los femeninos. Tal com o puso de
manifiesto la geógrafa Linda M cDowell en Género, identidad y lugar,*’
el espacio público había sido consagrado al hom bre, mientras que
la m ujer había sido recluida en la casa. En The Sphinx in the City,4* la
socióloga Elizabeth Wilson remitía al cine y la literatura para demos­
trarlo: durante la noche, la hem bra solo estaba presente en calles y
plazas com o representación de lo perverso (como prostituta, m ujer
fatal, etc.) o lo irracional (tentando el “espíritu noble y sensato” del
macho). Esta misoginia inconsciente había perm eado tam bién en el
urbanismo. Jane Darke denunció en Women in Cities49 que la zonificación funcional de La Carta de Atenas obedecía a una concepción
estereotipada de los roles familiares: un hom bre regido p o r los hora­
rios laborales y una m ujer pautada p o r las tareas de la casa.Tan solo
así se explicaba que la zonificación funcionalista alejara las áreas
residenciales de las productivas, forzando unos desplazamientos
que imposibilitaban la conciliación de lo dom éstico con lo laboral
y, p o r ende, la incorporación de la m ujer al mercado de trabajo.
En una segunda fase los women’s studies em prendieron una trayec­
toria m enos vicaria del activismo feminista. R econocieron que,
históricam ente, la ciudad había sido un lugar de liberación y
emancipación para la mujer. La propia Darke admitía que la “ciudad
conformada por varones” le había ofrecido la posibilidad de trabajar,
divertirse y ser ella misma. Algunas autoras incluso intuían esencias
femeninas en la tendencia de la metápolis hacia la fragmentación, lo
IGI
METÁPOLIS: 1979-2007
m últiple y lo complejo. Otras interpretaban la gentrificación c oimh
una conquista, ya que el retorno a los centros históricos estaba pea
mitiendo que muchas mujeres compatibilizaran actividades prole ,i"
nales y domésticas. Aun así, los women’s studies localizaban dos ámlnlu
metapolitanos donde la condición de género seguía discriminando
el espacio público y los centros comerciales. La falta de segurid.nl
condicionaba el uso del prim ero por parte de la mujer, que, a dt’ln
minadas horas del día, se retiraba de calles y plazas para “autosegn
garse” en casa. Por lo que respecta a los centros comerciales, los
women’s studies denunciaban que su concepción arquitectónica res
pondía a una ecuación claramente machista: m ujer igual a consumo
La tercera “diferencia” que los estudios culturales colaron pot l,i
puerta de la sociología urbana aludía a la sexualidad. En Historia di
la sexualidad,50 M ichel Foucault afirm ó que el erotismo era un coilt
ponente esencial de la ciudad, que el espacio público estaba plagado
de ansiedades sexuales. C om o pusieron de manifiesto los geógralos
David Bell y GillValentine en Mapping Desire,5' ello era especial­
m ente cierto en el caso de la identidad homosexual. Los estudios
urbanos elaborados desde este prisma se conocen com o estudios
queer. Surgieron en Estados U nidos al amparo de los movimientos
de gays y lesbianas, extendiéndose posteriorm ente al colectivo
transgénero. Los estudios queer y los women’s studies com partían un
mismo presupuesto: la ciudad era un territorio social diseñado por
el hom bre para excluir al “otro” , léase “hom osexual” o “m ujer” .
E n el caso del prim ero, el argum ento esgrim ido era la “heteronormatividad”, la suposición de que la heterosexualidad era la expresión
“norm al” de la sexualidad. El espacio público quedaba así “desexua
lizado” , y el m undo gay y lésbico condenado a la marginalidad o la
invisibilidad (la reclusión en casa). Sin embargo, tam bién los estudios
queer reconocían que la ciudad era un entorno liberador. En E l género
en disputa,52 considerado com o su prim er manifiesto, Judith Butler
se interesó por los espacios queer: barrios de homosexuales, zonas de
cruising, locales de ambiente, etc., auténticas “heterotopías” foucaultianas donde los valores culturales dominantes eran contestados con
códigos alternativos. Todo un desafío al poder heterosexual.53
IG2
LAMETAPOLIS DELOS HISTORIADORES:
DOLORES HAYDEN, ANTHONY SUTCLIFFE,
ANTHONY0. RING
A finales de la década de 1970, el proceso de definición disciplinar
de la historia urbana podía darse por concluido. Paradójicamente,
lo que le esperaba en las décadas siguientes no era la consolidación,
sino un sismo epistemológico que resquebrajaría sus fundamentos.
El responsable iba a ser el relativismo posm oderno, que deslegitimó
la “historia universal” fundada por Hegel.
Las sacudidas se produjeron en dos tiempos. La prim era afectó a
los contenidos. El interés de los historiadores se orientó en num ero­
sas direcciones, algunas de ellas inspiradas po r los estudios culturales.
Más adelante le tocó el turno a las metodologías. Tal com o había
vislumbrado M ichel Foucault, la historia dejó de corresponderse
con una cronología progresiva para descom ponerse en m ultitud de
fragmentos circunstancialmente relacionados.34 Era el fin del m etarrelato hegeliano, de la organización del tiempo y los acontecimientos
en un discurso lineal. Este radical cambio de paradigma incitó a
algunos historiadores a reclamar una refundación disciplinar, labor
asumida por la nouvelle histoire.
La apertura tem ática:
suburbia y estu d io s culturales
En lo referente a contenidos, la historia urbana nretapolitana destacó
p o r su tendencia a aventurarse por sendas inexploradas. U na de ellas
fue suburbia, que, tras dos siglos de existencia, había devenido objeto
de estudio histórico. En 1987 fbobert Fishman escribió Bourgeois
Utopias,55 el libro que estableció los fundam entos de esta línea de
investigación: la irrupción del fenóm eno en Londres a comienzos
del siglo x ix ,56 su traslado a Estados U nidos por Frederick Law
163
METÁPOLIS: 1979-2007
Olm sted, la consagración en Los Ángeles en to rn o a 1950, etc.
También inauguró la afición a concluir las historias suburbanas con
futuribles nom brados con los más diversos neologismos: technoburh
fue el elegido por Fishman. En Building Suburbia,57 la arquitecta r
historiadora feminista Dolores Hay den utilizó siete patrones forinalt •
para reconstruir el caso estadounidense: tierras de periferia, enclavi
pintorescos, prom ociones de tranvías, suburbios de catálogo auto
construidos, suburbios de serie de televisión, nodos de borde y fla nn
rurales. Los dos prim eros remitían a la prehistoria del proceso
(1820-1910), el par siguiente prefiguró el suburbio de masas
(1910-1945), el quinto lo materializó en megalópolis (1945-1970)
y los dos últimos florecieron en la metápolis.58
A esta misma autora se debió la apertura de un segundo frente
temático, en este caso ilum inado por los estudios culturales: el del
género. Hayden acusaba al capitalismo monopolista de haber entablado
una oscura alianza con el machismo. En la ciudad preindustrial, casa
y lugar de trabajo coincidían, por lo que las tareas eran compartidas
Al separarlos, la prim era fue consagrada a la m ujer y el segundo al
hombre. Esta segregación espacial se agravó tras la II Guerra Mundial,
cuando las mujeres estadounidenses fueron apremiadas a abandonar
las fábricas que las emplearon durante el conflicto para retornar a
casa. Por aquel entonces, ello significaba recluirlas en suburbia, un
m odelo urbano que había disparado la distancia física existente entre
zonas residenciales y laborales, desactivando toda posibilidad de
conciliar tareas domésticas y profesionales. Se asentaba así el clásico
trípode de los women’s studies: mujer, consum idora y ama de casa.
Para denunciar todo esto, Hayden fundó en 1984 T h e Power
o f Place, una asociación que reivindicaba el papel desempeñado por
las mujeres y los grupos étnicos m inoritarios en la historia de Los
Ángeles. R ecuperar y dignificar la m em oria de los lugares vincula­
dos a estos “angelinos invisibles” formaba parte de un proyecto de
confrontación de la mcdonalizada cultura posm oderna, mayoritariam ente masculina y blanca, de ahí que Diane Favro hablara de una
“historia urbana activista” . En 1995 Hayden publicó The Power o f
Place,59 donde repasó una serie de acciones llevadas a cabo por su
164
asociación en el centro de Los Ángeles, com o la reivindicación de
la figura de Biddy Masón, una afroamericana que vivió en la segunda
mitad del siglo x ix , la conm em oración de un salón sindical frecuen­
tado por obreros rusos y latinos de la industria textil, etc.
Inicialmente, la historia urbana amparada bajo el paraguas de los
women’s studies centró su atención en el espacio público, sancionado
por aquellos com o epicentro del poder machista, y del que las
mujeres habían sido excluidas en el siglo X V iii, cuando su uso quedó
reservado a actividades mercantiles, lo que suponía consagrarlo a los
hombres. En el siglo x ix la presencia de la hem bra fue codificada:
a qué horas podía estar presente, para hacer qué, con quién y dónde.
Si infringía estas norm as, que tan solo afectaban a las burguesas, era
considerada prostituta.60 En el siglo x x , com o acabamos de ver, sería
suburbia la que la alejaría de los espacios públicos del centro de la
ciudad. C om o detectó W illiam H .W hyte en E l hombre organización,1''
la periferia, el baluarte del espacio doméstico, era un reino femenino,
mientras que el downtown, sede de los templos de decisión política
y económ ica, era un coto masculino.
Elizabeth W ilson discrepaba de este enfoque. Coincidiendo con la
segunda hornada de sociólogas urbanas feministas, creía que había que
superar el prejuicio de la discrim inación del uso del espacio público
y aceptar que la metrópolis había ofrecido a las mujeres espacios liminales semipúblicos y semiprivados (teatros, grandes almacenes, cafés,
etc.) donde podían moverse a solas y en libertad sin perder por ello
su respetabilidad. Es más, las historiadoras urbanas advertían de que
el hábito de prim ar el estudio del espacio público sobre el doméstico
era una herencia de la tiranía machista. D e hecho, era lo que la his­
toria urbana llevaba haciendo toda la vida. Para poner en evidencia
el papel del género en la evolución de la ciudad había que proceder
precisamente al contrario: confiando a la casa el papel protagonista.
Por lo que respecta a la historia del urbanismo, la renovación
temática se dilató algo más. En Italia, donde la mayoría de los inves­
tigadores procedía del campo de la historia de la arquitectura, se man­
tuvo la exigencia de la autonom ía disciplinar. E n La progettazione
urbana in Europa, 1750-1 9 6 0 , 62 B enedetto Gravagnuolo se interesó
165
METÁPOLIS: 1979-2007
por los sistemas de valores sobre los que se había sustentado l.i |n i«h
urbanística europea desde la Ilustración: la poética del verde, la <mi
tinuidad con la ciudad histórica y las ideas de la innovación film lunal
Planteamientos similares defendía la denominada Escuela de Vencí la
abanderada por D onatella Calabi. En Storia dell’urbanística euro/ii'ii,1
esta autora analizó las cuestiones que centraron el debate urbain i i >
entre 1858 y 1970, así com o los instrum entos disciplinares utili/adn
para abordarlas.
