Viernes 23 de junio SCHUBERT POR EL OMBLIGO El primer concierto de Leo/Xóchitl (especialmente dedicado a Dimitri, que lástima que se lo perdió) Anoche metí a Alguienita y Valeria en un tacho y me las llevé al Auditorio de Loreto al concierto que dirigió Calderón. Llegamos pocos minutos antes de las 20:30 y me asombró la cantidad de localidades por vender. La sala estaba apenas un tercio o un cuarto vendida. Y eso que el programa era fenomenal: La obertura de Rosamunda, de mi compatriota Schubert, la Sinfonía Clásica de Prokófiev y la Patética de Chaikovski. Debo confesar que trepidaba un poco. La última vez que había escuchado la Filarmónica fue en Viena (lo comenté en aquel momento, no sé si se acuerda alguno), donde había sonado que ni la ídem de ídem, y tenía mucho miedo de que su hubiera venido abajo. La lista de integrantes me tranquilizó: todas las orquestas del mundo suenan bien si tienen siete o diez europeos orientales desparramados, y la nuestra tiene sus húngaros, rusos y rumanos estratégicos. Los músicos ya estaban en el escenario, muchos en mangas de camisa, todos sin corbata; parecía más un ensayo entre amigos que un concierto. Me gustó ese ambiente de mate y tortas fritas, me sentí… como en casa. También me llamó la atención que el primer violín es una mujer, como también jefa de los segundos violines. Calderón apareció enseguida. Ha envejecido bien, por suerte (debe de andar como por los setenta y largos, digo yo). Ya desde el primer acorde me tranquilicé. La orquesta sonó muy bien. No tanto como en aquella gira (ninguna orquesta suena tan bien como en las giras), pero muy bien. Los bronces son de primera, las maderas impecables. Valeria no se perdía una nota, erguidita como un cisne, apoyada en la montaña de abrigos que le pusimos detrás para que pudiera ver bien. Del otro lado, Alguienita me hizo gestos de que Leo/Xóchtil estaba de lo más entusiasmado/a. Parece que nunca se había movido tanto. Valeria nos había dado una mano a cada uno y después nos las hizo cruzar sobre su pancita, de modo que quedamos como los tres mosqueteros. Fue una hermosa versión. Por eso me desconcertó el aplauso condescendiente del público. Yo esperaba algo bastante más eufórico. En el Prokófiev se vieron los pingos. Reducidos a los de una banda de Mozart o Haydn, los instrumentos quedan mucho más expuestos. Ahí se pudo apreciar a fondo la calidad individual de los primeros atriles. La versión fue igualmente feliz y ahí sí, el público entró a despertarse (salvo Valeria, que tras la Rosamunda planchó olímpicamente). Durante el intervalo salí a mirar unos discos que vendían y di con uno de un gran amigo de NY a quien hace rato perdí el rastro, Manuel Massone. ¡Qué emoción! Esta mañana me pasé escuchándolo. Y después vino la Patética. Debo confesar que no es mi obra predilecta (ni Chaikovski está entre mis preferidos), pero tiene momentos sublimes que, me parece a mí, en los movimientos exteriores están como deshilvanados. El vals en 5/4, en cambio, es un primor. Y el scherzo, verdaderamente diabólico. Fue una versión muy pero muy pero muy buena. La orquesta tocó magníficamente. Yo habría preferido un toque un poco más eslavo, pero, claro, la tengo oída cien veces en Moscú, y allí, sin duda, es otra cosa. Esta vez el público respondió como los artistas merecían. Yo cargué a una Valeria profundamente dormida que me abrazaba con abandono. Me sentí la efigie misma de Morfeo. Detrás, colgada de mi abrigo, Alguienita trepaba las gradas detrás de la panza como si estuviera escalando el Himalaya. Siendo Buenos Aires, conseguimos taxi con solo amagar el gesto. Y así fue este primer concierto que Leo/Xóchitl ha escuchado por el ombligo de Alguienita, marcando sin saber lo que no sabe que es un ritmo que es un ritmo que nace del ritmo que, sin saber, marca por simple embrión de ser humano. Viernes 30 de junio ESTREPITOSO DERRUMBE DE ESTANTERÍA Acabo de llevar a Alguienita al Sanatorio Goimes para que se hiciera una ecografía con una mina en la que yo había depositado toda mi confianza (¡iluso de mí, que todavía no aprendo!)