Ambientalismo romo y funcionalidad del régimen político Alexander

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Ambientalismo romo y funcionalidad del régimen político
Alexander Martínez Rivillas - Profesor UT
Mucha gente vinculada a la lucha ambientalista ignora una larga historia de conflictos
políticos asociados a los problemas ambientales. En particular se ignora que la mayoría
de las legislaciones ambientales en Europa o Estados Unidos, fueron el producto de luchas
sociales cooptadas por partidos de centro y derecha, o por conversos antaño
pertenecientes a los partidos verdes. En pocas ocasiones un partido verde ha logrado
imponerse en el debate democrático y producir normativas o incentivos con
implementaciones serias y efectivas. Es el caso de Suecia con bancadas de mayorías
verdes en algunos periodos de los noventa y dos mil, y en menor medida Alemania, con
un Bundesrat bajo el influjo de ecologistas moderados, desde los noventa.
Otra cosa que suele ignorarse es que la mayoría de las “políticas verdes” mas exitosas en
los países del “primer mundo” se han enmarcado en las ideas de la “modernización
ecológica” y el “capitalismo verde”, ampliamente justificadas por el “desarrollo
sostenible”. Lo que implica que los costos ambientales se han podido trasladar a los
ciudadanos, empresas y fondos públicos, gracias al crecimiento y rentas elevadas de sus
economías, subsidiadas por el colonialismo, las deudas externas de los países pobres, el
extractivismo, la mano de obra migrante desde el sur, el capital tecnológico acumulado,
entre otros, lo que equivale a decir que fueron financiados por nosotros mismos.
Este círculo vicioso que nos hace creer que las conquistas ambientales son
implementables aquí, en América Latina (o África, o Asia), es una engañifa rutilante que
propala la ONU, la retórica parlamentaria y la “institucionalidad ambiental”, de la que no
pocos han salido indemnes. Las cifras de Piketty son reveladoras respecto al ciclo
sostenido de los ricos del "primer mundo" mediante mucho o poco Estado, pero con una
compleja política de privilegios bien usada a su favor, que no gasta de sus bolsillos un
solo dólar para rubros ambientales (ni para otros rubros sociales), sino que todos los extrae
con cargas adicionales a sus “colonias”, regulaciones más preferenciales y trabajo más
barato o esclavo.
En este contexto debemos ver la lucha ambiental contra la gran minería en Colombia. En
la división internacional del trabajo y la producción de bienes primarios, Colombia es una
“gran hacienda” con una “inmensa mina de metales” o un “insondable pozo de
combustibles”. Y ello no puede cambiar de la noche a la mañana. Sin presumir una
evolución replicable de la lucha ambientalista en Europa para el escenario colombiano,
lo altamente probable es que nuestras pobres regulaciones ambientales sigan siendo
pobres, que los heridos y muertos los siga colocando la base social; y que el partido
liberal, el partido conservador y los convulsionarios de centro derecha y centro izquierda,
continúen canalizando para sus programas políticos funcionales al régimen político, la
agenda ambientalista de las regiones, especialmente.
El error político es claro. Las elites políticas explotan las percepciones negativas de los
problemas ambientales que con esfuerzo contribuyen a formar los luchadores
ambientales, financian dichos procesos de sensibilización (en el Tolima, Pompilio
Avendaño lo hace con experticia), capturan en alianzas veladas a cuadros ecologistas, y
luego producen (si es el caso) reformas cosméticas proto-conservacionistas, imposibles
de financiar o implementar, pero con un alto valor simbólico para la base social. O sea,
se repite la misma historia de las luchas ambientales del “primer mundo” en el plano del
poder político, por supuesto.
La solución posible es la misma. Alinear la lucha ambiental con una plataforma política
de base, inspirada en principios de democracia radical y ecologismo de sostenibilidad
fuerte, y deslindarse de esa retórica pluri-partidista y meta-ideológica de un consenso
ambiental “entre todos los políticos bien instalados” por supuestas “empatías ancestrales
con el medio”. De eso ya aprendió el movimiento ambiental italiano en algunas regiones
del norte, por ejemplo, y con cierto éxito lo evitaron en Suecia y Alemania. Y
ciertamente, en América Latina hasta ahora estamos aprendiendo.
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