Adoración al Santísimo Culto eucarístico fuera de la misa e Importancia de visita al Santísimo ¿Qué es? Santo Tomás de Aquino dice: «No adoramos a Dios con sacrificios y dones exteriores por él mismo, sino por nosotros y por el prójimo. Él no necesita nuestros sacrificios, pero quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del prójimo. Por eso, la misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo». Juan María Vianney, el santo cura de Ars, le preguntó en una ocasión a un campesino que diariamente pasaba horas frente al sagrario: - ¿Qué haces tanto rato quieto en la iglesia, junto al sagrario? -El anciano responde: - Yo le miro y El me mira Es así como en la contemplación cristiana son siempre, dos miradas que se encuentran: La Mirada de Dios y la mirada del hombre; aunque a veces la nuestra baje los ojos, la de Dios no. A veces, la contemplación se reduce a darle tan sólo la alegría de contemplarnos, ya que, siendo indignos pecadores, incapaces de mirarle de frente, al mismo tiempo somos el motivo y fruto de su pasión y por nosotros dio su vida. Él nos mira y esa mirada nos abre grandes posibilidades de llegar a ser como Dios nos pensó antes de nacer, de que se realice su sueño en nosotros, una aventura de un Dios loco de amor que nos transforma por la manifestación de amor de su mirada, tal como la madre contempla al hijo mientras lo amamanta y eso le permite al niño crecer y desarrollarse, así mismo, El, nos nutre con sus rayos de amor y de gracia para cambiar nuestra agua en vino, para cambiar nuestro corazón. Recordemos que la santidad está hecha de una apertura habitual a la trascendencia, que se expresa en la oración y en la adoración. El santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios. Es alguien que no soporta asfixiarse en la inmanencia cerrada de este mundo, y en medio de sus esfuerzos y entregas suspira por Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor. No creo en la santidad sin oración, aunque no se trate necesariamente de largos momentos o de sentimientos intensos. ¿Por qué se hace? La celebración eucarística es «fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura» (Vat.II: UR 15a). Por eso el culto eucarístico tiene como gracia propia mantener al cristiano en una continua tensión escatológica. Ante el sagrario o la custodia, en la más pura esperanza teologal, el discípulo de Cristo permanece día a día ante Aquél que es la puerta del cielo: «yo soy la puerta; el que por mí entrare, se salvará» (Jn 10,9). Ante el sagrario, ante la custodia, el discípulo persevera un día y otro ante Aquél «que es, que era, que vendrá» (Ap 1,4.8). Persevera adorando al Hijo de Dios, que vino en la encarnación; que viene en la Eucaristía, en la inhabitación, en la gracia; que vendrá glorioso al final de los tiempos. No olvidemos, en efecto, que en la Eucaristía el que vino –«quédate con nosotros» (Lc 24,29)– viene a nosotros en la fe, «mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo». Así lo confesamos diariamente en la Misa. Él es para nosotros en la Eucaristía futuræ gloriæ pignus (prenda de la futura gloria)». A finales del siglo XVII, la devoción al Sagrado Corazón, promovida por San Juan Eudes (1680) y Santa Margarita María Alacoque (1690), desarrolló mucho el culto a la Eucaristía con la comunión de los nueve primeros meses precedida de la “Hora santa”, que consistía en una hora de adoración ante Jesucristo Eucaristía. Santa Margarita María Alacoque escuchó aquella frase del Corazón de Jesús: “Al menos tú, ámame”, que es un llamado a no dejar solo a Jesucristo, presente en la Sagrada Hostia y a corresponder a su amor con nuestra vida cotidiana. Las enseñanzas del Magisterio sobre la adoración al Santísimo son abundantísimas, y de todos los tiempos. La adoración es “fuente inagotable de santidad”36 y hay una “relación intrínseca entre la santa Misa y la adoración al Santísimo Sacramento (...) La adoración eucarística no es sino la continuación obvia de la celebración eucarística”37. “El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. (...) Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas”38. “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el « arte de la oración » ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?”39. Es muy conveniente que en todas las ciudades haya alguna o algunas iglesias y templos —según los habitantes— en los que el Santísimo esté expuesto muchas horas a lo largo del día; y al menos en alguno la adoración perpetua, con las debidas medidas de seguridad y prudencia. Y Benedicto XVI aconseja que “en la preparación de la primera comunión se inicie a los niños en el significado y belleza de estar junto a Jesús, fomentando el asombro por su presencia en la Eucaristía”40. En esos momentos junto al Sagrario, es muy conveniente que haya algún sacerdote en el confesionario, para facilitar la confesión de todo el que lo desee. Como es sabido, la relación entre ambos sacramentos es muy importante en la vida cristiana. Si Cristo está realmente