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De Puntillas por Amor PDF Compaginado

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DESCRIPCIÓN BREVE
Un libro que explica la Santidad Cristiana
de forma practica y sencilla, expresando
que la vida en el Espiritu es una posibilidad
en este mundo.
Profesor del Curso:
Ma. Francisco H. Cho Si
DE PUNTILLAS
POR AMOR
Jhon T Seamands
1
De Puntillas por Amor.
De Puntillas por Amor
por John T. Seamands
Casa Nazarena de Publicaciones ● P.O. Box 527
Kansas City, Missouri, 64141, E.U.A.
Esta obra apareció en inglés con el título de On Tiptoe with Love. Fue traducida al castellano por Loida
Birchard de Dunn bajo los auspicios de la División de Publicaciones Latinas.
IMPRESO EN E.U.A. - PRINTED IN U.S.A.
Prólogo
"Lo que el mundo necesita ahora es el amor, el dulce amor" es el verso clave de una canción popular que se
ha oído en la radio y en la televisión recientemente. La canción dice la verdad. Lo que el mundo necesita es
una dosis gigantesca de amor.
Una pregunta básica es: ¿qué clase de amor necesita el mundo
Mucho se ha dicho acerca del amor estos días. Novela tras novela se ha escrito; canción tras canción se ha
compuesto; película tras película se ha producido, todas con el tema del amor. Y sin embargo la gente sabe
menos acerca del amor verdadero que nunca. El amor ha perdido su carácter y su contenido. Aun la palabra
"amor" necesita ser redimida.
Otra pregunta importante es: ¿en dónde hallaremos este amor
Los hombres van por todas partes en busca del amor. Algunos lo buscan en las universidades, en los
hogares, en las iglesias. Otros lo buscan en los cabarets, en las orgías, dentro y fuera del matrimonio. Sin
embargo, del amor verdadero encontramos menos y menos que nunca. Hay amargura, odio, abuso, rencor y
violencia en todos lados. El amor se ha vuelto concupiscencia.
La Biblia tiene mucho que decir acerca del amor. "Dios es amor"... "Cristo amó"... "El fruto del Espíritu es
amor..." "Ama a Dios con todo tu corazón"... "Ama a tu prójimo como a ti mismo"... "Amad a vuestros enemigos". El amor verdadero se semeja a Cristo. Es puro, no egoísta, y está listo a sacrificarse. El amor
verdadero es dado por Dios. Es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo quien nos es dado.
De puntillas por Amor
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Si queremos saber el verdadero significado del amor, si queremos encontrar el amor genuino, eterno,
tenemos que volvernos a Dios. Dios es la fuente del amor. Cristo es la manifestación del amor. El Espíritu nos
capacita para que amemos.
Jesús les dijo a los discípulos: "Por esto sabrán los hombres que sois mis discípulos, si os amáis los unos a
los otros." De los cristianos primitivos se dijo: "Mirad cómo se aman."
No basta decirle al mundo: "Dios es amor." La gente necesita ver ese amor. Los discípulos de Cristo tenemos
que mostrárselo. Y la única manera de llegar a manifestar el amor es primeramente recibiéndolo de Dios, al
permitir que el Espíritu more en nosotros. Vivir llenos del Espíritu es el secreto de la vida verdaderamente
amorosa, porque el amor es fruto del Espíritu. Por lo tanto no buscamos el amor solamente, buscamos al
Espíritu Santo que es la fuente del amor. Donde está el Espíritu, allí está el amor.
JOHN T. SEAMANDS
Prólogo
I
Viviendo Bajo el Nivel Posible
II
¿Dónde Estaba Antes
III
No Llenaba los Requisitos
IV
Aquí Empezamos
V
¿Qué Ocurrió Allá Arriba
VI
¿Qué Debo Hacer
VII
El Amor Es la Señal
VIII
Siga Caminando
IX
¿Es Esta la Respuesta
De puntillas por Amor
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Prólogo
"Lo que el mundo necesita ahora es el amor, el dulce amor" es el verso clave de una canción popular que se
ha oído en la radio y en la televisión recientemente. La canción dice la verdad. Lo que el mundo necesita es
una dosis gigantesca de amor.
Una pregunta básica es: ¿qué clase de amor necesita el mundo
Mucho se ha dicho acerca del amor estos días. Novela tras novela se ha escrito; canción tras canción se ha
compuesto; película tras película se ha producido, todas con el tema del amor. Y sin embargo la gente sabe
menos acerca del amor verdadero que nunca. El amor ha perdido su carácter y su contenido. Aun la palabra
"amor" necesita ser redimida.
Otra pregunta importante es: ¿en dónde hallaremos este amor
Los hombres van por todas partes en busca del amor. Algunos lo buscan en las universidades, en los
hogares, en las iglesias. Otros lo buscan en los cabarets, en las orgías, dentro y fuera del matrimonio. Sin
embargo, del amor verdadero encontramos menos y menos que nunca. Hay amargura, odio, abuso, rencor y
violencia en todos lados. El amor se ha vuelto concupiscencia.
La Biblia tiene mucho que decir acerca del amor. "Dios es amor"... "Cristo amó"... "El fruto del Espíritu es
amor..." "Ama a Dios con todo tu corazón"... "Ama a tu prójimo como a ti mismo"... "Amad a vuestros enemigos". El amor verdadero se semeja a Cristo. Es puro, no egoísta, y está listo a sacrificarse. El amor
verdadero es dado por Dios. Es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo quien nos es dado.
Si queremos saber el verdadero significado del amor, si queremos encontrar el amor genuino, eterno,
tenemos que volvernos a Dios. Dios es la fuente del amor. Cristo es la manifestación del amor. El Espíritu nos
capacita para que amemos.
Jesús les dijo a los discípulos: "Por esto sabrán los hombres que sois mis discípulos, si os amáis los unos a
los otros." De los cristianos primitivos se dijo: "Mirad cómo se aman."
No basta decirle al mundo: "Dios es amor." La gente necesita ver ese amor. Los discípulos de Cristo tenemos
que mostrárselo. Y la única manera de llegar a manifestar el amor es primeramente recibiéndolo de Dios, al
permitir que el Espíritu more en nosotros. Vivir llenos del Espíritu es el secreto de la vida verdaderamente
amorosa, porque el amor es fruto del Espíritu. Por lo tanto no buscamos el amor solamente, buscamos al
Espíritu Santo que es la fuente del amor. Donde está el Espíritu, allí está el amor.
JOHN T. SEAMANDS
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Prólogo
I
Viviendo Bajo el Nivel Posible
II
¿Dónde Estaba Antes
III
No Llenaba los Requisitos
IV
Aquí Empezamos
V
¿Qué Ocurrió Allá Arriba
VI
¿Qué Debo Hacer
VII
El Amor Es la Señal
VIII
Siga Caminando
IX
¿Es Esta la Respuesta
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I
Viviendo Bajo el Nivel Posible
No hace mucho una anciana falleció repentinamente en una ciudad del estado de Florida. Su esposo había
sido abogado en una ciudad del noroeste de Estados Unidos, y al fallecer él, ella se había trasladado a
Florida. Se vestía pobrísimamente y vivía en una casa vieja y destartalada. Compadecidos de ella los vecinos
la llevaban en sus automóviles de compras y a veces de paseo.
Cada ocho días venía una mujer para ayudarla con la limpieza de la casa. Un día cuando esa mujer entró
para limpiar, halló a la anciana, ya fallecida, en la cama. Llamó de inmediato a la policía; cuando los agentes
inspeccionaron la casa, encontraron aproximadamente un millón de dólares en cajas y cartones metidos en
los rincones de la casa. Al investigar más, averiguaron que tenía en una cuenta en el banco casi otro millón.
Por causa del aspecto inesperado de la muerte de la viuda, la policía ordenó una autopsia. ¡Imagínate la sorpresa general al saberse la causa de su muerte: insuficiente alimentación!
Se cuenta la historia de un joven irlandés quien hace muchos años decidió inmigrar al Nuevo Mundo para ganarse la vida. Trabajó muchísimo en su país hasta tener apenas el dinero suficiente para comprarse el billete
para cruzar el Atlántico en un vapor. Con el dinero que le restaba se compró unos panes y un queso, que
pensaba comer durante sus días de viaje en el vapor. Durante varios días, ya en alta mar, al llegar las horas
de las comidas, el irlandés iba a su cuarto a comer pan con queso. Pero el aire salino ensuaveció el pan y
endureció el queso, y el joven se aburrió de comida tan pobre.
Un mediodía, cuando él estaba en su cuarto resintiéndose, triste y hambriento, pasó por el pasillo un
camarero que llevaba una bandeja formidable de comida. El joven llamó al camarero y le dijo: "Señor, dígame,
¿dónde puedo conseguir una comida como esa"
"¿Cómo se subió usted a este vapor ¿No tiene usted billete, le preguntó el camarero.
"Claro que tengo billete" replicó el joven pasajero.
El camarero miró asombrado al irlandés, "Señor, ¿no sabe usted que el billete le da derecho a todas las
comidas a bordo Usted puede ir a los comedores, pedir cualquier cosa del menú, y comer cuanto usted
quiera." ¡Y ese joven se había alimentado con pan y queso cuando se podría haber estado deleitando todos
los días!
Muchos cristianos son como la anciana en Florida y el joven emigrado de Irlanda. Viven en un nivel bajísimo
en comparación con sus derechos y recursos espirituales. Les falta el gozo, cuando Dios les ofrece "gozo
inefable y lleno de gloria". Les falta la paz mientras que Dios quiere darles "paz que pasa más allá de la
comprensión humana". Están vencidos y descorazonados cuando Dios quiere que sean "más que vencedores
en Cristo" el Omnipotente. Están estériles e inefectivos mientras que el Padre celestial quiere llenarles "con el
poder de lo alto" para que lleven mucho fruto.
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En la parábola del hijo pródigo el hermano mayor se indignó mucho al oír a uno de los criados contar que su
hermano había vuelto a casa desde las tierras muy lejanas y que su padre le estaba preparando una fiesta.
Celoso y resentido, no quiso entrar en la casa. Su padre tuvo que rogarle que entrara a la fiesta. Nótese la
fuerza del diálogo:
"He aquí tantos años te sirvo, no habiendo traspasado jamás tu mandamiento, y nunca me has dado un cabrito para gozarme con mis amigos; mas cuando vino este tu hijo, que ha consumido tu hacienda con rameras,
has matado para él el becerro gordo."
El padre le respondió con calma: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas". El hijo mayor
podría haber tenido muchas fiestas. Pero no las tuvo, porque no las pidió. Jamás había hecho uso de sus
propias posesiones. Nuestro Padre Celestial nos está diciendo hoy día: "Todo lo que tengo es tuyo. Todos
mis recursos están a tu disposición." Si no vivimos la vida abundante, es simplemente porque no nos hemos
hecho dueños de toda nuestra herencia en Cristo. Jesús dijo que el Padre Celestial "dará el Espíritu Santo a
los que lo pidieren de El" (Lucas 11: 13).
Jesús habló del don del Espíritu Santo como la promesa del Padre. Dios había dado muchas promesas a sus
hijos. Las hemos encontrado en la Biblia y las hemos puesto como lemas en las paredes de la casa. Las
cantamos en los himnos; las aprendemos de memoria; las atesoramos en el corazón. Pero el Señor Jesús
escogió esta promesa para llamarla "la promesa del Padre". De todas, ésta es la promesa clave. ¿Y por qué
Porque todas las otras promesas que El dio trataban de dádivas-de la paz, del consuelo, de la dirección, y del
sostén. Pero aquí estaba la promesa de la dádiva del Dador. El Dador se daba a Sí mismo, y no había otra
dádiva mayor posible que pudiera dar.
Al dar al Espíritu Santo, el Padre nos daba precisamente eso; se nos daba a Sí mismo. Con qué razón se le
llama "La Promesa". Esta reunía todas las promesas en una sola. ¡El Dador, las dádivas se hicieron una! Se
asemeja al novio que ha traído muchos regalos a su querida- confites, perfumes, flores. Pero ahora llega al
día sagrado de la boda, cuando trae a regalar lo último-se da a sí mismo. Es "la dádiva". Sin ésta, las otras
dádivas quedarían desnudas. La dádiva de sí mismo consuma todas las otras. Asimismo el Padre Celestial
habiendo dado muchas dádivas a sus hijos, viene ahora al momento de la consumación-el momento de darse
a Sí mismo al creyente receptivo. Si perdemos esto, perdemos la mayor dádiva de Dios.
El apóstol Pablo describe la dádiva del Espíritu Santo de esta manera: "la garantía de nuestra herencia hasta
que nos hagamos poseedores de ella" (Efesios 1:14). La palabra griega que se traduce "garantía" es arrabón,
que significa el primer pago o "enganche." El arrabón era una práctica común en el mundo de los negocios de
los griegos. Era garantía de que se pagaría el resto del precio tratado, con tiempo. Si una persona vendía una
vaca, recibía cierta cantidad de dracmas en arrabón, es decir, en promesa de que se pagaría debidamente el
resto. Si se contrataba a un grupo de músicos para alguna fiesta, se les pagaba la cantidad del arrabón como
garantía de que después de la función se les daría el resto del dinero y cumpliría completamente el contrato.
Cuando yo, siendo joven, fui de misionero a la India, muy pronto aprendí el significado del primer pago o "enganche". Siempre que llamaba a un carpintero, o un albañil, o a un peón, para ayudarme con alguna tarea de
la casa, primero hacíamos el trato del total, inclusive el costo del material y el trabajo. Hecho este trato, el
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obrero siempre me pedía el enganche. Por ejemplo, si calculábamos gastos de cincuenta rupias, el hombre
me pedía unas cinco o diez rupias. Esto sellaba el trato y daba valor al contrato. Al completarse la tarea, se le
pagaba el resto al obrero.
Pues bien, lo que dice Pablo es que la experiencia del Espíritu Santo que tenemos en este mundo es
solamente disfrutar anticipadamente los gozos y las riquísimas bienaventuranzas del cielo; es la garantía de
que algún día entraremos de lleno en nuestra herencia en Cristo.
Supongamos que usted inesperadamente recibiera un aviso de un abogado que le dijera: "Señor, un tío suyo,
rico, falleció recientemente en Sudáfrica, y le ha dejado todos sus bienes. Yo soy el albacea del testamento.
Su tío tenía muchísimos bienes; entre ellos, vastas acciones en minas de diamantes, de oro y de uranio. Nos
estaremos varios meses en completar los detalles legales, pero mientras tanto, si usted necesita dinero, estoy
autorizado para avanzarle el primer pago."
Inmediatamente usted diría dentro de sí: "¡Magnífico! Bien podríamos usar unos centavitos para ropa y la casa
necesita componerse un poco." De modo que le dice al abogado: "¡Cómo no! Me gustaría recibir algunos
fonditos. ¿Cuánto me podría adelantar"
A lo que él dice: "¿Qué tal si le doy un cheque por la cantidad de $500,000.00 ¿Ayudaría eso"
Usted se queda boquiabierto y le contesta: "Perdone, señor, ¿dijo usted cinco mil o quinientos mil dólares"
"Dije quinientos mil. Lamento que sea tan poco por ahora."
"¿Tan poco Pues ¿cuánto vale toda la herencia"
"Señor, es más de lo que se le podría decir. Entre más se cuenta, más resulta."
Cuando Pablo habla del don del Espíritu Santo como el arrabón-el primer pago de nuestra herencia, da énfasis a la profundísima verdad de que la mayor y más íntima experiencia del gozo y la paz cristianos, posibles
en esta vida, son sólo una pálida anticipación del gozo al que entraremos algún día. Es como si Dios nos
dijera al aceptarnos como sus hijos: "Hijo, hija, no puedo traerte a mi presencia todavía porque aún tengo
tareas que quiero que hagas para mí en el mundo. Pero haré lo mejor posible. Te daré mi presencia en la
persona del Espíritu Santo y El habitará contigo de día y de noche; en enfermedades y en salud; en gozo y en
tristeza. No puedo traerte al paraíso todavía, pero pondré un poquito de paraíso dentro de ti. Esto será una
anticipación de lo venidero".
"Señor, es tan maravilloso tenerte viviendo dentro de nuestros corazones por medio del Espíritu Santo y saber
que Tú estás con nosotros todo el tiempo. Es de maravilla tener la experiencia de tu gozo y tu paz en medio
de las pruebas y las tristezas de la vida. Si esto es no más que una anticipación del cielo, ¿cómo será la
herencia final
Dios ofrece la plenitud del Espíritu Santo y la vida abundante a todos sus hijos. ¿Hemos demandado nosotros
nuestra herencia ¿Estamos viviendo a la altura de todos nuestros recurso
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II
¿Dónde Estaba Antes
Las últimas palabras de nuestros seres amados al punto de partir a la otra vida son las que más atesoramos y
a las que más caso hacemos.
Hace muchos años que guardo entre las páginas de mi Biblia un papelito en que mi querida abuelita me
escribió su nota de despedida antes de fallecer, en noviembre de 1943. Mi hermano y yo le teníamos
muchísimo cariño a la abuela. Había enviudado a los cuarenta y siete años de edad, y más tarde, cuando
tenía cincuenta años se trasladó a la India para que mi hermano y yo pudiéramos vivir en su hogar al asistir a
la escuela en la ciudad mientras que mis padres trabajaban en la obra misionera en el interior. Años más tarde
se trasladó a Wilmore, en el estado de Kentucky, de regreso en Estados Unidos para que mi hermano y yo
tuviéramos un hogar mientras cursábamos los estudios en la academia de Asbury, y después en la
Universidad. Mi abuela pagó los gastos de nuestros estudios de música además de compramos a cada uno,
un piano, un trombón, y un acordeón. Por lo visto, era como tener una segunda madre.
Mucho tiempo después, mi abuelita padeció un ataque serio del corazón y, dándose cuenta de que estaba
cercana la muerte, me envió esta nota desde su casa en Kentucky a la India donde yo servía como misionero:
Mi queridísimo J.T.: Este es mi "adiós". Me voy para estar con Jesús. Tu hijita Silvia (que en estos días tenía
un año) es tan primorosa. Predica la Palabra y no te apartes del antiguo libro. Sé bueno y nos encontraremos
en el cielo. Con amor
Tu Abuelita.
Este fue el último mensaje de mi abuela y por lo tanto lo he guardado con cuidado durante todos estos años.
Encarecidamente me he esforzado a predicar la Santa Palabra. Tengo la firme intención de encontrarme
algún día con ella en el cielo.
Ahora bien, si de tal modo atesoramos y respetamos las últimas palabras de nuestros seres queridos terrenales, ¡cuánto más debemos dar atención a las últimas palabras de nuestro Señor y divino Salvador!
¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de que El ascendiera al Padre Les había
dicho tantas cosas inmortales. "Amad a vuestros enemigos." "Sed siervos de todos." "Pierde tu vida para
poder hallarla," etcétera, pero ¿qué es lo que El escogió como de mayor importancia ¿La última cosa de la
que quiso hablar Nótense estos dos pasajes de la pluma del historiador de la cristiandad primitiva, San Lucas:
He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén,
hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los
bendijo (Lucas 24:49-50).
Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la
cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el
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Espíritu Santo dentro de no muchos días pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo
dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos (Hechos 1:4, 5, 89).
Así que las últimas palabras de Jesús a sus discípulos trataron del Espíritu Santo. Jesús sabía que si no comprendían esta verdad, dejarían de ver todo el asunto de la redención. Porque el Espíritu Santo es la redención
que continúa dentro de nosotros. Aparte de El, la redención está fuera de nosotros-en la historia, en el Jesús
histórico. Pero por medio del Espíritu Santo lo histórico se vuelve personal; por medio de El, el Dios
encarnado se vuelve el Dios que habita en nosotros.
De modo que Jesús mandó a sus discípulos que no se apartaran de Jerusalén, sino que esperasen a ser
investidos del poder de lo alto por medio de la plenitud del Espíritu Santo.
Durante su ministerio terrenal Jesús dijo tres palabras importantes. Al principio de su obra, dijo, "Venid".
"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar" (Mateo 11:28). Después de su
resurrección El les mandó a sus discípulos: "Id". "Id haced discípulos a todas las naciones" (Mateo 28:19).
Pero antes de su ascensión les mandó: "quedaos," o esperad. "... quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto" (Lucas 24:49). Es el esperar lo que le da valor a
venir y a ir. En cada caso, junto con el mandamiento, Jesús les dio a sus discípulos una promesa. Al decir
"Venid" les prometió "Yo os haré descansar". Cuando les mandó "Id," les prometió "He aquí Yo estoy con
vosotros todos los días," y cuando les mandó que esperaran, les prometió, "Seréis bautizados con el Espíritu
Santo... y recibiréis potencia."
¿Qué hicieron los discípulos en cuanto al último mandamiento de Jesús En primer lugar, lo obedecieron. Inmediatamente regresaron a Jerusalén y fueron al Aposento Alto. No se extraviaron; no perdieron tiempo. El
Maestro había dicho "quedaos" y "recibid" y ellos hicieron planes firmes de esperar hasta recibir el don del
Espíritu Santo. Todos los otros planes y deberes fueron puestos a un lado por el momento. Había solamente
un asunto en el programa. El mandamiento de Jesucristo tenía preeminencia sobre todas las otras cosas.
Si nosotros los cristianos de hoy día hemos de ser instrumentos efectivos para la redención y la reconciliación
en un mundo lleno de turbaciones y ansiedades, nos será menester tomar a pecho la orden de nuestro Señor
de que esperemos el bautismo con el Espíritu Santo. Tendremos que obedecer esa exhortación. Pedro dijo
claramente que Dios da el Espíritu Santo "a los que le obedecen" (Hechos 5:32). El mandamiento a esperar
es tan válido como lo es el mandamiento a arrepentimos de nuestros pecados, o a creer en el Señor
Jesucristo. No se trata de algo que podamos tomar, o dejar, a nuestro gusto. ¡Esto es un requisito! Lo es
pues, sin ser llenos del Espíritu Santo no podemos ser llenos de utilidad.
¿Qué ocurriría si la iglesia de hoy día hiciera a un lado sus planes para la construcción de edificios, las
comidas, las ventas, las reuniones de comités, y los esfuerzos financieros y se dedicara a obedecer el
mandamiento de Dios Tan sólo pensarlo nos conmueve. Sería la chispa que principiaría fuegos de un
avivamiento sobresaliente en la historia. ¿Qué hubiera pasado si los primeros discípulos no hubieran
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esperado a ser investidos con la potencia de lo alto ¿Habría iglesia hoy ¿Y qué pasará si nosotros no esperamos "la potencia de lo alto"
La crónica en Hechos nos cuenta que los discípulos perseveraban unánimes en oración (Hechos 1:14). No
sólo estaban reunidos en un sitio. También tenían unanimidad de mente y de corazón. Había completa unidad
de propósito y de deseo. Y continuaron en oración y en súplica por varios días buscando una sola cosa-el
bautismo con el Espíritu Santo. Tenían todas sus oraciones enfocadas en un blanco.
Los discípulos no sólo respondieron a la exhortación de Cristo con obediencia. Respondieron con fe. Se
acordaron de las palabras de Jesús durante la primera parte de su trabajo aquí en la tierra cuando El dijo:
"Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan" (Lucas 11:13). Jesús también había dicho, "Pedid y se os
dará... porque todo aquel que pide recibe" (Lucas 11:9-10). En otro lugar, El les había prometido antes de su
ascensión, que ellos recibirían el bautismo del Espíritu Santo dentro de pocos días. De modo que los
discípulos pidieron y en fe creyeron la palabra de Cristo que los que piden sí reciben. Descansaron totalmente
en la divina promesa. Y la historia bíblica nos dice que en el día del Pentecostés "todos fueron llenos del
Espíritu Santo". La promesa se cumplió.
