CRÓNICAS PATERNALES (Noviembre de 2006) Domingo 5 Resulta que tengo un contrato de la ONU-Viena como traductor a domicilio del 23 de octubre al 10 de diciembre. La cosa es así: marco tarjeta electrónica a las nueve de la mattina y dentro a darle al compiúter. Ellos me mandan los trabajos cual si estuviera en una oficina por allí, solo que estoy en mi casa por acá. Se supone que tengo una hora para manducar y que termino a las seis del pomeriggio. Solo que todos sabemos que es purlagaler y que lo importante es que el trabajo salga bien y a tiempo, con lo que yo laburo según me agarre a las seis de la madrugada o a la noche o los sábados o los domingos. Aunque de ocho y media a once estoy sin falta, por si me llaman. Tengo que hacer unas 1.500 a 2.000 palabras por día. Lo que demora la cosa son las referencias que verificar y el hecho de que los originales vienen con millones de correcciones manuscritas casi ilegibles por más que uno le dé al zoom. Pero sarna con gusto no pica, sobre todo si es bien paga y, de ñapa, disipa ciertas sospechas de que uno es intérprete pero no traductor y que por eso habla al pedo, pero más aún si uno espera pacientemente que Alguienita vacíe una teta dentro de Xóchitl, y que Xóchitl eructe, y que luego se haga pis, e inmediatamente caca, y entonces entre Alguienita y yo le limpiamos la bermeja colita de mono y le ponemos un pañal limpio pero no por mucho tiempo, y Alguienita la envuelve en una manta para hacer sudar esquimales que la pobre Xóchitl queda como un tamal (o, en términos gastronómicos más sureros, como un niño envuelto), y entonces sí, la meto en el portinfán que viene con la carriola también llamada cochecito sobre todo por mí, y me la traigo al estudio. La coreografía es así: yo, sentado frente a las dos pantallas dos (los que han venido a esta humilde morada saben que no miento), con los dedos sobre el teclado y los pieses cruzados bajo la mesa; Xóchitl arrebujada en el portinfán que, por suerte, se columpia o hamaca según cuál de los padres (uno de ellos, madre) lo diga; yo, pongo, pongamos, los cuartetos de Schumann, o alguna misa de Haydn, u otra cosa que pienso que le puede ir formando oído y gusto; Xóchitl, en tanto, despilfarra sus inexplicables bufiditos o se queda dormida o, a veces, las dos cosas. Yo, cuando veo que estoy a punto de poner un disparate o me percato de que ya lo puse, suspendo la actividad cognitiva rentable, descruzo los pieses, medio giro en la silla por suerte giratoria, y entro a pedalear el portinfán como Onfalia y Rizos de Oro sus ruecas. El rostro de Buda caviloso va y viene como si todo le fuera y le viniera. Cuando me da el calambre o se me ilumina la mente, vuelvo a girar y sigo aplicando la teoría pero por plata; y así pasan dos horas exactas, a cuyo término Xóchitl abre por fin otra vez los ojitos azul-lago- profundo y emite su primer bufidito contestatario. Me consiente, entonces, los minutos que necesito para terminar la oración, ponerme de pie, chapar el portinfán, salvar los quinientos metros que me separan del máster bédrum, levantarla en vilo, desentamalizarla y calzarla, como el transbordador espacial en la Estación Orbital "Mir", en el pezón rebosante de Alguienita. El proceso lácteosorbéticoregurgitísticoexcrecético me da tiempo para un página o, mejor, media y un café, tras lo cual vuelvo "a por" mi hija como dirían los madrepatrios. Otras veces la enfundo en la mochilita especial, me abrocho todos los arneses, y me siento a traducir Xóchitl por medio. Ella no sabe que a menudo me basta mirarla para que se me ocurran soluciones geniales a problemas casi insolubles o, en todo caso, para que me importe un sorete. Y el tecleo la adormenta. Y los bufiditos inexplicables se entrelazan con él y es el gran concierto de mis dos amores. Enefectivamente, cumpas, ¡esto de ser traductor trae muchas, muchísimas más satisfacciones que interpretar! Miércoles 8 Cumpas, son las 2:45 y acabo de mandar unos trabajos a Viena. A eso de la medianoche se me apersonó en persona la persona de Alguienita, Xóchitl hecha un tamalito entre sus brazos, que le acaba de dar la teta izquierda y que a ver si me la podía dejar que la muy pilla estaba totalmente despierta (¡claro, de noche cualquiera!) porque ella, o sea, Alguienita se caía de sueño. Y yo que en fin, que si no hay más remedio, que qué le voy a hacer, que bueno, que total... No bien Alguienita se las picó, yo hice dos cosas: a) piantarle el chupete ese maricón a la mierda, que le deforma el paladar y la malacostumbra, y b) calzar el portinfán sotto la tavola, de modo que tengo a la gurrumina literalmente a mis pies, que quedan, valga la paradoja, a mano para columpiarla. Ante la confiscación del chupete hubo un conato de protesta acústica, pero no pasó a mayores, porque, como les he dicho, le digo que ni piense en llorar y, acaso sin dejar de pensar, es posible, se tranquiliza ipso pucho. Aguantó despierta como quince minutos, durante los cuales mantuvimos una viva conversación. Pero luego le puse la Primera de Rajmáninov y sainte medicine. Ahora escribo estas líneas con bufiditos de fondo... Y paro para sacarla de los bajos fondos y ponérmela sobre las rodillas. Hoy fuimos a buscar a Valeria a un cumpleaños. Caminamos desde Paraná y Sta. Fe hasta Charcas pasando Canning (Scalabrini Ortiz, que le dicen los pichones). Vale, enloquecida, insistió en que volviéramos caminando, así podía tuerquear con el cochecito. ¡Pobre, llegó exhausta! Pero qué delicia verla saltando de alegría y emoción detrás de la carriola rebelde que insistía en avanzar en un amplio abanico de direcciones para escarnio de los viandantes. Bueno, me caigo de ñosue. A domani! *** Lunes 20 Xóchitl vive, en realidad, de noche. Xóchitl es, toda ella, un ínfimo remedo de búho. Durante el día, todos los ruidos son en vano. En vano las frenadas malevas de los colectivos y el malhumorado bocinazo de los taxistas. En vano los gritos de los vendedores ambulantes. En vano los comentarios embobados de los transeúntes o de las vendedoras de Disco. Toda la chatarra de Dios pierde el tiempo con su bazucada inútil. Xóchitl no está. Xóchitl se ha ido dejando en la carriola su cuerpecito de nada. Su cabecita inmóvil se ha vaciado de gestos. En algún otro mundo, en un ignoto universo paralelo, Xóchitl ha de estar ensordeciendo alienígenas con su escándalo. Pero no bien se han aplacado los jadeos del día, cuando el crujir de los platos recién lavados va haciéndose memoria y lo único que queda del estruendo de la jornada son las buenas noches, y Valeria emigra a su camita y mi suegra inicia el lento safari hacia su cuarto, y Alguienita se ha marchado, expedicionaria, a arreglar mantas y correr cobijas, y reorganizar la múltiple legión de almohadas, cuando llego yo, por fin, con el minúsculo trofeo, ahí sí, empieza la gran aventura de Xóchitl en la República Argentina. Xóchitl regresa a Xóchitl. El cuerpito laxo y displicente, ese cuerpito que se dejaba hacer y se quedaba como uno lo pusiera -y, si uno se descuidaba, como uno, que es uno y no una, invariablemente se descuida- quedaba torcido como una muñequita de trapo, ese cuerpito de nada, con sus patitas de paño mal rellenas y sus bracitos inertes, va poseyéndose ominosamente, como en las malas películas de terror. Primero es la patada de la primera pierna reocupada. Luego se electrifica la otra. Vienen después los bruscos aspazos de los bracitos. Por fin la cabeza también cede al invasor y Xóchitl, entonces, la obliga a abrir los ojos y ahí está, como si hubiese estado todo el tiempo, y me mira larga y estudiosamente, como si el que acabara de llegar fuera yo. Alguienita, entre tanto, ha maniobrado allá atrás, entre su espalda y el respaldo, y ahora adelante, entre botones y breteles, y ha sacado del hangar imposiblemente nimio, uno de dos inmensos Zeppelines. Xóchitl no tiene tiempo de ensayar una protesta. Y ya son las dos una: hija apenas nada y madre no mucho más, unidas por el odre gigantesco. Luego viene el meandroso trámite regurgitativo y la prolija liturgia del cambio de pañal. Xóchitl termina como cáliz en el albo altar del cambiador. Y Alguienita oficia su misa sin afanes, con movimientos a los que no les sobra ni un milímetro ni un segundo. Xóchitl, entretanto, ha juntado dentro de sí todos los haces y procede a un ensayo general de su sistema nervioso. Se estira hacia los cuatro puntos cardinales y se arrepiente y se vuelve a arrepentir. La carita tiene que dejar pasar todos los gestos, y para eso no tiene más remedio que arrugarse o estirarse en las ocho direcciones de la rosa de los vientos. Es como si a Xóchitl el cuerpito le quedara chico (¿y cómo haría para quedarle grande?), y quisiera arrancárselo como una prenda incómoda. Ahí es cuando se anuncia finalmente su voz. El primero en llegar es un bufiditito. Luego, arriba, el resto de la vanguardia: una banda de músicos incompetentes que soplan sin resultado su variada colección de pífanos. Pero después, sí, el bronco rezongar de los trombones y, de inmediato, el estridor implacable de las trompetas. El cuerpito de Xóchitl ya está totalmente poseído por el microscópico demonio retornado. Ahora toca la escarpada tarea de aplacarlos, de lograr que se reconcilien, que el uno acepte al invasor y el otro la estrechez de su estuche. De pronto, una última clarinada se disuelve en suspiro, y las dos Xóchitl como que se desinflan. He descubierto que si las pongo sobre la almohada a unos 40º grados, el armisticio es menos arduo. Alguienita, mientras, se ha quedado todo lo dormida que puede quedarse una madre que sabe que el único tabique entre su hija y la catástrofe es el padre. Yo, en cambio, me aplico a una profunda vigilia. Xóchitl me queda, toda ella (es que es tan diminuta que toda ella es toda ella) a la altura de los ojos, la barba y la nariz. A veces una manito pretende escapársele mientras duerme, pero ella la atrapa en seguida. Xóchitl parece haber vuelto a su antimundo. Pero no es más que un interludio fugaz. Porque ahora ha venido… ¡EL ENEMIGO! Y Xóchitl se bate heroicamente. Y lo caga largamente a patadas y trompadas con los ojitos cerrados a cal y canto. Y cada puntapié viene con su grito de samurái y cada golpe de Karate con su estertor de kungfú. El enemigo recibe una tremenda paliza y por fin cae derrotado y se conoce que se retira maltrecho, porque Xóchitl festeja con un largo suspiro que su voz abandona por la mitad y para resolverse, nuevamente, en un sordo pifiar de músicos sin arte. Ah, pero ha sido todo un pérfido ardid, porque de improviso el enemigo vuelve. Xóchitl se ha dejado engañar por las velas que se alejaban. Los Aqueos han regresado y Troya está condenada. El enemigo ha vuelto al ataque y esta vez parece haberse traído al hermano más grande, porque Xóchitl comienza a acusar sus golpes. Gime lastimeramente Xóchitl en medio del entrevero ahora desfavorable. Son lamentos puntuales, gemidos intermitentes, gritos casi desesperados ante cada golpe artero. Es, se me ocurre, el exacto negativo del orgasmo. Y cuando el paroxismo llega a su apogeo, los ojitos se abren como si estallaran, y se me quedan mirando como si el que regresara fuese yo, diríase que nostalgiosos del enemigo tan de pronto esfumado. Y ahora le toca a Alguienita retornar a su cuerpo. Y su voz se abre trabajosamente paso entre las brumas para traer cuatro sílabas casi inaudibles: Quiere teta. Y sus manos la ayudan a sacar un Zeppelín, y luego el cuerpo se le pone de costado, y se le extienden los brazos que encuentran a Xóchitl como si tuvieran radares. Y ahora vuelven a ser un mínimo grupo escultórico, totalmente dormidas las dos, cada una al borde opuesto de la ubre titánica. Y yo, que no puedo con mi genio, me he venido a teclear estas pamplinas. **** Domingo 31 En unas horas, Xóchitl habrá nacido el año pasado. Lleva ya dos meses y diez días en este planeta y parece que la cosa empieza a gustarle porque, cuando no duerme, o come, o caga, o mea, o llora, sonríe. La sonrisa le ilumina los ojitos azules y viene acompañada de un eléctrico desparramo de piernitas y bracitos que, por fortuna, no llegan a desprendérsele del cuerpo. En el jardín de mi casa de San Fernando había unos insectos diminutos que llamábamos "bichos bolita" y que nunca eh vuelto a ver ni había evocado. Uno los tocaba con un palito y ellos se ovillaban completamente hasta ofrecer la perfecta esfericidad de una arveja. Alguno me habrá picado y yo le he pasado el gen a Xóchtil, porque ella, de pronto, encoje los jamoncitos, empuja los hombritos y guarda los brazos plegados entre el pecho y las rodillas y se convierte en casi nada, una pelotita blanca con un arbustito castaño. De no ser por el pañal que prácticamente la duplica hasta transformarla en un ocho, semejaría un garbanzo muelle. Xóchitl ha adquirido, vaya uno a saber dónde, una motocicleta virtual: De tanto en tanto, dormida ya o todavía, o camino de dormirse o despertarse, ronronea desde el fondo de su vasto registro como si estuviera probando los motores, extiende los puñitos cerrados como aferrando un manubrio invisible y da una vigorosa patadita vertical con el piecito extendido que se ve que es obra de los genes terpsicoreanos de su madre Alguienita que no en vano fue bailarina. La moto, empero, parece no responder, porque entonces viene otro puntapiecito, y luego otro y otros más, cada vez más impacientes. La frustración es tal que al carita toda de le llena de un mohín de profunda contrariedad que, a veces, desemboca en una variada quejumbre. Otra costumbre nueva es la de la pose sexi: Cuando hacemos trasbordo del cochecito al carrito del supermercado y viceversa, ella extiende los bracitos hacia atrás como entregándose al sol en una playa del Caribe y revuelve perezosamente la cabecita alrededor el cuello que seguramente tiene papada adentro. Es que, al lado de ella, Winston Churchill era un cisne. Es una obsesa de la higiene: no aguanta caguimeada ni dos nanosegundos, y el solo contacto del pañal momentáneamente limpio la llena de leticia, lo cual complica un tanto el operativo cierre, porque entra a patalear como si estuviera en un bayou de Louisiana escapando de los cocodrilos. El apogeo del día es su baño vespertino en brazos de Alguienita, dejándose acariciar por el agua mientras succiona plácidamente del zeppelín de turno. Yo vengo a oficiar de oficiante: la desvisto, paradójicamente, sobre el vestidor, no sin una ruda pulseada para lograr que flexione el bracito o la piernita que sea en el momento, la dirección y el ángulo indicados, tras lo cual la porto como ofrenda al baño donde Alguienita la recibe solemnemente a través del límite severo de la bañadera. Ahí tengo unos diez minutos de solaz para hacer zapping en el cuarto hasta que Alguienita exclame, ¡Amor! (sse soy yo), que he de interpretar como señal de que la ablución se ha consumado. Vuelvo al baño con la toalla personal de Xóchitl, que abro entre mis brazos extendidos para que Alguienita deposite en ella la preciosa y chorreante carga. Yo corrijo la separación de mis manos para que calce en una la cabecita coronada de piolines arremolinados y en la otra el diminuto culito. Alguienita, entonces, la envuelve como si fuera un tamal y yo regreso a secarla sobre el vestidor La deposito cual matambre en el mostrador y la seco con gran fruición y aspaviento al compás de, Cinco pesos poca plata, como me hacía mi abuela. Xóchitl entonces tiembla como un flancito y ríe a carcajadas. Día por medio una de las sesiones defecatorias roza lo olímpico y le mancha hasta la nuca. Es cuando yo corto por lo sano, arrojo el pañal infecto todo lo lejos que puedo y me la llevo, precariamente balanceada sobre mi mano extendida a distancia prudencial de la remera, a lavarle la colita con agua tibia en el lavatorio. Es sentir el chorrito erótico y deshacerse en un ¡Ahhhhhh! iniciado en si bemol sobreagudo que se desliza una octava entera como por un tobogán. Todas las mañanas, alrededor de las once de la madrugada, nos vamos con mi suegro a tomar un café con lunas a los Inmortales o a Josefina. La plantamos inter nos, oteando constantemente esa carita circular con sus rayitas en arco y, debajo, sus guioncitos apretados y, en medio, el botoncito de dos orificios y, debajo, la boca como dibujada por un Divito miniaturista. El periplo y la estancia en la vereda la arrancan de su insomnio: Xóchitl duerme como si esperara el beso del príncipe, ajena a las frenadas de los colectivos y la cháchara de las mujeres que se detienen a proferir variadas exclamaciones de admiración y azoro y -¡oh momento de gloria!