... y ¿qué creen? ¡Es CHANCLETA! ¡Me voy a tener que meter el tren elétrico en el orto! Oséase, que entre una cosa y otra vamuasé tre mina y un choma vamuasé (y eso sin contar a Marilina, nuestra hada doméstica, oséase, quenrealidá vamuasé cuatro vamuasé). El nombre, me temo, ya ha sido decidido por el superior Gobierno: Xóchitl o Xóqtzitchpl o algo por el estilo que, por suerte, se va a decir Sóchil y que en Náhuatl quiere decir "flor" y por eso así les fue con Cortés y, para postrer alivio, Sofía que en una de esas me emperro y entonces va a ser Sophia con lo que el del Registro Civil va a terminar en Vieytes disfrazáu de Napoleón. Domingo 22 de octubre GRAVE PREOCUPACIÓN POR EL INCREMENTO DEMOGRÁFICO El martes pasado nació el estadounidense número 300 millones, y, para colmo, esta mañana Xóchitl (Sóchil, para los íntimos) Sofía, por un valor total de 3,336 Kg. Madre e hija(s) se encuentran fenómeno, padre, in vece, cagado hasta las patas. Martes 24 de octubre CRÓNICA NEONATOLÓGICA Casi no llego. Enprimeramente porque en llegando al ariopuerto de Esuéjat me entereme de que mi pasaje -oh tantas veces reprogramado- estaba vencido, de modo que hube de comprarme una ida y una vuelta sobrelpuchamente, con lo que casi se esfurmáronse los morlacos de los tres días de laburo a raíz de los cuales se me venció el pasaje pero nadie es perfecto. Arribé a Baires a las 9:00 del viernes 20, confiado en que Xóchitl (Sóchil, recordates) tenía fecha para el 7 de noviembre y tanto tanto no se iba a adelantar. Llegué a casa a las 11:00 y me encontré que para abarcarla a Alguienita sin incurrir en riesgo de tortícolis era menester un gran angular. A las 3:00 del sábado (oséase catorce horas más endijpuej) me despertó Nadia que yo creía que era para que fuera a Ezeiza a buscar a su madre de ella mi suegra que llegaba a las 8:30 pero no sino que había destrozado la bolsa de hachedosó y a salir como escupida de músico para Matterday que, me enteré azorado, se llama Mater Dei donde no tenían habitación hasta mañana oséase el sábado propiamente dicho y nos metieron en la de preparto. A las 6:30 vinieron a llevarse a Alguienita and panza y me dieron un disfraz medio como de fantasma con un barbijo para la cabeza y otro para la boca y que esperara. A las 6:40 que viniera que ya comenzaba el espectáculo con perdón del término. A las 6:41 el ogstretra me dio un tubito que me dijo que salía oxígeno y que se lo metiera pero sin meterlo en la nariz a Alguienita. En eso estaba cuando entró a decirle a Alguienita que hiciera fuerza como para cagar (sic!) y yo entonces también y se arrepintió de haberme dado el tubito y me dijo que lo tirara a la mierda o, mejor, se lo diese a la enfermera y que junara el orificio originalmente de entrada porque ya salía. Y a las 6:45 asomó una cabecita violeta y yo aunque seguía mirando ya no podía ver nada por la lluvia. Cuando amainó el chaparrón y me sequé la jeta ya habían puesto sobre una mesita un renacuajito rojo como un camarón que yo pregunté si no tenían el mismo modelo pero en otro tono. Era que se había medio enredado con el cordón umbilical y estaba sofocada que después hubo que hacerle luminoterapia para que destiñeran los glóbulos rójulos y se pusiera como los demás con lo que mi hija empezó la existencia de cheta bajo la lámpara de rayos utltravioléticos como quien dice en un espá. Es de un carácter tirando a la mamá porque en medio del concierto de llantos, berridos, alaridos y zollipos del piso de