https://www.academia.edu/35562669/ GARC%C3%8DA_Teor%C3%ADas_e_historia_de_la_ciudad_cont empor%C3%A1nea E d ito r ia l G u s ta v o G ili, SL Via Laietana 47, 2o, 08003 Barcelona, España. Tel. (+34) 93 322 81 61 Valle de Bravo 21,53050 Naucalpan, México. Tel. (+52) 55 55 60 60 11 TEORIASE HISTORIADE LACIUDAD CONUM POM NE* CARLOSGARCIAVAZQUEZ GG Diseño gráfico:Toni C abré/Editorial Gustavo Gili, SL Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a C E D R O (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. La Editorial no se pronuncia ni expresa ni implícitamente respecto a la exactitud de la infor­ mación contenida en este libro, razón por la cual no puede asumir ningún tipo de responsab­ ilidad en caso de error u omisión. © Carlos García Vázquez © Editorial Gustavo Gili, SL, Barcelona, 2016 Printed in Spain ISBN: 978-84-252-2874-2 Depósito legal: B. 3.895-2016 Impresión: agpograf impressors, Barcelona ín d ic e 007 Introducción „„ METRÓPOLIS: 1882-1939 016 Epistemología de la metrópolis 020 La metrópolis de los sociólogos: Escuela de Chicago, G eorg Simmel, M ax W eber 034 La metrópolis de los historiadores: Marcel Poète, Pierre Lavedan, Lewis M um ford 043 La metrópolis de los arquitectos: Cam illo Sitte, R aym ond U nw in, Le Corbusier „„ MEGALÓPOLIS: 1939-1979 078 Epistemología de la megalópolis 081 La megalópolis de los sociólogos: H erbert Gans, Jane Jacobs, H en ri Lefebvre 096 La megalópolis de los historiadores: H arold J. Dyos, C olin R ow e, M anfredo Tafuri 105 La megalópolis de los arquitectos: Josep Lluís Sert, Kevin Lynch, Aldo Rossi 137 METÁPOLIS: 1979-2007 143 Epistemología de la metápolis 147 La metápolis de lo s sociólogos: M anuel Castells, Saskia Sassen, M ike Davis 163 La metápolis de los historiadores: Dolores Hayden, A nthony Sutcliffe, A nthony D. King 170 La metápolis de los arquitectos: R o b e rt Venturi, R e m Koolhaas, Bernardo Secchi 199 Epílogo 200 Bibliografia básica 202 Indice de nombres Introdu cción I .a ciudad contem poránea es una criatura incierta. Su condición de sum atorio de variables sociales y económicas, culturales y políticas, temporales y espaciales la convierte en un'hojaldre múltiple difícil de aprehender. Infinidad de teorías e historias llevan décadas inten­ tándolo, de lo que ha derivado un corpus doctrinario igualmente vasto y complejo. El objetivo de este libro es descifrar dicho corpus. Las dificultades que se afrontan al asumir una tarea así son num e­ rosas. La ciudad no es abarcable desde una única área de conocim ien­ to, por lo que el enfoque interdisciplinar es ineludible. El hecho de que las disciplinas científicas y humanísticas suelan fragmentarse en subdisciplinas multiplica los escollos, ya que, com o indicara Elenri I efebvre, cada una de estas subdisciplinas selecciona los contenidos que le interesan y los enfoca con m etodologías propias. Si además tenemos en cuenta que esas aproximaciones se influyen mutuamente, entenderemos el grado de contaminación que impregna el territorio que hemos de desbrozar. Este libro lo ha rastrillado, ha detectado las regularidades, las ha relacionado y ha trazado trayectorias que dibujan una topografía legible. Eara llevar a cabo esta operación hemos tenido que pagar un triple peaje: el de la simplificación, la esquematización y la categorización. El prim ero deriva de la conjunción de lo inconm ensurable del cam po que nos ocupa con las restricciones dimensionales de esta obra. A nte la imposibilidad tanto de profundizar com o de abarcarlo todo, hem os seleccionado las áreas de conocim iento que se han ocupado de la espacialidad de la ciudad, tanto física com o social. En prim er lugar, las ciencias sociales, dentro de las cuales hemos destacado la sociología urbana, que ha interpretado la ciudad com o una proyección de sus habitantes; la geografía urbana, que ha inter­ pretado a los habitantes com o una proyección de la ciudad; y la antropología urbana, que se ha especializado en el estudio de com u­ nidades concretas. En segundo lugar, la historia, y en concreto la historia urbana, que ha seguido la evolución de la morfología y del proceso de urbanización, y la historia del urbanismo, orientada hacia la planificación de ambos. Por último, la arquitectura, en la que hem os diferenciado entre urbanismo, diseño urbano, teoría urbana y análisis urbano. Los dos primeros se han ocupado de la materialización de la ciudad: el urbanism o de lo procedim ental (la organización téc­ nica) y el diseño urbano de lo sustancial (la forma espacial); p o r su parte, la teoría urbana, que puede ser descriptiva o normativa, ha sido la encargada de determ inar los valores que deben guiar a ambos (éticos, ideológicos o políticos); y el análisis urbano se ha ocupado del estudio e interpretación de lo existente. En cuanto a la esquematización, Teorías e historia de la ciudad contem­ poránea — título que se hace eco del libro de uno de mis principales referentes, M anfredo Tafuri y su Teorías e historia de la arquitectura— se estructura en tres etapas que abarcan 125 años de estudios urbanos, de 1882 a 2007. El punto de partida, en el último cuarto del siglo xix, viene determ inado por el nacimiento de la mayoría de las disciplinas anteriorm ente mencionadas: el urbanism o en 1875, la sociología en 1890, la geografía en 1900, etc. A partir de ese m om ento el estudio de la ciudad adquirió un estatuto de cientificidad que lo liberó de simbolismos y personalismos. En su evolución posterior se distin­ guieron tres fases relacionadas con sendos cambios del paradigma intelectual motivados por transformaciones del sistema económ ico.' La prim era com enzó en torno a 1880, cuando irrum pió el capitalis­ mo monopolista; su consecuencia fue la metrópolis, cuyo paradigma de pensam iento era el racionalismo. La segunda se identifica con el estado del bienestar, que imperó entre 1945 y 1979, si bien aquí ade­ lantamos el inicio de esta fase a 1939, con el comienzo de la II G uerra M undial. Su derivado urbano fue la megalópolis, éticam ente inspi­ rada p o r el existencialismo. La tercera despuntó con la crisis del petróleo de 1973, que dio paso al tardocapitalismo, de la que resultó la metápolis, donde se impuso el relativismo. 8 Y por último, la categorización. Para llevarla a cabo nos hemos apoyado en un hecho que evidencia que la objetividad a la que aspira toda disciplina científica suele acabar siendo víctim a de la propia lógica del pensam iento hum ano: los autores de las teorías e historias que aquí se narran no pudieron evitar pasarlos p o r el tamiz de ideologías, doctrinas o credos personales. Las categorías que hemos utilizado se sustentan sobre una dualidad habitualm ente utilizada en los estudios urbanos para detectar este fenóm eno: sensibilidad rom án­ tica, con sus modulaciones com o culturalismo, pintoresquismo, etc., versus sensibilidad iluminista, también referenciada com o progresismo, racionalismo, etc. Ambas nos han servido para trazar las trayectorias de esta topografía de 125 años de estudios urbanos. Además, en las notas al pie se ha querido dejar rastro, m ediante una referencia bibliográfica completa, de todos aquellos libros por los que este estudio ha transitado, con el fin de facilitar al lector el material para poder ampliar cada uno de los temas. En definitiva, en las páginas que siguen pasaremos revista a tres paradigmas de pensam iento que han afectado a tres disciplinas y se han filtrado p o r dos sensibilidades. La ciudad de los sociólogos, la ciudad de los historiadores y la ciudad de los arquitectos; en cierto modo, la ciudad del presente, la ciudad del pasado y la ciudad del futuro. 8 INTRODUCCION 1 Según Thomas Kuhn, el avance de la ciencia está supeditado a revoluciones que imponen cambios de paradigma, entendiendo por paradigma un cúmulo de conocimientos normalmente vincu­ lado a valores éticos. Ello explica que dichas reformulaciones provoquen no solo una ruptura en el saber científico, sino también un giro en la forma de ver el mundo. 10 liste libro comienza, simbòlicamente, en 1882, año en que Thom as I dison inauguró en Londres la prim era estación generadora de electricidad.También podría haberlo hecho cuatro años más tarde, cuando ( iottlieb Daim ler instaló un m otor de Combustión interna en un carruaje de cuatro ruedas. Ambos acontecimientos se significan como piedras miliarias de la denom inada II R evolución Tecnológica, en la que la electricidad y el petróleo suplieron al carbón com o fuentes energéticas de la industria. A partir de entonces el m undo comenzaría a moverse de otra manera. I )ebido a las enorm es inversiones que exigían su instalación y su puesta en marcha, los sectores productivos derivados de dicha revolución — automovilístico, naval, ferroviario, eléctrico y de radiodifusión— estaban fuera del alcance de las empresas familiares propias del capitalismo del laissez-faire, la anterior fase del sistema económ ico, que fueron arrasadas p o r los grandes consorcios indus­ triales al tiem po que el capitalismo monopolista se imponía. Para com petir en los mercados internacionales, empresas com o Siemens, AEG o K rupp se fijaron una prioridad: optim izar los procesos de producción. Esto explica la m eteòrica expansión del taylorismo y el fordismo, dos doctrinas de sistematización empresa­ rial provenientes de Estados U nidos. La prim era apareció en 1911, cuando el ingeniero Frederick Wislow Taylor publicó Principios de hi administración científica,' un ensayo donde describía un m étodo de organización científica del trabajo basado en la estructuración del ciclo laboral en tareas estandarizadas y repetitivas (y cuyo lema era “ un hom bre, un trabajo”). Por lo que respecta al fordismo, el libro encargado de su difusión fue M i vida y mi obra,2 en el que H enry Ford explicaba la cadena de montaje y la seriación a gran escala resul­ tantes de la aplicación de la propuesta taylorista a su factoría de auto­ móviles de D etroit. II METRÓPOLIS: 1882-1939 Las ambiciones racionalizadoras de los dictados fordistas y tayloristas trascendían el ámbito del trabajo industrial y de oficina para implicar a toda la sociedad, que fue apremiada a alinearse con los objetivos del capitalismo monopolista.También se “invitó” a la ciudad a unirse a esta “unidad de destino” . La herencia recibida del capitalismo del laissez-faire era nefasta. Entre 1800 y 1880 los movimientos migra­ torios provocados por la R evolución Industrial dispararon el creci­ m iento demográfico: la población de Londres creció un 380 % (de 1 a 3,8 millones de habitantes), la de Berlín un 765 % (de 170.000 a 1.300.000) y la de Nueva York un 2.000 % (de 60.000 a 1.200.000). Los cientos de miles de campesinos que llegaron a esas ciudades colapsaron sus estructuras: los viejos edificios escalaron en altura, las huertas de los interiores de manzana se colmataron, las parcelas y viviendas se subdividieron y la densidad se hizo insoportable.3 La situación no era m ucho m ejor en la periferia, donde el prole­ tariado se hacinaba en lúgubres habitaciones mal iluminadas y peor ventiladas. Las estadísticas demuestran que la infamia humana campaba po r doquier: la media de vida de un obrero no superaba los 29 años (55 en el caso de un burgués), los jóvenes de ciudad padecían muchas más enfermedades que los de origen rural,4 el suicidio, el alcoholismo, la tuberculosis y la locura eran monedas de uso com ún... En pocas etapas de la historia la sociedad urbana había sufrido tanto. U nica­ m ente la burguesía, al tim ón del sistema político y económ ico, disfrutaba de un envidiable nivel de vida en flamantes ensanches inspirados p o r la operación que el barón Haussm ann acababa de llevar a cabo en París. Pero los bulevares, las residencias burguesas y los teatros de ópera eran excepciones que no podían ocultar la regla: la de los millones de personas que “m orían de ciudad” . A finales del siglo xix, los gobiernos y el gran capital eran cons­ cientes de que esta situación era incom patible con los objetivos del capitalismo monopolista. Por un lado, la ciudad era un caos funcional, y, p o r otro, un perfecto caldo de cultivo para el com unism o,5 lo que explica que su racionalización se planteara com o una cuestión de Estado. Se trataba de reorganizar la ciudad para hacerla más productiva, 14 al tiempo que más vivible. C on ese fin nació el urbanismo, una nueva disciplina que puso las ciudades patas arriba. Gracias a las estipula­ ciones prescritas por planes y ordenanzas, las urbes dejaron de crecer com o manchas de aceite. Las decenas de miles de campesinos que ICguían llegando a ellas com enzaron a ser absorbidas p o r las pobla­ ciones de los extrarradios. Lo mismo ocurrió con las industrias, cuyo gigantismo exigía extensiones de terreno que tan solo se encontraban a las afueras. La galaxia de asentamientos resultante de esta novedosa dinámica se articuló m ediante una avanzada red de transportes colectivos, el últim o grito de la sofisticada tecnología monopolista: ferrocarriles suburbanos, tranvías electrificados, trenes elevados y metros subterráneos. Estas comodidades animaron también a la burguesía a contem plar la posibilidad de habitar en contacto con la naturaleza, y la expulsión residencial hacia las áreas suburbanas perm itió descongestionar los centros históricos: se dem olieron edifi­ cios, se abrieron calles y plazas y se erigieron instituciones públicas y privadas que atrajeron actividades terciarias. Eso sí, Europa pagó un elevado precio por esta profunda renovación: la devastación de sus valiosísimos núcleos medievales. M uchos de estos fenóm enos eran desconocidos en la ciudad del capitalismo laissez-faire, pero no así el hacinamiento, la infravivienda y la pobreza, que persistían en infinidad de zonas intermedias en las que vivían los menos afortunados, y donde el marxismo seguía reclu­ tando adeptos. En resumidas cuentas, así era la ciudad del m o n c p o I¡sino: una galaxia de enclaves donde convivían colosales complejos industriales, elegantes urbanizaciones suburbiales, avanzados medios ile transporte, terciarizados cascos históricos y la misma miseria de siempre. En 1910 la Oficina del Censo de Estados Unidos adoptó un térm ino para nom brar esta desigual nebulosa:‘metrópolis’ (“ ciudad m adre”).6 15 METRÓPOLIS: 1882-1939 EPISTEMOLOGÍA DELA METRÓPOLIS En las postrimerías del siglo x ix el pensamiento occidental se alimen­ taba de dos fuentes: la iluminista y la romántica. A unque brotaron con anterioridad, eclosionaron en los siglos x v i i y xvm , y aunque inicialmente eran contrapuestas, acabaron confluyendo.7 La meta del iluminism o era la Aujklárung: liberar al pueblo de la ignorancia y la servidum bre a través de la ciencia. Para alcanzarla, el m undo del conocimiento debía dejar de lado el pensamiento simbólico y ser reformulado desde cero y a partir de los dictados de la razón. A esta tarea dedicaron su em peño las numerosas disciplinas que aparecieron a finales del siglo xix, que colonizaron territorios hasta entonces indefinidos y transitados p o r todo tipo de especulaciones. En el iluminism o se distinguían dos tendencias metodológicas: la racionalista y la empirista. La primera, fundada p o r R en é Descartes, defendía la autonomía de la razón con respecto a la realidad. La m ente hum ana y el universo se regían por las mismas leyes basadas en la geom etría euclídea, por lo que los datos podían filtrarse p o r teorías generales desgranadas de ellas. Para el empirismo, en cambio, cuyo principio fundam ental fue enunciado p o r John Locke, la razón no podía desligarse de la realidad. La m ente elaboraba el conocim iento a partir de la experiencia sensorial del cuerpo, por lo que cada dato debía ser comprobado según su propia lógica. David H um e desarrolló este postulado estableciendo que la base de la ciencia debía ser inductiva, es decir, debía partir de evidencias concretas y reales para, posteriorm ente, form ular leyes y teorías generales. En el últim o cuarto del siglo x ix la sensibilidad iluminista había evolucionado hacia dos posicionamientos ideológicos enfrentados entre sí: el positivismo y el marxismo. El padre del prim ero fue Auguste Comte, autor del Curso defilosofía positiva,8 en el que defendía la necesidad de aplicar la m etodología científica a todos los campos del saber. C om o filosofía de la ciencia, el positivismo renegaba de las ideologías y las dimensiones metafísicas para ceñirse a los hechos. IE No 1c interesaban ni las esencias, ni los principios superiores, ni los mitos ni los símbolos, tan solo la realidad (“lo positivo”) y las leyes i|lie la regían, leyes que pretendía desentrañar con m étodos univer­ sales, aplicables tanto a la ciencia com o a la sociedad o la naturaleza. ( ionio filosofía política, el objetivo del positivismo era implantar un orden social dom inado po r técnicos, fiel reflejo del pensamiento burgués, que asociaba progreso y liberalismo económico. En Sobre el principio del arte y sobre su destinación social,9 el político y pensador l’ierre-Joseph P roudhon expuso lo que esto significaba para la metrópolis: desvincular sus problemas del capitalismo y ponerla en manos de científicos e ingenieros. El marxismo discrepaba de este planteam iento al entender que la gran crisis urbana del siglo x ix no se podía desligar del sistema económ ico. Según Karl Marx, la burguesía utilizaba la supuesta "objetividad” positivista para difundir entre la clase obrera una falsa conciencia: que sus valores morales, políticos y culturales eran de sentido com ún; que, a pesar de la pobreza y la segregación, el capi­ talismo trabajaba por el bien de todos. A partir de este presupuesto, Marx distinguía dos niveles: el de la “ estructura” — el conjunto de relaciones productivas que conform aban la base real del sistema— y el de la “superestructura”, la patraña ideológica ideada para justificar su orden social y ocultar las injusticias. C om o respuesta a esta tergi­ versación, el marxismo defendía el ejercicio del “pensamiento crítico” , lina crítica social que desenmascarase la superestructura. Del iluminism o se derivó un mito: el mecanicista o funcionalista, que definía la sociedad com o un sistema integrado p o r partes inte­ rrelacionadas y funcionalm ente interdependientes. D e su aplicación a la metrópolis surgió la metáfora de la máquina, de la ciudad enten­ dida com o un artefacto productivo impulsado por la tecnología y, en la versión marxista, m anejado p o r el poder. La otra fuente del pensamiento occidental era la romántica, cuyos precursores se separaron de los ideales de R e n é Descartes para abrazar los de Jean-Jacques Rousseau. A unque el m ovim iento surgió en Alemania en torno a 1800, se consolidó a finales del siglo x ix 17 METRÓPOLIS: 18821939 coincidiendo con la expansión del capitalismo monopolista. En el romanticism o confluyeron las voces que acusaban al proyecto racionalizador de situar al ser hum ano en un contexto ultram aterialista que le era ajeno y las que ponían en cuestión la presuposición de que la única razón posible era la científica, aludiendo a la exis­ tencia de lógicas de otro tipo (culturales, psicológicas, intuitivas, etc.). D e ahí su reclamo de una aproximación más compleja a la realidad que tuviera en cuenta los sentimientos, las tradiciones, la historia, etc. U na serie de descubrimientos dotaron a esta demanda de argumentos de base científica, lo que perm itió al romanticismo enfrentarse al iluminism o con sus mismas armas. En el campo de la física, Max Planck hizo pública la teoría cuántica (1900), Albert Einstein la teoría de la relatividad (1905) y W erner Heisenberg el principio de incertidum bre (1927).Todos ellos coincidían en rechazar la idea de que el m undo fuera previsible a partir de teorías universales. Por otro lado, el psicoanálisis (1896) de Sigmund Freud vino a demostrar la principal hipótesis romántica: que en la m ente actuaban poderosos com ponentes irracionales y que el papel de las ficciones y los símbolos era esencial en el reconocim iento humano del mundo. C om o ocurrió con el iluminismo, también del romanticismo se derivó un mito: el organicista o biológico, que, apelando al evolu­ cionismo darwinista, sostenía que cada parte de un ente estaba inte­ grada en una actividad coordinada. Este presupuesto iba contra los intereses del marxismo, pues anulaba el conflicto en favor de la síntesis, de un orden general y solidario, y, trasladado a la ciudad, permitía establecer analogías entre las áreas funcionales de la m etrópo­ lis y los órganos de un ser vivo: al igual que este, la ciudad organismo nacía, maduraba, envejecía y m oría, lo que perm itía estudiarla aplicando las leyes de la biología. C om o decíamos, aunque inicialmente eran contradictorios, las metodologías, las ideologías y los mitos desarrollados por iluministas y románticos acabaron convergiendo en el racionalismo em pírico (desde la observación em pírica se llegaron a construir teorías 18 universales), el positivismo marxista (donde convivía el pensam iento ile raíz cristiana de Saint-Sim on con el de inspiración socialista de l’roudhon) y el mecanicismo organicista (ambas metáforas fueron utilizadas indistintam ente p o r el m ovim iento m oderno). En las décadas a caballo entre los siglos x ix y x x , las disciplinas que se interesaron por la metrópolis hicieron un uso bastante ecléctico de estos postulados. A pesar de ello, ambas sensibilidades se proyectaron de manera diferenciada sobre los estudios urbanos. Si los iluministas se interesaron por la funcionalidad y el utilitarismo, los románticos lo hicieron por la espiritualidad y la ética; si los iluministas aposta­ ron por la razón, los románticos por la cultura; si a los iluministas les fascinaron lo m aquínico y lo artificial, a los románticos la natura­ leza y lo agrario; si los iluministas cayeron rendidos ante la gran ciudad, los románticos añoraron la aldea; si los iluministas dieron por hecho que el hom bre era un individuo tipo, para los románticos era un ser único y com plejo; si los iluministas tendieron a la ruptura histórica, los románticos velaron por la salvaguardia de la tradición... En definitiva, ilum inism o y romanticism o fueron los dos velos epistemológicos que sirvieron de filtro a una misma realidad: la metrópolis. 19 METROPOLIS: 1882-1939 LA METRÓPOLIS DELOS SOCIÓLOGOS: ESCUELA DECHICAGO, GEORGSIMMEL, MAX WERER Auguste C om te, padre del positivismo, fue el prim er pensador que manifestó la necesidad de fundar una disciplina que ampliara el conocim iento científico a los fenóm enos sociales (él mismo acuñó el térm ino ‘sociología’ en 1824). Sin embargo, los pioneros franceses (Auguste Com te, Frédéric Le Play, Entile D urkheim , etc.) no conce­ dieron especial importancia a la ciudad. El nacimiento de la sociología urbana se retrasó siete décadas más, coincidiendo con la im posición del designio racionalista a la sociedad. Los sociólogos, que denom i­ naron “modernización” al proceso que se iniciaba, dirigieron entonces su mirada hacia el epicentro del mismo, la metrópolis. Para estudiarla, abrazaron las dos versiones ideológicas del -iluminismo: positivismo y marxismo. Quienes optaron por la primera pensaban que la modernización traería progreso para todos, confiando en que las problemáticas sociales se solventarían con programas de reforma gestionados por el Estado; quienes se decantaron por la segunda habían asimilado que la sociedad de masas era un m odelo irreversible, pero estaban convencidos de que la m odernización tan solo beneficiaba al gran capital y sostenían que la ruptura con el sistema era la única salida. La intelectualización y la consolidación de estos argum entos se tradujeron en la creación de escuelas nacionales de pensamiento. En el R ein o U nido, donde la R evolución Industrial llevaba décadas de rodaje, se im puso la senda positivista, interesada en analizar la damnificada sociedad urbana derivada de aquella. Sus temas fueron la pobreza, la violencia, la inm igración, etc. En Alemania, donde el káiser G uillerm o II había puesto en marcha el proyecto de raciona­ lización más exhaustivamente articulado de la etapa monopolista, acabó triunfando la corriente marxista, que se centró en destacar sus consecuencias socioculturales. 20 I I refo rm ism o positivista: 1.1 e co lo g ía c o m o referente Las primeras reflexiones sobre la ciudad desde un punto de vista sociológico se produjeron entre 1820 y 1880. Sus autores no eran académicos, sino reformadores sociales cuya concienciación procedía del contacto directo con la cara más amarga de la metrópolis: la de la pobreza, la delincuencia y el vicio. A’ unos les m ovían creencias religiosas, a otros ideologías políticas de signo progresista, y, en todos los casos, la gran esperanza positivista: que arrojar luz sobre la mise­ ria hum ana animara al Estado a activar un programa de reformas sociales. Así ocurrió en el R eino Unido. En 1883 apareció The Bitter Cry o f Outcast London ,10 un opúsculo donde el reverendo Andrew Mearns denunciaba las abyectas condiciones de vida de los barrios obreros." Su publicación contribuyó a la creación de la C om isión R eal para la Vivienda de las Clases Trabajadoras (1884), una delegación parla­ mentaria encargada de dar a conocer aquella infame realidad a la tan acom odada com o ensimismada burguesía victoriana. Las adm i­ nistraciones públicas respondieron con una batería de leyes sanitarias. Era lo habitual.12 La mayoría de los reformadores sociales provenía ile élites profesionales cercanas al m ovim iento higienista. Inspirados por investigadores com o R o b ert Koch o Louis Pasteur, quienes apela­ ban a la prevención para evitar epidemias, se aplicaron a estudiar la realidad proletaria en un notable esfuerzo por fundamentar su trabajo sobre bases científicas. Desde un punto de vista m etodológico apos­ taron por las metáforas organicistas. Estaban convencidos de que la sociedad m etropolitana era una fauna enferm a a la que se le podían aplicar los sistemas de análisis propios de las ciencias naturales. También se decantaron por un positivismo empirista, asum iendo un punto de vista más cuantitativo que cualitativo: se trataba de “m edir” el fenómeno de la pobreza y todo lo relacionado con ella (enfermedades, mortalidad, condiciones habitacionales, etc.) para poder localizar sus causas. 21 METRÓPOLIS: 18821939 El trípode metodológico de positivismo, empirismo y organicismo perm anecería com o seña de identidad de la sociología urbana anglo­ sajona, pero no así la confianza en las políticas higienistas. Entre 1880 y 1920 el denom inado Social Survey M ovem ent ampliaría su radio de acción prescriptivo en otras direcciones. La obra pionera de este movimiento fue Life and Labour o f the People in London , 13 de Charles Booth; nunca antes se había llevado a cabo una investiga­ ción tan ingente y exhaustiva. Este arm ador de Liverpool y sus colaboradores recorrieron, calle a calle, el East End londinense, una de las zonas proletarias p o r excelencia de la urbe, y recopilaron infi­ nidad de datos cuantitativos (número de habitaciones p o r vivienda, miembros de cada familia, salarios, etc.), pero tam bién cualitativos (filiación religiosa, ocupaciones de padres e hijos, etc.). Después plasmaron toda la inform ación recogida en un mapa que identificaba con colores los lugares de residencia de las distintas clases sociales. Este fue el prim er paso hacia la representación espacial de la sociedad metropolitana. C om o era habitual en la Inglaterra victoriana, B ooth pensaba que la historia y el carácter de los lugares propiciaban patrones de com portam iento singulares que se transmitían durante generaciones; es decir, que al igual que la sabana africana determ inaba la conducta de las jirafas, un mal barrio predisponía a sus vecinos hacia la vileza (como veremos más adelante, este determ inism o físico perduraría durante décadas en los estudios urbanos). Este autor clasificó la “fauna” londinense en ocho clases: A, una m inoría marginal y delictiva “capaz de degradar todo lo que toca” ; B, haraganes que inm ediatam ente se gastaban lo poco que percibían (mayoritariam ente en la econom ía informal); C, personas pobres debido a la interm itencia de sus ocupaciones; D, trabajadores regulares pero que ganaban sueldos miserables; E y F, obreros y artesanos con salarios dignos; y G y H , los más afortunados de la escala social. B ooth culpaba al liberalismo económ ico de la pobreza urbana, que afectaba a las clases A, B, C y D; es decir, a un m illón de personas, el 35 % de la población de Londres. Sin embargo, no creía que el rem edio 22 lilese ni el marxismo ni el higienismo, sino una reform a de la geo­ grafía social de la metrópolis. Su propuesta era desconcertante: evitar que la clase A se reprodujera, destruyendo para ello las barriadas donde vivía,14 expulsar a la clase B de la metrópolis confinándola en colonias i tírales y trasladar a las clases E y F a áreas residenciales suburbanas para alejarlas de las semimarginales C y D. Esta idea ponía de m ani­ fiesto la escasa conciencia social de la burguesía decim onónica, que necesitaría varias revoluciones y dos guerras mundiales para darse cuenta de lo que el poder m onopolista ya intuía. En paralelo a los reformadores sociales com enzaron a abrirse paso los geógrafos, cuya línea de trabajo invertía la secuencia de la investigación: si los prim eros estudiaban las condiciones de vida de los ciudadanos para después localizarlas físicamente, los segundos analizaban los factores espaciales para indagar cóm o estos determ i­ naban las actividades metropolitanas. C on esta estrategia em pezó ,i gestarse la geografía urbana. N acida al amparo de la geografía humana, su hipótesis de partida era que las sociedades se adaptaban ,il am biente natural de las regiones donde se asentaban. El determ inistno espacial que subyacía bajo esta presunción escoró la naciente disciplina hacia las ciencias naturales, más concretam ente hacia la ecología. Esta rama del conocim iento había sido enunciada en 1866 por el biólogo Ernst H einrich Haeckel, que la definió com o “la ciencia de las relaciones del organismo con el m edio am biente” . Sin embargo, no se concretaría com o disciplina hasta 1935, cuando el botánico A rthur G.Tansley acuñó el térm ino ‘ecosistema’ para referirse al en to rn o donde los seres vivos interactúan con el medio natural. Paul Vidal de la Blache trasladó este paradigma a la geografía, declarando que su fin últim o era la construcción de una “ecología hum ana” . El discurso positivista se orientaba así hacia uno de los grandes mitos románticos: la naturaleza, a la que Jean-Jacques Kousseau había elevado a categoría moral. Tam bién la teoría evolucionista (1859) de Charles D arw in influyó en los geógrafos, un encuentro del que se derivó una nueva alianza disciplinar, en este caso con la historia urbana. E n 1911 23 METRÓPOLIS: 1882-1939 R aoul Blanchard, uno de los prim eros geógrafos urbanos, publicó Grenoble: étude de geographic urbaine, 15 en el que describió la evolu­ ción “orgánica” de esa ciudad. Asoció su origen a su em plazamiento en la confluencia de varios ríos y valles y analizó su posterior deve­ nir com o una secuencia de reacciones a diferentes acontecim ientos históricos: guerras, revueltas, cambios tecnológicos, etc. Blanchard quería poner en evidencia que la “ecología de G renoble” , su m or­ fología, era el resultado de un proceso evolutivo en el que el entorno natural interactuaba con el contexto económ ico, social y político. La historia era esencial para reconstruir dicho devenir. La geografía urbana se consolidó com o disciplina entre 1910 y 1920. A Vidal de la Blache, cuyas ideas fueron difundidas a través de la revista Anuales de Géographie, se debió la concepción de la ciudad com o un nodo económ ico y de servicios de ám bito regional, lo que definía una escala territorial que la geografía urbana asumía com o propia. Bien es cierto que los geógrafos franceses concentra­ ron su atención en las zonas rurales y su red de pueblos y aldeas, dejando de lado las em ergentes áreas metropolitanas. Esta miopía se explica por su elección m etodológica, la ecología: la continuidad, la jerarquía y el equilibrio que se le presuponía a todo ecosistema eran difícilmente observables en la conflictiva, discontinua y frag­ m entada metrópolis. Habría que esperar más de una década para corregir esta anomalía. En 1933 el geógrafo alemán Walter Christaller publicó Die zentralen Orte in Süddeutschland , 16 donde expuso su “teoría de los lugares centrales”. Partiendo de la hipótesis de que los sistemas metropolitanos eran organismos urbano territoriales que tendían de manera natural hacia el equilibrio, analizó las leyes que determ inaban el número, el tam año y la distribución de sus nodos funcionales, especificando, para cada uno de ellos y según su posición en un orden jerárquico, una “región com plem entaria” . A unque hundía sus raíces en las ideas de Vidal de la Blache, la teoría de Christaller privilegiaba la aproxi­ m ación econom icista, relegando a un segundo plano la ecológica. Se cerraba así el círculo de esta prim era fase de la geografía urbana: 24 ilel evolucionismo darwiniano a la ecología hum ana para acabar entregándose a la econom ía. I a aproximación sociológica del Social Survey M ovem ent y el enfoque ecológico de la geografía urbana fueron sintetizados por l’atrick Geddes. La obra más em blemática de este biólogo escocés, que acabó su vida trabajando com o urbanista en la India, fue Ciudades i n evolución,17 un libro que influiría enorm em ente en la historia y la teoría urbanas. Según su diagnóstico*'los problemas sociales de la metrópolis se debían a una crisis ecológica derivada de la ruptura del equilibrio preexistente entre recursos naturales y actividades humanas. Para restablecerlo proponía tres instrum entos: la ecología urbana, el evolucionismo y el regional survey, o estudio regional. El prim ero de ellos partía del presupuesto de Vidal de la Blache de que la metrópolis y su medio territorial conformaban una unidad. ( ¡eildes describió la primigenia relación entre la localización geográf u n, las actividades económicas y los m odos de vida en su famosa "sección del valle” : el minero, el leñador y el cazador ocupaban las alturas; el pastor, los barrancos, el campesino la llanura y el pescador la ribera. Para que también la metrópolis interactuara con su entorno de manera natural, debía dejar de crecer como una mancha de aceite y hacerlo de m anera arborescente; es decir, de ella debían brotar "hojas” que se esparcieran por el territo rio hasta conform ar “ conurbaciones” (ciudades región). El segundo instrum ento, el evolucio­ nismo cultural ambiental, derivaba del convencim iento de que la ciudad era u n organismo vivo que se desarrollaba en el tiempo. Ln Ciudades en evolución, Geddes consolidó la alianza entre geografía c historia urbanas inaugurada por Blanchard. Periodizó el proceso de urbanización del planeta en dos fases: la paleolítica, la de la m etró­ polis, vinculada a la m inería y la industria; y la “neotécnica” , la de las conurbaciones, alentada por la expansión de la energía hidroeléc­ trica. Este nuevo estadio se caracterizaría por el em pleo racional de los recursos, las energías renovables, la prom oción de la agricultura, etc., un acertado vaticinio del contem poráneo concepto de “desa­ rrollo sostenible” . El estudio regional, p o r último, suele considerarse 25 METRÓPOLIS: 1882-1939 com o el germ en prim igenio del análisis urbano: una investigación de carácter regional y contenido casi enciclopédico que habría de ante­ ceder a la planificación urbanística. Geddes lo entendía com o una herram ienta para allanar el cam ino hacia la fase neotécnica. La síntesis del Social Survey M ovem ent con la geografía a través de Geddes fue el preám bulo del nacim iento de la sociología urbana com o disciplina, un hecho que tendría com o escenario la ciudad de Chicago. A finales del siglo xix, Chicago era probablemente la m etró­ polis más m oderna del planeta. Superaba el m illón y m edio de habi­ tantes, gran parte de los cuales eran inmigrantes, y se extendía a lo largo de más de cien kilómetros a orillas del lago Michigan. La ciu­ dad albergaba numerosos guetos étnicos y era una auténtica olla a pre­ sión que estallaba periódicam ente en forma de guerras entre bandas. En este am biente se forjó la figura de Jane Addams, reform adora social com o Charles B ooth, pero de sesgo progresista. D urante su estancia en Londres fundó la Hull-House, una institución que prom o­ vía la vida en comunidad. Posteriorm ente la trasladó a Chicago, a una zona en la que confluían los barrios italiano, alemán y judío. Addams y su grupo de voluntarios pretendían “salvar a estos inmigrantes de sus vicios” e iniciarlos en la forma de vida estadounidense. R esultado de esta experiencia fue Hull-House Maps and Papers, 1Hun libro que difundió en Estados Unidos lo que Addams había aprendido en Ingla­ terra: el estudio sistemático y en clave empírica de la metrópolis.19 Esta semilla fue minuciosamente regada por un grupo de investiga­ dores del D epartam ento de Ciencias Sociales y Antropología de la University o f Chicago, inaugurado en 1892, entre los que se contaban R o b ert E. Park, Ernest W. Burgess, R oderick D. McKenzie y Louis W irth, fundadores de la denom inada Escuela de Chicago. Sus nexos con los predecesores europeos eran tan evidentes com o complejos. Heredaron del Social Survey M ovement la tríada m etodológica de positivismo, empirismo y organicismo, pero en lo referente a los conte­ nidos fueron m ucho más allá y no se limitaron a los distritos obreros, sino que se adentraron también en los barrios de inmigrantes, los guetos étnicos y los antros frecuentados p o r bandas, vagabundos o prostitutas. 26 I n 1925 Park, Burgess y McKenzie publicaron The C ity,20 manifiesto programático de la Escuela de Chicago, que incluía una tipificación espacial de las dinámicas sociogeográficas, una teoría sobre la ocupa( ión y uso del suelo y una teoría del control social. La prim era ponía de manifiesto la im portancia que estos autores concedían a la espacialidad, motivo por el que se los considera fundadores de la sociología urbana. El modelo que construyeron en The City se basaba en los postulados de Charles Darwin. Los barrios, cuyos habitantes com ­ partían religión (como el judío), etnia (como el afroamericano), nacionalidad (como Little Italy), estatus social (como los suburbios de clase alta) o funcionalidad (como el distrito financiero), fueron considerados “áreas naturales” . Al estar sometidas a las leyes de la evolución de las especies, estas áreas eran susceptibles de ser invadidas por clases rivales más poderosas. Era la “com petición biòtica” , la lucha por unos recursos espaciales limitados, todo un presagio del ténóm eno de la gentrificación. Burgess plasmó esta dinámica en un diagrama en form a de corte de tronco de árbol que constaba de cinco anillos: el del centro financiero (el Loop), el de la periferia del casco histórico, una degradada “zona de transición” donde convivían viviendas y talleres,21 el de los barrios obreros e industrias ligeras, el ile las áreas residenciales de clase media y el de los suburbios de clase alta. El carácter conceptual de este esquema tipo divergía radi­ calmente de los mapas de B ooth, que se limitaban a cartografiar la realidad social, y por ello se lo considera la prim era representación abstracta del uso social del espacio metropolitano. La teoría sobre la ocupación y el uso del suelo se basaba en la "ecología hum ana” , una nueva disciplina científica orientada al estudio de los procesos de form ación y transform ación de las áreas naturales. Para com plem entar su argum entación ecológica natural Con otras de orden cultural y ético, Park, Burgess y McKenzie idearon el concepto de “región moral” , distritos cuyos habitantes compartían gustos, costumbres y tem peram entos. Este interés p o r la cuestión identitaria, novedoso en el discurso positivista y de clara filiación romántica, surgió del convencim iento de que la “ desorganización 27 METRÓPOLIS: 1882-1939 ecológica” de la metrópolis tenía su origen en una mutación cultural inducida p o r los inmigrantes, “hom bres marginales” condenados a vivir en un estado de inestabilidad perm anente debido a sus costum­ bres diferentes. La problemática de la inm igración dividía a los sociólogos de la época. A unque la mayoría coincidía en que los barrios étnicos eran guetos temporales que irían desapareciendo a medida que sus habi­ tantes fueran asimilados por la cultura anglosajona, discrepaban en las estrategias que había que seguir para lograr dicha integración. U nos, en la línea de Jane Addams, la cifraban en la cercanía espacial. Fue el caso de Clarence Perry, quien en Housingfor the Machine Age 22 propuso que las comunidades metropolitanas se articularan en “unida­ des vecinales” concebidas com o aldeas pero dotadas de todo tipo de equipamientos. En su centro se ubicaría una escuela elemental, factor aglutinador de la vida com unitaria, y a su lado se dispondría un área para desfiles y celebraciones donde se instalarían m onum entos conm e­ morativos y un mástil con la bandera de Estados U nidos, estrategias destinadas a fom entar la conciencia nacional entre los inmigrantes. Por su parte, Park discrepaba de estas medidas basadas en el acercamiento espacial. Según él, las relaciones de vecindad habían sido aniquiladas en la metrópolis. En un entorno de acusada m ovili­ dad social, tan solo los creadores de opinión pública — la moda, la publicidad, la prensa, etc.— podían prom over la asimilación de los inmigrantes. C o n esta idea comulgaba Louis W irth, el cuarto gran referente de la Escuela de Chicago, de la que acabó distancián­ dose por su interés por la historia com o forma de conocim iento, es decir, p o r el tiem po en vez del espacio. En su tesis doctoral, The Ghetto,23 estudió una zona situada al oeste del río Chicago, lugar de concentración de la mayor colonia de inm igrantes de la ciudad. Allí descubrió que lo que la caracterizaba no era su espacialidad física, m uy heterogénea, sino su cultura. En 1938 W irth publicó el famosísimo artículo “Urbanism as a Way o f Life” , 24 donde defi­ nió el urbanismo com o un m odo de vida, un conjunto de com porta­ m ientos sociales propios de la metrópolis. 28 II aparato intelectual desplegado por la Escuela de Chicago encum ­ bró la sociología urbana a la categoría de disciplina científica. Para algunos autores, además, fue el punto de partida hacia la antropología urbana, cuyo reconocim iento com o disciplina no se produciría hasta 1960. Hasta entonces, la antropología se había ocupado de grupos hum anos pequeños, tradicionales y no occidentalizados. Un l'lie C ity , Park, Burgess y McKenzie la anim aron a implicarse en el estudio de la metrópolis, defendiendo que sus m étodos podían utilizarse en el análisis de las com unidades urbanas. La Escuela de Chicago nunca tom ó en consideración este apelo, pero sí aplicó técnicas antropológicas en sus estudios, com o la capacidad descripti­ va, el m étodo participativo, etc. D e estos balbuceos derivaron los community studies. A dm itiendo preceptos marxistas, sus precursores defendían que era más fácil desvelar la superestructura del sistema cuando la investigación se efectuaba sobre localidades pequeñas, fácilmente abordables, que sobre metrópolis, cuantitativa y cualitati­ vamente inabarcables. Los community studies rescataron de la antro­ pología m étodos de análisis etnográficos que aplicaron a grupos locales y entornos microurbanos. Siguiendo este procedim iento, los sociólogos H elen y R o b ert Lynd abordaron el estudio de M uncie (Indiana), un típico asenta­ m iento del M edio O este estadounidense. Para describir su cultura utilizaron categorías etnográficas (instituciones, costumbres, creencias, rituales, estatus y prácticas religiosas) y eligieron dos períodos clave en la historia de Estados Unidos: la década de 1920, cuando se difundió el fordismo, y la de 1930, la de la Gran Depresión. Del p ri­ mero resultó Middletown. A Study o f Contemporary American Culture,25 donde clasificaron la sociedad industrial en clase trabajadora y clase de negocios. Del segundo surgió Middletown in Transition, 26 un análisis del im pacto de la crisis económ ica en la vida cotidiana de los habi­ tantes de M uncie. En este segundo libro, los Lynd constataron que una institución había enturbiado su bipolar modelo clasista: la familia, que articulaba las relaciones existentes no solo dentro, sino tam bién entre las clases trabajadora y de negocios. 29 METRÓPOLIS: 1882 1939 La ruptura m arxista: m o d e r n id a d y “ p en sa m ie n to n e g a tiv o ” En Alemania, la sociología urbana brotó impregnada de sensibilidad romántica y al cobijo de los intereses monopolistas, para finalmente acabar en manos del iluminism o marxista.27 Este vuelco conceptual denota que, a diferencia de lo ocurrido en el entorno anglosajón, prim aron en ella los intereses ideológicos sobre los científicos. La otra gran diferencia entre ambas escuelas era de orden m etodo­ lógico. Los sociólogos alemanes eludieron la biología y optaron por el análisis histórico, convencidos de que la m odernización era un proceso tem poral que iba del feudalismo al capitalismo. En su fase romántica, la escuela alemana intentó conjurar el amargo destino que el proyecto racionalizador puesto en marcha por el káiser Guillermo II deparaba a la sociedad. Su estrategia consis­ tió en analizar el alienante presente urbano, reordenarlo y recons­ truirlo tom ando com o referencia un bucólico pasado. En Comunidad y asociación, 28 el sociólogo Ferdinand Tönnies rescató el concepto de Gemeinschaft, la mítica com unidad medieval que el m onopolism o habría suplantado p o r la Gesellschaft, la sociedad industrial. Mientras que la prim era era una realidad orgánica m odulada por la familia, la segunda estaba dom inada por la abstracción, la ciencia y la cultura. Para recuperar la estabilidad de la com unidad, la metrópolis debía renunciar a la razón científica com o forma de pensamiento y retornar al simbolismo; es decir, al arte y a la religión.Tönnies esbozaba así la versión más reaccionaria del m ito organicista. Pronto, en cambio, los sociólogos alemanes decidieron alinearse con los intereses del gran capital. Podía dejarse atrás la nostalgia por la Gemeinshaft gracias a una nueva síntesis, en este caso entre Zivilisation, el proyecto racionalizador, y Kultur, una expresión artística que lo legitimara. El crítico de arte August Endell intuyó ese encuentro en el im presionismo pictórico. En su libro Die Schönheit der Großstadt29 confesó su fascinación p o r el tum ultuoso Berlín de com ienzos de siglo, haciendo em erger de su desorden m ultitudinario una cascada 30 ile imágenes sugerentes. Endell descubría en la gran urbe una “nueva belleza” que hasta entonces había pasado inadvertida, una atmósfera eléctrica, superficial y vibrante que incitaba al disfrute hedonista de la metrópolis. Según Massimo Cacciari, le guiaba una clara intencio­ nalidad ideológica: maquillar la conflictiva “cultura del trabajo” del proyecto racionalizador con una especie de “cultura del disfrute” . También Karl Scheffler, otro crítico de arte, indagó en la posible síntesis entre Zivilisation y Kultur. A unqüe partía del discurso de Tönnies, concentró sus esfuerzos en conciliar la nostalgia medievalista con los intereses monopolistas, objetivo que coincidía con el ideario del D eutscher W erkbund. Para él, la problem aticidad urbana se circunscribía a una fase histórica y era reversible. La ciudad del laissez-faire era fruto de un crecim iento abandonado a los intereses ile los especuladores, pero la degeneración hipertrófica resultante podía solventarse tendiendo un puente entre Gemeinschaft y Gesellschaft. Nada más adecuado para este propósito que echar m ano del m ito organicista, lo que obligó a Scheffler a lidiar con la cuestión de la espacialidad, algo poco habitual en la escuela alemana. E n Architektur der Großstadt, 30 Scheffler dio form a a la “metrópolis orgánica” . En su centro funcional, la city, tan solo se admitirían construcciones repre­ sentativas de “las más bellas expresiones de la antigüedad” : museos, teatros, iglesias, etc. C om o contrapunto residencial, se proyectaría lina secuencia de enclaves unidos entre sí y con la city p o r ferroca­ rriles suburbanos. Prim aría en ellos una im pronta rural: tanto bur­ gueses com o obreros vivirían en casas unifamiliares con huerto, lo que les perm itiría cultivar la tierra al regreso del trabajo, am én de suscitar sentim ientos com unitarios. La estructura espacial resultante, una galaxia de suburbios residenciales que gravitarían en torno a la city, se conocería com o “principio satelital” . La metáfora organicista, que la Escuela de Chicago utilizó com o un instrum ento analítico, se había transformado en un fin en sí mismo. Pero ni la cultura del disfrute de Endell ni el principio satelital de Scheffler lograron exorcizar el implacable porvenir que el capita­ lismo m onopolista tenía reservado a la metrópolis. A comienzos del 31 METRÓPOLIS: 1882 I93S siglo x x muchos sociólogos recelaban de estas promesas redentoras a las que consideraban ensoñaciones románticas. La sospecha de que no había bálsamo posible les llevó a abandonar el em peño de sinte­ tizar Zivilization y Kultur para entregarse a un realismo ciertam ente descarnado. Los nuevos objetivos eran, en prim er lugar, com prender la lógica y el alcance del proceso de racionalización, para más tarde asimilarlo. Arrancaba así la fase iluminista de la escuela alemana. El autor que por fin dejó atrás la nostalgia medievalista fue Georg Simmel, considerado “el prim er sociólogo de la m odernidad” .31 T heodor A dorno afirmaba que lo que le perm itió acceder a las claves de lo que significaba ser m oderno fue su pensamiento sin fundamen­ to científico. Se trataba de un investigador ciertam ente peculiar. Su ensayo cumbre, “Las grandes ciudades y la vida del espíritu” ,32 fue el resultado de una singularísima perspicacia. Simmel definió la base psicológica del individuo m etropolitano, la Nervenleben, com o una intensificación nerviosa provocada por la cascada de estímulos a los que se veía sometido a diario. Para adaptarse a ella había desarro­ llado el intelecto; es decir, la capacidad de responder al entorno con la razón y no con el corazón. D e ahí su actitud blasée, un estado de em botam iento que dificultaba la discrim inación entre objetos cuyas diferencias eran consideradas insustanciales. El blasée de Simmel no rechazaba la gran ciudad ni aspiraba a transformarla, sino que aceptaba resignadamente su im potencia para superarla, negaba diligentem ente su individualidad e interiorizaba desencantadam ente su carácter irreversible. Tal com o puso de m ani­ fiesto Massimo Cacciari,33 esta fue la intuición excepcional de Simmel: la com prensión de la base puram ente productiva de la ciudad monopolista, de una esencia conflictiva y desarraigada que condenaba a los ciudadanos a una angustia crónica, y la presunción, en definitiva, de que la ideología de la metrópolis era una determ inada form a de “pensamiento negativo”. Simmel abortaba así la trayectoria romántica de la sociología alemana. También exhortaba a facilitar la com pren­ sión de esta revolucionaria realidad urbana expresándola artística­ mente, un reto que atañía a los arquitectos. En este sentido coincidía 32 con Charles Baudelaire: la estética de la m odernidad debía captar el frenético fluir de los fragmentos m etropolitanos, algo tan solo al alcance del arte de vanguardia. Tras la I G uerra M undial, en una Alemania vencida, humillada y arruinada, el pensam iento negativo se abrió paso de la m ano del marxismo, que encontró en él un instrum ento crítico que contra­ poner al discurso de la Escuela de Chicago, a la que acusaba de desinterés a la hora de identificar las cau§as de la injusticia social capitalista. El economista, sociólogo e historiador M ax W eber reco­ noció en la metrópolis una pieza esencial de la estructura, es decir, del engranaje del proceso de racionalización de la econom ía y la sociedad puesto en marcha por el gran capital y dirigido por el Estado. En su texto La ciudad,34W eber vinculó el espíritu del capitalismo con la ética protestante, que proclamaba que el trabajo sistemático y riguroso era voluntad de Dios. El ascetismo calvinista sublimaba así el proyecto monopolista. En La ciudad, W eber utilizó el análisis his­ tórico para dem ostrar que el conflicto — las luchas de clase— era inherente a la metrópolis; es más, era su fundamento. N o había con­ suelo posible; al ciudadano no le quedaba otra alternativa que “la viril aceptación del espíritu del capitalismo” . El sociólogo y econom ista W erner Som bart com plem entó este razonamiento negativo en Lujo y capitalismo,35 donde tam bién utili­ zó el análisis histórico. La vocación terciaria de la metrópolis, centro y destino de la industria del lujo, donde el consum o se había con­ vertido en m otor productivo, emanaba de su necesidad de organizar y socializar el desarrollo capitalista. En ella confluían los equipamien­ tos científico e industrial, la estructura financiera, el poder político, la fuerza de trabajo y el mercado. La metrópolis tan solo era eso, mera articulación del proyecto monopolista. C o n esta conclusión radicalmente nihilista, el pensam iento negativo sacrificaba en el altar de la racionalización la dim ensión estética, el único estímulo que Simmel había consentido al sujeto m oderno. 