No debemos equivocarnos y pensar que el Espíritu Santo entró al mundo por primera vez en el Día de Pentecostés; que había estado escondido detrás del telón durante tanto tiempo, y que salió repentinamente al
escenario de la historia humana. No fue así. Siendo Dios, es coeterno con el Padre y existe desde el principio
del tiempo; sí, y aún desde antes del tiempo. Ha estado obrando en el mundo desde el amanecer del
universo.
En el Antiguo Testamento se hace referencia al Espíritu Santo más de 90 veces. En la mayoría de ellas se le
llama el "Espíritu del Señor" o "el Espíritu de Dios". Muchas veces se le llama simplemente "el Espíritu". Tres
veces se le llama el "Espíritu Santo". Algunas veces se le designa "el Espíritu de la sabiduría," o "del juicio," o
"de la gracia."
La actividad divina del Espíritu Santo es notable a través de todo el Antiguo Testamento. La Palabra revela el
hecho de que El fue un agente en la creación del universo. En Génesis 1:2 leemos: "Y la tierra estaba
desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la
faz de las aguas". Fue el Espíritu quien sacó orden del caos. En otro lugar leemos que "su Espíritu adornó los
cielos" (Job 26:13).
El Santo Espíritu también participó en la creación del hombre. Eliú, uno de los personajes principales en el
drama de Job dio fe de ello cuando dijo: "El Espíritu de Dios me hizo y la inspiración del Omnipotente me dio
vida" (Job 33:4). El Espíritu también sostiene toda la vida sobre la tierra. Job dijo, "... todo el tiempo que mi
alma esté en mí, y haya hálito de Dios en mis narices. (Job 27:3).
Uno de los aspectos mayores de la actividad del Espíritu fue su parte en la inspiración de los escritores que
nos han dado la historia, las leyes, las promesas, los preceptos, y las profecías del Antiguo Testamento.
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Aunque los autores mismos procedieron de todos los niveles sociales se reconocieron como instrumentos del
Divino Espíritu.
En el Antiguo Testamento leemos que el Espíritu Santo vino sobre ciertos hombres de una manera especial
para equiparlos a rendir algún servicio específico a Dios. Se les dieron las cualidades necesarias para la
tarea, fuese física, mental o espiritual, que Dios les había encargado. El Espíritu Santo les dio profunda
sabiduría a Moisés, a Josué y a David para que pudieran gobernar a su pueblo con más justicia. A veces vino
sobre los jueces y líderes de Israel para darles valentía y fuerzas en casos de emergencias o crisis. El Espíritu
preparó a Gedeón para batallar contra los madianitas (Jueces 6:34) y a Sansón le dio fuerzas para matar al
león (Jueces 14:6). Luego, otra vez, en las épocas de la construcción del Tabernáculo y del Templo como
sitios de residencia de la presencia de Dios y de la adoración del hombre, el Espíritu Santo les impartió mayor
habilidad intelectual y mayores talentos artísticos a Bezaleel y a David quienes fueron los encargados de
estas tareas (véase Éxodo 31:1-5 y I Crónicas 28:11-12).
En el Antiguo Testamento también hay ciertas caras promesas que tienen que ver con el ministerio mayor y
más amplio que había de venir. En Ezequiel tenemos la promesa de la obra del Espíritu en la regeneración o
el nuevo nacimiento:
Y os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de
piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
mandamientos y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra (Ezequiel 36:26-27).
Luego, por medio del profeta Joel, Dios dio la maravillosa promesa de la plenitud del Espíritu Santo que se
cumplió en el Día del Pentecostés:
Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas;
vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las
siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Joel 2:28-29).
Los Evangelios son, en gran parte, una transición entre la dispensación del Antiguo Testamento y la época del
Nuevo Testamento. Se hallan atrás del Pentecostés. Sin embargo nos ofrecen un rico tesoro en cuanto a la
actividad del Espíritu Santo, especialmente en la vida y el ministerio de nuestro Señor Jesucristo.
La concepción de la naturaleza humana de Cristo en el vientre de María fue obra del Espíritu Santo (Mateo 1:
20). En el principio de su ministerio terrenal, Cristo fue bautizado por el Espíritu Santo y ungido para servir
(Juan 1:33). El fue "llevado por el Espíritu" al desierto para el conflicto con Satanás y volvió victorioso "en
virtud del Espíritu" (Lucas 4:1, 14). Todas sus maravillas se hicieron en virtud del Espíritu (Lucas 4:18-19). Fue
la agencia del Espíritu Santo lo que le levantó de los muertos (Romanos 8:11).
Durante su ministerio público Jesús se refirió al Espíritu Santo varias veces. A los fariseos les amonestó a no
pecar contra el Espíritu Santo (Mateo 12:22-32). Este sería el pecado de aseverar que los milagros de Cristo
fueron hechos por un demonio o espíritu inmundo en vez de por el poder del Espíritu Santo. A Nicodemo,
miembro del Sanedrín, Jesús le habló de la necesidad de ser nacido del Espíritu para poder entrar al reino de
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los cielos (Juan 3:1-7). En la sinagoga en Capernaum, El declaró que el Espíritu Santo es la fuente de la vida
espiritual (Juan 6: 63). A sus discípulos les dijo que el Padre Celestial le daría el Espíritu Santo a los que se lo
pidieran (Lucas 11:13). En el último día de la fiesta de los tabernáculos en Jerusalén, Jesús anunció que
cuando viniera el Espíritu Santo en su plenitud, haría correr ríos de agua viva de la vida del creyente (Juan
7:37-39).
Jesús tuvo mucho que decir sobre la persona y el ministerio del Espíritu Santo cuando se encontró con sus
discípulos por última vez en el Aposento Alto. El les dijo:
Pero yo os digo la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendrá a
vosotros; mas si me fuere, os le enviaré. Y cuando él venga, convenceré al mundo de pecado, de justicia y de
juicio (Juan 16:7-8).
Jesús les dijo a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñaría todas las cosas y les traería a la memoria
todas las cosas que El les había dicho (Juan 14:26). Les guiaría a toda verdad y les mostraría cosas que
habían de venir (Juan 16:13). Moraría en ellos y habitaría con ellos para siempre (Juan 14:16-17). Además,
daría testimonio de Cristo y siempre le glorificaría (Juan 15:26; 16:14).
Después de la resurrección, Jesús siguió hablando a sus discípulos acerca del Espíritu Santo. Cuando
primero se le apareció, sopló y dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20:22). Más tarde les mandó que se
quedaran en Jerusalén hasta ser investidos de la verdad del Espíritu Santo (Lucas 24:49). Les prometió que
serían bautizados del Espíritu Santo dentro de pocos días y que recibirían poder para ser eficaces testigos de
El por todo el mundo (Hechos 1:5, 8).
Cuando llegamos a los Hechos de los Apóstoles, nos hallamos ya de este lado del Pentecostés, en una nueva
época. El Espíritu Santo está siempre al frente. Es el personaje principal en la iglesia primitiva. Si el Padre es
la Persona principal en la revelación del Antiguo Testamento, y el Hijo es la principal en la época de los evangelios, ciertamente el Espíritu Santo es la principal desde el Pentecostés. El Libro de los Hechos es en
realidad los Hechos del Espíritu Santo. El es quien lleva a cabo la obra del reino a través de sus instrumentos
escogidos a quienes El llama y prepara para su servicio. Se le menciona 49 veces en el Libro de los Hechos
desde el principio (1:2) hasta el fin (28:25).
En el Día del Pentecostés los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo y desde entonces se les llamó
hombres y mujeres llenos del Espíritu Santo. El Pentecostés introdujo la dispensación del Espíritu Santo y dio
principio a una nueva y más íntima relación entre el Espíritu divino y el personaje humano. En la vieja
dispensación, el Espíritu fue dado a un número selecto; en la dispensación nueva está al alcance de todos. En
la vieja dispensación, fue dado de una manera limitada; en la nueva se nos es dado sin medidas-en su
plenitud. Anteriormente fue impartido esporádicamente, de vez en cuando, para ciertas tareas; ahora El viene
a habitar para siempre y le da poder al creyente para la vida cotidiana. Antes el énfasis enfocaba en proezas
físicas; ahora enfoca a la pureza interior y al poder espiritual. Anteriormente el Espíritu Santo venía sobre el
individuo; ahora habita dentro de nosotros.
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¿Por qué es que el Espíritu Santo no pudo ser dado en su plenitud antes del día de Pentecostés San Juan
nos da la respuesta a esta pregunta en su Evangelio:
En el último día grande de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a
mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él: pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque
Jesús no había sido aún glorificado (Juan 7:37-39).
He ahí la respuesta: "aún no había venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado". Era menester fijar el modelo del poder antes de que pudiera darse el poder. Fue necesario que Jesús viviera, muriera
y resucitara. Así se fijó el modelo. Es poder que se semeja a Cristo. Ahora sí Dios podía darlo con las dos
manos.
En el Antiguo Testamento leemos que el Espíritu vino sobre Sansón y que éste salió a matar a mil filisteos
(Jueces 15:14-17). En el Nuevo Testamento no leemos que el Espíritu Santo haya venido sobre los discípulos
en el Aposento Alto, y que ellos salieran a matar a miles de los responsables de la crucifixión de Jesús.
Jesús nos da el modelo del Espíritu Santo, tanto en el poder como en la pureza. Jesús fue la santidad infinita
y la sanidad infinita. Le inyectó el contenido correcto al concepto del Espíritu. Así como no es posible saber
cómo es Dios aparte de Jesús, tampoco es posible comprender de lleno cómo es el Espíritu Santo sin Jesús.
Ahora sabemos que el Espíritu Santo es igual a Jesús. El también es santidad infinita y sanidad infinita. Así
que ya no le tenemos temor. El ser llenos del Espíritu Santo quiere decir que nos asemejamos a Jesucristo.
El pastor de una iglesia grande le dijo en cierta ocasión al Dr. E. Stanley Jones: "Cada vez que usted menciona al Espíritu Santo, me causa escalofríos". Cuando se le preguntó el motivo de tal reacción, explicó: "Me
es horripilante el emocionalismo desenfrenado."
El Dr. Jones le replicó: "Amigo mío, usted está limitando al Espíritu Santo al modelo de ciertas personas que
se han ido a extremos. Cristo es nuestro modelo. El fue más lleno del Espíritu Santo que cualquier otro ser
que jamás anduvo sobre la faz de la tierra. ¿Tiene usted miedo de semejarse a Jesucristo"
"¡Ah, eso ya es otra cosa!" exclamó el predicador. "En tal caso no hay por qué temer." Su actitud cambió de
resistencia a receptividad en cosa de pocos minutos. En cuanto se le corrigió el concepto que tenía del
modelo, tuvo la actitud correcta.
Fueron necesarios la vida, el ministerio, la muerte, y la resurrección de Jesús para que pudiéramos adquirir el
concepto adecuado del Espíritu Santo.
Además, se requirió el ministerio completo de Cristo para permitir que el Espíritu Santo ministrase a las necesidades del hombre de una manera ilimitada. La tarea del Espíritu es ser testigo de la persona de Cristo. Y El
no podía serlo sino hasta que dicha Persona divina (Jesucristo) hubiese entrado en la corriente de la historia y
vivido una vida victoriosa y perfecta entre los hombres. El ministerio del Espíritu es hacer que la redención se
vuelva personal para el individuo, y tal cosa no sería posible sin la muerte y la resurrección del Salvador. El
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objetivo supremo del Espíritu Santo es glorificar a Cristo sobre la tierra, pero no le fue posible hacerlo sino
hasta que Jesús hubo ascendido al Padre y fue glorificado en el cielo. Cuando el Espíritu Santo vino en todo
su poder en el Día de Pentecostés, fue la señal y el sello de que Jesús ya estaba glorificado y que ahora era
el Señor exaltado.
El Pentecostés, por lo tanto, es significativo desde el punto de vista de la aceptación de la obra de Cristo completada en la cruz. Ahora la salvación puede ser la experiencia de todo aquel que acepta la oferta que le
extiende el Señor exaltado. Los mensajeros pueden proclamar libremente las buenas nuevas, es decir, el
perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo. Los creyentes tenemos en el cielo a nuestro Salvador y su
obra aceptada; mientras que en la tierra tenemos aun dentro de nosotros mismos al Espíritu Santo que aplica
la obra completa con todos sus beneficios, a los creyentes.
El Pentecostés fue el principio de toda una nueva época en la historia de la redención y del trato de Dios para
con el hombre. Y cuando el Pentecostés se vuelve algo personal para nosotros, puede traer un nuevo
amanecer a nuestras vidas espirituales
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III
No Llenaba los Requisitos
En el capítulo ocho de los Hechos leemos de un movimiento evangelístico que se llevó a cabo bajo la dirección del evangelista laico llamado Felipe en la ciudad de Samaria. Cuando Felipe llegó a la ciudad halló que
los habitantes estaban casi mesmerizados por un mago que se llamaba Simón. Todo el pueblo estaba a sus
pies. El decía tener ciertos poderes sobrenaturales, e hizo creer a la gente que eran don de Dios. Sin duda era
un vivo charlatán que sabía engañar a la gente ilegítimamente, con motivos egoístas bajo guisa de religión.
Felipe era un hombre lleno del Espíritu Santo. Sin temor empezó a proclamar a Jesús y el Reino de Dios. Bajo
el poder del Espíritu también hizo muchos milagros notables. Los samaritanos le hicieron caso, escuchando
sus mensajes y observando sus obras, y antes de mucho tiempo, recibieron al Cristo a quien él predicaba. Se
volvieron de lo ilegítimo a lo verdadero; de la magia del curandero al milagro de la salvación. Se les
transformó la vida y se les curó el cuerpo. Fueron bautizados en el nombre de Cristo y la ciudad se llenó de
gozo.
Todo esto le causó confusión a Simón el Mago. Perdió a sus oyentes y su dinero. El sintió que Felipe le había
robado sus seguidores. Pero en verdad no fue Felipe sino el Cristo de Felipe quien había ganado los
corazones de la gente. Razonando que ya que no había podido convencerlos le convenía cambiar de método,
Simón decidió unirse a Felipe para recuperar el favor del pueblo. Recibió el bautismo e hizo papel de
creyente.
Cuando llegaron noticias a los apóstoles en Jerusalén de que Samaria había aceptado a Cristo, enviaron a
Pedro y a Juan y éstos se dedicaron especialmente al ministerio entre los recién convertidos. Pusieron énfasis
en el bautismo con el Espíritu Santo y muy en breve los creyentes en Samaria recibieron su Pentecostés
individual.
Simón el Mago vio todo esto con mucho interés. Había creído que el bautismo con agua sería suficiente para
iniciarlo. Pero, no. Parecía que había aún más proezas en la imposición de las manos. Creyó que él también
podría adquirir ese toque poderoso, de modo que lo buscó. Trajo dinero y se lo ofreció a los apóstoles
diciendo: "Dadme también a mí esta potestad, que a cualquiera que pusiere las manos encima, reciba el
Espíritu Santo". ¡Con bienes materiales trataba de comprar la potencia celestial!
Es posible que Simón Pedro sospechara de Simón Mago desde un principio pero ahora pudo ver la falsedad
claramente. ¡Qué reprensión tan marchitante la que le dio Pedro! "¿Quieres esta virtud" le habrá rugido,
"¿quieres cohecharme ¡Tu dinero perezca contigo! Tu corazón no está correcto delante de Dios y no tienes
qué ver con este asunto del Espíritu Santo. Arrepiéntete y pide el perdón de Dios".
Simón el Mago es una advertencia para todos nosotros. Es un ejemplo clarísimo de la falta de profundidad
cristiana que se halla muchas veces en la iglesia. Había sido bautizado y se le había dado un lugar en la
comunión de los fieles. Hasta había fungido como líder. Pero todavía tenía una absurda ignorancia de los
asuntos más elementales de la vida cristiana.
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Como muchos en la iglesia de hoy día, Simón el Mago tenía una idea muy limitada de lo que es el Espíritu
Santo. En primer lugar creyó que el Espíritu era un "algo," una cosa intangible. Una influencia quizás como el
"espíritu de independencia," o el espíritu de lealtad escolar. O quizás un dinamismo, como la gasolina en el
tanque o la electricidad en el dinamo. No pudo comprender que el Espíritu Santo es una persona-una persona
con quien podemos tener una relación íntima.
Siendo persona, el Espíritu Santo posee todos los atributos de la personalidad. Tiene mente, voluntad y
afectos. Piensa, determina y siente. Hace actos personales, habla, testifica, llama, escudriña y manda. Es
posible resistirle, herirle y pecar contra El.
El Espíritu Santo es Persona divina, es miembro de la Divina Trinidad. Es Dios. Posee todos los atributos de la
Deidad. Es omnipotente, omnisciente, omnipresente, soberano y santo. Se le atribuyen hechos divinos, la
creación, la preservación, la regeneración, la santificación y la resurrección de los muertos. Siendo Dios, el
Espíritu Santo es el objeto de nuestra honra y adoración.
El Espíritu Santo es el ejecutivo de la Deidad. Es el Padre y el Hijo en el mundo de los hombres y en el
corazón de los hombres. Funciona en la naturaleza y en la historia para llevar a cabo los decretos y las obras
de la Deidad.
En segundo lugar, Simón Mago creyó que los hombres tenían la autoridad de otorgar al Espíritu Santo. Se
quedó viendo cuando Pedro y Juan imponían las manos y la gente recibía al Espíritu Santo. Entonces pidió
poder para imponer las manos y así dispensar este poder divino. Pero no hay hombre por espiritual o
importante que sea que tenga la autoridad de otorgar al Espíritu de Dios. Algunas veces el predicador o el
evangelista pone las manos sobre el que busca al Espíritu Santo, pero esto no es más que simbolismo para
fortalecer la fe del que pide. El mismo no puede transmitir el Espíritu Santo. El testimonio de Juan el Bautista
dice claramente que sólo Cristo puede bautizar con el Espíritu Santo (Mateo 3:11; Marcos 1:8; Lucas 3:16;
Juan 1:33).
El obispo Jaime Thoburn, uno de los iniciadores de la obra misionera de la Iglesia Metodista en la India,
estaba una vez predicando acerca del bautismo con el Espíritu Santo en unas conferencias. Al llegar al final
de su mensaje, se retiró del púlpito y dijo en voz baja a sus oyentes: "Tengo que reconocer que, aunque soy
obispo metodista no puedo administrar este bautismo. Pero un Amigo mío y yo hemos quedado de acuerdo
antes del servicio. El es el único que puede administrar este bautismo. Me ha asegurado que estaría presente
para que si alguien dijera 'Yo quiero recibir ese bautismo,' El estaría aquí para administrarlo, para recibir la
sincera consagración y para honrar la fe sincera."
Tenía razón el obispo. Nadie, sólo Cristo, puede otorgar al Santo Espíritu, y El está siempre disponible para
hacerlo.
Simón el Mago creyó que el don del Espíritu Santo podría comprarse por algún precio. Hasta trajo dinero para
ponerlo a los pies de los apóstoles. Es posible negociar hasta adquirir ganancias en las instituciones de la
religión, pero no es posible hacer negocio del Espíritu Santo. El bautismo del Espíritu, como todas las
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bendiciones de Dios es un obsequio. No se puede ni comprar, ni adquirir, ni ganar por mérito. Siendo
obsequio, solamente puede ser recibido. Dios da el Espíritu Santo a los que se lo piden. "Pedid y se os dará."
Algunas personas dicen "He estado buscando al Espíritu Santo ya hace muchos años." El hecho es que no le
han estado buscando sino resistiendo. No es necesario buscar, sino simplemente pedir y recibir.
Simón el Mago creía que el bautismo del Espíritu Santo era un fin en sí mismo. Pensaba del Pentecostés en
término de lucirse y de ganar poder para hacer lo espectacular. Quería restablecer su prestigio perdido, y
ganar de nuevo a sus seguidores. Quería impresionar a la gente. Estaba más preocupado con sus conquistas
que con su carácter; más preocupado con lo que iba a hacer que con lo que iba a ser. Quería poseer al
Espíritu para ver qué podía él hacer con el Espíritu y no para ver qué podía hacer el Santo Espíritu con él.
Quería gloriarse, y no dar gloria al Salvador.
El Espíritu Santo no trata de gloriarse. No habla de Sí mismo, habla solamente de Jesucristo. Desea
solamente glorificar a Cristo. El no permite que nosotros hablemos de nosotros mismo ni que tratemos de ser
vistos. El desear al Espíritu Santo incluye el deseo de glorificar a Cristo en todo y estar listos a morir a
nosotros mismos. Tenemos que estar listos para que El nos use.
Simón el Mago pensaba del Espíritu Santo sólo en términos del poder. Pero el poder de Dios no se nos puede
dar aparte de la pureza. Galahad, el caballero en el gran poema de Tennyson dice: "Mi poder es el poder de
diez porque mi corazón es puro". El poder es resultado de la santidad del corazón y una disposición que se
semeja a Cristo. Muchas personas buscan el poder pero no buscan la pureza. Pero Dios no da su poder a una
persona egoísta que no se haya rendido del todo. Da su poder solamente al que está listo a ser limpiado. El
Espíritu es antes de todo el Santo Espíritu: el que purifica. Por lo tanto es el que da poder.
El hecho es que Simón el Mago no sólo estaba muy equivocado en sus conceptos del Espíritu Santo, tampoco
llenaba los requisitos para ser un candidato genuino para el bautismo con el Espíritu. Vemos claramente, por
la regañada que le dio Pedro, que el mago no había sido regenerado, y que no estaba en comunión con el
Padre Celestial. No se había arrepentido de manera genuina ni había recibido el perdón de sus pecados. En
realidad no se había convertido; y el bautismo con el Espíritu Santo se ofrece tan sólo a los que han nacido
del Espíritu.
Pero, usted dirá: "¿No nos cuenta el relato bíblico que Simón también creyó" (Hechos 8:13). Así dice, pero es
menester examinar la fe de Simón Mago. Es posible ser creyente hasta cierto punto y no ser salvo.
En su evangelio, Juan nos relata de muchos que creyeron en Cristo durante el ministerio público de nuestro
Señor:
Estando en Jerusalén en la fiesta de la pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía.
Pero Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diese
testimonio del hombre, pues El sabía lo que había en el hombre (Juan 2:23-25).
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Aquí se ve claramente que hay quienes son creyentes verdaderos y quienes no lo son. Hay quienes han
hallado ciertos atractivos en el evangelio y se han allegado a él superficialmente. Pero el Maestro conoce los
recintos escondidos de su corazón y no está contento con ellos. La fe consiste en más que un asentimiento
mental a la verdad. La fe genuina resulta en acción. Santiago escribe en su epístola: "La fe sin obras es
muerta... también los demonios creen y tiemblan" (Santiago 2:20- 19).
El año pasado mi esposa y yo viajamos por las islas del sur del Pacífico. Muchos meses antes del principio del
viaje hicimos los arreglos necesarios y recibimos información completa acerca del viaje. Sabíamos el número
de cada vuelo, la hora exacta de salida y de llegada; qué clase de aparato, el costo del billete, el nombre de
cada compañía aérea, etc. Creímos plenamente la información que se nos dio y creímos que los aviones nos
llevarían sin percance a nuestro destino y que nos traerían de nuevo a casa. Podríamos haberlo creído de
todo corazón y todavía quedarnos en casa hasta que nos brotaran las canas sin jamás cruzar el Pacífico. Pero
nos fue menester poner nuestras creencias en acción. Pagamos los billetes y abordamos el avión con todo y
equipaje. Hasta antes de subir al avión, sólo creíamos. En cuanto abordamos y nos abrochamos los
cinturones de los asientos dimos muestras de fe. No lo dijimos con palabras, pero en efecto decíamos: "Señor
piloto, aquí nos tiene; vengan nubes o cielos claros; vengan vientos o un vuelo agradable. Nos
encomendamos a sus manos y a las manos de la tripulación cuyas habilidades son promesa de que en cinco
horas estaremos en Honolulú."
