Herón Pérez Martínez EL H ABLAR LAPIDARIO ENSAYO DE PAREMIOLOGÍA MEXICANA EL H ABLAR LAPIDARIO EN SAY O DE PAREMIOLOGÍA M EXICANA Herón Pérez M artínez El C olegio de M ichoacán 398.961 PER-h Pérez Martínez, Herón El hablar lapidario: ensayo de paremiología mexicana/Herón Pérez Martínez.-- Zamora, Mich. : El Colegio de Michoacán, 1995. 494 p.; 23 cm. ISBN 968-6959-36-X 1. Proverbios m exicanos 2. Literatura folklórica m exicana 3. Español - Español coloquial I.t. Portada: Dibujo de Alberto Beltrán O El Colegio de Michoacán, A.C. 1996 Martínez de Navarrete # 505 Esq. Av. del Árbol 59690 Zamora, Mich. Impreso y hecho en M éxico Printed and made in Mexico ISBN 968-6959-36-X A Rebeca, mi esposa; a Gustavo Herón, Alejandro Iván y Myriam Rebeca, mis hijos: con mi muy especial gratitud. ÍNDICE P rólogo 15 PR IM ER A PARTE. ¿DE QUÉ SE TRATA ? I. D EL H A B LA R AL DISCURSO El problem a El hablar A ntecedentes saussureanos del vocablo “habla” El interés por el habla H acia una epistem ología del habla El concepto de “discurso” ¿Es el refrán un “discurso”? 25 25 28 29 32 36 42 46 II. EL H A B LA R LA PID A RIO El vocablo “ lapidario” D iscurso epigráfico y estilo lapidario De las form as breves a la lapidariedad gnom em ática El discurso gnom em ático, un discurso entim em ático 49 49 51 55 69 III. ¿Q U É ES UN REFRÁ N? El térm ino “refrán” La realidad textual del térm ino “refrán” A los orígenes del refrán Paradigm as parem iológicos 79 79 81 87 93 IV. LA TEX TUA LIDAD DE LOS REFRANEROS Refranero mexicano Dos tipos de refraneros en la tradición hispánica Los refraneros literarios Refraneros en suelo am ericano Los refraneros-acervo de la parem iología m exicana Las colecciones de frases célebres Refraneros literarios en M éxico Universal parem iológicoy refraneros históricos 119 119 128 134 135 143 159 160 169 SEGUNDA PARTE. EL ARTE DE CLASIFICA R REFRA NES V. TA XON OM ÍA PAREMIOLÓG1CA Las prem isas y las tareas Los problem as de la nom enclatura vigente 177 177 183 VI. LAS ESTRUCTURAS DEL REFRA NERO M EX ICA N O La clasificación estructural Los refranes “hay ...” Los refranes negativos Los refranes “N + sintagm a adjetivo” Refranes “Nom bre + adjetivo” Refranes “Nom bre + que...” Refranes “N + m odificador nom inal...” Refranes "artículo + N + que” Refranes “el que...” Refranes "la que...” , “ lo que...”, “quien” Refranes "al que...” R efranes "S N ” Refranes Art. + SN R efranes "N ...” Refranes de pronom bre Refranes "adjetivo....” Refranes de verbo Refranes de estructura conativa Refranes de infinitivo Refranes de gerundio 197 197 200 207 212 217 217 218 219 219 220 222 222 222 223 224 225 226 226 227 229 Refranes de indicativo R efranes de subjuntivo Refranes de adverbio Refranes “más vale... que” R efranes “vale más... que” Refranes “más + verbo... que” Refranes “ja la más + SN + que + SN” Refranes “más + adjetivo + que...” Otros refranes “m ás...” Expresiones “com o...” Otros refranes de adverbio Refranes de protasis preposicional Refranes “a + SN ...” Refranes “a + pronom bre...” Refranes “a + verbo...” Refranes “a + adverbio...” Refranes “con + SN...” Refranes “de que...” Refranes “de + SN...” R efranes “desde...” Refranes “en + SN ...” Refranes “entre + SN...” R efranes “ hasta...” R efranes “para...” Refranes “por ...” R efranes “ según...” R efranes “ sin...” R efranes “sobre...” Refranes de conjunción R efranes “si...” R efranes “aunque...” R efranes “que...” R efranes “ 0 ...0 ” R efranes “y...” Refranes interjectivos Refranes interrogativos 230 231 231 231 232 233 234 234 234 235 236 238 238 240 240 241 241 242 243 244 245 246 247 248 250 251 251 252 252 253 254 254 255 256 256 258 VII. LA FORM A DE LOS REFRANES La forma y lo formal en la investigación literaria Las formas de nuestro corpus Los refranes constatativos Los refranes norm ativos Refranes consejo Refranes veredicto Refranes tasación Refranes receta Los refranes exclam ación Los refranes pregunta Refranes interlocución Tem a y forma en el refranero m exicano La clasificación según las funciones discursivas Otras posibilidades 259 259 274 274 282 287 290 292 295 296 302 303 308 311 316 TER CER A PARTE. LAS DEUDAS Y LAS TEO RÍAS VIII. EL BAGAJE SU BYA CEN TE Enlace Arranque Disciplinas, teorías, m étodos La herm enéutica La retórica La lógica La lingüística: m orfosintaxis, lexicología y sem ántica La estilística La sem iótica La literatura com parada Lasociocrítica La teoría del discurso La pragm ática La teoría de la recepción 319 319 321 332 332 340 343 344 344 345 348 351 352 354 355 CU A R TA PA RTE. LOS RECURSOS DEL H A BLA R LA PID A RIO IX. EL REFRÁ N COM O M OD ELO DEL HA BLA R LA PID A R IO D elim itación del corpus El lem a, el refrán, la frase célebre Los m odelos de la lapidariedad La expresión de lo lapidario D iscurso argum entativo y diálogo H acia una teoría de la lapidariedad BIBLIO G RA FÍA ÍN D IC E A N A LÍTICO ÍN D IC E O N O M Á STICO 359 359 362 368 375 414 419 427 465 485 PRÓLO GO Bajo el nom bre de El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana nos proponem os realizar una incursión sobre una m anera de hablar, el hablar parem io ló g ico ,1que por las características que ostenta tanto form ales como discursivas es paradigm a de una m anera de hablar más general a la que hemos denom inado discurso lapidario. La m anera de hablar que llam am os aquí discurso lapidario es, en resum idas cuentas, un hablar sentencioso, de pocas y m edidas palabras, hablar tajante y zanjante, hablar producido por el entorno y que se vale de él para aum entar su capacidad de significación, hablar denso y elegante, hablar en cápsulas, hablar figurativo, un hablar, en suma, ya al estilo de los refranes o hablar paremiológico, ya sentencioso y sapiencial como el de las frases célebres o lacónico como el de los lemas y slogans. Textos com o éstos realizan de distinta m anera y en distintos grados el hablar lapidario. La m áxim a realización suya, sin em bargo, corre a cargo de unos textos que, en concreto, son formalmente textos breves, concisos y sentenciosos y discursivamente textos parásitos susceptibles de desempeñar en el discurso mayor en que se insertan la función de un entimema. A esos textos los 1lamamos gnomemas y los asumimos como una variedad de los textos gnóm icos. 1 1. Usamos el término “paremiología” y su derivado “paremiológico” en su ya sentido usual: nos referimos con el primero al estudio científico de los refranes y con el segundo a todo lo relacionado con él. El Diccionario de la lengua española, editado por la Real Academia Española, en su edición vigésim a primera, (Madrid, 1992), hace derivar ambos vocablos del término “paremiólogo” que significa la “persona que profesa la paremiología o tiene en ella especiales conocim ientos”. El Breve diccionario etimológico de la lengua española de Guido Gómez de Silva (M éxico, El Colegio de M éxico / Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 519) dice: paremiología ‘estudio de los refranes o proverbios’:paremio- ‘refrán’, (del latín tardió Paroimía ‘refrán’, del griego paroimía ‘refrán’; ‘observación incidental’, de par-‘al lado’(de) [véanse para- per-] + oimos ‘senda, camino; camino de unacanción, melodía’, del indoeuropeo soi- ‘cantar, proclamar’ [de la misma familia: proemio ]) + -logia ‘estudio’ (véanse - logia , leer). En todo caso, el mismo Diccionario de la RAE, por una parte, remonta el origen de toda esta familia a la palabra griega paroimía que significa “proverbio” y, por otra, recoge el término “paremia”, ya avecindado en el español actual, con la acepción de “refrán, proverbio, adagio, sentencia”. 15 E l hablar lapidario Todos los textos gnóm icos tienen como características distintivas del género la sentencialidad y la concisión. Al estilo de los textos gnóm icos se le 1lama tam bién esti lo lapidario. Son varias las form as y funciones de los textos concisos, como son varios los grados de la sentencialidad: en ello estriban los distintos modos y grados de la lapidariedad verbal. En efecto, con la antigua retórica, asum im os como m aneras de sentencialidad, tanto a la función entim em ática de los textos, como a su función de ornato y de exemplum. M ientras las funciones discursivas de ornato y de exemplum llevadas a cabo por los textos gnóm icos expanden el discurso, la entim em ática, en cam bio, lo contrae; además, con el mismo Aristóteles, asum im os que hay varias m aneras de darse textualm ente un entim em a que, de un m ínim o a un óptim o, va desde los para-entim em as hasta los entim em as propiam ente dichos con el presu­ puesto de que entre m ás perfecto sea el entim em a resultante de la incrustación del texto gnóm ico en el discurso m ayor, m ayor perfección tendrá su lapidariedad. Entre las form as de incrustación para-entim em ática cabe seña­ larlos m ecanism os que em plean los refranes exclam ativos o los slogans para adherirse a los discursos m ayores y funcionar en ellos: en efecto, los refranes exclam ativos em plean m ecanism os de tipo acústico m ientras que los slogans extrem an la m etaforización de las circunstancias a las cuales se aplican asum iéndolas como figuras m últiples de un versátil em blem a. Por lo general, en estos casos el texto gnóm ico desem peña la función “m enos lapidaria” del ornato que junto con la función de exemplum consti­ tuye un tipo de lapidariedad inferior a la resultante del entim em apropiam ente dicho: la lapidariedad tipificada por los textos gnóm icos desem peñando esas funciones discursivas es sólo una lapidariedad form al, no discursiva, cuya característica radica sólo en la brevedad y concisión. Hay, ciertam ente, entre los diferentes tipos de discurso hoy en uso, m uchos que se distinguen por su brevedad. Lo que aquí, em pero, llam am os hablar lapidario es un hablar que, adem ás de breve, es un hablar conciso, en el que las palabras tienen adem ás tanto peso socioculturalm ente que son capaces de zanjar una cuestión, com o una sentencia dada por un tribunal, en la m edida en que son aplicables ya propia, ya metafóricam ente, a una gama de circunstancias concretas referibles discursivam ente: am én de breve y conciso, el hablar lapidario es un hablar sentencioso que se coloca siem pre por encim a de la circunstancia particular para poder decidir sobre ella con una autoridad libre de sospechas y de discusiones. Por eso, aunque hay m uchos otros tipos textuales breves, estrictam ente hablando, al que m ejor convendría el calificativo de “ lapida­ 16 Prólogo rio” sería al hablar parem iológico de tipo gnom em ático: con ello queda claro que lo que aquí definim os como lapidariedad verbal no es principalm ente asunto de hablar em pleando pocas palabras. El grado m áxim o de la lapidariedad verbal está dado, pues, por textos gnóm icos que a la concisión añaden la sentencialidad o carácter entimemático. A la unidad de este discurso lapidario perfecto la llam am os gnom em a. Un gnom em a, por tanto, es un texto, un refrán por ejem plo, que teniendo la característica form al distintiva del hablar lapidario, la concisión, es suscepti­ ble de desem peñar dentro del discurso m ayor en el cual se enclava las funciones de un entimem a. La índole gnom em ática de los textos gnóm icos es la m arca m ás im portante de lapidariedad. En el presente libro nos ocupam os sólo de la lapidariedad gnom em ática. Em pero, esta lapidariedad gnom em ática no es sólo característica formal de los textos form alm ente breves, concisos y sentenciosos. Como estos textos son discursivam ente parásitos en la m edida en que su sentencialidad sólo funciona discursivam ente en discursos mayores, el hablar lapidario es más un hablar gnom em ático que un hablar a base de frases breves, concisas y sentenciosas usadas en form a autónom a. A los gnom em as se los encuentra, principalm ente, entre los refranes pero tam bién pueden ser gnom em as textos com o la “frase célebre”, la m oraleja o el slogan. El gnom em a, com o se ve, tiene una serie de características tanto form ales como discursivas que explicitadas nos indican las principales características del hablar lapidario. Para estudiar el hablar lapidario, nos hem os valido, tom ándolo como punto de observación, de un corpus de refranes m exicanos en el que consideram os estar representado un corpus mucho m ayor y abierto que podríam os llam ar refranero m exicano: los refraneros son acervos siem pre abiertos del hablar lapidario en la m edida en que sus textos son, por lo general, gnom em áticos. Por ello, el hablar parem iológico es el paradigma, sin más, del hablar lapidario en la m edida en que realiza al m áxim o sus virtudes y potencialidades. Está claro que, aunque la lapidariedad verbal no es privativa de los refranes, son los refranes los que m ejor la representan por la variedad y perfección de sus usos. Hem os verificado, por lo dem ás, que la m ayor parte de las estructuras y form as parem iológicas están tan extendidas en las principales culturas, tanto occidentales com o del Antiguo Próxim o Oriente, que las observaciones que aquí hacem os sobre un corpus de refranes m exicanos tienen un alcance transcultural si no es que estam os ante verdaderas estructuras universales del 17 E l hablar lapidario lenguaje. Este hablar, en efecto, como lo m ostram os en el interior de estas páginas, asume moldes más o menos estables de una cultura a otra y tiene en ellas un com portam iento sociocultural análogo. Estudiamos, pues, un corpus de refranes m exicanos para docum entar una m anera de hablar a la que llamamos hablar lapidario: la lógica de esta investigación, por tanto, consiste fundam entalm ente en estudiar lo más com pletam ente posible el hablar parem iológico para abonarlo a la cuenta del hablar lapidario. Los textos paradigm áticos de este hablar lapidario, los refranes, están docum entados en la historia cultural humana de todos los tiem pos com o una m anera de hablar breve, condensada y decisiva que se refiere a las principales cosas a las que un grupo humano se atiene, que aprecia en su vivir cotidiano y que em plea como punto de referencia cultural perm anente en su hablar diario. Esa expresión del hablar lapidario, los refranes, adem ás de sus características formales y de las discursivas, ya señaladas, tiene, en efecto, una serie de propiedades sem ánticas entre las cuales sobresale la de ser expresión de los intereses vigentes en la vida cotidiana de un pueblo, de sus verdades medias. Son tres las m aneras principales como esos pequeños textos funcionan, subsisten y se transm iten: a veces como listas de verdades a las que un pueblo acude para beber la tradición; a veces se introduce en el patrim onio literario del pueblo en cuestión y sigue los m ism os derroteros am plios y libres de lo literario; las más de las veces, sin embargo, esa m anera de hablar penetra hasta las entrañas del habla cotidiana y en ella vive y muere, y con ella se transporta, como un acervo patrimonial que pasa de boca en boca, a lomos del lenguaje mismo, de una generación a otra; em pero, la tradición del hablar lapidario de un grupo de hablantes, de la cual es prototipo su hablar parem iológico, no es ni sólo ni principalm ente un fenóm eno de oralidad. De hecho, los refranes en la actualidad sobreviven más en textualidades escritas que a lomos de la lengua hablada por un pueblo. Para decirlo de otra m anera, en la actualidad, en las culturas dom inantem ente escritas, los refranes no se transm iten tanto de boca en boca cuanto de página a página, por ejem plo en las listas de refranes que hoy llamam os “ refraneros”, tipos textuales escritos cuya función sociocultural, a su vez, está principalm ente dentro de la lengua escrita; o en las obras literarias que, como el Quijote, La Celestina, El Periquillo Sarniento, Arrieros o Las tierras flacas, constituyen lo que aquí hemos llamado los “refraneros literarios” . 18 Prólogo En efecto, aunque el hablar lapidario nació en el seno de la lengua hablada, casi desde sus orígenes penetró en la textualidad escrita. Unos, sin em bargo, son los usos del hablar lapidario en la lengua habladay otros son los de la lengua escrita. Los tipos textuales que esta investigación ha considerado com o paradigm as de “discursos m ayores” en los cuales se enclava el refrán com o recurso de la lapidariedad son discursos orales. Esta investigación, por tanto, deja de lado las funciones discursivas y los m ecanism os de inserción de los gnom em as en “discursos m ayores” de tipo escrito. En resum idas cuentas, el hablar lapidario, en su m odalidad paradigm ática, nace com o recurso de la oralidad, se transm ite y sobrevive dentro de la textualidad escrita, y funciona discursivam ente com o recurso y m arca de la lapidariedad tanto en la lengua hablada com o en la escrita: esta investigación ha basado sus observaciones sobre cóm o se inserta un gnom em a en un “discurso m ayor” en el diálogo y el discurso argum entativo. L a presente investigación se ubica en los terrenos, por fortuna aún poco transitados, de la tipología de los discursos modernos. De situarla en su ámbito se ocupa la prim era parte que hem os denom inado “fronteras y térm inos” : las actuales ciencias del lenguaje han ido creando un vasto léxico que todavía carga consigo, pecado de juventud, m uchos de los oficios que ha ido desem peñando. Investigaciones como ésta requieren, por ello, esbozar las líneas de las tradiciones a las que se adscriben y ubicarse con precisión en el general, rico, y a veces confuso concierto de voces. En la segunda parte, en cam bio, nos aproxim am os a nuestro corpus para, al clasificarlo, percibir los principales rasgos del hablar lapidario desde el punto de vista de sus estructuras y sus form as: ello nos pone en contacto, de inm ediato, no sólo con los sustratos universales o, al m enos culturalm ente m ás am plios, del hablar lapidario sino con los principales ám bitos y usos sociales en los que este tipo de discurso nace. L a tercera parte adopta la form a de una lista de acreedores; tiene, en efecto, la función de enclavar la investigación en el am plio territorio de las ciencias del lenguaje, las hum anidades de hoy. Se trata, en efecto, no sólo de un recuento de las teorías que se suscriben y de las deudas que se tienen contraídas, sino que tiene tam bién la función de un m odesto glosario de las categorías, conceptos, térm inos, obras y autores con los que se roza. Dadas las proporciones relativam ente grandes del corpus, la cuarta parte se ocupa de reducirlo bajo dos criterios: en prim er lugar, aquellos de los textos del corpus que en vez de condensar el discurso lo hacen estallar expandiéndolo no son 19 E l hablar lapidario lapidarios y, por ende, deben ser elim inados; de esa m anera quedan sólo dentro del paradigm a de la lapidariedad los refranes que discursivam ente tienden a condensar el discurso: en pocas palabras, los refranes susceptibles de desem peñar dentro del discurso la función de un entim em a. Q uedan, así, fuera del paradigm a de la lapidariedad la m ayor parte de los refranes exclam ativos. En segundo lugar, se agrupan los refranes por tipos estructu­ rales y se tom an representantes de cada uno de ellos de m anera que sus características sean válidas para todo el conjunto. De esta selección resulta un corpus m ás m anejable que, analizado, aporta una serie de características del hablar lapidario y, en general, de los mecanismos de la lapidariedad discursiva. Si bien dotados de un rico bagaje de herram ientas, en investigaciones com o esta nos encontram os en cam po abierto: nuestra aportación, por tanto, no es espectacular. Las tareas que para poder avanzar ha tenido que realizar van desde la hum ilde labor taxonóm ica hasta la creación de un cuerpo suficientem ente coherente de conceptos. Los resultados, tom ados en form a absoluta, parecen modestos: lo son. Em pero, se trata de una investigación que abre ciertam ente brecha a futuras investigaciones que ilustren de una m anera m ás profunda y clara los m ecanism os, características, funciones y alcances del hablar lapidario. El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana es, pese a las apariencias, una form ulación abreviada, aunque desde luego no lapidaria, de una disertación doctoral defendida en la Universidad de Bourgogne, Francia, el 16 de diciem bre de 1995 ante un jurado reunido por mi directora de tesis, D orita N ouhaud, y que integraron, adem ás de ella, C hristian Boix, Eliane Lavaud y M arié-C laire Zim m erm ann. En un proceso tan largo y, a veces tan arduo, com o es natural, son m uchas y de muy variada especie las deudas contraídas. Ante la im posibilidad de m encionar a todos los acreedores, este libro, hecho sobre la base de esos granitos de arena, quiere ser un explícito testim onio de gratitud cordial para todos ellos. U na especial m ención y un “ ¡ gracias!” m uy sincero m erece D orita N ouhaud, mi directora de tesis, cuya contribución sobrepasó con m ucho los cánones del deber oficial de una dirección de tesis: su altísim a com petenciay prestigio, am istad, preocupacio­ nes, trám ites y gestiones, de la m ás diversa índole, hicieron m uy grato no sólo todo el proceso sino mi estancia m ism a en la U niversidad de B ourgogne, a cuyas autoridades agradezco desde estas páginas. Gracias, igualm ente, a las autoridades del Colegio de M ichoacán: especialm ente a su presidenta, la 20 Prólogo doctora B rigitte Boehm de Lam eiras, y a su secretario general, el m aestro H eriberto M oreno García, por su infaltable y puntual apoyo. A gradezco tam bién a mis com pañeros del Centro de Estudios de las Tradiciones en cuyas reuniones de los j ueves se discutieron los contenidos de este libro. Una m ención especial de gratitud tanto a Clarisa Desouches, como a don A ndrés, su padre, por todo. A Sergio Pérez Córtez, Philippe Caron, A gustín Jacinto, Andres Lira, Alfonso Valdivia, A urora del Río y José Luis R am írez un agradecim iento especial: cada uno, a su m odo y desde su lugar, contribuyó a que este 1ibro fuera realidad. Finalm ente, quiero agradecer a mis com pañeros del departam ento de publicaciones del Colegio de M ichoacán, Valentín Juárez, Rosa M aría M anzo, Cristina Ram írez y, desde luego, a Jaim e D om ínguez Ávila: Jaim e no sólo tom ó bajo su diligente cuidado los deberes habituales de la revisión y m aquillaje del libro sino que, más allá del deber, con com petencia y ejem plar dedicación lo acompañó hasta la imprenta; suyos son los útiles índices con que el libro aparece. Herón Pérez M artínez Diciem bre de 1995, Jacona, Michoacán, junto al Canal de la Esperanza. 21 PRIMERA PARTE ¿DE QUÉ SE TRATA? I D EL H A BLA R A L DISCURSO E L PROBLEMA L a prim era palabra de un texto tiene la prerrogativa de presidirlo y, a ese sólo título, la prim acía de la significación. Por otro lado, en un proceso de com unicación, com o lo es un texto, una de las prim eras cosas que han de procurar los interlocutores es la de asegurarse que estén hablando de lo m ism o. Si ese acto de m etalenguaje es necesario en cada texto, m ás lo es cuando el texto en cuestión pertenece al ám bito de las ciencias del lenguaje dom inio en donde los vocablos no tienen el tiem po de echar raíces y en donde son asediados por otros térm inos y aún por otras funciones. B astaría con consultar un par de diccionarios provenientes de diferentes ám bitos culturales para percatarse del desconcierto léxico que reina en nuestro dom inio epistem ológico: las palabras no parecen funcionar con la m ism a firm eza que en otros dom inios m ás estables. N uestra época y nuestra disciplina no sólo no han desarrollado un sistem a de explicación term inológica com o el de la escolástica m edieval,1sino que la inestabilidad y rapidez con que se suceden las teorías, y lo efímero de m uchas de ellas; la rapidez con que la investigación avanza en el cam po de los lenguajes, am enaza con convertirlo, paradójica­ m ente, en una nueva Babel. Por ello ha de considerarse como sana, la costum bre de explicar los térm inos im plicados en una investigación. 1 1. Es conocida, por ejemplo, la estructura de cada uno de los artículos en la Suma teológica de Tomás de Aquino: la sección videtur quod non , o contratesis, la sección sed contra , o prótesis, el respondeo o defensa de latesis propiamente dicha, y, finalmente, la sección de respuestas, por orden, a cada una de las objeciones de la sección sed contra. Sin embargo, la sección videtur quod non soporta sobre sí, dentro de este discurso, la importante función metalingiiística a veces de explicar el sentido de la afirmación principal o tesis aveces, simplemente, de proponer los 1imites absurdos del enunciado en cuestión. Pueden verse muchos ejemplos en Summa Theologica, 5 tomos, Madrid, BAC, 1951. También puede verse la importancia que esta labor metalingüística conserva aún, en este tipo de discurso, afínes del siglo XVI en las Disputationes metaphysicae de Francisco Suárez. Véase la edición de Gredos, Madrid, 1960. 25 E l hablar lapidario Ello tiene una doble ventaja: la de indicar con precisión de qué se está hablando, por una parte, y la de trazar con cuidado, por consiguiente, los límites del problem a. Está claro que la prim era labor de un libro com o éste es una labor de tipo metalingüístico: decir con claridad lo que se trae entre manos y, en concreto, en qué sentido se va a utilizar los principales vocablos y conceptos en que se basa la investigación y, sobre todo, form ular el alcance exacto del postulado central que se ha obtenido de el la. Ahora bien, puesto que nos proponem os exponer las características del discurso lapidario a partir del refrán, que suponem os paradigm ático de ese discurso lapidario, tal cual se le encuentra en el refranero m exicano, hemos de explicar, prim ero, qué vam os a entender por discurso y, en general, en qué sentido usarem os en lo sucesivo térm inos como “discurso”, “ habla” , “discurso lapidario” , “ refrán”, “re­ franero”, “refranero m exicano” , etc. Por razones de preem inencia discursiva, el prim er problem a que se nos presenta es el em pleo que se ha hecho de los térm inos “habla” y “discurso” en la historia de la teoría del discurso y que se encuentran en el corazón del asunto que aquí nos ocupa. Por principio de cuentas, el título que dam os a nuestra investigación, “hablar lapidario”, remite al térm ino saussureano parole ; por lo dem ás, con frecuencia hablam os de “discurso lapidario” com o si los térm inos “habla” y “discurso” significaran lo mismo. Y, en efecto, hem os de decir enseguida y sin rodeos que en esta investigación em pleam os am bos térm inos como sinónim os. Sin em bargo, con ello no hemos avanzado gran cosa porque, después de todo, no hemos aclarado qué vam os a entender por "hablar” y qué por “discurso” . Ni hemos explicado por qué y en qué condiciones un texto tan breve como un refrán puede ser llam ado sea "h ab la ” , sea “ discurso” . El uso de las palabras para un hablante nunca es totalm ente arbitrario. En efecto, a decir de Roland Barthes, la lengua es un más acá que funciona como presupuesto del discurso; el otro presupuesto, el límite de enfrente, el más allá del discurso es el estilo. En medio, están todos losdiscursosy lenguajes nacidos de los diferentes grupos sociales, de sus intereses: la m ultiplicidad de estos discursos refleja, en efecto, la m ultiplicidad social, expresión de un tipo de al ¡enación social, como toda escritura, que funciona, de hecho, a la m anera de un ritual.2Sin ánimo de dar cuenta de las diferentes reflexiones que han tenido lugar en torno a vocablos como "discurso” y “ habla” , sí es conveniente, en 2. 26 Roland Barthes. El grado cero de la escritura, séptima edición. M éxico. Siglo XXI. pp. 18 y 88. D el hablar al discurso am bos casos, recoger a guisa de inventario las principales direcciones que ha tom ado la reflexión en los últimos tiem pos, dado que m uchos de esos m atices sem ánticos aún persisten y son aprovechables a la hora del análisis. Ello significa, por una parte, que hemos de identificar las diferentes cargas ideológicas, los diferentes intereses y las diferentes perspectivas que se han ido asentando en vocablos como “habla” y “discurso” ; significa, adem ás, que no sólo hemos de explicitar aquí lo que estos vocablos han significado en su historia más reciente, sino discutir, principalm ente, de qué m anera estos conceptos convienen a un tipo textual como el que nos ocupa, el refrán; ¿en qué m edida se le puede llam ar al refrán “discurso lapidario” ? Independientem ente de que en el capítulo siguiente hayam os de discutir el sentido de esta expresión, lo haremos recargando el énfasis más en lo “ lapidario” que en su carácter de “discurso” . Y, efectivam ente, nos interesa desde el principio dilucidar si a los pequeños textos, los refranes, que hemos escogido como punto de partida de nuestra investigación sobre el discurso lapidario les conviene el nom bre de “discurso” y en qué sentido. El orden de nuestra exposición empezará por una somera exploración de 1 pasado y presente del vocablo “habla” bajo el m encionado presupuesto de que las palabras cargan a cuestas con su propia historia. Nos interesa destacar los distintos m atices y puntos de vista que fue asum iendo al calor de las diferentes reflexiones que tuvieron lugar, casi simultáneamente, para configu­ rar lo que se podría llam ar la lingüística del “habla” . N os detendrem os, de m anera especial, en dos: la reflexión en torno a la traducción y el conjunto de reflexiones que, desde distintos puntos de vista y con distintos intereses, desem bocaron en la sem iótica discursiva.3El segundo punto de nuestro viaje será explorar los diferentes usos que se han dado al vocablo “discurso” para fundam entar el em pleo que aquí le darem os asum iéndolo, en principio, com o una “secuencia coherente de enunciados” .4 La tercera tarea de este capítulo será la ya esbozada de discutir en qué m edida se puede llam ar “discurso” a los textos lapidarios como los refranes. 3. Normalmente la expresión “semiótica discursiva” se usa dentro de la terminología greimasiana para designar uno de los componentes del nivel superficial de los textos. Aquí lo empleamos en el sentido más general en lam edidaen que el análisis semiótico es un análisis del discurso. 4. Jean Caron, Las regulaciones del discurso. Psicolingüísticaypragmática del lenguaje, versión española de Chantal E. Ronchi y Manuel José Pérez, Madrid, Gredos, 1988, p. 119. 27 E l hablar lapidario El hablar “ H ablar” es no sólo un vocablo que designa todo acto de com unicación sino un vocablo que suele ser sinónim o del térm ino “habla” con que se ha traducido al español el saussureano vocablo francés parole. Sobre este vocablo y el concepto de que es portador se podrían hacer tres historias: una larga y dos cortas. Uno podría, en efecto, tom ar como punto de partida de la exploración sobre el uso o los usos que históricam ente se ha dado al vocablo parole y a su traducción más frecuente en español: “habla” . Se tendría que tom ar com o punto de partida obligado a Ferdinand de Saussure y su Coursde linguistique générale por la simple razón que fue él quien desencadenó su uso en las ciencias del lenguaje de principios del siglo XX. Se encontrará uno, por este cam ino, con el hecho de que el térm ino “ habla” se halla irrem ediable­ m ente “ uncido”, como se sabe, a la palabra “ lengua” y que con ella se ha desplazado a todas partes. En una especie de estudio léxico, para ver los nom bres y los usos de este par de conceptos, se podría uno ir hacia atrás, como lo hace C oseriu;5o hacia adelante, como lo hace K oerner,6entre otros, para ver las evoluciones que ha sufrido y cómo 1legó a cruzarse con el vocablo “discurso”, y cuándo y por qué lo hizo. Por este camino, se 1legaría a la conclusión de que los usos del vocablo “ habla” siem pre tendrán la sombra del correspondiente térm ino “ lengua” y estarán interesados, de una u otra m anera, en diferenciarse de él. Este es el cam ino largo: se dan en él aproxim aciones al uso que hoy se le atribuye al térm ino “ hablar” en la teoría prevalente del discurso a que aquí recurrim os. La historia corta, en cambio, se rem onta hasta los albores de las ciencias del texto cuando la lingüística se decidió a explorar la vía abandonada por Ferdinand de Saussure, la de la lingüística de la parole. Otra historia aún m ás corta del uso del vocablo muy bien hubiera podido trazarse a partir de un representativo corpus de textos en que aparece el vocablo “habla” para explorar qué acepción se atribuye en ellos al vocablo. En cualquiera de las vías cortas, uno podría llegar fácilm ente a la conclusión no sólo de que fueron las “ciencias del discurso” las que en la década de los sesenta7rom pieron finalm ente con algunas ataduras saussu5. 6. 7. 28 f ide infra. Vide infra. L abibliografíam ás abundante empezó a aparecer a principios de ladécadade los setenta. Eugenio C oseriuensu Textlinguislik (T übingen.GunterNarrVerlag, 1 9 8 1 ,pp. 1 yss.)d au n ap eq u eñ ap ero D el hablar al discurso reanas y le dieron al vocablo la acepción hoy dominante que aquí le atribuimos, sino que esa acepción dom inante es relativam ente tardía. Cuando, en efecto, se em pieza a abandonar la lingüística de la lengua y se voltea hacia la lingüística del habla, es cuando tiene lugar el nacimiento del concepto que aquí nos interesa. A n tecedentes sa u ssu r ea n o s del vo cablo “habla” En el uso actual de la palabra “habla” están claros aún, como se ha dicho, sus antecedentes saussureanos. En efecto, la lingüística abreva durante los prim eros sesenta años de este siglo en la distinción saussureana entre langue y parole. Ferdinand de Saussure expone sus ideas sobre el habla, en efecto, en varios lugares del Curso de lingüística general;* así, en los núm eros 65 a 67, se form ula la distinción entre lengua y habla; de los núm eros 78 y 63, en cam bio, se desprende que el habla es algo individual; que, en cam bio, es el habla la que perm ite constituir un circuito de com unicación entre hablantes, se dice tanto en los núm eros 76 a 81 como en el núm ero 118; y, finalm ente, en los núm eros 57 y 75 a 81 se dice que es la lingüística del habla laque tiene que ocuparse del estudio del habla, pero que la lingüística, propiam ente tal, es la lingüística de la lengua. En el núm ero 68 m uestra De Saussure cóm o ya algunas lenguas europeas distinguen léxicam ente entre lengua y habla. Para dejar asentada la acepción que el Curso de lingüística general da al vocablo “habla”, nos interesa explícitam ente el prim er punto. A saber: la distinción entre lengua y habla en donde, de pasada, se establece el carácter individual del habla. Por un lado, el tem a del habla es introducido en el número 63 cuando llama al habla “el lado ejecutivo” de la lengua; se refiere a su “ejecución” y dice de ella que es individual y que se contrapone a los elem entos de la lengua que son establecidos por la masa: “nosotros lo llam arem os el habla (parole)'", concluye. En efecto, más adelante explica: “al separar la lengua del habla ( langue etparole), se separa a la vez: 10 lo que es social de lo que es individual; 2o lo que es esencial de lo que es accesorio y más o m enos accidental” .9 8. 9. precisa referencia bibliográfica de los principales textosy corrientes de lalingüísticadel texto, aprincipios de la década de los setenta. Cito por la edición crítica preparada por Tul 1io de Mauro y publicada en español por Alianza Universidad, Madrid, 1983. N úm .65. 29 E l hablar lapidario La lengua, pues, es social; el habla, individual. La lengua es “esencial” ; el habla, accidental o accesoria. La lengua es la parte estable del lenguaje; el habla, la parte variable. Está claro que lo que Ferdinand de Saussure llam a habla es, en efecto, la interpretación que hace el hablante de esa gran partitura que es la lengua. Cada lengua es, así, un sistem a de convenciones de tipo virtual que cada acto de habla actualiza. O en palabras de Saussure: la lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para la actividad de clasificar, de que hablamos en las páginas 197 y ss. El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad e inteligencia, en el cual conviene distinguir: Io las com binaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el m ecanism o psicofísico que le permita exteriorizar esas com binaciones.101 La acepción que Ferdinand de Saussure da al térm ino “habla” es la de realización de un saber hablar concreto; es decir, una lengua particular históricam ente dada.11 Antes de Saussure, ya varias lenguas europeas hacen intuitivam ente esta distinción, como él m ism o lo señaló. Y no sólo eso: esta distinción estaba im plícita en las viejas disciplinas brotadas en las texnai o artes com o la gram ática, dedicada al hablar correcto, y aún en ciertas m odalidades de la retórica cuando se em pezó a interesar en el hablar bien.12 A dem ás de explorar los antecedentes históricos de la distinción saussureana, Coseriu interesado en una teoría del hablar hace una rigurosa com paración entre estas dos categorías saussurenas y los correspondientes conceptos chom skianos de “com petencia” y “actuación” y establece que la concep­ ción saussureana, com parada con la de Chom sky, no sólo em plea una term inología distinta sino que el contenido m ism o es distinto en am bas concepciones: Para denominar los hechos sobre los que se basan son preferibles los términos de Chom sky, porque son menos equívocos y porque lo que se quiere d écim o sólo lo 10. 11. 12. 30 Núms. 66-67. Puede verse Eugenio Coseriu. Competencia lingüística. Elementos de la te oría del hablar, elaborado y editado por Heinrich Weber, versión española de Francisco Meno Blanco, Madrid, Gredos, 1992, p. 13. Véase el recorrido explícito que realiza Coseriu en busca de “los antecedentes históricos de la distinción” por las lenguas, las disciplinas lingüísticas y los autores, sobre todo alem anes, que precedieron a Saussure. Op. cií., pp. 15-35. D el hablar al discurso nombran, sino que también lo caracterizan. La langue, en Chomsky, no sólo está dada com o langue , sino ya como lo que es: un saber, una competencia. Asim ism o, la parole no está dada como parole , com o una forma determinada de la lengua, sino com o ejecución, com o realización de un saber en el hablar.13 Por distinto camino y con distintos intereses, E. F. Konrad K oerner14 explora este par de conceptos saussureanos tanto hacia atrás como hacia adelante de Saussure. Sus recorridos hacia atrás, empero, son muy breves y los impulsa una m otivación de muy reducidos alcances: probar su tesis de la originalidad de Saussure.15 La amplitud de sus recorridos hacia adelante, en cam bio, está expresada en el título mismo del apartado en que se ocupa del asunto: “el desarrollo post-saussureano de los conceptos langue, parole y langage” . De esta exploración nos parece especialm ente pertinente, para nuestro asunto, su referencia a Erik Buyssens: Erik Buyssens, por ejemplo, introdujo el concepto de discours que el definió com o la partie fonctionelle de la parole y que deseó situar entre parole y langue que es le systéme qui régit la parole y que constituye una totalidad, más o menos coherente, de reglas seguidas por el hablante.16 Esta “parte funcional del habla”, es de índole abstracta. De hecho, la relación establecida por Buyssens entre langue, discours y parole va de una m ayor a una m enor abstracción: la parole es el elem ento más concreto de los tres; m ás aún, es el único concreto, en la concepción de Buyssens: 13. Op. cit., p. 14. Para la discusión completa, véanse las pp. 13-71. La comparación entre los conceptos de habla y actuación es, por lo demás, muy frecuente. A guisa de ejemplo, cito Jean Dubois y otros, 'Diccionario de lingüística, Madrid, Alianza Universidad, Colección Alianza Diccionarios, 1979, pp. 14. 15. 16. 327 y s. Ferdinand de Saussure. Génesisy evolución de su pensamiento en el marco de la lingüística occidental, Madrid, Gredos, 1982, pp. 311 y ss. Sobre una polémica entre Koemer y Coseriu en tomo alas influencias de George von der Gabelentz sobre Ferdinand de Saussure, negadas en general por Koerner, véase Eugenio Coseriu, “Georg von der Gabelentz y la lingüística sincrónica”, en Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje. Estudios de historia de la lingüística, Madrid, Gredos, 1977, pp. 200-250; especialmente las páginas 245 y ss. En Koemerse encuentra, sin embargo, un buen muestrario de las principales discusiones postsaussureanas en torno aestos dos términos y a los conceptos correspondientes. Esta obra tiene la ventaja de una nada desdeñable bibliografía actualizada hasta 1970. Como bien se sabe, por lo demás, el lingüista rumano Eugenio Coseriu, profesor en la Universidad de Tübingen, se ha distinguido, en el postsaussureanismo, como un crítico creativo de esta dicotomía saussureana entre lengua y habla; puede verse, sobre todo, su ensayo, publ icado por primera vez en 1952, “S istema, norma y habla” en Eugenio Coseriu, Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1973, pp. 11-113. Op. cit., p. 341. E l hablar lapidario Si por “habla” se entiende el flujo sonoro que sale de la boca del hablante, es evidente que se requiere de otro término para designar la sucesión tanto de los fonemas com o de todos los otros elementos que aseguran la comunicación; nosotros la llamaremos “discurso”.17 De acuerdo con esto, el habla sería la parte acústica de la com unicación; el discurso, en cam bio, la parte funcional; de la cadena de sonidos del habla, el discurso se interesa tanto en los sonidos y dem ás elem entos significativos del habla como en su secuencia: la lengua es el sistem a que hace posible la significación discursiva, según Buyssens. No es ésta, desde luego, la acepción del vocablo “habla” que aquí nos interesa. Ya el Diccionario de lingüística de G.R. Cardona llama al térm ino “habla” “sinónim o, hoy en desuso al igual que el francés parler, de variedad lingüística local o individual” .18 La acepción que recoge Cardona, como se ve, apenas coincide con la idea saussureana de “habla” : se trata ya, en efecto, de una variedad de lengua, de una m anera histórica de darse de la lengua análoga a la “norm a” de C oseriu.19 Tornada estrictam ente, podría decirse que la definición de C ardona se refiere a lo que la dialectología suele llamar dialecto. Como puede verse, el térm ino “ habla” ha ido deslizando su significación hasta convertirse en sinónim o de una variedad de lengua. Em pero, contra lo sostenido por Cardona, no sólo se usa para designar una variedad diatópica de una lengua sino tam bién para las variedades diastráticas y aún para las variedades diacrónicas de una lengua.20 De aquí a significar un “tipo de discurso” no hay más que un paso. E l. i n t e r é s po r el h a b l a A toda acción corresponde una reacción, dice una de las leyes de la m ecánica. Q u iz á s sea e ste p rin c ip io la m ás im p o rta n te raz ó n p a ra q u e , a g o ta d o 17. 18. 19. 20. 32 En E. F. Konrad Koerner. Op. cit., p. 341. Giorgio RaimondoCardona, Diccionariodelingüística . traducción deMa,TeresaCabello,Barcelona, Ariel. 1991, ad loe. “Sistema, norma y h a b la " op. cit. Este empleo de lapalabra “habla” es muy propio de lasociolingüísticadeladécada de los sesenta y, en general, de los sociolingüistas. Empleo los adjetivos “diatópico” y “diastrático” enel mismo sentido que lo hace José Pedro Roña en su artículo “La concepción estructural de la sociolingüística”, en Paul L. Garvin / Yolanda Lastra de Suárez, Estudios de etnolingüísticay sociolingüística, M éxico, LTNAM, Lecturas UniversitariasNúm. 20.1974. p. 205. En sociolingüística, en efecto, son frecuentes expresio­ nes como “habla aniñada", “habla controlada" para referirse, en efecto, a una variedad lingüística. “Habla controlada" significa, en efecto, el “habla que ha sufrido una revisión inconsciente por parte del hablante antes de ser enunciada". Ibid., p. 478 D el hablar al discurso el m o d elo estructuralistade la lingüística, labúsqueda se orientaraal ámbito de la parole abandonado por Saussure. Quizás haya sido el abandono en sí de la lingüística del habla y el cúmulo de intereses que de los diferentes territorios de las ciencias del lenguaje brotaron casi sim ultáneam ente. Lo cierto es que a la lingüística de la lengua sucede un m últiple y variado interés por el habla. Siegfried J. Schm idt ha señalado ya muy bien, en su Teoría del texto. Problemas de una lingüística de la comunicación verbal,21 cóm o a fines de la década de los cincuenta la lingüística evoluciona gracias al acicate que representan para ella tanto la teoría de la inform ación como la teoría de la traducción interesada en la traducción autom ática; m ientras que el interés de la lingüística en la década de los setenta habría sido estudiar el ser hum ano hablante, es decir, la teoría de la com unicación verbal desde el punto de vista sociológico. Esta diversidad de intereses concretos ciertamente contribuye, en el ám bito de la investigación lingüística, a que el interés por la lengua, en el sentido asum ido por Ferdinand de Saussure, sea substituido paulatinam ente por un creciente y diversificado interés por el habla. Entre los factores de este interés está, ciertam ente, como lo ha señalado Schm idt, la traducción. A raíz de la segunda guerra m undial, brota, en efecto, un creciente interés por la traducción; por lo demás, están las investigaciones que se desarrollan en la teoría de la comunicación en la que tienen no poco que ver las pretensiones de la hegem onía política de algunos de los países triunfadores de la segunda guerra m undial; hacia una lingüística del habla se orientan tam bién las investigaciones que, herederas del form alismo ruso y del círculo lingüístico de Praga, dan pie a reflexiones que a la postre vendrían a constituir el elem ento central de la estilística o a desem bocar en la sem iótica.2122 Preocupaciones como estas vinieron a dar por resultado, en efecto, cam bios de enfoque en la concepción del acto de habla.23 La lingüística del 21. 22. 23. Madrid, Cátedra, 1973, p. 19. Sobre este desarrollo de la semiótica, véase nuestro libro En pos del signo , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1995, pp. 117 y ss. Al emplear la expresión “acto de habla” no me estoy refiriendo explícitamente a la teoría de los speech acts con que John Searle ha contribuido ala creación de la pragmática lingüística, según ha mostrado Brigitte Schlieben-Lange (Pragmática lingüística, Madrid, Gredos, 1987, pp. 49 y ss.) y, por tanto, ala lingüística del habla. Sin embargo, su obra Speech acts (Madrid, Cátedra, 1980) debe ser tenida como un buen ejemplo de unaconcepciónintermediaentreelhablasaussureanayelhablaentendidacomoun tipo discursivo. En efecto, para Searle un lenguaje es una conducta intencional gobernada por reglas; hablar un lenguaje, en cambio, es lo mismo que “realizar actos de habla, actos tales como hacer enunciados, dar órdenes, plantear preguntas, hacer promesas y así sucesivamente, y más abstractamente, actos tales como referir y predicar”. Toda comunicación lingüística incluye ese tipo de actos de habla que 33 E l hablar lapidario habla, una lingüística impropiam ente dicha,24 vislum brada aunque no traba­ jada por Ferdinand de Saussure, empieza, por razones de necesidad, a ser form ulada en dom inios más heterogéneos: por una serie de tradiciones filosóficas de la más diversa inspiración que desembocan en el pragm atism o,25 por los creadores de la teoría de la com unicación y, en fin, por los herederos de las ideas formal istas literarias en torno al texto provenientes del Círculo de Praga y del form alism o ruso. En efecto y por principio de cuentas, una de las más fructíferas reflexiones que a ese respecto tiene lugar es la de los teóricos de la com unicación al analizar el habla como un proceso.26 Por otro lado, en dominios más cercanos a la lingüística, el esquem adelacom unicación textual ya había sido analizado desde una perspectiva distinta a la de Shanon y W eaver y había sufrido una serie de evoluciones desde Karl B ühler27 y Friedrich K ainz,28 hasta que Roman Jakobson29 am plía el m odelo de com u­ nicación propuesto por Bühler agregándole tres elem entos provenientes de las ciencias de la com unicación.30 Con ello el foco de interés pasa del proceso al discurso mismo. A este interés por el texto, el discurso en sí mismo y el acto de habla en cuanto proceso de comunicación contribuyeron, no poco, investigaciones que habiendo em pezado en cam pos un tanto m arginales, por diversas razones, habrían de pasar más tarde a prim er plano. Estoy pensando, en concreto, en 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 34 son, por lo demás, la verdadera unidad de la comunicación lingüística, (pp. 25-26) De esta manera, el acto de habla viene siendo no sólo unidad de la comunicación lingüística sino un tipo discursivo fundamental. En ese sentido, el concepto de “acto de habla” en Searle se aproxima alo que aquí queremos entender por habla. F. de Saussure, op. c/7.,Núm. 81. B. Schlieben-Lange, op. cit ., p. 28 y ss. Véase, por ejem plo, el libro de David K. Berlo, El proceso de la comunicación. Introducción a la teoría y a lapráctica, novena reimpresión, Buenos Aires, 1978, que se habría de convertir en clásico. Como bien se sabe, el origen de la fiebre por la comunicación surgió no en la com unicación humana sino en el muy específico y técnico ámbito de la comunicación electrónica cuando Claude Shanon y Warren Weaver publican en 1949 su libro The Matematical Theory o f Communication, Chicago, University o f Illinois Press, 1949. Véase, como ejem plo, el tipo de discusiones y análisis que en la década de los sesenta y principios de los setenta tuvieron lugar a Albert Silverstein, Comunicación humana. Exploraciones teóricas, M éxico, Ed. Trillas, 1985. Los trabajos que allí aparecen fueron parte del Honors Colloquium de la Universidad de Rhode Island en el año lectivo 1971-1972. Sprachtheoríe. DieDarstellungsfunctionderSprache, Frankfurt/Berlin/Wien, VerlagUllstein, 1978, p. 28. Psychologie delSprache, en Eugenio Coseriu, Textlinguistik, op. cit., p. 66. “Lingüísticay poética”, en Ensayos de lingüística general, Barcelona, SeixBarral, 1975, pp. 347-395. El original fue publ icado, en inglés, por primera vez en 1960. Actualmente circulan en español, y desde luego en otras lenguas, varias versiones de este importante artículo. Eugenio Coseriu, Textlinguistik, op. cit., pp. 56 y ss. D el hablar al discurso la teoría de la traducción que, partiendo de viejas y tradicionales reflexiones, term ina por centrarse en la estilística del texto entendida como un estudio de la expresión lingüística. Con ello, se contribuía no poco a dar un paso más en pos de la lingüística de la parole. En efecto, como ya lo ha señalado muy bien Pierre G uiraud,31 la segunda de las dos estilísticas que se podían distinguir a principios de siglo, la una impresionista y subjetiva remontable al siglo XVIII y la otra, una estilística de la expresión interesada tanto en la elocución como en estudiar “ las relaciones de la expresión con el individuo o la colectividad que la crea y uti 1iza”,32 se centra en el habla de una m anera en que queda claro que lo que interesa es el discurso. Por lo que hace a la teoría de la traducción, cabe decir que en la década de los c incuenta nace formalmente la traducto logia científica sobre los sól idos cim ientos de una larga tradición; una de las consecuencias inmediatas que ello trajo consigo tiene que ver con el problem a que nos ocupa: en efecto, la traducción centrada desde un principio en el texto, trajo consigo una profunda reflexión, m ediante metodologías comparatistas, sobre la naturaleza del texto que vino adesem bocar en un especial interés en disciplinas como la estilística. Todo esto contribuyó, sin duda, a que agotada la lingüística de la lengua, el interés se orientara, a vuelta de década, hacia el habla a estas alturas ya convertida, por simple m etonim ia, en sinónimo de discurso. La traducción, en efecto, ese viejo quehacera veces vilipendiado, a veces exaltado, para principios de la década de los cincuenta ya contaba con una bien densa reflexión que había quedado anclada, sin embargo, en la tipología del discurso.33 Fue en la década de los cincuenta, en efecto, cuando com enzó a desatarse un creciente interés por la traducción debido, probablem ente, a la im portancia práctica cobrada por la traducción durante la segunda guerra m undial: a m ediados de la década de los cincuenta em pezaron a aparecer sobre todo en Francia, Rusia, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, los grandes protagonistas de la segunda guerra m undial, una serie de pequeños y alguno que otro grande estudio sobre el problem a de la traducción.34 Ese 31. 32. 33. 34. La estilística, cuarta edición, Buenos Aires, Ed. Nova, 1970, pp. 47 y ss. Pierre Guiraud, op. cit., p. 48. Páralos principales momentosy protagonistas de esta tradición, puede verse mi libro Lenguajey tradición en México, Zamora, Ei Colegio de Michoacán, 1989, pp. 35-62. Coseriu en “Vives y el problema de la traducción”, op. cit., ha demostrado hasta dónde hay yaconciencia de una traductologíadiferencial cuya diversidad le proviene de unaexplícita tipología textual, como en el caso de Vives. No es que antes de esta década no hubiera habido trabajos sobre la traducción dignos de ser continuadores de Schleiermacher; a guisa de ejemplo, menciono al alemán W. Franzel, quien había 35 E l hablar lapidario interés desarrolla no sólo una capacidad analítica sino una serie de categorías cuyo referente principal fue, por razones prácticas, siem pre el texto, no la lengua. El interés por el texto que a raíz de esto nace, contribuirá a afinar el concepto de habla: el habla es una m anera de hablar. Se le llam ará hablas, en efecto, a los sistemas lingüísticos particulares o de alcance m uy reducido; o bien a las form as sociales de una lengua. El concepto de habla, por tanto, se va acercando a una de las acepciones de discurso que nos interesan: un habla concebida como una m anera de hablar, como el habla lapidaria. H a c ia u n a e p is t e m o l o g ía d e l h a b l a Reseñando la década de los cincuenta en lo relativo a la traducción, Georges M ounin en Los problemas teóricos de la traducción 35 coloca entre los creadores de la traductología al soviético Fedorov. En efecto, la segunda edición de la Enciclopedia Soviética publica el artículo Perevod con las teorías que Fedorov había difundido en su Introducción a la teoría de la traducción y que ya para 1958 ve aparecer su segunda edición.36A decir del m ism o M ounin, Fedorov aislando la operación traductora con el fin de constituir un estudio científico y promover una ciencia de la traducción, establece en primer lugar que la traducción es una operación lingüística, un fenómeno lingüístico, y considera que toda teoría de la traducción debe ser incorporada al conjunto de las disciplinas lingüísticas.37 Los otros pioneros de la traductología científica del siglo XX son los franceses J. P. Vinay y J. D arbelnet con su Stylistique comparée dufranqais et de l 'anglais?9. En efecto, J. P. Vinay y J. D arbelnet introdujeron en el publicado en Leipzig, en 1914, su Geschichte des Übersetzens in 18. Jahrhunderf,a F. R. Am os que publicó en N ueva York, seis años d esp u és, su Early Theories o f Translation. Hubo, desde luego, otros trabajos importantes sobre la traducción en la primera mitad del siglo XX. Cito, por ejem plo, el libro de J. P. Postgate, Translation and Translations, publicado en Londres en 1922 o el de E. S. Bates, Modern Translation, aparecido en Oxford en 1936. Pero, sobre todo, al verdadero patriarca de la moderna teoría de la traducción: Eugene a. Nida quien había publ icado en N ueva York, en 1947, apenas concluida la guerra, su libro Bible translating. An análisis o f Principles and Procedures 35. 36. 37. 38. 36 with Special Reference to aboriginal languages. J. Mounin, Lesproblemes théorique de la traduction, Paris, Gallimard, 1963. La traducción española se titula, Los problemas teóricos de la traducción, segunda edición, Madrid, Gredos, 1977. G. Mounin, op. cit., p. 26. Op. cit., p. 28. Cuyaprim eraediciónhabíasidopublicadaen 1958. D el hablar al discurso discurso científico francés de las ciencias del lenguaje el discurso sobre la traducción. Como dice M ounin “fueron los prim eros que se propusieron escribir un compendio de traducción invocando un estatuto científico. Pero titulan todavía su obra: Stylistique comparée du franqais et de l ’anglais” . 39 En realidad, lo valioso de la intuición de los teóricos franceses de la traducción fue, a mi juicio, el haber puesto la teoría de la traducción como una ram a de la estilística y, más en concreto, como un tópico de una aún inexistente estilísticaaplicada. Esa naciente teoría de la traducción desemboca, sin más, en la investiga­ ción sobre el texto.40 En la m ism a década, adem ás de los ya m encionados franceses, cuyo libro influyó m ucho en occidente, hay que m encionar a W. Schw artz quien, en 1955, publica en Cam bridge su libro Principies and problems o f biblical translation m ientras T. Savory publica en Londres, dos años más tarde, su libro The art o f translation. Tam bién en esa década Paul L. Garvin había trabajado en la traducción autom ática m ientras varios investigadores se ocupaban de los problem as de la traducción que ofrecían pares de lenguas como el inglés-alem án41 o el francés-inglés.42 Igualmente en esa década, en 1955 en concreto, surgirán revistas que com o Babel tendrán una gran im portancia para los posteriores desarrollos de la teoría de la traducción. El interés que en la década de los cincuenta suscita la traducción es expresado tam bién por la labor editorial de la UNESCO que en 1958 publica, en segunda edición, su Scientific and Technical Translatingpero que ya tenía rato ocupándose de traducción para m ostrar, por si hiciera falta, que el interés 39. 40. 41. 42. J. Mounin, Lesproblémes théorique de la traduction, Paris, Gallimard, 1963, p. 23 de la traducción española (Los problemas teóricos de la traducción , segunda edición, Madrid, Gredos, 1977). Las obras que sobre traducción se escribían en la primera mitad del siglo, algunas de las cuales hemos citado más arriba, si bien mostraban que el eterno interés por la traducción seguía vigente, aún no pueden ser inscritas en el concierto de las ciencias del lenguaje que, por lo demás, se encontraban apenas en pañales por entonces: se puede decir, en frase de Vinay y Darbelnet, que no estaban aún escritas bajo un “estatuto científico” ni, desde luego, bajo un estatuto lingüístico. Incluso en la media docena de veces en que la expresión “teoría de la traducción” había aparecido en esas obras, apenas si se refería a un puñado de ideas más o menos tradicionales sobre el acto de traducir y las características que debíatener el texto resultado de é l. La lingüística, por lo demás, teníapor entonces otros problemas de qué ocuparse amén de que, si se exceptúa V ives quien culmina en 1532 su De ratione dicendi con un capítulo sobre latraducción, las consideraciones sobre el lenguaje tradicio­ nalmente no se habían ocupado para nada de la traducción. Véase, a este respecto, el capítulo “lingüística y traducción”, en Valentín García Yebra, En torno a la traducción. Teoría, crítica, historia, Madrid, Gredos, 1983, pp. 25 y ss. Así R. Haas o Straberger quien publica en 1956 los resultados de una discusión celebrada enV iena sobre latraducción al alemán de las más conocidas obras de Grahan Green. Com oW .Tancock. 37 E l hablar lapidario f por la traducción fue uno de los bienes que vinieron como consecuencia del gran m al que fue la segunda guerra m undial. En efecto, disuelta la Sociedad de las N aciones, la ONU continuó su labor a través de la UNESCO. Desde 1948 em pezaron a aparecer a razón de un volum en por año el Index translationum traducido a las dos lenguas interna­ cionales del m om ento: el francés Répertoire international des traductions y el inglés International bibliography o f translations. En 1949 apareció en París la recopilación correspondiente a 1948. El núm ero de fichas de ese volum en era de 8570. La cantidad de fichas fue aum entando año con año. Así, por ejem plo, la recopilación correspondiente a 1961 aparecida en París en 1963 reunía un total 32 931 traducciones de 75 países. Las técnicas de traducir que se van creando se ocupan directam ente de los textos m ás que de las lenguas: los conceptos de traductibilidad-intraductibilidad, por ejem plo, no se plantean tanto a nivel de lengua cuanto a nivel de texto bajo el presupuesto dom inante de que todo lo que puede ser dicho en una lengua puede serlo tam bién en otra, cualquiera que sea. M ás adelante se descubrirá la intraductibilidad lingüística. Tanto la siguiente década como la de los setenta, pueden ser considera­ das prácticam ente como las épocas de oro de la teoría de la traducción y coincidentem ente, por la razón indicada, la época de las lingüísticas del habla. Fue una época em peñada, por ejem plo, en resolver el problem a de las m áquinas de traducir; abundan enella los libros sobre teoría de latraducción: típico es el libro de J. C. Catford, A Linguistic Theory o f Translation. An Essay in Applied Linguistics', por lo general, la teoría de la traducción que surge en esta época está hecha desde las perspectivas com paratista, textual y estilística como lo m uestran los trabajos de M ario W andruzka.43 M ientras M argot en su Traducir sin traicionar, sintetizaba las teorías de N ida; el traductor español, Valentín García Yebra, colaboraba en este cam inar tanto con sus num erosas traducciones com o con sus tres volúm enes el de En torno la traducción. Teoría, crítica, historia y los dos de Teoría y práctica de la traducción, de corte com paratista. La teoría de la traducción se había desarrollado tanto que interesa a lingüistas com o R om an Jakobson o Eugenio Coseriu. En efecto, de la teoría de la traducción heredada del 43. 38 Ver los dos tomos de Nuestros idiomas: comparables e incomparables , Madrid, Gredos, 1976 (cuya edición original había aparecido en 1969): en concreto, se plantead problema de la intraductibilidad por razones lingüísticas. D el hablar al discurso form alism o ruso, además de Fedorov y Cary, había dado cum plida cuenta a occidente Roman Jakobson en más de una ocasión como en su célebre ensayo On linguistic Aspects o f Translation. Coseriu, por su parte, explora la historia de la traductología con sus estudios a la teoría de la traducción en Luis Vives, San Jerónim o y M artín L utero44 y hace un balance de las principales posturas teóricas en torno a la traducción.45 Por obvias razones de im pertinencia, es im posible dar cuenta cabal de las aportaciones de cada uno de ellos a las lingüísticas del habla. La década de los setenta, de acuerdo con ésto, es década de cosecha; ve em erger, en efecto, una serie de propuestas de teorías de la traducción: se la puede considerar, sin lugar a dudas, como la década de m adurez la teoría de la traducción. A guisa de ejem plo, m enciono el gran desarrollo que la disciplina tuvo en Alem ania en donde sobresalen los nom bres de Katherine Reiss y W olfram W ilss.46 No son, desde luego, los únicos pero son los más característicos teóricos de la traducción de la década de los setenta. W olfram W ilss, por ejem plo, desde su puesto en el Instituto de intérpretes y traductores fundado a fines de 1974 en Saarbrücken, en la Universidad del Sarre (Saarland) dio carta de ciudadanía a la traducción, como lo había hecho ya Catford, como una rama de la lingüística aplicada en tiem pos en que la lingüística aplicada en los países anglohablantes prefería ocuparse casi exclusivam ente de la enseñanza de lenguas, como lo m uestra la muy difundida Introducción a la lingüística aplicada de Pit Corder. Un hecho que se desprende de lo anterior y que es importante consignar, así sea de pasada, es que la teoría de la traducción, por la naturaleza m ism a de su objeto de estudio, parece destinada a seguir siendo durante m ucho tiem po de corte com paratista y centrada en la estilística. El com paratism o y la estilística, en efecto, le han dado hasta ahora sus m ejores m om entos y confirm an uno de los postulados que se van abriendo paso penosam ente. A s a b e r l a tra d u c tib ilid a d o in tra d u c tib ilid a d son m ás te x tu a le s que lin g ü ís tic a s . Una de las consecuencias más inmediatas del desarrollo de estos estudios es, en prim er lugar, la consecuente evolución y di versificación 44. 45. 46. “Vives y el problema de la traducción”, en Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje. Estudios de historia de la lingüística , Madrid, Gredos, 1977, pp. 86-101. “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de latraducción”, en El hombre y su lenguaje. Estudios de teoría y metodología lingüística , Madrid, Gredos, 1977, pp. 214-239. Cfr. Wolfram Wilss, Übersetzungswissenschaft. Probleme und Methoden, Stuttgart, Ernst Klelt, 1977; K. Reiss, Móglichkeiten und Gremen der Übersetsungskritik. Kategorien und Kriterien fiir eine sachgerechte Beurteilung von Übersetzungen, München, 1971. 39 E l hablar lapidario de las llamadas ciencias del lenguaje en pos del habla: tras cincuenta años de reinado de una lingüística de la lengua de tipo sincrónico y de filiación estructuralista, la reflexión lingüística se lanza tras el habla a lomos de disciplinas como la estilística, las lingüísticas del texto, la pragm ática, la sem iótica, la “nueva retórica” o la m ism a lexicología. El otro brillante ejem plo de esta tendencia hacia la lingüística del habla es la sem iótica.47 Se trata de reflexiones que em pezaron en territorios muy diferentes y con intereses muy variados pero que term inaron por centrarse en el habla, en el sentido de tipo de discurso: una corriente, por ejem plo, em pieza en torno a los relatos y term ina por solidificar una vertiente de la sem iótica, disciplina que aunque form ulada inicialmente por Saussure con otras tareas, se fue fortaleciendo con reflexiones de varias partes. Una aportación im por­ tante fueron las intuiciones de Charles Sandes Peirce, por ejem plo. Entre el cúmulo de proyectos de sem iótica que se han ido proponiendo a lo largo del siglo XX, sobresalen en efecto tres que, de hecho, se han convertido, en la actualidad, en importantes corrientes de la semiótica: una sem iótica norte­ am ericana, una sem iótica francesa heredera del proyecto saussureano y una sem iótica rusa. De los tres proyectos, los dos últimos se han convertido, de una u otra m anera, en reflexiones profundas sobre el discurso. Así sucede, en efecto, con el proyecto de sem iótica form ulado por Ferdinand de Saussure, desarrollado sucesivam ente por Erik Buyssens, Luis Hjelm slev, Roland Barthes, A lgirdas Julien Greim as y Um berto Eco, sobre todo.48 Lo mismo pasa con la reflexión sem iótica heredera del form alism o ruso y del Círculo lingüístico de Praga, que podríam os llamar rusa. Por lo demás, la sem iótica rusa, com o se sabe, tiene sus propios abrevaderos: se la hace nacer hace más de cien años en las investigaciones del gran filósofo ruso A. Potebnaj interesado en el aspecto sígnico del lenguaje. A partir de entonces, se ha ocupado, hasta principios de la década de los setenta, del vasto territorio de las tradiciones populares, la lingüística y la crítica literaria, a lomos del form alism o ruso, prim ero, y del Círculo de Praga, después. Como ejem plo de las leyes sem ióticas em anadas 47. 48. 40 Para una exposición más detallada de la reflexión de la sem iótica que desem boca en el estudio del discurso, véase mi l ibro En pos del signo. Introducción a la semiótica, op. cit. Para ver la lucidezy celeridad con que ésto tiene lugar, puede leerse Los límites de la interpretación de Umberto Eco, Barcelona, Editorial Lumen, 1992, pp. 23 y s s ., en donde muestra cómo se fue abriendo paso la perspectivadel lector dando por resultado un radical cambio en el estudio del texto en la llamada teoría de la recepción, sobre laque volveremos más adelante. D el hablar al discurso de las tesis del 29 podem os m encionar la que dice que cualquier sistem a sem iótico está sujeto a leyes sem ióticas generales cuyos códigos siem pre están atados a com unidades históricas. A partir de los sesenta, sin embargo, tuvo lugar un fuerte m ovim iento sem iótico cuyos objetivos m ás importantes son los siguientes: convertir los antiguos principios del form alism o ruso en una auténtica ciencia literaria; alcanzar rigor científico con la inclusión de m étodos de análisis m ás exactos com o la teoría de la información; m antener una apertura interdisciplinaria en que, al coexistir las diferentes corrientes sem ióticas, se puede ver la cultura com o una variedad de sistemas de signos; no sólo la literatura sino cualquiera de los sistem as sem ióticos de que se compone una cultura es un objeto sem iótico: cualquier fenóm eno cultural es susceptible de ser estudiado por la semiótica.49 A las m ism as conclusiones nos conduce una m irada echada sobre la pragm ática, disciplina a la que se suele encargar el estudio de las relaciones entre significantes y usuarios y, m ás específicam ente, el estudio del em pleo de signos por los seres hum anos en sus diferentes m aneras de relacionarse. Sin em bargo, dentro de este ámbito, se pueden distinguir al m enos tres direcciones en la actual pragm ática. Se la puede entender y se la entiende, en efecto, tanto com o una doctrina del empleo de los signos, que com o una lingüística del diálogo y aún como una teoría del acto de habla.50 Lo dicho: la segunda m itad del siglo, por el contrario, está llena de propuestas de una lingüística del habla cuya necesidad51 es perceptible en 49. 50. 51. Véase nuestro libro En pos del signo , op. cit. Véase Brigitte Schlieben-Lange, Pragmática lingüística, versión española de Elena Bombín, Madrid, Gredos, 1987, p. 12. Esta obra revisa la bibl iografía que sobre pragmática circulaba hasta 1975. Como tipo de una corriente de pragmática actualmente en boga, los Elementos de pragmática lingüística de Alain Berrendoner (Barcelona, gedisa, 1987) sostienen la firme convicción de que “no es posible representar en conceptos generales laenunciación de un enunciado, sin definirla como totalidad del hecho de la comunicación verbal, es decir, sin aceptar representar algunos de esos functivos hasta ahora considerados como no pertinentes: gestos y normas sociales, especialmente”, (p. 27) En las reflexiones pragmáticas, han tenido un lugar preponderante las reflexiones tanto de John L. Austin ( Cómo hacer cosas con palabras , primera reimpresión, Barcelona, Ed. Paidós, 1988) como John Searle (Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980). Sobre ellos regresaremos más adelante cuando nos ocupemos de clasificar nuestro corpus. Eugenio Coseriu es, como he señalado, uno de los primeros en reflexionar sobre este temaen su estudio “Determinación y entorno dos problemas de una lingüística del hablar”, aparecido por primera vez en Romanistisches Jahrbuch (VII, 1955-56, pp. 29-54) y publicado luego en Teoría del lenguaje y lingüística general, op. cit., pp. 282-323. De hecho, la necesidad de una lingüística del habla había sido yatanto por discípulos de F. de Saussure, cual Charles Bally, como en los terrenos de la filosofía del lenguaje, en el empirismo lógico, donde se hablaba hacía ya largo tiempo de los speech acts de 41 E l hablar lapidario las diferentes disciplinas que han surgido o se han consolidado a partir de la década de los setenta como la sociocrítica, las sem ióticas, la pragm ática52y, sobre todo, las lingüísticas del texto. El concepto de “ d is c u r s o ” En nuestra investigación em pleam os el vocablo “hablar” en el sentido, ya m encionado, de “variedad de lengua” que, como decía, está tan cerca del vocablo “discurso” térm ino que, para efectos prácticos, se le suele usar com o sinónim o suyo pese a ser, como se sabe, uno de los m ás polisém icos de la lingüística contem poránea.53 Por lo general, una prim era acepción de “dis­ curso” es la que asume el vocablo “en el sentido de lenguaje puesto en acción, realizado, efectuado, en el sentido de la actualización concreta de la lengua (sin.: habla)” .54 Según Dom inique M aingueneau, ésta es la acepción m ás frecuente del vocablo en el seno de la lingüística estructural.55 Em pero, cuando aquí hablam os de “discurso lapidario” dam os al térm ino “discurso” un m atiz distinto: no estam os interesados en el sujeto de la enunciación sino en las características textuales del enunciado tom ado, de cualquier m odo, desde una perspectiva transfrástica. El énfasis está puesto en el texto no en el hablante. En la term inología de John L. Austin,56estam os interesados tanto en las dim ensiones “ ilocucionaria” como “perlocucionaria” del acto lingüísti­ co: no en la sim ple dim ensión “ locucionaria” . Por ello, aunque fundam ental­ m ente sinónim os, em pleam os el vocablo “discurso” para recalcar este m atiz. Esta sería una acepción muy general, sin em bargo, y para lleg ara ella no hubiera sido necesario ningún recorrido histórico. A unque, sin duda, si entendem os por “discurso” sim plem ente “el lenguaje puesto en acción, la 52. 53. 54. 5 5. 56. 42 que trata, por ejemplo, el libro Actos de habla de John Searle (Madrid, Cátedra, 1980). Puede verse, igualmente, el libro de Brigitte Schlieben-Langue, Linguistische Pragmatik (Stuttgart, Verlag W. KohlhammerGmbH, 1975) cuya versión en español citamos en la bibliografía. Cfr. Brigitte Schlieben-Lange, Linguistische Pragmatik, op. cit. Sobre esta cuestión puede verse la discusión y las observaciones hechas por Dominique Maingueneau en Iniciation aux méthodes de / ’analyse du discours (Paris, Hachette, 1976). Maingueneau encuentra que el término “discours” tiene seis acepciones diferentes entre los lingüistas y teóricos contemporáneos de la literatura. Jean Dubois y otros, Diccionario de lingüística , Madrid , Alianza Editorial, 1979, p. 200. Marc Angenot en su 1ibro La parole pamphletaire. Contribution a la typologie des discours modernes (Paris, Payot, 1982) emplea, por ejemplo, el término “parole ” como sinónimo de “discours". Op. cit. D el hablar al discurso lengua asum ida por el sujeto que habla” ,57 ciertam ente, son indudablem ente “discurso” los refranes y, en general, esas m inúsculas piezas que tantas virtudes tienen. Ya el diccionario de Dubois ha observado que es distinto el em pleo de esta acepción entre los hablantes de lengua española que entre los de lengua francesa. Que en lengua francesa “se ha visto favorecido por la sustitución de la oposición saussureana, langue etparole (lengua y habla), incóm oda por la polisem ia de este último elem ento, por la de langue et discours (lengua y discurso) realizada por G. G uillaum e” .58 Sin em bargo, no se pueden dejar de lado, así como así, las otras acepciones del térm ino. Desde luego, nos interesa una segunda acepción, quizás más en boga que la anterior, según la cual discurso viene a ser sinónim o de “enunciado” cuando se lo define como “una unidad igual o superior a la oración; está form ado por una sucesión de elem entos, con un principio y un final, que constituyen un m ensaje” .59En esta segunda acepción el énfasis no está puesto en el sujeto sino en el texto mismo considerándolo en form a aislada. Aunque M ainguenau m encione el hecho de que un enunciado puede ser “trasoracional” y, por tanto, en esta segunda acepción “discurso” significaría un texto de índole transoracional,60 de hecho su énfasis está puesto en su carácter de enunciado. Prim ariam ente, se suele llamar enunciado a cualquier sucesión finita de palabras em itida en form a oral en una lengua histórica cualquiera por uno o varios hablantes, antecedida y seguida por un periodo de silencio. Por tanto, un enunciado puede estar constituido por una o varias oraciones, puede ser gram atical o agram atical, significar algo o no. Hay enunciados literarios, polém icos, didácticos, hablados, escritos. Según el diccionario de Dubois, En lingüística distribucional, el enunciado es un segmento de la cadena hablada de longitud indeterminada, pero claramente delimitado por marcas formales: inicio del habla de un locutor tras un silencio durable o tras el cese de la alocución de otro locutor, cese del habla seguida del com ienzo de otro locutor o de un silencio durable[...] Pero un discurso de dos horas, ininterrumpido, también es un enunciado.61 57. 58. 59. 60. 61. Renato Prada Oropeza, El lenguaje narrativo. Prolegómenos para una semiótica narrativa , Zacatecas, Universidad Autónoma de Zacatecas, 1991, p. 42. Op. cit., p. 200. Jean Dubois y otros, op. cit. Op. cit., p. 15. Diccionario de lingüística , op. cit., pp. 227-228. Desde luego, este mismo diccionario nos recuerda que existen otras tres acepciones en boga del término “enunciado”: sinónim o de “oración”, 43 E l hablar lapidario Hay, em pero, una tercera acepción que quizás dom ina en el m edio de las ciencias del lenguaje y de la cual, ciertam ente, no se puede prescindir siem pre que se hable de discurso no importa si se lo asume en el m ism o sentido que habla. Me refiero a la idea de que un discurso es todo enunciado que consta de más de una oración. El vocablo “discurso”, entonces, designa un texto transoracional. Dubois describe esta tercera acepción del térm ino en palabras que, estrictam ente, la hacen equivaler a la segunda; en efecto, “discurso” es lo m ism o que “enunciado” a condición que se entienda por enunciado un texto de más de una oración.62 Esta aparente am bigüedad y aún contradicción, sin em bargo, tiene su explicación. Como en el caso del vocablo parole, tam bién el térm ino discours ha sufrido m odificaciones y deslizam ientos semánticos al ritmo de los nuevos intereses epistem ológicos en el campo de las ciencias del lenguaje. En el caso del vocablo discours, el parteaguas es planteado por las corrientes interesa­ das en el análisis del discurso. Como en el caso del vocablo parole, este cam bio de paradigm a tuvo lugar en la década de los cincuenta y form a parte del ya m encionado m últiple interés en una lingüística de la parole. Sólo que el vocablo “discurso” es asumido aquí en una acepción muy concreta; se trataba de ir m ás allá de la frase,63 de estudiar series de oraciones: se trataba, en sum a, de una lingüística transfrástica en donde el térm ino “discurso” significaba lo m ism o que secuencia de oraciones. A este respecto, son significativos los trabajos de Zellig S. Harris, célebre después por haber dirigido la tesis a Noam Chomsky. Jean Caron señala, sin embargo, tres características que debe satisfacer una secuencia de oraciones para poder ser denom inada discurso. En prim er lugar, la “ puesta en relación” entre los enunciados del conjunto. Esta puesta en relación se refiere al hecho de que “un enunciado no está nunca aislado, rem ite a otros enunciados — reales o virtuales— que le dan su sentido o definen su función: presuposiciones, rem isiones anafóricas, isotopías, etc. 62. 63. 44 significado de una serie de oraciones o de una oración, sinónimo de “discurso” en expresiones como “análisis del discurso”. Una simple comparación entre los esquemas léxicos, entre dos diccionarios o dos autores de dos tradiciones lingüísticas diferentes, relativos a términos como “enunciado”, “discurso”, “habla” y “texto" nos convencen enseguida de lo inestable del léxico en estos dominios y de la consiguiente necesidad de excursiones terminológicas como la que aquí hacemos. Jean Dubois. Diccionario.... op. cit.. p. 201. Esta imprecisión terminológica muestra también, por si hiciera falta, la gran fragilidad de términos como los que aquí analizamos. A ella se había dedicado la lingüística emparentada con Ferdinand de Saussure: en la primera mitad de este siglo se trataba de una lingüística frástica. D el hablar al discurso señalan estas relaciones” .64 En segundo lugar, un discurso es un proceso. No sólo hay una relación entre los enunciados que conform an un discurso, sino que el discurso “se desarrolla en el tiempo, de form a orientada” y adopta el esquem a de una sucesión de transform aciones consistentes en el paso de un estado a otro, y así sucesivam ente.65 De hecho, en el seno de la sem iótica literaria, se ha propuesto com o estructura de todo texto una secuencia de estados y/o cam bios que conform a una especie de narratividad, aunque de índole distinta a la narratividad de carácter cronológico. La sem iótica greim asiana, por ejem plo, extiende la narratividad a estructuras en discursos no narrativos. Ello quiere decir que la narratividad, definible como la sucesión de estados y/o de cambios de estado, no es sólo prerrogativa de los textos organizados en torno al tiem po. Ello quiere decir, por otro lado, que tam bién estructuras de tipo espacial pueden tener y de hecho tienen sus formas de narrati v idad. Se trata de una narratividad organizada por principios distintos a los de la concatenación cronológica. Se le suele llamar narratividad generalizada y considerarla como principio organizador de todo discurso. Se puede decir que son los estilos descriptivo y discursivo los que más adoptan esta narratividad generalizada.66 La tercera característica que deben tener las secuencias de enunciados para que sean discurso sería, según Caron, que tales enunciados estén ordenados entre sí de tal m anera que haya una progresión entre ellos hacia un objetivo. La presencia de un objetivo m anifiesto o no como cohesionador del discurso lo presenta como un sistema abierto que se va haciendo m ientras fluye: En efecto, el discurso es un acto, y com o tal, corresponde a una “intención” : sin que sea preciso emitir hipótesis sobre el status psicológico de esta última, nos limitaremos a considerarla tal como se presenta en el discurso — com o lo que funda, en último análisis, su unidad.67 Empero, si dejam os las cosas en el punto hasta el que hemos llegado, nos hem os creado un serio problem a que urge discutir, al m enos. Por un lado, hem os convenido en que usarem os indistintam ente los térm inos parole y 64. 65. 66. 67. Jean Caron, Las regulaciones del discurso. Psicolingüística y pragmática del lenguaje, versión española de Chantal E. Ronchi y Miguel José Pérez, Madrid, Gredos, 1989, pp. 119-120. Jean Caron, op. cit., p. 120. Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos. Madrid, Ed. Cristiandad. Jean Caron, op. cit., pp. 119-120. 45 E l hablar lapidario discours en el sentido, sim plem ente, de la acción de hablar o actualización concreta de una lengua histórica; por otro, hemos dicho que discurso nos dice m ás que habla en la m edida en que lo que aquí nos importa resaltar no es el sujeto hablante sino las form as y dem ás características del discurso mismo. Se trata, pues, de una parole que es más bien un discours. Y puesto que de discurso hablam os, se trata de una m anera concreta de hablar cuya naturaleza es más de tipo transoracional que oracional amén de suponer una estructura relacional en la que tiene lugar un proceso tal que su desarrollo supone la intención de “avanzar” hacia un objetivo. Pero si esto es así, ¿por qué llam ar “discurso” a un texto que se caracteriza, precisam ente, por su brevedad y que, por lo común, no es de índole transfrástica? ¿Cóm o llam ar a un texto así? ¿Qué querem os decir, entonces, cuando hablam os del discurso lapidario? En últim o térm ino, lo que ahora nos interesa aclarar es la pregunta: ¿ES EL REFRÁN UN “ DISCURSO ” ? Si com o dijim os arriba, nos proponem os exponer las características del discurso o hablar lapidario a partir del refrán, que suponem os paradigm ático de dicho hablar, tal cual se le encuentra en el refranero m exicano, hem os de preguntarnos hasta dónde y en qué sentido podem os llamar “discurso” a estos pequeños textos que, por lo general, no pasan de una oración y no cum plen, por tanto, con los requisitos, arriba esbozados, que debe satisfacer un texto para que pueda dársele el nombre de discurso: transoracional, de estructura relacional, en la que tiene lugar un proceso, que suponga la intención de “avanzar” hacia un objetivo. Los textos, punto de partida para nuestra teoría del discurso lapidario, son ciertam ente lapidarios pero no se les puede llam ar “discurso” al menos en este último sentido. Desde luego, se les puede llam ar “discurso” en los dos prim eros sentidos del vocablo arriba señalados. A saber: en el sentido de lenguaje en acción, com o sinónim o de habla; y en el sentido de enunciado. En am bos sentidos, los refranes en sí m ism os pueden ser llamados, con todo derecho, no sólo "discurso” sino “discurso lapidario” . N uestra investigación, por tanto, realiza parte de sus análisis en pos de una teoría del discurso lapidario en los refranes considerados en sí mismos. Por ejem plo, estudiam os sus caracterís­ ticas form ales: rima, ritmo, aliteraciones, léxico, estructuras y cosas así. De este tipo de análisis deducim os las características de lo que podría ser llamado el estilo lapidario. 