El entorno anglosajón, por su parte, siguió cimentando la histoi M
del urbanismo en función de variables socioeconómicas. En 19 /7 m
fundó la International Planning History Society (IPHS), liderada p u l
el historiador A nthony Sutcliffe, autor del libro pionero de la histol la
del planeamiento: British Town Planning. The Formative Years.M Espei lal
interés suscitaron las transferencias de corpus legislativos entre Europa
y Estados Unidos, principalm ente planes, reglamentos y reformas
administrativas. Sutcliffe las estudió en Towards the Planned C ity,1"
donde abordó la etapa de gestación y desarrollo del capitalismo mono
polista.También el geógrafo y urbanista Peter Hall se ocupó de ella
en Cities ofTomorrow,66 un rastreo de la evolución temporal y geográ
fica de las ideas clave del urbanismo. Esta obra eludía los modelos
deterministas de François Choay, confiando la investigación a una sene
de ideogramas: la ciudad de la noche espantosa, la de los monumentos,
la de las torres, la de los prom otores, etc. La historia resultante era
compleja y no cronológica, decididam ente poshegeliana.
La renovación de los contenidos de la historia del urbanism o se
produjo en la década de 1990, cuando se sumó a la apertura temática
inspirada por los estudios culturales, y más concretam ente por el
poscolonialismo. La cuestión de las transferencias internacionales
de ideas y modelos facilitó un punto de encuentro con una de sus
principales preocupaciones: la im posición política y psicológica
vehiculada por el proyecto colonial. En Urbanism, Colonialism and
the World-Economy,67 A nthony D. K ing analizó el proceso de im plan­
tación del urbanism o occidental en las colonias británicas, así como
su repercusión en la etapa poscolonial. La estructura íntim a de los
trazados urbanos indios fue violada po r tramas ortogonales que los
IBG
abrieron en canal para inyectar los valores de la “madre patria”, es
decir, la apuesta de la burguesía decim onónica p o r la ciencia y el
positivismo. Gigantescas plazas circulares e interm inables avenidas
rectilíneas evidenciaban el arrogante desprecio que los colonizadores
sentían por ciudades que consideraban caóticas e incivilizadas.
I n refu n d ación m e to d o ló g ic a
ii partir de la n ou velle h istoire
La nouvelle histoire irrum pió en Francia com o un subcampo historiográfico no encuadrable ni en la tradición positivista ni en la marxista.
Intentaba dar respuesta al reconocim iento del “fin de la historia”
com o metarrelato universal, algo que hizo conjugando dos m ovi­
mientos: la historia cultural y la microhistoria. La prim era derivó del
legado de la Escuela de los Anales68 y fue desarrollada p o r Jacques
Le Goff. Su objetivo era acceder a la experiencia que los ciudadanos
tenían de la realidad cotidiana, algo m uy trillado por la sociología
neomarxista y el diseño urbano anglosajón en la etapa m egalopolitana. Para la historia implicaba un esfuerzo especial: desplazar el
foco desde los héroes y las gestas, sus tradicionales piedras miliarias,
hacia la gente com ún y la vida ordinaria. La historia cultural entendía
que esa “cultura del día a día” se producía a través de las relaciones
interpersonales, que intentó aprehender prestando atención a prácticas
hasta entonces inéditas: sexuales, corporales, sensitivas... Era lo
mismo que habían hecho los estudios culturales, que acabaron
derivando la investigación hacia expresiones estéticas. La historia
cultural se sum ó a esta estrategia indagando en las formas de repre­
sentación de la ciudad, que plasmaban la visión que sus habitantes
tenían de ella.69 Para afrontar esta tarea hubo de incorporar fuentes
no especializadas, incluso de ficción y creación: crónicas de viajes,
pintura, cine, fotografía y, m uy especialmente, literatura.
Estas temáticas eran inabordables con las metodologías propias de
la Escuela de los Anales, monumentales estructuras espacio-temporales
que sintetizaban en un todo m ultitud de especificidades. A la nouvelle
histoire le interesaban elementos del texto urbano que no emergían
167
METÁPOLIS: 1979 2007
en escalas tan amplias, sino en la contingencia de cada proceso,
La búsqueda de lo particular frente a lo general, de las interrelation!
frente a la causa-efecto, le condujo hacia la microhistoria, un moví
m iento nacido en torno a la revista Quaderni Storici y el historiadoi
marxista Cario Ginzburg, que abogaba por limitar el estudio a
períodos y casos concretos; es decir, p o r abandonar los contenidos
generalizantes y retornar a los individualizantes.
Las primeras historias urbanas escritas desde sensibilidades que
presagiaban la nouvelle histoire aparecieron en la década de 1970.
Pionero fue Paolo Sica, autor de la trilogía Historia del urbanismo.
En La imagen de la ciudad: de Esparta a Las Vegas,71 prescindió de
las técnicas racionalistas, a las que acusó de reducir las ciudades a
categorías y modelos, e hizo converger el análisis estructuralista
con una m etodología derivada de la semiótica y utilizada por los
historiadores del arte: la iconología.72 Sica se interesó p o r lo mítico
religioso, por lo legendario y por la imaginación popular, ya que
coincidía con Erw in Panofsky en que la evolución del pensamiento
simbólico se proyectaba sobre la forma urbana.
Pero la influencia de la nouvelle histoire en la historia urbana no
se hizo sentir con fuerza hasta la década de 1980, cuando aparecieron
dos ensayos de Cari Schorske y Anthony Sutcliffe. El prim ero escribió
Viena Fin-de-Siécle: política y cultura,73 un relato de laViena de los
Habsburgo donde la evolución de la ciudad y su arquitectura avan­
zaba en paralelo a la de la cultura y la política. D e los siete capítulos
que lo com ponían, tan solo uno estaba dedicado a la disciplina
arquitectónica, concretam ente a la construcción de la Ringstrasse.
Los protagonistas de los otros seis eran poetas (Hugo von Hofmanns­
thal), dramaturgos (A rthur Schnitzler), pintores (Gustav Klimt),
músicos (Arnold Schónberg) o neurólogos (Sigmund Freud). Por
lo que respecta a Sutcliffe, fue el autor de Metropolis, 1 890-1940,74
una revisión de la historia de la ciudad industrial desde el punto
de vista de la música, el cine, la literatura, etc.
En la década de 1990 la historia urbana se propuso superar la
disgregada casuística heredada de la microhistoria, aventurándose
168
a abordar estudios más generalizantes desde el punto de vista espacial
y temporal, recuperando para ello el análisis comparativo y las
tipologías. La estrategia más habitualm ente utilizada fue com poner
secuencias de microhistorias. Es lo que hizo R ichard Sennett en
Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental,75 un
relato de la evolución de la ciudad a partir de la experiencia corporal
de las personas. Este sociólogo, autor tam bién de Vida urbana e iden­
tidad personal: los usos del orden,71' construyó una estructura m icrohistórica com puesta de m om entos históricos en los que algún hecho
(una guerra, un descubrim iento, etc.) había modificado la relación
que la gente m antenía con sus cuerpos: la Atenas de Pericles, la
R o m a de Adriano, el París de H u m b ert de R om ans, el Londres de
E. M. Forster. Las fuentes utilizadas eran características de la nouvelle
histoire: textos literarios, grabados, etc.
También Peter Hall repasó la transform ación de la ciudad desde
Grecia hasta la contem poraneidad encadenando microhistorias.
Cities in Civilization77 se com ponía de cinco libros guiados por
diversos intereses: la creatividad cultural, la innovación tecnológica
y económ ica, el lazo entre arte y tecnología, los procesos de rees­
tructuración y el orden urbano. El más cercano a la nouvelle histoire
era el p rim ero :“La ciudad com o encrucijada cultural” . Para desa­
rrollarlo, Hall seleccionó épocas doradas de la historia urbana: la
Atenas de 500 a. C. a 400 a. C., la Florencia del quattrocento, el
Londres de 1570 a 1620, laViena de 1780 a 1910, el París de 1870
a 1910, el Berlín de 1918 a 1933; así com o fuentes propias de la
nouvelle histoire: la música en laViena de Wolfgang Amadeus M ozart,
el teatro en el Londres de W illiam Shakespeare, la pintura en el París
de Pablo Picasso, la literatura en el Berlín de B ertolt Brecht, el rock
and roll en el M etnphis de Elvis Presley... En cuanto a la metodología,
rechazó tanto el análisis marxista, p o r considerarlo determ inista
desde un punto de vista socioeconóm ico y poco atento a los hechos
culturales, com o el psicoanálisis, demasiado centrado en el individuo.
Su apuesta fue por un eclecticismo que le llevó a seleccionar, para
cada libro, los m étodos y autores más apropiados a sus objetivos.
169
METÁPOLIS: 1979-2007
LA METAPOLIS DELOS ARQUITECTOS:
ROBERT VENTURI, REM KOOLHAAS,
BERNARDOSECCHI
Los arquitectos encajaron de maneras muy diferentes la drástica
m utación de las megalopolis en metápolis. Unos quedaron deslum
brados po r la rapidez, escala y radicalidad de un proceso que, en
poco más de una década, puso sobre la mesa fenóm enos urbanos
absolutamente novedosos. Guiados por efluvios iluministas, fascina
ción p o r el progreso, confianza en el futuro, etc., su opción fue
poner los pies en la tierra e intentar aprehender la lógica socioeco
nóm ica tardocapitalista para postular respuestas técnicas capaces
de hacerle frente con un urbanism o y diseño urbano de calidad.
Otros, en cambio, recelaron del cambio, sobre todo por las
implicaciones socioambientales. Prevalecía en ellos una clara
sensibilidad romántica, que clausuraba el siglo x x insistiendo en
los mitos con los que cerró el siglo xix: ciudad histórica y naturaleza.
Estos dos viejos atractores com partían una misma energía motriz:
el recién inaugurado concepto de “desarrollo sostenible” .
