CRÓNICAS PATERNALES (Noviembre de 2006) Domingo 5

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CRÓNICAS PATERNALES
(Noviembre de 2006)
Domingo 5
Resulta que tengo un contrato de la ONU-Viena como traductor a domicilio del 23 de
octubre al 10 de diciembre. La cosa es así: marco tarjeta electrónica a las nueve de la
mattina y dentro a darle al compiúter. Ellos me mandan los trabajos cual si estuviera en
una oficina por allí, solo que estoy en mi casa por acá. Se supone que tengo una hora
para manducar y que termino a las seis del pomeriggio. Solo que todos sabemos que es
purlagaler y que lo importante es que el trabajo salga bien y a tiempo, con lo que yo
laburo según me agarre a las seis de la madrugada o a la noche o los sábados o los
domingos. Aunque de ocho y media a once estoy sin falta, por si me llaman. Tengo que
hacer unas 1.500 a 2.000 palabras por día. Lo que demora la cosa son las referencias
que verificar y el hecho de que los originales vienen con millones de correcciones
manuscritas casi ilegibles por más que uno le dé al zoom. Pero sarna con gusto no pica,
sobre todo si es bien paga y, de ñapa, disipa ciertas sospechas de que uno es intérprete
pero no traductor y que por eso habla al pedo, pero más aún si uno espera pacientemente
que Alguienita vacíe una teta dentro de Xóchitl, y que Xóchitl eructe, y que luego se
haga pis, e inmediatamente caca, y entonces entre Alguienita y yo le limpiamos la
bermeja colita de mono y le ponemos un pañal limpio pero no por mucho tiempo, y
Alguienita la envuelve en una manta para hacer sudar esquimales que la pobre Xóchitl
queda como un tamal (o, en términos gastronómicos más sureros, como un niño
envuelto), y entonces sí, la meto en el portinfán que viene con la carriola también
llamada cochecito sobre todo por mí, y me la traigo al estudio. La coreografía es así: yo,
sentado frente a las dos pantallas dos (los que han venido a esta humilde morada saben
que no miento), con los dedos sobre el teclado y los pieses cruzados bajo la mesa;
Xóchitl arrebujada en el portinfán que, por suerte, se columpia o hamaca según cuál de
los padres (uno de ellos, madre) lo diga; yo, pongo, pongamos, los cuartetos de
Schumann, o alguna misa de Haydn, u otra cosa que pienso que le puede ir formando
oído y gusto; Xóchitl, en tanto, despilfarra sus inexplicables bufiditos o se queda
dormida o, a veces, las dos cosas. Yo, cuando veo que estoy a punto de poner un
disparate o me percato de que ya lo puse, suspendo la actividad cognitiva rentable,
descruzo los pieses, medio giro en la silla por suerte giratoria, y entro a pedalear el
portinfán como Onfalia y Rizos de Oro sus ruecas. El rostro de Buda caviloso va y
viene como si todo le fuera y le viniera. Cuando me da el calambre o se me ilumina la
mente, vuelvo a girar y sigo aplicando la teoría pero por plata; y así pasan dos horas
exactas, a cuyo término Xóchitl abre por fin otra vez los ojitos azul-lago- profundo y
emite su primer bufidito contestatario. Me consiente, entonces, los minutos que necesito
para terminar la oración, ponerme de pie, chapar el portinfán, salvar los quinientos
metros que me separan del máster bédrum, levantarla en vilo, desentamalizarla y
calzarla, como el transbordador espacial en la Estación Orbital "Mir", en el pezón
rebosante de Alguienita. El proceso lácteosorbéticoregurgitísticoexcrecético me da
tiempo para un página o, mejor, media y un café, tras lo cual vuelvo "a por" mi hija
como dirían los madrepatrios. Otras veces la enfundo en la mochilita especial, me
abrocho todos los arneses, y me siento a traducir Xóchitl por medio. Ella no sabe que a
menudo me basta mirarla para que se me ocurran soluciones geniales a problemas casi
insolubles o, en todo caso, para que me importe un sorete. Y el tecleo la adormenta. Y
los bufiditos inexplicables se entrelazan con él y es el gran concierto de mis dos amores.
Enefectivamente, cumpas, ¡esto de ser traductor trae muchas, muchísimas más
satisfacciones que interpretar!
Miércoles 8
Cumpas, son las 2:45 y acabo de mandar unos trabajos a Viena. A eso de la medianoche
se me apersonó en persona la persona de Alguienita, Xóchitl hecha un tamalito entre sus
brazos, que le acaba de dar la teta izquierda y que a ver si me la podía dejar que la muy
pilla estaba totalmente despierta (¡claro, de noche cualquiera!) porque ella, o sea,
Alguienita se caía de sueño. Y yo que en fin, que si no hay más remedio, que qué le voy
a hacer, que bueno, que total... No bien Alguienita se las picó, yo hice dos cosas: a)
piantarle el chupete ese maricón a la mierda, que le deforma el paladar y la
malacostumbra, y b) calzar el portinfán sotto la tavola, de modo que tengo a la
gurrumina literalmente a mis pies, que quedan, valga la paradoja, a mano para
columpiarla. Ante la confiscación del chupete hubo un conato de protesta acústica, pero
no pasó a mayores, porque, como les he dicho, le digo que ni piense en llorar y, acaso
sin dejar de pensar, es posible, se tranquiliza ipso pucho.
Aguantó despierta como quince minutos, durante los cuales mantuvimos una
viva conversación. Pero luego le puse la Primera de Rajmáninov y sainte medicine.
Ahora escribo estas líneas con bufiditos de fondo... Y paro para sacarla de los
bajos fondos y ponérmela sobre las rodillas.
Hoy fuimos a buscar a Valeria a un cumpleaños. Caminamos desde Paraná y Sta.
Fe hasta Charcas pasando Canning (Scalabrini Ortiz, que le dicen los pichones). Vale,
enloquecida, insistió en que volviéramos caminando, así podía tuerquear con el
cochecito. ¡Pobre, llegó exhausta! Pero qué delicia verla saltando de alegría y emoción
detrás de la carriola rebelde que insistía en avanzar en un amplio abanico de direcciones
para escarnio de los viandantes. Bueno, me caigo de ñosue. A domani!
***
Lunes 20
Xóchitl vive, en realidad, de noche. Xóchitl es, toda ella, un ínfimo remedo de búho.
Durante el día, todos los ruidos son en vano. En vano las frenadas malevas de los
colectivos y el malhumorado bocinazo de los taxistas. En vano los gritos de los
vendedores ambulantes. En vano los comentarios embobados de los transeúntes o de las
vendedoras de Disco. Toda la chatarra de Dios pierde el tiempo con su bazucada inútil.
Xóchitl no está. Xóchitl se ha ido dejando en la carriola su cuerpecito de nada. Su
cabecita inmóvil se ha vaciado de gestos. En algún otro mundo, en un ignoto universo
paralelo, Xóchitl ha de estar ensordeciendo alienígenas con su escándalo.
Pero no bien se han aplacado los jadeos del día, cuando el crujir de los platos
recién lavados va haciéndose memoria y lo único que queda del estruendo de la jornada
son las buenas noches, y Valeria emigra a su camita y mi suegra inicia el lento safari
hacia su cuarto, y Alguienita se ha marchado, expedicionaria, a arreglar mantas y correr
cobijas, y reorganizar la múltiple legión de almohadas, cuando llego yo, por fin, con el
minúsculo trofeo, ahí sí, empieza la gran aventura de Xóchitl en la República Argentina.
Xóchitl regresa a Xóchitl. El cuerpito laxo y displicente, ese cuerpito que se dejaba
hacer y se quedaba como uno lo pusiera -y, si uno se descuidaba, como uno, que es uno
y no una, invariablemente se descuida- quedaba torcido como una muñequita de trapo,
ese cuerpito de nada, con sus patitas de paño mal rellenas y sus bracitos inertes, va
poseyéndose ominosamente, como en las malas películas de terror. Primero es la patada
de la primera pierna reocupada. Luego se electrifica la otra. Vienen después los bruscos
aspazos de los bracitos. Por fin la cabeza también cede al invasor y Xóchitl, entonces, la
obliga a abrir los ojos y ahí está, como si hubiese estado todo el tiempo, y me mira larga
y estudiosamente, como si el que acabara de llegar fuera yo.
Alguienita, entre tanto, ha maniobrado allá atrás, entre su espalda y el respaldo,
y ahora adelante, entre botones y breteles, y ha sacado del hangar imposiblemente
nimio, uno de dos inmensos Zeppelines. Xóchitl no tiene tiempo de ensayar una
protesta. Y ya son las dos una: hija apenas nada y madre no mucho más, unidas por el
odre gigantesco.
Luego viene el meandroso trámite regurgitativo y la prolija liturgia del cambio
de pañal. Xóchitl termina como cáliz en el albo altar del cambiador. Y Alguienita oficia
su misa sin afanes, con movimientos a los que no les sobra ni un milímetro ni un
segundo. Xóchitl, entretanto, ha juntado dentro de sí todos los haces y procede a un
ensayo general de su sistema nervioso. Se estira hacia los cuatro puntos cardinales y se
arrepiente y se vuelve a arrepentir. La carita tiene que dejar pasar todos los gestos, y
para eso no tiene más remedio que arrugarse o estirarse en las ocho direcciones de la
rosa de los vientos. Es como si a Xóchitl el cuerpito le quedara chico (¿y cómo haría
para quedarle grande?), y quisiera arrancárselo como una prenda incómoda. Ahí es
cuando se anuncia finalmente su voz. El primero en llegar es un bufiditito. Luego,
arriba, el resto de la vanguardia: una banda de músicos incompetentes que soplan sin
resultado su variada colección de pífanos. Pero después, sí, el bronco rezongar de los
trombones y, de inmediato, el estridor implacable de las trompetas.
El cuerpito de Xóchitl ya está totalmente poseído por el microscópico demonio
retornado. Ahora toca la escarpada tarea de aplacarlos, de lograr que se reconcilien, que
el uno acepte al invasor y el otro la estrechez de su estuche. De pronto, una última
clarinada se disuelve en suspiro, y las dos Xóchitl como que se desinflan. He
descubierto que si las pongo sobre la almohada a unos 40º grados, el armisticio es
menos arduo. Alguienita, mientras, se ha quedado todo lo dormida que puede quedarse
una madre que sabe que el único tabique entre su hija y la catástrofe es el padre. Yo, en
cambio, me aplico a una profunda vigilia. Xóchitl me queda, toda ella (es que es tan
diminuta que toda ella es toda ella) a la altura de los ojos, la barba y la nariz. A veces
una manito pretende escapársele mientras duerme, pero ella la atrapa en seguida.
Xóchitl parece haber vuelto a su antimundo. Pero no es más que un interludio fugaz.
Porque ahora ha venido… ¡EL ENEMIGO! Y Xóchitl se bate heroicamente. Y lo caga
largamente a patadas y trompadas con los ojitos cerrados a cal y canto. Y cada puntapié
viene con su grito de samurái y cada golpe de Karate con su estertor de kungfú. El
enemigo recibe una tremenda paliza y por fin cae derrotado y se conoce que se retira
maltrecho, porque Xóchitl festeja con un largo suspiro que su voz abandona por la
mitad y para resolverse, nuevamente, en un sordo pifiar de músicos sin arte.
Ah, pero ha sido todo un pérfido ardid, porque de improviso el enemigo vuelve.
Xóchitl se ha dejado engañar por las velas que se alejaban. Los Aqueos han regresado y
Troya está condenada. El enemigo ha vuelto al ataque y esta vez parece haberse traído
al hermano más grande, porque Xóchitl comienza a acusar sus golpes. Gime
lastimeramente Xóchitl en medio del entrevero ahora desfavorable. Son lamentos
puntuales, gemidos intermitentes, gritos casi desesperados ante cada golpe artero. Es, se
me ocurre, el exacto negativo del orgasmo. Y cuando el paroxismo llega a su apogeo,
los ojitos se abren como si estallaran, y se me quedan mirando como si el que regresara
fuese yo, diríase que nostalgiosos del enemigo tan de pronto esfumado.
Y ahora le toca a Alguienita retornar a su cuerpo. Y su voz se abre
trabajosamente paso entre las brumas para traer cuatro sílabas casi inaudibles: Quiere
teta. Y sus manos la ayudan a sacar un Zeppelín, y luego el cuerpo se le pone de
costado, y se le extienden los brazos que encuentran a Xóchitl como si tuvieran radares.
Y ahora vuelven a ser un mínimo grupo escultórico, totalmente dormidas las dos, cada
una al borde opuesto de la ubre titánica. Y yo, que no puedo con mi genio, me he venido
a teclear estas pamplinas.
****
Domingo 31
En unas horas, Xóchitl habrá nacido el año pasado. Lleva ya dos meses y diez días en
este planeta y parece que la cosa empieza a gustarle porque, cuando no duerme, o come,
o caga, o mea, o llora, sonríe. La sonrisa le ilumina los ojitos azules y viene
acompañada de un eléctrico desparramo de piernitas y bracitos que, por fortuna, no
llegan a desprendérsele del cuerpo. En el jardín de mi casa de San Fernando había unos
insectos diminutos que llamábamos "bichos bolita" y que nunca eh vuelto a ver ni había
evocado. Uno los tocaba con un palito y ellos se ovillaban completamente hasta ofrecer
la perfecta esfericidad de una arveja. Alguno me habrá picado y yo le he pasado el gen a
Xóchtil, porque ella, de pronto, encoje los jamoncitos, empuja los hombritos y guarda
los brazos plegados entre el pecho y las rodillas y se convierte en casi nada, una pelotita
blanca con un arbustito castaño. De no ser por el pañal que prácticamente la duplica
hasta transformarla en un ocho, semejaría un garbanzo muelle. Xóchitl ha adquirido,
vaya uno a saber dónde, una motocicleta virtual: De tanto en tanto, dormida ya o
todavía, o camino de dormirse o despertarse, ronronea desde el fondo de su vasto
registro como si estuviera probando los motores, extiende los puñitos cerrados como
aferrando un manubrio invisible y da una vigorosa patadita vertical con el piecito
extendido que se ve que es obra de los genes terpsicoreanos de su madre Alguienita que
no en vano fue bailarina. La moto, empero, parece no responder, porque entonces viene
otro puntapiecito, y luego otro y otros más, cada vez más impacientes. La frustración es
tal que al carita toda de le llena de un mohín de profunda contrariedad que, a veces,
desemboca en una variada quejumbre. Otra costumbre nueva es la de la pose sexi:
Cuando hacemos trasbordo del cochecito al carrito del supermercado y viceversa, ella
extiende los bracitos hacia atrás como entregándose al sol en una playa del Caribe y
revuelve perezosamente la cabecita alrededor el cuello que seguramente tiene papada
adentro. Es que, al lado de ella, Winston Churchill era un cisne. Es una obsesa de la
higiene: no aguanta caguimeada ni dos nanosegundos, y el solo contacto del pañal
momentáneamente limpio la llena de leticia, lo cual complica un tanto el operativo
cierre, porque entra a patalear como si estuviera en un bayou de Louisiana escapando de
los cocodrilos. El apogeo del día es su baño vespertino en brazos de Alguienita,
dejándose acariciar por el agua mientras succiona plácidamente del zeppelín de turno.
Yo vengo a oficiar de oficiante: la desvisto, paradójicamente, sobre el vestidor, no sin
una ruda pulseada para lograr que flexione el bracito o la piernita que sea en el
momento, la dirección y el ángulo indicados, tras lo cual la porto como ofrenda al baño
donde Alguienita la recibe solemnemente a través del límite severo de la bañadera. Ahí
tengo unos diez minutos de solaz para hacer zapping en el cuarto hasta que Alguienita
exclame, ¡Amor! (sse soy yo), que he de interpretar como señal de que la ablución se ha
consumado. Vuelvo al baño con la toalla personal de Xóchitl, que abro entre mis brazos
extendidos para que Alguienita deposite en ella la preciosa y chorreante carga. Yo
corrijo la separación de mis manos para que calce en una la cabecita coronada de
piolines arremolinados y en la otra el diminuto culito. Alguienita, entonces, la envuelve
como si fuera un tamal y yo regreso a secarla sobre el vestidor La deposito cual
matambre en el mostrador y la seco con gran fruición y aspaviento al compás de, Cinco
pesos poca plata, como me hacía mi abuela. Xóchitl entonces tiembla como un flancito
y ríe a carcajadas. Día por medio una de las sesiones defecatorias roza lo olímpico y le
mancha hasta la nuca. Es cuando yo corto por lo sano, arrojo el pañal infecto todo lo
lejos que puedo y me la llevo, precariamente balanceada sobre mi mano extendida a
distancia prudencial de la remera, a lavarle la colita con agua tibia en el lavatorio. Es
sentir el chorrito erótico y deshacerse en un ¡Ahhhhhh! iniciado en si bemol sobreagudo
que se desliza una octava entera como por un tobogán. Todas las mañanas, alrededor de
las once de la madrugada, nos vamos con mi suegro a tomar un café con lunas a los
Inmortales o a Josefina. La plantamos inter nos, oteando constantemente esa carita
circular con sus rayitas en arco y, debajo, sus guioncitos apretados y, en medio, el
botoncito de dos orificios y, debajo, la boca como dibujada por un Divito miniaturista.