46 D el hablar al discurso Sin em bargo, no es éste el único alcance que querem os dar a nuestra búsqueda. Bajo la expresión parole lapidaire querem os abarcar cualquier tipo de discurso, grande o pequeño, que presente las características form ales y discursivas que derivarem os del refrán m exicano, asum ido sólo com o paradigm a del discurso lapidario. En otras palabras, el discurso lapidario que nos interesa no se reduce a los refranes, aunque nuestra reflexión al respecto se base en ellos. La lapidariedad, en efecto, es una propiedad de varios tipos de discurso que se realiza en grado sumo y de form a paradigm ática en los refranes. ¿En qué sentido, entonces, se puede hablar de discurso lapidario? Por principio de cuentas, en dos sentidos. En prim er lugar, en la m edida en que los refranes aportan la cuota de lapidariedad a los textos m ayores en los cuales se insertan; en segundo, en la m edida en que los refranes sólo funcionan en discursos más grandes: nunca funcionan solos. En ambos casos, el vocablo “discurso” es asum ido en su sentido transfrástico. De acuerdo con el prim ero, hablam os de los discursos en cuyo interior funcionan refranes y los llam am os “discurso lapidario” en cuanto echan mano de la lapidariedad. Lo que nos interesa estudiar, en este caso, son los m ecanism os de inserción que, com o están las cosas, son, ni más ni menos, que los m ecanism os de lapidariedad discursiva: esquema emblemático, inserción ya sea entim em ática ya fonética, de los que hablarem os más adelante. En el segundo caso, estam os frente a la característica discursiva más importante de los refranes: son textos parásitos. Su única m anera de funcionar, discursivam ente hablando, es insertándose en discursos m ayores m ediante alguno de los m ecanism os que acabam os de m encionar. El funcionam iento textual del refrán sólo se da, en una hipotética gram ática del discurso, en el seno de un discurso mayor. En otras palabras, el funcionam iento textual del refrán no es sino discursivo en el sentido transoracional del vocablo. Esa es, desde otro punto de vista, una de las características del discurso lapidario. 47 II EL H A BLA R LAPIDARIO El vocablo “ l a p id a r io ” A guisa de hipótesis, calificam os de “ lapidario” un tipo de discurso cuyas características nos hem os propuesto resaltar a partir de nuestro corpus de refranes m exicanos. Se trata, en este capítulo, de explicar lo que por “discurso lapidario” entendem os. Desde luego, pese a que no es raro oír hablar del “estilo lapidario”, 1en las tipologías de los discursos no se m enciona para nada ningún “discurso lapidario” . El vocablo “ lapidario”, por lo general, tanto en el francés actual como en el español, se usa para otras cosas, como se verá más abajo. Ello, sin embargo, sólo significa que el discurso lapidario no ha sido estudiado, no que no exista. ¿Qué significa el adjetivo “ lapidario” aplicado a los ya conocidos vocablos “habla” o “discurso”? En suma, ¿qué significa nuestra expresión “hablar lapidario” ? La palabra “ lapidario”, en latín “ lapidarius”, como todas las palabras que term inan en -arius, indica tanto el oficio, cuando se trata de personas, como la cualidad, cuando se trata de cosas. Lapidarius era llamado, pues, tanto el tallador de piedra como todo aquello que tenía algo que ver con piedras. El francés actual distingue el uso del vocablo como sustantivo de su uso como adjetivo: el sustantivo se refiere exclusivam ente a cosas relaciona­ das con las piedras que nada tienen que ver con el discurso. Designa, en efecto, tanto al tallador profesional de piedras preciosas y finas especializado sea en diam antes sea en otras gemas, como al que com ercia con este tipo de 1. Por ejemplo, la vigésim a primera edición del Diccionario de la lengua española , editado por Real Academia Español a, (Madrid, Espasa-Calpe, 1992, adloc.), habladel “estilo lapidario” aunque por ello entiendael estilo de las inscripciones en lápidas; presenta, sin embargo, como tercera acepción, el uso figurado del término de esta manera: “dícese del enunciado que, por su concisión y solemnidad, parece dignu de ser grabado en una lápida”. Y agrega: “úsase con frecuencia en sentido irónico”. Le petit Larousse grandformat (Paris, Larousse, 1993), por su parte, hablando de expresiones como formule lapidaire y refiriéndose, por tanto, al estilo dice: d ’une concision brutale. 49 E l hablar lapidario productos o a la m uela utilizada para pulir piedras. Ése erael nom bre tam bién que en la Edad M edia se daba a un célebre tratado sobre las virtudes m ágicas y m edicinales de las piedras preciosas. Nada, por tanto, que tenga que ver con el discurso.2 Es el uso adjetivo del vocablo el que consagra, en el francés actual, sus dos acepciones a cuestiones que podrían considerarse com o discursivas. En la prim era de ellas, en efecto, designa como lapidarias a las expresiones “ d ’une concision brutale”. En ese sentido, por ejem plo, se habla de una formule lapidaire. Sin embargo, el m encionado diccionario Larousse no da m ayores explicaciones sobre las características textuales que deben tener estos textos: sólo m enciona la concisión. El francés contem poráneo tam bién em plea el adjetivo lapidaire, em pero, para designar genéricam ente todo lo relativo a piedras preciosas y, en general, a todo lo que se refiere a la piedra. De esta m anera, la expresión inscription lapidaire no significa una inscrip­ ción concisa sino, sim plem ente, una inscripción grabada en piedra.3 De los dos, lo que aquí nos interesa, desde luego, es el uso adjetivo de la palabra lapidaire. Sin em bargo, de ese uso adjetivónos interesa sólo loque tiene que ver con el discurso. La relación del vocablo “ lapidario” con el discurso es muy antigua y tiene que ver, desde luego, con el arte latino de grabar inscripciones en piedras. Aunque sea sólo por el hecho de que tanto el vocablo español “ lapidario” como el francés lapidaire provienen, com o se ha dicho, del vocablo latino lapidarius, nos interesa referirnos sólo a la historia latina del vocablo a sabiendas de que el arte de escribir en piedra sea m ucho m ás antiguo y haya tenido origen en otras culturas.4 En efecto, una de las acepciones más tem pranas de la palabra latina lapidarius es la que designaba lo escrito sobre una piedra como los epitafios: el Satyricon de Petronio habla de las lapidariae litterae para significar las letras impresas en piedra. Es fácil constatar que Lapidarius es una palabra muy frecuente en la obra de Petronio.5 Se puede decir que en este uso la palabra lapidarius es una palabra del latín vulgar.6 2. 3. 4. 5. 6. 50 Cfr, Le petit Larousse grandformat, op. cit., ad loe. Ibid. Más adelante, en cambio, cuando hablemos del estilo lapidario mencionaremos otras vertientes de la tradición lapidaria. Agustín Blánquez Fraile, Diccionario latino-español español-latino , Barcelona, Ed. Ramón Sopeña, 1988. Cfr. Veikko Vaanánen, Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos, 1971,pp. 1 4 2 y ss. En el caso del español, la palabra “lapidario” se encuentra consignada ya en el Universal Vocabulario en latín y en romance publicado en Sevillaen 1490. E l hablar lapidario D i s c u r s o e p ig r á f ic o y e s t il o l a p id a r io Según acabam os de ver, el estilo lapidario remitía prim eramente a laescritura de las inscripciones latinas. En una prim era acepción, por tanto, lo que se llam aba “estilo lapidario” era, ni más ni menos, que el estilo epigráfico.7 Aunque poco o nada tiene que ver con lo que ahora significa la expresión “ lapidario” y que aquí nos interesa, hemos de decir que el origen de algunas de las características textuales de lo lapidario provienen de esos viejos textos escritos en piedra. Ello equivale a decir que lo que aquí llam am os discurso lapidario tiene dos tipos de características, form ales unas y discursivas otras, de las cuales algunas de las prim eras se encuentran ya en el discurso epigráfico en tanto que las discursivas vienen de otra parte. La tradición epigráfica es muy antigua, rica y variada. Entre los más antiguos y célebres textos grabados en piedra tenem os el Código de Ham m urabi, el fam oso sexto rey de la dinastía am orrea de Babilonia quien gobernó en el siglo XVIII antes de nuestra era. Como se sabe, Ham murabi difundió su fam oso código m andándolo imprim ir en estelas de piedra que repartió en las principales ciudades de su imperio. A fortunadam ente, una de esas estelas, hecha de diorita negra, fue descubierta en Susa (Irán) en el invierno de 1902-1903 por una misión arqueológica francesa dirigida por J. de M organ.8 Hoy se encuentra, como se sabe, en el Museo del Louvre. Empero, el origen del estilo lapidario no está sólo ligado al hechode haber tenido poco espacio por tratarse de textos escritos en piedra, sino tam bién por el hecho de haber sido textos, como los legales, los que con alguna frecuencia se grabaron en piedra. Esta tradición pasó intacta a la iconografía occidental 7. 8. Empleamos esta expresión para referimos al estilo que, con el tiempo, adoptaron los textos grabados en algún material duradero: piedra, madera o metal. Como bien se sabe, el adjetivo “epigráfico” es un vocablo derivado de “epígrafe” o epigraphe como llamaban los griegos alas inscripciones o títulos que se imprimían en los templos, arcos de triunfo, obeliscos, estatuas o lugares parecidos. Se trataba siempre de una escritura excepcional en la medida en que tenía, fundamentalmente, fines anamnésicos. De allí se derivó, por ejemplo, el término “epigrafía” para designar la disciplina que se ocupa de estudiar las inscripciones grabadas sobre materiales durables. Epigrafista, en cambio, se llama al especialista en epigrafía. Cdt/zgo de//flwwwraó/, edición preparada por Federico Lara Peinado, Madrid, EditoraNacionafpp. 19 y ss. Hubo otros casos famosos tanto de inscripciones como de desciframientos. Cito sólo el también célebre caso de la piedra de Roseta como se conoce a la gran losa de basalto negro que, empotrada en el muro de un fuerte árabe de Roseta, fue hallada por un soldado francés del ejército de Napoleón que por ese 1799 andaba de campañaen Egipto: la piedra tenía grabada una inscripción incompleta que, como se sabe, tras haber fracasado el m édico inglés Thomas Yung, fue descifrada por Jean-Frangois Champollion. Véase Emil Nack, Egipto y el Próximo Oriente en la Antigüedad, Barcelona, Labor, 1966, pp. 80 y ss. Nack cita otros ejemplos de inscripciones. 51 E l hablar lapidario bajo la figura de M oisés, el legislador hebreo, con las piedras de la ley en las manos. Como veremos más adelante, varias de las características de los textos legales aún funcionan en nuestros textos paradigm a.9 En la epigrafía latina, la directam ente relacionada con nuestro vocablo “ lapidario” , había cuatro tipos de inscripciones: las inscripciones sagradas que por lo general servían de com plem ento a m onum entos religiosos y cum plían en ellos la función de dedicatoria. Un segundo tipo de inscripciones latinas eran las inscripciones de honor que, como su nombre lo indica, estaban destinadas a rendir hom enaje a algún personaje. En tercer lugar vienen las inscripciones históricas que tenían la función de inm ortalizar o conm em orar algún hecho notable. Finalmente, las inscripciones eventuales que recordaban fiestas solem nes, exequias famosas, reuniones de poetas. El estilo epigráfico había adquirido entre los latinos con el tiem po una serie de características propias que son muy importantes para dilucidar el estilo lapidario. Unas de ellas se refieren al discurso en cuanto tal; otras, en cam bio, se refieren a aspectos formales. En relación con lo prim ero, cabe señalar, desde un principio, que el esti lo epigráfico tenía com o característica más importante la,c\añdadoperspicuitas\además, supuesta una tipología del discurso, el discurso epigráfico ocupaba un lugar intermedio entre el discurso oratorio y el poético: acepta audaces expresiones poéticas consistentes, principalm ente, en figuras tanto de palabras aisladas como de grupos de palabras, como la prosopopeya, exclam ación, apostrofe, el ruego. Cabe señalar, con respecto a lo anterior, que pese a la aparente libertad que el uso de figuras retóricas podría hacer suponer, el discurso epigráfico estaba sum am ente codificado: sólo se podía escoger figuras dentro de un reducido paradigm a. Por lo demás, com binaba el uso de figuras poéticas con una parquedad austera y una gran mesura. El paradigm a de figuras em pleadas en el discurso epigráfico m uestra una propensión hacia la dram aticidad; la austeridad discursiva, en cambio, m uestra algunas de las afinidades entre el discurso epigráfico y el discurso lapidario, su sucesor. El léxico del discurso epigráfico solía estar tom ado de los clásicos. 9. 52 La arqueología nos puede proporcionar m uchísimos ejem plos que nos permitirían reconstruir la tradición epigráfica. Sin embargo, para nuestra investigación bastará con señalar la gran antigüedad, variedad y riqueza de esta tradición epigráfica. No es oportuno cargar este texto con referencias bibliográficas del mundo de la arqueología. Las hay abundantes. Cito sólo, a guisa de ejemplo, de Raymond Bloch y Alain Hus, Les conquétes de l ’archéologie , Paris, Hachette, 1968. E l hablar lapidario Había, además, una serie de características formales que debían cum plir las inscripciones latinas. En prim er lugar, el discurso epigráfico era muy tradicional: le gustaba imitar los modelos más antiguos a no ser que su sabor arcaizante fuera muy marcado; además, tenía propensión a usar letras antiguas. En cuanto a la estructura del escrito, hacían sobresalir el nombre del destinatario de la inscripción; separaban con puntos cada palabra excepto los vocablos que se encontraban al final de cada verso; en la división de los versos había que preservar, sobre todo, la claridad del sentido. La m agnitud de la inscripción debía corresponder a la magnitud y grandeza del m onum ento. En las inscripciones religiosas, prim ero se ponía la deidad o personaje a quien se dedicaba la inscripción; luego se indicaba el nombre de quien la dedicaba y la causa; finalm ente, venía la fecha. Entre las inscripciones de honor se distinguían dos clases: los epitafios y los elogios. En ambos casos, estaba muy codificada la estructura de la inscripción. En los epitafios, venía en prim er lugar la consagración a la divinidad con una fórm ula ya hecha; seguía luego la m ención de la m uerte o sepultura en un lenguaje más poético y elegante; a ello seguía el nombre del difunto con sus honores y cargos; no se sol ía contar su vida a no ser en form a muy breve; se ponía después el día de su muerte y su edad, con algún saludo: para todo esto se d ispon ía de un cerrado acervo de expresiones ya codificadas al respecto. Finalm ente, se indicaban los autores del m onumento, la fecha y alguna breve sentencia o algún poema como si hubieran sido pronunciados por el difunto. De la m ism a m anera sucede ahora, entre nosotros, con las esque­ las, las participaciones de bautismo, de primera comunión o de m atrim onio. Las inscripciones elogiosas o panegíricas, por su parte, solían tener la siguiente estructura: em pezaban con el nombre de la persona a quien se dedicaban; seguía el nombre de batalla o apodo deducido de la m ayor hazaña o, en su defecto, el nombre del cargo; en forma de aposición, venía luego una selecta m ención de sus virtudes o hechos notables que se quieran inculcar a la posteridad. Finalm ente, se indicaba el nombre de quien m andaba hacer el monumento. Por inscripciones históricas se suelen entender aquellas inscripciones cuyo propósito es preservar para la posteridad alguna hazaña ya civil, ya profana; destacar la realización de alguna obra pública; o indicar los límites de algún territorio. Las reglas estructurales y discursivas por las que se solían regir son análogas a las de los tipos anteriores: nombre del héroe seguido de una m ención de la hazaña en una fórmula lapidaria como el ablativo absoluto, 53 E l hablar lapidario m ención de la obra motivo de la inscripción y, finalm ente, indicación del m ecenas. Las inscripciones para señalar los límites de tierras, obviam ente, van al grano y tienen y carecen de los elem entos que se señalan para las inscripciones conm em orativas. Lo mismo hay que decir de las inscripciones eventuales. Este tipo textual floreció mucho entre nosotros no sólo en m onum entos sino en las portadas de las tesis: la Universidad de M éxico produjo, durante el período novohispano, una gran cantidad de inscripciones que seguían estas m ism as reglas.10 Que en la actualidad han cambiado las cosas, lo m uestra el ya citado Petit Larousse quien coloca como prim era acepción del térm ino lapidaire la referencia al discurso: “de una concisión brutal” y pone como ejem plo la expresión “fórm ula lapidaria” . Aquí, cuando hablam os de textos lapidarios querem os decirtextos “brutalm ente concisos” . En efecto, el estilo lapidario de las inscripciones no corresponde, ciertam ente, al estilo lapidario de los textos sentenciosos que nos ocupan. Sus funciones discursivas son, com o se ha dicho, diferentes. Lo que hoy día se quiere designar con la expresión “discurso lapidario” es la lapidariedad sentenciosa no laantigua lapidariedad de tipo epigráfico. Por tanto, cuando aquí hablam os de discurso o habla lapidaria, nos referim os a la lapidariedad sentenciosa. Sin em bargo, como ya se ha señalado, el estilo epigráfico es una etapa anterior de este estilo lapidario que aquí nos interesa. Por un lado, en efecto, el estilo lapidario es en alguna m edida continuador del estilo epigráfico; pero, por otro, el estilo lapidario fue alim entado tam bién en otros terrenos y tiene a sus espaldas otras tradiciones: form as diferentes de literatura sapiencial, la m ism a literaturajurídicay aún una literatura que podríam os llam ar didáctica. En pocas palabras, diríam os que el estilo epigráfico aunque es lapidario por estar esculpido en piedras, no es lapidario desde el punto de vista discursivo. Es decirque el estilo lapidario de las inscripciones ciertamente no corresponde al de los textos sentenciosos que nos ocupan. Más aún, el estilo de las inscripciones carece de la propiedad fundam ental del estilo lapidario que consiste en decir más de lo que enuncia. 10. 54 He recopilado una gran cantidad de estas inscripciones que muestran bien cómo el estilo epigráfico sobrevivió y aún sobrevive en ámbitos académicos, por ejemplo, en donde todavía se cultivad latín. Por razones de inoportunidad e impertinencia omito cualquier mención ulterior sobre las características textuales de estas inscripciones. Para ejemplos y una idea más precisa de este estilo epigráfico véase Blas Goñi y Emeterio Echeverría, “Apendix secunda. De inscriptionibus latinis seu de stylo lapidario”, en Blas Goñi y Emeterio Echeverría, Gramática latina . 15" edición, Pamplona, Ed. Aramburu, 1963, pp. 384 y s s ., en quien me he apoyado para las anteriores observaciones. El hablar lapidario Hay, por otro lado, otras propiedades características de los textos lapidarios que ciertam ente no se encuentran en la textualidad epigráfica: por ejem plo, discursivam ente, una inscripción es un texto autónom o, está dotada de independencia textual; nuestros textos lapidarios no lo son, según hemos de ver más adelante. Por tanto, la lapidariedad epigráfica es independiente, m ientras que la lapidariedad que aquí llamaremos sentenciosa o gnom e­ mática, por razones que luego se darán, es parásita. Las funciones que ambos tipos de discurso tienen son, por lo tanto, también diferentes. Cuando aquí hablam os de discurso o habla lapidarios nos referimos a una m anera de hablar breve, concisa, pesada, preñada de sentido, tajante, capaz de zanjar por sí m ism acualquierdiscusión y, portanto, lacónica. En lo sucesivo, llamaremos gnom em ática a esta lapidariedad, objeto del presente ensayo; a ella hacem os referencia ya desde el título con la expresión “ hablar lapidario” . De l a s f o r m a s b r e v e s a l a l a p id a r ie d a d g n o m e m á t ic a En efecto, del corpus de refranes, objeto de nuestro estudio y punto de observación para docum entar la lapidariedad hemos escogido un grupo que pertenece, desde el punto de vista discursi vo, a un tipo textual que podríam os llamar gnom em ático. Los textos gnom em áticos son un subtipo de los textos gnóm icos o lapidarios que son, a su vez, una variedad de las llamadas “form as breves” .11 Ello quiere decir que, desde el punto de vista de nuestro presupuesto, es el refrán el tipo textual que m ejor realiza las funciones discursivas de lo que aquí llamamos las formas gnóm icas o lapidarias;12 significa, tam bién, que este funcionam iento gnóm ico o lapidario no es privativo del refrán. Nos interesa, sin embargo, estudiar el refrán en cuanto expresión privilegiada y paradigm ática del discurso lapidario. Independientem ente de que más adelante nos ocupem os de nuestro corpus desde el punto de vista formal, es conveniente enfatizar que la lapidariedad está íntimamente relacionadacon la brevedad: una característica central de la lapidariedad es la brevedad y, como hemos dicho, el discurso lapidario es un subtipo de las formas breves. Es conveniente, entonces, que i 1. 12. Sobre esta cuestión pueden verse trabajos como los de Alain A. Montadon sobre las formas breves: Les formes breves, Paris, Hachette, 1992; igualmente. J.Heisteinet A. Montandon(éd.), Formes littérarires breves. Editions de EUniversité, Paris, Nizet, 1991; o bien la revista Tigre, de Grenoble, dirigida por Michel Lafon. Para unaexposición detallada de laetimologíay evolución del vocablo reirán, véase el capítulo siguiente. 55 E l hablar lapidario para penetrar m ás en la naturaleza del discurso lapidario nos asom em os un poco a lo que hoy se llama las “form as breves” : explorar brevem ente los conceptos tanto de “form a breve” como de “form a” a secas, nos perm itirá ahondar en el concepto de lapidariedad que aquí nos ocupa. Por lo que hace al concepto de “form a” , cabe señalar que desde la Metafísica de A ristóteles,13 ha pasado a form ar parte del acervo cultural ordinario de la cultura occidental sobre todo desde que la escolástica m edieval incorporó el hilem orfism o a su reflexión.14En la actualidad, es un vocablo m uy polisém ico. Por lo común, se llama form a a la apariencia o aspecto exterior de una cosa. Como se sabe, en teoría del texto el hilemorfism o fue introducido por Luis H jelm slev.15 En literatura, el térm ino “form a” se refiere a varias cosas: en una concepción hi lemórfíca, se entiende que un texto consta de form a y contenido en donde “form a” significa la m anera de expresar el contenido. “Form a” , en este caso, significa tanto la apariencia del texto como su organización. Por otro lado, en literatura tam bién se suele entender la form a como una característica de la enunciación. De esta m anera y, siguiendo la term inología de John L. Austin, la palabra “form a” puede significar ya la enunciación perform ativa, ya la enunciación constati v a .16Un enunciado, por ejem plo, puede adoptar la form a de un m andato, un consejo o una sim ple declaración constatativa. U na acepción del vocablo “form a” muy sem ejante a esa ha sido muy útil a la Formgeschichteschule. Por lo general, se ha asumido allí como form a una estructura textual a la que corresponde una función social práctica de tal m anera que es la función la que determ ina los 1imites y naturaleza de la forma: si el texto es una carta debe tener cierta form a en donde el térm ino “form a” significa no sólo que debe tener cierta “estructura” sino que debe usar ciertas 13. 14. 15. 16. 56 Cfr. Metafísica de Aristóteles, edición trilingüe por Valentín García Yebra, segunda reimpresión de la segunda edición, Madrid, Gredos, 1990,999b 1 6 ,15a5,17b25,etc. En realidad, suele llamarse hilemorfismo en la actualidad a la doctrina propuesta por el filósofo árabe Avicebrón (1020-1069) en su 1ibro Fons Vitae según 1a cual todo está compuesto de materiay de forma. Que Tomás de Aquino asume el hilemorfismo, puede verse fácilmente tanto en su Summa Theologica como en su Summa contra gentes. Esta doctrina fue central en la reflexión escolástica como puede verse en las Disputationes metaphysicae de Francisco Suárez, publicadas en Salamanca en 1597, en la imprenta de los hermanos Juan y Andrés Renaut (véase la edición de Gredos, Madrid, 1960). La disputación XV, en efecto, está destinada a la causa formal que empieza con la pregunta an dentur in rebus materialibussubstantiatesformae. Op. cit., tomo II, p. 633. Prolegómenos para una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1971. John L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Paidos, 1988; véase también John Searle, Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980. El. HABLAR LAPIDARIO fórm ulas. Este concepto de “form a” ha jugado un papel muy im portante en la investigación bíblica desde el siglo pasado.17 Las form as de que habla la Formgeschichteschule son pequeñas estructuras textuales endurecidas que correspondían a situaciones concretas: se trata allí de textos, en algunos casos casi fórmulas, destinados a decirse en determ inadas situaciones. Un saludo, por ejemplo, sería una de esas form as; pero tam bién lo sería una bendición, un cántico ritual, una arenga, una leyenda. ¿Lo es un refrán? Está claro que el concepto de refrán que aquí em pleam os, como se verá más adelante, es genérico: indudablem ente, que el refrán es una form a pero el problem a estriba en que hay m uchas form as de refranes y para poder m anejar esa realidad textual quizás sea m ejor asum ir el refrán como un género literario que se realiza en formas diversas: consejos, m andatos, recetas, declaraciones sentenciosas, exclam aciones, etc. Más adelante, al intentar una clasificación formal de los textos de nuestro corpus , regresarem os sobre estos conceptos. Sería necesario, pues, retom ar el con­ cepto de género. ¿Qué relación hay entre una forma y un género? Hay, en la actualidad, varias m aneras de entender esa relación. Por ejem plo, se puede argum entar tanto en el sentido de que el térm ino “ form a” es más extenso que el térm ino “género”, como en el sentido exactam ente opuesto: hay géneros que pueden realizarse históricam ente en varias form as y form as que pueden estar cons­ tituidas por varios géneros. Ejemplo de lo prim ero podría ser nuestro tipo textual, el refrán; como ejem plo de lo segundo, en cambio, tendríam os una carta que, como bien se sabe, sería una form a textual en cuya constitución podrían concurrir textos pertenecientes a distintos géneros: podría, por ejem plo, contener refranes, enseñanzas, relatos, etc., sin em bargo, son posibles aún otras reláciones que no vam os a agotar aquí. Por ejem plo: los géneros, form as y fórm ulas literarias pertenecen al mismo tipo de estereo­ tipos textuales. En efecto, como se ha visto, la teoría de las form as se basa en el hecho sim ple pero importante de que existen diferentes estereotipos tanto en los textos orales corno en los escritos: m aneras idénticas de reaccionar 17. Para unaexposición de este método y de este concepto de forma, puede verse el libro, hoy un clásico, de Klaus Koch, JK3s/'s/Forwgesc/7/c/7te(Neukirchen-Vluyn.NeukirchenerVerIagdesErziehungsvereins, 1967); su abundante bibliografía actualizada hasta mediados de la décadade los sesenta puede servir de punto de partidametodológico: como se sabe, esta metodoiogíaha sido empleada posteriormente por la sociocrítica a otros tipos textuales. 57 E l hablar lapidario verbalm ente ante situaciones idénticas.18Por tanto, tam bién en tipos textuales tan presuntam ente dotados de libertad y creatividad, como la literatura, existen y funcionan los estereotipos. Prácticam ente cada uno de los llamados géneros literarios es, de hecho, una form a fija y estereotipada. A estas codificaciones textuales en unidades fijas y estereotipadas la crítica les ha dado el nom bre de form as literarias. Son de tres tipos según su m agnitud: géneros, form as y fórm ulas. Si no fuera porque el uso perm ite esa gran variedad de funciones y de térm inos, se podría pensar que los géneros, como corresponde al nom bre que em plean, son tipos textuales mayores; las form as, serían estereotipos que estarían entre el género y la fórmula: ni tan libre como el género, ni tan dependiente de la función como la fórm ula. Las fórm ulas, de esa m anera, serían expresiones de tipo ritual; los géneros, producto de la creatividad; las formas, en cambio, son hijas de la costumbre. Sin embargo, hay otras m aneras de afrontar esta relación: lo que se suele llam ar formas, estrictam ente hablando, sólo se da en las literaturas de carácter tradicional. En las literaturas orales, en efecto, se dan una serie de estereotipos discursivos más estables y estructurados que en las literaturas escritas. Sólo a los estereotipos orales convendría el nombre de “form as” . Los géneros serían categorías de las literaturas escritas. De acuerdo con esto, el concepto de form a es más apropiado en las literaturas llam adas tradicionales que en las literaturas propiam ente tales. Todas las literaturas, entonces, empiezan siendo formas y de las form as nacen los géneros. Hacer historia de una forma es rastrear sus orígenes y determ inar las evoluciones que ha tenido. De esa m anera, todas las literaturas tienen una historia de sus formas. Más aún, toda historia de la 1iteratura se podría reducir a determ inar la historia de sus form as en la m edida en que las form as evolucionan en géneros. En efecto, como lo ha señalado Tzvetan Todorov, los géneros vienen de otros géneros. “ Un nuevo género es siem pre la transfor­ m ación de uno o de más géneros antiguos: por inversión, por desplazam iento por com binación” .19Por la m ism a razón, a su modo, tam bién los géneros son 18. 19. 58 Para toda esta cuestión puede verse el importante libro, arriba mencionado, de Klaus Koch. Was ist Formgeschichte? Nene Wege der Bibelexegese. segunda edición, Neukirchener Verlag des Erziehungsvereins. Neukirche-Vluyn. 1967. Parael concepto de forma, deberá revisarse, además, toda la bibliografía que en el interior de las ciencias bíblicas ha producido desde el siglo pasado la Formgeschichteschule referida arriba: como muestra de ella, véase Claus Westermann, Grundformen prophetiseher Rede. München. Chr. Kaiser Verlag. 1968. Tzvetan Todorov. Les genres du discours. Paris, du Senil. 1978. p. 47. E l hablar lapidario form as; sin em bargo, como he dicho, el lugar propio de las form as es la literatura tradicional: En tales tradiciones tiene mucha más importancia la forma, cuyo origen se sitúa en el impulso de las necesidades prácticas o que es transmitida por costumbre o tradición. En este estadio no existen aún maestros individuales capaces de romper con dicha forma; la evolución se realiza en consecuencia según un ritmo regular sujeto a determinadas leyes intrínsecas. N o sin razón se ha llegado a hablar de una biología de la saga.20 Visto de otro modo: la lengua, en efecto, no es el único tipo de codificación que se da en la comunicación humana. Una lengua histórica, podríam os decir, es el nivel ínfimo de las m uchas codificaciones que tienen lugar en un acto de habla. Inm ediatam ente “después de la lengua”, tienen lugar otros esquem as fundam entales: “describir” , por ejem plo, es agrupar las palabras de una determ inada manera; el “narrar” , en cambio, las organiza de otra. D escribir y narrar son configuraciones básicas, ya endurecidas, que pasan a form ar parte de discursos mayores. Como ellas, desde luego, hay otros tipos de configuraciones básicas: preguntar, mandar, aconsejar, excla­ mar. En térm inos de un historiador de las formas: Un buen número de científicos no hacen distinción alguna entre forma y género. Otros llaman “formas” a unidades menores, reservando el nombre de “géneros” a las grandes formas, como la novela o el drama. Un tercer grupo de científicos llaman “forma” a la estructura de cada género particular, o individual; en cambio, llaman “género” a las formas típicas que aparecen con frecuencia.21 En este libro, distinguim os entre “ form a” , “estructura” y “género” . En prim er lugar “género” : se habla de “géneros literarios” y se les suele identificar, sim plem ente, con “clases” de discursos en un alarde claram ente tautológico, como diría Todorov.22 El “género” es entendido aquí como la relación de un texto con la tradición a la que se adscribe y, por ende, con sus diferentes codificaciones. Portanto, asumimos con el mismo T. Todorov que: 20. 21. 22. Martín Dibelius, La historia de las formas evangélicas, Valencia, EDICEP, 1984, p. 13. Fernando Lázaro Carreteren un artículo, sobre el que volveremos más adelante, titulado “Literaturay folklore: los refranes” {Estudiosde lingüística, 2aedición, Barcelona, Editorial Crítica, 1981, pp. 207-217) niegael estatuto de “literatura” a los refranes y a las demás formas textuales del folklore. G. Lohfink, op. cit., p. 75. Op. cit., p. 47. 59 E l hablar lapidario Los géneros son, pues, unidades que pueden ser descritas desde dos puntos de vista diferentes: el de la observación empírica y el del análisis abstracto. En una sociedad, se institucionaliza la recurrencia de ciertas propiedades discursivas y los textos individualmente tomados son producidos y percibidos por relación a la norma que constituye esta codificación. Un género, literario o no, no consiste en otra cosa sino en esta codificación de propiedades discursivas.23 Lo que aquí llama Todorov "propiedades discursivas” son ubicables, a decir de él, a nivel ya sea semántico, ya sintáctico, ya pragm ático, ya, en fin, verbal. Ahora bien: se podría decir, sin ánimo de ir más allá, que hay géneros simples y géneros compuestos en la medida en que algunas de las codificacio­ nes de propiedades discursivas que se dan en su interior son, a su vez, géneros. En pocas palabras, géneros simples son los que no están com puestos a su vez de otros géneros, y géneros compuestos son los que sí lo están. El refrán, por ejem plo, es un género simple; la novela, un género compuesto. Históricam en­ te los géneros han adoptado “form as” . Todorov habla, por ejem plo, de las “form as naturales” de la poesía y de sus “form as convencionales” : las prim eras estarían constituidas por las tradicionales lírica, épica y dram ática; las segundas, en cambio, configuraciones como el soneto, la redondilla, el madrigal. En este libro, sin embargo, preferim os dar al vocablo “form a” una acepción más pragm ática y, por tanto más general. U naform aes sim plem en­ te un tipo de enunciación. Para entender lo que con ello queremos decir, hemos de recurrir a un ejem plo: son formas, en el sentido aquí adoptado, una exclam ación, una orden, una explicación, una descripción, un consejo, un relato, una aseveración declarativa. Si nos atuviéram os al esquem a tradicio­ nal de todo acto de com unicación, diríamos que las form as de los textos se configuran según que los textos impl iquen uno o varios de los tres elem entos fundam entales: emisor, receptor, referente.24 Un texto en form a descriptiva expresa los diferentes com ponentes del referente recom poniéndolos estáticam ente; un texto en forma narrativa, en cam bio, los organiza dinám icam ente; los textos en forma de consejo o mandato se configuran como interpelaciones del em isor al receptor, y así sucesivam ente. 23. 24. 60 Op. cit.. p. 49. Latraducción es mía. No es preciso mencionar la extensa bibl iografía en donde se echa mano de este esquema. Me basta con citar la Spractheorie. Die Sratelhmgsfunktion der Sprache de Karl Bühler, Stuttgart. Gustav Fischer. Verlags. 1965. E l hablar lapidario Al contrario de estas formas simples, un texto con una determ inada función social, como una carta, es catalogable, más bien, como un género y es, desde luego, un texto compuesto. En una carta, en efecto, se echa m ano de diferentes form as y aún de otros géneros textuales. Por “estructuras”, en cam bio, entenderem os aquí, sim plem ente las diferentes configuraciones en que se expresan las formas. En relación con nuestro problema, hemos de decir que el refrán es un género que, como veremos, se da históricam ente en diferentes form as las cuales, a su vez, se expresan a través de estructuras diferentes. El refrán es, por otro lado, un género simple: es tan breve, en efecto, que apenas existe posibilidad de que entre en su com posición algún otro género. El refrán pertenece, en efecto, a las llamadas “form as breves” . Por lo que hace a estas “formas breves”, hemos de decir que con ello entram os a un campo de investigación de interés reciente. En las actuales ciencias de la literatura, en efecto, se suele llam ar “form a breve” a ciertos géneros literarios, pseudo-géneros o formas particulares cuya característica exterior dom inante radica, precisam ente, en el hecho “exterior” de ser breves en el sentido de que ocupan poco espacio al escribirlas en relación con textos de características sim ilares con una enunciación más larga. La expresión “form a breve” , por tanto, hace referencia, implícitam ente, a “form a escri­ ta ” . Sin em bargo, gracias a la referida brevedad y a la necesidad de expresar lo m áximo en el mínimo espacio, estas formas asumen, en su comportam iento discursivo, la importante característica textual denom inada concisión.25 Sin embargo, como quedará claro más adelante la brevedad discursiva tiene otras virtudes: estim ula, por ejem plo, la creatividad herm enéutica del oyente o del lector. Las form as breves tienen el mismo origen que el discurso lapidario: la escritura epigráfica de la cual hemos hablado. El arte necesario para hacer caber un texto en un espacio reducido dio como resultado el desarrollo de las características básicas textuales de la concisión y el laconismo com binadas con una m áxim a capacidad expresiva. Estas características perm anecieron pese a haber cam biado con el tiem po y otras circunstancias las condiciones m ateriales de la escritura. Desde luego, este discurso lapidario no es el único origen de las form as breves: las necesidades m nem otécnicas en textos orales de la más variada índole fueron junto con las necesidades, ya estilísticas, ya 25. Dentro de la actual investigación sobre las formas, queremos explorar aquí la rama de la familia textual que aquí llamamos las formas gnómicas. 61 E l hablar lapidario estéticas, ya psicológicas, ya prácticas, constituyeron otras tantas fuentes ilustres de las form as breves. De hecho, para el caso de los refranes que nos ocupa, hay que buscar su cuna más en este segundo ámbito. Uno de los subtipos em inentes de las form as breves son las form as gnóm icas o lapidarias, cuyo rasgo específico es, amén de su brevedad, concisión, laconismo y máxima expresividad, su carácter gnómico, sapiencial y didáctico. El carácter gnóm ico a que me he referido es una especie de eternidad y aire de atem poralidad que em anan de los textos gnóm icos: son textos, en efecto, no circunscritos a una sola circunstancia. Se puede decir que los textos gnóm icos son textos tipo para un tipo de circunstancias: son, por tanto, textos endurecidos. Estas form as gnóm icas o lapidarias están constitui­ das por tipos textuales como los lemas, epitafios, consignas o slogans , frases célebres y, desde luego, lo que aquí llam am os refranes: proverbios, m áxi­ m as, adagios, aforism os, sentencias y dichos. Como ya lo m encionam os en Refrán viejo nunca miente j btodos estos casi 1leros textuales indican, más que géneros literarios distintos, el origen de nuestros actuales refranes: su vida pasada. Ya se sabe, que un texto sólo form a parte del folclore cuando pasa a form ar parte del habla popular cotidiana.2627 A la hora de deslindar el campo nocional de lo lapidario28 hay que trazar una serie de lím ites entre tipos discursivos que coinciden en una serie de propiedades centradas en la brevedad, pero que se diferencian en su form a y estructura en la m edida en que se trata de textos que, adem ás de ser m orfoestructuralm ente breves, concisos, decisivos y densos, discursivam ente son tam bién lapidarios en la m edida en que abrevian el cam ino de la reflexión m ediante el recurso del entim em a. Quizás en este carácter entim em ático, radique la m ayor diferencia entre los diferentes tipos textuales breves en orden a la lapidariedad: es que, como verem os más adelante, una de las form as más im portantes de la eficacia verbal es el entim em a. El hecho im portante de que una sentencia universal o asum ible como tal abrevie el cam ino de la reflexión es el más im portante acto de lapidariedad discursiva. Es, ni m ás ni m enos, que el m ism o m ecanism o del discurso indirecto o de la inducción argum entativa en donde un ejem plo dice más que mil palabras. Por consiguiente, no todas las form as breves son lapidarias; lo son sólo las que siendo concisas son susceptibles de desem peñar discursivam ente de 26. 27. 28. 62 Op. cit. Ibid. Tomamos este concepto de Marc Angenot. La parole pamphlétaire. op. cit.. p. 20 y ss. E l hablar lapidario alguna m anera la función de lo que la antigua retórica llama sentenlici o gnoma. Me refiero, como se explicará más adelante, a proposiciones univer­ sales o unlversalizantes que, por tanto, son susceptibles de ser aplicadas a casos particulares. De entre las que aquí proponem os en esta estructura arbórea como form as gnóm icas o lapidarias, el refrán es, de hecho, el que m ejorcum ple discursivamente con ese requisito. La brevedad textual no basta para la lapidariedad: un chiste o una adivinanza son textos breves pero no lapidarios. Por la m ism a razón, tam poco lo son ni las blasfem ias, ni los epitafios. En cam bio, las “frases célebres” son susceptibles de desem peñar una función discursiva de tipo lapidario en la m edida en que pueden form ar parte de un m ecanism o entim em ático; aunque su form a no siem pre es lapidaria. Las consignas y los lemas necesitan por lo general una figura para significar, su discursividad es de una índole distinta: su m ecanism o de significación, en efecto, es de tipo em blem ático, como se establecerá más adelante hablando de los lemas. Lina característica distintiva que se puede asignar em píricam ente a las formas gnóm icas es, ya lo dijimos, laconcisión. M uchos diccionarios definen la concisión textual no sólo por la brevedad, sino por la capacidad de expresar la m ayor cantidad de cosas con la m enor cantidad de palabras: un discurso conciso es un discurso breve y denso. Al discurso breve y denso se le llama, por lo dem ás, discurso lacónico. De hecho, en el ám bito discursivo, un discurso “ breve” no es sinónim o de discurso “conciso” . En cam bio, discurso “conciso” aunque es habitualm ente sinónimo de discurso “ lacóni­ co”, va más allá: el laconismo sólo alude al hecho de la parvedad verbal; la concisión, en cambio, agrega un elem ento más: el decir más que lo que las palabras enuncian; o, si se quiere, el que las significaciones del texto globalm ente tom ado vayan más allá que las resultantes de los significados particulares de las palabras que lo componen. Le petit Larousse. Grand format, por ejem plo, define lapalabra concis en estos térm inos: “^w/ exprime beaucoupdechosesenpeudemots,\ 29El estilo conciso es, portanto, un estilo denso en la m edida en que es austero, que sólo em plea las palabras indispen­ sables, sin m odificadores innecesarios, y que por ese solo hecho resulta un estilo claro y preciso que dice, sin palabras de más, exactam ente lo que quiere decir, com o lo quiere decir. Un texto conciso es, por definición, un texto preciso y, consiguientem ente, un texto denso y pesado en donde las palabras despliegan su plena capacidad expresiva. 29. Paris, Larousse, 1993. 63 E l hablar lapidario La concisión es, pues, la cualidad por la que los textos se condensan al m áxim o desde los puntos de vista tanto sintáctico como lexicológico a la par que se expanden al m áxim o desde los puntos de vista sem ántico y sem iótico. El diccionario de la RAE 30define “concisión” como la: “brevedad en el modo de expresar los conceptos, o sea el efecto de expresarlos atinada y exactam en­ te con las m enos palabras posibles” . En un texto conciso, por consiguiente, las palabras se cargan al m áximo de su capacidad. Sin em bargo, en el caso de los textos lapidarios no sólo es importante su concisión y laconism o sino el hecho fundam ental y aún sin nom bre de expresar más de lo que enuncian. Un texto lapidario, en efecto, no sólo es un texto breve y conciso, en el sentido explicado, sino adem ás un texto cuya expresividad supera los lím ites de sus significados referenciales ya m ediante m etaforizaciones y abstracciones que los proyectan a otros territorios, ya m ediante funciones discursivas en cuya conform ación no entran sólo elem entos verbales sino elem entos extra­ verbales. Com o dijim os arriba, de entre los textos de nuestro corpus , que catalo­ gam os com o gnóm icos o lapidarios, nos interesa especialm ente un subtipo que por sus características discursivas hemos denom inado gnom em ático. El vocablo “gnom em ático” que aquí acuñam os hace referencia a la cualidad m ás sobresaliente de este tipo textual desde el punto de vista discursivo: su carácter entim em ático. Con ello resaltam os una de las funciones discursivas que atribuye Aristóteles a los gnomai en el discurso m ayor en que se enclavan. Ya en el capítulo anterior discutim os en qué m edida a una form a breve com o ésta, de tipo generalm ente m ononuclear por estar constituido por una sola sentencia conviene la categoría de discurso. Llam arem os gnomema a la unidad de este tipo textual. Independiente­ m ente de lo que m ás adelante direm os sobre el gnom em a, conviene advertir, por una parte, que se trata de una unidad de tipo discursivo y, por otra, que, com o todo el género gnóm ico, se trata de un tipo de un discurso de carácter parásito en la m edida en que su función discursiva es siem pre adjetiva y, por ende, está siem pre supeditada a un discurso m ayor cuya naturaleza no vam os aquí a estudiar: los textos gnóm icos son, desde el punto de vista discursivo, textos parásitos. Si, para entendernos, volvem os los ojos a los refranes, verem os cóm o nadie, en sus cabales, dice refranes “en seco” , el refrán es un 30 30. 64 Real Academia Española. E l hablar lapidario tipo textual altam ente contextual: el refrán siem pre es producido por el contexto y ese contexto es siem pre de índole discursiva.31 En el presente ensayo, suponemos que entre las principales formas discursivas m ayores en que funciona el refrán están tanto el diálogo, como el discurso argum entativo en general32en que se desarrolla un determinado tema ante un público.33 La función discursiva que la retórica aristotélica les asignaba a los gnomai era, principalm ente, la función argum entativa. Sin embargo, la antigua retórica les atribuía otras dos funciones igualmente importantes en la actualidad: los gnomai o máximas no sólo funcionaban como entim em as sino que, además, desem peñaban la función tanto de “ejem plos” que de “ornato” .34 En efecto, en la Retórica de Aristóteles, al si logismo, como form a de demostración, el estagirita agrega, para com pletar el esquem a lógico de la retórica, la inducción que funciona discursivam ente m ediante el m ecanism o del “ejem plo”.35 Un texto gnómico o lapidario es, por tanto, un texto breve, conciso, preciso, susceptible de desem peñar discursivam ente las funciones de una sentencia, de un ejem plo o la de ornato. Como lo hemos reiterado, de todas las formas gnóm icas o lapidarias sólo nos ocupam os del refrán bajo el presupuesto de que es una form a paradigm ática de ellas, está más a la mano y es la más usada principalm ente en el diálogo, form a privilegiadadel hablar cotidiano.36 31. 32. 33. 34. 35. 36. Para más datos sobre el rango contextual del reirán puede verse nuestro ya citado Refrán viejo nunca miente. Para ver cómo en la actualidad se pueden catalogar los diferentes entornos y contextos puede verse Eugenio Coseriu, “Determinación y entorno” en. Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1978. Por lo demás, tanto la lingüística del texto como la pragmática, de las cuales no nos ocupamos ahora, trabajan con esta categoría. El término “discurso” es usado aquí en su acepción ordinaria. Discurso argumentativo es, por tanto, un tipo textual como un sermón, una alocución política, una arenga: se trata, en efecto, principalmente de textos cuya finalidad es persuadir. En lo sucesivo, usaremos la palabra “alocución” como sinónimo de “discurso” en esta acepción vulgar que al término se da cuando se dice que fulano pronunció un discurso. Por las razones que expondremos más arriba, empleamos como sinónimos el término “sentencialidad” con el que nos referimos a lafunción gnómicao argumentativa de los refranes. Lo que los latinos llaman sententia, los griegos llaman gnoma. El término “argumentativo” con el que nos referimos también a esta función está tomado tanto de la Retórica de Aristóteles, como de los trabajos de Ch. Perelman sobre ella. Cfr., especialmente Ch. Perelmanny L.Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. Lanueva retórica , Madrid, Gredos, 1989. Sobre la importancia de las investigaciones de Perelman véase JeanBlaise Grize, De la logique á la argumentation, Genéve, Librairie Droz, 1982. Retórica, 1,2.4; II, 20.1-4. En diferentes épocas de nuestra historia literaria han prevalecido diferentes formas gnómicas. Por ejemplo, a fines del siglo XVII novohispano estuvo muy extendido entre nosotros el uso de lemas en los sermones. Un libro muy importante, en ese sentido, fue el Mondo simbólico de F. Picinelli. que en la traducción latina del fraile agustino Agustín Erath, Mundus symbolicus , se encontraba prácticamente en todas las bibliotecas novohispanas. De ello nos ocuparemos más adelante. 65 E l hablar lapidario En efecto, la form a más “natural” de funcionar del refrán es la de la interacción com unicactiva entre dos hablantes, el diálogo.37 Derivado del vocablo griego diálogos que significa sim plem ente “conversación”, el diálogo se opone al “m onólogo” o soliloquio como se llama al “discurso de una persona sola”38 y encuentra en el diálogo dram ático su m anifestación literaria. Pese a la etim ología de ambos vocablos, la oposición entre diálogo y m onólogo deberá ser m atizada: en el teatro, por ejem plo, el diálogo del dram a clásico consiste en una secuencia de m onólogos.39 Tanto el diálogo literario como el diálogo en la vida real ofrecen distintas m odalidades. La más importante característica de este tipo de comunicación radica “en el intercam ­ bio y en la reversibilidad de la com unicación.”40 El diálogo, por lo dem ás, es la form a de com unicación ordinaria y, podríam os decir, normal en las relaciones hum anas. Desde luego, aún suponiendo que el diálogo es una conversación entre dos o más personas, hemos de señalar que existen d istintos tipos de diálogos. En el diálogo, los interlocutores com parten no sólo los referentes del discurso sino un conjunto de circunstancias extraverbales en que se da, am én de que poseen un conocim iento exacto sobre la identidad y condiciones de cada uno. Según se relacionen los contextos entre los diferen­ tes interlocutores de un diálogo la interpretación sem ántica será distinta. El tem a y la situación de un diálogo determ inan, por lo dem ás, su divergencia o coherencia. En el discurso dialógico se significa tanto por lo que se dice, como por los silencios y por lo que no se dice, por las interrupciones, la vehem encia de las réplicas y, desde luego, por el contenido de las palabras.41 El refrán capta el sentido global de una situación de diálogo, la resum e o la reduce a su m ínim a expresión por m edio de rápido proceso de abstracción, la sim boliza y luego la com para con la situación ya encapsulada en el refrán. En este tercer nivel, por tanto, toda la interacción dialogal es resum ida por la situación a la que hace referencia el refrán: este proceso 37. 38. 39. 40. 41. 66 Cfr. María del Carmen Boves Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico y literario, Madrid, Gredos, 1992; véase, igualmente, Michael Holquist, The Dialogic Imagination by M. M. Bakhtin, traducido al inglés por Caryl Emerson y Michael Holquist, Austin, University o f Texas Press, 1987. Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española , M éxico, El C olegio de M éxico / Fondo de Cultura Económica, 1988, ad loe. Patrice Pavis, Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, Barcelona/ B. Aires/ México, Ediciones Paidós, \ 99Q,adloc. Patrice Pavis, Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, op. cit., ad loe. Pavel Patrice, Diccionario del teatro, op. cit., pp. 130 y ss. E l hablar lapidario es, como se puede ver, un acto de lapidarismo verbal que como los otros recursos del discurso lapidario serán estudiados a lo largo de este ensayo.42 El seleccionar aquí las formas discursivas gnom em áticas de entre las form as gnóm icas o lapidarias significa que nos ocupam os sólo de aquellos entre los refranes de nuestro corpus cuya función dentro de un discurso m ayor es la función argum entativa o entim em ática. En cambio, no significa que restrinjam os nuestro análisis a los refranes tipo de nuestro corpus a sus funciones dentro de un discurso mayor: para nuestro propósito son tan importantes en un refrán sus funciones discursivas de tipo gnom em ático, como sus funciones discursivas en cuanto tipo textual autónom o que es y, de acuerdo con nuestra hipótesis, en cuanto m odelo del hablar lapidario. Al prim er tipo de función se le podría llamar función argum entativo-deductiva; al segundo, en cambio, función lapidaria, a secas. La referida función argum entativo-deductiva puede resum irse en el ya señalado hecho de que los refranes asumen en el discurso la misma función argum entativo-deductiva que la retórica asigna a las gnomai o sententiae ,43 La función lapidaria del refrán consiste, sim plem ente, en em itir un mensaje en form a gnóm ica. La palabra gnomema se deriva del verbo griego gignóskó, que significa fundam entalm ente “conocer” . Su aoristo segundo de subjuntivo, gnó, ha dado como derivados tanto el térm ino culto gnóma — el “conocim iento” , la “sabiduría”, el “pensam iento” — como el térm ino muy popular gnómé que significa ya el “buen sentido”, ya la “sentencia”, ya la “m áxim a” .44 Su equivalente en el habla popular, Gnomé, aparece por prim era vez en el siglo V a. de C. en autores como Píndaro, Herodoto y los presocráticos; evoluciona durante el periodo helenístico, como es fácil percibir en textos como los LXX, Filón, Josefo o el N uevo Testam ento. Es decir que ya para este periodo el térm ino gnome deja de designar un tipo de realidad y pasa a designar un tipo de discurso. A ello se debe que muy pronto se abran paso tanto el adjetivo 42. 43. 44. Estáclaro que nuestro anál isis en pos del discurso lapidario está fundamentado en las perspectivas teóricas y metodológicas de la teoría del diálogo tal cual es expuesta, por ejemplo, en el ya citado 1ibro de Carmen Bobes Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüísticoy literario (Madrid, Gredos, 1992) con una muy importante bibliografía. Cfr. Aristóteles, Retórica , 11,21. Quintiliano {Op. cit., 8, 5, 3) hace esta importante observación: sententiae vocantur, quas Graeci gnómas appellant, utrunque autem nomen ex eo acceperunt, quo similes sunt consiliis et decretis. Hay aquí, una importante pista sobre los géneros del discurso gnomémico. Es decir: los consejos y los decretos. De hecho, los refranes, desde el punto de vista discursivo, tienen muchos puntos comunes con los consejos y las leyes. Como bien se sabe, la Retórica de Aristóteles (II, 21) consagra el capítulo 21 del libro II a los gnomai. 67 E l hablar lapidario gnómikós, “ sentencioso” o “gnóm ico” en el sentido de “ m oralista” , com o el adverbio gnómikós, “sentenciosam ente” . De allí proviene, un poco más tarde, el sustantivo plural Gnómiká que designaba las “sentencias” alternan­ do con gnómé. Más tarde, en el nivel discursivo y como palabra derivada de gnómé, hace su aparición el verbo gnomologeó con el significado, evidente­ m ente, de “hablaren sentencias”. Finalm ente vienen una serie de derivados: gnómología para significar tanto “colección de sentencias” como el “arte de hablar sentenciosam ente” ; gnómologikós, “ sentencioso” ; gnómologikós , “ sentenciosam ente” . El térm ino “gnóm ico”, pues, en la expresión “form as gnóm icas” indica el género; el vocablo “gnom ém atico”, en cam bio, indica la especie: aquellas entre las formas gnómicas susceptibles de desem peñaren el discurso una función entim em ática. De hecho, en las principales lenguas occidentales de origen indoeuropeo ya desde hace tiem po se utiliza el térm ino “gnóm ico” sobre todo en dos disciplinas: la gram ática y la filosofía. En gram ática, se em plea el vocablo “gnóm ico” para designar “el valor que adquieren los tiem pos verbales en frases de validez intemporal o en frases sentenciosas, aforism os, refranes, etc .-.por aquí pasa el tranvía, no matarás, etc.” .45Com o se ve, el uso del vocablo “gnóm ico” en gram ática es derivado de la textualidad que aquí nos ocupa: llam ar gnóm icos a los m iem bros de esta fam ilia textual es algo ya usual dentro de la term inología gram atical. Esto es confirm ado por la gram ática griega que llama aoristo gnóm ico al aoristo que utilizaba el griego clásico en los refranes y axiom as.46 “G nóm ico” , pues, se refiere a todo lo que está relacionado con los refranes y fam ilia textual de tipo sentencial. Así, el adjetivo “gnóm ico” sirve para calificar un tipo de estilo: el Diccionario de términos filológicos de Fernando Lázaro Carreter47 habla del “estilo gnóm ico” como sinónim o de “estilo sentencioso” . Lo m ism o sucede en la filosofía donde el vocablo “gnóm ico” designa un tipo de estilo textual. Según N icola Abbagnano, por ejem plo, la palabra “ gnóm ico” se em plea para designar un tipo de discurso: precisam ente el hablar m ediante sentencias m orales breves como lo hacían los siete sabios a 45. 46. 47. 68 Cfr. Femando Lázaro Carreter, Diccionario de términosfilológicos, tercera edición corregida, Madrid, Gredos, 1981, ad loe. Así, por ejemplo, la Graecitas bíblica de Maximiliano Zerwick (cuarta edición, Roma, Pontificio Instituto Biblico, 1960, n. 256) dacomo ejemplos de aoristos gnómicos los comienzos de las parábolas, el hómoióthe, como hace el primer evangel io. Según Zerwik, el aoristo gnómico tuvo probablemente sus orígenes en relatos del pasado en los que se quería consignar lo permanente. Op. cit. E l hablar lapidario quienes se llamaba, por esa razón, los gnóm icos.48 “G nóm ico”, pues, es un térm ino que designa desde hace tiem po, en las disciplinas que de alguna m anera se ocupan del discurso, todo lo relativo al tipo textual del que aquí nos ocupamos. E l d is c u r s o g n o m e m á t ic o , u n d is c u r s o e n t im e m á t ic o El discurso gnom em ático, según hemos dicho, es el discurso gnóm ico en funciones discursivas entimem áticas. Desde luego, suponemos que el discur­ so gnom em ático es paradigm a del discurso lapidario. Por tanto, nuestra investigación intenta m ostrar, a partir del corpus textual del refranero m exi­ cano ya referido y del que hablarem os m ás adelante, cómo está estructurado y cómo funciona el discurso gnom em ático del que forman parte una buena parte de los refranes de nuestro corpus. Como ya sabemos, todo tipo textual es un conjunto semiótico constituido tanto por unidades funcionales como por reglas que indican la com binabilidad de esas unidades para producir todos y solam ente los textos de ese conjunto. Si lo que aquí nos proponem os es elaborar una teoría del discurso lapidario bajo el presupuesto que el discurso gnom ém atico es paradigm a suyo, lo que habría de hacerse, desde el punto de vista de la metodología, es explorar nuestro corpus para determinar cuáles son las características del gnomema y cuáles son las reglas “gram aticales” que los rigen. La m ás importante de las respuestas a las cuestiones anteriores consiste en afirm ar que la prim era gran característica discursiva de los textos gnom em áticos es su índole entim em ática: esto, por lo demás, ya lo había señalado y tratado am pliam ente Aristóteles en su Retórica, en II, 21, sobre­ todo. El carácter entim em ático del gnom em a hace de él un tipo textual muy peculiar. El gnom em a es una unidad que no se une, por lo general, a otros gnom em as para constituir los textos gnom em áticos. Por lo general los textos gnom em áticos, en la m edida en que son m ononucleares y constan de una sola sentencia, son m onognom ém icos: constan de un solo gnom em a. De esta manera, un gnom em a viene coincidiendo, en la práctica, con un proverbio, una m áxima, un dicho, etc. Aunque raros, hay, empero, en el refranero m exicano, refranes com puestos de dos o más gnom em as.49 48. 49. Dizionario di Filosofía , Torino, Unione Tipografico-Editrice, 1961, ad loe. Véase nuestro Lenguaje y tradición en México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1988, pp. 1 6 yss. 69 E l hablar lapidario Por lo demás, es evidente que el gnom em a tiene una serie de otras características tanto de tipo formal como de tipo discursivo que irán apare­ ciendo a lo largo de estos capítulos. Las especificaciones aristotélicas de lo que es un gnom em a y de la m anera como se inserta en el discurso práctica­ m ente se reducen a eso; además, apenas hubo quien se ocupara, después de él, de hacer una caracterización del género y de sus funciones discursi vas, ni, m ucho menos, quien se encargara de estudiar su gran variedad formal. Cuando se trata, en efecto, de encontrar denom inadores com unes en la vasta fam ilia textual gnom ém ica, “ invariants extrapolés d ’une masse de variables interdépendentes”,50a partir de nuestro corpus de refranes m exicanos, puede uno percibir m ejor su gran diversidad formal y la gran com plejidad de sus estructuras y funciones. De acuerdo con los sondeos practicados a nuestro corpus, y a reserva de elaborar más adelante su tipología de m anera precisa y com pleta, los textos dom inantes y que podríam os considerar como refranes-m odelo son del tipo gnom em ático, de acuerdo con la term inología aquí acuñada, o refranessententia de acuerdo con la term inología retórica.51 En la antigua retórica, una sententia, en efecto, es un pensamiento “infinito” (esto es, no limitado a un caso particular), formulado en una oración, y que se utiliza en una quaestio finita com o prueba o com o ornatus. En cuanto prueba la sententia entraña una auctoritas y está próxima al iudicatum. En cuanto ornatus la sententia comunica al pensamiento finito principal una luz infinita y, por tanto, filosófica: Quint. 8, 5 ,2 consuetudo iam tenuit, ut ... lumina ... praecipueque in clausulis posita "sententias" vocaremus. El carácter infinito y la función probatoria de la sententia proceden de que ésta, en el medio social de su esfera de validez y aplicación, tiene el valor de una sabiduría semejante en autoridad a un fallo judicial o a un texto legal y es aplicable a muchos casos concretos (finitos).52 La sentencialidad del refrán, pues, ha de identificarse con su carácter entim em ático aquí señalado. Esta definición de sententia, por lo dem ás, me parece que resum e bien la posición de la retórica antigua con respecto a nuestro tipo textual a partir de Aristóteles; retom ada, puede servir de base 50. 51. 52. 70 Voir, Marc Angenot, La parole Pamphlétaire. Contribution á la typologie des discours modernes, Payot, Paris, 1982, p. 30. Para estas primeras observaciones, me baso en Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de la literatura, tres volúmenes, Madrid, Gredos, 1965-1975, nn. 872 y ss. Lausberg, op. cit., n. 872. E l HABLAR LAP1DARJ0 para nuevas e importantes vías de investigación: amén de trazar un pequeño cuadro de los subtipos textuales que conform an el discurso lapidario, no sólo da una idea muy exacta de cuáles son las funciones discursivas del refrán y cómo las realiza,sinoque hace unapropuesta sobre el posible ám bitoen que se origina el discurso gnómico. A las funciones entim em ática y de ornato propias del gnoma habría que añadir, con Aristóteles, el parádeigma. La antigua retórica diserta am plia­ m ente sobre el entim em a y el parádeigma : más aún, Aristóteles dice clara­ m ente que “ la dem ostración retórica es el entim em a” .53 La función del ornato, en cam bio, no está desarrollada en su Retórica. La reflexión retórica posterior, sobre todo a través de Quintiliano, se extiende m ucho sobre la función que el ornato desem peña en el discurso y sobre sus m ecanism os. Enfatiza, por ejem plo, que el ornato es uno de los recursos de la argum enta­ ción54 necesarios al discurso para que no carezca de arte, tenga variedad y no sea aburrido. Sin embargo, el ornato am plifica el discurso y, de por sí, va en sentido opuesto a la lapidariedad.55 La retórica sugiere, como recursos de ornato para el buen discurso argum entativo, tanto al parádeigma o exemplum , al que la Retórica de Aristóteles se refiere explícitam ente en muy variadas o casio n es,56 como a gnoma o sententia. M ientras que el gnoma o sententia funciona dentro de un esquem a argum entativo de tipo silogístico, el exemplum lo hace dentro de-un esquema argumentativo fundam entalmente inductivo: en todo caso, el m ecanism o de inserción de ambos en el discurso argum entativo es la analogía que, por lo demás, tam bién se em plea en los refranes que funcionan en el discurso mayor con la función de ornatus. Como dice muy bien Quintín Racionero, el traductor de la Retórica de Aristóteles al 53. 54. 55. 56. Retórica, 55a. L a Institutio oratoria de Quintiliano (4 ,1 4 ,3 3 ) recomienda un discreto ornato en la elocución. Ahora bien, la mismaretóricaantiguamenciona varias formas de ornato una de las cuales es atribuida a los textos gnómicos como \&sententia y aún al exemplum. Cfr. H. Lausberg, op. cit., núm. 6 1 ,3 , tomo I, p. 110. Del “ejemplo” la Retórica de Aristóteles habla en varias partes: en 56b, por ejemplo, dice que el parádeigma es una inducción mientras que el entimema pertenece al silogismo o argumento deductivo. La fuerza argumentativa del ejemplo se basa, en efecto, en la relación de semejanza entre la situación referida por el discurso y la referida por el parádeigma. En nuestro corpus, como señalaremos más adelante, hay varios grupos de refranes que mediante el mecanismo de una figura funcionan en el discurso como un parádeigma : me refiero a los refranes “como”. Para una lista completa de los lugares en que Aristóteles habla del parádeigma véase Aristóteles, Retórica, Introducción, traducción y notas por Quintín Racionero, Madrid, Gredos, 1990, p. 611. 71 E l hablar lapidario español, “el ejem plo es el correlato inductivo del entim em a en cuanto que propone generalizaciones probables, que, o bien son persuasivas por sí m ism as, o bien lo son como prem isas plausibles de un silogism o” .57 En efecto, la oferta de autoridad que un gnom em a hace no le viene tanto de la evidencia como de la autoridad. Aristóteles y, en general, la antigua retórica se refieren m ás al segundo tipo que al primero. Quizás, si se habla de una m anera muy general, se pueda afirm ar que la evidencia engendra las form as populares de los textos gnóm icos como los refranes o los dichos; m ientras que la autoridad engendra las form as cultas como las sentencias, m áxim as, adagios y aforism os. En todo caso, ello m uestra que la fam ilia a la que pertenecen nuestros hum ildes refranes está muy em parentada, tanto desde el punto de vista formal como del discursivo, con las leyes, m andatos y consejos de que se alim enta la literatura sapiencial. Al respecto, dice Lausberg: La sententia — com o un texto legal— es también fuera del contexto del discurso un pensamiento formulado (con mayor o menor precisión) de la sabiduría popular: Quint. 8, 5, 3 haec vox universalis, quae etiam citra complexum causae possit esse laudabilis— Naturalmente (com o pasa también con los textos de la ley) son posibles nuevas sentencias (Quint. 8, 5, 15 nova sententiatum genera ), que surgen con la misma pretensión de universalidad.58 Por lo dem ás, tanto la sentencialidad del refrán como su función dentro del discurso han sido señaladas, en general, en todos los tratados antiguos de retórica. Aristóteles (Rhétorique, 11,21), nada menos, dice que un gnoma es una aseveración; pero no, ciertam ente, de cosas particulares, com o, por ejem plo, de qué naturaleza es Ifícrates, sino en sentido universal, y tam poco de todas las cosas, como, por ejem plo, que la recta es contraria a la curva, sino de aquellas precisam ente que se refieren a acciones y son susceptibles de acción o rechazo en orden a la acción. De este modo, pues, como el entim em a es un si logismo sobre este tipo de cosas, resulta entonces que las conclusiones y principios de los entimem as, si se prescinde del propio silogism o, son, sobre poco más o m enos, gnomai.59 57. 58. 59. 72 Aristóteles, Retórica , op. cit., p. 188, n. 63. Ibid. El subrayado es mío. E l hablar lapidario El discurso gnomemático, por tanto, no sólo es de tipo entim em ático sino que, por ello mism o, tiene una conexión tam bién de tipo entim em ático con el contexto textual: vale decir, con el discurso m ayor en el cual funciona el gnom em a. Por su parte, Isidoro de Sevilla60 dice: Sententia est dictum impersonate y distingue la sententia de la chria porque “ sententia sine persona profertur ” , sin embargo nada dice de sus funciones discursivas. Ernst Robert Curtius, en su ya clásica obra Europaische Literatim und lateinisches Mittelalter,b' hablando de los aforism os dice que: “ Quintiliano los llamó sentencias (propiam ente “juicios”), porque se asem ejan a las resoluciones de las asam bleas públicas (VIII, V, 3). Son versos hechos para retenerse; se aprenden de memoria, se coleccionan, se ordenan alfabéticamente para facilitar su consulta” . Los catálogos y esta función sapiencial de los refranes, m encionados por Curtius, muestran que ni las funciones discursivas, ni la índole de este tipo textual son de tipo obligatoria y exclusivam ente oral. De lo dicho por Curtius se desprende, además, que uno de los ám bitos propicios para el nacim iento del discurso lapidario puede haber sido el de la didáctica. Se puede deducir de ello, además, que los refranes tienen, como función discursiva propia, una función didáctica que bien se puede agregar a las ya referidas funciones argum entativas y de ornato, com pletándolas desde otro punto de vista. Esta función didáctica de los refranes está muy próxim a, por lo dem ás, a la función discursiva que la retórica asigna al exemplum. El Epítome de la elocuencia española escrito en 1725 por Francisco Joseph A rtiga62coloca al refrán entre las “figuras de sentencias” y dice: El refrán, ó la apariencia es una sentencia aguda que de usada, y muy antigua, por verdadera sejuzga. Suele exornar la oración, y com unm ente se usa, persuadiendo, ó disuadiendo con elegancia, é industria.63 60. 61. Etymologiae, II, II. Bern, Francke AG Verlag, 1948. Cito por la traducción al español, Literatura europea y edad media latina , 2 tomos, M éxico, FCE, 1955, vol. I, p. 92. 62. 63. Madrid, Viudade Alphonso Vindél, s/f. Op. cit., p. 321. 73 E l hablar lapidario Según se puede ver, aunque la función discursiva del refrán esté, para esta época, casi reducida al sim ple ornato, aún se m enciona la función argum entativa: “persuadiendo o disuadiendo” . Por otro lado, es interesante observar cóm o A rtiga atribuye el origen de la autoridad que tiene el refrán dentro del discurso a la antigüedad y al uso. En cam bio, entre las características lógico-sem ánticas de este tipo textual, que hay que preservar y resaltar a toda costa entre los rasgos distintivos del discurso lapidario o gnóm ico,64 está su ya m encionada “ infinitud” : un texto lapidario es un texto “ infinito” en el sentido de que su validez no está lim itada a un caso particular.65 La term inología retórica di vide los asuntos o tem as del discurso, según su grado de concreción, en dos grandes grupos: la thesis o quaestio infinita que es “abstracta, general y teórica”6667y la quaestiofinita que es concreta, individual y práctica y que los griegos llam aban ypothesis. Un gnom em a es una thesis. Las cuestiones infinitas son asunto de la filosofía; las finitas, en cam bio, de los otros tipos de discurso y son llam adas causa por la term inología de la retórica muy ligada al discurso forense. De hecho, a decir de la retórica, la autoridad de la sententia le viene del hecho de funcionar como algo ya juzgado: iudicatum.61N uestro discurso gnom em ático, pues, no es abstracto, general y teorizante, sino que está dotado de autoridad y funciona como una filosofía. Otra característica fundam ental del gnom em a es su ya m encionado carácter “ adiectivo” :68 es un tipo textual “parásito” que desde el punto de vista del discurso funciona siem pre como pegado a un discurso principal. La sentencia nunca es el discurso principal: es más accidente que substancia, según la term inología aristotélica. Como decíam os arriba, se trata de una 64. 65. 66. 67. 68. 74 Como bien se sabe, el concepto de “rasgo distintivo”, nacido en el seno de la fonología, (véanse los Gründzuge der Phonologie de N. S . Trubetzkoy, que cito en la traducción española publ ¡cada en 1973 por la Ed. Cincel de Madrid) ha inspirado numerosas investigaciones en el ámbito de la crítica literaria. Para unadiscusión sobre la cuestión de los rasgos distintivos puede verse aZarco Muljacic, Fonología general. Revisión critica de las nuevas corrientes fonológicas (Barcelona, Ed. Laia, 1974) con una amplia bibliografía. Según la Institutio oratoria Quintiliani (3, 5, 5), infmitae sunt quae remotispersonis et temporibus et locis ceterisque similibus in utramque partem tractantur .... quaestionesphilosophó convenientes. (Citado por Lausberg, op. cit., núm. 69). Lausberg, op. cit., núm. 69. La célebre Rethorica ad Herenium (2, 13, 19) dice que iudicatum est de quo sententia lata est aut decretum interpositum. (Citado por Lausberg, op. cit., núm. 353) Acuñamos este vocablo derivado del verbo adjicio, “añado”, porque la palabra “adjetivo”, que es la adecuada, funciona desde hace mucho como término técnico y tiene una connotación más gramatical que aquí no viene al caso. E l hablar lapidario quaestio infinita que se aplica a una quaestio finita. Su lógica consiste en traer a cuento un principio de validez general para ilum inar el caso particular que se discute. Como texto “adiectivo” que es, la sentencia tiene dos funciones con respecto al discurso principal, según la retórica: servir de prueba y servir de adorno.69 Tiene ya un carácter apodíctico,70 ya un carácter ornam ental según sea tanto la función que desem peña en el discurso como el consecuente nexo que tenga con el discurso principal. En el caso de los refranes, aunque están docum entadas en la retórica antigua estas dos funcio­ nes, y de hecho los m ecanism os de transm isión históricamente local izables se refieren a ambas, la estructura m ism a del refrán y su incrustación dentro del discurso privilegia la función apodíctica sobre la ornam ental. Em pero, nos encontrarem os con que los refranes exclam ativos prefieren, en general, otros m ecanism os discursivos y una función preferentem ente ornam ental. En efecto, si echam os una provisional ojeada, tanto a la estructura del refrán como a la lógica de su m ecanism o de incrustación dentro del discurso quedará más de m anifiesto que su función dom inante es de tipo apodíctico y, por ende, su vinculación con el discurso jurídico. Si, a reserva de lo que direm os más adelante sobre las características form ales y estructurales del refranero, agrupam os los textos de nuestro corpus en refranes que adoptan la form a de una exclam ación o exclam ativos, refranes que adoptan la form a de una interlocución o connativos, y refranes que adoptan la form a de una sentencia o declaración; direm os que, sin importar su forma, la relación del 69. 70. La función argumentativa en los refranes, como ya se ha insinuado arriba y quedará claro más adelante, en el caso de los refranes de nuestro corpus se bifurcaen las modalidades inductivay deductiva. Y a hemos visto, además, cómo la función de ornato emplea como recursos tanto la sententia como el exemplum; además, ciertos textos de nuestro corpus catalogables primariamente desde el punto de vista discursivo como textos de ornato, son susceptibles de desempeñar dentro del discurso mayor una función paraentimemática. De este modo, se puede decir que los refranes de nuestro corpus se insertan en el discurso mayor al que se adhieren yaen la función de sententia , yaen la función de exemplum, ya, en fin, en la unción de ornatus. Estas funciones no son puras, en todo caso. Usamos el término “apodíctico” en el mismo sentido en que se utilizaen la lógica cuando se habla de la “argumentación apodíctica” para denominar el tipo de argumentación que partiendo de premisas ciertas y necesarias llega a una conclusión cierta y necesaria. En sentido estricto, una proposición apodíctica es unaproposición irrefutable y, por tanto, absolutaen el sentido de que su validezno está condicionada. El vocablo apodeiktikos, como se sabe, deriva del vocablo griego apódeixis que significa “demostración”. “A podíctico”, en primera instancia, significa lo mismo que “argumentativo”: la función apodíctica de los refranes, por tanto, es la de servir de prueba o argumento supremo en un proceso argumentativo. Por tanto, “apodíctico” vale aquí tanto como “absoluto” en el sentido de una ley cuya aplicación tiene una vigenciauniversal de validezen cualquier circunstancia. El carácterapodíctico del refrán desde el punto de vista discursivo alude, por tanto, a esa validez argumentativa absoluta y por encima de cualquier circunstancia. 75 E l hablar lapidario refrán tanto con su contexto textual como con su entorno situacional es com o de una sentencia infinita con un texto finito: el discurso o entorno siem pre viene siendo un caso particular de la ley o principio énnunciado por el refrán. Haciendo un recuento de los rasgos distintivos del gnom em a hasta ahora recabados, diríam os que se trata de un texto form alm ente breve, conciso, preciso y denso; y discursivam ente parásito y sentencioso en el sentido de entim em ático. Desde luego, no son ésas las únicas cualidades ni form ales, ni discursivas del gnom em a. Para estudiar las funciones discursivas del refrán hay que intentar, como prim era m edida m etodológica, una clasificación de nuestro corpus tom ando como elem ento discrim inatorio, precisam ente, la función que cada refrán puede ser susceptible de desem peñar en el discurso actual. En este test de discursividad, hay que advertirlo, hay im plícita una especie de “gram aticalidad” de índole parecida a la chom skyana, parte de los conocim ientos im plícitos que un hablante nativo tiene, que nos perm ite saber a ciencia cierta cuándo el uso de un refrán es “gram atical” o no. Sin em bargo, como ya decíam os, el gnom em a es la unidad del discurso gnom em ático. La term inación -em a de este térm ino indica, en efecto, que se trata de una unidad funcional de ese tipo discursivo y que está acuñada con los m ism os principios con que en otros ám bitos de la teoría del discurso se han identificado com o unidades de los respectivos discursos al narrem a, com o se llama en el análisis del relato a la unidad m ínima de la acción narrada;71y como se llam an en otros niveles del análisis a otras unidades funcionales com o el estilema, morfema, fonema, lexema, etc.72 Si bien, como señala M arc Angenot, partim os de la suposición de que todo conjunto sem iótico com plejo está com puesto de un núm ero finito tanto de unidades funcionales com o de reglas de com binación que a su vez dan cuenta del conjunto al que pertenecen.73 71. 72. 73. 76 Véase, por ejemplo, Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüística, Barcelona, Ariel, 1991, p. 191. Parael significadode estos términos usuales en lingüística puede verse los yacitados diccionarios de Jean Dubois o de Giorgio Raimondo Cardona y, en general, cualquier diccionario de lingüística. Para el término “fonema”, en concreto, pueden verse además los Principios defonología de N . S . Trubetzkoy, Madrid, Cincel, 1973; para “lexema” véase G. Haensh / L. W olf / S. Ettinger / R. Wemer, La lexicografía. De la lingüística teórica a la lexicografía práctica, Madrid, Gredos, 1982, pp. 195 y ss. Marc Angenot, La parole pamphlétaire , Paris, Payot, 1982, p. 31. Como bien se ve, este mecanismo generativo está tomado de lagramáticagenerativo-trasformacional. Más detalles pueden verse enNicolás Ruwet. Introducción a la gramática generativa, Madrid, Gredos, 1974,p p .60yss. Paraunaevaluación más reciente del modelo chosmkyano puede verse Rocío Caravedo, La competencia lingüística. Crítica de la génesis y del desarrollo de la teoría de Chomsky, Madrid, Gredos, 1990. E l hablar lapidario Se trata, en efecto, de unidades de análisis en uno de los niveles del texto; en nuestro caso sería la unidad de los textos que aquí llam am os lapidarios. Este tipo de unidades universales de un género de discurso o, m ejor dicho, de unidades categoriales de un tipo de análisis son susceptibles de ser com bina­ das y de funcionar como elem entos “ léxicos”, según ciertas reglas, para dar cuenta (“generar” según la term inología chom skyana) de los textos de un determ inado sistema textual, de una lengua determ inada y, en casos como el que nos ocupa, de un tipo textual que, como bien se sabe, actualizan las lenguas de una m anera especial. En concreto, este tipo de unidades tienen tanto una estructura como un com portam iento textual del que ya hablam os en el prim er capítulo. U nidadesy reglas constituyen, bien se sabe, una gram ática de tipo generativo concebida como un m ecanism o finito capaz de “generar” un núm ero infinito de textos de un género determ inado. Como bien se sabe, este m ecanism o ha sido discutido en los dom inios de la gram ática generativa ya m encionada.74 Ya hemos dicho, empero, que estas unidades discursivas, los gnomemas, no se unen a gnom em as sino que su peculiaridad es unirse a unidades discursivas mayores. Se trata, por tanto, de unidades discursivas peculiares en la m edida en que el tipo discursivo es peculiar, como hemos señalado en el primer capítulo. Una propiedad adicional, en efecto, del discurso gnomemático es la de “colorear” el discurso m ayor en que se enclava convirtiéndolo en lapidario. Discurso gnom em ático, por tanto, es no sólo el gnom em a, propia­ mente dicho, sino tam bién aquel discurso que acepta gnomemas. En el prim er caso, el térm ino “gnom em ático” es usado en sentido estricto; el segundo, en cambio, en sentido lato. En nuestro caso, nos ocupamos de ambas situaciones. De acuerdo con lo dicho, por tanto, el incrustar gnom em as en discursos m ayores es una m anera tipificada de hablar y de razonar. En efecto, com o se 74. N o esel caso de darcuentadelaenormebibliografíaquelalingüísticagenerativahaproducido. Páralos conceptos aquí esbozados, nos hemos servido especial mente de la síntesis que ha hecho Nicolas Ruwet en su Introduction á la grammaire générative (Paris, Librairie Pión, 1967). Nos hemos servido de la traducción que de Iasegundaedición francesa ha publicado en 1974 la Editorial Gredos de Madrid bajo el título de Introducción a la gramática generativa (pp. 60 y ss.). Para una evolución posterior de la escuela generativista en el ámbito del análisis del discurso, puede tanto el trabajo de Nicolas Ruwet, Théorie syntaxiqueet syntaxe dufrancais (Paris, Ed. du Seuil, 1972) como el de Jean-Claude Milner, De la syntaxe á Vinterpretation. Quantités, insultes, exclamations (Paris, Ed. du Seuil, 1978), sobre todo aunque no exclusivamente, por sus análisis de las exclamaciones e insultos. Para una idea de las principales tendencias del generativismo en sus primeros 25 años, aún es útil el balance hecho por Frederick J. Newmeyer en El primer cuarto de siglo de la gramática generativo-transformatoria (1955-1980), Madrid, AlianzaUniversidad, 1982. 77 E l hablar lapidario desprende de lo dicho, la característica más im portante del discurso gnom em ático, desde el punto de vista discursivo, consiste en ser entimemático. El discurso gnom em ático, por otro lado, es una m anera de razonar y de hablar a partir de lugares comunes: una serie de lugares com unes asum idos por un grupo social que, como verdades dotadas de autoridad, son insertados en el discurso ordinario m ediante el vivaz m ecanism o de un entim em a. En el libro prim ero de su Retórica , Aristóteles distingue fundam entalm ente dos tipos de discurso dem ostrativo: los que se basan en ejem plos cuya dem ostración es de tipo inductivo y los que se basan en entim em as y que, por tanto, son discursos deductivos.75 La retórica se ocupa de los entim em as.76Es im portante señalar que los refranes, de los que hablarem os más explícitam ente en los capítulos que siguen, son esos lugares comunes. Ahora bien, los entim em as y, con ellos la retórica, se ocupan de asuntos de opinión, no de verdades científicas. Por otro lado, las circunstancias de un refrán constituyen con el refrán m ism o una especie de estructura em blem ática en donde el refrán hace las veces de lem a y las circunstancias, la de figura. Esta es otra característica del discurso gnom em ático. Lo podríam os llamar su em blem atism o. Com o vere­ mos, en él descansa una buena parte de su potencialidad para decir m ás de lo que enuncia. Es decir: en el em blem atism o descansa buena parte de sus virtudes de lapidariedad. Por lo anterior, debe quedar claro que el cam ino por el que exploram os las características textuales del discurso lapidario es un camino mixto: a la vez axiom ático que inductivo.77 En efecto, para construir una gram ática del discurso lapidario, así sea breve, postulam os que todo sistem a sem iótico está constituido por unidades funcionales y reglas que indican el em pleo de esas unidades funcionales para conform ar discursos que puedan ser llam ados lapidarios: en esa m edida, nuestro cam ino es axiom ático. Pero tam bién es inductivo dado que los rasgos característicos del discurso lapidario son tom ados del corpus a través de diferentes análisis tanto form ales com o discursivos y aún lógicos. 