DEBUT SCAROLÍRICO DE XÓCHITL Domingo 18 de marzo Desde que me enteré de la cosa (reportaje por Radio Nacional y fragmentos de la obra) que le tenía ganas a la Pasión según San Marcos de nuestro compatriota Eduardo Golijov. La crónica en Página12 fue ditirámbica, luego vinieron los encomios de Víctor Hugo Morales y por fin la precisa de labios de mi ferroamigo José Mallo, que hubo de emigrar ante cenam de la ferrOOrgía que organicé en casa ayer porque tenía entradas para verla (aunque él estaba convencido de que se trataba de la Pasión según San Marcos de Bach, trucha ella). Hoy lo llamé para ver cómo le había ido y preguntarle si la cosa era como para Xóchitl. Pues sí. Y aquí cometí mi primer error: les pregunté a las purretas si querían venir al teatro mientras mamá preparaba su examen de mañana y Valeria me dijo previsiblemente que no (¡Y por qué no al cine?, Porque hoy es el último día para ver este espectáculo y yo no me lo quiero perder, ¡Pero yo quiero ir al cine, no al teatro!, Pero yo quiero ir al teatro, no al cine, etc.) y Xóchitl, claro, que ¡ZÍIIIII! Solo que por ya era tarde para comprar las entradas por teléfono y la chica del teatro me dijo que solo quedaban de las caras (caras, 980 mangos, oséase, como 250 dólares o 170 euros, oséase, precios de Viena o Nueva York… ¡Ah, cuando la concepción de la cultura era otra!). Ante tamaña hecatombe, le macaneé a la quelonia que no había más localidades. La pobrecita puso rostro como el que se le armó en Ezeiza cuando las mexicanas de la familia no tenían visa y hubo amague de que se quedara ella también en tierra (vide Noticias de Vale y de Xóchitl, Año de Nuestro Señor 2010, “Xóchitl aeroperipatética”). Entonces le propuse llevarlas al cine, solo que no daban nada para criaturas, con lo que nuevo y más enternecedor mohín. ¿No te daz cuenta de que le haz prometido llevarla primero al teatro y luego al zine y no le vaz a cumplir ninguna de laz doz cózaz y tu hija anda como perrito zin dueño, aburrida y triste?, me lanzó la Chapu a pleno bajo vientre su versión liliputiense de la Estocada de los Tres Corsarios. Bueno, si querés, vamos al teatro a ver si queda alguna entrada, ¡ZÍIIII! Y, si no, te la llévaz a pazear por ahí, me agenció un futuro alternativo la Chapu. ¡A vestirse que es tarde, entonces!, ¡ZÍIIII! Y nos tomamos un taxi. A pesar de que apenas faltaba media hora para la función (piadosamente programada a las 17:00 de la tarde), la cola era larga. A dos micrones de que nos tocara el turno, la gliptodontuela anunció que, ¡Quiedho hazedh piz!, Andá y preguntale a esos señores (los mozos del bar) dónde hay un baño… ¿Y?... Dize que ahí, pedho no lo encuentdho, ¿Me cuida el puesto, señora?... ¡Aquí es! Si cuando salís no me ves, estoy dentro de la boletería… A la cual ingresamos a una. Entradas más baratas: plateas de 980 mangos. Dos juntas: primera fila al centro. Y allí nos sentamos con quince largos minutos para familiarizarnos con las molduras del foso para la orquesta (tapado, porque todo habría de transcurrir a nivel del proscenio), el paño de las butacas, el fresco de Soldi, las recuas de palcos, las seguidillas de farolas y, de rodillas sobre la pana del barandal del foso, el escenario a ras de nariz y los lustrosos zapatos de las cuerdas de la estable que ya estaban en sus sitios, ensayando, de paso, el segundo chelo el allegro ma non troppo del concierto en Sí menor de Dvorak. A foro derecha, como es de rigor, los ocho chelos y los cuatro contrabajos. En el centro el podio y, frente a él y alontanándose, la variopinta y nutrida quincalla de la percusión. Más allá, a foro izquierda, los violines y las violas. El coro, cuando entró, lo entreveíamos apenas a la 2 izquierda y nada a la derecha. Entre ellos y los violines, los bronces invisibles. Tras las cuerdas graves, acústica por medio, el piano, la guitarra y seguramente algo más. La triceratopzinha hizo inmediatas migas con los tres o cuatro músicos que tenía a tiro. A nuestra izquierda, vedándonos la salida al pasillo central, una pareja de señores cincuentones, sumamente atildados, sonreían acaso hipócritamente (como lo habría hecho yo en similar trance). A nuestra derecha, apenas una