El periplo y la estancia en la vereda la arrancan de su insomnio: Xóchitl duerme como si
esperara el beso del príncipe, ajena a las frenadas de los colectivos y la cháchara de las
mujeres que se detienen a proferir variadas exclamaciones de admiración y azoro y -¡oh
momento de gloria!- preguntarme si es mi nieta (a lo que clarifico, No, yo soy el padre,
el abuelo es este viejo). Como el desayuno degenera en aperitivo, nos estamos ahí como
una hora. Xóchitl se despierta con el zangoloteo final del ascensor y traspone la puerta
del living ya en franco tren de reivindicar derecho de ordeñe. Y yo, claro, feliz. Tanto,
que ni tiempo he tenido últimamente para venir a escribir estas pamplinas.
2007
Sábado 20 de enero
SUFRIDO CALVARIO DE UN PADRE PRIMERIZO
Ayer fui con Alguineita/Cahpulina, alias Nadia, a vacunar a nuestra rotundamente
esférica Xóchtil Sofía. Inocente, sin sospechar aun que el mundo está lleno de aristas,
tantas que las hay incluso buenas y necesarias, el lechoncito rubicundo reía o profería
sus grititos de algazara capaces de hacer trizas cualquier cristal desavisado. A mí me
temblaba el corazón de saber que pronto vendría el primero de los dos pinchazos a
descalabrar su felicidad. Insistí en ser yo quien la tuviera dulcemente atenazada. Ella no
dejó de reír, y por eso la mutación de algazara en grito de dolor y espanto fue más
desgarradora. Mientras la médica le frotaba el jamoncito con alcohol y le ponía una
curita de colores, Xóchitl olvidó el trauma y esbozó un renovado proyecto de sonrisa. Y
ahí nomás, zás!, el otro pinchazo y el otro estallido. Yo sentí que los ojos se me
anegaban y cerré a cal y canto los párpados para que Nadia y la médica (que estaba
regüenota) no me vieran y para no ver yo. Sin ser religioso como Borges, quise creer en
algún ser supremo mínimamente indulgente que accediera a pasarme a mí, multiplicado
diez millones de veces y diez millones de veces prolongado ese dolorcito que para mi
cochinilla del cielo debió ser insoportable y eterno. Pero no. El holocausto no duró ni
diez segundos. Xóchitl volvió a ponerse el buen humor como si lo hubiera dejado
momentáneamente sobre la mesa de luz. Por la noche le dio un poco de fiebre y se puso
a llorar desconsolada. Fue al sacarla del baño. La Chapulina seguí, como es de rutina, en
la ducha, y yo debí enfrentarme solo a esos ojitos azulagoprofundo que me miraban
desesperados, como diciendo, ¡Papá, ayudame! Nunca me había mirado así, con tanta
impotencia sabedora de sí misma. Me la llevé al living y me puse a mecerla sentado en
el sillón hamaca. Tanto y tan fuerte había llorado que terminó derrotada por su propio
llanto. Los berridos fueron degenerando en bufiditos quejumbrosos y estos mismos
amainaron hasta sumirse en el casi silencio de su respiración de ardilla. Fue uno de los
momentos más felices de mi vida, en el que se mezclaban la alegría y el alivio porque el
jabalicito dejó de sufrir y el orgullo de haber sido artífice del milagro. Xóchitl oscila
arbitrariamente entre el sueño y la vigilia. Su sueño es simple: Sentada, una máscara de
grave placidez se funde en una gigantesca papada camino de un cuerpito que remeda la
pesadez de Buda. Horizontal, está siempre panza abajo, semiacuclillada, recordando su
reciente pasado de renacuajo, los bracitos como chorizos albinos, extendido uno hacia el
horizonte y el otro arrepentido, devolviendo el puño diminuto a la avidez de la boca. Su
vigilia no es mucho más compleja: Se despierta a regañadientes, poco a poco, pero con
bruscos espasmos. Su despertar se parece a una revolución. Primero se rebela la
cabecita. La pelusa casi impalpable recorre primero una vez, luego otra, luego varias,
los 180 grados posibles mientras, del otro lado, la nariz se empeña en tajear la sábana.
No lo logra, y un gemido de frustración debuta entre los ruidos del día. Los ojos se han
entreabierto y vuelto a cerrar, indecisos. Los músculos reviven uno a uno con inusitada
brusquedad. Los jamoncitos han horadado sendas ranuras entre colchón y cobija y el
derecho lidia inútilmente para arrancar la motocicleta virtual. Los brazos ensayan
inútiles intentos de nadar cuna arriba. Finalmente deciden empujar y la cabecita como
de Nefertiti se despega del colchón y oscila en el aire. Xóchitl es ahora un ínfimo
quelonio de caparazón morado. Pero el triunfo de la vigilia todavía no es completo. Solo
sobre el cambiador, panza arriba, sacudido por las patadas a mil pelotas invisibles y la
metralla de saques con dos raquetas virtuales, el cuerpo abandonará por fin su inercia
fundamental. Hay un instante de transición, una especie de aurora facial en que asoma la
primera sonrisa y los ojos miran por primera vez. No dura. La Revolución se ha
consumado. La vigilia se ha impuesto y, tras la algazara inicial, el pueblo vuelve a sentir
hambre y reclama su alimento en un agudo diapasón que va de la conminación a la
súplica. La Historia, por suerte, le ofrece lo que a nivel macro ya no puede ofrecer: una
teta suculenta, generosa y pronta. Xóchitl depone su beligerancia o su alborozo y se
ablanda. Toda ella es ahora una ruidosa bomba de succión. De cuando en cuando,
aprovecha la exhalación para lanzar un gemido de alivio, consuelo o gozo. Termina
exhausta. Pero se repone casi en seguida y, ahora sí, comienza el día. En este momento
histórico se han producido varias novedades importantes. La más notable es el
sorprendente descubrimiento de la mano izquierda. Un día, de improviso, Xóchitl se
percató de esta compañía inseparable. La observa estudiosamente, maravillada. Su
capacidad de asombro está tan exigida que no le alcanza para la otra mano, que,
resignada, se cierra en espera de su turno de gracia. Últimamente ha hecho notables
progresos. Ha logrado unirse con su hermana, de modo que, aunque Xóchitl todavía no
se digne mirarla, puede hacerse sentir a través de su compañera privilegiada. Ayer, todo
un acontecimiento: las dos procuraron aferrar el biberón. Los movimientos macro
resultaron perfectamente sincronizados, pero los deditos todavía no quieren saber nada,
y rehusaron colaborar en la empresa. Queda, evidentemente, mucho por hacer. Hay,
además, melodiosos monólogos y, cuando mamá o papá se ponen a tiro, conatos de
diálogo.
Luego están los periódicos movimientos de protesta, los reclamos agudos, la
chillona afirmación de las reivindicaciones. Alguienita sabe distinguir la queja por el
pañal mancillado de la protesta por inanición del lamento por incomodidad de la postura
de la urgencia por los brazos de cualquier adulto cercano de la lucha interna entre la
vigilia rebelde y el sueño que procura vencerla. Yo, claro, sigo sin entender nada y todo
me sale mal: la alzo, pero lo que pasa es que está cagada hasta la nuca, le levanto el
sillar del cochecito pero lo que quiere es que la alce, le doy el biberón en vez de ponerla
de costado y demás yerros premiados con bramidos penetrantes o lágrimas de suplicio.
Lo único que me sale bien es la aventura peripatética. Siempre le gusta que la
saquen a la calle. El ruido del tránsito la adormenta o la fascina, la notoriedad entre las
gentes la alegra o la deja indiferente, duerme a pesar de todos los zangoloteos o mira
con avidez entre los sacudones el planeta recién estrenado, pero nada la perturba. Si
acaso, la molesta importunidad de un semáforo en rojo, pero dura poco.
Durante el día hay continuas siestas a diferentes horas y de diferente magnitud,
pero son eso, siestas. Ensueño de verdad viene a la noche, después de la liturgia del
baño, el último biberón y la última succión de zeppelines. Ahora viene un conflictivo
rebobinaje. Esta vez es la vigilia la que no quiere ceder. El cuerpo casi se ha
abandonado a su suerte, desplomado sobre el pecho que lo mece. Pero las patitas no
cejan en su pugna por arrancar la moto, los bracitos se empeñan en inútiles intentos de
aleteo, el botón de la nariz hurga por toda la clavícula paterna, la garganta insiste en su
cascada de bufiditos. Pero todo cada vez menos y más y más espaciadamente. Eso sí, no
hay que confiarse en exceso. Cuando la batalla parece concluida queda siempre un
espasmo postrero, un último bufido, un foco de resistencia que tarda en claudicar. Pero
la Historia es la Historia y sus leyes no obedecen la voluntad de los hombres. Ley es
que triunfe el sueño y el sueño termina por triunfar. Ley será que la vigilia venza y ya le
tocará vencer. Y Xóchitl crece flanqueada por ellas. No lo sabe aún, pero el camino por
el que avanza en brazos o en carriola o inmóvil en la cuna se llama vida, una
impredecible y fugaz parábola entre dos nadas eternas que le tocará llenar de penas y
alegrías. ¡Buen viaje, mi pequeña!
XÓCHITL MUSICAL
Xóchitl ha comenzado a evidenciar una inusitada vocación musical. La primera
manifestación fue terpsicoreana: Los bracitos extendidos o levemente flexionados, las
manitas dibujando todos los arabescos que le permiten sus muñecas vendadas de grasa,
se aplica estudiosamente a adquirir la gracia del flamenco. O bien se yergue ante la
mesada en que remata su cochecito o en mis rodillas frente a la mesa del comedor, recta
sobre su columnita envuelta en rollos de carne, extiende las salchichitas a ambos lados,
abre sus deditos de pulpo liliputiense y amaga entrarle a acorde limpio al segundo
concierto de Rajmáninov. Eso cuando no ensaya sus agudos de destrozar cristales,
plañendo como la infortunada Liu o poseída de la furia sin cuartel de Turandot. A mí
me hace ilusión que su futuro sea de música. Mejor pianista que soprano, y mejor
soprano que bailarina, si me preguntan, pero bueno, no es cuestión de ponerse
excesivamente pretencioso. Yo, en realidad, lo que ambiciono es que sea feliz. Feliz,
pero, eso sí, buena persona. Y si es una buena persona feliz que de ñapa toca el piano,
canta o baila, ¡cartón lleno! ¿Cuántas sorpresas me tienes por deparar, pequeña mía, a
medida que te alejas más y más de la semillita que has sido? Y yo que estaba camino de
morirme ya sin saber que eras posible! Qué boludo, Dios mío, qué boludo!
MIENTRAS TANTO, VALERIA
Valeria ya tiene un mundo hecho que tanto en tanto me permite visitar. Cuando llego,
como ayer, se me abalanza al cuello gimiendo, ¡Papi, papi, te extrañé mucho!, y yo
siento el cuerpito que se sacude y las lagrimitas que me mojan el cuello. Dura menos
que flato en una moto. Para cuando vuelvo a dejarla en tierra firme está forcejeando
para irse a vivir su vida llena de ruidos y colores. A Valeria ya la veo de lejos: un velero
entrañable que encara sin alarma las nimias crestas en que el mar empieza o, según,
termina. Xóchitl, por su parte, sigue anclada en nuestras costas, evidenciando una
incongrua vocación de robot o buzo, sentada casi imperial con las longanicitas abiertas
y temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea
como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y
contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos
como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta
orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio
circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o
constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un
alienígena gigantesco, rotundo y ominoso. Xóchitl resuella y pita como una locomotora
en miniatura, ¡hh shh shh! ¡tuuu tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial
de su cara se desacomoda por completo: las comisuras le empujan los cachetes que se
apelmazan prácticamente al borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato
verdes se le achinan hasta casi desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever
el carmín de una encía totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas
eléctricas. Xóchitl parece descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un
Fránkenstein regordete en tren de cobrar vida. Es que Xóchitl es frecuente presa de
furibundos ataques de epilepsia. Algo -a veces sí ya veces no sé adivinar exactamente
qué- de pronto la entusiasma o la disgusta. Y entonces sobrevienen los
estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar cien motocicletas con la
morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito derecho, asesina enjambres
enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el otro choricito ínfimo toca
íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El origen placentero o contrariado
del sismo solo puede develarse mirando la esfera cimbreante que dirige los cuatro
operativos en sendos frentes en pugna. La expresión varía entre, Estoy tan contenta que
te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que (y ahí vienen las hipótesis de
trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy muriendo de hambre, sentame
que me hincha estar acostada, alzame que me rompe estar sentada, acostame que estoy
harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la mamadera, dónde está mi
mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me ponés dibujos animados,
otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce). Su patrono tiene que ser
San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo amaina con ocasión de la cada
vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute con una parsimonia
prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par de puñetazos, como
para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero por lo general abre
los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija sus ojitos
avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik, se aplica a
un sosegado si implacable bombeo. Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más
perezosos e impacientes que los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas
pasiones. ¿Cuánto más vas a tardar? ¿Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo,
lo dos convergemos de a poco. El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a
perder a mi bebita para siempre. Para entonces, tendré que aprender por las duras a
seguirle el tranco a una mujercita a la que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya
me enteraré. Mientras tanto, el jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes
del futuro posible. Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades:
Si es de día y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente
dormida: Las avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su
trifulca con los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las
pestañitas de planta carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de
leche. De improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la
campana perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la
esfera casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes
proyectos de problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a
terminar su Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está
la nocturna. Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón
rosado, el sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos
celestes verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de
lugar en el planeta y, ¿brrum brrum brrum!, ¡Gol! Gol! ¡Gol!, ¡paf paf paf!, ¡tatí tatatí
tatí tatí tará! Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde
interviene, dea ex machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional
exige, Ya, dámela! Y no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión
quirúrgica la cercena de mis manazas como garfios herrumbrados y ¡zuuuum! la alza
contra su pecho y ¡swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o
cien minutos (la sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o
el de Historia), ¡shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el
besito de las buenas noches ¡SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que
¡shhhhhhhh!) y yo espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos
exigente en la cama y entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil
y ya volveré, me digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante
diminuta que me había levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera
conocer una así para casarme.
****
Xóchitl evidencia vocación de robot o buzo, con las longanicitas abiertas y
temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea
como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y
contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos
como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta
orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio
circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o
constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un
alienígena gigantesco, rotundo y ominoso.
Xóchitl resuella y pita como una locomotora en miniatura, shh shh shh! tuuu
tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial de su cara se desacomoda por
completo: las comisuras le empujan los cachetes que se apelmazan prácticamente al
borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato verdes se le achinan hasta casi
desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever el carmín de una encía
totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas eléctricas. Xóchitl parece
descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un Fránkenstein regordete en tren de
cobrar vida.
Es que Xóchitl es frecuente presa de furibundos ataques de epilepsia. Algo –a
veces sí ya veces no sé adivinar exactamente qué- de pronto la entusiasma o la disgusta.
Y entonces sobrevienen los estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar
cien motocicletas con la morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito
derecho, asesina enjambres enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el
otro choricito ínfimo toca íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El
origen placentero o contrariado del sismo solo puede develarse mirando la esfera
cimbreante que dirige los cuatro operativos en sendos frentes en pugna. La expresión
varía entre, Estoy tan contenta que te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que
(y ahí vienen las hipótesis de trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy
muriendo de hambre, sentáme que me hincha estar acostada, alzáme que me rompe estar
sentada, acostáme que estoy harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la
mamadera, dónde está mi mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me
ponés dibujos animados, otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce).
Su patrono tiene que ser San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo
amaina con ocasión de la cada vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute
con una parsimonia prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par
de puñetazos, como para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero
por lo general abre los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija
sus ojitos avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik,
se aplica a un sosegado si implacable bombeo.
Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más perezosos e impacientes que
los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas pasiones. Cuánto más vas a
tardar? Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo, lo dos convergemos de a poco.
El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a perder a mi bebita para siempre.
Para entonces, tendré que aprender por las duras a seguirle el tranco a una mujercita a la
que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya me enteraré. Mientras tanto, el
jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes del futuro posible.
Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades: Si es de día
y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente dormida: Las
avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su trifulca con
los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las pestañitas de planta
carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de leche. De
improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la campana
perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la esfera
casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes proyectos de
problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a terminar su
Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está la nocturna.
Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón rosado, el
sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos celestes
verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de lugar en el
planeta y, brrum brrum brrum!, Gol! Gol! Gol!, paf paf paf!, tatí tatatí tatí tatí tará!
Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde interviene, dea ex
machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional exige, Ya, dámela! Y
no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión quirúrgica la cercena
de mis manazas como garfios herrumbrados y zuuuum! la alza contra su pecho y
swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o cien minutos (la
sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o el de Historia),
shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el besito de las
buenas noches ¡SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que ¡shhhhhhhh!) y yo
espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos exigente en la cama y
entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil y ya volveré, me
digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante diminuta que me había
levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera conocer una así para casarme.
Jueves 8 de febrero
SUEÑO Y VIGILIA DE XÓCHITL
Xóchitl oscila arbitrariamente entre el sueño y la vigilia. Su sueño es simple: Sentada,
una máscara de grave placidez se funde en una gigantesca papada camino de un cuerpito
que remeda la pesadez de Buda. Horizontal, está siempre panza abajo, semiacuclillada,
recordando su reciente pasado de renacuajo, los bracitos como chorizos albinos,
extendido uno hacia el horizonte y el otro arrepentido, devolviendo el puño diminuto a
la avidez de la boca. Su vigilia no es mucho más compleja: Se despierta a regañadientes,
poco a poco, pero con bruscos espasmos. Su despertar se parece a una revolución.
Primero se rebela la cabecita. La pelusa casi impalpable recorre primero una vez, luego
otra, luego varias, los 180 grados posibles mientras, del otro lado, la nariz se empeña en
tajear la sábana. No lo logra, y un gemido de frustración debuta entre los ruidos del día.
Los ojos se han entreabierto y vuelto a cerrar, indecisos. Los músculos reviven uno a
uno con inusitada brusquedad. Los jamoncitos han horadado sendas ranuras entre
colchón y cobija y el derecho lidia inútilmente para arrancar la motocicleta virtual. Los
brazos ensayan inútiles intentos de nadar cuna arriba. Finalmente deciden empujar y la
cabecita como de Nefertiti se despega del colchón y oscila en el aire. Xóchitl es ahora
un ínfimo quelonio de caparazón morado. Pero el triunfo de la vigilia todavía no es
completo. Solo sobre el cambiador, panza arriba, sacudido por las patadas a mil pelotas
invisibles y la metralla de saques con dos raquetas virtuales, el cuerpo abandonará por
fin su inercia fundamental. Hay un instante de transición, una especie de aurora facial en
que asoma la primera sonrisa y los ojos miran por primera vez. No dura. La Revolución
se ha consumado. La vigilia se ha impuesto y, tras la algazara inicial, el pueblo vuelve a
sentir hambre y reclama su alimento en un agudo diapasón que va de la conminación a
la súplica. La Historia, por suerte, le ofrece lo que a nivel macro ya no puede ofrecer:
una teta suculenta, generosa y pronta. Xóchitl depone su beligerancia o su alborozo y se
ablanda. Toda ella es ahora una ruidosa bomba de succión. De cuando en cuando,
aprovecha la exhalación para lanzar un gemido de alivio, consuelo o gozo. Termina
exhausta. Pero se repone casi en seguida y, ahora sí, comienza el día. En este momento
histórico se han producido varias novedades importantes. La más notable es el
sorprendente descubrimiento de la mano izquierda. Un día, de improviso, Xóchitl se
percató de esta compañía inseparable. La observa estudiosamente, maravillada. Su
capacidad de asombro está tan exigida que no le alcanza para la otra mano, que,
resignada, se cierra en espera de su turno de gracia. Últimamente ha hecho notables
progresos. Ha logrado unirse con su hermana, de modo que, aunque Xóchitl todavía no
se digne mirarla, puede hacerse sentir a través de su compañera privilegiada. Ayer, todo
un acontecimiento: las dos procuraron aferrar el biberón. Los movimientos macro
resultaron perfectamente sincronizados, pero los deditos todavía no quieren saber nada,
y rehusaron colaborar en la empresa. Queda, evidentemente, mucho por hacer. Hay,
además, melodiosos monólogos y, cuando mamá o papá se ponen a tiro, conatos de
diálogo. Luego están los periódicos movimientos de protesta, los reclamos agudos, la
chillona afirmación de las reivindicaciones. Alguienita sabe distinguir la queja por el
pañal mancillado de la protesta por inanición del lamento por incomodidad de la postura
de la urgencia por los brazos de cualquier adulto cercano de la lucha interna entre la
vigilia rebelde y el sueño que procura vencerla. Yo, claro, sigo sin entender nada y todo
me sale mal: la alzo, pero lo que pasa es que está cagada hasta la nuca, le levanto el
sillar del cochecito pero lo que quiere es que la alce, le doy el biberón en vez de ponerla
de costado y demás yerros premiados con bramidos penetrantes o lágrimas de suplicio.
Lo único que me sale bien es la aventura peripatética. Siempre le gusta que la saquen a
la calle. El ruido del tránsito la adormenta o la fascina, la notoriedad entre las gentes la
alegra o la deja indiferente, duerme a pesar de todos los zangoloteos o mira con avidez
entre los sacudones el planeta recién estrenado, pero nada la perturba. Si acaso, la
molesta importunidad de un semáforo en rojo, pero dura poco. Durante el día hay
continuas siestas a diferentes horas y de diferente magnitud, pero son eso, siestas.
Ensueño de verdad viene a la noche, después de la liturgia del baño, el último biberón y
la última succión de zeppelines. Ahora viene un conflictivo rebobinaje. Esta vez es la
vigilia la que no quiere ceder. El cuerpo casi se ha abandonado a su suerte, desplomado
sobre el pecho que lo mece. Pero las patitas no cejan en su pugna por arrancar la moto,
los bracitos se empeñan en inútiles intentos de aleteo, el botón de la nariz hurga por toda
la clavícula paterna, la garganta insiste en su cascada de bufiditos. Pero todo cada vez
menos y más y más espaciadamente. Eso sí, no hay que confiarse en exceso. Cuando la
batalla parece concluida queda siempre un espasmo postrero, un último bufido, un foco
de resistencia que tarda en claudicar. Pero la Historia es la Historia y sus leyes no
obedecen la voluntad de los hombres. Ley es que triunfe el sueño y el sueño termina por
triunfar. Ley será que la vigilia venza y ya le tocará vencer. Y Xóchitl crece flanqueada
por ellas. No lo sabe aún, pero el camino por el que avanza en brazos o en carriola o
inmóvil en la cuna se llama vida, una impredecible y fugaz parábola entre dos nadas
eternas que le tocará llenar de penas y alegrías. ¡Buen viaje, mi pequeña!
Domingo 15 de abril
XÓCHITL MUSICAL
Xóchitl ha comenzado a evidenciar una inusitada vocación musical. La primera
manifestación fue terpsicoreana: Los bracitos extendidos o levemente flexionados, las
manitas dibujando todos los arabescos que le permiten sus muñecas vendadas de grasa,
se aplica estudiosamente a adquirir la gracia del flamenco. O bien se yergue ante la
mesada en que remata su cochecito o en mis rodillas frente a la mesa del comedor, recta
sobre su columnita envuelta en rollos de carne, extiende las salchichitas a ambos lados,
abre sus deditos de pulpo liliputiense y amaga entrarle a acorde limpio al segundo
concierto de Rajmáninov. Eso cuando no ensaya sus agudos de destrozar cristales,
plañendo como la infortunada Liu o poseída de la furia sin cuartel de Turandot. A mí
me hace ilusión que su futuro sea de música. Mejor pianista que soprano, y mejor
soprano que bailarina, si me preguntan, pero bueno, no es cuestión de ponerse
excesivamente pretencioso. Yo, en realidad, lo que ambiciono es que sea feliz. Feliz,
pero, eso sí, buena persona. Y si es una buena persona feliz que de ñapa toca el piano,
canta o baila, cartón lleno! Cuántas sorpresas me tienes por deparar, pequeña mía, a
medida que te alejas más y más de la semillita que has sido? Y yo que estaba camino de
morirme ya sin saber que eras posible! Qué boludo, Dios mío, qué boludo!
Jueves 3 de mayo
VALERIA QUE BOGA Y XÓCHITL QUE MIRA EL MAR SIN SABER
Valeria ya tiene un mundo hecho que tanto en tanto me permite visitar. Cuando llego,
como ayer, se me abalanza al cuello gimiendo, Papi, papi, te extrañé mucho!, y yo
siento el cuerpito que se sacude y las lagrimitas que me mojan el cuello. Dura menos
que flato en una moto. Para cuando vuelvo a dejarla en tierra firme está forcejeando
para irse a vivir su vida llena de ruidos y colores. A Valeria ya la veo de lejos: un velero
entrañable que encara sin alarma las nimias crestas en que el mar empieza o, según,
termina. Xóchitl , por su parte. Sigue anclada en nuestras costas, evidenciando una
incongrua vocación de robot o buzo, sentada casi imperial con las longanicitas abiertas
y temblequeando en cruz inestable. Todo el cuerpito de hombre Michelin zangolotea
como en respuesta a imperceptibles sismos, mientras la cabeza describe vastos y
contradictorios arcos en busca de algún objeto que nunca perece estar ahí, las manos
como pulpitos aleteando impacientes a la espera de la siempre demorada e incierta
orden de agarrar. Xóchitl se cierne sobre los treinta o cuarenta centímetros de territorio
circundante como una sombra vengadora, distribuyendo a diestra y siniestra súbitos o
constantes conatos de castigo. Vista desde la nimiedad de una hormiga ha de parecer un
alienígena gigantesco, rotundo y ominoso. Xóchitl resuella y pita como una locomotora
en miniatura, shh shh shh! tuuu tuuu tuuu! Cuando ríe, poco pero mucho, todo el dial de
su cara se desacomoda por completo: las comisuras le empujan los cachetes que se
apelmazan prácticamente al borde del vacío., las avellanas ahora celestes y hace rato
verdes se le achinan hasta casi desaparecer. El labio superior se tensa dejando entrever
el carmín de una encía totalmente roma. Entonces comienzan las furiosas descargas
eléctricas. Xóchitl parece descoyuntarse entre espasmos y sacudidas, como un
Fránkenstein regordete en tren de cobrar vida. Es que Xóchitl es frecuente presa de
furibundos ataques de epilepsia. Algo –a veces sí ya veces no sé adivinar exactamente
qué- de pronto la entusiasma o la disgusta. Y entonces sobrevienen los
estremecimientos tectónicos más feroces: intenta arrancar cien motocicletas con la
morcillita izquierda, patea mil penales con el jamoncito derecho, asesina enjambres
enteros de mosquitos con la salchichita derecha, y con el otro choricito ínfimo toca
íntegro el Concierto para la mano izquierda de Ravel. El origen placentero o contrariado
del sismo solo puede develarse mirando la esfera cimbreante que dirige los cuatro
operativos en sendos frentes en pugna. La expresión varía entre, Estoy tan contenta que
te cago a patadas y, No te das cuenta, paparulo, que (y ahí vienen las hipótesis de
trabajo, por ejemplo: tengo el pañal empapado, me estoy muriendo de hambre, sentáme
que me hincha estar acostada, alzáme que me rompe estar sentada, acostáme que estoy
harta de estar alzada, no ves que se me cayó la tapa de la mamadera, dónde está mi
mamá, dónde está mi hermana, dónde está Ely, por qué no me ponés dibujos animados,
otra vez no te pusiste desodorante, y a vos quién te conoce). Su patrono tiene que ser
San Vito. En todo caso, el homenaje es perpetuo. Solo amaina con ocasión de la cada
vez más voluminosa y dilatada mamadera, que deglute con una parsimonia
prácticamente socrática. De vez en cuando se permite darle un par de puñetazos, como
para verificar que es irrompible o practicar para futuros lances, pero por lo general abre
los salamincitos como en actitud de entrega, afloja los jamones, fija sus ojitos
avellanados ahora celestes y dentro de un rato verdes, y slurp, shlop, schuik, se aplica a
un sosegado si implacable bombeo. Xóchitl, comprendo, tiene sus tiempos a la vez más
perezosos e impacientes que los míos. El juego de conjugarlos es una de mis pequeñas
pasiones. Cuánto más vas a tardar? Cómo que ya está? Los dos vamos aprendiendo, lo
dos convergemos de a poco. El día que nos hayamos encontrado por fin, empezaré a
perder a mi bebita para siempre. Para entonces, tendré que aprender por las duras a
seguirle el tranco a una mujercita a la que trataré, si me sale, de guiar sin entorpecer. Ya
me enteraré. Mientras tanto, el jabalicito chupa y chupa ajeno a las infinitas variantes
del futuro posible. Al cabo de esta estrenua succión, sobreviene una de dos novedades:
Si es de día y no hay razón aparente que desaconseje la vigilia, se queda plácidamente
dormida: Las avellanas celestes o mirándolas bien verdes van perdiendo poco a poco su
trifulca con los párpados hasta que no queda más que una línea de luz entre las
pestañitas de planta carnívora. La bomba sigue succionando por inercia lo que quede de
leche. De improviso, la tobera se afloja y la tetina empieza a hacer juego dentro de la
campana perfecta de sus labios. Pero Xóchitl no tiene sueño de ángel: Se le adueña de la
esfera casi perfecta de su rostro una expresión grave, como si meditara grandes
proyectos de problemática ejecución. Dijérase Orson Welles preguntándose cómo va a
terminar su Otelo. Esa es una de las vertientes postmamarias. La diurna. Pero luego está
la nocturna. Xóchitl se bebe el sueño con la leche y cuando finalmente abre el carrillón
rosado, el sueño está digerido y tardará largo tiempo en hallar su sustituto. Abre los ojos
celestes verdes hace un rato, mira en su torno como reorganizando su composición de
lugar en el planeta y, brrum brrum brrum!, Gol! Gol! Gol!, paf paf paf!, tatí tatatí tatí
tatí tará! Entra en su intransigente trance ay no tan transitorio. Es ahí donde interviene,
dea ex machina, Alguienita, que con toda la dulzura que le es tradicional exige, Ya,
dámela! Y no me da tiempo a que se la dé, porque con un gesto de precisión quirúrgica
la cercena de mis manazas como garfios herrumbrados y zuuuum! la alza contra su
pecho y swuuush! se la lleva adonde yo no la pueda ver y al cabo de diez o cien minutos
(la sensación de espera depende de lo que estén pasando por el Canal A o el de
Historia), shhhhhhhhhhh! vuelve sigilosa con el bultito inerme a que yo le dé el besito
de las buenas noches SIN DESPERTARLAAAAAAAAA! (solo que shhhhhhhh!) y yo
espero a que regrese e invada su lugar por suerte cada vez menos exigente en la cama y
entonces o después, según, la abrazo por suerte cada vez más fácil y ya volveré, me
digo, a dormir alrededor de ella, como cuando era la estudiante diminuta que me había
levantado en Monterrey y qué bueno si algún día pudiera conocer una así para casarme.
Viernes 4 de mayo
EL BUDA TERRIBLE
Sentada como si alguien la hubiera volcado erecta sobre la superficie, los jamoncitos
todo lo en posición de loto que le permite el piné de su volumen abultado y su ínfima
longitud, con la cabeza esférica como encastrada al tope de un flan de grasa, mirando
alrededor y hacia abajo con aire severo, haciendo planear para atrás, para adelante, hacia
arriba y hacia abajo las mortadelitas de cuyos nudos cuelgan a los extremos los flecos
regordetes de sus pulpitos, Xóchitl semeja un Buda contrariado porque estos chichos no
le hacen los ejercicios. En su pulseada constante con el equilibrio inestable, Xóchitl
parece uno de esos muñecos de base semiesférica que en los parques de diversiones
desafían los puñetazos de los galanes en tren de pasmar doncellas. Se tambalea para la
izquierda, y ya va a desmoronarse que envía todo el peso para la derecha, donde, a
punto del derrumbe, logra mandar hombro romo y salamín de nácar hacia adelante, y ya
va aplastar el botón que tiene por nariz contra la superficie, que el resorte retrocede
presto hasta detenerse en seco, con lo que la cabeza sigue por inercia unos diez
centímetros más allá del presunto espinazo. Y entonces se reinicia, aunque nunca en el
sentido esperado, el ciclo de rotación. Todo esto, como digo, presidido por una
expresión de sargento malhumorado que, de pronto, y sin razón discernible, trasmuta en
una sonrisa de absoluta leticia. Xóchitl es una almohada de misterio metida como a la
fuerza en una funda de grasa. Xóchitl abre de improviso su juicio lapidario sobre el
universo. Es un juicio en si bemol sobre octava, como de gozne rebelde. Esto entre
biberones, claro. Porque cada cinco o seis minutos, pareciera, hay que cargarle el
tanque. Es cuando Xóchitl estira en toda la medida de su flexibilidad dudosa una o los
dos, según, morcillitas y guía el barril transparente hacia su campana impaciente. Y
reclina la cabeza hacia atrás, y fija los ojos verdes hace un instante celestes, y da un par
de puñetazos por las dudas, y por fin deja los embutiditos semiflexionados en ademán
de saludo o despedida. Y chuic, slurp, shlop se va aletargando, no sin olvidar algún
espasmito de oficio, por las dudas, hasta que solo las comisuras se agitan apenas. Y así,
cada cinco o seis minutos, pareciera, Xóchitl le roba cien o doscientos gramos al
cosmos.