neonatología ella limitándose a unos bufiditos tipo pffiff, zrpff, jiiiiiizpz y por el estilo que yo pedí una alcuza para aceitarla un poco. Nos quedamos todo el sábado y todo el domingo y buena parte de hoy y ya estamos en casa y Valeria me hace callar a cada rato porque Xóchitl (Sóchil, recordates) está dormida o se tiene que dormir o por las dudas. Y yo, que no puedo con mi genio, estoy como un pelotudo tecleando estas pamplinas pero ya me voy a la mierda. Sábado 4 de noviembre SEMBLANZAS ALGUIENITOXOTÍLICAS El viernes, Alguienita cumplió treinta pirulos. ("Tenemos que renegociar el contrato –le dije por enésima vez- porque no es lo que compré: yo compré de veinti…"). No sabía qué regalarle y se lo dije. "Pero si yo no necesito nada, mi amor: tengo a Valeria, tengo a Xóchitl, te tengo a ti, tengo una casa hermosa, está aquí mi mamá… Ropa, no necesito y de todos modos no me cabría, maquillaje no uso, las joyas no me gustan, un libro no tendría tiempo para leerlo. Me hubiera gustado un viaje, pero tampoco me voy a poder mover de aquí en bastante tiempo. Así que nada, mi cielo". Y entonces se me prendió la lamparita, y me fui a La Orquídea y le encargué una montaña de flores. Era, más que lo mejor, lo único. Porque el gran regalo le llegó con diez días de adelanto. Alguienita es, toda ella, madre. Uno de los Siete personajes en busca de un autor, de Pirandello, es "la madre". No dice más que una palabra en toda la obra: en cierto momento "el hijo" tropieza o algo así, y la madre, desesperada, exclama "¡Hijo!" Alguienita, claro, dice más cosas, pero son todas periféricas. Yo mismo tengo vedado el paso al primer círculo: allí dentro están solo ellas tres, Alguienita y Xóchitl y Valeria. No me quejo, porque si estuviera también yo, no podría mirarlas como las miro. Boca abajo, con las piernitas flexionadas y los piecitos en línea perfecta con el albo bolsón de su pañal, Xóchitl parece un ídolo incaico o maya. Y cuando extiende las piernitas, toda ella es un remedo de renacuajo. A veces se acuclilla, y entonces semeja una hormiguita de descomunal culo blanco. Xóchitl sueña. Alguna vez le ha tocado su única pesadilla: una teta seca. Pero si no, su sueño tiene la placidez del nirvana. Me la imagino imaginándose una cordillera láctea, unos Andes con su Aconcagua, Mercedario, Tupungato y sus venerables compañeros coronados cada uno de un generoso pezón. Xóchitl tiene el don del bufidito inexplicable. No son conatos de llanto, pero tampoco amagues de habla… no, es simplemente un ensayo arbitrario de sus cuerdas vocales. Xóchitl abre sus ojitos color azul-lago-profundo en contadas ocasiones y por poco tiempo. Y cuando lo hace, mira con gesto crítico, como preguntándose si le convienen el padre y el planeta que le han tocado. Todavía es incapaz de un gesto de que sí o de que no. O, en todo caso, no lo ha decidido. Y cuando vuelve a cerrarlos, la carita se le pone importante, como si estuviese sumida en lucubraciones trascendentales. Sentada, tiene semblante de Buda. Según la electricidad ambiente, se torna ninja y entra a descoyuntarse en feroces golpes y patadas de karate a un enemigo invisible. Pero las más de las veces se aplica a una plácida sesión de tai-chí. Cuando la pongo a dormir junto a mí (que Alguienita está aún deslabrada y yace en varias direcciones simultáneas), ella se aferra a los pelos de mi pecho como si estuviera viajando en subte. Todo, claro, entre los célebres bufidos inexplicables. Llora solo lo tácticamente imprescindible. Se despierta y sus bufiditos resuenan a queja, pero da un tiempo generoso para que Alguienita se desabroche el saco del piyama, negocie el arnés de su corpiño gigantesco y le ponga en la boquita el botoncito rosado en que termina cada odre a punto de reventar. Alguienita es un tambo