33 METRÓPOLIS: 18821939 LA METROPOLIS DELOS HISTORIADORES: MARCEL POETE, PIERRELAVEDAN, LEWIS MUMFORD La sensibilidad romántica, y más concretamente el idealismo, la opción metafísica con la que H egel se enfrentó al materialismo, difundió el interés por la historia com o campo de conocim iento. El filósofo alemán defendía que la realidad estaba envuelta en un proceso evolutivo donde cada cosa producía su contrario, generando fases de integración que avanzaban hacia una verdad absoluta. Su afán po r descubrir el significado y la finalidad de esa evolución le llevó a escribir la Enciclopedia de las ciencias filosóficas,36 un gigantesco m etarrelato que enlazaba linealm ente todos los conocim ientos existentes, hasta entonces desperdigados. El cientifismo positivista y marxista hundiría la metafísica en el descrédito, lo que explica que la profusión de estudios históricos inspirados por el idealismo hegeliano no se orientara hacia el rastreo de esa “verdad”, sino hacia la investigación especializada. Ese fue el cam ino que em prendió la historia urbana a comienzos del siglo x x , después de décadas en manos de eruditos carentes de m etodología y que a m enudo la trataban de manera anecdótica. En la etapa que ahora se abría, la de su definición com o disciplina científica, se perfilaron dos tendencias que perdurarían en el futu­ ro. U nos, norm alm ente sociólogos, utilizaron la historia urbana para rastrear las claves del cambio socioeconóm ico que había desembocado en la form ación de las metrópolis, lo que les llevó a contemplarla com o un apéndice de la historia económ ica y social. A otros, generalm ente historiadores del arte, les movían inquietudes patrimoniales, por lo que la utilizaron para estudiar la m orfología urbana. 34 I ti historia urbana c o m o h istoria e c o n ó m ic a y social Q ue la historia urbana com enzara su andadura de la m ano de un híbrido denom inado “historia económ ica y social” es algo que no debe extrañarnos. En el siglo x ix la historia general y las ciencias sociales conform aban una misma área de conocim iento. D e ahí que el objetivo de la obra pionera de la deriva hacia la historia urbana, I m ciudad antigua,37 no fuese el estudio de la evolución de la ciudad, sino de instituciones com o el Estado, la familia o la religión. Lo que hizo de ella una obra de carácter excepcional fue el hecho de que su autor, el historiador N . D. Fustel de Coulanges, tom ara com o ejemplo la polis griega. El marxismo tuvo m ucho que ver en el posterior desarrollo y consolidación de esta estrategia. N i M arx ni Engels pensaban que la metrópolis fuera responsable de la miseria en la que vivía sumida la clase obrera, sino que era tan solo el escenario donde se representaba el conflicto desatado por el verdadero culpable: el m odo de produc­ ción capitalista. Sin embargo, su convencim iento de que el ser hum ano podía alterar el curso de los tiempos les llevó a interesarse por la historia urbana, en la que descubrieron un eficaz instrum ento para desvelar el uso que el capital había hecho de la ciudad. D e ahí que, com o hemos visto en el apartado anterior, la sociología marxista se apoyara en el análisis histórico. En el campo de la historia urbana, las cuestiones metodológicas com enzaron a plantearse en los años previos a la I G uerra Mundial. U na de las prim eras fue: ¿cómo se transforman las ciudades? Las opciones eran “ evolucionism o” o “análisis com parativo” . Basándose en las tesis de Patrick Geddes y del filósofo H enri Bergson,38 los defensores del prim ero entendían que lo hacían de manera lineal e ininterrumpida, siguiendo un proceso conducido por leyes generales de carácter biológico. D e acuerdo con esta idea, el papel de la histo­ ria sería el estudio de la evolución de ese “ser urbano” que nacía, maduraba y moría. 15 METRÓPOLIS: 18821939 C om o ya hem os visto en “ La metrópolis de los sociólogos” , esa fue la estrategia utilizada por R aoul Blanchard en su estudio sobre Grenoble, considerada por algunos com o una de las primeras monografías de historia urbana. Algo similar hicieron los tam bién geógrafos O tto Schlüter, quien investigó la im plantación territorial de los centros rurales medievales, y August M eitzen, quien se centró en el período com prendido entre celtas y eslavos. Ambos inauguraron la tradición historicista de la geografía urbana, que no se pondría en cuestión hasta mediados del siglo xx. Su interés por la historia urbana se explica porque estaban convencidos de que la evolución econó­ mica y social se proyectaba sobre el espacio urbano, lo que les acer­ caba a la senda abierta por Fustel de Coulanges. En el am biente de zozobra psicológica sobrevenido tras la con­ solidación de las metrópolis, no es de extrañar que la secuencia evolucionista de nacimiento, crecimiento, decadencia y m uerte diera pábulo a elucubraciones de tono mesiánico. U n claro ejemplo de ello fue La decadencia de Occidente,39 donde el historiador y filósofo Oswald Spengler afirmaba que las culturas atravesaban ciclos vitales. La prim era fase era heroica, rebosante de vigor, y se expresaba m ediante mitos religiosos y obras épicas (en O ccidente coincidió con la Edad Media); le seguía un estío cultural ilum inado por genios individuales (Miguel Angel, W illiam Shakespeare y Galileo Galilei) y tras él llegaba el otoño, la dorada madurez de la cultura (represen­ tada p o r Johan Wolfgang von G oethe y Wolfgang Amadeus Mozart). En esa últim a fase, que coincidió con el advenim iento de la Ilustra­ ción, la filosofía com enzó a amenazar a la religión, prim er síntoma de una decadencia que desembocaría en el surgim iento de la metrópolis, el “invierno de la cultura”. Convencido de que la historia era pronosticable, Spengler aventuraba que de la malsana forma de vida urbana se derivaría la esterilidad de la mujer, abocada a trabajar y, por ende, a abandonar su papel de madre. Se pondría así en marcha un proceso de despoblación que acabaría con la civilización occi­ dental, evidencia de la propensión metafísica de las ciudades hacia la m uerte. 36 El marxismo, en cambio, apostó por el análisis comparativo, la m eto­ dología apuntada p o r Fustel de Coulanges. En La ciudad, que, com o liemos visto, era una obra de sociología histórica más que de historia urbana, M ax W eber negó que las ciudades respondieran a leyes generales, y m ucho m enos de carácter biológico. Las situaciones históricas eran siempre individuales y producto de constelaciones ile fuerzas dispares. Por eso el análisis comparativo las clasificaba en tipologías que se correspondían con épocas. Las desarrolladas en l ¿ ciudad obedecían a los papeles políticos desempeñados por tres actores sociales: la familia, el Estado y el individuo. W eber distinguía así la “ ciudad principesca o de consum idores” , cuyos habitantes dependían del poder adquisitivo de terratenientes, aristócratas, etc.; la “ciudad industrial o de productores” , sustentada p o r los industria­ les; y la “ciudad m ercantil” , respaldada p o r los comerciantes. También los geógrafos acabaron abrazando el análisis comparativo. Su alianza con el evolucionismo entró en crisis en el período de entre­ guerras, cuando se puso de moda agrupar los planos según las formas de organización funcional. El británico R o b e rt E. Dickinson, por ejemplo, clasificó las tramas norteamericanas en irregulares y regulares, y estas últimas en ortogonales, lineales y radiocéntricas. A menudo, de estas clasificaciones resultaron atlas de edificación, com o el que ela­ boró H ugo Hassinger en 1916 sobre Viena, donde catalogó los edi­ ficios según épocas de construcción; o el de Walter Geisler en 1918 sobre Danzig, según alturas y funciones. Bien es cierto que estos atlas no podían considerarse com o historias urbanas propiam ente dichas, ya que se limitaban a analizar los planos y ordenarlos por tipos. La segunda cuestión planteada en los albores de la definición dis­ ciplinar de la historia urbana aludía a los contenidos. En este caso, la disyuntiva era entre una aproximación individualizante o generali­ zante. La prim era suponía estudiar ciudades concretas en contextos temporales específicos.40 Esta opción fue la que predom inó hasta la I G uerra Mundial, avalada por la Escuela de Chicago, que la aplicó a sus estudios com unitarios, y p o r el nacionalismo decim onónico, que afianzó sus historias patrias con historias locales. En la época de 37 METROPOLIS: 1882-1939 entreguerras, en cambio, se impuso la aproxim ación generalizante, que animaba a investigar procesos que afectaran a numerosas ciudades y durante dilatados períodos de tiem po. El objetivo era superar uno de los principales retos a los que se enfrentaba la historia urbana: trascender los particularismos regionales y afrontar las grandes trans­ formaciones sociales de las que se ocupaba la historia general. Esta fue la elección de H enri Pirenne, uno de los pocos historia­ dores del arte que abordó la historia urbana com o una historia eco­ nóm ica y social, con el com ercio y la burguesía com o protagonistas. En Las ciudades de la Edad Media,4' Pirenne utilizó el m étodo com ­ parativo para estudiar la funcionalidad económ ica de la ciudad histórica, estableciendo los tipos “ciudad fortaleza” y “ciudad epis­ copal” . Sin embargo, la im portancia de esta obra radicaba en su perfil generalizante. A unque se centró en el período com prendido entre finales de la Antigüedad y mediados del siglo x n ,42 no se limitó a analizar casos concretos, sino que esbozó un panoram a holístico poco habitual en aquel entonces. La o r ie n ta c ió n hacia la m o rfo lo g ía : el pap el de los h istoriad ores del arte C om o decimos, Pirenne fue una excepción. La mayoría de los his­ toriadores del arte lucharon porque la historia urbana dejara de ser vicaria de la historia económ ica y social. Su interpretación de la ciudad com o obra de arte les llevó a centrarse en la morfología,43 en la que intuyeron una base sobre la que construir esa autonom ía. Tras esta elección se escondían inquietudes típicam ente románticas: la consolidación de la metrópolis — que despertó en los historiado­ res la nostalgia por la ciudad medieval y, por ende, el deseo de cono­ cerla— y la dilapidación del patrim onio arquitectónico. N o es de extrañar que esta tendencia despuntara en París, una ciudad que acababa de ser eviscerada por el plan Haussmann. El encargado de inaugurarla fue Marcel Poète, amigo personal de Patrick Geddes, del que heredó la admiración por los geógrafos,44 38 I.i apuesta p o r el evolucionismo y el interés p o r el urbanismo. I )c hecho, tan solo la segunda parte de su obra más insigne, Introducción al urbanismo,45 era una historia urbana propiam ente dicha (desde ligipto hasta la etapa helenístico romana). La prim era, a la que se debió la gran trascendencia del libro, estaba enfocada a definir las bases de la propia disciplina. N o era casualidad. Francia acababa de aprobar sus prim eras leyes urbanísticas (en 1919 y 1924), que pres­ cribían la obligatoriedad de que las corporaciones municipales ela­ boraran planes reguladores. En esta encrucijada, Poete tuvo el valor de posicionarse en contra del todopoderoso arte urbano francés, i igu rosamente formalista, y en favor de un urbanism o concebido com o una “ciencia de la observación” de la evolución de ese “ser viviente” que era la ciudad. En este sentido, y para inform ar al plan regulador, Poete postuló lo que puede considerarse com o la segunda prefiguración del análisis urbano en su etapa predisciplinar (la p ri­ mera fue el “ estudio regional” de Geddes), que consistía en servirse ile catas arqueológicas para reconocer las trazas originarias de la morfología urbana y reconstruir su posterior evolución, dependiente de los accidentes geográficos. El tercer capítulo de Introducción al urbanismo estaba dedicado al estudio de los caminos de acceso com o elementos determ inantes de la form a urbana, y el cuarto al de los rasgos topográficos y geológicos com o condicionantes de sus marcas fundacionales. Poete había ensayado este bosquejo de análisis urbano en Une Vie de cité. París de sa naissance a nosjours.46 Los cuatro volúmenes que com ­ ponían esta recopilación de textos han sido reconocidos com o una de las primeras obras maduras de historia urbana. La abundancia de mate­ rial iconográfico y la relativa presencia de planimetría evidenciaban que los intereses de Poete iban más allá de la morfología, aspirando a conform ar una visión global de un “ organismo urbano” concreto: París. Ello le obligó a recurrir a fuentes tan numerosas com o variadas: la arqueología, la filología, la arquitectura, la literatura, la pintura, la estadística, etc., fuentes en cuyo manejo le había adiestrado su activi­ dad com o archivista y director de la Biblioteca H istórica Municipal. 39 METROPOLIS: 18821939 Une Vie de cité animó a los arquitectos europeos a leer sus ciudades tal com o Poete había leído París, es decir, poniendo en valor sus parti­ cularidades, y con similar objetivo, extraer directrices que poder aplicar al planeamiento urbano. Resultaron de ello lecturas históricas orientadas p o r preferencias arquitectónicas y urbanísticas. El libro de W erner Hegem ann Das steinerne Berlín47 se insertaba en el agrio deba­ te berlinés del período de entreguerras, donde el dilema era: París o Londres; es decir, concentración o dispersión. Según este arquitecto, el káiser Federico II había apostado p o r París, un error histórico, ya que la capital prusiana tenía m ucho más en com ún con Londres, como, por ejemplo, el hecho de estar rodeada por una amplia llanura o haberse liberado de las murallas medievales. Por ello le parecía injustificable que se hubiera optado p o r el m odelo de ciudad com ­ pacta en vez del suburbano. H egem ann animó a su amigo Steen E. Rasmussen a investigar la ciudad que él tanto admiraba. En Londres, dudad única,48 el arquitecto danés intentó desvelar las particularidades que hacían de la capital británica una metrópolis diferente al resto de las europeas: la baja densidad, la gran dim ensión, la abundancia del verde, los trazados pintorescos, la ausencia de ejes m onum entales y, m uy especialmente, la condición policéntrica. Este cúm ulo de singularidades había resultado de la interacción del m edio físico londinense con las prácticas políticas e institucionales británicas. C om o vemos, Poete sedujo a los arquitectos, logrando que la historia urbana se colara en la planificación urbanística. N o menos im portante fue su influencia para los historiadores. Sus alumnos de la Ecole des Hautes Etudes Urbains, fundada p o r él y H enri Sellier en 1919 y reconvertida en el Institut d ’Urbanisme en 1924, siguieron su estela. El uso articulado de fuentes multidisciplinares, el evolucio­ nismo y la m orfogenética,49 perm itió que estos jóvenes historiadores superaran las fases literaria y retórica, sentando las bases de una potente escuela francesa de historia urbana que se nutría del positi­ vismo organicista y evolucionista de Geddes. U n o de los grandes maestros de esta escuela fue Pierre Lavedan. En Géographie des villes,50 una obra igualmente influenciada p o r los 40 geógrafos, reafirmó la idea de que las ciudades eran organismos naturales que evolucionaban desde la infancia a la senectud. Lavedan también consideraba que las ciudades eran obras de arte, p o r lo que intentó aplicar las técnicas de la historia del arte a la historia urbana, lista visión, propia del arte urbano, le alejó del enfoque urbanístico de Poëte y su “ciencia de la observación” . Lavedan fue el autor de la prim era historia totalm ente generali­ zante desde el punto de vista espacial ÿ temporal. Su gigantesca / Ustoire de l’urbanisme51 com prendía todo el planeta y todo el arco histórico,“de la prehistoria a la era atóm ica” . Para explicar y clasifi­ car las ciudades, Lavedan indagó en los principios m orfogenéticos, pero tam bién en los fundam entos intelectuales propios de cada civi­ lización: religiosos en la Antigüedad, estéticos en la Edad M oderna y funcionalistas en la Edad C ontem poránea. Fiel a la sensibilidad romántica, contrapuso el carácter supuestam ente saludable de la ciu­ dad histórica a la naturaleza enfermiza de la metrópolis, “víctima de lina patología degenerativa” . El tercer protagonista de la etapa fundacional de la historia urbana fue L.ewis M um ford, a quien se ha definido com o sociólogo, urba­ nista o periodista. En realidad, era cualquier cosa menos un historiador positivista (él mismo se consideraba un generalista que sentía aversión por los especialistas). En 1938 escribió La cultura de las ciudades,52 una obra de vocación generalista que abarcaba desde la Europa medieval hasta la América contem poránea. Tam bién él traspasó los confines de la m orfología urbana, en este caso para indagar en cues­ tiones tan diversas com o la tecnología, la econom ía, la geografía, la funcionalidad, la legislación, las infraestructuras y, m uy especialmen­ te, en lo cotidiano, las utopías, lo simbólico y lo ideológico, con atención preferente al hecho religioso. Podríam os aseverar que en este libro confluyeron las dos orientaciones propias de esta prim era fase de la historia urbana: la socioeconómica de W eber y Pirenne y la m orfológico geográfica de Poëte y Lavedan. Eso sí, la sensibilidad de M um ford era claramente romántica. Siguiendo las tesis de Geddes, del que tam bién era un acérrim o 41 METRÓPOLIS: 1882-1939 discípulo, consideraba que la civilización seguía una evolución lineal, debido al progreso tecnológico, y cíclica, estructurada en períodos de crecimiento, expansión y desintegración. C on un tono mesiánico que recordaba a Spengler, concluía presagiando que el gigantismo de la megalópolis industrial formaba parte del últim o de esos estadios, el previo a la necrópolis, el fin de la civilización. Esta inflexión apocalíptica hubiera sido inconcebible en Lavedan. M ientras que su Histoire de l ’urbanisme era académicamente rigurosa y fue calificada com o ideológicam ente neutra, La cultura de las ciudades estaba claramente dirigida p o r los intereses personales de alguien que había dejado de lado la devoción tecnológica para pasar a denunciar sus riesgos. En este sentido, más que la historia propiam ente dicha, lo que interesaba a M um ford era el espíritu de la historia, del que esperaba extraer lecciones aplicables a la m etró­ polis. Por eso su libro no era tanto una historia urbana com o un ensayo sobre los valores que debían guiar el urbanismo, lo que lo acercaba a la teoría urbana. 42 LAMETROPOLIS DELOS ARQUITECTOS: CAMILLOSITTE, RAYMOND ÜNWIN, LECORBUSIER El nacim iento del urbanism o se produjo durante el apogeo del arte urbano. Este último, tam bién denom inado art urbain, civic art o Städtebau, se englobaba en una tradición que identificaba ciudad y arquitectura y que tenía su origen en el R enacim iento. La proyectación urbana tenía que ver con la form a, po r lo que se la consideraba com o una extensión natural de la edificación. Este interés por la l isicidad derivó en determ inism o espacial: los “arquitectos planifica­ dores” estaban convencidos de que un orden urbano arm onioso traería aparejado un orden social ético y cívico. Su misión en el proceso de racionalización m onopolista sería hacer de puente entre arquitectura e ingeniería, Kultur y Zivilisation, de ahí que se decanta­ ran por un arte aplicado que asumía los requisitos técnicos de la metrópolis pero cuyo principal objetivo era estético: el em belleci­ miento. Para definirlo, siguieron los dictados compositivos de la Ecole des Beaux-Arts: jerarquía de espacios, simetrías y culto al eje, preceptos que la exitosa operación de Haussmann había extendido por Europa y que el m ovim iento C ity Beautiful había transferido a Estados U nidos. El principal rival del arte urbano apareció en 1875, cuando el ( ¡obierno de la Alemania guillerm ina aprobó una ley que otorgaba a las administraciones públicas poderes para promover, redactar e im plem entar planes reguladores, reconociendo así que la racionali­ zación de la metrópolis no podía seguir confiándose a leyes higie­ nistas. M uchos autores coinciden en señalar dicha fecha como la del nacim iento del urbanism o com o disciplina.53 Sin embargo, no fue bautizada com o tal hasta la Town Planning C onference de Londres (1Ú10), cuando Patrick Geddes la anim ó a adoptar la secuencia del 43 METRÓPOLIS: 1882-1939 “estudio regional” — investigación, análisis y planeam iento— , base m ucho más ambiciosa sobre la que inició su proceso de institucionalización. U n año antes, en 1909, se había aprobado la prim era ley específicamente urbanística de la historia (H ousing and Town Planning Act), ese mismo año com enzó a im partirse un curso de urbanismo en el D epartam ento de A rquitectura del Paisaje de la Harvard University, y en 1914 se creó un D epartam ento de U rba­ nismo en la Escuela de Arquitectura Bartlett del University College de Londres.54 El urbanism o se gestó y se conform ó en el ám bito del iluminismo, que lo orientó hacia la ciencia y el positivismo, lo que suponía una aceptación acrítica de los intereses del capitalismo. Tal com o denunció W erner Sombart, la “cultura del plan regulador” era meram ente racional y se limitaba a colaborar en el ajuste productivo monopolista. Así lo consideraba el marxismo, que mostró por el urbanismo la misma indiferencia que antes había sentido por el arte urbano. Lo acusaba de ser un instrum ento ideado po r el Estado para llevar a cabo las tareas que le habían encom endado las élites económicas: implicar a la metrópolis en su proyecto racionalizados construir infraestructuras y equipam ientos que no eran rentables, separar espacialmente las áreas residenciales burguesas de las proleta­ rias y establecer unas mínimas reglas de juego que evitaran que los especuladores se depredaran entre sí. Por lo que respecta al arte urbano, y tal com o com entaba François Choay,55 el desdén del m ar­ xismo procedía de su desinterés po r el espacio. Los modelos urbanos ideados por el socialismo utópico com o alternativa a la ciudad del laissez-faire, el familisterio de Jean-Baptiste André Godin, el falansterio de Charles Fourier y la N ew H arm ony de R o b e rt O w en, fueron considerados paternalistas y antirrevolucionarios. La única salida a la gran crisis urbana del siglo x ix era la abolición del capitalismo y la im plantación de una sociedad sin clases. Al m argen de eso, cualquier otra cuestión, incluida la espacial, era accesoria. A unque desahuciados p o r el marxismo, el urbanism o y el arte urbano fueron filtrados según las referencias e intereses de las dos 44 »fusibilidades que habían impregnado el pensamiento occidental desde el siglo xvii. En el debate urbanístico, los arquitectos románticos Insistieron en el tem a del crecim iento urbano, asociándolo al m ito del paisaje, mientras que los iluministas concentraron sus esfuerzos en la racionalización, vinculándola al m ito de la industria. Por lo que respecta al arte urbano, discreparon en sus opciones estéticas: los románticos se inclinaron por el medievalismo y los iluministas por el arte de vanguardia. I I d e sco n te n to ro m á n tico : ■ luilad h istórica y paisaje I a sensibilidad romántica irrum pió en el arte urbano alentada por un malestar estético: la “fealdad” de la metrópolis. En 1889 Camillo Sitte publicó Construcción de ciudades según principios artísticos, 56 donde se rebelaba contra el pragmatismo del urbanismo iluminista. A unque com partía sus reivindicaciones tecnicistas, aceptaba la sociedad industrial y rechazaba refugiarse en utopías nostálgicas, defendía que los aspectos artísticos eran tan importantes com o los funcionales e infraestructurales, y exigía que la m etrópolis, además de racional, fuese hermosa. Influenciado por la crítica del arte, de la que adoptó el concepto de Kunstwollen (“voluntad artística”) enunciado por Alois R iegl,57 estaba convencido de que el ciudadano tenía un senti­ do estético natural que era el que había utilizado durante siglos para concebir bellos espacios urbanos. La ciudad del laissez-faire, cons­ truida por especuladores, quebró esa tradición y, con ella, la capacidad creadora de sus habitantes. Para recuperarla era necesario intelectualizar el Kunstwollen en manuales de diseño com o el citado Construc­ ción de ciudades según principios artísticos. Por un lado, y para dotar de una base científica a su apuesta estética, Sitte recurrió a la naciente psicología del espacio, que le perm itió describir cóm o este era per­ cibido a través de la visión. Por otro, y para distinguir y separar las leyes que habían regido la construcción de la belleza a lo largo de la historia, analizó las morfologías urbanas tradicionales. Finalmente, 45 METRÓPOLIS: 18821939 abogó por el retorno al pintoresquismo medieval, opción que justifi­ caba por el hecho de que el ojo hum ano captaba el espacio urbano p o r secuencias, es decir, de manera fragmentaria y cinética. D e ahí su apuesta p o r los espacios públicos cerrados y su crítica a las tramas ortogonales y los ejes visuales propios del arte urbano francés, con el que, sin embargo, coincidía en un postulado esencial: la ciudad debía ser concebida desde las tres dimensiones propias de la arquitectura. El libro se Sitte extendió por Europa una versión medievalista del arte urbano com o alternativa a la clasicista de la Ecole des B eaux-A rts.5x U n o de sus seguidores fue el historiador y urbanista C ornelius G urlitt, autor de Über Baukunst.59 En esta obra, ampliada en 1920 bajo el título de Handbuch des Städtebaues,A0 insistía en los presupuestos enunciados p o r el arquitecto austríaco: definió el arte urbano com o la confluencia del plan regulador y el proyecto arqui­ tectónico, reivindicó el uso de la psicología de la visión para deter­ m inar las dimensiones de una plaza o la ubicación de un edificio, rastreó la historia urbana en busca de referencias y concluyó denun­ ciando los trazados ortogonales por su m onotonía visual. N o ocurrió lo mismo con el otro gran teórico del arte urbano romántico, el historiador del arte Albert Erich B rinckm ann. En Platz und M onument'' form uló un m étodo de análisis de la percep­ ción de la ciudad inspirado por la teoría purovisualista de H einrich Wöltflin, del que B rinckm ann había sido alumno. Para definir el carácter de los espacios urbanos estableció una serie de pares anti­ nómicos, com o regularidad e irregularidad o simetría y asimetría. Tam bién acudió a la historia urbana, donde detectó constantes y variables que le sirvieron para enunciar las reglas artísticas que regían la forma visible de las ciudades, reglas universales y expresables m atem áticam ente. Sin embargo, las conclusiones estilísticas a las que llegó B rinckm ann eran opuestas a las de Sitte y Gurlitt: recha­ zaba el neomedievalismo y no ocultaba su fascinación p o r los contundentes perfiles m etropolitanos. Q ue el arte urbano germ ánico se apoyara en la historia urbana sirvió tam bién para difundir entre los arquitectos la conciencia 46 patrimonial, segunda línea de reflexión abierta por la sensibilidad romántica, y que inm ediatam ente se bifurcó. Sitte y G urlitt defen­ dían que se podía intervenir en la ciudad histórica siempre que se respetaran las leyes de la percepción visual; Brinckm ann, en cambio, creía que era un ente intocable, susceptible tan solo de ser cataloga­ do y preservado. Se alineaba así con los postulados de John R uskin, pionero en la reivindicación del valor patrim onial de la ciudad, l in Las piedras de Venecia, 62 R uskin había señalado el papel que el patrim onio de la ciudad jugaba en la definición de la identidad personal de sus habitantes, a los que enraizaba en el espacio y en el tiempo. Partiendo de este argum ento, su prescripción era radical: la ciudad debía conservarse intacta, preservando no solo su arquitec­ tura y red viaria, sino tam bién las formas de vida preindustriales que las habían generado. En la década de 1930 la polém ica entre intervencionistas y con­ servacionistas se disparó, alentada por una nueva oleada de destruc­ ción urbana auspiciada por programas com o el de “limpieza de las barriadas y realojam iento” del London C ounty C ouncil, que acabó con varios barrios tradicionales. El ingeniero e historiador del arte Gustavo Giovannoni, atento lector de Construcción de ciudades según principios artísticos, fue clave para que la balanza se inclinara a favor de los prim eros. En 1931 escribió Vecchie citta ed edilizia nuova,63 donde dejaba constancia de sus múltiples deudas con Sitte: lamentaba la fealdad de la metrópolis, confesaba su adm iración por la ciudad tradicional, reclamaba vincular urbanism o y arquitectura y, algo especialmente significativo por su infrecuencia en el contexto rom án­ tico, defendía el acuerdo entre pasado y presente. Para Giovannoni el casco histórico era un m onum ento, pero tam bién un tejido vivo con valor de uso, concretam ente com o área de esparcimiento del blasée m etropolitano. Sobre esta base impulsó una teoría vehiculada por tres principios: el casco histórico debía articularse con el resto de la ciudad, sus m onum entos eran inseparables del entorno urbano, que tam bién debía ser protegido, y las dem oliciones y reconstitucio­ nes parciales eran lícitas siempre que no falseasen el original. Tras la 47 METRÓPOLIS: 18821939 II Cíuerra M undial, esta teoría, que compatibilizaba preservación y adecuación a los nuevos tiempos, abriría las puertas de los centros urbanos europeos a los intervencionistas, relegando a los conserva­ cionistas al papel de eternos gem ebundos. Dejem os aquí la ciudad histórica para abordar ahora el segundo gran m ito de los arquitectos románticos: el paisaje, cuyo culto se rem onta al origen mismo de la sensibilidad romántica. El enalteci­ m iento rousseauniano de la naturaleza se vio inm ediatam ente refor­ zado po r el paisajismo, un campo del arte que la sublimó a categoría estética. En la etapa m etropolitana el paisaje se incorporó a la teoría urbana,64 estableciendo una dicotom ía entre paisaje y ciudad en la que el prim ero funcionaba com o m odelo, e incluso com o guía ética, de la segunda. Desde ese m om ento, el paisaje pasó a ocupar un lugar central en el altar romántico, donde se lo invocaba com o antídoto a una de las principales preocupaciones de los arquitectos: el desbocado crecim iento metropolitano. La técnica urbanística iluminista había dem ostrado que no le inquietaba este asunto: nunca cuestionó el desarrollo magmático e ilimitado de la metrópolis, conform ándose con intentar ordenarlo. Esta resignación sublevó a los arquitectos románticos, que se im pu­ sieron com o tarea preservar los entornos naturales de la amenaza urbanizadora. Para afrontar este reto, explotaron la potente veta del pensam iento antiurbano decim onónico. Especialmente sugerente era la filosofía anarquista del geógrafo Piotr K ropotkin, autor de Campos, fábricas y talleres,65 un libro en el que emplazaba el futuro de la hum anidad en las antípodas del presente m onopolista: las industrias serían pequeñas, em plearían a trabajadores altamente cualificados y gozarían de una gran libertad de localización gracias a la expansión de la energía eléctrica. En estas circunstancias la con­ centración m etropolitana dejaría de tener sentido, p o r lo que gran parte de la población retornaría al campo. En este caldo de cultivo germ inó la figura de Ebenezer Howard, activista social y taquígrafo parlamentario. La propuesta de su libro Ciudades jardín del mañana66 era singular: colonizar el territorio con 48 ciudades jardín de población y dim ensión limitadas: 32.000 habi­ tantes, 1.000 acres [400 hectáreas] de terreno urbanizable y 5.000 acres [2.000 hectáreas] de terreno agrícola. Howard las definió com o una secuencia de círculos concéntricos: en el centro un parque, más allá una corona de equipam ientos, calles residenciales salpicadas ile cottages neogóticos, una gran avenida de 130 metros de anchura Manqueada p o r crescents y un cinturón de fábricas conectado por ferrocarril con otras ciudades jardín. La aportación clave de este esquema era la baja densidad: 80 habitantes/hectárea y más de un tercio de la superficie destinado a zonas verdes. Era lo nunca visto en las ultracongestionadas metrópolis. La alternativa a su crecim ien­ to magmàtico era una galaxia de ciudades jardín enlazadas entre sí por eficientes redes de transporte. Esta urbe paisaje conciliaba pares de conceptos hasta entonces antinóm icos — trabajo industrial y agrícola, técnica y tradición, servicios de la gran ciudad y vida bucólica del campo, etc.— en una brillante síntesis de los valores esenciales del romanticismo, la com unidad, la aldea y, por supuesto, el paisaje. Pero Howard solo dedicó dos de los trece capítulos de Ciudades jardín del mañana a cuestiones morfológicas, abordando en los once restantes temas políticos, económicos y sociales. Siguiendo los dictados de Kropotkin, aspiraba a reconstruir el capitalismo sobre la base de la pequeña empresa, confiando la edificación de las ciudades jardín a cooperativas de accionistas. Los réditos derivados de la revaloriza­ ción de sus zonas agrícolas se utilizarían para sustentar un auténtico Estado del bienestar: equipam ientos públicos, pensiones, seguros de enferm edad, etc.; en definitiva, el paraíso anarquista. Era evidente que la viabilidad de la propuesta de H ow ard en la metrópolis m onopolista era nula si previam ente no se barrían estos rescoldos ideológicos. A ello se dedicó R aym ond U nw in , un socia­ lista que, paradójicam ente, dejó de lado las cuestiones socioeconó­ micas para concentrarse en los tipos arquitectónicos y urbanos de la ciudad jardín, en los que intuyó patrones m uy del gusto de la bur­ guesía británica. El prim er paso hacia su conversión en un producto 49 METRÓPOLIS: 1882 1939 comercial lo dio en La práctica del urbanismo, 67 donde proclamó su pasión por la arquitectura vernácula de los pueblos ingleses. U nw in enlazaba así el paisajismo de Howard con el medievalismo de Sitte, del que había aprendido a vincular ciudad y arquitectura. Esta feliz convergencia fue codificada en un opúsculo publicado en 1912, Nothing Gained by Overcrowding!68 D e H oward incorporó la baja densidad poblacional y la apuesta p o r la edificación abierta y de Sitte la recomendación de la clausura visual del espacio. De la síntesis entre ambos resultó el cióse, una agrupación de viviendas unifamiliares en U que generaba un espacio semiprivado y semipúblico que fomentaba la vida com unitaria. Las casas, que contarían con jardín delantero y espacio de recreo trasero, se separarían entre sí un m íni­ m o de 24 metros para perm itir el soleamiento, y se emplazarían en calles sin salida donde los niños podrían jugar seguros. La trascen­ dencia de Nothing Gained by Overcrowding! fue enorm e. El London C ounty C ouncil transcribió sus dictados a sus nuevas ordenanzas, acabando así con la tradición de los barrios obreros británicos y sus interm inables hileras de viviendas adosadas, tipología denostada por U nw in debido a su monotonía. Eso sí, la ciudad jardín autosuficiente de Howard se había transmutado en un suburbio jardín que gravitaba, espacial y funcionalm ente, alrededor de la metrópolis. U nw in no solo había desactivado el idealismo anarquista de Howard, sino tam­ bién la dim ensión territorial de su propuesta, una auténtica traición que él mismo reconocería más adelante. U na vez reform ulado com o suburbio jardín, el m odelo de Howard experim entó una fulgurante expansión internacional, de la que se encargaron asociaciones como la Garden City Association británica, fundada en 1899. En Francia, el m entor de la Association des Cités-Jardins, creada en 1904, fue el jurista Georges Benoít-Lévy, autor de La Cité-jardin 69 y pionero en la idea de asociar ciudad jardín y vivienda obrera (también propuso com plem entar las pro­ puestas de H ow ard con las de A rturo Soria y Mata). El epígono italiano fue Alessandro Schiavi, un socialista que coincidía en esa vinculación pero que no ocultaba su fascinación por los valores 50 estéticos de las aldeas británicas, com o puso de manifiesto en Le case il buon mercato e la città-giardino.70 Aunque sin duda, y al margen del R eino Unido, el país que plantó con más ahínco la semilla de Howard fue Alemania, tierra abonada por los discursos deT ónnies y Spengler. Su Gartenstadtgesellschaft, fun­ dada en 1902, llegó a contar con el apoyo del D eutscher W erkbund, es decir, del capital monopolista. Este amplio consenso explica que la singladura de la ciudad jardín alemana sé bifurcara en dos vertientes ideológicas. U na era conservadora y fue sumamente precoz, tanto que sn precursor,T h eo d o r Fritsch,le disputó a Howard la paternidad de la idea. En 1896, dos años antes de que apareciera la prim era versión de Ciudades jardín del mañana, Fritsch publicó Die Stadi der Zukunft,1' donde postulaba un esquema de ciudad del futuro aparentem ente similar a la ciudad jardín: planta circular, espacio libre central, cintu­ rón verde, propiedad com unitaria de la tierra, etc. Sin em bargo las diferencias entre ambos modelos eran esenciales: el de Fritsch estaba pensado para un m illón de habitantes, no se planteaba com o una estrategia de crecim iento descentralizado y, sobre todo, era un m ani­ fiesto totalitarista y racista absolutamente contrario al anarquismo libertario que inspiraba a Howard. Esto explica que, cuarenta años después de la edición de Die Stadi der Zukunft, el nacionalsocialismo optara por la ciudad jardín com o mecanismo para recuperar los valores de la Alemania rural. Eso es lo que pretendía G ottfried Feder con Die neue Stadi,12 un libro en el que proponía la creación de núcleos rurales autosuficientes de 20.000 habitantes para facilitar el retorno de la población al campo. Los orígenes de la otra versión ideológica de la ciudad jardín alemana, la progresista, nos rem iten al expresionismo. En 1919 Bruno Taut escribió La corona de la ciudad,71 donde proponía un místico esquema urbano formado por un círculo de siete kilómetros de diámetro que podría albergar entre 300.000 y 500.000 habitantes. Su centro estaría reservado a la “corona de la ciudad” , un espacio público cuya cima no habría de construirse hasta la llegada de un “afortunado Brunelleschi” . 51 METRÓPOLIS: 18821939 Antes de la I G uerra M undial, el debate de la ciudad jardín se había circunscrito al ám bito de la teoría urbana. C om enzó entonces un proceso que lo haría desembocar en el urbanismo, una deriva com ­ plicada por la tortuosa relación que el romanticism o m antenía con esta disciplina de origen iluminista. La figura que sirvió de puente fue Patrick Geddes, un rom ántico fascinado por el urbanismo. H izo públicas sus teorías en la m encionada Town Planning C onference de Londres (1910), dejando constancia de las concomitancias de sus “ conurbaciones” con el m odelo de Howard. D e esta con­ fluencia derivó la “planificación regional”, cuyo prim er laboratorio de ideas fue el Town Planning Institute, creado en 1914 porT hom as Adams y R aym ond U nw in. Este últim o recuperó la original aspira­ ción de la ciudad jardín de convertirse en un sistema de coloniza­ ción geográfica, que él mismo había desactivado pocos años antes. Esta reconciliación con las ideas de Howard fue escenificada en el “m étodo de descentralización” (1925), con el que U nw in pretendía aplicar el crecim iento p o r núcleos satelitales a todo el territorio británico, planteando un sistema de conurbaciones circunvaladas por cinturones verdes y conectadas po r parkivays. Estos dos conceptos provenían de Estados U nidos, país que sería el encargado de asentar las bases definitivas de la planificación regional. El excéntrico y polifacético Geddes llegó a Nueva York en 1923, donde se encontró con Lewis M umford, con el que llevaba cinco años de intercam bio epistolar. Sería este quien ordenaría su maraña de ideas, cotejándolas con las de Howard. D e ese cruce resultaron los tres últimos capítulos de La cultura de las ciudades, considerados com o el prim er manifiesto de la teoría de la planifica­ ción regional. En su artículo “Planning the Fourth M igration”,74 M um ford diferenciaba entre las dos prim eras migraciones europeas a Estados Unidos, que supusieron la colonización del país con asen­ tamientos ubicados a lo largo de canales y vías de com unicación, y la “ tercera m igración” , la correspondiente a la etapa metropolitana, caracterizada por un masivo desplazamiento desde el cam po a la ciudad que había derivado en las insoportables condiciones de vida 52 de esta última. A hora M um ford anunciaba “la cuarta m igración”, propia de la fase “neotécnica” , en la que la expansión del automóvil, el teléfono, la radio y la electricidad perm itiría que la población se dispersara por el territo rio (los ecos de K ropotkin resonaban por doquier). El reto, que él había asumido en 1923 al fundar la Regional Planning Association o f A m erica (RPAA), era proceder a esa reubi­ cación de personas y funciones sin dilapidar recursos hum anos y naturales. Para lograrlo, la planificación regional habría de repensar el territorio com o una unidad de paisajes, fuentes de riqueza, indus­ trias y habitantes, procediendo a recolonizarlo con sistemas de ciu­ dades jardín. Frank Lloyd W right asumió ese reto. En su libro The Disappearing City 75 profetizó que la metrópolis, a la que calificaba de “fea, conges­ tionada, mal administrada y desastrosa desde el punto de vista eco­ nóm ico” , coexistiría en el futuro con un patrón urbano altamente descentralizado que estaría “ en todos sitios y en ningún lugar a la vez” .Tres años después hizo pública la m aqueta de Broadacre City, una com unidad autosuficiente com puesta por un m áxim o de 1.400 familias o 5.000 habitantes que se insertaría en los nodos de una retícula territorial conform ada por cuadrados de 20 millas [unos 32 km] de lado, siendo sus com ponentes principales las carreteras, las viviendas unifamiliares en parcelas de un acre [0,4 ha] de superfi­ cie y las zonas verdes y agrícolas que ocuparían dos tercios del territorio, lo que suponía una densidad de 15 habitantes/hectárea (una quinta parte de lo propuesto por Howard). W right aventuraba así lo que entonces era inimaginable pero posteriorm ente se haría realidad: que el destino últim o de la metrópolis era fundirse en un contínuum semiurbano y semirrural plagado de moteles, parques de oficinas, centros comerciales y casas aisladas. Este designio comenzaba a hacerse realidad en el R ein o Unido, pero no mostraba perfiles precisamente bucólicos. En la década de 1920 una de las cabezas pensantes del Town Planning Institute, l’atrick Abercrombie, se quejaba del mar de cottages residenciales que inundaba las zonas rurales del sur de Inglaterra. Eran los suburbios S3 METRÓPOLIS: 1882-1939 jardín codificados p o r U nw in en Nothing Gained by Overcrowding! y sancionados por la Ley Addison (1919) com o m odelo oficial de crecimiento. En The Preservation o f Rural England,7h Abercrombie incluyó el paisaje en el debate patrim onial, hasta entonces ceñido a los límites de la ciudad histórica. También aquí se trataba de conciliar el desarrollo técnico con los valores ambientales, es decir, que las viviendas, puentes, vías férreas y carreteras se adaptasen arm ónicam ente al entorno natural. A Abercrom bie se debió el desmantelamiento del idealismo rom ántico subyacente en el planeamiento regional, cuyo reflejo era el utopism o w rightiano. En Planeamiento de la ciudad y del campo11 sacrificó el idealismo en aras del tecnicismo administrativo y planifi­ cador, transcribiendo su mensaje a prescripciones metodológicas que recordaban la manualística del tan denostado urbanism o ilum inista. Probablem ente gracias a ello, y com o reconocería el propio Mumford, Abercrombie pudo llevar a cabo el plan que más se acercó a los ideales de la planificación regional: el plan para el Gran Londres, redactado en 1944 y ejecutado tras la II G uerra M undial. Finalmente, el trabajo de Abercrombie, U nw in, Adams, Geddes y tantos otros acabó derivando en la aparición de una nueva subdis­ ciplina: la “ordenación del te rrito rio ” , un área de conocim iento donde confluían urbanismo, geografía y ecología. El proyecto racionalizador del m onopolism o se ampliaba a todo el territorio, eso sí, ceñido por el cinturón ético que el romanticism o llevaba décadas trenzando. Ilu m in ism o y ra cio n a lism o produ ctivista: hacia La Carta de A ten as C om o acabamos de ver, y a pesar de su inicial desapego, los arqui­ tectos románticos acabaron jugando un papel determ inante en la evolución del urbanismo. Sus orígenes, sin embargo, fueron pura­ m ente iluministas y positivistas. Las bases disciplinares las estableció una serie de manuales redactados por la generación de funcionarios 54 f y técnicos municipales crecida al amparo de la ley alemana de 1875.78 R einhard Baum eister fue el autor del prim ero de ellos, Stadterwei­ terungen in technischer baupolizeilicher und wirtschaftlicher Beziehung ,79 cuyas dos primeras secciones estaban dedicadas a las ordenanzas de la edificación y el plan regulador, las dos figuras legales contempladas por la naciente técnica urbanística para racionalizar la metrópolis. Baumeister confiaba a las ordenanzas la definición de estándares mínimos de habitabilidad, al plan regulador “ crear viviendas y facilitar el tráfico” y a ambos la cuestión que obsesionaba a los reformadores sociales de la época: la higiene. C onsciente de que numerosas patologías de la metrópolis derivaban de sus penosas condiciones sanitarias, urgía a alejar las actividades insalubres de las áreas residenciales. D e esta inquietud derivó una estrategia que se consolidaría com o uno de los ejes vertebrales del planeam iento: la zonificación funcional, que Baum eister concretó diferenciando entre usos comerciales, industriales y residenciales. Tráfico, vivienda e higiene serían los tres vectores que guiarían a los urbanistas ilum inistas en el manejo del que entendían que era su principal cometido: organizar el caótico crecim iento dem ográfico y territorial de la metrópolis, un fenóm eno al que, a diferencia de sus compañeros románticos, no se oponían. En 1890 Josef Stübben escribió “D er Städtebau”, una sección de una enciclopedia de arquitectura e ingeniería titulada Handbuch der Architektur. Este funcionario público com plem entó la zonificación funcional de Baum eister con otra de carácter tipológico arquitectó­ nico que tam bién acabaría convirtiéndose en canónica. Clasificó los edificios en cerrados y abiertos, coincidiendo con U n w in en su predilección p o r estos últimos, pero reconociendo que la lógica especulativa de la metrópolis apuntaba hacia los prim eros, de alta densidad. Para asegurar niveles correctos de ilum inación y ventila­ ción, Stübben relacionó sus tipologías con el sistema viario, vincu­ lando la altura de los edificios con la anchura de calles y patios. Finalmente, R u d o lf Eberstadt, con su Handbuch des Wohnungswesens und der Wohnungsfrage,8Ü profundizó en el meollo de la crisis heredada SS METRÓPOLIS: 1882 1939 de la ciudad del laissez-faire: la vivienda. Los tipos que estableció en su propuesta de zonificación, viviendas “ económ icas” o “dotadas de carácter artístico” , evidenciaban sin p udor lo que el marxismo había denunciado: que uno de los objetivos del urbanismo era separar espacialmente a burgueses y proletarios, com etido asignado a la zonificación tipológica. También los pioneros del arte urbano iluminista provenían del positivismo decim onónico, igualmente dispuesto a enfrentarse a los horrores de la ciudad del laissez-faire con un pragmatismo cientifista. U no de ellos fue O tto Wagner, com patriota, coetáneo y polo opuesto de Camillo Sitte en la dialéctica entre iluminism o y rom an­ ticismo. En 1885 publicó Moderne Architektur;81 donde proclamó que la racionalización de la metrópolis pasaba p o r su som etim iento al im perio del orden cartesiano. W agner defendía con arrogancia la uniform idad de las tramas ortogonales así com o sus vías anchas y rectilíneas, ya que “el arte de nuestro tiempo enaltece esta m onotonía y m onum entalidad” . La falta de sintonía con Sitte era evidente, y tam bién con Howard. D enom inaba “cem enterios de villas” a las ciudades jardín, coincidiendo con Stübben en que la vivienda unifamiliar era incom patible con la escala y densidad propias de la metrópolis. En Die Großstadt, eine Studie über diese,*2 W agner expuso su propuesta para racionalizar el crecim iento en m ancha de aceite, utilizando Viena com o caso de estudio. U na red infinita de anillos concéntricos y radiales serviría de engarce a los 21 distritos semiautónom os, funcionalm ente especializados, dispuestos a distancias regulares y articulados por redes infraestructurales que albergarían 150.000 habitantes cada uno, lo que suponía una densidad de hasta 200 habitantes/hectárea, más del doble de los 80 propuestos por H oward para su ciudad jardín. Más próxim o a los presupuestos románticos era el m odelo planteado por el ingeniero español A rturo Soria y Mata: la “ ciudad lineal”, desarrollada en una serie de artículos aparecidos en el perió­ dico E l Progreso a partir de 1882. Su idea era tan revolucionaria com o la de Howard: una franja urbana de longitud ilimitada, de 56 r C,ádiz a San Petersburgo,83 y 500 metros de anchura, dim ension determ inada por “cálculos neopitagóricos”, cuya colum na vertebral sería una vía férrea y de tranvía. Soria difería de los criterios de /unificación tipológica y funcional de la manualística alemana. Para favorecer la mezcla de clases sociales planteaba crear superm anzanas donde las industrias ligeras convivirían con edificios com er­ ciales, recreativos y residenciales. Por otro lado, y aunque él siempre insistió en la independencia de ambos modelos, la ciudad lineal com partía presupuestos con la ciudad jardín: provenía de una reflexión territorial, presumía de relación orgánica con el entorno natural y apostaba por la baja densidad. A pesar de ello, la sensibili­ dad de Soria era claramente iluminista y positivista: le fascinaba la ciencia ficción, estaba obsesionado con la regularidad geom étrica y se consideraba un científico. Lo que le movía no era la preocupación romántica por la destrucción del paisaje, sino el mismo impulso que a Wagner: responder técnicam ente a las necesidades de crecim iento de la m etrópolis.84 También a Eugène H énard, autor de los ocho fascículos que com ponían los Estudios sobre la transformación de París,85 le movían visiones ingenieriles o biológicas: la metrópolis era un organismo que respiraba a través de “pulm ones de vegetación” y cuya “ circula­ ción sanguínea” fluía po r “ arterias viarias” . Su plan para la capital francesa incidía en estas dos cuestiones: los parques y el tráfico. La propuesta para la prim era consistía en articular las zonas verdes en “sistemas de parques” , un concepto que había sido ideado por Frederick Law O lm sted m edio siglo antes y que había sido difundi­ do en Francia por Jean-C laude Nicolas Forestier.86 E n lo que se refiere al tráfico, H énard coincidía con W agner en optar po r el esquema radial, proponiendo para París una secuencia de anillos enlazados por dieciocho avenidas, dos de las cuales conform arían una nueva grande croisée haussmanniana. La intuición de la generali­ zación del uso del autom óvil le llevó a esparcir p o r el tejido urbano una colección de ingeniosos artefactos tecnológicos: la glorieta gira­ toria, un cruce de calles a varios niveles, el “puente en x sobre el 57 METROPOLIS: 1882-1939 Sena” o la “calle futura” , una calle zonificada verticalmente según tipos de tráfico. Las arterias radiales serían bulevares a redants, unas vías verdes que conectarían con el sistema de parques de la periferia y flanqueadas por bloques en greca. Serían el prim er anuncio de la puesta en crisis de la calle corredor. A unque Wagner, Soria y H énard pueden considerarse precursores de la teoría urbana iluminista, esta no se consolidó com o tal hasta com ienzos del siglo x x en Francia, aunque su desarrollo se produjo en Alemania. En ambos países prim ó el objetivo de incorporar la metrópolis al proceso de racionalización apuntado por la industria monopolista, si bien la cuestión se abordó desde distintos enfoques intelectuales. Los arquitectos alemanes sintonizaron con la sociología de W eber y asumieron ese mandato sin contemplaciones; los franceses, en cambio, recogieron el guante lanzado por Simmel y se aplicaron a estetizar el flujo de fragmentos metropolitanos. Todo com enzó con Tony Garnier, autor de Una ciudad industrial,87 un docum ento editado en 1917 aunque redactado entre 1901 y 1904. Su introducción teórica y sus 164 láminas supusieron un punto de inflexión en la incipiente teoría urbana iluminista, despla­ zando la reflexión de cóm o ordenar el crecim iento a cóm o maximizar la producción. La nueva meta era la funcionalidad y el nuevo espejo la industria. Influenciado porV idal de la Blache, G arnier em pezó definiendo la implantación geográfica de su “ciudad indus­ trial” para 35.000 habitantes. Sobre una colina que dom inaba un valle donde confluían un río y un torrente, destacó tres preexistencias — un pequeño núcleo histórico, una central hidroeléctrica (la “energía del futuro”) y una mina— para, a continuación, proceder operando con pautas de diseño dictadas por la industria. Tipificación y estan­ darización eran la consigna. Paralelepípedos de horm igón y una trama viaria ortogonal ejemplificaban lo que habían proclamado W agner y Tónnies, que la abstracción dirigía a la Gesellschqft. Pero tam bién había alguna contam inación romántica: la densidad era baja (la edificación ocupaba el 50 % de la superficie, reservando el resto a zonas verdes), clara muestra de que incluso los arquitectos 58 iluministas se habían rendido a los encantos de la ciudad jardín de I loward, de la que admiraban su capacidad de sistematización: un mecanismo m odular potencialm ente reproducible hasta el infinito que parecía prom eter la “fordización” del territorio. fiero la principal aportación de Una ciudad industrial tuvo que ver con la zonificación funcional. Los tres usos que propuso G arnier no solo operaban com o herramientas de ordenación del crecimiento, mino que también eran un instrum ento de diseño urbano: las fábricas ocupaban el meandro generado p o r los cursos de agua en contacto con una línea férrea, las residencias estaban en la ladera de la colina, envueltas p o r un colchón verde que las separaba de las industrias, y la zona hospitalaria en la cima, enaltecida com o una especie de acrópolis del higienismo. El resultado era sorprendente: una secuencia de fragmentos funcionales, débilm ente enlazados entre sí y despa­ rramados por el territorio. El reto postulado p o r Simmel — ponerle cara a la m odernidad— ya estaba sobre la mesa de dibujo de los arquitectos. Le C orbusier recogió ese boceto y lo convirtió en modelo. Sus lecturas juveniles dem uestran que había bebido de fuentes románticas e iluministas: conocía la obra de los proceres de la ciudad jardín, U nw in y Benoit-Lévy, pero tam bién la de los funcionarios alemanes Baumeister y Stübben;le habían fascinado tanto Construcción de ciudades según principios artísticos de Sitte com o los Estudios sobre la transformación de París de Hénard, aunque finalmente acabó rindiéndose a los bulevares a redants de este último, descalificando el pintores­ quismo del prim ero com o “ culto al cam ino de los asnos” . U na vez tom ó partido, se dedicó a labrarse una trayectoria propia dentro del iluminismo. Mientras que H énard emplazó sus artefactos en fiaris y ( íarnier ubicó su ciudad industrial en un enclave natural, Le Corbusier concretó su pensam iento urbano en modelos abstractos, una opción plenam ente racionalista que evidenciaba su intención de suplantar lo concreto por lo universal. El prim ero de dichos modelos fue la Ciudad contemporánea para tres millones de habitantes presentado en 1922 y publicado dos años 59 METRÓPOLIS: 1882-1939 después en su libro La ciudad del futuro.