- preguntarme si es mi nieta (a lo que clarifico, No, yo soy el padre, el abuelo es este viejo). Como el desayuno degenera en aperitivo, nos estamos ahí como una hora. Xóchitl se despierta con el zangoloteo final del ascensor y traspone la puerta del living ya en franco tren de reivindicar derecho de ordeñe. Y yo, claro, feliz. Tanto, que ni tiempo he tenido últimamente para venir a escribir estas pamplinas. 2007 Sábado 20 de enero SUFRIDO CALVARIO DE UN PADRE PRIMERIZO Ayer fui con Alguineita/Cahpulina, alias Nadia, a vacunar a nuestra rotundamente esférica Xóchtil Sofía. Inocente, sin sospechar aun que el mundo está lleno de aristas, tantas que las hay incluso buenas y necesarias, el lechoncito rubicundo reía o profería sus grititos de algazara capaces de hacer trizas cualquier cristal desavisado. A mí me temblaba el corazón de saber que pronto vendría el primero de los dos pinchazos a descalabrar su felicidad. Insistí en ser yo quien la tuviera dulcemente atenazada. Ella no dejó de reír, y por eso la mutación de algazara en grito de dolor y espanto fue más desgarradora. Mientras la médica le frotaba el jamoncito con alcohol y le ponía una curita de colores, Xóchitl olvidó el trauma y esbozó un renovado proyecto de sonrisa. Y ahí nomás, zás!, el otro pinchazo y el otro estallido. Yo sentí que los ojos se me anegaban y cerré a cal y canto los párpados para que Nadia y la médica (que estaba regüenota) no me vieran y para no ver yo. Sin ser religioso como Borges, quise creer en algún ser supremo mínimamente indulgente que accediera a pasarme a mí, multiplicado diez millones de veces y diez millones de veces prolongado ese dolorcito que para mi cochinilla del cielo debió ser insoportable y eterno. Pero no. El holocausto no duró ni diez segundos. Xóchitl volvió a ponerse el buen humor como si lo hubiera dejado momentáneamente sobre la mesa de luz. Por la noche le dio un poco de fiebre y se puso a llorar desconsolada. Fue al sacarla del baño. La Chapulina seguí, como es de rutina, en la ducha, y yo debí enfrentarme solo a esos ojitos azulagoprofundo que me miraban desesperados, como diciendo, ¡Papá, ayudame! Nunca me había mirado así, con tanta impotencia sabedora de sí misma. Me la llevé al living y me puse a mecerla sentado en el sillón hamaca. Tanto y tan fuerte había llorado que terminó derrotada por su propio llanto. Los berridos fueron degenerando en bufiditos quejumbrosos y estos mismos amainaron hasta sumirse en el casi silencio de su respiración de ardilla. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, en el que se mezclaban la alegría y el alivio porque el jabalicito dejó de sufrir y el orgullo de haber sido artífice del milagro. Xóchitl oscila arbitrariamente entre el sueño y la vigilia. Su sueño es simple: Sentada, una máscara de grave placidez se funde en una gigantesca papada camino de un cuerpito que remeda la pesadez de Buda. Horizontal, está siempre panza abajo, semiacuclillada, recordando su reciente pasado de renacuajo, los bracitos como chorizos albinos, extendido uno hacia el horizonte y el otro arrepentido, devolviendo el puño diminuto a la avidez de la boca. Su vigilia no es mucho más compleja: Se despierta a regañadientes, poco a poco, pero con bruscos espasmos. Su despertar se parece a una revolución. Primero se rebela la cabecita. La pelusa casi impalpable recorre primero una vez, luego otra, luego varias, los 180 grados posibles mientras, del otro lado, la nariz se empeña en tajear la sábana. No lo logra, y un gemido de frustración debuta entre los ruidos del día. Los ojos se han entreabierto y vuelto a cerrar, indecisos. Los músculos reviven uno a uno con inusitada brusquedad. Los jamoncitos han horadado sendas ranuras entre colchón y cobija y el derecho lidia inútilmente para arrancar la motocicleta virtual. Los brazos ensayan inútiles intentos de nadar cuna arriba. Finalmente deciden empujar y la cabecita como de Nefertiti se despega del colchón y oscila en el aire. Xóchitl es ahora un ínfimo quelonio de caparazón morado. Pero el triunfo de la vigilia todavía no es completo. Solo sobre el cambiador, panza arriba, sacudido por las patadas a mil pelotas invisibles y la metralla de saques con dos raquetas virtuales, el cuerpo abandonará por fin su inercia fundamental. Hay un instante de transición, una especie de aurora facial en que asoma la primera sonrisa y los ojos miran por primera vez. No dura. La Revolución se ha consumado. La vigilia se ha impuesto y, tras la algazara inicial, el pueblo vuelve a sentir hambre y reclama su alimento en un agudo diapasón que va de la conminación a la súplica. La Historia, por suerte, le ofrece lo que a nivel macro ya no puede ofrecer: una teta suculenta, generosa y pronta. Xóchitl depone su beligerancia o su alborozo y se ablanda. Toda ella es ahora una ruidosa bomba de succión. De cuando en cuando, aprovecha la exhalación para lanzar un gemido de alivio, consuelo o gozo. Termina exhausta. Pero se repone casi en seguida y, ahora sí, comienza el día. En este momento histórico se han producido varias novedades importantes. La más notable es el sorprendente descubrimiento de la mano izquierda. Un día, de improviso, Xóchitl se percató de esta compañía inseparable. La observa estudiosamente, maravillada. Su capacidad de asombro está tan exigida que no le alcanza para la otra mano, que, resignada, se cierra en espera de su turno de gracia. Últimamente ha hecho notables progresos. Ha logrado unirse con su hermana, de modo que, aunque Xóchitl todavía no se digne mirarla, puede hacerse sentir a través de su compañera privilegiada. Ayer, todo un acontecimiento: las dos procuraron aferrar el biberón. Los movimientos macro resultaron perfectamente sincronizados, pero los deditos todavía no quieren saber nada, y rehusaron colaborar en la empresa. Queda, evidentemente, mucho por hacer. Hay, además, melodiosos monólogos y, cuando mamá o papá se ponen a tiro, conatos de diálogo. Luego están los periódicos movimientos de protesta, los reclamos agudos, la chillona afirmación de las reivindicaciones. Alguienita sabe distinguir la queja por el pañal mancillado de la protesta por inanición del lamento por incomodidad de la postura de la urgencia por los brazos de cualquier adulto cercano de la lucha interna entre la vigilia rebelde y el sueño que procura vencerla. Yo, claro, sigo sin entender nada y todo me sale mal: la alzo, pero lo que pasa es que está cagada hasta la nuca, le levanto el sillar del cochecito pero lo que quiere es que la alce, le doy el biberón en vez de ponerla de costado y demás yerros premiados con bramidos penetrantes o lágrimas de suplicio. Lo único que me sale bien es la aventura peripatética. Siempre le gusta que la saquen a la calle. El ruido del tránsito la adormenta o la fascina, la notoriedad entre las gentes la alegra o la deja indiferente, duerme a pesar de todos los zangoloteos o mira con avidez entre los sacudones el planeta recién estrenado, pero nada la perturba. Si acaso, la molesta importunidad de un semáforo en rojo, pero dura poco. Durante el día hay continuas siestas a diferentes horas y de diferente magnitud, pero son eso, siestas. Ensueño de verdad viene a la noche, después de la liturgia del baño, el último biberón y la última succión de zeppelines. Ahora viene un conflictivo rebobinaje. Esta vez es la vigilia la que no quiere ceder. El cuerpo casi se ha abandonado a su suerte, desplomado sobre el pecho que lo mece. Pero las patitas no cejan en su pugna por arrancar la moto, los bracitos se empeñan en inútiles intentos de aleteo, el botón de la nariz hurga por toda la clavícula paterna, la garganta insiste en su cascada de bufiditos. Pero todo cada vez menos y más y más espaciadamente. Eso sí, no hay que confiarse en exceso. Cuando la batalla parece concluida queda siempre un espasmo postrero, un último bufido, un foco de resistencia que tarda en claudicar. Pero la Historia es la Historia y sus leyes no obedecen la voluntad de los hombres. Ley es que triunfe el sueño y el sueño termina por triunfar. Ley será que la vigilia venza y ya le tocará vencer. Y Xóchitl crece flanqueada por ellas. No lo sabe aún, pero el camino por el que avanza en brazos o en carriola o inmóvil en la cuna se llama vida, una impredecible y fugaz parábola entre dos nadas eternas que le tocará llenar de penas y alegrías. ¡Buen viaje, mi pequeña! XÓCHITL MUSICAL Xóchitl ha comenzado a evidenciar una inusitada vocación musical. La primera manifestación fue terpsicoreana: Los bracitos extendidos o levemente flexionados, las manitas dibujando todos los arabescos que le permiten sus muñecas vendadas de grasa, se aplica estudiosamente a adquirir la gracia del flamenco. O bien se yergue ante la mesada en que remata su cochecito o en mis rodillas frente a la mesa del comedor, recta sobre su columnita envuelta en rollos de carne, extiende las salchichitas a ambos lados, abre sus deditos de pulpo liliputiense y amaga entrarle a acorde limpio al segundo concierto de Rajmáninov. Eso cuando no ensaya sus agudos de destrozar cristales, plañendo como la infortunada Liu o poseída de la furia sin cuartel de Turandot. A mí me hace ilusión que su futuro sea de música. Mejor pianista que soprano, y mejor soprano que bailarina, si me preguntan, pero bueno, no es cuestión de ponerse excesivamente pretencioso. Yo, en realidad, lo que ambiciono es que sea feliz. Feliz, pero, eso sí, buena persona. Y si es una buena persona feliz que de ñapa toca el piano, canta o baila, ¡cartón lleno! ¿Cuántas sorpresas me tienes por deparar, pequeña mía, a medida que te alejas más y más de la semillita que has sido? Y yo que estaba camino de morirme ya sin saber que eras posible! Qué boludo, Dios mío, qué boludo! MIENTRAS TANTO, VALERIA Valeria ya tiene un mundo hecho que tanto en tanto me permite visitar. Cuando llego, como ayer, se me abalanza al cuello gimiendo, ¡Papi, papi, te extrañé mucho!, y yo siento el cuerpito que se sacude y las lagrimitas que me mojan el cuello. Dura menos que flato en una moto. Para cuando vuelvo a dejarla en tierra firme está forcejeando para irse a vivir su vida llena de ruidos y colores. A Valeria ya la veo de lejos: un velero entrañable que encara sin alarma las nimias crestas en que el mar empieza o, según, termina. Xóchitl, por su parte, sigue anclada en nuestras costas, evidenciando una incongrua vocación de robot o buzo, sentada casi imperial con las longanicitas abiertas y temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un alienígena gigantesco, rotundo y ominoso. Xóchitl resuella y pita como una locomotora en miniatura, ¡hh shh shh! ¡tuuu tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial de su cara se desacomoda por completo: las comisuras le empujan los cachetes que se apelmazan prácticamente al borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato verdes se le achinan hasta casi desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever el carmín de una encía totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas eléctricas. Xóchitl parece descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un Fránkenstein regordete en tren de cobrar vida. Es que Xóchitl es frecuente presa de furibundos ataques de epilepsia. Algo -a veces sí ya veces no sé adivinar exactamente qué- de pronto la entusiasma o la disgusta. Y entonces sobrevienen los estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar cien motocicletas con la morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito derecho, asesina enjambres enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el otro choricito ínfimo toca íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El origen placentero o contrariado del sismo solo puede develarse mirando la esfera cimbreante que dirige los cuatro operativos en sendos frentes en pugna. La expresión varía entre, Estoy tan contenta que te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que (y ahí vienen las hipótesis de trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy muriendo de hambre, sentame que me hincha estar acostada, alzame que me rompe estar sentada, acostame que estoy harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la mamadera, dónde está mi mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me ponés dibujos animados, otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce). Su patrono tiene que ser San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo amaina con ocasión de la cada vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute con una parsimonia prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par de puñetazos, como para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero por lo general abre los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija sus ojitos avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik, se aplica a un sosegado si implacable bombeo. Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más perezosos e impacientes que los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas pasiones. ¿Cuánto más vas a tardar? ¿Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo, lo dos convergemos de a poco. El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a perder a mi bebita para siempre. Para entonces, tendré que aprender por las duras a seguirle el tranco a una mujercita a la que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya me enteraré. Mientras tanto, el jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes del futuro posible. Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades: Si es de día y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente dormida: Las avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su trifulca con los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las pestañitas de planta carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de leche. De improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la campana perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la esfera casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes proyectos de problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a terminar su Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está la nocturna. Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón rosado, el sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos celestes verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de lugar en el planeta y, ¿brrum brrum brrum!, ¡Gol! Gol! ¡Gol!, ¡paf paf paf!, ¡tatí tatatí tatí tatí tará! Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde interviene, dea ex machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional exige, Ya, dámela! Y no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión quirúrgica la cercena de mis manazas como garfios herrumbrados y ¡zuuuum! la alza contra su pecho y ¡swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o cien minutos (la sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o el de Historia), ¡shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el besito de las buenas noches ¡SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que ¡shhhhhhhh!) y yo espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos exigente en la cama y entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil y ya volveré, me digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante diminuta que me había levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera conocer una así para casarme. **** Xóchitl evidencia vocación de robot o buzo, con las longanicitas abiertas y temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un alienígena gigantesco, rotundo y ominoso. Xóchitl resuella y pita como una locomotora en miniatura, shh shh shh! tuuu tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial de su cara se desacomoda por completo: las comisuras le empujan los cachetes que se apelmazan prácticamente al borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato verdes se le achinan hasta casi desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever el carmín de una encía totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas eléctricas. Xóchitl parece descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un Fránkenstein regordete en tren de cobrar vida. Es que Xóchitl es frecuente presa de furibundos ataques de epilepsia. Algo –a veces sí ya veces no sé adivinar exactamente qué- de pronto la entusiasma o la disgusta. Y entonces sobrevienen los estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar cien motocicletas con la morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito derecho, asesina enjambres enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el otro choricito ínfimo toca íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El origen placentero o contrariado del sismo solo puede develarse mirando la esfera cimbreante que dirige los cuatro operativos en sendos frentes en pugna. La expresión varía entre, Estoy tan contenta que te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que (y ahí vienen las hipótesis de trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy muriendo de hambre, sentáme que me hincha estar acostada, alzáme que me rompe estar sentada, acostáme que estoy harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la mamadera, dónde está mi mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me ponés dibujos animados, otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce). Su patrono tiene que ser San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo amaina con ocasión de la cada vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute con una parsimonia prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par de puñetazos, como para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero por lo general abre los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija sus ojitos avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik, se aplica a un sosegado si implacable bombeo. Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más perezosos e impacientes que los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas pasiones. Cuánto más vas a tardar? Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo, lo dos convergemos de a poco. El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a perder a mi bebita para siempre. Para entonces, tendré que aprender por las duras a seguirle el tranco a una mujercita a la que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya me enteraré. Mientras tanto, el jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes del futuro posible. Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades: Si es de día y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente dormida: Las avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su trifulca con los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las pestañitas de planta carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de leche. De improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la campana perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la esfera casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes proyectos de problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a terminar su Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está la nocturna. Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón rosado, el sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos celestes verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de lugar en el planeta y, brrum brrum brrum!, Gol! Gol! Gol!, paf paf paf!, tatí tatatí tatí tatí tará! Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde interviene, dea ex machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional exige, Ya, dámela! Y no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión quirúrgica la cercena de mis manazas como garfios herrumbrados y zuuuum! la alza contra su pecho y swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o cien minutos (la sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o el de Historia), shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el besito de las buenas noches ¡SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que ¡shhhhhhhh!) y yo espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos exigente en la cama y entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil y ya volveré, me digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante diminuta que me había levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera conocer una así para casarme. Jueves 8 de febrero SUEÑO Y VIGILIA DE XÓCHITL Xóchitl oscila arbitrariamente entre el sueño y la vigilia. Su sueño es simple: Sentada, una máscara de grave placidez se funde en una gigantesca papada camino de un cuerpito que remeda la pesadez de Buda. Horizontal, está siempre panza abajo, semiacuclillada, recordando su reciente pasado de renacuajo, los bracitos como chorizos albinos, extendido uno hacia el horizonte y el otro arrepentido, devolviendo el puño diminuto a la avidez de la boca. Su vigilia no es mucho más compleja: Se despierta a regañadientes, poco a poco, pero con bruscos espasmos. Su despertar se parece a una revolución. Primero se rebela la cabecita. La pelusa casi impalpable recorre primero una vez, luego otra, luego varias, los 180 grados posibles mientras, del otro lado, la nariz se empeña en tajear la sábana. No lo logra, y un gemido de frustración debuta entre los ruidos del día. Los ojos se han entreabierto y vuelto a cerrar, indecisos. Los músculos reviven uno a uno con inusitada brusquedad. Los jamoncitos han horadado sendas ranuras entre colchón y cobija y el derecho lidia inútilmente para arrancar la motocicleta virtual. Los brazos ensayan inútiles intentos de nadar cuna arriba. Finalmente deciden empujar y la cabecita como de Nefertiti se despega del colchón y oscila en el aire. Xóchitl es ahora un ínfimo quelonio de caparazón morado. Pero el triunfo de la vigilia todavía no es completo. Solo sobre el cambiador, panza arriba, sacudido por las patadas a mil pelotas invisibles y la metralla de saques con dos raquetas virtuales, el cuerpo abandonará por fin su inercia fundamental. Hay un instante de transición, una especie de aurora facial en que asoma la primera sonrisa y los ojos miran por primera vez. No dura. La Revolución se ha consumado. La vigilia se ha impuesto y, tras la algazara inicial, el pueblo vuelve a sentir hambre y reclama su alimento en un agudo diapasón que va de la conminación a la súplica. La Historia, por suerte, le ofrece lo que a nivel macro ya no puede ofrecer: una teta suculenta, generosa y pronta. Xóchitl depone su beligerancia o su alborozo y se ablanda. Toda ella es ahora una ruidosa bomba de succión. De cuando en cuando, aprovecha la exhalación para lanzar un gemido de alivio, consuelo o gozo. Termina exhausta. Pero se repone casi en seguida y, ahora sí, comienza el día. En este momento histórico se han producido varias novedades importantes. La más notable es el sorprendente descubrimiento de la mano izquierda. Un día, de improviso, Xóchitl se percató de esta compañía inseparable. La observa estudiosamente, maravillada. Su capacidad de asombro está tan exigida que no le alcanza para la otra mano, que, resignada, se cierra en espera de su turno de gracia. Últimamente ha hecho notables progresos. Ha logrado unirse con su hermana, de modo que, aunque Xóchitl todavía no se digne mirarla, puede hacerse sentir a través de su compañera privilegiada. Ayer, todo un acontecimiento: las dos procuraron aferrar el biberón. Los movimientos macro resultaron perfectamente sincronizados, pero los deditos todavía no quieren saber nada, y rehusaron colaborar en la empresa. Queda, evidentemente, mucho por hacer. Hay, además, melodiosos monólogos y, cuando mamá o papá se ponen a tiro, conatos de diálogo. Luego están los periódicos movimientos de protesta, los reclamos agudos, la chillona afirmación de las reivindicaciones. Alguienita sabe distinguir la queja por el pañal mancillado de la protesta por inanición del lamento por incomodidad de la postura de la urgencia por los brazos de cualquier adulto cercano de la lucha interna entre la vigilia rebelde y el sueño que procura vencerla. Yo, claro, sigo sin entender nada y todo me sale mal: la alzo, pero lo que pasa es que está cagada hasta la nuca, le levanto el sillar del cochecito pero lo que quiere es que la alce, le doy el biberón en vez de ponerla de costado y demás yerros premiados con bramidos penetrantes o lágrimas de suplicio. Lo único que me sale bien es la aventura peripatética. Siempre le gusta que la saquen a la calle. El ruido del tránsito la adormenta o la fascina, la notoriedad entre las gentes la alegra o la deja indiferente, duerme a pesar de todos los zangoloteos o mira con avidez entre los sacudones el planeta recién estrenado, pero nada la perturba. Si acaso, la molesta importunidad de un semáforo en rojo, pero dura poco. Durante el día hay continuas siestas a diferentes horas y de diferente magnitud, pero son eso, siestas. Ensueño de verdad viene a la noche, después de la liturgia del baño, el último biberón y la última succión de zeppelines. Ahora viene un conflictivo rebobinaje. Esta vez es la vigilia la que no quiere ceder. El cuerpo casi se ha abandonado a su suerte, desplomado sobre el pecho que lo mece. Pero las patitas no cejan en su pugna por arrancar la moto, los bracitos se empeñan en inútiles intentos de aleteo, el botón de la nariz hurga por toda la clavícula paterna, la garganta insiste en su cascada de bufiditos. Pero todo cada vez menos y más y más espaciadamente. Eso sí, no hay que confiarse en exceso. Cuando la batalla parece concluida queda siempre un espasmo postrero, un último bufido, un foco de resistencia que tarda en claudicar. Pero la Historia es la Historia y sus leyes no obedecen la voluntad de los hombres. Ley es que triunfe el sueño y el sueño termina por triunfar. Ley será que la vigilia venza y ya le tocará vencer. Y Xóchitl crece flanqueada por ellas. No lo sabe aún, pero el camino por el que avanza en brazos o en carriola o inmóvil en la cuna se llama vida, una impredecible y fugaz parábola entre dos nadas eternas que le tocará llenar de penas y alegrías. ¡Buen viaje, mi pequeña! Domingo 15 de abril XÓCHITL MUSICAL Xóchitl ha comenzado a evidenciar una inusitada vocación musical. La primera manifestación fue terpsicoreana: Los bracitos extendidos o levemente flexionados, las manitas dibujando todos los arabescos que le permiten sus muñecas vendadas de grasa, se aplica estudiosamente a adquirir la gracia del flamenco. O bien se yergue ante la mesada en que remata su cochecito o en mis rodillas frente a la mesa del comedor, recta sobre su columnita envuelta en rollos de carne, extiende las salchichitas a ambos lados, abre sus deditos de pulpo liliputiense y amaga entrarle a acorde limpio al segundo concierto de Rajmáninov. Eso cuando no ensaya sus agudos de destrozar cristales, plañendo como la infortunada Liu o poseída de la furia sin cuartel de Turandot. A mí me hace ilusión que su futuro sea de música. Mejor pianista que soprano, y mejor soprano que bailarina, si me preguntan, pero bueno, no es cuestión de ponerse excesivamente pretencioso. Yo, en realidad, lo que ambiciono es que sea feliz. Feliz, pero, eso sí, buena persona. Y si es una buena persona feliz que de ñapa toca el piano, canta o baila, cartón lleno! Cuántas sorpresas me tienes por deparar, pequeña mía, a medida que te alejas más y más de la semillita que has sido? Y yo que estaba camino de morirme ya sin saber que eras posible! Qué boludo, Dios mío, qué boludo! Jueves 3 de mayo VALERIA QUE BOGA Y XÓCHITL QUE MIRA EL MAR SIN SABER Valeria ya tiene un mundo hecho que tanto en tanto me permite visitar. Cuando llego, como ayer, se me abalanza al cuello gimiendo, Papi, papi, te extrañé mucho!, y yo siento el cuerpito que se sacude y las lagrimitas que me mojan el cuello. Dura menos que flato en una moto. Para cuando vuelvo a dejarla en tierra firme está forcejeando para irse a vivir su vida llena de ruidos y colores. A Valeria ya la veo de lejos: un velero entrañable que encara sin alarma las nimias crestas en que el mar empieza o, según, termina. Xóchitl , por su parte. Sigue anclada en nuestras costas, evidenciando una incongrua vocación de robot o buzo, sentada casi imperial con las longanicitas abiertas y temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un alienígena gigantesco, rotundo y ominoso. Xóchitl resuella y pita como una locomotora en miniatura, shh shh shh! tuuu tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial de su cara se desacomoda por completo: las comisuras le empujan los cachetes que se apelmazan prácticamente al borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato verdes se le achinan hasta casi desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever el carmín de una encía totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas eléctricas. Xóchitl parece descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un Fránkenstein regordete en tren de cobrar vida. Es que Xóchitl es frecuente presa de furibundos ataques de epilepsia. Algo –a veces sí ya veces no sé adivinar exactamente qué- de pronto la entusiasma o la disgusta. Y entonces sobrevienen los estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar cien motocicletas con la morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito derecho, asesina enjambres enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el otro choricito ínfimo toca íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El origen placentero o contrariado del sismo solo puede develarse mirando la esfera cimbreante que dirige los cuatro operativos en sendos frentes en pugna. La expresión varía entre, Estoy tan contenta que te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que (y ahí vienen las hipótesis de trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy muriendo de hambre, sentáme que me hincha estar acostada, alzáme que me rompe estar sentada, acostáme que estoy harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la mamadera, dónde está mi mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me ponés dibujos animados, otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce). Su patrono tiene que ser San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo amaina con ocasión de la cada vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute con una parsimonia prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par de puñetazos, como para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero por lo general abre los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija sus ojitos avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik, se aplica a un sosegado si implacable bombeo. Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más perezosos e impacientes que los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas pasiones. Cuánto más vas a tardar? Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo, lo dos convergemos de a poco. El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a perder a mi bebita para siempre. Para entonces, tendré que aprender por las duras a seguirle el tranco a una mujercita a la que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya me enteraré. Mientras tanto, el jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes del futuro posible. Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades: Si es de día y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente dormida: Las avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su trifulca con los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las pestañitas de planta carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de leche. De improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la campana perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la esfera casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes proyectos de problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a terminar su Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está la nocturna. Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón rosado, el sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos celestes verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de lugar en el planeta y, brrum brrum brrum!, Gol! Gol! Gol!, paf paf paf!, tatí tatatí tatí tatí tará! Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde interviene, dea ex machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional exige, Ya, dámela! Y no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión quirúrgica la cercena de mis manazas como garfios herrumbrados y zuuuum! la alza contra su pecho y swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o cien minutos (la sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o el de Historia), shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el besito de las buenas noches SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que shhhhhhhh!) y yo espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos exigente en la cama y entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil y ya volveré, me digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante diminuta que me había levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera conocer una así para casarme. Viernes 4 de mayo EL BUDA TERRIBLE Sentada como si alguien la hubiera volcado erecta sobre la superficie, los jamoncitos todo lo en posición de loto que le permite el piné de su volumen abultado y su ínfima longitud, con la cabeza esférica como encastrada al tope de un flan de grasa, mirando alrededor y hacia abajo con aire severo, haciendo planear para atrás, para adelante, hacia arriba y hacia abajo las mortadelitas de cuyos nudos cuelgan a los extremos los flecos regordetes de sus pulpitos, Xóchitl semeja un Buda contrariado porque estos chichos no le hacen los ejercicios. En su pulseada constante con el equilibrio inestable, Xóchitl parece uno de esos muñecos de base semiesférica que en los parques de diversiones desafían los puñetazos de los galanes en tren de pasmar doncellas. Se tambalea para la izquierda, y ya va a desmoronarse que envía todo el peso para la derecha, donde, a punto del derrumbe, logra mandar hombro romo y salamín de nácar hacia adelante, y ya va aplastar el botón que tiene por nariz contra la superficie, que el resorte retrocede presto hasta detenerse en seco, con lo que la cabeza sigue por inercia unos diez centímetros más allá del presunto espinazo. Y entonces se reinicia, aunque nunca en el sentido esperado, el ciclo de rotación. Todo esto, como digo, presidido por una expresión de sargento malhumorado que, de pronto, y sin razón discernible, trasmuta en una sonrisa de absoluta leticia. Xóchitl es una almohada de misterio metida como a la fuerza en una funda de grasa. Xóchitl abre de improviso su juicio lapidario sobre el universo. Es un juicio en si bemol sobre octava, como de gozne rebelde. Esto entre biberones, claro. Porque cada cinco o seis minutos, pareciera, hay que cargarle el tanque. Es cuando Xóchitl estira en toda la medida de su flexibilidad dudosa una o los dos, según, morcillitas y guía el barril transparente hacia su campana impaciente. Y reclina la cabeza hacia atrás, y fija los ojos verdes hace un instante celestes, y da un par de puñetazos por las dudas, y por fin deja los embutiditos semiflexionados en ademán de saludo o despedida. Y chuic, slurp, shlop se va aletargando, no sin olvidar algún espasmito de oficio, por las dudas, hasta que solo las comisuras se agitan apenas. Y así, cada cinco o seis minutos, pareciera, Xóchitl le roba cien o doscientos gramos al cosmos. Viernes 1º de junio ¡AGARRENMÉN QUE LO MATO! A mí, si me llaman abuelo a quemarropa, me tienen que agarrarme. Encambiamente, me encanta que me pregunten si Xóchitl es mi nieta (o Alguienita mi hija). Amarcord que no bien prinicpiau el romance que más endijpuej hizo historia presente, andàbamos por Chapingo (una ciudad màs bien universitaria, a 40 kms del D.F.), en casa de amigos que nos habìan invitado a un vernisage. Alguienita andaba por ahí, mirando la parte inferior de los cuadros y yo haciendo corillo a la pintora con mis amiogs cuando enderrepente se me viene al humo una señora màs o menos a tiro de mi edad que, con todo desparpajo, dentró a arrastrarme el ala como quien dice. Alguienita que tiene antenas de hormiga (ha de ser por el tamaño) se constituyó deinmeidatamente junto a su propiedad y le dio la mano como para marcar territorio (claro, no se me iba a poner a mearme alrededor en pleno vernisage). La señora me pregunta entonces, Es su hija?, No, señora, es mi novia, Pero a usted habría que llamarlo pedófilo!, No señora, habría que llamarme suertudo. Amarcord que en el Disco de cerca de casa otra señora me dice, Ay, yo tengo una nieta de esta edad, es hermoso tener nietos, no?, No sé, señora, porque hasta que esta se me case... Amarcord porúltimamente que en es mismo Disco hacíamos cola Alguinita, Xóchitl todavía envuelta en panza, Valaria y el infraescricto, ellas detrás y el infraescricto delante del carrito, que una señora a tiro de mi edad me pide si la dejo pasar que no lleva casi nada, so pretesto de lo cual dentra, ella también (por qué no habré tenido yo tanto éxito entre las minas a tir de mi edad cuando tenía veinte pirulos?) a hacerme la corta más o menos que desembozadamente. Alguienita se mando un chorro de micción demarcatoria desde ultracarro, ante lo cual la señora más o menos contemporánea me pregunta, esa nena es su hija?, Sí señora, y la otra es mi mujer, Cómo, no son su hija y su nieta?, No exactamente, señora, va una generación corrida, Ay pero que jovencita!, y tenés cola, nena?, indaga un tanto extemporáneamente mi coetánea, La suficiente para que no me vaya con una mulata brasileña, señora. La cola y la cajera se cagaban de risa. Cuando la señora emigra en busca de un abuelo dendeveras, la cajera le dice a Alguienita, Yo a vos te conozco, Zí, porque hago ziempre laz cómpraz en este zupermercado, No, pero yo te conozco de otra parte. Y yo sugiero, entonces, Ha de ser del cabaret. La cola volvió a defecarse de hilaridad, y Alguienita me reprochó, Ay Zergio, laz cózaz que dízez! Martes 5 de junio XÓCHITL PROTODENTARIA La risa de Xóchitl ya no es cien por ciento bermeja: dos pares de micrónicos guioncitos las coronan o rubrican. En las ínfimas encías han alboreado, en efecto, primero dos, abajo, y luego dos, arriba, conatos de dientito. Y, acaso consciente de que hay algo importante que exhibir, Xóchitl se ha puesto sinprecedentesmente risueña. Xóchitl sigue con todos los músculos sincronizados. Ríe (o gruñe, o gime, o simplemente parlotea) y las salchichitas superiores se mediocomoextienden, las palmitas de nada prodigan o anmarrotean sus flequitos de carne y todo el torso de jabalicito se estremece al ritmo de un furioso bombear, o masacrar moscas, o aporrear el piano. Los jamoncitos también entran en danza o patean penales o espantan tiburones. Toda Xóchitl se convierte en un sismo de quién sabe cuántos puntos detrás de cuántos ceros detrás de la coma degluten en la escala Richter. Pero a no dejarse engañar por los microscópicos valores. Si Xóchitl fuera Atlas, al globo terráqueo derramaría todas las criaturas, perdería todos sus mares y despediría todas sus montañas. Xóchitl protomóvil Xóchitl está al borde de la autolocomoción. Erguida por propios méritos, de pronto se abalanza hacia adelante para atrapar algún juguete y se va de regordetas bruces. Entonces, en vez de darse por vencida o berrear contestatariamente, extiende los jamones hacia atrás y rompe a nadar con furia contra la corriente artera que no logra alejarla pero le impide avanzar. Si la pongo de espaldas parece una tortuga epiléptica, pero no protesta. No señor! Debe de saber que es la postura ideal para exhibir sus cuatro prontodientes. Xóchitl autoalimentaria Otra hazaña recientemente conseguida es la autarcía biberonal. Xóchitl mira fijamente la botellita albitransparente. Luego, en razón de alguna complicación burocrática que hace que ciertas instrucciones se pierdan por el camino, Xóchitl clava sus ojos en la presa mientras brazos y manos andan por otro frente, en una serie de poses de flamenco que maravillarían al Furioso. Dijérase Hitler codiciando Inglaterra mientras sus tanques se pierden en las estepas rusas. Pero de pronto los memorandos llegan a sus destinos y salchichitas, palmas y flequitos inician un laborioso movimiento convergente que culmina a los lados del biberón. Lo tocan, se corre, pretenden asirlo, se desliza, lo aprietan, retrocede… pero súbitamente, zas!, los bracitos de tiranosaurus rex en miniatura han atrapado el rebelde cilindro con firmeza. Ahora comienza el desigual combate contra la ley de la gravitación universal. Pero el hombre –y también, cómo no, su hija- ha aprendido a dominar las leyes de la Naturaleza para usarlas en su propio provecho. Y el biberón inmenso se ve de pronto en el aire camino aproximadamente de la boca de Xóchitl. Cuando la tetina entra en contacto con la mejilla o el mentón o una ceja, empieza entonces la delicada maniobra de acople. La esférica testa coronada de pelusa galáctica es como una base espacial y el biberón indeciso un cohete de reaprovisionamiento. Soslayado prudentemente el ojo y tras un intento fallido por la nariz, la tobera logra calzar en la escotilla debida y los labios lo aprisionan con su diafragma implacable. Llegado es el momento ahora de encontrar el ángulo propicio. Es un juego pantográfico en el que cuello, cabeza, bracitos de tiranosaurus rex y botellón van trazando diferentes paralelepípedos hasta que, zas!, la leche no tiene otra que apilarse contra la tetina. Advenida esta coyuntura principia el floreo del fuelle facial. Xóchitl puede desconcentrarse en este punto y mirarme de soslayo con sus ojos celestes o quién sabe grises aunque tal vez verdes. Al cabo de este milagro que hoy presencié por vez primera hay un novio que, como yo a su madre, me la robará para siempre. Jueves 5 de julio Xóchitl despierta con una expresión de reflexiva seriedad, como si estuviera cotejando críticamente el mundo que ahora se le ofrece con el que el sueño le arrebató antes de vencerla. Poco a poco se va cerciorando de que es el mismo. El ruido de los rostros se define en voces conocidas y, al poco tiempo, en rasgos familiares. Ha llegado la hora, si Dios es servido y el pañal no tanto, de la primera sonrisa. Y del primer preludio de Bach. Porque Xóchitl ha abandonado el Concierto para la mano izquierda de Ravel y se aplica, indivisiblemente ambidextra, a acariciar con las yemitas cada vez más independientes el teclado invisible. O entra a practicar los gestos casi ornitomorfos del flamenco. La cosa es no dejar de abrir y cerrar las palmas ni de extender los dedos. Xóchitl se sienta en actitud de Buda andaluz. Solo que con su chorrito de bidé coronándole la pelusa y sus ojos avellanados verdes o tal vez celestes o acaso grises también se parece a Pebbles, la hija de los Picapiedra (recordates, gerontes?). Terminado –o, más bien, interrumpido- el preludio, Xóchtil decide que lo que quiere es echarse a volar, y se pone a aletear furiosamente con las salchichitas superiores y a darse impulso tan feroz como inútil con las mortadelitas de abajo. Toda ella es una fábrica de espasmos. Ahora le toca a la banda de sonido. Xóchtil ha descubierto que puede controlar el aparato fonatorio lo mismo que los embutidos que le dimanan de su morcilla principal. Como con ellos, su control es impreciso, y, como con ellos, se la ve impaciente por dominar el arte arcano de la coordinación. Xóchitl abre el grifo de su vocecita de juguete y el torrente se hace incontenible. Hay ya sílabas, o conatos de sílabas: mamamama, papapapá, gagagagá, bbubbubbubbubb (las aes ganan más o menos cuatro a uno, y las tres vocales intermedias todavía no se estrenan). La historia del lenguaje de Xóchitl remeda la evolución del planeta. De ese magma continuo y ahora en tímidas ciernes de diferenciación se irán desgajando conatos de palabras, intentos de cláusulas, amagues de conjugación. De allí saldrán algún día las primeras palabras de amor o de despecho y -soñar no cuesta nada- quién sabe si un premio Nobel de literatura. Tres o cuatro veces al día –o diez o doce, es difícil saberlo desde la distancia paternal- Xóchitl pierde su lance contra el sueño. Regreso de dejar a Valeria en la escuela y de mi café con medias lunas y la SuFís en la esquina de Ugarteche y Cabello, invariablemente a pie hasta Paraná y Arenales, invariablemente por Pacheco de Melo o Peña, según me den las ganas del remanso del pasaje Bollini, invariablemente admirado de una fachada, un zaguán, un palière, una puerta que descubro esta enésima vez por vez primera, y sé que Xóchitl y Alguienita duermen. Son casi siempre las nueve y media o diez. Entro en puntas de pie en la penumbra del cuarto y miro los dos bultitos, uno más "ito" que el otro, apelmazados en una albóndiga de pelusa y trapos. Xóchitl se ha quedado dormida a lo largo de su primer biberón, y Alguienita se ha marchado detrás de ella, con la vigilia apenas suficiente para secarle la campanita entreabierta y colocarla de costado. Yo, como ahora, me vengo al estudio a teclear pamplinas. Al rato Ely entra portando a una Xóchitl que estrena pañal y, si Dios es servido, sonrisa, y me la deja sentada en su mesita de trabajo, donde de inmediato se pone a contestar cien teléfonos imaginarios y a tocar la batería colorinche de sus juguetes. Llegado es el mejor momento del día. Ely la enfunda en su mameluco y me la calza –cada vez con mayor arte- en el cochecito y me anuncia que todo está presto para la gran aventura. La aventura consiste en que me invente motivos para un periplo por el barrio: sacar plata del cajero, comprar algo en la farmacia, concurrir al pago fácil… Lo mejor, claro, es el hadj al supermercado. En Disco tienen unos carritos como con trono, en el que Xóchtil se deja sentar imperial. Desde esa altura satelital, Xóchitl contempla la vasta galaxia de formas y colores. Las salchichitas extendidas en un permanente gesto ecuménico, los diez taruguitos tocando ahora en sendos clavicordios. Xóchitl se inclina hacia adelante y hacia uno y otro lado, en deferencia aquí a los cereales, allá a la fruta. Discurre con toda seriedad, ajena a las monerías de los viandantes admirados. Xóchitl no tiene tiempo ni atención para el mundo animal. Claro, ocurre cada tanto que papá detiene la nave espacial para elegir los tomates o seleccionar la carne. En esos casos, la paciencia de Xóchtil se agota en unos diez o doce segundos. Primero se distrae con un concierto de su propia voz (de ese magma saldrá algún día la primera melodía reconocible, el tema del finale la Novena de Beethoven, o -soñar no cuesta nada- quién sabe si un Casta Diva que derrumbe los escenarios del Colón o del Covent Garden. El concierto va degenerando en airados bufidos de protesta. Xóchitl empuja con el culito hacia atrás y el cuerpo hacia adelante, pero el carro ni se inmuta. Por suerte aparece papá tractor y la marcha se reanuda. Pero –ay!- está la cola para pagar. Ahí es cuando agradezco a Dios – que no todo es Sarajevo o Rwanda o Darfur en su variopinta obra- por mis congéneres, que se van turnando a ver quién es el primero en arrancarle una sonrisa. Xóchitl los mira entre curiosa y escéptica. Tocando ya de memoria sus dos suites francesas, con las avellanas grises o más bien verdes o mejor celestes concentradas en esos extraños que hacen tanto ruido. Mientras la chica de la caja va pasando la carga por el sensor, toca el trasbordo. Xóchitl pasa de la excelsitud del carrito a la estrecha intimidad de la "carriola" (Alguienita díxit) y ambos volvemos al mundo de la calle. Llegado es el mejor momento del mejor momento del día. Casi siempre escojo el café que queda detrás de la Diana cazadora, en la cruz irregular de Juncal y Talcahuano. Me traen mi café y a Xóchitl le toca biberón paterno. Se acopla el transbordador a la tobera y empieza el ritmo tenaz de la succión. Entretanto las avellanas celestes o tal vez grises o acaso verdes miran para uno y otro lado, y las manos tocan su Concierto Italiano cada una en su teclado. La ceremonia dura –se me hace a mí, que nací con hormigas en el culo- una eternidad. A los cinco minutos –o diez o tres o catorce, es difícil discernirlo desde la paternidad- las avellanas se van cerrando. Al rato, solo subsiste el ritmo obcecado de la succión. Bajo la pelusita coronada del chorro de bidé, Xóchtil tiene en su cerebro que se estrena un módulo del todo independiente. Los demás músculos duermen, la ambición descansa, pero la máquina de bombear continúa impertérrita. Aunque también a ella le toca descansar de pronto. Y Xóchitl se queda absolutamente inmóvil, con la campanita entreabierta. Y es hora, entonces, de regresar al mundo original. Xóchtil parece una bolsa de colocada a la buena de Dios en su carretilla. No la despiertan las frenadas de los colectivos, ni la perturban los bocinazos de los taxis, ni la inquieta el zangoloteo en que se juntan acera y calzada o calzada y acera. Solo despertará en el ascensor, como si supiera que ya está en su casa y que comienza otra etapa de la vida. Abre sus avellanas grises o verdes o según celestes, me mira y se mira en el espejo, y, si Dios es servido –que no todos hemos de resarcirnos de la sangre, el hambre y la miseria después de muertos- sonríe. Por las tardes, mientras tecleo mis pamplinas, Ely o Alguienita me traen el esférico trofeo y me lo sientan en la alfombra rodeado de colores y texturas. Xóchitl apostasía, entonces, de su impasible posición de loto, se abalanza todo lo