señora con cara de abuela (¡menos mal!) y el resto de la hilera milagrosamente vacío: a anotar rauda y minuciosamente esa providencial vía de escape caso mai. La directora, la orquesta La Pasión (formada ad hoc por el propio Golijov para ir tocando su obra por el mundo) y el coro, venezolanos; el percusionista estrella, improbablemente sueco, y para colmo gordo y fornido, con inconfundible aire de cocinero (claro, ayudaba el gorrito blanco como de enfermero y la toga); los solistas, un capoeirista brasileño y un bailarín afrocubano, una mezzo caraqueña y una soprano catalana… y vaya uno a saber cuántas nacionalidades más disueltas entre las dos orquestas y el coro. Un himno, todo él, a la simbiosis que solo la música puede lograr entre los seres humanos. Cuando se apagaron las luces y salió la directora, Xóchitl estaba ya enteradísima de que ¡Shhhhhhhhh!, Aquí no se puede hablar. Todo empezó con un trémolo en las cuerdas bajas y el cocinero sueco de pie, dándole cansinamente a un bombo legüero… y de ahí p’arriba. La Pasión es un inesperado, anacrónico, bochinchero y formidable himno a la batucada, la salsa y, en menor medida, el flamenco. No debiera ser del caso, en estas noticias de mis purretas, meterme a crítico de arte, pero la obra resultó tan pero tan original (y, de ñapa, tan pero tan hermosa) y la interpretación tan pero tan espléndida, y la puesta en escena tan pero tan maravillosa… que, bueno., vayan estas líneas, que suspendo ya, porque no hay representación semántica que pueda aproximarse a la percepción de primer grado. Lector indulgente, no te prives de buscar por internet, que seguro que está subida en alguna parte. A los diez o doce minutos, sucedió lo tan temido y temible: ¡Me quiedho idh!, Aquí no se puede hablar y tiene que aguantarse (todo sottovocissimo), Bueno, entónzez quiedho idh al baño, ¡Aguántese! Por suerte, se aguantó… ¡y cómo! Los siguientes diez minutos fueron de descubrimiento, maravilla y aventura. De pronto, del horizonte derecho, entre los arcos y las astas de los chelos, primero la voz y luego la silueta alba de la soprano. La enana descendió de las rodillas a las que se había encaramado y se corrió hilera abajo para ver mejor. De regreso, pese al ¡SHHHHHHHH! Silencioso de su padre, me musitó, ¡Un zeñodh me zaludó! Cada vez que aparecía un nuevo solista (casi todos birlados momentáneamente a la orquesta o al coro) ella me lo señalaba con el dedo, como si estuviera en la cubierta de un crucero desde la que divisara un distante paisaje de montañas. Pero al rato me susurró ¡Quiedho dodhmidh! Y se me trepó a las rodillas, me abrazó, apoyó su cabecita en mi hombro ciñendo apretadamente a Jito (otra presencia providencial) y dos o tres compases más tarde sus ronquiditos de bucanero borracho hacían quedo contrapunto al barullo de las tumbadoras. Fue una siesta domo de ciento cincuenta dólares, seguramente la más cara de su vida y desde luego que de la mí, y ¡con qué gusto sufragada! La cabecita inerte, la campánula perfecta entreabierta con la ínfima rúbrica de los dientitos perlados, los bracitos encogidos y la cabeza de Jito entreverada con el chaparrón castaño e inmóvil. Y yo, dando besitos en el cuello, y en la oreja diminuta, y en el hombro más a mano, y en los deditos ídem, y en la colita de caballo, haciendo prodigios para seguir de reojo las idas y venidas de los solistas, que, 3 por su parte, no podían dejar de percibir la cochinilla dormida y sonreír. Despertó con la irresistible Murga al Gólgota, y luego aplaudió a rabiar. La alcé en brazos para que pudiera ver mejor y los solistas le dirigieron reverencias específicas. Luego pedimos permiso para ir a saludar a los camarines y grandes besuqueos grandes con la mezzo caraqueña, la soprano catalana y el bailarín afrocubano. Nos volvimos caminando entre los pasteles cansinos del ocaso (con la tarde, se cansaron los dos o tres colores del patio, decía Borges y no hay cómo decirlo mejor). ¿Te gustó?, Zí, mucho, ¿Y mañana les vas a contar a tus compañeritos del Jardín que fuiste al Colón y que saludaste a los artistas?, ¡ZÍIIIIII! Eso, mañana; porque hoy me toca a mí teclear estas primeras, tardías y entrañables pamplinas.