La co n tin u id a d del p ro y ecto ilu m in ista:
el “ p r a g m a tism o filo só fic o ”
C om o vimos en el capítulo anterior, los arquitectos iluministas
concluyeron su farragosa etapa megalopolitana retornando a sus refe­
rentes tradicionales: el diseño y la teoría urbana a la tecnología y el
urbanism o a la ciencia. Los sueños espaciales de los dos prim eros se
desvanecieron en 1986, cuando el trasbordador Challenger se evapo­
ró en el aire. La decepción provocada po r el fracaso de la conquista
del espacio reorientó sus intereses hacia las nacientes tecnologías
de la inform ación, la inform ática y las telecom unicaciones, de cuya
convergencia derivó Internet. A partir de 1990 la nueva insignia de
170
la tecnofilia iluminista sería la ciberciudad, la versión urbana del
intangible ciberespacio. La form uló W illiam J. M itchell, autor de
City o f Bits,7* arrancando con una apelación: dado que muchas de las
actividades económicas, sociales y culturales que antes se desarrollaban
en la ciudad ahora lo hacían en el ciberespacio, el diseño urbano debía
ser reformulado. Su com etido no sería ya dar form a a espacios y
edificios, sino producir software que recreara entornos virtuales y los
interconectara electrónicamente. En su “ciqdad de bits ”, la parte
digital suplantaría a la física: los accesos y recorridos serían conexiones
electrónicas; las fachadas, gráficos de pantalla; el espacio público,
páginas gratuitas; y los barrios, juegos de rol interactivos. En su
siguiente libro, E-topía ,79 M itchell enunció los principios del “diseño
ciberurbano” : desmaterialización, desmovilización, funcionam iento
inteligente, personalización en masa y transform ación suave.
A diferencia de los diseñadores urbanos, los urbanistas iluministas
se olvidaron de la tecnofilia para reorientar sus esfuerzos hacia la refor­
mulación de las bases conceptuales de su disciplina. Se trataba de res­
ponder al acoso de sus com pañeros románticos, que habían cerrado
el ciclo megalopolitano poniéndolos contra las cuerdas. Algunos habían
llegado a cuestionar su derecho a la existencia. En 1969 R eyner
Banham, Paul Barker, Peter Hall y Cedric Price publicaron un provo­
cativo artículo titulado “Sin plan: un experim ento sobre la libertad”.80
C on el argumento de que “Las ciudades más rigurosamente planeadas
— com o el París del barón Haussmann y N apoleón III— siempre
han sido las menos democráticas” , hacían un llamado al “sin plan” , al
desmantelamiento del planeamiento y el reconocim iento del derecho
de los ciudadanos a hacer lo que quisieran con sus propiedades.
Paradójicamente, este exabrupto, incubado en la atmósfera anti­
sistema de la década de 1960, se convirtió en el estandarte del tándem
form ado por neoliberalismo y neoconservadurism o. Su hostilidad
hacia el urbanism o provenía del convencim iento de que el mercado
era un ente superior capaz de organizar la sociedad, por lo que aquel
debía limitarse a apoyarlo. ¿C óm o hacerlo? Básicamente ciñendo el
control del uso del suelo a los casos en que existiesen factores exter­
nos que pudieran amenazar el desarrollo de la lógica económ ica
171
METÁPOLIS: 1979-2007
(peligrosidad industrial, polución ambiental, contam inación acÚMIi i
etc.). Es lo que sugería R o b e rt Jones en Town and Country Chitas,"'
donde apuntaló los pilares sobre los que debía sustentarse este urhi
nismo de bajo perfil: convenios entre entidades privadas, tribuii.il'
de uso del suelo que decidieran sobre las situaciones mencionadlo \
restricción del ám bito de actuación de la Adm inistración a las zona
de alto valor m edioambiental.
Esta crítica mercantilista entró en sinergia con la de su opuesto
ideológico: la de los estudios culturales. En Towards CosmopolisH3 y
en Cosmopolis II: Mongrel Cities in the 2 1 ' Century ,83 Leonie Sandcri ul
acusó al urbanism o de tener prejuicios desde el punto de vista de
género, de ser intolerante desde el punto de vista racial y homogeiu’i
zador desde el punto de vista social. Su objetivo era im poner en l,i
metápolis la visión del m undo propia del hom bre blanco, occidenl.il
y de clase media, para lo que utilizaba dispositivos espaciales que segn
gaban a ciertos colectivos o dificultaban determinadas actividades,
A los urbanistas iluministas les inquietaba esta atmósfera “sin plan"
El sistema de planificación que el tardocapitalismo y la posmodernidad
amenazaban con dejar m orir de inanición había sido obra suya, fruto ili
décadas de trabajo en las etapas metropolitana y megalopolitana. Para
hacer frente a su doble envite, buscaron refugio en los escasos nichos
del pensam iento contem poráneo que aún confiaban en el proyecto
iluminista: por un lado, el discurso de Elabermas, que utilizaron para
vehicular la fragm entación social metapolitana; por otro, el pragma
tismo filosófico, que blandieron para lidiar con los requisitos socioeco
nóm icos tardocapitalistas. O cupém onos de ambos p o r separado.
Por lo que respecta al primero, una cosa estaba clara: la época de los
“jefes de equipo” se había acabado y los urbanistas tenían que con­
cienciarse de lo que implicaba planificar para una sociedad de m ino­
rías. Sus principales retos eran la com unicación y la negociación, ya
que debían dar respuesta a una miríada de grupos sociales a los que
movían intereses y valores diferentes y que reclamaban su derecho a
expresarlos. ¿C óm o responderles, cóm o incorporarlos al proceso de
tom a de decisiones, cóm o manejar una realidad urbana tan compleja,
172
indeterm inada y cambiante? Desde luego, no insistiendo en la com ­
prensión holística e interdisciplinar propia del urbanism o neopositivista, con sus metodologías cientifistas, abstractas y universales. Al
contrario, los urbanistas iban a tener que conform arse con teoriza­
ciones parciales y empíricas, contextualizadas según los casos y en
abierta com petencia con otras igualm ente legítimas. En Planning in
the Face o f Power,84John Forester les recom endaba asumir los crite­
rios de la racionalidad comunicativa de Habérmas: cultivar redes de
contactos, escuchar a las com unidades, ejercer labores educativas,
aportar inform ación técnica, trabajar en grupo, animar a proponer
proyectos, etc., postulados m uy cercanos al “ urbanismo defensor” .
D e este procedim iento debía resultar el plan urbanístico, lo
que ponía sobre la mesa un problem a añadido: ¿cómo sintetizar las
propuestas derivadas de una dinámica tan abierta y participativa?
Clarence Stone se ocupó de ello en Regime Politics: Governing Atlanta
1946-1 9 8 8 ,85 donde expuso su “teoría de los regím enes” . Según
Stone, el “gobierno de la ciudad” — es decir, la acción de ordenarla
y controlarla— había dejado paso a la “gobernanza de la ciudad” ,
esto es, movilizar y coordinar esfuerzos para conseguir un fin. En
este encuadre, el papel de las administraciones locales era definir
estrategias, un asunto no baladí, ya que el urbanism o se había con­
vertido en una eficaz herram ienta en la descarnada com petencia
entre las metápolis por atraer inversores. Los ayuntamientos intentaban
seducirlos m anejando planes y normativas que garantizaran a sus
localidades determ inados estatus de em pleo y funcionalidad. Stone
denom inó “regímenes” a los acuerdos que, con ese fin, se establecían
entre sectores públicos y privados, describiendo cuatro tipos que se
correspondían con una estrategia determ inada: de m antenim iento,
orientados a salvaguardar una situación preexistente; de desarrollo,
destinados a prom over el crecim iento económ ico; de creación de
oportunidades para las clases bajas, enfocados a m ejorar la educa­
ción, la sanidad, el transporte público, etc.; y progresistas de clase
media, sensibles a temas com o el m edioam biente, el patrim onio
o la vivienda social.
173
METÁPOLIS: 1979-2007
A nte el segundo frente abierto por los proceres del “sin plan",
el de la soberanía del mercado, el urbanismo iluminista enconlni
amparo en una filosofía de la práctica conocida com o pragmatismo
Sus mentores, entre los que destacaban Richard R o rty y John
Dewey, argum entaban que la visión del m undo propia de los seres
hum anos era em inentem ente pragmática, libre de aprioris teórit o s
Rechazaban p o r ello las abstracciones y los dogmas, y apostaban p>h
encarar los problemas con criterios altam ente flexibles, orientados
a la praxis y fundamentados en prácticas socioculturales.
El pragmatismo filosófico sintonizaba con un deseo que siempu
había flotado en la atmósfera posmoderna, tan receptiva a lo real y Un
hostil a las utopías: poner los pies en la movediza tierra metapolitan.i
H em os visto cóm o este anhelo había calado en la sociología urb.uui
con la apertura a temas com o el género o la sexualidad, y en la his
toria urbana, con el reclamo de una historia con minúsculas, la de la
gente corriente. Las puertas del urbanism o se las abrió Jo h n Foresln
en la ya citada obra Planning in the Face o f Power. Iras reconocer que
lo único que las administraciones neoconservadoras esperaban de la
planificación era que apoyase al sector privado, reclamó que se hicieu
frente a este som etim iento sin renunciar a los valores éticos: la dieo
tom ía de lo procedim ental versus lo substancial era insostenible en la
marcadamente culturalista atmósfera metapolitana. Su propuesta
consistía en sintetizar la racionalidad comunicativa y la filosofía del
pragmatismo en lo que se conoce com o “pragmatismo crítico”,
cuyos principios eran: el neoliberalismo com o escenario y el plura­
lismo com o regla de juego. Para el urbanista suponía aceptar que su
disciplina era em inentem ente práctica, orientada hacia la resolución
de problemas, pero tam bién fácilmente manipulable p o r el poder
económ ico, por lo que habría de estar atento a las distorsiones que
este intentaría introducir en el proceso de tom a de decisiones, ade­
más de proteger e incorporar al mismo a las m inorías desfavorecidas.
El pragmatismo filosófico tam bién se extendió a la teoría urbana.
El elem ento catalizador fue el descubrim iento de la ciudad estadou­
nidense, y no precisamente de C hicago o N ueva York. A R eyner
174
Banham, crítico e historiador británico, se debió la prim era intelectualización de la urbe estadounidense p o r excelencia: Los Angeles.
C onvencido de que conceptos com o “b arrio ” o “ calle” eran insufi­
cientes para aprehenderla, acudió a factores geográficos, climáticos y
de localización para definirla com o la confluencia de cuatro ecologías:
las playas, las estribaciones, la llanura y la “autopia” , la ecología arti­
ficial de las autopistas. Así lo expuso en Los Angeles. The Architecture o f
Four Ecologies,86 donde defendió com o bondades todo aquello de lo
que la teoría urbana neomarxista abominaba: los centros comerciales
eran un ejemplo de “ diseño cívico” , la cultura del autom óvil obede­
cía a un “principio dem ocrático” , la red de autopistas aseguraba
“consistencia urbana” ... El discurso de B anham ponía fin a tres
décadas de desprecio de lo que Lewis M um ford calificó com o “la
más rotunda m ediocridad y banalidad” . La teoría urbana iluminista
había descubierto las insospechadas virtudes de suburbio.