75. 76. 77. 78 Retórica. 1.2.4. “Llamo entimema al silogism o retórico”, dice Aristóteles, op. cit., 1,2.4. Marc Angenot ha trabajado con una metodología parecida en La parole pamphletaire, op. cit. para documentar este tipo de discurso. Ill ¿QU É ES UN REFRÁ N ? El t é r m in o “refrán” Tanto los vocablos “refrán” y “refranero” como la expresión “refranero m exicano” form an parte del núcleo central de este libro. Es conveniente, por tanto, por razones no sólo de orden sino m etalingüísticas, una palabra sobre ellos. Por lo que hace a la palabra “refrán” , reiteram os lo que ya hem os dicho con m ás am plitud en otra p arte.1A saber: que su etim ología es oscura; que son dos las principales propuestas de explicación etim ológica la m ás antigua de las cuales se rem onta a don Sebastián de Cobarruvias12 para quien la palabra “refrán” proviene del verbo latino referre y, en concreto, “a referendo, porque se refiere de unos y otros. Y tanto es refrán que referirán, porque m uchos, en diversos propósitos, refieren un m ism o refrán que fue dicho a uno” . Cobarruvias, como se ve, piensa que el vocablo “refrán” alude al hecho de que se trata de textos que andan de boca en boca. La segunda opinión, en cambio, muy difundida en la actualidad entre los etim ólogos com o C oram inas, hace derivar el térm ino “refrán” del verbo latino frangere , que significa “rom per” o “quebrar” . La derivación es explicada a través de refringere, un derivado de frangere, del que habría provenido el térm ino refranh que en la antigua lengua de Oc significaba, “estribillo” , que en la m ism a lengua de Oc derivaba del verbo refránher el cual, a su vez, provenía de fránher, “rom per” . Producto de estas derivacio­ nes habrían sido tanto el térm ino catalán refrany, proverbio, como el vocablo francés refrain, estribillo. De refrain nuestro vocablo “refrán” que origina­ riam ente significó “estribillo” cuya docum entación m ás antigua en nuestra 1. 2. Sobre el origen del vocablo “refrán”, puede verse lo dicho en nuestro libro Refrán viejo nunca miente, op. c/7.,pp. 42 y ss. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Primer Diccionario de la lengua (1611), Madrid / México, Ediciones Turner, 1984. 79 E l hablar lapidario lengua es hecha rem ontar por Corom inas hasta el léxico del siglo X III. Cabe señalar que el vocablo francés refrain aún conserva la prim itiva acepción de “estribillo” con que nació.3 Se puede decir, por lo dicho, que el origen de nuestro térm ino “refrán” sigue siendo oscuro. A sabiendas de las dos tradiciones existentes en la historia literaria hispánica tanto del uso del térm ino “refrán” como de su concepto, de que ya hem os hablado en Refrán viejo ,4 se puede decir que en el uso actual del térm ino continúan prevaleciendo las m ism as dos actitudes: la de quienes distinguen entre “ proverbio” y “ refrán” , por una parte, y la de quienes continúan diciendo que “refrán” es lo mismo que proverbio, sentencia, adagio, m áxim a y aforism o. Alain Rey, el prefacista del Dictionnaire de Proverbs et Dictons5 recoge, por ejem plo, las dos posiciones ya cuando, poniendo como ejem plo al célebre parem iólogo norteam ericano A rcher Taylor, profesor de la Universidad de California en Berkeley y autor del célebre libro The Proverb, dice por un lado que: eminentes especialistas han sostenido que se trataba de nociones indefinibles debido a su complejidad. En efecto, una serie de palabras: proverbe, dicton, máxime, aphorisme, adage, sentence, locution, citation [...] son más o m enos confundidas con frecuencia, por lo menos en algunos de sus em pleos, en francés. Ello vale también para otras lenguas [,..]6 M ientras que a la página siguiente, abordando el importante problem a de la tradición, a propósito de la transm isión de los refranes se m uestra defensor de la postura contraria cuando dice que “el refrán se opone a la sentencia, el adagio, la m áxim a por el peso histórico y social de una transm isión anónim a y colectiva, y más aún por las diferencias de contenido.”7 La tradición parem iológica española que empezó con la firme convicción de distinguir los proverbios de los refranes se fue, por tanto, extinguiendo al enseñorearse del cam po léxico el térm ino “refrán” en detrim ento de las dem ás denom ina­ ciones. 3. 4. 5. 6. 7. 80 Por lo general. como decía, esta opin ión es sustentada tanto por J. Corominas en su Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana. 4 tomos. Madrid. Gredos. 1954, como por los principales críticos actuales. Op. cit.. pp. 43 y ss. Dictionnaires le Robert. Les usuels du Robert, nov ena edición. París. 1989. Op. cit.. p. X. Latraducción es mía. Op. cit.. p. XI. Latraducción es mía. ¿Q ué es un refrán ? Q uedaaún pendiente lacuestión del nombre que ha de dársele al género: ante esta variedad tan grande de nombres como ha cargado y sigue cargando a cuestas nuestro tipo textual, conviene preguntarse ¿cuál es el nombre genérico con el que se ha de designar y por qué? Por todo lo que aquí hemos dicho está claro que nuestra respuesta es que el nombre de este prodigioso tipo textual debe ser el de “ refrán”, ni más ni menos: “refrán”, no “proverbio” ni “dicho” que son los térm inos que más le disputan el nombre. Hubiera habido otras posibilidades: don Joaquín Calvo Sotelo, en su “prólogo a la segunda edición” del Refranero general ideológico español de Luis M artínez Kleiser8 propone, por ejem plo, denom inar “dicho” al género próximo, “es el tronco, dice, que las abraza, la raíz fértilísim a de donde les sube la savia unificadora” . Otra posibilidad hubiera sido llamarles paremias. Sin embargo, esta denominación carece de tradición amén de que estamos más acostum bra­ dos a 1lamarles refranes independientemente de si nacieron siendo aforismos, proverbios, dichos u otra cosa.9 A favor del térm ino “refrán” como nombre del género está, desde luego, la m anera histórica como se ha impuesto esa denominación frente a sus contrincantes y, desde luego, el vocablo “refrane­ ro” que, como verem os, designa a los acervos de este tipo textual. H acia allá apunta tam bién la existencia, en la tradición hispánica, de los refranes sobre refranes, como se verá m ás adelante, en que el adjetivo “ refranero” para designar al individuo muy dado a hablar en refranes prácticam ente no tiene contrincantes a no ser el vocablo “dicharachero” . La r e a l id a d t e x t u a l d e l t é r m in o “ r e f r á n ” 10 Tras haber esbozado el origen, evolución y uso del térm ino refrán, es importante pasar de la palabra a la realidad textual y responder a la pregunta ¿qué son, de hecho, los refranes?; o, al menos para este ensayo, ¿qué vamos a entender aquí por refranes? Para responder a preguntas como las anteriores, es obvio que no funcionan las definiciones, pocas o muchas, que se puedan dar del refrán. Lo que importa, en efecto, en este nuevo recorrido es la realidad 8. 9. 10. Madrid, Hernando, 1986, pág. VI. Entre las tareas que aguardan a la paremiología, habrá que incluir, desde luego, lade un estudio completo de las maneras como se introduce o citaun refrán en un acto de hablacualquierayaoral, yaescrito. Estas fórmulas introductorias, es indudable, darán información adicional sobre el peso y autoridad que se atribuye a los refranes y, desde luego, sobre su función y aún sobre su nombre. Para todo esto puede verse la primera parte de nuestro libro Refrán viejo nunca miente, op. cit., pp. 29 a 175. 81 E l hablar lapidario histérico-lingüística del género. Es necesario, por ello, abordar la realidad del refrán m ediante una descripción de lo que, de hecho, han sido y son los refranes dentro de la textualidad hispánica. En la realidad, los refranes son expresiones sentenciosas, concisas, agudas, de varias form as, endurecidas por el uso, breves e incisivas por lo bien acuñadas, que encapsulan situaciones, andan de boca en boca, funcionan en el habla cotidiana como pequeñas dosis de saber adheridas a discursos m ayores, son aprendidas juntam ente con la lengua y tienen la virtud de saltar espontáneam ente en cuanto una de esas situaciones encapsuladas se presenta a veces sólo para anim ar el discurso y otras para zanjar una discusión sirviendo de argum ento ya deductivo, ya inductivo. , El refrán, en cuanto texto, puede ser abordado desde distintas disciplinas | y cada una de ellas pondrá de m anifiesto alguna de sus características. Puesto que esta investigación tiene como propósito ilustrar la realidad textual del discurso lapidario valiéndose de un tipo textual al que asum e como paradig­ m ático, es preciso esbozar aquí, como se analizará en detalle más adelante, que el refrán, tipo del hablar lapidario, si es visto por el lingüista y el teórico de la literatura, es definido por ellos como una frase estructurada por leyes tanto form ales11como retóricas y dotada, por tanto, de cualidades com o la lapidariedad, la al iteración, el ritmo o la rima; visto por el sem antistael refrán es un enunciado “ó armature symétrique”, para usar la expresión de George B. M ilner,112 construido sobre un sistema de oposiciones; visto por un historiador, un sociólogo o un folklorista, en cambio, el refrán sería asum ido com o la expresión de una sabiduría popular portadora de la sabiduría ancestral y dotada, por tanto, de autoridad. Esta autoridad otorgada a los refranes los hace funcionar en las axiologías que alim entan el hablar cotidiano, como dice Luis A lonso Schokel13, cual “una oferta de sensatez” de los pueblos, especie de sabiduría creadora de tipo práctico que nace de una experiencia tan variada y rica com o la vida m ism a y que se m anifiesta a veces como lucidez para escudriñar, y a veces com o 11. 12. 13. 82 Dada la distinción que en esta disertación hacemos entre “forma” y “estructura” y ante la carencia de un término que exprese en general la acepción de “forma” como “conformación” o “manera de decir” y que abarque tanto la “estructura” como la “forma”, utilizamos aquí “formal” en el sentido de lo relativo a dicha “conformación” o “manera de decir”. “De 1’armature des locutions proverbiales. Essai de taxonomie sémantique”, L ’Homme, 1969, t. 9, Núm. 3, pp. 49-70. Luis Alonso Schókel/Eduardo Zurro, La traducción bíblica: lingüísticay estilística, Madrid, Cristian­ dad, 1977, pp. 20 y ss. /.Qué es un refrán ? convicción profunda em anada del espíritu para aconsejar, adiestrar o contra­ rrestar. Con esto, estam os no sólo enunciando algunas de las principales funciones de los refranes en la vida cotidiana, sino algunas de sus más tradicionales form as, en el sentido explicado en el capítulo anterior. Esta sensatez fundam ental a la que rem iten los refranes no es una sensatez individual: es, sí, la sensatez colectiva de la que se alim enta la m oralidad popular. Los refranes, independientem ente de sus propiedades textuales, son maneras de hablar muy apreciadas por el pueblo en cuyo seno funcionan. Existe, en efecto, una conciencia clara, en el habla popular, del aprecio que la misma habla del pueblo tiene por los refranes: hay, por ejem plo, refranes que hablan de la gran im portancia que se ha de otorgar a los refranes a la hora de tom ar decisiones. Por ejem plo, un refrán español que aún se oye entre nosotros dice que “ los dichos de lqs viej itos, son evangelios chiquitos” .14De esta convicción hay en el refranero español, m anantial en el que abreva el refranero m exicano, diversos vestigios que m uestran con claridad que los refranes tienen en la conciencia popular el rango de verdades puras que sirven para gobernarse en la vida y para gobernar a otros; que, en tanto que verdades, no engañan a nadie; que son los m andam ientos a los que se puede atener, con confianza, el pueblo que los transm ite de boca en boca como los rem edios caseros; y que, en la m edida en que constituyen la herencia de los ancestros, son buenos de m anera que, aunque andan en boca del vulgo, no son vulgares sino que tienen un rango de nobleza que los hace dignos de estar escritos con letras de oro; son, en efecto, el prototipo de toda sabiduría, pues como dice un refrán “quien refranes no sabe, ¿qué es lo que sabe?” . Esta idea no está arraigada sólo en los refraneros hispánicos1516sino que, como lo m uestra bien el Dictionnaire de Proverbs et Dictons,'6este aprecio por el refrán constituye una especie de patrimonio universal. Dicho dicciona­ rio trae, en efecto, a guisa de epígrafes, una serie de refranes que expresan el aprecio que las diferentes culturas profesan al refrán: “ lesproverbes son les lampes des mots’’ (refrán árabe); “sans angles, pas de maison; sans proverbes, pas de paroles ” (refrán ruso). 14. 15. 16. En adelante, todas las caracterizaciones, ejemplos y observaciones que se hagan sobre el mundo de los dichos tendrán como referente el corpus paremiológico mexicano, a no ser que se diga otra cosa. Cfr. Refrán viejo nunca miente, op. cit., pp. 29 y ss. Op.cit. 83 E l hablar lapidario Como se ve, la convicción parem iológica de que los refranes son textos cuya validez norm ativa es tenida en la conciencia popular como análoga a la de los evangelios no sólo es muy antigua sino que está muy extendida. En el mismo sentido, hay una am plia y bien representada tradición en la parem io­ logía hispánica, fuente de la m exicana, según la cual el aprecio popular hacia los refranes, su gran validez, les proviene del hecho de que lo que enuncian es verdadero al grado de que los refranes pueden ser tenidos como verdades, de que constituyen un tipo de sabiduría de la m ism a validez que la sabiduría reconocida institucionalm ente: “refrán de los abuelos es probado y verdade­ ro” ; “tantos refranes, tantas verdades” ; “refrán viejo, nunca m iente” ; “saber refranes, poco cuesta y mucho vale” ; “con un refrán puede gobernar­ se una ciudad” ; “si con refranes y no con leyes se gobernara, el m undo andaría m ejor que anda” . Desde luego, esta convicción insertada en la m isma habla popular pone de m anifiesto una propiedad de los refranes, sobre la que regresarem os más adelante, según la cual los refranes son verdades sociales que al mismo tiem po que tienen una validez discursiva por encim a de toda sospecha: constituyen el corazón de las tradiciones de un pueblo y el pueblo los suele guardaren su corazón como se guarda un legado ancestral. Gracias a este prestigio popular que los convierte en verdades m edias, pueden los refranes desem peñar las funciones gnom em áticas que aquí nos interesan. A lfonso Reyes, que rem ovió todos los rincones de nuestra cultura con espíritu gam busino en busca de pepitas de oro, al hurgar, como solía hacer con todo, el mundo “de los proverbios y sentencias vulgares” 17parece dejar de lado el valor gnóm ico de los refranes y, contra la m ás antigua y autorizada tradición, querer reducir los m últiples y variados usos, funciones, sentidos y contrasentidos de los refranes a la función discursiva del puro ornato. Dice, en efecto: Quieren muchos decir que tienen los proverbios, los pequeños evangelios, grandísima utilidad práctica, y que sirven para orientar la conducta de la gente sin ley; pero yo mejor los entiendo com o manifestaciones desinteresadas, independientes de m óviles de acción, que nacen por una necesidad de reducir a fórmulas la experiencia (ciertamente), pero no para usar de ellos en los casos de la vida, sino para explicar y resumir situaciones ya acontecidas. Una necesidad puramente teórica de generalizar ha originado la mayoría de esas breves sentencias o consejos, y por eso casi todos son inmorales, o mejor amorales, 17. 84 Obras Completas, tomo I, primera reimpresión, México, FCE, 1976, pp. 163 y ss. ¿Q ué es un refrán ? aparte de que quieren más retratar el mundo como es, que no proponer otro como debiera ser. En tal concepto, son comparables con las máximas de La Rochefoucault y los moralistas de su género, que sirven para conocer mejor el alma de los hombres, pero no para orientar la acción inmediata.18 La postura de Alfonso Reyes es no sólo reduccionista sino, en general, falsa: es cierto que se trata de fórmulas que encapsulan la experiencia; es cierto tam bién que la función del refrán no es principalm ente de tipo norm ativo en la m edida en que sirvan para orientar la conducta; sin em bargo, como acabam os de ver, no se descarta en algún caso esa posibilidad. Por lo demás, Reyes no señala que la principal función de los refranes está a nivel discursivo y ello, de una m anera o de otra, es una actividad discursiva. Eso sin m encionar el importante hecho de diferenciar entre los refranes, textos del folklore, y la literatura. De una m anera o de otra, no se puede descartar, como lo hace Reyes, la utilidad práctica, digam os socio-discursiva, de los refranes. Más aún, es muy probable que las más antiguas formas de los refranes hayan sido sentencias del tipo perform ativo en la term inología de J. L. A ustin.19 Del valor que un pueblo atribuye a sus refranes depende, evidentem ente, la capacidad entim em ática que estos pequeños textos tienen en el discurso cotidiano, sobre todo. Si no tuvieran el prestigio de verdades m edias los refranes no podrían, ciertamente, desempeñar ninguna función argumentativa: serían, en el m ejor de los casos, ornato puro. Desde luego, de ese prestigio de los refranes depende tam bién su valor como paradigm as del hablar lapidario: de lo contrario, no pasarían de frases afortunadas cuyo contenido apenas si rebasaría los límites de la significación referencial. Por otro lado, cabe decir que el refrán es, por muchas razones, una form a de la literatura tradicional.20El refrán es, textualm ente, una forma del folklore y a ese sólo título es parte de lo que se llama literatura tradicional en la m edida en que su medio más antiguo de subsistencia y su m anera prim era de transm itirse es lo que suele llamarse la tradición. Poco se ha discutido en la epistem ología el concepto de tradición como instrumento de análisis. Sin 18. 19. 20. Op. cit., p. 167. Cómo hacer cosas con palabras, op. cit., p. 44. Fernando Lcázaro Carreter en “Literatura y folklore: los refranes” aparecido en sus Estudios de lingüística (segunda edición, Barcelona, edición crítica, 1981, pp. 207 y ss.), niega el estatuto de “literatura” a textos que, como los refranes, son “creaciones folklóricas” que tienen con respecto a la literatura “diferencias de función”. Contra esta opinión, quisiéramos recordar que existen posturas que podríamos denominar funcional istas según las cuales es literatura lo que por literatura es tenido. Véase al respecto Tzvetan Todorov, Les genres du discour, Paris. Ed. du Seuil, 1978, pp. 13-26. 85 E l hablar lapidario em bargo, en el caso del refrán como paradigm a del habla lapidaria, que nos ocupa, la perspectiva de la tradición es muy importante no sólo para identificar con precisión los ám bitos en que este tipo textual nace sino las funciones textuales que ha desem peñado y, desde luego, establecer la naturaleza de las im portantes relaciones entre forma y función, al centro de nuestra investiga­ ción. Como en todos los casos de la literatura folklórica, el refrán puede ser asum ido textualm ente como el paradigm a más puro de la tradición.21 Un refrán es una enseñanza encapsulada con arte, reducida al m áxim o y em pa­ quetada en uno de los esquem as m nem otécnicos de la tradición oral con el fin de poder ser retenida más fácilm ente en la m em oria y poder ser transm itida confídelidad a lageneración siguiente: el refrán forma parte, en efecto, del tipo de expresiones que deben ser retenidas en la m em oria como las fórm ulas rituales, las del mundo de la enseñanza o las que vienen del ám bito de la conducta. Aun en los casos en que el refrán parece ser sólo sonido estupendo, tan querido por el barroco tanto m exicano como hispánico, esas expresiones sonoras “ayunas de fondo doctrinal” , como diría M artínez K leiser,22 funcionan discursivam ente de la m ism a m anera que un “refrán tradicional” . Unas veces ornato puro, otras un adorno cuyas funciones sem ióticas dentro del discurso se atienen a otros códigos, se pegan como im ágenes o, com o se verá, por m edio de recursos acústicos. Así nacen los refranes exclam ativos tan frecuentes en ciertos refraneros como el m exicano. Por lo anterior, se puede decir que el refrán es un hecho del folklore. En efecto, si el refrán es un tipo textual tradicional, nada raro, entonces, que una de las características más antiguas de los refranes sea su carácter oral.23 Los refranes son, con respecto al habla, elem entos fijos que el hablante tiene que asum ir tal cual se encuentran: forman parte de la lengua con respecto al habla popular. Sin em bargo, las circunstancias cam bian y lo que una vez fue el referente de un refrán desaparece; al refrán, en esas circunstancias, sólo le queda cam biar o desaparecer: adaptarse o morir. Son m uchas las adaptacio­ nes que un refrán puede sufrir: para que esas adaptaciones pasen de nuevo a 2 1. 22. 23. 86 Sobre las relaciones entre refrán y tradición puede verse nuestro Refrán viejo..., op. cit., pp. 38-42. En su magno Refranero general ideológico español, edición facsímil, segunda reimpresión, Madrid, Editorial Hernando, 1986, p. XX. Sobre laoralidad puede verse, sobre todo, Walter J. Ong, Oral idad y escritura, M éxico, FCE, 1987; véase, también, Paul Zumthor, Introducción a la poesía oral, Madrid, Altea/Alfaguara/Taurus, 1991; y, desde luego, Eugenia Revueltas y Herón Pérez (compiladores), Oralidad y escritura, Zamora, El C olegio de M ichoacán, 1992. ¿Q ué es un refrán ? ser hechos del folklore tienen que pasar por el crisol de la socialización. Cuando una m odificación a uno de estos textos es asum ida por la com unidad en el habla, entonces deja de ser una propuesta individual y se convierte en un hecho colectivo. Los hechos de folklore dejan poco m argen a la m aniobra individual. A LOS ORÍGENES DEL REFRÁN No es difícil m ostrar que el refrán es uno de los tipos textuales actualm ente vigentes de m ayor antigüedad dentro de la cultura humana. Históricam ente se encuentran vestigios del refrán aún en las literaturas más antiguas en form as y estructuras que pueden variar de una lengua a otra pero fundam entalm ente con las mismas funciones. Samuel Noah Kramer, por ejemplo, al describir las tablillas deN ippur24 cuyo material es rem ontable, en algunos casos, al tercer milenio antes de Cristo, se encontró entre mitos, epopeyas, himnos, lam enta­ ciones, fábulas, ensayos, diarios de escuela y, en general, entre un cúmulo de textos producidos por la vida cotidiana sumera, una buena cantidad de proverbios sumeros. En efecto, entre ese material deN ippur, Edward Chiera, primero, y Samuel N oah Kramer, después, encuentran vestigios de un refranero sumero o, m ejor dicho, más de doce colecciones diferentes, de las cuales algunas contenían docenas y otras hasta centenares de proverbios. Una edición definitiva de dos de estas colecciones, publicada bajo su dirección (de Edmund Gordon), reunió casi trescientos proverbios completos, la mayoría desconocidos hasta entonces.2S El material parem iológico parece datable en el siglo XVIII antes de Cristo pero, como muy bien observa Kramer, “muchos de ellos son, con toda seguridad, herencia de una tradición oral archisecular ya en la época en que fueron transcritos” .26Las formas y estructuras parem iológicas que aquí aparecen m uestran bien a las claras, amén de la versatilidad del género, unas 24. 25. 26. Sitio arqueológico situado a unos doscientos kilómetros al sur del Bagdad moderno. Se trata de un antiguo centro religioso sumero de la llanura mesopotámica que data del III milenio. Entre 1889 y 1900 la Universidad de Pennsylvania realizó excavaciones en el lugar encontrando los vestigios de sendos templos a Enl il y a Inanna, ruinas de un pequeño palacio, varios sarcófagos tardíos de arcilla vidriaday, sobre todo, innumerables tablillas en escritura cuneiforme de las más diferentes épocas. Samuel Noah Kramer, La historia empieza en Summer, Barcelona, Ediciones Orbis, 1985, p. 139. Kramer, op. cit., p. 140. 87 E l hablar lapidario estructuras que si bien conservan las huellas de la tradición oral que las remontó, tienen ya la complej idad de géneros 1itéranos escritos muy evolucio­ nados. Kram er se m aravilla de que, pese a la antigüedad de los refranes sum eros, la diferencia de culturas, am bientes, creencias, costum bres, vida económ ica y social, reflejen una extraña herm andad y una m entalidad sobre las cosas fundam entales de la vida hum ana muy sem ejantes a los actuales. K ram er observa, con justicia, el carácter transcultural de este tipo textual: los refranes pasan intactos las épocas, las culturas y las naciones y se instalan en lo más hum ano de la conciencia y percepción de las cosas. Como explicarem os más adelante, cuando hablem os de los refraneros, en un refranero, com o este sumero, aparecen las quejas y lam entos por el sufrim iento hum ano, por la lucha fall ida contra el destino; aparecen, además, las inclinaciones más hum anas, las incertidumbres, las ilusiones; y, desde luego, un refranero recoge las m i 1y una relac iones, con sus respectivas marcas de identidad, que se dan en la vida cotidiana de una sociedad así sea muy sim ple.27 Prácticam ente todas las culturas más antiguas han em pezado sus litera­ turas en torno a tipos textuales gnóm icos que, andando el tiem po, darían origen a nuestros refranes. Es muy ilustrador, por ejem plo, que la literatura gnóm ica del antiguo Egipto haya adoptado la form a de “ instrucciones” o enseñanzas de un padre, norm alm ente un rey, a su hijo, el príncipe; o bien las de un m aestro a su hijo, de un escriba a su sucesor. Las literaturas hispánicas han conservado vestigios bastante claros de que uno de los antepasados del refrán fue el consejo, como tam bién los hay de que otro universo generador de parem ias fue el de la ley. Podría bastar, para probar lo anterior, el hecho de que los prim eros refraneros españoles,28com o los ya citados Proverbios del M arqués de Santillana, aún conserven este m arco que, por lo visto, rem ite a los orígenes m ism os del refrán y a una de sus form as m ás antiguas. Esta función y esta form a parecen haber llegado a la textualidad occidental através del libro bíblico de los Proverbios emparentada directam ente, por lo dem ás, con la literatura parem iológica egipcia y aun babilónica. 27. 28. 88 Kramer, op. cit., p. 141 yss. En realidad, como se sabe, la tradición paremiológica española no arranca de Santillana. Desde los orígenes de lo que sería después lacultura española, mostró una vocación a lasabiduríaparemiológica reconocida por propios y extraños que no es el momento ni el 1ugar de mostrar. Baste mencionar escritores como Lucio Anneo Séneca, Raimundo Luí io, don Alonso Tostado, don Sem Tob para percibirlo. ¿Q ué es un refrán ? Por lo que hace a los vínculos entre nuestro tipo textual y los textos jurídicos, ya hemos m encionado algunos de tipo discursivo y otros de tipo formal: un refrán no sólo asume discursivam ente la función de una sentencia judicial, sino su form a, como se verá más adelante. Por lo dem ás, como ya se ha mencionado el hecho de que ambos tipos textuales comparten la lapidariedad. El género parem iológico, pues, no sólo es uno de los más antiguos sino que está, podríam os decir, en el corazón mismo de la tradición y la tradición encuentra en él uno de sus más claros paradigmas, como hemos señalado. Se puede hasta decir que es un tipo textual que brotó con la prim ordial función de servir de vehículo de la tradición.29 Sin embargo, si el refrán m uestra muchos vínculos con tipos textuales cuya función nucleares latransm isión de una herencia cultural, se puede decir que, desde sus orígenes y por naturaleza, el refrán fue de índole oral y sólo posteriorm ente y con funciones distintas a las parem iológicas se guardó en colecciones y textos escritos que aquí llamaremos refraneros. Otro ám bito igualmente antiguo em parentado con el origen de los refranes es el de la ley. Ya la antigua retórica había relacionado el refrán con la ley desde el punto de vista de las funciones discursivas. Y a hemos señalado, en efecto, los estrechos vínculos que guarda el refrán con las leyes, mandatos, consejos y form as análogas de que se alim enta la literatura sapiencial. Por lo que hace a los textos legales, son muchos los parentescos del refrán con ellos: unos son de tipo discursivo, otros de formal y los hay también de tipo histórico en la m edida en que no son pocos los refranes que aún conservan huellas de su pasado jurídico. Por lo que hace a los vínculos discursivos entre el refrán y la ley, hemos de retom ar lo que ya hemos señalado en el capítulo anterior a propósito de la sententia o gnoma. N uestros refranes, en efecto, tienen en el discurso la autoridad de una sentenciajudicial. A eso se refería la antigua retórica cuando hablaba del iudicatum. La Rhetorica ad Herennium de Cicerón lo definía como id de quo sententia lata est.30Los refranes no sólo asumen la autoridad discursiva de los fallos judiciales sino su m ism a estructura lógica. En efecto, el raciocinio entim em ático de que hablábamos en el capítulo anterior basados en la Retórica de Aristóteles es de idéntica índole al silogism o de determ ina­ 29. 30. Es tradicional la sabiduría china, por ejemplo, que ha llegado a nosotros no sólo del lejano oriente sino de lamás remota antigüedad. Son célebres, por ejemplo, las máximas de Confucio. Rethorica ad Herennium 2, 13, 19 citada por H. Lausberg, op. cit ., n. 353. 89 E l hablar lapidario ción de la consecuencia jurídica. Tanto el entim em a como el silogism o jurídico, en efecto, son de tipo casuístico: Siempre que el supuesto de hecho S esté realizado en un hecho concreto H, vale para H la consecuencia jurídica C. El supuesto de hecho S, generalmente comprendido, está realizado en un hecho determinado, si H, visto lógicamente, es un “caso” de S. Para conocer qué consecuencia jurídica vale para un hecho — cuya procedencia me es siempre dada— tengo, por ello, que examinar si este hecho es subordinable com o un “caso” a un determinado supuesto de hecho legal. Si esto ocurre, la consecuencia jurídica resulta de un silogism o que tiene la siguiente figura: Si S está realizado en un hecho cualquiera, la consecuencia jurídica C vale para este hecho (prem isa m ayor). Este hecho H determ inado realiza S, es decir, es un caso de S (prem isa menor). Para H vale C (conclusión).31 Tanto las leyes com o los refranes y, en general, los textos gnóm icos son enunciados de tipo universal; en el caso de los refranes, lo hem os dicho, expresan pensam ientos provenientes de la sabiduría popular que dan pie a nuevas sentencias que tienen la m ism a pretensión de universalidad. Por lo general, este tipo de textos no se refieren a verdades de tipo teórico sino de orden práctico según aquel célebre pasaje de A ristóteles relativo al gnoma citado en el capítulo anterior.32 Si desde el punto de vista discursivo hay una estrecha relación entre los refranes y los textos legales de m anera tal que prácticam ente com parten la arm azón lógica; si, por tanto, la ley y el refrán en el discurso desem peñan la m ism a función, nada extraño que revistan form as análogas. En efecto, los estudiosos de las 1iteraturas más antiguas han señalado, por ejem plo, que las dos form as más antiguas adoptadas por la ley han sido la casuística y la apodíctica dando pie, respectivam ente, a las leyes casuísticas y a las leyes apodícticas.33 La característica más importante de las leyes form uladas en 31. Karl Larenz. Metodología de la ciencia del derecho, segunda edición. Barcelona/Caracas/México, Ariel. 1980. p. 265. 32. 33. Retórica. \\. 2 \ . 90 Sobre el adjetivo “apodíctico*'. véase lo ya señalado en el capítulo II. En la terminología usada por los científicos de la Biblia, el vocablo “apodíctico". por ello, se usa para denotar proposiciones de validez “absoluta" en oposición, por ejemplo, a las de tipo “casuístico" cuya validez está condicionada a que se cumpla la premisa mayor. Así. por ejemplo. Albrecht Alt en su célebre obra Die Ursprünge des ¿Q ué es un refrán ? forma casuística es su estructura binaria cuya prim era parte enuncia la condición y la segunda lo condicionado. He aquí, a guisa de ejem plo, la secuencia de las leyes 209 a 214 del Código de Hammurabi: 2 09. - Si un señor ha golpeado a la hija de otro señor haciéndola abortar, pagará diez sid o s de plata. 2 10. - Si esta mujer muere, su hija recibirá la muerte. 2 11. - Si su golpe causa el malparto de la hija de un plebeyo, pagará cinco sid o s de plata. 2 12. - Si esta mujer muere, pagará media mina de plata. 2 13. - Si golpeó a la esclava de un señor y motivó su aborto, pagará dos sid o s de plata. 214. - Si la esclava muere, pagará un tercio de mina de plata.34 La prim era parte de las leyes form uladas de form a casuística, como se ve, la protasis, es introducida aquí por la expresión condicional “si...” . Otras form ulaciones casuísticas pueden ser introducidas por otro tipo de expresio­ nes condicionales o dubitativas del tipo de: “ Si...”, “Cuando...”, “En el caso que...” , “ Supuesto...” . Con frecuencia la prim era parte de la ley adopta la forma de una tasación. Esta introducción condicional es seguida de una descripción del caso a que se refiere la ley. Las leyes form uladas en form a casuística pretenden cubrir todos los casos posibles: de allí el nom bre de casuísticas que se les da. La segunda parte de la ley casuística, en cambio, presenta de m anera absoluta y tajante lo condicionado: el contraste entre la formulación casuística de laprótasisy el estilo sentencioso de laapódosishace que esta últim a adopte los aires de un fallo judicial. Es posible encontrar abundantes ejem plos en la m ayor parte de los corpus legales más antiguos del Antiguo Próxim o Oriente: en ellos, no sólo es bastante frecuente este tipo de form ulación sino que se podría decir que la casuística es la forma ordinaria de las leyes. Se podrían citar ejem plos tanto de los códigos legales de Urnam m u (2112-2095 a. de C.), Lipit-Ishtar (1934-1924 a. de C.), Eshnunna (aprox. Isrealitischen Rechts (Leipzig, 1934) hace la distinción formal entre las leyes formuladas en forma 34. apodícticay leyes formuladas en forma casuística: las primeras son absolutas; las segundas, en cambio, están supeditadas al cumplimiento de lacircunstancia condicionante. James B. Pritchard (compilador), l a sabiduría del Antiguo Oriente, Barcelona, Ed. Garriga, 1966, pp. 189 y ss. 91 E l hablar lapidario 1840 y 1790 a. de C.) y Ham m urabi (1792- 1750 a. de C.).35 En la Biblia hay ejem plos de leyes form uladas casuísticam ente.36 Las leyes form uladas en form a apodíctica, en cam bio, son aquellas que contienen sim plem ente una orden o una prohibición: “no m atarás” , “honra a tu padre y a tu m adre” . A veces el m andato o la prohibición van acom pa­ ñadas de la sanción a quien viole la ley. En todo caso, la prohibición o m andato son absolutos, sin atenuantes ni situaciones de excepción. En la Biblia , por ejem plo, los capítulos 17 a 26 del Levítico llamado por la crítica Códice de Santidad y atribuido al Códice Sacerdotal están conform ados casi exclusiva­ m ente por leyes apodícticas.37 N o es difícil m ostrar que una buena parte de las form ulaciones de los refranes actuales, como los incluidos en nuestro corpus, m antienen tam bién estas dos formas. Más aún, investigaciones como las que lleva a cabo Andreas 35. 36. 37. 92 Véase para esto James B. Pritchard (editor). Ancient Near Eastern Texts relating to the Old Testament, Princeton, N ew Jersey, Princeton University Press, 1950, pp. 159-198. Sobre el Código de Hammurabi en especial puede consultarse la excelente edición de Federico Lara Peinado, Madrid, Editora Nacional, 1982. En las páginas 11 y s s ., contiene una excelente introducción al derecho antiguo en el Antiguo Próximo Oriente. Para la segunda mitad del segundo m ilenio antes de Cristo puede consultarse Guillaume Cardascia, Les lois assyriennes, Paris, Les Éditions du Cerf, 1969. J. Alberto Soggin. íntroduzione all ’Antico Testamento, tomo I, Brescia, Paideia, 1968, pp. 147 y ss. La crítica literaria, sobre todo del protestantismo alemán, fue poniendo de manifiesto la realidad textual de la Biblia, hoy un resultado aceptado por todos los investigadores, que en la formación del Pentateuco actual y. en general, del Antiguo Testamento, intervinieron varias fuentes escritas cuyos vestigios son aún detectables. Aunque este atractivo campo de la investigación bíblica aún está siendo explorado; y aunque en los mil y un ámbitos a que se refieren estas investigaciones los científicos de la Biblia tienen muchas divergencias entre sí, se han llegado en por lo menos dos siglos de sabios humanistas a la conclusión de que existen varias fuentes escritas en la conformación del Pentateuco y, en general, de una buena parte de los libros del A. T. Que. por otra parte, esas fuentes escritas pueden reducirse a las cuatro siguientes que han sido utilizadas por el redactor final, muy tardío, de la Biblia tal cual hoy la conocem os: 1).- La fuente J o Yahvista: escrita alrededor del 950 a. C. en la época de Salomón, antes de ladivisión del reino en 926. a. C. 2).- La fuente E o Elohísta: escrita alrededor del año 800 a. C.. antes del profetismo escrito, especialmente de Oseas. 3).- La fuente D que coincide con la forma primitiva del libro del Deuteronomio: escrito alrededor del siglo VII, a com ienzos de la reforma de Josías (622 a. C.) y ampl iado posteriormente. 4 ).-Y, finalmente, la fuente P (letra inicial de la palabra Piesterkodex) conocida también como Escrito sacerdotal: com puesto hacia 550 a. C. durante el exilio en Babilonia y completado en el postexilio. Además de estas cuatro fuentes, los investigadores están de acuerdo, en general, en aceptar al menos en tres redacciones: a).- La redacción R,t:. Después de 722 a. C. (la caída del reino del norte) hubo una primera redacción que fundió en un solo escrito las fuentes J y E. con tal habilidad, que en algunos pasajes no es posible distinguirlas con seguridad. Al escrito resultante se le conoce en el medio de la crítica bíblica como la obra JE (yahvistae!ohísta)ojeho\vista. b ).-La redacción Rr. Es laredacción principal del Pentateuco: durante el exilio una escuela de escritores, probablemente sacerdotes, integró el documento JE en P. c ).- Laredacción R1'"". Esta redacción insertó textos, frases o fragmentos que usan el vocabulario, estilo y temática del Deuteronomio uniendo las fuentes escritas con el Dt o con la obra historiográfica deuteronomista (DtRe). Los críticos no están de acuerdo en si esta redacción fue antes o después de la confección de P. /.Qué es un refrán ? W acke sobre las relaciones entre los refranes jurídicos y el derecho han mostrado en algún caso38 que prim ero se ha dado la regla convencional y de allí se ha pasado a la regla jurídica. Tam poco es difícil m ostrar cuántos refranes han recorrido el cam ino inverso: de ser normas jurídicas se convir­ tieron en refranes. José M. M ariluz Urquijo ha recogido en su Refranero rioplatense del siglo XVIII una buena cantidad de ejem plos.39 En todo caso, o bien las form ulaciones m ás prim itivas de las leyes adoptaron la form a y la función discursiva del refrán, o bien los refranes asumieron una vigencia tal que im itaron en funcionam iento y form a a la ley: bien pudieron los refranes em pezar su función discursiva social como leyes populares paralelas a las leyes de las clases elevadas. P a r a d ig m a s p a r e m io l ó g ic o s Todo lo anterior nos lleva a plantearnos, al menos, la cuestión de la existencia de universales parem iológicos y de la índole que adoptan, en caso de existir.40 No se trata de una cuestión bizantina: se trata, más bien, del importante problem a de si las observaciones y resultados aquí obtenidos a partir de un corpus de refranes “m exicanos” tienen alguna validez en otros ám bitos culturales y cuál es esa val idez. En suma, si los datos que a partir del refranero mexicano obtengam os sobre el discurso lapidario sólo tienen el frágil sustento de un corpus muy particular. Como ya hemos señalado, en nuestra pretensión de estudiar el discurso lapidario analizam os el refranero m exicano con la idea de abonar al discurso lapidario lo que descubram os en este tipo textual asumido aquí com o paradigm a del hablar lapidario en general. Si los textos incluidos en el corpus de refranes m exicanos responden, desde el punto de vista de la tipología textual, a paradigm as muy peculiares del habla m exicana o, cuando m ucho, del habla hispánica, entonces, está claro, la validez de las 38. 39. 40. “Quien llega primero, muele primero”: prior tempore, potior jure. El principio de prioridad en la Historia del derecho y en la dogmática jurídica, en Anuario de derecho civil, tomo XLV, fascículo I, enero-marzo de 1992, pp. 37-52. Mendoza, Rep. Argentina, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, 1993. No es nuestra intención plantear de nueva cuenta la problemática en torno alos universales del lenguaje. El mínimo de universalidad que nos interesa establecer y el enfoque teórico asumido es el propuesto por Eugenio Coseriu en su ensayo “Los universales del lenguaje (y los otros)”, en Eugenio Coseriu, Gramática, semántica, universales. Estudios de lingüísticafuncional, Madrid, Gredos, 1978, pp. 148205. 93 E l hablar lapidario conclusiones que aquí obtengam os sobre el discurso lapidario apenas sobre­ pasará el ám bito casero. Si, en cam bio, existen universales parem iológicos a los que se atiene nuestro refranero m exicano, estará claro que no tendrá tanta im portancia en que una investigación de esta índole se base en este corpus o en este otro. Lo anterior, por tanto, nos conduce a la cuestión de los rasgos distintivos del refrán: ¿qué requisitos debe cubrir un texto para ser considerado refrán? ¿Existen los paradigm as parem iológicos de índole unlversalizante? Las anteriores preguntas justifican una pequeña excursión para dejar sentada la validez de las conclusiones que sobre el discurso lapidario obtengam os a partir de un corpus tan delim itado como el que aquí nos ocupa. Esta excursión tendrá tres m om entos: prim ero nos preguntarem os por la existencia de paradigm as parem iológicos de índole translingüística; en segundo lugar, nos dedicarem os a explorar la existencia, y en caso afirm ativo el tipo de rasgos distintivos parem iológicos tam bién de índole translingüística; y en un tercer m om ento señalarem os, contrastivam ente, algunos rasgos distintivos translingüísticos en dos vertientes, una formal y la otra discursiva. A ntes de indagar la existencia de paradigm as parem iológicos de índole translingüística, hem os de aclarar lo que entendem os por “paradigm a parem iológico” . Con esta expresión denom inam os las estructuras textuales propias de los refranes. En nuestras exploraciones anteriores, por ejem plo, hem os encontrado que los refranes tienen una serie de características form a­ les, discursivas y sintácticas. Hemos visto, adem ás, que existen una serie de coincidencias a nivel discursivo, de tipo muy general, entre los textos del refranero m exicano que conform an nuestro corpus y los gnomai de que habla A ristóteles en su Retórica ; hemos visto que existen algunas características constantes entre los textos considerados gnómicos por diferentes culturas: por ejem plo, se trata de textos breves, concisos, lacónicos y, en general, lapida­ rios; esos textos en diferentes culturas de las más estudiadas, por ejem plo indoeuropeas y sem íticas, se dan en estructuras más o m enos constantes. Es nuestro interés Ilevar a cabo una labor com parativa un poco más expl ícita; lo suficiente, solam ente, como para dejar bien sentados tanto la validez com o el alcance de nuestras reflexiones sobre el discurso lapidario. Sobre los paradigm as parem iológicostransculturales, cabe notar desde un principio que no es difícil encontrar m oldes parem iológicos al m enos de índole transcultural cuyo grado de universalidad puede ser verificado por una investigación ad hoc. Nuestro corpus es susceptible de dividirse en refranes 94 ¿Q ué es un refrán ? trad ¡dónales o transculturales y refranes que podríamos considerar típicos del refranero m exicano. A los prim eros, por lo general, se los encuentra en los estratos m ás antiguos del refranero español y m uchos de ellos provienen de otras culturas. Para m ostrar que los moldes parem iológicos de nuestro corpus no son locales basta con entresacar algunos y m ostrar su presencia en otras culturas. Podríam os proceder a ello por dos caminos: por un lado, m ostrando que las principales estructuras parem iológicas de nuestro corpus son com par­ tidas por otras culturas y, por otro, tom ando un tipo textual parem iológico de índole paradigm ática, por ejem plo, los refranes-sentencia y poner de m ani­ fiesto su existencia en otros sistemas textuales, independientem ente de la form a que sus textos adopten. Desde luego, el hecho de que una parte importante de nuestros refranes no sean caseros y hayan hecho largos recorridos interculturales antes de llegar hasta nosotros, podría bastar para m ostrar que no nos hallam os ante un fenómeno particular. Por ejem plo, algunos de nuestros refranes provienen de las antiguas fábulas. Así, “están verdes, dijo la zorra” es una rem iniscencia de la fábula de Esopo “ la zorra y las uvas” ; tam bién rem iniscencia de una fábula de Esopo es la expresión parem iológica “m atar la gallina de los huevos de oro” ; “el parto de los m ontes” . “ Saber es poder”, en cambio, se rem onta a Bacon; “piedra que rueda no se enm ojece” proviene de la cultura griega a través de Luciano de Samosata. Otra vertiente de transcultural ¡dad le viene a nuestro acervo, por distintos cam inos, de la Biblia, como hemos señalado más arriba. Ya Northrop Frye, en su libro El gran código,41ha mostrado brillantemente cómo la Biblia es el gran código de la literatura occidental a partir del supuesto de que hay una serie de elem entos de la Biblia — ’’las imágenes y la narrativa bíblicas”— que “forjaron una estructura imaginativa en la cual se desarrolló la literatura occidental hasta el siglo XVIII, y en gran m edida hasta nuestros días” .42Concluye, por tanto, que hay una “ influencia literaria recibida”43de la Biblia por las literaturas occidentales, al grado, que: un estudiante de literatura inglesa — dice— que no conoce la Biblia se queda sin entender gran parte de lo que lee; y hasta el más concienzudo de ellos interpretará mal las implicaciones, e incluso el significado.44 41. 42. 43. 44. Editorial gedisa, Barcelona, 1988,281 páginas. Op. cit ., p. 11. Ibid. Ibid. 95 E l hablar lapidario Uno de los presupuestos básicos de Frye es que la Biblia , pese a su conocida y evidente heterogeneidad “tradicionalm ente, ha sido leída com o una unidad, y [...] ha tenido influencia en la imaginación occidental como una unidad” :45 la Biblia desde el prim er libro hasta el últim o narra el aspecto de la historia de la hum anidad por el que se interesa — bajo los nom bres sim bólicos de Adán, Israel, la Iglesia— con una serie de imágenes concretas com o m ontaña, río, ciudad, m onte, jardín, árbol, aceite, vino, m ieses, leche, oveja, pastor, novia, fuente y m uchas otras que al repetirse constantem ente constituyen el principio unifícador de la Biblia y, por tanto, principio de form a.46 Este papel la Biblia lo ha desarrollado independientem ente de la versiones vernáculas; lo importante es la forma tradicional como la Biblia fue fam iliar a los autores europeos a partir del siglo V : ese papel lo desem peñó, de hecho, la Vulgata41en cualquiera de las m uchas vernaculizaciones en que se usó en la vida cotidiana. A Frye le interesan, pues, más que “el verdadero significado” de tal o cual palabra difícil, “aquellos sustantivos tan concretos que es prácticam ente imposible que un traductor se equivoque en traducir­ lo s” .48 Frye ve la Biblia, empero, ciertam ente como un libro literario; pero, dice, “ la Biblia es ‘algo m ás’ que una obra literaria” .49 Para el autor, la Biblia sin “ ser” una obra literaria “ ha tenido una continua y fecunda influencia sobre la literatura inglesa, desde los escritores anglosajones hasta los poetas de prom ociones más jóvenes que yo” .50 Frye está de acuerdo con Blake quien llegó a “ identificar la religión con la creatividad hum ana” y quien dijo: “ El 45. 46. 47. 48. 49. 50. Op. cit.. pp. 12-13. Claude Tresmontant en Ensayo sobre el pensamiento hebreo, Taurus, Madrid, 1962, menciona entre lascategorías típicas del pensamiento hebreo lacreación, el tiempo, laetemidad y lo sensible, por ejemplo. A la traducción latina de la Biblia se le conoce, desde el Concilio de Trento, como Vulgata, o versión “divulgada". El nombre le viene del hecho de que antiguamente circulaban varias traducciones latinas de\a Biblia. La más antigua de ellas circulaba, en el norte de Áfricay en el sur de las Galias, yaen el siglo II de nuestra era. A principios del siglo III. se tiene noticia de que en Roma había otra traducción latina de la Biblia. Todas estas versiones latinas de la Biblia desaparecieron, casi por completo, al aparecer la versión jeronimiana. o sea lo que hoy se 1lama ¡ ulgata. En 1739-1749 P. Sabatier intentó, en tres grandes volúmenes, hacer una edición científica del material de las antiguas traduccioneslatinasdela¿?/¿//'tf.Su obra se tituló Bibliorum sacrorum latinae versiones antiquae seu vetus itálica. Para ello recogió los fragmentos que aparecen en los escritores eclesiásticos latinos. Desde entonces se ha recuperado mucho material de esas viejas versiones que se ha ido publicando por separado. La crítica actual llama Vetus latina al conjunto de esas versiones prevulgata. Jerónimo, por encargo (en 383) del papaDámaso I (366384). revisó las versiones antiguas, las unificó y tradujo lo que fue necesario: el resultado fue la Vulgata. Op. cit., p. 14. Op. cit.. p. 16. Ibid. \ 96 ¿Q ué es un refrán ? Antiguo y el Nuevo Testam ento son el Gran Código del Arte” .51 De aquí toma el título de su libro. Los juicios de valor en crítica literaria, dice Frye, son “ una función m enor y subordinada del proceso crítico” y pertenecen sólo al campo de las “hipótesis tentativas de trabajo, que pueden ser revisadas” . Los juicios de valor, por lo dem ás, no son ni el com ienzo de la operación crítica ni su broche final. De allí que una evaluación que tenga por objeto la literariedad, automáticamente lafrena, laasfixia. El autorresolvió el problema encaminán­ dose a un contexto verbal más amplio, fuera de la literatura, del que, sin embargo, la literatura form ará parte: su m irador fue la Biblia. Frye divide la crítica bíblica en dos grandes vertientes: la vertiente crítica y la vertiente tradicional. La prim era es descalificada sin más por Frye y con ella toda la ciencia bíblica sobretodo desde Jul ius Wel lhausen, a fines del siglo pasado, hasta la fecha: “pues en ningún m omento explica con claridad cómo o por qué un poeta leería la Biblia *’.52 Se trata, dice Frye, de “una crítica aún más baja, o subsuelo, donde la desintegración del texto se convirtió en un fin en sí m ism o” .53 Para el autor, la unidad es uno de los cánones estéticos convencionales: pese a su evidente m ultiplicidad y heterogeneidad, dice, la Biblia siem pre ha sido tenida como una obra unitaria. Cualquier crítica, por tanto, que atente contra esta unidad es sospechosa pues “a pesar de su contenido m isceláneo la Biblia no presenta la apariencia de haber nacido como resultado de diversos e improbables accidentes; el producto final, aunque es ciertam ente el resultado de un largo y complejo proceso editorial, tam bién necesita ser exam inado por derecho propio” .54 La otra vertiente de la crítica bíblica, la tradicional, es más afín al autor pues acepta, dice, “ la unidad de la Biblia como postulado” y nos dice “de qué m anera la Biblia puede ser com prensible para los poetas” .55 Por otro lado, la crítica 1iteraría debe a la Biblia sus tem as más genuinos que sólo podrán ser profundizados en la m edida que se profundice más su relación con la Biblia. 51. 52. 53. 54. 55. Ibid. Op. cit., p. 17. Ibid. Ibid. Ibid. 97 E l hablar lapidario El hombre — dice Frye— existe, no directamente en la naturaleza, com o los animales, sino en el contexto de un universo m itológico, un conjunto de tradiciones y creencias nacidas de sus vivencias [...] nuestra imaginación puede reconocer ciertos elementos de dicho universo cuando se presentan bajo la forma del arte o la literatura [...] La Biblia constituye claramente un elem ento importante de nuestra tradición imaginativa, más allá de lo que aceptemos creer de ella [...]* Según Frye, m uchos puntos en la teoría crítica contem poránea se originaron en el estudio herm enéutico de la Biblia y m uchos otros parecen yacer ocultos bajo los tabúes que la cultura contem poránea ha ido alim entando sobre ella. El autor piensa, en efecto, en una “tipología bíblica” aún poco estudiada por los críticos de la literatura pese a que “m uchos críticos contem poráneos son conscientes de la im portancia que la crítica bíblica tiene para la literatura secular” .5657 M ito, m etáfora, proverbio y tipología son categorías fundam entales para analizar hasta dónde lo religioso altera los procesos m entales ordinarios. Frye dedica a estas categorías la prim era parte de su libro que, titulada “el orden de las palabras” , es introducida por un capítulo sobre la “retórica de la religión” o sea el lenguaje usado por la gente para hablar de la Biblia y de las cuestiones que tienen que ver con ella. “La literatura, dice Frye, continúa en la sociedad la tradición de la invención de m itos”58 según un m ecanism o que podría llam arse de bricolage : recoge elem entos de aquí y de allá. En resum idas cuentas, el libro que Frye propone es, a su m odo, tam bién un libro de bricolage que pretende ocuparse “del impacto causado por la Biblia en la im aginación creadora” .59 La segunda parte del libro, titulada “el orden de los tipos”, constituye, de hecho, el inventario de los principales tipos bíblicos que Frye encuentra con m ás asiduidad en el bricolage constituido por las literaturas occidentales. Frye encuentra que los terrenos en que se cultiva la poesía colindan con los terrenos de lo sagrado. Incluso su tesis del El Gran Código se sustenta precisam ente en ese postulado. Todo libro sagrado, pues, va aparejado invariablem ente a “cierto estracto de poesía” tanto com o a la lengua en que está escrito. La tesis de Frye a este respecto coloca la Vulgata en el lugar de 56. 57. 58. 59. 98 Op. cit., p. 18. Op. cit., p. 20. Op. cit., p. 21. Ibid. ¿Q ué es un refrán ? honor de la influencia para la cultura de la Europa Occidental: “De hecho, dice, la Vulgata, en Europa Occidental, fue la Biblia durante mil años” .60 Nada raro, por tanto, que en nuestros esquemas parem iológicos no sólo del español sino de las lenguas europeas haya tantos refranes que provienen de la Biblia.6' De esta m ism a fuente son una serie de coincidencias form ales de los refranes más tradicionales de nuestro acervo con paradigmas paremiológicos bíblicos. Es im portante señalar que es la investigación bíblica la que más ha explorado, a propósito del libro de los Proverbios, en la investigación sobre las form as de este tipo textual.62 Para el refranero español, perm anente horizonte de nuestra investigación, el sabio traductor m oderno de la Biblia a\ español, Luis A lonso Schókel,6364ha llevado a cabo un estudio comparativo entre las estructuras parem iológicas hebreas y las españolas. Los resultados por él obtenidos nos sirven de punto de partida para nuestra reflexión. Alonso encuentra paralelism os entre ambos sistemas culturales por lo que hace a las estructuras más fundam entales como, por ejem plo, yeshPayn (“hay...” / “no hay...”) y ‘ishPishah (“hom bre...” / “m ujer...”), muy frecuentes en el libro de los Proverbios, y estructuras equivalentes en el refranero castellano. En nuestro corpus textual, están bien representados refranes del tipo de: “hay”, “no hay”, “hom bre + adjetivo” , “hombre + que”, “m ujer + adjetivo”, “m ujer + que” , que como hemos señalado en nuestro libro Por el refranero mexicano,Mtam bién están bien representadas en los refraneros hispánicos. 60. 61. 62. 63. 64. O p. c it., p. 27. Véase lo dicho en R e frá n v ie jo ..., op. c it., p. 66. Son importantes los trabajos de W. Baumgartner: “D ie lite r a r is c h e n G a ttu n g e n in d e r W e is h e it d e s J e s ú s S ir a c h ", Z e its c h r iftfü r A ltte s ta m e n tlic h e r W iss e n sc h a ft3 4 ( 1914), pp. 161 - 198; “D ie is ra e litis c h e W e is h e its lite r a tu r " , T h e o lo g is c h e R u n d s c h a u 5 (1933), pp.259-288; “ The W isd o m L ite r a tu r e " , en H. H. Rowley (editor), The O ld T e s ta m e n t a n d th e M o d e r n S tu d y , Oxford, 1951, pp. 210-237. Igualmente importante son los trabajos de J. Hempel, “D ie F o rm e n d e r S p r a c h e " , en D ie a lth e b r á is c h e L ite r a tu r u n d ih r h e le n is tis c h -jü d is c h e s N a c h le b e n , Wildpark/Postdam, 1930, pp. 44-81 ;J. Schmidt, S tu d ie n z u r S tilis ti k d e r a ltte s ta m e n tlic h e n S p r u c h lite r a tu r , Münster, 1936. Más recientemente: J. M. Thompson, The F o rm a n d F u n c tio n o f P r o v e r b s in A n c ie n t I sra el, S tu d ia J u d a ic a , 1, París/La Haya, 1974; J. G. Williams, T h o se w h o p o n d e r P r o v e r b s . A p h o r is tic T h in k in g a n d b ib lic a l L ite r a tu r e , Sheffiel, 1981. LuisA lonsoSchokel/J. Vilchez, P r o v e r b io s , Madrid,Cristiandad, 1984,pp. 117yss.Enconcreto,para la labor de comparación entre el refranero hebreo de la B ib lia y el refranero español en orden a la traducción, véase Luis Alonso Schókel / Eduardo Zurro, L a tr a d u c c ió n b íb lic a : lin g ü ís tic a y e s tilís tic a , Madrid, Cristiandad, 1977, pp. 90-125. Sobre las relaciones entre la postura de Alonso y las más actuales teorías de latraducción relativas a los refranes, véase nuestro ensayo, “Alfonso Reyes y latraducción en M éxico”, en R e la c io n e s . E s tu d io s d e H is to r ia y S o c ie d a d , Zamora, El Colegio de Michoacán, Vol. XIV, Núm. 5 6,1993, pp. 35 y ss. Véase, sobretodo, lanota35. C fr. P o r e l r e f r a n e r o m e x ic a n o , Monterrey, Facultad de Filosofía y Letras UANL, 1988. 99 E l hablar lapidario Son relativam ente abundantes, en efecto, los refranes “hay...” en nuestro refranero.65 Por ejem plo: “hay muías que viajan solas porque el arriero es un burro” ; “hay m uertos que no hacen ruido y es muy grande su penar” ; “ hay picaros con fortuna y hom bres de bien con desgracia” ; “hay quien m ucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo” ; “hay quien cree que ha m adrugado y sale al oscurecer” . Conviene advertir que la estructura profunda parem io­ lógica “hay...” se m anifiesta en español a otras “estructuras superficiales” que, en la term inología de J. L. A ustin,66 podríam os decir que son de tipo perform ativo como “hay que hacer lo que deja: lo que no deja dejarlo” . Son, em pero, más abundantes en él los refranes “no hay...” . De entre los num erosos textos de esa índole recogidos en nuestro corpus cito, a guisa de ejem plos, los siguientes: “no hay cam ino más seguro que el que acaban de robar” ; “no hay mal que por bien no venga” ; “no hay m anjar que no em palague ni vicio que no enfade” ; “no hay loco que com a lumbre por más perdido que esté” ; “no hay gavilán que ande gordo por más pollos que se com a” ; “ no hay dolor que llegue al alm a que a los tres días no se quite” ; “no hay carnaval sin cuaresm a” . Desde luego, tam bién entre los refranes “no hay...” existen otras estructuras sintácticas; cito como ejem plo las de tipo perform ativo, “no hay que ponerse con Sansón a las patadas” . Tanto en este caso com o en el arriba citado de los refranes “hay...” los enunciados perform ativos no corresponden, estrictam ente hablando, a los refranes bíbli­ cos yesh/’ayn m encionados por Alonso. No es difícil encontrar analogías estructurales en otras lenguas europeas sin que ello signifique la necesidad de llevar a cabo investigaciones exhaustivas de parem iología com parada. Nos basta un par de ejem plos tom ados ya del latín, ya del francés, por obvias razones de pertinencia. Para la ocasión voy a citar un par de ejem plos tom ados al azar del Dictionnaire des proverbes québéquois de Pierre Des Ruisseaux6768 II y a plus d ’une faqon d ’étrangler un chat,b%II n ’y a pas de fumée san feu ,69 l l n ’y a pas de rose sans épines. 70 65. 66. .67. 68. 69. 70. 100 Alonso escribía en L a tr a d u c c ió n b íb lic a ..., op. c it., p. 99: 'no he encontrado refranes castellanos que comiencen con “hay”; creo que la correspondencia más próxima es el impersonal “uno”' . En cambio en P r o v e r b io s , op. c i t . , p. 118 encuentra algunos. En nuestro acervo están bien representados. Véase, para esto, J. L. Austin, C ó m o h a c e r c o s a s c o n p a la b r a s , Barcelona, 1988; Jean Caron, L a s r e g u la c io n e s d e l d is c u r s o . P s ic o lin g ü ís ti c a y p r a g m á tic a d e l le n g u a je , versión española de Chantal E. Ronchi y Miguel José Pérez, Madrid, Gredos, 1989, pp. 73 y ss.; Alain Berrendonner, E le m e n to s d e p r a g m á tic a lin g ü ís tic a , Buenos Aires, Editorial gedisa, 1987. Québec, L’exagone, 1991. O p. c it., p. 40. O p. c it., p. 80. O p. c it., p. 72. /.Qué es un refrán ? Lo mismo puede decirse de la estructura del refranero hebreo ‘ishP ishah (“hom bre...” / “m ujer...”). Ya en “proverbios hebreos y refranero castella­ no”71 Alonso encuentra una serie de correspondencias estructurales entre ambos sistem as parem iológicos. En nuestro acervo, además del universal “hombre prevenido vale por dos”, prácticam ente son escasas las estructuras “hombre que...” y su equivalente estructural “hombre + adjetivo...” . En el viejo refranero español Alonso encuentra, como decía, no pocos casos del tipo de: “hom bre adeudado, cada año apedreado” ; “hombre sin abrigo, pájaro sin nido”. En nuestro acervo, la estructura “hombre que...”, ha sido com pleta­ mente sustituida por otras equivalentes también de índole universal como “el hombre que...” , “el hom bre + verbo...”, “el que...” sustituto indiscutible de la antigua estructura “quien...” más frecuente en el antiguo refranero español. Por tanto, en nuestro corpus esas parecen ser las estructuras más cercanas a la hebrea ‘ish ...; de entre ellas la más frecuente es, sin duda, la estructura “el que...” que puede ser considerada, desde todos los aspectos, prototipo del refrán m exicano. Nuestro corpus contiene cerca de cuatrocien­ tos refranes “el que...” del tipo de: “el que solo se ríe de sus m aldades se acuerda” ; “el que se levanta tarde ni alcanza m isa ni carne” ; “el que se baña en tina no salpica” ; “el que casa con viuda tiene que sufrir m uertazos” ; “el que chico cría, grande espera” ; “el que siem bra su maíz que se com a su pinole” ; “el que siem bra y cría tanto gana de noche como de día” ; “el que siembra vientos cosecha tem pestades” ; “el que siembra en tierra ajena hasta la sem illa pierde” ; “el que am enaza pierde ocasión” . Como se ve, la estructura “el que...” funciona, hecho, como una variante de “el hombre que...” tam bién representada en nuestro corpus: “el hombre que es maricón, desde su cuna com ienza” ; “el hombre que es jodido a cualquier m ujer engaña” ; “el hom bre que es comelón desde lejos se conoce” . Cosa parecida sucede con la estructura ‘ishah... Nuestro refranero contiene abundantísim os ejem plos de refranes “ la que...” ; menos, aunque bastantes aún, de refranes “ la m ujer que...” y relativam ente m uchos casos de “m ujer que...” y “m ujer + adjetivo...” Como ejem plos de refranes “ la que...” cito los siguientes: “ la que en amores anduvo, cásese con quien los tuvo” ; “ la que casa con el ruin deseará pronto su fin” ; “ la que del baño viene bien sabe lo que quiere” ; “la que mucho hizo se muere y la que poco tam bién” ; “ la que m ucho visita las santas no tiene tela en las estacas” ; “ la 71. En ¿a tr a d u c c ió n b íb lic a , op. c it., p. 100. 101 E l hablar lapidario que en m arzo veló tarde acordó” ; “ la que mal m arido tiene en el tocado se le parece” ; “ la que luce entre las ollas no luce entre las otras” ; “ la que mal casa nunca le falta qué diga” ; “ la que es buena casada a su m arido agrada” . Como se ve, se trata de viejos refranes españoles que han persistido en acervos locales en lugares muy específicos de M éxico.72 Como bien se puede ver, este tipo de refranes conservan la idea que de la m ujer se tiene en España a fines de la edad m edia difundida en el Renacim iento por obras como la Institutio Foeminae Christianae, publicada por valenciano Juan Luis Vives en 1523 y, desde luego, La perfecta casada de Fray Luis de León, que, como ya lo señalam os en nuestro citado libro Por el refranero mexicano, reviven una concepción de la m ujer que hiende, de hecho, sus raíces en la Biblia. El célebre capítulo 31 del libro de los Proverbios, 10-31 sobre la “m ujer hacendosa” — la “m ujer fuerte” de la Vulgata. Entre denigrante y brillante, la idea que el cristianismo occidental cultiva de m ujer se alza sobre los restos de la civilización griega. A ristóteles, por ejem plo, basaba la felicidad de la polis en la educación de las m ujeres cuyos deberes son los de “am as de casa” . De aquí son rem olcados por Vives junto con los preceptos tanto de Jenofonte como de Platón sobre el gobierno de la casa y de la República, hasta hacerlos pasar por lo que los padres de la Iglesia — Tertuliano, Cipriano, Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Fulgencio— estable­ cieron respecto a las vírgenes y viudas cristianas. Vives, en efecto, hace una larga lista de m ujeres que fueron a la vez santas y doctas. Sin em bargo, advierte: El tiempo que ha de estudiar yo no lo determino ni en el varón ni en la hembra, con la salvedad de que es más razonable que el varón se pertreche con mayores y más variados conocimientos, que luego habrán de ser de harto provecho a sí y a la República.73 Así pues, el refranero español del siglo XVI refleja la tradición, arraigada en España, de cómo debe ser educada una m ujer cristiana. Entre los elem entos m encionados por Vives que parecen form ar parte de una doctrina cristiana 72. 73. 102 Por ejemplo en un refranero de una familia de Guanajuato de ascendenciaespafíolaTeresa Betancourt encontró algunos de estos viejos refranes. Véase el capítulo siguiente. Juan Luis Vives, Obras Completas, 2 volúmenes, Ed. Aguilar, Madrid, 1943. Traducción de Lorenzo Riber. Véase vol. I, págs. 999 y siguientes. ¿Q ué es un refrán ? sobre la educación de la m ujer están: a la m ujer le compete el gobierno de la casa, al varón el gobierno de la república; el saber no se contrapone con la santidad, al contrario. Vives decía: “aprenderá, pues, la m uchacha, al mismo tiempo que las letras, a traer en sus manos la lana y el lino [...] Pero a mí no me agrada que la m ujer ignore aquellas artes en que se ocupan las m anos” .74 El aprender m úsica en los conventos form aba parte del cultivo de las artes en que se ocupan las manos. Que esta concepción llega a estas tierras americanas lo muestra muy bien el caso de la célebre poetisa m exicana del siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz, la D écim a M usa, en el cúmulo de problem as que enfrenta con su director espiritual, el jesuíta zacatecano, Antonio Núñez de M iranda, perso­ naje poderoso en casi el último cuarto de ese siglo.75Núñez tenía una idea muy clarad elo q u e una m ujer cristianay m onja debe y le basta saber para salvarse. Muy al estilo de Vives, convierte su deseo en ley: D eseo mucho [...] que leáis ventajosamente el romance y el latín; que labréis y bordéis con todo aseo; que aprendáis perfectamente la música y, si el Señor os diere voz, cantéis y toquéis todos los géneros de instrumentos que pudiereis [...] y, finalmente, adquiráis todas las buenas obras y talentos que podáis.76 Sin em bargo esta sabiduría monjil tenía, en la mente de Núñez de M iranda tantas restricciones como las había tenido la educación fem enina propuesta por Vives. La idea que Núñez tenía de la literatura no era muy diferente a la del valenciano. Así puede amonestar a sus religiosas: N i por el pensamiento os pase leer comedias, que son la peste de la juventud y landre de la honestidad [...] N o habéis de leer ni tener ni sufrir en vuestra celda libros profanos de comedias, novelas ni otro amatorio alguno, sino todos han de ser sagrados, com puestos y modestos [...] ¿Cómo pensará en la Pasión de Cristo, en la Pureza de su Madre, en la eternidad de la otra vida, una cabeza llena de locuras de Don Belianís [...], o las torpes ternuras de Angélica y Medoro [...], o las volantes delicias de las fábulas, Venus, Marte, etc.?77 74. 75. 76. O p. c it., pág. 992 y sigs. Véase para esto, nuestro libro E s tu d io s s o r ju a n ia n o s , Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1988. D is tr ib u c ió n d e la s o b r a s o r d in a r ia s y e x tr a o r d in a r ia s d e l d ía p a r a h a z e r la s c o n fo r m e s a l e s ta d o d e la s s e ñ o r a s r e li g io s a s [...]. Se trata de uno de los muchos libros escritos por Núñez de Miranda. Fue publicado postumamente en 1712. Citado por A. Alatorre, “La Carta de Sor Juanaal padre Núñez”, en N u e v a R e v is ta d e F ilo lo g ía H is p á n ic a , México, El Colegio de México, tomo XXXV, Núm. 2, 1987, p. 613. 77. D is tr ib u c ió n d e la s o b r a s d e l d ía , en A. Alatorre, “La C a r ta de Sor Juana al padre Núñez”, en N u e v a R e v is ta d e F ilo lo g ía H is p á n ic a , México, El Colegio de M éxico, tomo XXXV, Núm. 2,1987. p, 6 15. 103 E l hablar lapidario La m ujer cristiana y, con más razón, la religiosa — según esta tradición esbozada por Vives y convertida en ley monj i1por Núñez— debe estud iar sólo las cosas que su condición de m ujer le requieren: hábil de m anos, la religiosa debe saber hilar y tejer, tocar instrumentos m usicales y, en general, cualquier cosa de tipo m anual y práctica. En cuanto a lecturas debe restringirse sólo a aquellas que le son útiles para el gobierno del hogar— en el caso de la m ujer casada— o las lecturas de edificación espiritual para las m onjas. N ada más. Como decía, el refranero conservó toda esta m anera de pensaren los refranes “m ujer que...” y luego en los refranes “ la que...” . De las estructuras parem iológicas “m ujer que...” y “ la m ujer que...” es más antigua la prim era. Su idea de m ujeres aún muy tradicional, al estilo de la m ujer que tiene en m ente Vives. He aquí algunos de los refranes “m ujer que...” conservados por el refranero m exicano: “ m ujer que buen pedo suelta desenvuelta” ; “m ujer que con curas trata poco am or y m ucha reata” ; “m ujer que con m uchos casa a pocos agrada” ; “m ujer que no em peña cargarla de leña” ; “m ujer que puede su cuerpo vende” ; “m ujer que no huele a nada es la m ejor perfum ada” ; “m ujer que no es laboriosa o puta o golosa” ; “ m ujer que a la ventaja se pone a cada rato venderse quiere barato” ; “ m ujer que sabe latín ni encuentra m arido ni tiene buen fin” ; “m ujer que viste de seda en su casa se queda” . Por lo dem ás, en el refranero m exicano está bien representada la estructura “ la m ujer que...” . He aquí algunos ejem plos: “ la m ujer que fue tinaja se convierte en tapadera” ; “ la m ujer que m ucho hila poco m ira” ; “ la m ujer que te quiere no dirá lo que en ti viere” ; “ la m ujer que es buena plata es que m ucho suena” . N o es difícil m ostrar cuán extendidos están en toda la tradición parem iológica indoeuropea los esquem as parem iológicos “el que...” y “ la que...” . Por principio de cuentas, los aforism os legales em pezaban, en latín, precisam ente por los relativos qui... y quae... tanto fem enino como, sobre todo, el plural neutro. M uchos de ellos, como se dirá m ás adelante, se convirtieron, andando el tiem po, en refranes que hoy form an parte de nuestro acervo: qui tacet, consentiré videtur, por ejem plo, se convirtió en nuestro refrán “el que cal la, otorga” . El lector podrá constatar la abundante presencia de estas form as con sólo consultar algún refranero latino.78 Prácticam ente 78. 104 Para el caso, cito el de Víctor José Herrero LLorente, D ic c io n a r io d e e x p r e s io n e s y f r a s e s la tin a s , Gredos, Madrid, 1985, pp. 307-329. Véase, además, los “proverbios y locuciones latinas” en el D ic c io n a r io d e a fo r is m o s, p r o v e r b i o s y r e fra n e s , quinta edición, Barcelona, Sintes, 1982, pp. 691-894. ¿Q ué e s un refrán ? todos los refraneros rom ánicos conservan la estructura parem iológica “el que...” en sus diferentes formas. Por ejem plo, qui donne á l ’Eglise dom e á Dieu; qui trop embrasse mal étreint; qui paie mes dettes s ’enrichit; qui aime bien chátie bien; qui veut lafin veut les moyens.19En general, se puede decir que esta estructura con otras que empiezan por un m odificador circunstancial forman parte de las estructuras casuísticas que, como se ha dicho, son com partidas por refranes y leyes. La estructura parem iológica de “que” es, desde luego, una de las estructuras parem iológicas más comunes en todas las lenguas imdoeuropeas, al menos. Se trata, de hecho, de un grupo de estructuras parem iológicas consistentes en una expresión de relativo que funciona como introducción al refrán. Las estructuras en cuestión son: “art. + que”, “pre. + art. + que” , “art. + N + que” , “N + que”, “quien”, etc. Sem ánticam ente este tipo de refranes expresan cierto grado de condicionalidad: como decía, son un caso particular de form ulaciones parem iológicas casuísticas. La protasis en ellos funciona, de hecho, como una condición que, si se cumple, 1leva aparejada una sentencia. Su estructura lógica es, entonces, la de un caso particular que remite a una ley universal. Están constituidos, como puede verse, por textos binarios en cuya prim era parte del hem istiquio, la protasis, se indica la circunstancia; en la segunda, en cambio, la sanción: “el que es gallo (protasis) dondequiera canta” (apódosis). Como decíam os, se trata de una extensa fami 1ia parem iológica muy bien representada en nuestro acervo; tanto, que constituye, en muchos sentidos, una estructura paradigm ática de la categoría refrán. En realidad, esta estruc­ tura parem iológica se caracteriza sintácticamente por reflejar las sentencias y aforismos latinos que em pezaban con qui, quae, quod en cualquiera de sus flexiones. El derecho, como señalamos, se alimentó de sentencias de esa índole: quod legislator voluit, dixit, quod noluit, tacuit (lo que el legislador quiso decir, lo dijo, lo que no, lo calló); qui iure suo utitur, nemini facit injuriam (el que está en su derecho no ofende a nadie). A las estructuras “que”, arriba m encionadas, es posible agregar, de hecho, la estructura indirecta que, como las directas m encionadas, hacen las veces de introducción del refrán. Me refiero a la estructura “prep. + art. + que” que proviene de form as pronom inales flexionadas como “al que...” , que viene del dativo latino cui..., “de lo que...”, que viene del latino cujus...,Qte. 79. Cfr. P ie r r e d e s R u i s s e a u x , Dictionnaire des proverbes québécois, op. c it. 105 E l hablar lapidario Com o se ve, estrictam ente hablando, la estructura m orfológica “artículo + que” esconde, estructuras parem iológicas distintas. Por un lado, están las frases declarativas del tipo: “el que nunca pastor siem pre borrego” , “el que padece de am or hasta con las piedras habla” , etc. Por otro, están los refranes que aunque tienen la estructura “artículo + que + subj.” tienen más bien un sentido didáctico y, a veces, parenético. El El El El que que que que quiera ser buen charro, poco plato y menos jarro. tenga cola de zacate que no se arrim e a la lumbre. no quiera em polvarse que no se meta en la era. tenga sus gallinas que las cuide del coyote. A diferencia de los anteriores, de índole declarativa, esta categoría de refranes consta de verbos en subjuntivo tanto en protasis com o en apódosis. El carácter conm inativo de esta estructura aparece bien, por ejem plo, en la apódosis introducida por “que + subjuntivo” . La apódosis, “que las cui­ de..” , no es una declaración constatativa sino una orden que, en el contexto, suena a am enaza. Y evidencia, adem ás, una característica del refranero m exicano en relación al refranero español: los refranes de nuestro acervo parecen adoptar la estructura de los refranes españoles, una estructura reconocida como típicam ente parem iológica, transform ándola, sin em bargo, por la incrustación de un m odo mental que, en conjunto, le da el m encionado aire conm inativo o, en el peor de los casos, parenético. No vam os a analizar aquí, desde luego, todos los paradigm as parem iológicos de nuestro acervo, pero hem os de decir al lector, por lo pronto, que esta estructura parem iológica es muy versátil y que adopta otras form as presentes en nuestro acervo. Cabe decir que en el refranero de Correas prevalecen las apódosis declarativas. Em pero, si asum im os el refranero de Correas como paradigm a de la parem io­ logía peninsular, parece deducirse de él que la estructura parem iológica que nos ocupa proviene de los refranes introducidos por “quien” . La razón es evidente: en el habla popular “quien” equivale, sim plem ente, a “el que” derivados ambos, como se sabe, del pronom bre latino quisP 8 0 80. 106 En relación a la historia de “quien" don Vicente García de Diego en su Gramática histórica española (Gredos. 1970. pp. 102 y s.) dice: "Este procede del acusativo quem del interrogativo nominativo qui. Por su intensidad expresiva quem no perdió lam como las demás voces y dio fonéticamente quien en castellano y quen en gall, quem en port.." ¿Q ué es un refrán ? Como se sabe, el artículo castellano proviene del exagerado uso, por el latín vulgar, de expresiones deicniti vas en torno a los pronom bres dem ostra­ tivos. El castellano, en efecto, asumió como artículo determ inante el latino elle como sujeto e illu para los demás casos.81 De la com binación deicniti vorelativa resultó la expresión pronominal com puesta “el que” . Por lo demás, como decía, el uso deicnitivo exagerado es una de las características del latín vulgar. En resum idas cuentas, pues, “quien” es más antiguo que el com pues­ to “el que” . Correas trae cerca de quinientos refranes introducidos por “quien” . De hecho “quien” sigue teniendo un sabor cultista m ientras que parece m ás popular el uso de “el que” . En todo caso, la parem iología española prefiere descansar en “quien” en tanto que la m exicana prefiere “el que” . Así, m ientras que el refranero de Correas dice, por ejem plo” “quien madruga Dios le ayuda”, el refranero m exicano prefiere decir “al que madruga Dios le ayuda” . En general se puede señalar una tendencia en los hablantes hispanoam ericanos a substituir “quien” por “que” .82 Rubio trae sólo 41 refranes con “quien” . En general, parece evidente que en el sentido parem iológico de los refranes “quien” se desliza un matiz universal izante. En los refranes “quien” , en efecto, parece estar más vigente la lapidariedad parem iológica de que aquí nos ocupamos. El simple empleo de “quien” en vez de “el que” hace que el refrán asuma una expresión más com prim ida y, desde luego, m ás parecida a una ley universal absoluta y por encim a de cualquier excepción: “quien bien ama nunca olvida” . Empero, en el refranero m exicano se encuentran varios casos en que el refrán se vale de las dos form as; para la praxis lingüística m exicana, como ya se dijo, “quien” equivale sim plem ente a “el que” y “ la que”, y viceversa. Como es evidente, la ventaja está a favor de “quien” por esta polivalencia formal. Por tanto, nuestros refranes “el que...” con las variantes que acabam os de m encionar, están directam ente relacionados no sólo con el paradigm a parem iológico hebreo ‘ishl’ishah, m encionado por Alonso, sino con toda la tradición parem iológica jurídica de la que hemos hablado. Es fácil ver la intercam biabilidad entre la estructura “hombre + adjetivo” y “el que es + adjetivo” . Por otro lado, la m ism a form a parem iológica ‘ish/’ishah ha aportado directam ente su caudal al refranero español y, a través de él, al 81. 82. Cfr. García de Diego, op. cit., p. 211. Charles E., Kany en su Sintaxis hispanoamericana (Gredos, Madrid, 1976, p. 166 y s.) da varios ejemplos de la substitución, en el habla latinoamericana, por “que” de algunas de las expresiones con “quien”: por ejemplo “a quien”. 107 E l hablar lapidario m exicano. Para convencerse, bastaría con ver ya el vocabulario de Correas, ya el refranero de Rubio. Hay que notar que los refranes bíblicos de la estructura ‘ishPishah son pasados al latín por San Jerónim o m ediante la estructura latina “v/r + adj.". Por ejem plo: vir iracundusprovocat rixas, vir impius fodit malum ,83 Igualm ente importante es la estructura parem iológica “más vale...” que, cuyo alcance como paradigm a parem iológico es tan vasto o más que la anterior. Luis A lonso Schókel,84 llama a los refranes de este grupo, refranes de “valoración com parativa” e incluye los refranes “más vale...” en los otros tipos de com paración parem iológica de la Biblia. Ya se sabe que, al fin de cuentas, todo refrán implica, a su m odo, una com paración. En efecto, como dice Alonso, La valoración comparativa es uno de los temas favoritos de los refranes. El hebreo suele emplear la fórmula tob min, el castellano prefiere “más vale [...]” ... La comparación es muy frecuente en los refranes populares. Lo m ism o que las laboriosas hormigas enseñan diligencia al perezoso, la comparación ofrece su lección para algún comportamiento en la vida. O bien valoramos un comporta­ miento poniéndolo en paralelo con otro ejem plo.85 El refrán de nuestro corpus “ más vale paso que dure y no trote que canse” , por ejem plo, es una de estas valoraciones com parativas como, en general, nuestros refranes “ más vale” que, en efecto, establecen una explícita com paración entre dos axiologías de las cuales la inferior, de acuerdo con el refrán, es superior en apariencia. Los refranes “más vale” son, una form a de refrán consejo ya que discursivam ente un refrán “más vale” es, a su m odo, un consejo: se les podría 1lamar consejos contrasti vos. Esta forma paremiológica, por tanto, se origina en los m ism os medios que dan origen al consejo. Su am biente vital es muy parecido al del refrán anterior. La contrastación es principalm ente una estructura, pero tam bién puede ser considerada dentro de las form as parem iológicas universales. Desde luego, entre las estructuras parem iológicas antiguas e im portantes, hay que m encionar, sin duda, la de los refranes que descansan lógica y form alm ente 83. 84. 85. 108 Estas estructuras han sido discutidas en nuestro libro Por el refranero mexicano, Monterrey, Fac. de Fil. y Letras de la UANL. 1988. pp. 31 y ss. “Proverbios hebreos y refranero castellano”, en La traducción bíblica , op. cit., p. 104. Ibid. pp. 105 y s. /.QUÉ ES UN REFRÁN? en una com paración explícita del tipo “es m ejor A que B”, “más vale A que B ”, “vale m ás A que B ” , “A es m ejor que B ”, etc. La parem iología, además, debe determ inar las equivalencias y diferencias entre las significaciones de cada una de esas fórm ulas. Por ejemplo, el refranero m exicano pone de m anifiesto que no se da el m ism o tipo de significación en los refranes “más vale A que B ” que en los refranes “vale más A que B” .86 En el prim er caso se trata, simplemente, de los muy tradicionales refranes “más vale” . Se trata de una com paración explícita en donde se opta por la prim era de dos axiologías perfectam ente paralelas. Por lo que hace a la estructura “vale m ás”, cabe decir que el refranero m exicano desarrolla a partir de ella dos tipos muy distintos de refranes. En el primero y más frecuente “vale m ás A que B ” es equivalente, sin más, a la estructura “más vale A que B” . Es decir, aquí el orden de los factores no altera el producto. Pero en el refranero mexicano hay refranes en que sí lo hace. Por ejemplo: “vale más el collar que el perro” , “vale más el forro que la pelota” . La m ordacidad que este tipo de expresiones parem iológicas encierran se pierde, sim plem ente, si en vez del “vale m ás” se pone “más vale” . La frase, de ser exclam ativa y satírica, se convierte en una sentencia gnóm ica de tono serio y con un sentido totalm ente distinto. Este tipo de refranes consta, por lo general, de tres elementos: la fórm ula de com paración, expresada por la frase “más vale...”, “es m ejor...”, etc.; y los dos térm inos de la com paración. La fórm ula de com paración no siem pre es dada por el verbo “valer” o sus equivalentes: a veces se constituye m ediante el adverbio “m ás” m odificando directam ente al verbo. Así: “más m anda...”, “m ás tiran...”, “más m atan...” . Los térm inos de com paración, en cambio, suelen ser de dos tipos en el refranero m exicano según que se comparen objetos o acciones. En el prim er caso, tenem os lo que podríam os denom inar la com paración nom inal; en el segundo, la verbal. Los tipos de refranes com parativos presentes en el refranero m exicano son tres. Un prim er grupo com para objetos o situaciones y abarcan dos estructuras: a) la prim era es la tradicional “más vale a que b” en donde a y b son sustantivos y denotan, por tanto, la com paración entre dos objetos o situaciones: “m ás vale m aña que fuerza”, “más vale un mal arreglo que un buen pleito” ; “m ás vale salud que dinero” , b) La segunda estructura de estos 86. Eso aparecerá, más adelante de manera clara tanto en la clasificación estructural que haremos de nuestro corpus , com o en los posteriores análisis estilísticos de este tipo de refranes contrastivos. 