adelante que le permite su culito envuelto en el pañal y queda literalmente como un sapo. Patitas semiacuclilladas y totalmente inútiles, el torso descomunal apenas sostenido por las longanizas de juguete, la cabeza casi sin cuello mantenida milagrosamente en el aire. Resopla , bufa, gime, derrama sílabas, patea, manotea (una mano por vez, claro), toma un color, vuelve a erguirse con la presa todo lo dentro de la campanita que Lavoisier permite, lo deja caer, aletea con las dos longanizas, derrama sílabas, bufa, gime, resopla, e inverosímilmente unida a la Tierra por el solo culito envuelto en el pañal, agita ambas morcillas inferiores en el aire, pateando con furia mil penales e intentando arrancar su moto virtual, tocando los un libro del Clave bien Templado con cada mano. De pronto, se agarra la cabeza (enorme esfera que sus manos casi inexistentes apenas llegan a tocar) como asombrada de algún recuerdo o azarada ante algún descubrimiento. Y luego entra a batir el piso como si fuera un gigantesco tambor. El piso, claro, no resuena, y eso la llena de furia o entusiasmo, según, y rataplán rataplán pum pum en el terco silencio de la moquette. Han entrado en juego todos los músculos que tiene. Al rato empieza a perder vapor. Y entonces se queda mirando fijamente cualquier forma con sus luminosas avellanas grisverdecelestesdepende, el chorrito del bidé inmovilizado en la cresta de la pelusa. Es una pausa breve, pero absoluta. De pronto zas! una bofetada a un invisible mosquito. Luego otra. Y una patada al pedal. Y otra a la pelota de fútbol. Y uhhbbubbbubbbubmamagagadadapffpff. El magma del que algún día saldrán las primeras palabras de amor y –soñar es gratis- a lo mejor un premio Nobel de literatura o Caro nome entre las ovaciones de la Ópera de Viena o de La Scala. A la hora de dormirse por vez última, Xóchitl ha refinado la liturgia. Ya no se bate con furor contra el sueño artero. Ahora es una simple escaramuza. Se aviene a mecerse en el sillón hamaca, la cabecita apoyada en mi hombro, y se va dejando ir. No sin más, desde luego: alguien ha hecho un ruido apenas perceptible en la cocina; zumba un auto misterioso. Xóchitl yergue la cabeza y las avellanas grises y verdes o celestes se abren entre asombradas y curiosas. Pero ya pasó. La cabeza vuelve a descansar. Siento la pelusita en mi oreja. Sigo meciéndonos. Canto un tango bajito. Cuando el puñito cerrado parece que flota, puedo ponerme sigilosamente de pie y emprender el último hadj al dormitorio. Luego viene la delicada liturgia de depositarla boca abajo sobre el colchón bordeado de juguetes. La tapo con su frazadita rosa. La miro largamente por vez postrera. Y me voy a dormir también yo. Alguienita me ha dejado hacer. Sabe que es mi turno de felicidad a solas. Yo me meto agradecido en la cama, acaricio el mechón que asoma entre las cobijas, me cercioro con el pie de que está ahí toda ella –bueno, toda ella no es tampoco tanto- y me quedo dormido, o eso infiero, como que luego me despierto. Fausto pierde su apuesta con Lucifer el día que de pronto dice al instante, Detente; eres tan bello! Menos mal que yo no he firmado contrato tan leonino, porque no alcanzarían los infiernos. Miércoles 11 de julio SUEÑO E ÍNCUBO DE XÓCHITL Tras una sesión de vocalizaciones en la octava última del diapasón humanamente audible, de espasmos, penales, golpes de pedal, fugas de Bach y matanza de mosquitos virtuales, Xóchitl frunce de improviso el ceño y echa a gruñir como un jabalí malhumorado. Es su manera protocolar de decir, Mamá, papá, me ha dado apetito; sé que tal vez los importune y les pido las consecuentes disculpas, pero no podrían ser tan amables como para concederme un biberoncito?, lo que, traducido a su rústico discurso suena tipo, Grff ñañaña eheheheh con rítmica batucada de chorizos y longanizas como acompañamiento paralingüístico (E, en mi modelo). Viene raudo entonces el transbordador lácteo y la tobera encuentra presto la escotilla de entrada. Chuik, chuik, chuik va entrando la leche por la campanita y pff, pff, pff saliendo el aire por la nariz ínfima. Xóchitl, entonces, se sosiega. El choricito derecho le queda trabado entre mi pecho y su costado, pero el izquierdo saluda lentamente coronado de deditos que se abren y cierran como un coral submarino. La longaniza derecha semiinmovilizada también, toca a la izquierda patear en cámara lenta una aletargado tiro libre que jamás llegará a ningún arco. Entretanto, los ojos celestes o verdes o tal vez grises recorren los dos arcos posibles: me miran largamente en diagonal, o miran para el otro lado, más para arriba o más hacia abajo, siempre morosos, como si las imágenes tardaran en cuajar y hubiere que darles su tiempo. A los cinco minutos –o dos, o siete, o cuatro o diez, es difícil calcularlos con el cronómetro de la paternidad- las avellanas verdes o más bien grises o mirándolas mejor celestes parecen estirarse, pero no, son los párpados que van bajando como un telón interminable. Pero terminan. Y Xóchitl se adormenta y por fin se duerme. Pero no del todo. Quedan, decía, las tres o cuatro neuronas de turno, aplicadas a la monótona tarea del bombeo. Chuik, chuik, chuik en el silencio absoluto y en la absoluta inmovilidad. Chuik… chuik….. chuik…….. chuik……… Las neuronas, confiadas, se distraen. Yo amago en este punto con retirar el transbordador, pero cuando faltan dos micrones, las neuronas se avivan, Chicas, chicas, que nos sacan la tetina! CHUIK, CHUIK, CHUIK!!! El ajetreo de sus compañeras ha medio espabilado a alguna vecina que, imagino, se despereza en lentos arcos de gata: allá abajo, se ha movido apenas una longanicita. Chuik… chuik….. chuik……… chuik………. Al cabo de dos o tres o diez falsas alarmas –no es fácil determinarlo desde el atalaya paterno-, las neuronas de turno deciden tomarse franco también ellas y toda Xóchitl es un embutido inerte. La cabezota ostenta, bajo la pelusa impalpable y entre las dos estrellas fugaces que se le encienden en los lóbulos de las orejitas, dos arquitos de césped castaño, dos guioncitos erizados de unas pestañitas de juguete y, en medio y no mucho más abajo, dos puntitos que apenas se estremecen con el viento que les entra, y exactamente debajo, pero no mucho, el carrillón bermejo y entreabierto. Llegado es el momento de la complicada maniobra de ponerme de pie e iniciar un nuevo hadj al dormitorio. El sigilo ha de ser a la vez de terciopelo y granito: estrenua aporía! Pero llego, y ahora toca el delicado operativo aterrizaje panza abajo. Xóchitl se deja rodar 180 grados como un tronco de trapo y queda espatarrada culo al cielo, con las longanicitas estiradas hacia adelante y los deditos abiertos como diminutas patitas de rana a las veras del coco inmenso. La forma es la del corte transversal de un repollo. Yo me alejo en puntas de pie y ya estoy por trasponer la puerta cuando Xóchitl se agita y gime. Cómo será su pesadilla? Una tetina sin aujero? Un biberón seco? Un pañal anegado? Qué otro tormento imaginario puede imaginarse esta oruguita que no conoce aún el maravilloso y pérfido mecanismo de los símbolos? Oh, denso misterio que ella misma no podrá develar! Shhhh, shhhh, shhhh… , un levísimo sacudón del torso inerte con mi mano de ogro… y nada. Xóchitl ha dejado de existir. Ahora es solo una imagen, una forma y una textura. La personita se ha marchado a otra galaxia. Y yo me quedo observándola desde mi distante promontorio paterno. Contémplala bien, me aconsejo, porque pronto su sueño dejará de ser para ti y será solo para ella; porque tarde o temprano será, incluso, para otro. Disfruta intensamente este tesoro silencioso e inmóvil. Pero, cuidado: que no vayan a perturbarlo toda la zozobra y la agitación que te bullen hasta en el último alambique de tu alma! Domingo 9 de septiembre XÓCHITL AUTOLOCOMOTRIZ Xóchitl ha descubierto las delicias y tribulaciones de la autolocomoción. Venía amagando desde hace meses, pero le tocaba superar el peso feroz de su culito de paquidermo. Un buen día, tras una recua de ensayos frustrados, logró apoyar las longanicitas superiores y alzar las nalgas sobre sus rodillas. Se mantuvo así, como en ascuas verticales, varios minutos, mirando el planeta desde la nueva e insospechada perspectiva, pero sin saber qué más hacer. Al tiempo la venció la fatiga y se dejó desplomar vencida. Y así varias veces más. Hasta que un día, Eureka! Miró todo lo en derredor que le dio el cuello de hombre Michelin, probó una a una la resistencia de los jamones y las longanizas, despegó apenas una manito para dar ese decisivo primer paso… pero Fpflop! Le falló la tripedalidad y se fue de panza al suelo. Inicialmente, pareció satisfecha con el vértigo novel. Pero al rato quiso recuperar un símil de postura digna y se encontró que no le servía ninguno de los embutidos desparramados hacia los cuatro puntos cardinales. Sobrevino, entonces, la batucada de bufidos que pronto degeneró en una banda de bronces tan agudos como destemplados. Corrí a auxiliarla, la tomé del vientre de Buda y volví a colocarla en posición de largada. Echó una nueva mirada de tortuga todo lo circular que le consintió la papada y, Eureka! Esta vez, en lugar de arriesgar un avance longanístico, decidió probar suerte con un desplazamiento de jamón. Solo que no llegó a ocurrírsele deslizar la rodilla de trapo, sino que la despegó casi con violencia de la alfombra y ya la estaba mandando más o menos hacia adelante que, Fpflop! Otra vez de panza al piso. Se conoce que volvió a encontrar divertido el vértigo, porque otra vez festejó el aterrizaje de emergencia con grandes muestras de hilaridad dos o tres octavas encima del último do que puede dibujarse sobre el primer pentagrama. Pero también en esta ocasión la leticia fue cediendo paso a la irritación. Hasta donde le permite su experiencia limitada del universo, debe de haberse cagado en todas las abuelas de Newton. La ordalía vino repitiéndose, adelantaba, más o menos desde julio. Pero hace unos cuatro o cinco días se produjo lo que Hegel primero y Marx después llamarían un cambio cualitativo. Todo empezó igual: de improviso el culo descomunal se irguió como una tienda de circo en tren de instalación, la cabeza procedió a su ya acostumbrado semicírculo de quelonio, volvió a encontrar su centro, calculo minuciosamente dirección, inercia, momento, vector, tensión, extensión, impulso, aceleración y distancia… y, Bingo! La rodilla uno se deslizó tres o cuatro milímetros más o menos hacia adelante. Sobrevino en este punto una pausa de balance y reflexión. Xóchitl se aplicó a pasar revista coyuntura por coyuntura el –es cierto, tembloroso e inestable- andamiaje del culo, revisar y verificar todos los cómputos menester, recobrar suficiente aliento, acumular el debido coraje, apuntar nuevamente más o menos hacia adelante y, Bingo! Mandó la mano uno a distanciarse de la rodilla ídem. El culo de avispa se escoró peligrosamente a babor, y ya parecía que iba a carenar más de lo prudente, cuando, Plupf! Osciló hacia estribor descargando todo el peso sobre la longaniza temeraria. Aquí, fue oportuna una solución de continuidad dedicada no tanto a la especulación como al festejo. En medio de una jam session de la batucada y la banda, alzó ahora la rodilla número dos… Ay! Eso: la alzó en vez de arrastrarla, con lo que el ángulo de desviación de la vertical devino excesivo, el culo quedó como colgando ominosamente sobre el abismo y, claro, Fpflop! Y toda la cuidadosa si endeble coreografía fue a parar ignominiosamente a la mierda. Nueva sesión de protesta acústica aguda. Pero la grandeza del hombre, dicen que dice el viejo proverbio árabe, no está en no caerse nunca sino en levantarse cada vez que se cae. Lo mismo puede decirse, digo, de la mujer, incluso la de corta edad, sol que no exactamente cada vez, sino cada tanto, pero no tiene sentido buscarle la tercera oruga al tanque. La cosa es que tras varios intentos en que el éxito inicial tropezó –nunca mejor dicho- con un fracaso final… Bingo! Xóchitl dio en arrastrar también la rodilla número dos. Faltaba tan solo un leve desplazamiento aproximadamente hacia adelante de la segunda longaniza y se habría logrado completar el ciclo unitario. Mirada de Galápagos, cálculos einstenianos, tensión nabaldianesca, temeridad colónica y…. Fpflop! A la mierda el ciclo. Pero la grandeza etcétera, y tras una serie de experimentos que corroboraron con distintos grados de rotundez la teoría de la gravedad… Bingo! Y desde entonces son secuencias de tres, cuatro y hoy hasta cinco pasos compuestos, hasta que el agotamiento exige un lapso de reposo, que, es verdad, todavía no se aprovecha para perfeccionar la puntería. Porque Xóchitl no ha caído en la cuenta de eso del ángulo de desviación: Ella mira, es verdad, fijamente hacia adelante. Dijérase un hipopótamo convencido de su leoninidad como argentino que se cree europeo que ha descubierto su presa entre las gacelas de la sabana. Pero no atina a dar la orden de, Vamos chicos, a ver vos, adelante, carajo! con la debida indicación del rumbo, por ejemplo, algo así como, Rodilla de estribor, 0 grados a proa a un nudo de hilo de coser! Con lo que la rodilla se abre unos ocho grados a babor, y luego la mano uno seis más, que luego se medio compensan con los seis grados a estribor de la pierna dos y los tres de la mano ídem. La cosa es que la compensación nunca es total y el culo termina desplazándose para el lado de los tomates o, en una ocasión particularmente aciaga, la pata del piano. Pero yo no he dicho ni querido dar aviesamente a entender que Xóchitl puede ir adonde quiere, sino simplemente que puede ir en general: dónde exactamente –bueno, exactamente es quizás una exageración- es difícil de vaticinar, pero ir… va. Miércoles 19 de septiembre Xóchitl gatea por todo el planeta, y cuando encuentra el andamiaje propicio de pone de tembloroso pie. Pero ahí termina la cosa, salvo una vez que -ni ella misma sabe cómose medio como que soltó y medio como que se fue de culo pero sentadita al suelo y medio como que recuperó la cuadripedalidad. Salvo esa vez, donde se para, se tiene que quedar a vivir, y como no quiere, empieza a reclamar auxilio. Jueves 20 de septiembre XÓCHITL AL VOLANTE Xóchitl es una holgazana. Usa el andador de sofá. Nadia me cuenta que el de Valeria parecía un autito chocador manejado por un mono. Xochitl se apoltrona, echa mano a los juguetes, los va catando con obsesión rayana a veces en la furia, practica con ellos la batucada como para ensordecer a medio Brasil, pronuncia vehementes o plañideras alocuciones... pero todo in situ. En todo caso, los deslizamientos horizontales son producto de las sacudidas de arriba que no de los intentos de locomoción de abajo. Xóchitl es una paradoja: tiene la movilidad inmóvil de un terremoto - tremendo trémolo en el mismo lugar. Viernes 12 de octubre XÓCHITL GOURMETTE Capítulo primero. Ensucede que hacía como tres semanas que solo veía al jabalicito por escayp y resulta que en el ínterin de mientras tanto Alguienita la ha ido acostumbrando al morfi sólido (no sin recuas de frustraciones, porque la hipopótama parece que sale a su padre, y acaso a mí mismo, en lo tozuda, recalcitrante, obcecada, terca, cabeza dura, obstinada y qué se yo cuántos sinónimos más). Capítulo segundo. Enocurre que ayercito nomás, a la hora de la oración (porque en casa la gramática es sagrada, vio?), indagué como es de norma qué carajo querían morfar mis otras dos naifas y enaconteció que Alguienita dijo, Yo arrozito con vedurítaz, y Valeria, más precisa, Yo arroz con arbolito (o séase, con broccoli o brócoli según); a lo que Alguienita instruyóme que, Haz el arrozito con tantito ajito y nada maz porque zi no Xóchitl (Zóchil) no se lo va a querer comer y nozótraz luego le agregámoz laz verdurítaz. Capítulo tercero. Empasa que, Minga! Porque si mi hija es mía -o, en todo caso, de alguien mínimamente parecido a mí- no habrá aderezo que la arredre ni mejunje que la amilane, de modo que procedí subersibamente a dos puntos. a) Freír dos cabezotas de ajo desmenuzadas en harto aceite de oliva, b) freír una taza de arroz Gallo, c) añadir, cómo no, las tres (y yo que le iba a poner dos mire lo que son las cosas) tazas de agua, d) echar una nutrida llovizna de sal con hierbas, e) espolvorear un denso granizo de una mezcla de cuatro pimientas molidas ad hoc, f) camino ya de completada la cocción, dejar caer un leve chaparrón de hierbas finas (que tomillo, que romero, que estragón, qué se yo) y g) mezclar todo que daba gloria. Capítulo cuarto. Enacaece que viene Alguienita y ve el arroz todo manchado de pastitos verdes y