El segundo hito literario de la puesta en valor del “Estados Unidos
real” lo escribieron R obertV enturi, Steven Izenour y Denise Scott
Brown. Su admiración por la cultura de masas les vino de sociólogos
com o Elerbert Gans, quienes despertaron su interés por la casa subur­
bana, po r los drive-in y, en definitiva, po r todo lo que rodeaba el día
a día del “estadounidense m edio” . En 1972 publicaron Aprendiendo de
Las Pegas,87 donde aplicaron las técnicas del estructuralismo lingüístico
a los hechos urbanos, rastreando en ellos lo que U m berto Eco
denom inó “aperturas” , es decir, el núm ero de lecturas posibles que
perm itían. Inauguraron así una nueva y revolucionaria mirada sobre
los “ elementos de mala reputación” que poblaban las ciudades. C ri­
ticaban la actitud elitista del m ovim iento m oderno, que los conside­
ró producto de la degradada sociedad de consumo. Todo un error,
según Venturi, Izenour y Scott Brown, quienes reclamaban que el
arquitecto reasumiera sus funciones com o técnico, abandonadas en
su progresiva sofisticación com o artista de vanguardia, y se reconci­
liara con los requisitos y aspiraciones de la gente. Ello implicaba
intelectualizar “lo feo y lo ordinario” del arte comercial, expresiones
“incorrectas” según los puristas cánones estéticos de la m odernidad,
175
METÁPOLIS: 1979-2007
pero tras las que se escondía un filón semiótico. N o es de extuit.ii
que estos tres autores se fijaran en Las Vegas, de la cual llegaron ,i
afirmar: “ Creem os que la docum entación y el análisis cuidadoso dt
su form a física es tan im portante para los arquitectos y los urli.n n a i­
de hoy com o lo fueron los estudios de la Europa medieval y de la
Grecia y la R o m a antiguas para generaciones anteriores” .
Venturi, Izenour y Scott Brown coincidían con Banhant en el
reconocim iento de suburbia, a la que ensalzaron com o represenianii
de “la fase más desarrollada del crecim iento urbano” . Denunciaban
que se la denigrara al compararla con la ciudad tradicional, algo tan
injusto com o im procedente, ya que las lógicas espaciales de ambas
eran totalm ente diferentes: si una era rítm ica y cerrada, la otra era
dinámica y abierta; si una estaba estructurada por m onum entos,
la otra por símbolos comunicativos... Para aprehender el orden
espacial suburbano se requerían metodologías de análisis distintas
a la m orfogenética o la tipomorfología. Para el estudio del Strip de
Las Vegas, por ejemplo, Venturi, Izenour y Scott Brow n elaboraron
planos de intensidad y variedad de usos, de actividades asociadas
a tiempos, de ilum inación, de relaciones entre signos, etc.88
C om o reconocería Peter Hall, la publicación de Aprendiendo
de Las Vegas fue cataclísmica: marcó “el fin del m ovimiento m oderno
en arquitectura y su desplazamiento por la posm odernidad”.89
En la década de 1980 se im puso com o referente de los profesionales
que aspiraban a poner los pies en la tierra de la naciente metápolis.
R esponder a sus pragmáticos requisitos con los instrum entos pro­
pios del urbanismo y la arquitectura implicaba engullir dos premisas
de difícil digestión: plegarse a la lógica económ ica tardocapitalista
y ceder a los gustos y demandas de la sociedad posm oderna.
La teoría urbana iluminista optó por ponerse manos a la obra.
El testigo de Venturi fue recogido por R e m Koolhaas, quien coincidía
con el pragmatismo filosófico en la necesidad de dejar de lado los
manifiestos teóricos para concentrarse en atender las demandas
del mercado. C om o había ocurrido en los casos de Banham y
Venturi, esta determ inación le llevó a fijar la atención en la ciudad
176
estadounidense, p o r su suculento historial de desprecios a norm as y
reglamentos. En Delirio de Nueva York'" analizó el caso de M anhattan
entre 1910 y 1940, un producto de la “cultura de la congestión” .
Su tesis era que la atmósfera artificial de la metrópolis provocaba en
los ciudadanos ansiedad p o r vivir “realidades”, experiencias que, si
no existían, había que fabricar. Parques temáticos, centros comerciales
y locales de espectáculo utilizaron la avanzada tecnología monopolista
para reproducir fantasías de todo tipo. Koolhaas reconocía, incluso
celebraba, que la superficialidad y el espectáculo eran la base de la
sociedad industrial; es más, defendía que el “m anhattanism o” debía
articular el urbanism o contem poráneo.
En la década de 1990 se multiplicaron los retos a los que habría
de enfrentarse la teoría urbana inspirada por el pragmatismo filosó­
fico. El espacio de los flujos desató gigantescos cambios territoriales
en regiones hasta entonces remotas. Tras tom ar nota de la adverten­
cia de la sociología sobre los prejuicios colonialistas, la teoría urbana
com enzó a rastrear en los países en vías de desarrollo alternativas que
refrescaran sus anquilosados postulados: lo espontáneo frente a lo
regulado, el caos frente al orden, la gestión com unitaria frente a la
administrativa, etc.Tres zonas atrajeron la atención de los arquitectos:
Sudamérica, por la ciudad inform al que, al albur de la fascinación
posm oderna po r lo caótico, lo fragm entario y lo complejo, se había
convertido en fuente de inspiración; Africa, por fenóm enos urbanos
tan explosivos com o prim arios, manifestaciones “prem odernas” que
despertaron la curiosidad de una generación deseosa de superar los
dogmas del m ovim iento m oderno; y la gran revelación, Extremo
O riente. La trasformación geográfica que se estaba produciendo en
los denom inados “ tigres asiáticos” no tenía precedentes: migraciones
masivas, fundación de ciudades, destrucción de tejidos históricos...
La gran protagonista era China, donde estaba en marcha el mayor
éxodo rural de la historia: 225 millones de personas se habían trasla­
dado del campo a la ciudad entre 1985 y 1995, y se esperaba que 500
millones más lo hicieran en los siguientes 25 años. La brutal m uta­
ción urbana que ello entrañaba se estaba materializando sin ningún
177
METÁPOLIS: 1979-2007
tipo de reflexión, tan solo dirigida p o r el binom io de máxima pin
ductividad y m ínim o plazo. Afrontar estas desbordantes dinámii ,iv
donde la cuestión de la cantidad se im ponía abrum adoram ente
sobre la de la calidad, era fundamental para la teoría urbana íluilil
nista. El desafío era responder con una arquitectura y un urbanisni"
dignos, y ello exigía el m áxim o rigor técnico: ideas pragmáticas
ejecutables en cortos espacios de tiem po y a escala masiva.
El mejor posicionado para encarar ese lance era R em Koolhaas
En 1995 apareció S, M , L, X L ,9' una publicación sumamente novedosa
1.376 páginas de artículos, notas de diario, extractos de diccionai los
manifiestos y proyectos impresos con un efectista diseño gráfico copla
do hasta la saciedad en los años venideros. U n o de los capítulos qm
tuvo más trascendencia fue “La ciudad genérica”,92 donde Koolhaas
llamaba la atención sobre la sorprendente falta de carácter que se
estaba expandiendo p o r las metápolis, a las que denom inó “ciudades
genéricas” , un derivado de la confluencia de las nuevas tecnologías
con los hábitos socioculturales posm odernos. La coincidencia de
este hecho con el desbordante proceso de urbanización del planeta
apuntaba hacia la universalización de un prototipo urbano hijo de la
estandarización de la arquitectura, el urbanismo y las infraestructuras
Los siguientes libros de Koolhaas resultaron de su actividad como
profesor en la G radúate School o f Design (GSD) de la Harvard
University, donde fundó el taller Project on the City.93 En 2000 apa
reció Mutaciones,94 entre cuyos casos de estudio se encontraba el del
delta del río Perla, una metápolis del sur de China donde coexistían
seis grandes ciudades y habitaban más de treinta millones de personas,
Su funcionam iento estaba garantizado p o r macroinfraestructuras de
transporte: redes de autopistas perm anentem ente ampliadas, puentes
de más de 90 km de longitud, aeropuertos que movían a decenas de
millones de pasajeros, etc. Koolhaas llamaba la atención sobre el impe
rio de lo genérico. Los cientos de miles de inm igrantes que se espe­
raba que llegaran al delta en las siguientes décadas serían alojados en
“arquitecturas Photoshop” , reproducciones mecánicas de u n núm e­
ro limitado de tipos residenciales fácilmente combinables entre sí.
178
Pero la teoría urbana ¿luminista no se olvidó de la ciudad occidental,
cuya reflexión siguió alimentándose de las fuentes de B anham y
Venturi. El foco de la puesta en valor de suburbio se desplazó desde
Los Angeles y Las Vegas hacia zonas más occidentales del opulento
sunbelt, el “ cinturón del sol”, la franja m eridional del territorio
estadounidense.9:>Allí, en ciudades com o H ouston, Atlanta o M iam i
se estaba conform ando la versión más radicalm ente etérea, híbrida,
difusa y discontinua de la metápolis. Para nom brar este sprawlscape
Albert Pope recuperó la term inología term odinám ica de Doxiadis
y M cHarg. En Ladders>Glo definió com o el resultado de un proceso
entròpico de degradación urbana caracterizado por un progresivo
aum ento de la desorganización y una dism inución de la identidad.
Las dualidades centro y periferia, ciudad histórica y ciudad contem ­
poránea o urbe y naturaleza se habían difum inado en un magma
semiurbano y seminatural donde tan solo destacaban las comunidades
cerradas, que tendían hacia la m ínim a entropía, es decir, la total
clausura y la máxima organización, y su com plem ento indisociable,
los vacíos urbanos, que evolucionaban hacia la máxima entropía, o
sea, la total apertura y la m ínim a organización. Para luchar contra las
primeras, dem ostradam ente perversas, Pope abogaba por la “posur­
banización” , un estado donde naturaleza y ciudad se fundieran en
un todo indiferenciado y desorganizado. Su discurso apuntaba hacia
uno de los grandes descubrimientos de la teoría urbana metapolitana:
los vacíos.
En After thè C ity ,97 Lars Lerup, otro estudioso del sunbelt, describió
H ouston com o una ciudad abierta donde el espacio, en el sentido
europeo de la palabra, no existía. Sus elem entos característicos, la
casa unifamiliar y la parcela, no generaban calles ni plazas, sino un
paisaje inundado por espacios vacantes y m oteado po r edificios
aislados. Lerup coincidía con Venturi en que calificar un entorno de
esas características com o caótico, feo o confuso evidenciaba los pre­
juicios de la teoría urbana europea, inspirada por la ciudad histórica
e incapaz de entender suburbio. C om o hiciera Banham , Lerup pos­
tulaba que era necesario repensar la metápolis com o una secuencia
179
METÁPOLIS: 1979-2007
de subecologías funcional y visualmente coherentes: distritos finan
cieros, núcleos hospitalarios, campus universitarios, centros comer
cíales y de ocio, etc., a los que habría que sumar la subecología
del esparcimiento urbano (sprawl) residencial, una aglomeración
de viviendas unifamiliares débilm ente cohesionada po r parcelas y
viarios en cul-de-sac.Todas ellas form aban parte de la ecología gene
rica del “paisaje interm edio”, los residuos intersticiales que habían
sido ignorados p o r el mercado inm obiliario. C om o veremos en el
siguiente apartado, el diseño urbano europeo iba a abogar p o r relie
narlos para com pletar el destino de continuidad que le presuponía
a toda ciudad. Lerup, po r el contrario, convenía con Pope en
reivindicar el valor de esa galaxia de oquedades, en la que intuía
un potencial com prom iso con la vegetación y la fauna.