Si queremos otra ilustración, es posible creer sinceramente que si escribimos una carta y la echamos al
buzón, se irá a la dirección destinada. Pero el creer no se hace fe sino hasta que soltamos la carta, cae al
buzón y la encomendamos al cuidado de las autoridades del correo.
Es algo absurdo hacer esta comparación pero nótese que es posible creer cada palabra en la Biblia y quedar
eternamente perdidos. Tenemos que poner en acción lo que creemos. La fe es una acción voluntaria-el
encomendarnos a la persona de Cristo. Creemos que la Biblia es la palabra de Dios; que Jesucristo murió por
salvar a los pecadores; que El puede perdonar el pecado- ¡claro que sí! Pero llega el momento cuando
nuestra fe espera en El y decimos en el corazón: "Señor Jesús, creo que Tú moriste por mí. Creo que Tú me
perdonas ahora mismo. Encomiendo la totalidad de mi vida a tu cuidado, ya sea en enfermedad, o en salud;
sea en adversidades o en prosperidad; en tristeza o en gozo. Yo creo que Tú puedes conducirme a salvo en
todo el transcurso de la vida hasta llegar a la otra playa." Esto es la fe.
Simón el Mago dio muestras de creencia mental, pero él no empleó la fe salvadora. Y por causa de su fe
superficial, su conversión fue superficial. Fue bautizado y se allegó al grupo de creyentes, pero su corazón no
estaba recto delante de Dios. Pedro lo mostró claramente. Simón se allegó a la iglesia pero no a Cristo. Tuvo
comunión con Felipe pero no con el Salvador a quien él predicaba. Había rendido su magia pero no se había
rendido a sí mismo: era egoísta. Tenía una ignorancia absoluta de los principios básicos de la vida cristiana.
Como resultado, no hubo cambio verdadero en su vida. Era aún la vieja criatura de Simón Mago.
Esta es la prueba de la conversión. ¿Ocurrió algo en su vida ¡No, no! No quiero decir un estallido de emociones, un relámpago o visiones repentinas. ¿Hubo transformación en su vida ¿Cambió el manantial secreto de
su carácter ¿Hizo usted contacto con el Cristo viviente
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El gerente de una tienda vio a un niño que le daba golpes a la máquina vendedora de bombones. Le corrían
tremendas lágrimas.
"¿Qué te pasa, niño" le preguntó.
Con voz quejosa éste le respondió: "Es que le he metido la moneda y no ocurrió nada."
Eso es lo que pasa. Mucha gente profesa creer, pero no ocurre nada.
La conversión no es sólo un cambio de rótulo, sino un cambio interior de vida. No es simplemente horizontal
(es decir, un de aquí para allá) o cambio de agrupación. La conversión es básicamente vertical (el cambiar de
un nivel de vida a otro), al salirse de uno mismo y al entrar en Cristo.
Hace algunos años un sacerdote católico que trabajaba en la India, tuvo de cocinero a un hombre musulmán.
Un día inesperadamente se llegó el cocinero y le dijo: "Señor, quiero hacerme cristiano. Por favor; bautíceme".
Sin averiguar los motivos del hombre, lo bautizó y lo recibió en la iglesia. Al ponerle el agua el sacerdote le
dijo: "Ya no eres Abdul (nombre musulmán); desde hoy en adelante serás Daood (David)."
Acabada la ceremonia el sacerdote le dijo: "Te advierto que ya no debes comer carne de carnero los días
viernes sino solamente pescado". Ese hombre era muy aficionado al carnero en curry (un condimento de la
India). Pasaron unas semanas. Todo iba bien hasta un día viernes cuando vinieron unos amigos del cocinero
a visitarle y él quiso festejarlos con carnero. Mientras se preparaba el almuerzo, el aroma delicioso del carnero
llamó la atención del sacerdote. Llamó al cocinero y le reprendió.
"Daood, te dije claramente que no debías de preparar carnero los viernes, sino solamente pescado."
"Señor, esto no es carnero, es pescado."
"Hombre, no me engañas. Sé bien que preparas carne de carnero." Arguyeron buen rato, el uno insistiendo
que era carnero, el otro que era pescado. Por fin Daood le dijo al sacerdote: "Yo soy tan hábil como usted;
usted me echó agua y me dijo: 'Ya no eres Abdul sino Daood'. Pues yo le eché agua a la carne y dije: 'Ya no
eres carnero sino pescado'".
Esto es un ejemplo de una conversión superficial que causa simplemente un cambio de etiqueta sin causar el
cambio correspondiente en la vida del individuo. Pero en otra ciudad de la India un estudiante universitario
hindú estudió el Nuevo Testamento cuidadosamente y llegando a la conclusión que Jesús en verdad es el
Salvador del mundo, puso toda su confianza en El. Fue bautizado y recibido como miembro de la iglesia. Al
poco tiempo un amigo hindú le detuvo en la calle.
"Prabhudas, he oído que has cambiado de religión."
"Hombre, estás equivocado. Mi religión me ha cambiado a mí."
Esa es una conversión. ¡Una transformación genuina de la vida!
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¡Qué vasta diferencia la que vemos entre Simón el Mago y Simón Pedro, el apóstol! Simón Mago creyó pero
no pasó nada; aún era el mismo. Simón Pedro también creyó pero fue cambiado. La primera vez que estuvo
delante de Jesús, el Maestro le miró y dijo: "Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cephas, que
quiere decir piedra" (Juan 1:42). Cuando en una ocasión Jesús les dijo a sus discípulos "gozaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos," el nombre de Pedro estaba en la lista. También se le incluyó
en la oración final de Jesús, cuando dijo respecto a sus discípulos: "Padre... las palabras que me diste... las
recibieron... y han creído que tú me enviaste... tuyos son... y he sido glorificado en ellos... no son del mundo
como tampoco yo soy del mundo" (Juan 17:1-19).
Pedro era candidato para el bautismo con el Espíritu Santo el Día de Pentecostés porque era convertido. Por
cierto que negó a su Señor la noche de la crucifixión pero inmediatamente se arrepintió de su pecado y volvió
a su Señor. En cuanto a Simón Mago, no era candidato para la plenitud del Espíritu porque nunca se había
convertido verdaderamente. No estaba relacionado con el Padre Celestial. Le hacía falta el arrepentimiento y
la fe verdaderos.
Antes que uno pueda ser bautizado con el Espíritu Santo, es menester ser nacido del Espíritu.
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IV
Aquí Empezamos
Un hombre llamado Nicodemo llegó a Jesús una noche para una entrevista privada. Se han ofrecido muchas
ideas de por qué vino de noche. Algunos han dicho que Jesús era un hombre tan ocupado, con tantas multitudes cercándole a todas horas del día, que el único tiempo que alguien podría verle en privado sería en las
horas de la noche. Otros han comentado que, siendo miembro del Sanedrín, Nicodemo tendría tantas tareas
durante el día que su horario le permitiría visitar a Jesús solamente después de horas de despacho. Otros
sospechan que Nicodemo temía a la opinión del público y por eso fue a ver a Jesús aprovechando la
oscuridad. Cualquiera que haya sido la razón verdadera, la escena nocturna se volvió una ocasión para tratar
un tema de apogeo. Nos enteramos de ello en Juan 3:1-15.
Nicodemo empezó su conversación dándole a Jesús un elevado elogio, "Rabbí" le dijo, "sabemos que has
venido de Dios por maestro porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no fuere Dios con El".
Reconocía que Jesús no era un comentador religioso cualquiera, como los escribas. Era alguien especial que
hablaba y se comportaba con autoridad.
Sin embargo, el Maestro no hizo caso del elogio y dirigió sus palabras a las necesidades espirituales de su
visitante. Vio más allá del impresionante exterior y se asomó a lo profundo de su corazón. Le dijo a Nicodemo:
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de
Dios... Os es necesario nacer de nuevo."
LA NECESIDAD DEL NUEVO NACIMIENTO
Y aquí estamos cara a cara con la urgente necesidad del nuevo nacimiento. En primer lugar, fue Jesús mismo
quien habló esas palabras. No fue algún hombre; un obispo o profesor de religión; sino el Hijo de Dios que
conocía el corazón del hombre, aun mejor que nadie. También es de notarse que usó los vocablos más
fuertes posibles. No dijo: "Sería bueno que fuera renacido del Espíritu," ni "te recomiendo que seas renacido".
Dijo: "Tendrás que renacer... El que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios."
"Tendrás; el que no... no puede" son palabras de mucha fuerza. Y casi cada vez, Jesús antepuso a sus palabras la frase "De cierto, de cierto, te digo". Según las costumbres de aquella época, tal frase equivalía a decir:
"Estoy por decirte algo de suma importancia; fíjate bien". Lo que es más, Jesús recalcó la necesidad del
nuevo nacimiento una y otra vez. Variando la forma un poco, repitió el mandato tres veces (vrs. 3, 5, 7).
¿Habrá duda de la importancia que El le daba al tema
En segundo lugar empezamos a comprender cuán necesario es el nuevo nacimiento cuando nos damos
cuenta a quién le dijo Jesús estas palabras. Nicodemo no era un hombre cualquiera-alguien que fuera
pasando. Era un personaje de importancia en la sociedad judía. El escritor del Evangelio nos cuenta que era
fariseo, miembro de uno de los grupos religiosos más estrictos de aquel tiempo. Los fariseos se enorgullecían
de que practicaban la ley hasta su menor detalle. Ayunaban con regularidad. Oraban a menudo. Diezmaban
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sus ganancias. Seguían las tradiciones de los ancianos. Edificaron las tumbas de los profetas. Eran celosos
en tratar de ganarse nuevos convertidos (véase Mateo 23).
Nicodemo era también príncipe de los judíos, y miembro del Sanedrín. Era uno de los funcionarios
eclesiásticos que gobernaban la vida social y religiosa del pueblo. Todo esto quiere decir que tenía autoridad y
prestigio. Tenía buena educación y sin duda estaba en buenas condiciones económicas. Se le respetaba en la
comunidad. Sin embargo, a tal hombre religioso y de alcurnia Jesús le dice: "Tendrás que renacer". Por esto
le extrañó tanto a Nicodemo al oírlo. No sorprendería que Jesús se lo hubiera dicho a un endemoniado. Si se
lo hubiera dicho a la mujer sorprendida en adulterio o al ladrón en la cruz, sería de esperarse. Pero Nicodemo
era un fariseo moral y justo. ¿No estaba Jesús excediendo los límites
De ninguna manera. Jesús nos declara a cada uno hoy día, cualesquiera que sean nuestros antecedentes
religiosos, nuestra nacionalidad, o nuestros éxitos morales: "Te es menester nacer de nuevo; a menos que
seas nacido de agua y del Espíritu, no podrás entrar en el reino de Dios".
Jesús le diría al habitante analfabeto de las selvas más remotas y al más ilustre profesor universitario: "Tendrás que renacer." Se lo diría al hombre más pobre de los barrios bajos y al millonario de las grandes urbes:
"Tendrás que renacer". Se lo diría al asiático, al africano, al mongol y al europeo: "Tendrás que renacer". Le
diría al budista, al musulmán, al hindú, y al que sólo es cristiano de nombre: "Tendrás que renacer". El dice lo
mismo a todos en todas partes. El nuevo renacimiento es una necesidad humana universal.
Los predicadores rurales de la India tienen una ilustración predilecta: cuentan del comerciante riquísimo que
cruzaba un río en una barquilla del barquero del pueblo. Al emprender el viaje, el comerciante empezó el
relato del gran número de escuelas a las que había asistido y cuántos libros había leído. "¿Hasta qué grado
cursó usted en la escuela" le preguntó el barquero.
"Señor," dijo el remero, "jamás en la vida he asistido a la escuela. No puedo ni leer ni escribir."
"¡Qué lástima; ha desperdiciado la cuarta parte de su vida!" Y continuó el relato de sus maravillas, gloriándose
de sus extensos viajes y las magníficas cosas que había visto.
"Y usted, ¿cuánto ha viajado" le dice al barquero.
"Pues yo, señor, nunca he salido de esta región" dijo el pobre, avergonzado.
"¡Miserable... usted ha desperdiciado la mitad de su vida!" fue el comentario del comerciante. Luego empezó a
relatarle cómo había juntado riquezas a caudales, sus terrenos cultivados, sus haciendas y sus cuentas bancarias.
"Y usted, ¿cuánto ha ahorrado en toda la vida"
"Yo no tengo ningún dinero en el banco. Vivo de día en día," replicó el barquero.
"¡Pobre hombre!" exclamó el comerciante, "tres cuartas partes de su vida están totalmente perdidas."
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De repente una ráfaga de viento volcó la barquilla arrojando a los dos hombres al agua. El barquero tiró hacia
la orilla nadando con seguridad.
"¡Socorro!" ¡Socorro, que me ahogo!" gritaba el comerciante.
"¿Cómo" gritó el barquero, "con todo su dinero, y sus viajes y su educación, ¿no aprendió usted nunca a nadar Voy a decirle a usted algo sin rodeos: usted está al punto de perder toda la vida."
La única cosa que le urgía tener al comerciante en ese momento, saber nadar, no la tenía. Todas las otras
cosas no le servían para nada. Asimismo, el único requisito para todos los hombres es el nuevo nacimiento. El
que pierde esto pierde toda la vida. No hay substituto.
LA NATURALEZA DEL NUEVO NACIMIENTO
Cuando Jesús le dijo a Nicodemo, "Tendrás que renacer," éste equivocó totalmente el significado de estas
palabras. Dejó que sus pensamientos fueran al escenario de una alcoba oscurecida y una partera. Pensó en
el renacimiento en términos puramente físicos. Le preguntó al Maestro, "Pero Señor, ¿cómo es posible que un
hombre siendo viejo renazca ¿Puede entrar de nuevo al vientre de su madre y nacer otra vez"
Jesús le contestó: "Nicodemo, hablo del nuevo nacimiento del Espíritu. Lo que es nacido de la carne, carne
es. Y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". Jesucristo estaba poniendo énfasis en un principio básico
biológico, que el vástago es como la planta madre. De la verdura resulta verdura; el animal engendra animal.
Del hombre nace hombre; y así mismo del Espíritu proviene lo espiritual. El nacimiento físico produce tan sólo
la vida física. Se requiere un nacimiento espiritual para iniciar la vida espiritual. El hombre, por lo tanto,
requiere dos nacimientos. Tiene que ser concebido de sus padres para poder recibir la vida física y así entrar
en el mundo. También tiene que ser concebido del Espíritu de Dios para recibir vida espiritual y entrar al Reino
de Dios. Al ser nacido de padres humanos, el hombre es hijo de ellos. Al ser nacido del Espíritu se vuelve hijo
de Dios.
De modo que el nacimiento del que habla Jesús no es físico sino espiritual. En esencia lo que Jesús le dijo a
Nicodemo es: "Puedes ser concebido en el vientre de tu madre cien veces, (aún mil veces) pero lo único que
tendrás será vida física. Lo que te es menester es un nacimiento espiritual hecho por el mismo Espíritu de
Dios."
El hombre es la única criatura capaz de existir en dos mundos distintos al mismo tiempo. Siendo un ser físico,
creado en la imagen espiritual de Dios, puede vivir en el mundo físico y en el mundo espiritual. Es, al mismo
tiempo, hijo del hombre e hijo de Dios. Es posible, sin embargo, que uno esté muy vivo físicamente y al mismo
tiempo esté muerto espiritualmente. Puede ser su cuerpo ambulante, caminando en la carne, pero muerto en
el espíritu. En sus epístolas Pablo describe a menudo al hombre como "muerto en pecados y transgresiones"
(Efesios 2:1; Colosenses 3:13). Nos declara con solemnidad que "la paga del pecado es muerte" (Romanos
6:23).
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¿Por qué razón mucha gente no tiene deseos de leer la Palabra de Dios Porque están muertos
espiritualmente y no conocen al Autor del libro. ¿Por qué no aman la iglesia, y por qué parece que no sacan
provecho alguno de los cultos de adoración Porque están muertos espiritualmente y no son sensibles a los
movimientos del Espíritu. ¿Por qué es que ni evangelizan ni sirven a sus prójimos Porque están muertos e
insensibles a las necesidades espirituales de los otros.
Oí una vez la historia de un ministro de raza negra, pastor de una congregación urbana que se ufanaba de su
opulencia. El pastor predicaba fielmente y hacía su labor, pero la congregación era indiferente. Un día,
completamente desanimado, declaró que la iglesia estaba muerta y que él predicaría el sermón fúnebre el
domingo siguiente. "Sólo queda una cosa que hacer con un cadáver y es enterrarlo."
El día señalado, movida por la curiosidad, llegó una multitud a los funerales. Los ujieres trajeron un ataúd y el
pastor predicó el sermón. Al final anunció que ahora todos podían pasar a expresar su respeto final, y ver por
última vez los restos de la finada iglesia. Al pasar la primera persona y al estirarse a ver lo que allí adentro
había, dio un salto para atrás y siguió andando con una mirada de sorpresa. Lo mismo pasó con cada uno
que, por la curiosidad, se asomó. En el fondo del féretro, ¡el pastor había puesto un espejo!
Es una triste verdad que hoy día muchas iglesias están muertas espiritualmente, y se debe a que las personas
que componen la congregación están muertas espiritualmente. Nunca han nacido del Espíritu ni han sido
vivificadas espiritualmente. La tragedia es que muchas veces ni siquiera se dan cuenta de su estado muerto a
menos que se miren en el espejo de la santa Palabra de Dios.
Cuando un hombre nace del Espíritu, repentinamente es vivificado. Su conciencia despierta por los impulsos
del Espíritu Santo. Su mente está viva a las verdades espirituales. La oración tiene ya un nuevo significado
pues es un diálogo con un Amigo. La Palabra de Dios es una íntima carta de amor. Evangelizar y servir al
prójimo son expresiones espontáneas del amor.
Además, cuando uno es nacido del Espíritu, recibe una naturaleza nueva. Puesto que es hijo de Dios, participa de la santidad de Dios. Esto resulta en un cambio radical en el carácter y en la conducta. El apóstol Pablo
lo describe de esta manera. "...Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas" (II Corintios 5:17). Se trata de más que remiendos y alteración exterior. Lo que ha
sucedido es una transformación interior, moral. Eso es lo que testificó un joven al final de un retiro espiritual:
"Vine con esperanzas de que el Señor me podría hacer unos remiendos; y en cambio me ha dado un motor
nuevo."
Hace unos años un ministro metodista en una ciudad norteamericana predicó sobre el nuevo nacimiento. A los
pocos días una joven muy guapa llegó a hablarle en su despacho. "¿Se acuerda usted del sermón que
predicó sobre el nuevo nacimiento" Le preguntó. "Pues me ha tocado profundamente." Luego, ella le relató al
ministro que por algún tiempo había sido la amante de un hombre de negocios en esa ciudad. Siempre que
hacía viaje de negocios a otro pueblo se la llevaba a ella en el avión y se quedaban juntos en el hotel. La
esposa del señor lo había descubierto y se encontraba inconsolable.
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Como resultado del sermón del ministro, la joven sintió convicción de sus pecados, regresó a casa, oró
desesperada, y al fin se rindió completamente a Cristo. Al levantarse de las rodillas, inmediatamente llamó a la
señora por teléfono y le rogó que la perdonara. Le aseguró de que en ese momento quedaba rota la relación
que había tenido con el esposo. Al día siguiente fue a la oficina de ese hombre.
"Ya acabó todo" le dijo, "esta es la última vez que me verás."
"Linda, se te va a acabar el dinero," le dijo él. "No podrás comprarte la ropa lujosa a que te he acostumbrado."
"No importa," respondió ella. "Voy a conseguir empleo y trabajaré para mantenerme."
"Te van a hacer falta los viajes y las fiestas."
"He encontrado un gozo nuevo en la vida."
"Mujer, ¿qué te pasa" dijo al fin el hombre, enojado. "¿Has encontrado otro amante"
Ella se quedó pasmada un momento y luego respondió con una sonrisa, "Eso es. Me he enamorado de Otro."
Su ex-amante se puso de pie y furioso rugió: "¡Dime su nombre y lo mato!" al tiempo que daba puñetazos en
el escritorio. "Creo que eso no lo puedes hacer," dijo ella, "porque fíjate que me he enamorado de Jesucristo."
Al concluir su historia le dijo al pastor: "Algo me pasó aquel domingo por la mañana. Ya no soy la misma. Es
como si hubiera nacido de nuevo."
EL MISTERIO DEL NUEVO NACIMIENTO
Al ver la expresión de completa sorpresa en el rostro de su visitante, Jesús le dijo a Nicodemo: "No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, mas ni
sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu" (Juan 3:7-8).
En otras palabras, hay cierto misterio en el nacimiento del Espíritu. El nuevo nacimiento es difícil de explicar y
de entender. Pero no es necesario tropezarnos con el misterio. No es necesario comprender todos los
aspectos del nuevo nacimiento antes de aprovecharlo personalmente. Jesús nos dijo que es como el viento.
No lo comprendemos, ni sabemos de dónde viene ni para dónde va; pero sí vemos su efecto en todas partes.
Sentimos las brisas frescas en la cara. Vemos cuando el viento esparce las hojas en el patio. Lo vemos
cuando doblega las ramas de los árboles. Así es con el Espíritu de Dios. Ni le vemos ni le comprendemos por
completo. Pero sí sabemos que nos inspira nueva vida. Nos sentimos gozosos cuando testifica a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios. Vemos el cambio que efectúa en nuestras vidas cotidianas.
Hay muchos misterios en la vida. La electricidad es una. ¿Cuánto comprende la persona ordinaria acerca de
la electricidad Pero, ¿es necesario comprender la electricidad antes de poder gozar de sus muchos beneficios
Lo único que necesita saber es tirar la palanca, e inmediatamente podemos gozar de la luz o arrancar el
motor.
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Los alimentos que comemos son un misterio. ¿Comprendemos de lleno cómo es que la carne y las verduras
se vuelven sangre y hueso, células y tejidos Pero no por eso dejamos de sentarnos a la mesa tres veces al
día. Lo que sí sabemos es que cuando comemos recibimos nueva vitalidad y energía. No comprendo cómo es
que una vaca parda, come hierbas verdes, y da leche blanca. ¡Pero eso no me previene de beber leche!
Hay quienes titubean y no quieren aceptar la verdad del nuevo nacimiento porque lo hallan difícil de entender
y explicar. Pero no tienen que comprenderlo de lleno antes de tener la experiencia. El hecho es que una vez
nacidos del Espíritu, cuando ya se les han abierto los ojos del entendimiento, comprenderán mucho más de
las cosas espirituales de lo que habían comprendido antes. Algunos meses de andar en el Espíritu les
enseñará más que docenas de cursos sobre el tema.
El nuevo nacimiento es misterioso porque es un milagro. Un milagro hecho por el mismo Espíritu de Dios.
Cae, por lo tanto, en la categoría de lo sobrenatural.
Hay tres milagros estupendos en el mundo. El primero es el de la creación cuando Dios dijo: "Sea," y fue. Esta
fue la introducción de la vida en la materia muerta. El segundo fue el milagro de la Encarnación, cuando Dios
tomó forma del hombre para que en Cristo pudiera reconciliar el mundo a Sí. Esta fue la invasión de la vida de
Dios en la historia humana. El tercero es el milagro de la nueva creación cuando la persona nace del Espíritu.