™ El esquema, un núcleo urbano, un cinturón verde y una corona de ciudades jardín, era perfectam ente com patible con la idea de Howard. Pero para concre tarlo espacialmente, Le Corbusier em uló a Garnier, apostó por la trama ortogonal y diseñó zonificando: la ciudad de los negocios en el centro, las áreas residenciales en un anillo periférico y un rosario de ciudades jardín de 20.000 habitantes en el territorio circundante. En La ciudad del futuro dejaba claro que su vocación era claramente iluminista. Justificaba la altísima densidad de edificación y la bajísima densidad de ocupación por la necesidad de abrir vías de circulación y zonas verdes en los congestionados centros m etropolitanos. Tam poco había rastro de los ideales com unitarios románticos. Los rascacielos de la zona de negocios estaban reservados a una élite de industriales, científicos y artistas; los apartamentos de los bloques a redant y alveolares a las clases medias y altas, y las ciudades jardín de la periferia a la obrera. El segundo m odelo urbano de Le Corbusier, la Ville Radieuse, fue presentado en el tercer congreso del C IA M (Bruselas, 1930) y publicado en un libro hom ónim o.89 La planta reproducía un cuerpo hum ano, con su cabeza (la ciudad de los negocios), cuello (una franja destinada a aeropuerto, estación de tren, hoteles y embajadas), colum na vertebral (un eje viario), torso (edificios residenciales),90 pulm ones (áreas verdes) y extremidades (talleres, almacenes e indus­ trias). Confiaba su construcción a un sistema de planificación centralizado donde los urbanistas trabajarían con total libertad, sin presiones sociales o políticas. Le Corbusier ponía en evidencia una vez más su positivismo ideológico radical, llegando a declarar incluso su adm iración por dictadores com o Luis XIV o N apoleón III, a los que reconocía haber ejecutado planes urbanísticos elaborados por técnicos dem iúrgicos. A estos últimos, los “jefes de equipo” , les correspondía la tarea de im poner a la sociedad m etropolitana un m odelo urbano estéticamente desconcertante. La Ville R adieuse se erigía sobre un plano vegetal rasgado por una retícula viaria, punteado por edificios y con una bajísima densidad de ocupación 60 tic tan solo el 12 % del territorio. El flujo de fragmentos que Simmel Imaginó arrastraba rascacielos de vidrio de 200 metros de altura, bloques serpenteantes y autopistas de ocho carriles. Era lo nunca visto, el fin de la calle corredor y, con ella, de miles de años de his­ toria urbana. 1,os arquitectos alemanes intentaron eludir el formalismo lecorlutsierano, limitándose a vehicular los dictados tayloristas y fordistas. bl principal precursor de esta corriente radicalm ente funcionalista lite Ludwig Hilberseimer. En su libro La arquitectura de la gran ciudad91 expuso su Hochhausstadt, una ciudad vertical basada en la superposi­ ción de tres estratos funcionales y circulatorios: arriba el residencial, destinado al peatón; abajo el terciario, ligado al tránsito rodado; y en el subsuelo el resto de los medios de transporte. H ilberseim er res­ pondía así a los modelos de Le Corbusier, a los que acusaba de pro­ vocar colapsos de tráfico. En la Hochhausstadt el blasée m etropolitano habitaría sobre su lugar de trabajo, lo que haría innecesarios los desplazamientos (el ahorro de tiem po era uno de los preceptos de la “adm inistración científica” deTaylor).Tam bién era una crítica al esteticismo de la Ciudad contem poránea para tres millones de habi­ tantes y su apuesta por densidades irracionales desde el punto de vista económ ico y técnico. En contraste, los edificios de la Hochhausstadt serían de altura moderada: cinco plantas los basamentos y quince los bloques. C onsciente de dónde se localizaba el epicentro de los problemas de la metrópolis, H ilberseim er convirtió “la célula vivienda” en la unidad de medida que reglaba el urbanism o y el diseño urbano: la dim ensión de las manzanas dependía de los metros cuadrados de zona verde por vivienda, la anchura del viario del núm ero de coches por vivienda y lo mismo sucedía con la superficie y ubicación de aparcamientos, equipam ientos, etc.; todo remitía a la referencia ineludible de la vivienda. Los bloques laminares de la Hochhausstadt reflejaban el escalofriante “orden total” resultante de este com pro­ miso con el proyecto racionalizador: zonificación funcional estricta, ámbitos circulatorios segregados, tipologías edilicias estandarizadas y 61 METROPOLIS: 1882-1939 unos edificios normalizados, seriados, modulados y orientados heliotérm icam ente. N o había lugar para la estética. Tras disolverse en procesos técnicos de producción, ciudad y arquitectura habían sido reducidas a un lacónico esquema. Era la expresión del irreversible destino que W eber aventuró para la metrópolis: la “viril aceptación del espíritu del capitalismo” . A finales de la década de 1920 la teoría urbana iluminista se debatía entre estas dos opciones: Francia o Alemania, Le Corbusier o Hilberseimer, estética o racionalidad. La conciliación de ambas llegó de la m ano de los CIA M (Congresos Internacionales de A rquitectura M oderna), que com enzaron a celebrarse en 1928. D e las conclusiones del cuarto congreso del C IA M (1933) surgió La Carta de Atenas, redactada por Le Corbusier y publicada en 1943. ' ’ Este docum ento, difícil de catalogar com o urbanismo, diseño urbano o teoría urbana, establecía en 95 puntos los valores y estrategias que habrían de regir la concepción y gestión de la ciudad racional. R econocía en la vivienda el centro de las preocupaciones del urbanismo, referencia obligada de sus previsiones. Para asegurar que quedara inscrita en su código genético, convirtió la “célula residencial” en el elem ento biológico fundacional de la metrópolis. Su agrupación generaría, en secuencias sucesivas, bloques, barrios y ciudades. El prim er paso estaba dado: la metrópolis era, ante todo, sus viviendas, y no los teatros, parques y bulevares del arte urbano decimonónico. Pero no era suficiente. La Carta de Atenas dictaminaba que para resolver la crisis habitacional heredada de la ciudad del laissez-faire, el interés privado debía subordinarse al colectivo, o, lo que es lo mismo, que el Estado debía tom ar el mando. Tras denunciar décadas de especulación con la residencia obrera, Le C orbusier estableció unos estándares que fijaban cuáles eran los límites de la dignidad hum ana, el Existenzminim um, cuya aplicación debería ser garantizada por la Administración; es decir, cuando La Carta de Atenas decía “vivienda” , en realidad quería decir “vivienda social” . Esta cuestión era inseparable de la de la gestión de la metrópolis, donde el diagnóstico era similar: el estado monopolista había confiado 62 ordenanzas y planes reguladores al arbitrio de técnicos altamente receptivos a los intereses de los prom otores. Esta situación era insos­ tenible. La Carta de Atenas aprovechó su llamada a retom ar las riendas del plan para reformular las características de la que reconocía como una de sus principales herramientas: la zonificación funcional. I ras tipificar y categorizar la cotidianeidad del blasé en cuatro tareas básicas — habitar, trabajar, descansar y circular— , prescribió la nece­ sidad de definir y conectar zonas residencíales, áreas industriales, distritos terciarios, espacios verdes y lugares de ocio. Nacía así la “ciudad m áquina” , inspirada por la “ ciudad orgánica” . Si esta última, ejemplificada en laVille Radieuse, fue concebida com o un cuerpo dotado de órganos, aquella lo fue com o un m otor com puesto por piezas m onofuncionales enlazadas por canales de flujos.93 Vivienda social y plan general era el binom io de valores hacia el que La Carta de Atenas recondujo el urbanism o iluminista. Pero nada que hubiese sido redactado por Le Corbusier podía sustraerse a una concreción formal. C onfirm ando la ancestral confusión entre urbanismo y arquitectura, el docum ento concluía afirm ando que, aunque los factores sociales, políticos y económ icos eran im por­ tantes: “Es la arquitectura la que rige los destinos de la ciudad” . 1,a metrópolis racional fue prefigurada a im agen y semejanza de la Ville Radieuse, com o un océano verde surcado por autopistas y m oteado a intervalos regulares p o r bloques en altura. Desde el punto de vista espacial se trataba de un m odelo universal, apto para emplazarse en cualquier lugar del planeta; desde el punto de vista temporal, se trataba de un dispositivo de desactivación del pasado programado para suplantar a la ciudad histórica. C olonización y destrucción, dos tareas que quedaron anotadas para una siguiente etapa, la de la megalopolis. 63 METRÓPOLIS: 1882-1939 1 Taylor, Frederick Wislow, T h e P r in c ip ie s o f S c ie n tific M a n a g e m e n t , Harper & Brothers, Nueva York/ Londres, 1911 (versión castellana: 8 Comte, Auguste, C o u r s e d e p h i l o s o p h i e [1830-1842] (version castellana: C u r s o d e f i l o s o f í a p o s i t i v a , Folio, Barce­ lona, 1999). p o s itiv e P r in c ip io s d e la a d m in is tr a c ió n c ie n tífic a , Edigrama, Bogotá, 2003). 2 Ford, Henry, M y L i f e a n d W o r k , Carden City Publishing Cotnpany, Carden City, 1922 (versión castellana: M i v i d a y m i o b r a , Orbis, Barcelona, 1924). 9 Proudhon, Pierre-Joseph, D u P r i n c i p e d e P a r t e t d e s a d e s t i n a t i o n s o c i a l e [1863] (version castellana: S o b r e e l p r i n c i p i o d e ! a r t e y s o b r e s u d e s t i n a c i ó n s o c i a l , Aguilar, Buenos Aires, 1980). 10 Mearns, Andrew, T h e B i t t e r C r y o f O u tc a s t L o n d o n : A n 3 En 1846 la densidad de París alcanzó su pico histórico: 998 habitantes/hectárea. 4 En 1913 tan solo el 42 % de los jóvenes berlineses fue considerado apto para el servicio militar, un porcentaje que ascendía al 66 % en el caso de los jóvenes procedentes de áreas rurales. 5 El marxismo nació en el Reino Unido, y lo hizo horrorizado por la ciudad del l a i s s e z - f a i r e . En L a c o n d i c i ó n d e la d a s e o b r e r a e n I n g l a t e r r a (1845), Friedrich Engels relató, con rigor casi documental, las condiciones de vida de las barriadas de la Inglaterra victoriana. 6 Concretamente, los términos utiliza­ dos eran m e t r o p o l i t a n d i s t r i c t [distrito metropolitano], en alusión a una ciu­ dad central y el conjunto de núcleos urbanos dependientes de ella. I n q u ir y in to th e C o n d i t i o n s o f t h e A b j e c t P o o r [1883], Cass, Londres, 1970. 11 La industrialización provocó un brutal crecimiento de la población activa. El trabajo indiscriminado de hombres, mujeres y niños elevó su porcentaje a un 50-60 % del total. 12 Entre 1800 y 1845 el Gobierno británico aprobó 400 leyes higienistas de carácter local. 13 Booth, Charles, L i f e a n d L a b o u r (7 vols.), Macmillan, Londres, 1889-1903. o f th e P e o p le in L o n d o n 14 El libro de Booth animó al London County Council a poner en marcha las primeras demoliciones de barriadas, que se remontan a 1889. 15 Blanchard, Raoul, G r e n o b l e : Colin, Grenoble, 1912. é tu d e d e g é o g r a p h ie u r b a in , 7 Richard Tamas ha desgranado las claves que explican esta compleja evolución: Tamas, Richard, T h e P a s s i o n o f t h e W e s t e r n M i n d , Ballantine Books, Nueva York, 1991 (versión castellana: L a p a s i ó n d e la m e n t e o c c i d e n t a l , Atalanta, Vilaür, 2008). 64 If’ Christaller, Walter, D i e z e n t r a l e n O r t e i n S ü d d e u t s c h l a n d , Gustav Fischer, Jena, 1933. 17 ( ¡eddes, Patrick, C i t i e s i n E v o l u t i o n . 25 Lynd, Helen M. y R obert S., A n I n t r o d u c t i o n to t h e T o w n P l a n n i n g M id d le to w n . A M o v e m e n t a n d to t h e S t u d y o f C i v i c s , A m e r ic a n C u ltu r e , Williams & Nogate, Londres, 1915 (versión castellana: C i u d a d e s e n e v o l u c i ó n , K RK, Oviedo, 2009). S tu d y o f C o n te m p o r a r y Harcourt, Brace & Co., Nueva York, 1929. 26 Lynd, Helen M. y R obert S., M id d l e to w n in T r a n s itio n : A Addams,Jane, H u l l - H o u s e M a p s a n d P a p ers. A P r e s e n ta tio n o f N a tio n a litie s a n d S t u d y in C u l t u r e C o n f l i c t s , Harcourt, Brace & Co., Nueva York, 1937. W a g e s in a C o n g e s te d D is tr ic t o f C h ic a g o , to g e th e r w ith C o m m e n t s a n d E s s a y s o n P r o b le m s G r o w i n g O u t o f th e S o c ia l [1885], University of Illinois Press, Chicago, 2007. ( '.a u d i t i o n s 1,1 LI libro del periodista Jacob Riis, I lo w th e O th e r H a l f L iv e s : S tu d ie s a m o n g t h e T e n e m e n t s o f N e w Y o r k (Charles Scribner’s Sons, Nueva York, 1890), había tenido en Estados Unidos un efecto similar al del reverendo Mearns en el Reino Unido. J" Park, R obert E.; Burgess, Ernest W. y McKenzie, R oderick D., T h e C i t y , University o f Chicago Press, Chicago, 1925. II La Escuela de Chicago focalizó sus investigaciones en esta “zona de transición” , donde se concentraban los inmigrantes, las bandas juveniles, las prostitutas y los vagabundos. Perry, Clarence, H o u s i n g f o r t h e M a c h i n e A g e , Russell Sage Foundation, Nueva York, 1939. M Wirth, Louis, T h e G h e t t o , The University o f Chicago Press, Chicago, 1928. 27 Massimo Cacciari dedicó a esta cuestión el libro M e t r o p o l i s . S a g g i o s u l l a g r a n d e c ittà d i S o m b a r t , E n d e l l , S c h e f f e r e S i m m e l , Officina, R om a, 1973. 28 Tönnies, Ferdinand, G e m e i n s c h a f t u n d G e s e l l s c h a f t , Fues, Leipzig, 1887 (versión castellana: C o m u n i d a d y a s o c i a c i ó n , Contares, Granada, 2009). 29 Endell, August, D i e S c h ö n h e i t d e r G r o ß s t a d t , Strecker & Schröder, Stuttgart, 1908. 30 Scheffler, Karl, A r c h i t e k t u r d e r G r o ß s t a d t , B. Cassirer, Berlin, 1913. 31 Simmel había sido profesor de R obert Park en Berlín. Su influencia es perceptible en el interés de la Escuela de Chicago, especialmente de Louis W irth, por el individuo metropolitano. 32 Simmel, Georg, “Die Großstädte und das Geistesleben”, en Petermann, Th. (ed.), D i e G r o s s s t a d t . V o r tr ä g e u n d A u f s ä t z e z u r S t ä d t e a u s s t e l l u n g (Jahrbuch der Gehe-Stiftung Dresden), tomo 9, 1903, Dresde, págs. 185-206 (versión castellana: “Las grandes ciudades y la vida del espíritu”, en E l i n d i v i d u o y la l i b e r t a d : e n s a y o s d e c r ít ic a d e la c u l t u r a , Wirth, Louis, “Urbanism as a Way of I ife”, 'T h e A m e r i c a n J o u r n a l o f S o c i o l o g y , vol. 44, núm. 1,julio de 1938, págs. 1-24. ’* ti METRÓPOLIS: 1882-1939 Península, Barcelona, 2001). 33 Cacciari, Massimo, o p . c it. 34 Weber, Max, “Die Stadt” (19121913], en W i r t s c h a f t u n d G e s e l l s c h a f t , (. C. B. Mohr,Tubingia, 1922 (versión castellana: L a c i u d a d , La Piqueta, Madrid, 1987). 35 Sombart, Werner, S t u d i e n z u r E n tw ic k lu n g g e s c h ic h te des M o d e r n e s (tomo 2: L u x u s u n d K a p i t a l i s m u s ) , Duncker & Humblot, M únich/Leipzig, 1913 (versión castellana: L u j o y c a p i t a l i s m o , Alianza, Madrid, 1979). K a p ita lis m u s 36 Hegel, G. W. Friedrich, E n z y k l o p ä d i e d e r p h i l o s o p h i s c h e n W i s s e n s c h a f t e n (18171827] (versión castellana: E n c i c l o p e d i a d e l a s c i e n c i a s f i l o s ó f i c a s , Porrúa, Ciudad de México, 1971). 37 Fustel de Coulanges, N. D., L a C i t é [ 1864] (versión castellana: L a c i u d a d a n t i g u a , Iberia, Barcelona, 2000). 411 En cierto modo era lo que había hecho Max Weber, quien centró su investigación en la ciudad occidental y en dos momentos históricos, Antigüedad y Edad Media. Sus tipologías dejaban de ser aplicables a partir del Renacimiento, cuando nacieron los Estados nacionales. 41 Pirenne, H enri, L e s V i l l e s d u M o y e n A g e , Lamertin, Bruselas, 1925 (versión castellana: L a s c i u d a d e s d e la E d a d Medid, Alianza, Madrid, 2000). 42 La Edad Moderna permanecería desatendida como objeto de estudio durante mucho tiempo. 43 Este campo de conocimiento había nacido a finales del siglo x ix en el ámbito de la geografía, más concreta­ mente en el Instituto de Geografía de la Universität Berlin. a n tiq u e La filosofía evolucionista de Henri Bergson, expuesta en L }E v o l u t i o n c r é a tr ic e (Félix Alean, París, 1907; versión caste­ llana: L a e v o l u c i ó n c r e a d o r a , Cactus, Buenos Aires, 2007), se basaba en el concepto de Elan, una especie de impulso vital que animaba la progre­ sión de la realidad. 44 Poete sentía predilección por los mapas. Su destreza en el manejo de los mismos se hizo patente en A r t u r b a i n (1907), un estudio de la transformación del plano de París. 45 Poete, Marcel, I n t r o d u c t i o n à l ’u r b a n i s m e . L ’é v o l u t i o n d e s v ille s. L a le ç o n d e l ’A n t i q u i t é , Boivin, Paris, 1929 (version castellana: I n t r o d u c c i ó n a l u r b a n is m o . L a e v o lu c ió n d e la s c iu d a d e s . L a le c c ió n d e la a n t i g ü e d a d , Fundación 39 Spengler, Oswald, D e r U n t e r g a n g d e s A b e n d l a n d e s , C. H. Beck’sche Verlags­ buchhandlung, M únich, 1917-1922 (versión castellana: L a d e c a d e n c i a d e O c c i d e n t e , Espasa, Barcelona, 20112013). Caja de Arquitectos, Barcelona, 2011). 46 Poete, Marcel, U n e V i e d e c ité . P a r i s d e s a n a i s s a n c e à n o s j o u r s (4 vol.), A. Picard, Paris, 1924-1931. 47 Hegemann, Werner, D a s s t e i n e r n e B e r lin . G e s c h ic h te d e r g r o ss e n M ie t­ k a s e r n e n s t a d t i n d e r W e l t , Berlin, 1930. 66 <MRasmussen, Steen E., L o n d o n . I h e U n i q u e C i t y , Penguin Books, Middlesex, 1934 (version castellana: L o n d r e s . C i u d a d ú n i c a , Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2010). 54 Stanley Adshead publicó T o w n r ‘ La morfogenética era una rama lie la morfología desarrollada por |.W. R .W hitehand en el Instituto de ( icograña de la Universität Berlin. Se basaba en un análisis cíclico de la evolución de la forma urbana. 55 Choay, Françoise, L ’ U r b a n i s m e : u t o p i e s e t r é a li té s . U n e a n t h o l o g i e , Editions du Seuil, Paris, 1965 (version castellana: Vl Lavedan, Pierre, G é o g r a p h i e d e s v i l l e s , I ibrairie Gallimard, Paris, 1936. s e in e n k ü n s tle r is c h e n G r u n d s ä t z e n : e in P la n n in g a n d T o w n D e v e lo p m e n t (Methuen, Londres, 1923) considerado como el prim er texto universitario dedicado al estudio del urbanismo. E l u r b a n is m o . U to p ía s y r e a lid a d e s , Lumen, Barcelona, 1983, pág. 33). 56 Sitte, Camillo, D e r S t ä d t e b a u n a c h B e itr a g z u r L ö s u n g m o d e r n s te r F ra g e n d e r A r c h ite k tu r u n d m o n u m e n ta le s P la s tik 1,1 Lavedan, Pierre, H i s t o i r e d e ¡ ’u r b a ­ n i s m e , Henri Laurens, Paris: vol.l: A n t i q u i t é e t M o y e n A g e (1926, con Jeanne Hugueney); vol. 2: R e n a i s s a n c e c l t e m p s m o d e r n e s (1941); y vol. 3: E p o q u e c o n t e m p o r a i n e (1952). Mumford, Lewis, T h e C u l t u r e o f ( .'¡lie s, Harcourt, Brace & Co., Nueva York, 1938 (version castellana: L a c u l t u r a d e la s c i u d a d e s , Emecé, Buenos Aires, 1959). " Sin embargo, la primera prefigu­ ración del urbanismo se debió a Ildefons Cerda, ingeniero convencido del papel dirigente que el positivismo asignaba a los científicos. En su T e o r í a g e n e r a l d e la u r b a n i z a c i ó n (Imprenta Española, Madrid, 1867) apuntó la necesidad de fundar una “ciencia de la urbanización” orientada hacia la definición de “principios, doctrinas y reglas” que regularan las relaciones entre el “contenido” (los ciudadanos) y el “continente” (el espacio físico). u n te r b e so n d e rer B e z ie h u n g a u f W ie n , Graeser,Viena, 1899 (versión castellana: C o n s tr u c c ió n d e c iu d a d e s s e g ú n p r in c ip io s a r t í s t i c o s , Editorial Gustavo Gili, Barce­ lona, 1980). 57 En esos años se estaba produciendo una auténtica revolución en el campo de la crítica del arte. Las teorías de Riegl se complementaban con las de Konrad Fiedler y H einrich Wölfflin. 58 En Bélgica destacó el libro de Charles Buis, L ’E s t h é t i q u e d e s v i l l e s (Bruyland-Christople, Bruselas, 1893); en el Reino U nido el de Thomas Hayton Mawson, C i v i c A r t . S t u d i e s i n T o w n P la n n in g , P a rk s, B o u le v a r d s , a n d O p e n Spaces (B. T. Batsford, Londres, 1911). 59 Gurlitt, Cornelius, U b e r B a u k u n s t , Julius Bard, Berlin, 1904. 60 Gurlitt, Cornelius, H a n d b u c h d e s S t ä d t e b a u e s , Zirkel, Berlín, 1920. 61 Brinckmann, Albert Erich, P l a t z u n d M o n u m e n t , Ernst Wasmuth, Berlin, 1912. 67 MHRÓPOLIS: 1882-1939 62 R uskin.John, T h e S t o n e s o f V e n ic e [1851] (versión castellana: L a s p i e d r a s d e V e n e c i a , Consejo General de la Arquitectura Tecnica en España, Madrid, 2000). 63 Giovannoni, Gustavo, V e c c h ie c i t t à e d e d i l i z i a n u o v a , U nione TipograficoEditrice Torinese, Turin, 1931. 69 Benoît-Lévy, Georges, L a C i t é - j a r d i n V. Giard & E. Brière, París, 1909. 711 Schiavi, Alessandro, L e c a s e a b u o n m e r c a t o e l a c i t t à - g i a r d i n o , N. Zanichelli, Bolonia, 1911. 71 Fritsch,Theodor, D i e S t a d t d e r Z u k u n f t , Fritsch, Leipzig, 1896. 64 A finales del siglo xix las universidades estadounidenses comenzaron a impartir cursos sobre arquitectura del paisaje, y también se fundó la American Society o f Landscape Architects (1899). 72 Feder, Gottfried, D i e n e u e S t a d t : 65 Kropotkin, Piotr, C a m p o s , f á b r i c a s y ta l l e r e s 11898],Jucas, Barcelona, 1978. 73 Taut, Bruno, D i e S t a d t k r o n e , Eugen Diederichs Verlag, Jena, 1919 (versión castellana: L a c o r o n a d e l a c i u d a d , en Abalos, Iñaki [ed.], B r u n o ' D u t . E s c r i t o s 1 9 1 9 - 1 9 2 0 , El Croquis Editorial, Madrid, 1997, págs. 33-81). * 66 En 1898 publicó T o - M o r r o w : A P e a c e f u l P a t h t o R e a l R e f o r m (S. Sonnenschein & Co., Londres), título que cambiaría por el de C i u d a d e s j a r d í n d e l m a ñ a n a (versión castellana: C i u d a d e s j a r d í n d e l m a ñ a n a , en AAVV, O r í g e n e s y d e s a r r o llo d e la c iu d a d m o d e r n a , V e rsu c h d e r B e g r ü n d u n g e in e r n e u e n S ta d tp la n u n g s k u n s t a u s d e r s o z ia le n S t r u k t u r d e r B e v ö l k e r u n g , ] . Springer, Berlin, 1939. 74 Mumford, Lewis, “The Fourth Migration”, S u r v e y G r a p h i c , L1V, mayo de 1925, págs. 130-33. Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1972) cuando el libro fue reeditado en 1902 (S. Sonnenschein & Co., Londres). 75 W right, Frank Lloyd, T h e D i s a p p e a r i n g C i t y , ' W . F. Payson, Nueva York, 1932. ',7 Unwin, Raymond, T o w n P l a n n i n g 76 Abercrombie, Patrick, T h e i n P r a c tic e . A n I n tr o d u c tio n to th e A r t o f D e s i g n i n g C i t i e s a n d S u b u r b s , Fisher Unwin, L o n d r e s , 1909 (versión caste­ llana: L a p r á c t i c a d e l u r b a n i s m o : u n a in t r o d u c c i ó n a l a r t e d e p r o y e c t a r c i u d a d e s y b a r r i o s , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1984). 68 U nw in, Raymond, N o t h i n g G a i n e d b y O v e r c r o w d i n g ! , P. S. King & Son, Londres, 1912. 68 P r é s e r v a t i o n o f R u r a l E n g l a n d , Hodder & Stoughton, Londres, 1926. 77 Abercrombie, Patrick, T o w n a n d C o u n t r y P l a n n i n g , T hornton Butterworth, Londres, 1933 (version castellana: P l a n e a m i e n t o d e l a c i u d a d y d e l c a m p o , Espasa-Calpe, Madrid, 1936). I d 7 1 - 1 9 1 4 , Officina Edizioni, Rom a, P174 (versión castellana: L a c o n s t r u c c i ó n 85 Hénard, Eugène, É t u d e s s u r le s t r a n s f o r m a t i o n s d e P a r i s , LibrairiesImprimeries Réunies, 1903-1909 (version castellana: E s t u d i o s s o b r e la ile la u r b a n í s t i c a : A l e m a n i a t r a n s f o r m a c i ó n d e P a r í s y o t r o s e s c r ito s Véase: Piccinato, Giorgio, L a i v s t r u z i o n e d e l l ’u r b a n í s t i c a . G e r m a n i a , 1 8 7 1 -1 9 1 4 , d e u r b a n i s m o , Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2012). Oikos-tau, Barcelona, 1993). Baumeister, Reinhard, S t a d t ­ e r w e ite r u n g e n in te c h n ic h e r b a u p o liz e ilic h e r u n d w ir ts c h a ftlic h e r B e z i e h u n g , Berlin, 86 Forestier expuso sus teorías en G r a n d e s v ille s e t s y s tè m e s d e p a r c s 1876. (Hachette, Paris, 1906). "" Eberstadt, Rudolf, H a n d b u c h d e s 87 Garnier, Tony, U n e C i t é i n d u s t r i e l l e : W o h n u n g s w e s e n s u n d d e r W o h n u n g s fr a g e , é t u d e p o u r la c o n s tr u c tio n d e s v ille s , G. Fischer,Jena, 1909. Vicent, Paris, 1917 (version castellana: U n a c i u d a d i n d u s t r i a l , en AA VV, Hl Wagner, O tto, M o d e r n e A r c h i t e k t u r : s e in e n S c h ü le r n e in F ü h r e r a u f d ie s e m K n n s t g e b i e t e , A . Schroll,Viena, 1898. "' Wagner, Otto, D i e G r o ß s t a d t , e i n e S t u d i e ü b e r d i e s e , Viena, 1911. En 1913 Soria y Mata revisaría esta hipótesis, admitiendo la inserción de i iudades lineales entre poblaciones preexistentes y sin continuidad. O r í g e n e s y d e s a r r o llo d e la c iu d a d m o d e r n a , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1972). 88 Le Corbusier, U r b a n i s m e , G. Crés, Paris, 1924 (version castellana: L a c i u d a d d e l f u t u r o , Infinito, Buenos Aires, 2001 ). 89 Le Corbusier, L a V i l l e R a d i e u s e : d é m e n t s d ’u n e d o c t r i n e d ’ U r b a n i s m e p o u r l ’é q u i p e m e n t d e le c i v i l i s a t i o n m a c h i n i s t e , M 1.a profecía de Soria y Mata fue utilizada por el comunismo soviético con intenciones claramente antiurbanas: superar la dualidad entre campo y ciudad denunciada por Engels. En 1930 Nikolái A. Miljutin escribió P r o b l e m a s t r o i t e l ’s t v a s o c i a l i s t i c e s k i c h (“El problema de la edificación de la ciudad socialista”), donde propo­ nía desurbanizar la U nión Soviética y reestructurar su territorio con ciudades lineales paralelas a los ejes infraestructurales y zonificadas en bandas: línea férrea, industria, parque, residencias, equipamientos colectivos y zona agrícola. g o dorov I< METRÓPOLIS: 18821939 EditionsVicent, Fréal & Co., Paris, 1933. 90 Desde el punto de vista sociológico, la Ville Radieuse era muy diferente a la Ciudad contemporánea para tres millones de habitantes. La gente viviría en apartamentos colectivos de similar superficie. 91 Hilberseimer, Ludwig, G r o ß s t a d t A r c h i t e k t u r , ] u \ i m Hoffmann, Stuttgart, 1927 (version castellana: L a a r q u i t e c t u r a d e la g r a n c i u d a d , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1999). 92 L a C a r t a d e A t e n a s se publicó en varias versiones: la de 1943 apareció como U r b a n i s m e d e s C I A M . L a C h a r t e d ’A t h è n e s y estaba firmada por el grupo CIAM francés; la de 1957 abrevió el nombre a L a C h a r t e d ’A t h è n e s y tan solo fue rubricada por Le Corbusier (versión castellana: P r i n c i p i o s d e u r b a n i s m o : L a C a r t a d e A t e n a s , Ariel, Barcelona, 1989). 93 Tal como apuntaba Françoise Choay (o p . c i t . , pág. 260), para Le Corbusier la ciudad era tanto un organismo como una máquina: las analogías con el esqueleto, los órganos y el sistema nervioso eran intercambiables con las del chasis, el m otor y los cables. 70 El desplome de la bolsa de N ueva York el 29 de octubre de 1929 marcó el com ienzo de la Gran D epresión. El colapso del com ercio internacional, el hundim iento de las rentas nacionales y la caída de los ingresos fiscales derivaron en unos rafmpantes niveles de desem­ pleo que esparcieron la pobreza y el ham bre por los dom inios del capitalismo m onopolista. La culm inación de semejante debacle no podía ser otra que el estallido de un conflicto bélico. El m undo en general, y Europa en particular, em ergieron psico­ lógicamente devastados de la II G uerra M undial. H abía sido la contienda más mortífera de la historia: cientos de ciudades arrasadas y 55 millones de víctimas (el 60 % civiles), u n triste legado que había que asimilar. La estupefacción inicial dio paso a la autocrítica. La espectacular capacidad destructiva del arm am ento de la época había sido posible gracias a la aplicación de los avances tecnológicos de la industria m onopolista al sector militar. Esta evidencia arruinó la fe en la condición neutral de la ciencia y en la naturaleza benigna del progreso técnico, presupuestos típicam ente iluministas. También puso contra las cuerdas el proyecto de racionalización de la sociedad, que dejó paso a otro objetivo de signo contrario: restablecer los valores humanistas. Para alcanzarlo, la clase política que llegó al poder tras la contienda introdujo en el sistema capitalista dos m odificaciones estructurales inspiradas por John M. Keynes: la regulación de la econom ía por parte del Estado y el reconocim iento del derecho de los obreros a determ inados beneficios sociales, así com o a increm entar su capaci­ dad adquisitiva. El hecho de que, en Europa y N orteam érica, la implantación de este nuevo paradigma coincidiera con una prolon­ gada etapa de crecimiento perm itió a numerosos trabajadores acceder a bienes de consum o que hasta entonces les habían estado vetados: electrodomésticos, automóviles, viviendas, etc. La pirám ide social se 73 MEGALÓPOUS: 1939-1979 convulsionó, y la radical polaridad entre burguesía y proletariado dio paso al im perio de la clase media. También al establecimiento de un amplio consenso social, algo de lo que nunca habían disfrutado los ciudadanos m etropolitanos, inmersos com o estaban en la lucha de clases. El sociólogo Daniel Bell reconoció en esta cultura del acuerdo el “fin de las ideologías” , la convergencia de conservadores y progresistas en un proyecto com ún. Había nacido el Estado del bienestar, la “época dorada del capitalismo” .1 El consenso se prolongó hasta finales de la década de 1960, cuando em pezó a ponerse en jaque el orden político y militar im plantado tras la guerra en los dos bloques en los que había que­ dado dividido el planeta. En el soviético, la denominada Primavera de Praga (1968) dinam itó la credibilidad del marxismo ortodoxo. E n el occidental, la guerra deV ietnam (1956-1975) cuestionó el poder militar de Estados U nidos, el asesinato de M artin Luther K ing (1968) crim inalizó la hegem onía blanca, el m ovim iento hippie evidenció la ultratipificada form a de vida de la clase media, etc., pero, sin duda, el punto de inflexión lo marcaron los acontecimientos que se desencadenaron en París el 10 de mayo de 1968. Esa noche las protestas estudiantiles que habían estallado unos meses antes en la Université París X N anterre desem bocaron en una revuelta popular que llenó de barricadas el Barrio Latino. Al día siguiente el ejército tom ó las calles, a lo que nueve millones de trabajadores respondieron secundando la mayor huelga general de la historia de Europa. Nada volvería a ser com o antes en el apacible Estado del bienestar. El consenso se resquebrajó y por las grietas se colaron feministas, gays, negros, etc., infinidad de m inorías que, de la noche a la mañana, lograron el reconocim iento social de sus derechos. U na vez más, la ciudad funcionó com o un lienzo sobre el que se proyectó la singladura política y económ ica. Los gobiernos socialdemócratas asumieron las dos propuestas básicas que guiaban el espíritu de La Carta de Atenas. Por un lado, la figura del plan general, que fue institucionalizado p o r un rosario de leyes aprobadas entre 1945 y 1955. El Estado benefactor mostraba así su determ inación de tom ar 74 Lis riendas del desarrollo urbano, estableciendo la siguiente regla de juego: el suelo perm anecería en manos privadas, pero el derecho ,i construirlo estaría bajo control estatal. Por otro lado, la cuestión de la vivienda social, que exigía aprobar, de una vez por todas, la mayúscula asignatura que dejó pendiente la ciudad del laissez-faire. En esta ocasión, el esfuerzo fue titánico: entre 1950 y 1970, millones de personas fueron realojadas en nuevas ciudades — las N ew T ow ns británicas, las Villes Nouvelles francesas, Itís polígonos españoles, etc.— erigidas en las periferias según los preceptos estéticos y organizativos tle La Carta de Atenas. La lucha contra la pobreza se cobró una víctima inesperada: la ciudad histórica, ya de p o r sí maltrecha en la etapa metropolitana. 1.as zonas obreras de las que fueron desplazados los beneficiarios de estas viviendas sociales eran barrios tradicionales. Las administraciones públicas sistematizaron su destrucción alegando razones de todo tipo: erradicar la degradación física, potenciar el sector terciario y m ejo­ rar el tráfico. En Estados U nidos la ejecutaron, a partir de 1949, los programas de la urban renewal [renovación urbana] que acabaron con W ashington Square South en N ueva York, con B unker Hill en Los Angeles, con D iam ond Heights en San Francisco, etc. En el R eino U nido la iniciativa se materializó en las operaciones de lim ­ pieza de las barriadas, que se iniciaron en 1955 y fueron las respon­ sables del eviscerado del East E nd londinense, parcialmente destruido por las bombas alemanas. En Francia, los megalómanos proyectos del general Charles de Gaulle, que declaró com o îlots insalubres el 33 % del tejido histórico de París, arrasaron barrios tan emblemáticos com o Montparnasse. En la destrucción de los centros urbanos tam bién estuvo im pli­ cada la clase media, que los abandonó en la década de 1950, y para quien la “tierra prom etida” se encontraba más allá de las nuevas ciudades, en suburbio. La generalización del modelo suburbano com enzó en Estados U nidos, y lo hizo siguiendo unas pautas que escandalizaron a los profetas de la planificación regional. Para res­ ponder a la escasez de viviendas que se originó en la posguerra,2 75 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 la industria de la construcción apostó por la estandarización y la prefabricación, lo que perm itió producir casas unifamiliares en serie, acelerar su ejecución y abaratar su coste: el sueño del fordismo. La delicada senda que com enzó a labrar Ebenezer Howard se trans­ form ó en una ruda autopista al desembocar en Levittown, suburbio paradigmático de la nueva clase media, construido en Long Island en 1946 p o r la empresa Levitt & Sons. Sus 17.400 viviendas, levantadas sobre parcelas de 520 m 2, se extendían p o r 1.600 ha y albergaban 82.000 personas. Los modelos de casas estaban norm a lizados, se construyeron a un ritm o de treinta al día y se vendieron a precios m uy competitivos que incluían los electrodomésticos. A comienzos de la década de 1970, los residentes suburbanos de Estados U nidos superaron en núm ero a los urbanos. U n mar de m onotonía se había abatido sobre el territorio. Más que “la huida de la conform idad y la uniform idad de la metrópolis hacia el indivi dualismo” , que había prom etido Frank L loydW right con Broadacre City, lo que se había producido era la fuga hacia la más rotunda m ediocridad y banalidad, denunciada por Lewis M um ford en La ciudad en la historia.3 Esta nueva traición a los ideales de Howard no se hubiera podido materializar si una potentísim a infraestructura, la red de autopistas, no hubiera puesto a disposición de los prom o­ tores las ingentes cantidades de suelo que requería un m odelo de crecim iento basado en la baja densidad. El presidente D w ight D. Eisenhower aprobó en 1956 la ley que im plem ento la construcción de los 66.000 km del sistema interestatal de autopistas.4 Poco después los gobiernos europeos harían lo mismo. Así era la ciudad del Estado del bienestar: un centro herido de m uerte y una periferia gigantesca donde convivían conjuntos isótro­ pos de viviendas sociales con una no m enos isótropa m anta suburbial. Jean G ottm ann la denom inó “megalópolis” (“ciudad gigante”), en alusión a su inusitada dimensión. Este geógrafo francés observó que algunas áreas metropolitanas, anteriorm ente separadas por franjas territoriales, habían em pezado a fundirse en constelaciones que no tenían nada que ver ni con las conurbaciones de Patrick 76 Geddes ni con las regiones com plementarias de W alter Christaller. A diferencia de ambas, las megalopolis eran emplastes de centros urbanos conglomerados por masa suburbana y articulados por avan­ zadas redes de transporte. En su estudio Megalopolis,5 G ottm ann centró su atención en la que se estaba conform ando en la zona noreste de Estados U nidos, entre N ew H am pshire,Virginia, la costa atlántica y los Apalaches, un territorio de 800 x 200 km donde habitaban cuarenta millones de personas. 77 MEGALOPOLIS: 1939-1979 EPISTEMOLOGÍA DELA MEGALÓPOLIS Tras la II G uerra M undial la sensibilidad romántica eclipsó a la iluminista. El conocim iento de los crím enes com etidos por el nacionalsocialismo sumió al planeta en una crisis moral y de valores sin precedentes. Así, ju n to con la fe en la ciencia y en el progreso, la otra gran víctima de la conflagración fue la esperanza en un ser todopoderoso. Definitivam ente, Dios había m uerto, lo que colocaba a la hum anidad ante un desafio histórico: encarar que en la vida no había esencia, tan solo existencia. Este era el dictado fundacional del existencialismo, el m ovim iento que reordenó los presupuestos éticos de Occidente. Su definición del ser hum ano no podía ser más despiadada: alguien desorientado, angustiado y contradictorio que vivía “arrojado a una existencia finita, limitada en ambos extremos por la nada” .6 Desde esta atalaya el existencialismo retó al iluminismo. Su incom ­ patibilidad con los sistemas de análisis racionalistas, tanto positivistas com o marxistas, le indujo a considerar la propuesta planteada por Im m anuel Kant en su Critica de la razón pura (1781). Tras reconocer que la m ente no percibía la realidad de manera objetiva, sino filtrán­ dola a través de una serie de estructuras propias, el pensador alemán había defendido que la filosofía debía centrarse en dilucidar los fac­ tores que determ inaban la precom prensión hum ana del m undo, factores que no eran ni absolutos ni intemporales, sino que depen­ dían de las épocas, las culturas, los entornos, etc. M artin Heidegger, padre del existencialismo, apuntó hacia uno de ellos: el lenguaje. Ya lo había anunciado Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general'7 el lenguaje no era un instrum ento neutro, sino que su estructura condicionaba lo que se decía y cóm o se decía, lo que lo convertía en depositario y transmisor de valores humanos. El existencialismo propagó el estudio del lenguaje por las distintas ramas del conocim iento. Num erosos autores dirigieron su mirada hacia la semiótica, una disciplina que se había encargado de acom eter 7B I.i tarea señalada por Saussure: analizar los signos en el marco de la vida social. Inseparable de ella era el estructuralismo com o m etodo­ logía de análisis. Sus orígenes tam bién rem itían a la lingüística, que consideraba el lenguaje com o un sistema de signos independiente de la realidad descrita, lo que perm itía estudiarlo científicamente. En el período posbélico, el estructuralismo se infiltró en numerosas disciplinas interesadas en aprehender fenóm enos humanos: M ichel Ibucault lo aplicó a la filosofía, Jacques Lácan al psicoanálisis, Claude I ,évi-Strauss a la antropología y la teoría de la Gestalt a la psicología. En todos estos territorios del saber se im plantó el convencim iento de que la realidad era un conjunto de prácticas culturales bajo las que subyacía una estructura simbólica. Además del lenguaje, el segundo gran determ inante de la precomprensión kantiana del m undo era el cuerpo. Este reconocim iento insufló energía a la fenomenología, un m étodo filosófico perfilado a comienzos de siglo p o r E dm und Husserl, maestro de Heidegger. Tras la II Guerra Mundial, M aurice M erleau-Ponty lo hizo converger con el existencialismo. En Fenomenología de la percepción,HMerleauPonty defendió que las fuentes del conocim iento manaban del cuerpo, es decir, que nuestra percepción de la realidad estaba íntima­ mente ligada a cóm o la experim entábam os a través de los cinco sentidos. Hasta mediados de la década de 1950 pocos se atrevieron a retar los presupuestos fenom enológico existencialistas, pero con el paso del tiem po la espantosa aureola de los horrores bélicos se fue difuminando. Por otro lado, la austeridad económ ica de los años inm e­ diatam ente posteriores al conflicto dio paso a dos décadas de ininterrum pido crecimiento. En este am biente olvidadizo y expan­ sivo retornó la sensibilidad iluminista, que vehiculó sus intereses a través del neopositivismo. Esta filosofía de la ciencia sostenía que un enunciado tan solo era válido si estaba avalado por un m étodo de verificación em pírico, lo que em pujó a los pensadores a definir sis­ temas de análisis lógico. Karl Popper asumió esta tarea en Conjeturas y refutaciones: el desarrollo del conocimiento científico, 9 donde planteó que, 79 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 N eopositivism o anglosajón frente a neom arxism o galo. La ideología bipolar del siglo x ix había sobrevidido a la guerra, y ambos discursos se encontraron en la periferia megalopolitana, donde coincidieron en ubicar sus casos de estudio. La ex p a n sió n de lo s c o m m u n ity studies: barriadas obreras, g u e to s, suburbia y cen tro h istó r ic o En el capítulo anterior registramos el parentesco de los community studies con la antropología. El apelo realizado p o r R o b e rt Park para que esta disciplina se implicase en el estudio de las sociedades urbanas volvió a reverberar en la década de 1960, alentado por un nuevo fenóm eno: la explosión demográfica de las megalópolis del Tercer M undo. Especialmente llamativo era el caso del África colonial subsahariana: Abiyán, capital de Costa de Marfil, había pasado de los 200.000 habitantes de 1960 al m illón de 1975, y Lagos, en Nigeria, de 350.000 a un millón. A bordar estas vertiginosas transformaciones planteaba todo un reto a los estudios urbanos. En un principio las afrontaron asimilándolas a los modelos y períodos occidentales,10 lo que les llevó a interpretar la radical inestabilidad de estas urbes com o una etapa iniciática y transitoria derivada de la ruptura con la mentalidad de la aldea. El tic eurocéntrico de esta conclusión demostraba el desconocim iento de los verdaderos vectores que estaban dirigiendo el cambio urbano en el África subsahariana, donde prácticamente no existían ciudades antes de la colonización europea: sus megalópolis surgían de la nada, sin nostalgia por la Gemeinshaft y sin proyecto racionalizador. La antropología, cimentada sobre el dictado de que cada cultura debía juzgarse según sus propios valores y convenciones, podía ayudar a solventar estos prejuicios, eso sí, siempre que lograse salir del escollo en el que había quedado varada la Escuela de Chicago. Claude Lévi-Strauss lo recordaba en Tristes trópicos:n las m etodolo­ gías y categorías de análisis que la antropología social aplicaba a las 82 sociedades tradicionales no eran trasladables a la ciudad. Las trabas eran evidentes: una etnia, una tribu o una aldea compartían lengua, religión y costumbres; es decir, conformaban un universo definido, coherente, sem iautónom o y estático en el tiempo. Todo ello se diluía en la compleja, cambiante y conflictiva megalópolis, por lo que dichas metodologías no eran efectivas. Los antropólogos de la denominada Escuela de Manchester supe­ rarían este hándicap. Se habían form ado en el Rhodes-Livingstone Institute de Lusaka (Zambia), fundado p o r el M inisterio de las Colonias británico en 1938 y dirigido por Max Gluckm an, profesor de la University o f M anchester. Su m étodo, conocido com o “análisis situacional”, fue desarrollado por G luckm an en “ Analysis o f Social Situation in M odern Zululand” y Closed Systems and Open M inds,'2 así com o p o r Edward Evans-Pritchard en Los N uer. ' 1 Su estrategia consistía en estudiar no la sociedad urbana en su conjunto, sino los sistemas que la componían, que eran relativamente autónomos. Eso sí, la megalópolis era una “estructura de tensiones” que se caracteri­ zaba por la densidad, heterogeneidad y conflictividad de dichos siste­ mas, por lo que no se trataba tanto de buscar coherencias com o de desvelar los puntos de fricción que se producían entre ellos. La Escuela de M anchester se adscribía así al pensam iento negativo: el tema de estudio de la antropología urbana debía ser el conflicto. Del análisis situacional derivó el network analysis. En Roles: A n Introduction to the Study o f Social Relations,'4 M ichael Banton desarrolló la “teoría de los roles” , según la cual toda sociedad era definible por un sistema de derechos y deberes sustentado sobre tres componentes: los roles asumidos p o r sus miembros (parentales, sexuales, religiosos, económ icos, etc.), las reglas que los regían y sus interrelaciones. En una pequeña com unidad rural a cada persona se le asociaba un núm ero m uy limitado de roles (médico y padre, por ejemplo), pero en una sociedad urbana esa misma persona debía asumir una cantidad m ucho mayor de funciones, de caracteres altamente indefinidos y en una dilatada cadena de relaciones. Sería Aidan Southall quien, en su texto “T he Density o f R o le Relationships as an Universal Index 83 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 o f U rbanization” , '5 sistematizaría el uso de la teoría de los roles, diferenciando entre los naturales — sexo, edad o parentesco— y los sociales. El network analysis conseguía así trasladar a las comunidades urbanas occidentales conceptos com o “rito sim bólico” o “red de intercam bio cultural” , hasta entonces solo aplicados a grupos socia­ les tradicionales. La propuesta lanzada p o r R o b e rt Park en The City llegaba a puerto. En 1972 se fundó la revista Urban Anthropology y en 1979 se creó en Estados U nidos la Society for U rban Anthropology. Había nacido la antropología urbana com o disciplina.16 Este hecho fortaleció a los community studies, ya de por sí bastante tonificados p o r su sintonía con el existencialismo, lo que explica que las metodologías y contenidos de preguerra tuvieran continuidad hasta bien entrada la década de 1970. En el R eino U nido persistió el estilo moralista de Charles B ooth, influenciando a no pocos investi­ gadores del C enter for U rban Studies del University College de Londres, fundado en 1958 y dirigido por R u th Glass; en Estados U nidos se m antuvo el legado de la Escuela de Chicago, su m odelo ecológico y la aproximación empírica. R especto a los contenidos, los community studies siguieron centrando su atención sobre segmentos sociales relativamente coherentes y sencillos: los barrios obreros, los asentamientos étnicos y, p o r último, los suburbios de clase media y los centros históricos, las dos novedades de la etapa megalopolitana. Repasémoslos separadamente. En 1957 apareció Family and Kinship in East London,17 un bestseller escrito por los sociólogos Peter W illm ott y M ichaelYoung, fundador, este último, del Institute o f C om m unity Studies de Londres. R esonaban en él los ecos de los reformadores sociales británicos, reinterpretados según el ideario socialdemócrata del Partido Labo­ rista británico. Young y W illm ott hacían una romántica loa de la clase obrera, en la que presumían cándidas propensiones hacia todo lo com unitario. U na vez más, el caso de estudio elegido se encontraba en el East End londinense, más concretam ente en Bethnal Green, donde los programas de limpieza de barriadas estaban forzando el desplazamiento de miles de personas. Los autores comparaban el antes 84 r y el después, detectando que los sentim ientos de solidaridad que otrora abundaron en los densos núcleos dem olidos habían sido eli­ minados en los nuevos conjuntos residenciales, territorios abonados para el anonimato. A ello se debía que, aunque las nuevas viviendas y los equipam ientos de Greenleigh fueran infinitamente mejores, muchos de los desalojados añoraran sus hogares de Bethnal Green. Irrum pían así las prim eras críticas a La Carta de A tenas.Young y W illmott avisaban: las complejas redes sociales que los programas de limpieza de barriadas estaban desmantelando serían m uy difíciles de recom poner. El tiem po les daría la razón.18 El estudio de los asentamientos étnicos abrió la puerta de los community studies a la antropología urbana, una vía ya inaugurada por la Escuela de Chicago con su “antropología del gueto” . Las revueltas que estallaron en Estados U nidos en la década de 1960 —com o la del distrito angelino de Watts (1965) o la de D etroit (1967)— dirigieron la mirada hacia un colectivo al que no se había prestado especial atención: los afroamericanos.19 En 1965 el sociólogo y político demócrata Daniel P. M oyniham escribió The Negro Family,20 un inform e donde planteaba una espinosa pregunta: ¿por qué en las décadas previas, a pesar del reconocim iento de sus derechos civiles, la situación socioeconómica de la población negra había empeorado? Según M oyniham la clave estaba en la desintegración de las estruc­ turas familiares: divorcios, hijos ilegítimos, madres solteras, etc., que se traducían en fracaso escolar, desempleo, cultura del subsidio y criminalidad. Este diagnóstico evidenciaba que el moralismo y el paternalismo de los reformadores sociales decim onónicos seguían presentes en la sociología urbana anglosajona. Sería u n antropólogo, Oscar Lewis, quien pondría en cuestión estos prejuicios en La vida. Una familia puertorriqueña en la cultura de la pobreza,2' donde estudió los barrios puertorriqueños de N ueva York y constató todo lo contrario que Moyniham: la existencia de sólidas estructuras familiares que garan­ tizaban una gran estabilidad vital. Lewis asoció las organizadas pautas de conducta de estos latinos a la existencia de una “cultura de la 8S MEGALÓPOUS: 1939-1979 pobreza” , una lógica de vida basada en la respuesta y adaptación a las circunstancias adversas. La antropología urbana extendería esta revolucionaria tesis a las barriadas informales de Sudamérica. En el conocido estudio The M yth o f Marginality, 22 la socióloga Janice Perlman la verificó en las favelas de R ío de Janeiro. Tam poco el perfil de sus habitantes era marginal: tenían trabajo, creían en la educación, estaban organizados, hacían uso de las instituciones públicas, etc.; en definitiva, compartían la visión del m undo propia de la clase media. C om o decíamos, una de las