Subido por jocelyn Loria Lopez

-Luis Villoro. Dos concepciones mentales. (pp. 1-10) (REPORTE DE LECTURA 2)

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CREER, SABER, CONOCER
REPORTE DE LECTURA
-Luis Villoro. Dos concepciones mentales. (pp. 1-10)
NOMBRE DEL ALUMNO: Loria Lopez Jocelyn
GRUPO: 4º “A”
NOMBRE DEL CURSO: Enfoques y Métodos de Investigación
PROFESOR: Meza Jiménez Jesús
FECHA DE ENTREGA: 02/02/2022
1.- DOS CONCEPTOS DE CREENCIA
 Creencia como ocurrencia mental
El saber es una especie de creencia con las notas que descubramos en esta se aplicarán
también. La creencia sería el componente subjetivo del saber punto creer sería realizar un
acto mental de una cualidad peculiar.
Los escritores de Descartes, Locke, Humé, coinciden en este enfoque general, para Descartes
la creencia es un acto de la voluntad, para Humé un sentimiento peculiar, para Locke un acto
de asentamiento. Cómo la empirista James- Russell vieron también la creencia como una
ocurrencia mental. Para Husserl es la "cualidad" de un acto, llamada "posición", para Russell,
una "actitud proposicional" subjetiva. La teoría de la creencia más elaborada e influyente
fue la de Humé.
En otros casos, la creencia no versa sobre algo presente en la percepción o el recuerdo, sino
sobre lo representado en el bien, observa Humé, un sentimiento de viveza o firmeza de lo
creído, semejante al de la percepción. Humé lo explica porque " transferimos" a la idea
representada, la viveza y firmeza de la percepción, mediante asociaciones de ideas que
remiten a impresiones sensibles. Por hábito, llegamos a acompañar las ideas representadas
en que creemos, con la misma cualidad que tenían las que percibimos. En todo el caso, la
creencia es un sentimiento especial, indecible, que nos permite distinguir en nuestro interior
lo que asentimos de lo que solo imaginamos, dudamos o negamos. " Una idea asentida se
siente diferente que una idea ficticia".
En la tradición empirista se conserva una noción semejante de creencia. Se trata de una
ocurrencia mental, aunque no quede claro si se puede incluirse entre los sentimientos (por
ejemplo, estar convencido de una idea) o entre las voliciones (por ejemplo, acervar, aceptar
una idea). Locke hablaba del "asentamiento" a una percepción o a un juicio, que se nos
presenta en una sensación subjetiva de convicción. Más tarde, Russell distinguirá entre la
proposición y varias "actitudes proposicionales".
La tesis de Russell, pese a la terminología distinta, en este punto no difiere demasiado de la
Husserl. Husserl parte de un análisis de los actos intencionales de conciencia. En todos ellos
se puede distinguir entre el contenido del acto intencional (lo percibido, lo imaginado, lo
juzgado, etc.) y el acto mismo que se dirige a él (el percibir, imaginar, juzgar, etc.).
En el percibir, por ejemplo, hay una cualidad especifica que lo distingue del acto de imaginar:
una aceptación espontánea, no expresa, de la realidad de lo percibido; es lo que llama
Husserl " posición de creencia" o "posición toxica".
Por diferentes que sean esas doctrinas, al tratar de caracterizar la creencia, todas tienen algo
en común: todas son "mentalistas " e "idealistas " por cuánto determinan la creencia como
una ocurrencia o un dato en la conciencia privada.
 Dificultades de esa concepción.
Saber y creer son "potencias" en el sentido aristotélico, que pueden o no actualizarse en la
conciencia, en ciertos momentos. Para creer en algo no es preciso que algo esté pasando en
la conciencia. Mientras escribo estas palabras creo muchas cosas (que mi sobrino es
corpulento, que el fuego quema, que los hiksos invadieron Egipto) y ninguna de ellas acude
a mi mente. Pero nada de eso está ocurriendo ahora en mi mente.