Esta es la introducción de la vida de Dios en la vida del individuo. Algo nuevo ha principiado.
Se han escrito muchos preciosos himnos evangélicos para describir el milagro del nuevo nacimiento. Por
ejemplo este intitulado "Fue un Milagro," y que dice así:
Mi Padre omnipotente es y nadie negará.
Dios de milagros y virtud, el cielo afirmará.
Fue un milagro que al astro alumbró
y al mundo en su órbita lo instaló.
Mas cuando me salvó y me redimió
milagro fue de todos el mejor.
LOS MEDIOS DEL NUEVO NACIMIENTO
Después que Jesús había puesto énfasis en la necesidad del nuevo nacimiento y había tratado de explicar su
naturaleza y los resultados, Nicodemo se volvió a Jesús y dijo: "¿Cómo puede hacerse esto" y Jesús le dijo:
"Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre que está en el cielo. Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna" (Juan 3:13-15).
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De esta manera enseñó muy claramente que el renacimiento se hizo posible por su muerte vicaria en la cruz.
No había otro medio. El dio su vida para que nosotros tuviéramos vida. Murió para que nosotros viviéramos. El
Hijo de Dios se hizo el Hijo del Hombre para que los hijos de los hombres pudieran ser hijos de Dios.
Se cuenta la historia de dos hermanos que vivían en el mismo pueblo. El mayor era el juez local, y era hombre
bueno, justo y digno de respeto. El menor, sin embargo, era descarriado, y siempre estaba metido en líos.
Rehusó el consejo de su hermano mayor, y lo que fue peor aún, a causa del puesto judicial que ocupaba el
hermano, creyó qué jamás se le condenaría por los crímenes que cometiera.
Un día el hermano menor, estando borracho se peleó con un hombre, le dio un golpe y le mató. Fue capturado
y traído al tribunal. Su propio hermano era el juez. El jurado dio su fallo: ¡culpable! El juez le impuso la pena
de muerte, en la horca. Al oír la sentencia, el joven corrió al frente, cayó a los pies del juez gritando: "Eres mi
hermano, ¿no me tienes ningún amor ¿Me estás condenando a morir"
El juez respondió solemnemente: "Es cierto que soy tu hermano, pero ésta es una corte legal y yo estoy aquí
como juez. Eres un homicida. Tendrás que morir por tu crimen."
El joven fue llevado a la cárcel donde se le mantuvo incomunicado. Al acercarse el tiempo de su muerte la tristeza y el miedo llenaron su corazón. Apenas una o dos horas antes de que fuese ahorcado, el hermano
mayor, vestido en su toga jurídica, llegó a la cárcel y pidió permiso para hablar con el preso. Al entrar en la
celda, dijo, "Allá en la corte de la ley, fui tu juez y me vi obligado a ver que prevaleciera la justicia. Pero aquí
está el hermano que te ama y quiere libertarte. Hay sólo una manera de hacerlo. Quítate la ropa de reo, y
ponte mi toga de juez y márchate libre. Yo me quedo en tu lugar." Se cambiaron la ropa y el menor salió en
libertad. Vinieron los guardias, se llevaron al preso y le ahorcaron. De repente vino corriendo desde muy lejos,
el hermano menor. Rodeó con sus brazos la forma inerte de su hermano llorando amargamente, y gritó: "¡Ay,
hermano mío, has muerto en mi lugar!"
Los guardias horrorizados se dieron cuenta de lo que había sucedido. Pero ya era tarde. Se había tomado una
vida; se había pagado la pena.
Esto es exactamente lo que Cristo ha hecho por nosotros. Comparecimos ante el Juez del Universo, culpables
y condenados. El fallo fue: "La paga del pecado es muerte". Pero porque Dios nos amó con amor sempiterno,
el Juez se hizo nuestro Hermano Mayor para que pudiera hacerse nuestro redentor. "Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo" (II Corintios 5:19). Cristo cargó nuestros pecados sobre Sí mismo y murió en
nuestro lugar. Tomó la iniciativa e hizo por nosotros lo que nosotros jamás podríamos haber hecho.
La pregunta importante es ésta: ¿Qué vamos a hacer con lo que Dios ha hecho por nosotros El ya ha
actuado. Pero, ¿cuál será ahora nuestra actitud ¿Responderemos con gratitud O ¿seremos ingratos
¿Responderemos con fe o con incredulidad
La fe es la entrada a la vida. Jesús dijo: "El que crea en mí... tendrá vida eterna". Juan escribió: "Mas a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12).
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Nos es menester recibir el don que nos ofrece en sus manos traspasadas de clavos. Tenemos que poner toda
nuestra confianza en El y entregarnos totalmente a su cuidado.
Cuando respondemos con fe, la que también es un don de Dios, el Espíritu Santo se vuelve el agente de la
regeneración en nuestras vidas. El es el que nos vivifica, y nos lleva de muerte a vida eterna. El es el Partero
Divino, y nos trae al nuevo mundo del Reino de Dios y nos inyecta la mismísima vida de Dios. Entonces
somos nacidos del Espíritu y nos volvemos hijos de Dios.
Jesús le dice a cada ser humano: "Tendrás que renacer; el que no naciere de agua y del Espíritu no puede
ver el Reino de Dios." Esto es el sine qua non (es decir, el requisito indispensable) para la vida espiritual. El
camino del cristiano empieza con el nacimiento del Espíritu.
El nuevo nacimiento es el requisito para el bautismo con el Espíritu Santo. El don de la plenitud del Espíritu se
ofrece, no a los pecadores, sino a los hijos de Dios. Fue a sus discípulos inmediatos, a aquellos que habían
dejado todo para seguirle, hombres convertidos cuyos nombres estaban ya escritos en el Libro de la Vida, a
quienes Jesús les prometió que serían bautizados con el Espíritu "antes de muchos días."
Pero en cuanto uno es nacido del Espíritu, es candidato para el bautismo con el Espíritu. Esto es la intención y
la voluntad de Dios. Es la provisión y la promesa de Cristo. Ningún hijo de Dios debiera de estar satisfecho
hasta haber reclamado toda su herencia en Cristo y experimentado un Pentecostés personal en su propia
vida. El dejar de hacer esto es perder la suprema voluntad de Dios y perder el más fino de sus dones.
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CAPITULO V
¿Qué Ocurrió Allá Arriba
Ocurrieron muchas cosas en ese día memorable en un aposento alto en Jerusalén. Pero para nosotros hay
grave peligro si hacemos caso tan sólo de las manifestaciones exteriores y físicas y no notamos la realidad de
las transformaciones interiores que resultaron de esos eventos. Hubo un ruido que parecía viento que corría y
llenaba toda la casa en que estaban reunidos los discípulos. Hubo llamas como de fuego que se asentaron
sobre cada uno de ellos. Todos los discípulos hablaron en idiomas que no eran su propia lengua, lo que
permitió que personas de todas las naciones que estaban en esos días en Jerusalén, entendieran lo que los
cristianos dijeron.
Pero, ¿es esto lo que debemos esperar del Pentecostés hoy día ¿Viento, fuego, idiomas distintos O ¿hay algo
más profundo
Es importante hacer una distinción entre los aspectos pasajeros y los permanentes del Pentecostés; entre lo
provjsional y lo eterno; entre lo superficial y lo fundamental; entre el marco histórico y el hecho personal.
Forma Provisional
Hecho Permanente
1. El día de Pentecostés- fiesta agrícola de los judíos 1. Cualquier día en que estemos listos a llenar los
en conmemoración de las primicias de la cosecha.
requisitos; una fiesta espiritual representando los
frutos del Espíritu
2. Ciento veinte discípulos en un aposento alto en
Jerusalén.
2. Cualquier número de discípulos en cualquier parte,
unidos, rendidos y pidiendo en oración el
3. Llamas repartidas como de fuego.
derramamiento del Espíritu.
4. Manifestación extraordinaria de hablar en lenguas
3. El fuego refinador del Espíritu Santo que santifica al
extranjeras.
individuo y le da poder para servir a Dios.
5. Señales exteriores y milagros.
4. Demostración de que en la iglesia del Cristo
viviente no hay ni judío ni gentil, ni siervo ni libre y que
el don del Espíritu Santo es para todos.
5. La fuerza interior y la bendición de la santidad. La
mayor señal de todas y el gran milagro del poder
adecuado para la vida de santidad y servicio fructífero.
Así que debemos distinguir entre el cuadro y su marco; entre el obsequio y su envoltura. Por un lado, el Día
de Pentecostés, como un gran drama histórico en el plan de salvación de Dios, es un acontecimiento del
pasado y no puede repetirse. Fue el principio de una época y el día del nacimiento de la iglesia. Y en cuanto a
su significado histórico no podrá repetirse jamás como tampoco se repetirá el nacimiento, ni el Calvario, ni la
resurrección del Señor, ni su ascensión. Por el otro lado la experiencia del Pentecostés se ha repetido vez tras
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vez durante toda la era cristiana; y puede volver a repetirse en cualquier tiempo y en cualquier lugar en que un
discípulo o grupo de ellos se encuentre listo a llenar los requisitos de obediencia, rendimiento y fe.
El Libro de los Hechos narra en varias ocasiones de otras personas que fueron llenas con el Espíritu. Miles de
cristianos a través del mundo pueden testificar hoy día de una experiencia de Pentecostés personal. En sus
epístolas Pablo exhorta claramente a todos los cristianos a que sean llenos del Espíritu Santo; y Pedro en el
Día de Pentecostés explícitamente dijo que el don del Espíritu Santo es para todos. "Porque para vosotros es
la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios
llamare" (Hechos 2:29).
Al leer cuidadosamente los Hechos de los Apóstoles se nos revelan tres resultados fundamentales de la
experiencia del Pentecostés: 1) la plenitud del Espíritu; 2) la pureza del corazón; y 3) el poder para servicio.
LA PLENITUD DEL ESPIRITU
El historiador Lucas nos cuenta que en el Día de Pentecostés los 120 discípulos fueron llenos con el Espíritu
Santo. Esto fue fundamental a todos los demás eventos subsecuentes.
Como ya se ha mencionado, esto no significa que esta fuera la primera vez en que el Espíritu obrara en las
vidas de los seguidores de Cristo. El Espíritu no era desconocido para ellos. Jesús clarificó esto en su último
discurso en el Aposento Alto, cuando se reunió con sus discípulos para la celebración de la Pascua. Dijo,
hablando del Espíritu Santo: "Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros" (Juan
14:17). Al mismo tiempo dijo que los discípulos entrarían muy brevemente en una relación más íntima con el
Espíritu Santo. "Mora con vosotros y estará en vosotros... con vosotros para siempre... mas vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días" (Juan 14:17, 16; Hechos 1:5). En otras palabras
iba a haber plenitud del Espíritu.
Una vez más debemos tener cuidado para comprender lo que esto significa. No podemos creer que el Espíritu
Santo esté "en pedazos" y que nosotros lo recibamos y que venga por partes o en porciones de modo que, al
ser nacidos del Espíritu le recibiéramos en parte y que al ser bautizados con el Espíritu recibiéramos el resto.
El Espíritu Santo es una persona, una personalidad perfecta. El no puede ser dividido. No puede ser dividido
en estados de más o de menos. Quizás nosotros seamos esquizofrénicos o vacilantes pero para El eso no es
posible. Cuando nos convertimos tenemos al Espíritu; todo el Espíritu que jamás vamos a tener. Por lo tanto,
al ser bautizados, o llenos con el Espíritu Santo, no significa por cierto que recibimos más del Espíritu sino que
el Espíritu recibe más de nosotros, porque, en la conversión, aunque poseamos todo el Espíritu, El no nos
posee totalmente a nosotros. Es menester que El tenga control absoluto de nuestras vidas de modo que no
sólo habite en nosotros, sino que habite sin límites; es decir, en toda su plenitud.
En cierta ciudad los miembros de la asociación de pastores estaban haciendo planes para una campaña
evangelística en toda la ciudad. Se habían sugerido varios nombres de evangelistas. Alguien sugirió que se
invitara a Dwight L. Moody, predicador notable de ese tiempo, pero otro ministro se opuso fuertemente.
"Hemos tenido ya al señor Moody," dijo. "¿Por qué quieren invitarle vez tras vez ¿Acaso tiene Moody
monopolizado al Espíritu Santo"
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"No," replicó el otro ministro, "pero el Espíritu Santo tiene monopolizado a Dwight L. Moody."
Ese es el secreto de la vida llena del Espíritu. El Espíritu Santo tiene que tenernos monopolizados.
Pero tal vez alguien pregunte: "¿No puede uno ser regenerado y llenado con el Espíritu Santo a la misma vez
¿No puede una persona darse en entera consagración a Jesucristo la primera vez que se le acerca ¿No
puede Dios hacer las dos operaciones, la regeneración y la santificación a una misma vez"
La respuesta teórica es "sí". No hay limitaciones de parte de Dios. El cumplirá sus promesas el momento que
nosotros llenemos los requisitos. Pero del punto de vista práctico los datos históricos en el Nuevo Testamento
y la experiencia de miles de cristianos sinceros confirman el hecho de que, por regla general, uno no recibe el
nacimiento del Espíritu y el bautismo del Espíritu a la misma vez. La imitación es de nuestra parte. Hace algún
tiempo leí el librito de Lawson, Deeper Experiences of Famous Christians (Experiencias profundas de
creyentes famosos). Hallé que la teología, sus términos y vocabularios de esos creyentes variaban bastante.
Cada individuo expresa en esa obra su experiencia dentro del marco teológico de la terminología de su propia
denominación. Pero era aparente que había mucho en común en todas las experiencias. Esta "experiencia
más profunda" siempre ocurrió después de la experiencia de la conversión y fue el resultado de algún tiempo
de cuidadoso examen interior y de desesperación espiritual. Se advierte en todos los testimonios un nuevo y
más profundo rendimiento del ser del individuo a Dios, así como un mayor sentido de la presencia y del poder
de Dios en la vida de la persona al emprender una existencia nueva en un nivel permanente más alto.
Por lo tanto, parece que hay acuerdo general que la plenitud del Espíritu Santo viene después de la crisis de
la conversión. El individuo hace un rendimiento inicial a Cristo cuando lo recibe como Salvador. Pero al andar
de día en día la vida cristiana, empieza a descubrir que hay rincones de su vida que no están totalmente
entregados a la voluntad del Maestro. Ve que Cristo no es Señor de todas las partes de su ser. También
descubre que dentro de él quedan aún actitudes, deseos, y reacciones que no son cristianas y que funcionan
como una traba en su vida espiritual. Al ver eso, hace una rendición completa de sí mismo, corona a Cristo
como Rey de su vida y permite que el Espíritu Santo le santifique hasta lo más profundo de su ser. Hay
innumerables cristianos que pueden dar testimonio de esta experiencia.
Supongamos que usted prende la luz central de la sala de su casa. Inmediatamente la luz inunda el cuarto y
dispersa la oscuridad. Pero aún habrá rincones del cuarto en donde prevalece la oscuridad. El sofá, las sillas,
el piano, y otros muebles causan sombras en el cuarto. Debajo del sofá estará bastante oscuro. Luego
supongamos que usted saca todos los muebles del cuarto. ¿Qué pasa La luz inmediatamente penetra en
todas partes del cuarto, porque ya no hay impedimentos. La cantidad de luz no ha cambiado, pero el área de
penetración es mayor.
Del mismo modo, el Espíritu Santo puede tener residencia en el creyente y todavía no tener cómo penetrar en
todas las partes de su ser. Hay muchos impedimentos. Resentimientos, enojo desmedido, orgullo, dudas, y
otras actitudes no cristianas están dejando sus sombras en su corazón. Lo que el individuo necesita no es
más del Espíritu, sino permitir que el Espíritu Santo posea más de él, sí, que lo posea en su totalidad.
Entonces será lleno del Espíritu Santo.
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PUREZA DEL CORAZON
El segundo resultado básico del Pentecostés fue la pureza del corazón. Pedro lo dijo claramente al convocar
el primer concilio cristiano en Jerusalén: "Y Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el
Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe
sus corazones" (Hechos 15:8-9); (Las cursivas son del autor).
Lo que Pedro les estaba diciendo esencialmente era esto: "Exactamente lo mismo que Dios nos hizo a
nuestros corazones el Día de Pentecostés, lo ha hecho ahora en los corazones de los gentiles." Y ¿qué fue lo
que Dios hizo "Les purificó el corazón." El vocablo "corazón" se usa simbólicamente para denotar el sitio de
los afectos, las emociones, los deseos, las actitudes y los móviles. El purificar el corazón, por lo tanto, se
refiere a una purificación radical, interior, del centro de nuestra personalidad.
Tal purificación fue muy notable en la vida de los discípulos de Cristo. Antes del Pentecostés ellos habían
manifestado en varias ocasiones actitudes y reacciones que no semejaban a Cristo. Por ejemplo, mostraron
orgullo. Disputaron entre ellos mismos quién sería el mayor en el Reino de los Cielos (Lucas 9:46).
Manifestaron egoísmo. Le rogaron a Jesús que les concediera tronos a su derecha y a su izquierda cuando El
estableciera su reino (Marcos 10:35-40).
También mostraron cuán mezquinos eran. Una vez al ver a un hombre que no era discípulo del Señor
echando fuera a los demonios, quisieron reprenderle (Marcos 9:38). A veces los discípulos reaccionaron con
cólera. Por ejemplo, en una ocasión cuando viajaban por Samaria, al no lograr que les dieran posada querían
hacer caer fuego sobre la gente (Lucas 9:54-56). Dieron muestras de tener temor carnal y cobardía. En la
noche cuando Jesús fue arrestado y juzgado, huyeron y se escondieron. Pedro negó a su Señor tres veces
(Mateo 26:56, 69-75).
En el Pentecostés el Espíritu Santo hizo una operación espiritual radical en el corazón de los discípulos; el
orgullo fue reemplazado por la humildad; el egoísmo, por un espíritu de servicio, la mezquindad por la
compasión, el enojo por el amor, y el temor carnal fue reemplazado por el valor espiritual. Muchos de los
discípulos de Cristo de hoy en día necesitan una operación divina semejante en su vida.
El deseo de ser lleno del Espíritu tiene que estar acompañado de la voluntad de ser purificado. El Espíritu de
Dios es fundamentalmente el Espíritu Santo. Una de las reglas de la lógica dice que cuando se afirma algo
automáticamente se niega lo opuesto. Cuando se dice de un objeto, "esto es blanco" se está diciendo, "esto
no es negro". Cuando se dice "Esto es un rectángulo" a la vez se dice que no es un círculo. Cuando se
declara, "Esto es de madera," quiere decir que no es de metal. Igualmente el Santo Espíritu está absoluta e
irrevocablemente opuesto a lo malo.
El afirmar que estoy listo a ser lleno con el Espíritu es declarar que estoy listo a vaciarme de todas mis actitudes y mi espíritu impuros. Muchos oramos con los labios, "Señor, lléname," pero por dentro decimos: "Señor,
cuidado con descubrir mis resentimientos; y no me interrumpas mi comodidad". Pero Dios no puede claudicar
con el pecado. Nos señala todo aquello que se interponga entre nosotros y El, y entre nosotros y nuestros
prójimos. Con el fuego del Espíritu Santo quiere purificarnos en lo más profundo de nuestro ser.
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Un evangelista, amigo del autor, recibió una invitación a conducir una serie de servicios especiales en una
ciudad y fue hospedado en la casa de unos señores. Al llevar al evangelista a la alcoba que se le había
preparado, la señora le dijo con voz calurosa y amable: "Usted está aquí en su casa. Queremos que esté tan
cómodo como sea posible. Cuelgue los trajes en el ropero y alce su ropa en los cajones. Este es su cuarto." El
visitante le hizo caso a la señora. Sacó todo el contenido de su maleta y puso sus cosas sobre la cama. Pero
cuando fue al ropero para alzar los trajes y las camisas, lo encontró lleno de trajes, vestidos, pantalones y
abrigos sin ninguna percha a su disposición. Al abrir el cajón superior del tocador estaba lleno de ropa vieja y
trapos. Abrió el de en medio, estaba lleno también. Igualmente el de abajo estaba llenísimo de fotos viejas y
recuerdos de la familia. Como no había ni un solo lugar dónde poner su ropa, la volvió a meter de nuevo en la
maleta.
Cuando le decimos al Santo Espíritu, "Estás en tu templo," no podemos tener nada escondido en los rincones
y en los cajones del corazón. Tenemos que estar listos a vaciarnos de todo aquello que no esté de acuerdo
con su naturaleza y su voluntad. El tiene que ser más que huésped: tiene que ser Señor del corazón. Esto
quiere decir que El hará una tarea completa de limpieza, y compondrá el mobiliario según su propio plan.
PODER PARA SERVICIO
El tercer resultado básico del Pentecostés es poder. Breves momentos antes de que ascendiera al Padre,
Jesús les dijo a sus discípulos: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y
me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:8). En
otras ocasiones les había mandado que asentaran en Jerusalén hasta que fueran investidos con virtud de lo
Alto (Lucas 24:49; Hechos 1:4).
Otra vez notamos aquí la diferencia en las vidas y el ministerio de los discípulos antes y después del
Pentecostés. Antes del derramamiento del Espíritu Santo en su plenitud, los discípulos mostraron sus
momentos de debilidad. Algunas veces tuvieron vacilaciones, dudas, o un temor carnal de los hombres. Esto
fue especialmente notable en los días antes del Calvario. Abandonaron al Maestro y se escondieron. Pedro
negó al Señor vergonzosamente. Pero después de la experiencia del Pentecostés, los discípulos mostraron
mayor fe y un nuevo espíritu de confianza y valor. Poseyeron un poder que no procedía de ellos mismos para
aguantar la persecución y la tentación, y para ser testigos sin temor de la resurrección del Señor.
¡Cómo necesita la iglesia de hoy día este poder sobrenatural! ¡Poder para extenderse más allá de los confines
de sus paredes y para llevar el avance espiritual a los fuertes donde se esconde la sociedad! La iglesia
necesita poder para salirse de la rutina y la formalidad y para hacer proezas en nombre del Maestro; poder
para llamar a la gente al arrepentimiento y a la justicia verdadera; poder para transformar al individuo y
cambiar la sociedad.
La iglesia de hoy tiene grandes edificios, pero poca valentía. Tiene números pero poco nervio. Tiene comodidad pero le falta ánimo. Tiene posición pero le falta espíritu. Tiene prestigio pero le falta poder.
Recuerdo haber visto una vez un programa de televisión llamado "Cámara Cándida." (En este programa se
trata de sorprender a alguien y filmar su reacción con cámaras escondidas). En cierto episodio una señora
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dejó rodar libre su automóvil en una bajada hasta llegar a una estación de gasolina. Con una sonrisa
anchísima la bromista le dijo al dependiente: "Llene el tanque de gasolina".
¡Imagínese la mirada atónita del dependiente al levantar la cubierta del motor y encontrar que no había ni
señas del motor! En muchas partes la iglesia me hace pensar de un automóvil sin motor. ¡Ha perdido la fuente
de su poder!
En la ciudad de Pasadena, California, hay un famoso desfile anual de carrozas de flores. En uno de esos
desfiles, una carroza magnífica bajaba por la avenida Colorado. Iba a la mitad del desfile y el número de sus
flores y su arreglo era un espectáculo digno de admirar. De repente el vehículo que movía la carroza se
sacudió débilmente y se paró. ¡Le faltaba gasolina! Tuvo que detenerse todo el desfile mientras que alguien
fue a comprar gasolina. Todos los espectadores se rieron a carcajadas cuando se supo que la carroza
representaba a una grande compañía petrolera. ¡Con todos los recursos riquísimos de esa tremenda compañía a su disposición, a su vehículo le faltaba gasolina!