109 E l hablar lapidario refranes no em piezan por la fórm ula “más vale...” sino que el verbo “valer” es substituido por otro verbo de m anera que los refranes de este grupo adoptan la estructura “m ás + verbo...”, por ejem plo: “m ás tiran tetas que carretas”, “m ás m anda el oro que el rey”, “más m atan cenas que guerras” . Se trata de dos acciones de la m ism a índole llevadas a cabo por distintos actores, c) Hay un tercer grupo parecido al anterior sólo en el hecho de que los objetos que se com paran son acciones situacionales contrapuestas; se trata de refranes cuyo objeto de com paración son, por tanto, verbos: “m ás vale burro que arrear que no carga que cargar” , “más vale rodear que rodar” . En los refraneros españoles actuales aún tenem os refranes “m ás vale...” : “m ás vale mal acuerdo, que buen pleito” ; “más vale rico labrador, que m arqués pobretón” ; “m ás dura una taza vieja que una nueva” .87He aquí algunos de los refranes “m ás vale” del refranero m exicano presentes en nuestro corpus : M ás vale agua de cielo que todo el riego. M ás vale atole con risas que chocolate con lágrimas. M ás vale bien com ido que bien vestido. M ás vale dar un grito a tiem po que cien después. M ás vale llorarlas m uertas y no en ajeno poder. M ás vale m alo por conocido que bueno por conocer. M ás vale poco pecar que m ucho confesar. M ás vale quedar hoy con ganas, que estar enferm o m añana. M ás vale m uchos pocos que pocos m uchos. M ás vale un hecho que cien palabras. M ás vale m aña que fuerza. M ás vale m earse de gusto que de susto. M ás vale guajito tengo que acocote tendré. M ás vale bien quedada que mal casada. M ás vale burro que arrear que no carga que cargar. M ás vale gotera que chorrera.88 M ás vale causar tem or que lástima. M ás vale llegar horas antes que m inutos después. M ás vale el diablo por viejo que por diablo. M ás vale estar mal sentado que mal parado. 87. 88. no Miguel Tirado Zarco, Refranes, Ciudad Real. Ferea Ediciones, 1987, p. 134. Una variante dice: “más vale tener gotera que tener chorrera”. /.Qué es un refrán ? Más vale ser arriero que borrico. Más vale una abeja que mil moscas. Más vale oler a untó que a difunto. Más vale pura tortilla, que hambre pura. Más vale paso que dure y no trote que canse. Más vale paso que dure y no que apresure. Más vale payo parado, que payo aplastado. Más vale petate honrado que colchón recrim inado. Más vale poco y bueno que mucho y malo. Más vale ser un picaro bien vestido, que un hom bre de bien harapiento. Más vale solo que mal acompañado. Más vale tarde que nunca. Más vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra. M ás vale una colorada que cien descoloridas. M ás vale una vez colorado que cien descolorido. M ás vale una hora de tarde que un minuto de silencio. Más vale un carajo a tiem po que cien m entadas después. Más vale un mal arreglo que un buen pleito. M ás vale ver la cara al juez y no al sepulturero. Más vale un tom a que dos te daré. Más vale querer a un perro y no a una ingrata m ujer.89 Más vale prevenir que lamentar. Más vale rato de sol que cuarterón de jabón. M ás vale ser perro de rico que santo de pobre. Más vale perro vivo que león muerto. Más vale ser cabeza de ratón que cola de león. M ás vale Tianguistengo que tianguistuve. Más vale que digan “aquí corrió” , y no “aquí m urió” . M ás vale m orir parado que vivir de rodillas.90 M ás vale tratar con picaros que con pendejos. Más vale tuerta que ciega. M ás vale rodear que rodar. M ás vale llegar a tiem po que ser invitado. M ás vale ser m ujer pública que hom bre público. 89. 90. La versión española de este refrán "grega: “pues éste cuida la casa y ella la echa a perder”. Una variante dice: “más vale morir de pie que vivir de rodillas”. 111 E l hablar lapidario M ás vale pájaro en m ano que un ciento volando.91 Más valía estar m uerto aquí, que vivo en Tlacotalpan. Esta estructura parem iológica tam bién es transcultural si no es que nos hallam os ante uno de los universales parem iológicos. Corresponde, por ejem plo, al hebreo tob min..., como se dijo, al latín melius est o melior est, al francés vautmieux o il vaut mieux o al alem án besser.... Por ejem plo: melius est abundare quam deficire (más vale que sobre y no que falte), melior est vicinus iuxta, quamfraterprocul (más vale vecino cerca que herm ano lejos), meliora sunt vulnera diligentis quamfraudulenta oscula odientis (más valen las heridas del am or que los besos del odio); vaut mieux avoir dixfilies que dix mille; il vaut mieux rire que pleurer; besser ein Spate in der Hand ais eine Taube a u f dem Dach. Si atendiéram os no a la estructura sino a la forma, nos encontraríam os con más profundos y universales paradigm as parem iológicos. Ya discutim os m ás arriba las distintas acepciones que la palabra “form a” tiene en las actuales ciencias dei lenguaje. Cuando aquí hablam os de “form a” nos referim os a la organización textual dependiente de la función: una “form a” se configura por el hecho funcional de que el texto en cuestión sea un consejo, una orden, una súplica, una exclam ación, una sentencia, para no hablar más que de algunas de las form as m ás sim ples.92 Pues bien, una de las estructuras parem iológicas más extendidas culturalmente adoptan una form a que podría­ mos llamar parenética y que incl uye tanto a los consejos, com o a los m andatos o las prohibiciones. Son los enunciados que J. L. Austin llama, com o hemos señalado, “perform ativos” . Luis Alonso Schókel los encuentra en la Biblia: El refrán es com o un consejo que a veces se viste de mandato; por esto le oím os manejar los imperativos del mandato y la prohibición. Cuando en la segunda mitad dice los resultados de su consejo, se puede leer casi com o una condicional: 91. 92. 112 Un refrán alburesco veracruzano, que puede considerarse como una variante de este célebre refrán, dice: “Más vale pájaro en mano que un siento rico". No vamos a retomar aquí la cuestión, ya mencionada, de cuántas y cuáles son las “formas sim ples”, al estilo de Jolles; asumimos por “forma simple" simplemente la que no incluye dentro de sí una “forma simple". Una carta, por ejemplo, es indudablemente una forma textual en la medida en que está configurada por una función. Sin embargo, en una carta puede haber consejos, exclamaciones, cuestionamientos. relatos, descripciones: una carta, pues, es una forma que puede ser simple o compuesta. A la “manera de decir" de un refrán la llamamos “conformación”. La “conformación” incluye, por tanto, tanto las “formas" como “estructuras” y demás “configuraciones” de que consta esa “manera de decir". /.Qué es un refrán ? Haz esto [...] y te sucederá aquello = Si haces esto [...] te sucederá aquello. Otras veces la segunda parte introduce una modalidad de la acción [...] Aún más frecuentes son las formas negativas, com o previniendo con la propia experiencia al que aún no la tiene[...] El Eclesiástico (= Jesús Ben Sira) compone series enteras de prohibiciones, explicadas o motivadas, por ejemplo, capítulos 7 y 8; fuera de ellos, la forma “no hagas...” es una de sus favoritas. Hay una variante castellana que consiste en juntar dos prohibiciones para crear un efecto inespe­ rado, com o emparentando individuos de familias lejanas; en tales casos el refrán castellano prefiere la negación “ni[...j ni[...]”, que sujeta con más fuerza las dos piezas.93 Estos m oldes parem iológicos bíblicos educaron, pues, las hablas euro­ peas y sirvieron de huellas para que sobre ellas se calcaran las conformaciones sapienciales del vulgo. Cuando aquí hablamos de refrán m exicano, por tanto, con la intención de docum entar el discurso lapidario hay que tener en cuenta que esas m atrices parem iológicas son viejos m oldes que hollaron muchos otros pies. Entre los refranes de nuestro corpus, he aquí algunos ejem plos de refranes parenéticos: Agua que no has de beber, déjala correr. Agua que no has de beber, no la pongas a hervir. Al caballo palpado, nunca lo m ontes confiado. Al que tu casa sustenta dale siem pre la contenta. Al que te quiere com er alm uérzale tú primero. N unca juzgues mal de un año m ientras no pase diciembre. N unca engordes puerco chico/porque se le va en crecer, /ni le hagas favor a un rico/que no lo ha de agradecer. N unca dejes cam ino por vereda. N unca preguntes lo que no te importa. N unca cantes cuando pierdas, que ya llegará tu día. A estos refranes perform ativos hay que asim ilar una gran cantidad de refranes que, en un estilo altam ente lapidario, form aron parte de las tradicio­ nes parem iológicas hispánicas desde muy temprano. Adoptan la estructura de un recetario bajo el esquem a m al-rem edio del tipo “para esto... esto” o su gemela “a esto... esto” . He aquí un par de ejem plos de nuestro acervo: 93. L a tr a d u c c ió n b í b lic a , op. c it., pp. 102 y ss. 113 E l hablar lapidario A buena hambre, gordas duras. A buen tragón, buen taco. A cam a corta, encoger las piernas.94 A cam ino largo, paso corto. A cazador nuevo, perro viejo. A cena de vino, desayuno de agua. Para un buen burro, un indio; para un indio, un fraile. Para un gavilán liviano, un tuvisi m adrugador.95 Para uno que m adruga, otro que no se acueste. Para una buena hambre, una buena tortilla. El carácter transcultural de nuestro acervo se m uestra, tam bién, en las m uchas deudas que tiene contraídas, por obvias razones de ascendencia lingüística, con la cultura latina. Una simple mención a los refranes de nuestro acervo que son de origen latino nos persuadiría enseguida que, en efecto, el fenóm eno que afrontam os tiene alcances más generales. De allí provienen, en efecto, refranes com o: “am or con am or se paga” (amor amore complectatur), “ m ás vale que sobre y no que falte” (melius est abundare quam deficere), “quien bien te quiere te hará llorar” (qui bene amat bene castigat), “más vale tarde que nunca”, “nadie da lo que no tiene” , “el que escribe lee dos veces”, “del plato a la boca se cae la sopa” . A san Jerónim o se suele atribuir el origen de nuestro popular refrán “a caballo regalado no se le m ira el diente” que en latín decía noli equi dentes inspicere donad o bien “el am or todo lo vence” . De hecho, san Jerónim o era muy aficionado a regar sus textos con sentencias, dichos y adagios de la más variada índole. M uestra de ello son sus Cartas.96 Algunos de sus dichos, como se ha visto, han pasado directam ente a enriquecer nuestro acervo, otros han encontrado su expresión en los referentes de la cultura m exicana. Así, la célebre carta 57 a Pam aquio, verdadera teoría jeronim iana de la traducción, está salpicada, aquí y allá, de m áxim as, sentencias, adagios y refranes del tipo de: “ sólo sé que no sé” (scio quod nescio), el socrático “conócete a ti m ism o” es transform ado por Jerónim o en te ipsum intellige, “m andar bueyes al gim nasio es perder aceite y dinero” 94. 95. 96. 114 El refrán español que dio origen a este refrán dice: “a cama chica, échate en medio". Así lo registrad profesor Higinio Vázquez Santa Ana, Jiquilpan y sus prohombres, M éxico, Botas, 1 9 3 4 ,p. 171. Cartas de San Jerónimo, Introducción, versión y notas por Daniel Ruiz Bueno, dos tomos, Madrid, BAC, 1962. ¿Q ué es un refrán ? (ioleum perditet inpensas qui bouem mittit ad ceroma) que, mutatis mutandis, es ni más ni menos, nuestro “ lavar puercos con jabón es perder tiem po y ja b ó n ” . Desde luego, es la cultura latina97. en su total idad, una de las fuentes más abundantes y variadas del acervo parem iológico mexicano. Sin la pretensión de ser exhaustivo, m enciono, a guisa de ejemplo, algunos de los refranes que nos llegaron o de ámbitos latinos o en indumentaria latina. “La voz del pueblo es la voz de D ios” {voxpopuli vox Dei) proviene de una carta de Alcuino a Carlomagno; “di m entira y sacarás verdad” de Quinto Curcio. Sin embargo, también circuló un contrarrefrán que no llegó a nuestro refranero y que dice exactamente lo contrario: voxpopuli, voxdiaboli (“la vozdel puebloes la voz del diablo”). “ El que persevera alcanza” ( vincit qui patitur). “Tanto peca el que m ata la vaca como el que le detiene la pata ” {Utique suntfures etqui accipit et qui furatur)] “el trabajo lo vence todo” {labor omnia vincit); “ la paciencia todo lo alcanza” {patientia vincit omnia)] “el amor es ciego” {amor cae cus). Hay otros universales parem iológicos o cuasi-universales de índole discursiva. Me refiero a una serie de rasgos parem iológicos que hemos ido estableciendo aquí y que forman parte del funcionamiento discursivo lapida­ rio. Se trata tam bién de paradigm as parem iológicos: los refranes de todas las culturas se comportan discursivamente siempre como textos gnómicos. Entre sus rasgos distintivos, m enciono, a guisa de ejemplo, tanto la parasiticidad como la sentencialidad, de las que hemos hablado anteriormente. Esto plantea el problem a que, desde luego, no discutiremos aquí, expresado en la pregunta ¿de qué consta un paradigm a parem iológico? En lo que antecede hemos intentado m ostrar cómo algunas estructuras y formas de refranes constituyen moldes tradicionales típicos del género que aún suelen revestir los refranes en los actuales sistem as parem iológicos, al menos los indoeuropeos y el hebreo bíblico que han servido de matriz, por distintas razones, a nuestro sistema textual. Ello bastaría para m ostrar que al menos algunos de los rasgos del discurso lapidario obtenidos del análisis del corpus de refranes m exicanos, tienen un alcance transcultural y su vigencia abarca al menos los tipos lingüísticos indoeuropeos. Sin embargo, al encontrarnos con refranes que aún siéndolo no siguen los moldes tradicionales, anteriorm ente m encionados, 97. Para el acervo paremiológico que nos llegó a través del latín, puede verse la ya citada recolección de Víctor-José Herrero Llórente. D ic c io n a r io d e e x p r e s io n e s y f r a s e s la tin a s . Madrid, Gredos, 1985. 115 E l hablar lapidario llegam os a la conclusión de que es la función del refrán la propiam ente portadora de los rasgos parem iológicos distintivos. Ya hemos señalado, sin embargo, que el hábito no hace al m onje y que, por tanto, no basta con que un texto tenga la conform ación de un refrán para que lo sea. Debe desem peñar tam bién, textualm ente, la función de refrán que es, principalm ente, de tipo discursivo. N ada raro, entonces, que, pese a que el refrán sea, como se ha dicho, un tipo textual tradicional, esté dotado de un alto grado de creatividad en cuanto a sus form as y estructuras: es susceptible, por ello, de buscar nuevas expresiones aunque las funciones sigan siendo las m ism as. Parecería, en efecto, que las constantes parem iológicas, desde el punto de vista de los rasgos distintivos del refrán, no se identifican, necesaria­ m ente, sólo con las estructuras o form as que adopte. Señalarlas, sin em bargo, contribuye a m ostrar que los textos de nuestro corpus están cifrados en un estilo y en una indum entaria textual de índole cuasi-universal: laotra parte, la de las funciones discursivas del refrán m exicano, en parte ya señaladas, serán objeto de reflexiones ulteriores más detalladas. Los indicios aquí m ostrados apuntan, por lo menos, hacia la existencia de una serie de características parem iológicas estructo-form ales de tipo génerico que son com partidas por los textos de nuestro corpus. Por lo dem ás, que no estam os ante conform aciones caseras nos lo m uestra cualquier recopilación transcultural de refranes. M enciono, a guisa de ejem plos, los ya citados Dictionnaire de Proverbes et Dictonsy Diccio­ nario de aforismos, proverbios y refranes. El primero vierte al francés, bajo el título de “ Proverbes du monde ” no sólo refranes de la fam ilia indoeuropea sino de otras doce fam ilias lingüísticas. El segundo, en cam bio, recoge las versiones de alguno de los más tradicionales refranes hispánicos en lenguas como portugués, francés, italiano, inglés, alemán o latín cuya sim ple consulta m uestra hasta donde hay patrones parem iológicos que al menos alcanzan a los sistemas textuales pertenecientes a un mismo tipo lingüístico. Por ejem plo, el refrán “caballo que vuela no quiere espuela”, presente en nuestro acervo, tiene sus equivalentes en las diferentes lenguas arriba m encionadas de la siguiente manera: Portugués: Cavalo que voa nao quer espora Francés: Cheval bon et trottier, d ’éperon n ’a métier Italiano: Caval che corre, non ha bisogno di sprone Inglés: A willing horse must not be whipped ¿Q ué es un refrán ? Alemán: Williges Pferdsolí man nicht spornen Latín: Strenuos equos non esse opere defatigandos.98 No sería difícil, a partir de corpus translingüísticos, esbozar caracterís­ ticas generales del género parem iológico del tipo de las siguientes: las proposiciones de los refranes son o generales o generalizables, lo cual se indica en lenguas como el español o el francés por el empleo de artículos definidos: “aunque la m ona se vista de seda, mona se queda” ; Aínda que vistas a mona de seda, mona se queda (portugués); Le singe est toujours singe, et fút-il déguisé en prince (francés); La scimmia é sempre scimmia, ancovestitadiseta(ita\\ano);Anape ’san ape, avarlet 's, though they be ciad in silk or scarlet (inglés); Affen bleibet Ajfen, wenn man sie auch in Sammet Kleidet (alem án); Simia semper simia, etsi aurea gestet insignia (latín); en otros casos la ausencia de artículo o el uso de otros determinantes dan al refrán el alcance general m encionado. Por otro lado, los refranes se estructuran en torno a categorías lógicas simples como la implicación o la exclusión. El tiempo verbal preferido de los refranes es un presente “atem poral” en tercera persona, en los refranes constati vos, en segunda en los refranes performati vos. Quizás, en buena lógica, hubiera parecido más necesario haber com en­ zado por buscar los rasgos específicos de lo parem iológico y ver luego si se encontraban en los textos de nuestro corpus. Hemos, empero, seguido el camino más transitado en las actuales ciencias del lenguaje: siguiendo criterios m eram ente funcionales, hemos asumido como refrán todo texto que se com porte como refrán, independ ientemente de su estructura y de su forma. Tarea posterior es, entonces, constatar si esa estructura y esa forma responden a esquem as que otros sistemas lingüísticos consideran como típicam ente paremiológicos. Sin pretender abordarel asunto, el problema se trasladaría a indagar cuál es la función de un refrán para verificar, después, en qué medida los textos de nuestro corpus cumplen con esa función. En nuestro caso, sin embargo, esta cuestión de parem iología com parada es sólo tangencial. Nos basta, en efecto, con constatar de una m anera general que los textos de nuestro acervo no se distinguen, en general, de los refranes de otros sistemas textuales así pertenez­ can al mismo tipo lingüístico. No se requeriría, en efecto, mucha tinta para demostrar que las m arcas parem iológicas de tipo estructo-formal que en 98. Diccionario de aforismos..., op. cit., p. 121. E l hablar lapidario nuestro corpus aparecen, son fundam entalm ente las m ism as que aparecen en las diferentes lenguas indoeuropeas. A dem ás, esta investigación se interesa m arcadam ente en los aspectos discursivos de los refranes, puesto que nos ocupam os del discurso lapidario, hem os de insistir en los rasgos específicos de tipo discursivo del refrán. De allí la respuesta afirm ativa a la pregunta ¿puede ser refrán un texto que no ha sido acuñado en ninguno de estos m oldes ancestrales? Es el caso, por ejem plo, de nuestro refranes exclam ativos, de los que hablarem os más adelante com o discutirem os varias otras cosas de las aquí planteadas. Estos refranes son de tipo acústico y corresponden a la concepción del ' ‘sonido estupendo” , " m u y propia del espíritu barroco que impregna, por vocación, la cultura m exicana. Por tanto, estos refranes exclam ativos presentan particularidades desde el punto de vista sem ántico: tienen como función discursiva principal el ornato y se conectan con el discurso m ayor en que se enclavan, sea diálogo o discurso argum entativo, no m ediante los tradicionales conectivos de tipo entim em ático sino de tipo acústico. Desde luego, al analizarlos más adelante, hem os de enfatizar el carácter parásito de estos textos, sus m ecanism os de relación con los discursos m ayores, especialm ente con el diálogo, pero tam bién con otros tipos textuales como los discursos argum entativos o los textos cifrados en otras estructuras, como los narrativos. Por tanto, habría que concluir que, tam bién desde el punto de vista discursivo, los textos de nuestro corpus pertenecen sin duda al universal paradigm a de los refranes. En todo caso, está claro que aunque trabajam os sobre un corpus parem iológico que podríam os llamar “ local” , sus m oldes, sus rasgos tanto estructurales y form ales como, sobre todo, discursivos lo enclavan, por necesidad, en los universos mucho más extensos y, en algunos casos, casi universales del refrán: el refrán, en todas las culturas, se com porta com o tal, independientem ente de su form a y de las estructuras que adopte. Se da el caso, em pero, según lo hem os visto, que dadas las form as, estructuras y funciones que caracterizan al refrán m exicano, los refranes de nuestro corpus form an parte, por razones de género y de cu Itura, de una m ucho más ampl ia tradición textual que dotan a los textos de nuestro corpus del rango de cuasi-universalidad suficiente para que las conclusiones que aquí establecem os en base al refrán m exicano, tengan alcances tam bién cuasi-universales. 99. 118 Sobre laexpresión “sonido estupendo” como característica del estilo del barroco, puede verse nuestro libro Estudios sorjuanianos, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1988, pp. 69 y ss. IV LA TEXTUALIDAD DE LOS REFRANEROS R e fr a n e r o m e x ic a n o Por principio de cuentas, hacem os nuestra la definición que da la últim a edic ión del Diccionario de la lengua española de la Real A cademia Españo­ la:1“colección de refranes” . Sin em bargo, para este estudio, “refranero” es mucho más que una “colección de refranes” . Es, como verem os enseguida, un tipo textual muy usado desde el siglo XVI en las sociedades hispanohablan­ tes tanto com o un libro de consulta sobre estas frases breves y sentenciosas, llamadas refranes, y desde luego como un lugar de encuentro con la sabiduría ancestral sobre las más variadas situaciones que suelen presentarse en la vida cotidiana. Más aún. puesto que se llama refranero, fundam entalm ente, a toda "colección de refranes", nos encontram os a lo largo de la historia de la textualidad hispánica unos acervos de refranes con pretensiones prim arias de tipo I¡terario: me refiero a obras como el El diálogo de la lengua. Quijote. La Celestina. El Periquillo Sarniento. Arrieros o Las tierras flacas que escritas prim ariam ente con fines literarios albergan, de hecho, verdaderas "colecciones de refranes" constituyendo, por ende, verdaderos refraneros, aunque de distinta índole. Al térm ino "refranero", por tanto, dam os dos acepciones a partir de ese significado fundam ental: en una prim era, designam os los refraneros-acervo que, como decía, conform an una larga y sólida tradición com o tipo textual autónomo aunque acuñado ya bajo el paradigm a de un diccionario, ya bajo el modelo del libro bíblico de los Proverbios como un libro de enseñanzas m orales.2 Ese tipo textual, el “ refranero”, ha servido, a lo largo de al m enos E 2. Madrid. 1992. Para documentar la función que la cultura hispánica atribuyó en su momento a los refraneros, bastaría con consultar los títulos de ellos en un hipotético catálogo. A nosotros nos basta un catálogo real que aunque incom pleto desde el punto de vista de la tradición paremiológica hispánica, muestra bien la I 19 ________________________________________ E j. 11A|i 1.AR I.API DARIO __ ______ quinientos años, no sólo para alim entar el habla popular y hacer sobrevi viren ella una serie de textos preciosos de la sabiduría ancestral, sino com o una perm anente fuente de consulta de una m oralidad, una m anera de hacer las cosas y una actitud ante las diferentes situaciones de la vida. En cam bio, llam am os aquí "refranero m exicano” al acervo de los refranes que, en el sentido genérico ya expl icado, han formado parte de alguna de las hablas m exicanas en alguna época de su historia. Los refraneros son tipos textuales que, por loque hace a la lengua española, fueron inaugurados, a la zaga del libro bíblico de los Proverbios, por obras tan prestigiadas com o lo fueron en el ám bito culto los Proverbios ele gloriosa doirinu e fructuosa enseñanza de don Iñigo López de M endoza (1398-1458), m arqués de Santillana, o los ya muchas veces m encionados Refranes que clizen las viejas tras elfuego en el ám bito popular. Bien se sabe, sin em bargo, que la tradición hispánica ha alim entado desde siempre una textual idad muy rica en coleccio­ nes de dichos m orales mucho más antiguos, como los de Séneca. Empero, ningunade estas viejas colecciones asumió la muy tardía etiqueta de "refranero". Si bien la realidad textual de los refraneros es antigua, el vocablo “ refranero” es, en efecto, tardío. Es producto apenas del siglo XIX y se usa prim eram ente para designar al hombre dicharachero del cual, por lo dem ás, se dice una veces que es de hablar certero, y otras que es un em bustero. M uchos de los actuales vocablos que en el español actual term inan en -ero em pezaron siendo adjetivos y luego asum ieron una función sustantiva conser­ vando a veces la función anterior, a veces perdiéndola. Com o adjetivos, los más de los vocablos en -ero indican una m anera de ser; rem iten, por tanto, a una costum bre. Así, el pendenciero, el justiciero, el ranchero. De allí se sustantivó y pasó a significar prim ero al objeto designado por el nom bre sufijado y hasta después su función específica. Una gran cantidad de estos nom bres en -ero denotan solam ente la relación de un sujeto con el objeto referido por el nom bre sufijado: un zapatero, con respecto a los zapatos o un cartero con respecto a las cartas. Con frecuencia, sin em bargo, los nom bres en -ero significan ya un espacio en el que se contiene, alm acena o conserva algo, ya el m aterial de que está hecho algo. Así, un ropero es un m ueble que f u n c ió n s o c ia l d e s e m p e ñ a d a p o r lo s r e fr a n e r o s . M e r e fie r o al e x tr a c to d e l c a t á l o g o g e n e r a l d e la B ib li o t e c a Colección de libros de la sección paremiológica. Obras que ex profeso o incidentalmeníe tratan de refranes, proverbios, adagios, sentencias, máximas, apotegmas, emblemas, consejos, aforismos, enigmas, conceptos, avisos, empresas, problemas, y dichos notables, sentenciosos, agudos y graciosos. V a l e n c i a , I m p r e n ta d e F e r r e r d e O r g a , 1 8 7 2 . d e S a l v á , e s c r i t o p o r D . P e d r o S a l v á y M a i le n , t it u la d o 120 L a thxtuaeidad di-; ios refraneros sirve para guardar ropa. Éste es, precisamente, el sentido prevalente en la palabra “ refranero''.3 Denota, primariamente, su carácter de acervo de refranes. Ya hemos dicho en que sentido aplicamos el adjetivo “m exicano” al acervo de refranes al que remite nuestro corpus. Un refranero como el mexicano es, por otro lado, como un magno fichero con muchos casilleros. O, si se quiere, es como una familia cuyos hijos son los tipos textuales que se cobijan bajo el apel 1¡do de “ refrán” . En efecto, la de los refranes es una gran familia de muchos miembros, aunque no todos hayan nacido en el seno familiar: algunos de los actuales refranes se han asilado en él cansados de sus largas correrías y responsabilidades. Los textos que actualmente forman parte de esa abstracción que es el refranero mexicano no sólo no tienen el mismo origen sino que ni siquiera tienen la misma forma. Para un estudio puramente paremiológico, un tipo de estudio importante del refranero mexicano sería, por consiguiente, llevar a cabo un inventario cuidadoso de formas y funciones en orden a establecer un también cuidadoso sistema denominacional. Aquí, como nuestro propósito es estudiar las carac­ terísticas del discurso lapidario, sólo nos concentraremos y nos ocuparemos de los tipos paremiológicos más aptos para ello. Por razones que aparecerán a lo largo del libro, esos tipos paremiológicos son los que hemos llamado gnomemas o refranes-sentencia. Esta incursión por la textualidad llamada “refranero” tiene la muy importante finalidad de resaltar una de sus características textuales más importantes. Me refiero a la verdad de Pero Grullo de que los refraneros no son sólo acervos, archivos o almacenes de refranes: los refraneros son también y principalmente un tipo textual con su estructura, su discurso y su función bien definidos. Los refraneros, en efecto, no funcionan solamente como testimonio patrimonial de un tipo textual oral sino que, de una u otra manera, pueden servir de medio de transmisión y aún de fuente de ese tipo textual. Es posible que un refranero tan importante como el de Darío Rubio haya servido de fuente para que una serie de refranes sigan vigentes en el habla mexicana.4 3. 4. C fr. Ignacio Bosque / Manuel Pérez Fernández. D ic c io n a r io in v e r s o d e la le n g u a e s p a ñ o l a . Madrid, Gredos, 1987, pp. 518 y ss. Es posible, por ejemplo, que algunos de los refranes incorporados por Agustín Yáñez en su novela ¿as tie r r a s f l a c a s provengan del refranero de Rubio. Yáñez, por ejemplo, tiene sus fuentes propias, sin embargo, no faltan los casos en los que entre las diversas variantes disponibles del refrán, Yáñez escoge la variante de Rubio. Como ejemplos, escojo sólo dos: el refrán “a cada pájaro le gusta su nido", en el que coinciden Yáñez L a s tie r r a s f l a c a s . M éxico. Joaquín Mortiz, p. 328) y Darío Rubio ( R e f r a n e s . 121 El. 1IAH1.AR LAPIDARIO Para este libro, por tanto, un "refranero" no es solam ente un alm acén de refranes sino una especie de supertexto 5 conform ado com o un m osaico de pequeños textos que aunque originalm ente independientes entre sí y tener un funcionam iento sociocultural autónom o, al pertenecer al m ism o estado de lengua o al estar en el m ism o refranero, contraen entre sí una serie de relaciones: en efecto, la presencia de un refrán en un refranero es tam bién una m anera que tiene este texto de funcionar, de ser texto. Lo m ism o se puede decir de la función que el refrán desem peña en los textos narrativos, didácticos u otros. Sin el ánim o de ser exhaustivo, bastaría, para percibir la realidad textual del género literario llamado refranero, un simple catálogo bibliográfico com o el que de la Biblioteca de Salvá compiló don Pedro Salvá y Mallen bajo el título de Colección de libros de la sección paremiológica. Obras que ex profeso o incidentalmente tratan de refranes, proverbios, adagios, sentencias, máximas, apotegmas, emblemas, consejos, aforismos, enigmas, conceptos, avisos, empresas, problemas y dichos notables, sentenciosos y graciosos 6 Por principio de cuentas, bien podría este larguísimo título i lustrar el cam po nocional del discurso gnóm ico de que nos ocuparem os m ás adelante. Por lo que'hace al asunto que aquí nos ocupa, un simple catálogo com o éste nos indica con m eridiana claridad que aunque el vocablo "refranero" sea tardío, su identidad com o tipo textual se rem onta, al menos, hasta el siglo XVI si no querem os reconocer la am plísim a tradición parem iológica tan viva en tierra española desde los tiem pos de Séneca. proverbios)' cJichosy dicharachos mexicanos. M exico A. P. Márquez, 1940. vol, I.ad loe.), tiene la variante que dice: “a cada pajarito le gusta su nidito”. recogida por José Pérez. Dichos dicharachos y refranes mexicanos. 5a edición. M éxico, Editores M exicanos Unidos. 1986. p. 14. 5. 6. 122 C oinciden, igualmente, en el reirán “a las mujeres y a los charcos no hay que andarles con rodeos" (A. Yáñez. Las tierras flacas, p.7 1 y Darío Rubio Op cit.. p. 29) que. no obstante circula en otra variante que dice: “a las mujeres y a los charcos, hay que entrarles por en medio". listos ejem plos, desde luego, pueden multiplicarse. Cabe observar, no obstante, que de estas coincidencias no se sigue, necesariamente, una influencia directa de Rubio a Yáñez ya que admiten otras posibles explicaciones: por ejem plo, que tanto Rubio com o Yáñez hayan recogido algunos de sus refranes en los m ism os abrevaderos lingüísticos que bien pudieron ser el mismo occidente mexicano de donde eran oriundos ambos. Dado que no contamos con una dialectología paremiológica. sólo podemos conjeturar el papel que asignam os al refranero de Rubio en la literatura m exicana de ¡asegunda mitad del siglo XX. El refranero de Yáñez ha sido extraído por nosotros y publicado en nuestro libro Refrán viejo nunca miente (Zamora. El C olegio de M ichoacán. 1994. pp. 142 y ss ). El término hipertexto. lamentablemente, que convendría muy ala idea que aquí queremos dar. ya ha sido usado en otro sentido porGérard Genette en Palimpsestes. La littérature an seconddegré . Paris, Du Seuil. 1982. Impreso en Valencia, en la Imprenta de Eerrer de Orga. a espaldas del teatro principal. 1872. impreso com o separata del Catálogo General, pp. 195-248. L a tlxtijai .idad di . los rllranlros Por otro lado, un catálogo como éste sirve para trazar con más acuciosidad la línea de la tradición paremiológica española en siglos que, como el XVII, parecerían haber olvidado la vocación hispánica al discurso lapidario. Allí está Juan de Aranda con sus Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias de diversas materias? allí está también el célebre Benito Arias Montano con sus Aphorismos sacados de la historia de Puhlio Cornelia Tácito 78al lado de una serie de libros que como la Idea de un príncipe político christiano, representada en cien empresas, de Diego Saavedra Fajardo; o los Afectos divinos con emblemas sagradas, de Pedro de Salas; o el hecho de las sucesivas reediciones de obras como la Floresta española de apotegmas y sentencias sabia y graciosamente dichas , de algunos españoles, de Melchor de Santa Cruz de Dueñas, que publ ¡cada por vez primera en Bruselas en 1598, tuvo, entre otras reediciones, las de 1614, 1629 y 1702. Lo cual quiere decir, entre otras cosas, que estuvo vigente a lo largo del siglo XVII. Este par de ejemplos mostraría, además que la paremiología del siglo XVII español cambia de lo popular a lo culto. Otra cosa que muestra un catálogo como e 1anteriormente citado de Salvá es la gran popularidad que este tipo de obras tenían y la función social que su discurso desempeñaba. Son obras, por lo general, moralizantes que desem ­ peñan funciones educativas y aun didácticas. Por ejemplo, entre la paremio­ logía culta del siglo XVII se encuentran las obras de Ambrosio de Salazar: un libro de sentencias, con fines educativos, y dos obras sobre la gramática española. Pues bien, el primero de los libros. Las clavelinas de la recreación, indica en el título mismo que se trata de textos “ muy agradables para todo género de personas'’.910Pero así como en algún caso a estos repertorios de dichos se les asigna la fuñe ión de d ivertir, en otros se le asigna una función más seria. Por ejemplo, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, empezó a circular una obra titulada Sentencias 10en cuyo título se dice que se tratan de sentencias de di versos autores cuya recopi lación se hizo “ para edificación de buenas costumbres” .11Algunos viejos refraneros, incluso, llegaron a poner en el título esa función: así El sobremesa y alivio de caminantes de Juan 7. 8. 9. 10. 11. Publicado en Madrid por Juan de la Cuesta en 1613. PublicadoenBarceloñaporSebastiánM atebaten 1614. Salva, op. c i t ., p. 236. No se menciona el autor, sólo se dice que fue impresaen Coimbra por Juan Álvarez impresor del rey, que se terminó de imprimir el 20 de marzo de 1555. Se conocen varias ediciones. Salvá, op. c it.. p. 240. 123 EL HABLAR LAPIDARIO Tim oneda. Esto pone de m anifiesto, pues, una muy vigorosa y versátil tradición de textos escritos, de muy diversa índole, que recogen refranes para que leídos, sirvan ya para el solaz de sus lectores, ya para su edificación. Hoy llam am os refraneros a esas obras, entonces, antes de que se inventara el nom bre, se llam aron de muy diversas m aneras, acercándolas a los tipos textuales entonces conocidos. Ello nos lleva, pues, a verificar que es muy antigua la convicción de que, desde el punto de vista textual, el refrán no es, en el am biente culturalm ente m ixto de la actualidad, ni sólo ni principalm ente un texto que haya de ser considerado única y exclusivam ente desde los cánones de la tradición oral: tiene otras funciones igualm ente importantes, otras m aneras de funcionar textualm ente y, desde luego, otras m aneras de transm itirse. Más aún, el presente estudio quiere llam ar la atención sobre las olvidadas funciones discursivas del refrán tan antiguas y tradicionales com o las que le asignó la tradición oral. Estas funciones discursivas, puede decirse, parecen estar en proceso de ser recuperadas por el refrán no sólo en la m edida en que tiende a ocupar un lugar en la literatura m exicana contem poránea sino en la m edida en que tiende a penetrar en otros tipos discursivos. Me refiero no sólo a funciones com o la de ornato y la argum entativa, sino a funciones com o la didáctica y la jurídica. En todo caso, se puede afirm ar que la presencia del refrán es muy abundante y variada en las recientes form as narrativas de la literatura m exicana actual. En suma, es posible asentar que las funciones que el refrán tiene actualm ente en las diferentes hablas m exicanas, son tan im portantes y variadas las de la textualidad escrita com o las de la oralidad. A dem ás, el uso de un refrán ya en un refranero, ya en un texto narrativo com o una novela, ya en un periódico, un film, una carta o cualquier texto escrito no im porta a qué género pertenezca, yaen una conversación ordinaria o en un discurso de tipo argum entativo escrito sobrepasa, ciertam ente, los límites de una oral idad en estado puro. Actualm ente, en nuestra cultura, puede decirse que las funciones textuales del refrán tienden hacia una textualidad híbrida. Por tanto, en esta investigación sobre el discurso lapidario asum im os los refranes con este cúm ulo de funciones textuales, m ixtas y m últiples, que tienen en la actual textualidad m exicana. N uestro corpus, por tanto, nuestra versión del “ refranero m exicano”, está com puesto tanto por refranes tom a­ dos directam ente del habla popular m exicana, com o por refranes que funcio­ nan en textos escritos: la condición de pertenencia a este refranero que deben cum plir los textos que en él incluim oses.solam ente.su condición de refranes 124 L a TRXTUAI.IDAD DI. I.OS RH1RANKROS reconocida por sus usuarios dentro de alguna de las hablas m exicanas, no importa quienes sean estos usuarios. A sum im os aquí, por tanto, que un refranero es un tipo textual con pleno derecho, tan válido como cualquier otro tipo textual. Un refranero, por consiguiente, aunque se trate de una mera recopilación o florilegio de refranes, tiene una función social com o todos los tipos textuales. Un refranero es, en sí mismo, un texto que impl ícitam ente docum enta los refranes que contiene. La textualidad de un refrán es, por el hecho de form ar parte de un refranero, tan válida como la textualidad de un refrán en una expresión de la lengua hablada por un grupo hum ano. A sum im os aquí, por consiguiente, que ni las caracte­ rísticas form ales de un refrán, ni sus principales funciones discursivas, ni sus rasgos de lapidariedad son afectados por esta m ultifuncionalidad a que nos acabamos de referir. El anterior concepto de “refranero” aparece bien explícito en la tradi­ ción parem iológica m exicana. A principios de este siglo, em pezó a reapare­ cer, en el conj unto de textos que conform an la textual idad m exicana, una muy fortalecida y renovada tradición parem iológica que venía, com o verem os enseguida, de muy lejos: se reanuda el viejo arte de com poner refraneros que, porotra parte, siem pre había aparecido como importado o, en todo caso, como un arte colonizador. Los anteriores refraneros que habían form ado parte de la textualidad m exicana no habían sido textos escritos acá. Estos refraneros mexicanos, en cam bio, fueron textos nativos con frecuencia dotados de una pretensión nacionalista: textos con sus propios objetivos y, desde luego, sus lectores. Los refraneros m exicanos del siglo XX, por lo dem ás, expresan una especial propensión hacia un tipo textual que si bien nunca se había extinguido del habla había ido cam biando, sobre todo el siglo anterior, el prim er siglo después de la independencia, y al conm em orar los prim eros cien años de vida independiente, parece surgir el deseo de hacer inventarios de los refranes hechos acá. Em pero, nuestra m anera de hablar, muy dada a las frases sentenciosas, lapidarias, pul idas, no había nacido de la noche a la mañana: este interés m exicano por el hablar lapidario tenía, a com ienzos del siglo XX, un larguísimo cam ino recorrido del cual, desde luego, no nos vam os a ocupar aquí. Cabe, em pero señalar, que el interés m exicano por lo parem iológico tenía su origen en una crecida corriente alim entada por dos vertientes a cual más de exuberante: una indom exicana y otra hispano-europea. En efecto, el refranero m exicano sem eja, a un m agno árbol cuyas raíces hienden el fértil 125 E l hablar lapidario suelo del renacim iento europeo, se alim entan de las vetas parem iológicas m edievales y alcanzan los caudales que vienen de la patrística y de la Biblia. Ya M arcel Bataillon m enciona herm osam ente la propensión del alm a hispana hacia la lapidariedad que em ana de los refranes cuando en su ya clásico Erasmo y España dice: España — dice— tierra clásica de la brevedad sentenciosa, del epigrama, del chiste, no tenía lecciones que recibir de la antigüedad en materia de apotegmas. Se habían recopilado ya las sentencias de A lfonso V de Aragón y las del primer Duque de Nájera. La tradición oral guardaba verdaderos tesoros de esas senten­ cias.12 El m ism o erudito achaca a la traducción al español de los Apotegmaía de Erasm o, a m ediados del siglo X V I,13el auge y, hasta se podría decir, la espe­ cie de fiebre parem iológica que se desencadena en España. Los Apotegmas de Erasm o, dice B ataillon14 pudieron contribuir a hacer nacer en la segunda mitad del siglo las grandes recopilaciones españolas, com o la Floresta española de apotegmas y sentencias del toledano M elchor de Santa Cruz (1574) y las Seyscientas apotegmas de Juan Rufo (1596). Al escudriñar la España del siglo XVI en busca de las huellas de Erasmo, B ataillon descubre la afición española al hablar lapidario y se m uestra im presionado por el arraigo que refranes, sentencias, dichos, adagios y apotegm as tienen en la textualidad española de índole tanto culta com o popular. Es com o si el hablante español se hubiera aficionado a hablar a base de jo y as de alto kilataje: Los españoles — dice— tenían un gusto vivísim o por estas condensaciones de la experiencia humana, memorables por su simetría, por sus antítesis o por su solo laconism o moneda corriente y pulida por un largo uso, pero cuyo relieve resiste maravillosamente al desgaste de los tiem pos.15 12. 13. 14. 15. 126 Marcel Bataillon. Erasmo y España. F.C.E.. M éxico. 1950. Los Apotegmas de Erasmo fueron traducidos al español en 1549 por el bachiller Francisco Thámara y el maestro Juan de Jarava. Op. cit. pág. 626. Marcel Bataillon. op. cit.. pág. 51. La textualidad di-: i .os refraneros El erasm ism o habría significado, pues, según Bataillon, para latradición parem iológica española un importante y decisivo estím ulo: im pulsada por Erasmo, la España de la segunda mitad del siglo XVI se habría aficionado a este hablar lapidario, cuyos gérm enes llevaba en la estirpe, ya desem polvando sus viejos refranes, ya recogiendo en las apenas extinguidas hogueras de la tertulia nocturna los dichos sentenciosos de sus m ayores, ya hurgando en la experiencia cotidiana para recoger esas condensaciones sabias que a fuerza de transm itirse de boca en boca habían perdido su árbol genealógico y recorrían las generaciones, m oldeadas durante siglos de uso popular, en el más riguroso anonim ato. Q uizás sea desproporcionada la parte que de tan magna em presa atribuye Bataillon a Erasmo; quizás no estaría de m ás hacer un nuevo balance y ver si con Erasm o confluyeron otras causas: si, por ejemplo, la m oda parem iológica que Bataillon hace em pezar con Erasm o no venía, en realidad, de más atrás y rebasa, de hecho, al propio Erasm o. Así lo hace José A ntonio M aravall en sus Antiguos y modernos l6quien tras asentar con A m érico Castro que “el refrán nos lleva al centro de la ideología renacentista” , ve en el interés del siglo XVI por el refrán una sim ple expresión del interés por lo hum ano: Es lo cierto que de Erasmo deriva una gran influencia — dice— pero ni es bastante para explicar la tendencia que se observa en nuestros humanistas, ni estos m ism os dejaron de darse cuenta de la importante diferencia que había entre los adagios que Erasmo recopiló y anotó y aquellos proverbios de que tantos escritores españoles se ocuparon [...] El gusto por los refranes se revela en los más rigurosos y entusiastas representantes de la espiritualidad renacentista, desde las primeras fases de este m ovim iento cultural en la península.17 M aravall insiste en que el interés español por los refranes es fruto del espíritu renacentista en su carácter de quintaesencia de lo humano y “expre­ sión del fondo de verdad eterna y universal que la naturaleza buena puso en el hom bre” .18 Sea lo que fuere de ello, este problem a queda, por lo pronto, fuera de nuestro interés inm ediato. 16. 17. 18. Segunda edición, Madrid, Alianza Universidad núm. 458,1986, pp. 407-413. p. 408. Cita de E l p e n s a m ie n to d e C e r v a n te s de Américo Castro tomada de Maravall ,o p . c it., p. 408. Véase lo señalado en R e fr á n v i e j o , op. c it., p. 73. O p. c it., 127 E l hablar lapidario Dos TIPOS DE REFRANEROS EN LA TRADICIÓN HISPÁNICA Para el caso que nos ocupa, es im portante hacer notar, de entrada, que el interés español por los refranes fue expresado en dos tipos de textos a los que, aunque sea por analogía, se puede llam ar “refraneros” . Por un lado, están los acervos de refranes: se trata de libros m oralizantes que contienen, en form a sentenciosa, m áxim as del habla cotidiana de las cuales se desprende una m oraleja. Por la m anera como organizan su contenido, los llam arem os “refraneros-acervo” . En este tipo de “refraneros” el m arco discursivo en que se inserta el refrán adopta la form a de un consejo y es, en general, de tipo parenético. Su antepasado más ilustre es el libro bíblico de los Proverbios obra que, por lo dem ás, com o ya hem os señalado, fue la que abrió histórica­ m ente los cauces para que este tipo de refraneros se im pusiera. Los refraneros españoles de los siglos XV, XVI y X V II19conform an esta sólida corriente parem iológica en donde nace y se desarrolla el tipo textual “ refranero” que, andando el tiem po, se irá abriendo paso hasta constituir el tipo textual sobre cuyos derechos llam am os aquí la atención. A guisa de ejem plos, m encionarem os un par de refraneros que circularon el siglo XVI español con el solo ánim o de aprender no sólo algunos rasgos de este tipo de textualidad, sino lo que el “refranero” aportó a la educación de España. Em pezarem os, pues, recordando un refranero español con pie de im prenta de 1541,20 sin lugar, ni autor o recopilador: se titula Refranes glosados. En los quales qualquier que con diligencia los quisiera leer hallará proverbios: y maravillosas sentencias; y generalmente a lodos muy provechosos. ¡541. Com o bien dice el título, se trata de refranes glosados. La glosa en cuestión es m uy singular: los refranes, en prim er lugar, están enclavados en el m arco de una exhortación de un padre a su hijo. En efecto, el libro em pieza con estas significativas palabras: Un muy virtuoso hombre allegadose a la vejez considerando que los días de su bivir eran breves deseando que uhn sólo hijo que tenía fuesse sabiamente instruydo y consejado: para que discretamente biviese. De los presentes prover­ bios y refranes le adoctrinó. Hijo mió dilectissim o: aprende escuchando la doctrina de mi tu p ad re...21 19. 20. 21. 128 Véase una primera lista de ellos en Refrán viejo, op. cit.. pp. 45 y ss. En Juan B. Sánchez Pérez. Dos refraneros de 1541. Imprenta J. Cosano, Madrid, 1944, pp. 11-65. Op. cit.. p. 13. La textualidad oh los refraneros Esta m agna exhortación de un padre a su hijo podría equipararse al exordio a un serm ón parenético m ientras que el refranero allí insertado mediante diferentes técnicas y con distintas funciones discursivas entre las que no faltan, por ejem plo, la función argum entativa de tipo entim em ático, haría las veces del sermón. En este refranero, con frecuencia el refrán, en efecto, hace las veces de “cierre” a una pequeña exhortación o a un argumento. La obra, dividida en capítulos tem áticos consta de doce. Por ejemplo el capítulo prim ero expresa su contenido con estas lacónicas pala­ bras: “que no deves hablar m ucho” ; La “glosa”, en cam bio, con que empieza el libro dice: loan todos los discretos el poco hablar: pues es vezino de buen callar. Ca es cierto que el que calla no puede errar. E si para hablar piensa bien y delibera primero que hable: y el lugar y el tiempo: seruando buena orden: no será largo en su dezir: porque presto es dicho: lo que es bien dicho. Con una técnica parecida hilvana una serie de refranes sobre el hablar prudente del tipo de: Quien m ucho habla: m ucho yerra. Al buey por el cuerno: y al hom bre por la palabra. En boca cerrada: no entra moxca. Palabras y plumas: el viento las lleva. A las palabras locas: orejas sordas. A la m ala llaga: m alayerva. De m anera que estos prim eros refraneros estaban ordenados tem ática­ mente y se presentan com o una “doctrina” , “ instrucción” o “consejo” . El “refranero”, pues, en cuanto tipo textual nace en España a im agen y semejanza del 1ibro bíblico de los Proverbios. Con el tiem po fue perdiendo el marco parenético o didáctico y adoptó la forma de una 1ista de refranes legible, sin embargo, y con una función sapiencial autónom a. M uchos de los refranes de este refranero de 1541, como se ve, aún siguen su recorrido de boca en boca en refraneros derivados, com o el m exicano. La técnica de la “glosa” es, por tanto, m últiple y la investigación parem iológica tiene en estos refraneros un caudal inexplorado. De cualquier modo estos prim eros refraneros ponen a circular un caudal de principios sacados de las reservas m orales de la sociedad española frecuentem ente form ulados de m anera parem iológica con senten­ 129 E l hablar lapidario cias breves. Una técnica de glosa, en este refranero es la concatenación de un refrán con otro m ediante un m ecanism o de asociación verbal, tem ática y aún acústica. Ejem plo de las técnicas de concatenación em pleadas por el glosador es el capítulo sexto, que titula el anónimo parem iólogo “cómo te de ves guardar de contender ni pleytear: en especial con m ayor que tu”, 22y que em pieza con el refrán “allá van leyes: do quieren reyes” . Este refrán es introducido por una pequeña exhortación que, por lo dem ás, dom ina todo el refranero: N o te consejo hijo que con grandes señores o mayores que tu no presumas contender; ni pleytear: puesto que tengas buena justicia: porque con el mucho tener o amistades hacen lo que quiere: y al fin allá van leyes: do quieren reyes. El refrán, pues, aparece en este tipo de parem iología com o un pretexto en el contexto de un discurso m oralizante que parece seguir su propio rumbo. Si bien insertados en el m arco de un discurso, los refranes de este refranero, de cualquier m anera, constituyen con él un tipo textual con derechos propios. El prim er refranero im portante de esta serie es el ya varias veces m enc ionado Proverbios de gloriosa dotrina efructuosa enseñanza de don Iñigo López de M endoza (1398-1458), m arqués de Santillana.23 El otro refranero que em ine por su fam a y por ser realm ente el prim er refranero español, en el sentido que actualm ente se da a esta expresión, es una reedición muy retocada del célebre Refranes que dizen las viejas tras el fuego: nos entrega un valioso testim onio de una de las m uchas m aneras de actuali­ zarlo creadas por la em bestida parem iológica del siglo X V I. Lleva como título Los refranes que recopiló Yñigo López de Mendoza por Mandado del rey Don Juan24Aquí tam bién se trata tam bién de refranes “glosados” presenta22. 23. 24. P. 35 y siguientes. 'Para las posibles fuentes de este refranero dentro de la tradición española puede verse a Rafael Lapesa, “Los proverbios de Santillana contribución al estudio de sus fuentes” en Rafael Lapesa, D e la e d a d m e d ia a n u e s tr o s d ía s , segunda reimpresión de la primera edición, Madrid, Gredos, 1982, pp. 95 y ss. Juan B. Sánchez Pérez, op. c it., pp. 67-143. El título de este refranero es larguísimo, como era costumbre en los libros del siglo XVI. Lo voy a reproducir aquí porque contiene unaserie de datos a los que me referiré más adelante: L o s r e f r a n e s q u e r e c o p iló Y ñ ig o L o p e z d e M e n d o z a p o r m a n d a d o d e l R e y D o n Ju a n . A g o r a n u e v a m e n te g lo s a d o s . E n e s te a ñ o d e m il e D . e X L. 1. Y ñ ig o L ó p e z d e M e n d o z a : p o r m a n d a d o d e l r e y d o n J u a n : o r d e n o y c o p ilo lo s R e fr a n e s C a s te lla n o s : q u e s e d ic e n c o m u n m e n te e n tr e to d o g é n e r o d e p e r s o n a s : lo s c u a le s c o m p r e h e n d e n e n s y s e n te n c ia s m u y p r o v e c h o s a s y a p a c ib le s : n o e m p e r o la s m a n ifie s ta s : q u e p u e d e n f á c ilm e n te s e r e n te n d id a s d e to d o s : y p o r ta n to lo s g lo s o n u e v a m e n te u n a p e r s o n a d o c ta : a g lo r ia d e n u e s tr o s e ñ o r y p r o v e c h o y c o n s o la c ió n d e lo s c r is tia n o s e s p e c ia lm e n te d e lo s d e n u e s tr a n a c ió n y la g lo s a e s b r e v e : p o r q u it a r f a s t i d i o : y d a r c o n te n to a lo s le c to r e s : y v a n p u e s t o s lo s r e fr a n e s : p o r la o r d e n d e l a b e c e : y j u n t o a c a d a r e f r á n : s u g lo s a : o s e n te n c ia : la c u a l s e h a h e c h o a g o r a n u e v a m e n te . V a lla d o lid , 1 5 4 1 . F r a n c is c o H e r n á n d e z d e C o r d o b a . E n 8 o. 4 0 h o ja s . 130 L a tfxtuai .idad di: i.os rffranhros dos pororden alfabético. La glosa, empero, es casi tan breve como la sentencia glosada. De más está decir que en este viejo refranero hay ya m uchos de los refranes de la tradición parem iológica hispánica que, por tanto, pasaron a engrosar del caudal de refraneros como el m exicano: el anónim o refranero registra ya, por ejem plo, el refrán “a otro perro con ese hueso” y lo glosa así: “ los sabios, no reciben engaño de los cautelosos” .25 De hecho, lo que aquí nos interesa resaltar es el tipo textual conform ado por este príncipe de los refraneros que, por esa prerrogativa, sirvieron de modelo al prim er tipo de refranero o refranero-acervo. Se trataba, en prim er lugar de textos para ser leídos. Un estudio de recepción nos podría indicar quienes fueron los principales destinatarios de refraneros como éste. Que era un libro para ser leído lo indica la observación de que las glosas son breves “por quitar fastidio y dar contento a los lectores” . En la evolución de este primer modelo de refranero, cam bió desde luego el destinatario: ya no es el lector piadoso que quiere imbuirse de una doctrina moral izante sino será, más bien, el hacedor de discursos: desde el fraile o clérigo con sus serm ones hasta el cúmulo de escritores y, en general, el hombre culto de pelo medio que quiere hacerse con un caudal de sabiduría popular para usar cuando hable. El refranero, por tanto, se convierte en fuente de consulta para alim entar el habla.2627 Que estos refraneros eran consultados lo prueba la gran cantidad de ediciones que de algunos de ellos se hacen, como ya lo señalam os, y la afluencia de ellos a las bibliotecas novohispanas entre los libros de prim era necesidad. Este aprecio por los refranes m uestra bien, por otra parte, que el placer por la frase bruñida, densa y lacónica era característico del habla hispana en ese siglo. A la fiebre parem iológica del siglo XVI seguirá, aún en la península, un reconcentrado interés por coleccionar refranes. El siglo XVII es en efecto, con todo su desbordam iento barroco, un siglo de reflexión y de transform ación en México, es el siglo en que em pieza a brotar la identidad novohispana. En la península, por ejem plo, Pedro de Figueroa publica por entonces sus Avisos de Príncipes en aforismos políticos.11 Un cuarto de siglo después Jerónim o 25. 26. 27. Juan B. Sánchez Pérez, op. cit., p. 72. Sobre los antecedentes medievales de la paremiología hispánica del siglo XVI, véascel estudio de Rafael Lapesa “Los proverbios de Santillana, contribución al estudio de sus fuentes”, en Rafael Lapesa. Déla edad media a nuestros días , Madrid, Gredos, 1982, pp. 95-11. Salamanca, 1647. 131 E l H A B LA R LAPIDARIO M artín Caro publicará Aforismos, refranes y modos de hablar castellanos 28 y A ntonio Pérez regresará al refrán político con sus Aforismos políticos .29 Sin embargo, dentro de la gran tradición parem iológica de los refranerosacervo, hubo una m agna obra en la España del Siglo XVII que estaría destinada a m adurar de una vez por todas la parem iología hispana. La de M éxico no sería la excepción. Es obra de m adurez de la lengua com o lo será unos años m ás tarde el Tesoro de la lengua castellana o española de don Sebastián de Cobarrubias. Me refiero, por supuesto, al ya citado Vocabulario de Refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana en que van todos los impresos antes y otra gran copia obra del docto hum anista, el m aestro Gonzalo Correas, profesor de latín, griego y hebreo en la prestigiada Universidad de Salam anca en la que se distinguió adem ás com o catedrático de lengua castellana.30 Con ser un autor muy fecundo, la obra m aestra de C orreas es su Vocabulario de refranes y frases proverbiales. Ya hem os señalado en otra p a rte 3132las peripecias por las que pasó esta obra antes de ser publ ¡cada en 1906 por la Real A cadem ia Española. No sólo el concepto de “ refrán’' es am pliado con el de “ frases proverbiales” sino que la m ism a form a del tipo textual es enriquecida sustancialm ente, amén de colocar el tipo textual “ refranero” dentro de la tipología de los “vocabularios” o “diccionarios” robustecida p o rN eb rijaen 1492, hace más de m edio m ilenio, al publicaren Salam anca su Vocabulario latino-español y, tres años m ás tarde, su Vocabulario españollatino?2Para la cuestión que aquí nos ocupa, está claro, en efecto, que Correas m o d ific a d concepto de refranero que hasta entonces se había impuesto y que de alguna m anera tenía com o m odelo a Refranes que dizen las viejas tras el fuego. N o sólo am plía el paradigm a de las form as que se asum ían com o refranes sino que, com o buen gram ático que es, intenta un sistem a denom inacional del cam po textual m ás técnico: “ refran es” , “ frases 28. 29. 30. 31. 32. 132 Madrid, 1671. Zaragoza, 1680. Entre sus notables publicaciones cabe mencionar su Arte grande de la lengua castellana (1626), el Trilingüe de tres Artes de las lenguas castellana , latina y griega (1627) y el Tratado de Ortografía castellana (1630). Véase Refrán viejo..., op. cit., p. 84. V éase laed ición facsimilar que este último publicaen 1989 la Real Academ ia Española en Madrid. Don Sebastián de Cobarruvias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (M adrid/M éxico, 1979, p. 1012) recoge en 1611 el uso durante el siglo XVI de las palabras “vocabulario” y “dicionario” ; suelen usarse ordinariamente en forma indistinta com o lo indica la explicación que pone a la palabra “vocabulario”: “lo m esm o que dicionario”. L a tf.xtualidad de los reí-raneros proverbiales” y “ fórm ulas com unes” . Analizado con cuidado, se verá enseguida que el concepto de refrán cam bia en Correas. Tam bién hay, por primera vez, un intento de abstracción: hasta ahora, los refraneros habían recibido su nom bre de sus contenidos, como se ha visto. Correas, por prim era vez, trata de darle nom bre al tipo textual cuyo contenido son refranes: el modelo más a la m ano es el de un “vocabulario” que en vez de palabras sueltas tenga refranes. Tanto N ebrijacom o Cobarruvias se habían ocupado de la palabra “ vocabulario” . Cobarruvias, por ejem plo, dice que es “ lo m esm o que dicionario” y que proviene de voce A1 Para Correas, por tanto, un refranero es un “ vocabulario de refranes” . De hecho, el Vocabulario de Correas es un verdadero m uestrario de tipos parem iológicos con sus más de 25,000 refranes castellanos. Em parentadas con los refranes, hay otro tipos de colecciones de textos breves como consecuencia del atractivo que el habla lapidaria siem pre provoca. Aunque de los em blem as hemos de hablar más adelante, es preciso que digam os aquí que el barroco habría de producir sus propias colecciones y, hasta cierto punto, su propia parem iología: sólo m encionaré lo que aquí llamaré “parem iología em blem ática” que jugará un papel tan im portante en el cultivo, entre nosotros, del gusto por el hablar lapidario; que com o m uestra eximia de esa parem iología em blem ática he de m encionar, así sea de pasada, la obra del m ilanés Filippo Picinelli Mondo Simbólico impreso por prim era vez en Milán en 1653. El Mondo Simbólica es una colección de em blem as cuyas figuras están sólo descritas verbalmente; por ello, el libro tiene más bien la apariencia de un acervo de lemas com entados en el que la figura o cuerpo del em blem a está reducido al título que preside cada capítulo. Tiene, pues, la forma de un refranero. Por lo dem ás, el autor parece estar pensando en la predicación y en los predicadores, al escribir su libro. Tras varias reim presiones y am pliaciones en italiano, fue traducido al latín en A lem ania por Agustín Erath, canónigo regular de la orden agustina. El texto traducido fue muy popular en la Nueva España: en cada biblioteca novohispana había, de ordinario, un ejem plar del Mundus Symbolicus. Aún ahora no son raras las copias am ontonadas en los sótanos en donde suelen yacer las bibliotecas novohispanas; en el exconvento agustino de A colm an, por ejem plo, hay una decena de “picinellos” provenientes de diversas 3 33. Op.cit., p. 1012. 133 E L H AB LA R LAPIDA RIO bibliotecas conventuales. Entre los libros de los jesuítas el siglo XVI11 se m enciona un Mondo Simbólico 14 El Mundus Symbolicuses una enciclopedia del sím bolo. En el universo barroco, tan dado a la sim bolización, nació la sim bolística com o una ciencia del sím bolo. Picinelli se siente parte de una tradición de em blem atistas. Los em blem as, com o se sabe, constan de dos partes: una com posición visual, por un lado, y una sentencia breve alusiva, el lema, generalm ente en latín. Picinelli substituye la parte visual con su explicación. De este modo el Mundus Symbolicus viene a ser una extensa colección de lemas de la más variada procedencia: la antigüedad clásica, la Biblia , la patrística, los escritores y teólogos m edievales, etc. Sin em bargo en la explicación del lema concurren voces m uy diversas en form a sentenciosa y contundente. Este tipo de obras, frecuentes durante los siglos XVII y XVIII novohispanos, dan cuenta de la recolección de otra clase de sentencias por parte de los eruditos barrocos: los lemas. La capacidad enunciativa de los lemas les viene del hecho de form ar un sistem a sem iótico con las figuras. Sentencias de esta índole, a su modo parem iológicas, habrían de salpicar la literatura de la época, am én de otras artes. Los REFRANEROS LITERARIOS Esto nos lleva de lleno a la otra importante tradición parem iológica o, si se quiere, a otro tipo de refranero que ya por entonces em pieza a difundirse en España: se trata de refraneros literarios o, si se prefiere, refraneros-literatura cuyo paradigm a pueden ser obras como el Quijote o la Celestina. A diferencia de los refraneros-acervo, los refraneros literarios no sólo recogen y ponen a circular refranes sino que los insertan en un discurso, por lo general literario, con sus correspondientes contextos situacionales y funciones discursivas. A falta de grabadoras que recogieran m uestras de discursos con todo y ámbitos discursivos en que se usaban los refranes, este tipo de obras literarias sirven de excelente docum ento del habla popular con su peculiar m anera de pensar. El diálogo de la lengua de Juan de Valdés, que a su modo puede ser tenido por un refranero literario, docum enta el hablar del siglo XVI a partir de la teoría del uso que docum enta, fundam entalm ente, en un pequeño corpus de refranes.34 34. 134 AGN, Archivo Histórico de Hda. Temporalidades, legajo333 expediente 6. I. a n x niAi.iDAD di : i.os r efr a n er o s Como bien se ve, a este tipo de acervos sólo conviene el nom bre de refraneros de una m anera analógica: su naturaleza textual sigue siendo primariamente literaria. Porlodem ás, históricamente nunca fueron llamados “refraneros” sino m etafóricam ente. Sin em bargo, se trata de refraneros con derecho propio. Los refranes, en efecto, no sólo se han transm itido de boca en boca, ni sólo por medio de los refraneros-acervos sino que este tipo de acervos literarios han sido una m anera muy eficaz no sólo de supervivencia de los refranes sino, desde luego, de transm isión. Sin em bargo, el orden de las funciones que los refranes desem peñan en un discurso literario es distinto al de las funciones que desem peñan en los tipos de discurso orales en los que se enclavan: en los refraneros 1iterarios parece prevalecer la función ornam ental sobre la argum entativa. De lo dicho, por tanto, parece imponerse la verdad de Pero Grullo de que el “refranero” , no importa cuál sea su m odalidad, es también un tipo textual con derechos propios. R efraneros en s u e l o a m e r ic a n o Ambas tradiciones llegan intactas a la Nueva España como es fácil de m ostrar no sólo por los cargam entos de libros que están am pliam ente docum entados3536 sino en la producción literaria novohispana de plumas tan prestigiadas como la de Juan R uizde A larcóno Sor Juana Inés de la Cruz. Así, en el “ pagaré de Alfonso Losa, m ercader de libros” , fechado en M éxico el 22 de diciem bre de 1576, entre los libros que el Sr. Losa debe a Diego M exía“ vezino de lacibdad de Sevilla” figuran doce ejem plares del Apotegmas de Erasmo que, a decir del documento, "contiene dichos graciosos", están impresos en octavo y tasados a ocho reales. La 1ista incluye 247 obras más. Entre el las 15 “florestas españolas, en papelones a 5 reales” y “2 florestas españolas, en tablas a 5 reales”31’. Esta lista de libros, como se ve, está form ulada en la jerga de los mercaderes de libros. La obra aludida con el nombre de “floresta española” es la de Toledano M elchor de Santa Cruz cuyo título com pleto es Floresta española de apotegmas y sentencias, ya m encionada. En un pagaré análogo unos meses a n te s — fechadoel 21 d e ju lio d e 1576— Pablo G arcía recibe de Alfonso Losa, en la ciudad de M éxico, un envío de libros entre los que se 35. 36. Por ejem plo, en Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, segunda edición, F.C.E., M éxico, 1979, p. 329. Ibid. p. 330. 135 E l. H A B L A R L A P ID A R IO encuentran “dos proberbios del M arqués a medio peso'"37. Este tipo de obras aparecen prácticam ente en todos los cargam entos de 1ibros. Así en un pedido que hace el librero limeño Juan Jim énez del Río, techado el 22 de febrero de 1583, solicita “ 12 floresta española de todas suertes en tablas de papel y flores de oro”38. Y en la declaración que un tal Trebiña tuvo que hacer a la Inqui­ sición de la ciudad de M éxico el mismo año, entre los libros de su biblioteca particular— cincuenta y cinco en total— figura una “ Floresta española” . Lo que aún queda de las ricas bibliotecas novohispanas basta para m ostrar la abundante presencia en la vida cultural m exicana de los refraneros españoles. Por cuanto hace a los escritores novohispanos, no es difíci 1com probar y ya lo han señalado tanto los trabajos de Alfonso Reyes como los de Pedro H enríquez Ureña 39en el caso de Juan Ruiz de Alarcón, que en tiem pos de la N ueva España hay una com unidad cultural entre la cultura y sociedad am ericanas con las peninsulares: Alarcón es un m exicano cuya vida intelec­ tual se desarrolla en España en donde triunfa independientemente de su origen m exicano. En el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, tam bién paradigm ático, se trata de alguien que a pesar de perm anecer pegada al terruño triunfa en España y en sus colonias: la poesía de la m onja jerónim a, en efecto, se lee ávidam ente en todo el orbe español y, desde luego, es discutida y publicada en España. Una buena parte de sus adm iradores, como su biógrafo el jesuíta Diego Calleja, están allá. Para el asunto que nos ocupa, esto quiere decir que en ese lapso los libros de uso para la cultura novohispana venían de España. La frágil infraestructura editorial que acá florece está ocupada en la satisfacción de las necesidades m ás urgentes que plantean tareas tan arduas como la evangelización, la catequesis y, desde luego, la educación en todas sus m odalidades. Para tener una idea de qué obras se im prim ieron en M éxico durante el período colonial bien puede servir de referencia la gigantesca obra de don José Toribio M edina La imprenta en México 1539-1821.40 La N ueva España se alim entó, por lo que hace a los refraneros, de los editados en España: el habla aún pretendía 37. 38. 39. 40. 136 I. Leonard, op. cit. pp. 319-326, reproduce el documento com pleto. Ibid., documento III, págs. 338 y sigs. De P.H.U. basta citar su conferencia pronunciada el 6 de diciembre de 1913 “Don Juan Ruiz de Alarcón” en Estudios Mexicanos , F.C.E./SEP, Lecturas M exicanas N. 65 pp. 23-42. Véase allí mismo Juan Ruiz de Alarcón pp. 43-53. De Alfonso Reyes véase sobre todo Obras Completas, I. XII. Edición facsimilar, México, UNAM, 1989. L a T E X T U A L ID A D D i- LOS R EFRA N ERO S tener una cierta unificación que, sin em bargo, muy pronto em pezó a ser quebrantada con todos los brotes nacionalistas que em piezan a florecer ya el siglo XVII.41 Sin em bargo, aunque muy escasos, no faltan del todo los refraneros hechos en suelo novohispano. Y los refraneros que acá se dan siguen, es natural, losm oldesde la parem iología española: hay refraneros-acervo y algo que muy de lejos se parece a los refraneros literarios. Entre losdelprim ertipo, si acaso hay que m encionar el pequeño refranero indígena de apenas 83 refranes elaborado por Fray Bernardino de Sahagún.4243Ya de esta prim era recolección de dichos m exicanos se pueden sacar una serie de im portantes conclusiones sobre la naturaleza del tipo textual "refranero” . Por un lado, hay varias diferencias form ales entre los textos de este corpus y las habituales formas parem iológicas de los refraneros españoles del siglo X V I. A dem ás, el corpus de refranes nahuas que Sahagún nos presenta consiste en refranes traducidos al español. No m uestra Sahagún m ucha acuciosidad para distin­ guir refranesde lo que, en general, se podría llamar expresiones paremiológicas a las que, sin em bargo, llama "este refrán".1’' Son, en verdad, m uchas las cosas que sobre este pequeño refranero mexicano habría que decir. Para el concepto de "refranero” que aquí nos interesa, sin em bargo, basta con recordarlo aquí. La m ayor parte de los problemas que este refranero ofrece al lector contem poráneo tienen que ver, sin embargo, con la traducción: se puede decir, en general, que Sahagún traduce los refranes nahuas em pleando los moldes parem iológicos españoles entonces disponibles. Al respecto, la m anera como afronta el problem a de la traducción es muy m oderna, se diría. Se atiene al principio de que los refranes no se traducen, se adaptan.44 Eso es, en efecto, lo que hace Sahagún aún a riesgo de achacar inapropiadam ente a los nahuas expresiones de la cultura europea. Es muy significativo que en el ya m encionado refrán 80 Sahagún se vea obligado a decir: "esta proposición es de Platón y el diablo la enseñó acá” . 41. 42. 43. 44. Para esto, puede verse nuestro ensayo “Nacionalismo: génesis, uso y abuso de un concepto” en Cecilia Noriega El ío (editora), El nacionalismo en México , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 27-81. Véase, al respecto, lo dicho en Refrán viejo ..., op. cit., pp. 77 y ss. Excepto el refrán número 66 cuyaexplicación empieza diciendo: “este adagio se dice del que cuenta cosas loables que hahecho y muchas cosas notables que ha visto...” El refrán 80, en cambio, es llamado “esta proposición...” Sobre la traducción de los refranes, puede verse mi artículo “Al fonso Reyes y la traducción en M éxico”, en Relaciones, vol. XIV, Núm. 56, Zamora, otoño de 1993, pp. 49 y ss. 137 El. H A B L A R L A P ID A R IO Por lo dem ás, ya se ha señalado45el recurso, por Sahagún, a clichés europeos al traducir al español su pequeño corpus de refranes nahuas. Sahagún traduce los refranes nahuas al español de su tiem po con la m ism a conciencia y bajo los mismos principios teóricos que los dem ás traductores del siglo XVI al verter a los m oldes hispanos una cultura nacida bajo otras estructuras y presupuestos. Cómo estos grandes pioneros tenían conciencia del bagage que cargaban sobre sus espaldas al traducir, lo m uestra otro fraile traductor, el también franciscano fray Juan Bautista, quien a cabal lo entre los siglos XVI y XVII, traduce las Huehuetlahtolli o “ pláticas que los padres y las m adres hicieron a sus hijos y a sus hijas, y los señores a sus vasallos, todas llenas de moral y política", obra publicada en 1601. Eran textos en náhuatl de la m ism a índole que los recogidos por fray Jerónim o de A lcalá en lo que se conoció después como La relación de Michoacán 46 o por Fray Bernardino de Sahagún en el Iibro Coloquios y doctrina cristiana.47 Don José Toribio M edina48 m enciona una nota que se lee en la página 77 y que, entre otras cosas, dice que fray Bartolomé de las Casas recibió estas pláticas del franciscano Andrés de Olmos y expone sus ideas acerca de la traducción y de los problem as que enfrentaba en la traducción náhuatl-español: las cuales romaneo de la lengua mexicana sin añadir ni quitar cosa que fuese de substancia: sacando sentido de sentido, y no palabra por palabra. Porque a veces una palabra mexicana requiere muchas de las nuestras. Y una nuestra comprehende muchas de las suyas. Y porque son mucho de notar, dice que las pone en su libro, para que se vea la gran doctrina moral y pu 1icía en que estas gentes bárbaras criaban y doctrinaban sus hijos.49 45. 46. 47. 48. 49. 138 Para todo este asunto puede verse el librito de Luis Rublúo. Sahagún y los refranes de los antiguos mexicanos. México. Muy útil para ver la técnica de traducir empleada por Sahagún. por ejemplo, sería comparar las formas con que traduce estos refranes nahuas con los refranes españoles en boga. Lo que hace Sahagún es mostrar que cada textual idad tiene sus expresiones, clichés y formas endurecidas, amén de sus estructuras sintagmáticas. Véase la edición que presenta Francisco Miranda en la C olección Cien de M éxico, M éxico, SEP, 1988. Es opinión aceptada comúnmente entre los estudiosos de La relación de Michoacán que esta obra es. en buena parte, latraducción al español de informaciones en lengua purhé recabadas por el fraile quien dice de su labor: “esta escritura y relación presentan a Vuestra Señoría los viejos de esta Ciudad de Michoacán y yo también en su nombre, no como autor sino com o intérprete de ellos ... yo sirvo de intérprete de estos viejos...'*, (p. 44) Véase la edición preparada por Miguel León Portilla publicada por la Fundación de Investigaciones Sociales de laU N A M en 1986. La imprenta en México (1 539-1 821). edición facsimilar. M éxico. UNAM . 1989. J. Toribio Medina, op. cit.. tomo II. p. 5. L a textualidad de los refraneros Los problem as de traducción apenas m encionados en relación a este prim er refranero m exicano nos proporcionan, adem ás, un im portante dato: existe, en el siglo XVI, una conciencia muy clara de un tipo de discurso que podríam os llam ar parem iológico que se concreta en un estilo, un léxico, una sintaxis, una serie de expresiones endurecidas que son reconocidas por todos como pertenecientes al género parem iológico. Todo ello nos confirm a no sólo el concepto que de este tipo textual tenía el hom bre culto del siglo XVI, sino el indiscutible hecho de que en la real idad sociocultural de ese siglo hay entre las hablas del español un tipo textual llamado “ refranero”, de tipo lapidario, bajo la form a de un discurso independiente. Si se trata de ver la m anera com o refranes y refraneros están presentes en la lengua novohispana, puede servir la obra literaria de Sor Juana Inés de la C ruz.50 Se puede decir, a grandes rasgos, que la D écim a M usa em plea, en su obra, de dos m aneras los refranes populares: ya m ediante la cita exacta del refrán, por una parte, ya m ediante la alusión. En el prim er caso, el refrán form a parte del discurso ya en función argum entativa ya en función ornam ental. En el segundo caso, el refrán sólo es aludido ya m ediante paráfrasis, ya m ediante otra m anera. Sin em bargo, las funciones discursivas que desem peña siguen siendo fundam entalm ente las mismas. Distinta, en cambio, es la m anera com o la poetisa em plea en su escritura las sentenc ias, adagios y proverbios de origen literario que, por lo general, llegaron a nuestra lengua bajo la indum entaria latina. R evisando la escritura del siglo XVII novohispano, por ejem plo, no es difícil constatar en la práctica un uso im plícito que distingue los dichos de origen popular— los refranes— de los que provienen de una tradición escrita — los proverbios— según la distinción que recoge Casares y que ya había puesto de m anifiesto el siglo anterior Juan de Valdés en su célebre y ya citado Diálogo de la lengua.5' Por lo dem ás, el prestigio que el erasm ism o había dado desde el m ism o siglo XVI a este tipo de nobles frases lapidarias, es atestiguado por los refraneros erasm ianos que en ese m ism o siglo vienen a engrosar las bibliotecas novohispanas.52 M uestra del respeto que estas vene50. 51. 52. Véase la pequeña exploración que de ella mostramos en Refrán viejo , op. c it ., pp. 80 y ss. Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, Porrúa, M éxico, 1966, p. 9. Véase también la importante edición quepublicaCristinaBarbolanien Editorial Cátedra, Madrid, 1984. En la Biblioteca Nacional de M éxico hay una edición del Adagiorum Erasmi Roterodami Chiliades quatuorcumsesquicentuaria: magna cumdiligentia, maluroque indicioem endataeetexpurgatae. Paris, 1579. Aunque no sabemos con exactitud cuándo llegó aestas tierras, muestrabien el interés que la frase breve de corte sapiencial suscitó en la naciente cultura. Sor Juana, según puede ver en sus obras, lee y cita con soltura la Vulgata. 139 E l hablar lapidario rabies frases provenientes de distintos rincones de la literatura suscitan en Sor Juana el hecho de la poetisa los suele reproducir intactos, com o en el caso presente o com o cuando en la m ism a com posición reproduce el “nadie da lo que no tiene” que tanto circuló por la filosofía escolástica. En la época, circulaban en nuestro país al lado de las colecciones de adagios, com o la de E rasm o53 los refranes populares. De hecho, lo que aquí se plantea no es la pugna entre dos tipos de refranes sino una especie de pugna entre los refranes y otros tipos textuales afines pertenecientes al m ism o cam po nocional: las frases célebres com o se llama hoy a las frases sentenciosas tom adas de algún autor célebre usadas, por lo general, en forma entim em ática para apuntalar alguna opinión en disputa o algún razonam iento. Por lo dem ás, el concepto de “ refranero” com o tipo textual aparte ya para entonces está bien definido aunque aún se le conciba bajo paradigm as textuales prestados com o el de “diccionario” o, en general, la novela. \ Con este alternarse de la parem iología culta y la popular en funciones discursivas predom inantem ente entim em áticas transcurren el siglo XVIII novohispano cuyo interés por los refranes dejan aflorar una serie de panfletos a los que nos referirem os más adelante. El interés del siglo XIX por los refranes españoles se m uestra en una serie de refraneros.54 M uestra del m ism o interés es el ya citado catálogo de la biblioteca de Salvá en donde, adem ás, aparece clara la línea de la tradición parem iológica hispánica. Sin em bargo, esta veta parem iológica está ya muy lejos de los grandes refraneros del siglo XVI. El siglo XIX los refranes son recogidos más como una m irada nostálgica que com o hechos de lengua. Em pero, la genuinidad de ese interés del siglo XIX por los refranes puede percibirse en el hecho, ya m encionado, de que en él nace el vocablo “ refranero” . La parem iología del siglo XIX sigue siendo taxonóm ica: recopilar refranes, como tarea nuclear, y un pequeño com entario explicativo al estilo de Correas. El siglo XIX, sin em bargo, ve surgir una potente parem iología m exicana en pos de una tradición que, aunque noble, apenas había tenido desde el Quijote y La Celestina obras im portantes. La tím ida tendencia parem iológica que aparece en obras literarias com o la de Sor Juana, reaparecerá, en efecto, vigorosa, en una obra que bien puede servir de 53. 54. 140 Citado por Diccionarios Rioduero. Literatura I. versión y adaptación de José Sagredo, Madrid, 1977. p. 246. Por ejemplo: José Coll y Vehi. Los refranes del Quijote . Barcelona, 1876; Fernán Nuñez, Refranes o proverbios. Madrid. 1804; J. C ollins. Dictionary o f Spanish Proverbs , Londres, 1827; P. J. Martin. Proverbes espagnols. Paris. 1859. L a T E X T U A E I D A I ) DI-: I O S R E F R A N E R O S síntesis de lo que fueron los refranes en los siglos XVII y XVIII novohispanos. Me refiero a El periquillo sarniento de Fernández de L izardi.55 Com o habían hecho Miguel de Cervantes y Fernando de Rojas y com o lo harían, más tarde, G regorio López y Fuentes o A gustín Yañez, Fernández de Lizardi hace un significativo acopio, por igual, de refranes y otros tipos parem iológicos afines salpicando con el los su texto constituyendo no sólo un valioso y singular refranero m exicano sino un verdadero acervo de textos lapidarios cuyas form as y funciones discursi vas docum enta con precisión. El Periquillo Sarniento espera un estudio acucioso tanto de las form as com o de las funciones de estos textos gnóm icos. En el acervo recogido por Fernández de Lizardi, predom inan las sentencias y adagios cultos aunque eche m ano de refranes populares tom ándolos, al parecer, de los refraneros españoles. En todo caso, predom ina en él la parem iología culta. Por lo dem ás, Fernández de Lizardi teje su texto en torno a estas sentencias de modo que realiza grandes glosas exegéticas, bien docum entadas, teniendo al proverbio com o punto de referencia perm anente. Fernández de Lizardi es la puerta de ingreso a una parem iología estrictam ente m exicana. En el seno de un discurso satírico, despunta esta parem iología, com o hemos dicho, en obras de la más variada índole que van desde las grandes novelas del siglo XIX hasta una serie de obras de folletería aún existentes en la célebre Colección Lafragua.56Se trata, por lo general, como hemos señalado, de folletosde índole panfletaria: publicaciones, a saber, de cuatro paginitas que de alguna m anera continúan la gran tradición satírica novohispana, tan desarrollada el siglo anterior. Ejem plo de este tipo de testim onios son los siguientes textos: 1.- A.A .F.G ., El que se quemare que sople. M éxico, Imprenta Americana de D. José María Betancourt, 1 8 2 1 .4 p. s. n. 19 cm. 55. 56. Cito por José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento , prólogo de Jefferson Rea Spell, M éxico, Porrúa, “Sepan cuantos...” Núm. 1, 1984. Entre los estudios que sobre la paremiología de Lizardi se han hecho, puede verse a Manuel López y López, “M odismos y refranes del Periquillo Sarniento” en Revista de la Universidad de México , México, 1931. Sobre los antecedentes del picaro como tipo literario puede verse Alexander A. Parker, Los picaros en la literatura. La novela picaresca en España y Europa (1599-1753), versión española de Rodolfo Arévalo Mackry, segunda edición, Madrid,Gredos, 1975. Véase Lucina Moreno Valle, Catálogo de la Colección Lqfragua 1821-1853, México, UN AM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1975, pp. y ss. 141 E l hablar lapidario Contra los que satirizan al gobierno porque no se acomoda a las diferentes opiniones y tendencias; recuerda la obligación de sostener y defender el Plan de Iguala y de todas y cada una de las garantías. 