con patas. Por consejo del médico se exprime mamaderas enteras de leche que yo llevo, precavido, cada vez que saco a Xóchitl a ver el Universo. Ya hemos ido a tomar un café y leer el diario a Los Inmortales, y a hacer el cambio de domicilio en el Registro Civil de Coronel Díaz y Berutti, y a buscar a Valeria a la escuela, y a casa de las primas, y a visitar a mi amigo Archi en su inverosímil Librería del Fin del Mundo. Pero ella no ha mirado gran cosa. Buenos Aires, por el momento, no parece interesarle. No. Ella vive toda dentro de ella. Por suerte, es chiquita y cabe. Tenemos una relación muy especial. Tiene un llanto exclusivamente táctico, decía, pero conmigo ha aprendido que no se llora a menos que no haya verdaderamente más remedio. Desde apenas horas después de nacer ha venido acostumbrándose: "¡No! ¡Nada de llorar! Con mamá llore todo lo que quiera, pero con su padre tiene un pacto de omertá". Y, asombrosamente, muta su protoberrido en bufidito y ya no llora, o ni siquiera empieza. ¿Cómo hace para entenderme? Y, sobre todo, ¿por qué cazzo me obedece? ¡Misterio entre los misterios! Alguna vez le he metido, por curiosidad, la yema del índice entre los labios y casi me traga el dedo entero. ¡Succiona como una boa! ¡Pobre Alguienita! Xóchitl duerme y mama y eructa y se hace pis y se hace caquita y se vuelve a dormir o, a veces, hace todo sin despertar. Es no más una brizna de aire y llanto (¡salud, viejo Nicolás Guillén!). En una de las sublimes Pequeñas Tragedias de Pushkin, Salieri le dice a Mozart: "¡Tú, Mozart, eres Dios y tú mismo no lo sabes!" Xóchitl tampoco. Y yo la miro que se me sale la vida por los ojos y ella como si tal cosa. Oronda. Con sus célebres bufiditos porque sí o porque no. Mirándome, cuando me mira, a ver quién carajo soy, que le ando siempre encima. Y decidiendo, sin prisa ni entusiasmo, si, al cabo, le convengo. ¡Y sabe Dios cuánto estoy dispuesto a hacer para convenirle! Algún día, espero, le constará. Miércoles 8 de noviembre XÓCHITL A MIS PIESES Cumpas, son las 2:45 y acabo de mandar unos trabajos a Viena. A eso de la medianoche se me apersonó en persona la persona de Alguienita, Xóchitl hecha un tamalito entre sus brazos, que le acaba de dar la teta izquierda y que a ver si me la podía dejar que la muy pilla estaba totalmente despierta (¡claro, de noche cualquiera!) porque ella, o sea, Alguienita se caía de sueño. Y yo que en fin, que si no hay más remedio, que qué le voy a hacer, que bueno, que total... No bien Alguienita se las picó, yo hice dos cosas: a) piantarle el chupete ese maricón a la mierda que le deforma el paladar y la malacostumbra y b) calcé el portinfán sotto la tavola, de modo que tengo a la gurrumina literalmente a mis pies, que quedan valga la paradoja a mano para columpiarla. Ante la confiscación del chupete hubo un conato de protesta acústica, pero no pasó a mayores, porque, como les he dicho, le digo que ni piense en llorar y, acaso sin dejar de pensar, es posible, se tranquiliza ipso pucho. Aguantó despierta como quince minutos, durante los cuales mantuvimos una viva conversación. Pero luego le puse la Primera de Rajmáninov y saint medicine. Ahora escribo estas líneas con bufiditos de fondo... Y paro para sacarla de los bajos fondos y ponérmela sobre las rodillas. Hoy fuimos a buscar a Valeria a un cumpleaños. Caminamos desde Paraná y Sta. Fe hasta Charcas pasando Canning (Scalabrini Ortiz, que le dicen los pichones). Vale, enloquecida, insistió en que volviéramos caminando, así podía tuerquear con el cochecito. ¡Pobre, llegó exhausta! Pero qué delicia verla saltando de alegría y emoción detrás de la carriola rebelde que insistía en avanzar en un amplio abanico de direcciones para escarnio de los viandantes. Bueno, me caigo de ñosue. A domani! Lunes 20 