No es ejecutar un acto especial, sino poder ejecutar muchos actos en diferentes
circunstancias. Husserl aceptaba que la posición de creencia podía ser "la tente" y no
necesariamente expresa. La creencia en la realidad del mundo, por ejemplo, o en la firmeza
del suelo, o en el revés de las cosas acompaña casi todos mis actos, sin que la tenga casi
nunca presente. Pero entonces esas creencias no son actos, ni ocurrencias en la conciencia,
sino estados de disposición que pueden o no ser conscientes. En segundo lugar, si la creencia
fuera una cualidad específica, dada a la conciencia, sólo sería determinable para cada quien
en su propio coleto. Para asegurar que creer corresponda a un acto o sentimiento, de tal o
cual tipo, sólo puedo apelar a la experiencia interna, y ésta es, por principio, directamente
inaccesible a los demás. Si alguna otra persona alegara que ella no percibe ningún
sentimiento especial de "firmeza" ni realiza acto de "asentimiento" o de "posición" alguno
cuando cree, de veré aceptar su palabra, carente como estoy de medios para comprobarla.
Sin duda podríamos recordar muchas circunstancias familiares en que la aseveración de una
proposición no se acompaña de un sentimiento de firmeza, de seguridad o de confianza.
Suelen ser intensos en nuestras convicciones religiosas, políticas o morales, pero poco
frecuentes en nuestras creencias científicas, aunque pudiéramos considerar estas últimas
más inmunes a la duda.
Es un hecho psicológico frecuente, por otra parte, la inseguridad y vacilación que suelen
acompañar a algunas de nuestras creencias. El niño atemorizado que penosamente
responde a un examen, con miedo de reprobarlo, cree, sin duda, en la mayoría de sus
respuestas, pero su creencia no se acompaña de ningún sentimiento de seguridad o de
firmeza.
La ausencia de inseguridad, el sentimiento de convicción o de firmeza no pueden definir la
creencia. Nadie negaría que es un dato psicológico frecuente que, en casi todas las personas,
muchas de sus creencias' se acompañan de sentimientos. De cualquier modo, no tenemos
ninguna razón válida para excluir el caso en que se dieran esos sentimientos sin 1la creencia,
o la creencia sin los sentimientos. Luego, sentimientos y voliciones no son condiciones
necesarias para la creencia.
Los mismos términos con que intentara describirla podrían aplicarse a sentimientos
distintos. Términos como "estoy seguro", "confió en.…", "acepto", "me adhiero a.…", "no
puedo vacilar en..", etc., lo mismo podrían usarse para referirse a ese estado de
asentimiento, que, a otros, estados emotivos que no llamaríamos creencias.
En conclusión. No negamos que existan actos mentales de creencia, pero carecen de las
características mínimas de objetividad que nos permitan llegar a una definición compartible.
Para lograr una definición debemos cambiar de perspectiva: no buscar la creencia en el
interior de la conciencia, sino en las relaciones del hombre concreto con su mundo en torno.
 Creencia como disposición
R. B. Braithwaite (1967, p. 30) fue el primero en sostener una definición precisa de creencia
en términos de disposición a actuar. La creencia proposicional tendría dos componentes.
Significa la conjunción de dos proposiciones:
1.- me represento
2.- tengo una disposición a actuar como si p fuera verdadera."
La diferencia específica que distingue la simple comprensión o representación de una
proposición, de la creencia en ella, no se coloca ya en una cualidad específica del acto de
creer, sólo consciente para el sujeto, sino en la disposición a tener ciertos comportamientos
comprobables por cualquiera.
Una disposición no es una ocurrencia. Las ocurrencias son directamente observables,
aunque puedan ser privadas o públicas. Las disposiciones, en cambio, no son propiedades
observables de los objetos, sino características que tengo que atribuibles para explicar
ciertas ocurrencias.
La sal sigue siendo soluble aun cuando esté seca, el vidrio es frágil, aunque nadie piense en
golpearlo y la timidez acompañada a mi amigo cuando está dormido. Nadie puede ver la
fragilidad o la timidez como el color ámbar del vidrio o el rubor de unas mejillas, las
disposiciones se expresan en una serie de enunciados hipotéticos.
Pero ni la fragilidad ni la timidez forman parte de los comportamientos que observamos.
Cualquier creencia, aun la más abstracta, implica expectativas, formularle a modo de
hipótesis, que regulan nuestras acciones ante el mundo.
Mis operaciones de cálculo pueden explicarse porque espero que, si acepto ciertos axiomas
y reglas de inferencia, podré deducir ciertos teoremas. Esta creencia opera como una guía
de mis posibles acciones que me pone en situación, me «dispone» a responder de
determinadas maneras y no de otras, en las más diversas circunstancias. De toda creencia
podemos decir, por lo menos, que estamos dispuestos a afirmarla si realmente creemos en
ella y si la situación es tal que no existen motivos que nos impulsen a callar.