Viernes 1º de junio
¡AGARRENMÉN QUE LO MATO!
A mí, si me llaman abuelo a quemarropa, me tienen que agarrarme. Encambiamente, me
encanta que me pregunten si Xóchitl es mi nieta (o Alguienita mi hija). Amarcord que
no bien prinicpiau el romance que más endijpuej hizo historia presente, andàbamos por
Chapingo (una ciudad màs bien universitaria, a 40 kms del D.F.), en casa de amigos que
nos habìan invitado a un vernisage. Alguienita andaba por ahí, mirando la parte inferior
de los cuadros y yo haciendo corillo a la pintora con mis amiogs cuando enderrepente se
me viene al humo una señora màs o menos a tiro de mi edad que, con todo desparpajo,
dentró a arrastrarme el ala como quien dice. Alguienita que tiene antenas de hormiga
(ha de ser por el tamaño) se constituyó deinmeidatamente junto a su propiedad y le dio
la mano como para marcar territorio (claro, no se me iba a poner a mearme alrededor en
pleno vernisage). La señora me pregunta entonces, Es su hija?, No, señora, es mi novia,
Pero a usted habría que llamarlo pedófilo!, No señora, habría que llamarme suertudo.
Amarcord que en el Disco de cerca de casa otra señora me dice, Ay, yo tengo una nieta
de esta edad, es hermoso tener nietos, no?, No sé, señora, porque hasta que esta se me
case... Amarcord porúltimamente que en es mismo Disco hacíamos cola Alguinita,
Xóchitl todavía envuelta en panza, Valaria y el infraescricto, ellas detrás y el
infraescricto delante del carrito, que una señora a tiro de mi edad me pide si la dejo
pasar que no lleva casi nada, so pretesto de lo cual dentra, ella también (por qué no
habré tenido yo tanto éxito entre las minas a tir de mi edad cuando tenía veinte pirulos?)
a hacerme la corta más o menos que desembozadamente. Alguienita se mando un chorro
de micción demarcatoria desde ultracarro, ante lo cual la señora más o menos
contemporánea me pregunta, esa nena es su hija?, Sí señora, y la otra es mi mujer,
Cómo, no son su hija y su nieta?, No exactamente, señora, va una generación corrida,
Ay pero que jovencita!, y tenés cola, nena?, indaga un tanto extemporáneamente mi
coetánea, La suficiente para que no me vaya con una mulata brasileña, señora. La cola
y la cajera se cagaban de risa. Cuando la señora emigra en busca de un abuelo
dendeveras, la cajera le dice a Alguienita, Yo a vos te conozco, Zí, porque hago ziempre
laz cómpraz en este zupermercado, No, pero yo te conozco de otra parte. Y yo sugiero,
entonces, Ha de ser del cabaret. La cola volvió a defecarse de hilaridad, y Alguienita me
reprochó, Ay Zergio, laz cózaz que dízez!
Martes 5 de junio
XÓCHITL PROTODENTARIA
La risa de Xóchitl ya no es cien por ciento bermeja: dos pares de micrónicos guioncitos
las coronan o rubrican. En las ínfimas encías han alboreado, en efecto, primero dos,
abajo, y luego dos, arriba, conatos de dientito. Y, acaso consciente de que hay algo
importante que exhibir, Xóchitl se ha puesto sinprecedentesmente risueña. Xóchitl sigue
con todos los músculos sincronizados. Ríe (o gruñe, o gime, o simplemente parlotea) y
las salchichitas superiores se mediocomoextienden, las palmitas de nada prodigan o
anmarrotean sus flequitos de carne y todo el torso de jabalicito se estremece al ritmo de
un furioso bombear, o masacrar moscas, o aporrear el piano. Los jamoncitos también
entran en danza o patean penales o espantan tiburones. Toda Xóchitl se convierte en un
sismo de quién sabe cuántos puntos detrás de cuántos ceros detrás de la coma degluten
en la escala Richter. Pero a no dejarse engañar por los microscópicos valores. Si Xóchitl
fuera Atlas, al globo terráqueo derramaría todas las criaturas, perdería todos sus mares y
despediría todas sus montañas. Xóchitl protomóvil Xóchitl está al borde de la
autolocomoción. Erguida por propios méritos, de pronto se abalanza hacia adelante para
atrapar algún juguete y se va de regordetas bruces. Entonces, en vez de darse por
vencida o berrear contestatariamente, extiende los jamones hacia atrás y rompe a nadar
con furia contra la corriente artera que no logra alejarla pero le impide avanzar. Si la
pongo de espaldas parece una tortuga epiléptica, pero no protesta. No señor! Debe de
saber que es la postura ideal para exhibir sus cuatro prontodientes. Xóchitl
autoalimentaria Otra hazaña recientemente conseguida es la autarcía biberonal. Xóchitl
mira fijamente la botellita albitransparente. Luego, en razón de alguna complicación
burocrática que hace que ciertas instrucciones se pierdan por el camino, Xóchitl clava
sus ojos en la presa mientras brazos y manos andan por otro frente, en una serie de
poses de flamenco que maravillarían al Furioso. Dijérase Hitler codiciando Inglaterra
mientras sus tanques se pierden en las estepas rusas. Pero de pronto los memorandos
llegan a sus destinos y salchichitas, palmas y flequitos inician un laborioso movimiento
convergente que culmina a los lados del biberón. Lo tocan, se corre, pretenden asirlo, se
desliza, lo aprietan, retrocede… pero súbitamente, zas!, los bracitos de tiranosaurus rex
en miniatura han atrapado el rebelde cilindro con firmeza. Ahora comienza el desigual
combate contra la ley de la gravitación universal. Pero el hombre –y también, cómo no,
su hija- ha aprendido a dominar las leyes de la Naturaleza para usarlas en su propio
provecho. Y el biberón inmenso se ve de pronto en el aire camino aproximadamente de
la boca de Xóchitl. Cuando la tetina entra en contacto con la mejilla o el mentón o una
ceja, empieza entonces la delicada maniobra de acople. La esférica testa coronada de
pelusa galáctica es como una base espacial y el biberón indeciso un cohete de
reaprovisionamiento. Soslayado prudentemente el ojo y tras un intento fallido por la
nariz, la tobera logra calzar en la escotilla debida y los labios lo aprisionan con su
diafragma implacable. Llegado es el momento ahora de encontrar el ángulo propicio. Es
un juego pantográfico en el que cuello, cabeza, bracitos de tiranosaurus rex y botellón
van trazando diferentes paralelepípedos hasta que, zas!, la leche no tiene otra que
apilarse contra la tetina. Advenida esta coyuntura principia el floreo del fuelle facial.
Xóchitl puede desconcentrarse en este punto y mirarme de soslayo con sus ojos celestes
o quién sabe grises aunque tal vez verdes. Al cabo de este milagro que hoy presencié
por vez primera hay un novio que, como yo a su madre, me la robará para siempre.
Jueves 5 de julio
Xóchitl despierta con una expresión de reflexiva seriedad, como si estuviera cotejando
críticamente el mundo que ahora se le ofrece con el que el sueño le arrebató antes de
vencerla. Poco a poco se va cerciorando de que es el mismo. El ruido de los rostros se
define en voces conocidas y, al poco tiempo, en rasgos familiares. Ha llegado la hora, si
Dios es servido y el pañal no tanto, de la primera sonrisa. Y del primer preludio de
Bach. Porque Xóchitl ha abandonado el Concierto para la mano izquierda de Ravel y se
aplica, indivisiblemente ambidextra, a acariciar con las yemitas cada vez más
independientes el teclado invisible. O entra a practicar los gestos casi ornitomorfos del
flamenco. La cosa es no dejar de abrir y cerrar las palmas ni de extender los dedos.
Xóchitl se sienta en actitud de Buda andaluz. Solo que con su chorrito de bidé
coronándole la pelusa y sus ojos avellanados verdes o tal vez celestes o acaso grises
también se parece a Pebbles, la hija de los Picapiedra (recordates, gerontes?).
Terminado –o, más bien, interrumpido- el preludio, Xóchtil decide que lo que quiere es
echarse a volar, y se pone a aletear furiosamente con las salchichitas superiores y a
darse impulso tan feroz como inútil con las mortadelitas de abajo. Toda ella es una
fábrica de espasmos. Ahora le toca a la banda de sonido. Xóchtil ha descubierto que
puede controlar el aparato fonatorio lo mismo que los embutidos que le dimanan de su
morcilla principal. Como con ellos, su control es impreciso, y, como con ellos, se la ve
impaciente por dominar el arte arcano de la coordinación. Xóchitl abre el grifo de su
vocecita de juguete y el torrente se hace incontenible. Hay ya sílabas, o conatos de
sílabas: mamamama, papapapá, gagagagá, bbubbubbubbubb (las aes ganan más o
menos cuatro a uno, y las tres vocales intermedias todavía no se estrenan). La historia
del lenguaje de Xóchitl remeda la evolución del planeta. De ese magma continuo y
ahora en tímidas ciernes de diferenciación se irán desgajando conatos de palabras,
intentos de cláusulas, amagues de conjugación. De allí saldrán algún día las primeras
palabras de amor o de despecho y -soñar no cuesta nada- quién sabe si un premio Nobel
de literatura. Tres o cuatro veces al día –o diez o doce, es difícil saberlo desde la
distancia paternal- Xóchitl pierde su lance contra el sueño. Regreso de dejar a Valeria
en la escuela y de mi café con medias lunas y la SuFís en la esquina de Ugarteche y
Cabello, invariablemente a pie hasta Paraná y Arenales, invariablemente por Pacheco de
Melo o Peña, según me den las ganas del remanso del pasaje Bollini, invariablemente
admirado de una fachada, un zaguán, un palière, una puerta que descubro esta enésima
vez por vez primera, y sé que Xóchitl y Alguienita duermen. Son casi siempre las nueve
y media o diez. Entro en puntas de pie en la penumbra del cuarto y miro los dos bultitos,
uno más "ito" que el otro, apelmazados en una albóndiga de pelusa y trapos. Xóchitl se
ha quedado dormida a lo largo de su primer biberón, y Alguienita se ha marchado detrás
de ella, con la vigilia apenas suficiente para secarle la campanita entreabierta y colocarla
de costado. Yo, como ahora, me vengo al estudio a teclear pamplinas. Al rato Ely entra
portando a una Xóchitl que estrena pañal y, si Dios es servido, sonrisa, y me la deja
sentada en su mesita de trabajo, donde de inmediato se pone a contestar cien teléfonos
imaginarios y a tocar la batería colorinche de sus juguetes. Llegado es el mejor
momento del día. Ely la enfunda en su mameluco y me la calza –cada vez con mayor
arte- en el cochecito y me anuncia que todo está presto para la gran aventura. La
aventura consiste en que me invente motivos para un periplo por el barrio: sacar plata
del cajero, comprar algo en la farmacia, concurrir al pago fácil… Lo mejor, claro, es el
hadj al supermercado. En Disco tienen unos carritos como con trono, en el que Xóchtil
se deja sentar imperial. Desde esa altura satelital, Xóchitl contempla la vasta galaxia de
formas y colores. Las salchichitas extendidas en un permanente gesto ecuménico, los
diez taruguitos tocando ahora en sendos clavicordios. Xóchitl se inclina hacia adelante y
hacia uno y otro lado, en deferencia aquí a los cereales, allá a la fruta. Discurre con toda
seriedad, ajena a las monerías de los viandantes admirados. Xóchitl no tiene tiempo ni
atención para el mundo animal. Claro, ocurre cada tanto que papá detiene la nave
espacial para elegir los tomates o seleccionar la carne. En esos casos, la paciencia de
Xóchtil se agota en unos diez o doce segundos. Primero se distrae con un concierto de
su propia voz (de ese magma saldrá algún día la primera melodía reconocible, el tema
del finale la Novena de Beethoven, o -soñar no cuesta nada- quién sabe si un Casta Diva
que derrumbe los escenarios del Colón o del Covent Garden. El concierto va
degenerando en airados bufidos de protesta. Xóchitl empuja con el culito hacia atrás y el
cuerpo hacia adelante, pero el carro ni se inmuta. Por suerte aparece papá tractor y la
marcha se reanuda. Pero –ay!- está la cola para pagar. Ahí es cuando agradezco a Dios –
que no todo es Sarajevo o Rwanda o Darfur en su variopinta obra- por mis congéneres,
que se van turnando a ver quién es el primero en arrancarle una sonrisa. Xóchitl los mira
entre curiosa y escéptica. Tocando ya de memoria sus dos suites francesas, con las
avellanas grises o más bien verdes o mejor celestes concentradas en esos extraños que
hacen tanto ruido. Mientras la chica de la caja va pasando la carga por el sensor, toca el
trasbordo. Xóchitl pasa de la excelsitud del carrito a la estrecha intimidad de la
"carriola" (Alguienita díxit) y ambos volvemos al mundo de la calle. Llegado es el
mejor momento del mejor momento del día. Casi siempre escojo el café que queda
detrás de la Diana cazadora, en la cruz irregular de Juncal y Talcahuano. Me traen mi
café y a Xóchitl le toca biberón paterno. Se acopla el transbordador a la tobera y
empieza el ritmo tenaz de la succión. Entretanto las avellanas celestes o tal vez grises o
acaso verdes miran para uno y otro lado, y las manos tocan su Concierto Italiano cada
una en su teclado. La ceremonia dura –se me hace a mí, que nací con hormigas en el
culo- una eternidad. A los cinco minutos –o diez o tres o catorce, es difícil discernirlo
desde la paternidad- las avellanas se van cerrando. Al rato, solo subsiste el ritmo
obcecado de la succión. Bajo la pelusita coronada del chorro de bidé, Xóchtil tiene en su
cerebro que se estrena un módulo del todo independiente. Los demás músculos
duermen, la ambición descansa, pero la máquina de bombear continúa impertérrita.
Aunque también a ella le toca descansar de pronto. Y Xóchitl se queda absolutamente
inmóvil, con la campanita entreabierta. Y es hora, entonces, de regresar al mundo
original. Xóchtil parece una bolsa de colocada a la buena de Dios en su carretilla. No la
despiertan las frenadas de los colectivos, ni la perturban los bocinazos de los taxis, ni la
inquieta el zangoloteo en que se juntan acera y calzada o calzada y acera. Solo
despertará en el ascensor, como si supiera que ya está en su casa y que comienza otra
etapa de la vida. Abre sus avellanas grises o verdes o según celestes, me mira y se mira
en el espejo, y, si Dios es servido –que no todos hemos de resarcirnos de la sangre, el
hambre y la miseria después de muertos- sonríe. Por las tardes, mientras tecleo mis
pamplinas, Ely o Alguienita me traen el esférico trofeo y me lo sientan en la alfombra
rodeado de colores y texturas. Xóchitl apostasía, entonces, de su impasible posición de
loto, se abalanza todo lo adelante que le permite su culito envuelto en el pañal y queda
literalmente como un sapo. Patitas semiacuclilladas y totalmente inútiles, el torso
descomunal apenas sostenido por las longanizas de juguete, la cabeza casi sin cuello
mantenida milagrosamente en el aire. Resopla , bufa, gime, derrama sílabas, patea,
manotea (una mano por vez, claro), toma un color, vuelve a erguirse con la presa todo lo
dentro de la campanita que Lavoisier permite, lo deja caer, aletea con las dos
longanizas, derrama sílabas, bufa, gime, resopla, e inverosímilmente unida a la Tierra
por el solo culito envuelto en el pañal, agita ambas morcillas inferiores en el aire,
pateando con furia mil penales e intentando arrancar su moto virtual, tocando los un
libro del Clave bien Templado con cada mano. De pronto, se agarra la cabeza (enorme
esfera que sus manos casi inexistentes apenas llegan a tocar) como asombrada de algún
recuerdo o azarada ante algún descubrimiento. Y luego entra a batir el piso como si
fuera un gigantesco tambor. El piso, claro, no resuena, y eso la llena de furia o
entusiasmo, según, y rataplán rataplán pum pum en el terco silencio de la moquette.
Han entrado en juego todos los músculos que tiene. Al rato empieza a perder vapor. Y
entonces se queda mirando fijamente cualquier forma con sus luminosas avellanas
grisverdecelestesdepende, el chorrito del bidé inmovilizado en la cresta de la pelusa. Es
una pausa breve, pero absoluta. De pronto zas! una bofetada a un invisible mosquito.
Luego otra. Y una patada al pedal. Y otra a la pelota de fútbol. Y
uhhbbubbbubbbubmamagagadadapffpff. El magma del que algún día saldrán las
primeras palabras de amor y –soñar es gratis- a lo mejor un premio Nobel de literatura o
Caro nome entre las ovaciones de la Ópera de Viena o de La Scala. A la hora de
dormirse por vez última, Xóchitl ha refinado la liturgia. Ya no se bate con furor contra
el sueño artero. Ahora es una simple escaramuza. Se aviene a mecerse en el sillón
hamaca, la cabecita apoyada en mi hombro, y se va dejando ir. No sin más, desde luego:
alguien ha hecho un ruido apenas perceptible en la cocina; zumba un auto misterioso.
