Subido por Barbara Jara Casas

ARTÍCULO DE OPINIÓN

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¿Por
qué hemos tenido resultados sanitarios tan
pobres frente al COVID-19?, por Miguel Jaramillo y
Kristian López
El error más letal del Gobierno de Martín Vizcarra, a inicios de la pandemia,
fue no apostar por la masificación de pruebas diagnósticas y por el rastreo de
contactos
Lima, 6 de junio de 2021Actualizado el 06/06/2021 06:00 a.m.
Hace unas semanas, refutamos el mito de que el impacto negativo enorme de
la pandemia en el Perú se debe solo a nuestras deficiencias estructurales, y no a
la gestión del gobierno. Comparamos datos de más de cien países, y hallamos que
el impacto de la pandemia en exceso de muertes se explica solo parcialmente por
las “condiciones iniciales” (ingresos, la situación del sistema de salud, etc.), lo que
indica que la calidad de la gestión pública también jugó un rol. Dicho análisis
sugiere que la gestión de la pandemia en el Perú tuvo uno de los peores
desempeños del mundo. Los datos de defunciones recién publicados confirman
esta caracterización [ver gráfico].
En esta segunda entrega, identificamos los errores del gobierno de Martín
Vizcarra en el despliegue de la política de contención del COVID-19, los cuales
hemos detallado en una investigación publicada por GRADE. El patrón central de
dichos errores fueron las decisiones no fundamentadas en la ciencia
epidemiológica, económica y conductual. La velocidad y la dimensión de la crisis
eran tales que la mejor oportunidad de contenerla en alguna medida era
desplegando una respuesta de tiempos de guerra, en el sentido de ser inmediata,
masiva, e involucrar todos los recursos disponibles para la construcción y
despliegue rápido de la respuesta.
Por ejemplo, Israel, uno de los países con mejor respuesta, convocó a sus mejores
científicos muy temprano. Eso se debió hacer con los mejores expertos de las
ciencias relevantes y armar los planes inmediatos con todos los recursos
disponibles.
La pérdida en vidas y en producción que hemos enfrentado representan muchas
veces el costo del plan de respuesta más ambicioso que nuestros científicos
podían proponer. Sin embargo, el Gobierno fue impermeable a lo que muchos
profesionales de diversas ciencias advertían.
Pese a la temprana declaratoria de emergencia y establecimiento de la
cuarentena, el Gobierno del Perú se movió como en tiempos normales (muy
lento) en cuanto a la formulación de la respuesta, el despliegue de herramientas
epidemiológicas y el análisis económico de las opciones de política. El error más
letal de los primeros meses de la pandemia fue uno compuesto de economía y
epidemiología: la mala determinación del valor social de la masificación de
pruebas diagnósticas y de rastreo de contactos.
LAS FALLAS
El Gobierno falló en identificar que un sistema de vigilancia basado en esos
componentes valía miles de millones en bienestar, y no los implementó. Esto
hubiera permitido un tratamiento diferenciado del territorio, para afectar menos
las actividades productivas.
En el uso de pruebas diagnóstico, el Perú empezó tarde su adquisición y decidió,
de manera anticientífica, usar las pruebas rápidas serológicas de anticuerpos.
Estas pruebas fueron ampliamente desaconsejadas por la comunidad científica
en casi todos los países por ser
inadecuadas para el diagnóstico de
infección
activa,
frecuentes
falsos
pues
generan
negativos,
con
consecuencias mortales. Pasaron más
de seis meses hasta que las pruebas
moleculares
formaran
parte
importante del sistema de diagnóstico.
Es decir, estuvimos casi todo el 2020 a
ciegas.
¿Qué se pudo hacer? Usar y potenciar
todas las capacidades de laboratorio:
desde las universidades en todo el país
hasta aquellos en el sector privado. Sí
existía la capacidad, pero no se usó.
Tampoco se brindó impulso adecuado
a las iniciativas de desarrollo de
pruebas
moleculares
rápidas
nacionales (que, a diferencia de la
vacuna peruana, sí existen). Se les hizo
hacer todo el trámite de tiempos
normales. Un sin sentido.
Similarmente, se descartó tener un sistema de rastreo de contactos moderno
mediante el cual se ubica y notifica a las personas que hayan tenido contacto
reciente con algún infectado. Los propios miembros de los equipos de asesoría
del Minsa reportaron que les parecía muy complejo y costoso. Países más pobres
que el Perú implementaron esa política y el Perú no.
Un grupo no pequeño de científicos peruanos intentó, además, complementar
dicho sistema con una herramienta de rastreo de contactos digital que automatiza
el recojo de información de contactos y las notificaciones de potencial exposición
a un contagio. Agencias multilaterales y empresas privadas pusieron recursos. El
Gobierno no supo canalizar dichos recursos financieros y científicos, y el proyecto
no prosperó.
Similar desarrollo ocurrió con la política de aislamiento, la cual tuvo dos
problemas centrales. Primero, claramente no se usó toda la capacidad existente
(había miles de camas de hoteles vacías en todas las ciudades). Segundo, no se
desplegaron campañas de información persistentes que le enseñen a las familias
cómo minimizar el riesgo de contagio dentro de casa y cómo aislar un familiar si
salía contagiado.
Crucialmente, nos hemos dado cuenta de que las cuarentenas nacionales no
detienen las curvas de contagio. Solo las acciones de las personas pueden evitar
contagios a gran escala. Como detallamos en un artículo anterior, en el Perú no
se usó el conocimiento existente sobre cómo guiar el comportamiento hacia la
prevención, ni se generó conocimiento nuevo que era necesario. En cambio, los
mensajes a la población por parte del Gobierno se limitaron a ser paternalistas,
imponiendo reglas estrictas y costosas para la población sin rendir mayores
explicaciones. Como era de esperarse, las reglas no fueron respetadas.
Todos estos problemas, en adición al manejo cerrado de los datos, se conjugan
para explicar nuestro desastre frente a la pandemia. En una metáfora usada por
epidemiólogos, la respuesta de política se puede pensar como rebanadas de un
queso suizo. Cada rebanada del queso es una acción adicional que ofrece un
blindaje incremental frente al virus. Mientras más huecos tengan las capas
individuales, más se filtra la enfermedad en la población.
En el Perú, pusimos pocas capas y dejamos muchos huecos en la respuesta del
Estado. Si bien la población es individualmente responsable de la primera línea
de defensa ante el virus, el Gobierno no contribuyó a lograr un cambio de
comportamiento, ni brindó herramientas de cooperación como el rastreo de
contactos.
Como consecuencia, el sistema de salud fue desbordado por el número de casos
y, lamentablemente, el Perú lidera los cuadros de muertes por millón en todo el
globo.
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