R o m a n tic ism o y sosten ib ilid ad :
entre el n e o tr a d ic io n a lism o y el p o sh u m a n ism o
En la década de 1990 la popularidad de la respuesta técnica se exten­
dió com o la pólvora por la teoría urbana, espoleada tanto por el
prestigio de la producción arquitectónica de Koolhaas com o por
el atractivo diseño de sus publicaciones. E n paralelo, com enzaron a
oírse las primeras voces de protesta, las de los arquitectos de sensibi­
lidad romántica que dem andaban una actitud más crítica con la
metápolis tardocapitalista. U nos, los más apegados a lo ideológico,
pensaban que la postura del holandés no era más que un mero
acom odamiento a las demandas del neoliberalismo; otros, más próxi­
mos a lo disciplinar, creían que reducía la ciudad a pura infraestruc­
tura de servicios, y todos, a su vez, coincidían en que los procesos
de crecim iento que fascinaban a Koolhaas eran insostenibles.
C om o vimos en el capítulo anterior, la preocupación por el medio
am biente ya había calado entre los arquitectos románticos. El hecho
de que, en la etapa m etapolitana, el m ovim iento ecologista consi­
guiera extenderla a todos los segmentos de la sociedad se debió a la
publicación del Inform e del Club de R om a o Inform e Meadows,
180
titulado Los límites del crecimiento.9* En él se presagiaba que el m odelo
energético sobre el que se había cimentado el desarrollo de metrópolis
y megalópolis conducía al agotam iento de los recursos naturales del
planeta, algo que ocurriría en los siguientes cien años. Las ciudades
fueron imputadas com o principales responsables de semejante pano­
rama, por su contribución a la polución ambiental, al gasto energético,
a la destrucción de la capa de ozono, al agotam iento de los recursos
hídricos, etc. Ello explica que la cuestión'm edioam biental acabara
desbordando el debate rom ántico para convertirse en un vector
que atravesaría todas las sensibilidades y todas las disciplinas.
En 1987 el Inform e Bruntland, titulado Nuestro futuro com ún99
enunció el concepto de desarrollo sostenible com o “un desarrollo
que satisface las necesidades del presente sin com prom eter las nece­
sidades de futuras generaciones” . El reto que asumieron los arqui­
tectos románticos fue traducir dicho concepto a térm inos urbanos,
es decir, definir modelos de desarrollo urbano sostenible. C om o
decíamos, las fuentes a las que acudieron volvieron a ser las habituales:
ciudad tradicional y ecología.
La identificación entre ciudad sostenible y ciudad tradicional
se fraguó al amparo del discurso de la Tendenza, que a finales de la
década de 1970 sobrepasó los estrictos límites disciplinares de la
“ ciencia urbana” para abarcar otros territorios, com o la ecología,
y sustentar otros objetivos, com o la oposición al tardocapitalismo.
Protagonista de esta deriva fue Léon Krier, que, bajo el influjo del
pensam iento de la izquierda militante de Mayo del 68, aspiraba a
conform ar una estrategia global de resistencia antiindustrial. Inspirado
por John R uskin, pedía el reconocim iento de los valores de la ciudad
histórica, anim ando a im itar su m orfología y su arquitectura, así
com o a recuperar los materiales tradicionales y las técnicas artesanales.
Asumía así el dictado de M uratori y Caniggia: la ruptura provocada
por La Carta de Atenas había de ser reparada.
D e esta reivindicación surgió el M ovement for the Reconstruction
o f the European City, cuyo manifiesto fundacional fue Architecture
rationelle.'00 Su principal aportación a las ideas de la Tendenza fue la
181
METÁPOLIS: 1979-2007
expansión de su opción morfológica, ya que dio cabida a la premis,i
del desarrollo sostenible, patria com ún del romanticismo metapolitano.
El discurso de este m ovim iento se sustentaba sobre una hipótesis
típicam ente fisicodeterminista: que un entorno urbano tradicional
fom entaría los valores del ecologismo, tanto los medioambientales
com o los sociales. El argumento era triple: la alta densidad econom i­
zaba el uso del suelo y facilitaba el tránsito peatonal y el transporte
colectivo; la mezcla de usos generaba sinergias entre actividades y
fom entaba la creatividad, y el protagonism o del espacio público
promovía el contacto entre personas de diversa condición social,
racial o cultural. En Architecture. Choix ou fatalité,m K rier definió
un m odelo urbano sostenible que trasladaba estos valores a la ciudad
contemporánea. La zona urbanizada estaría perfectamente delimitada
y diferenciada del entorno agrícola; contaría con barrios densos,
formal y funcionalm ente autónom os, y articulados po r espacios
públicos; los bloques residenciales se alinearían al vial y tendrían
entre dos y cinco plantas de altura; los edificios públicos estarían
estratégicamente emplazados y destacarían p o r su im pronta arqui­
tectónica; las actividades económicas se intercalarían por parcelas
y niveles, e incluirían a artesanos y pequeñas industrias, punta de
lanza de la lucha contra las multinacionales.
En esta singladura, el diseño urbano propugnado por Krier, cono­
cido com o planificación urbana neotradicional, buscó la implicación
de un fiel com pañero de viaje: el análisis urbano. El encuentro
entre ambos se produjo en la Escuela de Arquitectura de Versalles,
más concretamente en su laboratorio de investigación de Historia de
la Arquitectura y de la Ciudad (LADRHAUS), dirigido por Philippe
Panerai. Más que una nueva m etodología de análisis, su estudio
Elementos de análisis urbano102 era una com binación de otras ya exis­
tentes y testadas. Cada capítulo estaba escrito por un autor y abordaba
una cuestión diferente: crecimiento, trazados y parcelación, clasifica­
ción de tipos y tipologías, paisaje urbano y análisis pintoresco,
estructura urbana, práctica del espacio urbano, etc. La principal
aportación de este manual fue su comprensión del espacio urbano
IB2
com o algo no solo físico, sino tam bién social, un presupuesto que
hacía convergir el pensam iento de M uratori con el de Lefebvre.
El análisis tipom orfológico traspasaba sus límites tradicionales, que
se m ovían entre la geografía, la historia y la arquitectura, para aden­
trarse en disciplinas com o la sociología.
La versión estadounidense de la planificación urbana neotradicional la prefiguró el N ew Urbanism , una organización fundada en la
década de 1980 por un pequeño grupo de arquitectos, entre los que
destacaban Peter Calthorpe, Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk.
A diferencia de su socio europeo, el N ew Urbanism no rechazaba el
modelo suburbano, esencial en el imaginario colectivo estadounidense,
pero aspiraba a replantearlo para reconciliarlo con los principios del
desarrollo sostenible. C oncretam ente, puso sobre la mesa dos alter­
nativas: el transit oriented development (T O D : desarrollo orientado al
tráfico) y el traditional neighborhood development (TN D : desarrollo
orientado al vecindario).
El prim ero fue definido por Peter Calthorpe en The N ext American
Metropolis.103 Los T O D eran suburbios vinculados a líneas de transporte
público. Se edificarían en torno a un intercam biador y siguiendo el
patrón del cuarto de milla [400 metros] propuesto por Clarence Perry
en la década de 1930.104 Serían densos (con bloques de apartamentos y
pequeñas parcelas unifamiliares), multifuncionales (3.000 puestos de
trabajo por cada 5.000 residentes) y contarían con viviendas accesibles
a distintos niveles de renta. El m odelo T O D podía aplicarse tanto a la
construcción de nuevas periferias com o al relleno de las ya existentes,
así com o a la rehabilitación de centros urbanos degradados.
Los T N D fueron definidos por Duany y Plater-Zyberk en Suburban
Nation ,105 obra en la que culpaban a suburbia de gran parte de los males
de la sociedad estadounidense: degradación medioambiental, abando­
no de los barrios históricos, patrones de crecim iento insostenibles,
aum ento de la criminalidad, estancamiento económ ico, pérdida del
sentimiento comunitario, etc. Los T N D eran suburbios inspirados en
los pueblos estadounidenses anteriores a la II G uerra Mundial: com ­
pactos, multifuncionales, orientados al peatón y plagados de espacios
183
METÁPOLIS: 1979-2007
públicos. Pero lo que los convirtió en uno de los modelos urbanístii i m
más comerciales de la segunda mitad del siglo x x fue su arquitectiii.i,
oportunista y cuidadosamente prescrita en exhaustivos manuales de
diseño.106 Conscientes de la sed de pasado que embargaba a la societl.nl
posm oderna, los arquitectos del N ew Urbanism recuperaron un
sinfín de estilos historicistas: neogriego, neogeorgiano, neovictoriaiiu,
estilo Shingle, etc. El éxito fue arrollador. En Variaciones sobre un
parque temático,107 Michael Sorkin relataba cóm o el condado angelino
de O range se había transformado en una sucesión de variaciones de
parques temáticos. En ese mismo libro, Edward W. Soja describía
com unidades cerradas que recreaban los más diversos estilos de vitl.i
pueblo m editerráneo, lejano oeste, isla griega, etc., copias hiperrealcn
de m undos perfectos que nunca existieron. Definitivamente, la
estética posm oderna había engullido a la ética de la sostenibilidad.
Tam bién en el concierto urbanístico la crítica a suburbia resonaba
tras la sintonía de ciudad sostenible y ciudad tradicional, esta vez sin
inflexiones éticas ni estéticas. En 1984 Bernardo Secchi escribió un
artículo que marcaría una época: “Le condizioni sono cam bíate” ,IIW
posteriorm ente desarrollado en el libro Un progetto per Vurbanística,w
donde partía de la constatación de un hecho contradictorio: a pesar
del estancamiento poblacional, la mayoría de las ciudades europeas
seguía creciendo geográficamente. Secchi lo achacaba a la máxima del
urbanismo iluminista (asumida cuando se constituyó com o disciplina)
de que su principal com etido era ordenar el crecim iento territorial.