Xóchitl yergue la cabeza y las avellanas grises y verdes o celestes se abren entre
asombradas y curiosas. Pero ya pasó. La cabeza vuelve a descansar. Siento la pelusita
en mi oreja. Sigo meciéndonos. Canto un tango bajito. Cuando el puñito cerrado parece
que flota, puedo ponerme sigilosamente de pie y emprender el último hadj al
dormitorio. Luego viene la delicada liturgia de depositarla boca abajo sobre el colchón
bordeado de juguetes. La tapo con su frazadita rosa. La miro largamente por vez
postrera. Y me voy a dormir también yo. Alguienita me ha dejado hacer. Sabe que es mi
turno de felicidad a solas. Yo me meto agradecido en la cama, acaricio el mechón que
asoma entre las cobijas, me cercioro con el pie de que está ahí toda ella –bueno, toda
ella no es tampoco tanto- y me quedo dormido, o eso infiero, como que luego me
despierto. Fausto pierde su apuesta con Lucifer el día que de pronto dice al instante,
Detente; eres tan bello! Menos mal que yo no he firmado contrato tan leonino, porque
no alcanzarían los infiernos.
Miércoles 11 de julio
SUEÑO E ÍNCUBO DE XÓCHITL
Tras una sesión de vocalizaciones en la octava última del diapasón humanamente
audible, de espasmos, penales, golpes de pedal, fugas de Bach y matanza de mosquitos
virtuales, Xóchitl frunce de improviso el ceño y echa a gruñir como un jabalí
malhumorado. Es su manera protocolar de decir, Mamá, papá, me ha dado apetito; sé
que tal vez los importune y les pido las consecuentes disculpas, pero no podrían ser tan
amables como para concederme un biberoncito?, lo que, traducido a su rústico discurso
suena tipo, Grff ñañaña eheheheh con rítmica batucada de chorizos y longanizas como
acompañamiento paralingüístico (E, en mi modelo). Viene raudo entonces el
transbordador lácteo y la tobera encuentra presto la escotilla de entrada. Chuik, chuik,
chuik va entrando la leche por la campanita y pff, pff, pff saliendo el aire por la nariz
ínfima. Xóchitl, entonces, se sosiega. El choricito derecho le queda trabado entre mi
pecho y su costado, pero el izquierdo saluda lentamente coronado de deditos que se
abren y cierran como un coral submarino. La longaniza derecha semiinmovilizada
también, toca a la izquierda patear en cámara lenta una aletargado tiro libre que jamás
llegará a ningún arco. Entretanto, los ojos celestes o verdes o tal vez grises recorren los
dos arcos posibles: me miran largamente en diagonal, o miran para el otro lado, más
para arriba o más hacia abajo, siempre morosos, como si las imágenes tardaran en cuajar
y hubiere que darles su tiempo. A los cinco minutos –o dos, o siete, o cuatro o diez, es
difícil calcularlos con el cronómetro de la paternidad- las avellanas verdes o más bien
grises o mirándolas mejor celestes parecen estirarse, pero no, son los párpados que van
bajando como un telón interminable. Pero terminan. Y Xóchitl se adormenta y por fin se
duerme. Pero no del todo. Quedan, decía, las tres o cuatro neuronas de turno, aplicadas a
la monótona tarea del bombeo. Chuik, chuik, chuik en el silencio absoluto y en la
absoluta inmovilidad. Chuik… chuik….. chuik…….. chuik……… Las neuronas,
confiadas, se distraen. Yo amago en este punto con retirar el transbordador, pero cuando
faltan dos micrones, las neuronas se avivan, Chicas, chicas, que nos sacan la tetina!
CHUIK, CHUIK, CHUIK!!! El ajetreo de sus compañeras ha medio espabilado a
alguna vecina que, imagino, se despereza en lentos arcos de gata: allá abajo, se ha
movido apenas una longanicita. Chuik… chuik….. chuik……… chuik………. Al cabo
de dos o tres o diez falsas alarmas –no es fácil determinarlo desde el atalaya paterno-,
las neuronas de turno deciden tomarse franco también ellas y toda Xóchitl es un
embutido inerte. La cabezota ostenta, bajo la pelusa impalpable y entre las dos estrellas
fugaces que se le encienden en los lóbulos de las orejitas, dos arquitos de césped
castaño, dos guioncitos erizados de unas pestañitas de juguete y, en medio y no mucho
más abajo, dos puntitos que apenas se estremecen con el viento que les entra, y
exactamente debajo, pero no mucho, el carrillón bermejo y entreabierto. Llegado es el
momento de la complicada maniobra de ponerme de pie e iniciar un nuevo hadj al
dormitorio. El sigilo ha de ser a la vez de terciopelo y granito: estrenua aporía! Pero
llego, y ahora toca el delicado operativo aterrizaje panza abajo. Xóchitl se deja rodar
180 grados como un tronco de trapo y queda espatarrada culo al cielo, con las
longanicitas estiradas hacia adelante y los deditos abiertos como diminutas patitas de
rana a las veras del coco inmenso. La forma es la del corte transversal de un repollo. Yo
me alejo en puntas de pie y ya estoy por trasponer la puerta cuando Xóchitl se agita y
gime. Cómo será su pesadilla? Una tetina sin aujero? Un biberón seco? Un pañal
anegado? Qué otro tormento imaginario puede imaginarse esta oruguita que no conoce
aún el maravilloso y pérfido mecanismo de los símbolos? Oh, denso misterio que ella
misma no podrá develar! Shhhh, shhhh, shhhh… , un levísimo sacudón del torso inerte
con mi mano de ogro… y nada. Xóchitl ha dejado de existir. Ahora es solo una imagen,
una forma y una textura. La personita se ha marchado a otra galaxia. Y yo me quedo
observándola desde mi distante promontorio paterno. Contémplala bien, me aconsejo,
porque pronto su sueño dejará de ser para ti y será solo para ella; porque tarde o
temprano será, incluso, para otro. Disfruta intensamente este tesoro silencioso e
inmóvil. Pero, cuidado: que no vayan a perturbarlo toda la zozobra y la agitación que te
bullen hasta en el último alambique de tu alma!
Domingo 9 de septiembre
XÓCHITL AUTOLOCOMOTRIZ
Xóchitl ha descubierto las delicias y tribulaciones de la autolocomoción. Venía
amagando desde hace meses, pero le tocaba superar el peso feroz de su culito de
paquidermo. Un buen día, tras una recua de ensayos frustrados, logró apoyar las
longanicitas superiores y alzar las nalgas sobre sus rodillas. Se mantuvo así, como en
ascuas verticales, varios minutos, mirando el planeta desde la nueva e insospechada
perspectiva, pero sin saber qué más hacer. Al tiempo la venció la fatiga y se dejó
desplomar vencida. Y así varias veces más. Hasta que un día, Eureka! Miró todo lo en
derredor que le dio el cuello de hombre Michelin, probó una a una la resistencia de los
jamones y las longanizas, despegó apenas una manito para dar ese decisivo primer
paso… pero Fpflop! Le falló la tripedalidad y se fue de panza al suelo. Inicialmente,
pareció satisfecha con el vértigo novel. Pero al rato quiso recuperar un símil de postura
digna y se encontró que no le servía ninguno de los embutidos desparramados hacia los
cuatro puntos cardinales. Sobrevino, entonces, la batucada de bufidos que pronto
degeneró en una banda de bronces tan agudos como destemplados. Corrí a auxiliarla, la
tomé del vientre de Buda y volví a colocarla en posición de largada. Echó una nueva
mirada de tortuga todo lo circular que le consintió la papada y, Eureka! Esta vez, en
lugar de arriesgar un avance longanístico, decidió probar suerte con un desplazamiento
de jamón. Solo que no llegó a ocurrírsele deslizar la rodilla de trapo, sino que la
despegó casi con violencia de la alfombra y ya la estaba mandando más o menos hacia
adelante que, Fpflop! Otra vez de panza al piso. Se conoce que volvió a encontrar
divertido el vértigo, porque otra vez festejó el aterrizaje de emergencia con grandes
muestras de hilaridad dos o tres octavas encima del último do que puede dibujarse sobre
el primer pentagrama. Pero también en esta ocasión la leticia fue cediendo paso a la
irritación. Hasta donde le permite su experiencia limitada del universo, debe de haberse
cagado en todas las abuelas de Newton. La ordalía vino repitiéndose, adelantaba, más o
menos desde julio. Pero hace unos cuatro o cinco días se produjo lo que Hegel primero
y Marx después llamarían un cambio cualitativo. Todo empezó igual: de improviso el
culo descomunal se irguió como una tienda de circo en tren de instalación, la cabeza
procedió a su ya acostumbrado semicírculo de quelonio, volvió a encontrar su centro,
calculo minuciosamente dirección, inercia, momento, vector, tensión, extensión,
impulso, aceleración y distancia… y, Bingo! La rodilla uno se deslizó tres o cuatro
milímetros más o menos hacia adelante. Sobrevino en este punto una pausa de balance y
reflexión. Xóchitl se aplicó a pasar revista coyuntura por coyuntura el –es cierto,
tembloroso e inestable- andamiaje del culo, revisar y verificar todos los cómputos
menester, recobrar suficiente aliento, acumular el debido coraje, apuntar nuevamente
más o menos hacia adelante y, Bingo! Mandó la mano uno a distanciarse de la rodilla
ídem. El culo de avispa se escoró peligrosamente a babor, y ya parecía que iba a carenar
más de lo prudente, cuando, Plupf! Osciló hacia estribor descargando todo el peso sobre
la longaniza temeraria. Aquí, fue oportuna una solución de continuidad dedicada no
tanto a la especulación como al festejo. En medio de una jam session de la batucada y la
banda, alzó ahora la rodilla número dos… Ay! Eso: la alzó en vez de arrastrarla, con lo
que el ángulo de desviación de la vertical devino excesivo, el culo quedó como
colgando ominosamente sobre el abismo y, claro, Fpflop! Y toda la cuidadosa si
endeble coreografía fue a parar ignominiosamente a la mierda. Nueva sesión de
protesta acústica aguda. Pero la grandeza del hombre, dicen que dice el viejo proverbio
árabe, no está en no caerse nunca sino en levantarse cada vez que se cae. Lo mismo
puede decirse, digo, de la mujer, incluso la de corta edad, sol que no exactamente cada
vez, sino cada tanto, pero no tiene sentido buscarle la tercera oruga al tanque. La cosa es
que tras varios intentos en que el éxito inicial tropezó –nunca mejor dicho- con un
fracaso final… Bingo! Xóchitl dio en arrastrar también la rodilla número dos. Faltaba
tan solo un leve desplazamiento aproximadamente hacia adelante de la segunda
longaniza y se habría logrado completar el ciclo unitario. Mirada de Galápagos, cálculos
einstenianos, tensión nabaldianesca, temeridad colónica y…. Fpflop! A la mierda el
ciclo. Pero la grandeza etcétera, y tras una serie de experimentos que corroboraron con
distintos grados de rotundez la teoría de la gravedad… Bingo! Y desde entonces son
secuencias de tres, cuatro y hoy hasta cinco pasos compuestos, hasta que el agotamiento
exige un lapso de reposo, que, es verdad, todavía no se aprovecha para perfeccionar la
puntería. Porque Xóchitl no ha caído en la cuenta de eso del ángulo de desviación: Ella
mira, es verdad, fijamente hacia adelante. Dijérase un hipopótamo convencido de su
leoninidad como argentino que se cree europeo que ha descubierto su presa entre las
gacelas de la sabana. Pero no atina a dar la orden de, Vamos chicos, a ver vos, adelante,
carajo! con la debida indicación del rumbo, por ejemplo, algo así como, Rodilla de
estribor, 0 grados a proa a un nudo de hilo de coser! Con lo que la rodilla se abre unos
ocho grados a babor, y luego la mano uno seis más, que luego se medio compensan con
los seis grados a estribor de la pierna dos y los tres de la mano ídem. La cosa es que la
compensación nunca es total y el culo termina desplazándose para el lado de los tomates
o, en una ocasión particularmente aciaga, la pata del piano. Pero yo no he dicho ni
querido dar aviesamente a entender que Xóchitl puede ir adonde quiere, sino
simplemente que puede ir en general: dónde exactamente –bueno, exactamente es
quizás una exageración- es difícil de vaticinar, pero ir… va.
Miércoles 19 de septiembre
Xóchitl gatea por todo el planeta, y cuando encuentra el andamiaje propicio de pone de
tembloroso pie. Pero ahí termina la cosa, salvo una vez que -ni ella misma sabe cómose medio como que soltó y medio como que se fue de culo pero sentadita al suelo y
medio como que recuperó la cuadripedalidad. Salvo esa vez, donde se para, se tiene que
quedar a vivir, y como no quiere, empieza a reclamar auxilio.
Jueves 20 de septiembre
XÓCHITL AL VOLANTE
Xóchitl es una holgazana. Usa el andador de sofá. Nadia me cuenta que el de Valeria
parecía un autito chocador manejado por un mono. Xochitl se apoltrona, echa mano a
los juguetes, los va catando con obsesión rayana a veces en la furia, practica con ellos la
batucada como para ensordecer a medio Brasil, pronuncia vehementes o plañideras
alocuciones... pero todo in situ. En todo caso, los deslizamientos horizontales son
producto de las sacudidas de arriba que no de los intentos de locomoción de abajo.
Xóchitl es una paradoja: tiene la movilidad inmóvil de un terremoto - tremendo trémolo
en el mismo lugar.
Viernes 12 de octubre
XÓCHITL GOURMETTE
Capítulo primero. Ensucede que hacía como tres semanas que solo veía al jabalicito por
escayp y resulta que en el ínterin de mientras tanto Alguienita la ha ido acostumbrando
al morfi sólido (no sin recuas de frustraciones, porque la hipopótama parece que sale a
su padre, y acaso a mí mismo, en lo tozuda, recalcitrante, obcecada, terca, cabeza dura,
obstinada y qué se yo cuántos sinónimos más). Capítulo segundo. Enocurre que
ayercito nomás, a la hora de la oración (porque en casa la gramática es sagrada, vio?),
indagué como es de norma qué carajo querían morfar mis otras dos naifas y enaconteció
que Alguienita dijo, Yo arrozito con vedurítaz, y Valeria, más precisa, Yo arroz con
arbolito (o séase, con broccoli o brócoli según); a lo que Alguienita instruyóme que,
Haz el arrozito con tantito ajito y nada maz porque zi no Xóchitl (Zóchil) no se lo va a
querer comer y nozótraz luego le agregámoz laz verdurítaz. Capítulo tercero. Empasa
que, Minga! Porque si mi hija es mía -o, en todo caso, de alguien mínimamente
parecido a mí- no habrá aderezo que la arredre ni mejunje que la amilane, de modo que
procedí subersibamente a dos puntos. a) Freír dos cabezotas de ajo desmenuzadas en
harto aceite de oliva, b) freír una taza de arroz Gallo, c) añadir, cómo no, las tres (y yo
que le iba a poner dos mire lo que son las cosas) tazas de agua, d) echar una nutrida
llovizna de sal con hierbas, e) espolvorear un denso granizo de una mezcla de cuatro
pimientas molidas ad hoc, f) camino ya de completada la cocción, dejar caer un leve
chaparrón de hierbas finas (que tomillo, que romero, que estragón, qué se yo) y g)
mezclar todo que daba gloria. Capítulo cuarto. Enacaece que viene Alguienita y ve el
arroz todo manchado de pastitos verdes y piedritas rojizas y negras, y teñido medio que
de ocre y dubita, abandonada de todo optimismo, A ver zi lo quiere. Capítulo quinto
Enresulta que Valeria se fagocitó el arroz casi sin tocar el arbolito -que igual se tuvo que
deglutir orels- y preguntó que si no quedaba para llevar mañana a la escuela, y que
Xóchitl (Sóchil o Zóchil, según el progenitor que la demande) se morfó DOS
BOLCITOS DOS de arroz, estirando la cabecita de mamut todo lo que le permitía su
cuello de sapo, clamando, Ño-ño-ño!, cada vez que veía alejarse peligrosamente la
cuchara. Epílogo Alguienita, que o hace las cosas enteras o nada y como solo ella tiene
el virtuosismo suficiente para hacerlo, trocó el revés suyo en culpa mía, sentenciando,
Ahora cuando tú no eztez y vea que no tiene el mismo zabor no lo va a querer. O sea
que, en realidad, parece que la cagué…
Sábado 13 de octubre
XÓCHITL GOURMETTE II
PREFACIO Acabamos de almorzar, oséase, que antes acabé de cocinar. Alguienita
pidió pazta con laz verdurítaz que zobraron de ayer, y yo indagué, La hipopótama va a
comer de la misma pasta?, No, ella tiene unaz maz pequeñítaz que le di ayer y voy a
recalentar. INTERLUDIO Receta de la pazta con verudrítaz de ayer: En sartén honda
rehogar en aceite de oliva del bueno cebolla, cebollín, puerro y abundante ajo todo
picado bien pero bien finito, vio? Cuando estea, agregar un tomate perita y medio por
comensal, tambiém bien picadito (yo le dejo la piel). Si hay a mano, un vasito de tinto y,
disuelto en él, un cubito de caldo de carne. También se puede poner una hojita de laurel.