La iglesia de hoy día no tiene que seguir en su condición débil e inefectiva. Todos los tremendos recursos del
Espíritu Santo están a su disposición. El cristiano no tiene que seguir anémico y débil. Puede esperar en
rendimiento y en fe hasta "ser investido de poder desde lo alto." Así como el poder atómico representa poner
en libertad fuerzas escondidas en el mundo físico, el Pentecostés representa poner en acción las fuerzas
invisibles del reino de la personalidad.
Insistimos en que debemos entender otra vez, claramente, que el poder no puede separarse de la pureza. El
poder no es una entidad en sí mismo. Es básicamente el correr libre y sin estorbos de la energía del Espíritu
Santo dentro de la vida que se ha rendido a Cristo y se ha puesto bajo la cirugía radical de su tierna mano
poderosa. No podemos tener la experiencia de este poder sino hasta que estemos listos a ser purificados. La
pureza y el poder van asidos de la mano.
Estas pues, son las características remanentes y fundamentales del Pentecostés: 1) la plenitud del Espíritu
Santo; 2) la pureza del corazón; 3) el poder para servir y ser testigo. Estos fueron los resultados que
ocurrieron en las vidas de los apóstoles y en los cristianos primitivos del primer siglo; y estos son los
resultados que pueden ocurrir en la vida de cualquiera de los creyentes en Cristo en este siglo.
El Pentecostés no fue tan sólo una fecha histórica; es algo posible en la actualidad. No es un evento pasajero
ni alejado del centro y del curso de la vida de la iglesia. Es una experiencia vital con valores duraderos y principios permanentes. El Pentecostés no es un día particular sino una dispensación prolongada. El bautismo
con el Espíritu Santo no fue tan sólo para la iglesia apostólica sino que reposa sobre la iglesia de cada
generación como obligación y oportunidad.
El Pentecostés es para todas las edades del planeta. Cuando un hijo de Dios está totalmente rendido,
esperando con fe, cualquier cuarto puede volverse un Aposento Alto y cualquier día puede ser un día de
Pentecostés
De puntillas por Amor
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CAPITULO VI.
Qué Debo Hacer
Habiendo ya establecido que la experiencia del Pentecostés es el derecho innato de todos los hijos de Dios, y
habiendo examinado de cerca los resultados del Pentecostés; llegamos a la pregunta de mayor importancia:
¿Cómo recibimos la plenitud del Espíritu Santo
Hay quienes declaran que simplemente llegamos a esa experiencia por medio del crecimiento. Dicen: “Denme
más tiempo. Déjenme crecer. Más tarde y poco a poco, llegaré a ser más como un santo.” Todo esto suena
muy bien pero pasa por alto los hechos tanto de las Escrituras como de la experiencia general de los
cristianos. Es una idea falsa y peligrosa. A. W. Tozer nos advierte que el tiempo, como el espacio, no tiene
poder para santificar a la persona. Después de todo, el tiempo no es nada más que una invención humana. Es
solamente nuestra manera de expresar la realidad. Es un cambio y no el paso del tiempo lo que nos conduce
a la profundidad cristiana: un cambio hecho por el Espíritu Santo mismo. El hecho es que hay muchos que
fueron mejores cristianos al poco tiempo de su conversión, de lo que son hoy día. ¿Por qué Porque no han
buscado la plenitud del Espíritu y como resultado se han contentado con vivir la vida cristiana tibia y lenta.
Han estado flotando sin rumbo ni crecimiento.
Claro que hay cierto sentido en que sí crecemos hacia la experiencia de la plenitud del Santo Espíritu. Es
decir, que con frecuencia hay un proceso o una serie de crisis menores que nos llevan al evento final del
bautismo de su Espíritu. Muchos de nosotros tenemos que madurar hasta cierto punto en nuestra vida
cristiana para poder ver que tenemos necesidad de una operación de limpieza más profunda y sólo entonces
podemos rendirnos por completo a Cristo. Quizás en vez de decir que tenemos que llegar a ese punto
mediante el crecimiento, debiéramos decir: descender hasta ese punto de preparación. Porque la pura verdad
es que no son muchos los que crecen constante o gradualmente. Somos demasiados rígidos y egoístas para
crecer en gracia tan fácilmente así.
Dios tiene que bajarnos, una y otra vez, con crisis y más crisis. Tiene que permitir que caigamos, tratando con
nuestras propias fuerzas sólo para fallar, varias veces, hasta que finalmente estamos tan totalmente
desesperados que llegamos al fin de nuestros recursos. Descubrimos que no sólo somos pecadores, sino el
pecado mismo, y que en nosotros no habita cosa buena alguna. Nos damos cuenta que el total de nuestros
trabajos y esfuerzos son como trapos sucios, hediondos de aquella maldad que se llama glorificación propia.
Es entonces cuando en suma desesperación nos damos por vencidos y nos rendimos totalmente y nos
arrojamos sobre la gracia de Dios. Si creemos que llegamos a ese punto por medio de un crecimiento gradual
y con el tiempo, estamos gravemente equivocados. Se trata en realidad de enfrentarse con una serie de crisis,
y de una búsqueda que aumenta en su desesperación, hasta que finalmente recibimos la plenitud del Espíritu.
RINDASE POR COMPLETO
De puntillas por Amor
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El primer paso en la vida llena del Espíritu es el rendirse completamente. Ya se ha dicho que la razón por la
que muchos cristianos no son llenos del Espíritu es que el Espíritu Santo no ha logrado poseerlos
completamente. No se han rendido del todo al Salvador ni le han coronado Rey de su vida.
¿Por qué es que la fe cristiana pone tanto énfasis en que el cristiano se entregue completamente Simplemente porque el no rendimos es la base de todos nuestros problemas espirituales. De igual modo que los dedos
están arraigados en la mano, así nuestros pecados están arraigados en la palma de un ser que no se ha
rendido. ¿Por qué roba uno Para conseguir algo para sí mismo. ¿Por qué miente uno Para protegerse a sí
mismo. ¿Por qué se enoja el hombre Porque ha tenido alguna afrenta. ¿Por qué es uno celoso Porque está
en peligro de quedar más atrás que el otro. ¿Por qué tiene pensamientos viles Para entretenerse a sí mismo.
Miremos la palabra YERRO. Con el principio y el fin de la palabra componemos la palabra YO. El yo sin
rendirse es la raíz de nuestros males y de los yerros que cometemos.
El yo sin rendirse se manifiesta en muchas formas diferentes. Algunas veces se manifiesta porque busca lo
suyo. En vez de buscar primeramente el Reino de Dios y su justicia busca su propio placer, su posición sus
planes, y su prestigio. Es como el hijo pródigo que le dijo a su padre: “Dame, dame”. Quería tomar sus
posesiones y gastarlas en sus propios intereses. Y como los discípulos Jacobo y Juan que le pidieron a Jesús
que les permitiera sentarse a su derecha y a su izquierda cuando estableciera su reino en la tierra. Buscaban
tronos y cetros para su propia gloria mientras que Jesús iba rumbo a la cruz para entregarse a la muerte para
la redención del mundo.
A veces el no rendirse se manifiesta en amor propio. El individuo, en vez de amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a sí mismo, está en realidad enamorado de sí mismo. Se cree mayor cosa de lo que
debe, volviéndose orgulloso y criticón. Se cuenta de un profesor universitario que era tan vanidoso que los
estudiantes decían que era “un hombre hecho por sí mismo que adoraba a su creador.” El yo que no se ha
rendido se manifiesta en “demandar los derechos.” Al individuo le gusta ser el centro del grupo. Le gusta
dominar la conversación hablando de sí mismo, dónde ha estado y qué ha hecho. Con frecuencia emplea el
pronombre personal yo.
Cuando el hermano del autor escribía su tesis para la licenciatura en la Universidad en Hartford, hace algunos
años, alquiló una máquina de escribir de un agente. El hombre la trajo y mientras la instalaba en el
apartamento de mi hermano, le contó algunos datos interesantes sobre las máquinas de escribir. “Viera
usted,” le dijo, “que la letra en el teclado que más tenemos que reemplazar es la I mayúscula (en inglés así se
escribe el pronombre Yo). Y la razón es, no tanto por la frecuencia de su uso, sino por la fuerza con que se le
golpea al escribir YO.”
A veces el Yo sin rendir se manifiesta por complacencia excesiva para consigo mismo. Los móviles del
individuo no son reglas ni valores sino deseos. Esto puede conducir a los excesos, la glotonería, vicios
esclavizantes, o inmoralidad.
La auto-justificación es otra característica del Yo. ¡Qué difícil le es admitir una simple equivocación! Es muy
lento en expresar su culpa. Siempre trata de justificar sus acciones y vindicar su posición.
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Además hay la autosuficiencia. El individuo, en lugar de fiarse del todo en los recursos y la gracia de Dios, depende de su propia sabiduría, su habilidad, y sus propios esfuerzos. Lo vemos en el caso de Pedro, quien, la
noche que prendieron y juzgaron a Cristo había dicho que aunque los otros discípulos abandonaran al
Maestro y huyeran, él, solo, sería fiel hasta el fin, aún hasta la muerte. Pero cuando vino la hora de la prueba,
falló miserablemente y negó a su Señor tres veces. Había confiado en sus propias fuerzas.
Una niñita estaba cantando solita en la sala de la casa un día, mientras que su madre trabajaba en la cocina.
Era un himno conocido, pero la versión de la niña era nueva y revisada. La madre no pudo menos que sonreír
al oírla.
Cuenta tus bendiciones
Nómbralas una por una
Y, ¡qué sorpresa para el Señor
Ver lo que tú has hecho!
Este YO también se manifiesta en la obstinación. Quizás esto es el punto de partida del asunto. En lugar de
buscar la voluntad de Dios en cada decisión de la vida, con frecuencia escoge su propio camino. En su
admirable libro The Great Divorce, C. S. Lewis sugiere que realmente, no hay más que dos grupos de
personas en el mundo. El primer grupo consiste en los que le dicen a Dios: “No mi voluntad sino la tuya sea
hecha”. Jesús fue el gran ejemplo de esta actitud cuando oró exactamente así en el huerto de Getsemaní
poco tiempo antes de su crucifixión. En el segundo grupo están aquellos a quienes Dios por fin tiene que
decirles: “No mi voluntad sino la vuestra sea hecha. Quisisteis tener todo a vuestro modo; pues bien, así
sea— para siempre.” Y según el escritor Lewis, cuando Dios final y decisivamente le dice eso a un hombre,
¡eso es el infierno!
Generalmente el ser es lo último que llegamos a rendir. Es fácil dar a Cristo las cosas, es más difícil darse a sí
mismo; presentarse en rendimiento. Generalmente estamos listos a dar cualquier cosa a Cristo—el dinero, las
posesiones, aún el servicio—todo menos nosotros mismos. Me acuerdo de un laico en la India que confesó:
“Todos estos años he dado fielmente mis ofrendas al Señor pero nunca me he rendido a mí mismo.” Un
misionero joven que fue a la India para ser pastor de una iglesia angloparlante de una gran ciudad, dijo en un
retiro: “He dejado mi hogar, la familia, un puesto con buen salario, para venir a la India a servir a Dios; pero
hasta hoy no me había rendido por completo.” Simón Pedro hablando por los otros también le dijo al Maestro
“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué pues, tendremos” (Mateo 19:27). Nótese
la última parte de lo que dijo. Pedro había entregado su hogar, su barco, su pesca, pero no había rendido a
Pedro y como consecuencia se estaba enredando en el yo.
Debemos tener mucho cuidado y entender que rendirse no significa apagarse. Uno no puede nunca
deshacerse totalmente del ser. Si se le echa por la puerta vuelve a entrar por la ventana. El ser es la esencia
eterna de la personalidad humana. Es aquello que le hace a uno ser persona; lo que le da individualidad. Ser
De puntillas por Amor
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un “sin-ser” no es posible; es contradicción de términos. Es posible no ser egoísta, pero nunca se pierde el
ser.
El rendirse totalmente es un cambio radical, de tener el enfoque en uno mismo a enfocar en Cristo; así la vida
ya no gira alrededor de uno mismo sino que gira alrededor de Cristo. Es necesario cambiar ese Yo en un ¡Ya!
“Ya, Señor me rindo.” Cuando ese Yo se encamina a la voluntad del Maestro, se llega a ser un verdadero
heredero en Cristo.
Notamos no hace mucho que cuando el hijo pródigo se marchó de la casa de su padre, lo que decía era:
“Dame, dame.” Observemos ahora que cuando volvió a su casa, decía: “¡Hazme! ¡Hazme!” El centro de la
voluntad había cambiado del hijo al padre.
Al estudiar la gramática aprendemos a conjugar los verbos de esta manera: primera persona—yo; segunda
persona—usted (o tú); tercera persona—él. Pero al rendirse uno completamente la gramática espiritual
cambia. Primera persona—El (Dios); segunda persona—tú, usted (o el prójimo); tercera persona—yo. Dios
tiene que tener el primer lugar; es menester que tenga la preeminencia. Usted, prójimo mío tiene que tener el
segundo lugar.
Hay dos modelos básicos de la vida. Uno gira alrededor de sí mismo y el otro gira alrededor de Dios, El es el
centro. El Nuevo Testamento habla de estos dos modelos simbólicamente como “el hombre viejo y el hombre
nuevo”. Todos los acontecimientos y el contenido de la vida caen dentro de uno de estos dos modelos. No
podemos negar que, hasta cierto punto en los corazones sin rendir, existen ambos modelos al mismo tiempo,
de modo que vistos en forma geométrica hay una elipse en lugar del círculo que debía de haber.
En su libro intitulado El Espíritu de Santidad[*] el Dr. Everett Cattell da la siguiente ilustración de esta común
condición espiritual: si se mueve un imán en forma de herradura debajo de un papel en donde se ha puesto
limaduras de hierro, y se mira por encima, no puede verse el imán. Pero sí se puede ver dónde están los dos
polos porque las limaduras reaccionan arreglándose en dos círculos adyacentes sobre los polos. “En la vida
del convertido” dice el Dr. Cattell, “todavía hay dos grandes polos—el Yo y Dios. Todos los elementos de la
vida se agrupan alrededor de un polo u otro en una vida equívoca y ambivalente. Es posible que ciertos
elementos en áreas dominadas por ambos polos reaccionen ambiguamente”.
Es menester ser limpiados de ese egoísmo centrado en el Yo. Esa dualidad tiene que dejar de existir. El Yo,
un polo apartado de Dios tiene que entregar su hurañía, su aislamiento, su enemistad con Dios, su soberanía
independiente, por medio de un acto de rendimiento absoluto. Tiene que hacerse a un lado hasta ser
escondido con Cristo en Dios. El ser entonces sigue viviendo pero vive en Dios. Los polos son ahora, por
decirlo así, idénticos; y el modelo de la vida es uno, íntegro.
Esta paradoja espiritual fue expresada breve e intrigantemente en las conocidas palabras: “Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Este es un versículo
asombroso. Pone énfasis al rendimiento y la crucifixión del Yo, pero al mismo tiempo habla mucho del Yo.
Predominan los pronombres personales. Tenemos que seguir el razonamiento de Pablo con mucho cuidado.
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Es evidente que habla de tres entidades (“yo”) distintas, o mejor dicho, tres aspectos del Yo. “Con Cristo estoy
juntamente crucificado...,“ dice al empezar. Esta es la parte del yo que necesita ser crucificada. Es aquel Yo
orgulloso, perverso, y egoísta que busca gloriarse en todo. Luego sigue Pablo, “y vivo”. Esta es la parte del yo
que vive más allá de su crucifixión. Es nuestro ser esencial, el Yo verdadero, imperecedero y eterno. Dios
mismo lo ha creado y no lo destruirá; vivirá para siempre. “No (vivo) ya yo, mas Cristo vive en mí,” concluye
Pablo. He aquí el secreto. Cuando se crucifica el yo carnal y egoísta, entonces puede haber un yo genuino,
lleno y poseído de Cristo. Por lo tanto, Pablo un momento dice: “Estoy muerto,” y luego “Estoy vivo.” Entonces
clarifica al añadir: “Cristo vive en mí.” La crucifixión del Yo es muerte que conduce a la vida.
Se cuenta la historia de un señor que leía la página de los fallecimientos en el periódico, cuando, ¡cuál no
sería su sorpresa, encontró su propio nombre en la lista! Volvió a leerla. Las iniciales, el apellido, hasta la
dirección de su casa estaban allí. ¡Anunciaban que él había muerto! Primero le causó risa, pero luego sonó el
teléfono muchas veces. Sus conocidos llamaban adoloridos para preguntar la causa de tan repentina muerte.
Al fin muy irritado llamó al redactor. “Señor,” dijo, “han anunciado mi fallecimiento en el periódico de esta
mañana y resulta que estoy verdaderamente vivo. Esto les está causando mucho confusión a mis amigos.
¡Demando que corrijan este error!”
El redactor, confuso, no supo qué decir hasta que, inspirado dijo: “No tenga usted pena, señor, corregiremos
todo. ¡Mañana pondremos su nombre en la lista de recién nacidos!”
Es una parábola espiritual. Si morimos con respecto al viejo yo carnal, de repente nos encontramos vivos en
Cristo de una manera nueva, porque después de la crucifixión viene la resurrección. Muere el yo viejo y es
levantado un yo nuevo. Ponemos nuestro nombre en el anuncio de los fallecidos e inmediatamente nos
hallamos en la lista de los recién nacidos.
En este punto se necesita una nota de precaución. La crucifixión del yo viejo de que hemos estado tratando
no puede hacerla el individuo mismo. Es decir, el yo no puede crucificarse a sí mismo. Irrevocablemente se
opone a su propia crucifixión. La única cosa que el individuo puede hacer es alistarse a ser crucificado por la
ejecución del Espíritu Santo. Pablo dice: “Nadie puede llamar a Jesús ‘Señor’ sino por el Espíritu Santo” (I
Corintios 12:3). Pero cuando nosotros estamos dispuestos, hallamos que El es capaz.
RECIBA LA PLENITUD DEL ESPIRITU
El rendimiento completo del ser no es un fin en sí mismo. Es meramente limpiar el canal para que el Espíritu
pueda darse en su plenitud. Sin embargo es importante que no lo interpretemos como una forma de “regateo”
celestial, en el que damos nuestro todo, y El da su todo en un intercambio. Al rendirnos totalmente no hay
modo de que lleguemos a merecer la plenitud del Espíritu. No hay nadie que “lo merezca” pero todos los
cristianos podemos recibirlo. Este es el don de Dios. Se nos da si lo pedimos. Jesús dijo: “Pues si vosotros,
siendo malos sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu
Santo a los que se lo pidan” (Lucas 11:13). Lo único que tenemos que hacer es pedir al Espíritu Santo que ya
mora en nosotros, que tome el control de la vida, que nos santifique y nos llene.
De puntillas por Amor
40
Al buscar la plenitud del Espíritu Santo, nuestros ojos tienen que estar fijos en el Dador mismo y no en una de
las dádivas. Pablo dice que el Espíritu Santo distribuye sus dádivas “a cada uno en particular como él
requiere” (I Corintios 12:11). No todos reciben la misma dádiva; ni tampoco posee un individuo todas las
dádivas. No es posible dictarle al Espíritu Santo cuál dádiva debe darnos. Esta es su prerrogativa. Pero todos
podemos recibir el don de la plenitud del Espíritu Santo mismo. ¡Eso se nos ofrece a todos!
Poco tiempo después de que mi señora y yo llegamos a la India como misioneros, los japoneses atacaron el
puerto de Pearl Harbor y así precipitaron la entrada de los Estados Unidos en la segunda guerra mundial. En
pocos meses, las fuerzas japonesas habían avanzado hasta las fronteras de la India y el embajador
americano nos dijo que debiéramos de evacuar. Mi esposa y nuestra hija que en esos días tenía seis meses
de edad, regresaron a los Estados Unidos en un vapor militar, pero yo me quedé en la India. No nos volvimos
a reunir sino hasta que pasaron dos años y siete meses.
Durante ese largo período de separación, mi esposa y yo padecimos muchas horas de soledad. Ella me
escribía con frecuencia, pero en esos años de guerra el correo era lento y se practicaba estricta censura. A
menudo faltaban trozos grandes de una carta. A veces ella me mandaba paquetes con algún obsequio como
prueba de su amor. Una vez, estando yo en Calcuta en una serie de servicios especiales, un ladrón entró en
la casa del pastor y se robó unas cositas caseras, mi traje y una pluma fuente. Cuando mi señora supo mi
pérdida, juntó lo que pudo de sus ahorros y me compró otro traje y otra pluma también. Estuve encantado por
supuesto al recibir el regalo. Pero le escribí a ella: “Queridísima, te agradezco mucho todas las cartas que me
aseguran de tu amor y tus oraciones. Te agradezco todos los obsequios especialmente este último; pero,
querida, estoy llegando al punto en que ya no me bastan las cartas y los paquetes. Tengo ansias de estar
contigo y sólo contigo. Si pudiera verte la cara y tenerte en mis brazos, valdría más para mí que mil cartas y
paquetes. Otra vez que me mandes un paquete, ¡ponte adentro y vente!”
Llegó un tiempo en mi vida espiritual cuando tuve que decirle casi lo mismo al Espíritu Santo. En mi corazón le
dije, “Señor, te agradezco todos tus dones, el perdón, la paz, el consuelo, y la fortaleza. Pero Señor, yo quiero
más, que solo dones. Te deseo sólo a ti. Quiero que Tú penetres y llenes todo mi ser.”
Es menester que deseemos al Señor más que cualquier cosa en todo el mundo. Debemos desearle a El y
sólo a El.
Finalmente debemos recibir al Espíritu Santo en su plenitud por fe. Pedro, ante el concilio en Jerusalén dijo, “Y
Dios que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y
ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus corazones (Hechos 15:8-9). (Letras
cursivas del autor). Todos los dones de Dios se reciben por fe.
Muchos cristianos parecen rendirse totalmente a Dios, crucifican el yo, pero todo es tan triste, tan deprimente.
Les falta tomar el paso positivo de la fe.
El rendimiento dice: “Con Cristo soy crucificado”
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La fe dice: “Cristo vive en mí”
El rendimiento dice: “Estoy vaciado y limpiado”
La fe dice: “Lleno y listo para el uso del Maestro”
El rendimiento dice: “Doy todo lo mío”
La fe dice: “Recibo todo lo tuyo”
La fe es sencillamente creer lo que Dios ha dicho en su Palabra, poniendo todo su peso en el poder de sus
promesas. Nos asegura que el don del Espíritu Santo es para todos, que El le da el Espíritu Santo a
cualquiera que le pide, y que si le pedimos algo en su nombre nos lo da. En vista de esto, digo en mi corazón:
“Señor, sé que lo que dices es la verdad. Ahora te pido que me llenes con el Espíritu Santo; y creo que Tú me
llenas en este momento. Gracias, Señor.”
Puesto que a esta experiencia uno entra por la fe, puede ocurrir en nuestras vidas en cualquier tiempo, en
cualquier lugar, cuando lo pedimos y creemos.
