Arquitectura barroca cortesana Desarrollo Hablar de arquitectura cortesana española precisa definir de entrada el ámbito físico al que nos referimos, que es la Corte y los Sitios Reales. Las posesiones así llamadas configuraban en torno a Madrid un sistema de lugares de esparcimiento que había ido formándose desde el siglo XIV, pero cuyo impulso y forma característica se deben a Felipe II, en evidente conexión con el asiento estable de la Corte en esa Villa. En los bosques y casas reales de Valsaín y El Pardo, definidos ya en el "Libro de la Montería de Alfonso XI" y tan frecuentados por Enrique IV, y en el heredamiento de Aranjuez incorporado a la Corona por Isabel y Fernando, Felipe II sistematizó y amplió los territorios y construyó palacios de nueva planta, continuando a veces lo empezado por su padre, como en los casos de El Pardo y del Alcázar de Madrid; añadió a éste la Casa de Campo, al otro lado del río, y, sobre todo, fundó el Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial, incorporado a la Corona como patronato y como patrimonio. Otras casas menores -evocadas en el memorable libro de Iñiguez- servían de etapas intermedias en los viajes entre la Corte y los Reales Sitios. Durante el siglo XVII, aparte del paréntesis vallisoletano, en el que hay que señalar las obras en el palacio real de aquella ciudad y sus casas de campo -Huerta de la Ribera y Bosque del Abrojo-, Felipe IV incorporó a El Pardo la Casa Real de Zarzuela, creó el nuevo Real Sitio del Buen Retiro, y tanto el Alcázar de Madrid como El Escorial experimentaron importantes obras de conservación y enriquecimiento, por no citar las más rutinarias de que fueron objeto los demás Sitios. Por tanto, cuando Felipe V ocupó el trono en 1700 encontró un sistema completo de casas reales y una estructura administrativa ya antigua para su mantenimiento, dominada por la Junta de Obras y Bosques. Los Borbones sustituyeron de hecho este organismo por un funcionario -a modo de superintendente- que dependía directamente del primer ministro o Secretario de Estado, y dedicaron sus fuerzas a enriquecer el sistema de Reales Sitios aumentado bajo Felipe V con el nuevo de La Granja de San Ildefonso, con la incorporación de La Quinta de El Pardo y con el ensanche de la Casa de Campo realizado por el Príncipe, quien al ascender al trono como Fernando VI dedicó sus esfuerzos a Aranjuez, al nuevo Real Sitio de San Fernando y a la conclusión del nuevo Palacio Real de Madrid, iniciado por orden de su padre en 1737. Mientras la reina viuda, viviendo en San Ildefonso, adquiría el coto de Riofrío para crear un nuevo Sitio del que sería ama absoluta y del que sólo llegó a concluirse el palacio, la reina Bárbara hacía levantar en Madrid el convento de las Salesas, también planteado como lugar de retiro, que no llegó a disfrutar. El advenimiento de Carlos III en 1759 supuso la imposición de una nueva imagen más sólida y sobria dentro de los patrones establecidos por el clasicismo barroco romano. Por último, Carlos IV atendió más al enriquecimiento mobiliario interior de los palacios que a nuevas edificaciones, si bien entre éstas, aunque escape al objeto de estas páginas, hay que destacar una tan importante desde el punto de vista de la arquitectura interior como la Casa del Labrador, en Aranjuez. Durante los quince primeros años del reinado de Felipe V, su esposa María Luisa de Saboya, la princesa de los Ursinos y la evolución de la guerra de Sucesión apoyaron plenamente la influencia francesa, evidente en las escasas realizaciones posibles durante aquellos años, como la reordenación interior del Alcázar de Madrid donde, como ha estudiado Barbeito, se desarrollaron las salas públicas y de ostentación en perjuicio de las habitaciones privadas. Esta obra, efectuada por el maestro mayor Teodoro Ardemans, hubiera supuesto la decoración completa a la francesa del Palacio Real, de haberse llegado a realizar los diseños encargados al primer arquitecto de Luis XIV, Robert de Cotte. Mucho más importante hubiera sido la realización de alguno de los proyectos pedidos al propio De Cotte por el ministro Orry y la omnipotente princesa de los Ursinos para un nuevo palacio en el Buen Retiro. Las primeras ideas consistían en regularizar el edificio existente, eliminando partes y añadiendo otras, con antepatios y patios de honor al modo francés. Finalmente se optó por levantar un palacio de nueva planta junto al antiguo, ideando De Cotte dos variantes, ambas articuladas con un orden gigante sobre basamento almohadillado en un diseño fuerte y unitario claramente deudor de Bernini. La primera sigue el esquema tradicional francés de patio abierto; la segunda constituye un bloque de parecidas dimensiones, pero cerrado y dividido en cuatro patios mediante cuatro crujías que albergan la gran escalera y otros espacios de representación. Este plano prefigura el concebido por Vanvitelli para el palacio de Caserta, en Nápoles. Para tomar las medidas del terreno tanto en el Buen Retiro como en el interior del Alcázar había venido de Francia un oscuro ayudante de De Cotte, René Carlier, quien fue nombrado arquitecto real sin perjuicio de Ardemáns. La boda del rey en 1714 con Isabel de Farnesio marcó el abandono de aquellos proyectos y el final de la influencia francesa directa, en beneficio de la italiana, pero ésta tardó unos diez años en ir tomando forma gracias a Procaccini. Mientras, el rey decidió construirse un Sitio para su retiro, dominado por unos grandes jardines "à la mode de Paris", que constituyen el máximo exponente de la influencia en España de la nación originaria de Felipe de Borbón: La Granja de San Ildefonso.