novedades de los community studies de posguerra fue la reorientación de la mirada hacia el otro polo del espacio m egalopolitano: suburbio, el refugio de la clase m edia blanca. El gran teórico de lo que se denom inó “el estadounidense m edio” fueW illiam H . W hyte,23 autor de E l hombre organización.24 Fiel a la tradición fisicodeterminista del Social Survey M ovem ent, este urbanista y periodista pensaba que los suburbios condicionaban el carácter de sus residentes. D e hecho, su conform ism o social parecía reflejar la m onotonía arquitectónica de las casas donde habitaban. W hyte exploró las pautas de com portam iento de la clase media blanca en uno de estos suburbios: Park Forest (Illinois), construido en 1947 y habitado por 30.000 personas, la mayoría de ellas m atri­ m onios treintañeros. Unas delataban actitudes machistas (la vida social estaba en manos de las amas de casa) y otras prejuicios raciales (los residentes eran altamente intolerantes a la llegada de vecinos de raza negra). Estas actitudes advertían que, paradójicamente, la iguali­ taria megalópolis podía llegar a ser más segregacionista que la clasista metrópolis, dada la capacidad del m odelo suburbano para alejar espacialmente a las distintas com unidades étnicas y sociales. Para constatar la veracidad de este diagnóstico, el sociólogo H erb ert Gans se fue a vivir al suburbio por excelencia de la clase media estadounidense: Levittown. En 1967 escribió The Levittoumers,25 libro en el que, paradójicamente, desmentía a W hyte. Según Gans, a igual edad y clase social, las formas de vida urbana y suburbana no eran tan diferentes. Los levittowners, en su inmensa mayoría 8G m atrim onios jóvenes de clase media y raza blanca, no eran ni espe­ cialmente apáticos ni especialmente adocenados ni especialmente individualistas. Más bien al contrario, mostraban una auténtica pasión por las actividades comunitarias. A esa misma conclusión había llegado, pocos años antes, el urbanista Melvin Webber. En el polémico artículo “T h e U rban Place and the N onplace U rban R ealm ” ,26 declaró que suburbia no era ni m ejor ni peor que la ciudad compacta, tan solo diferente. W ebber relacionaba sus problemas de segregación y desarticulación con la difusión de tecnologías com o la televisión, que estaban socavando el espíritu com unitario que tradicionalm ente había garantizado la cercanía espacial. Gans achacaba el error de W hyte al determ inism o físico hereda­ do del Social Survey M ovenrent, a creer que la forma urbana im pli­ caba una determ inada manera de vivir. Este convencim iento, que había servido para dem onizar el m odelo suburbano, em pujó a los community studies a dirigir su atención hacia su opuesto conceptual: los centros históricos, donde esperaban encontrar un concentrado de virtudes de las que carecía suburbia. En 1961 Jane Jacobs escribió Muerte y vida de las grandes ciudades,27 uno de los libros de estudios urbanos más influyentes de la segunda m itad del siglo x x . Esta periodista, editora de la revista Architectural Forum, denunció la inca­ pacidad de los urbanistas para entender cóm o eran y cóm o funcio­ naban las “ciudades reales” . Atribuyó esa incom petencia al sustrato utopista que subsistía en su disciplina, puesto de manifiesto en la aspiración de doblegar el rico y com plejo universo urbano con modelos teóricos tan universales com o simplistas. Concretam ente, apuntó a los dos que se estaban materializando en la segregada megalópolis: la ciudad jardín y laVille Radieuse. Jacobs detectaba en su com ún animadversión hacia la calle corredor y su obsesión por la zonificación el mismo pensam iento autoritario y la misma ideología antiurbana. A la Ville Radieuse, además, la hacía responsable de la destrucción de N ueva York, la megalópolis donde vivía y a la que tanto amaba. N o le faltaba razón. Por aquel entonces R o b e rt Moses, coordinador 87 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 de construcción municipal, acababa de aprobar un programa de urban renoval que preveía dem oler amplias zonas de M anhattan, entre ellas el GreenwichVillage, el barrio donde vivía Jacobs. A nte esta amenaza la periodista se reveló, y lo hizo apelando a la cotidianeicl.nl de sus vecinos. En el libro hacía un melancólico repaso p o r su calle, H udson Street: la tienda de delicatessen de Joe C ornacchia, la ferrete ría del señor Goldsmith, la lavandería del señor H alpert, el estanco del señor Slube, la taberna de Dylan Thom as... Al hacerlo, quería poner de manifiesto la im portancia que las actividades cotidianas, y los espacios que las albergan, tienen en la existencia humana. Pero Jacobs fue más allá: según ella la vitalidad de GreenwichVillage se debía a su elevada densidad (consideraba que lo deseable era de 500 a 750 habitantes/hectárea),28 a su multiplicidad de usos, que hacía que la gente estuviera en un mismo sitio a distintas horas y por distintas razones, a su diversidad, a la convivencia de bloques y casas de distintas épocas, etc.; en definitiva, a que era un trozo de ciudad tradicional. Dadas sus probadas ventajas sociales y espaciales, ¿por qué querían acabar con él? Jacobs se respondía a sí misma: porque los urbanistas megalopolitanos eran incapaces de entender “algo tan real” . Muerte y vida de las grandes ciudades se ganó el apoyo de la opinión pública estadounidense y contribuyó de forma decisiva a la paraliza­ ción de la construcción de una autopista que hubiera arrasado gran parte de GreenwichVillage, al bloqueo de la “renovación” del barrio de H arlem y a la protección del SoHo. Era el principio del fin de los programas de urban renewal. El éxito arrollador del mensaje de Jacobs extendió la puesta en valor de la ciudad histórica po r los community studies. El sociólogo R ichard Sennett coincidía con ella en dos aspectos: que el urbanism o iluminista, con su obsesión por la zonificación, desactivaba la diversidad y la creatividad, y que la dispersa y uniform e suburbia era excluyente, mientras que los núcleos densos y complejos socializaban. En Vida urbana e identidad personal: los usos del orden,29 Sennett avanzó planteam ientos verdaderamente novedosos para el m om ento, com o que en las sociedades urbanas con un alto nivel de desarrollo, las “sociedades posrevolucionarias” , 88 los ciudadanos aceptaban determinados grados de anarquía y desorden, incluso de peligrosidad. Esta capacidad para coexistir con el conflicto dinamizaba la tolerancia hacia el “otro” y favorecía la convivencia.30 Veinte años después, en La conciencia del ojo,3' Sennett denom inaría ,i esos entornos imperfectos y no planificados “ciudades dionisíacas” , postulándolos com o alternativos al im poluto e inm aculado “m undo de A polo” suburbano, refugio de los miedos y obsesiones del “ esta­ dounidense m edio” . c'-é C uriosam ente, los alegatos m arcadam ente rom ánticos de Jacobs y Sennett se produjeron en un m om ento en que com enzaban a expandirse por las ciencias sociales aproximaciones inequívocamente iluministas. Este cambio de sensibilidad vino espoleado p o r una serie de fenómenos que se iniciaron en la década de 1960. Destacaba, com o ocurrió en el caso de la antropología urbana, la inusitada dimensión demográfica de la megalopolis: en 1950 N ueva York había superado los doce millones de habitantes, Londres los ocho,Tokio los siete y París los seis. C om o puso de manifiesto Jean G ottm ann en su libro Megalopolis, la transform ación territorial derivada de este hecho era enorm e. A pesar de ello, y aunque resulte paradójico, la geografía urbana optó por despreocuparse de la crisis m edioam ­ biental en ciernes para embarcarse en una deriva neopositivista im permeable a todo com prom iso ético. Su objetivo era colaborar con la planificación urbanística socialdemócrata justificando técni­ cam ente sus políticas. La “ teoría del filtrado”, por ejemplo, vino a avalar el m odelo suburbano y los programas de urban renewal. Según ella, la bajada de precio que experimentaban las viviendas que las clases medias y altas abandonaban en su éxodo hacia suburbia posibilitaba su com pra p o r parte de familias obreras, que conseguían así m ejorar sus condiciones habitacionales. Este proceso se repetía en una secuencia descendente en la escala salarial: los apartamentos que dejaban libres las familias obreras eran ocupados po r otras que estaban en peores condiciones y así sucesivamente, lo que culminaba en el desalojo de las viviendas más degradadas, que podían entonces ser demolidas. En definitiva, la urbanización de la periferia repercutía 89 MEGALOPOLIS: IS39-I979 en la m ejora de las condiciones de vida de toda la población. Era )a “justicia natural” del mercado de la vivienda megalopolitano.32 También la sociología urbana fue presa del arrebato neopositivisu E n este caso, el abandono de la ética y lo cualitativo se tradujo en el desplazamiento del foco de interés de los contenidos a las metodolo gías de análisis. El “análisis de áreas sociales” y la “ecología factorial" fueron buenos ejemplos de ello. El prim ero había sido desarrollado con anterioridad por Eshref Shevsky y W endell Bell, sociólogos de la Stanford University. En su libro Social Area Analysis33 expusieron lo que en realidad no era más que una decantación de los aspectos m eram ente cuantitativos de las hipótesis de la Escuela de Chicago. Shevsky y Bell coincidían con esta en que lo que distinguía a las distintas áreas urbanas era el nivel socioeconóm ico, la raza y el estilo de vida de sus habitantes.34 Para m edir ese grado de diferenciación crearon tres indicadores: estatus socioeconóm ico (desempleo, nivel educativo, valor de la vivienda), estatus familiar o estilo de vida (tasa de fertilidad, índice de ocupación femenina, núm ero de casas unifamiliares) y estatus étnico (raza y nacionalidad). D e la com bina­ ción de los tres resultaron 32 tipos de áreas urbanas. A mediados de la década de 1960, y gracias a la aparición de las calculadoras elec­ trónicas y el análisis estadístico, el análisis de áreas sociales multiplicó escalarmente la cantidad y variedad de los datos em píricos que alimentaban sus indicadores, datos que eran de m uy diversa natura­ leza y cuya im portancia, p o r tanto, había de ser calibrada por índices factoriales. Así nació la “ecología factorial” , un m étodo de análisis que se extendió por las ciencias sociales. La revisión neom arxista: d en u n cia del u rb an ism o so cia ld em ó cra ta y r ecla m o del “ d erech o a la c iu d a d ” La alternativa a la sociología y la geografía urbanas anglosajonas se fraguó al amparo del neomarxismo, que recondujo los presupuestos del marxismo ortodoxo hacia los intereses del existencialismo. 90 I ii un prim er m om ento esta revisión estuvo liderada por los filósofos lie la Escuela de Francfort (Max H orkheim er, H erbert Marcuse, l'heodor A dorno, etc.), que reaccionaban así a los desmanes com eti­ dos por el com unism o soviético en la posguerra. Según Marcuse, el capitalismo había construido la “falsa conciencia” de que la pobreza, el desempleo o la desigualdad eran necesarios utilizando mitos y símbolos. Para desenmascarar esta superestructura, el pensam iento crítico debía superar su obsesión por la política y la econom ía y acercarse a la cultura. Disciplinas com o la psicología, la antropología o la sociología podían ayudar en ello. Esta senda ya había sido explorada p o r W alter B enjam ín en el período de entreguerras. Este filósofo excepcional diluyó la esencia racionalista del marxismo decim onónico con técnicas psicoanalíticas. Su Libro de los pasajes35 tenía por objeto desvelar la “prehistoria de la m odernidad” , que Benjamin intuía en los pasajes parisinos del prim er tercio de siglo x ix . En su opinión, la ciudad era un bosque plagado ile fábulas y alegorías, un universo susceptible de ser interpretado desde múltiples puntos de vista, muchos de ellos irracionales. A fin de sustraerla del mistificado encuadre donde estaba atrapada, recu­ rrió a tres tipos humanos: al arqueólogo, para descifrar los sueños y fantasías colectivas; al coleccionista, para separar los objetos de sus funciones originarias y relacionarlos con otros afines; y al flanear, la figura que deambulaba por los pasajes descrita por Charles Baudelaire, para rastrear el punto de partida de la investigación. Tras la II G uerra Mundial, la Escuela de Fráncfort descubrió la operatividad del proyecto de Benjam in y com enzó a difundirlo por las ciencias sociales. Entre los que lo adoptaron destacó la Interna­ cional Situadonista, fundada en 1957 p o r un grupo de intelectuales franceses dispuestos a explotar el potencial político que intuían en el psicoanálisis y el surrealismo. Su m iem bro más reconocido fue el filósofo G uy D ebord, padre de la psicogeografía, una especie de geografía social de la ciudad que tamizaba las situaciones urbanas a través de filtros emocionales. C om o instrum ento de análisis utilizaba la técnica de la deriva, que consistía en recorrer megalópolis de 91 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 manera azarosa pero siguiendo reglas predeterm inadas y de raíz surrealista, com o el deambular por el macizo del Harz consultando un plano de Londres. En 1957 D ebord publicó la Cuide psychogeo* graphique de París,M’ donde representó sus derivas por barrios obren m com o Le Marais, distritos históricos en los que aún persistían lo re.il y lo espontáneo p o r haber escapado a los proyectos urbanísticos del general D e Gaulle. La guía — unos fragmentos de planos unidos entre sí p o r flechas que describían el sentido de las derivas— esbozaba una ciudad desordenada y extraña, casi perturbadora. La reivindicación de los centros históricos no era el único punto de encuentro de la sociología anglosajona y la neomarxista, sino que tam bién com partían la fijación p o r el ciudadano corriente En la década de 1960 sus gustos y preferencias se plasmaban en la cultura de masas, inspirada po r la form a de vida de la clase media pero que el cine y la televisión habían expandido por todos los segmentos del igualitario arco social megalopolitano. D ebord se propuso intelectualizarla en La sociedad del espectáculo,37 donde denunció que la cultura estaba siendo transformada en un producto de consumo. Aun así, su intención era utilizarla, o más concreta­ m ente distorsionarla, con fines revolucionarios, un acto subversivo que denom inó detournement. La izquierda francesa descubría el filón de la semiotización de la cultura de masas, el mismo que el arte pop llevaba más de una década explotando. La tercera obsesión de los situacionistas era el urbanismo, ante el cual m antenían una posición diam etralm ente opuesta a la de la geografía neopositivista. R echazaban que se tratara de una disciplina puram ente técnica. Su supuesta neutralidad y objetividad no era más que una patraña foijada por las administraciones socialdemócratas para perm itir que los “jefes de equipo” tom asen decisiones sin consultar con los ciudadanos.38 El marxismo, en cambio, siempre defendió que el urbanismo era una acción política. La Carta de Atenas ocultaba estrategias de clase: reservar las áreas centrales a las élites productivas y segregar a los distintos grupos sociales en la periferia, donde eran confinados en conjuntos residenciales cualitativamente 92 diferenciados y espacialmente distanciados.Y no acababa ahí su papel instrumental. En 1967 el filósofo belga RaoulVaneigem escribió el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones,39 donde denunció que, al igual que había ocurrido con la cultura, tam bién la eotidianeidad de la gente estaba siendo em paquetada com o un producto de masas. El urbanism o iluminista, altamente reglado y estandarizado, contribuía a esta tarea bloqueando lo diverso, lo indivi­ dual, lo espontáneo, lo imaginativo. Frente :a'la zonificación funcional de Im Carta de Atenas, que usaba elem entos “duros” (muros, infraestructuras, etc.) para fragmentar las megalópolis en unidades abstractas fácilmente reproducibles, los situacionistas exigían im plem entar "elem entos blandos” (luz, sonido, actividad) que conform aran entornos continuos y pintorescos, las unités d ’ambiance. Hasta el 10 de mayo de 1968 los autores de estas propuestas perm anecieron enclaustrados en los garitos frecuentados por la progresía artística francesa. La revuelta parisina les abriría las puertas de todos los ámbitos del saber. La sociología urbana neomarxista pasó entonces a ensañarse con el cientifismo neopositivista, al que reprobaba haber despreciado las cuestiones que condicionaban el día a día de la gente: la percepción de la ciudad, los prejuicios raciales, las barreras culturales, etc. Los abanderados de esta postura fueron un grupo de profesionales agrupados en torno a la revista Espaces et Societés y liderados por H enri Lefebvre, profesor de la Université París X N anterre. A unque instruido en la dialéctica marxista, este cultivado humanista condenaba la com prensión de la ciudad com o un objeto cuantificable y calculable, algo que consideraba autoritario, dogmático y simplificador. Lefebvre detectaba ambiciones similares en el estructuralismo, en este caso p o r su base racional mecanicista. C om o alternativa a ambos abogaba po r la especulación, p o r una “orientación que abre caminos y descubre un h o rizo n te” .40 Inauguraba así una línea de pensam iento marxista no racionalista que se orientó en dos direcciones estrechamente vinculadas: la denuncia del urbanism o socialdemócrata y la reivindicación de la prim acía del espacio sobre el tiempo. 93 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 f Esta últim a cuestión apuntaba hacia un cambio de paradigma. C om o hemos visto en el capítulo anterior, el análisis urbano marxisl.i se había conformado con una metodología histórica comparativa que consideraba la forma como un subproducto. Michael Foucault cuestionó este punto de partida, defendiendo que la megalopolis pertenecía a la época del espacio, “la época del cerca y el lejos, del lado a lado, de lo disperso” . En “Espacios otros” ,41 este filósofo, sociólogo e historiador propuso un térm ino que haría fortuna en las siguientes décadas: heterotopia. El cuerpo humano, el elemento a través del cual se producía la socialización, existía en un espacio que no era neutro, sino represivo y manipulado por el poder. Para libe­ rarse de él era necesario crear “ espacios otros” , heterotopias donde los valores culturales dom inantes fueran contestados con códigos alternativos. Lefebvre defendió su crítica radical al urbanism o y su apuesta por la espacialidad en su trilogía Critique de la vie quotidienne,42 Tras considerar que los tres fundam entos de la ciudad eran función, forma y estructura y reconocer que, p o r sí solo, ninguno de ellos bastaba para definirla, destacó el papel del segundo que, al definir la distancia que separaba las acciones humanas, determ inaba las reía ciones sociales. El mecanismo planificador de las formas que conte­ nían a los “seres m arioneta” de la megalopolis era el urbanismo. Lefebvre ponía así de manifiesto su desconfianza en las instituciones democráticas del Estado del bienestar, multitudinariam ente refrendada en Mayo del 68. En El derecho a la ciudad43 hizo explícita esta denuncia, reclamando el derecho de los ciudadanos a recuperar el control de las formas urbanas que envolvían su cotidianeidad. Confiaba en que impulsa­ ran un proceso de apropiación del espacio abstracto generado por La Carta de Atenas, para reformularlo com o un “espacio diferencial” donde em ergieran las alteridades que esta trató de ocultar. Lefebvre lo imaginaba com o una “unidad de am biente” donde centro histó­ rico y suburbia, lo público y lo privado, se habrían fusionado en un continuum global. En La revolución urbana detectó la puesta en marcha 94 de este proceso en la desbordante expansión suburbana de la megalópolis, que interpretó com o la entrada en una “fase crítica” que conducía a la desaparición del territorio y la generalización de la ciudad.Tal com o habían pronosticado Lewis M um ford, Frank Lloyd W right y Le Corbusier, el destino últim o era la urbanización total del planeta, la trasformación de la hum anidad en una “sociedad urbana” . Lefebvre cuadró su reivindicación de la espacialidad en la que muchos consideran su obra maestra, La producción del espacio,44 donde asoció la supervivencia del capitalismo a la producción de espacios que enmascarasen la realidad, una labor confiada al urbanismo. C'.ada fase del sistema económ ico había generado su propio tipo de espacio, y el del Estado del bienestar era el espacio abstracto de Im Carta de Atenas. La conclusión era: el urbanism o es un productor de espacios políticos, un postulado que Edward W. Soja consideró com o “ el punto de partida del tránsito hacia la posm odernidad” .45 95 MEGALÓPOIIS: 1939-1979 LA MEGALOPOLIS DELOS HISTORIADORES: HAROLD J. DYOS, COLIN ROWE, MANFREDOTAFURI Cerrábamos el apartado dedicado a “La metrópolis de los historiado res” destacando la obra cum bre de Lewis M um ford, La cultura de las ciudades. En 1961 apareció su em blemático estudio La ciudad en la historia, con el que pretendía reemplazarla. En esta obra, M umford amplió el recorrido histórico a Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, lo que le perm itió introducir en la narración una serie de figuras que entendía que habían estado presentes en el germ en de la ciudad, perm aneciendo en el inconsciente colectivo de sus habitantes y manifestándose de maneras diversas en su evolución posterior, una interpretación casi psicoanalítica de la historia urbana. Pero lo que convirtió a La ciudad en la historia en uno de los libros de arquitectura más vendidos del siglo x x fue su crítica radical al devenir del modelo suburbano desde la década de 1920, cuando U nw in lo codificó com o suburbio jardín y la expansión del automóvil lo esparció por doquier. Para M um ford, la suburhia de la década de 1950 se había convertido en la “anticiudad” , fragmentos m onofuncionales sin forma ni densidad que servían de alojamiento a seres encapsulados carentes de vida pública. Inmediatamente después de su publicación, La ciudad en la historia se convirtió en referencia obligada de los arquitectos. Los historiado­ res, en cambio, lo recibieron con reticencias, disconformes con su marcado sesgo ideológico y la maraña de fuentes que lo alimentaban desde áreas de conocim iento que, en la década de 1960, estaban en proceso de diferenciación. En realidad, este libro cerraba la fase parvularia de la historia urbana, la de la indefinición disciplinar, cuando todavía eran posibles las interpretaciones personales. A partir de entonces, figuras com o la de Lewis M um ford, alérgicas a los acade­ micismos, serían consideradas extravagantes. 96 No es de extrañar que en este am biente proclive al rigor el proceso de conform ación disciplinar de la historia urbana culminara encum ­ brando los enfoques racionalistas de las dos versiones ideológicas del iluminismo. Anglosajones y franceses optaron por el positivismo, que aplicaron a la econom ía, la sociología y la geografía; los italianos se decantaron por el pensam iento crítico, por el que filtraron la arquitectura y el urbanismo. I ti «puesta p ositivista por la m u ltid iscip lin a ried a d La consolidación final de la historia urbana com o disciplina la enca­ bezaron grupos de investigación universitarios y se articuló a través de congresos. En Estados U nidos destacó el convocado en 1961 por el Massachusetts Institute o f Technology (MIT) y la Harvard University, del que resultó The Historian and the C ity.4'' En el R eino U nido se celebró la Conferencia de Historiadores Urbanos, organizada en 1966 por el U rban H istory Group de la University o f Leicester, dirigido por H arold J. Dyos. Sus conclusiones se publicaron en The Study o f Urban History.47 En estos congresos se constató que la historia urbana seguía sin contar con una base científica rigurosa, objetivo que fue apuntado com o prioritario para el futuro inmediato. A él se aplicaron los historiadores positivistas, que m ostraron su insatisfacción con los tanteos realizados en el período de entreguerras. Criticaban, especial­ mente, el abordaje de contenidos individualizantes con la metodología evolucionista, una com binación que había animado a concluir teorías universales a partir del estudio de casos específicos. Para evitar estos saltos en el vacío, reclamaban recuperar los contenidos generalizantes y el análisis comparativo, es decir, rastrear valores urbanos trascen­ dentes a partir del cotejo de ejemplos diversos. Anglosajones y fran­ ceses se pusieron a ello, pero procediendo de maneras diferentes: los primeros confirm aron su alianza con la historia económ ica y social y los segundos se apoyaron en la sociología y la geografía. 97 MEGALÓPOUS. 1939-1979 En Estados Unidos esta tarea la lideró Gideon Sjoberg, un erudito humanista admirador de Max Weber, que en The Preindustrial City4* aplicó el análisis comparativo a instituciones com o la familia, las clases sociales o el m atrim onio, estableciendo tres fases en la evolu ción de la organización de la sociedad: la preurbana, la feudal y la industrial. En el R ein o U nido destacó el papel del historiador Asa Briggs, autor de Victorian Cides.49 A unque centró sus estudios en la época victoriana, em pleó el análisis comparativo con ciudades de diferente escala, localización y econom ía (Manchester, Leeds, Londres, M elbourne, etc.). Su voluntad de rom per con la singladura prebélica era evidente; de hecho, concluyó desmintiendo la imagen miserable que M um ford había propagado de la era del carbón. Sin embargo, Briggs continuó utilizando la historia urbana para estudiar cuestiones socioeconómicas (ingresos, empleo, administra­ ción municipal, etc.), aunque dando cabida a algunas de carácter cultural (prestigio social, relaciones intergrupales, etc.). Y es que ni Sjoberg ni Briggs cuestionaron el papel vicario que la historia urbana anglosajona había desempeñado con respecto a la historia económ ica y social. Fue H arold J. Dyos quien reivindicó un cierto grado de autonom ía. Su objetivo no era la secesión total, sino que los historiadores interesados por la ciudad unificaran temas y metodologías. A diferencia de lo que había ocurrido en la etapa metropolitana, la opción que planteó no apuntaba hacia la morfología urbana, un campo de conocim iento que los historiadores británicos asociaban con los geógrafos. En Victorian Suburb5(1 puso el énfasis en la dim ensión constructiva, en los maestros de obra, en los pro­ m otores...; en definitiva, en los factores económ icos que habían determ inado la expansión de la metrópolis, dem ostración de que Dyos, profesor de H istoria de la Econom ía en la University o f Leicester, no estaba dispuesto a prescindir de la historia económ ica y social. D e ella aprendió que las ciudades resultaban de procesos históricos prolongados y trascendentes. Para estudiarlos, la historia urbana debía concatenar casos individuales en una narración lineal y universal; es decir, utilizar el análisis comparativo para construir 98 un discurso generalizante. Esta interconexión de procesos y lugares requería dos niveles de análisis: el de las relaciones entre el espacio urbano y la sociedad que lo habitaba y el del papel de las ciudades en la historia de la hum anidad. En Francia, la fase final de la definición disciplinar de la historia urbana la lideró la Escuela de los Anales, fundada en 1929 en torno a la revista Annales d’Histoire Économique et Sociale. Sus directores, Marc Bloch y Lucien Febvre, predicaban la intérdisciplinariedad, alegando el enorm e im pacto que la ciudad tenía en la econom ía, la sociedad, la cultura, el pensamiento, etc. También defendían una historia urbana de “larga duración” . En El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II,5' el historiador Fernand Braudel estableció tres niveles de análisis que la Escuela de los Anales hizo suyos: el de la relación del hom bre con la geografía y el medio, una “historia casi inmóvil” ; el de las estructuras (grupos sociales, econom ía, estados, civilizaciones, etc.), una “historia lenta” ; y el de los individuos, una “historia de los acontecimientos” superficial y efímera. Según Braudel, este últim o nivel no afectaba a la larga duración de la forma urbana, por lo que la historia debía centrarse en el prim ero y el segundo. Ello explica la im portancia que los Anales concedió a la geografía y las ciencias sociales, soportes analíticos de los dos primeros. Al apostar por la intérdisciplinariedad, la historiografía urbana francesa asumía el legado de su padre fundador, Marcel Poete. N o hizo lo mismo en cuestiones metodológicas, ya que optó por el análisis comparativo frente al evolucionismo, al que consideraba poco científico.52 El problema era cóm o categorizar. Las posibilidades eran múltiples: según ideologías (ciudad socialista, despótica, etc.), según m odos de producción (ciudad feudal, capitalista, etc.), según áreas geográficas (ciudad asiática, americana, etc.), según morfologías (ciudad ortogonal, radiocéntrica, etc.), según etapas (ciudad antigua, medieval, etc.), según funciones (ciudad mercantil, administrativa, etc.)...53 La elección dependía de los intereses del autor, lo que ponía en evidencia que el análisis comparativo adolecía de la misma tenden­ cia a la arbitrariedad que el evolucionismo. 99 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 A com ienzos de 1970 el proceso de definición disciplinar de la historia urbana podía darse por concluido. Los historiadores deci­ dieron entonces ponerla a disposición de sociólogos y arquitectos en su lucha contra los programas de urban renewal y en pro de la ciudad histórica. Para acom eter esta tarea, la misma que asumieron los historiadores del arte en la etapa m etropolitana, ampliaron su ya de p o r sí dilatado perfil interdisciplinar con nuevas fuentes del saber, El filósofo de la historia A rnold J.Toynbee, po r ejemplo, se inspiró en la equística, una ciencia que trataremos en el próxim o apartado. En Ciudades en marcha54 elaboró una serie de tipos urbanos (ciudades Estado, ciudades capitales, ciudades sagradas, ciudades mecanizadas y ciudad m undo) con los que rastreó el desvanecimiento de los valores cívicos en la megalópolis. O tros, com o el historiador de la arquitectura Joseph R ykw ert, se interesaron por la antropología y la semiótica. En La idea de ciudad,55 este autor sustentó su crítica a La Carta de Atenas en la contraposición del simplista isotropismo lecorbusierano con la riqueza de significados de la urbs romana, m orfológicam ente vinculada con el cosmos por una maraña de ritos y símbolos.56 Pero la más em blemática de las historias urbanas comprometidas con la defensa de la ciudad tradicional fue Ciudad collage57 escrita po r el historiador C olín R ow e y el arquitecto Fred Koetter. La estructura del libro recordaba al em blemático Introducción al urbanismo58 de Marcel Poete: tan solo la prim era parte era un estudio histórico, concretam ente de las utopías urbanas desde la Antigüedad al m ovim iento m oderno; la segunda era una propuesta de análisis y diseño urbanos dirigida a arquitectos y urbanistas. Para definirla, R ow e y K oetter buscaron amparo en la psicología del arte, más específicamente en la teoría de la Gestalt, de la que adoptaron el m étodo dialéctico entre fondo y figura, basado en la confrontación de conceptos antinóm icos (lleno y vacío, articulación y aislamiento, etc.).59 Esta estrategia derivó en un pulso entre la ciudad histórica y la m oderna que se resolvió con una prescripción de diseño urbano claramente favorable a la primera: los edificios no debían proyectarse 100 com o objetos aislados para ser vistos desde el automóvil, sino com o fondo de espacios públicos a escala de observación del peatón. R ow e, que acusaba al urbanismo iluminista de estar destruyendo la megalópolis, abogaba por retornar a la calle corredor, a vías y plazas diseñadas com o “habitaciones sin tech o ” . Ciudad collage fue un libro visionario. Trasladó a la historia, el análisis y el diseño urbanos el interés por lo com plejo y lo incom ­ pleto. R ow e apelaba a entender la ciudad com o un patchwork de piezas que podían convivir entre sí. C o n esta defensa de la colisión y el fragmento daba el prim er paso hacia el reconocim iento de la megalópolis com o un ente im puro. Tal com o había ocurrido con la sociología urbana, tam bién la historia urbana se asomaba al abismo de la posm odernidad. I a “ crítica de cla se” italiana: de la h istoria de la arquitectura ii la h istoria del u rb an ism o C om o vimos en el capítulo anterior, la historia urbana marxista tam bién se gestó en el caldo de cultivo de la historia económ ica y social. El papel vicario que sus fundadores atribuyeron a la evolución de la ciudad con respecto a los acontecim ientos socioeconóm icos respondía a la premisa de la superestructura com o hecho previo a la morfología. Los historiadores positivistas, que se cocieron en ese mismo caldo, les acusaron de falta de neutralidad, de estar condicio­ nados por directrices ideológicas. A este reproche respondió un grupo de arquitectos italianos, convencidos de que la versión marxista de la historia urbana tam bién podía sustentarse sobre bases científicas. Si para alcanzar este mismo objetivo los historiadores positivistas habían apostado por una multidisciplinariedad que se abría hacia cada vez más campos de conocim iento, ellos decidieron hacer todo lo contrario: limitarse a las fuentes estrictam ente disciplinares. Su refe­ rente sería la historia de la arquitectura, que tradicionalm ente había priorizado los com ponentes físicos sobre los humanos. 101 MEGALÓPOLIS: 19391979 Esta fue la empresa enunciada por M anfredo Tafuri en Teorías e his tona de la arquitectura,6(l un texto que revolucionó el pensamiento crítico. Según Tafuri, incluso el abanico m etodológico utilizado poi la historia estaba cubierto po r un velo ideológico. Levantarlo exigía rigor intelectual, una crítica que reasumiera la tarea que le era pro­ pia: la diagnosis histórica objetiva y sin prejuicios. Así fue definida l.i “crítica de clase” , un com prom iso moral empapado de pensamiento negativo. Consciente de que las estructuras capitalistas eran sólidas, Tafuri conm inó a la historia a distanciarse de ellas y limitarse a denunciarlas, renunciando a transformar una realidad que consideraba irreversible. N o había otra opción. En unos artículos publicados en la revista Contropiano , 61 Tafuri puso en evidencia que incluso la izquierda política europea se había plegado a los dictados del capitalismo monopolista. En La ciudad americana: de la guerra civil al N ew Deal,1'2 escrito con G iorgio Ciucci, Francesco Dal C o y M ario M anieri Elia, verificó esta misma hipótesis en la ciudad americana. La con­ clusión era: durante la etapa m etropolitana el arquitecto m oderno se prestó a ser utilizado en la im plem entación del proyecto de racio nalización. Las élites político-económ icas le encom endaron ejercer com o “ideólogo de la sociedad” : por un lado, debía convencerla de la necesidad “objetiva” de una metrópolis que Tafuri denunciaba com o negocio y gran m áquina productiva; por otro, debía maquillar esa ciudad segregada, injusta y sin valores. Para esto último, utilizó dos estrategias com plementarias: estetizar el caos y el fragmento, una tarea confiada a la arquitectura de vanguardia, y recom poner la metrópolis com o si de un todo orgánico y unitario se tratara, fun­ ción que recaía en el planeam iento urbanístico. La crítica de clase tafuriana puso las bases de una historia urbana que se declaraba disciplinarm ente autosuficiente. Pero en realidad, la historia urbana nunca se habría podido liberar de la dependencia de la historia económ ica y social si no hubiera contado con el concurso de la teoría urbanística, un campo de conocim iento aún más autónom o de los factores extradisciplinares que la historia de 102 la arquitectura. D e esta conjunción estelar nació la historia del urba­ nismo, que ya había sido ensayada por Marcel Poëte en Introducción id urbanismo. U n o de sus textos fundamentales fue Orígenes del urba­ nismo moderno,67' de Leonardo Benévolo, que situaba el nacim iento del urbanismo en el siglo x ix , coincidiendo con la irrupción de la metrópolis monopolista, una tesis tan solo cuestionada recientem ente por algunos historiadores, que lo sitúan en el siglo xvi. Benévolo fue acusado de esquematismo. Por un lado!, reducía el com plejo panorama urbanístico decim onónico a dos tendencias contrapuestas: la de los utopistas, que aspiraban a transformar la sociedad, y la de los técnicos funcionarios, que colaboraban con el sistema. Por otro, identificaba urbanism o y política, sin conceder al prim ero ninguna autonomía. La brecha abierta por Benévolo fue inm ediatam ente sondeada por otros arquitectos, que abandonaron el nicho ideológico marxista que había servido de cuna a la historia del urbanismo. En Estados Unidos destacó Jo h n R eps y su The M aking o f Urban America;64 en España, Fernando Terán con Ciudad y urbanización en el mundo actual65 Sin embargo, ninguno de estos libros tuvo el im pacto de El urbanismo. Utopías y realidades.66 Su autora, la crítica de arte Françoise Choay, coincidía con Benévolo en datar el nacim iento de la disciplina en el siglo xix, periodizando su evolución en preurbanis­ mo y urbanismo. Para analizar ambas etapas estableció dos modelos que funcionaban com o categorías historiográficas: el progresista y el culturalista. La base intelectual del prim ero era claramente iluminista y partía del convencim iento de que los ciudadanos eran “seres tipo” deducibles científicamente a partir de sus necesidades biológicas, lo que permitía aplicarles teorías universales. Este modelo se orientaba hacia el futuro y estaba dom inado por la idea de progreso, confiando a la ciencia y la técnica la resolución de los problemas de la ciudad. El m odelo culturalista, en cambio, era esencialm ente rom ántico y estaba inspirado en el m ito de la com unidad, donde los individuos no eran tipos, sino seres únicos e irrepetibles; su tendencia natural, por tanto, apuntaba al empirismo. Al considerar que las necesidades 103 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 materiales de las personas eran subsidiarias de las espirituales, su referente era cultural.67 La década dorada de la historia del urbanism o fue la de 1970. A la madurez de la obra de Benévolo se sumó la aportación de Paolo Sica, autor de la trilogía Historia del urbanismo,68 una investí gación sobre la conform ación disciplinar del urbanism o en la época de la industrialización (siglos xvm , x ix y xx) que retom ó preceptos típicam ente marxistas: la proyección de la lógica del capitalismo industrial sobre la ciudad, las relaciones entre estructura y superestructura, etc. La historia del urbanism o retornaba así a su regazo ideológico. 104 LAMEGALO,POLIS DELOS ARQUITECTOS: JOSEP LLUIS SERT, KEVIN LYNCH, ALDOROSSI La historia fue m uy cruel con La Carta de Atenas: el texto donde desembocaron décadas de reflexión sobre la ciudad industrial se publicó en 1943, en los estertores del capitalismo monopolista, hl desconcierto que generó la coincidencia de este docum ento recién gestado con la puesta en crisis del paradigma de pensamiento que lo alumbraba extendió un convencim iento: la necesidad de reformarlo, de adecuarlo a unos tiempos donde prim aban sensibilida­ des opuestas al racionalismo productivista que lo había inspirado. En un principio, los arquitectos iluministas acom etieron esta revisión guiados p o r dictados claramente románticos, pero fue un camino de ida y vuelta, ya que en la década de 1960, acuciados por un aluvión de nuevos problemas, optaron por recuperar las esencias del iluminismo. La teoría y el diseño urbanos superaron el reparo hacia la tecnología, si bien el neom arxism o les anim ó a seguir cortejando los ideales románticos. El urbanismo, en cambio, se reorientó en la dirección ideológicam ente contraria, hacia el neopositivismo. A pesar de que siempre denostaron La Carta de Atenas, tam bién los arquitectos románticos hubieron de someterse a la autocrítica, en este caso p o r la suburbia megalopolitana, el aberrante magma territorial en que había degenerado el m odelo de Ebenezer Howard. En este ejercicio se decantaron dos actitudes: unos conti­ nuaron explotando sus dos mitos tradicionales, ciudad histórica y paisaje, donde descubrieron un filón existencialista, mientras que otros se sumaron a un movimiento antisistema que acabaría poniendo en crisis las bases disciplinares del urbanismo. Ambos coincidían en reconocer al ciudadano com o protagonista indiscutible de la megalópolis. 105 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 La crisis ilu m in ista: de la reform a existen cialista al reto rn o del c ien tifism o Los padres de la teoría urbana iluminista cerraron la etapa metropo litana con una serie de textos escritos durante la II G uerra Mundial y los años siguientes. Su objetivo era institucionalizar La Carta de Atenas. En The N ew City. Principies o f Planning,69 Ludwig Hilberseimoi desarrolló los principios técnicos que sustentaban la nueva ciudad: densidad, altura, zonificación funcional, orientación solar, tipología edificatoria, etc. La principal novedad aportada por este libro tenía que ver con su inm ersión en el debate estadounidense, país de exilio del autor. Para afrontar la escala territorial, H ilberseim er diseñó unas unidades de asentamiento en espina asociadas a las redes de autopistas. También Le Corbusier hizo un hueco a los postulados del pla­ neam iento regional, que él descubrió en 1935, cuando realizó su prim era visita a N ueva York. Este viaje trajo consigo un cambio de orientación en su discurso, que viró hacia la cuestión de la ciudad territorio. Coincidía con Frank Lloyd W right en pronosticar que la megalópolis se disolvería en el paisaje hasta conform ar un unicum de escala planetaria, algo disuelto, inconcluso e invisible que no se reconocería por su forma, sino por su malla de interactuaciones. El lo imaginaba com o un ensamblaje de unidades funcionales y piezas arquitectónicas. D e las prim eras se ocupó en E l urbanismo de los tres establecimientos humanos,71' donde, continuando su tradición racionalista, definió tres modelos urbanos: ciudades radiocéntricas de intercambios (la C iudad contem poránea de tres millones de habitantes y laVille Radieuse podían considerarse com o tales); ciudades lineales industriales que enlazarían las anteriores siguiendo ejes infraestructurales, una clara referencia a A rturo Soria y Mata; y unidades agrícolas. Las siete vías que articularían dicha malla, y que fueron concretadas en el texto “ L’Urbanisme et la règle des 7V (Voies de circulation)”,71 tenían distinta dim ension y estaban 106 asociadas a diferentes medios de transporte. Sobre la retícula definida por ellas se autogenerarían las Unités d ’Habitation, un m odelo resi­ dencial que Le C orbusier calificaba com o “ciudad jardín vertical” : zonas verdes y de recreo en la cubierta, equipam ientos colectivos en las plantas interm edias y viviendas para entre 1.500 y 2.500 per­ sonas en el resto. El maestro francés volvía a coquetear con la sensibilidad rom án­ tica, en este caso para alimentar la aspiración iluminista de im plantar un orden cartesiano sobre el globo terráqueo. N o se trataba de un escarceo esporádico. C on la síntesis de los postulados de La Carta de Atenas y el planeam iento regional pretendía involucrar a iluminism o y romanticismo en un proyecto com ún. Josep Lluís Sert, su joven discípulo y estrecho colaborador, propuso esta alianza en Can Our Cities Survive ?,72 donde estructuró en cinco categorías las propuestas formuladas en los dos C IA M previos a la guerra: cuatro procedían de La Carta de Atenas (vivienda, ocio, trabajo y transporte) y la quinta era la planificación regional. En estos térm inos contaminados recibió su herencia la “segunda generación” de arquitectos iluministas, a la que le tocó transitar por territorios verdaderamente escarpados. Conscientes de la sintonía del am biente donde se m ovían con los postulados románticos, estos jóvenes trazaron un plan de ruta cuyo objetivo era hum anizar la ciudad. Ello suponía sacrificar algunos de sus dogmas fundacionales e incorporar cuestiones hasta entonces desatendidas, y el espacio público era una de ellas. Lewis M umford se negó a escribir el prólogo de Can Our Cities Survive? porque estaba en desacuerdo con La Carta de Atenas, en la que echaba de m enos una “quinta función” : la cultural. En “T h e H um an Scale in C ity Planning” ,73 Sert, a quien le afectó m ucho esa crítica, propuso ubicarla en el “ centro cívico” , un nuevo tipo de espacio urbano destinado al encuentro ciudadano. El arquitecto catalán lo im aginaba com o una zona peatonal donde se concentrarían “las más nobles actividades humanas” : universidades, museos, salas de conciertos, teatros, estadios, etc., y m onum entos, otro de los grandes olvidados del iluminismo. El prim er paso hacia 107 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 la reconciliación con estos últimos lo dieron Sigfried Giedion, Josep Lluís Sert y Fernand Léger en el ensayo “N ueve puntos sobre la m onum entalidad” ,74 donde reconocían la necesidad de respondei a los requisitos representativos y referenciales de la “vida emocional de la com unidad”. Eso sí, en el artículo “T he N eed for a N ew M onum entality”,75 G iedion puntualizaba que se trataba de una “nueva m onum entalidad”, la que él intuía en las obras de Pablo Picasso, Fernand Léger o Joan Miró. Esta puntualización estilística era m uy reveladora. La desatención al espacio público y la m onum entalidad se había debido en gran parte a que los arquitectos iluministas de entreguerras los asociaban con el arte urbano, sinónim o para ellos de clasicismo beaux-arts o del medievalismo de Sitte. La reconciliación con estas dos cuestiones suponía reconocer la necesidad de esa disciplina, que la segunda generación decidió refundar y renombrar. O cu rrió en 1956, en la First U rban Design C onference organizada por Sert en la Gradúate School o f Design (GSD) de la Harvard University, de la que había sido nom brado decano tres años antes. El “diseño urbano” fue defi­ nido com o “la parte del urbanism o que trata de la form a física de la ciudad”, “la integración de urbanismo, arquitectura y paisajismo”. C onceptualm ente se parecía m ucho al arte urbano, al que Sert acusaba de esteticismo. Sin embargo, la misma esencia rezumaba en su propuesta. C om o en el caso de la “nueva m onum entalidad” , el verdadero matiz que diferenciaba el arte urbano decim onónico del diseño urbano m oderno era una preferencia estilística: el com ­ promiso de este últim o con el arte de vanguardia. Centros cívicos y nueva m onum entalidad, espacios para la colec­ tividad y espacios para el simbolismo. El productivismo iluminista volvía a dejar paso a la ética romántica, un certero golpe de tim ón que aseguró a La Carta de Atenas una pervivencia difícil de prever para un docum ento tan ajeno a la sensibilidad de su época. Fijado el nuevo rumbo, los arquitectos se aplicaron a incorporar estas burbu­ jas de humanidad en sus pragmáticos dictados. R ehenes inconscientes del determ inism o físico, estaban convencidos de que una escultura 108 estratégicamente dispuesta, una zona peatonal correctam ente proyectada o un conjunto de equipam ientos sabiamente agrupados difundirían el espíritu com unitario. El supuesto era: la form a física determ ina la manera de actuar de la gente; es decir, urbanism o y arquitectura eran variables independientes, mientras que el com por­ tamiento hum ano era moldeable p o r ellos. El libro de Lewis Keeble Principies and Practice ofTown and Country Planning , l b una especie de manual del urbanism o socialdemócrata, Ib ponía de manifiesto. Sus detallados dibujos y esquemas de las N ew T ow ns traducían a normas y regulaciones modelos urbanos a los que confiaba la regeneración moral de la sociedad. La fe en una m orfología todopoderosa dem os­ traba que la confusión entre urbanism o y diseño urbano había sobrevivido a la guerra. Esta fue la hoja de ruta que dirigió la transform ación de la metrópolis en megalópolis. Al frente de ella, gestionándola, estaban los “jefes de equipo” que Le Corbusier entronizó en la Ville Radieuse, arquitectos y urbanistas que trabajaron sin injerencias políticas o ciudadanas. Y, sin embargo, el proyecto no funcionó. Sus errores se hicieron evidentes a mediados de la década de 1950. La zonificación funcional, uno de los pilares del urbanism o ilum inista, había convertido las ciudades en entes inflexibles: no había manera de ampliar un com plejo industrial com petitivo o de cons­ truir viviendas sobre uno en decadencia. Además, el determ inism o físico resultó ser una quimera. C om o dem ostraron los sociólogos W illm ott y Young, el diseño urbano “correcto” no había propagado los sentimientos comunitarios entre los residentes de las New Towns; más bien al contrario, había acabado con el que existía en los slums y que ese mismo urbanism o había aniquilado. Los arquitectos iluministas term inaron rindiéndose ante estas evidencias, asum iendo el fracaso de su proceso de reformas y deci­ diendo ser coherentes con lo que ello implicaba: renegar de La Carta de Atenas, algo que sucedió en el XI CIA M (O tterlo, 1959). El encargado de form ular esta ruptura fue Giancarlo D e Cario, quien propuso abandonar la zonificación funcional argum entando 109 MEGALÓPOUS: 1939-1979 tres órdenes de efectos negativos: el m orfológico (fragmentaba el tejido urbano), el sociológico (segregaba a los grupos sociales) y el ideológico (metrópolis y megalópolis se regían por diferentes lógicas locacionales). Así lo defendería, años más tarde, en Questioni di architettura e urbanística.77 D e Cario formaba parte de la denom inada “tercera generación" de arquitectos iluministas, aglutinada en torno al Team X. El ideario de este grupo fue recogido en el Team X Primer,78 una recopilación de artículos y ensayos publicada en 1962 en la revista Architectural Desistí Sus com ponentes, Alison y Peter Smithson, Aldo van Eyck, Jacob Bakema, George Candilis, De Cario, etc., acusaban al equipo de profesores de la Harvard University que habían liderado la segunda generación (Josep Lluís Sert, Sigfried G iedion y W alter Gropius) de haber transformado la megalópolis en “una nada organizada” . Para dotarla de significado proponían aplicar cinco conceptos profunda m ente existencialistas. El que más repercusión tuvo fue el de cluster, un tipo de agrupamiento que aspiraba a sintetizar las nociones de casa, calle, distrito o ciudad. Los Smithson lo concebían com o una mega forma inspirada en la m orfología urbana tradicional y la arquitectura popular; debía ser flexible, capaz de asimilar crecimientos imprevis­ tos, atenta a las particularidades locales y culturales y estimuladora de la apropiación del espacio público por parte de los ciudadanos. El XI C1AM (O tterlo, 1959) fue el últim o que se celebró. En cierto m odo, la misión de estos congresos (institucionalizar el urba­ nismo iluminista) se había cumplido. Eso sí, lo que acabaron instau­ rando en las administraciones públicas no fue la ciudad racional que anunciaron en el prim er encuentro en La Sarraz (1928), sino una megalópolis humanista ajena a muchos de sus principios. La década siguiente volvería a poner patas arriba estos recién fraguados funda­ mentos. A unque profundo, el cambio urbano megalopolitano había procedido hasta entonces de manera pausada, lastrado por las tareas de la reconstrucción y las dificultades económicas. En la década de 1960 todo se aceleró. R eto rn ó el crecim iento económ ico y se produjo un baby boom, lo que m ultiplicó la dem anda de viviendas, no equipamientos, oficinas, suelo industrial e infraestructuras viarias; la megalópolis estaba desbordada. Tam bién pensaba de otra manera. Lejanos ya los horrores de la guerra, progreso económ ico y optimis­ mo social avanzaban de la mano, una atmósfera perfecta para el con­ traataque del iluminismo. El existencialismo perdió terreno, la teoría y el diseño urbanos se reconciliaron con la tecnología y el urbanismo con el cientifismo. El retorno de la tecnofilia había sido abonado p o r los programas de la NASA, que culm inaron con la llegada del hom bre a la luna en 1969 y la promesa de que, en breve, le tocaría el turno a Marte. La fascinación de la teoría y el diseño urbanos por la m áquina entró en sintonía con el reclamo neomarxista de entornos más habitables y democráticos. La industria podía hacer m ucho en ese sentido. N o se trataba ya de racionalizar, sino de ofrecer al ciudadano la posibili­ dad de participar en la definición y el control de su hábitat. A ello se sumaron aportaciones procedentes de Mayo del 68: sociedad del ocio, cultura de masas, espectáculo, etc. D e este cóctel derivó un “diseño urbano protesta” que sirvió de caldo de cultivo a todo tipo de utopías: ¿por qué la megalópolis tenía que resignarse al productivista, castrante y aburrido reino de lo real?, ¿por qué no reinventarla com o la detournement que reclamaban los situacionistas?, ¿por qué no ponerse manos a la obra en la construcción de la “sociedad urbana” presagiada por Lefebvre? Pionero en abrir esta brecha fue el arquitecto francés Yona Friedm an, crítico radical de los “jefes de equipo” y el paternalism o socialdemócrata. Su intención era fundar un “urbanism o indeterm i­ nado” que generara espacios urbanos no condicionantes, entornos en los que la gente pudiera decidir dónde y cóm o vivir, así com o reconsiderar esas cuestiones cuando creyera conveniente. E n el con­ greso preparatorio del X C IA M (Dubrovnik, 1956), presentó una ponencia sobre arquitecturas móviles, posteriorm ente desarrollada en el libro La arquitectura móvil.79 D e ahí derivaron sus “ ciudades espaciales” (1959-1963), sistemas de bandas tridimensionales susten­ tadas sobre pilares y preparadas para acoger piezas residenciales III MEGALÓPOLIS: IS39-I979 adaptables a las necesidades de sus habitantes. Su conform ación como una superficie paralela a la terrestre liberaría al territorio de la des­ bocada presión demográfica megalopolitana, perm itiéndole retornai a los estados natural y agrícola. Intereses similares m ovían al artista y arquitecto C onstant Nieu wenhuis, m iem bro de la Internacional Situacionista. Entre 1959 y 1966 estuvo trabajando en una detournement de inspiración psicogeográfica: N ew Babylon, un conjunto de estructuras transformables y enlazables, algunas del tamaño de una ciudad pequeña, que también habría de planear sobre la megalopolis. En ellas habitaría una sociedad posrevolucionaria compuesta por homo ludens, seres entregados al ocio. Siguiendo los preceptos situacionistas, cada estructura sería una unite d ’ambiance: un espacio sensorial generado por colores, sonidos y formas que desencadenaría situaciones y sensaciones y sería sus­ ceptible de ser utilizado al arbitrio del homo ludens. El resultado era un laberinto ajerárquico e impreciso que incitaba la desorientación, el juego, la creatividad... C om o vemos, el neom arxism o facilitó la avenencia entre el exis tencialista reclamo del “hom bre de la calle” y la iluminista fascina­ ción por la tecnología. G rupos com o Archigram o los metabolistas explotaron esa interesante síntesis. Las propuestas del prim ero se divulgaron a través de la revista Archigram (1961-1968), escaparate de los revolucionarios proyectos y proclamas de los estudiantes de la Architectural Association School de Londres. H eredaron de Yona Friedm an la querencia p o r las megaestructuras, de C onstant el referente de la sociedad hedonista y de ambos el interés por el nomadismo. Pero había algo más. A estas dos fuentes los británicos sumaron la del Independent Group, que les descubrió la importancia del potencial semiótico latente en el consumismo, la publicidad y la ciencia ficción. Todo ello catalizó en la puesta en valor de lo perecedero, del “usar y tirar”, que Archigram presentó com o expre­ sión de la sumisión de la megalopolis a los deseos del ciudadano. Peter C ook desarrolló esta idea en la Plug-in-C ity (1964), un gran armazón donde encajaban cápsulas vivienda que evolucionaban y 112 se adaptaban a las necesidades de la gente. Sus com ponentes fueron calculados para distintos períodos de vida: cuarenta años para la estructura prim aria, veinte para los garajes, de tres a ocho para las salas de estar y los dorm itorios, tres para las cocinas, seis meses para los comercios, etc. A ún más radical era la Instant C ity (1968), una infraestructura que Archigram ponía al servicio de los habitantes de las N ew T ow ns londinenses, a las que consideraba soporíferas. Para solventar su falta de equipam ientos culturales, la Instant C ity se ubi­ caría sobre ellas para dejar caer cines, teatros, salas de conciertos, auditorios musicales, etc. El grupo metabolista se dio a conocer en Japón con la publicación del manifiesto Metabolism 1960. The Propasáis for N ew Urbanismo Com partía con Archigram la confianza en la industria y la tecnología, pero le movía una inquietud local: la ausencia de planificación, que había derivado en un auténtico caos urbanístico. Para confrontar esta situación, los metabolistas filtraron las consabidas megaestructuras modulares, flexibles y dinámicas a través del paradigma organicista. Sus teorías fueron difundidas p o r Fum ihiko M aki, profesor de los talleres de diseño urbano organizados por Sert en la Harvard U niversity. En 1964 publicó Investigations in Collective Form,m donde pre­ sentó su “ teoría de sistemas urbanos de term inales abiertos” . C om o alternativa a la ciudad tradicional postulaba la “m egaform a” , una gigantesca estructura continua, unitaria y tridim ensional que recor­ daba a los clusters de los Smithson. La novedad era que sus elementos de conexión posibilitaban enlazarla con otras similares, lo que per­ mitía poner en marcha un proceso de crecim iento orgánico. C entrém onos ahora en la trayectoria em prendida p o r el urbanis­ m o tras el reconocim iento del fracaso de La Carta de Atenas. C om o decíamos, tam bién él recuperó sus esencias iluministas, pero lo hizo guiado por un discurso ideológicam ente opuesto al de la teoría y el diseño urbanos: el neopositivismo. La intención era reformularlo como una disciplina objetiva y universal basada en postulados estrictamente técnicos y controlada p o r una élite profesional (de nuevo los “jefes de equipo”). Para reconducirlo hacia estos parámetros, los urbanistas 113 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 recurrieron al “análisis locacional” , buque insignia de la geogralli y la sociología neoposidvistas. Se interesaron por temas com o el comercio minorista, el mercado de la vivienda y, m uy especialmenii, el transporte, claro síntom a de la decidida apuesta de la megalópolll p o r el automóvil. En Urban Traffic. A Function o f Latid Use,*2 R oben M itchell y Chester R apkin pusieron de manifiesto el vínculo existente entre el tráfico y los usos del suelo (el prim ero era geneu do por determinadas actividades urbanas), trascribiendo dicho nexo a fórmulas matemáticas que sustentaban modelos de predicción. El ingeniero C olin Buchanan fue más allá y publicó E l tráfico en las ciudades,83 donde declaró que este debía ser el principal objetivo no solo del urbanismo, sino tam bién del diseño urbano y la arqui tectura, anim ando a unificar edificios y trazado viario en un mismo artefacto. Pero el principal fundamento científico utilizado por el urbanismo neopositivista fue la “teoría de sistemas” , que había surgido a comien zos de la década de 1950 en el campo de la cibernética. Inspirada p o r la biología, concebía la realidad com o un sistema general inte­ grado por subsistemas, lo que perm itía asimilarla al concepto m ate­ mático de “conjunto”, analizarla con métodos estadísticos, modelizarla y predecirla. La aparición de los prim eros ordenadores, capaces de manejar datos derivados de múltiples relaciones sistémicas, posibilitó el desarrollo de esta teoría y su aplicación a otras disciplinas, y fue J. Brian M cLoudhlin quien lo trasladó al urbanism o.84 En Urban and Regional Planning , 85 M cLoudhlin presentó la megalópolis com o un sistema com plejo de elementos funcionales interconectados por redes de transporte. Al tratarse de un ente en evolución, el planea­ m iento debía abstenerse de fijar metas concretas y limitarse a trazar trayectorias susceptibles de ser reconsideradas, un antídoto contra la inflexibilidad de los planes de la década de 1950.86 En este sentido, habría de conformarse com o una disciplina especializada en el análisis y control del “sistema megalópolis” , es decir, en la clasificación y predicción de las decisiones que lo estimulaban. Ello suponía renun­ ciar a uno de sus principios fundacionales: su objetivo prim ordial 114 y.i no sería la form a, sino la localización de actividades y flujos de i omunicación. El neopositivismo rom pía así el ancestral lazo que mantenía al urbanism o atado a la arquitectura y el diseño urbano. También Andreas Faludi defendía que el diseño urbano no debía centrarse en lo físico, sino en lo procedim ental. En Planning T heoryf1 este discípulo de la Escuela de Chicago aplicó al plan urbanístico la “teoría del proceso racional” , proponiendo abordarlo com o un procedim iento que constaba de cinco fases; definición de problemas, identificación de alternativas, evaluación, im plem entación y m onitoreo (revisión del resto de las fases según los fallos y carencias detec­ tados).88 Al igual que ocurría con la teoría de sistemas, este proceso racional no entraba ni en las formas (el diseño urbano) ni en los valores (la teoría urbana), tan solo postulaba una lógica de actuación. C o n el urbanism o entendido com o un proceso racional de aná­ lisis y control de sistemas, los arquitectos iluministas retornaban a su esencia cientifista, la misma que habían estado intentando apaciguar durante casi tres décadas. Algo parecido les había ocurrido a geógra­ fos, sociólogos, antropólogos e historiadores. Era el signo de los tiempos megalopolitanos, que mostraban su condición evanescente. I,as reco n sid era cio n es rom ánticas: crítica a suburbia y p r o ta g o n ism o ciu d a d a n o C om o decíamos, el vendaval existencialista de posguerra soplaba a favor de los postulados románticos, esparciendo por doquier nociones com o “individuo” , “tradición” , “identidad” o “ com unidad” . C ons­ cientes del grado de legitim idad que les confería el hecho de haber apostado por ellas en el período m etropolitano, los arquitectos rom ánticos se aprestaron a explotarlas, confirm ando al ciudadano com o su objeto de atención preferente. Sin embargo, no todo era autocomplacencia: su m odelo urbano p o r excelencia, la ciudad jardín, había degenerado en un ser m ons­ truoso. A unque las primeras invectivas afloraron en la década de 1930, el tsunami detractor irrum pió a mediados de la década de 1950, 115 MEGALÓPOUS: 1939-1979 cuando se hizo evidente el desconcierto reinante en la periferia megalopolitana. En La ciudad en la historia, Lewis M um ford enun< Id la horquilla que estructuraría la autocrítica asumida p o r los arqui tectos románticos con relación a suburbia: por un lado, la forma jcaon visual, m onotonía, amorfismo, etc.) y, por otro, el m edio ambiente (consumo de territorio, prom oción del automóvil, etc.). Su reacción fue idéntica a la ensayada en la etapa m etropolitana: a la crítica nuil fológica, la teoría y el diseño urbanos respondieron con el m ito de la ciudad histórica; a la crítica medioam biental, el urbanism o replicó con el del paisaje. Abordémoslas por separado. La prim era nació de un debate m uy tenso que tuvo dos epicen­ tros: el R eino U nido e Italia. En 1953 James M. Richards publicó en la revista The Architectural Review el artículo “T he Failure o f N ew Towns” ,89 en el que describía las N ew T ow ns com o ciudades sin alma, sin vida y sin identidad. Richards achacaba esta desolación a la baja densidad, que se había traducido en ausencia de urbanidad, y a sus cursis “casitas de tejado rojo” , típicas de la prim era genera­ ción de N ew Tow ns. Dos años después apareció en la misma revista “ O utrage” ,90 un im pactante texto donde Ian N airn profetizaba que “a final de siglo el R ein o U nido se habrá convertido en un oasis de m onum entos preservados en m edio de un desierto de hilos eléctricos, carreteras de asfalto, pequeñas parcelas y búngalos” . The Architectural Review ponía nom bre a esta pesadilla: “subtopía” , una form a de “arruinar el campo sin hacer ciudad” . Para hacer frente a esta realidad, la revista puso en marcha una campaña en favor de modelos urbanos inspirados en la ciudad tradi­ cional. El concepto aglutinador de esta cruzada fue el del paisaje urbano, que había sido form ulado por Ivor D e Wolfe en un artículo de 1949:“Townscape: A Plea for an English Visual Philisophy Founded on the True R o ck o f Sir Uvedale P rice” ,91 texto que hundía sus raíces en la fenom enología, la corriente de pensam iento que había vehiculado los valores del existencialismo en el ám bito anglosajón. D e Wolfe detectaba en el pintoresquism o inglés del siglo xvm el origen de una filosofía de la visión que sugería com o base de un 116 nuevo diseño urbano. C om o alternativa al im penitente m anto verde punteado por casitas unifamiliares, el paisaje urbano ofrecía lin conjunto donde los edificios estarían relacionados entre sí y con su entorno, y donde cabrían el desorden, la variedad y lo individual, gustos propios del pintoresquismo. C om o decíamos, esta apuesta po r las dimensiones cualitativas y psicológico-perceptivas frente a las cuantitativas y racional-funcionalistas, claramente inspirada por Camillo Sitte, fue defendida por l'he Architectural Review durante la década de 1960. Pero, tal com o reconocieron C olin R ow e y Fred C oetter en Ciudad collage, 92 la espectacular difusión del paisaje urbano no se explicaría sin el aval de los dos autores que pusieron las bases de la revalorizaron de la ciudad histórica: Jane Jacobs, que lo fundam entó sociológicamente, y Kevin Lynch, que lo dotó de una im pronta científica. Este último, alumno de Frank L loydW right enTaliesin y profesor de diseño urbano del MIT, fue el autor del mítico La imagen de la ciudad,93 un libro que motivó un cambio de paradigma en la forma de analizar y proyectar las megalópolis. En una clara manifestación de determ inism o físico, Lynch defendía que la form a urbana condicio­ naba la vida cotidiana. Para superar la simplista aproxim ación de La Carta de Atenas (lineal, esquemática y cerrada), propuso un m étodo de análisis urbano basado en la percepción hum ana (sutil, compleja y abierta). Fiel a la tradición em pirista de las encuestas, estudió las “imágenes m entales” que los ciudadanos tenían de las áreas centrales de tres urbes estadounidenses (Boston, Los Angeles y Jersey City) verificando que eran m uy similares entre sí, p o r lo que las calificó com o “imágenes colectivas” . Para interpretar científicam ente estos resultados, Lynch recurrió a la “psicología am biental” , una subdisci­ plina que defendía que la identidad de las personas se forjaba en relación con su m edio físico, al que le unían recuerdos, sentimientos, actitudes, preferencias y valores. Este cúmulo de vínculos conformaba una estructura, la que subyacía tras las imágenes colectivas. Por ello, para orientarse en la megalópolis, la gente trazaba “mapas m entales” que seleccionaban, organizaban y daban significado a lo que veían. 117 MEGALÓPOLIS. 1939-1979 El análisis urbano de Lynch concluía con una propuesta de diseño urbano. La lógica interactiva de la forma urbana, la fisiología human.i y la cultura com ún aconsejaban definir zonas y recorridos nítidos. Para traducir esta hipótesis a estrategias proyectuales, Lynch elaboró un código gráfico com puesto p o r cinco elementos: vías (que diri­ gieran el movimiento), bordes (que limitaran los ámbitos personales), barrios (asociados a actividades), nodos (de concentración de fun­ ciones) e hitos (como puntos de referencia). U n espacio urbano legible e imaginable debía ser rico en estos cinco elem entos y sabio en su com binación.94 El paisaje urbano acabó siendo codificado por G ordon Cullen en una serie de artículos publicados en la revista The Architectural Revieu> y posteriorm ente recopilados en un libro hom ónim o, El paisaje urbano.95 Tras defender que la ciudad era una forma particular de paisaje, un continuo de edificios y espacios públicos estrecham ente vinculados entre sí, reivindicó un m étodo de diseño urbano que generase paisajes urbanos em otivam ente impactantes. C om enzó estudiando un proceso cognitivo prim ario: cóm o se per­ cibía y qué sensaciones generaba el espacio urbano al caminar, un ciclo que plasmó en dibujos. Ello le perm itió sistematizar los ele­ m entos que com ponían el paisaje urbano: plazas y plazoletas, cierres de espacios, árboles, diferencias de nivel, etc. A continuación propuso usar un “arte de las relaciones” que los reuniera en una escena uni­ taria, de contrastes y dramática. D e acuerdo con las leyes perceptivas del ser hum ano, para activar esta reacción em ocional el espacio urbano debia experim entarse en secuencias, de ahí que Cullen denom inase a su propuesta “técnica de la visión serial” . Esta se com plem entaba con un conjunto de principios proyectuales, entre los que destacaba la definición de tipos espaciales diferenciados y delimitados, una estrategia para fom entar la variedad y el reconoci­ m iento visual, am én de una crítica al m onótono contínuum entre ciudad y campo llamado “subtopía” .96 El segundo epicentro de la crítica morfológica a suburbia estaba en Italia, un territorio siempre predispuesto a la reivindicación de la lll c iudad histórica.Tras la guerra, este espíritu fue abonado p o r el romanticismo anglosajón, cuyas ideas habían sido difundidas por Bruno Zevi a través de la Associazione per l’A rchitettura O rganica (APAO) y la revista Metron.97 E n esta coyuntura se enmarcaba el interés de los arquitectos italianos p o r el paisaje urbano, que no res­ pondía tanto a su concreción estética, m uy ligada al pintoresquismo inglés, com o a su fundam entación fenom enològica, es decir, a su capacidad para sintetizar forma urbana y percepción humana. En 1959, Giuseppe Samonà, director del Istituto Universitario di A rchitettura di Venezia (IUAV), publicó L ’urbanistica e l’avvenire della città negli stati europei,98 donde el espíritu del paisaje urbano resonaba por doquier: en la aproximación estructuralista al tema del paisaje, en el apelo a construir “sistemas de diferencias” , en la aten­ ción al sustrato cultural y la identidad colectiva... Pero la importancia de este libro radicó en que abrió una vía genuinam ente italiana dentro del debate romántico, vía que relegó la crítica a suburbio a un segundo plano para priorizar la lucha contra La Carta de Atenas. El paradigma era la ciudad histórica y la intención era com enzar a estudiarla rigurosamente. En este sentido, Samonà postulaba que “las dos esferas más importantes del conocim iento urbanístico” eran la morfología y la tipología, y reclamaba que se estudiaran con un nuevo tipo de análisis cim entado en la historia urbana y dirigidas por el estructuralismo. Samonà se unía a Lynch y Cullen al sostener que el análisis urbano debía jugar un papel protagonista, estrategia inicialmente apuntada por Geddes y Poete. El espaldarazo que supuso su reivindicación en el rastreo de alternativas a La Carta de Atenas puso en marcha un proceso que desembocaría en su reconocim iento com o disciplina. Ello explica que las prim eras escuelas de análisis urbano aparecieran en los dos países que lideraron la crítica a la “biblia del urbanismo ¿luminista” . Ambas, incubadas en el vientre del evolucionismo, com ­ partían el interés por la historia urbana, pero con diferentes objetivos: la escuela británica, conducida por geógrafos y de m etodología morfogenética, tan solo aspiraba a describir y explicar la forma r 119 MEG1LÓP0LIS: 1939-1979 urbana; la italiana, dirigida por arquitectos y defensora de la tipoiin it fología, buscaba argumentos de apoyo al diseño urbano. O cupóm e nu­ de ellas por separado. Tras el triunfo de la geografía neopositivista, Michael R . G. Coii/t 11 fue uno de los pocos geógrafos anglosajones que siguió siendo fiel al m étodo historicista evolucionista y, por ende, a la tradición mui fogenética. Su libro Alnwick, Northumberland: A Study in Town-Plan Analysis 99 estableció las bases conceptuales de la escuela británica di análisis urbano. El m étodo utilizado para reconstruir la evolución di la m orfología de esta ciudad, denom inado town-plan analysis, colisa graba la parcela com o protagonista del plano, poniendo en valor si i condición de nexo entre calle y edificio. Se trataba de un plantea m iento sum am ente novedoso, pues refutaba el privilegio del que disfrutaba la calle en la tradición morfogenética e incorporaba la arquitectura al análisis urbano. En el caso de Alnwick, C onzen se centró en el estudio del burgage, un solar estrecho y profundo típico de esa ciudad. El fundador de la escuela italiana fue Saverio M uratori, estudioso de Giovannoni. En Studi per una operante storia urbana di Venezia"'" enunció su concepción de la historia urbana com o una “historia operativa” , es decir, com o una herram ienta orientada a desentrañar las leyes que habían garantizado la continuidad morfológica y arqui tectónica de la ciudad tradicional. M uratori pretendía aplicar estas leyes al urbanism o y el diseño urbano contem poráneos para que la megalopolis recuperase la unidad física quebrantada po r los dictados de La Carta de Atenas. La raíz del análisis tipom orfológico era clara m ente estructuralista: concebía la ciudad com o un organismo com puesto por elem entos cambiantes pero jerarquizados, si bien M uratori no concedía especial im portancia a los m onum entos, poniendo el centro de atención en el tejido urbano, el vínculo que enlazaba ciudad y arquitectura. Para analizarlo proponía cinco acciones: observación, descripción, com posición, evolución y clasificación en “tipos” . Este térm ino, acuñado p o r Q uatrem ére de Q uincy en el siglo x ix y recuperado hacía poco po r Giulio Cario 120 Al gan, fue definido com o un ente irreducible y perm anente en una determinada continuidad histórica, lo que perm itía aislarlo y catalo­ garlo. Tal com o com entaba Françoise Choay, la apuesta por el tipo, por el estudio empirista y m inucioso de la realidad urbana, era una leacción contra los modelos abstractos y universales del iluminismo, predestinados a colonizar espacios neutros. Gianfranco Caniggia, discípulo de M uratori, desarrolló el análisis tipom orfológico y lo aplicó al estñdio de casos concretos. I a prim era “historia operativa” que apareció fue su Lettura di una ciltá: Como,"" donde definió las cuatro escalas de la secuencia de organismos que com ponían la ciudad: la escala de los edificios y sus tipos, la del tejido urbano, la de los núcleos de asentamiento y la del territorio. Estas escalas se relacionaban entre sí de manera diversa, dependiendo de la dialéctica entre el entorno físico y las acciones humanas que prim ara en cada período histórico. Caniggia diferen­ ciaba entre las formas resultantes de una “ conciencia espontánea” ; es decir, de la aplicación instintiva de una esencia cultural heredada, y de una “conciencia crítica” , intelectualm ente elaborada. D e la prim era derivaban “ estructuras básicas” , com o la arquitectura verná­ cula; de la segunda “estructuras especializadas”, com o los m onu­ mentos. La escuela italiana de análisis urbano estableció las bases de una de las teorías urbanas más influyentes del siglo xx. La llegada al poder, en 1963, de un gobierno progresista puso sobre la mesa de la inte­ lectualidad italiana el llamado a construir una cultura de izquierdas, reclamo efectuado por el pensador A ntonio Gramsci treinta años antes. En esta coyuntura se gestó la Tendenza, un grupo de profesio­ nales liderados por Aldo Rossi que pretendía incorporar la arquitec­ tura y el urbanism o a ese proyecto. Su intención era refundar el urbanismo com o una “ciencia urbana” rigurosam ente racional y fundamentada sobre parámetros estrictam ente arquitectónicos, algo similar a lo que Tafuri planteaba para la historia. Ello suponía tras­ cender la identificación entre urbanismo y diseño urbano utilizando la variante definida p o r el anáfisis urbano de M uratori: ciudad 121 MEGALÚPOLIS: 1939-1979 arquitectura. La única área de conocim iento ajena al urbanismo i|in fue invitada a participar en la definición de la “ciencia urbana" fin la historia urbana, a la que se confió la tarea de desentrañar las leyt1* que regulaban la ciudad. En el em blem ático estudio La arquitectura de la ciudad,'02 Rosal defendió que su estructura se com ponía de “elem entos primarios'' y “áreas residenciales’’. Los prim eros eran los m onum entos y el trazado urbano, entidades perm anentes que retardaban o aceleraban los procesos de crecimiento. Las áreas residenciales, en cambio, cían las garantes de la continuidad temporal y física aludida por Muratoi i Rossi adoptó su análisis dpom orfológico para estudiar la forma ili la ciudad, pero advirtiendo que había algo más, que aquella tenía lili “alma” , expresión de la manera de ser y de vivir de sus habitantes* De ahí la necesidad de analizar tam bién la m em oria colectiva, ente transform ador del espacio urbano y generador del locus, la singulai relación existente entre edificios y situaciones locales. El siguiente paso para desvelar la estructura de la ciudad consisl m en indagar en la correspondencia existente entre morfología urbana y tipologías arquitectónicas. Esta tarea la em prendió Cario Aymonino en Lo studio dei fenomeni urbani, 103 donde investigó el caso de la ciudad de Padua. Su conclusión fue que los tipos residenciales, esta bles pero amoldables a distintas circunstancias históricas y morfoló gicas, garantizaban la perm anencia de la estructura urbana, lo que sancionaba la validez operativa de dicha relación. Eso sí, tal como había avanzado Caniggia, esta no era estática, sino que evolucionab.i según los parámetros que la sociedad adoptara para organizarse y expresarse. C om o vemos, la crítica morfológica a suburbio, que arrancó en la inm ediata posguerra y culm inó en los estertores de la etapa megalopolitana, derivó en la denuncia de La Carta de Atenas y el enaltecim iento de la ciudad histórica, dos clásicos de la sensibilidad romántica. El segundo aluvión de críticas a suburbio, de índole m edioam biental, se produjo más tarde y afectó, sobre todo, al urba­ nismo. Los arquitectos románticos reaccionaron buscando amparo 122 *■II la ecología, una estrategia ya empleada por Geddes y M um ford. Sin embargo, la evolución del vínculo entre urbanism o y ecología *ie distanció de las bases establecidas por los padres del planeam iento regional. Azotada p o r el vendaval cientifista de la década de 1960, la i onsideración de la naturaleza com o referencia ética y estética dejó paso a una profundización en los com ponentes estrictamente técnicos ilc la ecología. Especialmente interesante era su percepción de la naturaleza com o algo fluido y cambiante, donde coexistían infinidad de relaciones dinámicas entre elementos y sistemas.Trasladado a la inegalópolis, este esquema suponía interpretarla com o un caudal de flujos energéticos entre medios urbanos y naturales, un ecosistema que consumía recursos y segregaba residuos. Este planteam iento cuestionaba radicalm ente las bases disciplinares del urbanismo: si la esencia de la megalópolis no era material, sino ecosistémica, aquel habría de dejar de preocuparse p o r la form a física y pasar a hacerlo por el term odinam ism o. Así lo entendió Constantinos Doxiadis en Ekistics,104 donde enunció las bases de la “ equística” , una pseudociencia con la que pretendía abordar el estudio de cualquier tipo de asentamiento humano, independientem ente de su tam año o emplazamiento, y ofrecerle un m odelo propio de crecim iento y desarrollo. Para ello definió cinco elementos — hom bre, sociedad, naturaleza, cáscaras (construcciones) y redes (infraestructuras)— y una serie de “escalones territoriales” que iban de la vivienda a la “ecum enópolis” . C on este térm ino se refería a la “ciudad universo” , al planeta urbanizado. La cadena de neologismos forjada por el gigantismo megalopolitano seguía sum ando eslabones. El otro gran teórico de la articulación entre urbanismo y ecología fue el planificador regional Ian M cHarg, quien en su estudio Proyectar con la naturaleza105 expuso un planeam iento ecológico que, supuesta­ m ente, perm itiría que ciudad y naturaleza coevolucionasen hacia la negentropía, un estado opuesto a la entropía que se caracterizaría por el avance hacia niveles superiores de organización.106 Claramente inspirado por Geddes, este sistema de planificación vendría precedido 123 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 por un análisis urbano rigurosam ente científico y radicalmente interdisciplinar, al que se confiaba la definición de la identidad ii .iImmI de la megalópolis. El análisis ecológico, que distinguía entre la “ luí m i natural del te rrito rio ” y la “forma elaborada por el hom bre” , rc< u pilaba datos de todo tipo: geológicos, climatológicos, botánicos, zoológicos, antropológicos, sociológicos, culturales, históricos, fti Posteriorm ente los plasmaba en mapas que deconstruían el territoilu en capas de flujos biomórficos en estado simultáneo de com petan 11 y sinergia: superficies de agua, sustratos geológicos, flora y asenta mi entos hum anos. Finalizada la fase analítica, tras identificar prohit' mas y oportunidades y detectar sistemas de valores, el planeamiento ecológico definía las “áreas de idoneidad” para los distintos tipos d< usos del suelo: protección, recreación o urbanización. La intención de esta zonificación funcional era lograr la máxima eficiencia con el m ínim o im pacto territorial. Tras la opción de Doxiadis y M cH arg por lo term odinám ico subyacía el mismo rechazo del protagonismo de lo espacial que había abocado al urbanismo iluminista a transformarse en un proccs» i racional de análisis y control de sistemas. En el caso de los arquitectos románticos, este cambio de paradigma contó con un segundo frente de apoyo en el neomarxismo, que aportó un nuevo argum ento: el “ derecho a la ciudad” . Se incubó al albur de las masivas protestas populares que estallaron para denunciar los objetivos y tácticas de La Carta de Atenas. Particularm ente contestados fueron los programas de limpieza de barriadas y de urban renewal, que animaron a miles de habitantes de Londres, París y N ueva York a manifestarse contra la escandalosa depredación de barrios históricos. Otros se movilizaron para oponerse a la construcción de autopistas, que estaban descuar­ tizando los tejidos urbanos en fragmentos inconexos. Los participantes de estas protestas sospechaban lo que H enri Lefebvre había denunciado y el neopositivismo negaba: que el urba nismo era una acción política. R espondiendo a su llamada, algunos arquitectos reclamaron el derecho de los ciudadanos a controlar la megalópolis. Interpretaban el fracaso del urbanismo socialdemócrata 124 t omo la constatación de que las fuerzas que determ inaban el com ­ portam iento hum ano eran sociales, no espaciales. Ello les llevó a apuntarse a un activismo político de base popular que defendía la autoconstrucción, la autogestión, la participación ciudadana, etc. I sta corriente fue especialmente vigorosa en Estados U nidos, donde el American Institute ofA rchitects prom ovió la creación de design Msistance teams, grupos de profesionales voluntarios y procedentes ilc diversas disciplinas que se ponían a disposición de las comunidades para estudiar sus problemas. Inspirados p o r las ideas de Kevin Lynch, intentaban descubrir la imagen m ental que tenían de su entorno urbano, así com o lo que esperaban de él. U no de los líderes de este m ovim iento fue Paul Davidoff, autor, ju n to con Thom as A. R einer, del artículo “A C hoice T heory o f Planning” .107 Su planteamiento era que en una sociedad democrática los objetivos del plan urbanístico no podían ser decididos por técnicos, ya que implicaban juicios políticos. La alternativa al intervencionismo, el reglamentismo y el estatalismo de La Carta de Atenas era el “urba­ nismo defensor” , basado en la participación directa de las com uni­ dades. D avidoff denunciaba al urbanism o neopositivista, tanto por sus contenidos (fomentaba la urban renewal, la construcción de auto­ pistas, la segregación social, etc.) com o por su manera de proceder (iba de arriba a abajo, sacralizando el papel de los “jefes de equipo”). En su texto “Advocacy and Pluralism in Planning” '08 propuso con­ tenidos m uy dispares (restaurar barrios degradados, instalar parques infantiles en solares abandonados, construir jardines, etc.) y que los urbanistas actuaran com o abogados defensores de la com unidad. Su tarea consistiría en inform ar a los vecinos, consultar su opinión y elaborar planes alternativos a los oficiales, que habrían de ser con­ sensuados con la Administración. Las raíces anarquistas del urbanismo rom ántico volvían a repuntar. El reclamo de este papel rector para los ciudadanos encontró respaldo en una de las disciplinas estrella de la posguerra: la antropo­ logía. Los arquitectos neomarxistas intuyeron en el relativismo cul­ tural que esta profesaba una táctica para hacer frente al im perialismo 125 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 estadounidense. D e su mano dirigieron la mirada hacia las explosiva urbes indias y latinoamericanas, que se convirtieron en laboratorio* de interpretación de tradiciones y tecnologías nativas, de formas de hacer ciudad acordes con la cultura y el m edioam biente locales. La exposición Architecture without Architects,m organizada por Berna ni R udofsky en el M useum o fM o d e rn A rt (MoMA) de N ueva Yoik en 1964, fue clave para difundir la arquitectura vernácula, una arquitectura anónima, espontánea y sin pedigrí pero cargada del sentido com ún que im pone la escasez de medios. Los más reconocidos defensores del “urbanism o sin urbanistas“ fueron John F. T urner y C hristopher Alexander. El prim ero relató en Uncontrolled Urban Settlement'u>su experiencia en los asentamienlo'i informales de Lima, donde vivió entre 1957 y 1965. Analizó la lógica de ocupación del suelo y los procesos de autoconstrucción en estos poblados, por los que no se habían interesado ni la teoría urbana ni el diseño urbano ni el urbanismo, a pesar de que en ellos habitaban más de mil millones de personas.Turner pudo constatar la afirm ación del antropólogo Oscar Lewis: estas barriadas estaban perfectam ente organizadas; en ellas imperaban la paz y el orden y los niveles de em pleo y alfabetización eran superiores al prom edio de Perú. Es más, los urbanistas tenían m ucho que aprender de ellas, com o el reciclaje de materiales o la im plicación de la gente en el diseño y construcción de las viviendas, p o r cierto, a m itad del precio de mercado. Turner les pedía que se limitasen a organizar los procesos técnicos en un marco de participación ciudadana prom ovido por el Estado.111 Tam bién el arquitecto y m atem ático C hristopher Alexander,112 ideológicam ente cercano al urbanism o defensor, pensaba que la intelectualización de la autoconstrucción, la ciudad inform al y las tecnologías alternativas facilitarían la recuperación del control de la megalópolis por parte de los ciudadanos. En su em blem ático estudio Un lenguaje de patrones113 propuso un lenguaje que perm itiría definir y construir un entorno. Sus diagramas traducían a formas urbanas y arquitectónicas las relaciones existentes entre las actividades humanas 126 y los espacios donde se desarrollaban. Alexander distinguía cuatro tipos de patrones: el de acontecim ientos (com portam ientos que se repetían, com o los horarios o los desplazamientos), el de espacio (los lugares donde se producían), el de relaciones (transmitidas por hábitos culturales) y el total (la imagen mental de la gente). Los 253 patrones recogidos en el libro abarcaban todas las escalas y estaban vinculados entre sí por una malla de relaciones que conform aban un lenguaje, un sistema de reglas empíricas que se podían com binar de múltiples maneras. Así se cerraba el arco descrito por las reconsideraciones románticas en el período megalopolitano: de la crítica morfológica y m edioam ­ biental a suburbia a un activismo antisistema que ponía en crisis todo el conocim iento disciplinar acumulado en la etapa metropolitana. 127 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 1 Así la denomina Manuel Castells en T h e I n f o r m a t i o n a l C i t y : I n f o r m a t i o n T e c h n o lo g y , E c o n o m i c R e s t r u c t u r i n g , a n d t h e Basil Blackwell, Londres, 1989 (versión castellana: U r b a n - R e g io n a l P rocess, 6 Tamas, Richard, T h e P a s s i o n o j th e W e s t e r n M i n d , Ballantine Books, NlltH York, 1991, pág. 490 (versión easti'llillM L a p a s i ó n d e l a m e n t e o c c i d e n t a l , Al.il.ml i Vilaür, 2008). L a c iu d a d i n f o r m a t i o n a l . T e c n o lo g ía s d e la in fo r m a c i ó n , r e e s tr u c tu r a c ió n e c o n ó m ic a y e l p r o c e s o u r b a n o - r e g i o n a l , Alianza, Madrid, 1995, pág. 50). De Saussure, Ferdinand, C o u r s di l i n g u i s t i q u e g é n é r a l e , Payot, París, 191fi (version castellana: C u r s o d e lingülltha g e n e r a l , Alianza, Madrid, 1990). 2 Se calcula que, tras la II Guerra Mundial, en Estados Unidos había entre 2,75 y 4,4 millones de familias que compartían vivienda. A ello se sumó el h a b y b o o m que se produjo cuando millones de soldados volvieron del frente, se casaron y procrearon. 8 Merleau-Ponty, Maurice, P h é n o m è n e l o g i c d e la p e r c e p t i o n , Gallimard, Paris, 1945 (version castellana: Fenomenología d e la p e r c e p c i ó n , Península, Barcelona, 2000). 9 Popper, Karl, C o n j o n c t u r e s a n d R i jtU O 3 Mumford, Lewis, T h e C i t y i n H i s t o r y : t i o n s . T h e G r o w t h o f S c i e n t i f i c K n o U ’le d g i I ts O r i g in s , I ts T r a n s fo r m a tio n s , a n d Its Basic Books, Nueva York, 1962 (ver sión castellana: C o n j e t u r a s y r e f u t a c i ó n e \ P r o s p e c t s , Harcourt, Brace & World, Nueva York, 1961 (versión castellana: L a c i u d a d e n l a h i s t o r i a : s u s o r íg e n e s , e l d e s a r r o llo d e l c o n o c im e n to c ie n tífic o , Paidós, Barcelona, 1983). t r a n s f o r m a c i o n e s y p e r s p e c t i v a s , Pepitas de Calabaza, Logroño, 2012). 4 No solo se trataba de responder a las demandas de los promotores. En 1948, con la irrupción de la Guerra Fría, los militares estadounidenses recomendaron la dispersión territorial de industrias y residencias, para intentar evitar con ello una potencial aniquilación en caso de ataque nuclear. 5 Gottmann, Jean, M e g a l o p o l i s . T h e 111 El fenómeno se asimilaba al que habían experimentado las metrópolis occidentales 75 años antes: si entre 1875 y 1900 la población urbana de Europa pasó del 17,2 al 26,1 %, entre 1950 y 1975 la del Tercer M undo lo hizo del 16,7 al 28 %. 11 Lévi-Strauss, Claude, T r i s t e s t r o p i q u e s , Librairie Plon, París, 1955 (version cas tellana: T r i s t e s t r ó p i c o s , Paidós, Barcelona, 2006). U r b a n iz e d N o r th e a s te r n S e a b o a rd o f The M IT Press, Cambridge (Mass.), 1961. th e U n ite d S ta te s , 12 Gluckman, Max, “Analysis o f Social Situation in M odem Zululand”, B a n t u S t u d i e s , 14:1, 1940, págs. 1-30; y C l o s e d S y s te m s a n d O p e n M in d s : T h e L im its o f N a i v e t y i n S o c i a l A n t h r o p o l o g y , Oliver Hi Boyd, Edimburgo, 1964. 128 " Evans-Pritchard, Edward, T h e N u e r , ( laredon Press, Oxford, 1940 (versión i astellana: L o s n u e r , Anagrama, Barce­ lona, 1997). 20 Moyniham, Daniel P., T h e N e g r o M Banton, Michael, R o l e s : A n I n t r o d u c t i o n fa t h e S t u d y o f S o c i a l R e l a t i o n s , Basic Book, Nueva York, 1965. 21 Lewis, Oscar, L a V i d a : A 18 Southall, Aidan, “The Density ot Role Relationships as an Universal Index o f Urbanization” , en Southall, Aidan (ed.), I k h a n A n th r o p o lo g y : C r o s s -S tu d ie s o f I I r b a n i z a t i o n , Oxford University Press, Nueva York, 1973, págs. 71-103). Uno de sus textos fundacionales fue la recopilación de artículos: Eddy, Elizabeth M. (ed.), U r b a n A n t h r o p o l o g y . R e s e a r c h , P e r s p e c tiv e s , S t r a t e g i e s , University o f Georgia Press, Athens, 1968. F a m il y : T h e C a s e fo r N a t i o n a l A c t i o n , Office o f Policy Planning and Research, Washington, 1965. P u e r to R i c a n F a m ily in th e C u ltu r e o f P o v e rty . S a n J u a n a n d N e w Y o r k , R andom House, Nueva York, 1966 (versión castellana: L a v i d a . U n a f a m i l i a p u e r t o r r i q u e ñ a e n la c u l t u r a d e la p o b r e z a . S a n J u a n y N u e v a Y o r k , Joaquín Moritz, Ciudad de México, 1971). 22 Perlman,Janice, T h e M y t h o f M a r g i n a l i t y , University o f Califonia Press, Berkeley, 1976. 23 Aunque el primero en abrir esta bre­ cha fue David Riesman con T h e l a m e l y C ro w d : A S tu d y o f th e C h a n g in g A m e r ic a n C h a r a c t e r , Yale University Press, New 17 Willmott, Peter y Young, Michael, P a m ily a n d K in s h ip in E a s t L o n d o n , Routledge & Kegan Paul, Londres, 1957. 18 Al otro lado del Atlántico el pronós­ tico era similar. Herbert Gans escribió T h e U r b a n V i l l a g e r s (The Free Press, Nueva York, 1962) cuyo escenario era el degradado West End de Boston, una zona obrera de origen italoamericano que fue arrasada por los programas de la u r b a n r e n e w a l . Haven, 1950 (versión castellana: L a m u c h e d u m b r e s o l i t a r i a , Paidós, Barcelona, 1981). 24 Whyte, William H., T h e O r g a n i z a t i o n M a n , Doubleday, Garden City, 1956 (versión castellana: E l h o m b r e o r g a n i z a ­ c i ó n , Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1961). 25 Gans, Herbert, l i t e L e v i t t o w n e r s . W a y s o f L i f e a n d P o litic s in a N e w C o m m u n ity , Suburban Pantheon Books, Nueva York, 1967. 19 La mayoría de las “regiones morales” estudiadas por la Escuela de Chicago fueron barrios de inmigrantes blancos — Little Sicily, Greektown, etc.— , mientras que el gueto negro, que crecía al sur de la ciudad, no fue objeto de especial consideración. 129 MEGALOPOLIS: 1939-1979 2I‘ Webber, Melvin, “The Urban Place and the Nonplace Urban R ealm ”, en Webber, Melvin (ed.), E x p l o r a t i o n s i n t o U r b a n S t r u c t u r e , University of Pennsyl­ vania Press, Filadelfia, 1964. 27 Jacobs, Jane, T h e D c a l l i a n d L i f e o f C r e a i A m e r i c a n C í t i e s , Random House, Nueva York, 1961 (versión castellana: M u e r t e y v i d a d e la s g r a n d e s c iu d a d e s , Capitán Swing, Madrid, 2011). 34 Diferían, en cambio, en el detl'HItl nismo ambiental: para el análisis de áreas sociales estas diferencias no eran consecuencia del espacio lisii u, sino del sistema económico. 28 Recordemos que la ciudad jardín de Howard postulaba 80 habitantes/ hectárea y la G r o ß s t a d t de O tto Wagner Benjamin, Walter, D a s P a s s a g e r / 11•4 [1927-1940] (versión castellana: l . l l n o d e lo s p a s a j e s , Akal, Madrid, 2005), 1.0 0 0 . 36 Debord, Guy, G u i d e p s y c h o g e o g r a p l u 29 Sennett, Richard, T h e U s e s o f D i s o r d e r q u e d e P a r í s : D i s c o u r s s u r le s p a s s i o n s P e rso n a l I d e n tity a n d C ity L ife ,W .S V . d ’a m o u r , París, 1957. N orton, Nueva York, 1970 (versión castellana: V i d a u r b a n a e i d e n t i d a d p e r s o n a l : lo s u s o s d e l o r d e n , Península, Barcelona, 2001). 311 Dos años después del libro de Sennett apareció D e f e n s i b l e S p a c e (Architectural Press, Londres, 1972), donde Oscar Newman defendía tesis opuestas. Según él, el sentimiento de seguridad que se percibía en numerosos barrios tradi­ cionales emanaba del conocimiento y la estrecha relación existentes entre los vecinos, y concluía que los extraños eran agentes amenazadores que debían ser identificados. 37 Debord, Guy, L a S o c i é t é d u s p e c ta i Ir, Buchet-Chastel, París, 1967 (versión castellana: L a s o c i e d a d d e l e s p e c t á c u l o , Pre-Textos, Valencia, 2002). 38 En esos años se reveló que el 40 % de las familias desplazadas hacia las NewTowns alrededor de Londres lo hizo contra su voluntad. 39 Vaneigem, Raoul, T r a i t é d e s a v o i r - V i ñ r à l ’u s a g e d e s j e u n e s g é n é r a t i o n s , Gallimard, Paris, 1967 (version castellana: T r a ta d o d e l s a b e r v i v i r p a r a u s o d e la s j ó v e n e s g e n e r a c i o n e s . Anagrama, Barcelona, 2008). 31 Sennett, Richard, T h e C o n s c i e n c e o f th è E y e . T h e D e s ig n a n d S o c ia l L if e o f N orton, Nueva York, 1990 (versión castellana: L a c o n c i e n c i a d e l o j o , Versal, Barcelona, 1991). C itie s ^ .W . 32 Véase: Torres, Marco, G e o g r a f i e d e l l a c ittà . T e o r ie e m e to d o lo g ie d e g li s t u d i u r b a n i d a l 1 8 2 0 a o g g i , Cafoscarina,Venecia, 1996, pàg. 272. 33 Shevsky, Eshrefy Bell, Wendell, S o c i a l A r e a A n a l y s i s , Stanford University Press, Stanford, 1955. 130 411 Lefebvre, Henri, L a R é v o l u t i o n u r b a in e , Gallimard, Paris, 1971 (version castella na: L a r e v o l u c i ó n u r b a n a , Alianza, Madrid, 1972). 41 Foucault, Michel, “Des espaces autres" (conferencia impartida en el Cercle d’Etudes Architecturales, 14 de marzo de 1967), A r c h i t e c t u r e , M o u v e m e n t , C o n t i n u i t é , núm. 5, octubre de 1984, págs. 46-49 (version castellana: “Espa­ cios otros” , C a r r e r d e la C i u t a t , núm. 1, Barcelona, 1977). 1' I efebvre, Henri, C r i t i q u e d e la v i e (vol. I: I n t r o d u c t i o n , Grasset, Paris, 1946; vol. II; F o n d e m e n t s d ’u n e s o c io l o g ie d e la q u o t i d i e n n e t é , L’Arche, Paris, 1961 ; y vol. III: D e la m o d e r n i t é 51 Braudel, Fernand, L a M é d i t e r r a n é e ,n i m o d e r n i s m e [ P o u r u n e m é t a p h i l o s o p h i e I I , Fondo de Cultura Económica, d u q u o t i d i e n ] , L’Arche, Paris, 1968). Madrid, 1976). 43 Lefebvre, Henri, L e D r o i t à la v i l l e , Aiithropos, Paris, 1968 (version caste­ llana: E l d e r e c h o a la c i u d a d , Península, Barcelona, 1978). 52 Com o hemos visto, el desprestigio del evolucionismo también se dio en la geografía urbana. q u o tid ie n n e 44 Lefebvre, H enri, L a P r o d u c t i o n d e l ’e s p a c e , Anthropos, Paris, 1974 (version castellana: L a p r o d u c c i ó n d e l e s p a c i o , ( lapitán Swing, Madrid, 2013). 43 Soja, Edward W., P o s t m o d e r n G e o g r a p h i e s . 'T h e R e a s s e r t i o n o f S p a c e i n C r i t i c a ! S o c i a l T h e o r y , V e r s o , Londres/Nueva e t le m o n d e m é d i t e r r a n é e n á l ’é p o q u e d e Armand Colin, Paris, 1949 (versión castellana: E l M e d i t e r r á n e o y e l P h ilip p e II , m u n d o m e d i t e r r á n e o e n la é p o c a d e F e l i p e 53 Braudel optó por tres tipos: A, la ciudad abierta griega y romana; B, la ciudad cerrada medieval; y C, la ciudad renacentista, subyugada al poder. 54 Toynbee, Arnold J., C i t i e s o n t h e M o v e , Oxford University Press, Lon­ dres, 1970 (versión castellana: C i u d a d e s e n m a r c h a , Alianza, Madrid, 1970). York, 1989, pág. 51. 55 Rykw ert, Joseph, T h e I d e a o f a '¡ 'o w n . 4,1 Handlin, Oscar y Burchard, John (eds.), T h e F l i s t o r i a n a n d t h e C i t y , The M IT Press, Cambridge (Mass.), 1967. T h e A n t r o p o lo g y o f U r b a n F o r m in R o m e , I t a l y a n d t h e A n c i e n t W o r l d , Princeton University Press, Princeton, 1976 (versión castellana: L a i d e a d e c i u d a d : 47 Dyos, Harold J. (ed.), T h e S t n d y o f U r b a n H i s t o r y , Edward Arnold, Londres, 1968. a n t r o p o l o g í a d e la f o r m a u r b a n a e n R o m a , 48 Sjoberg, Gideon, T h e P r e i n d u s t r i a l C i t y : P a s t a n d P r é s e n t , The Free Press, Nueva York, 1960. 56 La estrategia de Rykwert trascendió la etapa megalopolitana. En la década de 1990 el historiador estadounidense Spiro Rostof, discípulo de la Escuela de los Anales, volvió a recurrir a la antro­ pología para escribir dos obras herma­ nas: T h e C i t y S h a p e d . U r b a n P a t t e r n s a n d M e a n i n g s t h r o u g h H i s t o r y (Thames & Hudson, Londres, 1991) y T h e C i t y 49 Briggs,Asa, V i c t o r i a n C i t i e s , Odharn Press, Londres, 1963. 811 Dyos, Harold J., V i c t o r i a n S u b u r b : A S t u d y o f th e G r o w th o f C a m b e r w e ll, Leicester University Press, Leicester, 1961. 131 MEGALÚPOUS: 1939-1979 I t a l i a y e l m u n d o a n t i g u o , Sígueme, Salamanca, 2002). A s s e m b le d . T h e E le m e n ts o f U rb a n F o r m s t h r o u g h H i s t o r y (Thames & Hudson, Londres, 1992). En ellas se preguntaba sobre el significado de la forma urbana, buscando respuestas en los operadores que la construyeron y la estructura económico política que la circunscri­ bió. Metodológicamente, evitó tanto los tipos, por entender que eran reduc­ cionistas, como el discurso histórico lineal, optando por seguir la evolución de una serie de entes formales. En el prim er libro se interesó por los patro­ nes planimétricos (orgánico, ortogonal, diagrama, grande m a n i è r e y s k y l i n e ); en el segundo por los elementos urbanos (bordes, divisiones, espacios públicos, calles y procesos). Esquivaba así nocio­ nes universalistas para hacer lo que hacían los antropólogos, centrarse en los aspectos singulares de cada cultura. 57 Rowe, Colin y Koetter, Fred, C o l l a g e C/iy,The MIT Press, Cambridge (Mass.), 1979 (versión castellana: C i u d a d c o lla g e , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1998). 61 Tafuri, Manfredo, “Socialdemi h i e città nella Repubblica deWciiiui C o n t r o p i a n o , núm. 1, 1970 (versión i ili tellana: S o c i a ì d e m o c r a c i a y c i u d a d en Ai R e p ú b l i c a d e W e i m a r , ETSAB, Bau c I i i i h 1975): y “Austromarxismo e citta: I LiroteW ien”, C o n t r o p i a n o , núm. 2, l'J/l (versión castellana: A u s t r o m a r x i s m o )' c i u d a d : D a s r o te W i e n , ETSAB, Bari i li mi i 1975). 62 Ciucci, Giorgio; Dal Co, Francesi ih Taturi, Manfredo y Manieri Elia, Mario, L i c i t t à a m e r i c a n a , d e l l a guerra c i v i l e a l N e w D e a l , Laterza, Bari, 197 1 (version castellana: L a c i u d a d americana d e l a g u e r r a c i v i l a l N e w D e a l , Editoi lai Gustavo Gili, Barcelona, 1975). Benevolo, Leonardo, L e o r i g i n i d e l l ’u r b a n i s t i c a m o d e r n a , Laterza, B a r i , 1963 (versión castellana: O r í g e n e s d e l u r b a n i s m o m o d e r n o , Celeste, Madrid, 58 Poete, Marcel, I n t r o d u c t i o n à l ’u r b a n i s ­ 1992). m e . L ’é v o l u t i o n d e s v i l l e s . L a le ç o n d e l ’A n t i q u i t é , Boivin, Paris, 1929 (version castellana: I n t r o d u c c i ó n a l u r b a n i s m o . L a 64 Reps, John, T h e M a k i n g o f U r b a n e v o l u c i ó n d e la s c i u d a d e s . L a le c c ió n d e la t h è U n i t e d S t a t e s , Princeton University a n t i g ü e d a d , Fundación Press, Princeton, 1965. Caja de Arqui­ tectos, Barcelona, 2011). 59 Similar al utilizado por Giambattista Nolli para dibujar el plano de Rom a de 1748, donde plasmó los espacios construidos en negativo y los no edifi­ cados en positivo. 60 Tafuri, Manfredo, T e o r i e e s t o r i e d e l l ’a r c h i t e t t u r a , Laterza, Bari, 1968 (ver­ sión castellana: T e o r í a s e h i s t o r i a d e la a r q u i t e c t u r a , Laie, Barcelona, 1972). 132 A m e r ic a . A H i s t o r y o f C i t y P l a n n i n g in 65 Teràn, Fernando, C i u d a d y u r b a n i z a c i ó n e n e l m u n d o a c t u a l , Blume, Barcelona/ Madrid, 1969. 66 Choay, Françoise, L ’ U r b a n i s m e : u t o p i e i e t r é a li té s . U n e a n t h o l o g i e , Editions du Seuil, Paris, 1965 (version castellana: E l u r b a n is m o . U to p ía s y r e a lid a d e s , Lumen, Barcelona, 1983). La dicotomía entre progresismo y ( ulturalismo, poderosamente didáctica y sugerente, acabó imponiéndose en la historia del urbanismo. Arturo Almandoz, sin embargo, ha puesto de mani­ fiesto las debilidades subyacentes en esta categorización, a la que acusa de polarizar una falsa contraposición, “especialmente en lo que respecta a la intención supuestamente nostálgica de los precursores ‘culturalistas’, cuyas obras, más que mirar al pasado, resulta­ ron renovadoras en su contexto y momento históricos” (Almandoz, Arturo, E n t r e l i b r o s d e h i s t o r i a u r b a n a . hl P a r a u n a h i s t o r i o g r a f í a d e la c i u d a d y e l u r b a n i s m o e n A m é r i c a L a t i n a , Equinoccio/ Universidad Simón Bolívar, Caracas, 2008, pág. 131). “ Sica, Paolo, S t o r i a d e l l ’u r b a n i s t i c a , Laterza, Bari, 1976-1978 (versión cas­ tellana: H i s t o r i a d e l u r b a n i s m o , Instituto Nacional de la Administración Pública, Madrid, 1981). 69 Hilberseimer, Ludwig, T h e N e w C i t y . P r i n c i p i e s o f P l a n n i n g , Theobald, Chicago, 1944. 70 Le Corbusier, L e s T r o i s é t a b l i s s e m e n t s h u m a i n s , Editions Denoël, Paris, 1945 (version castellana: E l u r b a n i s m o d e lo s tr e s e s t a b l e c i m i e n t o s h u m a n o s , Poséidon, Barcelona, 1981). 71 Le Corbusier, “L’Urbanisme et la règle des 7V (Voies de circulation)”, en Boesinger, Willy (ed.), L e C o r b u s i e r . Œ u v r e c o m p l è t e 1 9 4 6 - 1 9 5 2 , Les Éditions d’Architecture, Zúrich, 1953, págs. 90-94. 72 Sert,Josep Lluis, C a n O u r C i t i e s S u r v iv e ? A n A B C o f U r b a n P r o b le m s , T h e i r A n a l y s i s , T h e i r S o l u t i o n s , Harvard University Press, Cambridge (Mass.), 1942. 73 Sert,Josep Lluis, “T he Hum an Scale in City Planning”, en Zucker, Paul (ed.), N e w A r c h i t e c t u r e a n d C i t y P l a n n i n g , Philosophical Library, NuevaYork, 1944, pâgs. 394-419. 74 Giedion, Sigfried; Sert.Josep Lluis y Léger, Fernand, N i n e P o i n t s o f M o n u m e n t a l l y [1943], (version castellana: “Nueve puntos sobre la m onum entalidad” , en Costa, Xavier y Hartray, Guido, S e r t . A r q u i t e c t o e n N u e v a Y o r k , Actar, Barcelona, 1997). 75 Giedion, Sigfried, “T he Need for a N ew M onumentality”, en Zucker, Paul (ed.), o p . c i t . , pâgs. 549-568. 