Predicaba yo en cierta iglesia una serie de mensajes sobre el tema del Espíritu Santo. Una ama de casa, hija
sincera de Dios sintió deseos de ser llena con el Espíritu Santo. Una mañana estando sola en la casa,
trabajando en la cocina, en su mente meditaba y oraba. De repente levantó los ojos y dijo en voz alta: “Señor,
el predicador dijo que podemos recibir el bautismo del Espíritu Santo por fe. Según veo, Señor esto está de
acuerdo con tu Santa Palabra. Pues Señor, aquí y ahora mismo te pido me llenes con el Espíritu Santo, y creo
ahora que lo estás haciendo”. En el servicio de esa noche, se puso de pie y testificó que tenía la seguridad de
que el Espíritu Santo la había llenado. ¡Ocurrió mientras que ella lavaba los platos en la cocina!
Hace algunos años en un retiro de predicadores y laicos en el estado de Nueva York, estuve predicando esa
misma serie de mensajes sobre el Espíritu Santo. Al terminar la primera sesión, se dio tiempo para preguntas
y discusión. Los ministros se enfrascaron en los puntos teológicos en pro y en contra del tema. En eso, uno de
los laicos que se llamaba Sam interrumpió la discusión y dijo ansioso: “No puedo entender esa jerigonza
teológica. Lo que sí sé es que necesito la plenitud del Espíritu Santo. Díganme cómo la puedo encontrar”.
Brevemente le di el bosquejo de los pasos al rendimiento y la fe.
Al acabar la sesión de la noche, el líder del retiro explicó que ahora empezaría un período de silencio que duraría la noche y abarcaría la hora devocional de la mañana siguiente. También nos dijo que al salir tomáramos
una de las tarjetas, en cada una de las cuales habría escrito el nombre de uno que estaba allí. Se nos pidió
que oráramos por la persona cuyo nombre nos tocara. Inmediatamente oré en mi corazón, “Señor, dame a
Sam que sea mi objeto de oración.” Cuando tomé la tarjeta, el nombre era el de Sam _____________.
“Coincidencia” dirá usted. Pero eran más de cien tarjetas. Sentí que había sido la mano de Dios. Me fui a mi
cuarto y oré encarecidamente por Sam, que fuera lleno con el Espíritu.
En la misma mañana nos reunimos para devociones colectivas y silenciosas. Al final del período de silencio,
Sam de un salto se puso en pie y dijo, “Apenas pude esperar que se rompiera el silencio. Ya reviento con las
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42
buenas nuevas que quiero impartirles. Anoche Dios me llenó con el Espíritu Santo. Pedí y creí y el Señor me
contestó la oración.” Contó que el bautismo y la plenitud del Espíritu habían venido mientras que él se bañaba
en la ducha.
Muchos años han transcurrido desde que un hombre, alto, delgado y pelirrojo, nativo del estado de Kentucky,
estudiante de ingeniería civil en la Universidad de Cincinnati, andaba por la avenida Clifton cerca del plantel
universitario. Eran las últimas horas de una tarde de enero, fría y pesada. El verano pasado el joven había
asistido a las conferencias en el campamento Sychar en Mount Vernon, del estado de Ohio, y se había
convertido. Había sentido vocación a la obra misionera en la India. No hacía poco había recibido instrucción
acerca del bautismo con el Espíritu Santo y estaba buscando anhelosamente la experiencia. Andando en la
acera, perdido en sus pensamientos, dijo en voz alta: “Señor, yo he puesto mis ambiciones, mi carrera, mi
matrimonio, mi todo en el altar. ¿Qué más debo hacer para recibir al Espíritu Santo en su plenitud Esto es lo
que necesito y deseo más que cualquier otra cosa.” Una voz interna dijo suavemente: “Sólo pídelo y cree”.
Pues aquel joven (que llegó a ser mi padre) levantó los ojos al cielo y dijo desde lo profundo de su corazón:
“Señor, sí creo; lléname ahora mismo.”
No hace mucho, mi padre me llevó a Cincinnati y me mostró el sitio en donde ocurrió. Estuvimos allí juntos en
unos momentos de oración expresando gratitud.
En mi propia vida, cuando yo era estudiante en la Universidad de Asbury en Wilmore, estado de Kentucky,
recuerdo cómo, por primera vez recibí la plenitud del Espíritu. Dos años atrás había aceptado a Cristo, y había
empezado la vida cristiana con mucho celo. En eso llegué a una meseta, y no progresaba espiritualmente. El
descubrimiento de ciertos deseos y actitudes en mi corazón claramente contrarios al espíritu de Cristo me
causó profunda pena. Estaba dividido con guerra intestina. Las doctrinas del Espíritu Santo y la santificación
no eran nuevas para mí. Había crecido en la tradición de Wesley. Solamente necesitaba tomar a pecho la
verdad y hacer experiencia de la doctrina. Una mañana, sentado a solas en mi escritorio para mis devociones
privadas, oré para mis adentros: “Señor Tú has dicho, ‘Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados.’ (Mateo 5:6). Pues bien, yo tengo hambre. Tengo sed. Quiero ser limpio
y lleno con el Espíritu más que cualquier cosa. Señor, cumple ahora tu promesa. Creo.” En ese momento me
sentí como si hubiera acabado de bañarme. Me sentí limpio. Además tuve la certeza que el Espíritu Santo
había poseído todo mi ser. Me duele decirlo pero no siempre he sido fiel al Maestro. Hubo un tiempo cuando
le falté miserablemente a mi Señor y perdí la seguridad de su plenitud. Pero el Espíritu fue fiel en su ministerio
y me trajo de nuevo al punto de rendirme y creer. Hoy día tengo la seguridad de su plenitud.
Estos, pues, son los pasos para llegar a la vida llena de la plenitud del Espíritu Santo. Rendirse totalmente a
su voluntad. Dejar morir el yo del hombre viejo. Recibir al Espíritu en su plenitud por fe. Darnos cuenta que es
la intención de Dios llenarle con su Espíritu. Entonces se cumplirá la promesa en su vida y el Pentecostés
será tan verdadero para usted como lo fue para los discípulos en Jerusalén.
De puntillas por Amor
43
VII
El Amor Es la Señal
De todas las proclamaciones en todas las lenguas, la mayor es “Dios es amor.” No dice solamente que “Dios
ama” sino que “Dios es amor.” El es la personificación del amor. El amor es la fibra de su ser.
Todas las acciones de Dios emanan de ese hecho básico. Por ejemplo, el amor es la base de su acción
creativa. ¿Por qué creó Dios Porque el amor requiere relacionarse. Requiere objetos sobre los que pueda
prodigar su afecto. Así que Dios creó al hombre para tener una relación amorosa con él y para derramar sobre
él su amor. Los padres crean por la misma razón. Desean tener hijos a quienes puedan llamar suyos y
brindarles todo el afecto y quienes reciprocarán esas acciones con amor.
El amor es la base de la acción redentora de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). “En
esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que
vivamos por él” (I Juan 4:9). “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros” (I Juan
3:16). Fue una cosa peligrosa que Dios creara. Era posible que su criatura hiciera mal y le quebrantara el
corazón. Pero Dios quiso hacerlo. Sabía que El tendría que entrar en escena y decirle al hombre: “Ya pecaste.
Ahora aquí está mi amor.” Por lo tanto, la cruz estaba inherente en la creación. A Jesús se le llamó “el
Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8), no sólo hace 2000 años. El
momento en que el hombre desobedeció y se hizo pecador, una cruz se formó en el corazón de Dios. Era
inevitable. ¿Cómo podríamos saber que le importaba a Dios y que El padecía a causa de nuestro pecado La
única manera de saberlo era que El levantara una cruz en algún momento en la historia para que la pudieran
ver todos los hombres. Por medio de la cruz exterior, de madera, en el Calvario podemos ver la cruz interior,
invisible, en el corazón de Dios. De modo que porque Dios es amor, amó al mundo y dio a su Hijo, y el Hijo
entregó su vida.
El amor es la base por la cual nos podemos acercar a Dios. Supongamos que yo fuera un pecador necesitado
de ayuda y dirección, y viniera a pedirle a usted que me aconsejara. Usted me diría: “Dios es omnipotente.
Acuda a El; le ayudará.” Pero no me atrevo a acercarme a El basado en su omnipotencia. Soy débil y finito.
Tal vez El me aplaste en sus manos poderosas. Entonces usted me diría, “Dios es omnisciente. Acuda a El; le
ayudará.” Tampoco me atrevo a acercarme a Dios basado en su omnisciencia, porque eso significa que El me
conoce—cada hecho, cada palabra, aun mis pensamientos más íntimos.
Entonces, tal vez usted me diría: “Dios es santo. Acérquese a El y El le ayudará.” Pero no me atrevo a
acercarme basado en su santidad. El es la perfección absoluta mientras que yo soy un pecador miserable.
Mientras más me le acercara, mayor sería mi vergüenza. Tal vez usted me diría: “Dios es justo. Acuda a El
para el socorro que necesita.” Pero no me atrevo a acercarme a El basado en su justicia. He pecado contra El
y soy culpable en su presencia. La justicia demanda que yo sea condenado por mi pecado.
Finalmente usted me diría: “Dios es amor. Acuda a El y El tendrá compasión de usted.” Entonces sí, olvido mi
vergüenza y mi falta completa de méritos y me precipito en sus brazos extendidos, implorando misericordia. Y
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porque Dios me ama, me dará la bienvenida, el perdón, y la limpieza y me recibirá. El amor es la única base
sobre la que puedo acercarme a él.
Puesto que el amor es una de las características básicas de Dios, es una de las características básicas de la
vida plena del Espíritu Santo. Esta es la verdad reiterada por Pablo en su Primera Epístola a la iglesia en
Corinto. Habiendo discutido los dones del Espíritu en el capítulo doce, concluye de esta manera: “mas yo os
muestro un camino aun más excelente.” Luego, en el capítulo trece nos da su gran tributo al amor, el cual
constituye una de las alegorías más sublimes en toda la literatura.
Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o
címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la
fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para
dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve (1
Corintios 13: 1-3).
La esencia de lo que Pablo dice es: Podemos declamar las más maravillosas palabras; podemos poseer los
mayores dones; podemos hacer proezas de la mayor nobleza. Pero si no poseemos y practicamos el amor, no
somos nada. Todo es en vano.
Esta es la razón por la cual cuando se le preguntó a Jesús cuál era el mayor mandamiento, declaró que era
amar. Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo sinceramente.
El primer mandamiento de todos es: Oye Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es y amarás al Señor tu
Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas... y el segundo es...
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos (Marcos 12: 29-31).
Como Dios es amor y el hombre es hecho en la imagen de Dios, es natural que el hombre tenga la capacidad
de amar. Anteriormente los psicólogos decían que había tres instintos en el hombre—el yo, el sexo, y el
grupo; es decir, el instinto de la auto-preservación, el de propagarse y el de asociarse con otra gente. Pero en
años recientes los psicólogos han estado diciendo que hay solamente un instinto básico en realidad, y es el de
amar y ser amado. El hombre tiene que amar algo. Si no ama a Dios y al prójimo, a lo menos amará el arte, la
música, la literatura, los deportes, su patria o alguna causa noble. Alguien ha condensado eso al decir: “El
amor hace girar al mundo.”
El opuesto de ese adagio también es cierto. “La falta del amor arruina a todo el mundo.” La causa principal de
muchos hogares despedazados y de la delincuencia juvenil de hoy día es la falta del amor. Muchos esposos
han perdido su primer amor. Muchos hijos no han tenido amor verdadero (que incluye disciplina) en su hogar.
Muchos de los jóvenes de muy temprana edad que se fugan y se casan, están buscando el amor que no
recibieron de sus padres.
Recuerdo haber leído en un periódico hace unos años del secuestro de un bebé de tres semanas de edad en
un pueblo del sur del estado de Illinois. Una mujer como de treinta y tantos años de edad visitó a los padres
del niño y dijo que representaba al Hospital Memorial Massac. Dijo que al niño se le había escogido para ser
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el “bebé del mes” y que quería llevarlo al hospital para sacarle fotos. Cuando pasaron varias horas sin que la
mujer regresara, la madre afligida llamó a la policía. Unos cuantos días después hallaron a la secuestradora
con el bebé, en la ciudad de Chicago. Cuando las autoridades le preguntaron porqué había robado al recién
nacido, ella respondió llorando: “Yo quería tener algo que amar.” Más tarde se supo que un mes antes se le
habían muerto el esposo y el padre y ella había abortado a su propio hijo quedando absolutamente sola.
Presa de la desesperación había robado al bebé para tener “algo que amar.”
La religión y la psicología ordenan: “Amarás.” Esto es básico en la vida cristiana. Pero alguien dirá: ¿Cómo
puede el amor ser el resultado de una orden El amor no puede ser genuino a menos que sea espontáneo, del
corazón. La respuesta es esta: cuando Dios manda que amemos, la naturaleza concuerda. Si violamos la ley
del amor, violamos la ley de nuestro ser. Si no amamos a Dios y al prójimo, no podemos amarnos a nosotros
mismos. Supongamos que estoy hablando a un grupo de gente y al medio día les digo: “Vayan a almorzar.”
Sería un mandamiento, pero habría dentro de cada oyente algo que estaría de acuerdo con ese
mandamiento. Asimismo cuando Cristo nos manda que amemos, nuestra naturaleza interior responde al
mandamiento, porque tenemos la capacidad de amar.
Luego Jesús añade: “Amarás al Señor tu Dios”. Dios ha de ser el objeto de nuestro amor—una Persona, no
meramente u.n doctrina, ni sólo una idea, ni una causa. Tiene que haber una relación personal.
Dios es el Objeto perfecto de nuestro amor. Es absolutamente bueno y santo, y sin faltas ni defectos.
Podemos depender totalmente en El y jamás nos fallará. A veces mi esposa me dice: “Querido, te amo a
pesar de tus faltas.” Y yo puedo decirle lo mismo a ella. Puesto que somos humanos todos tenemos faltas.
Tenemos que amarnos a pesar de las faltas y debilidades que tengamos. Pero no podemos venir ante Dios,
ver su rostro y decirle: “Señor, te amo a pesar de tus faltas.” El no tiene falta alguna. Es la única persona en
todo el universo que es absolutamente perfecta y fidedigna.
Dios es también el Objeto eterno de nuestro amor. Esta es una relación amorosa que no tiene fin. En el
mundo de relaciones humanas, viene la hora cuando tenemos que bajar al esposo, la esposa, el hijo, o el
amigo al sepulcro, y la íntima relación amorosa se rompe. Pero cuando nos enamoramos de Cristo, es el
principio de un romance eterno. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada
nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Véase Romanos 8:38-39).
Un niño pequeño tenía un conejo predilecto, regalo de cumpleaños de su padre. ¡Cómo quería al conejo! Lo
llevaba consigo a todos lados. Pero un día dos perros callejeros pasaron por el patio y al ver al conejito, lo
hicieron pedazos. Esto le quebró el corazón al niño, tanto que lloró por varios días. Entonces su padre le trajo
un hermoso perrito, y el niño pronto olvidó lo del conejo. Acariciaba a su perro y jugaba con él hora tras hora.
Donde él iba, corría el perrito detrás. Pero un día mientras que jugaban, el perro cruzó la calle en pos de una
pelota y fue atropellado por un carro, muriendo al instante. El niño de nuevo se vio con el corazón
quebrantado y lloró largamente la pérdida de su animalito. Se subió a las rodillas de su padre y con sus ojos
llenos de lágrimas le dijo: “Papacito, se me murió el conejo y se me murió el perrito, ¿no puedes conseguirme
algo que nunca se me muera”
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Hay algo en el corazón del hombre que exclama del mismo modo: ¿No habrá algo o alguien en el universo al
que pueda amar y que jamás se muera ¡Sí, hay Alguien! El Señor Jesucristo. Cuando nos enamoramos de El,
es amar para siempre. Es un romance eterno.
Jesús sigue hablando y dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu
mente, y con toda tu fuerza”. Pone énfasis en la palabra “todo”. Nuestro amor para con Dios ha de ser
completo. El desea toda nuestra devoción. ¿No es igual con nosotros La esposa quiere todo el amor del
esposo; el esposo quiere todo el amor de la esposa. No estamos satisfechos hasta tenerlo todo. ¿Querrá Dios
tener menos
Nuestro amor para Dios ha de ser un amor equilibrado que exprese cada aspecto de nuestra personalidad.
Hemos de amarle con toda nuestra mente—con toda la sensatez de nuestra naturaleza intelectual. Hemos de
amarle con todo el corazón—con toda la sinceridad de nuestra naturaleza emotiva. Hemos de amarle con toda
nuestra alma— con toda la intensidad de nuestra naturaleza volitiva. Hemos de amarle con toda nuestra
fuerza—con toda la vitalidad de nuestra naturaleza física. La totalidad del hombre ha de sujetarse al dominio
de Dios. Esto hace posible unificar la personalidad y fijar el propósito.
Muchos aman a Dios de una manera desequilibrada y por lo tanto, débil. Hay quienes lo amen con la fuerza
de las emociones y la debilidad de la mente. Esto causa a los emocionalistas religiosos. Otros aman a Dios
con la fuerza de las emociones y la debilidad de la voluntad Esto causa sentimentalistas religiosos Otros más
aman a Dios con la fuerza de la mente y la debilidad de las emociones. Esto es lo que hace que haya
intelectualistas religiosos. Otros más todavía lo aman con la fuerza de la voluntad y la debilidad de las
emociones. Esto produce a los legalistas religiosos, esas personas de hierro—muy morales, pero que ni aman
ni atraen el amor. El cristiano verdaderamente fuerte es el que ama con la fuerza del intelecto, con la fuerza
de las emociones, con la fuerza de la voluntad, y con la fuerza de toda la personalidad. Todo el ser participa
en una pasión de amor y rendimiento a Cristo
Después de que da el primer mandamiento grande, “Ama a Dios con todo tu ser,” Jesús añade el segundo
mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Los dos no pueden separarse. Son como los dos rieles del
tren o las dos alas del pájaro. Hablar de amar a Dios sin amar al prójimo es una farsa. Sería comparable a
darle un abrazo a alguien y al mismo tiempo darle un puntapié en la canilla. Hay que escribir el Amor cristiano
con A mayúscula. El vértice agudo de la A nos recuerda nuestra relación con Dios, pero la base horizontal de
la A representa nuestra relación con el prójimo. Si amamos a Dios, amaremos a la gente.
Mi padre pasó sus años de adolescencia en la ciudad de Tucson, en el estado de Arizona. Cuando estudiaba
la secundaria pasó un verano trabajando en el dique cerca de la frontera mexicana. Fue allí donde, por
primera vez él vio a unos hindúes del sur de Asia. Habían venido por invitación del gobierno de México para
trabajar de peones en unos proyectos de obras públicas. Cuando mi padre vio a estos culíes con sus marcas
de casta y sus costumbres tan extrañas, y oyó su música rara al amor de las fogatas de noche, dijo dentro de
sí que esa gente era la basura de todo el mundo y que nunca había visto gente tan aborrecible. ¡Poco
imaginaba entonces que Dios le llamaría unos cuantos años después para que le sirviera de misionero en la
India! Pero antes que pudiera ocurrir esto, fue convertido en unos cultos campestres en el estado de Ohio y
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más tarde fue lleno del Espíritu Santo. Recibió tal bautismo de amor en su corazón que su actitud hacia los
hindúes cambió por completo. La India llegó a ser su patria querida; la gente de la India llegó a ser su pueblo.
Puede decirse en verdad que jamás hubo quien amara más a los habitantes de la India, ni fue nadie tan
amado como mi padre.
Hace pocos años yo conduje un retiro devocional de solo un día en una iglesia presbiteriana en la ciudad de
Baltimore. Una joven universitaria muy guapa llegó al retiro, pero al ver que había buen número de negros en
el grupo, se resintió y casi se regresó a su casa. Sin embargo, se controló a si misma y se quedó. Escuchó
atentamente los mensajes sobre el Espíritu Santo, y cuando se dio la invitación a que viniera la gente al altar
para orar, ella respondió pronto. Al celebrarse la sesión final del retiro, la joven se puso de pie ante el grupo,
confesó el resentimiento que había sentido y pidió el perdón de todos los negros presentes. Luego prosiguió
en voz alegre: “Quiero decirles que le pedí a Dios que me llenara con el Espíritu Santo. El ha contestado mi
oración. Ahora encuentro de repente que se me ha quitado la actitud de prejuicio racial y por primera vez
tengo la capacidad de amar a todos mis hermanos negros y a todo el mundo”. Ella había cambiado de
rechazamiento a aceptación en un período de seis horas. Había sido un verdadero milagro de la gracia de
Dios.
Estoy escribiendo estas líneas en el interior del Congo, África, en donde estoy asistiendo a la conferencia
anual de la Iglesia Metodista. Está aquí un joven misionero que se llama Paul Law. El y su esposa
recientemente graduaron de la Universidad de Asbury (en Kentucky). Han venido a servir a la gente del
Congo. Hace seis años el padre de Paul, Burleigh Law, piloto misionero metodista, fue asesinado a balazos
por los rebeldes en la guerra civil. Está enterrado en la misión de Wembo Nyama. Hoy su hijo ha venido a la
misma misión, predicando a Cristo a la gente de esa región. Humanamente se esperaría que Paul tuviera
resentimiento hacia la gente del Congo por la muerte de su padre. Uno esperaría que él ni siquiera querría ver
el Congo. Pero aquí está en el escenario del martirio de su padre, amando y sirviendo en el nombre de Cristo.
Solamente por el amor de Cristo puede uno servir así.
En su carta a la iglesia en Roma, Pablo dice que, “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Luego en su Carta a los Gálatas escribe: “Mas el fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23). Vemos que el amor con todas sus manifestaciones es la evidencia
suprema de la morada del Espíritu. Cuando estamos enteramente rendidos a Cristo y llenos del Espíritu, su
amor es aún más evidente en nuestra vida.
Las dádivas del Espíritu son importantes y deben usarse para la edificación de la iglesia y para la gloria de
Dios. Pero el Espíritu Santo reparte sus dones según su propia voluntad. A uno le da el don de la profecía (o
la proclamación), a otro el don de la sanidad, a otro el don del discernimiento, y a otro el don de lenguas,
etcétera (Véase I Corintios 12:4-11, 27-31). Nadie posee todos los dones, ni tampoco tenemos todos el don en
forma idéntica. Es por esto que no podemos decir que un don en particular es la manifestación del bautismo
con el Espíritu. Sin embargo, cada uno que está lleno del Espíritu posee todos los frutos del Espíritu. El
Espíritu Santo no reparte a uno el amor, a otro la paciencia, a otro la paz, etc. Cada uno de nosotros necesita
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todas las gracias cristianas. Todos necesitamos amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza.
El fruto del Espíritu es la evidencia suprema de la presencia del Espíritu que mora en nosotros. Es muy significativo que la plenitud del Espíritu se diera por primera vez el Día del Pentecostés, que era la fiesta de las
primicias de los judíos. El bautismo con el Espíritu Santo es una fiesta espiritual que produce el fruto del
Espíritu en nuestras vidas. El amor es la característica principal del fruto, porque las otras gracias son tan sólo
manifestaciones del amor. El gozo es la expresión emotiva del amor. La paz es el amor en reposo. La
tolerancia y la benignidad son el amor en el comportamiento. La bondad y la mansedumbre son la disposición
del amor. La fe es la confianza quieta del amor, y la templanza es el amor controlador.
Hay pocas cosas que la iglesia de hoy necesite más que un nuevo bautismo del amor. Solamente cuando el
amor divino de Dios se “derrama en nuestros corazones” (Romanos 5:5), podremos ver a cada ser humano
como una persona por quien Cristo murió y un posible hijo de Dios. Sólo entonces podremos amarnos los
unos a los otros con “amor fraternal no fingido” (I Pedro 1:22) y los hombres sabrán que en verdad somos
hijos de Dios.