«Creencia» no se usa como un término descripttv0 de algo dado, sino como un término
teórico, es decir, como un término que se refiere a un estado que debemos suponer en el
sujeto para explicar ciertos hechos observables, pero que no es a su vez necesaria-mente
observable. Da razón de las creencias reales, no confesadas, del sujeto. Si la creencia fuera
sólo una ocurrencia mental, se reduciría a aquello que el sujeto tiene, consciente y
confesadamente, por verdadero. El análisis disposiciones de la creencia rompe con la
tendencia idealista a explicarlo todo por los contenidos de conciencia del sujeto.
Creer es una disposición que se manifiesta en nuestro estar por entero en el mundo y no
sólo en nuestra conciencia. Podemos distinguir con facilidad entre creencias «reales», sean
conscientes o no, estén o no expresadas verbas lamente, y creencias «profesadas», esto es,
las que cada quien se confiesa. La concepción de la creencia como mera cualidad mental no
puede dar cuenta de esta diferencia. Sin embargo, pese a sus ventajas, la concepción de la
creencia en términos disposiciones presenta también serias dificultades.
 Dos interpretaciones de disposición
En la primera interpretación, la relación entre la disposición v el conjunto de enunciados
condicionales se vería como una
Los enunciados condicionales suministrarían un análisis completo del concepto
disposiciones, de modo que un éste no sería más que una abreviación de aquéllos. La
disposición no se referiría, por lo tanto, a ninguna propiedad que no fuera reducible
lógicamente a las propiedades observables que figuran en los antecedentes y en los
consecuentes de los enunciados condicionales. Ésta sería la interpretación conductista
estricta. Si esta interpretación fuera cierta, la disposición sería conocida por la simple
descripción de antecedentes y consecuentes y por la frecuencia con que se dé la relación
entre ellos.
Por lo menos, se podría inferir con seguridad una creencia, a partir de un número limitado y
preciso de comportamientos, sin acudir a otros datos. Veo a un hombre fumigar con
cuidado, todas las mañanas, las rosas de su jardín. Se dirá entonces que podríamos inferir la
creencia a partir de esas acciones más la intención que tenga la persona. Luego, no hay un
número específico de comportamientos que puedan definir exactamente una creencia.
Mente podremos llegar a precisar con razonable exactitud la creencia de que se trate. En el
caso del jardinero de MacIntyre, si observamos que, además de fumigar las plantas, muestra
otras preocupaciones por las rosas, si lo vemos consultar alguna revista especializada en
floricultura, si comprobamos que tiene comportamientos de hombre racional y civilizado,
entonces eliminaremos las hipótesis alternativas y concluiremos que cree en la bondad de
la fumigación. De la congruencia repetida de un número determinado de comportamientos
diferentes entre sí podemos inferir que debe haber un estado en el sujeto, que la explique.
La aceptación de la creencia en el jardinero de la bondad de la fumigación es la explicación
mejor de la congruencia de su comportamiento.
Aun así, la creencia no se agotará en ningún número específico de comportamientos. Lo que
sucede es que la creencia, Considerada como disposición, no puede interpretarse como la
simple abreviación del conjunto de enunciados condicionales que implica. La creencia es
pues algo más que eso. Debemos concebirla como un estado intern0 del sujeto que, junto
con otras pro-piedades, puede explicar comportamientos diversos frente a estímulos
variados.
La creencia determina una estructura general de conducta, guía y orienta las acciones. Ni la
creencia ni el orgullo pueden reducirse a los comportamientos a que, orgullo y creencia son
estados internos del sujeto, que postulamos para poder dar razón de un síndrome de
comportamientos. La creencia puede concebirse, pues, como una condición inicial subjetiva
que, añadida a los estímulos correspondientes y a otras condiciones internas intenciones,
otras creencias, explica un con-junto de comportamientos aparentemente inconexos.