En las acomodadas y envejecidas metápolis europeas esa dem anda
había pasado a un segundo térm ino, desplazada por otra prioridad:
elevar la calidad de vida. Ciertam ente, para ello había que construir
viviendas más amplias, así com o nuevos equipamientos sanitarios, cul­
turales, deportivos, etc., pero el terreno necesario para hacerlo estaba
dentro de la ciudad, en la infinidad de espacios abandonados que la
crisis del petróleo había dejado atrás. Así nació el concepto de “creci­
m iento interior”, que abogaba por seleccionar, entre las zonas incom ­
pletas, degradadas u obsoletas del tejido consolidado, las áreas destinadas
a la urbanización, lim itando al m ínim o la expansión suburbana.
184
R ichard Rogers, quien fuera director del D epartam ento de Arqui­
tectura y U rbanism o de la Greater London Authority, trasladó esta
propuesta al ám bito anglosajón. En 1998 escribió Ciudades para un
pequeño planeta, 1,0 donde acusó a Londres de ser una de las metápolis
más poco sostenibles de Europa. Su huella ecológica era similar a
toda la superficie productiva del R eino U nido y su diámetro se había
disparado hasta los 320 km , a pesar de que las áreas centrales habían
perdido un tercio de su población. Ante este cúm ulo de incon­
gruencias, R ogers reclamaba la elaboración de un plan estratégico
que adoptara los principios del crecim iento interior. Se trataría de
penalizar la expansión periférica, de utilizar las zonas degradadas de
Vauxhall, G reenw ich o Waterloo com o suelo urbanizable, de cons­
truir más de 200.000 viviendas en los comercios y oficinas abando­
nados del centro, etc.1,1
En Sudamérica la defensa del crecim iento interior se vinculó a la
lucha contra la pobreza. Las estrategias físicas se com plementaron con
otras de tipo procedim ental y ascendencia megalopolitana, com o la
autogestión com unitaria o la econom ía de medios. En 2003 Jaime
Lerner, arquitecto y alcalde de C uritiba entre 1971 y 1992, publicó
Acupuntura urbana,"2 su particular terapia para recuperar la energía
de la metápolis: aplicar “pinchazos” en sus zonas enfermas. Los 39
relatos que com ponían el libro mostraban la dispar naturaleza de estas
operaciones, siempre puntuales y de pequeña escala: dotar a un barrio
de un equipam iento social, construir un edificio singular, prom over
actos de generosidad o alentar determinados hábitos comerciales. Esas
eran las múltiples “ acupunturas” de Lerner, las de las cosas pequeñas,
lo sensorial, el reciclaje, la solidaridad, la identidad e incluso el amor.
C om o decíamos, la segunda fuente de inspiración a la que acudie­
ron los arquitectos románticos para trasladar los dictados del Informe
B runtland a la metápolis fue la ecología. Siguiendo este vector, el
desarrollo urbano sostenible fue definido com o un acuerdo entre
ciudad y entorno natural que evitara que la presión de la prim era
sobre el segundo sobrepasara determ inados límites. El arquitecto
paisajista M ichael H ough fue más allá. En Naturaleza y ciudad113
185
METAPOLIS: 1378-2007
defendió que un desarrollo urbano sostenible tam bién debía coulil
buir a la mejora del m edio ambiente. Ello era posible porque las
actividades humanas y el hábitat construido podían alentar la ap.u i
ción de formas de vida natural, por ejemplo, com patibilizando los
usos recreativo y rural en los parques, perm itiendo que especies
autóctonas colonizaran los vacíos urbanos, englobando los residuos
urbanos en el ciclo energético, etc. Para conform ar este sistema
integrado de ciudad y naturaleza, el urbanism o habría de confluii
con las ciencias naturales y la ecología. Irrum pía así un segundo
concepto que com enzó a asociarse al de sostenibilidad: integración
La propuesta de H ough ya había sido ensayada por Doxiadis y
M cH arg en la década de 1960. Sin embargo, este discurso cientifisl.i
y disciplinar era bastante ajeno a la atmósfera relativista posm oderiu,
obsesionada po r las interpretaciones culturales. La llamada al diálogo
entre ciencia y cultura que Michel Serres realizó en El contrato natural111
y que Bruno Latour extendió a la política en Políticas de la naturaleza11'
también reverberó en la dialéctica entre ciudad sostenible y ecología,
e hizo que fuera necesario ubicar en un marco humanista los
conceptos procedentes de esta última. C on este objetivo la ecología
estableció tres nexos: con el m undo del arte a través del paisajismo,
con la filosofía a través del poshum anism o y con la econom ía a
través del decrecentismo.
El primero, el paisajismo, había sido redescubierto tras la II Guerra
M undial por John Brinckerhoffjackson, editor de la revista Landscape.
En sus escritos, recogidos en Landscapes: Selected Writings o f J. B.
Jackson ,116 se ocupó de las relaciones existentes entre el territorio
y la gente, es decir, entre la ecología y la vida cotidiana. Claram ente
influido p o r Vidal de la Blache, proponía utilizar la fotografía aérea
para detectar dichos vínculos. La reform ulación en clave herm enéu­
tica de esta condición semiótica del paisaje puso sobre la mesa de
la teoría urbana romántica un interesante reto: leer, interpretar y
deconstruir la geografía metapolitana.
Los prim eros tanteos en esa dirección vinieron de la m ano del
botánico y biólogo Richard T.T. Forman, el padre de la “ecología del
I8G
paisaje”. En 1995 apareció Latid Mosaics,117 donde demostró las ventajas
de la perspectiva aérea a la hora de analizar tanto los fenómenos natu­
rales com o los derivados de la actividad humana. Desde esa atalaya,
el territorio se transformaba en un mosaico de franjas y parches donde
eran legibles una estructura (patrones espaciales de organización),
una cualidad funcional (flujos de animales, personas, agua, etc.) y una
evolución (su transformación en el tiempo). Así nació el concepto de
“mosaicos de suelo“ , que perm itía sistematizar el estudio del paisaje
metapolitano en todas sus dimensiones: urbana, natural y agrícola.118
A finales de 1990 paisajismo y urbanism o confluyeron y surgió
el llamado Landscape U rbanism .119 Su postulado inicial, enunciado
por Peter Connolly, era una provocación al N ew Urbanism: el
principio organizador de la metápolis debía ser el paisaje, no la
arquitectura. Los textos que defendieron y desarrollaron este pre­
cepto fueron recopilados en dos libros: Recouering Landscape120 y
Landscape Urbanism.'2' Especialmente trascendente fue el artículo
titulado “Terra fluxus” ,122 donde James C ó rn er explicaba por qué
era necesario prestar más atención a los procesos cambiantes, la térra
fluxus, y m enos a las formas estáticas, la térra ferma. El Landscape
U rbanism se alineaba así con el viejo reclamo del term odinam ism o,
algo que no era de extrañar teniendo en cuenta las características
del paisaje metapolitano, simultáneamente urbano, natural y agrícola.
Tras denunciar el mecanicismo, el determ inism o y la linealidad del
planeam iento tradicional, proponía entender la metápolis com o una
estratificación de “ campos de acción” que generaban redes de eco­
sistemas interactivos. Sin embargo, también C órner marcaba distancias
con M cH arg y Doxiadis: el cientifismo por sí solo no bastaba; el
Landscape Urbanism habría de implicarse con la cultura, la m em oria
colectiva y los deseos ciudadanos.
El segundo ingrediente de esta relectura cultural de la relación
entre ciudad sostenible y ecología llegó de la m ano del poshumanis­
mo, en este caso inspirado p o r la filosofía y orientado a facilitar
la reinterpretación de uno de los lugares estrella del paisaje m etapo­
litano: los espacios obsoletos. El “pensam iento ecológico” de Peter
187
METÁPOUS: 1979-2007
Sloterdijk apelaba a ser respetuosos con el natural devenir de las
cosas, reclamando autolim itación en el construir, el ocupar y el
transformar. U no de los prim eros arquitectos en sintonizar con
él fue Ignasi de Solá-Morales, autor de “ Terrain vague”,'23 donde
denunciaba que las ruinas industriales, receptáculo de la m em oria
colectiva de metrópolis y megalópolis, estaban siendo dilapidadas
p o r intereses especulativos que se amparaban en la estrategia del
“crecim iento in terio r” . Solá-Morales llamaba la atención sobre el
poder evocador que tenían esos enclaves indefinidos y proponía
que funcionasen com o ámbitos identitarios alternativos a los “no
lugares” . La ecología convergía así con otra de las fuentes del
romanticism o dieciochesco: el gusto por la ruina.
Gilíes C lém ent extendió la ética poshumanista a otro de los
territorios estelares de la metápolis: los vacíos urbanos. Este botánico
francés había revolucionado el paisajismo contem poráneo con su
teoría del “jardín en m ovim iento” , en el que las especies vegetales
se desarrollaran librem ente, limitándose el jardinero a observar y
cooperar con el m edio ambiente. En Manifiesto del Tercer Paisaje124
definió el concepto de “ tercer paisaje” com o “la suma de espacios
donde el hom bre abandona la evolución del paisaje a la naturaleza” ,
diferenciando entre el residuo, un espacio abandonado por obsoles­
cencia industrial, urbana, agrícola, etc., el conjunto prim ario, un
lugar no explotado por inaccesibilidad, im posibilidad económ ica o
simple casualidad, y la reserva, un área natural legalmente protegida.
Clém ent coincidía con Pope y Lerup en que también los dos primeros
debían preservarse de la urbanización para ser salvaguardados com o
“cápsulas biológicas” , apelando a su biodiversidad y a la belleza
pasiva derivada de contemplar la evolución de los procesos naturales.
Por último, el tercer nexo cultural de la dialéctica entre ciudad
sostenible y ecología lo proporcionó el decrecentismo. Los arquitectos
románticos desenterraron su compromiso ideológico con la izquierda,
sumándose a la tarea apuntada por Serge Latouche de construir un
m odelo socioeconóm ico alternativo al posm oderno tardocapitalista.
El economista francés había revolucionado el discurso ecologista al
IB8
introducir una inesperada novedad: el rechazo del hasta entonces
incuestionado concepto de desarrollo sostenible. Según Latouche,
no había conciliación posible entre desarrollo económ ico y m edio
am biente, y para preservar este últim o era necesario dejar de crecer.
El m odelo decrecentista proponía hacerlo articulando ocho “re”
interdependientes: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistri­
buir, reducir, reusar, reciclar y relocalizar. Esto último, la relocaliza­
ción de las actividades humanas, incum bía especialmente a los
arquitectos, que debían colaborar en la reordenación de la geografía
del planeta con fines opuestos a los de la deslocalización tardocapitalista, es decir, con el objetivo de acortar las distancias entre pro­
ductor y consumidor. El punto de partida sería la econom ía local,
un nuevo envite a la lógica global del tardocapitalismo. D e lo que
se trataba era de facilitar el “renacim iento de lo local”, no solo en
térm inos materiales, sino tam bién culturales y relaciónales. Ello no
significaba renunciar a la escala global, que habría de alcanzarse
m ediante redes de intercam bio de experiencias locales. El lema era:
“pensar localmente, actuar globalm ente” .