3 .-A perro viejo no hay tus tus. O sea diálogo entre un zapatero y su marchante. M éxico, Imprenta de D. Mariano Ontiveros, 1821. 4 p.s.n. 20 cm. Defiende a la Junta Provisional Gubernativa por la demora de la convocatoria a cortes y habla de la importancia de elegir bien a los electores parroquiales. En textos de esta m ism a índole, encontram os refranes com o “en el m onte está quien el m onte quem a”,57 “quien no te conoce que te com pre” ,58 “m ás vale tarde que nunca”,59 “ la subida más alta, la caída es muy lastim osa” ,60 “cada cual piensa con su cabeza",61 “ no hay plazo que no se cum pla ni deuda que no se pague” ,62 “el que pregunta no yerra”,63 para no citar m ás que los textos escritos en 1821. Simultáneamente aesa paremiología de folletín, no faltan en ese 1821 folletos claramente paremiológicos como las Máximas morales dedicadas al bello sexo, por un ciudadano militar que no son otra cosa que “consejos sobre el com portam iento de toda m ujer honesta” .64 Por lo dem ás, si bien la novelística del siglo XIX m exicano, con M anuel Payno a la cabeza, quien riega de refranes, dichos y expresiones paremiológicas tanto El fistol del diablo como Los bandidos de Rio Frío , es testigo de que persiste en el habla popular m exicana el afán por el hablar lapidario, que de una m anera débil docum entan las m encionadas novelas, cual leve imitación de lo que arriba llam am os refraneros literarios; sin em bargo, a diferencia de lo que pasa en países com o Francia, no se da en el siglo XIX m exicano la profusión de obras parem iológicas ni hay constancia de un especial interés por los refranes. Los m ism os “textos costum bristas” de I. M. A ltam irano no son, para la parem iología m exicana, lo fecundos que se pudiera esperar.65 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 142 Texto número 85. op. cit., p. 9. Texto número 162, op. cit., p. 17. Texto número 166, op. cit., p. 17. Texto número 197, op. cit., p. 21. Texto número 209, op. cit., p. 22. Texto número 242, op. cit., p. 25. Texto número 259. op. cit., p. 27. Texto número 219. op. cit.. p. 23. Cfr. Ignacio Manuel Altamirano. Obras Completas. SEP. M éxico. 1 9 86,vol.V . L a textualidad de los refraneros L O S REFRANERO S-ACERVO DE LA PAREMIOLOGÍA M EXICANA En efecto, la parem iología m exicana, propiam ente dicha, es obra del siglo XX:666789el refranero entra a la textualidad m exicana, com o tipo textual por derecho propio, en este siglo. Los nom bres de José Trinidad Laris con su Historia de modismos y refranes mexicanos 67y a Luis M. R ivera con su libro Origen y significación de algunas frases, locuciones, refranes, adagios y proverbios f Qnc&bez&n el desfile de parem iólogos m exicanos del siglo XX. Empero, cabe señalar desde ahora, no está siempre claro el interés parem io­ lógico en los diferentes refraneros de que consta esta tradición: cuando m ucho podrían m erecer este nom bre los m encionados jaliscienses y, desde luego, el guanajuatense Darío Rubio. Estrictam ente hablando, se puede decir que el interés parem iológico apenas es obra de los últimos diez años; lo dem ás parece reducirse a refraneros com erciales. Desde luego, ni el texto de Laris, ni el de Rivera, adopta el nom bre de “refranero” . Son concebidos, m ás bien, como ensayos sobre el refrán m exicano, en general, o sobre un corpus de refranes, reputado com o m exicano, más que como sim ple acervo del tipo textual. A su m odo, sin em bargo, éstos son los prim eros refraneros m exicanos propiamente tales y con ellos da com ienzo lo que aquí llam am os el “refranero m exicano” . La Historia de modismos y refranes mexicanos69 es prácticam ente el primer refranero m exicano. Sin em bargo, está claro que no tiene pretensiones exclusivam ente parem iológicas: por lo que puede desprenderse del título mismo, parece aún conservar intereses filológicos. En la obra, por una parte, son más los “ m odism os” que los “ proverbios y refranes” . Por otra, aunque el título indica que el autor se ocupará del “origen” y de la “filosofía” de los textos del corpus, en la estructura real de cada com entario sólo incluye explícitam ente el “origen” del texto. La referida estructura, en efecto, consta de una frase del corpus catalogada, por tanto, com o m odism o o refrán, seguida de una indicación entre paréntesis sobre su uso: la parte del león de cada pequeño artículo está dedicada a escudriñar el origen de la frase en tum o. Con ello, este refranero adopta la form a de un anecdotario a propósito de modismos y expresiones parem iológicas en uso en el habla de M éxico. La 66. 67. 68. 69. Para la historia de la paremiología mexicana remitimos al lector a Refrán viejo..., op. cit., pp. 87-114. Guadalajara, 1921. Guadalajara, Tip. Jaime, 1921,228 pp. Esta obra consta de 228 páginas y fue impresa por el editor Fortino Jaime, en Guadalajara, en 1921 . 143 E l hablar lapidario Historia de modismos y refranes mexicanos de Laris, cabe señalarlo, no se presenta com o un “ refranero” categoría textual por entonces aún poco difundida. De tendencia más parem iológica, en cam bio, es el refranero de Rivera. Al contrario de Laris, Rivera dota a su colección de una pequeña aunque útil introducción en donde m uestra sus aspiraciones de parem iólogo aunque su pretensión últim a sea muy parecida a la de Rivera: la del gram ático. En efecto, si atendem os a la catalogación que el m ism o autor hace de su obra, cabe decir que ciertam ente no es colocada por él entre los “refraneros” , tipo textual que aunque con am plia tradición dentro de la textualidad hispánica, com o se ha dicho, aún no se les reconoce un status propio. Al distinguir y definir las p a la b ras “ fra se ” , “ lo cu ció n ” , “a d a g io ” , “refrán ” y “ p ro v erb io ” , en efecto, R ivera lo hace con el propósito de distinguir el significado propio de cada una de ellas para usarlas convenientem en­ te en el discurso, no dándoles una comprensión, extensión y connotación que no les corresponda, con perjuicio de la propiedad del lenguaje.70 De la inexactitud de sus explicaciones, puede servir de ejem plo el refrán LXI “dar coces contra el aguijón”71 dice que: “equivale al refrán m exicano el pleito del cántaro contra la p iedra'. Y tras la explicación de am bos remite su origen a una fábula de Sam aniego — ” La serpiente y la lim a”— que term ina con esta estrofa: Q uien pretende sin razón al m ás fuerte derribar, no consigue sino dar coces contra el aguijón. Sin em bargo este refrán es de origen latino. En efecto en una serie de códices tardíos tanto de la Vulgata com o de la Vetus Latina aparece una variante del texto de la conversión de Pablo al cristianism o {Act. 9 ,5 ) en que se añade al texto griego precisam ente un com plem ento del diálogo en que aparece el refrán contra stimulum calcitrare (durum est tibí) traducido en los viejos leccionarios como: “dar coces contra el aguijón” . L a frase en cuestión 70. 71. 144 Op. cit.. p. IV. Op. cit., p. 113. La textualidad de los refraneros aparece con frecuencia en textos españoles. Por ejem plo en la Vida de San Ignacio, escrito por Ribadeneyra en 1572, aparece en boca de Ignacio esta frase: “¿Cóm o, y contra el aguijón tiráis coces? Pues yo os digo, don Asno, que esta vez habéis de salir letrado; yo os haré que sepáis bailar” .72 La segunda parte de la obra de Rivera es un refranero hecho y derecho al viejo estilo de los grandes refraneros del siglo XVI. Rivera la titula, significativam ente, “ Refranes, adagios, proverbios, locuciones y frases más usados en la república, con la significación de cada uno de ellos.”73 Los textos están ordenados alfabéticam ente y son acom pañados por una explicación, muy breve, ya sobre su significado ya sobre su uso. Como ejem plo de las explicaciones que en esta segunda parte acom pañan a cada refrán, cito estos tres casos. La expresión “más fregado que la reata del pozo” es seguida de la siguiente explicación: “se dice de quien se halla en pésim as condiciones económicas, por haberse m etido en honduras de que con dificultad podrá salir” .74 En cam bio, del refrán “no se puede repicar y andar en la procesión” dice: “refrán que expresa la imposibilidad que hay para poder desem peñar dos cargos o com isiones que son incom patibles por razón del lugar en que deben desem peñarse” .75Como el lector puede ver, no siempre las explicacio­ nes son atinadas. En el prim er caso de los aquí m encionados, por ejem plo, hay que decir que el uso de la expresión parem iológica se extiende a cualquiera de las m aneras com o alguien puede estar “fregado”, no sólo la económ ica. El sentido parem iológico del segundo, por su parte, no se restringe a la incom patibilidad local. De hecho, hay otro refrán m exicano con el m ism o sentido parem iológico que se funda en una incom patibilidad que podríam os llamar funcional: “ no se puede m am ar y tragar zacate” . Estas dos prim eras colecciones de refranes m exicanos tienen el m érito de inaugurar el interés por los refranes en un mundo académ ico por m uchas razones apenas en gestación. En todo caso, sirven de puerta de entrada al único paremiólogo m exicano propiam ente dicho: el guanajuatense académ ico de la lengua don Darío Rubio. Ya hem os señalado en otra parte los m éritos de Rubio dentro de la parem iología m exicana.76 72. 73. 74. 75. 76. Edición en Biblioteca de Autores Españoles, LX, 38b; Véase además Rafael Lapesa “Ribadeneyra: Vida de San Ignacio ” en De la Edad Media a nuestros días, Gredos, Madrid, 1982, pp. 193-211. Op. cit., p. 135. Op. cit., p. 220. Op. cit., p. 236. Cfr. Eugenia Revueltas / Herón Pérez, Oralidad y escritura, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 25-37; véase, igualmente, Refrán viejo..., op. cit., pp. 90 y ss. 145 _____________________________________ E l iiahlar i.aimdario __________ ___ ____________ Rubio nació en el Mineral de La L uz.G to.en 1878. Cursó la preparatoria en G uanajuato y allí se inició en el periodismo. Publicó, en efecto, un perió­ dico destinado a los mineros y fundó, más tarde. El Correo de Guanajuato. Radicado en M éxico, ocupó varios cargos públicos: desde regidor del A yuntam iento hasta director de distintas sucursales del Nacional M onte de Piedad pasando porjefe del Departamento Adm inistrativo. Al ingresar como m iem bro de la A cadem ia M exicana de la Lengua dedica su discurso de ingreso a El lenguaje popular mexicano publicado en folleto en 1927. Se distinguió en esa institución en donde fue secretario a perpetuidad. Usó el seudónim o de Ricard j C astillo.77Pero, sin duda, su obra más notable y por la que es evocado aquí es por sus Refranes. Proverbios y Dichos y Dicha­ rachos Mexicanos aparecida en dos tomos por prim era vez en 1937 aunque el prólogo data de 1932.7879Darío Rubio murió en la ciudad de M éxico en 1952. La segunda edición dista de la prim era aproxim adam ente 400 refranes y una im portante y hasta ahora única sección titulada "por los dom inios del ham pa” en donde recoge cerca de un centenar de refranes de "la gente de mal vivir en M éxico” ,7<; Esto confirm a a Rubio como uno de los más im portantes estudiosos del habla m exicana y pionero indiscutible en este tipo de tareas. Con Rubio, la parem iología m exicana supera la época vergonzante; ya no se trata de una tarea medio clandestina sino de un quehacer científico de descripción lingüística. En buena parte. Rubio pretende elaborar una parem iología contrastiva. La bibliografía que incluye se refiere exclusiva­ m ente a refraneros españoles. Adem ás, a lo largo de la obra va deslindando cuidadosam ente lo m exicano de lo español en el refranero m exicano. El de Rubio, es el prim er refranero, dentro de la parem iología m exicana, que tiene la conciencia y la pretensión de ser tal. Ya desde la prim era nota,80 por lo dem ás, cuando habla de las "m inuciosas revisiones hechas en los 77. Entre los escritos principales de Darío Rubio cabe mencionar Ligeras reflexiones acerca de nuestro teatro nacional (1912); Los llamados mex iconismos de Real Academia Española (1917); Nahuatlismos y barbarismos (1919); La anarquía del lenguaje en la América Española (1925) 2 v o ls.; El lenguaje popular mexicano (1927); El Nacional Monte de Piedad (1943). 78. La segunda edición “corregida y aumentada considerablemente” fue publicada por Editorial A.P. Márquez, M éxico, 1940. Las referencias son a esta edición. Para los datos biográficos de Rubio puede consultarse José Rogelio Al varez(Director) Enciclopedia de México, México, 1977, Tomo IX, p. 200. Véase la referencia bibliográfica allí indicada. Sobre las aportaciones de Darío Rubio a la paremiología mexicana, véase nuestro estudio “La tradición paremiológica mexicana: Darío Rubio”, en Eugenia Revueltas y Herón Pérez (coordinadores), Zamora, El C olegio de M ichoacán, 1992, pp. 25-36. Tomo 2, p. 239. Op. cit., p. XIV. 79. 80. 146 La textualidad de los refraneros refraneros” , em plea el vocablo “refraneros” para designar un tipo textual conocido y autónom o. El texto de Rubio dice: Temo mucho que a pesar de las m inuciosas revisiones hechas en los refraneros de que he dispuesto para mi trabajo, figuren en mis estudios algunos refranes españoles que yo anoto com o m exicanos tan sólo por el hecho de no haber dado con ellos en tales refraneros; y más que por mi descuido, por no figurar estos refranes en ’os expresados refraneros. Entre esos refraneros consultados por Rubio,81 doce en total, sólo tres llevan explícitam ente el nom bre de “ refranero” : el Refranero castellano de Julio C ejador y Frauca;82el Refranero clásico de Juan Suñé B enages8384y el célebre refranero Refranes o proverbios en romance que nuevamente colligió yglossó su autor el Comendador Hernán Núñez, arriba m encionado, en una moderna reedición bajo el nom bre de Refranero español.M Rubio, pues, se adscribe a esta tradición que conoce desde hace varios siglos la textualidad del “refranero” pero que sólo hace unos cuantos años ha dado con el nom bre que, como he dicho. Rubio introduce en M éxico denom inando “ refranero” a su colección. En efecto, en la “disculpa con apariencias de prólogo” ,85 Darío Rubio no sólo expone sus ideas sobre parem iología m exicana sino que termina llam ando a su recopilación de dichos m exicanos “este mi pobre refranero m exicano” .86 En cuanto a su teoría parem iológica. Rubio sustenta sus tesis principales en esta “disculpa". Lo dem ás, lo va desgranando, refrán a refrán, a lo largo de toda la obra. Su “justificación” es: “¿Y qué m ejor que sus refranes, sus dichos, para saber cóm o vive y cómo piensa el pueblo m exicano?” .87 Para Rubio, en efecto, un refranero es un valioso receptáculo en el que, a través de los refranes, se vierten de una m anera espontánea los sentim ientos y pasiones de los pueblos a la parque la sabiduría ancestral. Un refranero, pues, no es sólo un diccionario de refranes a consultar cuando se trata de configurar una manera de hablar sino que es, por derecho propio, un tipo textual que conserva 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. Cfr. Op. cit.. p. XI. Madrid, 1928-1929. En su edición de Barcelona, 1930. Valencia, España, s/f. Op. cit., pp. X V-XXV. Op. cit., p. XXV. Op. cit., pág. XVII 147 E L H A B L A R L A P ID A R IO en una estricta estratigrafía popular los sentimientos mexicanos. Por ejem plo, Rubio encuentra que estos sentim ientos guardados en el refranero por él conform adotienden hacia la amargura, el pesim ism o fatalista y desem bocan en “una tristísim a conform idad desde la cual quieren entrever algo menos cruel, m enos amargo, en donde encontrar algún consuelo” .88 Desde luego, Rubio ve en su refranero m exicano una m uestra del habla popular espontánea, natural y desenvuelta. “ El día que este lenguaje dejara de ser atrevido — dice— , altivo, picaresco, perdería lo que le distingue de todos los de los demás pueblos de habla española” .89 La labor de Rubio en pro de la lingüística m exicana tiene un objetivo: N o sé — dice— qué fuerza tan desconocida para mí com o para mí irresistible, me arrastra a estas andanzas de las cuales regreso con valores que, a juzgar por lo que puede juzgarse, hace tiempo que la indiferencia ha mandado retirar del mercado, pero que yo encuentro aceptables empeñándome en que se les cotice de alguna manera.90 Un refranero es tam bién una muestra privilegiada de un habla privilegia­ da. En su teoría del refrán m exicano, Rubio hace valiosas aunque, desde luego, muy generales observaciones por ejem plo sobre las características form ales. En efecto, del aspecto formal de los refranes m exicanos Rubio dice que tienen si no todas, cuando menos las principales características de los refranes españoles y de estos se distinguen en el uso frecuente de las voces de doble sentido que se emplean para ocultar algunas desnudeces que suelen dejar al descubierto los atrevimientos de su lenguaje.91 Pordesgracialacontrastaciónde Rubio no llega hasta especificar cuáles son esas “principales características” en que coinciden los refranes m exica­ nos con los españoles. De haberlo hecho, hubiera sido pionero en la parem io- 88. 89. 90. 91. 148 Op. cit. p. XVIII. Ibid. Pp.XIX-XX. De francisco Rodríguez Marín cita y emplea sólo su obra Más de 21000 Refranes Castellanos (Madrid, 1922). Desconoce, por tanto 12600 refranes más... que apareció también en Madrid en 1930 y, desde luego, Todavía 10700 refranes más... (Madrid, 1941). De Sbarbi usa el Diccionario de Refranes adagios, proverbios, modismos, locuciones yfrases adverbiales, Madrid, 1929. De hecho, la paremiologíahispánicamoderna fue enormemente influida por Sbarbi. L a tlx tijai.idad dl los rllranlros logia hispánica. No supo por otro lado, form ular una teoría parem iológica a partir del respetable corpus áe, refranes m exicanos que logró reunir y a pesar de que en m uchos casos llevó a cabo una incipiente contrastación con sus equivalentes españoles a partir, sobre todo, de los notables parem iólogos ibéricos don Francisco Rodríguez Marín y José M aría Sbarbi.9293Su idea de “refranero’" está estrecham ente ligada a su idea de parem iología que es expuesta así: “este libro es el prim ero que se publica (cuando m enos yo no conozco otro) sobre refranes m exicanos interpretados, definidos, explica­ dos” .91 Según esto, un refranero m exicano es, para Rubio, un libro que recoge, interpreta, define y explica refranes m exicanos. Desde el punto de vista de la teoría parem iológica, interpretar, definir y explicar los refranes son tareas que rebasan, desde luego, la pura recolección y labor taxonóm ica. Sin em bargo. Rubio no avanza más allá. No establece por ejemplo, la distinción entre “interpretar” y "explicar”, ni dice en que consistirá su labor de definición de refranes. Todo ello queda claro, sin embargo, a lo largo de su obra. Concluye su prólogo con una valiosa indicación: su propósito al escribir este libro es “ fijar de manera precisa [...] los orígenes respectivos para poder evitar confusiones y distinguir lo nuestro de lo ajeno".94 Lo "ajeno” son los refranes españoles que circulan con la m ism a ley que los m exicanos. Su obra, pues, es de claro deslinde: cuáles son los refranes estrictam ente m exicanos pues “som os los mexicanos muy aficionados a salpicar de refranes nuestras conversacio­ nes” .95 Estos son los propósitos parem iológicos de Rubio y esta es su ¡dea de lo que debe ser ese tipo textual Ilamado "refranero” . Con el los en m ano, recoge, analiza y expone unos cinco mil refranes m exicanos, de distintas épocas y lugares. La "explicación” del refrán se reduce, con suma frecuencia, a aclarar el sentido literal del refrán— exponiendo los significados de los vocablos indígenas o las voces poco conocidas— para pasar de allí al sentido parem iológico. Rubio no pierde ocasión para insertar aquí y allí observaciones lingüísticas sobre el habla de los refranes: que aquí hay un m exicanism o, que esta palabra significa tal cosa, que los refraneros españoles traen el refrán de esta otra 92. 93. 94. 95. l'ág.XX. Ibid. Pag. XXIV. Ibid. Cabría señalar aquí que otra fuente para la paremiología mexicana son los cancioneros. Pilo puede verse, p.c . en el Cancionero Folklórico de México, hermosa recopilación de poesía cantada publicada por El C olegio de México. Véase la nota siguiente. 149 E l hablar lapidario m anera, que por acá perdió el ritmo, etc. Ni tam poco para extraer el espíritu nacional que m anifiestan los refranes o abordar sobre la situación histórica que delatan. Esto es, en resum en, lo que Rubio entiende por “ refranero” en el prim er texto al que se le otorga explícitam ente esa calidad textual dentro de la parem iología m exicana. Se puede discutir su teoría del refrán o no, se puede decirque su contrastación es muy superficial y Ilevar a cabo una contrastación más completa. Puede ser objetable, igualmente, la línea di visoria que pretende trazar entre refranes m exicanos y refranes españoles y hasta, si se quiere, el muy estrecho concepto de refrán en que se basa. Su obra, desde luego, es incom pleta y habría que actualizarla. Sin embargo, Darío Rubio sigue siendo el m ejor parem iólogo de M éxico y su refranero un excelente ejem plo de lo que ese nom bre significa en el concierto de los tipos textuales. Entre las tareas urgentes de la parem iología m exicana está, sin duda, la de continuar la obra de Rubio. Dentro de la historia de la parem iología m exicana, el Refranero Mexi­ cano de M iguel Velasco Valdés96 es el prim ero que se publica con el título explícito de “refranero” : apareció en junio de 1961 con un caudal de m ás de seiscientos refranes bajo la pretensión de contribuir a "la posible form ulación de un florilegio genuino de M éxico. Esfuerzo que va muy a la zaga, m uchísim o, del antedicho de Darío Rubio” .97Por la cita anterior, queda claro que para Velasco un refranero es un florilegio de refranes y que un refranero m exicano es, por su parte, un florilegio de refranes “genuinos” de M éxico. Por lo dem ás, la labor de V elasco dentro de la parem iología m exicana rebasa claram ente los lím ites del diletantism o: clasifica los refranes según su estilo y ám bito cultural de uso, consigna variantes y, al contrario de Laris y Rivera, recoge las diferentes interpretaciones que circulan de cada refrán. V elasco participa en varios aspectos de la concepción parem iológica de Rubio: el refrán es concebido como un producto cultural, la identificación de la principal tradición parem iológica a la que se adscribe el refrán m exicano, la naturaleza exegética de la interpretación que se adjunta a cada texto. En am bos casos, adem ás, queda sin resolver la dualidad lengua-cultura. En efecto, la realidad es que el refrán es un tipo textual que participa, por ese hecho, de los vaivenes y destinos de la tradición lingüística a la que se adscribe. 96. 97. 150 Libromex, M éxico, 1961. Op. cit., p. 13. La textualidad dl i os refraneros La m ayor parte de los refranes de que aquí nos ocupam os van y vienen, en efecto, bajo los m ism os principios y al mismo ritmo de la textualidad hispana como sistema. No se puede adoptar una lengua sin adaptar sus estructuras textuales. Algunas form as parem iológicas podrán arraigaren suelo am erica­ no, crecer y aun dar frutos propios; pero la m ayor parte sigue con los m ism os clichés y los m ism os sím bolos. El hecho de una cultura m exicana híbrida expresada en una lengua, por ello mismo híbrida, no invalida sino que, al contrario, revalida los derechos de lo hispano en lo m exicano: es que, como se sabe, las lenguas sólo existen en textos. Velasco Valdés hace preceder su refranero de una especie de prólogo que titula "su m ajestad el refrán” en el que recoge a vuelo de pájaro las líneas principales de la parem iología española, diserta sobre el refrán hasta recoger­ se en los refranes “genuinam ente nuestros” . Velasco, que parece fluctuar entre el “hibridism o parem iológico”9í<al estilo de Sahagún y una parem iolo­ gía mexicana al estilo de Darío Rubio opta, finalmente, al form ular el objetivo de su refranero, por el m exicanism o parem iológico ya m encionado: “el presente volumen — dice— constituye un modesto esfuerzo para la posible formulación de un vasto florilegio paremiológico genuino de México”.9899 El problem a con este tipo de patriotism o parem iológico es que, com o Laris, Rivera y Rubio, no parece tam poco él haber reflexionado lo suficiente en las im plicaciones entre lengua y cultura. No ha reparado, por tanto, en el ya mencionado carácter textual de las lenguas ni en el hecho de que la lengua es la expresión más em inente de una cultura y que, por tanto, no se puede asumir una cultura sin asum ir la lengua en que se expresa; ni adoptarse una lengua sin adoptar sus categorías, cosm ovisiones y textualidad a la parque sus referencias a un universo cultural. El afán de un patriotism o parem iológico parece olvidar esta realidad. Velasco ordena su refranero alfabéticamente. A cada expresión paremio­ lógica sigue una pequeña explicación que pretende poner de manifiesto su sentido paremiológico: él la llama “ interpretación” y dice de ella que "es la más corriente y aceptada por los exégetas de la materia”.100 El material, empero, incorporado por Velasco hubiera hecho necesaria una discusión somera sobre lo que es un refrán. En efecto, entre el material paremiológico recogido por Velasco hay variostipos: sentencias con verboen forma personal como el refrán “al nopal 98. 99. 100. Op. cit., p. 12. Op. cit., p. 13. Op. cit., p. 13. 151 E l hablar lapidario lo van a ver sólo cuando tiene tunas” ; expresiones paremiológicas con verboide como “buscarle ruido al chicharrón”, “llevárselo entre las espuelas”, “dado, rogado, puesto en la puerta y arrempujado”, “chivo brincado, chivo pagado”, “ llegando y haciendo lumbre”; expresiones ya de sintagma nominal, ya de modificador circunstancial o predicativo que, de hecho, constituyen lo que se llaman giros, modismos o frases hechas cuyo valor paremiológico es totalmente discutible.101 Por ejemplo: “llamarada de petate”; “la divina garza”; “jarabe de pico”; “hijo de gendarme”; “con las manos en la masa” ; “malo como la came de puerco” ; “como perro en barrio ajeno”; “a todo dar” ; “desde aguamiel hasta aguacola” . Dado que la teoría paremiológica implícita en las definiciones en boga sólo acepta como refranes a las expresiones de los dos primeros tipos — con sus excepciones— hubiera sido conveniente que Velascojustificara la inclusión del tercer tipo de textos en un “refranero” . Rubio puede hacerlo por el amplio título con que ampara su cosecha. Ello, ciertamente, denota la urgencia de una teoría paremiológica que dé cuenta del carácterparemiológicode expresiones como las de tercer tipo, por ejemplo, como requisito de una recolección paremiológica completa. Por lo demás, las explicaciones de Velasco no siempre son acertadas. Com o dijim os, se trata de “explicaciones” que intentan dar el sentido parem iológico del texto; sin em bargo, m ientras que a veces crea cadenas de refranes con el mismo sentido parem iológico -p o r ejem plo “ un cohetero no huele a su com pañero”- otras se dedica a dar explicaciones de cosas que todos saben, a no ser que se trate de un refranero para turi stas extranj eros, cosa que, por lo dem ás, no se especifica. Por ejem plo, la explicación que da de “jo rongo” en el refrán “cualquier sarape es jorongo abriéndole boca m an g a ” . 101. 152 Sobre los conceptos de “giros”, “m odismos” y “frases hechas” puede verse con provecho Luis Alonso Schókel/Eduardo Zurro, Latraducción bíblica: lingüística y estilística, Madrid, Cristiandad, 1977, pp. 214 y ss. La Gramática española de Juan Alcina Franch y José Manuel Blecua (Barcelona, Ariel, 1975, p. 635) Ilamaaalgunas de estas expresiones susceptibles de desempeñar la función yade adjetivo, yade adverbio, “fórmulas fijas”. Véanse, además, las páginas 64 5 ,6 5 9 ,475ss y 683. Sobre los diferentes tipos de m odismos más usuales en el español, véase Martín Alonso Gramática del español contempo­ ráneo (Madrid, Guadarrama, 1968, pp. 4 3 ,6 5 ,9 1 ,1 0 5 ,1 6 0 ,1 8 8 ,2 1 1 ,2 2 9 ,2 5 1 ,3 2 9 ,3 9 8 y 446. Según el Diccionario de la lengua española de la RAE (vigésim a primera edición, Madrid, Real Academia Española, 1992) un modismo es una “expresión fija, privativa de una lengua, cuyo significado no se deduce de las palabras que la forman” mientras que un giro es la “manera de estar ordenadas 1as palabras para expresar un concepto”. Puede verse, igualmente, el Diccionario del uso del español de María Moliner. Este tipo de expresiones son el resultado, como ya se sabe, de procesos de lexical ización que tienen lugar dentro de una lengua sobre todo en el habla popular en que se cifran una buena parte de los refranes del refranero de Velasco Valdés. L a textualidad de los refraneros De cualquier m odo, son varias las contribuciones del refranero de Velasco a la parem iología m exicana: por prim era vez aparece denom inado “refranero m exicano” un tipo textual con antiquísim os antecedentes y nobles antepasados inm ediatos; adem ás está la seriedad de sus pretensiones parem iológicas y la no desdeñable recopilación de refranes que escaparon a la tarea de Rubio. De esta m anera queda a salvo su esfuerzo para contribuir a “ la posible form ulación de un vasto florilegio parem iológico genuino de M éxico” . Dentro de los refraneros que conform an la historia parem iológica mexicana, m erece un lugar especial el Vocabulario y refranero religioso de México'02de don Joaquín Antonio Peñalosa que inaugura, de m anera brillante, una subclase del refranero: el refranero especial izado o tem ático. El refranero temático sólo recoge los refranes que se refieren a un tem a determ inado: lo religioso, los libros, el caballo, el perro, la com ida, la charrería. El orden que guardan los textos es el alfabético. El refranero religioso de Peñalosa es también ejem plar en otro sentido: disem ina aquí y allá valiosas reflexiones de tipo paremiológico. Desde luego, el refranero tem ático no es sólo una variedad de refranero sino la incursión a fondo en cam pos en los que el florecim iento de la frase lapidaria ha proliferado.102103 Como se ve, el adjetivo “ religioso” que acom paña al vocablo “ refrane­ ro” en el título se asum e, m ás bien, en sentido lato y significa todo lo que tiene que ver con las “cosas de iglesia” . A cervos como éste, tienen una im portancia especial dado que m uestran hasta dónde este universo de lo eclesiástico permea el refranero m exicano y, por ende, la vida cultural m exicana. El acervo de Peñalosa se alim enta tanto de la recopilación de Darío Rubio com o del Diccionario de mexicanismos de Santam aría.104105El refranero de Peñalosa encontró seguidores entre los que cabe m encionar el 1ibro de José E. Iturriaga, Lo religioso en el refranero mexicano'05quien en form a de dos conferencias y un intermedio intercala refranes en racim o que form an una especie de texto didáctico-parenético. Es una nueva m odalidad de refranero. La serie de refraneros tem áticos ha sido continuada en colecciones com o el Diccionario y refranero charro de Leovigildo Islas Escárcega/R odolfo 102. 103. 104. 105. Ed. Jus, M éxico, 1965. Una versión del refranero de Peñalosa aparece en nuestro Refrán viejo..., op. cit., pp. 95-101. Santamaría, Francisco J., Diccionario de Mexicanismos, ed. Porrúa, M éxico, 1959. Editorial Eldía, M éxico, 1984. 153 E l hablar lapidario G arcía Bravo y O livera,106 La charrería mexicana del profesor Higinio V ázquez Santa A na,107 que incluye una pequeña colección de “refranes rancheros”, 108 al final. En esta colección existen algunos refranes que no habían aparecido en colecciones anteriores. Cito estos ejem plos: “anda que te ribeteen que te estás deshilacliando”, “sin la reata el caporal es ordeñador sin pial” y “el buey más manso nos da la m ejor patada” . Tam bién refranero tem ático es tanto el Breviario del mole poblano , 109 de Paco Ignacio Taibo I quien, al recoger la tradición del mole poblano, registra una pequeña colección de refranes relacionados con él; como lajoya bibliogáfica que M anuel Porrúa11012nos ofrece bajo el título de Bibliofiliay bibliofobia. No puedo cerrar esta breve referencia a los refraneros tem áticos sin m encionar siquiera las herm osas ediciones de la colección “ letra y color” que la SEP, en coedición con “ Ediciones del Erm itaño”, de refraneros tem áticos para niños. Así, han aparecido Más vale paso que dure, “refranero de caballos” ; " 1f e r r o que ladra , sobre perros;112y Miau dijo el gato, sobre gatos; 113 Se trata de refraneros para iluminar. Pese a su objetivo didáctico tienen valor tam bién como pequeñas colecciones de refranes. La im portancia didáctica de los refranes y una de las funciones textuales más importantes que actualm ente suelen cum plir los refraneros es cabalm ente enfatizada por los usos del refranero en la educación lingüística escolar. Estos refraneros escolares, tem áticos o no, prosiguen de hecho una vigorosa tradición de la que dan cuenta, entre otros, los libros de Gramática española de Em ilio M arín,114 que durante lustros educaron la niñez m exicana y cuyo “tercer libro” recoge al final un pequeño pero importante acervo de “ locuciones latinas” entre las que se encuentran algunos refranes.115Más m odernam ente, esta tradición es continuada no sólo en los ya referidos libros de texto de educación prim aria en M éxico, sino en obras como la arriba citada Gramática del español contemporáneo de M artín Alonso. 106. 107. 108. 109. 110. 111. 112. 113. 114. 115. 154 M éxico. 1969. Véase también Enciclopedia de México, México, 1987, tomo IV, p. 2029. M éxico. 1950. Edición del autor. pp. 127-130. Paco Ignacio Taibo 1. Breviario del mole poblano. TerraNova, M éxico, 1981. Manuel Porrúa. Bibliofiliay bibliofobia. M. Porrúa. México. 1978. México. 1985. México. 1984. M éxico. 1984. Publicados bajo los prestigiados auspicios de Editorial Progreso. Cito, porejem plo, el tercerlibro, M éxico. 1969. Op. cit.. pp. 351-357. L a textualidad de los reí-raneros Por lo dem ás, los últim os tiem pos han evidenciado una especie de nostalgia por el m undo de los refranes. Han aparecido una serie de trabajos sobre refranes, recolecciones, refraneros, algunos de ellos hechos con serie­ dad. Quiero m encionar un par de tesis de licenciatura im portantes porque indican el interés por la investigación parem iológica en algunos ám bitos universitarios m exicanos: en la Universidad de Guanajuato A na M aría López López y Ma. Teresa B etancourt M aldonado presentaron en 1986, bajo la dirección de Eugenia Revueltas, su tesis de licenciatura bajo el título Estudio de una form a de la tradición oral. El refrán, su valor literario e ideológico en que se alberga un respetable corpus de refranes que recogidos en la ciudad de Guanajuato, ordena tem áticam ente y analizadesde el punto de vista formal. Por su parte, en el otoño de 1992, bajo la dirección de Alberto Espejo, Elena Torres Septién Ponce y Patricia M orales C arm ona presentaron en la U niver­ sidad V eracruzana su tesis, tam bién de licenciatura, bajo el título d qAndando los tiempos... Hacia un refranero veracruzano. Logran recoger en ella y clasificar un muy respetable corpus de refranes usados en varios sitios del estado de V eracruz. A m bos acervos son ordenados tem áticam ente. M uestra de esta actual nostalgia por la frase lapidaria, en Z acatecas Gustavo G uijarro M ontes recolectó y publicó un sim pático librito muy bien ¡lustrado cuyo título 700 refranes y dichos 1"’da idea exacta de sus alcances y pretensiones. Igualmente ilustrado, organizado tem áticam ente y con un muy respetable acervo de refranes m exicanos es el refranero de A dela Iglesias titulado Del dicho al hecho... Los más selectos refranes prácticos.117Dentro de esta m ism a línea parem iológica habría que colocar los Dichos y refranes populares de Patricia de Anda H erm oso"8 que alberga más de once mil refranes de los cuales una buena parte proviene de refraneros españoles. El breve prólogo, único texto en donde hay espacio para alguna noticia sobre sus fuentes, nada dice sobre la procedencia del corpus. Desde luego, Rubio se encuentra muy mal y poco representado en el acervo de De Anda: notables ausencias sugieren que el guanajuatense no fue fuente im portante para este 1678 116. 117. 118. Edición del autor, sin fecha, ni lugar de edición. El “preámbulo” está fechado en Plateros, el 3 de mayo de 1983. Citado en la bibliografía. Gómez Hnos,, Editores, M éxico, s.f. Esta casa editora se ha interesado en la publicación de colecciones de refranes de carácter popular, sin fecha de edición y sin referencia a fuentes como en el caso mismo de De Anda: Dichos y refranes no. J y Dichos y refranes n. 2. 155 El. H A B L A R L A P ID A R IO acervo. Más aún, la recolección llevada a cabo por De Anda aparece, con frecuencia, independiente de Rubio por lo que hace a los refranes m exicanos. Hay, en efecto, casos en los que De Anda ofrece una variante distinta de la de Rubio. Por ejem plo, m ientras De Anda dice: “cuiden a sus gallinas, que mi gallo anda suelto” ; Rubio dice: "cuiden sus gallinas, que mi coyote anda suelto” . O bien, m ientras De Anda dicef'h ay tiem pos que el pato nada y tiem pos en que ni agua bebe” ; Rubio d icef'h ay veces que nada el pato, y hay otras que ni agua bebe” . A sim ple vista, las variantes recogidas por Rubio parecen más antiguas, com o en el caso del prim er ejem plo, o recogen la versión más com ún, com o en el segundo. Se puede decir, en general, que el refranero de De Anda tiene sus principales fuentes en los refraneros españoles. Empero, hay que observar que la m ayor parte de estos refranes españoles son poco usados o no lo son, de ninguna m anera, en M éxico. Este refranero, no obstante, es una fuente im portante para la parem iología m exicana: alberga una notable cantidad de refranes m exicanos en el sentido que aquí dam os a esta expresión. Em pero, en orden alfabético estricto, carece de cualquier tipo de explicación o indicación paremiológica. En todo caso, para las tareas futuras y urgentes de la parem iología m exicana es preciso consultar los Refranes y dichos populares de Patricia de Anda Hermoso, pese a sus notables deficiencias técnicas. M ejor estructurada, desde el punto de vista parem iológico, es la obra de José Pérez, Dichos, dicharachos y refranes mexicanos 119 Más formal que el refranero de De A nda y muy en la línea de Rubio, la colección de refranes propuesta por Pérez pretende explícitam ente irtras los refranes m exicanos, com o lo indican título y prólogo. Sin em bargo es más consciente que otros parem iólogos m exicanos en cuanto a la cualificación de “ m exicanos" a los textos parem iológicos: N o es fácil determinar — dice— el origen de cada refrán y no dudo que aquí hayan quedado muchos que son españoles, centroamericanos o sudamericanos, pues com o todos hablamos español creemos propio lo que es ajeno.120 La observación, a prim era vista ingenua, de que los refranes transitan 119. Editores M exicanos Unidos. México. 1986. quintaedición. Nopudeconsultarlasedicionesanteriores y desconozco sus fechas: en todo caso en el prólogo menciona a Rubio, Velasco. De anda y a Melchor 120. 156 García Moreno, de quien no tengo referencias, entre los paremiólogos mexicanos. Op. cit.. pp. 8-9. L a tkxtuauoad di; io s ri:i rani:i<os_________________________________ libremente por dondequiera que se habla la lengua española es, sin em bargo, una aplicación im portante de principios lingüísticos: las lenguas se realizan históricam ente en textos; cada tipo textual crea, dentro de la lengua, estruc­ turas textuales fijas análogas a las palabras; estas m arcas textuales se desplazan al m ism o tiem po que las reglas gram aticales de cada lengua.En cuanto a su acervo parem iológico se puede decir que continúa la labor parem iológica de Rubio al que parece imitar no sólo en el título sino en las explicaciones que siguen a cada refrán. Empero, en honor al guanajuatense, cabe d ecirq u e José Pérez se queda en la pura explicación. Rara vez se pone a indagar el origen de algún refrán y cuando lo hace no tiene m ucha suerte y cae en observaciones banales. Sin em bargo sus refranes no siem pre rem iten a Rubio. Pérez coincide, en cam bio, con algunas de las otras colecciones de refranes m exicanos aquí m encionadas. A su colección, sin em bargo, perte­ necen refranes muy m exicanos, muy en boga y que no aparecen en las m agnas colecciones de Rubio y de Patricia de Anda Hermoso; por ejem plo: Ahora es cuando, yerbabuena, le has de dar sabor al caldo. A la m ejor cocinera se le quem an los frijoles. A la m ejor cocinera se le va un garbanzo entero. A las m ujeres bonitas y a los buenos caballos, los echan a perder los pendejos. Al cabo la m uerte es flaca y no ha de poder conm igo. A nadie le am arga un dulce aunque tenga otro en la boca. Aunque sean del m ism o barro, no es lo mismo bacín que jarro. Hay, adem ás, m uchas coincidencias significativas de Pérez con Rubio y de Rubio y de Pérez con De Anda. Es decir, el refranero de Pérez tom a su caudal tanto de Rubio com o de De Anda entresacando sobre todo de ella los refranes exclam ativos.121 Entre los últim os refraneros llegados a este desfile, hay que m encionar pequeños libros que parecen tener com o propósito la incorporación de los refranes m exicanos más frecuentes. N orm alm ente se trata de pequeñas colecciones personales de refranes m exicanos “explica­ dos” al estilo antiguo, es decir, esbozando algunos rasgos del sentido 121. Véase nuestro ensayo “Los refranes exclam ativos” en Deslinde n. 17, revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, Monterrey, 1987. Véase también nuestro libro Por el refranero mexicano , Monterrey, UANL, 1988. 157 E l hablar lapidario parem iológico. En realidad estos pequeños refraneros como el de Eduardo C ésarm an o A ndrea K eller122hacen descansar su utilidad en el contexto de la parem iología m exicana, aún por construir, en algunos cuantos refranes populares que norm alm ente no han sido reportados en refraneros anteriores; suelen, en efecto, registrar refranes de cuño reciente. Sin em bargo su asistem aticidad lim ita su em pleo. Sus pretensiones, por lo dem ás, dentro de la parem iología m exicana, parecen reducirse a servir de solaz al núcleo de am igos y contertulios. Eduardo C ésarm an123tras la prim era edición de su Dicho en México , ha seguido recogiendo refranes de m anera que la tercera edición124 dista de la prim era no sólo 115 páginas más sino más de 2000 refranes.125 De esta m anera, com o acervo de refranes usados en México, el refranero de Césarm an es, en la actualidad, probablem ente el más grande. Sin em bargo, ni la segunda126 ni esta tercera edición han agregado a la prim era otra cosa que no sean refranes. La relativa rapidez con que se han agotado las ediciones anteriores m uestra no sólo que el refrán es un tipo textual vivo sino, sobre todo, que los “refraneros” , como tipos textuales, cum plen con una im portan­ te función actualm ente en plena vigencia dentro de la textualidad m exicana.127128 Entre refraneros de últim a hora, quiero cerrar este desfile tipológico del género “refranero” con los Dichos y proverbios mexicanos recordados por Mercedes Mañero.128 Se trata de un “refranero” cuyos textos están ordena­ dos alfabéticam ente m ezclados, como suele ser costum bre según hem os visto en el género “refranero” , los refranes con sim ples m odism os, giros y frases hechas. Por razones cuyo abordaje rebasa los propósitos de este libro, hem os 122. 123. 124. 125. 126. 127. 128. 158 Andrea Keller, Frases célebres y dichas populares. Ed. Libra, M éxico, 1981. Para el refranero de Césarman véase más adelante. Eduardo Césarman, Dicho en México lo mejor del ingenio popular , Diana, M éxico, 1986. Sobre este autor véase lo dicho en Refrán viejo, op. cit.. pp. 107 y ss. M éxico, Diana, enero de 1991. Como dije arriba, la primera edición es de noviembre de 1986. Descrito porel propio autoren carta dirigida a mí el 1 defebrerode \995, Dicho en México es tansólo un listado de dichos ordenados del modo más simple, el alfabético. Cada edición incluye una nueva cosecha. Pensé ordenarlo por temas, pero hubieran sido tantos temas como tiene la vida misma. Quizás alrededor de los defectos del ser humano como la envidia, la usura, la codicia, la pereza, la gula, la lujuria, etc. Utilicé el término “dichos" más que el de “refrán” por ser más genérico. Porello me permití incluir frases simples vernáculas como “hacerla cansada”. Frases que no tienen la construcción de un refrán en que unasentenciavaseguidade una advertenciao consecuencia. Julio de 1988. Sobre la labor de Jorge Mej ía Prieto en la paremiología mexicana, véase lo dicho en Refrán viejo , op. cit.. pp. 106 y s. M éxico. Cuatro Editores. 1994. L a TLXTU AM DAD 1)1. L O S R L I R A N L R O S de señalar el interés que a últimas fechas ha suscitado el refranero m exicano entre investigadores norteam ericanos de los que como m uestra recordábam os en Refrán viejo'^-'Aos, Mexican Proverbs f'"áe G. Góm ez D. Estavillo, y Flour From Another Sack™ de Mark Glazer. Estas son las principales colecciones de refranes m exicanos con que cuenta, en la actualidad, la parem iología m exicana. Com o se ve urge un inventario sistem ático de todo el caudal parem iológico actualm ente en uso en su territorio nacional en los distintos estratos culturales. Es im portante, adem ás recoger, cada refrán con todas sus coordenadas parem iológicas: contextos, v arian tes, inform antes, origen, significado parem iológico, e tc .1291303213456 La lengua viva es la m ejor fuente de refranes. Sin em bargo, este trabajo quiere poner de maní tiesto la tradición parem iológica m exicana en la que se arraigan y de la cual florece la realidad presente y desde la que se sigue alim entando esa sabiduría popular am asada en la experiencia de la vida. Después de todo, “ refrán viejo, nunca m iente". Las c o l l c c io n h s d l ir a s u s c i i h u r ls Al lado de los refraneros cuya variedad de formas hem os som eram ente docum entado, el discurso lapidario se alim entó, bien se sabe, de una serie de textos de origen culto cuyo espécim en renacentista más célebre son los Ilamados apotegm as, que en el cone ierto de las form as gnóm icas actuales han reaparecido con vigor bajo la popular forma de “ frases célebres” . Es un tipo de textualidad que se aproxim a a la antigua parem iología culta y que, desde luego, sólo servirá en nuestro estudio como punto de referencia. En Refrán viejo i33hem os ya menc ionado las Frases célebres de hombres célebres, 134de M anuel Pum arega; las Frases célebres para toda ocasión,™ de Rafael Escandón y las Frases y anécdotas de hombres célebres 136 de J.A. del 129. 130. 131. 132. 133. 134. 135. 136. Op. cit., pp. 110 y ss. M éxico, 1948. Editado por Mark Glazer, Pan American University, Edinburg, 1982. Cfr . , nuestras “notas para una paremiología mexicana” en el Primer Coloquio de Lingüística Mauricio Swadesh. Op. cit., pp. 113 y s. Editado en 1944 por la CompañíaGeneral de Ediciones en México fue reeditado treinta y siete veces, la última de las cuales se remonta a 1987. Rafael Escandón, Frases célebres para toda ocasión, Diana, M éxico, 1982 reimpreso 10 veces hasta 1987. Cuartaedición, Editores Mexicanos Unidos. México 1987. 159 E l hablar lapidario Castillo. Este tipo de obras han llegado a constituir diccionarios que funcionan com o prontuarios de frases hechas para toda ocasión bajo el respaldo de algún escritor célebre. Como el Diccionario de pensamientos máximas y sentencias'11 o el Diccionario de frases célebres.'™ Si nos acercam os al ám bito propiam ente m exicano habría que citar, sin duda, a Jorge M ejía Prieto con sus Citas y frases célebres de mexicanos.'™ Com o ya señalam os, no siem pre se trata de frases célebres y con frecuencia las frases recogidas difícilm ente pueden ser catalogadas entre las form as breves: su vinculación con el m undo de las form as gnóm icas debería ser discutido a partir de una teoría aún por construir. Quiero cerrar este apartado citando un libro reciente y, desde el punto de vista de la tipología textual, ecléctico. Me refiero a La frase inmortal de Efraín M endoza. 13789l40Las 728 páginas del libro están divididas en 12 capítulos, adem ás de un pequeño prólogo y la bibliografía, tam bién pequeña. Por lo general, cada capítulo contiene “pensam ientos de hom bres célebres” sobre el tem a; “proverbios del m undo” , leyes, preceptos, dichos populares y term ina con la sección de “ frases de hom bres desconocidos” . Esta obra, por tanto, reúne las frases célebres con los refranes. Pese a los inconvenientes de este tipo de obras, destinadas por lo general al vulgo, no es nada desdeñable la labor del autor que, en conjunto logra arm ar con su acervo de form as gnóm icas breves un buen m osaico tem ático muy versátil. R e f r a n e r o s l it e r a r io s e n M é x ic o El escritor veracruzano G regorio López y Fuentes es im portante dentro de la parem iología m exicana por dos razones: prim ero porque en su novela Arrieros , aparecida en 1937, em plea abundantem ente el térm ino “ refranero” en el sentido que había consagrado la m ism a tradición parem iológica hispán ica y que fue arriba m encionado. A saber, “ refranero” com o designación de una persona m uy dada a decir refranes. “ Refranero” , en efecto, es el apodo del destinatario d e /ím 'm w novela que adopta la form a de una carta del autor 137. 138. 139. 140. 160 Prólogo y recopilación de H.G.R.,terceraedición. M éxico, editorial Olimpo, 1976. Laprimeraedición data de 1963. Prólogo y recopilación de F.S.R.,segundaedición, M éxico, editorial Olimpo, 1974. Laprimeraedición data de 1961. C itasy frases célebres de mexicanos. Ed. Panorama, M éxico. 1987. M éxico. Ed. Diana. 1991. _______________________ L a TEXTUAI.1DA1) DI-; I.OS REFRANEROS___________________________ a este personaje a m anera de m arco ya que la abre y la cierra. La segunda razón de la im portancia de Arrieros dentro de la historia del vocablo “refranero” en latextualidad m exicana proviene del hecho de que esta novela es continuadora de la noble tradición hispánica de refraneros que hemos llamado literarios: Arrieros, en efecto, prosigue brillantem ente la tradición parem iológica del Quijote, La Celestina y, ya entre nosotros, El Periquillo Sarniento. V eracruzano de nacim iento, Gregorio López y Fuentes nace el 17 de noviem bre de 1897 y es m ecido en una cuna que tiene com o escenario la Huasteca V eracruzana en donde crece y se educa. Tenía 17 años cuando ocurre la traición de Huerta, a consecuencia de ella, López y Fuentes se hace constitucionalista, interrum piendo sus estudios como norm alista, al tiem po que publicaba su prim er libro de poemas titulado La siringa de Cristal (1913). Había llegado a la capital m exicana, en efecto, en 1912 y se había inscrito en la Escuela Norm al para M aestros. Como sucedió con tantos otros, se unió al grupo de la revista Nosotros. Luego del crim en de Huerta regresa a su natal Veracruz, com bate contra los invasores norteam ericanos que se habían apoderado del puerto de V eracruz.141 Tras la división de los constitucionalistas como consecuencia de la pugna entre Carranza y Villa, López y Fuentes regresa a M éxico en 1916. A lternará por entonces sus estancias entre V eracruz y M éxico. En 1922 aparece su segundo libro de poemas Claros de selva con que daría fin a su carrera de poeta para buscarse un sitio en la novelística m exicana. Es, en efecto, por su carácter de novelista, como se ha dicho, por el que López y Fuentes ocupa un lugar im portante dentro de la parem iología m exicana: por una novela suya, en efecto, lo incluim os en esta galería de refraneros m exicanos.142 C uando en 1937 publica Arrieros ya sus credenciales de novelista estaban a punto. En efecto, en 1935 Gregorio Lópezy Fuentes había obtenido, con su novela El Indio, el premio nacional de literaturay la difícil acreditación ante la crítica internacional. Con ocasión de ello, la sección Book Review del 141. 142. Berta Ulloa, La revolución intervenida, el Colegio de M éxico, M éxico, 1976 da unaampliay detallada información de la invasión norteamericana. Para una información más detallada sobre la vida y obra de Gregorio López y Fuentes, puede verse Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, tomo II, M éxico, Ed. Aguilar, pp. 175 y ss. Véase, igualmente, Antonio Magaña Esquivel, La novela de la revolución , Porrúa, 1974; Carlos González Peña, Historia de la literatura mexicana, Porrúa, México, 1984/15, “Sepan cuántos” N. 44; véase, por lo demás, Gregorio López y Fuentes, El indio, Porrúa, M éxico, 1972, “Sepan cuántos” n. 218 y Arrieros, M éxico, Botas, 1937. 161 E l hablar lapidario New York Times publica una elogiosa reseña de Verna C arleton M illán.143 Sobre la índole de su escritura Antonio Castro Leal dice: Su visión de la vida del campo; su familiaridad con los más variados tipos rurales, que conoció desde su infancia en la huasteca veracruzana; las preocupaciones sociales, que lo hicieron incorporarse a las fuerzas revolucionarias; sus experien­ cias, su poder de observación y su capacidad de presentar en líneas sintéticas los sucesos de la vida real, lo llevaron naturalmente a interpretar, en nuestras miserias y luchas revolucionarias, los problemas más dramáticos que pesan sobre el pueblo m exicano.144145 La obra por la que aquí lo m encionam os es, en efecto, su novela Arrieros'45en que, a la m anera del Quijote y la Celestina recoge un verdadero refranero con textos provenientes del mundo de la arriería por entonces en extinción. El arriero, en efecto, es uno de los tipos rurales de los que se ocupa L ópezy Fuentes intentando rescatar el rico acervo parem iológico que su habla albergaba. López y Fuentes no establece una estricta separación entre refranes m exicanos y refranes españoles; reporta los refranes tal cual se usan en el cam po m exicano sin im portar su origen. De hecho, no son pocos los refranes referidos por don G regorio que se encuentran en refraneros españo­ les. De esa form a “refrán m exicano” viene a ser sim plem ente el refrán docum entado en el habla m exicana no importa si es o no originario de otra parte. Sin em bargo, con una técnica que después volverá a em plear Y áñez en Tierras Flacas, G regorio Lópezy Fuentes logra recrear un acervo im portante de tradiciones y expresiones de la arriería que se encontraba, por entonces, en plena extinción a causa del surgim iento de carreteras y ferrocarri les, confor­ m ando un respetable corpus de refranes rurales bajo la form a de lo que hemos llam ado aquí “ refranero Iiterado”, hoy clásico de la parem iología m exicana. 143. 144. 145. 162 En ella vierte una serie de opiniones sobre su calidad como novelista que cito aquí: Gregorio López y Fuentes tiene dos cualidades indispensables de un auténtico novelista; una cálidasimpatíaporel género humano, por el hombre como ser viviente y activo, a la que añade unahonestidad intelectual absoluta que no le permite corromper la sinceridad de su novela con notas o toques sensacional istas... Por esta razón El indio puede ser considerada, con Los de abajo de Azuela y El Agüila y la Serpiente de Guzmán, muy digna de ser incluida en la muy corta nómina de libros que han ganado un sitio firme en la literatura mexicana. (En Magaña Esquivel, op. cit., 175-176). Op. cit., p. 176. Sobre los mecanismos paremiológicos de Arrieros, véase Refrán viejo, op. c/7.,pp.91 y s. L a textualidad ni los refraneros El otro refranero literario que aquí recordam os, Las tierras flacas de Agustín Yañez, es de principios de la década de los sesenta. En esta novela de Yáñez, los refranes constituyen casi una tercera parte del texto que, como verem os, construye en torno a ellos m ediante la técnica del racim o en que varios refranes con el mismo sentido parem iológico comparte contexto porei simple m ecanism o de la parataxis. Por lo demás, Las tierrasflacas está escrita en lo que podríam os llamar la tradición oral izante del occidente m exicano, cuya fuente más abundante y variada es una de las más am plias tradiciones literarias del agro m exicano cifrada en un lenguaje plástico, de estilo ranchero, que gusta, com o decía Lutero en la Sendbrief, “ verle el hocico al pueblo” , recoger palabras llanas; que le da por llamar “al pan, pan, y al vino, vino” ; que se com place en estilizar expresiones rancheras, en recuperar ruidos ya dándoles el rango de palabras mediante originales onom atopeyas, ya ensayan­ do com binaciones. Otras veces reproduce fragm entos del habla popular a base de sonoridades y, otras más, reproduce icásticamente la m ism a realidad. En general esta tradición literaria oralizante del occidente m exicano se complace en engalanar profusam ente su discurso escrito con m uchos de los encantos de la lengua hablada bajo el principio azoriniano de que “ las admiraciones de gente humilde valen tanto como las de las gentes aupadas” ;146 párrafos llenos de sustantivos, casi sin adjetivos, en forma de listas de cosas con sus nom bres caseros, interrum pidas, de vez en cuando, con com entarios o explicaciones: entre esas listas de cosas Yáñez intercala sus listas de refranes que deja caer en racim os para ahorrarse marcos. De la existencia de un habla literaria en el occidente m exicano da testim onio una de sus obras-paradigm a, Pueblo en vilo l47de Luis González, como lo hem os m ostrado en “Tam bién Clío es una m usa”, 148 amén, desde luego, de otras obras ilustres como El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo, La feria de Juan José Arreola y, desde luego, Al filo del agua y Las tierras flacas de Agustín Yáñez. En efecto. Las tierras flacas es una novela construida sobre una especie de credo ranchero, redactado a base de refranes, que docum enta, adem ás, el funcionam iento discursivo del refrán en el habla ranchera. Independientem ente de la anécdota, por una parte, esta novela de Yáñez reproduce el mundo ranchero con sus porm enores ideológi146. 147. 148. Citada por Luis González en Pi/e/j/oe/Jv/'/oJerceraedición, México, El Colegio de México, 1979,p. 15. Op. cit. Alvaro Oehoa Serrano (editor), Puebloen vilo , la fuerza de la costumbre. Homenaje a Luis González, s/1, El Colegio de Jalisco / El Colegio de M éxico / El Colegio de Michoacán, 1994, pp. 197-222. 163 E l hablar lapidario eos, sobre todo. Y, por otra, a cada refrán, como sucede en la parem iología literaria, se le construye con cuidado su contexto situacional. Pero esta novela de Yáñez docum enta, sobre todo, una m anera de razonar y una m anera de hablar. En efecto, con su notable acervo de m ás de quinientos refranes,149150Las tierras flacas queda com o un testim onio de esa habla del occidente m exicano.En Las tierrasfla c a s ^ Y áñez salpica el texto literario con una abundancia de refranes tal que los refranes constituyen la form a argum entativa privilegiada por su discurso. Yáñez parece haber tenido al refranero de Darío Rubio como una de sus fuentes aunque, desde luego, tenga otras fuentes y, por supuesto, incorpore refranes de su propia cosecha. U na buena parte de esos refranes fueron acuñados el siglo pasado en lo que se ha dado en llam ar la cultura ranchera: en buena parte, estos refranes representan, de una o de otra m anera, un punto de vista y una cosm ovisión vigentes en el m exicano del rancho.151 Lanzándose tras las huellas de la tradición, vieja y prestigiada, de los refraneros 1iterarios, Y áñez hi lvana la estructura de 1texto m ediante pequeñas sinfonías de refranes que, como en equipo, van construyendo su propia tram a y perm iten recabar paralelos a la hora de indagar el sentido parem iológico de alguno de ellos. Podría decirse, como ya lo hem os hecho, que los refranes en Las tierras flacas se dan por racim os de tal m anera que los refranes de un m ism o racim o com parten función discursi va, amén del m arco contextual, y se relacionan entre sí, las m ás de las veces, por m era parataxis. Que este refranero es propuesto en Las tierrasflacas com o la expresión de una m anera 149. 150. 151. 164 Puede verse este refranero de Y áñez en nuestro libro R e fr á n v ie jo n u n c a m ie n te , Zamora, El Colegio de M ichoacán, 1994, pp. 142-157. Las citas están tomadas de Agustín Yáñez, L a s t i e r r a s f l a c a s , sexta edición, M éxico, Joaquín Mortiz, 1977. En Esteban Barragán López, Odile Hoffmann, Thierry Linck, David Skerrit (coordinadores), R a n c h e r o s y s o c i e d a d e s r a n c h e r a s (Zamora, CEM CA/ El Colegio de Michoacán / ORSTOM, 1994, pp. 33-55), nos hemos ocupado de la evolución del vocablo “rancho” en “El vocablo “rancho” y sus derivados: génesis, evolución y usos”. Utilizamos la palabra “ranchero” en su acepción cualitativa: los refranes que llamamos aquí “rancheros” son producto de nuestra cultura“ranchera”. El vocablo tiene, en efecto, dos usos dominantes: uno peyorativo y otro simplemente calificativo. El uso peyorativo del vocablo “ranchero” proviene de círculos urbanos que miran con desdén la cultura ranchera. E l D ic c i o n a r i o f u n d a m e n ta l d e l e s p a ñ o l m e x ic a n o trae como tercera acepción del vocablo “ranchero” la siguiente: “Que es tímido o vergonzoso: u n a m u c h a c h a m u y r a n c h e r a , ‘ ¡No seas r a n c h e r o , saluda a los dem ás’!”. Véase Luis Femando Lara (director), D ic c i o n a r i o f u n d a m e n ta l d e l e s p a ñ o l d e M é x ic o , M éxico, Com isión Nacional para la Defensa del Idioma Español / El Colegio de M éxico / Fondo de Cultura Económica, 1982, a d lo e . En el uso cual itati vo, en cambio, el vocablo denota simplemente la pertenencia a la cultura ranchera sin emitir ninguna opinión sobre ella. Hay muchísimos otros refranes del actual acervo paremiológico mexicano que, se puede decir, son de origen ranchero. L a i i :xtuauim d de los refraneros de pensar, la m anera de pensar del ranchero, no requiere m ucha tinta para m ostrarse. De hecho, com o hemos dicho, docum enta un tipo de discurso, una m entalidad y una realidad social aún vigorosa en el M éxico de los sesenta pese a que ya la novela m ism a vislum bra una serie de peligros en la m odernización sim bolizada por una m áquina de coser. En una célebre entre­ vista que Em manuel Carbal lo hace a Y áñez,152el crítico pregunta al novel ista, a propósito de Las tierras flacas , “¿a qué causas se debe el uso constante de adagios populares?” . A lo que Yáñez contesta: Por una parte responde a /a realidad descrita y, por otra, a la necesidad de conseguir ciertos efectos de expresión)1aun de belleza literaria. El refrán refleja con claridad los estilos de las conciencias de los personajes: es como el dato que ofrece la estilística para conocer la estructura de la reflexión en imaginación de los personajes.153 Es necesario resaltar esos tres aspectos expresados en las tres expresio­ nes subrayadas porque son las tres principales funciones discursivas que asumen los refranes en la novela de Yáñez: reflejan la realidad sociocultural ranchera del occidente de Jalisco, un estilo de conciencia y una m anera de hablar lapidaria que tiene su propia belleza. La realidad ranchera, descrita en la novela, es vista por Yáñez así, con esta escala de valores, este discurso y esta conciencia. En prim er lugar, se trata de una m anera de hablar y de un estilo de conciencia; se podría decir, por otro lado, que prevalece en los refranes de Y áñez una inserción en el hi lo narrativo del discurso que podríamos catalogar de m eramente ornam ental: con mucha frecuencia, en efecto, los refranes están meramente yuxtapuestos a un serie de frases análogas del hilo narrativo. Más aún, Yáñez introduce el razonam iento inductivo en un ám bito dom inado por el discurso deductivo. Los ‘'refranes com o” son un buen ejem plo de ello: Com o el que pinta el gato y se asusta del garabato.154 Com o los que hacen el m uerto y luego se asustan del petate.155 Com o quien oye llover y no se m oja.156 152. 153. 154. 155. 156. O p .c i t . , p .5 1 . De esta entrevista circulan varias ediciones cito por Emmanuel Carballo, “Agustín Yáñez”, en Helmy F. Giacoman, H o m e n a je a A g u s tín Y á ñ e z , Madrid, Anaya / Las américas, 1973, pp. 13-62. O p .c i t . , p. 51. O p. c it., p. 52. O p. c it., pp. 51 y 245. 165 EL HABLAR LAPIDARIO Com o la chía, que no era pero se hacía.157 Com o el que vom ita y tapa por no oler lo que depuso.158 Com o burros con bozal o caballo que coge el freno.159 Com o la chiva de tía Cleta que se com e los petates y se asusta con los aventadores.160 Com o el perro del herrero, que a los martil lazos ronca y a los m asquidos despierta.161 Com o m ilpa de costa, prontito.162 H acia allá apunta, tam bién, el ya señalado hecho de los refranes en racim o, característico de esta obra. Una buena parte de los refranes de este refranero de Y áñez están estructurados más por m ecanism os acústicos que por los ya señalados m ecanism os lógico-retóricos. Parece que, en efecto, la función m ás im portante atribuida por la novela al corpus de refranes sea la ornam ental o com o lo dijo el m ism o Yáñez, en la entrevista m encionada, está im pelido por “ la necesidad de conseguir ciertos efectos de expresión y aun de belleza literaria” que indudablem ente tienen los refranes. El discurso lapida­ rio, no importa cual sea su tipo, está dotado de la elegancia que da la sobriedad. Com o es fácil observar en cualquiera de los abundantes párrafos parem iológicos, con frecuencia el elem ento estructurante es el sentido parem iológico com partido por el racim o de refranes pese a tener una form a diferente. Por lo dem ás, en Yáñez más que en L ópezy Fuentes, los refranes de sus racim os están encadenados, por otro lado, a veces por el sentido, a veces por sim ple yuxtaposición, otras veces a través de palabras o conceptos eslabón. Desde luego, denotan, sí, una m anera de hablar bronca, m achista, autoritaria, tajante por lo lapidaria, lacónica y breve, con palabras preñadas al m áxim o, pesadas, sin que falten ni sobren. Igualm ente, com o lo dijera el propio Yáñez en la m ism a cita, estos refranes en racim o denotan “con claridad los estilos de las conciencias de los personajes” . Sonido estupendo, docum entación de un habla y de un estilo, ornato puro, son tam bién, com o se verá, los refranes exclam ativos, típicos del 157. 158. 159. 160. 161. 162. 166 O p.cit., p .314. Op. cit., p. 52. Op. cit., p. 51. Op. cit., p. 51. Op. cit., p. 256. Op. cit., p. 59. L a TLXTUA1.IDAD l)L I.OS RLLRANLROS refranero m exicano, que abundan en el corpus de Yáñez y cuya función discursiva sobresaliente es la ornam ental. Pongo como sim ples ejem plos los siguientes: Con cuidado que aquí hay lumbre, no se vayan a quem ar.163 Con qué chiflas, desm olao, si no tienes instrum ento.164 Con tiento, santos varones, que el Cristo está apolillado.165 Dale vuelo al bandolón, aprovecha la tocada.166 Ache, huarache, huache, / ay, víboras chirrioneras, / a que no me pican ora / que traigo mis chaparreras...167 A delante con la cruz, que se lleva el diablo al m uerto.168 Ah qué gente tiene mi amo, y más que le están llegando.169 Ah qué rechinar de puertas, parece carpintería.170 Ah, qué bonita trucha para tan cochino charco.171 Ah qué mi Dios tan charro, que ni las espuelas se quita.172 ¡Ah qué m oler de criaturas, parecen personas grandes!173 Ahora sí violín de rancho, ya te agarró un profesor.174 A nim as que salga el sol p a‘ saber cómo am anece.175 ¡Ay, m adre, qué pan tan duro y yo que ni dientes tengo!176 A tórale que es m angana porque se te va la yegua.177 Bien haya lo bien nacido, que ni trabajo da criarlo.178 La segunda cosa de que dan cuenta los refranes insertados en el hilo narrativo de esta novela es una m anera de razonar a base de lugares com unes, 163. 164. 165. 166. 167. 168. 169. 170. 171. 172. 173. 174. 175. 176. 177. 178. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. Op. cit., p. 328. cit., p. 256. cit., p. 206. cit., p. 314. cit., p. 105. cit., pp. 8 0 ,2 8 8 y 331 cit., p. 139. cit., p. 52. cit., p. 58. cit., p. 104. cit., p. 210. cit., p. 61. cit., p. 206. cit., p. 230. cit., p. 71. cit., p. 58. 167 El.MAHl.AR LAPIDARIO la lógica ranchera con su lista de verdades de m edio pelo en que estriba la persuasión, la m áxim a autoridad a la hora de zanjar discrepancias, un tipo de discurso. Por eso es importante el segundo m ecanism o de inserción del refrán en el discurso, docum entado por Yáñez, el entim em ático. En el discurso ranchero docum entado por la novela de Yáñez, los entim em as son fáciles porque, después de todo, los discursos entim em áticos son siem pre ágiles: el funcionam iento del entim em a tiene que ser socialm ente inm ediato o, de otra m anera pierde su efecto y no funciona. Por eso el uso de entim em as es frecuente en los tipos discursivos de y para el pueblo. Marc A ngenot, por ejem plo, lo encuentra en el discurso p a n fle te ro .179 Por otra parte, la novela de Yáñez m uestra bien una característica del discurso lapidario de que nos ocuparem os más adelante: el contexto, sea textual o extratextual, form a con el refrán una unidad sem iótica de tipo em blem ático que le permite, apoyado en ella, decir más de lo que enuncia. Por eso puede ser lapidario: es el recurso del discurso indirecto y su m ecanism o. Cuando las palabras han dicho todo lo que tienen que decir, entonces la figura del lem a im plícito entra en acción, pero ya sin palabras, con su solo lenguaje silencioso. Finalm ente, el refranero de Yáñez expresa los ám bitos de interés por el agro del occidente m exicano de los sesenta: un refranero es una especie de lengua; como la lengua, tam bién el refranero refleja los intereses de un pueblo; com o sucede con una palabra, así un refrán nace, es asum ido y subsiste en la m edida en que la realidad por él referida tenga interés para el grupo de hablantes. Por eso es posible decir, sin tem or a equivocarse, que, según el discurso de Las tierrasflacas, el refranero allí incrustado revela el cúm ulode cosas por las que se interesa el cam pesino ranchero del occidente de M éxico: su ideología, su escalade valores, sus ilusiones y sus m iedos; sus rencores, sus fobias y tabúes. Puede ser tom ado este refranero, en efecto, com o una especie de credo ranchero que expresa las verdades de acción, las cosas que convencen y que hacen v iv irá esa gente. Por eso un refranero tal habla de las cosas del cam po, de las siem bras y las cosechas, del am or, de la vida y de la m uerte, de los caballos, del destino, del tiem po, de la esperanza. Com o ya señalábam os, no son pocas las coincidencias de Yáñez con Rubio ya en refranes poco estructurados desde el punto de vista de la m nem otecnia, ya en refranes con variantes. Entre esas coincidencias m encio­ 179. 168 La parole pamphletaire, Paris, Payot, 1982. L a textualidad de los refraneros no, a guisa de ejem plos, las siguientes: “baile y cochino, en la casa del vecino” ; “nadie sabe para quien trabaja” ; “a nadie le falta Dios cargando su bastim ento” ; “cuida tu casa y deja la ajena” ; “muy pocos am igos tiene el que no tiene que dar” ; “contigo la m ilpa es rancho y el atole cham purrao” ; “el que fuere enam orado que no pierda la esperanza” ; “tanto peca el que m ata la vaca com o el que le tiene la pata” . Pero, com o ya señalam os tam bién, Yañez tiene otras fuentes y, desde luego, su propia cosecha. De ello son m uestra los siguientes refranes: Con lo viejo y lo pobre aum enta lo delicado. Trato de fuereños esquilm o de rancheros. Al ojo del am o engorda el caballo. Al que m adruga dios lo ayuda. T rabajar con deudas es com o acarrear agua en chiquihuites. Es la ley de Caifás: al fregado, fregarlo más. No hay crueldad com o el olvido. Q uizás el refranero ranchero de Agustín Yáñez sea el paradigm a, por lo que toca a la parem iología, de lo que en la actual textualidad m exicana es un refranero literario. Esta es, creo, la principal aportación de Y áñez en el concierto de los refraneros literarios del sistem a textual hispánico: Agustín Yáñez acuña un refranero que se convierte en protagonista de un discurso. Estos son los principales textos a partir de los cuales hem os docum en­ tado el concepto de “refranero” com o un tipo textual autónom o. A ellos se refieren, por otro lado, los textos que conform an nuestro corpus y que hem os llamado aquí “refranero m exicano” . Un refranero, como se ve, no es un corpus cerrado: está perm anentem ente abierto en la m edida en que los textos que lo conform an van y vienen. Un refranero, por lo dem ás, funciona com o fuente del habla popular. De esta manera, un refrán puede reposaren el interior de un refranero y de al 1í, por razones y m ecan ismos que la parem iología debe explicar con m ayor precisión, saltar de nuevo al flujo del habla popular. U n iv e r s a l p a r e m io l ó g ic o y r e f r a n e r o s h is t ó r ic o s Y ahaquedado claro, por el capítulo anterior, que existe una estrecha relación entre lo que aquí llam am os “ refranero m exicano” y lo que podríam os llam ar “refranero” a secas: el refranero m exicano no es m ás que una interpretación 169 El hablar lapidario de un hasta ahora hipotético refranero universal. Es como una lengua histórica con respecto al universal atributo del lenguaje o, si se quiere, como una tradición particular en relación con la gran tradición parem iológica. Desde el supuesto de que existen estructuras, formas y aún tem as universales que se expresan m ediante la form a de refrán, se trata de m arcar los rasgos más sobresalientes de este tipo tex tu a l; elaborar, en suma, una teoría transcultural del refrán en la cual se enclava la investigación sobre el refrán m exicano. Esta teoría debería contener, obviam ente, una teoría del funcionam iento paremiológico. Com o se ha señalado ya, y se verá de m anera más explícita adelante, dentro de las particularidades que el refranero m exicano ofrece a esa hipoté­ tica parem iología universal está lo que hemos llamado, en otra parte, 180 “refranes exclam ativos’' y que, desde el punto de vista discursivo funcionan de una m anera diferente a los refranes sentencia. Hablar de refranes exclam ativos es introducir una categoría de carácter formal distinta de las categorías sintagmáticas hasta ahora prevalentes en las definiciones de refrán, en boga. Los refranes que incluimos en esta categoría corresponden a distintas estructuras sintagmáticas. La necesidad de colocarlos en una misma categoría descansa en el hecho de que constituyen la clase más típica de “ refranes m ex ican o s” . Por refranes exclam ativos entendem os las expresiones parem iológicas que textualm ente funcionan como exclamac iones. Para cum­ plir con los rasgos distintivos de un refrán, no importa, en efecto, que un texto afirm e o niegue, que pregunte o exclame, que constate o declare. Los refranes exclam ativos son un tipo de textos parem iológicos que siguen la ancestral vocación de esta tierra a lo barroco: los refranes exclam ativos parecen guiarse por el afán del puro sonido estupendo. Los refranes exclam ativos, como los interrogativos con los que com par­ ten no pocas características, son refranes tonales: descansan, en buena m edida, en una entonación ascendente o descendente pero norm alm ente alta. El ataque suele ser generalm ente alto, la coda tiende a descender. Como en los siguientes ejem plos: 1. D ondequiera plancho y lavo y en cualquier m ecate tiendo. 2. Echale copal al santo aunque le jum iés las barbas. 180. 170 Véase tanto nuestro libro Por el refranero mexicano (Monterrey, Fac. de Fil. y Letras de la UANL, 1988) com o el ya citado Refrán viejo nunca miente , op. cit. L a textualidad de los refraneros 3. ¡Qué suerte tienen los que no se bañan! 4. ¡Ahora sí, violín de rancho, ya te agarró un profesor! 5. Con tiento, santos varones, que el cristo está apolillao. 6. A gato satisfecho no le preocupa ratón. 7. ¡Ah, qué rechinar de puertas, parece carpintería! 8. Acabándose el dinero se term ina la amistad. 9. No todos los que chiflan son arrieros. 10. Vám onos m uriendo ahorita que están enterrando gratis. Una vista, aún somera, a las diez expresiones parem iológicas anteriores nos permite, por un lado, constatar la gran diversidad morfológico-estructural de los refranes incluidos en esta categoríay, por otro, convencernos enseguida de que nos hallam os frente a un grupo parem iológico “heterodoxo” . Fron­ terizo entre las expresiones parem iológicas y los refranes tradicionales este grupo presenta, em pero, unas características propias bien definidas. Están constituidos tanto porexclam acionescom o por frases sentenciosas dotadas de un cierto rango de exclamatividad. En español, bien se sabe, no existen marcas sintácticas de la exclam atividad: los rasgos de la exclam atividad radican más bien en la enunciación y expresan, sem ánticam ente, estados espirituales del hablante.181 Frases que, por tanto, desde otro punto de vista puedan ser tenidas como sentencias, pueden ser exclamativas desde el punto de vista pragmático en la m edida en que al enunciarse son susceptibles de adoptar una línea melódica exclam ativa ya sea ascendente, ya descendente, ya o n d u lad a .182 Como ya se puede desprender de lo dicho hasta aquí, la exclam atividad como rasgo parem iológico tiene distintos grados: hay en nuestro corpus exclam aciones parem iológicas puras, por una parte; y, por otra, consta­ taciones, declaraciones y, en general, gnomemas de índole exclam ativa. Llamamos exclam aciones parem iológicas puras aquellas exclamaciones que no tienen m ás finalidad sem ántica que la de indicar un estado de ánimo. Este tipo de exclam aciones pueden estar montadas sobre una interjección, aunque con frecuencia ellas m ism as puedan ser asumidas como una gran interjección. En efecto, como bien se sabe, cualquier frase puede convertirse en exclamativa según el tipo de entonación que se le dé. La única m arca m orfológica de la exclamación consiste en los pronombres exclam ativos “qué”, “cóm o” y 181. 182. JuanAlcina Franch/JoséManuel Blecua, G r a m á tic a E s p a ñ o la , Barcelona,Ariel, 1975,p .481 ysig. Ibid. 171 E l hablar lapidario “cuán” o “cuánto” . 183 Las exclam aciones parem iológicas puras, en efecto, no son otra cosa que o la prolongación de una interjección o una magna in terjecció n .184Del prim er caso sirva de ejem plo: “ ¡ah!... ¡qué gente tiene mi am o y m ás que le está llegando!” . Del segundo, en cam bio, “ ¡ahora que entierran de oquis, vám onos m uriendo todos!” . Se podría objetar que la exclam atividad es un rasgo que sólo pueden tener los textos orales, sin em bargo, como bien se sabe, el discurso hablado tiene varios privilegios de prim ariedad sobre el discurso escrito; uno de ellos es, sin duda, el que los rasgos discursivos de los textos, como los rasgos gram aticales, son extraídos prim ariam ente de los textos hablados: para saber si una expresiones exclam ad va hay que practicarle un test de exclamatividad. Hay exclam aciones reflexivas, por ejem plo, en las que es más propia una enunciación reflexiva que una exclam ativa: “ hay tiem pos de acom eter y tiem pos de retirar: tiem pos de gastar un peso y otros de gastar un real ” . Forma parte de la com petencia lingüística del hablante nativo este tipo de categorizaciones. Las exclam aciones parem iológicas puras, por lo general, no sirven para argum entar, no se enclavan en el discurso, preferentem ente dialógico, de m anera entim em ática: funcionan más bien como ornato; son sonido bien labrado. Por lo general, este tipo de textos tiene con su entorno discursivo un enlace de tipo exclusivam ente acústico constituido, por lo general, por las prim eras palabras del texto gnómico. En este caso, sirven de enlace con el discurso, respectivam ente, las palabras: “ánim as” y “vám onos” . “Ani­ m as” , en el discurso popular, remite a una expresión que indica deseo: “ ¡ánim as santas que... + deseo !” . Las palabras “ánim as” y “ vám onos”, por tanto, sirven de eslabón entre el discurso y el texto gnóm ico: “ánim as que salga el sol p a ’ saber como am anece” ; “vám onos m uriendo ahorita que están enterrando gratis” . El refranero m exicano abunda en refranes exclam ativos que, com o se puede ver, no sólo se insertan en el discurso m ayor m ediante el ya m encionado nexo acústico sino de otras m aneras com o lo muestran refranes exclam ativos como “allá en San Andrés, quien parece bruto, bruto es” o bien “a quien lo quiera celeste que le cueste” . En am bos casos, se trata de irrupciones exclam ativas de tipo sentencial. Se insertan en el discurso m ediante nexo acústico refranes exclam ativos como: 183. 184. AlcinaFranch/Blecua, op. c/7.,p. 596. Para el concepto de interjección en español contemporáneo vea AlcinaFranch/Blecua, op. cit ., pp. 817 yss. 172 L a textualidad de los refraneros A ver a una boda y a divertirse a un fandango. A mí no me cantan ranas; a cantar a la laguna. A mí no m e digas tío, porque ni parientes somos. A mí no me tizna el cura ni en m iércoles de ceniza. A darle que es mole de olla. A caballo andan los hom bres y no en pinches burros ojetes. A Phora de freír frijoles m anteca es lo que falta. ¡Ah qué suerte tan chaparra, hasta cuando crecerá! ¡Ah qué retebién con lápiz, hasta parece con tinta! ¡Ah qué bonito bagre para tan cochino charco! ¡Ah qué gente tiene mi amo, y más que le está llegando! ¡Ah qué rechinar de puertas, parece carpintería! ¡Ah qué mi Dios tan charro, ni las espuelas se quita! ¡Ahí n o m á s , t u n a C a r d o n a , y a llegó tu c u i t l a c o c h e ! ¡Ahora tejones, porque no hay liebres! ¡Ahora sí que las de abajo cagaron a las de arriba! ¡Ahora es cuando chi le verde (yerbabuena) le has de dar sabor al caldo! ¡Ahora llueve en el palm ar o nos lleva la tiznada! ¡Ahora sí, violín de rancho, ya te agarró un profesor! ¡Ahora lo verás, huarache, ya apareció tu correa! ¡Ahora que entierran de oquis, vám onos m uriendo todos! Al pasito, entre las piedras, porque el m acho no está herrado. Hem os dicho ya que prevalece, en este tipo de textos, la función discursiva pertenece a la esfera de lo que la retórica llam aba el ornatus. La relación que guarda este tipo de textos pertenecientes a refraneros históricos ciertamente parem iológicos, con un hipotético refranero, presuntam ente universal, se basa, com o ya hem os señalado, en criterios m ás de tipo funcional que otros. 173 SEGUNDA PA RTE EL ARTE DE CLASIFICAR REFRANES V TA XON OM ÍA PA REM IOLÓ GICA Las p r e m is a s y l a s t a r e a s La clasificación de un corpus de refranes, como el nuestro, puede tener varios objetivos importantes. El prim ero y más urgente para esta reflexión, sin embargo, es el de poder seleccionar, entre los refranes que constituyen nuestro corpus, los tipos parem iológicos m ás representativos de entre ellos a fin de determ inar las diferentes características de este tipo de discurso que asum i­ mos como paradigm a de la lapidariedad verbal. Adoptando la distinción ya establecida entre estructura y forma, una clasificación estructural nos ofrece, por ejem plo, el m agno y variado espectro de las estructuras sintácticas de lo lapidario independientem ente de sus funciones discursivas. Por otro lado, llevando a cabo una clasificación múltiple del refranero mexicano podremos, en rigor, m anejar un corpus tan vasto a partir de sus tipos m ejor que a partir de sus textos individuales. Por tanto, el objetivo de esta parte es desem bocar, ni más ni m enos, en las posibles m aneras de clasificar nuestro corpus no sólo para detectar sus diferentes características sino en orden al análisis. Las razones, pues, son muchas: van desde el problem a de escoger paradigm as para analizar con cierto rigor y cuidado un corpus demasiado grande, seleccionado, de entre los subtipos textuales que lo conform an, un subtipo de refranes m exicanos que ofrezca ventajas para docum entar el discurso lapidario, hasta el de crear una teoría m ínim a del refrán que nos perm ita realizar deslindes, entre losdiferentes subtipos, con un poco de coherencia. Desde luego, existen ya clasificaciones hechas a lo largo de la tradición parem iológica hispánica. Algunas de ellas, empero, apenas si interesan a nuestro objeto de estudio. Por ejem plo, una clasificación tem ática; a no ser que se pretenda ver si existe algún tipo de relación entre tem a y form a parem iológica. N o es nuestro propósito, desde luego, llevar a cabo un 177 E l hablar lapidario inventario de clasificaciones posibles. Por principio de cuentas, nos interesan cuatro: una auscultación de la nom enclatura ya existente; una clasificación estructural, una clasificación formal y una clasificación según las funciones discursivas. Em pecem os por la primera. Las últimas dos décadas de investigación lingüística en torno al texto1 nos han ido convenciendo de que la textualidad es un fenóm eno complejo, que se da por la confluencia de rasgos textuales entre los que deben figurar, sin duda, el rango de contextual idad, la prevalencia de estructuras sem ánticas en la organización textual, su nivel de codificabilidad en torno a las categorías lingüísticas, su nivel de sintagmaticidad, etc. Un texto es, entonces, un sistema de significación en el que, según su grado de com plejidad, confluyen los distintos rasgos textuales. El refrán es un tipo textual que incorpora subtipos de la más variada índole: unos arraigados en el contexto, otros fincados en la abstracción de las categorías lingüísticas, etc. Hacer, por tanto, una clasifi­ cación de él en base a un solo rasgo textual — las características form ales, por ejem plo— equivale a dejar de lado aspectos importantes que determ inan la configuración de subclases textuales. De prem isas como estas parte el investigador ruso G. L. Permiakov quien ha explorado las posibilidades de una teoría de la clasificación de refranes.12Perm iakov em pieza por repasar las principales m aneras com o se ha intentado resolver el problem a de la clasificación de refranes: en primer lugar, la clasificación alfabética en la que los refranes son clasificados por orden alfabético a partir de la prim era palabra del refrán. En segundo lugar, la clasificación por medio de palabras claves. Una palabra clave es, en este caso, la prim era palabra que sirve de referente en el texto del refrán. Por ejem plo, el refrán “el que no conoce a Dios dondequiera se anda hincando” puede ser catalogado tanto en torno a la palabra “ D ios” com o en torno a 1. 