piedritas rojizas y negras, y teñido medio que de ocre y dubita, abandonada de todo optimismo, A ver zi lo quiere. Capítulo quinto Enresulta que Valeria se fagocitó el arroz casi sin tocar el arbolito -que igual se tuvo que deglutir orels- y preguntó que si no quedaba para llevar mañana a la escuela, y que Xóchitl (Sóchil o Zóchil, según el progenitor que la demande) se morfó DOS BOLCITOS DOS de arroz, estirando la cabecita de mamut todo lo que le permitía su cuello de sapo, clamando, Ño-ño-ño!, cada vez que veía alejarse peligrosamente la cuchara. Epílogo Alguienita, que o hace las cosas enteras o nada y como solo ella tiene el virtuosismo suficiente para hacerlo, trocó el revés suyo en culpa mía, sentenciando, Ahora cuando tú no eztez y vea que no tiene el mismo zabor no lo va a querer. O sea que, en realidad, parece que la cagué… Sábado 13 de octubre XÓCHITL GOURMETTE II PREFACIO Acabamos de almorzar, oséase, que antes acabé de cocinar. Alguienita pidió pazta con laz verdurítaz que zobraron de ayer, y yo indagué, La hipopótama va a comer de la misma pasta?, No, ella tiene unaz maz pequeñítaz que le di ayer y voy a recalentar. INTERLUDIO Receta de la pazta con verudrítaz de ayer: En sartén honda rehogar en aceite de oliva del bueno cebolla, cebollín, puerro y abundante ajo todo picado bien pero bien finito, vio? Cuando estea, agregar un tomate perita y medio por comensal, tambiém bien picadito (yo le dejo la piel). Si hay a mano, un vasito de tinto y, disuelto en él, un cubito de caldo de carne. También se puede poner una hojita de laurel. Como no había vino abierto, ni vino, ni caldo ni laurel, pero que conste. Sal, claro, y pimienta, ojcors. Cuando la pazta eztá cozida AL DENTE (suele requerir un minuto menos que lo que indica el paquetito), verterla en la sarten y rehogar un minuto a fuego lentérrimo, agréguense las hierbas italianas o, cuando menos, orégano. Como estábamos solos, le ofrecí a Alguienita meterle unoz chilítoz, de modo que quedó pazta con verdurítaz de ayer a la reputanezca que loz remilparió, pero zabroza. AHORA SÍ, CAPÍTULO PRIMERO Y, PARA QUÉ DECIR UNA COSA POR OTRA, COMO DESACONSEJAN LOS TRADUCTORES, ÚNICO Pero, y Xóchitl (Sóchil o Zóchil, según)? Como yo devoro, la división del trabajo alimentario es así: cuando termino, mientras Alguienita se va apenas sirviendo la ensalada, me dedico a darle de yantar a mi pequeña galápaga. La pazta de marras eran unos moñitos diminutos, muy monos, pero que se veía que no tenían ni el gusto del plástico del bol. Entonces, sugrectisiamente, les eché un chorrito de aceite de oliva y bastante queso rallado (No ze lo va a comer profetizaba Alguienita llevándose a la boca la primera hojita de lechuga- porque eztá muy picadito y a ella le guzta coger el trozito). Pues por segunda vez consecutiva, MINGA! Porque la chancha entró a deglutir como desesperada y, sin haber terminado de masticar la ración anterior, estirando la trompa, golpeando furiosamente con los puños su silloncito manducatorio, y profiriendo unas protestas guturales que filogénicamente han de remontarse a cuando el Cromagnon chapaba el garrote y le pedía a su consorte, Pasáme más mamut, querida, o te cago a palos. Domingo 14 de octubre XÓCHITL GOURMETTE III Di advéntiur continius! Acabo de dar de comer a la galápaga, Ella ya tiene la paztita de ayer, explicó Alguienita. La paztita de ayer era, otra vez, un bol de moñitos inodoros, incoloros e insípidos (ah la mojigatría, pusilanimidad y pacatería gastronómica de las madres al menos de algunas!). De modo que... manos a la obra! Chorrito de aceite de oliva del muy pero muy bueno, quezito rayadito, llovizna de las cuatro primientas y una salpicadura de hierbas italianas para el bol de moñitos se vaya pareciendo a un plato de pasta y, A ver qué le parece! Cuando le aproximo, triunfal, la cucharita con dos moñitos dos y una hebra de queso... Pfupfff! Mohín de repugnancia y el puño cerrado como ni en un Primero de Mayo en el Madrid republicano que me aparta violentamente contra la pared. Alguienita, exultante pero sin evidenciar, me explica, Ez que no le guzta. Solo Dios, si existe y estaba poniendo atención, sabe lo profundo que calaron esas endas puñaladas de dos de las tres mujeres de mi vida. Y ahora, qué les digo a los cumpas del foro?, pensé contrito y derrotado. A ver zi quiere un poquito de mi pollito, diminutivizó Alguienita, metiéndole entre los labios de campánula un, en efecto, trozito de zu pollito. Ñam!, fue la respuesta elocuente. Entonces, meseiluminó la sesera: Dejála que le dé hambre de vernos comer a nosotros. Holy medicine! A los dos minutos me acerco con el platito y la cucharita, monto dos moñitos y una hebrita de quesito espolvoreaditos como de piedritas rojinegritas y de pastitos verdecitos, acerco la carguita a la boquita, se entreabren no del todo convenciditos los labiecitos de campanulita, asoma timidita y recelosita la lengüita rosadita y... ÑAM!!!!!, todita la comidita desapareció como cuando se tiraba la basura en los incineradores diantes (recordates, gerontes?). Al cabo de unos bocados, volvió el puño de pocos amigos acompañado de un elocuente Pfufpfffgh!, Ez que quiere agüita, sentenció, omnisciente, Alguienita. Chapé pues el biberón (oséase, la mamadera, para qué hacer concesiones al vulgo no rioplatense!). La campánula de deformó en una especie de tubo de aspiradora y, Glugggggh, gluggggh, chuikgh, chuikgh. Así como dos minutos, hasta que, Plop! saltó la tetina a la mierda enviada por el puño crispado y, Pfufpfffgh, la mano que se extiende al término de embutido, embutidito y embutidón, la campánula que vuelve a deformarse, la cuchara que se acerca con su aderezada carga... y, ÑAM!!!! Y así dos o tres episodios más, hasta que casi no quedó nada. Por cierto, mientras yo, cual operador de grúa, iba con la pala llena y regresaba con la pala vacía, la mano de juguete escarbaba en el plato e iba sacando que un moñito, que una hebra de queso y los iba sumando al bolo alimenticio. De pronto quedaba inevitablemente colgando de una comisura que el extremo de una hebra de queso, que la mitad de un moñito, en cuyo caso la garra de goma los extraía y los volvía a colocar cuidadosamente en el bol. Es que Xóchitl está aprendiendo a comer en sentido cabal: gastronòmico y protocolar, qué carajo! Lunes 15 de octubre LA JODA INAUGURAL, CON HINCHAPIÉ EN XÓCHITL Xóchitl (Sóchil o Zóchil, según) tardó casi toda la velada en cargar el nuevo programa. Miraba intensamente todo lo en derredor que le consentía el cuello de escuerzo, sin que le quedara una neurona libre para amagar siquiera un conato de sonrisa. Ello pese a los ingentes -y, de momentos, francamente ridículos- intentos, devaneos, forcejeos, muecas, gestos, ruiditos e imitaciones francamente deficientes del lenguaje infantil a que se aplicó por estrenuos turnos un porcentaje elevado de los circunstantes, especialmente mujeres de sexo femenino. Xóchitl no deponía su expresión que recordaba a cuando en la pantalla totalmente inútil empieza a llenarse la puta rayita mientras encima va diciendo 3% completo, faltan 68 minutos, 4% completo, faltan 67 minutos, egsétera. Hubo una interrupción de la descarga cuando Mafalda se apropincuó a afanar el lomo (no jamón, como tergiversa, como suele suceder con los historiadores, la cronista) ibérico carísimo y poquísimo que me regaló una amiga pero no le digan nada a Alguienita española que estuvo parando (y, supongo, sentando y acostando) en nuestro dpto de Viena. Fue ver a Mafalda y olvidarse de Güíndows 2007: Uuuuuhgh!, Ñañañañáy!, Huff! Primero con comprensible recelo pero enseguida con admirable temeridad, extendiendo la garra de coma al cabo del embutido, el embutidito y el embutidón. Pero Mafalda, minga! Pese a que yo, avieso, le ofrecía la grasa del lomo (no jamón) ibérico, que ella venía, chapaba y se piantaba sin dar tiempo a la maniobra de aproximación tramitada dentro de la versión femenina del Hombre Michelin. En cierto momento, con los bíceps (por cierto, no se pierdan la exposición "Bodies" del Abasto que está buenísima y no hay chico que pueda dejar de verla) doloridos, opté por sentármela a horcajadas del bocho. Dicen quienes tuvieron la dicha de poderla observar que parece que ahí sí cómo no sonrió y -aunque tal vez sea una de esas exageraciones típicas de los cronistas- hasta se rio que nunca me acuerdo si va con acento pero seguramente no porque es monosílabo. Agotado que se hubo el lomo, al cabo de como tres segundos porque hay que ver cómo morfan los traductores sobre todo si el morfi lo pone otro justo justo llegó Lamorín yúnior con su dorima perfectamente legal (al menos, eso quisimos creer los presentes con cierto sentido del decoro, y eso que todavía nadie dijo nada por eso de la discreción vio? del lenguaje corporal de la SuFís y Alejandro que a cada rato se retiraba la pipa de las comisuras en tren francamente oscular pero eso son cosas privadas de los demás y no es del caso comentarlas aquí) y su propia vástaga Mara que le dicen, de apenas dos meses de edad, la cual, pese a cuya abisal diferencia de ídem, suscitó por fin el interés humano de Xóchitl. Fue enternecedor ese encuentro de dos experiencias tan diferentes de vida, Mara recién llegada a este mundo, y Xóchitl con sus once meses y a ver en ese momento 24 días de recorrerlo sin descanso, que Disco, que el Registro Civil, que el Automóvil Club, que, las cosas como son, la República Oriental del Uruguay pese a las papeleras. Cuando ambas dos se aburrieron sendamente de la novedad que ya había dejado de serlo, pasamos al buduar o lo que fuese que quedaba a la otra punta opuesta de la cocina, oséase, según se entraría si te dejaran pasar por la puerta de las visitas ahicito nomás. Alguienita se refugió en un sillón recóndito, Zóchitl (porque la tenía ella) en ristre y justo justo se le sienta al lado la FlorBell que viene con sus acoplados Gabriel y Lucía que no sé por qué yo le digo Julieta será por Shakespeare vio. Con Gabriel, dedo de hacer cosquillas mediante, hacemos buenas migas deinmediatamente, pero Lucía se le apelmazó a su botánica madre y no hubo nada que hacerle, al menos nada que le pudiera hacer yo. Alguienita en el ínterin -pero siempre también en el sillón- descubrió en unas alturas para ella francamente inalcanzables como suelen serlo para ella la mayoría de las alturas un gato blanco de peluche que luego fue delicia de Zóchitl (que seguía estando con ella, oséase Alguienita) que por fin pudo consolarse del desdén de la fauna viviente. En aquel sector del Palé, como diría la SuFís si no tuviera la boca ocupada, coincidimos con la susodicha, su humeante prótesis que me dejó probar la magnífica Stanwell que le estorbaba par los menesteres viciosos que no dan cáncer con el no menos magnífico tabaco Davidoff que le trajo un amigo de la naifa de Viena o menos anfibológicamente le trajo de Viena un amigo de la naifa. Ya nos íbamos a ir porque se hacía tarde para Xóchitl (ya a bordo mío porque si se puede decir a mi bordo se puede decir a bordo mío según la prueba que le hizo caer las escamas de los ojos a la MarCel) y los dueños de casa se hacían los fesas con las dos botellas dos de champán dos que traje amén del jamón que en la crónica no aparecen y en los sobrantes tampoco así que francamente no sé cuando todo el mundo entró a protestar que ni una asamblea de cartoneros, Y el bidé, y el bidé?, refiriéndose al ídem de cuando me coronaron reina del baile en Baño de modo que Lamorín en vez del champán que francamente no sé trajo su láctoc y yo metí el cosito ese y, Chan-chachán-chachán-chachachán resuenan los acordes melodiosos que modulan los bronces al inicio y durante el resto de la Música para los Reales Fuegos de Artificio de Händel (la músico, no los fuegos de artificio) sol que nadie se enteró por el bochinche que hacían (los presentes, que no los Fuegos de Artificio de Händel). Las vistas de la citi son, hay que admitirlo, expectaculares. Luego vino el cambiador donde nos probaban togas y birretes o como se llamen esas cosas con cadena de trapo que te ponen en el bocho en estos trances, después la entrada en la abadía a pleno órgano que ni les cuento, entonces entramos los que nos sentamos en el escenario mirando la platea entre ellos este fiolo, más tarde rápido sapin a la escena que todos estaban aguardando impacientemente porque seguro que era la última de cuando sale un coso y dice que soy un fenómeno y que me dean nomás el dotorado a ver si por fin nos podemos ir a la mierda, y ahí también por fin me puedo levantar de una sillita lo más mona y como de quinientos años pero diseñada por un tipo que seguro que jamás estuvo sentado y el Gran Maestre o lo que sea me da un golpecito suavecito con su libreta de teléfonos, yo firmo el recibo del diploma, otro me pone un como collar de paño y ahí sí nuevamente por fin me puedo calzar el birrete o como se llame que parezco Enrique VIII tras haber ejecutado a su última mujer que fue la penúltima porque la última rio sin acento no? mejor. Y entonces sí se fueron los de la pantalla y acto seguido nosotros. Miércoles 24 de octubre INTERMEZZO NOSOCÓMICO LOS PELIGROS DEL PENTOTAL BÁCGRAUN La historia empieza a mi retorno de Viena el 1o de julio. Alguienita, que cada vez que regreso al redil tras una ausencia sospechosa me revisa hasta entre los dedos de los pies en busca de algún pelo de rubia (claro que ella jamás lo admitirá), me hizo notar que tenía el ombligo que parecía el ujerito inflador de una pelota No. 5. Nunca sentí molestia alguna, pero que se veía desprolijo, se veía desprolijo. De modo que a la final concurrí a la Clínica del Sol a ver que me vieran. Me dijo el tordo que no era nada grave (la bola ya se me había re- y desabsorbido como diez veces), pero, en vista de que me pasaba alzando valijas (causa que había seguramente sido del incidente de marras), mejor me operaba y chau. No me pude operar, como tenía previsto, a fines de julio, porque el 20 de agosto me tocó viajar otra vez, y como volvía a partir dos semanas después de regresar, hube de esperar hasta ahora. JORNADA PRIMERA O sea, ayer. Me dieron de baja a las 17:00. Habitación piponérrima en el Trinidad Medical Center, también conocido como Centro Médico Trinity, en la paqueta intersección de Sinclair y Cerviño, a pocos pasos de la a) Embajada de los EE.UU., b) la mezquita de Buenos Aires, o sea, que mezcladas la Biblia y el Calefón o, mejor dicho el Corán y Elvis Presley. Apareció, entonces, la enfermera, suculenta ella, que me preguntó si quería que me afeitara (que me afeitara ella a mí, que el castellano está lleno de impresiciones, como sabemos los traductores). Ya iba yo a decir que, Si, nena; afeitáme lo que quieras!, que Alguienita se ofreció solícita para que no se molestara. Me di la ducha prenupcial, Alguienita me afeitó con unción y una maquinita, me dieron una bata de lo más poco discreta, me subieron a una camilla, me metieron en un ascensor y luego en el quirófano, me metieron una agujita en el brazo y a las 18:15 me desperté en el cuarto, donde estaban Alguienita (que me había acompañado, ojcors) y mi hermana. Al ratito me vinieron a tomar temperatura y pulso, pero no se los llevaron. Alguienita se quiso quedar (acaso por lo opulenta de la enfermera y lo escueto de mi bata), pero le hice ver lo innecesario de la maniobra, ya que no iba a poder dormir pensando en Xóchitl. Y así me quedé solito, en ayunas desde las diez de la madrugada. Me tenían condenado a dieta líquida, misma que se hizo presente tras dos intercesiones (esta vez con "s") de la enfermera, a las 23:00. Un caldo que era más agua caliente que otra cosa, y una botella de agua que era totalmente agua y no otra cosa. La enfermera se apiadó de mí y me preguntó, Quiere cenar?, Si, mamita!!!, iba a replicar, pero me quedé en el adverbio de afirmación. Y me mandó mandar un puré de calabaza (se cagan en el boicot) de excelente calidad y cocción pero más insulso que De La Rúa. Y después me dormí. JORNADA SEGUNDA Decía que a las 18:15 me desperté. Bueno, me desperté es un decir, porque no me acuerdo de nada de lo que dicen que dije, de lo cual me dijeron hoy, o mejor dicho, me lo dijo mi hermana, Vos te acordás de todo lo que dijiste cuando te trajeron?, Y ahí caí en cuenta de que no me acordaba de nada. He aquí, entonces, el relato de mi hermana, corroborado por periódicos asentimientos de Alguienita, que a ratos se ruborizaba y a otros reía. Ni hablaste de Xóchitl y ni hablaste de Valeria. Todo lo que decías es, Qué suerte que tuve, la puta que lo parió, que la conocí a la Chapulina, carajo! Y qué suerte que se casó