Cuando Cristo se apareció a sus discípulos la tercera vez después de la resurrección, preparó un fuego en la
playa del mar de Tiberias y sirvió una cena de pan y pescado. Después de la cena habló personalmente con
Pedro. Esto fue el examen final del pescador robusto que tenía tres años estudiando en el seminario
ambulante del Maestro. El examen consistió en tres preguntas y las tres fueron casi idénticas. “Simón, hijo de
Jonás, ¿me amas” La historia nos relata que a Pedro le causó dolor que se le preguntara la misma cosa la
tercera vez. Le hizo recordar la escena parecida de poco tiempo atrás, cuando, al calentarse junto a un fuego
había negado tres veces a su Señor. Le había fallado miserablemente a su Señor porque su amor era
vacilante y debilitado por causa de su temor a los hombres. Ahora su Señor demandaba un amor que fuera
constante y completo. Pero vino el tiempo en la vida de Pedro, en el Día de Pentecostés cuando su amor para
Cristo fue reforzado con una fibra moral que le mandó listo a enfrentarse con un mundo hostil y listo a entregar
su vida en el servicio del Maestro.
Nótese que cada vez que Pedro respondió a la pregunta del Señor, éste le dijo que apacentara sus ovejas. En
otras palabras, nuestro amor para con Cristo tiene que expresarse por medio de servicio a nuestro prójimo. El
amor no es una emoción pasiva que se sienta con las manos dobladas en actitud de contemplación. El amor
es acción agresiva, lista a remangarse la ropa y ensuciarse las manos en servicio y ministerio a los
necesitados.
Para ilustrar su mandamiento a que amáramos a “nuestro prójimo” Jesús contó la historia del samaritano. Con
ella recalcó el hecho de que el amor no se sienta en las gradas del estadio, fuera del juego como espectador,
moviendo la cabeza con lástima. El amor está listo a descender de su posición de comodidad y privilegio para
enfrentarse con los sufrimientos y las penas de los necesitados. El caminante samaritano no sólo sintió
compasión del hombre caído; se bajó de la bestia; se acercó al hombre; le ató las heridas, y le llevó a la
posada, y aún pagó sus gastos. El amor se expresa en acción y en liberalidad. Hoy el Maestro nos examina y
nos exhorta tal como lo hizo con Pedro. “¿Me amas más que éstos” “Apacienta mis ovejas.” Nos manda a
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cada uno: “Ama supremamente a Dios y a tu prójimo como a ti, sinceramente.” Pero esto sólo es posible
cuando hemos tenido una experiencia personal del Pentecostés en nuestra vida y el amor maravilloso de Dios
se ha derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo:
Necesitamos orar con el himnólogo:
Hazme amarte con angélico amor;
Santa pasión me llene y luego
El Paracleto purificador
En mi alma encienda el amante fuego.
De puntillas por Amor
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VIII
Siga Caminando
Hay dos errores que tienen que ver con la santificación o la vida plena del Espíritu. Uno es la idea de que la
plenitud del Espíritu es el resultado del crecimiento espiritual y por lo tanto, un proceso gradual. Ya hemos
dicho que aunque haya una serie de eventos que conduzcan al bautismo con el Espíritu Santo, no podemos
nunca llegar a la experiencia por medio de crecimiento ni pasar “sin darnos cuenta” a ese estado. Llega el
momento en nuestra vida cristiana cuando nos damos cuenta que necesitamos una obra más profunda del
Espíritu, nos rendimos del todo, y tenemos fe que Dios nos llena con el Espíritu Santo. Es una crisis tan
definitiva como lo es el nuevo nacimiento, es decir la conversión.
Sin embargo, es igualmente erróneo pensar que la plenitud del Espíritu es sólo una crisis, que resulte en una
condición fija y final de la existencia, que no deje lugar para el crecimiento. La vida de santidad es ambas
cosas: crisis y progreso. Después de que somos santificados por el Espíritu Santo, todavía tenemos que
crecer en gracia hasta llegar a la madurez espiritual y la plena estatura de Cristo. Al igual que Pablo, debemos
constantemente seguir hacia la perfección (Filipenses 3:12).
La vida cristiana no es fija ni estática. Es dinámica y progresiva. Lo que el Espíritu Santo llena, lo ensancha. El
es el viento divino, la “inspiración de Dios” que nos llena y nos ensancha. Mantenemos la plenitud si nunca
nos contentamos con un nivel estático de santidad, sino que pedimos continuamente que El nos conserve
“llenos”. En el capítulo diecinueve de Los Hechos leemos cómo Pablo desafió a los discípulos efesios a que
recibieran el bautismo con el Espíritu Santo, y cómo ellos participaron de una tremenda experiencia de crisis
(Véase Hechos 19:1-7). Pero algún tiempo después, en su Epístola a los Efesios, Pablo exhorta a esos
mismos cristianos a que sean siempre llenos del Espíritu (Efesios 5:18). En el idioma griego en que Pablo
escribe, el tiempo que él usa, el imperativo presente, es tan fuerte, que puede traducirse literalmente así:
“Estad siempre llenos con el Espíritu Santo”. La plenitud espiritual de la vida no es como una vasija que se
llena hasta arriba y luego se deja a un lado. Hemos de ser canales para llevar las bendiciones espirituales a
un mundo necesitado. Hemos de ser como una vasija puesta bajo el chorro del agua, de modo que el agua
está siempre fluyendo, siempre está rebosando la vasija y queda llena.
Esta vida de plenitud espiritual es primeramente una relación con el Espíritu Santo. Mientras mantengamos
esta relación íntima, El seguirá purificándonos y llenándonos de poder de día en día y tendremos en nuestra
vida la evidencia del fruto del Espíritu. El momento en que dañamos esta relación, le impedimos al Espíritu
perfeccionar su obra en nosotros, y nos hallamos en peligro espiritual.
¿Cómo ha de mantenerse esta vida de plenitud espiritual Exactamente en la misma manera en que se recibe
la plenitud del Espíritu por primera vez—es decir, mediante el rendimiento total del ser, y la fe. Ese acto inicial
tiene que volverse la actitud perenne. La crisis debe volverse el andar cotidiano.
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ACTITUD DE RENDIMIENTO
Al igual que la santificación, el rendimiento es ambas cosas, crisis y proceso. Llega el momento en que nos
rendimos completamente por primera vez en la vida, pero después de este acto de rendimiento ha de seguir
una actitud de rendimiento y obediencia de día en día. Es algo muy parecido a lo que acontece en el
matrimonio. En el altar decimos un “sí” grandísimo que determina la dirección del resto de la vida. “¿Le
amarás, le honrarás, le cuidarás en tiempo de enfermedad y de salud; y renunciando a todos los otros, te
conservarás para él sólo mientras los dos viviereis” Pero como sabemos muy bien todos los que somos
casados, hay una multitud de ocasiones en que tuvimos que decir nuevamente “sí,” en el curso de nuestra
relación marital.
En cierto sentido, es necesario hacer de cuando en cuando un nuevo rendimiento. El hecho de que estemos
rendidos a Dios en estos momentos no quiere decir que jamás descubriremos nuevas áreas qué rendir más
tarde. La luz que el Espíritu Santo arroja en nuestras vidas no es como un faro que encendido de repente,
alumbra con todo su fulgor para revelar cada detalle de nuestra vida que no le sea de agrado. Eso sería
demasiado fuerte y nos espantaría. El Espíritu funciona más bien como un reóstato que va encendiendo la luz
poco a poco. Al arrojar más y más claridad, expone más áreas de la vida que tienen que ajustarse a la
voluntad de Dios. Puesto que ya hemos dicho el gran “sí” en el altar del rendimiento, ahora, inmediatamente y
de buena voluntad añadimos otro: “Sí, Señor, eso también te lo rindo.” Con gratitud decimos, “Señor, no me
había dado cuenta de este defecto en mi vida. Agradezco que me lo hayas mostrado. Estoy listo a
obedecerte”.
En la India había un cristiano en una aldea muy respetado por su piedad y su vida ejemplar. Era pobre y analfabeto y vestía solamente un dhoti (tela que se ataba a la cintura) y llevaba un manto sobre el hombro. Era un
hombre verdaderamente convertido y lleno con el Espíritu Santo. Un año, durante las conferencias anuales,
testificó. Contó cómo recientemente había estado reposando bajo un árbol, meditando y orando cuando una
voz interior le dijo: “Jettiyappa, algo tengo contra ti.”
“¿Qué es, Señor” preguntó él.
“Jettiyappa, tú fumas. Yo podría usarte mucho más eficazmente si estuvieras dispuesto a abandonar ese
vicio.”
Inmediatamente Jettiyappa respondió: “Señor, no me había dado cuenta que no te complacía este hábito.
Agradezco que me lo hayas revelado.” Al decir eso botó los cigarrillos hechos a mano que tenía y jamás en la
vida volvió a fumar. De igual manera, el Espíritu Santo nos hablará y a veces nos guiará a nuevas
profundidades de rendimiento. Si estamos sinceramente andando en la luz, seremos sensibles a sus impulsos
y obedeceremos sin demora. El Dr. H. C. Morrison, quien por muchos años fue presidente de Asbury, decía
que la consagración se hace en dos etapas: cuando consagramos lo conocido, y cuando consagramos lo
desconocido. Es menester poner los dos “paquetes” en el altar. Consagramos todo lo que sabemos hasta
ahora, y también todo lo que vendrá en el futuro. De modo que la consagración no es sólo llenar una hoja de
papel con la lista de todas las cosas que rendimos a Dios y ponerle la firma, sino que también es entregarle a
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Dios una hoja en blanco y decirle a Dios: “Aquí tienes Señor, llénala Tú. Tal vez no lo hagas sino hasta cinco o
cincuenta años de hoy, pero estoy listo a hacer tu voluntad, hoy y para siempre.”
Cuando hablamos de rendir nuestro ser, en realidad queremos decir entregar nuestra voluntad a Jesucristo.
La ponemos en sus manos. Pero no estamos rindiendo nada en concreto sino hasta enfrentarnos con una
situación concreta. Psicológicamente hablando no es posible rendir aquello de lo que no nos hemos dado
cuenta. En este momento solamente podemos afirmar nuestra intención de decidir en favor de Dios cada vez
que nos demos cuenta que tenemos que hacer una decisión específica. Le decimos a Dios: “Señor, yo
renuncio al derecho de escoger basándome en mis propios planes y deseos. En cada caso trataré siempre de
saber tu voluntad y hacerla.” Pero el contenido de esa voluntad y los resultados prácticos de esa disposición a
obedecer son cosas con las que estaremos tratando el resto de la vida. Al surgir cada crisis nueva, tendremos
que afirmar el rendimiento inicial al decir: “Señor, en este asunto, escojo que se haga tu voluntad.”
Es aquí en este punto donde a veces tenemos problemas. Al enfrentarnos con cada situación específica, todavía puede haber conflicto entre nuestras emociones y nuestra voluntad. Los sentimientos y las emociones
pueden causarnos muchos problemas. Algunas veces la batalla es severa. Tal vez seamos tentados a pensar
que la consagración que hicimos en primer lugar no fue completa. Pero lo mejor que podemos hacer en tales
circunstancias es confrontar nuestras emociones con sinceridad y decirle a Dios lo que esas emociones son.
Entonces, mediante la ayuda del Espíritu Santo nos rendimos a su santa voluntad con respecto a este asunto
en particular. Ratificamos el primer pacto hecho con El y la victoria sigue siendo nuestra.
Quizá la mejor ilustración bíblica de esta verdad se halle en la vida misma de Jesús. Es imposible comprender
la tremenda lucha que ocurrió en su corazón y en su mente, mientras oraba en el huerto de Getsemaní la
noche que fue arrestado. Leemos que tres veces se postró en el suelo y oró en agonía desesperada. “Y era
su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44). Recordemos que poco antes
había dicho a los discípulos: “No se turbe vuestro corazón,” y ahora San Marcos nos dice que “Comenzó a
entristecerse y a angustiarse” (Marcos 14:33.). Y Jesús mismo les dijo a sus discípulos: “Mi alma está muy
triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad” (v. 34).
¿Por qué tan ardua lucha ¿No se había entregado Jesús desde el principio de su vida y ministerio, totalmente
a las manos del Padre ¿No afirmó y reafirmó, “mi voluntad es hacer la voluntad de mi Padre” ¿Puede dudarse
de la realidad o la profundidad de su rendimiento ¡De ninguna manera! Pero sí hubo una tremenda lucha entre
sus emociones del momento y su voluntad. Sintió la aversión a la muerte tan natural en un ser humano.
También quería naturalmente huir del dolor atormentador y la vergüenza de la cruz. Jesucristo confrontó
también la realidad horripilante de que tendría que tomar sobre sí el pecado del mundo.
Es interesante notar que Jesús aceptó sus emociones y luchas sin vergüenza. Aún los escritores de los
Evangelios no trataron de encubrirlas. Pero Jesús ganó la victoria cuando por fin oró: “No lo que yo quiero,
sino lo que tú”. En ese momento confirmó nuevamente la actitud de obediencia y rendimiento que había
mantenido desde el principio. Vemos que Jesús fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin
pecado” (Hebreos 4:15).
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¿Qué hijo de Dios, por maduro que sea no ha padecido luchas semejantes ¿Quién de nosotros no ha pasado
por tal trance Todos tenemos que ser tan sinceros con respecto a nuestras luchas intestinas como fue el
Nuevo Testamento al tratar las luchas de Jesús. Los recién convertidos nunca deben recibir la falsa impresión
que el rendimiento es algo que se hace una vez y para siempre y allí se acabó el asunto. Podemos hacer una
entrega que dure toda la vida. Podemos decir: “Me rindo por completo” y decirlo de veras. Pero lograr que
esta entrega se vuelva realidad, ponerla en práctica y hacerla real en situaciones concretas es un asunto
continuo de toda la vida. Vez tras vez, en cada crisis nueva tenemos que decir: “No lo que yo quiero, sino lo
que tú.” Pero este es el punto en donde crecemos.
Nos hacemos más fuertes en nuestro empeño y llegamos a ser más sensibles a sus direcciones, conforme
logramos mayor madurez en nuestra vida espiritual.
En Arabia ciertos caballos son amaestrados especialmente para el servicio del rey. La lección primordial es la
obediencia. Por ejemplo, los caballos aprenden a venir a él, siempre que el entrenador les da cierta señal con
el silbato. El entrenamiento dura varios meses y por fin se les da un examen interesante. Por varios días no se
les da agua; los caballos están hasta desesperados por la sed, y andan agitados en el corral. De repente se
abre el portal que conduce al agua y los caballos corren locamente para saciar su sed. Pero en el preciso
momento en que llegan al agua, el entrenador da un silbato. Los caballos se detienen por instinto. Surge una
tremenda lucha en ellos: el deseo enloquecedor de tomar el agua contra la voluntad entrenada a obedecer el
son del silbato. Los caballos que abandonan el agua y se regresan al entrenador son los únicos que se
consideran dignos de servir al rey. De igual manera, aquellos hijos que han aprendido a discernir la dirección
del Espíritu y a obedecer la voluntad de Dios en todo tiempo, son los únicos que están listos para servir al Rey
de Reyes.
ACTITUD DE FE
Recibimos la plenitud del Espíritu por fe. Nos damos cuenta que es la voluntad de Dios llenarnos con el
Espíritu, de modo que creemos lo que El ha dicho y sencillamente nos abandonamos a sus promesas, con
una acción similar a cuando nos desplomamos sobre una silla—logrando un descanso completo. Extendemos
la mano de fe y aceptamos el don. Esto es un acto definido de la voluntad que resulta en una experiencia de
crisis. Pero de allí en adelante tenemos que mantener esa actitud de fe de día en día. Así que la fe, al igual
que la actitud de rendimiento, es ambos: es proceso y crisis. Es una actitud constante tanto como un acto
voluntario. Es una disposición de la mente tanto como una decisión de la voluntad.
Nos veremos tentados a dudar de la validez de nuestra experiencia. Especialmente si permitimos que
nuestras emociones influyan sobre nuestra fe. Nuestras sensaciones varían a menudo. Varían de acuerdo a
las circunstancias diarias, nuestra actitud del momento, ¡y a veces hasta por la temperatura! Por lo tanto estas
cosas son un fundamento muy débil para nuestra fe.
Supongamos que un día amanece nublado y lluvioso y que todo sale mal y para colmo tengo una jaqueca que
me vuelve loco. Entonces exclamo: “¡Qué mal me siento hoy! ¡Me parece que ya no estoy casado!”
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“¡Qué ridículo!” dirá usted y con razón. ¿Qué tiene que ver mi estado matrimonial con mi estado físico o mental ¡Nada! Pero, ¿es acaso más racional que un día, cuando todo va mal y hace mal tiempo, usted se diga:
“Me parece que hoy en realidad he perdido la plenitud del Espíritu”
Si permitimos que nuestra fe se establezca basada en nuestras emociones, al bajar éstas, la fe puede caer
también. Las promesas de Dios son el único fundamento seguro de nuestra fe.
También tendremos la tentación de pensar que nuestra fe depende de manifestaciones y señales exteriores.
A veces se nos hace creer que si no poseemos cierto don del Espíritu, no poseemos el Espíritu Santo. Pero
como ya se ha dicho, hay varios dones del Espíritu y El es quien los distribuye de acuerdo con su propia y
santa voluntad. Nosotros no podemos dictar al Espíritu Santo cómo ha de manifestarse en nuestra vida. Esa
es la prerrogativa de El. Cada cristiano ha de recibir con gratitud el don que se nos ofrece, y luego unidos,
debiéramos usar todos esos dones para la edificación de la iglesia y la salvación de los pecadores.
Durante mi ministerio en el sur de India, fui pastor de una iglesia urbana, en donde se hablaba inglés. La
iglesia tenía varios miembros ancianos que ya no podían salir. Yo acostumbraba visitarles, leerles alguna
porción de las Escrituras, y orar. Muchas veces llevaba mi acordeón y cantaba algún himno conocido. Pero
hubo ocasiones cuando era inconveniente llevar el acordeón, y entonces no tocaba ni cantaba. Habría sido
ridículo si hubieran dicho después de tal visita: “Hoy no vino el pastor Seamands porque no cantó ni trajo su
acordeón.” Lo importante era mi presencia en el hogar y no que yo cantara o tocara el instrumento. De la
misma manera, la manifestación del Espíritu Santo no es tan importante como el hecho de su presencia en
nuestra vida.
Algunas veces los cristianos dudan sólo porque sienten el tirón de la tentación en su vida. No saben distinguir
entre la tentación y el pecado, y creen que porque son tentados, han pecado. Pero la tentación no es pecado.
Si la tentación fuera pecado tendríamos que admitir que Jesús mismo ha cometido pecado porque fue tentado
sumamente. Pero la Biblia nos dice que fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”
(Hebreos 4:15). Jamás llegaremos a alguna etapa de esta vida en que seamos inmunes a la tentación.
Mientras estemos en este mundo sufriremos tentaciones y pruebas. Hasta los santos más piadosos son
tentados.
Lo importante es: ¿Cómo nos enfrentamos con la tentación ¿Qué hacemos, por ejemplo, cuando sentimos
surgir celos y resentimientos ¿Les damos entrada en el corazón para que puedan desarrollarse O ¿pedimos
inmediatamente limpieza, hallando así la victoria sobre esos sentimientos ¿Qué hacemos cuando
pensamientos lascivos entran en nuestra mente por el portal de los ojos que han visto algún rótulo sensual en
el camino o algún anuncio lujurioso en la televisión ¿Les damos hospedaje en la mente y meditamos en ellos
y los agrandamos O, ¿mediante la ayuda del Espíritu Santo echamos fuera inmediatamente tales
pensamientos No somos responsables porque tales pensamientos entren en nuestra mente pero sí somos
culpables si los recibimos y los hacemos nuestros. Martín Lutero decía, “No es posible evitar que los pájaros
vuelen sobre nuestra cabeza, pero ciertamente podemos prevenir que construyan sus nidos en nuestro
cabello”.
De puntillas por Amor
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Tal vez haya una ocasión en que la tentación nos encuentre desprevenidos y nos venza. ¿Quiere eso decir
que hemos perdido por completo la relación con Cristo o la presencia del Espíritu Santo ¿Debemos
abandonar nuestra fe y negar toda nuestra experiencia cristiana ¡No! El Espíritu Santo no es un policía divino
que se pasa el tiempo buscando una violación a la ley divina que hayamos cometido. No nos abandona por la
menor desviación de su voluntad. Jesús dijo que el Espíritu Santo viene a morar para siempre (Juan 14:16).
No se trata de una visita que viene por unos días sino de un Residente permanente.
La intención del Espíritu es quedarse. Cuando nos desviamos un poco del camino o le ofendemos de alguna
manera, nos detiene al instante y nos pone bajo convicción por nuestro pecado. La respuesta inmediata
debería de ser penitencia y obediencia. Si hemos injuriado a alguien debemos buscar reconciliación y
restablecer la relación cuanto antes. Si inadvertidamente hemos caído en una trasgresión, debemos
confesarlo inmediatamente y pedir perdón. Entonces hallaremos que “El es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Nuestra relación con Dios quedará intacta.
Sin embargo, si nuestro pecado es cosa calculada y premeditada, herimos al Espíritu haciéndole salir de
nuestra vida. Si no hacemos caso de los impulsos reiterados del Espíritu y permitimos que persista alguna
barrera entre nosotros y el prójimo, o entre nosotros y Dios, con tiempo expulsaremos al Espíritu. Su
presencia ya no estará con nosotros.
La vida santificada no es un estado de perfección sin pecado. Jamás llegamos al punto en que ya no sea
posible pecar. En su magnífica Primera Epístola, el apóstol Juan, después de haber declarado
inequívocamente que “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado,” y después de exhortarnos
claramente a que nos abstengamos del pecado, prosigue: “Y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos
para con el Padre, a Jesucristo el justo” (I Juan 1:7; 2:1). En otras palabras, la implicación de Juan es que aún
siendo santificados es posible pecar. En tales casos, nos asegura que Jesús está siempre listo como nuestro
abogado para alegar nuestra causa.
Sin embargo, nunca debemos usar esta provisión como excusa para el pecado o para auto-justificar conducta
dudosa. Es un arreglo de emergencia y no una licencia para una vida inmoral o promiscua. No guardamos una
llanta de repuesto en el automóvil para poder tener una pinchadura. La guardamos allí en caso de una
emergencia, sea pinchadura, o estallido de una llanta en uso. Esperamos que nunca tengamos que usarla
pero el tenerla nos imparte cierta seguridad. Asimismo, Dios ha provisto un escape para sus hijos que se
extravían. Su provisión nos ofrece consuelo y seguridad. Pero su intención es que nos quedemos siempre en
la senda. La norma es la victoria y no la derrota.
Así, manteniendo una actitud de rendimiento y obediencia, con nuestra fe bien fundada en la Palabra de Dios,
podemos caminar constantemente en el Espíritu y saber el gozo y el poder de su presencia. Cada día se
vuelve más glorioso y más significativo cuando continuamos nuestra peregrinación terrestre con El.
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IX
¿Es Esta la Respuesta
¿Está el Pentecostés limitado a los claustros tenebrosos y a las torres aisladas ¿O tiene algo que ver con el
mercado, el plantel universitario, la casa, y en general con los temas importantes de la vida ¿Es verdadero
¿Es pertinente ¿Es revolucionario
No es necesario desarrollar teorías sobre la cuestión. Dios mismo ha contestado estas preguntas con las
manifestaciones de su presencia y su poder en numerosas ocasiones de avivamiento y renovación espiritual.