de noviembre LAS GUERRAS DE XÓCHITL Xóchitl vive, en realidad, de noche. Xóchitl es, toda ella, un ínfimo remedo de búho. Durante el día, todos los ruidos son en vano. En vano las frenadas malevas de los colectivos y el malhumorado bocinazo de los taxistas. En vano los gritos de los vendedores ambulantes. En vano los comentarios embobados de los transeúntes o las vendedoras de Disco. Toda la chatarra de Dios pierde el tiempo con su bazucada inútil. Xóchitl no está. Xóchitl se ha ido dejando en la carriola su cuerpecito de nada. Su cabecita inmóvil se ha vaciado de gestos. En algún otro mundo, en un ignoto universo paralelo, Xóchitl ha de estar ensordeciendo alienígenas con su escándalo. Pero no bien se han aplacado los jadeos del día, cuando el crujir de los platos recién lavados va haciéndose memoria y lo único que queda del estruendo del día son las buenas noches, y Valeria emigra a su camita y mi suegra inicia el lento safari hacia su cuarto, y Alguienita se ha marchado, expedicionaria, a arreglar mantas y correr cobijas, y reorganizar la múltiple legión de almohadas, cuando llego yo, por fin, con el minúsculo trofeo, ahí sí, empieza la gran aventura de Xóchitl en la República Argentina. Xóchitl regresa a Xóchitl. El cuerpito laxo y displicente, ese cuerpito que se dejaba hacer y que se quedaba como uno lo pusiera –y, si uno se descuidaba, como uno, que es uno y no una, invariablemente se descuida- quedaba torcido como una muñequita de trapo, ese cuerpito de nada, con sus patitas de paño mal rellenas y sus bracitos inertes, va poseyéndose ominosamente, como en las malas películas de terror. Primero es la patada de la primera pierna reocupada. Luego se electrifica la otra. Vienen después los bruscos aspazos de los bracitos. Por fin la cabeza también cede al invasor y Xóchitl, entonces, la obliga a abrir los ojos y ahí está, como si hubiese estado todo el tiempo, y me mira larga y estudiosamente, como si el que acabara de llegar fuera yo. Alguienita, entre tanto, ha maniobrado allá atrás, entre su espalda y el respaldo, y ahora adelante, entre botones y breteles, y ha sacado del hangar imposiblemente nimio, uno de dos inmensos Zeppelines. Xóchitl no tiene tiempo de ensayar una protesta. Y ya son las dos una: hija apenas nada y madre no mucho más, unidas por el odre gigantesco. Luego viene el meandroso trámite regurgitativo y la prolija liturgia del cambio de pañal. Xóchitl termina como cáliz en el albo altar del cambiador. Y Alguienita oficia su misa sin afanes, con movimientos a los que no les sobra, sin embargo, ni un milímetro ni un segundo. Xóchitl, entretanto, ha juntado dentro de sí todos los haces y procede a un ensayo general de su sistema nervioso. Se estira hacia los cuatro puntos cardinales y se arrepiente y se vuelve a arrepentir. La carita tiene que dejar pasar todos los gestos, y para eso no tiene más remedio que arrugarse o estirarse en las ocho direcciones de la rosa de los vientos. Es como si a Xóchitl el cuerpito le quedara chico (¿y cómo haría para quedarle grande?), y quisiera arrancárselo como una prenda incómoda. Ahí es cuando se anuncia finalmente su voz. El primero en llegar es un bufiditito. Luego arriba el resto de la vanguardia: una banda de músicos incompetentes que sopla sin resultado su variada colección de pífanos. Pero después, si, el bronco rezongar de los trombones y, de inmediato, el estridor implacable de las trompetas. El cuerpito de Xóchitl ya está totalmente poseído por el microscópico demonio retornado. Ahora toca la escarpada tarea de aplacarlos, de lograr que se reconcilien, que el uno acepte al invasor y el otro la estrechez de su estuche. De pronto, una última clarinada se disuelve en suspiro, y las dos Xóchitl como que se desinflan. He descubierto que si las pongo