conmigo, carajo! Qué feliz que soy! Porque la Chapulina es una mujer prácticamente perfecta: Si tuviera quince centímetros más sería la perfección encarnada, pero en esta vida no se puede pedir todo, así que me conformo con la versión más cortita. Como les digo, no me acuerdo, pero menos mal que no hablé de la enfermera! GASTRONOMÍA HOSPITALARIA O más bien, para qué decir una cosa por otra, inhóspita. Es que la cocina del Centre Medicale Trinité es muy buena, pero de hospital, o sea, que sazonan los platos con aire, y para peor aire antiséptico. De modo que, cuando llamó Alguienita como a las seis de la madrugada con el temor de que contestara la enfermera para ver cómo estaba de salud y de solo, le pedí que me contrabandeara el molinillo de las cuatro pimientas, la sal con ajo y las hierbas finas. Sabio que fue proceder, corroboré, cuando de desayuno me trajeron TÉ, porque café no podía, diz que, pero ya veremos que puros cuentos chinos, con vainillas. Alguienita se apersonóse en persona tras haber dejado a Valeria en la escuela y llamó a Ely para que se trajera a Xóchitl para que la viera su padre redivivo de ella, o sea, yo, y, de paso, la computadora (para que la trajera Ely con Xóchitl y no para que la viera su padre redivivo de ella, lo cual sería un disparate y, para colmo, imposible). A las once llaman de la cocina para preguntarme que si me gustaba la brótola y si la querría en ese caso con arroz con almendras. Me gustaba y en ese caso la querría, cómo no. A las doce en punto del mediodía se constituyó la emisaria del chef con una bandejita monísima en la que campeaba un cubreplatos de metal color plata y dos platos descubiertos ellos uno con una pera en almíbar de menta y una que luego resultó mousse de bróccoli, a la que me apresuré a espolvorear de pimienta, asperjer de sal y rociar de hierbas bien que estos dos últimos verbos en rigor se coloquen con líquidos. Delicioso. Pero mejor resultó el tratamiento con la brótola acompañada en este caso de arroz con almendras y que estaba tan exquisita como abundante. Con lo que lo que de otra suerte habría sido una comida con insípido sabor a frustración, resultó ser aunque ser resulte totalmente innecesario un ágape memorable como que lo estoy rememorando. El té fue, esta vez, CAFÉ (levemente aguachento, para qué nos vamos a engañar, como malbaratan en Colombia los mejores granos de mundo con el perdón de Malcolm... al menos, espero que los perdone), con unos sánguches de miga veramente sabrosones como diría el Manolo Sínior si los pudiera probar. En eso llegó mi hermana, a quien envié presto a la cafetería a hacerme marchar un espresso que no es expresso sino espresso oséase como exprimido a presión vio doble. Cosa a la que procedió con la alacridad y premura que solo una hermana porque Alguienita todavía no había regresado que se había ido a dejar a Xóchitl y a traer a Valeria. Ahí fue donde o cuando según mi hermana se resarció del mandado con la historia que dio pabilo a la crónica anterior. Después se fueron las tres y yo me quedé, para variar, escribiendo pamplinas. Hasta que a las 22:00 esta vez en punto me trajeron (solo que sin pesquisar de antemano) la cena, a saber, mozzarela caprese solo que en lugar de mozzarela eran cubitos de queso Mar del Plata pero del bueno y tomate (que siguen cagándose en el boicot) con un sachetito de aceite de oliva del bueno. El otro plato evidente era de frutas: naranja, pomelo, frutilla y ananá o china, toronja, fresa y piña, según. La sorpresa bajo la argentina campana eran unos caneloncitos (o es canelonitos?) de espinaca con salsa blanca que inmediatamente quedó mancillada de granitos de pimienta rojiverdiblanqunegros, pastitos y los levísimos grumitos de la sal con ajo. Otro manjar, para qué decir una cosa por otra. Lástima grande la asuencia del jugo de uva fermentado, pero! PELIGROS COMPLEMENTARIOS DEL PENTOTAL Tengo a mi lado a Alguienita, que no me deja mentir, y me conmina, entonces, a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. De modo que ella me dicta lo que tengo que narrar y yo no más le pongo el aderezo estilístico como quien dice. Que cuando me toco el baño prenupcial la enfermera me dijo, Póngase la bata, pero que yo me abstuve, replicando, No, voy topless nomás. Que cuando salí de la ducha, ya cubierto con la bata y escoltado por Alguienita más triunfante que Dalila luego de haber rapado a Sansón, le arruiné el pastel alzándome la bata para preguntar a la enfermera si me había rasurado bien y de paso recordarle las partes pudendas cuya posesión en exclusiva no cesa de reclamar Alguienita que a veces se pone francamente egoísta. Que mi hermana que me conoce desde que nació le botoneó que, Lo hace nada más que para darte celos. Que cuando regresé del quirófano la narrativa de ayer correspondió exclusivamente a antes de que penetrara en la habitación Alguienita y que entonces, ya en presencia de la interesada en que la enfermera no me viera en pelotas ni mucho menos me rasurara dije aproximadamente lo que sigue y les recuerdo que me están dictando: Ay Chupita, te hice renegar anoche, ay perdóname... Bueno el orden no me acuerdo pero eso dijizte, Ay, qué linda estaba mi Xóchitl vestida de mexicana --es que el domingo había cumplido su primer añito y Alguienita me la vistió de mexicana que solamente le faltaba la pluma y yo no me acuerdo bien qué dije o hice o no hice o dejé de decir durante el día antes de que llegaran las como diez mil visitas que Alguienita me puso culo al Norte-- y te gustaron los chistes que hice de que no había podido jugar con mi tren --eléctrico que comencé a comprar cuando me enteré de que Alguienita estaba embarazada y ambos decidimos que iba a ser un varon las pelotas (que no llegaron a ser) y que ocupa en la actualidad la totalidad de la habitación de hospitalidad--?, y de que de día se te veía madre ideal pero que de noche exclamabas, Por qué no ze dormirá de una vez esta mugroza?, A ver, trata de dormirla tú!, Ay que linda familia tenemos, Chupita, qué suerte! Ay, Vale mi hija tan linda, y Xóchitl... Ño-ño-ño-ño-ñó, TOOOOONTA!!! Es que no parabas y dezpuez zeguíaz con otra coza y otra y otra y otra y entonces dezías, Ay, Chupita, qué lindo esto y qué lindo aquello!, o sea, que me perdí un gran momento de mi vida, la puta que lo parió. Viernes 9 de noviembre XÓCHITL VERTICAL Desde la última vez que me senté a consignar los hitos de su azarosa biografía, Xóchitl se ha soltado a gatear por todo su universo. Lo hace a una velocidad pasmosa, si con el garbo dudoso de un mutante entre gato de angora e hipopótamo. Su capacidad de tracción no tiene límites, ni por dentro ni por fuera. Ya nada de aquellas súbitas extenuaciones, ni de aquellos obstáculos siempre alevosamente interpuestos en su contradictorio rumbo. Nou ser! Xóchitl desaparece bajo los muebles más inhóspitos, resurge entre las patas menos propicias, se lanza como una flecha hacia, digamos, el norte, y ya está por llegar que gira de pronto hacia, digamos, el oeste, y se detiene porque sí o porque no y vuelve, pongamos, sobre sus, pongamos, pasos. A veces se sorprende a sí misma en una enigmática encrucijada: Llega, pongamos, de su peregrinaje desde la cocina, desconcertante comedor de diario e interminable corredor por medio, a la colonia de dormitorios. Y ahí se detiene en seco: Frente a ella, la puerta cerrada a cal y canto del cuarto de los misterios (ay, con ese placard lleno de cosas de papá que él coloca amorosamente sobre unos hilos de metal y hacen puf puf bordeando las cuatro paredes, ese placard que deja enana a la cueva de Alí Babá, y que ella solo ha podido otear durante algún fugaz descuido de su ciclópeo dueño). A la derecha, su cuartel general y de Valeria, lleno, es verdad, de toda la parafernalia de la infancia, pero demasiado familiar, para qué decir una cosa por otra. Y a la izquierda, el cuarto, es cierto, sin demasiado ángel ni interés, pero de papá y, sobre todo, mamá, con su pantalla sin animalitos de colores, y con su cuna de auxilio. Y Xóchitl se sienta, con las piernas como salchichones una más o menos para acá y la otra aproximadamente para allá, y cavila, reflexiona, lucubra, especula, hipotetiza, imagina, vaticina, sopesa, aquilata y tantas otras cosas que ahora sabe hacer sin saber bajo el alboroto casi intangible de sus rizos. Y luego se precipita en una de las tres posibles direcciones, o insiste, por las dudas, en el derrotero imposible, palpando y golpeando y rasguñando el sésamo insensible, en la esperanza de que el Titánico Barbudo esté encerrado detrás, mirando sus objetos de hacer puf puf, y venga a abrirle, y la alce mucho más allá de las capas superiores de la atmósfera, a azararse ante la insólita telaraña circular, en la que tantos insectos atrapados se quejan lastimeramente, Puf Puf!, girando y girando sin poder librarse. Pero, salvo los vuelos cósmicos en brazos de los dioses del Olimpo, todo esto es horizontal. La verticalidad ha sido, hasta hace poco, imprevisible producto de la intervención de los adultos incomprensibles. Pero ya no necesariamente. Xóchitl ha dado su primer gran brinco cualitativo camino del resto de su vida: se para solita. Al principio, su verticalidad triunfante coronaba una estrenua gestión cognitiva y muscular: mirar primero hacia el infinito y sus estrellas, como dice el bolero, buscar luego un asidero confiable y –eso sí- inmediato (la pata providencial de un mueble , el interminable borde de nuestra cama, la pierna de un pantalón rellena de la pierna de algún adulto), elegir cuidadosamente la mano con la que aferrarse con sus tenaces morcillitas, arrastrar el máximo pañal de fuera y el mínimo culito interno hasta alcanzar la distancia óptima, girar sobre el improbable eje del abultado bulto de pañal con culo en busca del ángulo preciso, proceder a un primer intento de flexión de la ristra de salchichones que le van del hombro a la muñeca Michelin, sumar a la operación sus morcillitas de reserva, sincronizar ahora las cuatro series de embutidos en un supremo esfuerzo por hacerle pito catalán pragmático al hijo de puta de Newton, pasar deteniéndose apenas (porque todo nanosegundo adicional de pausa termina con el inglés taimado volviéndola a sentar de pañal y culo en el odiado punto de partida), en ese punto crucial del espacio entre el ya no sentada pero no parada todavía, calcular (tiene ese preciso y precioso tiempo y ni un nanosegundo más!), con vasto arco meridional del inexistente cuello de sapo, la distancia salvada y la que queda por salvar, enviar todas las reservas de adrenalina para el combate supremo contra el pérfido inventor de la Gravitación Universal, y… YES!!! Su tenue jungla de rulos asomaba sobre el prado de la mesa o tras el horizonte del colchón, o se frotaba felinamente contra la rodilla de ese adulto que se perdía en las alturas. Qué maravilloso mundo de objetos insospechados se abría entonces a sus ojos, la mayoría –ay!- todavía inalcanzables a las impacientes y ávidas morcillitas. Ceniceros relucientes, el lomo (casi nunca la portada, todavía) de algún libro acostado, un vaso con restos de vino, o cualquier otra cosa que alguno de esos adultos imprevisibles hubiera olvidado en el desesperado zafarrancho por batir en retirada todos los pertrechos y dejar al invasor minúsculo el campo arrasado y yermo. Cuando el auxilio transversal al suelo ha sido inanimado, y Xóchitl quedaba aferrada al firme borde de la mesa o a la cordillera incierta del colchón, se encontraba sin más posibilidades locomotivas que las puramente laterales. La mesa era inabarcable: venía un ángulo, y después otro, y luego otro más, y más tarde un cuarto, y entonces un tramo muy parecido al primero, pero en seguida un nuevo ángulo, y así hasta el infinito. La cama, en cambio, si no terminaba abruptamente mesa de luz, tardaba apenas dos esquinas (remotas, eso sí) en interrumpirse nuevamente. Pasadas las albricias iniciales de la victoria sobre el pelucón de la manzana, la aventura mutaba en catástrofe y el aullidito de exultación dos o tres octavas en la estratósfera del pentagrama degeneraba, casi sin modulaciones, hacia al bufido de protesta y, a los dos o tres instantes, al ulular de auxilio. Porque la verticalidad tan arduamente conquistada se parecía a una primera excursión a otro planeta. Una cosa es llegar, y otra muy otra volver. Con el correr del tiempo y de la vida, el misterio del retorno al suelo primigenio ha sido develado. Al comienzo, todo se limitaba a una mirada oblicua, un vacilante desprender de cinco de las diez morcillitas, un flexionar de mortadelas apenas suficiente para que la distancia entre bulto de culo con pañal no fuese mortífera, un postrero y audaz aflojar del segundo quinteto de morcillas… y PLAFFFFF!!!!, el violento reingreso en la atmósfera y el aterrizaje final atenuado por el espeso amortiguador circumcular. Pero hace mucho mucho tiempo de ese comienzo inicial. Ahora Xóchitl logra desprenderse del mobiliario salvavidas sin volver a sumirse en las profundidades de antaño. Nada de eso! Xóchitl suelta, ya casi sin pensar (ni, claro, temer) y prácticamente a una la decena de morcillitas, y se queda temblequeando inmóvil, o sea, sacudiendo todos los músculos que recuerda, pero con los piecitos como empanadas firmemente adheridos al suelo, como la hermana de Anteo, solo que más peticita. Xóchtil, en suma, se yergue incierta como si todo el planeta fuera una interminable soga floja… pero se yergue por sus propios mediitos. Lástima que el estrenuo equilibrio le agote su capacidad de concentración: me toca a mí, pues, poner toda la euforia. Si hay en ese tramo del universo algún adulto de los que cruzan el éter como incomprensibles cometas, Xóchitl esperará que le ofrezca sendos índices de sus manazas y avanzará con complejos si desacompasados golpes de empanadita que cada vez más van semejando pasos de bípedo, una especie de Fránkestein colgado de las argollas, un como buzo en el fondo de un mar lleno de peces de plástico y de geométricos corales de madera, un improbable luchador de Sumo que busca inútilmente a su rival. Y si ningún adulto atina a surcar el firmamento en ese trance, Xóchitl ya sabe que puede retornar a tierra sin más ayuda que la que Dios le ha dado: ese cuerpito Michelin que le acolcha el recóndito esqueleto, y la que le han dado Alguienita o Ely o –digámoslo sin falsa modestia- su baboso papá: el pañal que todo lo amortigua. Y, PLAFFFF!!!!! , se deja desplomar, todo un hatillo de coraje, temeridad y rollos de carne. Ya descubrirá el arcano de la bipedalidad independiente. Aprenderá cómo lo hacen esos adultos que surcan su espacio cielo como inexplicables meteoros. E irá siendo, poco a poco, uno más de ellos, de los nuestros, de nosotros. Ay de mi pequeña toda rulos y rollos! Descubrirá otras galaxias insospechadas: el jardín de infantes, la escuela, el colegio… el primer rubor inexplicable. Y después, lo que los que hemos estado sabemos que es la vida, pero para eso falta muchísimo tiempo, todo el tiempo que me queda. Miércoles 14 de noviembre XÓCHITL AUTÓNOMAMENTE BIPEDAL Son casi las dos de la mattina y las neuronas rehúsan su merecido reposo. Es que ha sucedido un asombroso portento que las tiene revueltas: De pronto, en busca, me cuentan, de algún chiche de colores –me lo perdí y es como haberme perdido todas las loterías del mundo- Xóchitl dio sus primeros pasos dendeveras. Me tocó presenciar la "reprise". Estábamos congregados en el dormitorio del infantil combo Alguienita, Ely, Valeria, el rotundo jabalí y quien esto teclea a cambio de dormir. Eran camino de las diez y Valeria estaba ya acostada y Xóchtil a pocas cuadras del sueño y Ely para desear las buenas noches y Alguienita para mecer a Xóchitl y yo para repartir el par de besos antes de las noticias o el programa de Santo Biasatti o quién sabe alguna película y ahí me dieron la gran noticia gran. Yo pedí bis, invocando mi derecho de padre primerizo y seguramente singularizo. Alguienita acotó que la hipopótama ya estaba en pleno "foreplay" con Morfeo y que las pelotas. Pero yo me obcequé. Y Ely agitó el chiche como una caleidoscópica carnada. Y Xóchitl vaciló como Polifemo enceguecido tratando de ubicar de dónde venían las burlas de Ulises. Y de pronto se lanzó con sus desmañadas zancaditas de buzo por el fondo de corales como muebles y peces de plástico - astronauta de pronto descendido en un planeta de gravedad desconcertante – Fránkenstein borracho - luchador de Sumo que ha perdido su rival - robot escapado del laboratorio a medio terminar, con los rollos Michelin agitándose cada uno en una dirección