2. 178 Además de todo lo que se ha producido, expl (chámente, en torno a la teoría del texto, como por ejemplo Eugenio Coseriu, T e x tlin g ü is tik , G. Narr, Tübingen, 1980; o Teun A. Van Dijk en obras como E s tr u c tu r a s y f u n c i o n e s d e l d is c u r s o (M éxico, Siglo XXI, 1980), L a c ie n c ia d e l te x to (Barcelona/ B. Aires, Paidós, 1983), P r e ju d ic e in d is c o u r s e (Amsterdam/Philadelphia, John Benjamins Publishing Company, 1984), T e x to y c o n te x to (Madrid, Cátedra, 1980) o, en fin, D is c o u r s e a n d lite r a tu r e (Amsterdam / Philadelphia, John Benjamins Publishing Company, 1984). Es posible consultar, además, en nuestra bibliografía, al final, los apartados relativos a semiótica, retórica, teoría del texto, 1ingüística del texto, teoría del discurso, etc. Los trabajos de Permiakov han sido presentados en su libro C h o ix d e p r o v e r b e s e t d i c t o n s d e s p e u p l e s d ’O r ie n t, Moscú, 1968, citado en el D ic tio n n a ir e d e P r o v e r b s e t D ic to n s , Paris, Dictionnaires le Robert, les usuels du Robert, 1989, pp, 698 y ss. T axonomía paremiológica “hincarse” . Tam bién en esta clasificación los refranes se organizan por orden alfabético pero de la prim era palabra clave.3 La clasificación tem ática, finalmente, en la que los tem as son ya distribuidos en capítulos, ya ordenados alfabéticam ente. Según Permiakov, el problem a de la clasificación de los refranes es la verdadera piedra de escándalo de la parem iología. De esta manera, propone en su libro una doble clasificación de los refranes. A saber: una clasificación estructural y una clasificación semántica. Lo que Perm iakov entiende por clasificación estructural, sin embargo, no es lo m ism o que entendem os nosotros aquí. Las estructuras a las que el investigador ruso se refiere son cosas como: la form ulación m etafórica o directa de los refranes, la existencia o no de una oposición binaria, la índole gramatical de la palabra clave, el tipo de proposición que constituye el refrán (si es sim ple o com puesta, por ejem plo, y de qué clase), el sentido positivo, negativo o perform ativo del refrán. La clasificación semántica de los refranes intentada por Perm iakov se basa, en cambio, en un principio adoptado por Vladim ir Propp para el estudio de las funciones en los cuentos fantásticos y después adoptado por la sem iótica greim asiana.4 Permiakov postula, en efecto, que los m illones de refranes no son sino variantes de un centenar de situaciones que, a su vez, pueden ser clasificadas según cuatro invariantes lógico-sem ióticas de las cuales la prim era es del tipo: si hay A, hay B; la segunda: si A tiene la cualidad*, hay la cualidad^; la tercera: si B depende de A y si A tiene la cualidad x, B tendrá la cualidad x; la cuarta, en fin, reza: si A tiene una cualidad positiva y si B no la tiene, A es m ejor que B. La yuxtaposición de las dos estructuras indica, por ejemplo, que son muy pocos los refranes que tienen la m ism a estructura y semántica. Para diferenciarlos más habría que proceder, dice Permiakov, a un tercer tipo de clasificación: según el registro al que pertenece la imagen empleada por el refrán.5 Si, como dice el refrán, “ según el sapo es la pedrada”, una clasificación como la que Permiakov propone apenas nos dará información sobre las más importantes características del discurso lapidario: por ejemplo, no nos informa nada sobre sus funciones discursivas y casi no nos dice nada de las estructuras 3. 4. 5. Véase lo que sobre este tipo de clasificación dice Francois Suzzoni en su presentación a laprimera parte del referido D ic tio n n a ir e d e P r o v e r b e s e t D ic to n s relativa a los “p r o v e r b e s d e la n g u e f r a n g a is e ” , op. c it., p. 5. Véase, para ello, nuestro libro E n p o s d e l s ig n o . I n tr o d u c c ió n a la s e m ió tic a , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1995. Véase la presentación que Florence Montreynaud hace de esta obra en la tercera parte del mencionado D ic tio n n a ir e d e P r o v e r b e s e t D ic to n s relativa a los refranes del mundo, o p . c it., pp. 698 y s. 179 E l h a b la r la pid a r io parem iológicas universales, en el sentido que aquí darnos a la palabra estructura. Por lo demás, está claro que nuestro propósito prim ario no estriba en encontrar un buen método de clasificar refranes. De hecho, se pueden adoptar muy diversos criterios para la taxonom ía parem iológica. En esto, como en otras cosas, puede valer el ya m encionado principio de que “según el sapo es la pedrada” . En efecto, una clasificación no es más que una herram ienta para agrupar un corpus, de ordinario grande, como es el de un refranero, para poder m anejarlo con m ayor com odidad y precisión. Ante el problem a de la taxonom ía es necesario, por tanto, pregun­ tarse para qué: ¿para qué necesito clasificar los refranes de un corpus ? Si es sim plem ente para tenerlos a la mano ordenadam ente, puede bastar una clasificación por simple orden alfabético. Si, en cam bio, se trata de poner juntos los que tienen la misma estructura, la misma forma, los que “hablan del mismo tem a” o los que desem peñan la misma función en el discurso, tendrem os, obviam ente, otras tantas m aneras de clasificar refranes. Se puede, en efecto, proponer una clasificación de los refranes m exica­ nos asum iendo ciertas premisas: por ejem plo, a partir de los rasgos parem iológicos. Ello exige, no sólo conservar la variedad de form as que ese tipo textual tiene en el sistema textual mexicano, sino despojarse de los afanes norm ativistas. El norm ativism o en parem iología se suele dar, cuando se adopta un m odelo de refrán, y se trata, a partir de él, de estudiar todo el género. Una prim era ojeada al refranero m exicano nos persuade de la m ultivariedad y originalidad con que el tipo textual se da en el habla m exicana. De acuerdo con el paradigm a tradicional parem iológico habría que elim inar, com o lo pretende hacer Rubio, por ejem plo, tanto las expresiones de infinitivo como lo que aquí llamam os refranes exclam ativos, ya varias veces m encionados. A los prim eros corresponden textos del tipo de: “échale m ocos al atole”, “buscarle ruido al chicharrón”, “ miar fuera de la olla” , “descansar haciendo adobes” , “ buscar su cebollita para llorar”, “ llevárselo entre las espuelas”, “ liar el petate” , “ levantar m uertos” , “quedarse para vestir santos” , “ levan­ tar la canasta”, “ poner en jab ó n ”, etc. Estos textos, incluidos entre los refranes por m uchos refraneros “ m exicanos”, deberían ser anal izados cuida­ dosam ente desde el punto de vista de la función textual que desem peñan en textos más am plios para verificar si cumplen con alguna de las funciones de los textos llamados refranes. Los refranes exclam ativos, por su parte, deben ser estudiados desde el punto de vista de su paremiologicidad y determinar los rasgos parem iológicos 180 T axonomía paremiológica que ostentan. Bajo esa prem isa, por tanto, deben ser reconocidos form al­ mente como refranes sin importar si su funcionamiento sea estructural, formal o discursivo es distinto de ciertos modelos de refrán, en boga en algunos sistemas textuales indoeuropeos. Ello implicaría, además, reconocerlos como un producto parem iológico original dentro del sistema textual mexicano. En efecto, textos de este tipo pueden considerarse en las fronteras de lo parem iológico cuyo punto culm inante serían los refranes-sentencia de los tipos arriba m encionados: “ hay ...”, “no hay...”, “hombre + adjetivo...”, “hombre + que...” , “ m ujer + adjetivo...” , “m ujer + que...”, “el que...”, “ la que...” , “ lo que...” , “quien...” “nombre + que...”, “más vale...”, “es mejor...” , “verbo + m ás...”, etc. De hecho, se puede trazar una especie de escala parem iológica que vaya de un mínimo a un óptimo. En el refranero mexicano, el mínimo paremiológico podrían ser, por ejem plo, las expresiones paremiológicas de tipo comparativo del tipo “com o...” . Por ejem plo: “como el acto de contrición, que ni peca ni da tentación” ; “como el burro del aguador, cargado de agua y muerto de sed” ; “como el gallo de tía Cleta, pelón, pero cantador” ; “como pulga esperando perro” ; “como pila de agua bendita, que todos le meten la m ano” ; “como el perro del herrero, que a los m artillazos duerme y a los masquidos despierta” . La pragm ática de este tipo de refranes es muy singular: con frecuencia sólo se introduce en el discurso mayor, la primera parte del texto dejando al oyente que com plete la segunda parte. Por lo dem ás, están tam bién dotados de una versatilidad sintáctica. Con frecuencia se convierten en una variante de los refranes “estar com o...” del tipo de: “estar como la tom atera, chillando pero vendiendo”. Este tipo de expresiones parem iológicas podrían colocarse en la parte inferior de la hipotética escala parem iológica al lado de algunos de los refranes excla­ mativos. El problem a de los prim eros es su m ecanismo de inserción en el discurso m ayor debido a que no forman una “oración” en el sentido tradicional del térm ino. No form an, pues, un juicio del tipo A = B. Uno de los rasgos parem iológicos más constantes, sin embargo, es el carácter contrastivo del texto reputado como parem iológico. En el caso de las expre­ siones de infinito la contrastación se da a través de la transferencia de carácter metaforizante. En los refranes exclam ativos, por su parte, hay siem pre una contrastación implícita en la aplicación del dicho a la situación denotada por el texto. Adem ás, las funciones discursivas de algunos refranes exclam ativos son totalm ente gnom em áticas. 181 E l hablar lapidario U nasegundaprem isaquehadeanteponersealataxonom ía paremiológica es que la pura clasificación estructural es insuficiente: con frecuencia, ya se sabe, a una estructura profunda pueden corresponder dentro de un sistema textual varias estructuras superficiales. Ello significa que una clasificación hecha a base de estructuras parem iológicas tendría que incorporar criterios sem ánticos para darle más estabilidad. Tom emos por ejemplo los refranes comparativos. Como yadijim os, todo refrán implica una com paración. Hay sin embargo, unos refranes que descan­ san explícitam ente en una estructura contrastiva. En una clasificación que sólo atienda a la estructura pertenecerían a tipos distintos los refranes “más vale” y los “más + V + FN + que + FN” cuando, en realidad pertenecen a una categoría general que podríam os denominar, atendiendo a su significado, “refranes comparativos” entre los que incluiríamos estructuras paremiológicas como: “más vale... que” (“vale más... que”), “es m ejor... que” , “más + verbo... que” , “verbo + más... que”, etc. Se les podría llam ar a estos refranes “más vale...” sim plem ente refranes “m ás” para incluir las diferentes formas de com paración explícita que se dan en nuestro corpus. Lo mismo se podría decir de los refranes negativos que pueden reducirse a las siguientes estructuras: 1) “no hay...”, 2) “ no hay que...” , 3) “ ni... ni...”, 4) “no + verbo...”, 5) “adverbio + verbo perform ativo...” , 6) “nadie/nada/ ningún...” . M ientras la segunda estructura es de tipo perform ativo, por ejem plo, la prim era y la tercera son declaraciones sentenciosas y la cuarta puede ser tanto un enunciado perform ativo como una declaración senten­ ciosa. Si nos atuviéram os a la sola estructura, indudablem ente las dos prim eras pertenecerían a la m ism a subclase. A este propósito, se puede hablar de una gran subclase de refranes negativos a pesar de que haya m atices de índole tanto sem ántica como m orfológica que separen los refranes “ no hay” de los “no hay que”, “ni... ni” , “no + im perativo” , o de los que em piezan por “nadie”, “nada”, “ningún” , etc. No hay que buscar, por tanto, los tipos parem iológicos puros a partir de un único criterio de clasificación de los refranes. Se trata, en resum idas cuentas, de com binar parám etros que perm itan estudiar con más com odidad el tipo textual o, en todo caso, de tener en el horizonte los varios casi 1leros en que es susceptible de ser catalogado un m ism o refrán. 182 TAXONOMÍA PAREMIOLÓGICA L O S P R O B L E M A S D E LA N O M E N C L A T U R A V IG E N T E Una tercera cosa que hay que tener en cuenta es que ya circula una extensa terminología en el seno de la extensa familia del refrán. Se reconoce y nombra entre ellos, sin precisión ni orden, los refranes, proverbios, dichos, adagios, dicharachos, aforism os, sentencias, apotegm as para no m encionar toda la amplia gama de tipos textuales pertenecientes al mismo campo nocional. Desde luego, la extensión de esta term inología revela, entre otras cosas, la percibida diferenciación en subtipos dentro del género “refrán” . Sin em bar­ go, no todos los “ nom bres” m encionados son igualmente significativos. Algunos de ellos, como ya se ha dicho, han funcionado como simples sinónimos. Sin em bargo, la term inología m encionada que, ciertam ente, se puede am pliar, revela al menos dos categorías paremiológicas: por un lado, las formas populares a las que aluden los vocablos dichos, dicharachos y refranes; por otro lado, las denom inaciones cultas como proverbio, adagio, sentencia, m áxim a, aforismo, etc. que remiten a una forma sapiencial culta. Para dar cuenta del caos reinante, bastaría con citar un par de los diccionarios en boga, en lengua española. En efecto, no son pocos los autores, aun actuales, que, en efecto, identifican proverbio con refrán y con adagio. Un autorizado ejem plo lo constituye el Diccionario de la lengua española11que define “proverbio” con la simple equivalencia “sentencia, adagio o refrán” . De la m ism a m anera, el Diccionario de retórica y poética de Helena Beristáin,67 define “ refrán” como “aforism o” que identifica con “apoteg­ ma”, “sentencia” , “ refrán”, “adagio”, “m áxim a” y “proverbio” y que define como breve sentencia aleccionadora que se propone como una regla formulada con claridad, precisión y concisión. Resume ingeniosamente un saber que suele ser científico, sobre todo médico o jurídico, pero también abarca otros campos. Beristáin distingue, sin embargo, dos tipos de aforismos. Unos que llama aforismos m orales y que identifica con los apotegm as, adagios y máximas; y otro tipo de aforism os que “encierra una dosis de sabiduría popular” que 6. 7. Real Academia Española, vigésimaprimeraedición, Madrid, 1992.Com oel lector puede ver, se trata de la última edición del prestigiado diccionario. En lo sucesivo mencionaré esta edición, simplemente, como el Diccionario de la RAE. Terceraedición, M éxico, Porrúa, 1992. 183 E l hablar lapidario identifica con el refrán, el adagio y el proverbio. Distingue, sin embargo, el aforism o de la greguería. Hay, por otro lado, quienes aún reconociendo que existen diferencias entre aforismo, adagio, proverbio, refrán y apotegm a, ignoran cuáles exacta­ m ente sean esas diferencias. Así piensan, por ejem plo, los editores del Diccionario de aforismos, proverbios y refranes de Editorial Sintes8que al respecto dicen: Es muy difícil deslindar cumplidamente la diferencia que existe entre aforismo y cada una de las voces: adagio, proverbio, refrán y apotegma , pues todas ellas incluyen el sentido de una proposición o frase breve, clara, evidente y de profunda y útil enseñanza. Ningún autor antiguo ni moderno ha logrado todavía exponer clara y terminantemente las diferencias entre unas y otras, y el mismo uso vulgar llano y corriente, según las épocas y los títulos que adoptaron sus autores o compiladores, ha llamado proverbio, adagio, refrán y aforismo, indistintamente, a una misma clase de expresiones de la sabiduría popular. En otros casos, se indican diferencias entre algunos de el los aunque, a la postre, se termine por identificar, como en el caso anterior, todos los términos. Así el Diccionario de términos literarios escrito por M aría V ictoria Ayuso de Vicente, Consuelo García Gallarín y Sagrario Solano Santos9 parecen distinguir entre refrán y proverbio en la prim era de las dos definiciones que dan del “refrán” : Figura de pensamiento lógica. Se diferencia del proverbio en que es más popular y de la frase proverbial en que ésta, al ser gramaticalmente incompleta, depende del contexto para alcanzar su pleno significado. Esta prim era definición tiene dos aspectos: el prim ero de ellos se refiere a la clara diferencia que se establece entre refrán y proverbio que, por lo dem ás, como ya hemos visto, es de índole tradicional; la diferencia entre refrán y proverbio estriba en la índole popular o culta de el los. El otro aspecto que cabe resaltaren ella, es que introduce la necesaria distinción entre el refrán y la “frase proverbial” . Este diccionario dice, adem ás, que los refranes “se recopilan en refraneros” y que el prim er refranero es: Refranes que dicen las viejas tras el fuego. Por otro lado señala que la presencia del refrán en la 8. 9. 184 Quinta edición, Barcelona, 1982. Madrid, ARAL, 1990. T axonomía paremiológica literatura sobre todo de Hita, Rojas, Arcipreste de Talavera y Cervantes, entre otros, “constituye una de las características más importantes de la literatura española” .101Sin embargo, como en el caso anterior, las autoras terminan identificando “refranes, proverbios, frases proverbiales, máximas y epifonem as” que, dicen, “son sentencias que expresan, en pocas palabras, un pensam iento profundo” . La segunda definición que del vocablo “refrán” trae el m encionado diccionario, tras identificar fundam entalm ente el refrán con el proverbio, ubica la diferencia entre ellos, como en la definición anterior, en la índole popular del refrán versus la índole culta del proverbio. Esta segunda defini­ ción es la E. S. O ’Kane en su libro Refranes yfrases proverbiales españoles de la Edad Median y dice que “refrán” es: “proverbio de origen descono­ cido, generalm ente popular y frecuentem ente de form a pintoresca, estructuralm ente com pleto en sí mismo e independiente de su contexto” .1213 El mismo Diccionario de términos literarios trae definiciones separadas de “apotegm a” que identifica con “sentencia”, de “aforism o” que identifica con “m áxim a” , de “adagio” y de “proverbio” . Más explícito es el Herder Lexikon,'3 traducido y adaptado al español por José Sagredo, y editado por Diccionarios Rioduero,14 cuando distingue entre proverbio y refrán en térm inos parecidos al Diccionario de términos literarios. Por proverbio entiende una “sentencia breve y de intención m oralizante” y agrega que el vocablo proverbio “sugiere, más bien, un origen culto” , En cam bio, prosigue, “el refrán es em inentem ente popular, entresa­ cado de la filosofía cotidiana” . Justam ente, el mismo diccionario define explícitamente el refrán como un “dicho agudo y sentencioso de uso com ún” . El origen sería, en resum idas cuentas, lo que podría diferenciar el “ prover­ bio” del “ refrán” aunque en la misma descripción de ambos subtipos se insinúe, vagam ente a decir verdad, la forma. El proverbio tiene una “ inten­ ción m oralizante” y consiste en una “sentencia breve” . Del refrán, en cambio, se dice que es “sentencioso” amén de describirlo como un “dicho agudo” que es “de uso com ún” . Es claro que las indicaciones que se dan ya para denotar el carácter popular o culto de uno u otro subtipo textual, ya para 10. Ibid. 11. 12. Madrid, Real Academia Española, 1959 citado por las autoras en su obra, Esta definición es muy discutible. Véase lo dicho en el capítulo III. En todo caso, lo que aquí nos interesa es sólo la relación que establece entre refrán y proverbio. Udo Müller, Freiburg, Editorial Herder, 1973. Madrid, Ediciones Rioduero, 1977. 13. 14. 185 E l hablar lapidario alguna otra especificación formal, ciertam ente no bastan. En el refranero m exicano m uchos “proverbios” se hicieron “de uso com ún” y el carácter “ sentencioso” conviene a todo el género. Por lo demás, como ya hemos m encionado, en el refranero m exicano hay refranes que no son “sentencias” en el sentido de la lógica y la retórica tradicionales aunque se les pueda llamar así según algunas de las actuales teorías del texto. Tam poco se puede, por lo dicho anteriorm ente, hacer descansar la diferencia entre proverbio y refrán en el grado de m etaforización com o si ésta fuera característica de los refranes y el lenguaje “directo” lo fuera del proverbio. Por una parte, en todo refrán o proverbio hay una transferencia sem ántica que rem ite de una form a o de otra a la m etáfora; por otra, con el andar del tiem po los proverbios se vuelven populares, com o ha sucedido con una gran cantidad de ellos: se dom estican y se convierten, pues, en refranes sea cual sea su grado de m etaforización. Quedaría, por lo tanto, la posibilidad de acudir a las estructuras y formas textuales m ás cercanas, como hemos dicho, a los universales parem iológicos y, desde luego, más fácilm ente contrastables con otras estructuras y formas en los alrededores de los universales del lenguaje. Estas estructuras y formas rem iten a la vieja lógica y sus esquem as son m ucho más estables: una afirm ación absoluta adopta estructuras apenas variables en el tránsito de una lengua a otra. Piénsese en las estructuras contrastivas, los refranes “m ás” ya mencionados, o las exclamativas, circunstanciales, condicionaleso negativas. Estas estructuras, como bien se ve, no se organizan de acuerdo con una textualidad puram ente sintáctica sino que giran en torno a form as y, por tanto, se trata de estructuras sintáctico-sem ánticas. Como hem os dicho en el capítulo II, la relación entre lo que aquí llamamos estructura y forma, estriba en que las estructuras constituyen la organización sintáctico-sem ántica de las formas. Independientem ente de la m anera como aquí afrontem os el problem a de si la nom enclatura creada en torno al refrán debe ser entendida com o una tipología parem iológica o no, hemos querido dejar una fugaz constancia aquí de la confusión reinante en el campo. No querem os dejar de señalar, por ejem plo, que adem ás de las posturas, arriba m encionadas, tanto de quienes sostienen que la nom enclatura en torno a los refranes es sólo nom enclatura, como de los que sostienen lo contrario, hay quienes se refugian en una definición tan general que abarca no sólo el refrán sino a otros textos gnóm icos. Sirva de ejem plo el Diccionario de retórica, críticay terminología 186 T axonomía paremiológica literaria de Angelo M árchese traducido y adaptado al español por Joaquín Forradellasl5que dice del refrán: Forma gnómica de expresión popular y anónima en su origen. Normalmente tiene una forma simétrica y rimada, más bien con carácter mnemotécnico que poético. Sus relaciones con las formas poéticas tradicionales no están demasiado claras.16 Al problem a aludido de si la actual nom enclatura en torno al refrán corresponde o no a una tipología, hay que agregar, suponiendo que tales nombres indiquen alguna diferenciación, así sea m ínima, entre los distintos “refranes” , el serio asunto del “género” y la “diferencia específica” , para usar la term inología de la filosofía aristotél ica. Es decir, cómo hemos de llamar al género y cóm o a cada una de las “especies” que com ponen el género refrán que ya hemos discutido en el capítulo I I I .17Al respecto, hemos de insistir en el hecho de que tales nom bres no deben, estrictam ente hablando, ser tomados como punto de partida para una tipología parem iológica. Constituyen, más bien, una especie de estratigrafía parem iológica en el sentido de que sólo indican su lugar de origen y quizás el sistema textual de donde cada uno de ellos nació y las fuñe iones que allí desempeñó. Los diferentes nombres de que actualmente se com pone el cortejo de la nom enclatura parem iológica en español deben ser tenidos, pues, sólo como indicaciones históricas que denotan el origen o la función que estos textos tuvieron en otras culturas y en otros sistem as textuales: ahora todos son sim plem ente “refranes” . Por razones de deficiencias de nom enclatura, el único nombre genérico de que disponem os con una trayectoria histórica lo suficientem ente válida para sugerirlo sin com eter arbitrariedades es, como se ha dicho, el de “refrán” . Sin em bargo, existe el problem a de que “refrán” se llama ya a una de las especies: para colm o a la de más arraigo en la tradición. Como siempre sucede en estos casos, no faltan sugerencias de que se emplee un térm ino genérico que no implique ninguna de las especies históricas: un nombre genérico, a saber, que como “parem ia” o “dicho” sea lo suficientem ente general que no se identifique con ninguna de sus variedades históricas. Pese 15. 16. 17. Tercera edición, Barcelona, Ariel, 1991. Op. cit., p. 344. Son evidentes los problemas que presenta una“definición” como ésta: por ejemplo, parece indicar que entre los rasgos paremiológicos hay que incluir tanto el carácter simétrico como la rima; ello, por ejemplo, descartaría como refranes una buena cantidad de los refranes modernos que ya no tienen rima o descansan en estructuras no binarias. Ya hemos expuesto allí las razones por las cuales el nombre de este género textual debe ser “refrán”. 187 E l hablar lapidario a las indudables ventajas, empero, creemos que es m ejor dejar las cosas como están habida cuenta, sobre todo, de que no creem os que la nomenclatura vigente encierre una verdadera tipología. Dejamos, pues, el nom bre de “refrán” para designar al mismo tiempo el género de los refranes que el de una de sus especies. A saber: los dichos de índole popular. Así se ha dado en la historia de este tipo textual. Hay, pues, refrán género y refrán especie que, en cuanto tal, se distingue este último tanto de los “proverbios” como de las otras especies de refranes de origen culto. Esta distinción entre culto y popular apenas tiene sentido en nuestro corpus en la m edida en que aún los textos de origen culto, los proverbios, por ejemplo, forman hoy parte del habla popular. Em pero, hem os de decir que esta distinción entre culto y popular indica aquí, adem ás que el uso o el origen del texto en cuestión, su referencia o no a cuestiones concretas de la vida cotidiana; hay refranes, por ejem plo, cuyo grado de abstracción indica un origen culto: “quien siem bra vientos, cosecha tem pestades”, por ejem plo, es un refrán que no nació ciertam ente en el fragor de una cotidianidad vulgar sino en el recinto reflexivo de un ám bito pedagógico-sapiencial aunque ahora, por las razones ya dadas, no puede sino considerarse un refrán de tipo popular. Viniendo a nuestro corpus, hemos de decir, sin embargo, que de acuerdo con lo arriba explicado, la m ayor parte de los refranes de que se com pone el refranero m exicano pertenecen a la categoría de los refranes de índole popular. A los refranes que, a decir del prim er refranero castellano, “dicen las viejas tras el fuego” y que suelen ser citados en la conversación ordinaria bajo la introducción de “como dice el dicho” . Estrictamente hablando, en este tipo de “ introducciones” el vocablo “dicho” se usa como sinónim o del tradicio­ nal vocablo “refrán” . Así se dice tam bién: “como dice un viejo refrán” o, sim plem ente, “como dice el refrán” . El dicho que es introducido con fórm ulas como la anteriores, como el refrán, una frase corta de índole popular, incisiva, con frecuencia dotada de ritmo, rima y aún aliteración; que asum ien­ do sentenciosa, exhortativa, declarativa o exclam ativam ente una realidad determ inada se la propone im plícitam ente como interpretam en de la situación en que se produce el acto de habla. Sin em bargo, si em pleáram os esta nom enclatura corriente con fines taxonóm icos, habría que dejar el térm ino “dicho” para designar las expresio­ nes — m uy frecuentes en nuestro acervo— que, sin ceñirse a los m oldes ya estructurales ya form ales del refrán tradicional, se enclavan en una textualidad con las mism as o análogas funciones que él. De acuerdo con esto, 188 T AXONOMÍA PAREMIOLÓGICA consideraríamos “dichos” textos como los siguientes: “ya llegó el tejam anil, ahora techan” ; “ya me amarán cuando quieran, al cabo ni me urge tanto” ; “ya estará, dolor de estóm ago, ya te van a dar tu té” ; “ora m am as o te crías sanchito” ; “ya mero la besa el pobre, nomás la pared divide” . Hay, entre los dichos, v ario s tip o s según las d ife ren te s m an eras de a g ru p a rlo s estructuralmente. Así, pues, si la nom enclatura vigente fuera síntom a de una taxonomía im plícita, dentro del género “ refranes” habría que adm itir el subgénero “dichos” .18 En esa nom enclatura a que aquí nos referimos, la prim era etiqueta que portaron los refranes fue, desde luego, la de proverbios. Más aún, el térm ino “proverbio” es el más estable dentro de la referida term inología y el que, de alguna m anera, ha servido de em bajador para representar nuestro populares refranes en otras culturas. “ Proverbio” es el ropaje culto de los refranes, si atendemos a las indicaciones de personajes como Juan de Valdés, arriba mencionadas. Como ya se ha m encionado, uno de los factores que hizo que el térm ino “proverbio” alternara con tanto vigor con otros de hechura más casera, es el libro bíblico de los Proverbios y la traducción que San Jerónim o hace de él. En efecto, el título que la Vulgata da al libro en cuestión es, como se sabe, Liberproverbiorum quem hebraei "misle ”appelant. Explícitam ente, Jeró­ nimo indica que está traduciendo con el vocablo latino '‘’p roverb^m ” la expresión hebrea íímashar\ Es ventajoso, para el estudio de proverbio, echar una mirada a lo que la investigación bíblica ha avanzado sobre ello. No cabe duda, en efecto, que uno de los sistem as textuales más estudiados es, sin duda el hebreo. Sus trabajos constituyen, con mucho, la avanzada en la investiga­ ción científica del género que nos ocupa. Como m uestra de ello, puede verse el repaso que hace V ilchezl9en su “Historia de la investigación sobre la literatura sapiencial” . Por lo que hace a la popularización en la cultura occidental del vocablo “proverbium ” hay que señalar que el vocablo proverbium es muy frecuente en Cicerón en el sentido que hoy damos al vocablo “proverbio” . San Jerónimo, pues, lo que hace es tom ar del vocabulario latino en uso el térm ino para traducir el hebreo mashal que ya los LXX habían traducido, unos setecientos años antes como paroim ía. En efecto, el sistema textual hebreo 18. 19. A no ser parahacer explícita la diferenciaentre género y especie, en lo sucesivo se seguirá empleando el vocablo “refrán” para designar tanto el género com o el subtipo. En Luis A lonso Schókel/J. V ilchez, Proverbios , Ed. Cristiandad, Madrid, 1984, pp. 39-92. 189 E l hablar lapidario tiene un tipo al que denom ina mashal. En los textos más antiguos, mashal significa lo m ism o que “dicho popular” . En el prim er libro de S am u el,20por ejem plo, se denom ina mashal al dicho popular: “ hasta Saúl anda con los profetas” . Más tarde el mashal pasa a los ám bitos sapienciales. El libro de los “p ro v erb io s” m uestra varios sustratos de esa sabiduría popular aristocratizada. Unos, los m ás antiguos, se rem ontan a los círculos salo­ m ónicos. A ellos pertenecen las dos “colecciones salom ónicas” del libro de los Proverbios : de 10, 1 a 22, 16 y del capítulo 25 al 29. Sin em bargo, aún el los, probablem ente se fueron form ando poco a poco con proverbios venidos con los fugitivos de Sam aria en el siglo VIH a de C. o, sim plem ente, con sentencias transm itidas oralm ente. Los prim eros nueve capítulos y parte del último son los m ás recientes y parecen obras del redactor del libro en pleno helenismo. El mashal en este libro se convierte en una sentencia de corte didáctico o sapiencial, en lenguaje directo y con ribetes m oralizantes: “de tal m adre tal hija”, “un testigo falso respira m entiras”, “el saber es fácil para el inteligente” . Este tipo de sentencias concisas, breves o incisivas tienen como referente abstracciones de corte universalista sean de tipo didáctico -“no calum nies al siervo ante su am o”- sean de tipo casuístico y lapidario -“ si cae tu enem igo, no te alegres”. Todos ellos son llamados, por igual, meshalim. Tam bién lo son las sentencias populares del tipo “m ás vale perro vivo que león m uerto” o bien “más vale cabeza de ratón que cola de león” . En estos últim os aparece un mecanismo sem iótico, típico de los ám bitos rurales, que podríam os denom inar “m etaforización” , a condición de replantear totalm ente la fenom enologíade la m etáfora.21No es tem erario afirm ar que la m etaforización del refrán se debe a su transcontextualización. En prim era instancia, la significación del refrán debió ser directa; m as al aplicarse el texto a nuevos contextos se m etaforizó, por ese solo hecho. Hay, sin embargo, una distinción urgente al respecto. Com o ya hem os m ostrado en otra parte,22 existen distintos grados de contextualización en los diferentes tipos textuales: que hay textos totalm ente dependientes del contexto, que llam am os allí “contextúales”, y que los hay totalm ente independientes del contexto o “acontextuales” ; que entre esos 20. 21. 22. 190 ISam . 19,24. Michel LeGuern, Lametáforay la metonimia, Madrid, Cátedra, 1980, propone estudiar, desde una perspectivatextual, el fenómeno complejo de la metáfora sumando las ópticas semánticas y estilística. Cfr. además Paul Ricoeur, La metáfora viva, Madrid, Ediciones Europa, 1980. Herón Pérez Martínez, “La intraductibilidad...”, en Deslinde , Núm. 8, Monterrey, 1984; p. 19 ss. T axonomía paremiológica dos extrem os se da una am plia gama de tipos textuales según estén más o menos contextualizados. Pues bien, una de las más importantes m uestras textuales de cóm o ello tiene lugar, se puede ver precisam ente en el proverbio que de haber em pezado con referentes directos, al cam biar las circunstancias, se m etaforiza para poder seguir significando. Por eso tam bién el proverbio puede entrar im punem ente a otras culturas. Siguiendo esta tan antigua y noble tradición firm em ente arraigada en la tradición parem iológica española, arriba bosquejada, llamaremos proverbio aquí al refrán de índole y origen cultos. Es uno de los m iem bros más aristocráticos de la fam ilia parem iológica mexicana. Por ejem plo, “el que a hierro m ata a hierro m uere” ; “quien bien te quiere te hará llorar” ; “quien mal anda mal acaba” ; “de la abundancia del corazón habla la boca” . Los proverbios son piezas textuales que se han solido m over más en ámbitos literarios: proceden de las viejas colecciones de la llamada literatura gnóm ica o sapiencial y son contados entre las más antiguas piezas poéticas en culturas como la sánscrita, la hebrea o la escandinava. Entraron en la alta cultura occidental europea, saltando de texto en texto, ya a lomos de la Biblia, ya en las venerables espaldas de los Padres de la Iglesia, ya en los ricos caudales de los clásicos com o Aristófanes, Teofrasto, Luciano o Plauto. Según la ya citada opinión de Marcel Bataillon, fue Erasmo, quien con sus Apotegmata habría desencadenado una especie de fiebre parem iológica no sólo en España, sino en general en las hablas vernáculas de occidente en el siglo X V I. Desde luego, Erasm o está a la base de m uchos de los fenóm enos culturales que se desencadenaron en la Europa de ese principio del siglo. Pero, como ya señalam os, es preciso volver a valorar el peso que Erasm o tuvo en ello para la parem iología española: parece, en efecto, que la recopilación erasm iana ya de proverbios cultos ya de los dichos de hom bres sabios, apotegmas, encontró en España un terreno abonado desde siglos atrás. En todo caso, apotegm as, dichos, refranes, proverbios y el nom bre recién acuñado de “m áxim as” no eran, por entonces, en realidad, sino diferentes nombres para un m ism o tipo textual que hoy llamam os “refrán” . Un térm ino muy frecuente con que se designó a los refranes fue el de adagio. Hoy se llama “adagio” a la frase corta, de índole tradicional, que en estilo sentencioso y en forma de consejo, indica cómo hay que com portarse en la vida. Com o se sabe, el vocablo castellano “adagio” del latín adagium, sinónimo de proverbium, entró al flujo del español durante el siglo XVI para designar, precisam ente, lo mismo la sentencia que el proverbio. El Dicciona­ 191 E l hablar lapidario rio de la RA E23 define, por ejem plo, el adagio como una “sentencia breve, com únm ente recibida y, la m ayoría de las veces, m oral” . Podrían ser considerados com o refranes descendientes de adagios los siguientes: “ haz el bien y no m ires a quien” ; “a enem igo que huye puente de plata” ; “ si quieres la paz, prepara la guerra” . Mas hoy día, como se ha visto, “adagio” no es más que un sinónim o más de refrán. Fue tam bién durante el gran siglo parem iológico español, el XVI, cuando entró al flujo de la lengua el vocablo “aforism o” para significar exactam ente lo mismo: ya el adagio, ya la “sentencia breve que se da como regla”, sin m ás.24 Sin em bargo, la historia que como textos han tejido los aforism os en el sistem a español se ha orientado no a cualquier tipo de adagios y sentencias breves sino a los de índole doctrinal en el ám bito de la medicina. En la actualidad, sin em bargo, el aforism o ha conservado su índole doctrinal pero ha am pliado su campo epistem ológico: ya no se llama sólo aforism os a las sentencias doctrinales de tipo médico sino que, en general, se suele llamar aforismo a la frase sentenciosa de índole doctrinal que presenta capsularmente un principio doctrinal, una ley, una regla y, en general, una instrucción proveniente de alguna ciencia o disciplina.25 Hay, por tanto, entre otros, aforism os jurídicos, filosóficos, m édicos y los aforism os pedagógicos. Por ejem plo, “el que calla otorga” ; “m édico, cúrate a ti m ism o” ; “el que pega, paga” ; “ la letra con sangre entra” ; “explicación no pedida, acusación m anifiesta” ( Excusado nonpetita, accusatio manifesto), “todos los caminos llevan a R om a” . Un célebre aforism o latino es, por ejem plo, melior est conditio posidentis. 23. 24. 25. 192 O p .c i t .. J. Corominas, D i c c i o n a r i o c r í t i c o e ti m o l ó g i c o d e la le n g u a c a s t e l l a n a , Madrid, Gredos, 1954, ad loe. El término es una transcripción, como se sabe, del vocablo griego a p h o r is m ó s , derivado del verbo a p h o r iz e in que significa separar una cosa marcando sus límites. A p h o r is m ó s , por tanto, significa la acción de poner límites; de allí pasó asignificarel límite mismo, el deslinde, laelección o, mejor, la definición. El sustantivo, no es muy frecuente; el verbo sí y su uso parece remontarse al siglo III antes de nuestra era. Según Corominas, la primera documentación en español se remonta a 1590 como título de la obra de Hipócrates. Este uso médico del vocablo “aforismo” lo confirman tanto don Sebastián de Cobarruvias. al menos antes de 161 1. en su T e s o r o d e la le n g u a c a s t e l l a n a o e s p a ñ o l a (Madrid/ M éxico. Ediciones Turner, 1979. edición facsimilar. p. 46) com o Lope de Vega hacia 1630 en su com edia E l A m o r e n a m o r a d o . Cobarruvias dice al respecto: “es nombre griego, pero usado en nuestra lengua castellana de los médicos. Galeno dize ser un cierto género de doctrina y método que, con breves y suscintas palabras, circunscrive y ciñe todas las propiedades de la c o s a ... los aforismos de Ptolomeo; los aforismos de Hipócrates”. El D ic c i o n a r i o de la RAE. op. c it.. define el aforismo como una “sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte”. T axonomía paremiológica Ejemplo del actual empleo del térm ino “aforism o” es, por ejemplo, el libro de W erner Hoffmann, KqfkasAphorismen2bpublicado en español por el Fondo de Cultura Económ ica2627bajo el título de Los aforismos de Kafka. Por este texto, se puede ver que, pese a las declaraciones de los teóricos del texto al respecto,28el tipo textual al que en la actualidad se llama aforismo no está aún muy definido: en el caso de la obra de Hoffmann los tales aforism os van desde textos, relativam ente breves del tipo “en la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del m undo” , hasta largos párrafos. Se suele llam ar apotegma a la frase breve sentenciosa form ulada por algún personaje célebre. De hecho, como muy bien explica Elio Antonio de Nebrija en su Vocabulario español-latino,29 una de las acepciones de la palabra “dicho” , precisam ente la que denota un tipo textual parem iológico, remite al vocablo griego apophthema a través del latín. Por su parte, el Diccionario de la RA E30 define el apotegm a como un “dicho breve y sentencioso; dicho feliz. Llámase así generalmente al que tiene celebridad por haberlo proferido o escrito algún hombre ilustre o por cualquierotro concepto. Los apotegm as, pues, vienen siendo las llamadas “frases célebres” de las cuales ya hemos hablado. Por ejemplo: “el hombre es sólo un dios en ruinas” (Emerson); “el m ejor gobierno es el que se nota m enos” (Alfred de Vigny); “sólo sé que no sé nada” (Sócrates); “el talento se nutre mejor en la soledad” (Goethe); “el am or se alimenta de ilusiones” (Pitágoras). Más difícil de precisar es el origen de la máxima a la que se suele entender como una frase breve, obvia e incontestable, de índole moral. De acuerdo con las definiciones en boga que se suelen dar de la máxima coincide, en varios aspectos, no sólo con el aforismo, sino con los otros tipos paremiológicos. Del uso ambiguo del térm ino “m áxim a”, puede servir de ejem ploelcélebrelibrodeN icolás-SébastienR och,conocidocom oCham fort, Pensées, máximes et anecdotes.3I Como ejemplo de máxima se suele citar “amor con am or se paga” . La opinión que sobre esto se recaba del Diccio­ nario de la RAE m uestra la ambigüedad del vocablo cuando da de él tres acepciones en lo relacionado con nuestra materia: 26. 27. 28. 29. 30. 31. Bern, A. Francke Verlag, 1975. Primera reimpresión de la primera edición, México, 1985. Véase arriba el D ic c io n a r io d e r e tó r ic a y p o é tic a de Helena Beristáin. C itoporlaediciónde 1495, edición Facsimilar de la Real Academia Española, Madrid, 1989. O p. cit. Yo sólo he conocido latraducción al español publicada por editorial Aguilar (Madrid, 1989) bajo el título de M á x im a s, p e n s a m ie n to s , c a r a c te r e s y a n é c d o ta s , epilogado por Albert Camus. 193 E l hablar lapidario Regla, principio o proposición generalmente admitida por los que profesan una facultad o ciencia. 2. Sentencia, apotegma o doctrina buena para dirigir las acciones morales. 3. Idea, norma o designio a que se ajusta la manera de obrar.12 Otra de las m aneras como se llama a los refranes es el nombre de sentencias que rem ite a la cultura latina de la m ism a m anera que aforismo proviene de la cultura griega. Las sentencias son frases breves, obvias e incontestables de índole práctica como: “todo corazón tiene su propia pena” (sentencia francesa); “mano fría, corazón caliente” (sentencia alemana); “ un rostro alegre indica un buen corazón” (sentencia inglesa). La segunda acepción que da el Diccionario de la RAE, del vocablo “sentencia”, es: “dicho grave y suscinto que encierra doctrina o m oralidad” .323334 La sentencia es un tipo textual con una trayectoria bien definida dentro de la textualidad latina. Para caracterizarla como tal, quizás baste recordar las Pauli Sententiae^ que, como se sabe, aplica el térm ino sententiae no a m áxim as de cualquier índole sino a un género literario jurídico que habiendo florecido hacia el año 230 a. de C. alcanza su m áximo florecim iento hacia m itad del siglo VI de nuestra era. El térm ino latino sententia tiene, desde Cicerón, la acepción jurídica de dictamen, decreto, resolución, orden y, desde luego, sentencia judicial. La sententia , por tanto, pertenece por su estilo lapidario a la m ism a fam ilia de las máximas; por su solidez, estabilidad y valor, en cambio, la sententia emerge de la ley: \&sententia c\\\z, como la ley, se acata sin objeción. La sententia acaba toda discusión. Cuando la cultura rom ana em pieza a declinar, em piezan a aparecer colecciones de sentencias. Así, precisam ente, surge el libro Pauli Sententiae en la época llamada postclásica que va, según las cronologías más frecuentes, del 230 a 530 de nuestra era. De ese ámbito provienen textos como “el que calla otorga”, hoy en nuestro acervo. A partir de nuestro corpus, vemos la necesidad de fijar la designación del térm ino decir que cuenta, por lo demás, con antecedentes dentro de la tradición parem iológica m exicana. Llam arem os así, en prim er lugar, a las 32. 33. 34. 194 Op. cit., ad loe. Como el lector ya se habrá dado cuenta, usamos el vocablo “sentencia” en dos acepciones principales: en primer lugar, como tipo textual y. en segundo, como una función discursiva susceptible de ser desempeñada por textos como los de nuestro corpus. Ya hemos hablado, de manera abundante, de esta función discursivacuando hablábamos del gnomema. Para esta obra, nos hemos basado en Julio Paulo, Sentencias a su hijo. Libro I. Interpretation Introducción, traducción y notas de Martha Patricia Irigoyen Troconis, México, UNAM, 1987. T axonomía paremiológica expresiones paremiológicas introducidas o terminadas por una fórmula del tipo de “como dijo N.” . Por ejemplo, “como dijo el padre Anselmo, en su ya famosa carta, la mujer que ha de ser de uno sólita viene y se ensarta” ; “ más seguro, más marrao, dijo el indio” ; “a la antigüita, como dijo la viejita” . Esta fórmula, hay que advertirlo, a veces se encuentra implícita. En fin, 1lamamos expresicm p a rem io ló g ica a los refranes ya construidos en torno a un verbo en forma no personal, ya introducidos por expresiones del tipo de “estar com o”, “ser como” o, simplemente, “como”, etc. Por ejemplo: “estar como platos de fonda: boca abajo y bien fregados” ; “estar como el pan de Acámbaro, con la ganancia por dentro” ; “ser como el gallo del polvorín” ; “comprar potrillo en panza de yegua” ; “buscar la sota y venir el as”; caer la rata en el costal de las aleznas” ; “correr de caballos y parar de burros” ; “dando y dando, pajarito volando” . Se trata, por tanto, de frases proverbiales que por ser gramaticalmente incompletas carecen de autonomía sintáctica y tienen necesidad de depender del contexto textual para que tengan un sentido pleno. No son pocos los refraneros mexicanos que incluyen dentro de las subformas paremiológicas a los modismos, idiotismos y frases hechas que, sin embargo, deben, estrictamente hablando, excluirse de los acervos de refranes. Se suele entender por m odism o, la locución muy gráfica, endurecida por el uso y normalmente de índole adverbial como: “sin ton ni son”, “a manos llenas” , “de armas tomar”, “de mírame y no me toques” . En cambio, como idiotism o suele entenderse ya una “construcción sintáctica propia de una lengua determinada y sin correspondencia exacta en otras”35 ya “una forma o giro propios de una lengua, pero anómalos dentro de su sistema gramatical” .3637Se trata, pues, no sólo de una expresión peculiar de una lengua, sino de una manera de hablar gramaticalmente incorrecta o como dice la G ram ática de la R ea l A ca d em ia E spañola7*1“donde aparecen rotas y menos preciadas las más obvias leyes de la concordancia y construcción y como desfigurado el concepto” y, por tanto, no tendrían, estrictamente hablando, sentido si nos atuviéramos a su forma. Por ejemplo: “no dar pie con bola”, 35. 36. 37. Enrique Fontanillo Merino (director), Diccionario de lingüística , México, Rei, 1991. Este dicciona­ rio, como lo hacen otros de la tradición lexicográfica italiana, identifica idiotismo con idiomatismo de donde, en efecto, derivael término. Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de términos filológicos, quinta reimpresión de la tercera edición, Madrid, Gredos. 1981. Citada por F. Lázaro Carreter, op. cit.. p. 229. 195 E l hablar lapidario “a pie juntillas”, “a ojos vistas”, “a más ver”, etc. En cam bio una frase hecha es una expresión prefabricada que se inserta en el texto de manera invariable, como: “estar con el agua al cuello” .38 Al contrario de lo que pasa en otros sistemas textuales como el francés,39 esta nom enclatura de la parem iología hispánica, como puede verse, apenas puede servir como punto de partida para una clasificación del actual corpus del refranero m exicano no sólo por lo vago de cada una de las descripciones que intentan identificar cada supuesto subtipo al grado de llegar fácilm ente a la conclusión de que estamos ante distintos nombres de un m ism o tipo textual, sino porque, como hemos señalado reiteradam ente, todos ellos son asumidos com o “refranes” tanto por el habla popular como por las fuentes escritas del refranero mexicano. Lo dicho anteriorm ente vale para nuestro corpus en el que, como sucede en general en las parem iologías hispánicas, reina una indefinición tal que aún en los casos en los que se pretenda hacer alguna distinción de carácter tipológico apenas tiene alguna validez para los análisis que aquí nos propone­ m os. Por lo demás, si los nom bres rem iten en todo caso a las fuentes que alim entaron nuestro acervo, no es posible saber, en cada texto individualm en­ te tom ado y para todos los casos, si en su origen fue una m áxim a, un aforismo o un apotegm a. Por ejem plo, m uchos de nuestros actuales refranes fueron en sus orígenes “frases célebres” o apotegm as; em pero, las frases célebres incluidas en nuestro acervo no son ya apotegm as sino refranes. De nada, por tanto, serviría identificar los antecedentes textuales de cada uno de los textos que com ponen nuestro acervo. A m ás de ser im posible en algunos casos, no tendría ninguna im portancia para la exploración que aquí hacem os en torno al discurso lapidario. Hem os de explorar, por tanto, otras posibilidades taxonómicas. 38. 39. 196 Véase Luis Alonso Schókel / Eduardo Zurro, op. c it., pp.214y ss. Para esto es útil consultar, por ejemplo, el D ic tio n n a ir e d e p r o v e r b e s e t d ic t o n s , selección y presentación de Florence Montreynaud, Agnés Pierron y Frangois Suzzoni, Paris, Dictionnaires Robert, Les usuels du Robert, 1989. VI LAS ESTRUCTURAS DEL REFRANERO M EXICANO La c l a s i f i c a c i ó n estructural Ya hemos visto en el capítulo anterior que no todos entienden lo mismo por la expresión “clasificación estructural” aplicada al refranero mexicano. Hemos visto, al menos dos tipos de clasificación de refranes que recorren el mundo con el m arbete de “clasificación estructural” . A saber: la de Luis Alonso Schókel1y la del investigador ruso G. L. P erm iakov.2Hemos dicho también que, sin im portar el nombre que se le dé, supuesto nuestro propósito de investigar lo más que se pueda sobre el discurso lapidario a partir de nuestro corpus de refranes, hemos de interesarnos en la taxonom ía parem iológica sólo en la m edida en que dé información sobre la naturaleza, configuración semiótica, retórica, estilística, semántica, sintáctica y lógica del tipo textual que aquí llamam os refrán. Sin embargo, cada uno de esos tópicos pueden constituirse en verdaderos puntos de partida de otras tantas posibles clasifi­ caciones. La clasificación, dentro de esta investigación, como hemos dicho, tiene un doble objetivo: hacer manejable un corpus relativamente extenso, por una parte, y poner de m anifiesto las propiedades del discurso lapidario. Para lo primero, basta una clasificación de tipo estructural como la que en este capítulo ensayam os, apuntalada por otras clasificaciones que directam ente atañen a nuestro propósito como son la clasificación formal, la clasificación según las funciones discursivas de los refranes, principalmente. Para lo segundo, hemos creído más fructífero explorar nuestro corpus con m etodo­ logías y perspectivas como las configuraciones semiótica, retórica, estilística, semántica y lógica del refrán que llevaremos a cabo más adelante. 1- 2. “Proverbios hebreos y refranero castellano”, en Luis Alonso Schókel/EduardoZurro, La traducción bíblica: lingüística y estilística, Madrid, Ed. Cristiandad, 1977, pp. 90-125; igualmente, “Forma de los proverbios. Estudio comparativo”, en L. Alonso Schókel / J. Vilchez, Proverbios, Madrid, Ed. Cristiandad, 1984, pp. 117-150. Véase su ya citada introducción a Choix de proverbes et dictons despeuples d ’Orient, op. cit. 197 E l hablar lapidario Una estructura, en el caso de un refrán, sería la m anera como están dispuestos sintácticam ente los elem entos que lo com ponen. Sin embargo, como ya se ha dicho, no se toma aquí el concepto de estructura como sinónimo de forma: por tanto, cuando hablam os de la estructura de un refrán nos referimos sólo a la manera como en ese refrán está organizada la prim era parte o protasis del refrán. Si es una estructura de pronombre relativo, si es una estructura com parativa, si es una estructura afirm ativa o si es negativa, si consiste en la indicación de alguna circunstancia o alguna condición. Habla­ mos, por tanto, sólo de la estructura sintáctica que conform a a la prim era parte del refrán que, generalm ente, o es una protasis o hace sus veces, dado que, por lo general, el refrán constatativo consiste en un sistema dístico cuya segunda parte es una declaración absoluta. Vistas las señaladas dificultades que ofrece la actual nom enclatura de los refranes para ser em pleada con fines taxonóm icos, a fin de explorar las cualidades textuales del discurso lapidario, ensayam os esta clasificación que podríam os llam ar “m aterial” de nuestro corpus de refranes que, como hem os dicho, representan la forma lapidaria por excelencia: se trata de una clasificación basada en las estructuras sintácticas superficiales de los refranes del corpus, en sentido dicho.3 De todas las posibles clasificaciones del refranero m exicano en orden a detectar características textuales para docu­ m entar el discurso lapidario, ésta es, sin duda, una de las más inmediatas. El análisis de estructuras superficiales, en efecto, nos puede m ostrar tanto las más estables y cercanas a m oldes translingüísticos, como las más inestables y locales. Ya hemos m encionado algunas de esas estructuras, entre las más sobresalientes del refranero mexicano. No repetiremos, por tanto, lo ya dicho. Sin em bargo, es bueno que señalemos que las etiquetas que aquí em plearem os, sólo se refieren a alguna característica, norm alm ente de índole gram atical, relativa, las más de las veces, al prim er m iem bro del refrán: en pocas palabras, estrictam ente hablando, no llevarem os a cabo un análisis com pleto de las estructuras superficiales de todos los textos del corpus. Hacerlo nos llevaría muy lejos de nuestro propósito de dar con las caracterís­ ticas textuales del discurso lapidario. El cam ino por el que optam os es interm edio. Consiste en dar, en prim er lugar, con una serie de rasgos estructurales elem entales que nos perm itan hacer una prim era agrupación de 3. 198 Sobre este tipo de clasificación véase tanto nuestro libro Por el refranero mexicano, op. cit., como los dos importantes ensayos de Luis Alonso Schókel, ya citados. L as estructuras del refranero mexicano los textos del corpus. Esta prim era caracterización no es, en sentido estricto, una clasificación por estructuras sino unaclasificación a partir sólo de algunos rasgos estructurales. Como se verá más adelante, sin embargo, esta somera agrupación de los refranes del corpus nos perm itirá ver algunas de las propiedades tanto form ales como discursivas de algunas estructuras. Por ejemplo, será fácil ver, a partir de esta elemental agrupación, que hay estructuras en que abundan más los refranes de tipo gnom em ático que los de tipo, por ejem plo, ornam ental; que los de tipo gnom em ático coinciden, por lo general, con los m oldes parem iológicos más tradicionales m ientras que hay una serie de esquem as que carecen de rasgos lapidarios y que, de hecho, hacen que el discurso estalle: al lado de los primeros, son como textos en “prosa” . Esta prim era aproxim ación taxonóm ica, aunque hecha sólo a m anera de exploración, nos da m otivos de orden textual para ir seleccionando, de entre los textos de nuestro corpus, sólo los textos gnom em áticos. La m anera como exploramos el carácter gnomemático de un refrán es por vía de la substitución: consiste en trasladarlo a un contexto discursivo más amplio, sea diálogo o discurso oratorio, y ver su comportam iento discursivo; por ejemplo, haciendo uso ya de nuestra com petencia de hablante nativo, ya del rango situacional del refrán desprendido tanto de los refraneros tradicionales como de las obras de parem iología literaria a que hemos hecho referencia arriba, ver si el refrán en cuestión es capaz de desem peñar allí el papel de gnom em a a que nos hemos referido más arriba. M ediante ese simple mecanismo, no es difícil darse cuenta de que el refrán “hay veces que un ocotito provoca una quem azón” es susceptible de funciones gnom em áticas, al contrario de lo que pasa con el refrán exclam ativo “ ¡ay, Chihuahua, cuánto apache, cuánto indio sin huarache!” : las funciones que ambos refranes desem peñan dentro del discur­ so son totalm ente diferentes. Com binando los resultados de esta somera agrupación con los de la clasificación formal, de que nos ocuparem os en el capítulo siguiente, podre­ mos sacar de nuestro acervo un selecto corpus de textos que nos perm itan hacer análisis más cuidadosos, com pletos y variados. En este corpus, en efecto, los diferentes análisis serán realizados con más detalle, desde los elem entos que com ponen las diferentes estructuras y las variantes que ofrecen, a fin de dar con esquem as estructurales análogos provenientes de estructuras profundas diferentes, hasta anál isis desde perspectivas esti Esticas, retóricas, lógicas, sem ánticas o semióticas. 199 E l hablar lapidario Con esas lim itaciones y objetivos, nos proponem os, por tanto, en este capítulo, llevar a cabo una clasificación de todos los textos que componen nuestro corpus. Queremos hacer la aclaración, desde ahora, que el corpus que aquí presentam os es susceptible de ser ampliado. Disponemos, en efecto, de una buena cantidad de otros docum entos y fuentes a partir de los cuales es posible aum entar considerablem ente el núm ero de los textos del acervo; sin em bargo, dado que la lógica de la investigación que aquí realizam os depende de la tipología de los textos mucho más que de su cantidad, creem os que el refranero m exicano está muy bien representado, desde este punto de vista, en el corpus que aquí ofrecemos. Por lo demás, como verem os m ás adelante, sólo estudiarem os las estructuras más estables determ inadas tanto en este capítulo como en el siguiente: refranes de estructura tradicional que desem ­ peñan en el discurso una función gnom em ática. LOS REFRANES “ HAY ...” Pertenecen a este grupo refranes que em piezan directam ente con el im perso­ nal “hay” . De estos refranes “hay” se dan en nuestro acervo al m enos seis m odelos distintos reducibles a la estructura “hay + N ” entre los que incluim os el grupo conform ado por los refranes “ hay + quien” . 4Un séptimo m odelo de refranes “hay” es el de los refranes perform ativos “hay + que”, m uy raros y poco representados tanto en nuestro corpus com o en los refraneros hispánicos a no ser en la forma negativa “ no hay que” . Todos estos refranes pueden ser considerados como variantes de la estructura “hay + SN ...” y se diferencian entre sí por las m odalidades de adjetivación que califican al nom bre del núcleo: m odificador preposicional (“con fortuna”, “en la costa”), oración de relativo (“que ni jum ean”), m odificador descrip­ tivo con “de + infinitivo” (“de acom eter”, “de gastar un peso”, “de gastar un real” , “ju n tar varitas”), m odificación con “que” en función circunstan­ cial 5(“veces que”), un adjetivo o m odificador directo “ m uchos” y, final­ m ente, sin m odificación como el caso de los refranes “hay quien” o “ hay 4. 5. 200 Como muy bien señala Emilio Alarcos Llorach en su Gramática de la lengua española (Madrid, Real Academia EspañolaColección Nebrijay Bello, Edit. Espasa-Calpe, 1994, p. 99), “quien funcionasólo como sustantivo tenga o no tenga antecedente”. Emilio Alarcos Llorach (Op. cit., pp. 105 y s.), al hablar de las funciones del relativo “que” dice que “cuando el antecedente hace una referencia al tiempo (o más raramente al modo), el que en función circunstancial vaprecedido de la oportuna preposición” que, sin embargo, “con frecuenciase omite”. L as es tructuras del refranero mexicano quienes” . Com o ejem plos de los refranes pertenecientes a esta estructura cito lossiguientes:6 Hay picaros con fortuna y hombres de bien con desgracia. Hay casas que ni jum ean y por dentro están que arden. Hay veces que nada el pato y hay otras que ni agua tom a7. Hay m oros en la costa y gatos en la azotea. Hay tiem pos de acom eter y tiem pos de retirar: tiem pos de gastar un peso y otros de gastar un real. Hay tiem pos de dar limosna y tiem pos de pedir socorro. Hay tiem pos de tronar cuetes y otros de juntar varitas. Hay m uertos que no hacen ruido y son mayores sus penas. Hay m uías que viajan solas porque el arriero es un burro. Hay veces que un ocotito provoca una quemazón. Hay veces que un ocotito culpa es de que no haya lumbre. Hay m uchos quebrados que valen más que un entero. Hay unos que están por poco, y otros que por poco están. Hay quien cree que ha m adrugado y sale al oscurecer. Hay quien dé, pero no quien niegue. Hay quien mucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo. Hay quienes nacen con estrella y hay quienes nacen estrellados. Hay quienes entran a la escuela, pero la escuela no entra en ellos. Todas estas variedades de refranes “ hay...”, por lo demás, son de índole gnomemática desde el punto de vista discursivo, y constatativa, desde el punto de vista de la forma. Una importante característica de este grupo de refranes radica en el hecho de que su estructura lógica está constituida por dísticos en relación paralelística. Se trata, pues, de textos construidos sobre algún tipo de paralelismo entre el prim ero y segundo m iem bros.8De hecho, en los refranes del corpus pertenecientes a este grupo los dos miembros de que consta cada uno de sus textos presentan diferentes esquem as de relación entre sí. Predo­ 6. 7. 8. Para un muestrario más extenso véase el anexo, al final de esta disertación. Variante: “bebe”. Según la poética semiótica de Greimas, el paralelismo es un tipo de isomorfismo. Véase, sobre esto, el Diccionario de retórica, critica y terminología literaria de Angelo Márchese y Joaquín Forradellas (tercera edición, Barcelona, Ariel. 1991). Fernando Lázaro Carreter en su Diccionario de términos filológicos {Op. cit.) define el paralelismo como “una disposición del discurso de tal modo que se repitan en dos o más versos (o miembros) sucesivos, o en dos estrofas seguidas, un mismo pensamiento o dos pensamientos antitéticos”. El paralelismo es una especie de suspensión del flujo 201 E l hablar lapidario m inan los nexos conjuntivos que, como se ve, son, a su vez, de tres tipos: los de tipo copulativo (“hay tiem pos de tronar cuetes y otros de ju n tar varitas”), los de tipo adversativo (“hay casas que ni jum ean y por dentro están que arden”)9y los de tipo causal como por ejem plo en el refrán “ hay ínulas que viajan solas porque el arriero es un burro” cuyo nexo está constituido por una conjunción causal. Son copulativos refranes como los siguientes: “hay picaros con fortuna y hom bres de bien con desgracia”, “hay veces que nada el pato y hay otras que ni agua tom a”, “hay moros en la costa y gatos en la azotea” ,10 “ hay tiem pos de acom eter y tiem pos de retirar: tiem pos de gastar un peso y otros de gastar un real” , “hay tiem pos de dar limosna y tiem pos de pedir socorro”, “hay tiem pos de tronar cuetes y otros de ju n tar varitas”, “hay quienes nacen con estrella y hay quienes nacen estrellados”, “hay unos que están por poco, y otros que por poco están” . En ellos, la relación entre el prim ero y segundo m iem bro es aditiva. Son, en cambio, de estructura adversativa refranes como “hay m uertos que no hacen ruido y son m ayores sus penas”, “hay casas que ni jum ean y por dentro están que arden” , “hay quien cree que ha m adrugado y sale al oscurecer” , “hay quien mucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo”, “hay quien dé, pero no quien ruegue” . En el refrán “ hay quienes entran a la escuela, pero la escuela no entra en ellos” ," como puede verse, el nexo entre am bos m iem bros es dado a través de la conjunción adversativa 9. 10. 11. 202 sintáctico. Se da principalmente en los textos de carácter estíquico, como el refrán. Hay varias maneras de clasificar el paralelismo: por ejemplo, por el número de miembros que implica (así, será binario, temario, cuaternario); o por la relación de los contenidos (tenemos, así, el paralelismo sinonímico; el paralelismo antinómico o antitético; el paralelismo complementario; el paralelismo correlativo; el paralelismo polar o merismo; el paralelismo imagen-explicación, enunciado-explicación, acción-conse­ cuencia, mandato-motivación. Emilio Alarcos Llorach. op. cit.. p. 321. niega el carácter adversativo de esta estructura: el grupo oracional adversativo unifica, mediante una de las conjunciones correspondientes {pero, más. etc.. & 295). dos oraciones, que quedan así contrapuestas explícitamente, porque los contenidos de dos oraciones pueden de por sí ser opuestos sin necesidad de que lo indique un conector adversativo. Por ejem plo, en el grupo copulativo Estudiaba y no aprobaba , hay sin duda oposición entre las dos oraciones que lo integran, pero de ningún modo puede denominarse grupo adversativo; lo sería Estudiaba pero no aprobaba, donde aparece la marca explícitapero. Cabe notar que los sintagmas modificadores “en la costa”, “en la azotea” por ser concretos, gracias a sendos artículos determinados “la”, quitan al texto el halo universal izante que se desprende de un modificador también preposicional pero indefinido del tipo “con fortuna”, “con desgracia”. De esta manera, laexpresión pierde su carácter paremiológico en lamedidaen que carece de sentencialidad pese a estar estructurada de manera análoga a otros textos que sí son refranes como “hay picaros con fortuna y hombres de bien con desgracia”. Sólo ofreceremos algunos pocos ejemplos de entre los más representativos; para un muestrario más extenso del corpus véase el anexo, al final de la disertación. L as estructuras del refranero mexicano “pero” que establece una relación de oposición entre el prim er m iem bro y el segundo: en este caso hay un paralelism o quiástico herm osam ente construi­ do.12M ediante el sim ple m ecanism o de la conjunción, todos estos refranes desarrollan un binarism o paralelístico: antitético, en los refranes de nexo adversativo; de repetición, en los refranes copulativos; consecutivo en los de nexo causal. Los tipos de paralel ismo que este grupo de refranes exhibe son, de hecho, diversos. Abundan los paralelism os antinóm icos y las form as de m erism o. Hay, adem ás, paralelism os de tipo im agen-explicación, efecto-causa, corre­ lativos y aún quiásticos. En efecto, el refrán “hay quienes entran a la escuela , pero la escuela no entra en el los” consta de un j uego de palabras estructurado quiásticamente. Desde luego, no es el propósito nuestro ocuparnos aquí en detal les de las diferentes estructuras existentes en los refranes sino clasificarlo sólo a partir de sus estructuras sintácticas. Evidentemente, como puede verse en el pequeño corpus de refranes “hay” arriba propuesto, es posible encontrar otro tipo de estructuras paralelísticas además de las que em plean conj unciones como conectivos. Desde el mero punto de vista estructural, dos son las agrupaciones fundam entales o subtipos de los refranes “hay...” . En prim er lugar, están los 12. Un quiasmo es, de hecho, un tipo de paralelismo al que, en concreto, se le dael nombre de paralelismos simétricos o quiásticos. El nombre de quiasmo remite a la letra X del alfabeto griego y da la idea de cruzamiento de palabras. Consiste, en efecto, como bien se sabe, en la disposición cruzada de palabras o grupos de palabras, con lo que queda se establece un nuevo tipo de simetría paralelística. No hay un acuerdo absoluto entre los críticos sobre la estructura a la que deba darse el nombre de quiasmo. El Dictionary o f World Literature (editado por T. J. Shipley, y citado por Luis Alonso Sckókel en sus Estudios de poética hebrea , Juan Flors, Barcelona, 1963, pp. 311-312.) entiende por quiasmo: "A balanced passage whereof the second part reverses the order o f the first; esp. an instance in which forms o f the same word are used". Un quiasmo, por tanto, se suele representar así: a-b-c-c'-b'-a'. Puede darse en caso que el elemento central no sea doble como en el esquema anterior, sino simple: a-b-c-d-c’-b’-a'. En donde, por tanto, no hay cruzamiento entre todos los elementos y, en consecuencia, no hay quiasmo. Unaestructuraasí, tendría un elemento central y unaserie de elementos distribuidos en forma simétrica alejándose de él. La simetría concéntrica o estructura concéntrica (a-b-c-d-c’-b’-a’), sin embargo, es un tipo de paralelismo y se encuentra ampliamente documentada en la literatura bíblica. También lo están, tanto la “simetría paralela” (A -B -A ’-B ’) como otra forma de la simetría concéntrica (A -A ’-B ’-B) y, ciertamente, una simetríacruzada(A-B’-A ,-B) que, sin embargo, no todos aceptan como quiasmo: concéntricadesde un punto de vista y paralela desde otro. Este último caso es, como se ve, un refinamiento literario. A veces, toda la estructura de un pasaje y hasta de una com posición suele observar este tipo de disposición. Entonces estamos frente a una “disposición quiástica” y no propiamente frente a un “quiasm o” dado que la term inología corriente reserva esta palabra para frases o expresiones pequeñas y de pocos elementos. Sin entrar, pues, adetallar cadauna de las posiciones existentes hasta la fecha, diremos que en este tipo de recursos reposa la poesía y, en general, la literatura de tipo tradicional como lagnóm icay,entre las insignes, labíblica. N oestam p ocoel lugar de documentarlo. Pondremos, en su momento, un par de ejemplos. 203 E l hablar lapidario refranes “hay + N + MI + y (hay) + N + M I” a que se atienen fundam ental­ m ente textos como: “ hay picaros con fortuna y hom bres de bien con desgracia” , “hay veces que nada el pato y hay otras que ni agua tom a” . Como se ve, están com puestos, sintácticam ente, por dos oraciones unidas paratácticam ente m ediante la conjunción “y” que com parten, al menos im plícitam ente, el verbo “hay” : “hay... y hay” . En el prim ero de ellos, ambas oraciones descansan sobre la única form a verbal “hay” im plícita en el segundo m iem bro; por lo demás, existe una especie de paralelism o antitético entre am bas oraciones: “picaros con fortuna”, en efecto, se contrapone a “ hom bres de bien con desgracia” . Esa contraposición, como se ve, es doble: “picaros” se contrapone a “hom bres de bien” y “con fortuna” se contrapo­ ne a “con desgracia” ; la estructura de am bos m odificadores preposicionales es análoga y claram ente paralelística que se atiene a la estructura “NN + con + N ” : “picaros con fortuna” y “hom bres de bien con desgracia” . Claro que en el segundo caso el núcleo nominal lleva a su vez un m odificador primario de tipo indirecto: “de bien” . En cambio, en el segundo de los textos, “hay veces que nada el pato y hay otras que ni agua tom a” , es el verbo “hay” el que se repite y la contraposición se da tanto entre “ hay veces” y “ hay otras”, Los elementos de un texto en relación quiástica pueden ser de índole tanto sintáctica como semántica: el quiasmo suele ser de tipo especular (las dos estructuras se relacionan entre sí como un objeto con su imagen en un espejo). Puede estar constituido en base a la secuencia sujeto-predicado (S-P-P-S), o sustantivo-adjetivo (S-A-A-S), etc. En Goethe, por ejemplo, leemos: "Die Kunst ist lang, undkurzist unser Leben ” {Fausto,588s). El quiasmo puede servir para explicar una expresión o bien para cerrar una secuencia de paralelismos. Dicha estructura, empero, recibe otras denominaciones: ''introvertedparallelism ” (John Jebb Bengel) o "symmetrical structure ” (J. Forbes) (citados por Luis Alonso Schókel, op. cit., p. 312.). Empero, hay que notar que la estructura de la que hablamos está constituida por una forma de paralel ismo. Porotra parte, tanto el paralel ismo en sí como la simetría paralelística, están ampliamente documentados, además de la Biblia, en las literaturas más antiguas entre las que cabe citar las literaturas tanto del antiguo Egipto como las de los hititas en latradición literaria del Antiguo Próximo Oriente. Albert Vanhoye, en su ejemplar estudio La structure littéraire de l 'épitre auxhébreux (Paris/Bruges, Desclée de Brouwer, 1963) recurre con frecuencia al análisis de estructuras que, por lo demás, constituyen una característica de ese texto. Nos ha sido especialmente útil su “Note sur les structures symétriques" que aparece en las páginas 60-63 de esaobra). En contexto de las 1iteraturas griega y latina, una buena cantidad de estudios ponen en evidencia la presencia de la simetría paralelística en Homero, Hesíodo, Heródoto, Platón, Virgilio y Catulo, porejemplo. En la Teogonia. es posible encontrar estructuras del tipo A-B-C-B-A”. El quiasmo es un recurso típico de Tito Livio, quien gusta de construcciones como "patrem habemus, ignoramus matrem "en donde los vocablos patrem y matrem se corresponden al igual que habemus e ignoramus. Se da, portanto, un cruzamiento: los términos extremos se corresponden entre sí como hay correspondencia entre los dos elementos centrales. Sin embargo, existe unaamplia variedad de denomi­ naciones y no hay un acuerdo generalizado en torno a este tipo de estructuras literarias. En la literatura española, por ejemplo, este recurso está documentado en la obra de Fray Luis de Granada. 204 L as estructuras del refranero mexicano como entre las expresiones “nada el pato” y “agua tom a” en que se sobreentiende el m ism o sujeto, “el pato” . La estructura paralelística tiene una serie de m atices estilísticos que hacen elegante el texto y que contribuyen a su lapidariedad. Sendas construcciones, en efecto, “nada el pato” y “agua toma” no sólo descansan en la contraposición que se da entre la afirmatividad de la prim era y la negatividad de la segunda, sino en sus estructuras sintácticas mismas: “ V + N ” , en la primera, “N + V”, en la segunda, en un claro esquem aquiástico. Desde el punto de vista lógico, el valor proposicional de estos refranes es de una particular afirm ativa del tipo “algunos...” . La sentencialidad le viene a la frase por el nivel de abstracción; con ella viene la lapidariedad. La estructura, en efecto, “hay + N ” es una estructura lapidaria tanto por su índole unlversalizante como por su carácter gnom em ático: se trata, en efecto, de sentencias cuyo alcance unlversalizante les viene dado por la ausencia de artículo “hay picaros...” . Como ya se sabe, el artículo determinado “delim ita la denotación efectuada por el sustantivo” ;13 en cambio, el llamado artículo indefinido es, de hecho, un “cuantificador impreciso” .14De esta manera, tanto la ausencia de artículo determinado como la presencia del cuantificador “ un”, “una” dejan la frase con la apertura suficiente para su funcionamiento sentencioso. Por esa razón, como ya hemos señalado, tiene escaso valor parem iológico la expresión “hay moros en la costa y gatos en la azotea” aunque se atenga, por lo demás, a una estructura análoga. En segundo lugar, está la tam bién lapidaria y unlversalizante, por la misma razón, estructura “ hay + N + que... + apódosis” . De hecho, es una estructura equivalente a la anterior: la oración subordinada de relativo hace las mismas funciones adjetivas que el m odificador indirecto en los casos anterio­ res. Por otro lado, en los refranes sustentados en esta estructura, encontram os la frecuente situación que se da en el refranero con textos de una misma estructura superficial sustentados, sin embargo, en estructuras profundas diferentes. Por ejem plo, los refranes “hay muertos que no hacen ruido y son mayores sus penas” y “hay veces que un ocotito provoca una quem azón” . En el prim ero de ellos el “que” es la m arca de una oración adjetiva; en el segundo, en cam bio, es un indicador circunstancial de tiem po. Por otro lado, como en los casos anteriores, la estructura binaria de estos refranes pone a funcionar, generalm ente, una especie de contraposición entre la prim era y la 13. 14. E . Alarcos Llorach, op. cit., p. 66. Ibid. 205 E l hablar lapidario segunda parte del refrán: hay una contraposición entre “ocotito” y “quem a­ zón” , com o la hay entre “ no hacen ruido” y “m ayores penas” . Es decir: se da entre los dos miembros del refrán un paralel ¡sino antitético. Por lo demás, tanto en los refranes de “que” adjetivo como en los de “que” circunstancial hay m uestras en las que el segundo miembro se une al prim ero m ediante un “y ” que indica contraposición. En el caso del refrán “hay veces que un ocotito provoca una quem azón”, en cambio, se trata de una afirmación sentenciosa simple. En cuanto al valor proposicional de estos refranes desde el punto de vista de la lógica, hemos de decir que se trata de proposiciones particulares afirm ativas de tipo “algunos...” . La frase es sentenciosa y lapidaria. Ejemplos: Hay muertos que no hacen ruido y son m ayores sus penas. Hay m uías que viajan solas porque el arriero es un burro. Hay veces que un ocotito provoca una quemazón. Hay veces que nada el pato y hay otras que ni agua tom a (bebe). Hay casas que ni jum ean y por dentro están que arden. Tam bién hay un claro paralel ismo antitético en los dos m iem bros de los refranes “hay tiem pos + de + verbo... y tiem pos + de + verbo ...”, como es fácil ver en la m ism a organización sintáctica del texto.15 El m ecanism o de lapidariedad es el mismo que en los casos anteriores y se trata, com o en ellos, de textos gnom em áticos cuyo sentido universal izante gira en torno al imper­ sonal “hay” , una de las m aneras que las lenguas rom ances tienen de practicar el ahorro sintáctico. Ejemplos: Hay tiem pos de acom eter y tiem pos de retirar; tiem pos de gastar un peso y otros de gastar un real. Hay tiem pos de dar limosna y tiem pos de pedir socorro. Hay tiem pos de tronar cuetes y otros de juntar varitas. Por su parte, los refranes “hay + quien (quienes) + sintagm a verbal + apódosis adversativa” son, como todos los anteriores, refranes dotados de un binarism o dístico cuya apódosis. que se encuentra en el segundo miembro, m uestra algún tipo de adversatividad. Los nexos, por tanto, entre ambos hem istiquios del refrán, así sea la conjunción copulativa “y” o la adversativa 15. 206 En el primero de los ejemplos la frase consta de cuatro miembros: "hay tiempos de acometer y tiempos de retirar; tiempos de gastar un peso y otros de gastar un real". Se trata de un paralelismo de tipo cuaternario. L as estructuras del refranero mexicano “pero” son de cualquier modo adversativos. La estructura “ hay quien” equivale, desde el punto de vista de la lógica, a una proposición de tipo "algunos” . Estos refranes adoptan, como los anteriores, la form a de una sentencia y se distinguen por su lenguaje m etafórico. Ejemplos: Hay quien mucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo. Hay quien cree que ha madrugado y sale al oscurecer. Hay quien dé, pero no quien ruegue. Hay quienes nacen con estrella y hay quienes nacen estrellados. Hay quienes entran a la escuela, pero la escuela no entra en ellos. Finalm ente, tenem os los refranes “ hay que + verbo ...” . Los refranes pertenecientes a este grupo son de tipo performativo. El “ hay que” equivale, de hecho, a un imperativo: “aprender a perder antes de saber ju g ar” . El empleo, sin embargo, de la forma impersonal “hay que” le da al refrán el valor de una sentencia y dom ina en toda la frase. Los tres textos que de esta clase hay en nuestro acervo, responden a otras tantas estructuras diferentes. En el primero de los textos, hay una implícita contraposición paralelística entre “aprender a perder” y “aprender a ju g ar”, forma de la que se originó “saber jugar” que, de cualquier modo, implica un aprendizaje. En el segundo de los refranes, en cambio, el paralelismo es diferente. El texto, en efecto, fincado en una simple subordinación modal, ofrece dos imágenes com plem entarias “bailar” y “tocar” unidas por una tercera imagen: la imagen del “son” ; “bailar al son” es una imagen que se com plem enta con la de “tocar al son” . Finalmente, el tercer refrán tiene una hermosa estructura quiástica en donde los extremos “ hay que hacer... dejarlo” se corresponden de m anera que el refrán en cuestión equivale a: “haz lo que deja: lo que no deja, déjalo” . Se trata, como se ve, de un tipo de paralelism o de tipo sinoním ico cuyo segundo miembro no sólo repite el primero sino que lo completa: desde luego, hay una contraposición entre “ lo que deja” y “ lo que no deja” . Ejemplos: Hay que aprender a perder antes de saber jugar. Hay que bailar al son que se toca. Hay que hacer lo que deja: lo que no deja dejarlo. Los REFRANES NEGATIVOS La de “ refranes negativos” es una etiqueta dem asiado am plia que en la medida en que dice m ucho, no dice nada: quod nimisprobat, nihilprobat. 207 E l hablar lapidario Requiere, por tanto, de ulteriores precisiones. En efecto, bajo este título incluim os todos los refranes cuya estructura tiene algún tipo de marca negativa que afecte ya al sujeto ya al verbo. Afectan negativam ente al sujeto las m arcas “nada”, “nadie” , “ninguno” ; afectan, en cam bio, al verbo, las m arcas: no, nunca. La m arca “ni”, en cambio, es am bivalente. Por lo demás, desde el punto de vista de la lapidariedad, las m arcas negativas de sujeto dan al refrán un alcance universal; lo mismo sucede con “nunca” y la estructura “ ni... ni” . En cam bio, la estructura parem iológica “no + verbo” requiere de otros indicadores de apoyo a la lapidariedad como el impersonal “ hay” o la estructura perform ativa “hay que”, de alcance universal. Visto el corpus, hay una gran variedad de estructuras en los refranes negativos. Podem os distin­ guir las siguientes cuatro variedades. Un prim er grupo está constituido por los refranes que em piezan por los adverbios “nada” , “ nunca” , “ni” ; un segundo grupo com ienza por los pronom bres indefinidos negativos “nadie” y “ninguno” ; un tercer grupo está constituido por los refranes “ ni... ni” ; un cuarto grupo está constituido por la variada estructura “no + verbo de la que form an parte tanto la muy parem iológica “no hay + N ” como, desde luego, la perform ativa “no hay que” . Como el lector puede ver, abundan dentro de estas estructuras los refranes exclamativos y escasean, en cambio, los refranes gnom em áticos. De esta clasificación, sin embargo, nos ocuparem os en el capítulo siguiente. Sin em bargo, es importante dejar sentado desde aquí que el concepto de lapidariedad lleva asociada una especie de definitividad: una frase lapidaria no es una simple exclamación sino es algo que se deja asentado de una vez para siempre. Por tanto, de los refranes de este grupo sólo los refranes gnomemáticos serán considerados como paradigma de lapidariedad. Por ejem plo comparan­ do los textos “nada logras con llorar delante del bien perdido” ; “nadie escarm ienta en cabeza ajena” ; “ nunca dejes cam ino por vereda” ; “ni yendo a bailar a Chalma, que son los santos de cuero” ; es fácil observar que mientras los tres prim eros son expresiones autónom as, lapidarias, en la m edida en que asientan un principio o un consejo de m anera absoluta, la prim era y tercera de una m anera perform ativa y la segunda en form a de constatación, la últim a es una expresión sintácticamente incompleta y dependiente en estilo exclamativo. En este ensayo sólo nos ocuparem os de las del prim er tipo y de este capítulo nos interesa enfatizar las estructuras que las sustentan. De esta m anera, hemos de decir que los refranes que em piezan por palabras absolutas com o “ nada”, "nadie” o “nunca” son susceptibles de desem peñar una función gnomemática 208 L as estructuras del refranero mexicano dentro del discurso. Es decir, form an parte de las estructuras lapidarias. No así algunas de las expresiones parem iológicas de índole exclam ativa como “ni yendo a bailar a Chalm a, que son los santos de cuero” . Ejemplos: N ada logras con llorar delante del bien perdido. Nada m ás les dicen mi alm a y ya quieren casa aparte. Ni la pólvora arde en manos de los pendejos. Ni yo que soy la portera me estoy tanto en el zaguán. Ni yendo a bailar a Chalm a, que son los santos de cuero. No por m ucho m adrugar am anece más temprano. No porque me vean huaraches piensen que soy huacalero. No todo lo que brilla es oro. No todos los que chiflan son arrieros. No todo el que m onta a caballo es caballero. N unca digas “de esa agua no beberé” . Nunca he sido m ala reata, lo que tengo es mal torcida. Nunca falta un roto para un descosido, ni una m edia sucia para pie podrido. Nunca engordes puerco chico / porque se le va en crecer, / ni le hagas favor a un rico / que no lo ha de agradecer. Nunca dejes cam ino por vereda. N unca es tarde para amar. Nadie escarm ienta en cabeza ajena. N adie lleva un profeta en ancas. N adie sabe para quien trabaja. N inguno diga quien es que sus obras lo dirán. N inguno diga soy padre si no lo afirm a la madre. De entre los refranes negativos, una de las estructuras parem iológicas más tradicionales y, por ende, con más rasgos de gnom em aticidad, son los refranes “ni... ni...” . Esta estructura, por ejem plo, cobija refranes-sentencia o gnom em áticos no importa si la m ayor parte de ellos son catalogables, por su funcionamiento pragm ático, entre los refranes exclamativos. Ello nos lleva a la conclusión de que la exclam atividad es un rasgo pragm ático de los refranes que no afecta su función discursiva central que es la gnom em aticidad. Ejemplos: Ni tanto que quem e al santo, ni tanto que no lo alumbre. Ni pago porque me quieran, ni ruego con mi amistad. 