sobre la almohada a unos 40º grados, el armisticio es menos arduo. Alguienita, mientras, se ha quedado todo lo dormida que puede quedarse una madre que sabe que el único tabique entre su hija y la catástrofe es el padre. Yo, en cambio, me aplico a una profunda vigilia. Xóchitl me queda, toda ella (es que es tan diminuta que toda ella es toda ella) a la altura de los ojos, la barba y la nariz. A veces una manito pretende escapársele mientras duerme, pero ella la atrapa en seguida. Xóchitl parece haber vuelto a su antimundo. Pero no es más que un interludio fugaz. Porque ahora ha venido… ¡EL ENEMIGO! Y Xóchitl se bate heroicamente. Y lo caga largamente a patadas y trompadas con los ojitos cerrados a cal y canto. Y cada puntapié viene con su grito de samurái y cada golpe de Karate con su estertor de kungfú. El enemigo recibe una tremenda paliza y por fin cae derrotado y se conoce que se retira maltrecho, porque Xóchitl festeja con un largo suspiro que su voz abandona por la mitad y para resolverse, nuevamente, en un sordo pifiar de músicos sin arte. Ah, pero ha sido todo un pérfido ardid, porque de improviso el enemigo vuelve. Xóchitl se ha dejado engañar por las velas que se alejaban. Los Aqueos han regresado y Troya está condenada. El enemigo ha vuelto al ataque y esta vez parece haberse traído al hermano más grande, porque Xóchitl comienza a acusar sus golpes. Gime lastimeramente Xóchitl en medio del entrevero ahora desfavorable. Son lamentos puntuales, gemidos intermitentes, gritos casi desesperados ante cada golpe artero. Es, se me ocurre, el exacto negativo del orgasmo. Y cuando el paroxismo llega a su apogeo, los ojitos se abren como si estallaran, y se me quedan mirando como si el que regresara fuese yo, diríase que nostalgiosos del enemigo tan de pronto esfumado. Y ahora le toca a Alguienita retornar a su cuerpo. Y su voz se abre trabajosamente paso entre las brumas para traer cuatro sílabas casi inaudibles: Quiere teta. Y sus manos la ayudan a sacar un Zeppelín, y luego el cuerpo se le pone de costado, y se le extienden los brazos que encuentran a Xóchitl como si tuvieran radares. Y ahora vuelven a ser un mínimo grupo escultórico, totalmente dormidas las dos, cada una al borde opuesto de la ubre titánica. Y yo, que no puedo con mi genio, me he venido a teclear estas pamplinas. Domingo 31 de diciembre En unas horas, Xóchitl habrá nacido el año pasado. Lleva ya dos meses y diez días en este planeta y parece que la cosa empieza a gustarle porque, cuando no duerme, o come, o caga, o mea, o llora, sonríe. La sonrisa le ilumina los ojitos azules y viene acompañada de un eléctrico desparramo de piernitas y bracitos que, por fortuna, no llegan a desprendérsele del cuerpo. En el jardín de mi casa de San Fernando había unos insectos diminutos que llamábamos "bichos bolita" y que nunca eh vuelto a ver ni había evocado. Uno los tocaba con un palito y ellos se ovillaban completamente hasta ofrecer la perfecta esfericidad de una arveja. Alguno me habrá picado y yo le he pasado el gen a Xóchtil, porque ella, de pronto, encoje los jamoncitos, empuja los hombritos y guarda los brazos plegados entre el pecho y las rodillas y se convierte en casi nada, una pelotita blanca con un arbustito castaño. De no ser por el pañal que prácticamente la duplica hasta transformarla en un ocho, semejaría un garbanzo muelle. Xóchitl ha adquirido, vaya uno a saber dónde, una motocicleta virtual: De tanto en tanto, dormida ya o todavía, o camino de dormirse o despertarse, ronronea desde el fondo de su vasto registro como si estuviera probando los motores, extiende los puñitos cerrados como aferrando un manubrio invisible y da una vigorosa patadita vertical con el piecito extendido que se ve que es obra de los genes terpsicoreanos de su madre