diferente, los jamones cimbrando como para neutralizar el terremoto de San Francisco, las morcillas superiores alzadas y extendidas para no desmoronarse sobre la alfombra floja, la cabeza descomunal oscilando como la de uno de esos perritos de plástico que solían descansar mirando por el parabrisas trasero de los coches de medio pelo, y salvó sin más asideros que los virtuales, en línea casi recta, los fácilmente dos metros de abismo entre mis rodillas y las de Ely. Y cuando llegó se quedó erguida, con las empanaditas pegadas a la alfombra y los rollos Michelin reverberando de arriba abajo y luego de vuelta, de abajo arriba, con las morcillas sacudiéndose en un frenesí de victoria. Y entonces se rio frunciendo todos los músculos del cráneo y agitando el alboroto de rulos como si fuera un sonajero de lluvia. Y dio una complicada media vuelta e intentó valientemente el regreso a las rodillas originarias de quien esto escribe en lugar de dormir. Y llegó hasta ellas y se aferró a mis pantalones con las diez morcillitas apretadas y volvió a reírse con todos los músculos. Y ahí sí, se dejo derrumbar exhausta, triunfante y feliz. Y Alguienita la alzó y se la colocó en bandolera para balancearla en el sillón hamaca. Y yo hice mutis por la puerta del parvulario. Y me metí en el de los papás, el que tiene pantalla sin dibujitos. Y yo comprendí que empezaba a perderla. Que esos primeros pasitos, tan pequeños para la humanidad y tan enormes para esa personita, eran los primeros de un largo y azaroso camino camino de la vida de ella sola. Y no supe ni sé bien quién ganaba la pulseada feroz entre el orgullo sin límites y el temor sin fondo. Y quise echarme a llorar, pero no me salió. Porque de haberme salido, estaría yo durmiendo que no escribiendo, como tantas veces, todas estas pamplinas. Sábado 29 de diciembre XÓCHITL AUTOMOTRIZ Xóchitl ha conquistado definitivamente la bipedalidad. Al inicio, avanzaba (bueno, no exactamente) con temblores de flan automóvil y con las morcillas en alto, como si la policía acabara de pescarla in fraganti o aferrada a sendas guías tan invisibles como vacilantes. Un paso hacia el nornordeste, grave escoración a babor, lenta recuperación de la verticalidad, otro paso hacia el nornoroeste, alarmante inclinación a estribor, verticalidad morosamente recobrada, pausa espasmódica de reflexión, balance, reposo y nuevo cálculo de la direccionalidad, y otro paso al nornoroeste. De pronto, detención en seco: las empanadas firmes sobre la moquette y de los tobillos para arriba un caos de articulaciones sísmicas contrarrestándose las unas a las otras en pos de no deponer la precaria perpendicularidad a la superficie del planeta. Giro en diez o doce etapas: una empanadita que amaga al oeste. Un ascenso de espasmos hasta las diez uñitas clavadas en los últimos choricitos. Mirada de estudio en dirección nornoroeste. Deslizamiento de la otra empanadita en busca de su congénere. Ondulaciones que terminan permitiendo que el cuello de sapo se torsiones los 45 grados que faltan. Pausa para la meditación, el análisis y la reposición de fuerzas. Y empezamos otra vez, pero más bien para allá. Los arrepentimientos de 180 grados, claro, duplican con creces el trámite. Con creces porque, en medio del zangoloteante entusiasmo la meta se sobrepasa y es preciso todo un sistema de contraórdenes. Eso duró dos semanas. Pero ahora, la sinuosidad vertical casi no obsta a la rectitud horizontal, y Xóchitl avanza (sí, AVANZA!) como rebotando entre los muelles muros de un túnel invisible, o, cuando no es menester ninguna dirección concreta, va palpando las paredes de un intrincado laberinto virtual. En la fiesta de Nochebuena, mientras la horda de primas y hermana (once aparte de ella) se desparramaba y volvía a juntar en diversos órdenes en busca de los regalos, trayéndolos, abriéndolos, estudiándolos, mostrándolos, encendiéndolos, hojeándolos o verificando talles, Xóchitl sufrió un curioso cortocircuito motor: entró a girar ora sobre una ora sobre la otra empanadita, como el eje del bullicioso tiovivo que le daba vueltas para esquivarla. Xóchitl arqueóloga Xóchitl ha descubierto que no todo suelo es rígido. Xóchitl ha descubierto el sutil misterio de la arena. Todos los días que el tiempo no lo desaconseja y Alguienita lo permite, dijérase un caballero medieval de armadura de caucho en trance de montar para la justa o el combate, Xóchitl se ve descolgada sobre su como triciclo rosado con botones de música. Ella sabe que el corcel de tres patas no es el de las excursiones al Disco o al correo o al banco o a Lufthansa. Sabe que es llegada la hora del turismo de aventura en la Plaza Vicente López y toda ella se sacude rollizamente presa de alegres vaticinios. Cuando el trámite se dilata innecesariamente (papá procede a una micción preventiva, Valeria ha olvidado algo que luego no va a necesitar, mamá vocea todo un manual de –en orden descendiente- instrucciones, recomendaciones y súplicas obvias, redundantes, o aun si de lo más sensatas y pertinentes, inútiles dada la obcecada cerrazón del oídos interno de papá), Xóchitl ametralla su palabra número tres (las otras son todas las demás juntas y Ño ño ño ñó!): Ammmmmo. Y, en efecto, llega el ascensor y ammmmo, pero apenas, porque hay que encontrar la forma de que calce, en una posición para la cual jamás fue diseñada, la bicicleta igualmente "doza" de Valeria, y entre bi- y tri-ciclomotores, Valeria misma, y tras, entre y sobre bi- y triciclomotores y Valeria, papá, que debe descoyuntarse para cerrar la puerta batiente de afuera y la puerta plegadiza de dentro y apretar el PB y mantener un equilibrio tan precario como incómodo los doce interminables pisos hasta que pum, pero no todavía, y por fin plaf, y ahora sí, correr una puerta y empujar la otra, y dejar que Valeria se escurra entre el sobaco de papá y el triciclo de Xóchitl, y empujar el triciclo con uno o, si se puede, dos dedos mientras sostiene la bicicleta con otros dos o tres de la otra mano, y apartar con la punta del pie la rueda delantera nunca debidamente giratoria del triciclo y desencajar la bicicleta que en esos doce pisos se ha aquerenciado y quedado como encastrada cual si fuera parte del diseño original –nunca mejor dicho- del ascensor. Entonces, ammmmo ammmmmo por el pasillito con esas dos eles tan poco prácticas que conduce a la rampa que queda detrás de la puerta que se abre para adentro, o sea, que contra la rueda nunca debidamente giratoria del triciclo que debe mantenerse a cuando menos sesenta centímetros de la puerta, solo que la rampa, en rigor, ya ha empezado hace dos metros pero que por fin se abre cuando papá encuentra la vuelta a la llave y entonces aparece, allá al fondo, la acera de la calle Paraná y cuidado con que ni triciclo ni bicicleta se entusiasmen con la pendiente y vayan a terminar del otro lado de la calle o, menos auspiciosamente, debajo de un colectivo. Y entonces la scudería se alinea mirando hacia Arenales y ammmmo ammmmmo ammmmmmo papá tras Xóchitl mientras Valeria exige paso y por esquivar a la señora de los paquetes rebana medio tobillo paterno con la puta ruedita lateral de la bicicleta "doza". Salvada Arenales, comienza el safari por entre los árboles y sobre los senderos de la remozada plaza (ahora que le han puesto cerco y tranca, como tanto me azoraba en Europa allá por 1965: quién querría cerrar con llave una plaza para qué y por qué!). Y llegamos al circo romano uno, el de los infantes, donde, estacionado el triciclo y vuelta a izar y a descolgarse Xóchitl, comienza la asombrada interacción con la arena. Xóchitl empuña baldecito, cucharón, palita y rastrillo y se aplica estrenuamente a buscar la tumba de algún insospechado faraón rioplatense. Xóchitl protocolar Pero suele suceder que divise alguna pelota ajena, o un baldecito prácticamente idéntico, pero no de ella, o un camioncito de otro chico, y su vocación de arqueóloga se va al divino carajo y entra a negociar rústicamente un trueque de pelota o baldecito o camioncito por nada. A veces le sale. Otras no, y sus protestas reverberan en diversos tonos allá por las octavas de la estratósfera hasta que la distrae una paloma. Xóchitl ornitóloga Y comienza la frenética persecución de la paloma, en complejo zigzag acompañado de agitadas convulsiones de rollos Michelin. Xóchitl acróbata Pero papá, que no ha cejado en su vigilancia, acaba de detectar que la señora gorda ya no da más y pronto sacará a la nietita de la hamaca (bueno, del columpio), y chapa a Xóchitl por el rollo más próximo y le calza las longanizas en las aperturas ad hoc, la aferra del repulgue de las empanaditas, la atrae hacia sí, llevándola, al tiempo, hacia arriba y… se detiene. Xóchitl entonces lo mira con los ojos ahorayapuededecirsequegrises centelleando de expectativa y… swuuuuuush! Sale despedida hacia atrás en un vertiginoso arco del que regresará agitando longanizas y morcillas y con los ojos apretados contra la nariz aplastada contra los labios estirados contra las mejillas en una maravillosa efigie de la felicidad. A las cinco o diez o vayaunoasabercuántos minutos, papá se hace el boludo y deja que el columpio pendulee como le venga en gana a Newton que, habida cuenta de la gravedad de la Tierra, no es eternamente, sino en arcos cada vez menos simpáticos. En determinado momento, Xóchitl se percata de que las cosas han cambiado para peor y sacude todos los rollos que la sillita no le inmoviliza cual Sancho espoleando alpedamente su asno. Xóchitl comprende que es precisa la intervención muscular de papá, y me mira con un des- y refruncimiento de facciones que desarman la leticia para componer el ruego y descalabran luego la súplica para organizar la furia. Ammmmmo, conmina. Y papá, claro, accede, y otra vez los musculitos facialitos se revuelven según la mecánica del júbilo (salud, viejo Leopoldo Marechal!). A la segunda oportunidad, papá, avieso, hace ademán de izarla- Y Xóchitl vuelve a revolver facciones, con una morcillita se aferra al caño de seguridad y con la otra aparta la mano de papá como si fuera la garra misma e la peste bubónica y exclama su palabra dos: Ño ño ño ño ñó!-Y papá, claro, vuelve a jalar de las empanaditas, los musculitos facialitos desandan sus contracciones y vuelven a contraerse y swuuuuush! Y así tres o cuatro o doce o Diossabecuántas veces. Hasta que Valeria reaparece jineteando su bicicleta "doza" con cara de famélica. A cuyo punto papá recuerda vagamente la instrucción dieciséis de Alguienita. Xóchitl dada precozmente a la bebida Y exhuma de entre la pañalera atiborrada del pañal superfluo, el hipoglós innecesario, el óleo calcáreo inútil, el saquito para el próximo invierno y otros enseres igualmente prescindibles pero no ausentes, el biberón del agua. Y Xóchitl lo atrapa como presa súbita del síntoma de la desintoxicación, lo empina todo lo que sus morcillitas de Tiranosaurus Rex desdentado le permiten, y chuik chuik chuik va vaciándolo con avidez ya indiferente a las peripecias del regreso. El reposo del guerrero Suele suceder que, tras la última gota del vil líquido, caiga en un sopor de granito, la cabeza desparramada hacia un lado, las morcillitas revueltas de cualquier manera, la mamadera vacía, abandonada a su suerte entre los jamones, una longaniza atrapada contra el bastidor del triciclo, la otra colgando como una estalactita de grasa, y –cuando se detiene el tráfico, amainan los viandantes y callan las palomas- unos bufiditos en miniatura. Nada la arrebata a semejante trance onírico (qué pelotudo que eras, caro Ricardo Rojas!): ni la rampa en contra, ni la enrevesada maniobra de apertura de la puerta mientras hay que cuidar que el triciclo no se vaya a la mierda o, pero, a la calle Paraná, ni el sinuoso corredor, ni la houdinesca aglomeración de rodados y humanos en el ascensor, ni el cierre de una y otra puerta, ni el pum ni el plaf ni el ahora sí, ni la apertura de otra y una puerta, ni la compleja desaglomeración de rodados y personas, ni la por fin espaciosa paz del living. Y Xóchitl se queda como había venido, subido y bajado, en una implausible diagonal de rollos. Sábado 29 de diciembre XÓCHITL SIRENA Uno de los grandes momentos de cualquier jornada es el del rito de las abluciones compartidas entre papá y Xóchitl . La liturgia es así: Alguienita entra a desgañitarse desde el ala norte del domicilio, Sergio!, Seergio!, Seeeeeergioooooo! (ese soy yo), hasta que por fin las ondas acústicas se hacen perceptibles para sempiternamente clausurado oído interno, momento en el cual me desprendo de la computadora o de la soldadora con la que trato vanamente de reparar una locomotora que hasta ese momento andaba y ya no volverá sentir deslizarse los rieles bajo sus ruedas para siempre muertas, y parto raudo cocina, comedorcito y pasillo afuera calculando la distancia máxima a la que no es al flato devolver un ¿Quéeeeeeeeeeeee? y procediendo a vociferarlo como anuncio de mi inminente y servicial llegada. Al que, a guisa de eco distorsionado replica un, ¡Baña a Xóooooochitl que esta chamaca se vomitó el biberón / metió las manos en el inodoro / se derramó mi cereal en la cabeza / está empapada de sudor / se ha puesto insoportable! y demás causales de ducha. Entonces papá atrapa los rollos Michelin, los alza en vilo con gran aspaviento de morcillitas y choricitos y fruncimiento de musculitos facialitos, los descarga sobre el interminable colchón de la cama matrimonial, los sienta y entra a halar de la blusita. En este punto, Xóchitl comprende la aventura que se avecina y alza las morcillitas en un inusitado gesto colaboracionista. Luego es el turno del pantalón. Y por fin el del pañal que, por esas cosas del metabolismo, pesa una tonelada. Toca ahora alzar en vilo los rollos Michelin y portarlos, en medio del agitar de embutiditos, camino del baño, donde papá los deposita verticales sobre el felpudo, abre el agua, busca la temperatura óptima y los traslada a la tina, donde reciben el agua con agudos espasmos de contento. Papá, entretanto, se desenfunda la remera, deja caer el pantalón como sierpe que abandona la piel y se despega trabajosamente el calzoncillo para meterse todo él en la susodicha bañera, donde Xóchitl alza los choricitos en franco tren de suplicar alzamiento. Alguienita ducha a Xóchitl vicariamente: los rollitos en una tinita de plástico en medio de la bañadera la rocía con agua tibia que vierte parsimoniosamente de una copita de coñac. Papá, en cambio, abre toda la furia del agua a la máxima temperatura tolerable, y el baño se llena inmediatamente de vapor y ruido. Con Xóchitl sentada en un antebrazo, papá gira, destapa con la otra mano y los dientes el champú, vierte las tres gotas precisas que, al ordenar de Alguienita, conforman la dosis prescrita y hace milagros para que lleguen hasta el último rulo ahora lacio y espeso. Con los dedos usa las sobras para trazar un surco entre el mentón y el pecho en busca del cuello ausente y refriega suavemente las orejitas de papel maché y frota apenas las mejillas como pelotas y la nariz casi inexistente, para luego meter todo otra vez bajo el chorro purificador. Misma maniobra para el jabón líquido y el condicionador. Y entonces comienza la parte lúdica de la prosopopeya: Papá deja los rollos sobre la alfombrita de goma, coloca el tapón de goma y se manda mudar de la bañera. Mientras se seca, afeita, peina y lava los dientes, la bañera va transmutándose en pileta o piscina o alberca y Xóchitl dentra a chapalear a los gritos en la región más aguda del diapasón. Papá le desparrama los juguetes y Xóchitl los toma y suelta en pasmosa y aleatoria sucesión hasta que opta por uno, muchas veces el primero descartado, se sienta y procede a ahogarlo con toda fruición. Papá la deja hacer unos diez minutos. Cuando el agua ha subido más de lo prudente, la cierra, quita el tapón y aguarda pacientemente que la pleamar y el frío consecuente lleven a Xóchitl a alzar nuevamente los choricitos en súplica de alzamiento. Papá la iza y descuelga sobre el felpudo, la envuelve en su toallón rosado con capucha de capuchino, la envuelve como un tamalito y la lleva al cuarto, donde Alguienita habrá dejado pañal limpio y muda de ropa. Papá refriega los rollos con inusitada violencia al ritmo de, Cinco pesos poca plata como le hacía a él mismo su entrañable abuela Elisa, y Xóchitl frunce todos los musculitos facialitos en tren de éxtasis. Luego la ceremonia del pañal y de la ropa propiamente dicha. Y finalmente papá pone los rollos sobre la alfombra y estos no tardan en desaparecer en busca de lo primero que encuentren para volverse a ensuciar.