Como no había vino abierto, ni vino, ni caldo ni laurel, pero que conste. Sal, claro, y
pimienta, ojcors. Cuando la pazta eztá cozida AL DENTE (suele requerir un minuto
menos que lo que indica el paquetito), verterla en la sarten y rehogar un minuto a fuego
lentérrimo, agréguense las hierbas italianas o, cuando menos, orégano. Como
estábamos solos, le ofrecí a Alguienita meterle unoz chilítoz, de modo que quedó pazta
con verdurítaz de ayer a la reputanezca que loz remilparió, pero zabroza. AHORA SÍ,
CAPÍTULO PRIMERO Y, PARA QUÉ DECIR UNA COSA POR OTRA, COMO
DESACONSEJAN LOS TRADUCTORES, ÚNICO Pero, y Xóchitl (Sóchil o Zóchil,
según)? Como yo devoro, la división del trabajo alimentario es así: cuando termino,
mientras Alguienita se va apenas sirviendo la ensalada, me dedico a darle de yantar a mi
pequeña galápaga. La pazta de marras eran unos moñitos diminutos, muy monos, pero
que se veía que no tenían ni el gusto del plástico del bol. Entonces, sugrectisiamente, les
eché un chorrito de aceite de oliva y bastante queso rallado (No ze lo va a comer profetizaba Alguienita llevándose a la boca la primera hojita de lechuga- porque eztá
muy picadito y a ella le guzta coger el trozito). Pues por segunda vez consecutiva,
MINGA! Porque la chancha entró a deglutir como desesperada y, sin haber terminado
de masticar la ración anterior, estirando la trompa, golpeando furiosamente con los
puños su silloncito manducatorio, y profiriendo unas protestas guturales que
filogénicamente han de remontarse a cuando el Cromagnon chapaba el garrote y le
pedía a su consorte, Pasáme más mamut, querida, o te cago a palos.
Domingo 14 de octubre
XÓCHITL GOURMETTE III
Di advéntiur continius! Acabo de dar de comer a la galápaga, Ella ya tiene la paztita de
ayer, explicó Alguienita. La paztita de ayer era, otra vez, un bol de moñitos inodoros,
incoloros e insípidos (ah la mojigatría, pusilanimidad y pacatería gastronómica de las
madres al menos de algunas!). De modo que... manos a la obra! Chorrito de aceite de
oliva del muy pero muy bueno, quezito rayadito, llovizna de las cuatro primientas y una
salpicadura de hierbas italianas para el bol de moñitos se vaya pareciendo a un plato de
pasta y, A ver qué le parece! Cuando le aproximo, triunfal, la cucharita con dos
moñitos dos y una hebra de queso... Pfupfff! Mohín de repugnancia y el puño cerrado
como ni en un Primero de Mayo en el Madrid republicano que me aparta violentamente
contra la pared. Alguienita, exultante pero sin evidenciar, me explica, Ez que no le
guzta. Solo Dios, si existe y estaba poniendo atención, sabe lo profundo que calaron
esas endas puñaladas de dos de las tres mujeres de mi vida. Y ahora, qué les digo a los
cumpas del foro?, pensé contrito y derrotado. A ver zi quiere un poquito de mi pollito,
diminutivizó Alguienita, metiéndole entre los labios de campánula un, en efecto, trozito
de zu pollito. Ñam!, fue la respuesta elocuente. Entonces, meseiluminó la sesera: Dejála
que le dé hambre de vernos comer a nosotros. Holy medicine! A los dos minutos me
acerco con el platito y la cucharita, monto dos moñitos y una hebrita de quesito
espolvoreaditos como de piedritas rojinegritas y de pastitos verdecitos, acerco la
carguita a la boquita, se entreabren no del todo convenciditos los labiecitos de
campanulita, asoma timidita y recelosita la lengüita rosadita y... ÑAM!!!!!, todita la
comidita desapareció como cuando se tiraba la basura en los incineradores diantes
(recordates, gerontes?). Al cabo de unos bocados, volvió el puño de pocos amigos
acompañado de un elocuente Pfufpfffgh!, Ez que quiere agüita, sentenció, omnisciente,
Alguienita. Chapé pues el biberón (oséase, la mamadera, para qué hacer concesiones al
vulgo no rioplatense!). La campánula de deformó en una especie de tubo de aspiradora
y, Glugggggh, gluggggh, chuikgh, chuikgh. Así como dos minutos, hasta que, Plop!
saltó la tetina a la mierda enviada por el puño crispado y, Pfufpfffgh, la mano que se
extiende al término de embutido, embutidito y embutidón, la campánula que vuelve a
deformarse, la cuchara que se acerca con su aderezada carga... y, ÑAM!!!! Y así dos o
tres episodios más, hasta que casi no quedó nada. Por cierto, mientras yo, cual operador
de grúa, iba con la pala llena y regresaba con la pala vacía, la mano de juguete
escarbaba en el plato e iba sacando que un moñito, que una hebra de queso y los iba
sumando al bolo alimenticio. De pronto quedaba inevitablemente colgando de una
comisura que el extremo de una hebra de queso, que la mitad de un moñito, en cuyo
caso la garra de goma los extraía y los volvía a colocar cuidadosamente en el bol. Es
que Xóchitl está aprendiendo a comer en sentido cabal: gastronòmico y protocolar, qué
carajo!
Lunes 15 de octubre
LA JODA INAUGURAL, CON HINCHAPIÉ EN XÓCHITL
Xóchitl (Sóchil o Zóchil, según) tardó casi toda la velada en cargar el nuevo programa.
Miraba intensamente todo lo en derredor que le consentía el cuello de escuerzo, sin que
le quedara una neurona libre para amagar siquiera un conato de sonrisa. Ello pese a los
ingentes -y, de momentos, francamente ridículos- intentos, devaneos, forcejeos, muecas,
gestos, ruiditos e imitaciones francamente deficientes del lenguaje infantil a que se
aplicó por estrenuos turnos un porcentaje elevado de los circunstantes, especialmente
mujeres de sexo femenino. Xóchitl no deponía su expresión que recordaba a cuando en
la pantalla totalmente inútil empieza a llenarse la puta rayita mientras encima va
diciendo 3% completo, faltan 68 minutos, 4% completo, faltan 67 minutos, egsétera.
Hubo una interrupción de la descarga cuando Mafalda se apropincuó a afanar el lomo
(no jamón, como tergiversa, como suele suceder con los historiadores, la cronista)
ibérico carísimo y poquísimo que me regaló una amiga pero no le digan nada a
Alguienita española que estuvo parando (y, supongo, sentando y acostando) en nuestro
dpto de Viena. Fue ver a Mafalda y olvidarse de Güíndows 2007: Uuuuuhgh!,
Ñañañañáy!, Huff! Primero con comprensible recelo pero enseguida con admirable
temeridad, extendiendo la garra de coma al cabo del embutido, el embutidito y el
embutidón. Pero Mafalda, minga! Pese a que yo, avieso, le ofrecía la grasa del lomo (no
jamón) ibérico, que ella venía, chapaba y se piantaba sin dar tiempo a la maniobra de
aproximación tramitada dentro de la versión femenina del Hombre Michelin. En cierto
momento, con los bíceps (por cierto, no se pierdan la exposición "Bodies" del Abasto
que está buenísima y no hay chico que pueda dejar de verla) doloridos, opté por
sentármela a horcajadas del bocho. Dicen quienes tuvieron la dicha de poderla observar
que parece que ahí sí cómo no sonrió y -aunque tal vez sea una de esas exageraciones
típicas de los cronistas- hasta se rio que nunca me acuerdo si va con acento pero
seguramente no porque es monosílabo. Agotado que se hubo el lomo, al cabo de como
tres segundos porque hay que ver cómo morfan los traductores sobre todo si el morfi lo
pone otro justo justo llegó Lamorín yúnior con su dorima perfectamente legal (al
menos, eso quisimos creer los presentes con cierto sentido del decoro, y eso que todavía
nadie dijo nada por eso de la discreción vio? del lenguaje corporal de la SuFís y
Alejandro que a cada rato se retiraba la pipa de las comisuras en tren francamente
oscular pero eso son cosas privadas de los demás y no es del caso comentarlas aquí) y
su propia vástaga Mara que le dicen, de apenas dos meses de edad, la cual, pese a cuya
abisal diferencia de ídem, suscitó por fin el interés humano de Xóchitl. Fue
enternecedor ese encuentro de dos experiencias tan diferentes de vida, Mara recién
llegada a este mundo, y Xóchitl con sus once meses y a ver en ese momento 24 días de
recorrerlo sin descanso, que Disco, que el Registro Civil, que el Automóvil Club, que,
las cosas como son, la República Oriental del Uruguay pese a las papeleras. Cuando
ambas dos se aburrieron sendamente de la novedad que ya había dejado de serlo,
pasamos al buduar o lo que fuese que quedaba a la otra punta opuesta de la cocina,
oséase, según se entraría si te dejaran pasar por la puerta de las visitas ahicito nomás.
Alguienita se refugió en un sillón recóndito, Zóchitl (porque la tenía ella) en ristre y
justo justo se le sienta al lado la FlorBell que viene con sus acoplados Gabriel y Lucía
que no sé por qué yo le digo Julieta será por Shakespeare vio. Con Gabriel, dedo de
hacer cosquillas mediante, hacemos buenas migas deinmediatamente, pero Lucía se le
apelmazó a su botánica madre y no hubo nada que hacerle, al menos nada que le pudiera
hacer yo. Alguienita en el ínterin -pero siempre también en el sillón- descubrió en unas
alturas para ella francamente inalcanzables como suelen serlo para ella la mayoría de las
alturas un gato blanco de peluche que luego fue delicia de Zóchitl (que seguía estando
con ella, oséase Alguienita) que por fin pudo consolarse del desdén de la fauna viviente.
En aquel sector del Palé, como diría la SuFís si no tuviera la boca ocupada, coincidimos
con la susodicha, su humeante prótesis que me dejó probar la magnífica Stanwell que le
estorbaba par los menesteres viciosos que no dan cáncer con el no menos magnífico
tabaco Davidoff que le trajo un amigo de la naifa de Viena o menos anfibológicamente
le trajo de Viena un amigo de la naifa. Ya nos íbamos a ir porque se hacía tarde para
Xóchitl (ya a bordo mío porque si se puede decir a mi bordo se puede decir a bordo mío
según la prueba que le hizo caer las escamas de los ojos a la MarCel) y los dueños de
casa se hacían los fesas con las dos botellas dos de champán dos que traje amén del
jamón que en la crónica no aparecen y en los sobrantes tampoco así que francamente no
sé cuando todo el mundo entró a protestar que ni una asamblea de cartoneros, Y el bidé,
y el bidé?, refiriéndose al ídem de cuando me coronaron reina del baile en Baño de
modo que Lamorín en vez del champán que francamente no sé trajo su láctoc y yo metí
el cosito ese y, Chan-chachán-chachán-chachachán resuenan los acordes melodiosos
que modulan los bronces al inicio y durante el resto de la Música para los Reales
Fuegos de Artificio de Händel (la músico, no los fuegos de artificio) sol que nadie se
enteró por el bochinche que hacían (los presentes, que no los Fuegos de Artificio de
Händel). Las vistas de la citi son, hay que admitirlo, expectaculares. Luego vino el
cambiador donde nos probaban togas y birretes o como se llamen esas cosas con cadena
de trapo que te ponen en el bocho en estos trances, después la entrada en la abadía a
pleno órgano que ni les cuento, entonces entramos los que nos sentamos en el escenario
mirando la platea entre ellos este fiolo, más tarde rápido sapin a la escena que todos
estaban aguardando impacientemente porque seguro que era la última de cuando sale un
coso y dice que soy un fenómeno y que me dean nomás el dotorado a ver si por fin nos
podemos ir a la mierda, y ahí también por fin me puedo levantar de una sillita lo más
mona y como de quinientos años pero diseñada por un tipo que seguro que jamás estuvo
sentado y el Gran Maestre o lo que sea me da un golpecito suavecito con su libreta de
teléfonos, yo firmo el recibo del diploma, otro me pone un como collar de paño y ahí sí
nuevamente por fin me puedo calzar el birrete o como se llame que parezco Enrique
VIII tras haber ejecutado a su última mujer que fue la penúltima porque la última rio sin
acento no? mejor. Y entonces sí se fueron los de la pantalla y acto seguido nosotros.
Miércoles 24 de octubre
INTERMEZZO NOSOCÓMICO
LOS PELIGROS DEL PENTOTAL
BÁCGRAUN La historia empieza a mi retorno de Viena el 1o de julio. Alguienita, que
cada vez que regreso al redil tras una ausencia sospechosa me revisa hasta entre los
dedos de los pies en busca de algún pelo de rubia (claro que ella jamás lo admitirá), me
hizo notar que tenía el ombligo que parecía el ujerito inflador de una pelota No. 5.
Nunca sentí molestia alguna, pero que se veía desprolijo, se veía desprolijo. De modo
que a la final concurrí a la Clínica del Sol a ver que me vieran. Me dijo el tordo que no
era nada grave (la bola ya se me había re- y desabsorbido como diez veces), pero, en
vista de que me pasaba alzando valijas (causa que había seguramente sido del incidente
de marras), mejor me operaba y chau. No me pude operar, como tenía previsto, a fines
de julio, porque el 20 de agosto me tocó viajar otra vez, y como volvía a partir dos
semanas después de regresar, hube de esperar hasta ahora. JORNADA PRIMERA O
sea, ayer. Me dieron de baja a las 17:00. Habitación piponérrima en el Trinidad Medical
Center, también conocido como Centro Médico Trinity, en la paqueta intersección de
Sinclair y Cerviño, a pocos pasos de la a) Embajada de los EE.UU., b) la mezquita de
Buenos Aires, o sea, que mezcladas la Biblia y el Calefón o, mejor dicho el Corán y
Elvis Presley. Apareció, entonces, la enfermera, suculenta ella, que me preguntó si
quería que me afeitara (que me afeitara ella a mí, que el castellano está lleno de
impresiciones, como sabemos los traductores). Ya iba yo a decir que, Si, nena; afeitáme
lo que quieras!, que Alguienita se ofreció solícita para que no se molestara. Me di la
ducha prenupcial, Alguienita me afeitó con unción y una maquinita, me dieron una bata
de lo más poco discreta, me subieron a una camilla, me metieron en un ascensor y luego
en el quirófano, me metieron una agujita en el brazo y a las 18:15 me desperté en el
cuarto, donde estaban Alguienita (que me había acompañado, ojcors) y mi hermana. Al
ratito me vinieron a tomar temperatura y pulso, pero no se los llevaron. Alguienita se
quiso quedar (acaso por lo opulenta de la enfermera y lo escueto de mi bata), pero le
hice ver lo innecesario de la maniobra, ya que no iba a poder dormir pensando en
Xóchitl. Y así me quedé solito, en ayunas desde las diez de la madrugada. Me tenían
condenado a dieta líquida, misma que se hizo presente tras dos intercesiones (esta vez
con "s") de la enfermera, a las 23:00. Un caldo que era más agua caliente que otra cosa,
y una botella de agua que era totalmente agua y no otra cosa. La enfermera se apiadó de
mí y me preguntó, Quiere cenar?, Si, mamita!!!, iba a replicar, pero me quedé en el
adverbio de afirmación. Y me mandó mandar un puré de calabaza (se cagan en el
boicot) de excelente calidad y cocción pero más insulso que De La Rúa. Y después me
dormí. JORNADA SEGUNDA Decía que a las 18:15 me desperté. Bueno, me desperté
es un decir, porque no me acuerdo de nada de lo que dicen que dije, de lo cual me
dijeron hoy, o mejor dicho, me lo dijo mi hermana, Vos te acordás de todo lo que dijiste
cuando te trajeron?, Y ahí caí en cuenta de que no me acordaba de nada. He aquí,
entonces, el relato de mi hermana, corroborado por periódicos asentimientos de
Alguienita, que a ratos se ruborizaba y a otros reía. Ni hablaste de Xóchitl y ni hablaste
de Valeria. Todo lo que decías es, Qué suerte que tuve, la puta que lo parió, que la
conocí a la Chapulina, carajo! Y qué suerte que se casó conmigo, carajo! Qué feliz que
soy! Porque la Chapulina es una mujer prácticamente perfecta: Si tuviera quince
centímetros más sería la perfección encarnada, pero en esta vida no se puede pedir todo,
así que me conformo con la versión más cortita. Como les digo, no me acuerdo, pero
menos mal que no hablé de la enfermera!