Alguienita que no en vano fue bailarina. La moto, empero, parece no responder, porque entonces viene otro puntapiecito, y luego otro y otros más, cada vez más impacientes. La frustración es tal que al carita toda de le llena de un mohín de profunda contrariedad que, a veces, desemboca en una variada quejumbre. Otra costumbre nueva es la de la pose sexi: Cuando hacemos trasbordo del cochecito al carrito del supermercado y viceversa, ella extiende los bracitos hacia atrás como entregándose al sol en una playa del Caribe y revuelve perezosamente la cabecita alrededor el cuello que seguramente tiene papada adentro. Es que, al lado de ella, Winston Churchill era un cisne. Es una obsesa de la higiene: no aguanta caguimeada ni dos nanosegundos, y el solo contacto del pañal momentáneamente limpio la llena de leticia, lo cual complica un tanto el operativo cierre, porque entra a patalear como si estuviera en un bayou de Louisiana escapando de los cocodrilos. El apogeo del día es su baño vespertino en brazos de Alguienita, dejándose acariciar por el agua mientras succiona plácidamente del zeppelín de turno. Yo vengo a oficiar de oficiante: la desvisto, paradójicamente, sobre el vestidor, no sin una ruda pulseada para lograr que flexione el bracito o la piernita que sea en el momento, la dirección y el ángulo indicados, tras lo cual la porto como ofrenda al baño donde Alguienita la recibe solemnemente a través del límite severo de la bañadera. Ahí tengo unos diez minutos de solaz para hacer zapping en el cuarto hasta que Alguienita exclame, ¡Amor! (ése soy yo), que he de interpretar como señal de que la ablución se ha consumado. Vuelvo al baño con la toalla personal de Xóchitl, que abro entre mis brazos extendidos para que Alguienita deposite en ella la preciosa y chorreante carga. Yo corrijo la separación de mis manos para que calce en una la cabecita coronada de piolines arremolinados y en la otra el diminuto culito. Alguienita, entonces, la envuelve como si fuera un tamal y yo regreso a secarla sobre el vestidor La deposito cual matambre en el mostrador y la seco con gran fruición y aspaviento al compás de, Cinco pesos poca plata, como me hacía mi abuela. Xóchitl entonces tiembla como un flancito y ríe a carcajadas. Día por medio una de las sesiones defecatorias roza lo olímpico y le mancha hasta la nuca. Es cuando yo corto por lo sano, arrojo el pañal infecto todo lo lejos que puedo y me la llevo, precariamente balanceada sobre mi mano extendida a distancia prudencial de la remera, a lavarle la colita con agua tibia en el lavatorio. Es sentir el chorrito erótico y deshacerse en un ¡Ahhhhhh! iniciado en si bemol sobreagudo que se desliza una octava entera como por un tobogán. Todas las mañanas, alrededor de las once de la madrugada, nos vamos con mi suegro a tomar un café con lunas a los Inmortales o a Josefina. La plantamos inter nos, oteando constantemente esa carita circular con sus rayitas en arco y, debajo, sus guioncitos apretados y, en medio, el botoncito de dos orificios y, debajo, la boca como dibujada por un Divito miniaturista. El periplo y la estancia en la vereda la arrancan de su insomnio: Xóchitl duerme como si esperara el beso del príncipe, ajena a las frenadas de los colectivos y la cháchara de las mujeres que se detienen a proferir variadas exclamaciones de admiración y azoro y -¡oh momento de gloria!preguntarme si es mi nieta (a lo que clarifico, No, yo soy el padre, el abuelo es este viejo). Como el desayuno degenera en aperitivo, nos estamos ahí como una hora. Xóchitl se despierta con el zangoloteo final del ascensor y traspone la puerta del living ya en franco tren de reivindicar derecho de ordeñe. Y yo, claro, feliz. Tanto, que ni tiempo he tenido últimamente para venir a escribir estas pamplinas.