C on estos objetivos se fundó la Escuela Territorialista italiana,
que propuso un m odelo de desarrollo local autosostenible basado
en la cooperación entre pequeños municipios unidos entre sí por
un entorno rural com ún. El principal referente de dicha escuela era
el arquitecto y académico A lberto M agnaghi. En El proyecto local'
definió los principios de lo que denom inó “estatuto del lugar” : la
cultura del autogobierno (las com unidades establecerían sus valores
y los desarrollarían en el territorio), la “ construcción social del
conocim iento” (la difusión global de los saberes locales m ediante
redes de investigadores, militantes, m ovim ientos sociales, etc.) y el
establecimiento de nuevas reglas (modelos reticulares no jerárquicos,
políticas de m antenim iento del suelo, principios de soberanía
alimentaria, solidaridad regional, reducción de la movilidad, etc.).
En su libro, M agnaghi plasmó estos principios en la “ecópolis” , la
prim era utopía del siglo xxi, el anuncio de la agonía de la metápolis
tardocapitalista.
189
METÁPOLIS: 1979-2007
1 Castells, Manuel, T l t e I n f o r m a t i o n a l
7 Lyotard, Jean-François, L a C o n d i t i o n
C i t y : I n fo r m a tio n T e c h n o lo g y , E c o n o m ie
p o s t m o d e r n e , Éditions de M inuit, P,n l !
R e s tr u c tu r in g , a n d th e U r b a n -R e g io n a l
1979 (version castellana: L i t c o n d ic ió n
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Basil Blackwell, Londres,
1989 (version castellana: L a c i u d a d
p o s m o d e r n a , Altaya, Barcelona, 19 9 9 )
i n f o r m a c i o n a l . T e c n o l o g í a s d e la i n f o r m a c i ó n ,
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r e e s tr u c tu r a c ió n e c o n ó m ic a y e l p r o c e s o
C ir c le : C o n f r o n t i n g th e E n v ir o n m e n t a l
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12 H aberm as, Jürgen, T h e o r i e d e s
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6 Roland Barthes fue el primero en
denunciar el vínculo entre significante
y significado, presupuesto esencial del
estructuralismo. En L ’E m p i r e d e s s i g n e s
(Flammarion, París, 1970; versión
castellana: E l i m p e r i o d e lo s s i g n o s , Seix
Barrai, Barcelona, 2007), un análisis del
universo simbólico japonés, concluyó
que la ciudad era un texto que mentía,
por lo que era imposible dictaminar
nada cierto sobre ella.
190
Francfort, 1981 (versión castellana:
T e o r í a d e l a a c c i ó n c o m u n i c a t i v a , Trotta,
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13 Harvey, David, T h e C o n d i t i o n o f
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14 Una dirección ya apuntada por
Werner Sombart en S t u d i e n z u r
21 Graham, Stephen y Marvin,
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E n tw ic k lu n g g e s c h ic h te des M o d e r n e s
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vol. 17,núm . L eñ ero de 1986,págs.
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26 Si entre 1945 y 1975 nueve de
cada diez salarios estadounidenses eran
de nivel medio, en 2000 lo eran cinco
de cada diez.
19 Sassen, Saskia, T h e G l o b a l C i t y . N e w
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que puso en jaque a Los Angeles en
abril de 1992.
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Press, Nueva York, 1973.
191
METÁPOLIS: 1979-2007
27 A mediados de la década de 1990 se
calculaba que en Estados Unidos habia
más de 20.000 comunidades cerradas
habitadas por ocho millones de perso­
nas. Una década después esas cifras se
habían duplicado.
3U Smith, Neil, T h e N e w U r b a n F r o n t i e r :
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192
43 Véase: Signorelli, Amalia, A n t r o p o l o g í a
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45 Bhabha, Homi K T h e L o c a t i o n o f
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46 Stimpson, Catherine (ed.), T h e
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47 McDowell, Linda, G e n d e r , I d e n t i t y
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G e o g r a p h i e s , University o f Minnesota
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48 Wilson, Elizabeth, T h e S p h i n x i n t h e
C i t y . U r b a n L ife , th e C o n t r o l o f D is o r d e r ,
a n d W o m e n , University o f California
53 Entre las recopilaciones de textos
sobre espacios q u e e r destacan las edita­
das por David Higgs, Q u e e r S i t e s . G a y
U r b a n H i s t o r i e s s i n c e 1 6 0 0 (Routledge,
Londres/NuevaYork, 1999); y Gordon
Ingram, Q u e e r s i n S p a c e : C o m m u n i t i e s ,
P u b l i c P l a c e s , S i t e s o f R e s i s t e n c e (Bay
Press, Seatle, 1997).
54 En F R s t o i r e d e la f o l i e à l ’â g e c l a s s i q u e
(Gallimard, Paris, 1961, version caste­
llana: H i s t o r i a d e la lo c u r a e n la é p o c a
c lá s i c a , Fondo de Cultura Económica,
Ciudad de México, 1961), Foucault
desarrolló una “genealogía de la histo­
ria” que eludía los discursos evolucio­
nistas y lineales. Su análisis estaba
basado en los cuatro tropos de la repre­
sentación: la metáfora, la metonimia,
la sinécdoque y la ironía.
Press, Berkeley, 1992.
49 Véase: Little, Jo, Peake, Linda y
Richardson, Pat (eds.), W o m e n i n C i t i e s :
55 Fishman, Robert, B o u r g e o i s U t o p i a s .
T h e R i s e a n d F a l l o f S u b u r b i a , Basic
Books, Nueva York, 1987.
G e n d e r a n d th e U rb a n E n v ir o n m e n t,
MacMillan Education, Houndmills,
1988.
50 Foucault, Michel, H i s t o i r e d e la
s e x u a l i t é , Gallimard, Paris, 1976-1984
(versión castellana: H i s t o r i a d e la
s e x u a l i d a d , Siglo xxi, Madrid, 19781987).
51 Bell, David y Valentine, Gill, M a p p i n g
D e s i r e , Routledge, Nueva York, 1995.
12 Butler, Judith, G e n d e r T r o u b l e :
F e m in is m a n d th e S u b v e r s io n o f Id e n tity ,
Routledge, Nueva York, 1990 (versión
castellana: E l g é n e r o e n d i s p u t a : e l
f e m i n i s m o y l a s u b v e r s i ó n d e la i d e n t i d a d ,
Paidós, Barcelona, 2007).
193
METÁPOLIS: 1979-2007
56 En C r a b g r a s s F r o n tie r . T h e S u b u r b a n i z a t i o n
o f t h e U n i t e d S t a t e s (Oxford University
Press, Nueva York, 1987), Kenneth
Jackson la localizaría en Estados Unidos.
57 Hayden, Dolores, B u i l d i n g S u b u r b i a .
G r e e n F ie ld s a n d U r b a n G r o w th
1820-
2 0 0 0 , Vintage, Nueva York, 2003.
58 A este último par dedicó sus escritos
el historiador suizo André Corboz.
En L e T e r r i t o i r e c o m m e p a l i m p s e s t e e t a u t r e s
e s s a i s (Les Éditions de l’imprimeur,
Besançon, 2001) se ocupó de la vertiente
más radicalmente contemporánea del
fenómeno suburbano: la configuración
de redes de ciudades, los flujos de
comunicación, etc.
59 Hayden, Dolores, T h e P o w e r o f P l a c e .
U r b a n L a n d s c a p e s a s P u b l i c H i s t o r y , The
M IT Press, Cambridge (Mass.), 1995.
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a n d D e s ig n in th e T w e n tie th C e n tu r y ,
Blackwell, O xford/Cam bridge, 19HH
60 Las historiadoras feministas pusieron
el foco sobre los pasajes comerciales.
A las prácticas voyeurísticas de las
f l â n e u s e s dedicaron sus ensayos Janet
Wolff (“The Invisible Flâneuse.
W omen and the Literature o f M oder­
nity”, T h e o r y , C u l t u r e a n d S o c i e t y , voi. 2,
núm. 3, 1985, págs. 37-46) y Griselda
Pollock (“M odernity and the Space
o f Feminity”, en V i s i o n a n d D i f f e r e n c e :
F e m in in ity , F e m in is m a n d th e H is to r ie s
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61 Whyte, William H., T h e O r g a n i z a t i o n
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(version castellana: E l h o m b r e o r g a n i z a ­
c ió n , Fondo de Cultura Económica,
Ciudad de México, 1961).
62 Gravagnuolo, Benedetto, L a p r o g e t t a ­
z io n e u rb a n a in E u r o p a , 1 7 5 0 - 1 9 6 0 ,
Laterza, Bari, 1991.
63 Calabi, Donatella, S t o r i a d e l l ’u r b a ­
n is tic a e u r o p e a . Q u e s t i o n i , s tr u m e n t i , ca si
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Turin, 2008.
64 Sutcliffe, Anthony, B r i t i s h T o w n
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University, Leicester, 1981.
65 Sutcliffe, Anthony, T o w a r d s t h e
1,7 King, Anthony D., U r b a n i s m ,
C o lo n ia lis m a n d th e W o r ld -E c o n o m y ,
C u ltu r a l a n d S p a tia l F o u n d a tio n s
q f t h e W o r l d U r b a n S y s t e m , Routledge,
Londres, 1990.
68 Se trataba de abordar el tercer nivel
de análisis establecido por dicha esciu l.i
el de los individuos, una “historia
de los acontecimientos” superficial y
efímera que Fernand Braudel descarto
por no afectar a la “larga duración"
de la forma urbana.
69 Ya lo había apuntado Lefebvre en
D i R é v o l u t i o n u r b a i n e (Gallimard, París,
1971; versión castellana: L a r e v o l u c i ó n
u r b a n a , Alianza, Madrid, 1972) al
denunciar que la obsesión cientifista di'
marxistas y positivistas había derivado
en incapacidad para ver más allá de lo
estrictamente cuantificable. El espacio
urbano percibido por la gente no lo
era, de ahí su reivindicación de que
debía prestarse atención a las represen­
taciones artísticas.
70 Sica, Paolo, S t o r i a d e l l ’u r b a n í s t i c a ,
Laterza, Bari, 1976-1978 (versión cas­
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194
71 Sica, Paolo, L ’i m m a g i n e d e l l a c i t t d d e
S p a r t a a L a s V e g a s , Laterza, Bari, 1970
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c i u d a d : d e E s p a r t a a L a s V e g a s , Editorial
Gustavo Gili, Barcelona, 1977).