GASTRONOMÍA HOSPITALARIA
O más bien, para qué decir una cosa por otra, inhóspita. Es que la cocina del Centre
Medicale Trinité es muy buena, pero de hospital, o sea, que sazonan los platos con aire,
y para peor aire antiséptico. De modo que, cuando llamó Alguienita como a las seis de
la madrugada con el temor de que contestara la enfermera para ver cómo estaba de salud
y de solo, le pedí que me contrabandeara el molinillo de las cuatro pimientas, la sal con
ajo y las hierbas finas. Sabio que fue proceder, corroboré, cuando de desayuno me
trajeron TÉ, porque café no podía, diz que, pero ya veremos que puros cuentos chinos,
con vainillas. Alguienita se apersonóse en persona tras haber dejado a Valeria en la
escuela y llamó a Ely para que se trajera a Xóchitl para que la viera su padre redivivo de
ella, o sea, yo, y, de paso, la computadora (para que la trajera Ely con Xóchitl y no para
que la viera su padre redivivo de ella, lo cual sería un disparate y, para colmo,
imposible). A las once llaman de la cocina para preguntarme que si me gustaba la
brótola y si la querría en ese caso con arroz con almendras. Me gustaba y en ese caso la
querría, cómo no. A las doce en punto del mediodía se constituyó la emisaria del chef
con una bandejita monísima en la que campeaba un cubreplatos de metal color plata y
dos platos descubiertos ellos uno con una pera en almíbar de menta y una que luego
resultó mousse de bróccoli, a la que me apresuré a espolvorear de pimienta, asperjer de
sal y rociar de hierbas bien que estos dos últimos verbos en rigor se coloquen con
líquidos. Delicioso. Pero mejor resultó el tratamiento con la brótola acompañada en
este caso de arroz con almendras y que estaba tan exquisita como abundante. Con lo
que lo que de otra suerte habría sido una comida con insípido sabor a frustración,
resultó ser aunque ser resulte totalmente innecesario un ágape memorable como que lo
estoy rememorando. El té fue, esta vez, CAFÉ (levemente aguachento, para qué nos
vamos a engañar, como malbaratan en Colombia los mejores granos de mundo con el
perdón de Malcolm... al menos, espero que los perdone), con unos sánguches de miga
veramente sabrosones como diría el Manolo Sínior si los pudiera probar. En eso llegó
mi hermana, a quien envié presto a la cafetería a hacerme marchar un espresso que no es
expresso sino espresso oséase como exprimido a presión vio doble. Cosa a la que
procedió con la alacridad y premura que solo una hermana porque Alguienita todavía no
había regresado que se había ido a dejar a Xóchitl y a traer a Valeria. Ahí fue donde o
cuando según mi hermana se resarció del mandado con la historia que dio pabilo a la
crónica anterior. Después se fueron las tres y yo me quedé, para variar, escribiendo
pamplinas. Hasta que a las 22:00 esta vez en punto me trajeron (solo que sin pesquisar
de antemano) la cena, a saber, mozzarela caprese solo que en lugar de mozzarela eran
cubitos de queso Mar del Plata pero del bueno y tomate (que siguen cagándose en el
boicot) con un sachetito de aceite de oliva del bueno. El otro plato evidente era de
frutas: naranja, pomelo, frutilla y ananá o china, toronja, fresa y piña, según. La
sorpresa bajo la argentina campana eran unos caneloncitos (o es canelonitos?) de
espinaca con salsa blanca que inmediatamente quedó mancillada de granitos de
pimienta rojiverdiblanqunegros, pastitos y los levísimos grumitos de la sal con ajo. Otro
manjar, para qué decir una cosa por otra. Lástima grande la asuencia del jugo de uva
fermentado, pero!
PELIGROS COMPLEMENTARIOS DEL PENTOTAL
Tengo a mi lado a Alguienita, que no me deja mentir, y me conmina, entonces, a decir
la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. De modo que ella me dicta lo que
tengo que narrar y yo no más le pongo el aderezo estilístico como quien dice. Que
cuando me toco el baño prenupcial la enfermera me dijo, Póngase la bata, pero que yo
me abstuve, replicando, No, voy topless nomás. Que cuando salí de la ducha, ya
cubierto con la bata y escoltado por Alguienita más triunfante que Dalila luego de haber
rapado a Sansón, le arruiné el pastel alzándome la bata para preguntar a la enfermera si
me había rasurado bien y de paso recordarle las partes pudendas cuya posesión en
exclusiva no cesa de reclamar Alguienita que a veces se pone francamente egoísta. Que
mi hermana que me conoce desde que nació le botoneó que, Lo hace nada más que para
darte celos. Que cuando regresé del quirófano la narrativa de ayer correspondió
exclusivamente a antes de que penetrara en la habitación Alguienita y que entonces, ya
en presencia de la interesada en que la enfermera no me viera en pelotas ni mucho
menos me rasurara dije aproximadamente lo que sigue y les recuerdo que me están
dictando: Ay Chupita, te hice renegar anoche, ay perdóname... Bueno el orden no me
acuerdo pero eso dijizte, Ay, qué linda estaba mi Xóchitl vestida de mexicana --es que
el domingo había cumplido su primer añito y Alguienita me la vistió de mexicana que
solamente le faltaba la pluma y yo no me acuerdo bien qué dije o hice o no hice o dejé
de decir durante el día antes de que llegaran las como diez mil visitas que Alguienita me
puso culo al Norte-- y te gustaron los chistes que hice de que no había podido jugar con
mi tren --eléctrico que comencé a comprar cuando me enteré de que Alguienita estaba
embarazada y ambos decidimos que iba a ser un varon las pelotas (que no llegaron a
ser) y que ocupa en la actualidad la totalidad de la habitación de hospitalidad--?, y de
que de día se te veía madre ideal pero que de noche exclamabas, Por qué no ze dormirá
de una vez esta mugroza?, A ver, trata de dormirla tú!, Ay que linda familia tenemos,
Chupita, qué suerte! Ay, Vale mi hija tan linda, y Xóchitl... Ño-ño-ño-ño-ñó,
TOOOOONTA!!! Es que no parabas y dezpuez zeguíaz con otra coza y otra y otra y
otra y entonces dezías, Ay, Chupita, qué lindo esto y qué lindo aquello!, o sea, que me
perdí un gran momento de mi vida, la puta que lo parió.
Viernes 9 de noviembre
XÓCHITL VERTICAL
Desde la última vez que me senté a consignar los hitos de su azarosa biografía, Xóchitl
se ha soltado a gatear por todo su universo. Lo hace a una velocidad pasmosa, si con el
garbo dudoso de un mutante entre gato de angora e hipopótamo. Su capacidad de
tracción no tiene límites, ni por dentro ni por fuera. Ya nada de aquellas súbitas
extenuaciones, ni de aquellos obstáculos siempre alevosamente interpuestos en su
contradictorio rumbo. Nou ser! Xóchitl desaparece bajo los muebles más inhóspitos,
resurge entre las patas menos propicias, se lanza como una flecha hacia, digamos, el
norte, y ya está por llegar que gira de pronto hacia, digamos, el oeste, y se detiene
porque sí o porque no y vuelve, pongamos, sobre sus, pongamos, pasos. A veces se
sorprende a sí misma en una enigmática encrucijada: Llega, pongamos, de su
peregrinaje desde la cocina, desconcertante comedor de diario e interminable corredor
por medio, a la colonia de dormitorios. Y ahí se detiene en seco: Frente a ella, la puerta
cerrada a cal y canto del cuarto de los misterios (ay, con ese placard lleno de cosas de
papá que él coloca amorosamente sobre unos hilos de metal y hacen puf puf bordeando
las cuatro paredes, ese placard que deja enana a la cueva de Alí Babá, y que ella solo ha
podido otear durante algún fugaz descuido de su ciclópeo dueño). A la derecha, su
cuartel general y de Valeria, lleno, es verdad, de toda la parafernalia de la infancia, pero
demasiado familiar, para qué decir una cosa por otra. Y a la izquierda, el cuarto, es
cierto, sin demasiado ángel ni interés, pero de papá y, sobre todo, mamá, con su pantalla
sin animalitos de colores, y con su cuna de auxilio. Y Xóchitl se sienta, con las piernas
como salchichones una más o menos para acá y la otra aproximadamente para allá, y
cavila, reflexiona, lucubra, especula, hipotetiza, imagina, vaticina, sopesa, aquilata y
tantas otras cosas que ahora sabe hacer sin saber bajo el alboroto casi intangible de sus
rizos. Y luego se precipita en una de las tres posibles direcciones, o insiste, por las
dudas, en el derrotero imposible, palpando y golpeando y rasguñando el sésamo
insensible, en la esperanza de que el Titánico Barbudo esté encerrado detrás, mirando
sus objetos de hacer puf puf, y venga a abrirle, y la alce mucho más allá de las capas
superiores de la atmósfera, a azararse ante la insólita telaraña circular, en la que tantos
insectos atrapados se quejan lastimeramente, Puf Puf!, girando y girando sin poder
librarse. Pero, salvo los vuelos cósmicos en brazos de los dioses del Olimpo, todo esto
es horizontal. La verticalidad ha sido, hasta hace poco, imprevisible producto de la
intervención de los adultos incomprensibles. Pero ya no necesariamente. Xóchitl ha
dado su primer gran brinco cualitativo camino del resto de su vida: se para solita. Al
principio, su verticalidad triunfante coronaba una estrenua gestión cognitiva y muscular:
mirar primero hacia el infinito y sus estrellas, como dice el bolero, buscar luego un
asidero confiable y –eso sí- inmediato (la pata providencial de un mueble , el
interminable borde de nuestra cama, la pierna de un pantalón rellena de la pierna de
algún adulto), elegir cuidadosamente la mano con la que aferrarse con sus tenaces
morcillitas, arrastrar el máximo pañal de fuera y el mínimo culito interno hasta alcanzar
la distancia óptima, girar sobre el improbable eje del abultado bulto de pañal con culo
en busca del ángulo preciso, proceder a un primer intento de flexión de la ristra de
salchichones que le van del hombro a la muñeca Michelin, sumar a la operación sus
morcillitas de reserva, sincronizar ahora las cuatro series de embutidos en un supremo
esfuerzo por hacerle pito catalán pragmático al hijo de puta de Newton, pasar
deteniéndose apenas (porque todo nanosegundo adicional de pausa termina con el inglés
taimado volviéndola a sentar de pañal y culo en el odiado punto de partida), en ese
punto crucial del espacio entre el ya no sentada pero no parada todavía, calcular (tiene
ese preciso y precioso tiempo y ni un nanosegundo más!), con vasto arco meridional del
inexistente cuello de sapo, la distancia salvada y la que queda por salvar, enviar todas
las reservas de adrenalina para el combate supremo contra el pérfido inventor de la
Gravitación Universal, y… YES!!! Su tenue jungla de rulos asomaba sobre el prado de
la mesa o tras el horizonte del colchón, o se frotaba felinamente contra la rodilla de ese
adulto que se perdía en las alturas. Qué maravilloso mundo de objetos insospechados se
abría entonces a sus ojos, la mayoría –ay!- todavía inalcanzables a las impacientes y
ávidas morcillitas. Ceniceros relucientes, el lomo (casi nunca la portada, todavía) de
algún libro acostado, un vaso con restos de vino, o cualquier otra cosa que alguno de
esos adultos imprevisibles hubiera olvidado en el desesperado zafarrancho por batir en
retirada todos los pertrechos y dejar al invasor minúsculo el campo arrasado y yermo.
Cuando el auxilio transversal al suelo ha sido inanimado, y Xóchitl quedaba aferrada al
firme borde de la mesa o a la cordillera incierta del colchón, se encontraba sin más
posibilidades locomotivas que las puramente laterales. La mesa era inabarcable: venía
un ángulo, y después otro, y luego otro más, y más tarde un cuarto, y entonces un tramo
muy parecido al primero, pero en seguida un nuevo ángulo, y así hasta el infinito. La
cama, en cambio, si no terminaba abruptamente mesa de luz, tardaba apenas dos
esquinas (remotas, eso sí) en interrumpirse nuevamente. Pasadas las albricias iniciales
de la victoria sobre el pelucón de la manzana, la aventura mutaba en catástrofe y el
aullidito de exultación dos o tres octavas en la estratósfera del pentagrama degeneraba,
casi sin modulaciones, hacia al bufido de protesta y, a los dos o tres instantes, al ulular
de auxilio. Porque la verticalidad tan arduamente conquistada se parecía a una primera
excursión a otro planeta. Una cosa es llegar, y otra muy otra volver. Con el correr del
tiempo y de la vida, el misterio del retorno al suelo primigenio ha sido develado. Al
comienzo, todo se limitaba a una mirada oblicua, un vacilante desprender de cinco de
las diez morcillitas, un flexionar de mortadelas apenas suficiente para que la distancia
entre bulto de culo con pañal no fuese mortífera, un postrero y audaz aflojar del segundo
quinteto de morcillas… y PLAFFFFF!!!!, el violento reingreso en la atmósfera y el
aterrizaje final atenuado por el espeso amortiguador circumcular. Pero hace mucho
mucho tiempo de ese comienzo inicial. Ahora Xóchitl logra desprenderse del mobiliario
salvavidas sin volver a sumirse en las profundidades de antaño. Nada de eso! Xóchitl
suelta, ya casi sin pensar (ni, claro, temer) y prácticamente a una la decena de
morcillitas, y se queda temblequeando inmóvil, o sea, sacudiendo todos los músculos
que recuerda, pero con los piecitos como empanadas firmemente adheridos al suelo,
como la hermana de Anteo, solo que más peticita. Xóchtil, en suma, se yergue incierta
como si todo el planeta fuera una interminable soga floja… pero se yergue por sus
propios mediitos. Lástima que el estrenuo equilibrio le agote su capacidad de
concentración: me toca a mí, pues, poner toda la euforia. Si hay en ese tramo del
universo algún adulto de los que cruzan el éter como incomprensibles cometas, Xóchitl
esperará que le ofrezca sendos índices de sus manazas y avanzará con complejos si
desacompasados golpes de empanadita que cada vez más van semejando pasos de
bípedo, una especie de Fránkestein colgado de las argollas, un como buzo en el fondo
de un mar lleno de peces de plástico y de geométricos corales de madera, un improbable
luchador de Sumo que busca inútilmente a su rival. Y si ningún adulto atina a surcar el
firmamento en ese trance, Xóchitl ya sabe que puede retornar a tierra sin más ayuda que
la que Dios le ha dado: ese cuerpito Michelin que le acolcha el recóndito esqueleto, y la
que le han dado Alguienita o Ely o –digámoslo sin falsa modestia- su baboso papá: el
pañal que todo lo amortigua. Y, PLAFFFF!!!!! , se deja desplomar, todo un hatillo de
coraje, temeridad y rollos de carne. Ya descubrirá el arcano de la bipedalidad
independiente. Aprenderá cómo lo hacen esos adultos que surcan su espacio cielo como
inexplicables meteoros. E irá siendo, poco a poco, uno más de ellos, de los nuestros, de
nosotros. Ay de mi pequeña toda rulos y rollos! Descubrirá otras galaxias
insospechadas: el jardín de infantes, la escuela, el colegio… el primer rubor
inexplicable. Y después, lo que los que hemos estado sabemos que es la vida, pero para
eso falta muchísimo tiempo, todo el tiempo que me queda.
Miércoles 14 de noviembre
XÓCHITL AUTÓNOMAMENTE BIPEDAL
Son casi las dos de la mattina y las neuronas rehúsan su merecido reposo. Es que ha
sucedido un asombroso portento que las tiene revueltas: De pronto, en busca, me
cuentan, de algún chiche de colores –me lo perdí y es como haberme perdido todas las
loterías del mundo- Xóchitl dio sus primeros pasos dendeveras. Me tocó presenciar la
"reprise". Estábamos congregados en el dormitorio del infantil combo Alguienita, Ely,
Valeria, el rotundo jabalí y quien esto teclea a cambio de dormir. Eran camino de las
diez y Valeria estaba ya acostada y Xóchtil a pocas cuadras del sueño y Ely para desear
las buenas noches y Alguienita para mecer a Xóchitl y yo para repartir el par de besos
antes de las noticias o el programa de Santo Biasatti o quién sabe alguna película y ahí
me dieron la gran noticia gran. Yo pedí bis, invocando mi derecho de padre primerizo y
seguramente singularizo. Alguienita acotó que la hipopótama ya estaba en pleno
"foreplay" con Morfeo y que las pelotas. Pero yo me obcequé. Y Ely agitó el chiche
como una caleidoscópica carnada. Y Xóchitl vaciló como Polifemo enceguecido
tratando de ubicar de dónde venían las burlas de Ulises. Y de pronto se lanzó con sus
desmañadas zancaditas de buzo por el fondo de corales como muebles y peces de
plástico - astronauta de pronto descendido en un planeta de gravedad desconcertante –
Fránkenstein borracho - luchador de Sumo que ha perdido su rival - robot escapado del
laboratorio a medio terminar, con los rollos Michelin agitándose cada uno en una
dirección diferente, los jamones cimbrando como para neutralizar el terremoto de San
Francisco, las morcillas superiores alzadas y extendidas para no desmoronarse sobre la
alfombra floja, la cabeza descomunal oscilando como la de uno de esos perritos de
plástico que solían descansar mirando por el parabrisas trasero de los coches de medio
pelo, y salvó sin más asideros que los virtuales, en línea casi recta, los fácilmente dos
metros de abismo entre mis rodillas y las de Ely. Y cuando llegó se quedó erguida, con
las empanaditas pegadas a la alfombra y los rollos Michelin reverberando de arriba
abajo y luego de vuelta, de abajo arriba, con las morcillas sacudiéndose en un frenesí de
victoria. Y entonces se rio frunciendo todos los músculos del cráneo y agitando el
alboroto de rulos como si fuera un sonajero de lluvia. Y dio una complicada media
vuelta e intentó valientemente el regreso a las rodillas originarias de quien esto escribe
en lugar de dormir. Y llegó hasta ellas y se aferró a mis pantalones con las diez
morcillitas apretadas y volvió a reírse con todos los músculos. Y ahí sí, se dejo
derrumbar exhausta, triunfante y feliz. Y Alguienita la alzó y se la colocó en bandolera
para balancearla en el sillón hamaca. Y yo hice mutis por la puerta del parvulario. Y me
metí en el de los papás, el que tiene pantalla sin dibujitos. Y yo comprendí que
empezaba a perderla. Que esos primeros pasitos, tan pequeños para la humanidad y tan
enormes para esa personita, eran los primeros de un largo y azaroso camino camino de
la vida de ella sola. Y no supe ni sé bien quién ganaba la pulseada feroz entre el orgullo
sin límites y el temor sin fondo. Y quise echarme a llorar, pero no me salió. Porque de
haberme salido, estaría yo durmiendo que no escribiendo, como tantas veces, todas estas
pamplinas.