76 Keeble, Lewis, P r i n c i p l e s a n d P r a c tic e o f T o w n a n d C o u n t r y P l a n n i n g , The Estates Gazette, Londres, 1951. 77 D e Carlo, Giancarlo, Q u e s t i o n i d i a r c h i t e t t u r a e u r b a n i s t i c a , Argalia, Urbino, 1964. 78 Smithson, Alison (ed.), T e a m X P r i m e r , Studio Vista, Londres, 1968. 79 Friedman,Yona, L ’A r c h i t e c t u r e m o b i l e , Les Presses du Reel, Paris, 1960 (ver­ sion castellana: L a a r q u i t e c t u r a m ô v i l , Poseidon, Barcelona, 1978). 80 Kawazoe, N oboru (ed.), M e t a b o l i s m 1 9 6 0 : P r o p o s a ls f o r a N e w U rb a n ism , Bijutsu Shuppansha,Tokio, 1960. 133 MEGALÓPOLIS: 1939-1979 81 Maki, Fumihiko, I n v e s t i g a t i o n s i n C o l l e c t i v e F o r m , Washington University, St. Louis, 1964. 87 Faludi, Andreas, P l a n n i n g T lit'iiffH Pergamon Press, Oxford, 197.V 1 Columbia University, NuevaYork, 1954. 88 Las concomitancias con el un InilH de K.irl l'opper eran evidentes: indi investigación científica debía eslai illll gida por una conjetura que llalli (ti ilt» ser verificada antes de ser aplicada 83 Buchanan, Colin, T r a f f i c i n T o w n s , Penguin, Londres, 1964 (version casteliana: E l tr a fic o e n la s c i u d a d e s , Tecnos, Madrid, 1973). 87 Richards,James M .,“The Paihut n! New Towns”, T h e A r c h i t e c t u r a l R r l i c i l 1, vol. 114, Londres, julio de 1953, papi 29-32. 84 Una tarea que complementó George Chadwick con A S y s t e m s V i e w o f P l a n ­ n i n g , Pergamon Press, Oxford, 1971. 90 Nairn, Ian,“O utrage” (número tipi cial). T h e A r c h i t e c t u r a l R e v i e w , L o n d n ■ junio de 1955. 85 McLoudhlin.J. Brian, U r b a n a n d 91 De Wolfe, Ivor, “Townscape: A Pit i for an English Visual Philisophy Finio ded on the True R ock o f Sir U v e d i l l t Price” , T h e A r c h i t e c t u r a l R e v i e w , mini 106, Londres, 1949. 82 Mitchell, R obert y Rapkin, Chester, U r b a n T r a ffic . A F u n c tio n o f L a n d U se, R e g io n a l P l a n n in g : A S y s te m s A p p r o a c h , Faber & Faber, Londres, 1969. 86 Este fue otro de los nodos del debate neopositivista. En Estados Unidos lo desarrolló Melvin Webber, autor del artículo “Planning in an Environment o f Change” ( T o w n P l a n n i n g R e v i e w , vol. 39, núm. 4, enero de 1969, págs. 277295).Tras negar la posibilidad de que existiera un futuro estable hacia el que el urbanismo pudiera dirigirse, conclu­ yó que el planeamiento tendría que resultar de una cadena de decisiones condicionadas por la interacción entre intereses. En Europa, ideas semejantes fueron defendidas por Giancarlo De Cario y Giovanni Astengo, creador, este último, del concepto de “planificación continua”, enunciado en la voz ‘urba­ nística’ de la E n c i c l o p e d i a u n i v e r s a l e d e l l ' a r t e (1966). 134 92 Rowe, Colin y Koetter, Fred, o p . t i t . págs. 37-46. ” Lynch. Kevin, T h e I m a g e o f t h e C i t y , The M IT Press, Cambridge (Mass.), 1960 (versión castellana: L a i m a g e n d e la c i u d a d . Editorial Gustavo Gili. Barcelo na, 2015). 94 Lynch, que aplicó esta teoría a la escala regional en A T h e o r y o f G o o d C i t y F o r m (The M IT Press, Cambridge [Mass.], 1981; versión castellana: L a b u e n a f o r m a d e la c i u d a d , Editorial Gus­ tavo Gili, Barcelona, 1984), libro que marcó un hito en los estudios urbanos. Su estela fue seguida, entre otros, por Edmund N. Bacon, ideólogo de la transformación urbana de Filadelfia diti (tute el mandato del alcalde I1li h.irdson Dilworth. En su influyente libio D e s i g n o f C i t i e s (Thames & I Itulson, Londres, 1967) reconstruyó I I historia de la psicología perceptiva i lili espacio urbano. 1,1 ( 'tillen, Gordon, T o u m s c a p e , T h e Au hitectural Press, Londres, 1961 (ve rsión castellana: E l p a i s a j e u r b a n o , Ululile, Barcelona, 1974). I ,i aproximación fenomenològica al diseño urbano acabaría consolidándose. I I arquitecto danés Jan Gehl escribió 101 Caniggia, Gianfranco, L e t t u r a d i Centro Studi di Storia Urbanistica, Rom a, 1963. u n a c ittà : C o m o , 102 Rossi, Aldo, A r c h i t e t t u r a d e l l a c i t t à , Marsilio, Padua, 1966 (versión castella­ na: L a a r q u i t e c t u r a d e la c i u d a d , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2015). 103 Aymorpuo, Carlo, L o s t u d i o d e i f e n o m e n i u r b a n i , Officina, Rom a, 1970. I0'1 Doxiadis, Constantinos, E k i s t i c s . A n I n tr o d u c tio n to t h e S c ie n c e o f H u m a n S e t t l e m e n t s , Hutchinson, Londres, 1968. U fe b c tw e e n B u i ld in g s : U s in g P u b lic S p i n e , Arkitektens Forlag, Copenhague, 1971 (versión castellana: L a h u m a n i z a d o n d e l e s p a c io u r b a n o : la v id a s o c ia l e n tr e lo s e d i f i c i o s , Reverte, Barcelona, 2006), donde defendía la necesidad de tener en cuenta los sentidos humanos, espe­ cialmente el oído y la vista. Cofundador de M e t r o n fue Luigi Picchiato, autor de U r b a n i s t i c a (Sandron, Roma, 1947), donde sostenía que el urbanismo debía acometer una nueva etapa: la de la consumación de la ciu­ dad orgánica. 103 McHarg, Ian, D e s i g n w i t h N a t u r e , Natural History Press, Nueva York, 1969 (versión castellana: P r o y e c t a r c o n la n a t u r a l e z a , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2000). 106 E1 termodinamismo introdujo en los estudios urbanos el concepto de “entropía”, la tendencia de la materia y la energía a degradarse, pasando de un estado de organización y diferen­ ciación a otro de desorganización y similitud. 98 Samonà, Giuseppe, L ’u r b a n i s t i c a e 107 Davidoff, Paul y Reiner, Thomas A., “A Choice Theory o f Planning” , l ’a v v e n i r e d e l l a c i t t à n e g l i s t a t i e u r o p e i , J o u r n a l o f th e A m e r ic a n I n s titu te o f Laterza, Bari, 1959. P l a n n e r s , voi. 28, núm. 2, mayo de 1962, págs. 103-115. 99 Conzen, Michael R . G., A l n w i c k , N o r th u m b e r la n d : A S t u d y in T o w n - P la n A n a l y s i s , Orge Philip & Son, Londres, 1960. 100 M uratori, Saverio, S t u d i p e r u n a o p e r a n t e s t o r i a u r b a n a d i V e n e z i a , Istituto Poligrafico dello Stato, Rom a, 1960. 135 MEGALOPOLIS: 1939-1979 108 Davidoff, Paul, “Advocacy and Pluralism in Planning”,J o u r n a l o f t h e A m e r i c a n I n s t i t u t e o f P l a n n e r s , voi. 31, núm. 4, noviembre de 1965, págs. 331338. 109 Véase: Rudofsky, Bernard, A r c h i t e c t u r e (catálogo de exposi­ ción),The Museum o fM o d ern Art, Nueva York, 1964 (versión castellana: A r q u i t e c t u r a s i n a r q u i t e c t o s , Editorial Universitaria, Buenos Aires, 1963). w ith o u t A r c h ite c ts "" Turner,John F, U n c o n t r o l l e d U r b a n S e t t l e m e n t , informe para las Naciones Unidas, Pittsburg, 1966. " 1 En H o u s i n g b y P e o p l e : T o w a r d s A u t o n o m y in B u i l d i n g E n v ir o n m e n t s (Pantheon Books, Nueva York, 1977; versión castellana: V i v i e n d a , t o d o e l p o d e r p a r a lo s u s u a r i o s : h a c i a l a e c o n o m í a e n la c o n s t r u c c i ó n d e l e n t o r n o , Blume, Madrid, 1977),Turner intentó trasladar estas enseñanzas al Prim er Mundo. 112 En 1965 Alexander publicó en la revista A r c h i t e c t u r a ! F o r u m “A City Is N ot aTree” (versión castellana: “La ciudad no es un árbol” , C u a d e r n o s S u m a - N u e v a V i s i ó n , núm. 9, Buenos Aires, 1968, págs. 20-30), un artículo en dos partes donde imputaba el fracaso de L a C a r t a d e A t e n a s a su concepción de la ciudad como un árbol, donde las ramas (las unidades vecinales) estaban conectadas con el tronco (el centro cívico) pero aisladas entre sí. Coincidía con Jane Jacobs en que la vida urbana era, por definición, compleja, no pudiendo simplificarse segmentándola en unidades monofuncionales. Alexan­ der apostaba por las tramas reticulares, donde cada subsistema estaba interrela­ cionado con los demás. 136 11' Alexander, Christopher, e t a l , P a t t e r n L a n g u a g e . T o w n s , Buíliluig», C o n s t r u c t i o n , Oxford University l'n m N ueva York, 1977 (versión cast <'II mi U n l e n g u a j e d e p a t r o n e s . Ciudades, n /f / l r ío s , c o n s t r u c c i o n e s . Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1977). A I ii 1973 estalló la prim era crisis del petróleo, un auténtico torpedo en la línea de flotación del Estado del bienestar, desatada por la decisión de los gobiernos árabes de no exportar crudo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra delYom Kipur, prácti­ camente todos los occidentales. En cuestión de meses el precio de la gasolina se multiplicó por cuatro, lo que puso contra las cuerdas a un sistema productivo que llevaba un siglo abasteciéndose de petróleo barato. La bola de nieve de la crisis echó a rodar: miles de empresas quebraron, el desempleo se disparó, los ingresos fiscales se hundie­ ron, la deuda pública se desbocó y la inflación com enzó a medirse con doble dígito. O ccidente miraba estupefacto cóm o se desploma­ ban dos décadas de ininterrum pido crecim iento económ ico. En 1979 se produjo una segunda crisis del petróleo, lo que convenció a los gobiernos de que “la época dorada del capitalismo” había lle­ gado a su fin. En este caso, la revisión del m odelo económ ico corrió a cargo de los neoconservadores, una nueva generación de políticos que llegó al poder en la década de 1980 defendiendo dictados ultralibe­ rales. A la cabeza estaban M argaret Thatcher, prim era ministra britá­ nica entre 1979 y 1990, y R o n ald Reagan, presidente de Estados U nidos de 1981 a 1989. En esa misma década colapso el statu quo internacional establecido en la G uerra Fría, un hecho escenificado por la caída del M uro de Berlín el 9 de noviem bre de 1989. G obiernos y grandes empresas aprovecharon la desaparición de toda alternativa al capitalismo para poner en marcha un proceso de reestructuración cuyo objetivo era desmantelar el Estado del bienes­ tar. Para garantizar mayores beneficios al sector privado, instituido com o única fuerza m otriz del crecim iento económ ico, se configuró un m odelo del que M anuel Castells destacaba tres características: la retención por parte del capital de una porción más elevada de los 139 METflPOLIS: 1979-2007 beneficios, la retirada del Estado de la econom ía y la expansión geográfica del sistema hacia la globalización. Esto últim o no hlibii i ( sido posible si esa reestructuración no hubiese confluido en el ticiiijm con la III R evolución Tecnológica, cuyos fundam entos eran la inform ática y las telecom unicaciones.Tal com o lo definió Castclls, lo que denom inam os “tardocapitalismo” resultó de la confluencia e interacción de ambos fenóm enos.' El im pacto sobre el urbanismo megalopolitano fue brutal. El nuevo paradigma económ ico trastocó sus prioridades, que pasaron del fom ento de los valores humanistas al estímulo de la competent u Gracias a las tecnologías de la inform ación las empresas disponían de amplios márgenes de libertad para decidir su ubicación. Este hecho despertó expectativas de crecim iento en ciudades sin tradi ción en los circuitos económ icos internacionales, ciudades que, para seducir a las multinacionales, construyeron distritos financieros, parques tecnológicos, plataformas logísticas, aeropuertos, telepuertos, megapuertos, etc. También organizaron juegos olímpicos, exposicio nes universales y todo tipo de m acroacontecim ientos, cualquier cosa que sirviera para darlas a conocer en el agresivo marco de la globalización. El igualitario, isótropo y, en cierto m odo, cansino espacio urbano de la megalopolis fue redefinido. U na de las zonas más beneficiadas fue su maltrecho casco histórico. Su am biente singular respondía a las necesidades de representación y prestigio de las corporaciones transnacionales, que lo eligieron para instalar sus sedes centrales. A ellas les siguieron decenas de empresas de servicios, lo que provocó una m utación: la actividad económ ica retornó, el espacio público fue renovado y los índices de delincuencia se desplomaron. También volvieron los residentes. Se trataba de sectores sociales m uy específicos con niveles de ingresos y educación por encima de la media: jóvenes profesionales, parejas sin hijos, artistas, homosexuales, etc. Sofisticados, cosmopolitas y culturalm ente exigentes, estos colectivos estaban hartos de la m onotonía del suburbio y buscaban en el casco histórico una alta calidad ambiental y de vida urbana: museos mediáticos, I4Q restaurantes exóticos y tiendas de diseño. Su llegada puso en marcha una espiral de aum ento del precio de las viviendas que se tradujo en la expulsión de muchos de los antiguos residentes, pobres y de edad avanzada. El tardocapitalismo exigía un peaje p o r la recuperación de la ciudad histórica, y no era otro que la gentrificación. La reorganización espacial de la periferia fue igualm ente especta­ cular. La crisis del petróleo había dejado allí un paisaje desolador: complejos fabriles arruinados, barriadas de Viviendas sociales vandalizadas, suburbios en decadencia, etc. Las multinacionales, que se habían visto obligadas a descentralizar parte de su actividad, la menos decisiva y representativa, debido a los altísimos costes de localización en los centros urbanos, se saltaron esa corona de obso­ lescencia para colonizar territorios más lejanos.Tras ellas fluyeron infinidad de compañías de m enor rango que tam poco podían hacer frente a los alquileres de las áreas centrales. Así nació la nueva suburbio. El m onocultivo residencial megalopolitano había dejado paso a un espacio m ultifuncional donde se podía trabajar. Tam bién era descomunal. C om o mostraban las fotografías de satélite de Estados Unidos, las áreas urbanas se habían licuado entre sí, traspasando fronteras estatales y nacionales. En la costa sur de California, un magma edificado enlazaba Santa Bárbara con Riverside, Los Ángeles, el condado de Orange, San D iego y Tijuana, ya en México. Algo similar ocurría en el eje de Boston, Nueva York, Filadelfia y W ashington. La megalópolis de G ottm ann, ahora habitada por ochenta millones de personas.Y lo mismo podía decirse de la Padania italiana, del R andstad holandés, de la cuenca del R u h r alemana, del corredor entre Tokio y Osaka, etc. U na vez más, las profecías de Lewis M um ford, Frank Lloyd W right y Le Corbusier parecían hacerse realidad: la ciudad se disolvía en el territorio. Tal com o argum enta Edward W. Soja,2 térm inos tan expansivos com o “megalópolis” se habían quedado cortos para definir estas gigantescas regiones urbanas fragmentadas y policéntricas donde se había perdido todo foco y todo límite. En su libro Métapolis. Ou l ’avenir des villes,3 el sociólogo François Ascher propuso uno nuevo: 141 METÍPOUS: 1979-2007 “metápolis” (“más allá de la ciudad”). Su reflexión partía de la coni tatación de que las urbes ya no crecían p o r dilataciones, com o en el caso de la megalópolis, que era resultado de la fusión de áreas metropolitanas colindantes, sino por la incorporación a su funcional m iento de zonas lejanas y no limítrofes. Esta discontinuidad de l.i urbanización estaba vinculada a la aparición de sistemas de transpon i de alta velocidad, especialmente el tren, que habían posibilitado que millones de personas trabajaran a centenares de kilómetros de su lugar de residencia. El resultado era la metápolis, una galaxia de ciudades cuyas actividades económicas estaban integradas y cuyos principios organizativos dependían de sofisticadas redes infraestriu turales, un territorio profundam ente heterogéneo donde convergían tejidos urbanos, entornos naturales y zonas agrícolas. 142 PISTEMOLOGÍA DELA METÁPOLIS ('o rn o explica R ichard Tamas,4 a medida que se acercaba el ocaso del siglo x x se multiplicaban las voces que advertían del colapso de los grandes proyectos intelectuales de O ccidente: el fin de la teo­ logía, de la filosofía, de la ciencia, de la historia, del arte, etc. Este runrún presagiaba el natural desenlace de la obsesión del existencialismo por el análisis lingüístico. D e la infinidad de estudios antropo­ lógicos, sociológicos, históricos y artísticos que fom entó se derivó una sospecha: que el saber hum ano estaba determ inado por prejuicios cognitivos, en su mayoría inconscientes. Además, el hecho de que los contextos que lo condicionaban fueran culturales y, p o r ende, cambiantes en el tiem po y el espacio, lo convertía en algo inestable. Irrum pía así el relativismo, la presunción de que el conocim iento tan solo era interpretación, es decir, algo falible, contradictorio y pasajero. Este era el principal dictado de la herm enéutica, una teoría de las expresiones humanas que defendía que nada en el m undo era previo a la interpretación y que acusaba al pensam iento occidental de llevar más de un siglo intentando ocultar este hecho con pro­ puestas de razonam iento totalizantes puestas al servicio del poder para que actuasen com o instrum entos de control. A esto respondía el em peño de iluministas y románticos por construir metarrelatos com unes a la geografía, la sociología, la historia y el urbanismo. La herm enéutica animaba a la ciencia a concentrar sus esfuerzos en otra dirección: en el desenmascaramiento de los prejuicios e inten­ ciones que determ inaban la realidad. En La escritura y la diferencia,5 el filósofo Jacques D errida definió la realidad com o un texto que había que “deconstruir” , llegando a plantear la autonom ía de ambos entes. Auguraba que la investigación nunca podría desem bocar en una única “verdad” , sino en infinidad de metáforas, tantas com o investigadores.6 Era el presagio de un destino inquietante: la disper­ sión generalizada del m undo del saber. 143 METAPOLIS. 1979-2007 En efecto, si todo era relativo, ninguna m etodología universal pnilli gobernar las ciencias. La principal víctima de esta conclusión fui' >I estructuralismo, que acabó siendo denunciado por considerar a las personas com o meros interruptores que reaccionaban a los imptlhtH emitidos p o r macroestructuras económicas, sociales o lingüísticas, m enospreciando así su poder de decisión y su capacidad para mlliiii en el entorno. Lo que vino a sustituirlo fue una amalgama de cori k m tes metodológicas agrupadas bajo la denom inación de posestrtu Im i lismo, que coincidían en rechazar la existencia de sistemas generales que determ inasen el pensam iento y el com portam iento de los c íii dadanos. La sociedad metapolitana era abierta y dinámica; tan solo estaba sujeta a interpretaciones culturales de naturaleza temporal. Tal com o había vaticinado el filósofo Jean-François Lyotard en Líí condición posmoderna,7 tras esta aserción subyacía un cambio de paradigma que fragmentaría las disciplinas en m ultitud de especial i dades que funcionarían con “juegos de lenguaje” propios, sistemas cuyas reglas serían locales y cuyos criterios de “verdad” dependerían del acuerdo entre los investigadores. Otras ilustres víctimas de la sospecha posestructuralista de que todo era interpretación fueron las ideologías, explicaciones unitarias y trascendentes de la realidad. Especialmente afectado resultó el mar xismo, que se fundam entaba conceptualm ente en el estructuralismo La deslegitimación relativista obligó a la izquierda a consolidar nuev<is argumentos con los que oponerse al tardocapitalismo. La ecología fue uno de ellos. El m ovim iento ecologista, cuyo nacim iento suele datarse en 1971, cuando Barry C om m oner publicó E l círculo que se cierra,8 transformó esta disciplina científica en una ideología progre sista. Félix G uattari trasladó sus presupuestos a la filosofía. En 1989 publicó Las tres ecologías,9 manifiesto de la ecosofía, una articulación ético-política que integraba tres ecologías: la del m edioam biente, la de las relaciones sociales y la de la subjetividad, postulando a su vez una revolución política, social y cultural de escala planetaria. C uriosam ente, la principal damnificada de la convergencia del ecologismo con el relativismo fue la tradición humanista. Lo anunció 144 el filósofo Peter Sloterdijk en Normas para el parque humano,"1 donde cuestionó fundam entos que el pensam iento occidental venía dando por hecho desde el siglo xv. Tras definir al ser hum ano com o un "animal de lujo, un animal que sabe leer y escribir” , rechazó que tuviera más derechos que el resto de los seres vivos. Bajo este presu­ puesto, reclamaba la necesidad de fundar un “pensamiento ecológico” no antropocéntrico que aprestara a la humanidad a colocar sus valores en el más amplio contexto del planeta. Ello suponía renunciar al control de animales y plantas para limitarse a cohabitar con ellos. Nacía así una corriente de pensam iento denom inada “poshum anis­ m o” , un m ovim iento radicalm ente rom ántico que cuestionaba la legitimidad de que el ser hum ano explotara los recursos naturales, un ser hum ano que desconfiaba de la fe en el progreso y que abom i­ naba de la obsesión por el crecimiento. Toda una sacudida a los cimientos del positivismo decim onónico, insertos en el código genético de la sociedad capitalista. El cuestionamiento del sacrosanto consenso en to rn o a la bondad del crecim iento era el principal fundam ento del decrecentismo, un m ovim iento que hizo su aparición a com ienzos del siglo x xi de la m ano del econom ista Serge Latouche, autor del Pequeño tratado del decrecimiento sereno.” Según Latouche, una vez alcanzados determ inados niveles de progreso económ ico y social, de los que ya disfrutaban las naciones avanzadas, el crecim iento no tenía senti­ do, ya que era lesivo para el m edio am biente y no implicaba una m ejora en las condiciones de vida de la gente. En sintonía con la ecosofía de Félix Guattari, este diagnóstico se sustentaba sobre dos teorías, una ecológica y otra socioeconómica. La prim era argu­ m entaba que el presupuesto del crecim iento infinito, fundam ento del capitalismo, era incom patible con u n planeta físicamente finito, p o r lo que había que frenar la producción y el consumo. D e ahí su apelo a que la sociedad m etapolitana cambiara de actitud, a que reordenara su jerarquía de valores y priorizara la sobriedad, la eficiencia, la resiliencia, la cooperación, la autoproducción, el inter­ cambio, etc. 145 METÁPOUS: 1979-2007 Ideología, humanismo, progreso, etc.; com o vemos, la convergen! la entre relativismo y ecologismo acabó retando los fundamentos tU>l proyecto iluminista. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo en darlo por finiquitado. U n o de los escasos pensadores que lo deten dieron en esta su segunda gran crisis fue Jürgen Habermas, quien consideraba que era un proyecto inacabado. En la agnóstica atino*, fera tardocapitalista, podían rescatarse sus ideales — ciencia, consenso justicia social, etc.— para hacer frente a la regresión derivada de l.is políticas neoliberales neoconservadoras. Sin embargo, Habermas reconocía que el presupuesto de la existencia de verdades absoluta era insostenible, por lo que planteaba revisarlo. Su propuesta era sustituir el cientifismo por otro tipo de objetividad basada en el consenso. En su Teoría de la acción comunicativa'2 form uló, com o alternativa, un acuerdo entre partes fundam entado sobre cuatro criterios: com prensión, sinceridad, legitimidad y precisión. I4E METÁPOLIS DELOS SOCIÓLOGOS: ANUEL CASTELLS, SASKIA SASSEN, IKEDAVIS El estallido de la crisis del petróleo y el consiguiente frenazo del crecim iento económ ico segaron de golpe el ram pante optim ism o de la década de 1960, dando paso a una incertidum bre nada proclive al neopositivismo. Ello explica la generalizada expansión del marxis­ mo p o r las ciencias sociales. Para David Harvey, geógrafo radical, la prioridad del m om ento era fundar un nuevo paradigma teórico. El punto de partida tan solo podía ser la premisa de Lefebvre de desvelar cóm o y po r qué el tardocapitalismo “producía espacios” . Este cambio de rum bo fue conducido p o r el sociólogo M anuel Castells, quien definió los futuros dos grandes temas de las ciencias sociales metapolitanas: el consum o y la globalización. A ellos dedica­ remos el prim er subapartado de “La metápolis de los sociólogos” . Pero, com o acabamos de m encionar, este marxismo triunfante se enfrentaba a un reto que trascendía la cuestión de los contenidos: el descrédito de las ideologías. En la hostil atmósfera del relativismo filosófico, el pensam iento crítico habría de reinventarse para poder seguir reclamando significados universales. C om o aventuró David Harvey en La condición de la posmodernidad,13 no le quedaría otra que reconocer la fragmentación de las formas sociales y culturales, algo que vehículo a través de los “ estudios culturales” , otro subproducto de la refundación paradigmática de las ciencias sociales a partir de la doctrina de Lefebvre. N os ocuparemos de ellos en el segundo subapartado de este capítulo. 117 METÁPOLIS: 1979-2007 Las d os escalas de la g lo b a liza ció n : esp a cio de los flujos y ciu d ad dual Castells identificó al consum o com o uno de los protagonistas tic la sociología urbana m etapolitana14 en una de sus primeras oln n La cuestión u r b a n a , un manifiesto de su com prom iso intelectual i mu Lefebvre. En ella defendía que el consumo era el principal instruíMt I! to utilizado p o r el capitalismo para autorreproducirse y desat li\ ai 11 lucha de clases.También avanzaba que el espacio urbano coincidía con el espacio del consumo, un aserto contundente que exhorlal» i i dejar de interpretar la ciudad com o un centro de producción imlii« trial cuyos habitantes eran explotados p o r las empresas, para p.ivn i hacerlo com o una “unidad de consum o social y espacialmente oqia nizada” . Así pareció querer demostrarlo David Harvey en The I liban Experience,u' donde acusó a los grandes proyectos de transformación urbana que proliferaron en la década de 1980 de haber sido coiu t bidos para reconducir hacia el consum o enclaves inicialmente pcn sados para otras actividades, entre los que destacaba tres: los miixeui mediáticos, los parques temáticos y el espacio público. En Fantasy C ity,'7 el sociólogo John Hannigan desveló la pervns.i alianza sobre la que se sustentaba la “unidad de consumo” metapolit.ilm Cúneo actores eran responsables de su financiación y construcción las corporaciones de crédito, los prom otores inmobiliarios, las mullí nacionales del ocio (con Disney, Universal y Sony a la cabeza), las empresas minoristas y, lo más escandaloso, las administraciones públii as, que ponían a disposición de los anteriores generosas subvenciones. En esta obra Hannigan también describía las estrategias utilizadas para materializar estos espacios de consum o: racionalización de la gestión y el funcionamiento, tematización urbano-arquitectónica y promoción de sinergias entre actividades vecinas. D e esta conjunción habían resul tado lugares com o el South Street Seaport de N ueva York, el com ­ plejo Ghirardelli de San Francisco o el Q uincy M arket de Boston. Por lo que se refiere a la globalización, el segundo de los agentes protagonistas de la refundación de las ciencias sociales según Castells, lile abordada a dos escalas: la planetaria y la específicamente urbana. I I pionero en reflexionar sobre la prim era fue John Friedmann, pro­ fesor de la University o f California de Los Angeles (UCLA), quien en 1986 publicó el artículo “T he W orld C ity Hypothesis” ,18 donde ponía en evidencia cóm o las multinacionales estaban utilizando las ciudades para articular el entonces em ergente sistema productivo tardocapitalista. Friedm ann intuía que se estaba gestando una reorga­ nización espacial del planeta, que él intentó m apear con rankings que clasificaban las metápolis en primarias o secundarias, dependiendo ile su posicionam iento en el espacio económ ico global. M anuel Castells tom ó el testigo de Friedm ann y estableció las bases que convertirían a la globalización en la colum na vertebral del nuevo paradigma de la sociología urbana. Su hipótesis consistía en que, para desvelar las estrategias de producción y difusión tardocapitalistas, era necesario trascender la escala urbana. C om o avanzó en La ciudad informacional, de la síntesis entre reestructuración económica y m odo de desarrollo inform acional se había derivado lo que Friedm ann sospechaba: una nueva espacialidad global que Castells denom inó “espacio de los flujos” . Este ám bito de producción integrado, cuya base eran las redes de inform ación, había reorganizado territorialm ente el planeta, coordinando áreas de producción e intercam bio anteriorm ente separadas. Según expuso David Elarvey en el citado La condición de la posmodernidad, se solventaba así uno de los desafíos a los que se enfrentaba el capitalismo cuando la geografía mundial, m odelada con relación a una determ inada fase de desarrollo, se con­ vertía en un obstáculo para futuras acumulaciones: reformularla en to rn o a nuevos centros de manufactura, consumo, etc. La socióloga Saskia Sassen aclaró el papel de la metápolis en el espacio de los flujos. En La ciudad global. NuevaYork, Londres, Tokio19 señaló que la propensión descentralizadora de este últim o aparecía en sintonía con el fenóm eno contrario, la tendencia hacia la concen­ tración. Esta dicotom ía era perfectam ente explicable, ya que la glo­ balización de las actividades económicas no había ido acompañada p o r una dispersión similar del capital. E n realidad, la mayoría de las 149 METÁPOLIS. 1979 2007 industrias y empresas locales ejecutaban servicios subcontratados pul multinacionales. Además, la diseminación territorial de la produt i h >ii exigía un control altamente centralizado desde el punto de vista espacial. De ahí derivaba el im portantísimo papel que determinadas metápolis desempeñaban en el espacio de los flujos: albergar las lilli ciones de dirección. Sassen las denom inó “ciudades globales” : encías, dotados de las más sofisticadas tecnologías e infraestructuras de telen i municación donde se localizaban centros de poder en los que se generaba una información privilegiada que no circulaba por la red y que eran elegidas com o sede por prestigiosas instituciones financie),o U na vez establecida la escala planetaria com o ám bito propio de las ciencias sociales metapolitanas, las distintas disciplinas se aprestan») a adaptar sus postulados. El reto era tan difícil com o inexcusable para la antropología urbana, la “niña m im ada” de la megalópolis.Tal com o había apuntado Anthony Leeds e n “Locality Power in Relatioit to Supralocal Power Institution” ,20 en el contam inado e interactivo am biente de la metápolis ninguna com unidad podía considerarse una “unidad cultural” , por muy bien definida que estuviese desde los puntos de vista racial, económ ico o espacial. La antropología, para evitar quedar desplazada de la investigación de un entorno tan adverso a sus postulados esenciales, debía orientarse hacia el análisis de procesos de escala mundial. Lo que Leeds proponía era una espe cié de huida hacia adelante: aplicar al macrocosmos urbanizado los instrum entos de análisis empleados en el microcosmos del gueto. La clave estaba en el concepto de “localidad” , que él definía com o cualquier lugar habitado, independientem ente de su magnitud. U na ciudad, un barrio, una aldea, un colegio mayor o una plataforma petrolífera, todos ellos eran “lugares de la interacción” que se distri­ buían de maneras particulares. Estudiar esas singularidades era el objetivo que se fijó la “aproximación interactiva”, térm ino con el que la revista Urban Anthropology bautizó el cam ino insinuado p o r Leeds. La geografía urbana, por su parte, com plem entó el debate concer­ niente al proceso de reestructuración económ ica con su sine qua non : las tecnologías de la información. C om o decíamos, el tardocapitalismo 150 no hubiera cuajado si aquel no hubiera coincidido en el tiem po con la III Revolución Tecnológica, que materializó el espacio de los flujos expandiendo po r los cinco continentes sofisticadas redes de infraes­ tructuras. Pioneros en abordar esta cuestión fueron Stephen Graham y Simón M arvin. En Splintering Urbanism2' desvelaron que la geo­ metría de dichas redes no era isótropa: unas zonas estaban repletas de conexiones de acceso, mientras que por otras los flujos discurrían sin detenerse. Esta selección territorial, denom inada “efecto túnel” , era altam ente perturbadora. La hiperconexión global de la que dis­ frutaban los centros financieros, los parques tecnológicos o las áreas logísticas se complementaba con su desconexión del tejido colindante. La ciudad parecía haber dejado de ser una unidad espacial para trans­ formarse en un archipiélago de enclaves desvinculados de su entorno local, pero enlazados con otros similares situados a miles de kilóm e­ tros. Era lo nunca visto en la historia urbana.Tal com o había anun­ ciado Castells, la metápolis tan solo era comprensible a nivel global, donde se percibía su posicionam iento en el espacio de los flujos. Esta revelación encumbró el térm ino ‘red’ al vértice conceptual de las ciencias sociales. A las redes se les arrogaba el desmantelamiento de la idea tradicional de espacio entendido com o u n contenedor, es decir, com o un área, y su reformulación com o un sistema de rela­ ciones donde lo im portante no era “estar en ”, sino “estar conectado co n ” . La noción de “área m etropolitana” , definida por la Escuela de Chicago com o una región urbana donde un claro centro articulaba una galaxia de subcentros, había quedado obsoleta. Imposible aplicarla a un territorio difuso, extenso y ajerárquico que era muy difícil de aprehender y de definir. ¿Con qué reemplazar ese concepto? En Posmetrópolis,22 el geógrafo EdwardW . Soja propuso el de “posm etrópolis” . R econocía que la complejidad, indefinición y gigantismo de la metápolis im pedía representarla com o una unidad geográfica, económ ica, política y social. Es más, afirmaba que la imposibilidad de separar el centro de los suburbios, los suburbios del campo y unas áreas metropolitanas de otras auguraba la transición hacia la IV R evolución Urbana, la que conducía a la posmetrópolis. 151 METÁPOLIS: 1979-2007 Esta metamorfosis fue descrita por una serie de autores que se interesaron p o r las últimas generaciones de suburbios, en las que descubrieron una afición com ún: conquistar territorios cada vez más lejanos. U n o de ellos fue el periodista Joel Garreau, autor de Edge C ity.22 C o n “ciudades borde” se refería a unas urbanizaciones que nacieron en Estados U nidos com o respuesta a la masiva deseen tralización de actividades de oficina que se produjo en la década (le 1980, unos suburbios de gran tamaño (podían superar los cien mil habitantes), densos (las casas unifamiliares se situaban en parcelas pequeñas y convivían con bloques en altura) y emplazados muy lejos de los centros urbanos (en áreas fronterizas con el campo). La rica mezcla de funciones que en ellas se producía (Garreau afir maba que en una ciudad borde siempre había más puestos de trabajo que dorm itorios) las convertía en ciudades autónomas. El éxito de las ciudades borde expandió los límites territoriales de las metápolis norteamericanas, un gesto que no era más que el com ienzo del tránsito hacia las posmetrópolis. En 2003 el sociólogo R o b ert E. Lang publicó Edgeless Cities,24 donde anunciaba la irrupción de una nueva variante suburbana a la que denom inó “ciudad sin borde”, en clara alusión a la superación de la ciudad borde. Ambas respondían al proceso de descentralización de las tareas de oficina, pero desde el punto de vista morfológico eran opuestas. Las ciudades sin borde eran extrem adam ente dispersas y amorfas, se esparcían poi regiones enteras ocupando los intersticios existentes entre suburbios y ciudades borde y lo hacían, además, de manera casi imperceptible, con edificios modestos en apariencia y escala y separados entre sí p o r distancias enorm es. Su bajísima densidad y extrem a dispersión estaban dando lugar a la colonización de entornos situados a más de cien kilómetros de los centros urbanos. Y no era la última frontera. En The N ew Geography25 el geógrafo Joel K otkin llamaba la atención sobre los segmentos laborales que ocupaban el vértice de la achatada pirám ide laboral tardocapitalista. Los empresarios y profesionales de alto nivel que podían per­ mitirse trabajar desde casa habían optado por colonizar territorios 152 definitivamente rurales, rehabilitando granjas o trasladándose a aldeas. Kotkin denom inó a estos enclaves “Valhallas” , desvelando la razón socioeconómica que los había sacado del baúl de la historia. Según él, estos individuos eran unos “muy sofisticados consumidores de espacio” : despreciaban la m onótona, masificada y despersonalizada vida de suburbio del “ estadounidense m edio” y buscaban refugio en parajes remotos pero paradisíacos, consagrados po r el buen clima o la natu­ raleza. Ello explicaba que, en la década de,1990, las áreas rurales de Estados Unidos crecieran tres veces más rápidamente que en la de 1980. Por prim era vez en la historia se había producido una m igra­ ción de la ciudad al campo cuyos protagonistas eran los urbanitas. La segunda escala espacial desde la que las ciencias sociales aborda­ ron el impacto de la globalización fue la propiamente urbana. También en este plano un abismo separaba la metápolis de la megalópolis. Tras dinamitar dos de los pilares del Estado del bienestar (la cobertura social de los trabajadores y la estabilidad en el em pleo), el tardocapitalismo extendió la precariedad y la desigualdad salarial.26 C om o consecuencia, el im perio de la clase m edia se desmoronó, y entre sus escombros floreció lo que Castells denom inó “ciudad dual” . Su estudio fue liderado por la Escuela de Los Angeles, encuadrada en los departam entos de Planeam iento U rbano y Geografía de la UCLA. Sus integrantes centraron las investigaciones en la ciudad que les daba nom bre, la posmetrópolis por excelencia. Ciudad de cuarzo,27 obra emblemática del sociólogo M ike Davis, popularizó dos temas principales que, desde el punto de vista espacial, apuntaban en direc­ ciones contrapuestas: la lucha por el territorio (hacia el centro urba­ no) y la obsesión p o r la seguridad (hacia la periferia). En referencia al prim ero, este marxista esencialista denunciaba el proceso de colo­ nización desatado por la reestructuración social tardocapitalista, donde al avance de los “ conquistadores” , las clases altas y las últimas oleadas de inmigrantes, se enfrentaban sectores marginales que se resistían a abandonar los barrios en los que habían sido confinados. En este punto, el testigo pasaba al segundo tema. La perm anente conflictividad y las esporádicas explosiones de violencia derivadas de esa lucha por 153 METÁPOLIS: 1979-2007 el territorio28 habían convencido a los más afortunados de la necesid.nl de proteger sus enclaves con muros, sistemas de detección electróníi ,i y guardas de seguridad. M uchos se habían atrincherado en “cornil nidades cerradas”, un nuevo tipo de suburbio que gozaba de la misma consideración jurídica que una entidad privada: las asociacionn de propietarios podían im poner tasas, dirim ir disputas, ofrecer pro tección policial, dispensar servicios de salud, construir calles, deter m inar reglas estéticas, etc. Su fulm inante expansión por la nueva suburbia transformó el igualitario paraíso de la clase media en lo que Davis denom inó “un archipiélago carcelario” .29 Num erosos sociólogos y geógrafos, adeptos o no a la Escuela de Los Angeles, encontraron en estos temas excelentes hilos argumen tales a los que aferrarse para no perderse en el ovillo metapolitano. El geógrafo N eil Smith siguió el de la lucha por el territorio. En La nueva frontera u r b a n a acusó a las administraciones públicas de ir de la m ano de los prom otores privados en el proceso de gentrifica ción de los centros urbanos, argum ento que coincidía con el de John Elannigan y su estudio Fantasy City. La Adm inistración contri buía a esta rem odelación poniendo en marcha campañas policiales de acoso a la delincuencia y la marginalidad, seguras compañeras de viaje de toda zona en decadencia. Tras desplazar a drogadictos, prostitutas, mendigos y okupas, em prendía la transform ación física. El espacio público era adecentado y la rehabilitación de los edificios confiada a los prom otores, que recibían subvenciones para, entre otras cosas, desalojar a los empobrecidos residentes. Aparecía entonces la avanzadilla de “la conquista de la nueva frontera” : jóvenes artistas, igualm ente subsidiados, que llegaban acompañados po r un aluvión de gimnasios, galerías de arte, tiendas chic y restaurantes. Finalmente desembarcaban los exclusivos colectivos sociales que eran el objetivo últim o de esta entente público-privada. Algunos sociólogos se interesaron p o r ellos. En La clase creativa,3' R ichard Florida definía un com plejo grupo hum ano que, supuesta­ m ente, se había convertido en el m o to r económ ico de las metápolis. La tesis era: las que atraían y retenían a la clase creativa prosperaban; 154 las que no, se estancaban. Este hecho marcaba un punto y aparte en la historia urbana: si el crecim iento de las metrópolis y las megalo­ polis había dependido de que en ellas se instalaran determinadas empresas que captaban capital hum ano, el de metápolis iba en fun­ ción de que en ella se instalara un determ inado capital hum ano que captaba empresas. Especialmente im portante era el “núcleo supercreativo” — form ado por profesores universitarios, científicos, inge­ nieros, escritores, artistas, arquitectos, editores, analistas, etc.— , profesionales que producían formas y diseños transferibles y utilizables por el resto de la sociedad. Según Florida, lo que les impulsaba a asentarse en una ciudad eran las tres T : talento, una población alta­ m ente educada y formada; tecnología, las infraestructuras básicas de la cultura empresarial; y tolerancia, un am biente social abierto al recién llegado y respetuoso con las diferencias de género, raza u orientación sexual. A ello había que sumar un cuarto com ponente: un entorno físico de calidad, con carácter y rebosante de vida urba­ na y cultural. N in g ú n lugar de la metápolis respondía m ejor a estas expectativas que sus gentrificados distritos históricos. Las armas utilizadas p o r los “conquistadores de la nueva frontera” para som eter estos territorios habían sido desveladas p o r el sociólo­ go Pierre Bourdieu, un hijo de Mayo del 68. En La distinción: crite­ rios y bases sociales del gusto32 defendió que el espacio social de una persona se com ponía de un capital económ ico y uno cultural. Los individuos con similares niveles de ambos solían com partir habitus — un repertorio de pensamientos, gustos y tendencias, m uchos de ellos inconscientes— que conform aban la marca cultural que los posicionaba en el espacio social: cóm o hablaban, cóm o vestían y cóm o se relacionaban. Para im poner su presencia en una zona, los “conquistadores” desplegaban su habitus: tiendas de estilo, galerías de arte, estudios de danza y restaurantes exóticos que suplantaban a los negocios tradicionales y m antenían a distancia a los indeseados, grupos sociales con diferentes capitales económ icos y culturales. La segunda cuestión apuntada por Mike Davis en Ciudad de cuarzo, la obsesión p o r la seguridad, expandió por los community studies el 155 METÁPOLIS: 1979-2007 interés por las com unidades cerradas. En Fortress America,33 Edwuul J. Blakely y M ary Gail Snyder las clasificaron en tres tipos: las coi mi nidades de estilo de vida, diseñadas para colectivos interesados cu una determ inada forma de vida, norm alm ente asociada a activiil.nl> de ocio (comunidades para jubilados, golfistas, parejas sin hijos, di i las comunidades de prestigio, para personas deseosas de escenifie.it su elevado estatus social; y las comunidades seguras, muy diferentes a las dos anteriores, con el único objetivo de proteger a sus residentes de las amenazas metapolitanas. En Behind the Gates,34 la antropóloga Setha Low puso de relieve que la base social que alimentaba a las com unidades cerradas era ideológicam ente antagónica a la de la clase creativa. Mientras que esta última, que optaba p o r instalarse en los cascos históricos, era mayoritariamente progresista, los vecinos de las comunidades cerrada , eran neoconservadores celosos de los valores tradicionales resucitados por George W Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 familia, religión, patria, etc. La paranoia que suponía m antener vivo el m ito del “sueño am ericano” en una metápolis esencialmente dual y violenta les provocaba una ansiedad que derivaba en obsesión poi la seguridad y rechazo de todo lo público. Era la “cultura del miedo", concepto avanzado por el sociólogo Barry Glassner en The Culture o f Fear,35 una forma de vida sustentada sobre el pánico moral. Los medios de com unicación la soliviantaban sobredim ensionando actos criminales y difundiendo escenas violentas en horarios de máxima audiencia. Este perm anente hostigam iento había convencido a los moradores de las com unidades cerradas de la pertinencia de renun ciar a amplias dosis de libertad personal en pro de la seguridad. Estaba claro que la percepción sociológica de suburbia había dado un giro de 180 grados desde que, en 1956,W illiam H. W hyte se refiriera a la “hoguera participativa” de los residentes de Park Forest, o desde que, en 1967, H erbert Gans calificara a los habitantes de Levittown com o “ colaboradores hiperactivos” . En los albores del siglo x x i el m ito com unitarista de los suburbanitas se desm oronaba. E n The Moral Order o f a Suburbf' M . P. B aum gartner los acusaba de 156 “minimalismo m oral” : individualismo, falta de compromiso, exclusión de los diferentes.También el politólogo R o b e rt P utnam llamaba la atención sobre el declive de la vida civil estadounidense, detectable en el descenso de la participación en colectivos locales, clubes sociales, asociaciones caritativas, etc., así com o en la reducción de encuentros con familiares y amigos. En Solo en la bolera: colapso y resurgimiento de la comunidad norteamericana,37 utilizó el concepto de “capital social” para analizar las redes com unitarias, distinguiendo entre las que generaban capital bonding y bridging. Las prim eras eran exclusivas y se establecían entre personas que com partían edad, raza, religión, estatus, etc.; las segundas eran inclusivas y conectaban gru ­ pos hum anos diferentes. Los suburbanitas metapolitanos eran ricos en capital bonding, gracias a los clubes de todo tipo que abundaban en sus urbanizaciones (con Boy Scouts y R otary Clubs a la cabeza), pero pobres en capital bridging, ya que estos grupos eran socialmente hom ogéneos en clave WASP (W hite-A nglo-Saxon-Protestant: blan­ co, protestante y anglosajón). Putnam reconocía que capital bonding y capital bridging se retroalimentaban, por lo que la carencia del segundo conllevaba la degeneración del prim ero. U na sociedad sana y tolerante no era viable sin capital bridging, algo perfectam ente constatable en muchas com unidades cerradas. S o cied ad de m in o ría s y estu d ios culturales: p o sc o lo n ia lism o , gén ero y sexu alidad La dualidad socioeconómica inducida por el mercado laboral tardocapitalista no era la única falla que separaba la megalópolis de la m etápolis. Fredric Jameson, crítico literario influido por H enri Lefebvre y M ichel Foucault, dem ostró que tam bién la cultura había abierto un abismo insalvable entre ambas. C om o explicó en El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado ,38 los lazos sociales que habían hecho posible la cultura de masas megalopolitana se habían disuelto debido a la pérdida de legitim idad experim entada p o r los partidos políticos, los sindicatos, las instituciones públicas, etc. En la atmósfera 157 METÁPOLIS: 1979-2007 metapolitana relativista, la “sociedad de masas” había sido reemplazad» por una “sociedad de minorías”, un conglomerado de razas, religiones, culturas y nacionalidades que reivindicaban juegos de lenguaje pro pios y diferenciados. Para definir esta galaxia humana, Jameson propuso superar el concepto decimonónico de clase social, demasiado genérii o y abstracto, y sustituirlo por el de grupo social, en alusión a un con ju n to de individuos que se identificaba con una determ inada expn sión cultural independientem ente de su nivel económ ico. Paradójicamente, el ocaso de la unanim idad y el triunfo de la diversidad convivían y se retroalim entaban del fenóm eno contrario En Sociology beyond Societiesf el sociólogo John U rry acusó al tardo capitalismo de haber puesto en marcha un com plejo pero aplastanh' proceso de hom ogeneización cultural del planeta en clave anglosa joña. Tres eran los frentes abiertos: el de las multinacionales, que estaban desmantelando los gustos locales para inundar los países con productos estandarizados; el del mercado global de servicios mediáticos y de com unicaciones, que hacía lo propio en el ámbito de la prensa, radio y televisión; y el del hardware y software de la industria informática, responsables de la “colonización de banda ancha” . U rry denom inó a este proceso “m cdonalización” . Suponía el difum inado de las identidades regionales en favor de la “posmo dernidad” ,la expresión cultural del tardocapitalismo. La manifestación arquitectónica de este fenóm eno fue objeto de un libro que influyó de forma decisiva en la teoría de la década de 1990: Los “no lugares": espacios del anonimato,40 del antropólogo francés Marc Augé. Los “no lugares” eran la negación del lugar antropológico tradicional: espacios abstractos, superficiales, sin identidad y sin historia. Estaban por doquier en la metápolis: centros comerciales, hospitales, aeropuertos, autopistas y hoteles. Según Augé, aunque su esencia era el desarraigo, estos entornos no eran alienantes. El conocim iento de las reglas de juego p o r las que se regían, continuam ente anunciadas en carteles que dirigían, auto rizaban o prohibían, generaba en los usuarios una “identidad com ­ partida” que les posibilitaba disfrutar del anonimato. 158 A la sociología marxista le gustaba pensar todo lo contrario, que la gente abominaba de los “no lugares” , que los múltiples grupos sociales metapolitanos estaban dispuestos a entablar batalla en pro del derecho a expresar su identidad. Tal com o defendía Stuart Hall en Modernity and Its Futures,41 esta últim a había dejado de ser algo esencial para convertirse en algo posicional, en un papel que la persona adoptaba para concretar su ubicación en el espacio de los flujos. En The Cultures o f Cides ,42 la socióloga Sharon Z ukin especi­ ficaba que esa identidad posicional se expresaba estéticamente, es decir, m ediante prácticas culturales “productoras de símbolos” . Era la forma elegida por los jamaicanos de B rixton, los judíos de Brooklyn o los homosexuales de Castro para representarse a sí mismos ante sus conciudadanos. Este postulado dirigió la mirada de los sociólogos hacia los “estudios culturales” , la fórm ula ideada por el pensam iento crítico para oponerse a la posmodernidad desde posiciones no universalistas, tal com o había presagiado David Harvey al reconocer la fragmenta­ ción de las actitudes sociales y culturales. Su punto de partida seguía siendo fiel a los planteam ientos marxistas: el espacio urbano no era algo neutro u objetivo, sino un ente predispuesto a que los poderosos ejercieran su dom inio sobre los débiles. La novedad radicaba en el reconocim iento de que las lógicas subyacentes tras estas prácticas de im posición y subordinación no eran únicam ente de clase; tam bién en torno a la raza, la sexualidad, el género, la edad o la enferm edad se habían articulado estrategias segregacionistas. Igualmente, pusieron en evidencia una realidad pocas veces cuestionada: que la inmensa mayoría de los geógrafos, sociólogos, historiadores y arquitectos que habían escrito sobre la ciudad eran hombres, blancos y occidentales que difícilmente habían podido evitar filtrar sus investigaciones por prejuicios personales. Para desenmascararlos, los estudios culturales abogaron p o r analizar “los procesos de producción de la cultura de las clases subalternas en la sociedad industrial y postindustrial” .43 Este propósito abrió las puertas de las ciencias sociales a las minorías. Tres fueron las líneas de reflexión que las invitaron a entrar. 