Un vehículo que acelera tiene efectos fisiológicos en los seres vivos que viajen en su interior, tanto plantas como animales, humanos u otros organismos. Las altas velocidades no son un problema para la vida, pero sí las aceleraciones, en función de su magnitud. En el caso de las personas, nuestro cuerpo es sensible a los cambios de dirección, a las aceleraciones positivas y a las negativas (desaceleraciones). Como ocurriría si nos encontráramos en la superficie de un planeta mucho más masivo que la Tierra, una aceleración positiva tiene un efecto equivalente a aumentar nuestro peso. Según la física newtoniana, mientras que la masa es invariable, el peso no lo es, y depende de la aceleración a la que somos sometidos. Así, si viajásemos a bordo de una nave espacial que acelerara de forma constante a 9,8 m/s2, equivalente a la aceleración de la gravedad terrestre, tendríamos la sensación de pesar exactamente lo mismo que sobre la superficie de la Tierra. A menudo, durante las fases de reentrada atmosférica de las naves espaciales, el cuerpo humano puede experimentar desaceleraciones varias veces la magnitud de la gravedad, mientras su cuerpo y su vehículo reducen la velocidad orbital hasta llegar a cero en la superficie, en tan sólo unos minutos. Este tipo de aceleraciones o desaceleraciones sólo es posible soportarlas durante muy breves períodos de tiempo. Los órganos internos del cuerpo no pueden aguantarlas si son muy grandes o si se desarrollan de forma prolongada. El efecto fisiológico de la aceleración se llama tensión por aceleración, y si se incrementa demasiado, puede ocasionar graves e irreparables daños biológicos. Se sabe también que el cuerpo humano puede soportar mejor o peor una misma aceleración en función de si ésta se experimenta de forma longitudinal (de la cabeza a los pies) o transversal (del pecho a la espalda), básicamente por la forma de trabajar de ciertos órganos, como el corazón. Por eso, durante un despegue, los astronautas son situados en asientos anatómicos, diseñados para ayudar al cuerpo a soportar mejor las aceleraciones, y orientados (casi siempre en la dirección de vuelo o avance) de manera que éstas ocasionen el menor daño posible. Todos los seres vivos tienen una cierta tolerancia a las aceleraciones. Entre las personas, unas las soportan mejor que otras, en función de su entrenamiento y configuración física. Un astronauta puede perder el conocimiento (por la evacuación de la sangre del cerebro) ante una determinada aceleración, mientras que otro puede aguantar algún tiempo más ante la misma. Durante pruebas en centrifugadoras, se han hecho experimentos para probar los límites fisiológicos ante las aceleraciones, y se han establecido marcas de 10 a 20 g (de 10 a 20 veces la gravedad), pero siempre durante períodos cortos. Por esta razón, los lanzamientos tripulados se diseñan para mantener en lo posible a las aceleraciones por debajo de los 4 g.