Sábado 29 de diciembre
XÓCHITL AUTOMOTRIZ
Xóchitl ha conquistado definitivamente la bipedalidad. Al inicio, avanzaba (bueno, no
exactamente) con temblores de flan automóvil y con las morcillas en alto, como si la
policía acabara de pescarla in fraganti o aferrada a sendas guías tan invisibles como
vacilantes. Un paso hacia el nornordeste, grave escoración a babor, lenta recuperación
de la verticalidad, otro paso hacia el nornoroeste, alarmante inclinación a estribor,
verticalidad morosamente recobrada, pausa espasmódica de reflexión, balance, reposo y
nuevo cálculo de la direccionalidad, y otro paso al nornoroeste. De pronto, detención en
seco: las empanadas firmes sobre la moquette y de los tobillos para arriba un caos de
articulaciones sísmicas contrarrestándose las unas a las otras en pos de no deponer la
precaria perpendicularidad a la superficie del planeta. Giro en diez o doce etapas: una
empanadita que amaga al oeste. Un ascenso de espasmos hasta las diez uñitas clavadas
en los últimos choricitos. Mirada de estudio en dirección nornoroeste. Deslizamiento de
la otra empanadita en busca de su congénere. Ondulaciones que terminan permitiendo
que el cuello de sapo se torsiones los 45 grados que faltan. Pausa para la meditación, el
análisis y la reposición de fuerzas. Y empezamos otra vez, pero más bien para allá. Los
arrepentimientos de 180 grados, claro, duplican con creces el trámite. Con creces
porque, en medio del zangoloteante entusiasmo la meta se sobrepasa y es preciso todo
un sistema de contraórdenes. Eso duró dos semanas. Pero ahora, la sinuosidad vertical
casi no obsta a la rectitud horizontal, y Xóchitl avanza (sí, AVANZA!) como rebotando
entre los muelles muros de un túnel invisible, o, cuando no es menester ninguna
dirección concreta, va palpando las paredes de un intrincado laberinto virtual. En la
fiesta de Nochebuena, mientras la horda de primas y hermana (once aparte de ella) se
desparramaba y volvía a juntar en diversos órdenes en busca de los regalos, trayéndolos,
abriéndolos, estudiándolos, mostrándolos, encendiéndolos, hojeándolos o verificando
talles, Xóchitl sufrió un curioso cortocircuito motor: entró a girar ora sobre una ora
sobre la otra empanadita, como el eje del bullicioso tiovivo que le daba vueltas para
esquivarla. Xóchitl arqueóloga Xóchitl ha descubierto que no todo suelo es rígido.
Xóchitl ha descubierto el sutil misterio de la arena. Todos los días que el tiempo no lo
desaconseja y Alguienita lo permite, dijérase un caballero medieval de armadura de
caucho en trance de montar para la justa o el combate, Xóchitl se ve descolgada sobre
su como triciclo rosado con botones de música. Ella sabe que el corcel de tres patas no
es el de las excursiones al Disco o al correo o al banco o a Lufthansa. Sabe que es
llegada la hora del turismo de aventura en la Plaza Vicente López y toda ella se sacude
rollizamente presa de alegres vaticinios. Cuando el trámite se dilata innecesariamente
(papá procede a una micción preventiva, Valeria ha olvidado algo que luego no va a
necesitar, mamá vocea todo un manual de –en orden descendiente- instrucciones,
recomendaciones y súplicas obvias, redundantes, o aun si de lo más sensatas y
pertinentes, inútiles dada la obcecada cerrazón del oídos interno de papá), Xóchitl
ametralla su palabra número tres (las otras son todas las demás juntas y Ño ño ño ñó!):
Ammmmmo. Y, en efecto, llega el ascensor y ammmmo, pero apenas, porque hay que
encontrar la forma de que calce, en una posición para la cual jamás fue diseñada, la
bicicleta igualmente "doza" de Valeria, y entre bi- y tri-ciclomotores, Valeria misma, y
tras, entre y sobre bi- y triciclomotores y Valeria, papá, que debe descoyuntarse para
cerrar la puerta batiente de afuera y la puerta plegadiza de dentro y apretar el PB y
mantener un equilibrio tan precario como incómodo los doce interminables pisos hasta
que pum, pero no todavía, y por fin plaf, y ahora sí, correr una puerta y empujar la otra,
y dejar que Valeria se escurra entre el sobaco de papá y el triciclo de Xóchitl, y empujar
el triciclo con uno o, si se puede, dos dedos mientras sostiene la bicicleta con otros dos
o tres de la otra mano, y apartar con la punta del pie la rueda delantera nunca
debidamente giratoria del triciclo y desencajar la bicicleta que en esos doce pisos se ha
aquerenciado y quedado como encastrada cual si fuera parte del diseño original –nunca
mejor dicho- del ascensor. Entonces, ammmmo ammmmmo por el pasillito con esas
dos eles tan poco prácticas que conduce a la rampa que queda detrás de la puerta que se
abre para adentro, o sea, que contra la rueda nunca debidamente giratoria del triciclo
que debe mantenerse a cuando menos sesenta centímetros de la puerta, solo que la
rampa, en rigor, ya ha empezado hace dos metros pero que por fin se abre cuando papá
encuentra la vuelta a la llave y entonces aparece, allá al fondo, la acera de la calle
Paraná y cuidado con que ni triciclo ni bicicleta se entusiasmen con la pendiente y
vayan a terminar del otro lado de la calle o, menos auspiciosamente, debajo de un
colectivo. Y entonces la scudería se alinea mirando hacia Arenales y ammmmo
ammmmmo ammmmmmo papá tras Xóchitl mientras Valeria exige paso y por esquivar
a la señora de los paquetes rebana medio tobillo paterno con la puta ruedita lateral de la
bicicleta "doza". Salvada Arenales, comienza el safari por entre los árboles y sobre los
senderos de la remozada plaza (ahora que le han puesto cerco y tranca, como tanto me
azoraba en Europa allá por 1965: quién querría cerrar con llave una plaza para qué y por
qué!). Y llegamos al circo romano uno, el de los infantes, donde, estacionado el triciclo
y vuelta a izar y a descolgarse Xóchitl, comienza la asombrada interacción con la arena.
Xóchitl empuña baldecito, cucharón, palita y rastrillo y se aplica estrenuamente a buscar
la tumba de algún insospechado faraón rioplatense. Xóchitl protocolar Pero suele
suceder que divise alguna pelota ajena, o un baldecito prácticamente idéntico, pero no
de ella, o un camioncito de otro chico, y su vocación de arqueóloga se va al divino
carajo y entra a negociar rústicamente un trueque de pelota o baldecito o camioncito por
nada. A veces le sale. Otras no, y sus protestas reverberan en diversos tonos allá por las
octavas de la estratósfera hasta que la distrae una paloma. Xóchitl ornitóloga Y
comienza la frenética persecución de la paloma, en complejo zigzag acompañado de
agitadas convulsiones de rollos Michelin. Xóchitl acróbata Pero papá, que no ha
cejado en su vigilancia, acaba de detectar que la señora gorda ya no da más y pronto
sacará a la nietita de la hamaca (bueno, del columpio), y chapa a Xóchitl por el rollo
más próximo y le calza las longanizas en las aperturas ad hoc, la aferra del repulgue de
las empanaditas, la atrae hacia sí, llevándola, al tiempo, hacia arriba y… se detiene.
Xóchitl entonces lo mira con los ojos ahorayapuededecirsequegrises centelleando de
expectativa y… swuuuuuush! Sale despedida hacia atrás en un vertiginoso arco del que
regresará agitando longanizas y morcillas y con los ojos apretados contra la nariz
aplastada contra los labios estirados contra las mejillas en una maravillosa efigie de la
felicidad. A las cinco o diez o vayaunoasabercuántos minutos, papá se hace el boludo y
deja que el columpio pendulee como le venga en gana a Newton que, habida cuenta de
la gravedad de la Tierra, no es eternamente, sino en arcos cada vez menos simpáticos.
En determinado momento, Xóchitl se percata de que las cosas han cambiado para peor y
sacude todos los rollos que la sillita no le inmoviliza cual Sancho espoleando
alpedamente su asno. Xóchitl comprende que es precisa la intervención muscular de
papá, y me mira con un des- y refruncimiento de facciones que desarman la leticia para
componer el ruego y descalabran luego la súplica para organizar la furia. Ammmmmo,
conmina. Y papá, claro, accede, y otra vez los musculitos facialitos se revuelven según
la mecánica del júbilo (salud, viejo Leopoldo Marechal!). A la segunda oportunidad,
papá, avieso, hace ademán de izarla- Y Xóchitl vuelve a revolver facciones, con una
morcillita se aferra al caño de seguridad y con la otra aparta la mano de papá como si
fuera la garra misma e la peste bubónica y exclama su palabra dos: Ño ño ño ño ñó!-Y
papá, claro, vuelve a jalar de las empanaditas, los musculitos facialitos desandan sus
contracciones y vuelven a contraerse y swuuuuush! Y así tres o cuatro o doce o
Diossabecuántas veces. Hasta que Valeria reaparece jineteando su bicicleta "doza" con
cara de famélica. A cuyo punto papá recuerda vagamente la instrucción dieciséis de
Alguienita. Xóchitl dada precozmente a la bebida Y exhuma de entre la pañalera
atiborrada del pañal superfluo, el hipoglós innecesario, el óleo calcáreo inútil, el saquito
para el próximo invierno y otros enseres igualmente prescindibles pero no ausentes, el
biberón del agua. Y Xóchitl lo atrapa como presa súbita del síntoma de la
desintoxicación, lo empina todo lo que sus morcillitas de Tiranosaurus Rex desdentado
le permiten, y chuik chuik chuik va vaciándolo con avidez ya indiferente a las
peripecias del regreso. El reposo del guerrero Suele suceder que, tras la última gota del
vil líquido, caiga en un sopor de granito, la cabeza desparramada hacia un lado, las
morcillitas revueltas de cualquier manera, la mamadera vacía, abandonada a su suerte
entre los jamones, una longaniza atrapada contra el bastidor del triciclo, la otra colgando
como una estalactita de grasa, y –cuando se detiene el tráfico, amainan los viandantes y
callan las palomas- unos bufiditos en miniatura. Nada la arrebata a semejante trance
onírico (qué pelotudo que eras, caro Ricardo Rojas!): ni la rampa en contra, ni la
enrevesada maniobra de apertura de la puerta mientras hay que cuidar que el triciclo no
se vaya a la mierda o, pero, a la calle Paraná, ni el sinuoso corredor, ni la houdinesca
aglomeración de rodados y humanos en el ascensor, ni el cierre de una y otra puerta, ni
el pum ni el plaf ni el ahora sí, ni la apertura de otra y una puerta, ni la compleja
desaglomeración de rodados y personas, ni la por fin espaciosa paz del living. Y Xóchitl
se queda como había venido, subido y bajado, en una implausible diagonal de rollos.
Sábado 29 de diciembre
XÓCHITL SIRENA
Uno de los grandes momentos de cualquier jornada es el del rito de las abluciones
compartidas entre papá y Xóchitl . La liturgia es así: Alguienita entra a desgañitarse
desde el ala norte del domicilio, Sergio!, Seergio!, Seeeeeergioooooo! (ese soy yo),
hasta que por fin las ondas acústicas se hacen perceptibles para sempiternamente
clausurado oído interno, momento en el cual me desprendo de la computadora o de la
soldadora con la que trato vanamente de reparar una locomotora que hasta ese momento
andaba y ya no volverá sentir deslizarse los rieles bajo sus ruedas para siempre muertas,
y parto raudo cocina, comedorcito y pasillo afuera calculando la distancia máxima a la
que no es al flato devolver un ¿Quéeeeeeeeeeeee? y procediendo a vociferarlo como
anuncio de mi inminente y servicial llegada. Al que, a guisa de eco distorsionado replica
un, ¡Baña a Xóooooochitl que esta chamaca se vomitó el biberón / metió las manos en
el inodoro / se derramó mi cereal en la cabeza / está empapada de sudor / se ha puesto
insoportable! y demás causales de ducha. Entonces papá atrapa los rollos Michelin, los
alza en vilo con gran aspaviento de morcillitas y choricitos y fruncimiento de
musculitos facialitos, los descarga sobre el interminable colchón de la cama
matrimonial, los sienta y entra a halar de la blusita. En este punto, Xóchitl comprende la
aventura que se avecina y alza las morcillitas en un inusitado gesto colaboracionista.
Luego es el turno del pantalón. Y por fin el del pañal que, por esas cosas del
metabolismo, pesa una tonelada. Toca ahora alzar en vilo los rollos Michelin y
portarlos, en medio del agitar de embutiditos, camino del baño, donde papá los deposita
verticales sobre el felpudo, abre el agua, busca la temperatura óptima y los traslada a la
tina, donde reciben el agua con agudos espasmos de contento. Papá, entretanto, se
desenfunda la remera, deja caer el pantalón como sierpe que abandona la piel y se
despega trabajosamente el calzoncillo para meterse todo él en la susodicha bañera,
donde Xóchitl alza los choricitos en franco tren de suplicar alzamiento. Alguienita
ducha a Xóchitl vicariamente: los rollitos en una tinita de plástico en medio de la
bañadera la rocía con agua tibia que vierte parsimoniosamente de una copita de coñac.
Papá, en cambio, abre toda la furia del agua a la máxima temperatura tolerable, y el
baño se llena inmediatamente de vapor y ruido. Con Xóchitl sentada en un antebrazo,
papá gira, destapa con la otra mano y los dientes el champú, vierte las tres gotas precisas
que, al ordenar de Alguienita, conforman la dosis prescrita y hace milagros para que
lleguen hasta el último rulo ahora lacio y espeso. Con los dedos usa las sobras para
trazar un surco entre el mentón y el pecho en busca del cuello ausente y refriega
suavemente las orejitas de papel maché y frota apenas las mejillas como pelotas y la
nariz casi inexistente, para luego meter todo otra vez bajo el chorro purificador. Misma
maniobra para el jabón líquido y el condicionador. Y entonces comienza la parte lúdica
de la prosopopeya: Papá deja los rollos sobre la alfombrita de goma, coloca el tapón de
goma y se manda mudar de la bañera. Mientras se seca, afeita, peina y lava los dientes,
la bañera va transmutándose en pileta o piscina o alberca y Xóchitl dentra a chapalear a
los gritos en la región más aguda del diapasón. Papá le desparrama los juguetes y
Xóchitl los toma y suelta en pasmosa y aleatoria sucesión hasta que opta por uno,
muchas veces el primero descartado, se sienta y procede a ahogarlo con toda fruición.
Papá la deja hacer unos diez minutos. Cuando el agua ha subido más de lo prudente, la
cierra, quita el tapón y aguarda pacientemente que la pleamar y el frío consecuente
lleven a Xóchitl a alzar nuevamente los choricitos en súplica de alzamiento. Papá la iza
y descuelga sobre el felpudo, la envuelve en su toallón rosado con capucha de
capuchino, la envuelve como un tamalito y la lleva al cuarto, donde Alguienita habrá
dejado pañal limpio y muda de ropa. Papá refriega los rollos con inusitada violencia al
ritmo de, Cinco pesos poca plata como le hacía a él mismo su entrañable abuela Elisa, y
Xóchitl frunce todos los musculitos facialitos en tren de éxtasis. Luego la ceremonia del
pañal y de la ropa propiamente dicha. Y finalmente papá pone los rollos sobre la
alfombra y estos no tardan en desaparecer en busca de lo primero que encuentren para
volverse a ensuciar.
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