159 METÁPOLIS: 1979-2007 En prim er lugar, el poscolonialismo. En el capítulo anterior vini«« que el interés por las ciudades del Tercer M undo fue introducido en los estudios urbanos por la antropología. Ello anim ó a arquiln Ion com o John Turner a analizar los barrios informales de megalòpoli'! indias o sudamericanas. N o pudieron, sin embargo, evitar tamizadlo por lógicas de pensam iento eurocéntricas, lo que los llevó a consí derarlos com o entornos en evolución que aún no habían alcanzado la m adurez (léase: la condición propia de la ciudad formal europea) Era la “tiranía de la epistemología occidental” denunciada por Homi K. Bhabha. Este crítico literario de origen indio, considerado el padre del poscolonialismo, defendía que dicha tiranía seguía activ.i en el subconsciente de los antiguos colonizados. B uen ejemplo de ello eran las ciudades del Magreb, cuyos habitantes fueron segregado*, durante la ocupación francesa: los nativos a la m edina y los coloni zadores a las villes nouvelles. C om o puso de manifiesto Chantal C hanson-Jabeur en su texto “Modèles urbains et modes de transport au M aghreb”,44 esta lógica dicotòm ica persistía en el urbanism o norteafricano contem poráneo, que distinguía entre dos entidades urbanas contrapuestas: la zona árabe, orgánica y pintoresca, y la europea, ortogonal y racional. Bhabha pensaba que tam bién las políticas multiculturales de la década de 1980 y 1990 habían caído en esa trampa. C o n la noble intención de respetar el espacio del “o tro ”, habían desmem brado la metápolis en barrios étnicam ente puros. Las violentísimas revueltas raciales que estallaron en Londres (1981) o Los Angeles (1992) evi denciaron el peligro que subyacía tras esa estrategia. Inconsciente­ m ente, la m ulticulturalidad había traducido el binom io “ colonizado! y colonizado” a uno más contem poráneo pero igualmente segrega cionista: “nativo e inm igrante” . Para superarlo, Bhabha proponía reconducir los esfuerzos en otra dirección, hacia la “interculturalidad", En E l lugar de la cultura** instó a prom over la “hibridación cultural” (las relaciones interculturales) en vez de la “ diversidad cultural” (las diferencias culturales). El objetivo era crear una sociedad mestiza que habitase en el “tercer espacio de enunciación” , un entorno ambiguo 160 y contaminado, constatación de que la cultura y la identidad no eran códigos hom ogéneos y cerrados, sino entes complejos y abiertos. La segunda línea de trabajo abierta por los estudios culturales fue la del género. A finales de la década de 1970 el feminismo se filtró en la sociología, la geografía, la antropología y la crítica literaria. Así nacieron los women’s studies, una de cuyas prim eras publicaciones fue The Women in the American C ity,46 que en su fase inicial estuvie­ ron dom inados por m ovim ientos feministas de orientación marxista. El argum ento que vehiculó sus reivindicaciones fue la detección, en la cotidianeidad urbana, de una misoginia que favorecía los valores e intereses masculinos a costa de los femeninos. Tal com o puso de manifiesto la geógrafa Linda M cDowell en Género, identidad y lugar,*’ el espacio público había sido consagrado al hom bre, mientras que la m ujer había sido recluida en la casa. En The Sphinx in the City,4* la socióloga Elizabeth Wilson remitía al cine y la literatura para demos­ trarlo: durante la noche, la hem bra solo estaba presente en calles y plazas com o representación de lo perverso (como prostituta, m ujer fatal, etc.) o lo irracional (tentando el “espíritu noble y sensato” del macho). Esta misoginia inconsciente había perm eado tam bién en el urbanismo. Jane Darke denunció en Women in Cities49 que la zonificación funcional de La Carta de Atenas obedecía a una concepción estereotipada de los roles familiares: un hom bre regido p o r los hora­ rios laborales y una m ujer pautada p o r las tareas de la casa.Tan solo así se explicaba que la zonificación funcionalista alejara las áreas residenciales de las productivas, forzando unos desplazamientos que imposibilitaban la conciliación de lo dom éstico con lo laboral y, p o r ende, la incorporación de la m ujer al mercado de trabajo. En una segunda fase los women’s studies em prendieron una trayec­ toria m enos vicaria del activismo feminista. R econocieron que, históricam ente, la ciudad había sido un lugar de liberación y emancipación para la mujer. La propia Darke admitía que la “ciudad conformada por varones” le había ofrecido la posibilidad de trabajar, divertirse y ser ella misma. Algunas autoras incluso intuían esencias femeninas en la tendencia de la metápolis hacia la fragmentación, lo IGI METÁPOLIS: 1979-2007 m últiple y lo complejo. Otras interpretaban la gentrificación c oimh una conquista, ya que el retorno a los centros históricos estaba pea mitiendo que muchas mujeres compatibilizaran actividades prole ,i" nales y domésticas. Aun así, los women’s studies localizaban dos ámlnlu metapolitanos donde la condición de género seguía discriminando el espacio público y los centros comerciales. La falta de segurid.nl condicionaba el uso del prim ero por parte de la mujer, que, a dt’ln minadas horas del día, se retiraba de calles y plazas para “autosegn garse” en casa. Por lo que respecta a los centros comerciales, los women’s studies denunciaban que su concepción arquitectónica res pondía a una ecuación claramente machista: m ujer igual a consumo La tercera “diferencia” que los estudios culturales colaron pot l,i puerta de la sociología urbana aludía a la sexualidad. En Historia di la sexualidad,50 M ichel Foucault afirm ó que el erotismo era un coilt ponente esencial de la ciudad, que el espacio público estaba plagado de ansiedades sexuales. C om o pusieron de manifiesto los geógralos David Bell y GillValentine en Mapping Desire,5' ello era especial­ m ente cierto en el caso de la identidad homosexual. Los estudios urbanos elaborados desde este prisma se conocen com o estudios queer. Surgieron en Estados U nidos al amparo de los movimientos de gays y lesbianas, extendiéndose posteriorm ente al colectivo transgénero. Los estudios queer y los women’s studies com partían un mismo presupuesto: la ciudad era un territorio social diseñado por el hom bre para excluir al “otro” , léase “hom osexual” o “m ujer” . E n el caso del prim ero, el argum ento esgrim ido era la “heteronormatividad”, la suposición de que la heterosexualidad era la expresión “norm al” de la sexualidad. El espacio público quedaba así “desexua lizado” , y el m undo gay y lésbico condenado a la marginalidad o la invisibilidad (la reclusión en casa). Sin embargo, tam bién los estudios queer reconocían que la ciudad era un entorno liberador. En E l género en disputa,52 considerado com o su prim er manifiesto, Judith Butler se interesó por los espacios queer: barrios de homosexuales, zonas de cruising, locales de ambiente, etc., auténticas “heterotopías” foucaultianas donde los valores culturales dominantes eran contestados con códigos alternativos. Todo un desafío al poder heterosexual.53 IG2 LAMETAPOLIS DELOS HISTORIADORES: DOLORES HAYDEN, ANTHONY SUTCLIFFE, ANTHONY0. RING A finales de la década de 1970, el proceso de definición disciplinar de la historia urbana podía darse por concluido. Paradójicamente, lo que le esperaba en las décadas siguientes no era la consolidación, sino un sismo epistemológico que resquebrajaría sus fundamentos. El responsable iba a ser el relativismo posm oderno, que deslegitimó la “historia universal” fundada por Hegel. Las sacudidas se produjeron en dos tiempos. La prim era afectó a los contenidos. El interés de los historiadores se orientó en num ero­ sas direcciones, algunas de ellas inspiradas po r los estudios culturales. Más adelante le tocó el turno a las metodologías. Tal com o había vislumbrado M ichel Foucault, la historia dejó de corresponderse con una cronología progresiva para descom ponerse en m ultitud de fragmentos circunstancialmente relacionados.34 Era el fin del m etarrelato hegeliano, de la organización del tiempo y los acontecimientos en un discurso lineal. Este radical cambio de paradigma incitó a algunos historiadores a reclamar una refundación disciplinar, labor asumida por la nouvelle histoire. La apertura tem ática: suburbia y estu d io s culturales En lo referente a contenidos, la historia urbana nretapolitana destacó p o r su tendencia a aventurarse por sendas inexploradas. U na de ellas fue suburbia, que, tras dos siglos de existencia, había devenido objeto de estudio histórico. En 1987 fbobert Fishman escribió Bourgeois Utopias,55 el libro que estableció los fundam entos de esta línea de investigación: la irrupción del fenóm eno en Londres a comienzos del siglo x ix ,56 su traslado a Estados U nidos por Frederick Law 163 METÁPOLIS: 1979-2007 Olm sted, la consagración en Los Ángeles en to rn o a 1950, etc. También inauguró la afición a concluir las historias suburbanas con futuribles nom brados con los más diversos neologismos: technoburh fue el elegido por Fishman. En Building Suburbia,57 la arquitecta r historiadora feminista Dolores Hay den utilizó siete patrones forinalt • para reconstruir el caso estadounidense: tierras de periferia, enclavi pintorescos, prom ociones de tranvías, suburbios de catálogo auto construidos, suburbios de serie de televisión, nodos de borde y fla nn rurales. Los dos prim eros remitían a la prehistoria del proceso (1820-1910), el par siguiente prefiguró el suburbio de masas (1910-1945), el quinto lo materializó en megalópolis (1945-1970) y los dos últimos florecieron en la metápolis.58 A esta misma autora se debió la apertura de un segundo frente temático, en este caso ilum inado por los estudios culturales: el del género. Hayden acusaba al capitalismo monopolista de haber entablado una oscura alianza con el machismo. En la ciudad preindustrial, casa y lugar de trabajo coincidían, por lo que las tareas eran compartidas Al separarlos, la prim era fue consagrada a la m ujer y el segundo al hombre. Esta segregación espacial se agravó tras la II Guerra Mundial, cuando las mujeres estadounidenses fueron apremiadas a abandonar las fábricas que las emplearon durante el conflicto para retornar a casa. Por aquel entonces, ello significaba recluirlas en suburbia, un m odelo urbano que había disparado la distancia física existente entre zonas residenciales y laborales, desactivando toda posibilidad de conciliar tareas domésticas y profesionales. Se asentaba así el clásico trípode de los women’s studies: mujer, consum idora y ama de casa. Para denunciar todo esto, Hayden fundó en 1984 T h e Power o f Place, una asociación que reivindicaba el papel desempeñado por las mujeres y los grupos étnicos m inoritarios en la historia de Los Ángeles. R ecuperar y dignificar la m em oria de los lugares vincula­ dos a estos “angelinos invisibles” formaba parte de un proyecto de confrontación de la mcdonalizada cultura posm oderna, mayoritariam ente masculina y blanca, de ahí que Diane Favro hablara de una “historia urbana activista” . En 1995 Hayden publicó The Power o f Place,59 donde repasó una serie de acciones llevadas a cabo por su 164 asociación en el centro de Los Ángeles, com o la reivindicación de la figura de Biddy Masón, una afroamericana que vivió en la segunda mitad del siglo x ix , la conm em oración de un salón sindical frecuen­ tado por obreros rusos y latinos de la industria textil, etc. Inicialmente, la historia urbana amparada bajo el paraguas de los women’s studies centró su atención en el espacio público, sancionado por aquellos com o epicentro del poder machista, y del que las mujeres habían sido excluidas en el siglo X V iii, cuando su uso quedó reservado a actividades mercantiles, lo que suponía consagrarlo a los hombres. En el siglo x ix la presencia de la hem bra fue codificada: a qué horas podía estar presente, para hacer qué, con quién y dónde. Si infringía estas norm as, que tan solo afectaban a las burguesas, era considerada prostituta.60 En el siglo x x , com o acabamos de ver, sería suburbia la que la alejaría de los espacios públicos del centro de la ciudad. C om o detectó W illiam H .W hyte en E l hombre organización,1'' la periferia, el baluarte del espacio doméstico, era un reino femenino, mientras que el downtown, sede de los templos de decisión política y económ ica, era un coto masculino. Elizabeth W ilson discrepaba de este enfoque. Coincidiendo con la segunda hornada de sociólogas urbanas feministas, creía que había que superar el prejuicio de la discrim inación del uso del espacio público y aceptar que la metrópolis había ofrecido a las mujeres espacios liminales semipúblicos y semiprivados (teatros, grandes almacenes, cafés, etc.) donde podían moverse a solas y en libertad sin perder por ello su respetabilidad. Es más, las historiadoras urbanas advertían de que el hábito de prim ar el estudio del espacio público sobre el doméstico era una herencia de la tiranía machista. D e hecho, era lo que la his­ toria urbana llevaba haciendo toda la vida. Para poner en evidencia el papel del género en la evolución de la ciudad había que proceder precisamente al contrario: confiando a la casa el papel protagonista. Por lo que respecta a la historia del urbanismo, la renovación temática se dilató algo más. En Italia, donde la mayoría de los inves­ tigadores procedía del campo de la historia de la arquitectura, se man­ tuvo la exigencia de la autonom ía disciplinar. E n La progettazione urbana in Europa, 1750-1 9 6 0 , 62 B enedetto Gravagnuolo se interesó 165 METÁPOLIS: 1979-2007 por los sistemas de valores sobre los que se había sustentado l.i |n i«h urbanística europea desde la Ilustración: la poética del verde, la <mi tinuidad con la ciudad histórica y las ideas de la innovación film lunal Planteamientos similares defendía la denominada Escuela de Vencí la abanderada por D onatella Calabi. En Storia dell’urbanística euro/ii'ii,1 esta autora analizó las cuestiones que centraron el debate urbain i i > entre 1858 y 1970, así com o los instrum entos disciplinares utili/adn para abordarlas. El entorno anglosajón, por su parte, siguió cimentando la histoi M del urbanismo en función de variables socioeconómicas. En 19 /7 m fundó la International Planning History Society (IPHS), liderada p u l el historiador A nthony Sutcliffe, autor del libro pionero de la histol la del planeamiento: British Town Planning. The Formative Years.M Espei lal interés suscitaron las transferencias de corpus legislativos entre Europa y Estados Unidos, principalm ente planes, reglamentos y reformas administrativas. Sutcliffe las estudió en Towards the Planned C ity,1" donde abordó la etapa de gestación y desarrollo del capitalismo mono polista.También el geógrafo y urbanista Peter Hall se ocupó de ella en Cities ofTomorrow,66 un rastreo de la evolución temporal y geográ fica de las ideas clave del urbanismo. Esta obra eludía los modelos deterministas de François Choay, confiando la investigación a una sene de ideogramas: la ciudad de la noche espantosa, la de los monumentos, la de las torres, la de los prom otores, etc. La historia resultante era compleja y no cronológica, decididam ente poshegeliana. La renovación de los contenidos de la historia del urbanism o se produjo en la década de 1990, cuando se sumó a la apertura temática inspirada por los estudios culturales, y más concretam ente por el poscolonialismo. La cuestión de las transferencias internacionales de ideas y modelos facilitó un punto de encuentro con una de sus principales preocupaciones: la im posición política y psicológica vehiculada por el proyecto colonial. En Urbanism, Colonialism and the World-Economy,67 A nthony D. K ing analizó el proceso de im plan­ tación del urbanism o occidental en las colonias británicas, así como su repercusión en la etapa poscolonial. La estructura íntim a de los trazados urbanos indios fue violada po r tramas ortogonales que los IBG abrieron en canal para inyectar los valores de la “madre patria”, es decir, la apuesta de la burguesía decim onónica p o r la ciencia y el positivismo. Gigantescas plazas circulares e interm inables avenidas rectilíneas evidenciaban el arrogante desprecio que los colonizadores sentían por ciudades que consideraban caóticas e incivilizadas. I n refu n d ación m e to d o ló g ic a ii partir de la n ou velle h istoire La nouvelle histoire irrum pió en Francia com o un subcampo historiográfico no encuadrable ni en la tradición positivista ni en la marxista. Intentaba dar respuesta al reconocim iento del “fin de la historia” com o metarrelato universal, algo que hizo conjugando dos m ovi­ mientos: la historia cultural y la microhistoria. La prim era derivó del legado de la Escuela de los Anales68 y fue desarrollada p o r Jacques Le Goff. Su objetivo era acceder a la experiencia que los ciudadanos tenían de la realidad cotidiana, algo m uy trillado por la sociología neomarxista y el diseño urbano anglosajón en la etapa m egalopolitana. Para la historia implicaba un esfuerzo especial: desplazar el foco desde los héroes y las gestas, sus tradicionales piedras miliarias, hacia la gente com ún y la vida ordinaria. La historia cultural entendía que esa “cultura del día a día” se producía a través de las relaciones interpersonales, que intentó aprehender prestando atención a prácticas hasta entonces inéditas: sexuales, corporales, sensitivas... Era lo mismo que habían hecho los estudios culturales, que acabaron derivando la investigación hacia expresiones estéticas. La historia cultural se sum ó a esta estrategia indagando en las formas de repre­ sentación de la ciudad, que plasmaban la visión que sus habitantes tenían de ella.69 Para afrontar esta tarea hubo de incorporar fuentes no especializadas, incluso de ficción y creación: crónicas de viajes, pintura, cine, fotografía y, m uy especialmente, literatura. Estas temáticas eran inabordables con las metodologías propias de la Escuela de los Anales, monumentales estructuras espacio-temporales que sintetizaban en un todo m ultitud de especificidades. A la nouvelle histoire le interesaban elementos del texto urbano que no emergían 167 METÁPOLIS: 1979 2007 en escalas tan amplias, sino en la contingencia de cada proceso, La búsqueda de lo particular frente a lo general, de las interrelation! frente a la causa-efecto, le condujo hacia la microhistoria, un moví m iento nacido en torno a la revista Quaderni Storici y el historiadoi marxista Cario Ginzburg, que abogaba por limitar el estudio a períodos y casos concretos; es decir, p o r abandonar los contenidos generalizantes y retornar a los individualizantes. Las primeras historias urbanas escritas desde sensibilidades que presagiaban la nouvelle histoire aparecieron en la década de 1970. Pionero fue Paolo Sica, autor de la trilogía Historia del urbanismo. En La imagen de la ciudad: de Esparta a Las Vegas,71 prescindió de las técnicas racionalistas, a las que acusó de reducir las ciudades a categorías y modelos, e hizo converger el análisis estructuralista con una m etodología derivada de la semiótica y utilizada por los historiadores del arte: la iconología.72 Sica se interesó p o r lo mítico religioso, por lo legendario y por la imaginación popular, ya que coincidía con Erw in Panofsky en que la evolución del pensamiento simbólico se proyectaba sobre la forma urbana. Pero la influencia de la nouvelle histoire en la historia urbana no se hizo sentir con fuerza hasta la década de 1980, cuando aparecieron dos ensayos de Cari Schorske y Anthony Sutcliffe. El prim ero escribió Viena Fin-de-Siécle: política y cultura,73 un relato de laViena de los Habsburgo donde la evolución de la ciudad y su arquitectura avan­ zaba en paralelo a la de la cultura y la política. D e los siete capítulos que lo com ponían, tan solo uno estaba dedicado a la disciplina arquitectónica, concretam ente a la construcción de la Ringstrasse. Los protagonistas de los otros seis eran poetas (Hugo von Hofmanns­ thal), dramaturgos (A rthur Schnitzler), pintores (Gustav Klimt), músicos (Arnold Schónberg) o neurólogos (Sigmund Freud). Por lo que respecta a Sutcliffe, fue el autor de Metropolis, 1 890-1940,74 una revisión de la historia de la ciudad industrial desde el punto de vista de la música, el cine, la literatura, etc. En la década de 1990 la historia urbana se propuso superar la disgregada casuística heredada de la microhistoria, aventurándose 168 a abordar estudios más generalizantes desde el punto de vista espacial y temporal, recuperando para ello el análisis comparativo y las tipologías. La estrategia más habitualm ente utilizada fue com poner secuencias de microhistorias. Es lo que hizo R ichard Sennett en Carne y piedra: el cuerpo y la ciudad en la civilización occidental,75 un relato de la evolución de la ciudad a partir de la experiencia corporal de las personas. Este sociólogo, autor tam bién de Vida urbana e iden­ tidad personal: los usos del orden,71' construyó una estructura m icrohistórica com puesta de m om entos históricos en los que algún hecho (una guerra, un descubrim iento, etc.) había modificado la relación que la gente m antenía con sus cuerpos: la Atenas de Pericles, la R o m a de Adriano, el París de H u m b ert de R om ans, el Londres de E. M. Forster. Las fuentes utilizadas eran características de la nouvelle histoire: textos literarios, grabados, etc. También Peter Hall repasó la transform ación de la ciudad desde Grecia hasta la contem poraneidad encadenando microhistorias. Cities in Civilization77 se com ponía de cinco libros guiados por diversos intereses: la creatividad cultural, la innovación tecnológica y económ ica, el lazo entre arte y tecnología, los procesos de rees­ tructuración y el orden urbano. El más cercano a la nouvelle histoire era el p rim ero :“La ciudad com o encrucijada cultural” . Para desa­ rrollarlo, Hall seleccionó épocas doradas de la historia urbana: la Atenas de 500 a. C. a 400 a. C., la Florencia del quattrocento, el Londres de 1570 a 1620, laViena de 1780 a 1910, el París de 1870 a 1910, el Berlín de 1918 a 1933; así com o fuentes propias de la nouvelle histoire: la música en laViena de Wolfgang Amadeus M ozart, el teatro en el Londres de W illiam Shakespeare, la pintura en el París de Pablo Picasso, la literatura en el Berlín de B ertolt Brecht, el rock and roll en el M etnphis de Elvis Presley... En cuanto a la metodología, rechazó tanto el análisis marxista, p o r considerarlo determ inista desde un punto de vista socioeconóm ico y poco atento a los hechos culturales, com o el psicoanálisis, demasiado centrado en el individuo. Su apuesta fue por un eclecticismo que le llevó a seleccionar, para cada libro, los m étodos y autores más apropiados a sus objetivos. 169 METÁPOLIS: 1979-2007 LA METAPOLIS DELOS ARQUITECTOS: ROBERT VENTURI, REM KOOLHAAS, BERNARDOSECCHI Los arquitectos encajaron de maneras muy diferentes la drástica m utación de las megalopolis en metápolis. Unos quedaron deslum brados po r la rapidez, escala y radicalidad de un proceso que, en poco más de una década, puso sobre la mesa fenóm enos urbanos absolutamente novedosos. Guiados por efluvios iluministas, fascina ción p o r el progreso, confianza en el futuro, etc., su opción fue poner los pies en la tierra e intentar aprehender la lógica socioeco nóm ica tardocapitalista para postular respuestas técnicas capaces de hacerle frente con un urbanism o y diseño urbano de calidad. Otros, en cambio, recelaron del cambio, sobre todo por las implicaciones socioambientales. Prevalecía en ellos una clara sensibilidad romántica, que clausuraba el siglo x x insistiendo en los mitos con los que cerró el siglo xix: ciudad histórica y naturaleza. Estos dos viejos atractores com partían una misma energía motriz: el recién inaugurado concepto de “desarrollo sostenible” . La co n tin u id a d del p ro y ecto ilu m in ista: el “ p r a g m a tism o filo só fic o ” C om o vimos en el capítulo anterior, los arquitectos iluministas concluyeron su farragosa etapa megalopolitana retornando a sus refe­ rentes tradicionales: el diseño y la teoría urbana a la tecnología y el urbanism o a la ciencia. Los sueños espaciales de los dos prim eros se desvanecieron en 1986, cuando el trasbordador Challenger se evapo­ ró en el aire. La decepción provocada po r el fracaso de la conquista del espacio reorientó sus intereses hacia las nacientes tecnologías de la inform ación, la inform ática y las telecom unicaciones, de cuya convergencia derivó Internet. A partir de 1990 la nueva insignia de 170 la tecnofilia iluminista sería la ciberciudad, la versión urbana del intangible ciberespacio. La form uló W illiam J. M itchell, autor de City o f Bits,7* arrancando con una apelación: dado que muchas de las actividades económicas, sociales y culturales que antes se desarrollaban en la ciudad ahora lo hacían en el ciberespacio, el diseño urbano debía ser reformulado. Su com etido no sería ya dar form a a espacios y edificios, sino producir software que recreara entornos virtuales y los interconectara electrónicamente. En su “ciqdad de bits ”, la parte digital suplantaría a la física: los accesos y recorridos serían conexiones electrónicas; las fachadas, gráficos de pantalla; el espacio público, páginas gratuitas; y los barrios, juegos de rol interactivos. En su siguiente libro, E-topía ,79 M itchell enunció los principios del “diseño ciberurbano” : desmaterialización, desmovilización, funcionam iento inteligente, personalización en masa y transform ación suave. A diferencia de los diseñadores urbanos, los urbanistas iluministas se olvidaron de la tecnofilia para reorientar sus esfuerzos hacia la refor­ mulación de las bases conceptuales de su disciplina. Se trataba de res­ ponder al acoso de sus com pañeros románticos, que habían cerrado el ciclo megalopolitano poniéndolos contra las cuerdas. Algunos habían llegado a cuestionar su derecho a la existencia. En 1969 R eyner Banham, Paul Barker, Peter Hall y Cedric Price publicaron un provo­ cativo artículo titulado “Sin plan: un experim ento sobre la libertad”.80 C on el argumento de que “Las ciudades más rigurosamente planeadas — com o el París del barón Haussmann y N apoleón III— siempre han sido las menos democráticas” , hacían un llamado al “sin plan” , al desmantelamiento del planeamiento y el reconocim iento del derecho de los ciudadanos a hacer lo que quisieran con sus propiedades. Paradójicamente, este exabrupto, incubado en la atmósfera anti­ sistema de la década de 1960, se convirtió en el estandarte del tándem form ado por neoliberalismo y neoconservadurism o. Su hostilidad hacia el urbanism o provenía del convencim iento de que el mercado era un ente superior capaz de organizar la sociedad, por lo que aquel debía limitarse a apoyarlo. ¿C óm o hacerlo? Básicamente ciñendo el control del uso del suelo a los casos en que existiesen factores exter­ nos que pudieran amenazar el desarrollo de la lógica económ ica 171 METÁPOLIS: 1979-2007 (peligrosidad industrial, polución ambiental, contam inación acÚMIi i etc.). Es lo que sugería R o b e rt Jones en Town and Country Chitas,"' donde apuntaló los pilares sobre los que debía sustentarse este urhi nismo de bajo perfil: convenios entre entidades privadas, tribuii.il' de uso del suelo que decidieran sobre las situaciones mencionadlo \ restricción del ám bito de actuación de la Adm inistración a las zona de alto valor m edioambiental. Esta crítica mercantilista entró en sinergia con la de su opuesto ideológico: la de los estudios culturales. En Towards CosmopolisH3 y en Cosmopolis II: Mongrel Cities in the 2 1 ' Century ,83 Leonie Sandcri ul acusó al urbanism o de tener prejuicios desde el punto de vista de género, de ser intolerante desde el punto de vista racial y homogeiu’i zador desde el punto de vista social. Su objetivo era im poner en l,i metápolis la visión del m undo propia del hom bre blanco, occidenl.il y de clase media, para lo que utilizaba dispositivos espaciales que segn gaban a ciertos colectivos o dificultaban determinadas actividades, A los urbanistas iluministas les inquietaba esta atmósfera “sin plan" El sistema de planificación que el tardocapitalismo y la posmodernidad amenazaban con dejar m orir de inanición había sido obra suya, fruto ili décadas de trabajo en las etapas metropolitana y megalopolitana. Para hacer frente a su doble envite, buscaron refugio en los escasos nichos del pensam iento contem poráneo que aún confiaban en el proyecto iluminista: por un lado, el discurso de Elabermas, que utilizaron para vehicular la fragm entación social metapolitana; por otro, el pragma tismo filosófico, que blandieron para lidiar con los requisitos socioeco nóm icos tardocapitalistas. O cupém onos de ambos p o r separado. Por lo que respecta al primero, una cosa estaba clara: la época de los “jefes de equipo” se había acabado y los urbanistas tenían que con­ cienciarse de lo que implicaba planificar para una sociedad de m ino­ rías. Sus principales retos eran la com unicación y la negociación, ya que debían dar respuesta a una miríada de grupos sociales a los que movían intereses y valores diferentes y que reclamaban su derecho a expresarlos. ¿C óm o responderles, cóm o incorporarlos al proceso de tom a de decisiones, cóm o manejar una realidad urbana tan compleja, 172 indeterm inada y cambiante? Desde luego, no insistiendo en la com ­ prensión holística e interdisciplinar propia del urbanism o neopositivista, con sus metodologías cientifistas, abstractas y universales. Al contrario, los urbanistas iban a tener que conform arse con teoriza­ ciones parciales y empíricas, contextualizadas según los casos y en abierta com petencia con otras igualm ente legítimas. En Planning in the Face o f Power,84John Forester les recom endaba asumir los crite­ rios de la racionalidad comunicativa de Habérmas: cultivar redes de contactos, escuchar a las com unidades, ejercer labores educativas, aportar inform ación técnica, trabajar en grupo, animar a proponer proyectos, etc., postulados m uy cercanos al “ urbanismo defensor” . D e este procedim iento debía resultar el plan urbanístico, lo que ponía sobre la mesa un problem a añadido: ¿cómo sintetizar las propuestas derivadas de una dinámica tan abierta y participativa? Clarence Stone se ocupó de ello en Regime Politics: Governing Atlanta 1946-1 9 8 8 ,85 donde expuso su “teoría de los regím enes” . Según Stone, el “gobierno de la ciudad” — es decir, la acción de ordenarla y controlarla— había dejado paso a la “gobernanza de la ciudad” , esto es, movilizar y coordinar esfuerzos para conseguir un fin. En este encuadre, el papel de las administraciones locales era definir estrategias, un asunto no baladí, ya que el urbanism o se había con­ vertido en una eficaz herram ienta en la descarnada com petencia entre las metápolis por atraer inversores. Los ayuntamientos intentaban seducirlos m anejando planes y normativas que garantizaran a sus localidades determ inados estatus de em pleo y funcionalidad. Stone denom inó “regímenes” a los acuerdos que, con ese fin, se establecían entre sectores públicos y privados, describiendo cuatro tipos que se correspondían con una estrategia determ inada: de m antenim iento, orientados a salvaguardar una situación preexistente; de desarrollo, destinados a prom over el crecim iento económ ico; de creación de oportunidades para las clases bajas, enfocados a m ejorar la educa­ ción, la sanidad, el transporte público, etc.; y progresistas de clase media, sensibles a temas com o el m edioam biente, el patrim onio o la vivienda social. 173 METÁPOLIS: 1979-2007 A nte el segundo frente abierto por los proceres del “sin plan", el de la soberanía del mercado, el urbanismo iluminista enconlni amparo en una filosofía de la práctica conocida com o pragmatismo Sus mentores, entre los que destacaban Richard R o rty y John Dewey, argum entaban que la visión del m undo propia de los seres hum anos era em inentem ente pragmática, libre de aprioris teórit o s Rechazaban p o r ello las abstracciones y los dogmas, y apostaban p>h encarar los problemas con criterios altam ente flexibles, orientados a la praxis y fundamentados en prácticas socioculturales. El pragmatismo filosófico sintonizaba con un deseo que siempu había flotado en la atmósfera posmoderna, tan receptiva a lo real y Un hostil a las utopías: poner los pies en la movediza tierra metapolitan.i H em os visto cóm o este anhelo había calado en la sociología urb.uui con la apertura a temas com o el género o la sexualidad, y en la his toria urbana, con el reclamo de una historia con minúsculas, la de la gente corriente. Las puertas del urbanism o se las abrió Jo h n Foresln en la ya citada obra Planning in the Face o f Power. Iras reconocer que lo único que las administraciones neoconservadoras esperaban de la planificación era que apoyase al sector privado, reclamó que se hicieu frente a este som etim iento sin renunciar a los valores éticos: la dieo tom ía de lo procedim ental versus lo substancial era insostenible en la marcadamente culturalista atmósfera metapolitana. Su propuesta consistía en sintetizar la racionalidad comunicativa y la filosofía del pragmatismo en lo que se conoce com o “pragmatismo crítico”, cuyos principios eran: el neoliberalismo com o escenario y el plura­ lismo com o regla de juego. Para el urbanista suponía aceptar que su disciplina era em inentem ente práctica, orientada hacia la resolución de problemas, pero tam bién fácilmente manipulable p o r el poder económ ico, por lo que habría de estar atento a las distorsiones que este intentaría introducir en el proceso de tom a de decisiones, ade­ más de proteger e incorporar al mismo a las m inorías desfavorecidas. El pragmatismo filosófico tam bién se extendió a la teoría urbana. El elem ento catalizador fue el descubrim iento de la ciudad estadou­ nidense, y no precisamente de C hicago o N ueva York. A R eyner 174 Banham, crítico e historiador británico, se debió la prim era intelectualización de la urbe estadounidense p o r excelencia: Los Angeles. C onvencido de que conceptos com o “b arrio ” o “ calle” eran insufi­ cientes para aprehenderla, acudió a factores geográficos, climáticos y de localización para definirla com o la confluencia de cuatro ecologías: las playas, las estribaciones, la llanura y la “autopia” , la ecología arti­ ficial de las autopistas. Así lo expuso en Los Angeles. The Architecture o f Four Ecologies,86 donde defendió com o bondades todo aquello de lo que la teoría urbana neomarxista abominaba: los centros comerciales eran un ejemplo de “ diseño cívico” , la cultura del autom óvil obede­ cía a un “principio dem ocrático” , la red de autopistas aseguraba “consistencia urbana” ... El discurso de B anham ponía fin a tres décadas de desprecio de lo que Lewis M um ford calificó com o “la más rotunda m ediocridad y banalidad” . La teoría urbana iluminista había descubierto las insospechadas virtudes de suburbio. El segundo hito literario de la puesta en valor del “Estados Unidos real” lo escribieron R obertV enturi, Steven Izenour y Denise Scott Brown. Su admiración por la cultura de masas les vino de sociólogos com o Elerbert Gans, quienes despertaron su interés por la casa subur­ bana, po r los drive-in y, en definitiva, po r todo lo que rodeaba el día a día del “estadounidense m edio” . En 1972 publicaron Aprendiendo de Las Pegas,87 donde aplicaron las técnicas del estructuralismo lingüístico a los hechos urbanos, rastreando en ellos lo que U m berto Eco denom inó “aperturas” , es decir, el núm ero de lecturas posibles que perm itían. Inauguraron así una nueva y revolucionaria mirada sobre los “ elementos de mala reputación” que poblaban las ciudades. C ri­ ticaban la actitud elitista del m ovim iento m oderno, que los conside­ ró producto de la degradada sociedad de consumo. Todo un error, según Venturi, Izenour y Scott Brown, quienes reclamaban que el arquitecto reasumiera sus funciones com o técnico, abandonadas en su progresiva sofisticación com o artista de vanguardia, y se reconci­ liara con los requisitos y aspiraciones de la gente. Ello implicaba intelectualizar “lo feo y lo ordinario” del arte comercial, expresiones “incorrectas” según los puristas cánones estéticos de la m odernidad, 175 METÁPOLIS: 1979-2007 pero tras las que se escondía un filón semiótico. N o es de extuit.ii que estos tres autores se fijaran en Las Vegas, de la cual llegaron ,i afirmar: “ Creem os que la docum entación y el análisis cuidadoso dt su form a física es tan im portante para los arquitectos y los urli.n n a i­ de hoy com o lo fueron los estudios de la Europa medieval y de la Grecia y la R o m a antiguas para generaciones anteriores” . Venturi, Izenour y Scott Brown coincidían con Banhant en el reconocim iento de suburbia, a la que ensalzaron com o represenianii de “la fase más desarrollada del crecim iento urbano” . Denunciaban que se la denigrara al compararla con la ciudad tradicional, algo tan injusto com o im procedente, ya que las lógicas espaciales de ambas eran totalm ente diferentes: si una era rítm ica y cerrada, la otra era dinámica y abierta; si una estaba estructurada por m onum entos, la otra por símbolos comunicativos... Para aprehender el orden espacial suburbano se requerían metodologías de análisis distintas a la m orfogenética o la tipomorfología. Para el estudio del Strip de Las Vegas, por ejemplo, Venturi, Izenour y Scott Brow n elaboraron planos de intensidad y variedad de usos, de actividades asociadas a tiempos, de ilum inación, de relaciones entre signos, etc.88 C om o reconocería Peter Hall, la publicación de Aprendiendo de Las Vegas fue cataclísmica: marcó “el fin del m ovimiento m oderno en arquitectura y su desplazamiento por la posm odernidad”.89 En la década de 1980 se im puso com o referente de los profesionales que aspiraban a poner los pies en la tierra de la naciente metápolis. R esponder a sus pragmáticos requisitos con los instrum entos pro­ pios del urbanismo y la arquitectura implicaba engullir dos premisas de difícil digestión: plegarse a la lógica económ ica tardocapitalista y ceder a los gustos y demandas de la sociedad posm oderna. La teoría urbana iluminista optó por ponerse manos a la obra. El testigo de Venturi fue recogido por R e m Koolhaas, quien coincidía con el pragmatismo filosófico en la necesidad de dejar de lado los manifiestos teóricos para concentrarse en atender las demandas del mercado. C om o había ocurrido en los casos de Banham y Venturi, esta determ inación le llevó a fijar la atención en la ciudad 176 estadounidense, p o r su suculento historial de desprecios a norm as y reglamentos. En Delirio de Nueva York'" analizó el caso de M anhattan entre 1910 y 1940, un producto de la “cultura de la congestión” . Su tesis era que la atmósfera artificial de la metrópolis provocaba en los ciudadanos ansiedad p o r vivir “realidades”, experiencias que, si no existían, había que fabricar. Parques temáticos, centros comerciales y locales de espectáculo utilizaron la avanzada tecnología monopolista para reproducir fantasías de todo tipo. Koolhaas reconocía, incluso celebraba, que la superficialidad y el espectáculo eran la base de la sociedad industrial; es más, defendía que el “m anhattanism o” debía articular el urbanism o contem poráneo. En la década de 1990 se multiplicaron los retos a los que habría de enfrentarse la teoría urbana inspirada por el pragmatismo filosó­ fico. El espacio de los flujos desató gigantescos cambios territoriales en regiones hasta entonces remotas. Tras tom ar nota de la adverten­ cia de la sociología sobre los prejuicios colonialistas, la teoría urbana com enzó a rastrear en los países en vías de desarrollo alternativas que refrescaran sus anquilosados postulados: lo espontáneo frente a lo regulado, el caos frente al orden, la gestión com unitaria frente a la administrativa, etc.Tres zonas atrajeron la atención de los arquitectos: Sudamérica, por la ciudad inform al que, al albur de la fascinación posm oderna po r lo caótico, lo fragm entario y lo complejo, se había convertido en fuente de inspiración; Africa, por fenóm enos urbanos tan explosivos com o prim arios, manifestaciones “prem odernas” que despertaron la curiosidad de una generación deseosa de superar los dogmas del m ovim iento m oderno; y la gran revelación, Extremo O riente. La trasformación geográfica que se estaba produciendo en los denom inados “ tigres asiáticos” no tenía precedentes: migraciones masivas, fundación de ciudades, destrucción de tejidos históricos... La gran protagonista era China, donde estaba en marcha el mayor éxodo rural de la historia: 225 millones de personas se habían trasla­ dado del campo a la ciudad entre 1985 y 1995, y se esperaba que 500 millones más lo hicieran en los siguientes 25 años. La brutal m uta­ ción urbana que ello entrañaba se estaba materializando sin ningún 177 METÁPOLIS: 1979-2007 tipo de reflexión, tan solo dirigida p o r el binom io de máxima pin ductividad y m ínim o plazo. Afrontar estas desbordantes dinámii ,iv donde la cuestión de la cantidad se im ponía abrum adoram ente sobre la de la calidad, era fundamental para la teoría urbana íluilil nista. El desafío era responder con una arquitectura y un urbanisni" dignos, y ello exigía el m áxim o rigor técnico: ideas pragmáticas ejecutables en cortos espacios de tiem po y a escala masiva. El mejor posicionado para encarar ese lance era R em Koolhaas En 1995 apareció S, M , L, X L ,9' una publicación sumamente novedosa 1.376 páginas de artículos, notas de diario, extractos de diccionai los manifiestos y proyectos impresos con un efectista diseño gráfico copla do hasta la saciedad en los años venideros. U n o de los capítulos qm tuvo más trascendencia fue “La ciudad genérica”,92 donde Koolhaas llamaba la atención sobre la sorprendente falta de carácter que se estaba expandiendo p o r las metápolis, a las que denom inó “ciudades genéricas” , un derivado de la confluencia de las nuevas tecnologías con los hábitos socioculturales posm odernos. La coincidencia de este hecho con el desbordante proceso de urbanización del planeta apuntaba hacia la universalización de un prototipo urbano hijo de la estandarización de la arquitectura, el urbanismo y las infraestructuras Los siguientes libros de Koolhaas resultaron de su actividad como profesor en la G radúate School o f Design (GSD) de la Harvard University, donde fundó el taller Project on the City.93 En 2000 apa reció Mutaciones,94 entre cuyos casos de estudio se encontraba el del delta del río Perla, una metápolis del sur de China donde coexistían seis grandes ciudades y habitaban más de treinta millones de personas, Su funcionam iento estaba garantizado p o r macroinfraestructuras de transporte: redes de autopistas perm anentem ente ampliadas, puentes de más de 90 km de longitud, aeropuertos que movían a decenas de millones de pasajeros, etc. Koolhaas llamaba la atención sobre el impe rio de lo genérico. Los cientos de miles de inm igrantes que se espe­ raba que llegaran al delta en las siguientes décadas serían alojados en “arquitecturas Photoshop” , reproducciones mecánicas de u n núm e­ ro limitado de tipos residenciales fácilmente combinables entre sí. 178 Pero la teoría urbana ¿luminista no se olvidó de la ciudad occidental, cuya reflexión siguió alimentándose de las fuentes de B anham y Venturi. El foco de la puesta en valor de suburbio se desplazó desde Los Angeles y Las Vegas hacia zonas más occidentales del opulento sunbelt, el “ cinturón del sol”, la franja m eridional del territorio estadounidense.9:>Allí, en ciudades com o H ouston, Atlanta o M iam i se estaba conform ando la versión más radicalm ente etérea, híbrida, difusa y discontinua de la metápolis. Para nom brar este sprawlscape Albert Pope recuperó la term inología term odinám ica de Doxiadis y M cHarg. En Ladders>Glo definió com o el resultado de un proceso entròpico de degradación urbana caracterizado por un progresivo aum ento de la desorganización y una dism inución de la identidad. Las dualidades centro y periferia, ciudad histórica y ciudad contem ­ poránea o urbe y naturaleza se habían difum inado en un magma semiurbano y seminatural donde tan solo destacaban las comunidades cerradas, que tendían hacia la m ínim a entropía, es decir, la total clausura y la máxima organización, y su com plem ento indisociable, los vacíos urbanos, que evolucionaban hacia la máxima entropía, o sea, la total apertura y la m ínim a organización. Para luchar contra las primeras, dem ostradam ente perversas, Pope abogaba por la “posur­ banización” , un estado donde naturaleza y ciudad se fundieran en un todo indiferenciado y desorganizado. Su discurso apuntaba hacia uno de los grandes descubrimientos de la teoría urbana metapolitana: los vacíos. En After thè C ity ,97 Lars Lerup, otro estudioso del sunbelt, describió H ouston com o una ciudad abierta donde el espacio, en el sentido europeo de la palabra, no existía. Sus elem entos característicos, la casa unifamiliar y la parcela, no generaban calles ni plazas, sino un paisaje inundado por espacios vacantes y m oteado po r edificios aislados. Lerup coincidía con Venturi en que calificar un entorno de esas características com o caótico, feo o confuso evidenciaba los pre­ juicios de la teoría urbana europea, inspirada por la ciudad histórica e incapaz de entender suburbio. C om o hiciera Banham , Lerup pos­ tulaba que era necesario repensar la metápolis com o una secuencia 179 METÁPOLIS: 1979-2007 de subecologías funcional y visualmente coherentes: distritos finan cieros, núcleos hospitalarios, campus universitarios, centros comer cíales y de ocio, etc., a los que habría que sumar la subecología del esparcimiento urbano (sprawl) residencial, una aglomeración de viviendas unifamiliares débilm ente cohesionada po r parcelas y viarios en cul-de-sac.Todas ellas form aban parte de la ecología gene rica del “paisaje interm edio”, los residuos intersticiales que habían sido ignorados p o r el mercado inm obiliario. C om o veremos en el siguiente apartado, el diseño urbano europeo iba a abogar p o r relie narlos para com pletar el destino de continuidad que le presuponía a toda ciudad. Lerup, po r el contrario, convenía con Pope en reivindicar el valor de esa galaxia de oquedades, en la que intuía un potencial com prom iso con la vegetación y la fauna. R o m a n tic ism o y sosten ib ilid ad : entre el n e o tr a d ic io n a lism o y el p o sh u m a n ism o En la década de 1990 la popularidad de la respuesta técnica se exten­ dió com o la pólvora por la teoría urbana, espoleada tanto por el prestigio de la producción arquitectónica de Koolhaas com o por el atractivo diseño de sus publicaciones. E n paralelo, com enzaron a oírse las primeras voces de protesta, las de los arquitectos de sensibi­ lidad romántica que dem andaban una actitud más crítica con la metápolis tardocapitalista. U nos, los más apegados a lo ideológico, pensaban que la postura del holandés no era más que un mero acom odamiento a las demandas del neoliberalismo; otros, más próxi­ mos a lo disciplinar, creían que reducía la ciudad a pura infraestruc­ tura de servicios, y todos, a su vez, coincidían en que los procesos de crecim iento que fascinaban a Koolhaas eran insostenibles. C om o vimos en el capítulo anterior, la preocupación por el medio am biente ya había calado entre los arquitectos románticos. El hecho de que, en la etapa m etapolitana, el m ovim iento ecologista consi­ guiera extenderla a todos los segmentos de la sociedad se debió a la publicación del Inform e del Club de R om a o Inform e Meadows, 180 titulado Los límites del crecimiento.9* En él se presagiaba que el m odelo energético sobre el que se había cimentado el desarrollo de metrópolis y megalópolis conducía al agotam iento de los recursos naturales del planeta, algo que ocurriría en los siguientes cien años. Las ciudades fueron imputadas com o principales responsables de semejante pano­ rama, por su contribución a la polución ambiental, al gasto energético, a la destrucción de la capa de ozono, al agotam iento de los recursos hídricos, etc. Ello explica que la cuestión'm edioam biental acabara desbordando el debate rom ántico para convertirse en un vector que atravesaría todas las sensibilidades y todas las disciplinas. En 1987 el Inform e Bruntland, titulado Nuestro futuro com ún99 enunció el concepto de desarrollo sostenible com o “un desarrollo que satisface las necesidades del presente sin com prom eter las nece­ sidades de futuras generaciones” . El reto que asumieron los arqui­ tectos románticos fue traducir dicho concepto a térm inos urbanos, es decir, definir modelos de desarrollo urbano sostenible. C om o decíamos, las fuentes a las que acudieron volvieron a ser las habituales: ciudad tradicional y ecología. La identificación entre ciudad sostenible y ciudad tradicional se fraguó al amparo del discurso de la Tendenza, que a finales de la década de 1970 sobrepasó los estrictos límites disciplinares de la “ ciencia urbana” para abarcar otros territorios, com o la ecología, y sustentar otros objetivos, com o la oposición al tardocapitalismo. Protagonista de esta deriva fue Léon Krier, que, bajo el influjo del pensam iento de la izquierda militante de Mayo del 68, aspiraba a conform ar una estrategia global de resistencia antiindustrial. Inspirado por John R uskin, pedía el reconocim iento de los valores de la ciudad histórica, anim ando a im itar su m orfología y su arquitectura, así com o a recuperar los materiales tradicionales y las técnicas artesanales. Asumía así el dictado de M uratori y Caniggia: la ruptura provocada por La Carta de Atenas había de ser reparada. D e esta reivindicación surgió el M ovement for the Reconstruction o f the European City, cuyo manifiesto fundacional fue Architecture rationelle.'00 Su principal aportación a las ideas de la Tendenza fue la 181 METÁPOLIS: 1979-2007 expansión de su opción morfológica, ya que dio cabida a la premis,i del desarrollo sostenible, patria com ún del romanticismo metapolitano. El discurso de este m ovim iento se sustentaba sobre una hipótesis típicam ente fisicodeterminista: que un entorno urbano tradicional fom entaría los valores del ecologismo, tanto los medioambientales com o los sociales. El argumento era triple: la alta densidad econom i­ zaba el uso del suelo y facilitaba el tránsito peatonal y el transporte colectivo; la mezcla de usos generaba sinergias entre actividades y fom entaba la creatividad, y el protagonism o del espacio público promovía el contacto entre personas de diversa condición social, racial o cultural. En Architecture. Choix ou fatalité,m K rier definió un m odelo urbano sostenible que trasladaba estos valores a la ciudad contemporánea. La zona urbanizada estaría perfectamente delimitada y diferenciada del entorno agrícola; contaría con barrios densos, formal y funcionalm ente autónom os, y articulados po r espacios públicos; los bloques residenciales se alinearían al vial y tendrían entre dos y cinco plantas de altura; los edificios públicos estarían estratégicamente emplazados y destacarían p o r su im pronta arqui­ tectónica; las actividades económicas se intercalarían por parcelas y niveles, e incluirían a artesanos y pequeñas industrias, punta de lanza de la lucha contra las multinacionales. En esta singladura, el diseño urbano propugnado por Krier, cono­ cido com o planificación urbana neotradicional, buscó la implicación de un fiel com pañero de viaje: el análisis urbano. El encuentro entre ambos se produjo en la Escuela de Arquitectura de Versalles, más concretamente en su laboratorio de investigación de Historia de la Arquitectura y de la Ciudad (LADRHAUS), dirigido por Philippe Panerai. Más que una nueva m etodología de análisis, su estudio Elementos de análisis urbano102 era una com binación de otras ya exis­ tentes y testadas. Cada capítulo estaba escrito por un autor y abordaba una cuestión diferente: crecimiento, trazados y parcelación, clasifica­ ción de tipos y tipologías, paisaje urbano y análisis pintoresco, estructura urbana, práctica del espacio urbano, etc. La principal aportación de este manual fue su comprensión del espacio urbano IB2 com o algo no solo físico, sino tam bién social, un presupuesto que hacía convergir el pensam iento de M uratori con el de Lefebvre. El análisis tipom orfológico traspasaba sus límites tradicionales, que se m ovían entre la geografía, la historia y la arquitectura, para aden­ trarse en disciplinas com o la sociología. La versión estadounidense de la planificación urbana neotradicional la prefiguró el N ew Urbanism , una organización fundada en la década de 1980 por un pequeño grupo de arquitectos, entre los que destacaban Peter Calthorpe, Andrés Duany y Elizabeth Plater-Zyberk. A diferencia de su socio europeo, el N ew Urbanism no rechazaba el modelo suburbano, esencial en el imaginario colectivo estadounidense, pero aspiraba a replantearlo para reconciliarlo con los principios del desarrollo sostenible. C oncretam ente, puso sobre la mesa dos alter­ nativas: el transit oriented development (T O D : desarrollo orientado al tráfico) y el traditional neighborhood development (TN D : desarrollo orientado al vecindario). El prim ero fue definido por Peter Calthorpe en The N ext American Metropolis.103 Los T O D eran suburbios vinculados a líneas de transporte público. Se edificarían en torno a un intercam biador y siguiendo el patrón del cuarto de milla [400 metros] propuesto por Clarence Perry en la década de 1930.104 Serían densos (con bloques de apartamentos y pequeñas parcelas unifamiliares), multifuncionales (3.000 puestos de trabajo por cada 5.000 residentes) y contarían con viviendas accesibles a distintos niveles de renta. El m odelo T O D podía aplicarse tanto a la construcción de nuevas periferias com o al relleno de las ya existentes, así com o a la rehabilitación de centros urbanos degradados. Los T N D fueron definidos por Duany y Plater-Zyberk en Suburban Nation ,105 obra en la que culpaban a suburbia de gran parte de los males de la sociedad estadounidense: degradación medioambiental, abando­ no de los barrios históricos, patrones de crecim iento insostenibles, aum ento de la criminalidad, estancamiento económ ico, pérdida del sentimiento comunitario, etc. Los T N D eran suburbios inspirados en los pueblos estadounidenses anteriores a la II G uerra Mundial: com ­ pactos, multifuncionales, orientados al peatón y plagados de espacios 183 METÁPOLIS: 1979-2007 públicos. Pero lo que los convirtió en uno de los modelos urbanístii i m más comerciales de la segunda mitad del siglo x x fue su arquitectiii.i, oportunista y cuidadosamente prescrita en exhaustivos manuales de diseño.106 Conscientes de la sed de pasado que embargaba a la societl.nl posm oderna, los arquitectos del N ew Urbanism recuperaron un sinfín de estilos historicistas: neogriego, neogeorgiano, neovictoriaiiu, estilo Shingle, etc. El éxito fue arrollador. En Variaciones sobre un parque temático,107 Michael Sorkin relataba cóm o el condado angelino de O range se había transformado en una sucesión de variaciones de parques temáticos. En ese mismo libro, Edward W. Soja describía com unidades cerradas que recreaban los más diversos estilos de vitl.i pueblo m editerráneo, lejano oeste, isla griega, etc., copias hiperrealcn de m undos perfectos que nunca existieron. Definitivamente, la estética posm oderna había engullido a la ética de la sostenibilidad. Tam bién en el concierto urbanístico la crítica a suburbia resonaba tras la sintonía de ciudad sostenible y ciudad tradicional, esta vez sin inflexiones éticas ni estéticas. En 1984 Bernardo Secchi escribió un artículo que marcaría una época: “Le condizioni sono cam bíate” ,IIW posteriorm ente desarrollado en el libro Un progetto per Vurbanística,w donde partía de la constatación de un hecho contradictorio: a pesar del estancamiento poblacional, la mayoría de las ciudades europeas seguía creciendo geográficamente. Secchi lo achacaba a la máxima del urbanismo iluminista (asumida cuando se constituyó com o disciplina) de que su principal com etido era ordenar el crecim iento territorial. En las acomodadas y envejecidas metápolis europeas esa dem anda había pasado a un segundo térm ino, desplazada por otra prioridad: elevar la calidad de vida. Ciertam ente, para ello había que construir viviendas más amplias, así com o nuevos equipamientos sanitarios, cul­ turales, deportivos, etc., pero el terreno necesario para hacerlo estaba dentro de la ciudad, en la infinidad de espacios abandonados que la crisis del petróleo había dejado atrás. Así nació el concepto de “creci­ m iento interior”, que abogaba por seleccionar, entre las zonas incom ­ pletas, degradadas u obsoletas del tejido consolidado, las áreas destinadas a la urbanización, lim itando al m ínim o la expansión suburbana. 