presente en la Iglesia de modo permanente en las Sagradas Especies, es deber de los cristianos rendirle un culto de adoración y agrade-cerle el inmenso beneficio de su don (Cf Concilio de Trento, Dz 878 y 888). Por eso, la Iglesia, en su disciplina, establece que la Eucaristía se custodie en el lugar más noble del templo, en aquel que atraiga más rápidamente la atención de los que entran en la iglesia, y en el más cómodo para la veneración y el culto eucarístico porque se debe hacer todo lo posible para facilitar a los fieles la devoción y las visitas al Santísi-mo Sacramento (Cf Pio XII a los congresistas de Asís, 22-IX-1956). “El sagrario en el que se reserva la Santísima Eucaristía ha de estar colocado en una parte de la iglesia u oratorio verdaderamente noble, destacada, convenientemente adornada y apropiada para la oración” (Código de Derecho Canónico 938). La Eucaristía debe ser el punto de referencia de la mente y el corazón de todos los cristianos, el lugar de encuentro con Cristo y con los demás hermanos, la fuente de la caridad y el fundamento de la unidad de la Iglesia. La adoración eucarística es un momento de intimidad, de confianza, de amistad con Jesucristo, el Redentor, el Amigo, el Hermano, el Compañero en nuestro peregri-nar hacia la vida eterna. En estos ratos de oració0n000. ante Jesucristo presente en las Sagradas Especies, es necesario actuar interiormente la fe en la presencia real de Cristo en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, la esperanza, la caridad, darse cuenta de que su presencia ahí, en el pan, es un gesto de amor personal a cada hombre, a ti. El Maestro está presente y te llama. Es el instante oportuno para renovar los propósitos de santidad y de respuesta generosa al amor de Dios. La adoración a Cristo es también acompañarlo con sentimientos de reparación por los propios pecados y por los de todos los hombres y hacer nuestros los sentimientos más profundos de Jesús. ¿Cómo se hace? Este acto de culto se puede hacer en cualquier templo en el que se conserve la Eucaristía. Lo hace el diácono o el sacerdote que toman la Sagrada Forma del Sagrario y la colocan en un ostensorio desde el cual puedan verla los fieles. Se presenta a la adoración de los presentes durante un tiempo considerable en el que se puede tener un rato de oración en silencio o una lectura bíblica con explicación, cantos eucarísticos u oraciones por diversas necesidades. Al final, el obispo, el sacerdote o el diácono imparten la bendición con el Santísimo Sacramento; sin embargo, no está permitida la exposición que se hace sólo para dar la bendición eucarística. La Iglesia vive de la Eucaristía, vive de la plenitud de este Sacramento, cuyo maravilloso contenido y significado han encontrado a menudo su expresión en el Magisterio de la Iglesia, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días. Sin embargo, podemos decir con certeza que esta enseñanza -sostenida por la agudeza de los teólogos, por los hombres de fe profunda y de oración por los ascetas y místicos, en toda su fidelidad al misterio eucarístico queda casi sobre el umbral, siendo incapaz de alcanzar y de traducir en palabras lo que es la Eucaristía en toda su plenitud, lo que expresa y lo que en ella se realiza. En efecto, ella es el Sacramento inefable. El empeño esencial y, sobre todo, la gracia visible y fuente de la fuerza sobrenatural de la Iglesia como Pueblo de Dios, es el perseverar y el avanzar constantemente en la vida y en la piedad eucarísticas, y desarrollarse espiritualmente en el clima de la Eucaristía. (Juan Pablo II, Redemptor Hominis 20). Especialmente para los sacerdotes, la adoración eucarística debe ser algo muy presente en su vida de todos los días, el centro de su jornada. Desde el seminario, los futuros sacerdotes deben hacerse hombres de la Eucaristía. Esto explica la importancia esencial de la Eucaristía para la vida y el ministerio sacerdotal y, por tanto, para la formación espiritual de los candidatos al sacerdocio. Con gran sencillez y buscando la máxima concreción, deseo repetir que “será conveniente que los seminaristas participen cada día en la celebración eucarística, de modo que, a continuación, asuman como regla de su vida sacerdotal esta celebración diaria. Además, han de ser educados a considerar la celebración eucarística como el momento esencial de su jornada, y han de acostumbrarse a participar en ella activamente, sin contentarse nunca con una asisten-cia sólo rutinaria. En fin, los candidatos al sacerdocio se formarán en las íntimas disposiciones que la Eucaristía promueve: la gratuidad por los beneficios recibidos de Dios, pues Eucaristía significa acción de gracias; la actitud oblativa, que los impulsa a unir su propia ofrenda personal a la ofrenda eucarística de Cristo; la caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; el deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas” (Juan Pablo II, Ángelus 1 de julio de 1990) (Exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis 48).