209 E l hablar lapidario Ni m ujer que otro ha dejado, ni caballo em ballestado Ni tanto alum brar al santo ni tanto dejarlo a oscuras. Ni prestes lo que sirve ni admitas lo que te estorbe. Ni verlas cuando jilotes, ni esperar cuando m azorcas. Lo anterior vale tam bién para los refranes "no + verbo...". Esta estructura es muy inestable y. desde luego, no es típicam ente paremiológica. A bundan aquí los refranes exclam ativos y son muy pocos los refranes tradicionales que la revisten. Por lo general, se trata de textos connativos, según la nom enclatura jakobsoniana. Desde luego, dentro de esta estructura se incluyen algunas estructuras muy parem iológicas y tradicionales dentro de la tradición hispánica. Me refiero a estructuras como: "no es...", "no se puede..." y. desde luego, la ya m encionada de los refranes "no hay..." y "no hay que...". Ejemplos: N o firm es carta que no leas, ni bebas agua que no veas. N o porque traiga huaraches pienses que soy huacalero. No m e han visto bien peinado y con mis otros trapitos. N o pueden con los ciriales y han de poder con la cruz. No quiero que Dios me dé. sino que me ponga onde haya.16 No me veas muy desde arriba, que estam os a igual altura. N o me fijo en las echadas, sino en las que están poniendo. N o m e echen ungüento, que voy de alivio. N o es el peor marido el ladrón, sino el cuentachiles. No es indio el que no se venga. No com pro cebollas por no cargar rabos. No confundas las enchiladas con loschilaquiles. Com o los refranes "hay . . t ambién los refranes “no h a y ..." se dividen en dos grandes grupos am bos de tipo gnom em ático. A saber: los refranes "no hay + SN ...” de tipo eonstatativo, y los refranes "no hay que..." de tipo perform ativo. Los del prim er tipo, bajo la estructura general “ no hay + SN ...”, tienen, por lo general, la forma de una sentencia y constituyen una de las estructuras parem iológicas, y por tanto lapidarías, m ás características. Se trata, en efecto, de alguno de los diferentes tipos de afirm ación universal bajo1 1]%).. 210 Hay dos variantes im>aidas ambas en Veracim: "N o le pidas aDiios «pe de dé, rime*q¡wele pcwnaaonde haya"": "minea pidas que te den, mejor que te ponsam donde aganresT, L as estructuras del refranero mexicano la forma de una negación. Es posible, empero, distinguir más de una estructura. En algunos casos, el refrán equivale a una proposición universal afirmativa de tipo “todos...”, “todo (a)..., etc.17Por ejemplo: “no hay carta de pendejo sin posdata” equivale a “todas las cartas de pendejo tienen posdata” . Las estructuras “no hay... ni” equivalen, en cambio, a universales negativas. Por ejem plo, “no hay am or como el prim ero, ni luna como en enero” equivale a un refrán “ningún...” . En otros casos, la segunda parte del refrán funciona como una condición. He aquí las diferentes variedades en que se presenta esta estructura en el refranero mexicano: “ho hay” (absolutos); “no hay... ni” ; “no hay ... + sin” (condicional); “no hay... que” (de identidad); “no hay más... que..” ; “no hay... donde” ; “no hay... + gerundio” ; “no hay que...” (perform ativo); “ no hay ... com o” . Ejemplos: No hay alquilón que no rompa el coche. No hay buena m edicina sin buena cocina. No hay enem igo pequeño. N o hay burro calvo, ni calabaza con pelo. No hay am or com o el primero, ni luna como en enero. No hay más cera que la que arde. No hay más am igo que Dios, ni más pariente que un peso. No hay árbol viejo que no tenga el corazón hueco. No hay cam ino m ás seguro que el que acaban de robar. No hay am or donde no hay voluntad. No hay burro flojo yendo para la manada. No hay que m eterse en la danza si no se tiene sonaja. No hay que fiar en tiem po de aguas. N o hay azul que resista un azul. No hay guatem alteco fiel ni tabasqueño discreto, no hay dulce como la miel, ni puerco como el coleto. No hay jardines com o los que hacen los pobres. Como los refranes “hay que...” los refranes “no hay que...” son de tipo performativo. El “no hay que” equivale a una prohibición o a un consejo de negativo. Así, “no hay que com er lo que no se digiere” equivale, sim plem en­ 17. Se podría retomar la costumbre de la lógica formal de simbolizar las proposiciones mediante letras mayúsculas de manera que una proposición universal afirmativa del tipo “todo hombre es racional pueda ser sim bolizada por la letra A, una proposición universal negativa lo sea por la letra E, una particular afirmativa por I y una particular negativa por O. 211 El hablar lapidario te, “no com as lo que no digieras” ; “no hay que meterse en la danza si no se tiene sonaja”, “no te m etas en la danza si no tienes sonaja” . El em pleo, sin em bargo, de la form a impersonal “no hay que” , que dom ina toda la frase, le da al refrán el valor y extensión de una sentencia: el texto adquiere por ella, en efecto, la generalidad de un gnomema. Esta estructura, sin duda, constituye uno de los recursos de la lapidariedad verbal. En todos los ejem plos que enseguida mencionamos, la estructura que nos ocupa tiene, de hecho, la forma “no hay que + verbo en infinitivo...” En efecto, es este verbo en infinitivo el que determ ina las variedades que adopta la segunda parte de esta estructura que puede tratarse ya de m odificador circunstancial de modo, ya de un m odificador objeto directo, ya, en fin, de m odificador circunstancial de lugar. Ejemplos: N o hay que conejear sin perros. No hay que buscarle tres pies al gato.18 No hay que buscarle mangas al chaleco. N o hay que buscarle (hacerle) ruido al chicharrón. N o hay que com er lo que no se digiere. N o hay que m eterse en la danza si no se tiene sonaja. N o hay que enseñarle el camino a quien ya lo tiene andado. No hay que prender fuego junto a la paja. Igualm ente sentenciosa y, por tanto, gnom em ática es la estructura parem iológica “no hay quien...” , muy rara en el actual acervo de refranes m exicanos. El alcance generalizante del impersonal “no hay” es reforzado por el pronom bre relativo “quien” que por el hecho mismo de no tener explícito el antecedente y por no aceptar artículo es apto para las expresiones sentenciosas y lapidarias. De hecho, la estructura “no hay quien” equivale a “nadie” y, por tanto, la proposición resultante es una proposición universal negativa: “ nadie se m uere por otro” . El único texto de esta índole en nuestro acervo es “no hay quien por otro se m uera” . LOS REFRANES “N + SINTAGMA ADJETIVO” Es una de las estructuras más tradicionales en la parem iología hispánica. Heredera de las construcciones latinas de ablativo absoluto del tipo de Roma 18. 212 Una variante agrega: “sabiendo que tiene cuatro”. L as estructuras del refranero mexicano locuta, causa finita es uno de los recursos más elegantes de la lapidariedad en la m edida en que condensa al máximo la frase al mismo tiempo que le da un alcance universal por la ausencia de artículo que se extiende a los dos miembros del dístico en una hermosa construcción paralelística. Por lo demás, el hecho de que el verbo no esté en forma personal da a la expresión un rango de atem poralidad: la lapidariedad verbal, en efecto, nace siempre lejos de la circunstancia concreta y del hecho aislado. En español, la estructura senten­ ciosa latina de ablativo absoluto presenta una serie de variantes, como puede verse en el cuerpo de textos contenidos en nuestro acervo. En concreto, el alcance del refrán descansa sobre el nombre inicial (N): en nuestro ejemplo latino, Roma. El adjetivo (ADJ) que lo acom paña (locuta), con frecuencia permanece intacto aunque es posible que la adjetivación se dé mediante otros recursos como: oración adjetiva de “que” relativo (“mujer que puede su cuerpo vende”); m odificador indirecto de tipo preposicional mediante las preposiciones “de” o “con” (“ m ujer con bozo, beso sabroso” ; “aprendiz de todo y oficial de nada”). Pero más frecuente, dentro de las variantes que de esta estructura presenta nuestro acervo, es que el segundo miembro se descomponga. Sus variantes más frecuentes son: una estructura completa de predicado con verbo + m odificador verbal (“hombre prevenido vale por dos”); un adjetivo ya solo, ya modificado (“m ujer hombruna, ninguna” ; “mujeres juntas, sólo difuntas”). La estructura com pleta de predicativo es poco lapidaria: prefiere el simple m odificador predicativo. Como es obvio, a esta estructura se reduce el gran caudal de refranes “que” y su variante “quien”, la estructura parem iológica por excelencia. Una de las form as parem iológicas más comunes en todas las lenguas la constituye, ciertam ente, los refranes que suelen ser introducidos por una expresión de relativo: art. + que, pre. + art. + que, art. + N + que, N + que, quien, etc. Sem ánticam ente este tipo de refranes expresan cierto grado de condicionalidad. En efecto, el prim er miembro de los refranes de relativo expresa, a su modo, la circunstancia de aplicación del refrán: su caso particular. Este prim er miembro hace, pues, las veces de protasis: es, como se ve, un m ecanism o semiótico de tipo automático: si la condición de la protasis se cum ple, la apódosis lleva aparejada una sentencia. Es como si todos estos refranes constituyeran un sistema de marcas sociales, un sistema de señales que orientan el com portam iento social en las relaciones de unos con otros. Dejamos en grupo aparte tipos especiales de identidad social señalados por el refranero, como la identidad étnica, las ideologías que circulan sobre la mujer, sobre algunos oficios, sobre la 213 E l hablar lapidario am istad, el m atrim onio, el am or y aún algunos tipos de discrim inación más frecuentes. Por lo general, se trata de conglom erados sociales con una fragilísim a cohesión grupal y una muy discutible especie de solidaridad en donde los miembros apenas reconocen su pertenencia al grupo y, desde luego, no tienen conciencia colectiva de una experiencia común. El lo, sin embargo, poco im porta para nuestro objetivo: ese conjunto de señales que propone el refranero m exicano constituyen un verdadero sistema sem iótico que tiene com o función principal la identidad social. Hay suficientes marcas para identificar al auténticam ente hom bre, al ladrón, al charro, al borracho, al enemigo, al mal rico, al tragón, al avaro, al interesado, al mal orador, al mal músico, a la m ala partera y, desde luego, entre m uchas otras especies de individuos que constituyen una muy variada sociedad, al pendejo: hay en este grupo de refranes una verdadera sem iótica de la pendejez. Un par de grupos sociales que siem pre funcionan en este acervo son los pobres y los ricos: el refranero es m ás de los prim eros que de los segundos; quizás por ello se percibe en él un profundo encono de los pobres hacia los ricos; el noble orgullo de ser pobre le hace ridiculizar y censurar a los pobres que se disfrazan de ricos. Los abundantes refranes que abarca esta estructura reflejan un dinámico sistem a sem iótico que pone de m anifiesto las aspiraciones, los defectos, las cualidades, la índole social, la educación, la escala de valores, las fobias y, desde luego, las filias de los m iembros de una sociedad que como la m exicana es variada en cuanto a todo ello. Se trata de un sistem a sem iótico de tipo no verbal, muy sim ple, y conform ado con elem entos extraídos de la conducta social. Su sintaxis es tam bién elem ental del tipo de “ si alguien se viste así, com e tal cosa o hace esto, significa que es tal cosa” . La sintaxis de ese pequeño m ecanism o es de tipo binario: consta de una protasis que contiene el significante y una apódosis portadora del significado. La relación entre significante y significado, el signo propiam ente dicho, está constituido por el refrán. Protasis y apódosis, por lo demás, tienen una estructura lógica im plícita en la que la protasis m uestra rasgos de prem isa m ayor y la apódosis de conclusión. Desde luego, este rudim entario sistema sem iótico que funcio­ na en el refranero m exicano m uestra un vivo interés por la identidad social. Esta estructura sem iótica es, entonces, la de un signo que se enclava dentro de un sistem a de sentencias absolutas, implacables: una especie de ley universal que encuentra en la protasis la circunstancia de su inexorable cum plim iento. Cada protasis viene siendo, como diría Hjelm slev en sus 214 L as estructuras del refranero mexicano Prolegómenos para una teoría del lenguaje, un “proceso” que tiene como aval un “sistem a” subyacente al que remite directam ente la apódosis. El carácter binario de este tipo de refranes es más evidente que en otras estructuras. Sin embargo, bien visto, esta estructuraes, de hecho, cuaternaria ya señalada, por George B. M ilner en su ya conocido texto “ De l ’armature des locutions proverbiales. Essai de taxonomic sémantique” .19 En efecto, la primera parte del hem istiquio, la protasis que, como se ha dicho, indica la circunstancia de api icación, es el resultado de la conjunción de dos elementos como lo es la segunda parte, la protasis portadora de la sentencia o sanción como puede verse en este refrán paradigmático: árbol (1) que crece torcido (2)/jamás (3) su tronco endereza (4). Como hem os señalado, la estructura parem iológica de “que” se carac­ teriza sintácticam ente porque refleja las viejas sentencias latinas con qui, quae, quod, en cualquiera de sus flexiones: qui nescit lacere nescit loqui; qui nimisprobat, nihilprobaV, quiquerit, invenif, quiscribit bis legit. El derecho, por ejem plo, se alim entó de sentencias de esa índole: quod legislator voluit, dixit, quodnoluit, tacuil; qui hire suo utitur, neminifacit injuriam.Estrictamente hablando, em pero, la estructura m orfológica “artículo + que” esconde, estructuras parem iológicas distintas. Por un lado, están las frases absolutas de tipo declarativo o, si se quiere, constatativo; el verbo va, por tanto, en indicativo: “el que nunca pastor siempre borrego”, “el que padece de am or hasta con las piedras habla”, etc. Por otro, están los refranes que bajo la m is­ ma estructura expresan más bien un sentido didáctico y, a veces, parenético. Ejemplos: El que quiera ser buen charro, poco plato y menos jarro. El que tenga cola de zacate que no se arrime a la lumbre. El que no quiera empolvarse que no se meta en la era. El que tenga sus gallinas que las cuide del coyote. La estructura del prim er miembro está constituida, normalmente, por la frase pronom inal “el que” seguida de subjuntivo en la protasis y de una apódosis conm inativa introducida por “que + subjuntivo” . Esto evidencia la insuficiencia de una clasificación m eramente estructural como la que aquí 19. En L ’homme, t. 9, 1969, pp. 49-70. 215 E l hablar lapidario ensayamos. Es que, como muy bien lo ha demostrado la gram ática generativotransform acional chomskiana, con frecuencia estructuras superficiales análo­ gas o incluso idénticas pueden provenir de estructuras profundas diferentes. Y evidencia, además, una característica de todo refranero: la m anera como el refranero actualiza la lengua y la tiene vigente, es m ediante la adopción de la estructura aparente, los m oldes parem iológicos tradicionales dentro de un sistema textual dado, y la transforma dándole la forma ya de una conm inación, ya de una parénesis, ya de una exclam ación. En el refranero de Correas prevalecen las apódosis declarativas. Em pero, si asum im os el refranero de Correas como paradigm a de la parem iología peninsular, parece deducirse de él que la estructura parem io­ lógica que nos ocupa proviene de los refranes introducidos por “quien” . La razón es evidente. En el habla popular “quien” equivale, sim plem ente, a “el que”, “ la que” . Ambas form ulaciones, por lo demás, derivan — como veíam os arriba— del pronom bre latino quis o qui. En relación a la historia de “quien” don Vicente García de Diego en su Gramática histórica española20dice: “Este procede del acusativo quem del interrogativo nom ina­ tivo qui. Por su intensidad expresiva quem no perdió la m com o las demás voces y dio fonéticamente “quien” en castellano y quen en gall, quem en port”. Com o se sabe, el artículo castellano proviene del uso exagerado de pronom bres demostrativos. El castellano, en efecto, asum ió como artículo determ inante el latín elle como sujeto e illu para los dem ás casos.21 De la com binación deicnitivo-relativa resultó la expresión pronom inal compuesta el que. Por lo dem ás, como se sabe, el uso deicnitivo exagerado es caracte­ rístico del latín vulgar.22 En resum idas cuentas, pues, “quien” es m ás antiguo que la expresión “el que” . Correas trae cerca de quinientos refranes introdu­ cidos por “quien” . De hecho, “quien” sigue teniendo un sabor cultista m ientras que parece más popular el uso de “el que” . En todo caso, la parem iología española aún parece preferir la form a pronom inal “quien” en tanto que la m exicana prefiere “el que” . El refranero español dice: “quien m adruga Dios le ayuda”23; “quien mucho abarca poco aprieta” .24 El refra­ nero m exicano prefiere “el que” : “al que m adruga Dios le ayuda” ; “el que m ucho abarca poco aprieta” . 25 20. 21. 22. 23. 24. 25. 216 Madrid, Gredos, 1970, pp. 102 y ss. García de Diego, op. c it., p. 211. C fr. Veikko Vaánanen, I n tr o d u c c ió n a l la tín v u lg a r , Gredos, Madrid, 1971. Correas, op. c it. Miguel Tirado Zarco, R e fr a n e s , Pedro Muñoz/Ciudad Real, 1987, p. 161. Para la lista de los refranes “que” del c o r p u s véase el anexo al final. L as estructuras del refranero mexicano Nombre + adjetivo Se podría considerar a esta estructura como la configuración tradicional del refrán en castellano. Es la lapidariedad en su m áxim a expresión: la protasis está constituida sim plem ente por la estructura “N + adj.” sin ningún otro determinante: “hom bre prevenido” , “m ujer hom bruna” . La ausencia de artículo da al refrán un alcance universal: “todo hom bre prevenido” o “cualquier hom bre prevenido” . La apódosis es tam bién un m onum ento a la lapidariedad. Las principales variantes que ofrece, en efecto, pueden ser: “V + P” , “N + adj.” , “adjetivo solo”, “adverbio + adjetivo” . Cada una de estas protasis no sólo es, como decíam os, un poem a de lapidariedad sino que tiene tras de sí una larga tradición. En los análisis a que som eterem os más adelante un corpus de refranes tipo, aparecerán estas propiedades. Ejemplos: Hom bre prevenido vale por dos. Hom bre dorm ido, culo perdido. M ujer hom bruna, ninguna. M ujeres juntas, sólo difuntas. A gua pasada no m ueve molino. Nombre + que Es, de hecho, una variante de la anterior estructura: el adjetivo que m odifica al nom bre en la protasis, es substituido por una oración adjetiva de relativo de naturaleza descriptiva: “que de noche se pasea”, “que sabe latín”, “que corre”. Por lo general, la apódosis está constituida por un predicado tradicio­ nal con verbo y m odificadores verbales. En algún caso, hay un paralelism o ya sintético, ya antitético, entre ambos m iembros del refrán. Por ejemplo: “abejas que tienen m iel tienen aguijón” . No es raro encontrar apódosis en estos refranes sin verbo explícito: “ ladrón seguro”, “al hoyo” . Se trata de m ecanism os de lapidariedad. Ejemplos: M ujer que de noche se pasea es muy puta vieja o fea. M ujer que quiera a uno solo/y banqueta para dos/no se hallan en G uanajuato/ni por el am or de Dios. M ujer que con curas trata poco am or y m ucha reata. M ujer que no huele a nada es la m ejor perfumada. M ujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin. 217 E L H ABLAR LAPIDARIO Abejas que tienen miel tienen aguijón. Agua que corre nunca mal coge. Agua que no has de beber, déjala correr. Agua que no has de beber, no la pongas a hervir. Am igo que no prestay cuchillo que no cortaque se pierda poco importa. Apero que se guarda se lo come la polilla. Araña que por su hilo hacia ti cae bienes te trae. A rroz que no se menea, se quema. Buey que no está en el m ercado no es vendido ni com prado. Caballo que alcanza gana. Cam arón que se duerm e, se lo lleva la corriente. Español que deja a España y que a M éxico se viene cuenta le tiene. Indio que suspira no llega bien a su tierra. Indio que va a la ciudad vuelve criolla su heredad. Indio que quiere ser criollo al hoyo. Indio que mucho te ofrece indio que nada m erece. Indio que fuma puro ladrón seguro. Pájaro que no vuela agarre ventaja. Perro que m ucho ladra no muerde pero guarda. Piedra que rueda no se enmojece. Zapato que yo me quito no me lo vuelvo a poner. Zapatos que no hacen ruido de pendejo bruja o bandido. Zorra que duerm e no caza. N + modificador nominal En vez de un adjetivo o una oración adjetiva, en este grupo de refranes hace las veces de ello una estructura de núcleo nominal generalm ente de índole preposicional: “sin regla”, “de lejos” , “de m ucha crin” , “con muchos am igos” . La apódosis presenta cuatro principales variedades em pezando por la estructura “ V + P” del tipo de “ sale quem ada”, “es fábrica de encuerados” .26 Cabe decir que esta estructura no es muy frecuente. Al lado de ella, abunda otra, más lapidaria y. por lo mismo, más solem ne y senten­ ciosa. que consiste en una repetición de tipo paralelístico en la apódosis, 26. 218 Vcasc una versión más amplia del corpus en el anexo. L as estructuras del refranero mexicano “albañil de m ierda”, de la estructura de la protasis, “albañil sin regla” . Otras veces, el texto se com prim e y en vez de una estructura adjetiva viene un adjetivo: “ beso sabroso” , “rico caballo” . Una tercera posibilidad, es la de una apódosis sentenciosa en una sola palabra: “m atalote”, “pintito” . Y, finalmente, vienen las apódosis de tipo exclamativo: “ni regalado” , “Dios nos guarde” . Ejemplos: Albañil sin regla, albañil de mierda. Amor de lejos, es de pendejos. Am or de arriero, si te vi no me acuerdo. Caballo de m ucha crin y hombre de poco bigote, m atalote. Contestación sin pregunta, señal de culpa. Indio con puro, ateo seguro. Mal de m uchos, consuelo de pendejos.27 Artículo + N + que Es una estructura poco frecuente en el refranero mexicano. Las exigencias del hablar lapidario prefieren om itir el artículo, según hemos visto. Se trata, en todo caso, de la m ism a estructura de protasis nominal en “que” relativo. La apódosis es de un solo tipo: “ V + P” . Ejemplos: La vida que guarda Dios no hay dolencia que la quite. La chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar. La m ujer que fue tinaja se convierte en tapadera. La m ujer que m ucho hila poco mira. Refranes “el que..." Ya hablam os de esta estructura m ás arriba. A su m odo, es una estructura de sustantivo; es la más parem iológica de las estructuras de nuestro acervo. La apódosis presenta dos principales variedades: verbo en indicativo, presente o futuro, y verbo en imperativo. Ejemplos: El que am a el peligro en él perece. El que ley establece guardarla debe. 27. Para otros ejemplos véaseel anexo, al final. 219 E l hablar lapidario El que lo com pra y lo paga bien sabrá la tasa. El que m al anda mal halla. El que labra críe y el que guarda no fíe. El que se quem ó con leche hasta al jocoque le sopla. El que a hierro m ata a hierro muere. El que se ha de condenar es por dem ás que le recen. El que p a ’m iar tiene prisa acaba por m iar la cam isa. El que poco pide nada m erece. El que com pra y m iente en su bolsa lo siente. El que de veras es hom bre no le busca pico al jarro. El que dice la verdad no peca pero incomoda. El que de santo resbala hasta dem onio no para. El que es bonito jarrito es bonito tepalcatito. El que de chico es guaje hasta acocote no para. El que es ocote, hasta en el agua se raja. Refranes "la que...”, “lo q u e ...”, "quien” Para los refranes “ la que...” , “ lo que...” y “quien...”, vale lo dicho sobre los refranes “el que...” . En los refranes “ la que...” , por ejem plo, la protasis es el resultado de la elisión del térm ino “m ujer” entre “ la” y “que” . Por tanto, al igual que en los refranes “el que...” , tam bién en los refranes “ la que...”, “ lo que...” y “quien...”, la estructura gram atical es red u c ib le a la estructura “N + sintagm a adjetivo” . Por lo dem ás su sintaxis no tiene mayores com plicaciones: el verbo tanto de la protasis como de la apódosis suele estar en presente de indicativo, aunque, desde luego, no faltan las excepciones: “ la que en am ores anduvo, cásese con quien los tuvo” ; “ la que casa con el ruin deseará pronto su fin” . En los casos de los refranes “ lo que...” y “quien...” los térm inos elididos y que sirven de antecedente a la estructura, aunque son más com plejos, no por ello hacen perder a la estructura oracional de la protasis su carácter fundam ental de adjetivo. Por otro lado, este grupo de refranes no ofrece m ayores variantes: se atiene, por lo general, a la estructura “ la que + P 1 + (M V 1) + P2 + (M V2) en la que P 1 es el predicado de la oración adjetiva y P2 el de la oración principal. La única variante im portante que ofrece esta estructura es que el m odificador verbal (M V2) del verbo principal puede ir antes o después de él y puede ser ya de tipo preposicional ya adverbial. 220 L as estructuras del refranero mexicano Ejem plos de refranes “ la que...” : La que tiene deseos de ver tiene deseos de ser vista. La que tiene el marido bueno no tiene seguro el cielo. La que no baila que se salga de la boda. La que no enseña no vende y la que enseña se mosquea. La que queda hereda. La que no se agacha por un alfiler no es mujer. La que pronto em pieza pronto acaba. La que en am ores anduvo, cásese con quien los tuvo. La que mal casa nunca le falta qué diga. La que es buena casada a su marido agrada. Ejem plos de refranes “ lo que...” : Lo que sin tiem po m adura poco dura. Lo que sin esfuerzo se gana nada se vuelve. Lo que te dijeren al oído no lo digas a tu marido. Lo que no se ve no se juzga. Lo que tiene la olla saca la cuchara. Lo que te dice el espejo no te lo dice el concepto. Lo que se usa no se excusa. Lo que m ucho vale m ucho cuesta. Lo que sobra estorba. Lo que no se ve no se vende. Lo que vale cuesta. Lo que alim ento es para unos, para otros es veneno. Ejem plos de refranes “quien...” : Quien boca tiene, a Rom a va. Quien hizo el fardo que lo cargue. Quien hizo lo de Caín podrá hacer lo de David. Quien hoy vive como quiere m añana vive como puede. Quien ham bre tiene en tortillas piensa. Quien mal quiere mal espere. Quien lee y no entiende el tiem po pierde. Quien ha las hechas ha las sospechas. Quien huye del trabajo huye del descanso. Quien juega con fuego se quema los dedos. 221 E l hablar lapidario Quien Quien Quien Quien mal anda mal acaba. nada debe nada tem e. ama nunca olvida. regatea quiere comprar. Refranes “al que... ” A unque en la fonética popular hay una cercanía entre los refranes “al que...” y los refranes “el que...” al grado que a algún célebre refrán se le encuentre en am bas listas,28estrictam ente hablando los refranes “al que...” habría que ubicarlos entre los refranes preposicionales al lado de los refranes “a + S N ...” como: “a batalla de amor, campo de plum as”, “a buen entendedor, pocas palabras” . Ejemplos: Al que m ucho tiene mucho más le viene. Al que es negro de nación, no lo blanquea ni el jabón. Al que m adruga, Dios le ayuda. Al que mal vive el miedo le sigue. Al que es mal m úsico, hasta las uñas le estorban. Al que le venga el saco, ¡que se lo ponga! Al que no quiera avena, la taza llena. R efranes “ SN ” Refranes Art. + SN Desde luego, la m arca más importante de lapidariedad de esta estructura estriba tanto en la presencia del artículo como en algunos de los predicados del tipo de “al ojo se han de tener” , “al más perdido le carga” , “casa quiere”. Pero salvo los casos de hipérbaton, no hay, en realidad, otro indicador de lapidariedad que no seael consistente en usar sólo las palabras necesarias. Por lo dem ás, cabe observar que la estructura propiam ente dicha es del tipo A=B en donde A es, de hecho, un sintagm a nom inal. Por tanto, la estructura de este 28. 222 Entre los varios casos cito el del refrán “el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija” cuya versión “correcta" desde el punto de vista gramatical es. desde luego. ktal que a buen árbol...” L as estructuras del refranero mexicano grupo de refranes bien puede indicarse sólo como “refranes SN” en los que el prim er elem ento del SN es siempre un artículo. Ejemplos: El tiem po cura al enfermo, no el ungüento que le embarran. El trabajo no es entrar sino encontrar la salida. El río se desborda y mata; el arroyo riega y canta. El am or es como el frío, al más perdido le carga. El albur del m atrim onio sólo los tontos lo juegan. El árbol más altanero, débil tallo fue primero. El buen juez por su casa empieza. El arriero, en donde conoce la ínula, ahí la quita. El buey más manso nos da la m ejor patada. El caballo y la mujer, de pecho y de anca se han de escoger. El caballo y la m ujer a nadie se han de prestar. Una cosa es la amistad y el dinero es otra cosa. Una vez puestos en el m acho, pocos son los doscientos. Una beldad pobre, es una pobre beldad. Una cosa es el am or y el negocio es otra cosa. Una cosa es Pedro Reza y otra cosa es reza, Pedro. Un clavo saca a otro clavo. Refranes "N... ” Empiezan los refranes de esta estructura por un nombre que no va precedido de artículo y que no va seguido de m odificador adjetivo ni directo ni indirecto. En algún caso, ese solitario nombre va ligado, mediante un nexo conjuntivo, a otro nom bre este sí adjetivado. La marca de lapidariedad más importante de los refranes del grupo radica en la ausencia de artículo. Desde luego, este grupo ostenta la m arca de lapidariedad característica de todo el tipo textual consistente en las palabras medidas y pesadas, ni más ni menos, cuyo exponente m áximo sería el refrán “comezón, sanazón” . Las variedades de esta estructura pueden apreciarse ya en estos pocos ejem plos: estructuras simples, estructuras binarias dotadas de un cierto paralelismo, estructuras con el verbo elidido, etc. Por lo general, se trata de una estructura que gira en torno a un solo verbo; no faltan, desde luego las excepciones tanto por exceso como por defecto. Ejemplos: 223 E l hablar lapidario A bundancia crea vagancia. Acciones son amores, no besos ni apachurrones. A guacates y m uchachas m aduran a puro apretón. Caballo, gallo y mujer, por su raza has de escoger. Casa, labor y potro, que lo haga otro. Com ezón, sanazón. Dios habla por el que calla. Genio y figura, hasta la sepultura. Indio, pájaro y conejo, en tu casa, ni aun de viejo. Indios y burros, todos son unos. M aderas hay para santos y otras para hacer carbón. M oro, ni de oro. N aipe, tabaco, vino y mujer, echan al hom bre a perder. Obras son amores, no buenas razones. Palabra y piedra suelta no tienen vuelta. Perro, ladrón y fraile, no cierran la puerta que abren. Perro no come perro. R efranes d e pro no m bre Incluye este grupo textos predom inantem ente exclam ativos, dichos y aún expresiones paremiológicas. Algunos de el los son refranes consagrados como los refranes-colm o de las series “me extraña” o su equivalente “me adm i­ ra” . En todo caso, si en nuestra búsqueda de la lapidariedad hem os de proceder por paradigm as, éste no es uno de ellos aunque, desde luego, no falten aquí herm osos ejem plos de textos gnom em áticos. Ejemplos: Eso de trillar con burros es sólo ensuciar la parva. Le gusta m am ar y com er zacate. Les gusta el trote del macho y el ruido del carretón. Me extraña que siendo araña te caigas de la pared. Me adm ira que siendo fraile no sepas el padrenuestro. Me adm ira que siendo galgo no sepas coger las liebres. Me adm ira que siendo sastre no sepas poner botones. M e adm ira que siendo arpero no sepas la chirim ía. Me extraña que siendo gato no sepas coger ratones. Me extraña que siendo redondo, eches pajosos cuadrados. Me extraña que siendo liebre no sepas correr en llano. 224 L as estructuras del refranero mexicano Me extraña que siendo sastre no sepas poner botones. Me extraña que siendo pato no sepas nadar en lago. Me parece bueno el zureo para echarle la semilla. Te espantas de las vacas y te abrazas de los toros. Uno es cantar en el campo, y otro, tem plar la vigüela. Unos nacen para santos y otros para ser carbón. Unos corren tras la liebre, y otros sin correr la alcanzan. R e fr a n e s “ a d je t iv o ...” La protasis de estos refranes tiene rem iniscencias de los refranes derivados del ya m encionado ablativo absoluto latino. Por lo demás, entre los refranes de esta estructura abundan los exclamativos. La lapidariedad es dada, más bien, por la econom ía del lenguaje. Al contrario de lo que sucede con los refranes “N ...” en los que la lapidariedad parecía reposar en la apódosis, en este grupo los ahorros de palabras están al principio. Ejemplos: Abierto el cajón, hasta el más honrado es ladrón. Buena es la libertad, pero no el libertinaje. Buena mano, de rocín hace caballo. Cada cabeza es un mundo. Cada día que am anece, la suma de tontos crece. Cada chango a su m ecate, y a colum piarse cabrones. C ualquierhilachaesjorongo abriéndole bocamanga. Dos cueteros no se huelen. Dos aleznas no se pican. Encarrerado el ratón, que chingue su madre el gato. Mi m olino ya no m uele, ve a m oler a tu metate. M ucha dieta y poca bragueta si quieres salud completa. M uerta Jacinta, se acabaron los dolientes. M uerto el ahijado, se acabó el compadrazgo. M uerto el perico, para qué quiero la jaula M uerto el perro, se acabó la rabia. 225 El hablar lapidario R efranes de verbo Una buena parte de los refranes de nuestro corpus em piezan por un verbo ya en form a personal, ya verboides. La m ayor parte de los refranes de este grupo, cuando se trata de verbos en forma personal, quieren al verbo en tercera persona: con ello enfatizan lo que Karl Bühler dio en llamar la “ función referencial”29del texto; en este caso el refrán, establece una distancia entre él y sus usuarios y adquiere el halo sentencioso típico del hablar lapidario. En realidad lo anterior vale sólo de los refranes cuyo verbo inicial está en indicativo, si exceptuam os los refranes que aquí llam am os de estructura “conativa” para utilizar la term inología implantada por Jakobson desde su célebre artículo “Lingüística y poética” .30Los refranes de estructura conativa son, como se ve, exclam ativos. Los textos de infinitivo sólo se aproxim an al refrán como “expresiones parem iológicas” cuyo m ecanism o de inserción al discurso es siem pre, por necesidad, de tipo sintáctico. G nom em áticos, en cam bio, son los refranes de gerundio. Para docum entar la lapidariedad, por tanto, son más aptos tanto los refranes de infinitivo como los de gerundio. Refranes de estructura conativa Este prim er grupo se caracteriza por estar estructurados en torno a una interlocución. Para decirlo en térm inos de Jakobson, sobresale en estos refranes la función conativa: La orientación hacia el destinatario, la función conativa, halla su más pura expresión gram atical en el vocativo y en el imperativo, que tanto sintácticamente como morfológicamente, y a menudo incluso fonémicamente, se apartan de las demás categorías nom inales y verbales.31 Estrictam ente hablando, no todos los refranes incluidos en esta estructu­ ra están fincados “en el vocativo y en el im perativo” . Piénsese, por ejemplo, en refranes prosódicam ente exclam ativos en los que, pese a que el verbo está en indicativo y no hay vocativo a la vista, no cabe duda de que en la 29. 30. 31. 226 Karl Bühler, Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache , Frankfurt/Berlin/Wien, Verlag UlsteinGmnH, 1978. Circulan muchas ediciones de este artículo a guisa de ejemplo cito Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general, M éxico, Origen/Planeta, 1986, p. 355. Roman Jakobson, op. cit., p. 355. L as estructuras del refranero mexicano enunciación de refranes como “apenas les dicen mi alma, y ya quieren casa aparte”, “apenas oyen tronar y ya quieren calabacitas” o “apenas ven el caballo y se les ofrece viaje” sobresale la función conativa. Ejemplos: Alábate burro que nadie te alabará. A lm uerza bien, com e más, cena poco y vivirás. Apenas les dicen mi alma, y ya quieren casa aparte. A penas oyen tronar ya quieren calabacitas. A penas ven el caballo y se les ofrece viaje. Cuídam e de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo. Cuídate de los buenos, que los malos ya están señalados. Deja que pasen los patos que ya llegará la nuestra. Déjalas que batan Tagua que ansina Than de beber. Dime con quién andas y te diré quién eres. Dime cuánto tienes y te diré cuánto vales. Dime de qué presum es y te diré de qué padeces. Dime qué com es y te diré quién eres. Dime qué sueñas y te diré quién eres. Echale copal al santo, aunque le jum ees las barbas. Echale leña a la lumbre, que me costó mi dinero. Echate ese trom po a la uña m ientras yo te bailo el otro. Echenle jocoque al cura que tam bién sabe almorzar. Sóplale a la lumbre, hermano, ya verás qué cenicero. Vám onos m uriendo ahorita que están enterrando gratis. Vaya una vez boca arriba por las muchas boca abajo. Refranes de infinitivo Estos refranes, a excepción de algunos del tipo “acertar errando, sucede de vez en cuando” en que el infinitivo hace las veces de un nombre, no gozan de independencia sintáctica. Estrictam ente hablando deberían ser tenidos por expresiones parem iológicas o simples valencias de refrán. Por lo general, o son pie de refranes exclam ativos o prevalece en ellos la función conativa: casi siempre consisten ya en una interpelación ya en una exclam ación que, por lo general, tiene la form a textual de un com entario que o rompe con el discurso o lo com ienza pero que, con frecuencia, va en sentido opuesto al hablar lapidario. Estrictam ente hablando, estas expresiones no son de naturaleza 227 E l hablar lapidario argum entativa aunque, con frecuencia, desem peñan en el discurso la función de un exemplum : no funcionan, pues, para la deducción sino para la inducción argum entativa; en este último caso, entran dentro de nuestro paradigm a de lapidariedad. Se pueden dividir en, al menos, dos grupos: expresiones com parativas y expresiones figurativas. Las prim eras pueden constar de una o de dos partes. En el prim er caso, consisten en una com paración del tipo: “verbo (infinitivo)+com o + término de la com paración” . El prim er elemento de la com paración puede ser o bien el interlocutor, que es el caso más frecuente, o bien una tercera persona de la cual se habla. El segundo modelo se ajusta al esquem a “verbo (infinitivo) + como + térm ino de la comparación + elem ento de com paración” . El elem ento de com paración puede ser intro­ ducido ya mediante un gerundio, ya mediante un participio ya, en fin, mediante alguna expresión descriptiva sin verbo: la más frecuente es de tipo preposicional, aunque puede ser tam bién adverbial u otra. Ello puede verse en los siguientes casos: “estar como la tom atera, chillando pero vendiendo” , “quedarse como novia de rancho: vestida y alborotada” , “m orir como los m arranos: a gusto de todos” o bien “ llegar como el auxilio de Cosam aloapan: cuando todo ha pasado” . Las expresiones figurativas, en cambio, están conform adas por expresiones descriptivas que de un solo trazo convierten el prim er miembro del texto o el texto entero en una especie de figura que funciona de manera análoga a como lo hacen las figuras que conforman los emblemas: “andar con la cola entre las patas”, “andar con medias tazas” , “andar de M artha la piadosa” . Ejemplos: A cabar como el trisagio, con toda igualdad. A cabar como el rosario de Amozoc. A certar errando, sucede de vez en cuando. A ndar como gallina en corral ajeno. A ndar o irse con la cola entre las patas. A ndar com o perros y gatos. A ndar con m edias tazas. A ndar de M artha la piadosa. A ndar en caballos de la hacienda. Cagar y comer, despacio ha de ser. Calentar para que otro coma. C om enzar en achichincle y acabar en ahuizote. Com er hasta reventar, beber hasta em borracharse, que lo dem ás es vicio. Com erle a alguien el mandado. 228 L as estructuras del refranero mexicano Com er y roncar, el trabajo es empezar. Correr el riesgo para sólo conseguir el tlaco para la m anteca. Cortarlo para rico y deshilacliarse. Creer que todo el m onte es orégano. Creer traer al rey por las orejas. Dar atole con el dedo. Dar atrás para que anden p ’adelante. Dar el alón por com erse la pechuga. Descansar haciendo adobes. Echarle m ocos al atole. Edificar sobre arena no es labor buena. Esperar el bien de Dios envuelto en una tortilla. Estrenar es bonito aunque sea huaraches. Fregar con jabón es bueno pero no con estropajo. Estar como la tom atera, chillando pero vendiendo. Hablar de la m ar y en ella no entrar. Hacerle caso a pendejos es engrandecerlos. Hacerle bien al ingrato es lo mismo que ofenderlo. Hacerse jaula para que le metan el pájaro. Hacerse de delito es de pendejos. M atar dos pájaros de un tiro. M orir como los marranos: a gusto de todos. N avegar con bandera de pendejo. Pedirle peras al olmo. Quedarse como novia de rancho: vestida y alborotada. Refranes de gerundio Esta estructura, en la m ayor parte de los textos de que consta nuestro acervo, es de tipo binario: la prim era parte de ellas, la de gerundio, hace las veces de una protasis y el segundo m iembro, la de apódosis. Por lo general, alberga dos esquemas estructurales: en el primero y más frecuente el gerundio es seguido de un nombre o de un sintagma nom inal. En este primer esquema hay dos tipos de m odificadores del gerundio en el prim er miembro del refrán: en unos consiste, sim plem ente, en un m odificador nominal; y en otros se trata de un m odificador preposicional. En el segundo esquema, en cambio, el gerundio, 229 E l hablar lapidario sin m odificación ninguna, se une con el segundo m iem bro m ediante un nexo ya causal ya copulativo: “andando, que el sol se m ete” . A veces, el primer m iem bro tiene una estructura doble como “peleando y charreando en muía muy pronto se capitula” . Esta estructura alberga refranes tanto gnomemáticos, com o exclamativos. Ejemplos: Acabándose el dinero se term ina la amistad. A costándom e con luz aunque me apaguen la vela. Besando una boca se olvida la otra. Cayendo el m uerto y soltando el llanto. Estando el guardián contento aunque los legos respinguen. Estando bien con mi Dios, los santos salen sobrando. Llegando y haciendo lumbre. Peleando y charreando en m uía muy pronto se capitula. Tratándose de puercos, todo es dinero, tratándose de dinero, todos son puercos. Refranes de indicativo Para rem ediar lo impreciso de la categoría en que han sido ubicados los refranes pertenecientes a esta estructura, hemos de decir que se trata de refranes que em piezan por un verbo en presente de indicativo. Desde luego, en esta categoría se encuentran algunos de los grupos ya estudiados com o los refranes “hay...” y los “hay que...” . Hay varios sub-esquem as albergados en esta estructura: “V + SN...”, “ V + OD ...”, “V + m odificador adverbial + SN ...”, “V + m odificador preposicional...” , “es bueno + infinitivo...” . La parte com plem entaria de esta última estructura está basada en una adversación incoada por la expresión “pero no” que culm ina por un exceso con respecto a lo indicado en la prim era parte: “es bueno ser algo feo, pero no tan cacarizo” . Desde luego, como puede verse por estos pocos ejem plos que siguen, se trata de una estructura cuyos textos generados son de tipo gnom em ático. Ejemplos: Buscan trabajo rogando a Dios no hallar. Cae m ás pronto un hablador que un cojo. Com en como puercos y m iran como perros. Cuesta más el caldo que las albóndigas. Es m ás fácil pedir perdón que pedir perm iso. 230 L as estructuras del refranero mexicano Es burro que no rebuzna, porque olvidó la tonada. Es bueno raspar, pero no arrancar magueyes. Es bonito rasguñar pero es feo clavar las uñas. Es bueno rasguñar pero no clavar las uñas. Es bueno hacerse tupé pero no pelarse tanto. Es bueno entrar al potrero, pero no arrancar el pasto. Es bueno el encaje pero no tan ancho. Es bueno cortarse el pelo, pero no raparse tanto. Es bueno com er pero no patear el pesebre. Es buena la libertad, pero no cagar el gorro. Es bueno acostarse en la zalea, pero no arrancar la lana. Es bueno quitar la caspa pero no arrancar los pelos. Están com o platos de fonda: boca abajo y bien fregados. Vanse los am ores y quedan los dolores. Refranes de subjuntivo En nuestro acervo sólo los dos textos que siguen pertencen a esta estructura. Se trata, com o se ve, de textos exclamativos. Ejemplos: Quisiera am anecer pobre para ver lo que se siente. Sea por Dios, nopal, no diste tunas. R efranes d e a d v e r b io Estructura típicam ente parem iológica y, por ende, lapidaria. Se trata de típicas estructuras prótasis-apódosis. Los textos resultantes son gnomemáticos. En nuestro acervo incluimos dos tipos de refranes de adverbio: los refranes que de alguna m anera descansan en una comparación entre los que sobresalen los refranes “ m ás” y los muy tradicionales refranes “más vale” , por una parte, y los refranes cuya protasis está estructurada en torno a algún adverbio. Refranes "más vale... que” Estructura parem iológica entre las más tradicionales y universales. La estructura, como ya se ha m encionado arriba, es muy estable pero acepta 231 E l hablar lapidario variantes como “más vale + N + mod. preposicional + que...” , “m ás vale + SN + que ...”, “más vale + adv. + participio + que...” , “más vale + verbo en inf. + OD + que...”, “más vale + adverbio + SV + que ...” , “m ás vale + oración + que...” De hecho, todas estas estructuras no son sino un desarrollo ulterior y explícito de una estructura com parativa básica del tipo: “más vale A que B ” en donde A y B son dos realidades espirituales, dos situaciones tipo o, sim plem ente, dos objetos de la realidad extralingüística asum idos m etafó­ ricam ente. La relación de contraposición que hay entre am bos m iem bros del refrán, que suele ser gnom em ático, es expresada m ediante distintos tipos de paralelism o con frecuencia muy sofisticados como el paralelism o quiástico. Esta estructura es, además, típica del hablar lapidario. Ejem plos: M ás vale agua de cielo que todo el riego. M ás vale atole con risas que chocolate con lágrimas. M ás vale bien comido que bien vestido. M ás vale m alo conocido que bueno por conocer. M ás vale poco pecar que mucho confesar. M ás vale quedar hoy con ganas, que estar enferm o m añana. M ás vale m uchos pocos que pocos muchos. M ás vale un hecho que cien palabras. M ás vale m aña que fuerza. M ás vale guajito tengo que acocote tendré. M ás vale bien quedada que mal casada. M ás vale burro que arrear que no carga que cargar. Refranes “vale más... que” Es, desde luego, una variante sintáctica de la estructura anterior. Lo que se ha dicho de ella, pues, vale tam bién para ésta. Con respecto a la anterior, “ más vale...”, la presente estructura, “vale m ás...”, presenta, sin em bargo, algunas otras diferencias. Por principio de cuentas, hay dos esquem as de refranes en esta estructura. El prim ero con la estructura “ SN + vale m ás + que ...” ; la estructura del segundo, en cambio, tiene varios esquem as: “vale más + infinitivo + M V + que...”, “vale más + SN + que...”, “vale m ás + inf. + OD + que...” Desde luego, las características form ales y discursivas en esta estructura coinciden totalm ente con las de la estructura anterior. 232 L as estructuras del refranero mexicano Ejemplos: Un gram o de previsión vale más que una tonelada de curación. Un peso vale más que cien consejos. Una onza de alegría vale más que una onza de oro. Vale más m orir aprendiendo que vivir ignorando. Vale más llorarse sola que no en ajeno poder. Vale más una m ancha en la honra que en el traje. Vale más am ansar que quitar mañas. Vale m ás ojo de herrero que compás de carpintero. Vale m ás resbalar con los pies que con la lengua. Vale más un grito a tiempo que hablar a cada momento. Vale m ás llorarlas m uertas que no en ajeno poder. Vale más un buen arcial que fuerza de oficial. Vale m ás un grito a tiempo que un sermón mal deletreado. Vale m ás la atención que el dinero. Vale m ás el forro que la pelota. Vale m ás arrear el burro y no llevar la carga. Vale más el collar que el perro. Vale más salvar a un crudo que redim ir a un cautivo. Refranes “más + verbo... que ” Esta estructura no es sino una m odalidad de las dos anteriores o, si se quiere, al revés: esta estructura plantea el esquem a sintáctico al que se atienen todas las form as de com paración explícita entre dos tipos de realidades diferentes. Sus variedades, tipos, formas y funciones discursivas son, por tanto, las ya mencionadas. Ejemplos: Más calienta pierna de varón que diez kilos de carbón. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. M ás se perdió en el diluvio. Más cuesta obrar mal que obrar bien. Más ven cuatro ojos que dos. Más hace una hormiga andando que un buey echado. Más se siente lo que se cría que lo que se pare. Más ablanda el dinero, que palabras de caballero. Más abrigan buenas copas que buenas ropas. 233 E l hablar lapidario Refranes “jala más + SN + que + S N ” Se atienen, de hecho, a la estructura general “verbo + más + SN + que + SN” . Es un caso particular de los anteriores y está dedicado exclusivam ente al tema de la atracción fem enina. Estos refranes participan de las m ism as caracterís­ ticas form ales y discursivas de los grupos anteriores. Ejemplos: Jala m ás un par de tetas que dos carretas. Jalan m ás un par de tetas que cien carretas. Jala más un par de chiches que una yunta de bueyes. Jala más un pelo de m ujer que una yunta de bueyes. Refranes “más + adjetivo + que... ” Pertenecen a la categoría de las expresiones paradigm áticas en la m edida en que, sintácticam ente, el sujeto de la expresión form a parte del discurso mayor. En cierta m anera, pues, no está explícito en la expresión parem iológica que se reduce, entonces, a una expresión sintácticam ente incom pleta: falta el prim er elem ento de la com paración. Se trata de fórm ulas axiológicas, sin em bargo, en las que la lista del lado derecho está elaborada por una serie de objetos asum idos como “muy m alos” . El refrán en cuestión resulta entonces un colm o. La estructura es simple: “más malo que” es una fórm ula sim ple­ m ente seguida por un sintagm a nom inal. Ejemplos: M ás malo que la carne de pescuezo. M ás m alo que la carne de puerco. Más m alo que un susto en ayunas. Más falso que un peso de cobre. Más falso que un beso de judas. M ás pelado que un cacahuate. Otros refranes “más... ” Estructura especialm ente gnom em ática que abarca varios esquem as inclu­ yendo uno de conjunción concesiva, “más que me tape el portillo m e he de m eter al corral”, y una especie de m eta-refrán en que el refrán sirve de marco a otro refrán y habla de él: “más seguro, m ás m arrao, dijo el indio” . En la 234 L as estructuras del refranero mexicano construcción “m ás...” el vocablo m odificado por “m ás” puede ser un sustantivo, adjetivo, un verbo o un adverbio. A veces, como en “más m ejor es mala pizca que buena cosecha en pie” , la expresión se convierte en prim era parte de una com paración con “que” . La construcción “m ás...” va seguida del verbo ya con su sujeto, ya en form a impersonal con “se”, ya en form a personal. En el caso de una expresión impersonal, sin embargo, el térm ino de la com paración puede ser un sintagm a preposicional. Ejemplos: Más claro no canta un gallo. Más se perdió en la guerra. Más cornadas da el hambre. Expresiones “como... ” Ya explicam os tanto la estructura de estas expresiones como su función discursiva al hablar de los refranes de infinitivo en donde nos encontramos con estructuras análogas: estrictam ente hablando se trata de una variante suya. En este caso, em pero, la estructura de la expresión es una especie de combinación de los dos m odelos allí m encionados: “ como + térm ino de la com paración + elemento de com paración” . Como en los refranes de infinitivo, tam bién aquí el elem ento de com paración puede ser introducido ya m ediante un gerundio, ya mediante un participio ya, en fin, mediante alguna expresión descriptiva sin verbo: la más frecuente es de tipo preposicional, aunque puede ser tam bién adverbial, adjetiva u otra, por ejem plo insertándolo directam ente en la comparación: “com o pulga esperando perro” . Ejemplos: Como pulga esperando perro. Como burro de aguador, cargado de agua y muerto de sed. Com o cuchillo de San Bartolo, puntiagudo y sin filo. Com o jarrito de Tlaquepaque: feo y delicado. Como cochino recién comprado, desconociendo el mecate. Como dueño de mi atole lo m enearé con un palo. Como los gallos de Puebla, grandotes y correlones. Com o ni am or le tengo, ni cuidado le pongo. Com o nido de tejones nom ás los uñazos se oyen. Como pila de agua bendita, que todos le m eten la mano. Com o quien besa a una m ujer dormida. Com o quien ve (oye) llover y no se moja. Como quien le quita un pelo a un buey. 235 E l hablar lapidario Com o el acto de contrición, que ni peca ni da tentación. Com o el burro del aguador, cargado de agua y m uerto de sed. Com o el gallo de tía Cleta, pelón, pero cantador. Com o el perro del herrero, que a los m artillazos duerm e y a los masquidos despierta. Com o el violín de Contla: tem plado a todas horas Com o la Salve Regina: llena de fatalidades. Com o la Salve Regina, siem pre gim iendo y llorando. Com o la vida es corta, hay que vivirla. Com o la chaqueta de don Justo: arreglada y sin botones. Com o la espada de Santa Catarina: relum bra pero no corta. Com o perro de hortelano: ni come, ni deja comer. Com o perro en barrio ajeno. Com o perro m ojado: curtido y avergonzado. Feliz como perro después de boda de rancho. Feliz com o perro en poste nuevo. Otros refranes de adverbio De hecho, la estructura oracional inaugurada por un adverbio es muy frecuente en el habla cotidiana. En realidad, es una form a de hipérbaton en el que el orden “ S + V + P” es cambiado. Esta estructura alberga algunos refranes exclam ativos como: “adelante con la cruz, que el diablo se lleva al m uerto” , “adentro, ratones, que todo lo blanco es harina” y su variante “adentro, ratones que todo lo blanco es queso”, “ya porque se m uere un burro es año de m ortandad”, “ya viste relam paguear, ora te faltan los truenos” , “ya estarás, linterna sorda, deja prender mi velita” . El adverbio inicial puede m odificar a un verbo, a una oración, a un sintagm a nom inal, a un adjetivo, a un pronom bre, a otro adverbio. Por lo general, se trata de expresiones gnom em áticas en forma de sentencias. Por lo demás, los refranes de este grupo son bimembres. El m iem bro adverbial, o prim er miembro, puede hacer las veces ya de protasis, ya de simple circunstancia, ya de sujeto. El segundo m iem bro del refrán puede ser conativo. Ejemplos: Adonde va el violín va la bolsa. Antes de que te ensillen, ensilla tú. Bajo de la barba cana, vive la m ujer honrada. 236 L as estructuras del refranero mexicano Bien ju eg a el que no juega. Bien sabe el diablo a quién se le aparece. Cuando barato el diablo vende, él bien se entiende. Cuando el tem poral es bueno hasta los vaqueros paren. Cuando hay truenos va a llover. Cuando el mal es de diarrea, no valen guayabas verdes. Cuando el tiem po ayuda, hasta los troncos secos retoñan. Cuando está abierto el cajón, el más honrado es ladrón. Cuando el indio encanece, el español no aparece. Cuando el arriero es m alo le echa la culpa al burro. Cuando el am or es parejo están de más los elotes. Cuando el gato no está en casa, los ratones se pasean. Cuando m ás oscuro está ya va a amanecer. Cuando la m uía es rejega, aunque la carguen de santos. Cuando yo tenía dinero me 1lamaba don Tomás, ahora que no tengo nada me llamo Tom ás nomás. Cuando hace aire hasta la basura sube. Después de la tem pestad viene la calma. Donde hay am or hay dolor. N om ás cuando relam paguea se acuerdan de Santa Bárbara. N om ás al partir el pan se conoce al que es hambriento. N unca dejes cam ino por vereda. Solam ente las gallinas se acuestan a la oración. Sólo la cuchara sabe lo que tiene adentro la olla. Sólo el que no m onta no cae. Sólo le queda lo que a los barriles viejos: los aros y el olor. Sólo el que carga el costal sabe lo que lleva adentro. Sólo las ollas saben los hervores de su caldo. Tam bién en San Juan hace aire y uno que otro ventarrón. Tanto peca el que m ata la vaca como el que le tiene la pata. Tanto quiere el diablo a su hijo hasta que le saca un ojo. Tanto dura un indio en un pueblo, hasta que lo hacen alcalde. Tanto le pican al buey y hasta que embiste. Tanto peca el que raspa el m aguey, como el que saca el agua m iel. Tanto va el cántaro al agua hasta que se quiebra. 237 E l hablar lapidario R e f r a n e s d e p r o t a s is p r e p o s ic io n a l Con los refranes “al que”, de hecho, estam os ante un grupo num eroso de refranes, bien representados en el refranero m exicano, cuya estructura inicial está constituida por una preposición o, m ejor dicho, por un sintagma preposicional. Son estos: los refranes “a + art. + SN ...”, “a + SN ...” , “a + pronom bre...” , “a + verbo...” , “con + SN...”, “de que...”, “de + SN...”, “desde + SN ...”, “en + SN ...”, “entre...”, “hasta...”, “para...” , “por...”, “ según...”, “ sin...”, “sobre...” . Se trata, pese a la variedad de subclases que alberga, de una estructura muy parem iológica y, por ende, muy apta para la frase lapidaria. Entre sus subclases, hay algunas form ulaciones muy tradicio­ nales com o la que hemos llamado “refranes receta” que, como su nombre lo indica, adopta el esquem a del m al-rem edio: “para esto, esto” . Los refranes receta em plean tanto la preposición "a” como la preposición “ para” .32 Otra estructura tradicional dentro de la parem iología m exicana es la estructura “de que” . La estructura receta, por lo demás, subyace, en cierta m edida, en otras configuraciones sobre todo las que em piezan por “a” . Esta estructura, sin em bargo, hace descansar en buena m edida la lapidariedad en el hipérbaton que, de por sí, im plica la estructura. Sin embargo, hay que advertir, en primer lugar, que no todas las estructuras de protasis preposicional son igualmente lapidarias; y, en segundo, que la lapidariedad parece descansar m ás en el segundo que en el prim er m iem bro del dístico. En efecto, el recurso más frecuente en los refranes receta es el de un segundo m iem bro consistente en un sintagm a adjetival + nom bre o viceversa: “pocas palabras”, “gordas duras” , “cam po de plum as”, “oídos de cantinero” . Hay, em pero, apódosis sin ninguna m arca de lapidariedad. Por ejem plo: “ le faltó la pólvora” es un predicado vulgar. Refranes "a + SN... ” La m ayor parte de los refranes que em piezan por la preposición “a” se atienen a la estructura “a + SN ...” que es una estructura de las más tradicionalm ente parem iológicas y que agrupa varios esquem as célebres uno de los cuales es una variante de los refranes receta, a que nos hem os referido 32. 238 Este tipo de estructura no es. desde luego, m orfosintáctico sino más bien formal. Sobre ella regresaremos más adelante. L as estructuras del refranero mexicano y sobre los que volverem os más adelante: esta vez se atienen a la fórm ula “a esto, esto” ; de paradigm a podría servir el refrán “a cazador nuevo, perro viejo” con una configuración estructural muy estable del tipo “a + N + adjetivo, N + adjetivo” en la que, sin embargo, el orden del adjetivo y el nombre puede intercam biarse ya según el endurecim iento de las respectivas fórmulas, ya según el énfasis, ya, en fin, según el uso de la lengua: “gordas duras” , “ buen tac o ” , “pan duro” , “ paso corto” , “grandes espuelas” , “espuelas propias” , “oídos sordos” . Por lo general, la secuencia “N + adj.” aparece en el m ism o orden en el primero que en el segundo miembro del refrán; sin em bargo, hay a veces configuraciones quiásticas del tipo “adj. + N + N + adj.” como en el refrán “a buena hambre, gordas duras” . De cualquier m anera, hay corespondencia, por oposición entre el prim ero y segundo m iem bro del refrán. Cabe notar que la adjetivación en este tipo de refranes no siempre es directa: con frecuencia se da a través de un m odificador indirecto como en el refrán “a comida de olido, pago de sonido” . Una variante importante de este tipo de refranes es la estructura de objeto indirecto del tipo “a cada santo se le llega su función” . Ejemplos: A buena ham bre, gordas duras. A buen tragón, buen taco. A buena ham bre, no hay pan duro. A cam ino largo, paso corto. A cena de vino, desayuno de agua. A gran caballo, grandes espuelas. A caballo ajeno, espuelas propias. A palabras necias, oídos sordos. A enem igo que huye, puente de plata. A falta de pan, buenas son semitas. A falta de pan, m igajas. A acocote nuevo, tlachiquero viejo. A libro m alo, encuadernación buena. A santo chico, velitas. A gato viejo, ratón tierno. A chillidos de puerco, oídos de m atancero. A boca de borracho, oídos de cantinero. A barbas de indio, navaja de criollo. A burro viejo, aparejo nuevo. A río revuelto, ganancia de pescadores. 239 E l hablar lapidario A A A A A la m uía vieja, cabezadas nuevas. Dios rogando y con el m azo dando. la fea, el caudal la hermosea. quien se come las vigas se le atoran los popotes. quien Dios no le dio hijos el diablo le dio sobrinos. Refranes “a + pronombre... ” Se trata, en gran m edida, de una estructura de refranes conativos la mayor parte de los cuales son exclam ativos aunque no falten los refranes consejo. Junto a estructuras tradicionalm ente parem iológicas y gnom em áticas, como “a quien” y, desde el estricto punto de vista gram atical, los viejos y num erosos refranes “al que”, esta estructura alberga adem ás secuencias com o “a lo que”, “a todo” , “a nadie” . Si tom am os como m odelo el refrán consejo “al que de ti se fía no le hagas picardía”, diríam os que estas secuencias de objeto indirecto son continuadas por la oración principal que puede ser de tipo parenético, conm inativo, declarativo, descriptivo o exclamativo. Ejemplos: A nadie le am arga un dulce aunque tenga otro en la boca. A quien se fía de ti, no lo engañes. A quien tiene buenos dineros, le huelen bien hasta lo pedos. A quien nace afortunado, le ponen huevos los gallos; y a quien nace p ’a la ruina, ni las gallinas. A mí, mis tim bres. A mí no me espanta el m uerto ni aunque salga a m edia noche. A mí no me cantan ranas; a cantar a la laguna. Al que pide le has de dar pues tiene necesidad. Al que se ha de condenar es por demás que le recen. Al que se le necesita nada se le niega. Al que se m uere en un barco lo reclam a ya el charco. Al que tiene caballo, le dan caballo. Refranes "a + verbo... ” Casi siem pre se trata de secuencias “a + infinitivo” . Esta secuencia, sin em bargo, hace una función u otra según sea la naturaleza del infinitivo: el 240 L as estructuras del refranero mexicano infinitivo, en efecto, puede hacer las veces, principalmente, de un sustantivo o de un imperativo. De esta manera los refranes pueden ser conativos o declarativos. En el primer caso, se trata casi siempre de refranes exclamativos; en el segundo, en cambio, son refranes gnom em áticos que entran, por tanto, dentro de nuestro m odelo de lapidariedad verbal. Ejemplos: A com er y a misa rezada, a la primera llamada. A darle que es mole de olla. A m uele y m uele ni m etate queda. A ver de cual cuero salen más correas. A ver si de tarugada pasa y se ensarta. A ver si lavando tupe o se acaba de arralar. A ver a una boda y a divertirse a un fandango. Refranes “a + adverbio... ” Es una estructura muy escasa y discutiblemente paremiológica. La secuencia “a + adverbio” alberga en nuestro acervo sólo tres textos de los cuales el primero y el tercero son exclam ativos y el segundo interrogativo. De hecho, no es esta, ciertam ente, una estructura lapidaria. Ejemplos: A donde no se m eten, se asoman. A dónde irá el buey que no are. A poco las arañas mean. Refranes “con + SN... ” Es una estructura generalm ente declarativo-sentenciosa que permite, sin embargo, enunciados tanto expresivos, como conativos y, desde luego, referenciales. Se trata, por tanto, de una estructura versátil. Como todas las secuencias de hipérbaton, esta es una estructura muy lapidaria: las secuencias preposicionales, en efecto, perm iten el “ahorro” de palabras. Ello es posible en las secuencias en que aparece la preposición “con” porque el resultado de “con + SN” suele ser, por lo general, una figura al estilo de las referidas figuras de los em blem as: “con afán”, “con esa carne” , “con tiento”, “con pendejos” , “con altiveces”, son secuencias dotadas de un alto poder descrip­ tivo. Ejemplos: 241 E l hablar lapidario Con afán se gana el pan. Con am or y aguardiente, nada se siente. Con pendejos ni a misa porque se hincan en gargajos. Con pequeña brasa se suele quem ar la casa. Con los curas y los gatos, pocos tratos. Con m ayordom o español, trabajo de sol a sol. Con m uchas gotas de cera se forma un cirio pascual. Con sólo coger el arco se conoce el que es buen meco. Con esos culeros no voy a la guerra. Con el dinero en la mano no se olvidan los encargos. Con am or y aguardiente, nada se siente. Con buena yunta y arado, no importa la tierra dura. Con m ancos, cojos y tuertos, los panteones sean cubiertos. Con criollo civilizado, anda siem pre con cuidado. Con toro jugado, mucho cuidado. Con toro que ya han toreado, vete con m ucho cuidado. Con una piedra se matan m uchos pájaros. Contigo la m ilpa es rancho y el atole cham purrao. Contra las m uchas penas, las copas 1lenas; contra las penas pocas, llenas las copas. Refranes “de que...” Equivalen a los refranes cuya protasis em pieza por el adverbio “cuando” . La secuencia “de que”, en efecto, equivale en estos contextos a “cuando” . Se trata, por tanto de una estructura bimembre: de protasis y apódosis. Por lo general, hay una especie de contraposición entre el prim ero y el segundo m iem bros del refrán: el segundo expresa una especie de colm o o situación extrem a de lo cual puede servir como ejem plo el refrán “de que la perra es brava hasta a los de casa m uerde” . La secuencia “de que” , por lo demás, parece peculiar del habla m exicana.33 A la expresión “de que” sigue una oración del tipo “ S + V + P” . De la relación entre protasis y apódosis, dos son las situaciones más frecuentes: protasis y apódosis com parten sujeto como en 33. No se encuentra documentada, por ejemplo, en las secuencias de que da cuenta la última versión del Diccionario de la RAE, op. cit. 242 L as estructuras del refranero mexicano el refrán “de que el gallo se sacude en medio del árbol canta” ; la segunda posibilidad es que protasis y apódosis tengan cada una un sujeto diferente: “de que el año viene bueno, hasta los troncos secos retoñan” . Ejemplos: De que el gallo se sacude en medio del árbol canta. De que el m úsico es malo, le echa la culpa al instrumento. De que el año viene bueno, hasta los troncos secos retoñan. De que la desgracia llega, se trae a sus cuatitas. De que la perra es brava hasta a los de casa muerde. De que Dios dice “a fregar”, del cielo caen escobetas. De que la m uía es juilona, aunque la dejen maneada. De que el año viene bueno, como quiera que esté el surco. De que el escribiente es malo, le echa la culpa a la pluma. De que dan en que el perro tiene rabia, hasta que lo m atan a palos. De que el arriero es malo le echa la culpa al burro. De que los hay, los hay, el trabajo es dar con ellos. De que la partera es mala, le echa la culpa al culo. De que tocan a llover no hay más que abrir el paraguas. De que la desgracia llega, se trae a sus cuátitas. De que la m adre es de paso, la hija hasta el cincho azota. De que la m uía dice : no paso, y la mujer: me caso; la muía no pasa y la m ujer se casa. De que se m uera mi padre, a que me muera yo, que se m uera mi padre que es más viejo que yo. Refranes “de + SN... ” Sucede lo m ism o que con los refranes “con...” : se trata de una estructura muy tradicional dentro de la textualidad parem iológica hispánica. Los textos de esta secuencia son predom inantem ente gnom em áticos y se caracterizan por un altísimo rango de lapidariedad que les da el carácter descriptivo-fígurativo de las secuencias “de + SN...” . El “de” de esta estructura es muy versátil: puede indicar el lugar, la materia, la naturaleza, la parte de un todo o la manera. La apódosis es, por lo general, una oración cuyo verbo suele estar, aunque no siempre lo está, en tercera persona del presente de indicativo. De esta ley se exceptúan refranes com o “de puerta abierta, perro gusgo y m ujer descuidada, 243 E l hablar lapidario líbrenos Dios” , “de esta me saque Dios, que en otra yo no me m eto”, “de la m oda, lo que te acom oda”, “de Guanajuato, ni el polvo” y “de tal palo, tal astilla”, en que la apódosis adopta formas ya im petrativas, ya conativas, o está constituida, como la protasis, por expresiones gobernadas por un verbo tácito: “de Guanajuato, (no tom es o no quiero) ni el polvo”, “de tal palo, (sale) tal astilla” . Esta elisión del verbo da al refrán un muy alto halo de sentencialidad y, porende, de lapidariedad: las palabras, en efecto, se reducen al m ínim o y el sentido se alarga al máximo. Ejemplos: De arriero a arriero, el dinero nunca pesa. De lo perdido, lo que aparezca. De la subida más alta lastiman más las caídas. De lim pios y tragones están llenos los panteones. De lo que veas cree muy poco; de lo que te cuenten, nada. De los caballos, el que puntee; y de los puercos, el que colee. De la norteña y la tapatía, la prim era tuya, la segunda mía. De tal padre, tal hijo. Del árbol caído, todos hacen leña. Del plato a la boca se cae la sopa. De Guanajuato, ni el polvo. De golosos y tragones están llenos los panteones. De la m oda, lo que te acomoda. De puerta abierta, perro gusgo y m ujer descuidada, líbrenos Dios. De la gallina más vieja resulta el caldo mejor. De bajada hasta las piedras ruedan. De español a gachupín hay un abismo sin fin. De los curas y el sol entre más lejos mejor. De los parientes y el sol entre más lejos mejor. De Cristo a Cristo el más apolillado se raja. De esos hom bres no se dan en todos los surcos. De noche todos los gatos son pardos. De tal palo, tal astilla. Refranes ‘‘desde... ” Estructura, com o todas las preposicionales, muy plástica y, por ende, muy apta para el hablar lapidario. G eneralm ente “desde” va seguido de una 244 L as estructuras del refranero mexicano expresión de lugaraunque también es posible un indicador de tiempo: “desde cuando...” . La secuencia, por tanto, es “desde + indicador de lugar o tiempo + oración + apódosis” . La apódosis consiste, por lo general, en una declara­ ción sentenciosa cuyo verbo va, generalmente, en tercera persona del presente de indicativo. A veces, la apódosis hace alardes de lapidariedad: suprime el verbo y con otra expresión gráfica construye una sentencia como “desde lejos, lo parecen; de cerca, ni duda cabe” . No es una estructura, sin embargo, muy frecuente en el refranero mexicano. Ejemplos: Desde a leguas se conoce la vaca que ha de dar leche. Desde lejos se conoce el pájaro que es calandria. Desde que dejé de dar, he conseguido. Desde lejos, lo parecen; de cerca, ni duda cabe. Desde lejos se miran los toros. Desde cuándo los patos le tiran a las escopetas. Refranes “en + SN... ” Es un caso típico de estructura invertida que antepone, portanto, la indicación del lugar como una m arca fija e importante: “en arca abierta”, “en buen día”, “en casa del jabonero”, “en casa de m ujer rica” . Es al mismo tiempo el lugar de los hechos y la circunstancia que determina todo lo que viene después: lo que viene después es, sim plem ente, una apódosis frecuentemente colmo. La apódosis, por tanto, suele ser una oración del tipo de “el justo peca”, “hay una verdad” o “ella m anda y ella grita” ; aunque no falten apódosis lapidarias como “azadón de palo”, “ buenas obras”, “ ni charla, ni risa” . Una expre­ sión muy frecuente en el prim er miembro es la estructura “en el modo de” que requiere como entrada, en el segundo, “se conoce” : se trata, ni más ni menos, de una seña de identidad en el magno sistema semiótico conformado por la sociedad. La form ulación es, en todo caso, lapidaria: la figura esbozada en el prim er m iembro es com pletada por la sanción enunciada por el segundo. Los refranes de este grupo son de tipo gnomemático, por lo general. Ejemplos: En arca abierta, el justo peca. En buen día, buenas obras. En cada refrán hay una verdad. En casa de m ujer rica, ella m anda y ella grita. En casa del herrero, azadón de palo. 245 El hablar lapidario En casa del jabonero, el que no cae resbala. En cojera de perro y en lágrimas de m ujer no hay que creer. En donde las dan las toman. En el am or y en la guerra todo se vale. En habiendo prisa, prim ero alm orzar y después a misa. En m artes, ni te cases ni te embarques. En misa, ni charla, ni risa. En tiem po de rem olino, se levanta la basura. En tiem po de tem pestad, cualquier agujero es puerto. En tiem po de remolino, hasta la basura sube. En plato que yo comí, aunque lo lamban los perros. En m anos de los pendejos, la pólvora está mojada. En habiendo venga nos hágase tu voluntad. En haciéndose el milagro, no importa que lo haga el diablo. En la cárcel y en la cama se conocen los amigos. En gusto se rompen géneros y en petates buenos culos. En el m odo de volar se conoce la que es grulla. En el modo de soplar se encuentra el modo de enfriar. En el modo de volar se conoce el que es palomo. En el m odo de partir el pan se conoce el que es tragón. En el modo de partir el pan, se conoce el que es ham briento. En el modo de m ontar se conoce el que es jinete. En las cocinas, entre más gallinas, más huevos. En m ejores panteones me han dado las doce. En el m odo de rezar se conoce el que es mendigo. En el m odo de cortar el queso, se conoce al que es tendero. En el m odo de escupir se conoce el que es baboso. Refranes “entre + SN... ” Refranes predom inantem ente gnom em áticos y de tipo bim em bre. El primer m iem bro está constituido por el sintagm a preposicional presidido por “en­ tre” : es un prim er m iem bro breve. Su relación con el segundo m iem bro suele ser de dos tipos: o bien, sim plem ente, com pleta la oración, “ no nos pisamos las m angueras” o “ no se cobran los rem iendos” , incoada por la frase preposicional, “entre bom beros” o “entre sastres”, o bien se trata de una 246 L as estructuras del refranero mexicano relación paralelística de tipo comparativo a que se presta la preposición “entre” : “entre menos... m ás”, “entre más... m ás”, “entre... V + m e­ nos...” . Ejemplos: Entre bom beros no nos pisamos las mangueras. Entre la m ujer y el gato, ni a cual ir de más ingrato. Entre m enos burros, más olotes. Entre más viejo más pendejo. Entre dos no pesa un tercio. Entre casados y hermanos, ninguno m eta las manos. Entre dos cocineras sale aguado el mole. Entre todos lo mataron y el solito se murió. Entre sastres no se cobran los remiendos. Entre m uía y muía, nomás las patadas se oyen. Entre m uchos m eneadores se quema la miel. Entre santa y santo pared de cal y canto. Entre varios, pesa menos el muerto. Entre el diablo y la suegra, el diablo que venga. Refranes “hasta... ” Se trata de una estructura de refranes predom inantemente exclamativos. Aunque tam bién los hay de tipo gnomemático: “hasta el mejor escribano echa un borrón”, “ hasta el santo desconfía cuando la limosna es grande”, “hasta pa’pedir lim osna hace falta capital” . La estructura más frecuente es: “hasta + S + P” . Tanto el sujeto como el predicado suelen constar de más de un vocablo: es decir, son de tipo sintagmático. De esta estructura se distinguen los refranes “hasta que” , a veces de índole exclamativa, “hasta que se le hizo al salado”, a veces gnom em áticos, “ hasta que no muere el arriero no se sabe de quien es la recua” . Ejemplos: Hasta no verte, Jesús mío. Hasta el chim uelo masca tuercas. Hasta lo que no se come le hace daño. Hasta las cam panas tiemblan cuando dan. Hasta el más tullido es alambrista. Hasta el m ejor escribano echa un borrón. Hasta el santo desconfía cuando la limosna es grande. 247 E l hablar lapidario Hasta que se le hizo al salado. H asta como olán con picos y hasta como Tan pasado. Hasta los gatos quieren zapatos y los ratones calzones. Hasta los huaraches taconean. H asta que no m uere el arriero no se sabe de quien es la recua. H asta que San Jerónimo toque la trom peta. H asta p a ’ pedir lim osna se necesita un m orral. H asta que hubo un huarache viejo que me viniera a taconear. Hasta p a ’ pedir lim osna hace falta principal. Hasta la risa te pago, contim ás unos eructos. Hasta que llovió en Sayula. H asta que se le hizo al caldo. Hasta p a ’pedir lim osna hace falta capital. H asta una piedra sirve para darse un hocicazo. Hasta que se le hizo al agua. Refranes “para... ” Este esquem a alberga al menos tres estructuras parem iológicas tradicionales: en prim er lugar, los ya m encionados refranes receta que se atienen a la estructura m al-rem edio análoga a la de los refranes “a esto, esto otro” ; en segundo, refranes ya de com plem ento indirecto, ya de finalidad, ya circunstanciales; y, finalmente, los refranes interrogativo-exclamativos. En el prim er caso, se trata de una serie muy importante de refranes, generalm ente gnom em áticos, que se atienen al esquem a “para esto + sentencia” . Esta sentencia puede consistir en una oración de tipo S + V + P como “para el mal de am ores no hay doctores” , “para agarrar borrachera, bueno es el vino cualquiera”, “para confianza y secretos, no hay sujetos” ; o bien una expresión sentenciosa generalm ente preposicional como “para dejar de llover, por San M iguel” . Una tercera posibilidad estructural de este esquema es la que hace consistir el refrán en una expresión exclam ativa del tipo “p’al m edio día que me falta como quiera lo com pleto”. Finalm ente, esta estructura alberga algunos refranes interrogativos presididos por la expresión “¿para qué...?” . Ejemplos: P a’ los toros del Jaral, los caballos de allí mesmo. Para am ores que se alejen busca am ores que se acerquen. 248 L as estructuras del refranero mexicano Para caballo duro, bozal de seda. Para el caballero, caballo; para el mulato, muía, y para el indio, burro. Para el catarro, el jarro; y si no se quita, la botellita. Para el desprecio el olvido. Para la yerba, la contrayerba. Para las m uchas leyes, m uchas muelles. Para un buen burro, un indio; para un indio, un fraile. Para un gavilán liviano un tuvisi madrugador. Para uno que m adruga, otro que no se acueste. Para una buena hambre, una buena tortilla. Para todo mal, m ezcal, y para todo bien, tam bién. Para tus cóleras, mis flemas. Para un bien servido, un mal pagado. Para un buen pedidor, un buen ofrecedor. Para un corazón contrito un cristo crucificado. Para uno que corre, otro que vuele. P a ’ los toros del Jaral, los caballos de allí mesmo. P a ’l olor de la com ida el sonido del dinero. Para bailar el jarabe, quien lo sabe. Para cada perro hay su tram ojo. P a ’ qué quero más agruras; con mis acedías tengo. P a ’ casa no hay burro flojo. Para am ar a Dios no hay que dar gritos. Para dejar el pellejo, lo mismo es hoy que mañana. Para colear, arción corta: para el pueblo, arción m ediana, y para el cam ino, larga. Para confianza y secretos, no hay sujetos. Para dejar de llover, por San M iguel. Para el am or verdadero no existen dificultades. Para el mal de am ores no hay doctores. Para el vino y las m ujeres, trabajam os los choferes. Para las criadas del cura no hay infierno. Para lazar y no m enear, ni una ni más de dos has de amarrar. Para lo que hay que ver, con un ojo basta. Para mí la pulpa es pecho y el espinazo, cadera. Para negociar, de tres cosas escapar; fraile, m ujer y militar. Para que descanse tu cabalgadura búllele la silla y jálale la cola. 249 E l hablar lapidario Para pendejo no se estudia. Para que acaben las chinches hay que quem ar el petate. Para qué las cortas verdes si m aduras caen sólitas. Para qué quiero jacal si aquí tengo mi jorongo. Para qué son las cam panas si se asustan del repique. Para que la cuña apriete, ha de ser del m ism o palo. Para no ser infeliz evita cualquier desliz. Para tom ar pulque puro, beberlo en el tinacal. Para saber com o se hace un libro, prim ero hay que saber hacerlo. Para todo alcanza el tiem po sabiéndolo aprovechar. Para todos sale el sol aunque am anezca tem prano. Para una desgracia no se necesita nada. Para qué son tantos brincos estando el suelo tan parejo. Refranes "por . .. ” Por lo general, se trata de refranes sintácticam ente com puestos de oración subordinada con valor causal del tipo de "por las hojas se conoce el tam al que es de m anteca” /'4Dos son las m odalidades form ales de este tipo de refranes: unos son gnom em ático-exclam ativos. com o en el caso anterior, y otros son sim ples exclam aciones como: "por Dios que la tierra tiem bla de lo pesado que estoy” . M as no todos tienen la estructura de una oración com puesta: “por m ucho que haga la vara no podrá llegar a m etro” , "por la vereda se saca al rancho” , son oraciones sintácticam ente simples. En realidad, la prim era parte de estos refranes, presidida por la preposi­ ción “ por" goza de la misma versatilidad sintáctica de que goza la misma preposición que. según el Diccionario de la RAE tiene hasta 24 acepciones sin contar la de las locuciones conjuntivas causales "por qué" y "porque" com o en "¿por qué con tam al me pagas, teniendo biscochería?” o bien "porque son m uchos los diablos y poca el agua bendita” . Ejem plos: Por algo Dios no dio alas a los alacranes. Por apretado que sea. no hay culo que no se pea. Por favor te abrazan y quieres que te aprieten. Por ver arder la casa del vecino le prenden fuego a la propia. 34. 35. 250 Juan Allana French $ J. M. BBecua. &p.. o i... p.. 9%, 2 redición. Madrid. Real Academia Española. 1<$92.. L as estructuras del refranero mexicano Por m ucho que haga la vara no podrá llegar a metro. Por eso los hacen pandos porque los montan tiernitos. Por eso las m ujeres no dicen misa. Por cada cien m atrim onios ciento dos arrepentidos. Por Dios que la tierra tiem bla de lo pesado que estoy. Por eso tiene su cuera y otra que le están bordando. Por más agua que caiga de la alta peña, no ha de ser blanca la que es morena. Por la vereda se saca al rancho. Por las vísperas se sacan los días. Por un borrego no se juzga la manada. Por mi lado no hay portillo, toda la cerca está caída. Por un centavo no se com pleta un peso. Por uno que salga chueco no todos están torcidos. Por las hojas se conoce el tamal que es de manteca. Por qué con tam al me pagas, teniendo biscochería. Porque son m uchos los diablos y poca el agua bendita. Refranes “según... ” Se trata de una estructura relativam ente escasa en el refranero m exicano. En nuestro corpus sólo dos refranes se atienen a el la; los refranes que alberga son de índole gnom em ática y prácticam ente se reducen a un solo esquema: “según + SN + es + SN” . Se trata de condensaciones de fórm ulas muy simétricas del tipo: “según (sea) SN, es SN” donde aparece, por lo demás, la relación lógico-sem ántica entre ambos miembros. Ejemplos: Según el sapo es la pedrada. Según el perro es el garrotazo. Refranes “sin..." Los dos textos que nuestro acervo incluye de esta estructura son muy diferentes entre sí: el prim ero es una cuarteta que circula sobre los zam oranos y que, por haber entrado a form ar parte del habla popular adquiere, a veces, algunas funciones parem iológicas. Estrictam ente hablando, em pero, no es 251 E l hablar lapidario refrán. Queda, pues, sólo un refrán dentro de esta categoría y, como puede verse, se trata de un refrán gnom em ático. Ejemplos: Sin dinero, ricos; /sin nobleza, godos; /entre sí parientes,/y enemigos todos. Sin contar a la mujer, lo más traidor es el vino. Refranes “sobre... ” Com o en el caso anterior, son escasos los textos que en el refranero mexicano se atienen a esta estructura: propiam ente hablando, en nuestro acervo sólo hay uno y es, sin duda, gnom em ático. Ejemplo: “sobre advertencia no hay en g a ñ o ” . R efranes d e c o n j u n c ió n El grupo m ás importante de los refranes que em piezan por una estructura conjuntiva es, sin duda, el de los refranes “si...”, no tanto por su cantidad sino por su papel paradigm ático, en cuanto estructura, para toda la parem iología hispánica. Los refranes “si...” , en efecto, son los refranes condicionales por excelencia y paradigm a, por lo ya dicho anteriorm ente, del hablar gnome­ m ático. Se trata, como se sabe, de pares oracionales en que una de las dos oraciones del pequeño conj unto hace las veces de m odificador condicionante de la otra que, sintácticam ente, hace el papel de oración principal.36Práctica­ m ente sólo los muy tradicionales refranes “ si...” , de índole obviamente gnom em ática, y un buen grupo de refranes exclam ativos de estructura conj une ional, son los únicos textos que podríamos ubicaren este grupo. Como ya se ha dicho, la estructura de prótasis-apódosis es una de las m ás antiguas dentro del tipo textual del refrán y la que m ejor m uestra el parentesco del refrán con la ley. Sin embargo, la protasis parem iológica prefiere otras estructuras. En su m ayor parte, los textos aquí incluidos son de tipo conativo y no siem pre representan los textos más típicam ente lapidarios; prefieren la protasis con indicativo, aunque no falten refranes con protasis en subjuntivo. 