El estado de disposición no forma parte de las circunstancias señaladas por el antecedente,
pero tampoco se reduce a las respuestas. «Disposición» es un término teórico que se refiere
a una clase de estados no observables en que debe estar algo para que, dadas determinadas
En constancias, se produzcan determinados comportamientos. Mientras no se contaba con
una teoría de la estructura molecular, la solubilidad de la sal sólo podía describirse como la
propiedad de desaparecer a la vista si se mezclaba con un líquido, y la fragilidad del vidrio,
como la propiedad de quebrarse si recibía un golpe. Ahora, en cambio, la solubilidad o la
fragilidad pueden describirse en términos de determinados estados de una estructura
molecular.
La caracterización de un estado en términos de «disposiciones» es pues un recurso que sólo
utilizamos a falta de una teoría científica adecuada. Así, las disposiciones psíquicas, como
timidez o creencia, podrían eventualmente reducirse a relaciones determinadas entre estados neuronales o a estructuras de ciertos componentes nótales, si tuviéramos una teoría
neurofisiológica o una teoría psicológica suficientemente avanzada para ello estados o
estructuras, y podríamos prescindir del término «disposición». La concepción de, la creencia
como disposición no implica, por lo tanto, el rechazo de la existencia de estructuras
mentales del sujeto, como tampoco implica el rechazo de relaciones entre estados
neuronales a los que pudiera reducirse. Pero cualquiera de esas tesis sólo podría constituir
un adelanto frente a la noción de disposición si justamente a certera a elaborar una teoría
capaz de reducir la disposición a estructuras mentales, en uno caso, o a estados neuronales,
en el otro.
 Dificultades de la concepción disposicional de creencia
La interpretación de la creencia como estado disposicional se enfrenta, sin embargo, a una
dificultad fundamental. Si interpretamos la disposición como un estado desconocido del
sujeto, que es necesario suponer en él para que, dados ciertos antecedentes, se den ciertas
respuestas, esa definición valdría para cualquier comportamiento instintivo. Tendríamos
que atribuir creencias a la abeja cuando construye sus celdas, al pez cuando desova y al
pájaro cuando emigra hacia el sur. Incluso tendríamos que atribuir creencias a algunos
vegetales.
Si nos resistimos a ellos justamente porque tendemos a usar «creencia, en el lenguaje
ordinario, para disposiciones adquiridas, de un género diferente a las instintivas. También
los rasgos caracterológicos, las emociones y las intenciones pueden entenderse como
estados disposiciones que implican un conjunto de enunciados condicionales. El estado del
sujeto que media entre estímulo y respuesta no es sólo de creencia sino también de
intenciones y emociones, y todas esas variables intervienen en la explicación de un mismo
comportamiento. Dos personas pueden tener la misma creencia y actuar de modo distinto
porque intervienen otras disposiciones afectivas o volitivas.
La relación de las creencias con otras disposiciones internas es compleja. Price sugiere
considerar a la creencia no sólo como disposición a con portarse de determinada manera
sino también como disposición a tener determinados estados emotivos o volitivos. En
primer lugar, la relación entre creencias y estados emocionales es de doble sentido. Definir
la creencia incluyendo en el definen otras variables intermedias, como emociones o
voliciones, llevaría a un círculo, pues éstas también podrían definirse en función de la
creencia.
No pueden utilizarse, por lo tanto, a la vez, como conceptos que se refieren a respuestas.
Esto no impide que podamos admitir relaciones de motivación entre distintas disposiciones,
entre, digamos, emociones, intenciones y creencias. Pero para determinarías es menester
antes distinguir entre esas disposiciones. Si la creencia no puede definirse por el conjunto
de condicionales que la expresan, si, por otra parte, debe distinguirse de otras disposiciones
que pueden expresarse en los mismos condicionales, es menester introducir, para definirla,
una nota que no describa simplemente hechos observables, como estímulos y respuestas, y
que constituya la diferencia especifica con las relaciones con la verdad de lo creído sería la
diferencia es otras disposiciones.
Esa nota,» como si p' fuese verdadera «, ya no se refiere al comporta-miento del sujeto, se
refiere a la correspondencia de lo creído con la realidad.
SI ya no se refiere al comportamiento sino a la relación de lo creído con el mundo; ésta sería
la nota específica de la creencia. Pero esa diferencia. En suma, nuestro problema es
distinguir la creencia como disposición, de otras disposiciones, Sin tener que acudir de nuevo
a la creencia como una cualidad indefinible. Debemos in-caracterizar, por lo tanto, la
creencia dentro del conjunto de estados intermedios que explican los comportamientos de
un sujeto
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