184 R ichard Rogers, quien fuera director del D epartam ento de Arqui­ tectura y U rbanism o de la Greater London Authority, trasladó esta propuesta al ám bito anglosajón. En 1998 escribió Ciudades para un pequeño planeta, 1,0 donde acusó a Londres de ser una de las metápolis más poco sostenibles de Europa. Su huella ecológica era similar a toda la superficie productiva del R eino U nido y su diámetro se había disparado hasta los 320 km , a pesar de que las áreas centrales habían perdido un tercio de su población. Ante este cúm ulo de incon­ gruencias, R ogers reclamaba la elaboración de un plan estratégico que adoptara los principios del crecim iento interior. Se trataría de penalizar la expansión periférica, de utilizar las zonas degradadas de Vauxhall, G reenw ich o Waterloo com o suelo urbanizable, de cons­ truir más de 200.000 viviendas en los comercios y oficinas abando­ nados del centro, etc.1,1 En Sudamérica la defensa del crecim iento interior se vinculó a la lucha contra la pobreza. Las estrategias físicas se com plementaron con otras de tipo procedim ental y ascendencia megalopolitana, com o la autogestión com unitaria o la econom ía de medios. En 2003 Jaime Lerner, arquitecto y alcalde de C uritiba entre 1971 y 1992, publicó Acupuntura urbana,"2 su particular terapia para recuperar la energía de la metápolis: aplicar “pinchazos” en sus zonas enfermas. Los 39 relatos que com ponían el libro mostraban la dispar naturaleza de estas operaciones, siempre puntuales y de pequeña escala: dotar a un barrio de un equipam iento social, construir un edificio singular, prom over actos de generosidad o alentar determinados hábitos comerciales. Esas eran las múltiples “ acupunturas” de Lerner, las de las cosas pequeñas, lo sensorial, el reciclaje, la solidaridad, la identidad e incluso el amor. C om o decíamos, la segunda fuente de inspiración a la que acudie­ ron los arquitectos románticos para trasladar los dictados del Informe B runtland a la metápolis fue la ecología. Siguiendo este vector, el desarrollo urbano sostenible fue definido com o un acuerdo entre ciudad y entorno natural que evitara que la presión de la prim era sobre el segundo sobrepasara determ inados límites. El arquitecto paisajista M ichael H ough fue más allá. En Naturaleza y ciudad113 185 METAPOLIS: 1378-2007 defendió que un desarrollo urbano sostenible tam bién debía coulil buir a la mejora del m edio ambiente. Ello era posible porque las actividades humanas y el hábitat construido podían alentar la ap.u i ción de formas de vida natural, por ejemplo, com patibilizando los usos recreativo y rural en los parques, perm itiendo que especies autóctonas colonizaran los vacíos urbanos, englobando los residuos urbanos en el ciclo energético, etc. Para conform ar este sistema integrado de ciudad y naturaleza, el urbanism o habría de confluii con las ciencias naturales y la ecología. Irrum pía así un segundo concepto que com enzó a asociarse al de sostenibilidad: integración La propuesta de H ough ya había sido ensayada por Doxiadis y M cH arg en la década de 1960. Sin embargo, este discurso cientifisl.i y disciplinar era bastante ajeno a la atmósfera relativista posm oderiu, obsesionada po r las interpretaciones culturales. La llamada al diálogo entre ciencia y cultura que Michel Serres realizó en El contrato natural111 y que Bruno Latour extendió a la política en Políticas de la naturaleza11' también reverberó en la dialéctica entre ciudad sostenible y ecología, e hizo que fuera necesario ubicar en un marco humanista los conceptos procedentes de esta última. C on este objetivo la ecología estableció tres nexos: con el m undo del arte a través del paisajismo, con la filosofía a través del poshum anism o y con la econom ía a través del decrecentismo. El primero, el paisajismo, había sido redescubierto tras la II Guerra M undial por John Brinckerhoffjackson, editor de la revista Landscape. En sus escritos, recogidos en Landscapes: Selected Writings o f J. B. Jackson ,116 se ocupó de las relaciones existentes entre el territorio y la gente, es decir, entre la ecología y la vida cotidiana. Claram ente influido p o r Vidal de la Blache, proponía utilizar la fotografía aérea para detectar dichos vínculos. La reform ulación en clave herm enéu­ tica de esta condición semiótica del paisaje puso sobre la mesa de la teoría urbana romántica un interesante reto: leer, interpretar y deconstruir la geografía metapolitana. Los prim eros tanteos en esa dirección vinieron de la m ano del botánico y biólogo Richard T.T. Forman, el padre de la “ecología del I8G paisaje”. En 1995 apareció Latid Mosaics,117 donde demostró las ventajas de la perspectiva aérea a la hora de analizar tanto los fenómenos natu­ rales com o los derivados de la actividad humana. Desde esa atalaya, el territorio se transformaba en un mosaico de franjas y parches donde eran legibles una estructura (patrones espaciales de organización), una cualidad funcional (flujos de animales, personas, agua, etc.) y una evolución (su transformación en el tiempo). Así nació el concepto de “mosaicos de suelo“ , que perm itía sistematizar el estudio del paisaje metapolitano en todas sus dimensiones: urbana, natural y agrícola.118 A finales de 1990 paisajismo y urbanism o confluyeron y surgió el llamado Landscape U rbanism .119 Su postulado inicial, enunciado por Peter Connolly, era una provocación al N ew Urbanism: el principio organizador de la metápolis debía ser el paisaje, no la arquitectura. Los textos que defendieron y desarrollaron este pre­ cepto fueron recopilados en dos libros: Recouering Landscape120 y Landscape Urbanism.'2' Especialmente trascendente fue el artículo titulado “Terra fluxus” ,122 donde James C ó rn er explicaba por qué era necesario prestar más atención a los procesos cambiantes, la térra fluxus, y m enos a las formas estáticas, la térra ferma. El Landscape U rbanism se alineaba así con el viejo reclamo del term odinam ism o, algo que no era de extrañar teniendo en cuenta las características del paisaje metapolitano, simultáneamente urbano, natural y agrícola. Tras denunciar el mecanicismo, el determ inism o y la linealidad del planeam iento tradicional, proponía entender la metápolis com o una estratificación de “ campos de acción” que generaban redes de eco­ sistemas interactivos. Sin embargo, también C órner marcaba distancias con M cH arg y Doxiadis: el cientifismo por sí solo no bastaba; el Landscape Urbanism habría de implicarse con la cultura, la m em oria colectiva y los deseos ciudadanos. El segundo ingrediente de esta relectura cultural de la relación entre ciudad sostenible y ecología llegó de la m ano del poshumanis­ mo, en este caso inspirado p o r la filosofía y orientado a facilitar la reinterpretación de uno de los lugares estrella del paisaje m etapo­ litano: los espacios obsoletos. El “pensam iento ecológico” de Peter 187 METÁPOUS: 1979-2007 Sloterdijk apelaba a ser respetuosos con el natural devenir de las cosas, reclamando autolim itación en el construir, el ocupar y el transformar. U no de los prim eros arquitectos en sintonizar con él fue Ignasi de Solá-Morales, autor de “ Terrain vague”,'23 donde denunciaba que las ruinas industriales, receptáculo de la m em oria colectiva de metrópolis y megalópolis, estaban siendo dilapidadas p o r intereses especulativos que se amparaban en la estrategia del “crecim iento in terio r” . Solá-Morales llamaba la atención sobre el poder evocador que tenían esos enclaves indefinidos y proponía que funcionasen com o ámbitos identitarios alternativos a los “no lugares” . La ecología convergía así con otra de las fuentes del romanticism o dieciochesco: el gusto por la ruina. Gilíes C lém ent extendió la ética poshumanista a otro de los territorios estelares de la metápolis: los vacíos urbanos. Este botánico francés había revolucionado el paisajismo contem poráneo con su teoría del “jardín en m ovim iento” , en el que las especies vegetales se desarrollaran librem ente, limitándose el jardinero a observar y cooperar con el m edio ambiente. En Manifiesto del Tercer Paisaje124 definió el concepto de “ tercer paisaje” com o “la suma de espacios donde el hom bre abandona la evolución del paisaje a la naturaleza” , diferenciando entre el residuo, un espacio abandonado por obsoles­ cencia industrial, urbana, agrícola, etc., el conjunto prim ario, un lugar no explotado por inaccesibilidad, im posibilidad económ ica o simple casualidad, y la reserva, un área natural legalmente protegida. Clém ent coincidía con Pope y Lerup en que también los dos primeros debían preservarse de la urbanización para ser salvaguardados com o “cápsulas biológicas” , apelando a su biodiversidad y a la belleza pasiva derivada de contemplar la evolución de los procesos naturales. Por último, el tercer nexo cultural de la dialéctica entre ciudad sostenible y ecología lo proporcionó el decrecentismo. Los arquitectos románticos desenterraron su compromiso ideológico con la izquierda, sumándose a la tarea apuntada por Serge Latouche de construir un m odelo socioeconóm ico alternativo al posm oderno tardocapitalista. El economista francés había revolucionado el discurso ecologista al IB8 introducir una inesperada novedad: el rechazo del hasta entonces incuestionado concepto de desarrollo sostenible. Según Latouche, no había conciliación posible entre desarrollo económ ico y m edio am biente, y para preservar este últim o era necesario dejar de crecer. El m odelo decrecentista proponía hacerlo articulando ocho “re” interdependientes: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, redistri­ buir, reducir, reusar, reciclar y relocalizar. Esto último, la relocaliza­ ción de las actividades humanas, incum bía especialmente a los arquitectos, que debían colaborar en la reordenación de la geografía del planeta con fines opuestos a los de la deslocalización tardocapitalista, es decir, con el objetivo de acortar las distancias entre pro­ ductor y consumidor. El punto de partida sería la econom ía local, un nuevo envite a la lógica global del tardocapitalismo. D e lo que se trataba era de facilitar el “renacim iento de lo local”, no solo en térm inos materiales, sino tam bién culturales y relaciónales. Ello no significaba renunciar a la escala global, que habría de alcanzarse m ediante redes de intercam bio de experiencias locales. El lema era: “pensar localmente, actuar globalm ente” . C on estos objetivos se fundó la Escuela Territorialista italiana, que propuso un m odelo de desarrollo local autosostenible basado en la cooperación entre pequeños municipios unidos entre sí por un entorno rural com ún. El principal referente de dicha escuela era el arquitecto y académico A lberto M agnaghi. En El proyecto local' definió los principios de lo que denom inó “estatuto del lugar” : la cultura del autogobierno (las com unidades establecerían sus valores y los desarrollarían en el territorio), la “ construcción social del conocim iento” (la difusión global de los saberes locales m ediante redes de investigadores, militantes, m ovim ientos sociales, etc.) y el establecimiento de nuevas reglas (modelos reticulares no jerárquicos, políticas de m antenim iento del suelo, principios de soberanía alimentaria, solidaridad regional, reducción de la movilidad, etc.). En su libro, M agnaghi plasmó estos principios en la “ecópolis” , la prim era utopía del siglo xxi, el anuncio de la agonía de la metápolis tardocapitalista. 189 METÁPOLIS: 1979-2007 1 Castells, Manuel, T l t e I n f o r m a t i o n a l 7 Lyotard, Jean-François, L a C o n d i t i o n C i t y : I n fo r m a tio n T e c h n o lo g y , E c o n o m ie p o s t m o d e r n e , Éditions de M inuit, P,n l ! R e s tr u c tu r in g , a n d th e U r b a n -R e g io n a l 1979 (version castellana: L i t c o n d ic ió n P rocess, Basil Blackwell, Londres, 1989 (version castellana: L a c i u d a d p o s m o d e r n a , Altaya, Barcelona, 19 9 9 ) i n f o r m a c i o n a l . T e c n o l o g í a s d e la i n f o r m a c i ó n , s C om m oner, Barry, T h e C l o s i n g r e e s tr u c tu r a c ió n e c o n ó m ic a y e l p r o c e s o C ir c le : C o n f r o n t i n g th e E n v ir o n m e n t a l u r b a n o - r e g i o n a l , Alianza, Madrid, 1995, C r i s i s . Jonathan Cape, Londres, 1971 (versión castellana: E l c ír c u lo q u e s e c ie r r a , Plaza & Janes, Barcelona, 1974) pág. 52). 2 Soja, Edward W . , P o s t m e t r o p o l i s . Blackwell, Oxford, 2000, pág. 218 (versión castellana: P o s m e t r ó p o l i s : e s t u d i o s G uattari, Félix, L e s T r o is é c o lo g ie s , Galilée, París, 1989 (versión castellana L a s tr e s e c o l o g ía s , Pre-Textos,Valem i.i , c r ít ic o s s o b r e l a s c i u d a d e s y la s r e g io n e s , 1990). C r itic a l S tu d ie s o f C itie s a n d R é g io n s , ’’ Traficantes de Sueños, M adrid, 2008). 10 Sloterdijk, Peter, R e g e l n f ü r d e n 3 Ascher, François, M é t a p o l i s . O u l ’a v e n i r d e s v i l l e s , Éditions Odile Jacob, Paris, 1995. 4 Tarnas, Richard, T h e P a s s i o n o f t h e W e s t e r n M i t t d , Ballantine Books, Nueva York, 1991, pág. 490 (version castellana: L a p a s i ó n d e l a m e n t e o c c i d e n t a l , Atalanta, Vilaiir, 2008, pág. 496). 5 Derrida, Jacques, L ’ E c r i t u r e e t la d i f f é r e n c e , Éditions du Seuil, Paris, 1967 (version castellana: L a e s c r i t u r a y la d i f e r e n c i a , Anthropos, Madrid, 2012). M e n s c h e n p a r k . E i n A n tw o r ts c h r e ib e n ¿ n H e id e g g e r s B r i e f ü b e r d e n H u m a n is m u s , Suhrkam p, Francfort, 1999 (version castellana: N o r m a s p a r a e l p a r q u e h u m a n o u n a r e s p u e s ta a la C a r t a s o b r e e l h u m a u i s m o d e H e i d e g g e r , Siruela, M adrid, 2000) ’1 Latouche, Serge, P e t i t t r a i t e d e la d é c r o i s s a n c e s e r e i n e , Mille et une Nuits, Paris, 2007 (version castellana: P e q u e ñ o t r a t a d o d e l d e c r e c i m i e n t o s e r e n o , Icaria, Barcelona, 2009). 12 H aberm as, Jürgen, T h e o r i e d e s k o m m u n i k a t i v e n H a n d e l n s , Suhrkamp, 6 Roland Barthes fue el primero en denunciar el vínculo entre significante y significado, presupuesto esencial del estructuralismo. En L ’E m p i r e d e s s i g n e s (Flammarion, París, 1970; versión castellana: E l i m p e r i o d e lo s s i g n o s , Seix Barrai, Barcelona, 2007), un análisis del universo simbólico japonés, concluyó que la ciudad era un texto que mentía, por lo que era imposible dictaminar nada cierto sobre ella. 190 Francfort, 1981 (versión castellana: T e o r í a d e l a a c c i ó n c o m u n i c a t i v a , Trotta, M adrid, 2010). 13 Harvey, David, T h e C o n d i t i o n o f P o s t m o d e r n i t y , Basil Blackwel, O xford, 1990 (versión castellana: L a c o n d i c i ó n d e l a p o s m o d e r n i d a d , A m o rru rtu , Buenos Aires, 1990). 14 Una dirección ya apuntada por Werner Sombart en S t u d i e n z u r 21 Graham, Stephen y Marvin, Simon, S p l i n t e r i n g U r b a n i s m . N e t w o r k e d E n tw ic k lu n g g e s c h ic h te des M o d e r n e s In fr a s tr u c tu r e s , T e c h n o lo g ic a l M o b il itie s (tomo 2: L u x u s u n d K a p i t a l i s m u s ) , D uncker & Humblot, M únich/Leipzig, 1913 (versión castellana: L u j o y c a p i t a l i s m o , Alianza, Madrid, 1979). K a p ita lis m u s 13 Castells, Manuel, L a Q u e s t i o n u r b a i n e , François Maspero, París, 1972 (version castellana: L a c u e s t i ó n u r b a n a , Siglo xxi, Madrid, 1974). a n d t h e U r b a n C o n d i t i o n , Routledge, Nueva York, 2001. 22 Soja, Edward W , o p . c it. 23 Garreau, Joel, E d g e C i t y . L i f e o n t h e N e w ' f r o n t i e r , Doubleday, Nueva York, 1991. 24 Lang, R obert E., E d g e l e s s C i t i e s . E x p lo r in g th e E lu s iv e M e tr o p o lis , 16 Harvey, David, T h e U r b a n E x p e r i e n c e , Basil Blackwell, Oxford, 1989. Brookings Institution Press, Washington, 2003. 17 Hanningan,John, F a n t a s y C i t y : 25 Kotkin,Joel, T h e N e w G e o g r a p h y . P le a s u r e a n d P r o fit in th e P o s tm o d e r n H o w t h e D i g i t a l R e v o l u t i o n is R e s h a p i n g M e t r o p o l i s , Routledge, Londres/ t h e A m e r i c a n L a n d s c a p e , R andom House, Nueva York, 1998. Nueva York, 2000. 18 Friedmann,John, “The World City Hypothesis” , D e v e l o p m e n t a n d C h a n g e , vol. 17,núm . L eñ ero de 1986,págs. 69-83. 26 Si entre 1945 y 1975 nueve de cada diez salarios estadounidenses eran de nivel medio, en 2000 lo eran cinco de cada diez. 19 Sassen, Saskia, T h e G l o b a l C i t y . N e w Y o r k , L o n d o n , T o k y o , Princeton Univer­ sity Press, Princeton, 1991 (versión castellana: L a c i u d a d g l o b a l . N u e v a Y o r k , L o n d r e s , T o k i o , Eudeba, Buenos Aires, 1999). 27 Davis, Mike, C i t y o f Q u a r t z . Verso, Nueva York, 1990 (versión caste­ llana: C i u d a d d e c u a r z o : a r q u e o l o g í a d e l f u t u r o e n L o s A n g e l e s , Lengua de Trapo, Madrid, 2003). 20 Leeds, Anthony, “Locality Power in Relation to Supralocal Power Institution”, en Southall, Aidan (ed.), 28 Com o la denominada J u s t i c e R i o t que puso en jaque a Los Angeles en abril de 1992. E x c a v a tin g th e F u tu r e in L o s A n g e le s , U rb a n A n th r o p o lo g y . C r o s s -c u ltu r a l S tu d ie s o f U r b a n i z a t i o n , Oxford University Press, Nueva York, 1973. 191 METÁPOLIS: 1979-2007 27 A mediados de la década de 1990 se calculaba que en Estados Unidos habia más de 20.000 comunidades cerradas habitadas por ocho millones de perso­ nas. Una década después esas cifras se habían duplicado. 3U Smith, Neil, T h e N e w U r b a n F r o n t i e r : Putnam, Robert, B o w l i n g A l o n e , G e n tr ific a tio n a n d th e R e v a n c h is t C ity , H ie C o lla p s e a n d R e v iv a l o f A m e r ic a n Routledge, Londres/Nueva York, 1996 (versión castellana: L a n u e v a f r o n t e r a C o m m u n i t y , Simon & Schuster, N ue\ i York, 2000 (versión castellana: S o l o e n u r b a n a : c iu d a d r e v a n c h is ta y g e n tr ifc a c ió m , l a b o le r a : c o l a p s o y r e s u r g i m i e n t o d e la Traficantes de Sueños, Madrid, 2012). c o m u n i d a d n o r t e a m e r i c a n a , Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002). 31 Florida, Richard, T h e R i s e o f t h e C r e a t i v e C l a s s , a n d H o w I t ’s T r a n s f o r m i n g ’“Jameson, Fredric, P o s t m o d e r n i s m , W o r k , L e is u r e , C o m m u n i t y a n d E v e r y d a y O r th e C u ltu r a l L o g ic o f L a te C a p ita lis m . L i f e , Basic Books, Nueva York, 2002 Verso, Nueva York, 1984 (versión <.isle llana: E l p o s m o d e r n i s m o o l a ló g ic a c u l t u m l d e l c a p i t a l i s m o a v a n z a d o , Paidós, Ban e lona, 1991). (versión castellana: L a c la s e c r e a t i v a : la t r a n s f o r m a c i ó n d e la c u l t u r a d e l t r a b a j o y e l o c io e n e l s i g l o x x t , Paidós, Barcelona, 2010 ). 39 U rry jo h n , S o c i o l o g y b e y o n d S o c i e t i e s 32 Bourdieu, Pierre, L a D i s t i n c t i o n . C r i t i q u e s o c i a l e d u j u g e m e n t , Editions de Minuit, París, 1979 (versión castellana: M o b i l i t y fo r th e T w e n ty - F ir s t C e n t u r y , L a d is tin c ió n : c rite r io s y b a s e s s o c ia le s d e l 411 Augé, Marc, N o n - l i e u x . I n t r o d u c t i o n g u s t o , Taurus, Madrid, 2012). à u n e a n t h r o p o l o g i e d e la s u r m o d e r n i t é , 33 Blakely, Edward J. y Snyder, Mary Gail, F o r t r e s s A m e r i c a . G a t e d C o m ­ m u n i t i e s i n t h e U n i t e d S t a t e s , Lincoln Institute o f Land Policy, Cambridge (Mass.), 1997. Routledge, Nueva York, 2000. Editions du Seuil, Paris, 1992 (version castellana: L o s “n o l u g a r e s " : e s p a c i o s d e l a n o n im a to . U n a a n tr o p o lo g ía d e la s o b re m o d e r n i d a d , Gedisa, Barcelona, 1993). 41 Hall, Stuart, M o d e r n i t y a n d I t s F u t u r e s , Polity Press, Cambridge, 1992. 34 Low, Setha, B e h i n d t h e G a t e s . L i f e , S e c u r ity a n d th e P u r s u it o f H a p p in e s s i n F o r t r e s s A m e r i c a , Routledge, 42 Zukin, Sharon, T h e C u l t u r e s o f C i t i e s , Blackwell, Oxford, 1995. Nueva York, 2003. 35 Glassner, Barry, T h e C u l t u r e o f F e a r : W h y A m e r ic a n s A r e A f r a id o f th e W r o n g T h i n g s , Basic Books, Nueva York, 1999. 36 Baumgartner, M. P., T h e M o r a l O r d e r o f a S u b u r b , Oxford University Press, Nueva York, 1991. 192 43 Véase: Signorelli, Amalia, A n t r o p o l o g í a u r b a n a , Guerini Studio, Milán, 1996 (versión castellana: A n t r o p o l o g í a u r b a n a , Anthropos, Barcelona, 1999, pág. 76). 44 Chanson-Jabeur, Chantal, “Modèles urbains et modes de transport au Maghreb”, en Coquery-Vidrovitch, Catherine y Goerg, Odile (eds.), L a V i l l e e u r o p é e n n e o u t r e - m e r s , L’Harmattan, Paris, 1996. 45 Bhabha, Homi K T h e L o c a t i o n o f C u l t u r e , Routledge, Londres, 1994 (versión castellana: E l l u g a r d e la c u l t u r a , Manantial, Buenos Aires, 2002). 46 Stimpson, Catherine (ed.), T h e W o m e n i n t h e A m e r i c a n C i t y , Chicago University Press, Chicago, 1981. 47 McDowell, Linda, G e n d e r , I d e n t i t y a n d P la c e : U n d e r s ta n d in g F e m i n i s t G e o g r a p h i e s , University o f Minnesota Press, Minneapolis, 1999 (versión castellana: G é n e r o , i d e n t i d a d y lu g a r : u n e s t u d i o d e la s g e o g r a f í a s f e m i n i s t a s , Cátedra, Madrid, 2000). 48 Wilson, Elizabeth, T h e S p h i n x i n t h e C i t y . U r b a n L ife , th e C o n t r o l o f D is o r d e r , a n d W o m e n , University o f California 53 Entre las recopilaciones de textos sobre espacios q u e e r destacan las edita­ das por David Higgs, Q u e e r S i t e s . G a y U r b a n H i s t o r i e s s i n c e 1 6 0 0 (Routledge, Londres/NuevaYork, 1999); y Gordon Ingram, Q u e e r s i n S p a c e : C o m m u n i t i e s , P u b l i c P l a c e s , S i t e s o f R e s i s t e n c e (Bay Press, Seatle, 1997). 54 En F R s t o i r e d e la f o l i e à l ’â g e c l a s s i q u e (Gallimard, Paris, 1961, version caste­ llana: H i s t o r i a d e la lo c u r a e n la é p o c a c lá s i c a , Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1961), Foucault desarrolló una “genealogía de la histo­ ria” que eludía los discursos evolucio­ nistas y lineales. Su análisis estaba basado en los cuatro tropos de la repre­ sentación: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque y la ironía. Press, Berkeley, 1992. 49 Véase: Little, Jo, Peake, Linda y Richardson, Pat (eds.), W o m e n i n C i t i e s : 55 Fishman, Robert, B o u r g e o i s U t o p i a s . T h e R i s e a n d F a l l o f S u b u r b i a , Basic Books, Nueva York, 1987. G e n d e r a n d th e U rb a n E n v ir o n m e n t, MacMillan Education, Houndmills, 1988. 50 Foucault, Michel, H i s t o i r e d e la s e x u a l i t é , Gallimard, Paris, 1976-1984 (versión castellana: H i s t o r i a d e la s e x u a l i d a d , Siglo xxi, Madrid, 19781987). 51 Bell, David y Valentine, Gill, M a p p i n g D e s i r e , Routledge, Nueva York, 1995. 12 Butler, Judith, G e n d e r T r o u b l e : F e m in is m a n d th e S u b v e r s io n o f Id e n tity , Routledge, Nueva York, 1990 (versión castellana: E l g é n e r o e n d i s p u t a : e l f e m i n i s m o y l a s u b v e r s i ó n d e la i d e n t i d a d , Paidós, Barcelona, 2007). 193 METÁPOLIS: 1979-2007 56 En C r a b g r a s s F r o n tie r . T h e S u b u r b a n i z a t i o n o f t h e U n i t e d S t a t e s (Oxford University Press, Nueva York, 1987), Kenneth Jackson la localizaría en Estados Unidos. 57 Hayden, Dolores, B u i l d i n g S u b u r b i a . G r e e n F ie ld s a n d U r b a n G r o w th 1820- 2 0 0 0 , Vintage, Nueva York, 2003. 58 A este último par dedicó sus escritos el historiador suizo André Corboz. En L e T e r r i t o i r e c o m m e p a l i m p s e s t e e t a u t r e s e s s a i s (Les Éditions de l’imprimeur, Besançon, 2001) se ocupó de la vertiente más radicalmente contemporánea del fenómeno suburbano: la configuración de redes de ciudades, los flujos de comunicación, etc. 59 Hayden, Dolores, T h e P o w e r o f P l a c e . U r b a n L a n d s c a p e s a s P u b l i c H i s t o r y , The M IT Press, Cambridge (Mass.), 1995. Hall, Peter, C h i c s o f T o m o r r o w . A t l In te lle c tu a l H is to r y o f l Irb a n P la n n in g a n d D e s ig n in th e T w e n tie th C e n tu r y , Blackwell, O xford/Cam bridge, 19HH 60 Las historiadoras feministas pusieron el foco sobre los pasajes comerciales. A las prácticas voyeurísticas de las f l â n e u s e s dedicaron sus ensayos Janet Wolff (“The Invisible Flâneuse. W omen and the Literature o f M oder­ nity”, T h e o r y , C u l t u r e a n d S o c i e t y , voi. 2, núm. 3, 1985, págs. 37-46) y Griselda Pollock (“M odernity and the Space o f Feminity”, en V i s i o n a n d D i f f e r e n c e : F e m in in ity , F e m in is m a n d th e H is to r ie s o fA r t, Routledge, Londres, 1988). 61 Whyte, William H., T h e O r g a n i z a t i o n M a n , Doubleday, Garden City, 1956 (version castellana: E l h o m b r e o r g a n i z a ­ c ió n , Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1961). 62 Gravagnuolo, Benedetto, L a p r o g e t t a ­ z io n e u rb a n a in E u r o p a , 1 7 5 0 - 1 9 6 0 , Laterza, Bari, 1991. 63 Calabi, Donatella, S t o r i a d e l l ’u r b a ­ n is tic a e u r o p e a . Q u e s t i o n i , s tr u m e n t i , ca si e s e m p l a r i , Paravia Bruno Mondadori, Turin, 2008. 64 Sutcliffe, Anthony, B r i t i s h T o w n P l a n n i n g . T h e F o r m a t i v e Y e a r s , Leicester University, Leicester, 1981. 65 Sutcliffe, Anthony, T o w a r d s t h e 1,7 King, Anthony D., U r b a n i s m , C o lo n ia lis m a n d th e W o r ld -E c o n o m y , C u ltu r a l a n d S p a tia l F o u n d a tio n s q f t h e W o r l d U r b a n S y s t e m , Routledge, Londres, 1990. 68 Se trataba de abordar el tercer nivel de análisis establecido por dicha esciu l.i el de los individuos, una “historia de los acontecimientos” superficial y efímera que Fernand Braudel descarto por no afectar a la “larga duración" de la forma urbana. 69 Ya lo había apuntado Lefebvre en D i R é v o l u t i o n u r b a i n e (Gallimard, París, 1971; versión castellana: L a r e v o l u c i ó n u r b a n a , Alianza, Madrid, 1972) al denunciar que la obsesión cientifista di' marxistas y positivistas había derivado en incapacidad para ver más allá de lo estrictamente cuantificable. El espacio urbano percibido por la gente no lo era, de ahí su reivindicación de que debía prestarse atención a las represen­ taciones artísticas. 70 Sica, Paolo, S t o r i a d e l l ’u r b a n í s t i c a , Laterza, Bari, 1976-1978 (versión cas­ tellana: H i s t o r i a d e l u r b a n i s m o , Instituto Nacional de la Administración Pública, Madrid, 1981). P la n n e d C ity : G e r m a n y , B r ita in , th e U n ite d S ta te s a n d F ra n ce 1 7 8 0 - 1 9 1 4 , Basil Blackwell, Londres, 1981. 194 71 Sica, Paolo, L ’i m m a g i n e d e l l a c i t t d d e S p a r t a a L a s V e g a s , Laterza, Bari, 1970 (versión castellana: L a i m a g e n d e la c i u d a d : d e E s p a r t a a L a s V e g a s , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1977). 72 Aunque fue introducida por Edwin Panofsky en el período de entreguerras, la iconología no irrum pió con fuerza hasta la década de 1950, cuando con­ fluyó con el psicoanálisis, la fenomeno­ logía y el existencialismo. Roland Barthes dio las claves para aplicarla al estudio de la ciudad en libros como M y t h o l o g i e s (Editions du Seuil, París, 1957; versión castellana: M i t o l o g í a s , Biblioteca Nueva, Madrid, 2012) y É l é m e n t s d u s é m i o l o g i e (Denoél/ Gonthier, París, 1965; versión castellana: E l e m e n t o s d e s e m i o l o g í a , Alberto Corazón, Madrid, 1971). 73 Schorske, Cari, F i n - d e - s i é c l e V i e n n a . P o l i t i c s a n d C u l t u r e , Alfred A. Knof, Nueva York, 1961 (versión castellana: V i e n a F i n - d e - S ié c le : p o lític a y c u ltu r a , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1971). 78 Mitchell, William J., C i t y o f B i t s . S p a c e , P l a c e a n d t h e I n f o b a h n , T h e M IT Press, Cambridge (Mass.), 1995. 79 Mitchell, William J., E - t o p i a : U r b a n L i f e , J i m - B u t N o t a s W e K n o w /t,T he M IT Press, Cambridge (Mass.), 1999 (version castellana: E - t o p i a : v i d a u r b a n a , J i m , p e r o n o la q u e n o s o t r o s c o n o c e m o s , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2001 ). 811 Banham, Reyner; Barker, Paul; Hall, Peter y Price, C edric,“Non-Plan: An Experiment in Freedom”, N e w S o c i e t y , num. 338, 20 de marzo de 1969, pags. 435-443 (version castellana:“Sin plan: un experimento sobre la libertad”, en Walker, Enrique [ed.], L o o r d i n a r i o , Edi­ torial Gustavo Gili, Barcelona, 2010, pags. 37-59). 81 Jones, R obert, T o w n a n d C o u n t r y 74 Sutcliflfe, Anthony, M e t r ó p o l i s , 1 8 9 0 - 1 9 4 0 , Mansell, Londres, 1984. C h a o s. A C r i t i c a l A n a l y s i s o f B r i t a i n ’s P la n n in g S y s te m , Adam Smith Institute, London, 1982. 73 Sennett, Richard, F l e s h a n d S t o n e . C i v i l i z a t i o n , N orton 82 Sandercok, Leonie, T o w a r d s C o s m o p o l i s , John Wiley & Sons, Chichester, 1998. p ie d r a : e l c u e r p o y la c iu d a d e n la c i v i l i z a ­ 83 Sandercok, Leonie, C o s m o p o l i s I I : c i ó n o c c i d e n t a l , Alianza, Madrid, 1997). M o n g r e l C itie s in th e 2 1 s t C e n tu r y , T h e B o d y a n d th e C i t y in W e s te r n & Co., Nueva York, 1994 (versión castellana: C a r n e y Continuum , Nueva York, 2003. 76 Sennett, Richard, T h e U s e s o f D i s o r d e r . P e rso n a l I d e n tity a n d C i t y L ife ,V J .W . N orton, Nueva York, 1970 (versión castellana: V i d a u r b a n a e i d e n t i d a d p e r s o n a l : lo s u s o s d e l o r d e n , Península, Barcelona, 2001). 77 Hall, Peter, o p . c it. 84 Forester, John, P l a n n i n g i n t h e F a c e o f P o w e r , University o f California Press, Berkeley, 1989. 85 Stone, Clarence, R e g i m e P o l i t i c s : G o v e r n i n g A t l a n t a 1 9 4 6 - 1 9 8 8 , Univer­ sity Press o f Kansas, Lawrence, 1989. 86 Banham, Reyner, L o s A n g e l e s . T h e A r c h i t e c t u r e o f F o u r E c o l o g i e s , Penguin, Londres, 1971. 195 ME1ÁP0LIS: 1979-2007 87 Venturi, Robert; Scott Brown, Denise e Izenour, Steven, L e a r n i n g f r o m L a s V e g a s [1972],The M IT Press, Cambrid­ ge (Mass.), 1978,2“ ed. (versión caste­ llana: A p r e n d i e n d o d e L a s L e g a s , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2016). 94 Koolhaas, R em e t a l . , M u t a t i o n s , Actar/Arc en rêve, Parcelo n a / Burdeos, 2000 (versión castellana: M u t a c i o n e s , Actar/Arc en rêve, Barcelona/Burdeos, 88 Este fue el germen de la escuela estadounidense de análisis urbano en clave semiótica, en la que se encuadra la obra de Mario Gandelsonas A n t í p o l i s . E l d e s v a n e c i m i e n t o d e lo X - U r b a n i s m :A r c h ite c tu r e a n d th e A m e r ic a n C ity 96 Pope, Albert, L a d d e r s , Rice Univer­ sity, Houston, 1996. 89 Hall, Peter, o p . c i t . , pág. 300. 97 Lerup, Lars, A f t e r t h e City,T he MIT Press, Cambidge (Mass.), 2000. 90 Koolhaas, R em , D e l i r i o u s N e w Y o r k : 98 Meadows, Donella H., e t a i . T h e 2000). 95 Véase: García Vázquez, Carlos, (Princeton Architectural Press, Nueva York, 1999). A R e tr o a c tiv o M a n ife s tó fo r M a n h a t t a n , urbano e n e l C i n t u r ó n d e l S o l , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2011. L i m i t s to G r o w t h : A R e p o r t fo r th e C lu b Oxford University Press, Nueva York, 1978 (versión castellana: D e l i r i o d e o f R o m e ’s P r o j e c t o n t h e P r e d i c a m e n t o f N u e v a Y o r k : u n m a n ifie s to r e tr o a c tiv o p a r a Nueva York, 1972 (versión castellana: M a n k i n d , New American Library, M a n h a t t a n , Editorial Gustavo Gili, L o s lím ite s d e l c r e c im ie n to : in fo r m e a l C lu b Barcelona, 2004). d e R o m a s o b r e e l p r e d ic a m e n to d e la h u m a ­ 91 Koolhaas, Rem y Mau, Bruce, S , M , L , X L , Monacelli Press, Nueva York, 1995. n i d a d , Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1972). 99 AA VV, N u e s t r o f u t u r o c o m ú n / P r o g r a m a d e la s N a c i o n e s U n i d a s p a r a e l M e d i o 92 Koolhaas, R em , “The Generic City,” en i h i d . , págs. 1238-1264 (versión castellana: “La ciudad genérica” , en A c e r c a d e l a c i u d a d , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2014, págs. 35-68). 93 De él derivó T h e H a r v a r d D e s i g n S c h o o l C u i d e t o S h o p p i n g (Taschen, Colonia, 2002) donde, asumiendo premisas de la sociología urbana marxista, Koolhaas analizó la colonización del espacio público por parte del consumo. 196 A m b i e n t e , UNEP, 1987. 100 Krier, Léon ( e d . ) , A r c h i t e c t u r e r a t i o n e l l e : t é m o i g n a g e s e n f a v e u r d e la r e c o n s t r u c t i o n d e la v i l l e e u r o p é e n n e , Archives d’Architecture M oderne, Bruselas, 1978. 101 Krier, Léon, A r c h i t e c t u r e . C h o i x o u f a t a l i t é , N orm a, París, 1995. 102 Panerai, Philippe e t a l . , E l é m e n t s d ' a n a l y s e u r b a i n e , Archives d’Architecture Moderne, Bruselas, 1980 (versión cas­ tellana: E l e m e n t o s d e a n á l i s i s u r b a n o , Ministerio para las Administraciones Públicas, Madrid, 1983). 108 Secchi, Bernardo, “Le condizioni sono cambíate”, C a s a b e l l a , núms. 298-299, Milán, 1984, págs. 8-13. 109 Secchi, Bernardo, U n p r o g e t t o p e r V u r b a n í s t i c a , Einaudi,Turin, 1989. 103 Calthorpe, Peter, T h e N e x t A m e r i c a n 1,(1 Rogers, Richard, C i t i e s f o r a S m a l l M e tr ó p o lis : E c o lo g y , C o m m u n i t y , a n d th e P l a n e t , Faber & Faber, Londres, 1998 A m e r i c a n D r e a m , Princeton Architectu- (versión castellana: C i u d a d e s p a r a u n ral Press, Nueva York, 1993. p e q u e ñ o p l a n e t a , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2000). 104 El “patrón del cuarto de milla” fue concebido para las unidades vecinales. Hacía referencia a la superficie englo­ bada por un círculo de un cuarto de milla [400 metros] de radio trazado en torno a una vivienda, la distancia máxi­ ma que una persona hacía a pie en sus desplazamientos rutinarios. Dentro del mismo debía congregarse el mayor número posible de equipamientos. 11,5 Duany, Andrés y Plater-Zyberk, Elizabeth, S u b u r b a n N a t i o n . T h e R i s e o f 111 A petición del gobierno laborista británico, Rogers escribió T o w a r d s a n U r b a n R e n a i s s a n c e (Urban Task Force/ E & FN Spon, Londres, 1999), un libro blanco donde recogió más de cien prácticas urbanas sostenibles. 112 Lerner, Jaime, A c u p u n t u r a u r b a n a , Record, R ío de Janeiro, 2003 (versión castellana: A c u p u n t u r a u r b a n a , IAAC, Barcelona, 2005). D r e a m , N orth Point Press, Nueva York/ San Francisco, 2000. 113 H ough, Michael, C i t i e s a n d N a t u r a l P r o c e s s , Rotledge, Londres, 1995 (ver­ sión castellana: N a t u r a l e z a y c i u d a d : p l a ­ A diferencia de losTN D , losT O D no tenían códigos arquitectónicos. Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1998). 107 Sorkin, Michael (ed.), V a r i a t i o n s o n 114 Serres, Michel, L e C o n t r a t n a t u r e l , F. Bourin, Paris, 1990 (version castellana: E l c o n t r a t o n a t u r a l , Pre-Textos,Valencia, 1991). S p r a w l a n d th e D e c lin e o f th e A m e r ic a n n i f i c a c i ó n u r b a n a y p r o c e s o s e c o ló g ic o s , a T h e m e P a rk . T h e N e w A m e r ic a n C ity a n d t h e E n d o f P u b l i c S p a c e , Hill & Wang, Nueva York, 1992 (versión caste­ llana: V a r i a c i o n e s s o b r e u n p a r q u e t e m á t i c o : la n u e v a c i u d a d a m e r i c a n a y e l f i n del 115 Latour, B runo , P o l i t i q u e s d e la n a t u r e : e s p a c i o p ú b l i c o , Editorial Gustavo Gili, c o m m e n t f a i r e e n t r e r le s s c ie n c e s e n Barcelona, 2004). d é m o c r a t i e , La Découverte, Paris, 1999 (version castellana: P o l í t i c a s d e la n a t u r a ­ l e z a : p o r u n a d e m o c r a c i a d e la s c i e n c i a s , RBA, Barcelona, 2012). 197 METÁPOLIS: 1979-2007 116 Zube, Erwin H. (ed.), L a n d s c a p e s : S e l e c t e d W r i t i n g s o / J . t í . J a c k s o n , The University o f Massachusetts Press, Amherst, 1970. 117 Forman, Richard T.T., L a n d M o s a i c s : T h e E c o lo g y o f L a n d s c a p e s a n d R e g io n s , Cambridge University Press, Cambridge, 1995. 122 Solá-Morales, Ignasi d e , “ T e r r a i n v a g u e " , en A A VV, A n y p l a c e , Anyone C orporation/T he M1T Press, Nueva York/Cambridge (Mass.), 1995, págs. 118-123 (versión castellana: “ T e r r a i n v a g u e ” , en Solá-Morales, Ignasi de, T e r r i t o r i o s , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2002, págs. 181-193). 124 Cément, Gilíes, M a n i f i e s t e d u T i e r s 118 El arquitecto Willem Jan Neutelings trasladó este concepto al análisis urbano. En Patchwork Metropolis (1994) representó el Randstad holandés, una de las metápolis más veteranas de Europa, con “planos alfombra”: un gigantesco p a t c h w o r k de franjas territoriales. 119 El congreso fundacional del Lands­ cape Urbanism se celebró en Chicago en 1997. Poco después la Graduate School o f Design (GSD) de la Harvard University le abriría las puertas del mundo académico. 120 Córner, James (ed. ) , R e c o v e r i n g L a n d sc a p e . E s s a y s in C o n te m p o r a r y L a n d s c a p e A r c h i t e c t u r e , Princeton Architectural Press, Nueva York, 1999. 121 Mostafavi, Mohsen y Najle, Ciro (eds.), L a n d s c a p e U r b a n i s m . A M a n u a l f o r t h e M a c h i n i c L a n d s c a p e , Architectural Association, Londres, 2003. 122 Corner, James, “Terra Fluxus”, en Waldheim, Charles (ed.), T h e L a n d s c a p e U r b a n i s m R e a d e r , Princeton Architectural Press, Nueva York, 2006, págs. 21-32 (version castellana: “Terra fluxus”, en Abalos, Iñaki [ed.], N a t u r a l e z a y a r t i f i c i o . E l i d e a l p i n t o r e s c o e n la a r q u i t e c t u r a y e l p a i s a j i s m o c o n te m p o r á n e o s , Editorial Gusta­ vo Gili, Barcelona, 2009, págs. 133-147). 198 T a y s a g e , Editions Sujet/O jet, París, 2004 (versión castelana: M a n i f i e s t o d e l T e rce r P a i s a j e , Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2007). 125 Magnaghi, Alberto, I I p r o g e t t o ló c a le , Bollad Boringhieri,Turín, 2000 (versión castellana: E l p r o y e c t o lo c a l: h a c ia u n a c o n s c ie n c ia d e l lu g a r , Publicacions Académiques UPC, Barcelona, 2011). E p ílo g o La presente crisis económ ica com enzó a fraguarse el 9 de agosto de 2007, año en que term ina la época analizada en este libro. Ese día la Bolsa de París suspendía la cotización de tres fondos de inversión del B N P Paribas e intentaba así co rtocirtuitar el contagio del escán­ dalo de las hipotecas subprime que había estallado en Estados U nidos unos meses antes. Sin embargo, esta decisión extendió el pánico por los mercados financieros y, un año después, quebraba Lehm an Brothers, el mayor banco de inversiones del m undo. La estival tempestad parisina se convirtió en un tsunami que descalabraría el entram ado bancario global, conduciría a la quiebra a varios países europeos y expulsaría del mercado laboral a millones de personas. M uchos creen que esta es una crisis sistèmica, es decir, que está corroyendo las bases del tardocapitalismo. Desde aquí es imposible aventurar si dará paso a una nueva fase del sistema económ ico, y aún más difícil es saber si, en caso de que así fuera, se suplantarán los valores socioculturales posm odernos. Si todo ello se confirmase, estaríamos ante un nuevo cambio de paradigma epistemológico que condicionará la manera en que las próximas generaciones de sociólogos, historiadores y arquitectos analizarán, teorizarán y proyectarán la ciudad. Así term ina este libro, con la incertidum bre de si en 2007 com enzó un cuarto capítulo que aún está por escribir. 199 B ib lio g ra fía básica Allmendinger, Philip, Planning Theory, Paigrave Macmillan, Houndm ills, 2002. Almandoz Marte, Arturo, Entre libros de historia urbana. Para una historiografía de la ciudad y el urbanismo en América Latina, Equinoccio/U niversidad Simón Bolívar, Caracas, 2008. Barbieri, Paolo (ed.), E successo qualcosa alla città. Manuale di antropologia urbana, D onzelli Editore, R om a, 2010. Bettin, Gianfranco, I sociologi della città, Il M ulino, Bolonia, 1979 (versión castellana: Los sociólogos de la ciudad, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1982). Biagi, Paola (ed.), I classici dell’urbanistica moderna, D onzelli Editore, R om a, 2002. B urchard,John y Handlin, O scar (eds.), The Historian and thè City, T h e M IT Press, C am bridge (Mass.), 1967. Calabi, Donatella, Storia dell’urbanistica europea. 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P. 156 Bell, Daniel 74, 162 Bell, W endell 90 Benevolo, Leonardo 103-104 Benjam in, Walter 91 Benoît-Lévy, Georges 50, 59 Bergson, H enri 35 Bhabha, H om i 160 Blakely, Edward J. 156 Blanchard, R aoul 24-25, 36 Bloch, Marc 99 B ooth, Charles 22, 26-27, 84 Bourdieu, Pierre 155 Braudel, Fernand 99 Briggs, Asa 98 B rinckm ann, Albert Erich 46-47 Buchanan, Colin 114 Burgess, Ernest W. 26-27, 29 Butler, Judith 162 c Cacciari, Massimo 31-32 Calabi, Donatella 166 Calthorpe, Peter 183 Candilis, G eorge 110 Caniggia, Gianfranco 121-122, 181 Castells, M anuel 139-140, 147-149, 151, 153 Chanson-Jabeur, Chantal 160 Choay, Françoise 44, 121, 166,183 Christaller, Walter 24, 77 Ciucci, G iorgio 182 C lém ent, Gilles 188 C om m oner, Barry 144 Connolly, Peter 187 C onzen, Michael R . G. 120 C ook, Peter 112 C orner, James 187 Cullen, G ordon 118-119 D Daimler, G ottlieb 13 Dal Co, Francesco 182 Darke, Jane 161 D arwin, Charles 18, 23, 25, 27 Davidoff, Paul 125 Davis, Mike 147,153-155 D e Carlo, Giancarlo 109-110 D ebord, Guy 91-92 D errida, Jacques 143 Descartes, R e n é 16-17 Dewey, John 174 D ickinson, R o b e rt E. 37 Doxiadis, Constantinos 123-124,179, 186-187 Duany, Andrés 183 D urkheim , Émile 20 E Eberstadt, R u d o lf 55 Edison, Thom as 13 Einstein, Albert 18 Endell, August 30-31 Engels, Friedrich 35 Evans-Pritchard, Edward 83 F Faludi, Andreas 115 Favro, D iane 164 203 ÌNDICEDENOMBRES Febvre, Lucien 99 Feder, G ottfried 51 Fishman, R o b e rt 163-164 Florida, R ichard 154-155 Forester, John 173-174 Forestier, Jean-C laude Nicholas 57 Form an, R ichard T. T. 186 Foucault, M ichel 79, 94, 157, 162-163 Fourier, Charles 44 Freud, Sigm und 18,168 Friedman,Yona 111-112 Friedm ann, John 149 Fritsch,T h eo d o r 51 Fustel de Coulanges, N. D. 35-37 G Gans, H erbert 8 1,86-87, 156, 175 Garnier,Tony 58-60 Garreau, Joel 152 Geddes, Patrick 25-26, 35, 3 8 -4 1 ,4 3 ,5 2 ,5 4 ,7 7 ,1 1 9 ,1 2 3 Geisler, W alter 37 Giedion, Sigfried 108,110 Ginzburg, Carlo 168 G iovannoni, Gustavo 47, 120 Glass, R u th 84 Glassner, Barry 156 G luckm an, Max 83 G odin, Jean-Baptiste André 44 G ottm ann.Jean 76-77, 89, 141 Graham, Stephen 151 Gramsci, A ntonio 121 Gravagnuolo, B enedetto 165 Gropius, Walter 110 G uattari, Félix 144-145 G urlitt, Cornelius 46-47 H Habermas, Jürgen 146, 172-173 Haeckel, Ernst H einrich 23 Hall, Peter 166, 169,171, 176 Hall, Stuart 158 Hannigan, John 148, 154 Harvey, David 147-149, 159 Hassinger, H ugo 37 Haussmann, baron 1 4 ,3 8 ,4 3 , 57,171 Hayden, Dolores 163-164 Hegel, G eorg W. F. 34, 163 H egem ann, W erner 40 Heidegger, M artin 78-79 Hénard, Eugène 57-59 Hilberseimer, Ludwig 61-62, 106 H orkheim er, M ax 91 H ough, Michael 105, 186 Howard, Ebenezer 48-53, 56, 5 9 ,6 0 ,7 6 , 105 H um e, David 16 Husserl, Edm und 79 I Izenour, Steven 175-176 204 J Jackson,John BrinkerhofF 186 Jacobs,Jane 8 1 ,87-89, 117 Jam eson, Fredric 157-158 Jones, R o b ert 172 K Kant, Im m anuel 78-79 Keeble, Lewis 109 K eynes,John M. 73 King, A nthony D. 163, 166 Koolhaas, R em 170, 176-178, 180 K o tk in jo e l 152-153 Krier, Léon 181-182 K ropotkin, Piotr 48-49, 53 L Lacan, Jacques 79 Lang, R o b ert E. 152 Latouche, Serge 145, 188-189 Latour, B runo 186 Lavedan, Pierre 34, 40-42 Le Corbusier 43, 59-63, 95, 100, 106-107, 109, 141 Le Goff, Jacques 167 Le Play, Frédéric 20 Leeds, A nthony 150 Lefebvre, H enri 7, 81,93-95, 111, 124, 147-148, 157,183 Léger, Fernand 108 Lerner, Jaim e 185 Lerup, Lars 179-180, 188 Lévi-Strauss, Claude 79, 82 Lewis, Oscar 85, 126 Locke, John 16 Low, Setha 156 Lynch, Kevin 105,117-119, 125 Lynd, H elen y R o b ert 29 Lyotard, Jean-François 144 M Magnaghi, Alberto 189 Maki, Fum ihiko 113 M anieri Elia, M ario 102 Marcuse, H erbert 91 M arvin, Simon 151 Marx, Karl 17, 35 M cDowell, Linda 161 M cH arg, Ian 123-124, 179, 186-187 McKenzie, R od erick D. 26-27, 29 M earns, A ndrew 21 M eitzen, August 36 M erleau-Ponty, M aurice 79 M itchell, R o b e rt 114 Mitchell, W illiam J. 171 Moses, R o b e rt 87 M oyniham , Daniel P. 85 M um ford, Lewis 34, 41-42, 52-54, 7 6 ,9 5 -9 6 ,9 8 ,1 0 7 , 1 1 6 ,1 2 3 ,1 4 1 ,1 7 5 M uratori, Saverio 120-122, 181-183 N N airn, Ian 116 N ieuw enhuis, C onstant 112 205 ÌNDICE DENOMBRES 0 Olm sted, Frederick Law 57, 164 O w en, R o b ert 44 P Panerai, Philippe 182 Panofsky, Erw in 168 Park, R o b e rt E. 26-29, 82, 84 Pasteur, Louis 21 Perlman, Janice 86 Perry, Clarence 28,183 Pirenne, H enri 38, 41 Planck, Max 18 Plater-Zyberk, Elizabeth 183 Poete, Marcel 34, 38-41, 9 9 -1 0 0 ,1 0 3 ,1 1 9 Pope, Albert 178,180, 188 Popper, Karl 79 Price, C edric 171 Putnam , R o b e rt 157 Q Q uatrem ere de Quincy, A ntoine C. 120 R R apkin, Chester 114 Rasmussen, Steen Elier 40 R einer,T hom as A. 125 Reps, John 183 Richards, James M. 116 Riegl, Alois 45 R ogers, R ichard 185 Rorty, R ichard 174 Rossi, Aldo 105, 121-122 Rousseau, Jean-Jacques 17, 2 3,48 R ow e, Colin 96, 100-101,117 Rudofsky, Bernard 126 R uskin,John 47, 181 R ykw ert, Joseph 100 s Samonä, Giuseppe 119 Sandercok, Leonie 172 Sassen, Saskia 147, 149-150 Saussure, Ferdinand de 78-79 Scheffler, Karl 31 Schiavi, Alessandro 50 Schlüter, O tto 36 Schorske, Carl 168 Scott Brown, Denise 175-176 Secchi, Bernardo 170, 184 Sellier, H enri 40 Sennett, R ichard 88-89, 169 Serres, M ichel 186 Sert,Josep Lluis 105, 107-108, 110, 113 Shevsky, Eshref 90 Sica, Paolo 184 Simmel, G eorg 20, 32-33, 58-59,61 Sitte, Camillo 43, 45-47, 50, 56,59, 100, 117 Sj oberg, G ideon 98 Sloterdijk, Peter 145, 188 Smith, N eil 154 Smithson, Alison y Peter 110,113 Snyder, M ary G. 156 Soja, Edward W. 95, 141, 151,184 206 Solà-Morales, Ignasi de 188 Som bart,W erner 33, 44 Soria y Mata, A rturo 50, 56, 106 Sorkin, Michael 184 Southall, Aidan 83 Spengler, Oswald 36, 42, 51 Stone, Clarence 173 Stiibben, Josef 55-56, 59 Sutcliffe, A nthony 163, 166, 168 T Tafuri, M anfredo 8, 96, 102, 121 Tansley, A rthur G. 23 Tarnas, R ichard 143 Taut, B runo 51 Taylor, Frederick Wislow 13, 61 Teràn, Fernando 103 Tònnies, Ferdinand 30-31, 5 1,58 Toynbee, A rnold J. 100 T urner,John F. 126, 160 u U nw in, R aym ond 43, 49, 50, 52, 54-55, 59, 96 Urry, John 158 V Valentine, Gill 162 Van Eyck, Aldo 110 Vaneigem, R ao u l 93 Venturi, R o b e rt 170, 175-176, 179 Vidal de la Blache, Paul 23-25, 58, 186 w Wagner, O tto 56-58 Webber, Melvin 87 Weber, Max 20, 33, 37, 41, 58, 62, 98 W hyte, W illiam H. 86-87,156, 165 W illm ott, Peter 84-85,109 W ilson, Elizabeth 161,165 W irth, Louis 26, 28 Wolfe, Ivor de 116 Wolfflin, H einrich 46 W right, Frank Lloyd 53-54, 7 6 ,9 5 ,1 0 6 ,1 1 7 ,1 4 1 Y Young, Michael 84-85, 109 z Zevi, B runo 119 Z ukin, Sharon 159 207 INDICEDENOMBRES antes de ser validada, toda teoría debía ser considerada com o una “verdad provisional” que habría de someterse a un proceso de com probación, proponiendo así que el conocim iento avanzara identificando y corrigiendo errores. En la pujante década de 1960 el iluminism o neopositivista se extendería por todos los ámbitos del saber. Sin embargo, los tiempos m egalopolitanos iban a caracterizarse p o r la pendularidad. En la década de 1970, cuando la crisis del petróleo hundió de nuevo a O ccidente en la depresión, los postulados humanistas retornaron. Finalmente, tras décadas de idas y venidas, de trasvase de ideas, contenidos y metodologías, los contornos de la sensibilidad rom án­ tica y la iluminista em pezaron a diluirse. Por un lado, la nostalgia p o r el pasado, propia de la prim era, entró en declive ante la consoli­ dación del proceso de m odernización, que dejó de ser una opción para convertirse en una realidad. Por otro, el proyecto de racionali­ zación de la sociedad, liderado por la segunda, fue definitivamente deslegitimado por la ética existencialista.Y así, los románticos, al aceptar la m odernización, se hicieron un poco iluministas, y, a su vez, los iluministas, al renunciar a la racionalización, se hicieron un poco románticos. En la megalópolis, p o r tanto, ambas sensibilidades tan solo se podrían rastrear siguiendo una línea de trazos. LAMEGALOPOLIS DELOS SOCIOLOGOS: HERBERT GANS, JANE JACOBS, HENRI LEFEBVRE 1)urante la posguerra, las escuelas sociológicas de la etapa m etropo­ litana em prendieron caminos m uy diferentes. La anglosajona, de ideología positivista, siguió una deriva similar a la experim entada por la alemana antes del conflicto bélico: del rom anticism o al ilum inismo.Tras la II G uerra M undial las dos fuentes que alimentaban la “ecología urbana” , los community studies y la geografía, volvieron a separarse. Los protagonistas de los prim eros eran ahora los héroes de la galería existencialista — obreros, inmigrantes, marginados, etc.— , personajes típicam ente románticos que tan solo hubieron de ser ajustados a las nuevas circunstancias. Así, el estudio de la pobreza y la discriminación subsistió, si bien los actores eran otros, ya que la clase media blanca había suplantado a la burguesía com o agente pro­ pulsor de la segregación espacial. En cuanto a la geografía urbana, en la década de 1960 em prendió una singladura a la que acabaría sumándose la sociología. El neopositivismo le anim ó a radicalizar su tradicional em pirism o m etodológico e incinerar en la hoguera del cientifismo sus siempre matizados nexos con el romanticismo (ecología, paisajismo, etc.). En lo que se refiere a la escuela alemana de ideología marxista, su interés por la m odernidad fue fulm inado p o r el recelo posbélico hacia todo lo que tenía que ver con la racionalización. El contrapunto al neopositivismo anglosajón se desplazó de Alemania a Francia, pero siguió en manos del marxismo. O, para ser más exactos, del neomarxismo, una corriente revisionista que som etió la ortodoxia socialista a los dictados del existencialismo. Por esa puerta se colaron visiones novedosas, com o la de la psicología, y reivindicaciones revolucionarias, com o la de la espacialidad. 81 MEGALOPOLIS: 1939-1979