72 Aunque fue introducida por Edwin
Panofsky en el período de entreguerras,
la iconología no irrum pió con fuerza
hasta la década de 1950, cuando con­
fluyó con el psicoanálisis, la fenomeno­
logía y el existencialismo. Roland
Barthes dio las claves para aplicarla al
estudio de la ciudad en libros como
M y t h o l o g i e s (Editions du Seuil, París,
1957; versión castellana: M i t o l o g í a s ,
Biblioteca Nueva, Madrid, 2012) y
É l é m e n t s d u s é m i o l o g i e (Denoél/
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104 El “patrón del cuarto de milla” fue
concebido para las unidades vecinales.
Hacía referencia a la superficie englo­
bada por un círculo de un cuarto de
milla [400 metros] de radio trazado en
torno a una vivienda, la distancia máxi­
ma que una persona hacía a pie en sus
desplazamientos rutinarios. Dentro del
mismo debía congregarse el mayor
número posible de equipamientos.
11,5 Duany, Andrés y Plater-Zyberk,
Elizabeth, S u b u r b a n N a t i o n . T h e R i s e o f
111 A petición del gobierno laborista
británico, Rogers escribió T o w a r d s a n
U r b a n R e n a i s s a n c e (Urban Task Force/
E & FN Spon, Londres, 1999), un libro
blanco donde recogió más de cien
prácticas urbanas sostenibles.
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124 Cément, Gilíes, M a n i f i e s t e d u T i e r s
118 El arquitecto Willem Jan Neutelings
trasladó este concepto al análisis urbano.
En Patchwork Metropolis (1994)
representó el Randstad holandés, una
de las metápolis más veteranas de Europa,
con “planos alfombra”: un gigantesco
p a t c h w o r k de franjas territoriales.
119 El congreso fundacional del Lands­
cape Urbanism se celebró en Chicago
en 1997. Poco después la Graduate
School o f Design (GSD) de la Harvard
University le abriría las puertas del
mundo académico.
120 Córner, James (ed. ) , R e c o v e r i n g
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E p ílo g o
La presente crisis económ ica com enzó a fraguarse el 9 de agosto
de 2007, año en que term ina la época analizada en este libro. Ese día
la Bolsa de París suspendía la cotización de tres fondos de inversión
del B N P Paribas e intentaba así co rtocirtuitar el contagio del escán­
dalo de las hipotecas subprime que había estallado en Estados U nidos
unos meses antes. Sin embargo, esta decisión extendió el pánico
por los mercados financieros y, un año después, quebraba Lehm an
Brothers, el mayor banco de inversiones del m undo. La estival
tempestad parisina se convirtió en un tsunami que descalabraría el
entram ado bancario global, conduciría a la quiebra a varios países
europeos y expulsaría del mercado laboral a millones de personas.
M uchos creen que esta es una crisis sistèmica, es decir, que está
corroyendo las bases del tardocapitalismo. Desde aquí es imposible
aventurar si dará paso a una nueva fase del sistema económ ico, y aún
más difícil es saber si, en caso de que así fuera, se suplantarán los
valores socioculturales posm odernos. Si todo ello se confirmase,
estaríamos ante un nuevo cambio de paradigma epistemológico
que condicionará la manera en que las próximas generaciones de
sociólogos, historiadores y arquitectos analizarán, teorizarán y
proyectarán la ciudad. Así term ina este libro, con la incertidum bre
de si en 2007 com enzó un cuarto capítulo que aún está por escribir.
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M eitzen, August 36
M erleau-Ponty, M aurice 79
M itchell, R o b e rt 114
Mitchell, W illiam J. 171
Moses, R o b e rt 87
M oyniham , Daniel P. 85
M um ford, Lewis 34, 41-42,
52-54, 7 6 ,9 5 -9 6 ,9 8 ,1 0 7 ,
1 1 6 ,1 2 3 ,1 4 1 ,1 7 5
M uratori, Saverio 120-122,
181-183
N
N airn, Ian 116
N ieuw enhuis, C onstant 112
205
ÌNDICE DENOMBRES
0
Olm sted, Frederick Law 57, 164
O w en, R o b ert 44
P
Panerai, Philippe 182
Panofsky, Erw in 168
Park, R o b e rt E. 26-29, 82, 84
Pasteur, Louis 21
Perlman, Janice 86
Perry, Clarence 28,183
Pirenne, H enri 38, 41
Planck, Max 18
Plater-Zyberk, Elizabeth 183
Poete, Marcel 34, 38-41,
9 9 -1 0 0 ,1 0 3 ,1 1 9
Pope, Albert 178,180, 188
Popper, Karl 79
Price, C edric 171
Putnam , R o b e rt 157
Q
Q uatrem ere de Quincy,
A ntoine C. 120
R
R apkin, Chester 114
Rasmussen, Steen Elier 40
R einer,T hom as A. 125
Reps, John 183
Richards, James M. 116
Riegl, Alois 45
R ogers, R ichard 185
Rorty, R ichard 174
Rossi, Aldo 105, 121-122
Rousseau, Jean-Jacques 17,
2 3,48
R ow e, Colin 96, 100-101,117
Rudofsky, Bernard 126
R uskin,John 47, 181
R ykw ert, Joseph 100
s
Samonä, Giuseppe 119
Sandercok, Leonie 172
Sassen, Saskia 147, 149-150
Saussure, Ferdinand de 78-79
Scheffler, Karl 31
Schiavi, Alessandro 50
Schlüter, O tto 36
Schorske, Carl 168
Scott Brown, Denise 175-176
Secchi, Bernardo 170, 184
Sellier, H enri 40
Sennett, R ichard 88-89, 169
Serres, M ichel 186
Sert,Josep Lluis 105, 107-108,
110, 113
Shevsky, Eshref 90
Sica, Paolo 184
Simmel, G eorg 20, 32-33,
58-59,61
Sitte, Camillo 43, 45-47, 50,
56,59, 100, 117
Sj oberg, G ideon 98
Sloterdijk, Peter 145, 188
Smith, N eil 154
Smithson, Alison y Peter
110,113
Snyder, M ary G. 156
Soja, Edward W. 95, 141,
151,184
206
Solà-Morales, Ignasi de 188
Som bart,W erner 33, 44
Soria y Mata, A rturo 50, 56, 106
Sorkin, Michael 184
Southall, Aidan 83
Spengler, Oswald 36, 42, 51
Stone, Clarence 173
Stiibben, Josef 55-56, 59
Sutcliffe, A nthony 163, 166,
168
T
Tafuri, M anfredo 8, 96, 102, 121
Tansley, A rthur G. 23
Tarnas, R ichard 143
Taut, B runo 51
Taylor, Frederick Wislow 13, 61
Teràn, Fernando 103
Tònnies, Ferdinand 30-31,
5 1,58
Toynbee, A rnold J. 100
T urner,John F. 126, 160
u
U nw in, R aym ond 43, 49, 50,
52, 54-55, 59, 96
Urry, John 158
V
Valentine, Gill 162
Van Eyck, Aldo 110
Vaneigem, R ao u l 93
Venturi, R o b e rt 170, 175-176,
179
Vidal de la Blache, Paul 23-25,
58, 186
w
Wagner, O tto 56-58
Webber, Melvin 87
Weber, Max 20, 33, 37, 41, 58,
62, 98
W hyte, W illiam H. 86-87,156,
165
W illm ott, Peter 84-85,109
W ilson, Elizabeth 161,165
W irth, Louis 26, 28
Wolfe, Ivor de 116
Wolfflin, H einrich 46
W right, Frank Lloyd 53-54,
7 6 ,9 5 ,1 0 6 ,1 1 7 ,1 4 1
Y
Young, Michael 84-85, 109
z
Zevi, B runo 119
Z ukin, Sharon 159
207
INDICEDENOMBRES
antes de ser validada, toda teoría debía ser considerada com o una
“verdad provisional” que habría de someterse a un proceso de
com probación, proponiendo así que el conocim iento avanzara
identificando y corrigiendo errores.
En la pujante década de 1960 el iluminism o neopositivista se
extendería por todos los ámbitos del saber. Sin embargo, los tiempos
m egalopolitanos iban a caracterizarse p o r la pendularidad. En la
década de 1970, cuando la crisis del petróleo hundió de nuevo a
O ccidente en la depresión, los postulados humanistas retornaron.
Finalmente, tras décadas de idas y venidas, de trasvase de ideas,
contenidos y metodologías, los contornos de la sensibilidad rom án­
tica y la iluminista em pezaron a diluirse. Por un lado, la nostalgia
p o r el pasado, propia de la prim era, entró en declive ante la consoli­
dación del proceso de m odernización, que dejó de ser una opción
para convertirse en una realidad. Por otro, el proyecto de racionali­
zación de la sociedad, liderado por la segunda, fue definitivamente
deslegitimado por la ética existencialista.Y así, los románticos, al
aceptar la m odernización, se hicieron un poco iluministas, y, a su
vez, los iluministas, al renunciar a la racionalización, se hicieron un
poco románticos. En la megalópolis, p o r tanto, ambas sensibilidades
tan solo se podrían rastrear siguiendo una línea de trazos.
LAMEGALOPOLIS DELOS SOCIOLOGOS:
HERBERT GANS, JANE JACOBS,
HENRI LEFEBVRE
1)urante la posguerra, las escuelas sociológicas de la etapa m etropo­
litana em prendieron caminos m uy diferentes. La anglosajona, de
ideología positivista, siguió una deriva similar a la experim entada
por la alemana antes del conflicto bélico: del rom anticism o al ilum inismo.Tras la II G uerra M undial las dos fuentes que alimentaban la
“ecología urbana” , los community studies y la geografía, volvieron a
separarse. Los protagonistas de los prim eros eran ahora los héroes
de la galería existencialista — obreros, inmigrantes, marginados, etc.— ,
personajes típicam ente románticos que tan solo hubieron de ser
ajustados a las nuevas circunstancias. Así, el estudio de la pobreza y
la discriminación subsistió, si bien los actores eran otros, ya que la
clase media blanca había suplantado a la burguesía com o agente pro­
pulsor de la segregación espacial. En cuanto a la geografía urbana,
en la década de 1960 em prendió una singladura a la que acabaría
sumándose la sociología. El neopositivismo le anim ó a radicalizar
su tradicional em pirism o m etodológico e incinerar en la hoguera
del cientifismo sus siempre matizados nexos con el romanticismo
(ecología, paisajismo, etc.).
En lo que se refiere a la escuela alemana de ideología marxista,
su interés por la m odernidad fue fulm inado p o r el recelo posbélico
hacia todo lo que tenía que ver con la racionalización. El contrapunto
al neopositivismo anglosajón se desplazó de Alemania a Francia,
pero siguió en manos del marxismo. O, para ser más exactos, del
neomarxismo, una corriente revisionista que som etió la ortodoxia
socialista a los dictados del existencialismo. Por esa puerta se colaron
visiones novedosas, com o la de la psicología, y reivindicaciones
revolucionarias, com o la de la espacialidad.
81
MEGALOPOLIS: 1939-1979
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