El más reciente de tales derramamientos fue la visitación del Espíritu Santo sobre la Universidad de Asbury,
que con el tiempo se extendió a centenares de planteles universitarios y a iglesias por todas partes de los
Estados Unidos. Dios habló clara y decisivamente.
Por muchos años me acordaré de aquel día de acontecimientos el tres de febrero de 1970, cuando Dios se
manifestó con gran poder. Mi esposa y yo almorzábamos cuando de repente nuestra hija Sandy entró
corriendo al cuarto. “¡Ustedes simplemente no van a creer lo que está pasando en la Universidad!” exclamó
animadísima, al tiempo que tiraba su abrigo sobre una silla. “Quiero comer rapidito y regresar. ¡No quiero
perder ni un minuto!”
“Pero ¿qué está pasando Vienes media hora tarde.”
Mi esposa y yo escuchamos atentos mientras que Sandy, alumna de segundo año de la universidad, nos contó la historia. Esa mañana el estudiantado había entrado como de costumbre al auditorio para el culto
devocional de las diez. Esta vez, en lugar de lo acostumbrado, un himno, una oración y un sermón breve, el
período fue dedicado a testimonios voluntarios. Cualquiera podía ponerse de pie y contar lo que Dios estaba
haciendo en su vida. Conforme algunos estudiantes contaban de nuevos encuentros personales con
Jesucristo, otros empezaron a reconocer necesidades espirituales en sus propias vidas. En pocos momentos,
un sentido extraordinario de la presencia del Espíritu Santo prevalecía por todo el auditorio.
Muy pronto fue evidente que no era un servicio común. Cuando faltaban sólo quince minutos para que se
acabara la hora devocional, uno de los profesores subió a la plataforma y dijo que él sentía que había
necesidades que debían tratarse en el altar. Inmediatamente acudieron varios estudiantes y a éstos siguieron
muchos más. Se había electrificado el ambiente. Había una actitud de expectación: ¡algo iba a suceder!
Conforme los estudiantes iban ganando la victoria espiritual, muchos iban al micrófono en el púlpito para alabar a Dios por su perdón y su gracia. Algunos confesaron abiertamente su pecado e hipocresía; otros
confesaron resentimientos y hostilidades; otros expresaron cantando el nuevo gozo que tenían. Por aquí y por
allá, en todo el auditorio, se veían escenas tiernas de reconciliación conforme el amor ferviente de Dios
derretía enemistades.
Lo que había empezado como un servicio devocional rutinario, esa mañana de febrero, resultó siendo el más
largo y quizás el más significativo de los servicios en todos los ochenta años de la historia de la escuela:
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terminó una semana más tarde. Mientras tanto, se cancelaron las clases, y el auditorio fue el centro de las
actividades. Al segundo día, el avivamiento había cruzado la calle a la institución hermana, el Seminario
Teológico de Asbury. Los ciudadanos de Wilmore empezaban a asistir. Durante las horas del día había hasta
1,200 personas reunidas en el auditorio. Durante las horas de la noche nunca bajó el número a menos de
cincuenta presentes. El domingo el número creció hasta mil quinientos. Durante todos estos días, nadie
predicó, sólo hubo oraciones en el altar, himnos y testimonios.
Muy pronto la noticia del prolongado avivamiento se extendió por el estado de Kentucky y por toda la nación.
Los periódicos principales del estado publicaron artículos con fotos en sus primeras páginas. La estación
WLEX en Lexington dedicó tres minutos de película al avivamiento en su programa vespertino de noticias. El
comentarista Bill Thompson al dar el informe, dijo que en todos sus treinta y cuatro años de noticiero, nada le
había conmovido como la historia de Asbury. Más tarde los periódicos principales del país, como el
“Indianapolis Star,” “Chicago Tribune,” y “St. Louis Post-Dispatch” también tuvieron editoriales y noticias del
avivamiento.
Como resultado de tanta publicidad, centenares de pastores y oficiales de otros centros de enseñanza
superior telefonearon a pedir que se les enviaran grupos de estudiantes para compartir la historia con sus
congregaciones y estudiantados. Por muchas semanas, todos los sábados salieron grandes desfiles de
automóviles de la ciudad de Wilmore rumbo a todos los puntos cardinales. Muchos viajaron en avión, a sitios
distantes a los que habían sido invitados. Al fin de mayo habían salido unos mil quinientos equipos de
estudiantes de la universidad para testificar, sin contar los que habían salido del Seminario. Habían testificado
en casi ciento cuarenta planteles de otras instituciones educativas y celebraron servicios en millares de
iglesias. Dos parejas del seminario viajaron hasta Colombia, durante las vacaciones de primavera. Testificaron
a los misioneros y a los pastores colombianos en veinticinco reuniones.
En algunos casos, los testimonios de los estudiantes encendieron extraordinarios avivamientos espontáneos
que duraron varios días e influyeron a toda la vecindad. En la Iglesia de Dios de la ciudad de Anderson, del
estado de Indiana, los servicios de avivamiento continuaron cada noche por cincuenta días. El templo se llenó
cada noche de gente de todas partes de la ciudad. En la ciudad de South Pittsburg del estado de Tennessee
principió el avivamiento entre los estudiantes de la escuela secundaria. Se calculó que unos quinientos de los
700 estudiantes aceptaron a Jesucristo o se reconciliaron con El.
Al reflexionar en los acontecimientos que siguieron al derramamiento inicial del Espíritu en Asbury, resalta claramente un aspecto: lo completamente “gratuito” del avivamiento. Fue algo dado. Claro que hubo evidencia de
factores humanos que habían preparado el terreno; por ejemplo cierto espíritu de oración y fe expectativa en
los corazones de un núcleo de jóvenes cristianos. Pero ese avivamiento no fue de ninguna manera el
resultado de la manipulación humana. Fue un “suceso divino.” Dios actuó de una manera soberana y llena de
gracia. Nos sorprendió a todos o casi a todos. Aun los visitantes de afuera y los periodistas que habían venido
a observar el fenómeno dijeron admirados: “¡Esta es la obra de Dios!”
¿Cuál era el propósito de Dios en todo esto ¿Estaba El tratando de decirnos algo a todos
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Yo creo que es significativo el tiempo en que ocurrió— el momento oportuno—de este avivamiento. La década
de 1960 fue explosiva. Fue un período de violencia, huelgas, manifestaciones, disturbios, incendios y
asesinatos. Fue una década sórdida, obsesionada con lo grotesco y lo indecoroso, cuando la “ética
situacional”[†] y el “amor libre” regían. Fue una época de rencores raciales caracterizados por prejuicio blanco
y poderío negro. El fin de la década nos dejó agotados, frustrados, y deprimidos. ¿Habría alguna esperanza
para el futuro
Entonces, repentinamente, al despuntar la década de 1970, Dios se interpuso en la situación. Visitó a su
pueblo. Manifestó su poder. Derramó su amor. Es cierto que se manifestó sólo en regiones aisladas de la
nación, pero ¿no estaría Dios tratando de comunicarle algo a todo el mundo ¿No estará tratando de decirnos
que hemos probado todas las sendas menos la correcta ¿Que El tiene el camino para sacarnos de este
revoltijo en que nos hemos metido Yo tengo el presentimiento de que eso es lo que El está haciendo.
Es conmovedor analizar las características de este movimiento dado por Dios.
UN AVIVAMIENTO JUVENIL
Muchos de los jóvenes de la tierra están afligidos. Se han entregado a demostraciones públicas y a la
violencia, al licor, a la marihuana, al sexo y al crimen. Para los jóvenes ni la vida tiene significado ni el futuro
esperanzas. En esta situación, repentinamente Dios se volvió realidad para un grupo universitario.
Encontraron nuevo propósito en la vida, y les invadió un nuevo gozo. Ardientes de entusiasmo se dedicaron a
una causa más grande que sus recursos.
Oí a un universitario decir ante una congregación enorme en el estado de Indiana: “Es una gran cosa encontrar la euforia de creer en el Señor; estar calmado con el Espíritu Santo. ¡Es formidable, hombre! ¡Es
formidable!”
Varios jóvenes que estaban esclavizados con el uso de drogas y píldoras encontraron liberación gloriosa por
medio del Espíritu Santo.
Un estudiante de veinte años de edad, del estado de Florida, le contó lo siguiente a un periodista del “Louisville Courier-Journal”: “Me había aventurado de lleno en todo antes de venir para acá; los narcóticos, el sexo,
el licor, el juego —¡todo! Estaba fumando una barbaridad de marihuana. Ahora ya no necesito buscar
emociones con drogas y licor. Con los narcóticos uno se levanta en una euforia, ¡sólo para desplomarse al
suelo! Con Cristo voy a mantenerme en un nivel y trataré que mis amigos hagan lo mismo.”
Un estudiante del último año de secundaria dijo ante todo el cuerpo estudiantil reunido en una asamblea: “He
hallado por fin lo que busqué por tanto tiempo; y lo que buscaba no estaba en todas estas cosas, el sexo, el
licor ni los narcóticos, sino en Cristo.”
¿No estaba Dios tratando por medio del avivamiento de enseñarnos que en el poder de su Espíritu El tiene la
respuesta a los problemas de hoy día
UN AVIVAMIENTO DE ETICA
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Durante la década pasada presenciamos un decaimiento espantoso en la moralidad de nuestra nación, un
decaimiento en la integridad básica y en la decencia común. Era muy de moda tener normas variables de
acuerdo a la situación. Se oyó mucho acerca de la falta de veracidad y de la “ética situacional.” El divorcio se
volvió más frecuente que nunca.
El avivamiento reciente produjo una renovación de la ética cristiana. Los estudiantes confesaron que habían
entregado informes falsos sobre las asignaciones de lectura. Algunos esposos confesaron actos de infidelidad
a su esposa. Varios empleados restituyeron cosas robadas. Oí a un joven decir al levantarse del altar: “Esta
reconciliación me va a costar varios centenares de dólares pero tengo que arreglar las cosas.” El redactor de
un periódico en una ciudad de Indiana le dijo a la congregación que ya no aceptaría películas de carácter
dudoso. El dueño de un comercio de licores abandonó el lucrativo negocio. Una pareja que tenía ya diecisiete
años de mantener un cabaret con espectáculo de variedades, inclusive bailes lascivos, cerró el club y puso el
siguiente aviso en la puerta: “Cerrado para siempre. Nos hemos decidido a seguir a Cristo. Nos veremos en la
iglesia el domingo.”
Cierta congregación no olvidará nunca la confesión hecha por cierto hombre, como de cincuenta y pico de
años; se puso de pie ante el micrófono y dijo: “Hace años que soy miembro activo de la iglesia. He sido
director de muchos campamentos juveniles de verano, pero he sido un hipócrita”. Contó que en la
reorganización de las escuelas de la ciudad, había sentido tales rencores hacia unos miembros de la junta de
escuelas, que de pura mala voluntad había puesto zorrillos muertos en los buzones de sus casas y había
derramado pintura roja frente a sus puertas. Cuando el Espíritu Santo lo puso bajo convicción por esa maldad,
fue a cada casa y confesó que él había sido el culpable. En la primera casa una pareja de ancianos lloró con
él, conmovidos. En la segunda, el esposo dijo enfurecido: “Dije que le daría un balazo al ingrato que nos hizo
eso. ¡Y todavía tengo unas ganas de hacerlo!” Más tarde se ablandó y expresó admiración por la valentía del
hombre que confesaba.
La respuesta al dilema moral en que nos hallamos se halla en el poder transformador de Jesucristo.
UN AVIVAMINETO DE LA IGLESIA
La iglesia ha sido el blanco de mucha crítica en los años recientes. Se dice que está anticuada, ajena a lo moderno, en desacuerdo con lo del día, y que es una ciudadela aislada en su mentalidad, o un club social
etcétera. Hay razón para gran parte de esa crítica. En muchas partes la iglesia está muerta e impotente.
Pero cuando centenares de jóvenes, de muchas universidades y colegios superiores salieron a compartir esa
fe con la gente, docenas de iglesias a través del país se avivaron de repente. Los estudiantes hablaban de un
encuentro personal con Dios y de cómo El les había librado de sus contratiempos y les había dado nuevo
vigor espiritual. Sus testimonios tenían el eco de la realidad.
Los pastores y las congregaciones captaron el desafío. Abandonaron el sermón y el orden del culto por el
momento. Muchos miembros, cansados de tanta pretensión, se quitaron las máscaras y expusieron la
falsedad e hipocresía de sus vidas. Quebrantados de espíritu, confesaron, oraron y testificaron. Altares que
por muchos años no habían sido más que parte del mobiliario de la iglesia, se volvieron ahora sitios
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consagrados, en los que la gente se encontró con Dios y los hermanos se reconciliaron. La rigidez y la
formalidad fueron substituidas por una nueva libertad en el Espíritu. La gente se olvidó del reloj y de los
alimentos. Se quedaron por horas en el santuario, disfrutando del amor y de la presencia de Dios.
Una anciana en una iglesia grande en la ciudad de Atlanta se puso de pie y levantando las manos en alto oró:
“Señor, gracias por habemos salvado del pecado de creernos demasiado ‘cultos’”. En la misma ciudad, el
pastor, de otra iglesia grande exclamó en oración, “Oh Dios, Tú has hecho más en un instante que lo que
nosotros hemos logrado en cinco años”. Un señor de negocios, al ver la obra del Espíritu, y al sentir la nueva
comunión cristiana, dijo felizmente: “Esta es la iglesia del Nuevo Testamento”.
¡Y vaya un movimiento ecuménico! El avivamiento atravesó todas las barreras denominacionales. Se extendió
desde las iglesias conservadoras, hasta las iglesias evangélicas cuyo fervor se había apagado. La tarea de
dar testimonio pasó por alto toda frontera de credo. Los rótulos denominacionales se volvieron secundarios.
En la ciudad de Robinson, estado de Illinois, un pastor contó que había visto presbiterianos, episcopales y
metodistas arrodillados juntos en el altar. Los hombres de negocios de varias denominaciones se reunieron
para orar y compartir sus experiencias, en el ayuntamiento, a medio día, durante el avivamiento en Anderson,
Indiana. A todos lados donde el avivamiento llegó, hubo maravillosa unidad en el Espíritu Santo.
¿No estará Dios enseñándonos hoy en día que la iglesia es todavía el cuerpo de Cristo; y que puede ser
gloriosamente renovada por el Espíritu Santo; y que puede volver a ser el instrumento de redención y
reconciliación en el mundo ¿No estará tratando de enseñarnos que sin vitalidad y pureza, la unidad orgánica
de la iglesia no basta
UN AVIVAMIENTO DE MISIONES
En años recientes ha habido una disminución notable del alcance misionero de la iglesia. Muchos teólogos
han dudado de nuestro derecho de evangelizar y convertir a los seguidores de otras religiones. Muchas
congregaciones se preguntan si no habrá pasado ya el día de misiones extranjeras. Menos jóvenes se están
ofreciendo para servir en el exterior.
El avivamiento en Asbury fue una demostración admirable de las palabras de Jesús, “pero recibiréis poder,
cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en
Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Al recibir un nuevo toque del Espíritu, se sintieron
impulsados a compartir el gozo con otros. Empezaron a telefonear a sus familias, a sus amigos y a su pastor
para decirles las buenas nuevas.
Se llamó al comentarista Paul Harvey, al senador Mark Hatfield, y a un ayudante del Presidente Nixon. Una
joven telefoneó a Madalyn Murray O’Hair, quizá la atea más conocida de los Estados Unidos, y le contó del
amor y del poder de Dios.
No pudo contenerse al Espíritu Santo dentro de los límites de la pequeña ciudad de Wilmore. Muy pronto los
estudiantes y también los profesores se diseminaron por los estados circunvecinos llevando la antorcha del
avivamiento. Muchos cristianos que habían tenido vergüenza de hablar en público, obtuvieron nueva
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confianza y libertad en el Espíritu, testificando audazmente del poder redentor del Señor resucitado. Un
estudiante fue por avión a una universidad evangélica en Azusa, California, otro fue a otra escuela en el
estado de Washington. Un grupo fue a la Universidad de Oral Roberts en Tulsa, estado de Oklahoma. Otros
más fueron a planteles, a las iglesias locales, a las que pertenecían algunos de los estudiantes, y a reuniones
en gran parte de los estados del este. Un grupo aun fue al Canadá.
En cada lugar donde estos grupos estudiantiles dieron su testimonio, los resultados fueron los mismos: confesiones, oraciones, testimonios, canciones, y reconciliaciones. Luego, a su vez, de esas iglesias y escuelas
salieron otros grupos a ciudades vecinas para compartir la novedad de su gozo y su victoria. Por ejemplo la
iglesia de la calle Meridian en Anderson, Indiana, envió grupos a treinta y uno de los estados y al Canadá.
Como resultado miles y miles se reconciliaron con Cristo.
Un estudiante de la Universidad Evangélica de Azusa, California, visitó el hogar de la familia Sirhan, en Los
Ángeles, y por hora y media les habló del amor de Cristo a la madre y al hermano del asesino de Robert
Kennedy.
Un estudiante del Seminario Teológico de Asbury fue a una cárcel en la ciudad de Atlanta y les predicó a los
presos. De los 97 que se reunieron voluntariamente, 80 aceptaron a Cristo como su Salvador personal.
Cuando dos pastores estudiantes contaron del avivamiento a una iglesia grande en Atlanta, hubo una gran
conmoción en la congregación y muchos vinieron al altar a orar. Tres hombres fueron llamados al servicio
misionero. Cuando uno de ellos fue a su casa y le contó a su esposa, ella se puso afligidísima. “Esta vez
tendrás que ir solo. No soy hija de Dios y no tengo intención alguna de ser esposa de pastor.” Sin embargo, le
acompañó al servicio de esa noche, y al darse la invitación, fue al altar y se rindió a Cristo. Luego fue al
micrófono, confesó lo que había dicho esa mañana y dijo, “Ahora sí soy hija de Dios y estoy en el mismo
equipo con mi esposo.”
Estuve presente en el servicio devocional en la Universidad de Asbury la mañana del 7 de marzo. El aspecto
misionero del avivamiento era muy evidente. El presidente de la escuela contó que había recibido una carta
de Colombia, pidiendo que fueran unos estudiantes para celebrar cultos con la juventud colombiana. Concluyó
diciendo: “No sé de dónde vendrá el dinero pero tendrá que venir de este lado y no de América del Sur.”
Un profesor del seminario dijo desde el balcón: “Quiero el privilegio de dar los primeros cien dólares.” Luego,
un profesor de la universidad prometió otros doscientos cincuenta. Un estudiante subió a la plataforma y contó
de una ofrenda de doscientos dólares que había recibido su grupo de evangelización recientemente. “Nuestro
grupo quiere que la cantidad se use para este proyecto misionero”. Una guapa estudiante dijo: “Aquí tienen los
diez dólares con que iba a comprarme una falda esta tarde.” Alguien sugirió que se pusiera una cesta para
ofrendas en la plataforma. Antes de terminar el culto se habían reunido más de mil dólares. La cantidad llegó
a más de $2.000.00, lo que permitió que un grupo de estudiantes fuese a Colombia durante el verano a
predicar el evangelio de Cristo.
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El remedio que Dios tiene para el “enfriamiento misionero” de las iglesias estadounidenses es un derramamiento fresco del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios. Sólo El es el originador y el promotor de las misiones
cristianas.
UN AVIVAMIENTO DE AMOR
¡Cuánta amargura, cuánto odio y cuánta violencia presenciamos en la década de 1960! ¡Cuántas luchas y
recriminaciones entre negros y blancos; entre el estudiantado y las autoridades escolares; entre trabajadores
y patrones! Fue la década del puño cerrado y ha lengua afilada.
Los periódicos se refirieron al avivamiento en Asbury como una grande celebración de amor. Tenían razón.
Dios le dio a su pueblo un nuevo bautismo de amor. Sacó a la luz los resentimientos, limpió los celos, derritió
las hostilidades. Al reconciliarse la gente con Dios, se reconciliaba también con el prójimo. Con frecuencia se
vio que alguien se pusiera de pie en el templo, que llamara por nombre a otra persona presente, le pidiera
perdón, y se encontraran en los pasillos con un abrazo de perdón. A menudo, esposos asidos de las manos
bajaban al altar, o se paraban en el púlpito abrazados para expresar el nuevo amor que ahora tenían para
Dios y mutuamente. Una tarde vi una escena de inefable belleza en la capilla del seminario. Los asientos
estaban vacíos pero el altar estaba lleno con jóvenes parejas de esposos y esposas, orando juntos,
consagrándose nuevamente a Dios.
Esto no era una emoción sentimental ni una efervescencia momentánea. Era el amor de Dios derramado en
nuestro corazón por medio del Espíritu Santo. En iglesia tras iglesia el ambiente estaba saturado de amor.
Cuando un estudiante africano que estudiaba en Asbury fue a una iglesia en Ohio para testificar del avivamiento, varios miembros de la congregación le rodearon y le abrazaron en una expresión espontánea del
amor que sentían en su corazón. Arrodillado al lado de un comerciante en una iglesia del estado de Indiana, le
oí orar, diciendo entre lágrimas: “Te agradezco, Señor, que me has capacitado para amar a los negros y a la
gente que antes me caía tan mal. Ahora sí puedo amar a todos.”
Cuando el avivamiento brotó en la ciudad de South Pittsburg, Tennessee, el templo de la iglesia en donde se
llevaban a cabo los cultos, pronto fue insuficiente para el gentío que venía. Se sugirió cambiar los cultos a una
iglesia más grande, situada en la misma manzana. Pero había un problema. Muchos estudiantes negros
estaban asistiendo a los cultos especiales y la congregación de la otra iglesia no había abierto todavía sus
puertas a los negros. Pero el Espíritu Santo de Dios derrumbó las barreras. El ministro ofreció muy
amablemente el uso de su iglesia y anunció por la radio que había franca entrada para todos. Hasta se le
anunció a tres líderes negros de la comunidad para asegurarles que se extendía una cordial bienvenida a
todos.
Fue también este ambiente del amor lo que salvó la distancia de la brecha entre las generaciones. Se abrieron
nuevas comunicaciones entre padres e hijos y entre adultos y adolescentes. El avivamiento empezó con la
juventud y se extendió a los adultos. Las dos edades se escucharon y se comunicaron. Los adolescentes
confiaron una vez más en los que tenían más de treinta años y los ancianos notaron que podían aprender de
los jóvenes. La edad dejó de ser una barrera. La gente olvidó quién era viejo y quién joven. Un momento
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testificaba un joven de veinte años en el micrófono; y otro, un canoso tenía la palabra; seguidos de un escolar
pre-adolescente. En una grande reunión en la ciudad de Anderson, Indiana, en la que había dos mil personas,
un hombre joven, con barba larga y pelo hasta los hombros, recibió a Cristo como su Salvador, y dio testimonio ante toda la congregación. Una abuela de ochenta años, con el pelo blanco en un moño, bajó al altar y
le abrazó.
Dios está tratando de enseñarnos que la única respuesta al rencor racial, la brecha entre las generaciones, y
las divisiones nacionales es tener su amor operando en nosotros. Nos está ofreciendo el don de su Espíritu, el
único que puede ponernos de puntillas del puro amor.
Nota del profesor.
Uno de los libros que me ayudaron a comprender la Santidad de Vida es este que usted ha
leído. La santidad es una forma hermosa de vivir, y lo comparto para que precisamente usted
pueda encontrar la paz, el gozo, el amor, la paciencia, y todo aquello que nos permite caminar
de puntillas agradando a Dios y sirviendo a los demás.
Le comparto el libro, un libro que leo cada vez para refrescar en mi memoria lo que debo ser.
Profesor: Francisco Heriberto Cho Si.
Coban A.V. 7 de Marzo del 2017.
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