36. Cfr. Emilio Alarcos Llorach. op. cit.. pp. 376 y ss. Alarcos expone el concepto tradicional de protasis y apódosis y los posibles modos verbales empleados por la protasis. 252 L as estructuras del refranero mexicano Refranes “si...” La estructura de estos refranes, como se ha dicho, consta de protasis y apódosis: en la protasis se indica la condición, la apódosis indica lo condicio­ nado. La estructura de la apódosis m uestra una gran variedad de form as que, como se verá más adelante, son las que determ inan la naturaleza formal del refrán: puede ser de tipo sentencioso (“obtendrás un puerco”), de tipo declarativo (“ la culpa es del repacejo”), de tipo parenético (“m asca el freno”) o de tipo exclam ativo (“pobres de las feas”). La protasis acepta varias posibilidades según el tiempo y persona verbales: “s i+ 2 apersona sing, pres. ind. ” , “si + 3a pers. sing. pres, ind.”, “si + 3a pers. sing, pretérito indefinido”, “ si + 3a pers. plural + pres. ind.” y, finalm ente, “si + Ia pers. sing. pres. ind.” . De cualquier manera, dom ina en estos refranes la función conativa que se apoya a veces en la protasis, a veces en la apódosis. Ejemplos: Si alim entas un lechón obtendrás un puerco. Si se te cierra una puerta, otra hallarás abierta. Si tú eres el m ism o diablo, yo seré tu San M iguel. Si quieres servir de veras da el consejo y el tostón. Si se alivió, fue la virgen, si se murió, fue el doctor. Si se atora en mi rebozo la culpa es del repacejo. Si te ensillan, m asca el freno. Si quieres cuidar tu raza, a la india con indio casa, no te parezca m ejor casarla con español. Si no te presto la yegua, mucho menos la potranca. Si quieres saber quién es, vive con él un mes. Si quieres fortuna y fam a, que no te halle el sol en la cama. Si no hubiera m alos gustos, pobres de las feas. Si no puedes m order, no enseñes los dientes. Si quieres saber el valor de un peso, pídelo prestado. Si una vela se te apaga, que otra te quede encendida. Si me m uero, le perdono; si me alivio, ya veremos. Si le aprieta al buey el yugo, aflójale las correas. Si el trabajo no cansara, no habría putas en las esquinas. Si lo que te honra no exhibes, lo que te deshonra oculta. Si es indio, ya se m urió; si es español ya corrió. Si como lo m enea lo bate, que sabroso chocolate. Si con atolito el enferm o va sanando, atolito vám osle dando. 253 E l hablar lapidario Si es de chaqueta, que pase, y si es de blusa, que espere. Si Dios hiciera de pulque el mar, me volvería pato p a ’ nadar. Si ves las estrellas brillar, sal m arinero a la mar. Refranes “aunque... ” Es una estructura típicam ente conativa. Los refranes aquí agrupados se atienen a una construcción típicam ente concesiva que denota, por tanto, una oposición general entre lo indicado por la protasis, cuyo énfasis es reforzado por el subjuntivo, y lo asentado en la apódosis. Está por demás decirque tienen una estructura binaria de la misma índole que los condicionales. A decir de Juan A lcina Franch y José M anuel Blecua, La agrupación aunque se produce al frente de una proposición periférica que puede tomar dos valores: concesivo, siempre que haya una relación de causa a efecto entre la proposición marcada por aunque y la oración del verbo dominante...” Aunque esta estructura podría tener tam bién un valor adversativo, en los refranes del corpus siem pre hay una relación lógica entre la protasis y la apódosis. Ejemplos: Aunque te digan que sí, espérate a que lo veas. Aunque la jau la sea de oro, no deja de ser prisión. Aunque la m ona se vista de seda, mona se queda. A unque te chille el cochino, no le sueltes el m ecate. Aunque le falte el resuello no te asustes porque es chata. A unque lo que dicen no es, conque lo aseguren basta. A unque todos somos del mismo barro, no es lo m ism o bacín que jarro. A unque veas pleito ganado, vete con cuidado. Refranes "que... ” Excepto expresiones claram ente exclam ativas o interrogativas como “qué tal estará el infierno que hasta los diablos se salen” o “qué te andas valiendo de ángeles habiendo tan lindo Dios” , los refranes que se incluyen en esta 37. 254 O p . c it.. p. 1000. L as estructuras del refranero mexicano estructura constan, por lo general, de dos partes la prim era concesivoexclam ativa y la segunda ya causal, ya concesiva, ya condicional, ya declarativa. El sintagm a “que + subj.” , es no sólo típicam ente exclam ativo sino que lleva implícito un sentido concesivo poco estudiado. La primera parte consta, en efecto, de “que anunciativo + SV con verbo en subjuntivo + sujeto...” ,38que supone, lógicay sintácticamente, una oración principal regida por un verbo de m ente como desear, querer, conceder, aceptar, etc., que, desde luego, está elidido. En el habla cotidiana a que se atiene el refranero este tipo de frases abundan en form a autónoma. Ejemplos: Que ayunen los santos que no tienen tripas. Que vaya la cura en regla y aunque se m uera el enfermo. Que beban agua los bueyes, que tienen el cuero duro. Que corran a la pilm am a, que el niño ya se divierte. Que dé leche la vaca y aunque patee. Que com an, pero que no se amontonen. Que me aguante la m uía y aunque respingue. Que digan m isa si hay quien se las oiga. Que trabajen los casados que tienen obligación. Que les cuadre o no les cuadre prestar libros ni a tu padre. Que vayan por lo que queda los que gustan de las sobras. Que no te den gato por liebre. Que estudie el que no sepa. Qué le cuidan a la caña si ya se perdió el elote. Refranes “o... o ” La estructura “o... o” presenta, relativam ente, pocas variedades dentro de nuestro acervo; la prim era m odalidad se atiene a la siguiente estructura: “o + SV en segunda pers., indic. + o + SV en segunda pers., indic.” ; la segunda, en cam bio, consiste en expresiones paralelas sin verbo del tipo de “o todos parejos o todos chipotudos”, “o todos hijos o todos entenados” . De hecho, según se desprende de la naturaleza m ism a de la estructura, se trata de una construcción fundam entalm ente paralelística. Ejemplos: O te purificas luego, o ves para qué naciste. 38. Juan AlcinaFranch/José Manuel Blecua, cp. c/7.,p.982. 255 E l hablar lapidario O bailas o te suspendo la tonada. O bien callado o bien vengado. O bien callada o bien vengada O cabrestean o se ahorcan. O la fruta bien vendida o podrida en el huacal. O la bebes o la derramas. O todos de blanco o todos de negro. O todos vestidos o todos desnudos. O todos coludos o todos rabones. O jalan parejo, o no hay testam ento Refranes “y... ” Com o m uchas de las estructuras que sustentan los refranes, la presente es derivada de un uso enfático de la conjunción “y” . Según el Diccionario de la RAE: 39“em pléase a principio de período o cláusula sin enlace con vocablo o frase anterior, para dar énfasis o fuerza de expresión a lo que se dice..”. Ejemplos: Y qué ha de dar San Sebastián si ni a calzones llega. Y por esa m uía lloras, ni yo que perdí el hatajo. Y cóm o de noche no, habiendo tan linda luna. Y qué le espulgan al juil si tiene el cuero tan liso. Y dale que ha de parir mirando la noche que hace. Y qué culpa tiene dios que sus hijos sean m alcriados. Y m ientras me condeno, qué como y qué ceno. Y a don Quele, qué le importa (qué le duele). R e f r a n e s in t e r je c t iv o s Las expresiones parem iológicas aquí agrupadas forman parte de los refranes exclam ativos de los que ya hemos hablado en reiteradas ocasiones y sobre los que volverem os más adelante. Estrictam ente hablando, no pueden ser consi­ derados com o m odelo de lapidariedad. Se trata de textos presididos y estructurados por expresiones interjectivas que, com o dicen, Juan Alcina 39. 256 Op. cit.. p. 2113. L as estructuras del refranero mexicano Franch y José M anuel Blecua,40son “agrupaciones fonem áticas inhabituales en la lengua, onom atopeyas o palabras de di versas clases significativas por sí m ism asque m ediante la entonación se fijan y habilitan como interjecciones.” Como todos los textos que discursivamente desempeñan la función de ornato, estos textos parem iológicos expanden la frase en vez de comprimirla: ello equivale a decir que van en sentido diam etralm ente opuesto al de la lapida­ riedad. Ejemplos: ¡Ah qué suerte tan chaparra hasta cuando crecerá! ¡Ah qué retebién con lápiz, hasta parece con tinta! ¡Ah qué los de Jalpa, con razón se ahogaron! ¡Ah qué bonito bagre p a ’ tan cochino charco! ¡Ah qué m oler de criatura, parece persona grande! ¡Ah qué gente tiene mi amo, y más que le está llegando! ¡Ah qué rechinar de puertas, parece carpintería! ¡Ah qué mi Dios tan charro, ni las espuelas se quita! ¡Ah qué chinchero Pachita, sácate el petate al sol! ¡Ahí nomás tuna Cardona, ya llegó tucuitlacoche! ¡Ahi verás si m ueres de hambre o comes lo que te dan! ¡Ahora sí que las de abajo cagaron a las de arriba! ¡Ahora es cuando chile verde (yerbabuena) le has de dar sabor al caldo! ¡Ahora sí, violín de rancho, ya te agarró un profesor! ¡Ahora lo verás, huarache, ya apareció tu correa! ¡Ahora que entierran de oquis, vámonos muriendo todos! ¡Ahorita son los repiques.y después son las llamadas! ¡Animas que nazca el niño pa’ que me diga papá! ¡Animas que salga el sol pa’ saber cómo amanece! ¡Ay, palom as, qué alto vuelan, pero con maicito bajan! ¡Ay, cocol ya no te acuerdas de cuando eras chimisclán! ¡Ay chingado, como dijo el educado! ¡Ay, farito, ni que fueras lukistray! ¡Ay, m am á, qué pan tan duro, y yo que ni dientes tengo! ¡Ay, chirrión qué tren tan largo, nomás el cabús le veo! ¡Ay, Chihuahua, cuánto apache, cuánto indio sin huarache! ¡Ay am or cómo me has ponido, seco, flaco y descolorido! ¡Ay, chaparros cómo abundan, parece que los escupen! 40. Op. c it., p. 494. 257 El H A B L A R L A P ID A R IO ¡Ay qué suerte tan chaparra! ¿Hasta cuando crecerá? ¡Ay qué buena está mi ahijada, pa' qué la habré bautizado! ¡Ay, qué rebonita piedra para darme un tropezón! ¡Ay, quien fuera sol, chatita, nomás pa’ponerla prieta! ¡Ay, m uerte, no te me acerques que estoy tem blando de miedo! ¡Ay, m am á, los toros, unos pintos y otros moros! ¡Ay, poderoso jorongo, cómo me rozan tus lanas! ¡Ay reata no te revientes que es el último jalón! ¡Oh, Dios, quítame lo viejo, que me estoy enflaqueciendo! ¡Upa y upa, dicen los de Cuernavaca, que el anim al que es del agua nom ás la pechuga saca! R e f r a n e s in t e r r o g a t iv o s Están estructurados en torno a una pregunta. El “qué” de estas expresiones aunque por lo general es un pronombre interrogativo, a veces se le antepone o aún substituye por un pronom bre exclam ativo. Ejemplos: ¿A quién le dan pan que llore? Qué dicen calandrias cantan o les apachurro el nido. Qué ha de dar la encina, sino bellotas. Qué de veras, M iramón Como te lo digo, Concha. Qué sabe el burro de freno ni el caballo de aparejo. Qué mis enchiladas no tienen queso. Qué, porque le canta un pobre no le gusta la tonada. Qué dice Dios de su vida lo mismo que de bajada. Qué harem os en este cazo sin cuchara y sin cedazo. Qué m ás quisiera el gato que lamer el plato. Qué mis pesos no tienen águila. Qué me duras, calentura, ya llegó tu mejoral. Qué entendéis por los infiernos: suegros, cufiados y yernos. 258 V II LA FORM A DE LOS REFRANES La f o r m a y l o f o r m a l e n l a i n v e s t i g a c i ó n l i t e r a r ia Ya hemos discutido el concepto de “form a” que aquí asumimos y sus diferencias tanto con el concepto de “estructura” como con el de “fórm ula” ; en esta disertación, para decirlo descriptivam ente, nos basamos en el hecho fundamental de que un refrán, al que concebimos como un “género” textual, tan presto puede adoptar la “form a” de un consejo, como la de un veredicto de tipo jurídico, una norma o regla, una receta, una simple declaración constatativa, una tasación, una exclam ación, una pregunta o, en fin, un mandato y aun una exhortación y, por tanto, estar dotado de las estructuras correspondientes. Como m encionam os arriba, nuestro principal punto de inspiración para este concepto de “ form a” proviene de la escuela llamada, dentro de la investigación bíblica, la Formgeschichteschule. El concepto de forma em a­ nado de esta escuela parte del supuesto de que cada una de la situaciones que conforman la vida cotidiana de un pueblo va agrupando en torno a sí un tipo de textualidad que, según cada caso, sirve de codificación de las principales actitudes que la com unidad en cuestión adopta. Así como hay unas circuns­ tancias específicas en las cuales, y solamente en las cuales, se puede decir con propiedad “ ¡buenos días!” o “ ¡buenas noches!” así las hay también para dar lugar a otras formas. Sucede loque conel léxico: las palabras son codificacio­ nes colectivas de la experiencia que sirven para traducir las experiencias particulares y poder hablar de ellas. Palabras, fórmulas, formas y otras configuraciones textuales mayores son productos del mismo fenómeno que sirven de mediación en la comunicación de un pueblo en la medida que a través de ellas se puede traducir la propia experiencia: se trata, obviam ente, de automatizaciones. El hablar, eri efecto, siempre procede por automatizaciones de esta índole que, según su configuración, son más o menos complejas. En autom atizaciones de esa índole consisten, en parte, las tradiciones textuales. 259 E l hablar lapidario En las formas textuales, por tanto, como en los demás tipos de configuraciones sim ilares, hay un natural vínculo entre forma y función, entre la forma textual y la función que desem peña socialmente. Cuando las circunstancias se hacen com plejas, las form as tam bién se hacen complejas. El interés por las form as en la literatura ya se había m anifestado en Alem ania desde el siglo pasado aunque en un sentido diferente al que aquí nos interesa.1Sin em bargo, para decirlo llanamente, el térm ino ‘"forma” entró a la investigación literaria referido exclusivam ente a las form as orales. La investigación que sobre las formas bíblicas se hizo de fines del siglo pasado a la prim era mitad del presente fue expuesta, por ejem plo, en la célebre Introducción al Antiguo Testamento deO tto E issfeldt12quiendistingueen la fase preliteraria del Antiguo Testamento las siguientes formas: form as en prosa, dichos y cantos, cada una de las cuales con una abundante variedad de subgéneros. Sin embargo, se puede decir que el interés por las form as en terrenos de la investigación literaria es una intuición que cunde entre las dos guerras. Tres son los frentes que, al menos nom inalm ente, podrían disputarse la paternidad: la m encionada Formgeschichteschule, la propuesta de André Jolles y los trabajos de Vladim ir Propp sobre m orfología del cuento. La Formgeschichteschule es, como decía, una corriente m etodológica dentro de la investigación bíblica en el seno, sobre todo, del protestantism o alem án. Se trata de un tipo de investigación que, independientem ente de sus antecedentes en la investigación veterotestam entaria del siglo pasado, sobre todo con Herm ann G unkel,3tiene un origen datable en 1908 cuando J. Weiss publica su obra Die Aufgaben der neutestamentlichen in der Gegenwart4en que planteaba así los problem as de la ciencia neotestam entaria: no sólo la forma literaria de los evangelios es en su conjunto hasta ahora un problema no resuelto; queda por resolver principalmente y sobre todo cada una 1. 2. Los antecedentes de la historia de las formas en la literatura como verdadera historia de la literatura, puede verse en la multicitada obra de Klaus Koch, W a s is t F o r m g e s c h ic h te ? N e n e W e g e d e r B ib e le x e g e s e , segunda edición, Neuckirchen/Vluyn, 1967, p. 3 nota 1. Cito por la traducción inglesa realizada por Peter R. Ackrod y publicada en Oxford por Basil Blackwell en 1966 bajo el título de The O l d T e s ta m e n t. A n I n tr o d u c tio n in c lu d in g th e A p o c r ip h a a n d P s e u d o e p ig r a p h a , a n d a ls o th e w o r k s o f s im ila r ty p e f r o m Q u m r a m . T h e H is to r y o f the F o r m a tio n o f th e O l d T e s ta m e n t. 3. 4. 260 Gunkel se había ocupado de las formas al estudiar los problemas fundamentales subyacentes a la historia de la literatura israel ita. Una obra ejemplar, en ese sentido, es su E in le itu n g in d ie P s a lm e n (segunda edición, Gótingen, Vandcnhoeck und Ruprecht, 1966) de la que existe una excelente traducción al español por Juan Miguel Díaz Rodelas (Valencia, Institución San Jerónimo, 1983). Gótingen, 1908. L a forma de los refranes de las narraciones en particular y los grupos concretos de materiales. Se está pidiendo con urgencia la comparación de esos materiales, clasificándolos por tema y estructura formal, no sólo acudiendo a m odelos anteriores del Antiguo Testamento, sino a todo aquello que esté al alcance y pueda presentar formas parecidas[...] En una palabra, hay que abordar aquí una crítica de estilo, que naturalmente tiene que ir de la mano con la crítica y la labor comparativa de la historia de las religiones.5 Como se ve, se trataba entoncesde investigaren los estadios preliterarios de la Biblia la condición textual del material: se trataba, en concreto, de dar con las form as estereotipadas que de la vida cotidiana hubieran pasado a la literatura, de describirlas, de especificar tanto su intención literaria como su ambiente vital (Sitz im Leben); es decir, el contexto situacional y circunstan­ cias de la vida real que le dieron origen a la forma y en los cuales desem peñaba su función. Cuando la Formgeschichteschule habla de formas estereotipadas se refiere a m anifestaciones textuales tanto orales como escritas que se han convertido en form as fijas: como “buenos días”, “buenas noches”, “el que a buen árbol se arrima, buena sombra lo cobija”, etc. A este tipo de formas fijas las llama “form as estereotipadas” y parte del supuesto de que el habla cotidiana está llena de ellas: que para hablar, no son las palabras las únicas configuraciones endurecidas y fijas sino que hay una serie de expresiones que están ligadas a determ inados contextos que hacen que el hablante ante esos contextos no sólo disponga de un acervo de palabras sino de un acervo de formas estereotipadas. Cuando la Formgeschichteschule habla de “form as” se refiere, en concreto, a cosas como un saludo, una receta culinaria, una carta, una esquela funeraria, un epitafio, una canción, una adivinanza o un refrán; y tiene la convicción de que una forma de habla depende de la situación de manera que las situaciones nuevas dan lugar a formas nuevas. Interesada com o estaba la Formgeschichteschule en los estados preliterarios de la Biblia, aunque a veces da la impresión de identificar esas formas estereotipadas con lo que se ha solido 1lamar los géneros literarios,6 sin 5. 6. J. Weiss, op. c it., p. 35, citado en Heinrich Zimmermann, N e u te s ta m e n tlic h e n M e th o d e n le h e r e . D a r s te llu n g d e r h is to r is c h - k r itis c e n M e th o d e , segunda edición, Verlag Katholisches Bibelvverk Stuttgart, 1968, p. 130. Citamos por latraducción al español hechaporGumersindo Bravo L o s m é to d o s h is tó r ic o - c r ític o s e n e l N u e v o T e s ta m e n to , Madrid, BAC, 1969, p. 133. Por ejemplo, para el D ic c io n a r io te r m in o ló g ic o d e la c ie n c ia b íb lic a de G. Flor Serrano y Luis Alonso Schókel (Madrid, Ediciones Cristiandad, 1979, p. 43) es lo mismo la F o r m g e s c h ic h te que el análisis histórico de géneros. También lo hace Gerhard Lohfink en su 1\bxo J e tz v e r s te h e ic h d ie B ib e l (Stuttgart, Verlag Katholisches Bibelvverk, 1973). 261 E l hablar lapidario em bargo cuando la Formgeschichteschule se ocupa de la “ intención literaria” de la form a describe dicha intención literaria en térm inos de “ in fo rm a r” , “ n a rra r” , “ in stru ir” , “ p re d ic a r” , “ a c u sa r” , “ e x h o rta r” , “m andar” o “confesar” . Para esta disertación basam os, de hecho, nuestro concepto de “form a” en lo que aquí se describe como la intención literaria del género refrán. Por tanto, como se verá, nuestra propuesta de clasificación form al de los refranes puede decirse que apenas “se inspira” en la Formgeschichteschule. La investigación tradicional de la Formgeschichteschule encuentra como “form as” de los evangelios dos tradiciones. En una tradición que llama “doctrinal” encuentra, en efecto, dichos proféticos, dichos sapienciales, dichos legislativos, meshalim, los dichos “yo” y los dichos vocacionales.7 Tam bién hay form as evangélicas que se adscriben a otra tradición que llama “histórica” .8 La Formgeschichte de las epístolas neotestam entarias, en cam bio, encuentra form as como los himnos, confesiones de fe, textos eucarísticos, catálogos de virtudes y de vicios, catálogos de deberes, etc. En la Formgeschichteschule, como ya dijimos más arriba, distingue muy bien entre “form a” y “fórm ula” : las fórm ulas son más breves, concisas y mejor term inadas que las formas. Encuentra en la literatura neotestam entaria tres tipos de fórm ulas: las hom ologías, las fórm ulas de fe y las doxologías.910 En 1930, en un ámbito más general, André Jolles publica su célebre e im portante obra Einfache Formen 10 en que se ocupa, com o se sabe, de distintas form as de lenguaje como la leyenda, la saga, el mito, el enigm a, el refrán, el cuento, el memorial y el chiste. Se trataba, como en el caso de Weiss, de estudiar las características de cada una de estas formas. Según Renato Prada O ropeza," 7. 8. 9. 10. 11. 262 C fr. H. Zimmermann, op. c i t ., pp. 144 y ss. H. Zimmemann, op. c it., pp. 152 y ss. Heinrich Zimmermann, op. c it., pp. 169 y ss. Tübingen, 1930. L asegundaediciónde 1956 aparece bajo este título desglosado: E in fa c h e F orm en . L e g e n d e , S a g e , M ith e , R á ts e l, S p r u c h , K a s u s , M e m o r a b ile , M a r c h e n , W itz. De esta obra, Ed. du Seuil publicó unatraducción al francés bajo el título de F o r m e s s im p le s (Paris, 1972). André Jolles, un hol andés natural izado alemán, había empezado a trabajar en Ias formas en 1923, un par de años después deque Karl Ludwig Schmidt publicara su decisiva obra sobre la investigación de las formas D e r R a h m e n d e r G e s c h ic h te J e s u (Berlín, 1919) y de que Martín D ibelius publicara su influyente libro D ie F o r m g e s c h ic h te d e s E v a n g e liu m s (Tübingen, 1919). El lenguaje narrativo. P r o le g ó m e n o s p a r a u n a s e m i ó tic a n a r r a t iv a , Zacatecas, Departamento Editorial de la Universidad Autónoma de Zacatecas, 1991, pp. 149 y s. L a forma de los refranes a este método Jolles opone una investigación morfológica, inspirado también, com o en el caso de Propp, en algunas intuiciones de Goethe; dicha investigación tendrá com o objeto propio la forma {Gestalt). Se llegaría a ella eliminando todo lo que sea condicionado por el tiempo y pertenezca a la movilidad individual; de este modo se podría descubrir una forma homogénea que se encontraría actuali­ zada en diversas manifestaciones poéticas. Esta forma comportaría un principio de articulación y orden internos, es decir, un sistema. Por ello, el método nuevo deberá fijar bien su objeto que no es otro que el de la determinación y la interpretación de las formas. Una intuición de Jolles utilizable en nuestro concepto de “form a” es la idea de que una form a textual responde a una disposición mental que, por lo demás, es la que organiza o configura los elementos de la forma. En palabras de Jolles: los elem entos que manifiestan una disposición mental determinada y la forma que les corresponde no tienen validez sino al interior de esta forma. El universo de una forma simple no es válido y coherente sino al interior del mismo. En cuanto se retira un elemento para trasportarlo a otro universo, este elemento cesa de pertenecer a su esfera de origen y pierde su validez.12 Sin em bargo, se puede decir que el interés por las formas textuales fue una intuición que se generalizó a principios del siglo XX en diferentes frentes quizás por reacción a los métodos de análisis literario que habían estado en vigencia el siglo anterior y que lo único que habían hecho había sido circundar la obra literaria sin lograr acercarse realmente a ella. Muy significativo resulta, entonces, el m ovim iento que con el nombre de “formalismo ruso” nace y crece el prim er cuarto de siglo y se desarrolla a través de su polém ica con el marxismo. Ya el nom bre de “form alism o” con que se conoce al m ovimiento es significativo para el asunto que nos ocupa. Como bien se sabe, se suele entender por form alism o ruso a una rica tradición de estudios elaborados sobre textos, especialm ente los literarios; el formalismo floreció en Rusia a principios de siglo en torno tanto al llamado Círculo Lingüístico de M oscú como al grupo de Leningrado. El primero contaba entre sus miembros más importantes a Roman Jakobson, a P. Bogatirev y a G. O. Vinocur; el segundo que se conoció desde 1916 con el nombre Opojaz: siglas de Obscestvo izucenijapoeticeskogo jasyka que significa “ Sociedad para el estudio de la 12. Jolles, Formes simples, op. cit., p. 55 citado por Renato PradaOropeza, op. cit., p. 151. 263 El h a b la r la pid a r io lengua poética”, tenía entre sus filas a personajes de la crítica literaria de la talla de Viktor Shklovskij y Boris Eikhenbaum, amén de jóvenes lingüistas profesionales. Poco importan, en realidad, las discusiones de si tal o cual trabajo se encuentra o no a los orígenes del m ovimiento. Un recuento de las peripecias se puede encontrar en el ya clásico libro de Víctor Erlich que describe así los orígenes del formalismo: Los com ienzos del formalismo ruso lo fueron todo menos espectaculares. Los dos centros del movimiento — el Opojaz peterburgués y el Círculo Lingüístico de M oscú— al principio no eran más que pequeños grupos de discusión, en los que losjóvenes filólogos intercambiaban sus ideas acerca de los problemas fundamen­ tales de la teoría literaria en una atmósfera libre de restricciones impuestas por los cursos académicos oficiales.13 Las publicaciones de algunos de sus miembros y la veintena de artículos leídos entre 1918 y 1919 muestran bien los diversos intereses por los que transitan los cultivadores del método formal: "Los epítetos poéticos” y “El ritmo del verso de Osip Brik” de Osip Brik; “ El pentám etro yám bico de Pushkin” presentado por Tom ashevskij; “ El problem a de los préstamos e influencias literarias” de S. Bobrov; “ La lengua poética de X lenikov” de Roman Jakobson. Por estos pocos títulos se puede apreciar ya lo que estos investigadores entendían tanto por el sustantivo “form a” como, sobre todo, por el adjetivo “form al” . El grupo de San Petersburgo, en cambio, estaba interesado directamente en resolver los problem as de la literatura con la ayuda de la lingüística m oderna. Erlich llama al período que va de 1 9 1 6 a 1920 “ los años de enfrentam iento y polém ica” . Es, sin embargo, el período de form ulación de los postulados form alistas. Luego vendrá el enfrentam iento del formalismo con el m arxism o y las crisis form alistas que ello provocó: 1921-1925; en este lapso, sin embargo, las teorías formal istas sufrirían una criba obligada por los planteam ientos marxistas. El resultado es positivo para el form alismo: madu­ ra. Entre 1926 y 1930, sin embargo, tiene lugar lo que Erlich llama “crisis y desbandada” . 13. 264 El formalismo ruso , Barcelona, Scix Barral, 1974, p. 89. Véase, además, nuestro libro En pos del signo , Zamora, 1:1 Colegio de Michoacán, 1995, pp. I 5 1 y ss. L a forma de los r efr a n e s Pero fue B. M. Eikhenbaum (18 8 6 -1959) quien, en 1926, en su célebre artículo “ La teoría del ‘método fo rm ar’,1415se pronunció más claram ente por un método científico de investigación literaria asumiendo un método hipotético-deductivo muy cercano al de Karl Popper en La lógica de la investiga­ ción científica. Para Eikhenbaum , en efecto, la teoría es solamente una hipótesis de trabajo en nuestras investigaciones. Con su ayuda tratamos de señalar y comprender los hechos y descubrir su carácter sistemático, gracias al cual llegan a convertirse en materia de estudio [...] Preferimos establecer principios concretos y atenernos a ellos en la medida en que puedan ser aplicados a una materia determinada. Pero si esa materia exige una complejización o una modificación de nuestros principios, no dudamos en efectuarlas. En este sentido somos suficientemente libres frente a nuestras teorías, y, en nuestra opinión, toda ciencia debería serlo, en la medida en que existe una diferencia entre teoría y convicción. La ciencia no es algo definitiva­ mente construido: su existencia se basa en la superación de los errores, no en el establecimiento de verdades. '• “Form al” significó, en concreto, para los formalistas una cosa muy distinta que lo que significó tanto para la Formgeschichteschule como para Jolles. Es significativo para el concepto de forma y de lo formal tanto de ellos como del Círculo Lingüístico de Praga, su sucesor, el que en efecto de allí, andando el tiem po, haya nacido la fonología. Pero quizás, para el asunto que nos ocupa, ilustren m ejor los conceptos de "form a” y de lo “form al” los trabajos de V ladim ir Propp quien no sólo con Las raíces históricas del cuento sino, sobre todo, con su importantísima investigación sobre Morfolo­ gía del Cuento inspiró buena parte de los análisis de Lévi-Strauss sobre el mito y dio pie a una serie de investigaciones y conceptos actualm ente en boga en las ciencias del lenguaje. En Raíces históricas Propp pone de manifiesto que los cuentos populares rusos y soviéticos reflejan vestigios localizables históricamente de viejas concepciones mitológicas anteriores a el los.16Refle­ jan, en efecto, tom as de posición ante ideologías, cosmovisiones, ritos, costumbres de tiem pos muy antiguos. M uestra Propp cómo al reducir a 14. 15. 16. Formalismo y vanguardia , op. cit ., p á g s . Op. cit.. p . 3 0 . 2 9 y sigs. M á s tarde, G e o r g e D u m é z il e x p lo r a r á b r illa n te m e n te esta pista. V é a s e , so b r e to d o . novela , M é x i c o , F C E , 1 9 7 3 ; Escitas y ocetas. Mitología y sociedad. M é x i c o . cortesana y los señores de colores. Esbozos de mitología , M é x i c o . F C E , 1 9 8 9 . Del mito a la La FCE. 1989; 265 El h a b l a r la p id a r io cuentos las viejas m itologías tiene lugar un auténtico proceso de desm itologización o, lo que es lo mismo, de racionalización del mito. V ladim ir Propp, nacido en Rusia en 1895, fue profesor de etnología en la Universidad de Leningrado. La prim era edición de Morfología del Cuento apareció en 1928. “M orfología, dice, significa el estudio de las form as” . Con ello, Propp quiere decir el estudio de las partes constitutivas, el estudio de la relación de unas con otras y con el conjunto, el estudio — en resumidas cuentas— de la estructura. La form a como él lo expresa es la siguiente: M orfología del cuento es “el estudio de las formas y el establecim iento de las leyes que rigen la estructura” . Como dice Erlich: Su m étodo fue el del ‘análisis m orfológico’, es decir, el de analizar la estructura del cuento de hadas en sus partes constitutivas. El objetivo confesado del erudito era “reducir la aparente multiplicidad de los argumentos de los cuentos de hadas a un número limitado de tipos básicos”. ¿Cuál fue la base de esta tipología? Esta autoridad formalista en folklore era escéptico acerca de las numerosas tentativas de clasificación basadas en la naturaleza del medio descrito, o las características del protagonista. Estos criterios, sostenía, son inoperantes, ya que introducen un número virtualmente ilimitado de variables.17 La solución que Propp vio al problem a de los análisis estructurales, fue la de poner como unidad básica de ellos no el personaje sino su función, el papel que desem peña en el argum ento. Propp establece la distinción — en un cuento— entre dos niveles: lo que cambia y lo que no cambia. De acuerdo con lo anterior, parece desprenderse que es de la función de donde deriva la forma. Para m ostrar su propósito, cita una serie de casos: 1) El rey da un águila a un valiente. El águila se lleva a éste a otro reino. 2) Su abuelo da un caballo a Sutchenco. El caballo se lleva a Sutchenco a otro reino. 3) Un m ago da una barca a Iván. La barca se lleva a Iván a otro reino. 4) La reina da un anillo a Iván. Dos fuertes mozos surgidos del anillo llevan a Iván a otro reino, etc. En los casos citados — dice Propp— , encontramos valores constantes y valores variables. Lo que cambia, son los nombres (y al mismo tiempo los atributos) de los personajes; lo que no cambia son sus acciones, o sus funciones. Se puede sacar la conclusión de que el cuento atribuye a menudo las m ismas acciones a personajes diferentes. Esto es lo que nos permite estudiar los cuentos a partir de las funciones de los personajes.18 17. 18. Op. cit.. pp. 357 y s. Vladimir Propp. Morfología del cuento, tercera edición. Madrid. Editorial Fundamentos, 1977. pp 2132. 266 El h a b la r la p id a r io cuentos las viejas m itologías tiene lugar un auténtico proceso de desm itologización o, lo que es lo mismo, de racionalización del mito. V ladim ir Propp, nacido en Rusia en 1895, fue profesor de etnología en la Universidad de Leningrado. La prim era edición de Morfología del Cuento apareció en 1928. “M orfología, dice, significa el estudio de las form as” . Con ello, Propp quiere decir el estudio de las partes constitutivas, el estudio de la relación de unas con otras y con el conjunto, el estudio — en resumidas cuentas— de la estructura. La form a como él lo expresa es la siguiente: M orfología del cuento es “el estudio de las formas y el establecim iento de las leyes que rigen la estructura” . Como dice Erlich: Su método fue el del ‘análisis m orfológico’, es decir, el de analizar la estructura del cuento de hadas en sus partes constitutivas. El objetivo confesado del erudito era “reducir la aparente multiplicidad de los argumentos de los cuentos de hadas a un número limitado de tipos básicos”. ¿Cuál fue la base de esta tipología? Esta autoridad formalista en folklore era escéptico acerca de las numerosas tentativas de clasificación basadas en la naturaleza del medio descrito, o las características del protagonista. Estos criterios, sostenía, son inoperantes, ya que introducen un número virtualmente ilimitado de variables.17 La solución que Propp vio al problem a de los análisis estructurales, fue la de poner como unidad básica de ellos no el personaje sino su función, el papel que desem peña en el argum ento. Propp establece la distinción — en un cuento— entre dos niveles: lo que cambia y lo que no cambia. De acuerdo con lo anterior, parece desprenderse que es de la función de donde deriva la forma. Para m ostrar su propósito, cita una serie de casos: 1) El rey da un águila a un valiente. El águila se lleva a éste a otro reino. 2) Su abuelo da un caballo a Sutchenco. El caballo se lleva a Sutchenco a otro reino. 3) Un m ago da una barca a Iván. La barca se lleva a Iván a otro reino. 4) La reina da un anillo a Iván. Dos fuertes mozos surgidos del anillo llevan a Iván a otro reino, etc. En los casos citados — dice Propp— , encontramos valores constantes y valores variables. Lo que cambia, son los nombres (y al mismo tiempo los atributos) de los personajes; lo que no cambia son sus acciones, o sus funciones. Se puede sacar la conclusión de que el cuento atribuye a menudo las mismas acciones a personajes diferentes. Esto es lo que nos permite estudiar los cuentos a partir de las funciones de los personajes.18 17. 18. Op. cit.. pp. 357 y s. Vladimir Propp. Morfología del c//eA7/o.terceraedición. Madrid. Editorial Fundamentos, 1977, pp2132. 266 L a form a de los r efr a n e s Esta distinción de Propp tendrá una importancia capital no sólo para los análisis de Lévi-Strauss y, para la semiótica greim asiana, sino que perm ite establecer el principio de que en un texto es la función la que determ ina la forma, tan importante para el concepto de forma que aquí m anejamos: lo constante es lo funcional, podríam os decir. Por lo demás, de esta concepción propeana proviene no sólo su distinción entre un nivel superficial y un nivel profundo, l9sino su distinción entre actante, y personaje o actor. El problem a fundamental que se plantea en su Morfología del cuento es investigar en qué medida las funciones representan realmente “valores constantes, repetidos, del cuento” . Y, por tanto, ver cuántas funciones puede incluir un cuento. La investigación de Propp da respuesta a ambas preguntas. Por un lado, “ los personajes de los cuentos, por diferentes que sean, realizan a m enudo las mismas acciones” . Se trata, en efecto de constantes. Anotem os — dice Propp— que la repetición de funciones por ejecutantes diferentes ha sido observada hace ya tiempo por los historiadores de las religiones en los mitos y creencias, pero que no lo ha sido por los historiadores del cuento. Así com o los caracteres y las funciones de los dioses se desplazan de unos a otros y pasan incluso, finalmente, a los santos cristianos, las funciones de ciertos personajes de los cuentos pasan a otros personajes. En efecto, para Propp, como su nombre lo indica, el nivel superficial, llamado tam bién nivel de m anifestación o de los personajes, está constituido por lo que cam bia en el texto. Y “ lo que cambia — dice Propp— son los nombres (y al mismo tiempo los atributos) de los personajes” . En cambio, el nivel profundo está constituido por las funciones, la constante del texto. “ Lo que no cam bia — dice— son sus acciones, o sus funciones” . Cada función, en efecto, puede ser desem peñada por varios personajes.20 En cuanto al núm ero de funciones que Propp encuentra en los cuentos maravillosos, cabe decir que son treinta y una. La manera como determina las funciones es m ediante la pregunta “qué hacen los personajes” . Otras 19. Como puso de manifiesto ya Noam Chomsky en su L in g ü ís tic a c a r te s ia n a . U n c a p itu lo d e la h is to r ia d e l p e n s a m ie n to r a c io n a lis ta (segunda reimpresión de la primera edición, Madrid, Gredos, 1978) los 20. antecedentes de esta distinción son mucho más antiguos y se adscriben a la muy francesa tradición que, remontable a los m o d is ta e m edievales y a la muy antigua vertiente de los filósofos gramáticos, germina en torno a Port-Royal. Como ya lo ha señalado Noam Chomsky en su L in g ü ística c a r te s ia n a , op. c it., este concepto de estructura profunda y estructurasuperficial como planos estructurantes de un texto yahabían sido contemplados por los sabios de Port-Royal. 267 E L H A B L A R L A P ID A R IO preguntas como “quien hace algo y cómo lo hace son preguntas que sólo se plantean accesoriam ente'’. La conclusión a la que llega es form ulada por él en estos térm inos: Los cuentos maravillosos poseen treinta y una funciones. N o todos los cuentos m aravillosos presentan las mismas funciones, pero la ausencia de algunas de ellas no influyen en el orden de sucesión de las demás. Su conjunto constituye un sistema, una com posición. Sistema que se encuentra muy extendido y que es sumamente estable [...] El sistema no se limita a treinta y una funciones. Un motivo, por ejemplo el de “Baba Yaga da un caballo a Iván”, comprende cuatro elem entos, uno de los cuales representa una función, mientras que los otros tres tienen un carácter estático. El número total de elementos, de partes constitutivas del cuento, es alrededor de ciento cincuenta. Se puede dar un nombre a cada uno de estos elementos, de acuerdo con su papel en el desarrollo de la acción [...] Si se dieran nombres a los ciento cincuenta elementos del cuento maravilloso en el orden exigido por el mismo cuento, se podrían inscribir en ese cuadro todos los cuentos maravillosos; y por el contrario, cualquier cuento que se pudiera inscribir en esa tabla sería un cuento maravilloso mientras que aquellos que no pudieran inscribirse en ella serían otra clase de cuentos.21 Para ver qué y cómo entiende él por estas funciones veam os algunos ejem plos. La prim era de esas funciones es form ulada así por Propp: “uno de los m iem bros de la fam ilia se aleja de la casa". La definición de esta primera función es: “alejam iento” . “ El alejam iento, dice Propp, puede ser el de una persona de la generación adulta” : puede ser, por ejem plo, los padres que se van a trabajar; el príncipe que tiene que partir para un largo viaje y dejar a su m ujer entre extraños; etc. Se equipara al alejam iento la m uerte de un personaje, los padres, por ejemplo. La segunda función que Propp encuentra en los cuentos, la formula, en cambio, así: “ recae sobre el protagonista una prohibición” . La segunda función es definida, pues, como “prohibición”: “ no debes m irar lo que hay en esta habitación", “no te apartes del cam ino”, “no le abras a nadie”, etc. La última de las funciones, en cam bio, es: “el héroe se casa y asciende al trono” . Se define, por tanto, como “m atrim onio” . En cada una de estas funciones hay variantes que no viene el caso m encionar en este bosquejo. Las conclusiones que saca, al respecto, son las siguientes: los elem entos constantes, perm anentes, del cuento son las funciones de los personajes, sean cuales fueren estos personajes y sea cual sea la m anera en que 21. 268 V. Propp. Morfología.... op. cit.. pp. 155 y s. L a FORMA DE LOS REFRANES cumplen esas funciones. En segundo lugar, las funciones son las partes constitutivas fundam entales del cuento. En tercer lugar, el número de funcio­ nes que incluye el cuento m aravilloso es limitado. Cuarto: la sucesión de las funciones es siem pre idéntica. Finalmente: todos los cuentos m aravillosos pertenecen al m ism o tipo en lo que concierne a su estructura.22En palabras de Erlich, nuevamente, Mientras las dramatis personae a menudo cambian de una versión del mismo cuento a otra, las ‘funciones’ son las mismas. En otras palabras, el ‘predicado’ del cuento de hadas, lo que el protagonista ‘hace’, es el elemento constante; su sujeto — el nombre y los atributos del personaje— el variable. “El cuento de hadas — escribía Propp— a veces atribuye la misma acción a varias personas”. Según el período o medio ambiente étnico, el papel del torvo enemigo puede ser ejecutado por un monstruo, una serpiente, un gigante malvado o un jefe tártaro; la función del obstáculo colocado en el camino del héroe puede realizarlo una bruja, un malvado hechicero, una tempestad o un animal de p resa.23 Con esta herram ienta, Propp se dedica a estudiar el folklore internacio­ nal. Encuentra, al respecto, que la narración se constituye por un número limitado de elem entos fijos, las funciones, que constituyen una especie de morfología de la narración a un nivel más profundo que el solo nivel sintáctico. Observa, en efecto, que el número de funciones que se dan en cuentos de viaje era muy reducido — Propp encuentra y describe, como se ha dicho, treinta y un funciones— m ientras que el número de personajes era muy amplio; la secuencia de estas funciones, sin embargo, era siempre la misma. La conclu­ sión de Propp era que las sorprendentes semejanzas entre los cuentos de hadas de varios países y épocas radican no sólo en los motivos individuales sino en la manera como organizan esos motivos — es decir en los argum entos.24 Propp, en efecto, sacaba la conclusión de que todos los cuentos de hadas son estructuralm ente m onotípicos. Penetrar a las entrañas del funcionam iento narratológico del cuento es abonar a la cuenta de su “form a” . Si Morfología del cuento es importante para el avance de la semiótica, no menos im portante lo fue otro ensayo de Propp — menos fam oso, cierta­ mente. Me refiero a “ Las transform aciones de los cuentos m aravillosos” . Partiendo de la m ism a distinción entre constantes y variables en los cuentos, 22. 23. 24. Morfología, op. cit., pp. 33-35. Elformalismo ruso, op. cit., p. 358. V. Erlich, op. cit., p. 358, & 3. 269 E l h a b l a r la p id a r io estudia precisam ente el fenóm eno de la transform ación que sufren las funciones al pasar de un cuento a otro, de una cultura a otra. A saber, si la estructura de un cuento ruso es equivalente a la estructura de un cuento egipcio en donde los personajes y sus atributos son distintos. A eso llama Propp “ m o rfo lo g ía ” . De acuerdo con lo hasta ahora dicho, entendem os por “form a” una configuración textual fundam ental determ inada por la función. Como lo señalam os arriba, las “form as” son m aneras de ser concretas de las configu­ raciones textuales m ayores denom inadas “géneros” . Los géneros, pues, son configuraciones m ayores que o están com puestos de form as, o se realizan históricam ente en formas: el de los refranes es un tipo textual que se realiza históricam ente en formas. Una novela, a su vez, es un género textual en cuya com posición entran diferentes formas. Al sustrato conform ante tanto de las form as como de los géneros se le llama, en fin, estructura. Tanto las formas com o los géneros textuales pueden estar sim ultáneam ente conform ados por diversas estructuras. Api icado al refrán, diríamos que es un género textual que se da históricam ente en varias form as (constataciones, consejos, veredictos, normas, recetas, tasaciones, exclamaciones, preguntas, interpelaciones), cada una de las cuales puede ser analizada, por ejem plo, desde el punto de vista de las diferentes estructuraciones que su sistem a sem iótico implica: una estruc­ tura sintáctica, una estructura sem ántica, una estructura lógica, etc.25 Ya hem os visto en nuestro capítulo segundo cómo en algunos ámbitos los térm inos estructura, forma y género, con frecuencia funcionan como sinónim os. En una disertación como ésta no creem os necesario intentar crear un nuevo sistem a term inológico: estam os convencidos de que lo único que lograríam os con ello sería aum entar la cantidad de térm inos flotantes. Por lo dem ás, sobre las diferencias que entre algunos ám bitos de investigación circulan sobre estos térm inos, puede verse el ya citado libro de Klaus Koch, Was ist Formgeschichte?26278En cambio, sobre un concepto más elaborado de estructura literaria, puede consultarse tanto la excelente tesis de Albert Vanhoye, La structure littéraire de 1 'épitre aux hébreux,21como la también tesis de Ugo Vanni, La struttura letteraria d ell’A pocalisse.n Para esta 25. 26. 27. 28. 270 Aunque tenemos en cuenta en ensayo de Tzvetan Todorov. "L'origine des genres" (en L e s genres du discours. Paris. Ed. du Seuil. 1978. pp. 44 y ss.) no lo seguim os en su totalidad. Op. cit. Paris/Bruges. Desclée de Brouwer. 1963. Roma. Herder. 1971. L a forma de los refranes disertación, com o hemos dicho, asumimos, en concreto, que el “refrán” es un tipo textual o género literario;29que de los refranes hay algunas formas fundam entales según el tipo de enunciación que se da en cada refrán; que un mismo refrán puede tener, desde el punto de vista de la pragm ática, más de un tipo de enunciación — por ejem plo, un refrán puede ser constatativo y al mismo tiem po exclamativo— y, finalmente, que para cada uno de estos textos existen varias estructuras que relacionadas entre sí organizan los distintos niveles del texto. Son m arcas indicadoras de la forma, por consiguiente, para el caso que nos ocupa, principalm ente el empleo del tiempo, modo y persona verbales, al igual que el em pleo de un determ inado tonem a ya de cadencia, ya de anticadencia.30De hecho, el empleo simultáneo de categorías morfo-sintácticas, por un lado, y prosódicas, por otro, conduce al ya mencionado resultado de que un mismo texto pueda ser clasificado en dos casilleros diferentes. Por lo demás, asum im os con plena conciencia la observación que ya alguna vez Dámaso A lonso hiciera sobre la com plejidad de los com ponentes del signo lingüístico.31 Sin em bargo, hay que tener en cuenta, además, que algunas estructuras m orfosintácticas están íntim am ente ligadas a tonem as de anticadencia dando como resultado los textos exclamativos. Desde luego, no es nuestro propósito replantear la term inología en boga sobre el asunto. Nos interesa dejar en claro, sí, que las estructuras son el m ecanism o sustentador de las form as y que en el capítulo anterior sólo nos hemos ocupado de algunas 29. 30. 31. Fernando Lázaro Carreter no estaría de acuerdo con esto según se desprende de su ensayo “literatura y folklore: los refranes”, en Fernando Lázaro Carreter, E s tu d io s d e lin g ü ís tic a , segunda edición, Barce­ lona, Editorial Crítica, 1981, pp. 207-217. Femando Lázaro Carreter, D ic c io n a r io d e té rm in o s filo ló g ic o s , quinta reimpresión de la tercera edición, Madrid, Gredos, 1981, p. 393. Tomás Navarro Tomás (TNT) tanto en su M a n u a l d e e n to n a c ió n e s p a ñ o la (cuarta edición, Madrid, Ediciones Guadarrama, 1974) como en su Manual de pronuncia­ ción española (décim o quinta edición, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1970) se ocupó explícitam ente de estas cuestiones. Al hablar, en efecto de los distintos tipos de entonación (enunciativa, interrogativa, volitivay emocional) da pie para introducircriterios tonales en la clasificación formal de los refranes que aquí nos interesa. TNT, por ejemplo, en su M a n u a l d e e n to n a c ió n e s p a ñ o la , al ocuparse de la entonación volitiva, anal iza varios tipos de entonaciones entre las que se encuentra la “entonación de proverbio” como llama TNT a “la entonación enunciativa” que “presenta una entonación característica de los refranes y proverbios, cuando estas frases, comúnmente reconocidas, se dicen con especial propósito de advertencia y recom endación”. {O p . c it., p. 20). La citada G r a m á tic a d e la le n g u a e s p a ñ o la de Emilio Alarcos Lorach propone también varios “esquemas de entonación” entre los que se encuentran el interrogativo, el asertivo, el enumerativo y el em otivo. O p . c i t ., p p . 52-56. Dámaso A lonso, P o e s í a e s p a ñ o la . E n s a y o d e m é to d o s y lím it e s e s ti lís ti c o s . G a r c ila s o , F r a y L u is d e L e ó n , S a n J u a n d e la C ru z, G ó n g o r a , L o p e d e V ega, Q u e v c d o , quinta edición, Madrid, Gredos, 1993, pp. 19 y ss. 271 E l h a b l a r la p id a r io estructuras de tipo gram atical corno distintivas de grupos de refranes. En el presente capítulo, en cambio, asumiendo que los textos del corpus pertenecen al género textual del “refrán” , querem os m ostrar que, sin em bargo, desde el punto de vista textual, como hemos visto que sucedía desde el punto de vista estructural, estos refranes son agrupables de acuerdo con la form a textual que adoptan. Som os conscientes de que en un texto tan breve como un refrán funcionan otros tipos de estructuras; sin embargo, para el fin de nuestra investigación no consideram os necesaria la clasificación del corpus según todas las estructuras que lo sustentan. Para nuestros fines, por tanto, nos es suficiente asum ir la estructura textual como una red de relaciones, del tipo que sean, que contraen entre sí todos los elem entos de una obra literaria y que hacen de ella una obra unitaria. Las diferentes form as textuales son al mismo tiem po unidades textuales por las diferentes estructuras que las sustentan. Una carta, por ejem plo, es una unidad literaria. Es unidad, en prim er lugar, porque el conjunto constituye externam ente lo que se llama “carta” . Tiene, pues, al m enos, una unidad externa. Pero norm alm ente una “carta” tiene una unidad interna que le proviene de la estructura: consta de datos del remitente, datosdel destinatario, indicación de lugary fecha, encabezado, introducción, asunto, conclusión, despedida y firma. Todos esos elem entos están tan relacionados entre sí que forman una unidad 1lamada “carta” . Se puede decir que todo texto debe tener una estructura o arm azón que dé coherencia y unidad al conjunto de sus partes. Toda estructuración de un texto es producto de la creación personal.Toda form a literaria tiene una estructura. La novela, por ejem plo, tiene una estructura. Consiste esa estructura en la "m anera en que aparecen organiza­ dos los elem entos que integran una novela” .12 Hay un libro de M ariano Baquero Goyanes que se llama Estructuras de la novela actual™ en que repasa la novelística contem poránea desde el punto de vista de sus estructu­ ras. Así, hay novelas que tienen una estructura episódica— por ejem plo en las novelas de búsqueda— , otras tienen una estructura dialogada, otras una estructura m usical, etc. Hay estructuras visibles, externas, y estructuras internas. Las estrofas de que se com pone un soneto, por ejem plo, es una estructura externa. Hay otras 32 32. 33. 272 R. S. Crane citada por Baquero Goyanes. vide infra, p. 18. Tercera edición. Barcelona. Planeta. 1975. L a forma de los refranes estructuras externas: la rima, por ejemplo, se percibe fácilm ente; como el ritmo poético. Las estructuras métricas, en efecto, son fácilm ente percepti­ bles. La estructura en capítulos de una novela, es tam bién fácilm ente percep­ tible. Las m arcas estructurales de una obra sirven para percibir la unidad y, en resumidas cuentas, la intención del autor. De allí que para la crítica literaria sea muy im portante poder investigar cuál es la estructura de una obra. Otras veces la estructura no es perceptible a simple vista, es interna, y se requiere de una observación m ás cuidadosa para distinguir las marcas estructurales que tiene la obra. Por ejem plo, llama la atención, aunque sea en una lectura superficial, la fuerte estructuración de Pedro Páramo. Las marcas estructurales que delatan esa fuerte estructuración son inclusiones, vocablos de enlace, paralelism os y quiasmos. Una form a literaria o textual implica, no importa qué tan simple sea, el funcionam iento sim ultáneo de varias estructuraciones. Los refranes de nuestro corpus, pues, aunque adscritos al tipo textual “refrán” son agrupables en diversas formas que, a su vez, son sustentadas por estructuras diferentes. Sentencia, máxima, aforismo y declaración constatativa son formas, en efecto, de índole referencial; m ientras que consejo, m andato, exhortación son textos conativos o, en la ya m encionada term inología de J. L. A ustin,34 “perform ativos” . Si el propósito de nuestra investigación es llegar a profundizar en los mecanismos y funciones del hablar lapidario, una clasificación de nuestro corpus desde el punto de vista de la forma es no sólo conveniente sino necesaria: nos pone en contacto, desde luego, con otros tipos textuales afines al nuestro, desde el punto de vista formal; adem ás, nos introduce en algunas de las prim arias funciones discursivas del hablar lapidario, independientemente de las que tiene como parte de un discurso mayor. En efecto, al margen de lo que ya hemos dicho sobre las funciones gnom em áticas del refrán, sobre las que regresaremos más adelante, los refranes tienen, en sí mismos, una forma y son susceptibles de funcionar de m anera autónom a a partir de esa forma: son hablar lapidario. M ás aún, su carácter de paradigm a del hablar lapidario es desem peñado más como textos independientes que en su calidad ya m encionada de textos parásitos: en ese sentido, un refranero es la docum entación de una m anera de hablar breve, a imágenes, a densos golpes de palabra. De cualquier manera, 34. J. L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras , segunda reimpresión, Barcelona, Ediciones Paidós Ibérica, 1988. 273 E l hablar lapidario toda clasificación enseña algo que no aparece a sim ple vista. Creem os, por tanto, que dividir los refranes de nuestro acervo según sus form as nos dará una idea más precisa de cuáles son las form as preferidas de los refranes, a qué funciones remiten y cuáles son los ámbitos preferidos del hablar lapidario: con ello habrem os avanzado no poco en nuestro aprendizaje sobre el hablar lapidario desde nuestro mirador. Las fo rm as de nuestr o c o r p u s Los refranes constatativos Según su forma, por tanto, los refranes de nuestro corpus serían susceptibles de dividirse en los dos grandes grupos de Austin: refranes constatativos y refranes perform ativos. Sin embargo, no tom arem os como punto de partida esta clasificación que, como se sabe, tuvo en sus orígenes otros propósitos. Una buena parte de nuestros refranes más tradicionales de nuestro corpus son del tipo constatativo como “ollita que hierve mucho o se quem a o se derram a” ; “perro que ladra no m uerde” . Como se ve, se trata de una simple declaración constatativa sobre un hecho de la realidad extralingüística sin pronunciarse sobre ella. Los llamamos, por tanto, “ refranes constatación” por el hecho ya m encionado de adoptar la form a de una sim ple declaración sobre un objeto o acontecim iento de la realidad extralingüística. Com o podrá verse en la lista paradigm ática que de el los hacemos, los refranes constatación adoptan varias de las estructuras enumeradas en el capítulo anterior. Se podría decir, en efecto, que salvo algunas estructuras exclusivam ente performativas, exclam ativas o interrogativas como “ hay que...”, “no hay que...” , “ ¡ay...”, “ahora sí...” y “qué...”, entre otras, prácticam ente todas las estructuras parem iológicas en que se ha agrupado el corpus son susceptibles de albergar refranes constatativos. Sin embargo, como direm os enseguida, hay unas estructuras m ás aptas que otras para ello. Lo anterior podría indicar, entre otras cosas, que las m arcas m orfosintácticas de los refranes constatativos son muy com unes. El nom bre que le damos a este prim er grupo de refranes, sin em bargo, aunque, desde luego, pueda asociarse a la clasificación, ya mencio­ nada, de J. L. Austin, el lector no debe identificarlo con ella. De acuerdo con la clasificación propuesta en el capítulo anterior, son predom inantem ente constatativos los refranes “ hay...” con excepción, ob­ viam ente, de los refranes “ hay que...” ; los refranes “no hay...” ; los refranes 274 L a forma de los refranes “nombre + sintagm a adjetivo” : entre los que hay m encionar los refranes “nombre + que...” ;35 los refranes “art. + que...” ; los refranes “quien...” ; los refranes “al que...” ; refranes “art. + SN...; refranes “N ...” Los refranes de verbo en indicativo; los refranes “más vale...”; los refranes “más + verbo... que” ; los refranes “m ás...” ; los refranes “de que...” ; los refranes “en + SN...” ; los refranes “entre...” y, finalmente, los refranes “hasta...” . Sin embargo, como ya explicam os, ni están todos los que son ni son todos los que están. Hablam os sólo de estructuras en las que predom inan los refranes constatación; om itim os, en cambio, estructuras en las que predom inan otras formas en las que, sin embargo, es posible encontrar, desde luego, algún refrán constatativo.36 Desde el punto de vista de las funciones del discurso, en los refranes constatativos ocupa el prim er lugar lo que Karl Bühler llamó la función representativa del lenguaje.37 Los enunciados que constituyen este prim er grupo de refranes son enunciados absolutos. El verbo suele estar en tercera persona del singular del presente de indicativo. Adoptan marcas de universa­ lización com o el uso de artículo ya determinado ya indeterminado, el empleo del impersonal “hay” , o el uso de las expresiones de relativo “el que”, “ la que”, “ lo que”, “quien” utilizadas en el discurso lapidario jurídico para sus enunciados universalizantes. Por lo general, se puede decir que las marcas de universalización se encuentran en la protasis del refrán. Nada raro, entonces, que sea la protasis el lugar de convergencia entre los distintos tipos de refranes gnom em áticos. No sólo la retórica antigua sino, en general, en los diferentes ámbitos se suele reconocer esta forma unlversalizante de los refranes. Por ejemplo, el célebre padre del conductism o norteamericano, B. F. Skinner, lo menciona en estos términos: 35. 36. 37. Cuando aquí encierro los refranes de una determinada estructura dentro de una determinada forma, me refiero a lageneralidad de los textos: no, desde luego, a su totalidad. Por ejemplo, entre los refranesdeclaración de estructura “nombre + que...” hay algunos, ciertamente, que son refranes-consejo, por ejemplo, como: “agua que no has de beber, déjala correr”; “agua que no has de beber, no la pongas a hervir”. El lector puede acudir al corpus tal cual aparece en el anexo y verificaren qué medidaes inoperante desde el punto de vista de la forma una clasificación que atienda sólo a laestructura gramatical de las primeras palabras del texto. Una clasificación estructural que procediera por estructuras completas de tipo morfosintáctico, además de magnificar excesivamente este texto, resultaría inútil en la medida en que, com o se ha dicho, nuestra disertación no tiene pretensiones ni principal ni exclusivam ente taxonómicas. Más adelante se hará un análisis más completo de los refranes que, por razones, más de forma que de algún esquema estructural, sean más representativos del hablar lapidario. Kar Bühler, Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache, Frankfurt/M - Berlin - Wien, Ullstein Buch, 1978 & 2,2-3. 275 E l hablar lapidario ciertas formas de instrucción se pueden transmitir de generación en generación porque las contingencias que describen son duraderas. Una máxima tal com o “si quieres perder un amigo, préstale dinero” describe un comportamiento (prestar dinero) y una consecuencia (perder un am igo).18 Según Skinner, por tanto, el carácter unlversalizante de los refranes les viene, en general, del hecho de que las conductas impl ¡cadas lo son: no son ni de éstani de esta otra época. Son de siempre. No se refieren a cosas singulares. Al contrario de lo que sucede con las marcas de universalización que, como se ha dicho, suelen radicaren la protasis, las marcas que indican el carácter formal del enunciado suelen estar, más bien, en la apódosis teniendo en cuenta el hecho, por lo demás ya m encionado, de que en los refranes m exicanos más tradicionales prevalece el esquem a circunstancia-sanción que, de una u otra m anera, equivale al esquem ade un enunciado condicional o casuístico. Pues bien, teniendo en cuenta este esquem a, habría que decir que los refranes constatativos carecen de sanción, propiam ente tal. O m ejor dicho, en los refranes constatativos la sanción es tam bién una constatación: el refrán “yerba m ala nunca m uere” , por ejem plo, es de principio a fin una constata­ ción aunque, como es evidente, se puedan distinguir en él las dos partes, binarias cada una, de que se compone, por lo general, todo refrán m exicano.3839 Esto equivale a decir que, en la práctica, en el refrán constatativo no hay sanción: hay sólo constatación. Empero, si bien se puede decir que los refranes constatativos carecen de sanción, los demás refranes de esquem a cuaternario dedican por lo general su segundo m iem bro a establecer una especie de sanción que puede adoptar la form a ya de un veredicto, ya de una norma, ya de un consejo, ya de una exclam ación o de una interrogación ironizante. Se puede decir, por tanto, que hay m uchas otras form as de refranes que sí tienen sanción que, según sea la form a que adopte, colora todo el refrán dando lugar a refranes norma, refranes consejo, veredicto, refranes exclam ativos, o refranes interrogativos, entre otros. Desde luego, como se verá, dentro de nuestro corpus existen otros esquem as parem iológicos distintos del ya m encionado esquem a circunstan­ cia-sanción. 38. 39. B. F. Skinner, S o b r e e lc o n d u c tis m o , Barcelona, Planeta/Agostini, 1994, p. 115. Es el enunciado cuatripartito de George B. Milner en su ensayo“Z)e / ’a r m a tu r e d e s lo c u tio n s p r o v e r b i a l e s . E s s a i d e ta x o n o m ie s é m a n tiq u e ”, L ’h o m m e , o p . c it. 276 L a forma de los refranes Por lo demás, se podría decir que los refranes incluidos en este primer grupo representan el paradigm a más tradicional de los textos que en lengua castellana han funcionado como refranes en la más tradicional función de gnomemas. El lo significaría que los textos constatativos constituyen no sólo el paradigma del hablar lapidario sino que, desde el punto de vista discursivo, aquí se encuentran los textos más significativamente gnom em áticos. Por tanto, para nuestro análisis de la lapidariedad textual hemos de basarnos en análisis más com pletos de estos textos, principalmente. Como ya hemos señalado, m ás arriba, el recurso entimem ático es quizás el recurso más importante de la lapidariedad discursiva al lado, desde luego, de lo que aquí llamaremos la sem iótica emblemática. Como se ha m encionado ya, dos son los niveles de lapidariedad en que funcionan los refranes desde el punto de vista del hablar: por un lado, tomados aisladam ente, cada refrán es modelo en sí mismo del hablar lapidario. Por tanto, el análisis m orfo-estructural nos dará una serie de informaciones sobre la textualidad lapidaria. Por otro lado, está la inserción y funcionamiento del refrán en el discurso trátese de diálogo o de discurso oratorio en donde, desde luego, hay otro tipo de funcionamiento lapidario del refrán. En efecto, el refrán insertado en el discurso mayor funciona coloreando ese discurso con su lapidariedad m ediante los dos recursos de lapidariedad ya m encionados. A saber: el carácter a la vez gnom em ático que emblemático de estos textos. Los refranes constatativos de nuestro acervo están fundamentalmente representa­ dos, en sus diferentes variedades estructurales, por el siguiente pequeño corpus:40 Hay picaros con fortuna y hombres de bien con desgracia. Hay tiem pos de acom eter y tiempos de retirar: tiempos de gastar un peso y otros de gastar un real. Hay veces que un ocotito provoca una quemazón. Hay quien cree que ha madrugado y sale al oscurecer. Hay quienes nacen con estrella y hay quienes nacen estrellados. No está el palo para hacer cucharas, ni el cucharero para hacerlas. No hay mal que dure cien años, ni enfermo que los aguante. No hay m ás cera que la que arde. 40. En las siguientes tipologías paremiológicas sólo escogeré los refranes necesarios para dar cuenta de las diferentes variedades estructurales latentes en una misma forma. 277 E l hablar lapidario N o hay indio que haga tres tareas seguidas. No hay jardines como los que hacen los pobres. No hay pinacate que suba m edia pared. N o hay pobre de malas intenciones. N o hay peor lucha que la que no se hace. N o por mucho m adrugar am anece más tem prano. Hom bre prevenido, vale por dos. M ujer que quiera a uno solo y banqueta para dos, no se hallan en G uanajuato ni por el am or de Dios. M ujer que con muchos casa a pocos agrada. M ujer que puede su cuerpo vende. M ujer que no huele a nada es la m ejor perfum ada. Ojos que no ven corazón que no siente. Agua pasada no mueve molino. A guacero a las tres, buena tarde es. Conyugales desazones, se arreglan en los colchones. El que mal anda mal halla. El que se quem ó con leche hasta al jocoque le sopla. El que a hierro m ata a hierro muere. El que da y quita con el diablo se desquita y en la puerta de su casa le saleunajorobita. El que no puede siem pre quiere. El que no se avienta no cruza el río. El que mucho mal padece con poco bien se consuela. El que guarda halla. El que hace un cesto hace ciento. El que se casa, por todo pasa. El que sabe sabe. El que no transa no avanza. El que no tiene vergüenza dondequiera alm uerza. El que obedece no se equivoca. El que nunca va a tu casa en la suya no te quiere. La fortuna que vino despacio no se va de prisa. La chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar. La m ujer que fue tinaja se convierte en tapadera. La m ujer que mucho hila poco mira. La que tiene deseos de ver tiene deseos de ser vista. 278 L a forma de los refranes La que tiene el marido bueno no tiene seguro el cielo. La que no es casam entera no goza la fiesta entera. La que queda hereda. Lo que sin tiem po m adura poco dura. Lo que sin esfuerzo se gana nada se vuelve. Lo que no se ve no se juzga. Lo que tiene la olla saca la cuchara. Quien mal casa siem pre llora. Quien mal cae mal yace. Quien mal anda mal acaba. Quien nada debe nada teme. Quien mal canta bien le suena. Al que le asusta su nombre le preocupa su persona. Al que no ha usado guaraches las correas le sacan sangre. Al que se aleja lo olvidan y al que se muere lo entierran. El tiem po cura al enfermo, no el ungüento que le embarran. El trabajo no es entrar sino encontrar la salida. El valiente de palabra es muy ligero de pies. El valiente vive hasta que el cobarde quiere. El hábito no hace al monje, pero lo viste. El árbol más altanero, débil tallo fue primero. El buen ju ez por su casa empieza. El buey más manso nos da la m ejor patada. El buey para arar nació y el ave para volar. El m iedo no anda en burro. El pan ajeno hace al hijo bueno. Las costum bres se hacen leyes. Las noticias malas, tienen alas, las buenas, andan apenas. Las pistolas las carga el diablo y las disparan los tarugos. Las manos que trabajan no son manos sino alhajas. Lo poco asusta y lo mucho amansa. Un alim ento novedoso estimula el apetito. Un buen apetito es promesa de larga vida. Un diablo bien vestido, por ángel es tenido. Una vez m uerta Jacinta, los dolientes se amolaron. Un pendejo callado es oro molido. A bundancia crea vagancia. 279 E l hablar lapidario A guacates y m uchachas maduran a puro apretón. A guadores y lecheros, del agua hacen sus dineros. Cam panas, lenguas y limas, Silao las tiene muy finas. Canas y dientes, son accidentes. Cada garañón relincha por su potrero. C ada m ortal lleva su cruz a cuestas. Cada m uchacho trae su torta. Cada oveja con su pareja. Cada perro tiene su hueso aunque se levante tarde. Acabándose el dinero se term ina la amistad. Peleando y charreando en m uía muy pronto se capitula. Buscan trabajo rogando a Dios no hallar. Cae m ás pronto un hablador que un cojo. Com en como puercos y miran como perros. Com en frijoles y repiten pollo. Cuando uno está de desgracia hasta los perros lo mean. Cuando habla la gente grande no m ete el hocico el puerco. Cuando hay caballo ensillado, a todos se les ofrece viaje. Cuando hace aire hasta la basura sube. Después de la tem pestad viene la calm a. Donde m anda el caporal, no gobiernan los vaqueros. D onde no hay voluntad no hay fuerza. Harto ayuda el que no estorba. Harto ayuna quien mal come. M ucho sufre quien bien ama. Tam bién de dolor se canta cuando llorar no se puede. Sólo los guajolotes mueren la víspera. Tam bién en San Juan hace aire, con todo y que está en el llano. A cada santo se le llega su función. A cada capillita le llega su fiestecita. A cada puerco le llega su San Martín. A las m ujeres bonitas y a los buenos caballos los echan a perder los pendejos. A la m adera se le busca el hilo, a los pendejos el lado. A la hora de freír frijoles m anteca es lo que hace falta. A nadie le am arga un dulce aunque tenga otro en la boca. Con am or y aguardiente, nada se siente. 280 La forma de los refranes Con la cruz sobre el bostezo me voy santiguando el hambre. De que el gallo se sacude en medio del árbol canta. De la subida más alta lastiman más las caídas. De limpios y tragones están llenos los panteones. Desde a leguas se conoce la vaca que ha de dar leche. Desde lejos se conoce el pájaro que es calandria. En arca abierta, el justo peca. En cada refrán hay una verdad. En casa de m ujer rica, ella m anda y ella grita. En casa del jabonero, el que no cae resbala. En el am or y en la guerra todo se vale. En tiem po de tem pestad, cualquier agujero es puerto. En tiem po de rem olino, hasta la basura sube. En m anos de los pendejos, ni la pólvora arde. En la tierra de los calvos, los pelones son trenzados. En tu pueblo, por tu nombre, en la ciudad, por tu ropa. Entre dos no pesa un tercio. Entre sastres no se cobran los remiendos. Entre m uía y muía, nom ás las patadas se oyen. Entre m uchos m eneadores se quema la miel. Entre varios, pesa menos el muerto. Hasta el m ejor escribano echa un borrón. Hasta el santo desconfía cuando la limosna es grande. Hasta p a’pedir lim osna hace falta capital. Hasta una piedra sirve para darse un hocicazo. Para cada cáscara hay puerco. Para todos sale el sol aunque am anezca tem prano. Para una desgracia no se necesita nada. Por las hojas se conoce el tam al que es de m anteca. Según el sapo es la pedrada. Según el perro es el garrotazo. A unque la jau la sea de oro, no deja de ser prisión. A unque la m ona se vista de seda, mona se queda. La declaración constatativa es una forma textual primaria muy frecuente en el habla cotidiana. Una primera aproxim ación a ella desde el punto de vista de lo que la Formgeschichte llama el Sitz im Leben, parece indicarnos que las 281 E l hablar lapidario situaciones a que está ligada esta form a son tantas que se podría dudar si realm ente estam os ante una codificación. Vista, sin em bargo, m ás de cerca, nos percatam os enseguida de que no se trata de una constatación ordinaria: si bien el referente es generalm ente un hecho banal, la m arcas de universaliza­ ción del texto lo sacan del ám bito de lo concreto. Se trata, por tanto, de constataciones de tipo sapiencial o doctrinal. En esos ám bitos hay que buscar el am biente vital de estos refranes. Los refranes normativos En las clasificaciones abundan, por lo general, los tipos mixtos. Hay refranes com o “ratero que se vuelve ojo de horm iga que Dios lo bendiga” y “ sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de dónde la sacaría?” , entre otros, que, por ejem plo, adoptan una protasis descriptiva a la m anera de la de los refranes constatativos y una apódosis exclamativa, interrogativa y aún conativa, como en los refranes anteriores, que corresponden, según verem os, a formas parem iológicas distintas. Por esa razón, una clasificación m eram ente formal, estrictam ente hablando, debería analizar todas las posibilidades de com bina­ ción posibles incorporando al concepto de form a todos los elem entos que de hecho entran en el sistema sem iótico que cada refrán es. En efecto, como hem os dicho, dentro de nuestro acervo, hay refranes cuya protasis constatativa es culm inada por una apódosis ya tipo veredicto, ya norm ativa, ya interrogativa, ya exclam ativa, ya conm inativa, ya de otro tipo. Si el propósito de esta disertación fuera llegar a una taxonom ía de los refranes, sin duda sería aconsejable hacer una clasificación de los refranes según las posibles com binaciones de las form as del prim ero con el segundo miembro del refrán. Em pero, como nuestro interés taxonóm ico es relativo, vamos a tom ar del prim er m iem bro del refrán, generalm ente una protasis, los rasgos universalizantes, y de su segundo m iem bro, en cam bio, que generalm ente hace las veces de apódosis, los rasgos de la form a a que se ha de adscribir el refrán por entero: de hecho, desde el punto de vista textual, es la apódosis la que dom ina form alm ente a todo el texto; expresiones como “al que le venga el saco, que se lo ponga” , “el que quiera ser buen charro, poco plato y menos ja rro ” , “el que nació para ahorcado no morirá de ahogado” o “el que comió la carne roya los huesos” son enunciados conativos independientem ente de las características textuales de la protasis. 282 L a forma de los refranes Para ejem plificar lo anterior, podríamos servirnos de los que podríam os denom inar refranes norma: se trata de textos en los que predom ina un estilo normativo. La norm a remite, generalm ente, a cualquiera de las formas de la institucionalización. El estilo normativo está enunciado como un principio que tiene una validez absoluta en las circunstancias que se indican: en tales circunstancias, llueva o truene, compórtate de esta manera. No siempre es fácil distinguir a partir de puras consideraciones formales, por ejem plo, los refranes norm a de los refranes consejo. Ambos son de tipo performativo. Por tanto, en la siguiente clasificación nos atendremos al siguiente criterio: cuando se indican las circunstancias de la conminación, los catalogarem os como refranes norma; cuando la indicación sea absoluta, los tom arem os como refranes consejo: “nunca dejes camino por vereda”, “nunca engordes puerco chico porque se le va en crecer, ni le hagas favor a un rico que no lo ha de agradecer” . Desde luego, para determ inar la forma de un refrán, estrictam en­ te hablando, habría que tom ar en cuenta todas sus cualidades pragm áticas. Hay, en efecto, refranes que teniendo la forma de una constatación son, de hecho, un consejo. Por ejemplo: “nunca es tarde para am ar” ; o bien: “nunca es tarde para aprender” . Para esta clasificación, por tanto, sólo nos atenem os a la form a del enunciado, no a su uso. En los refranes del esquema prótasis-apódosis, la protasis de los refranes norma, por lo general, es muy parecida en forma a una simple declaración constatativa; su apódosis, empero, y con ella su significado global, es de tipo perform ativo: dicha apódosis, en efecto, está constituida por textos que o bien adoptan el estilo y la forma de una nonna de conducta o de un precepto j urídico parecido a la sentencia em itida por un juez en donde se zanja una situación y que lleva aparejada una prescripción sobre una conducta o actividad. Huelga decir que hay refranes norma que no se atienen al esquema prótasis-apódosis. Tal es el caso de una buena parte de los refranes “ni...ni...” . Como ejem plos de los refranes norma pertenecientes al esquem a prótasis-apódosis pueden servir los siguientes refranes: “a las diez en tu cama estés, si puedes antes m ejor que después” ; “ la que no baila, que se salga de la boda” ; y, finalm ente, “ la que se casa en su casa la soltera en dondequiera” . Hay un paso estilístico y sem ántico del primero al tercero de estos refranes: en el prim ero, la especificación circunstancial “a las diez” hace las veces de protasis. De hecho, es una protasis lacónica en la que se om ite, por razones de rima, la especificación “de la noche” que, por lo demás, se sobreentiende. Este tipo de protasis circunstancial se puede decir que es la m ínim a expresión 283 E l hablar lapidario de las protasis parem iológicas: una gran m ayoría de ellas se reduce, aunque en estilos diferentes, a especificar la circunstancia de realización de lo enunciado por la apódosis: “el que se quem ó con leche”, “ si quieres saber el valor de un peso” , “de que la perra es brava” , por ejem plo, son protasis que aunque con distinta estructura y estilo se reducen a indicar una circuns­ tancia; es la apódosis la que verdaderam ente nos dice, en los refranes del esquem a prótasis-apódosis o equivalentes, si se trata de una sim ple constata­ ción, de un consejo, de una norma o de un veredicto; para el caso de los refranes norm a que nos ocupa, por tanto, sólo la apódosis adopta la form a de una orden. El segundo refrán, “ la que no baila, que se salga de la boda”, es un refrán que podríam os haber clasificado como descriptivo-normativo. Estrictamente hablando debería pertenecer a un grupo de refranes m ixtos: los refranes constatación-norm a. Lo catalogarem os, sin em bargo, sólo como un refrán norma. De otra m anera, tendríam os que hacertantas subdivisiones en nuestra clasificación que a lapostre se haría inservible. Ya hemos dicho, adem ás, que no es objetivo de esta disertación proponer una nueva m anera de clasificar refranes o hacer una clasificación completa y exahustiva de nuestro corpus. La finalidad de esbozar algunas taxonom ías m ínimas de nuestro corpus es, como se ha dicho, explorar som eram ente sus diferentes cual idades textuales con el fin de seleccionar, dentro de él, un corpus de refranes tipo que nos permita, a su vez, dar con las características fundam entales del discurso lapidario. El tercero de los refranes, en fin, “ la que se casa en su casa la soltera en dondequiera”, es un refrán doble en la m edida en que cada uno de sus com ponentes es un refrán compuesto, a su vez, de protasis y apódosis. Se trata de dos circunstancias contrapuestas: la de la m ujer casada y la de la mujer soltera. La norm a dice que la prim era debe estar “en su casa” , m ientras que la segunda puede andar “dondequiera” . Como se puede ver, cada uno de los refranes en toda su estructura es ya una norm a que debe ser cumplida irrem isiblem ente. El carácter lapidario, de nueva cuenta, a la parque la rima, hacen que las respectivas normas sean: “a su casa”, que suena com o una orden; y “dondequiera” que, a su vez, suena a permiso. Estrictam ente hablando, por tanto, habría que haber elaborado un casil lero especial dentro de nuestra clasificación de form as donde clasificar un refrán tan com plejo com o éste. Por la razón antes dicha, lo catalogam os, sim plem ente, entre los refranes norm a. En otros casos el sentido norm ativo es dado a través de otras estructuras. Los llamam os, sim plem ente, refranes norm a porque es su aspec284 L a forma de los refranes to normativo el que sobresale. Desde luego, desde el punto de vista discursivo, este tipo de refranes son gnom em áticos. Por lo tanto, para los fines de esta disertación, cabe insistir tanto en que no es preciso agotar todas estas posibilidades de la clasificación formal, como en que, en los refranes del esquem a prótasis-apódosis, por lo general es la apódosis de un refrán la que determina la forma de un refrán. De cualquier manera hay que atender siempre a la relación que guardan entre sí las dos partes del refrán: la necesidad de esto puede verse en los que hemos denom inado refranes receta del tipo “para uno que m adruga, otro que no se acuesta” . La presencia de esta estructura en los refraneros am ericanos es tam bién escasa: el refranero tradicional de Cuba41, por ejem plo, recoge el siguiente refrán: “para un gustazo, un trancazo” ; y el Refranero colombiano de Luis Alberto Acuña42 asienta: “para cada tiesto, hay su arepa” ; tam bién aquí, hay evidentes diferencias form ales con nuestra estructura parem iológica. Su sentido parem iológico, en cambio, es muy antiguo: “mal con mal se amata, y fuego con estopa” decía ya en 1549 el Libro de refranes de Pedro Vallés43y el Teatro Universal de Proverbios de don Sebastián de Horozco, publicado en 1599, recoge el refrán: “un contrario con su contrario se quita” . Se trata, por tanto, de una estructura parem iológica acuñada en estas tierras y que, en su forma actual, es datable en el siglo XVIII novohispano. En los refranes que no se atienen a este esquem a los m ecanism os de identificación formal son otros como veremos en su momento. Hay, portanto, refranes form alm ente clasificab as como consejos, exclam aciones e interro­ gaciones en estructuras binarias cuya prim era parte tiene, sin embargo, una forma constatativa. Este tipo de refranes serán clasificables, por tanto, entre los refranes-consejo, los refranes-pregunta o los refranes-exclamación, según el caso, más que como subtipos de los refranes constatación. Estrictam ente hablando, hemos de reconocer que nos encontram os aquí ante la categoría formal más general y más fácilm ente id e n tifia b le que podríam os denom inar, em pleando la m encionada term inología de J. L. Austin, refranes perform ativos. En esta categoría estarían incluidos tanto los refranes norma, de que aquí hablam os, como los refranes consejo y aún los refranes veredicto de que hablarem os luego. Al fin de cuentas, las form as de una norma, un consejo y un veredicto se aproxim an “externam ente” entre sí 41. 42. 43. Citado arriba. Bogotá, Ediciones Espiral Colombia, 1951. Zaragoza, 1549. 285 E l hablar lapidario en la m edida en que la función y final idad más importante de las tres es inducir, basándose en razones distintas, un determ inado com portam iento en alguien. O bviam ente los orígenes y am biente vital de estas form as son totalm ente distintos en cada caso: el contexto de la norma parece ser la más general y más reciente situación de un orden establecido al que el conm inado está obligado a obedecer; el del consejo, en cambio, al hablante y al oyente los liga un vínculo de igualdad y de afecto; el veredicto, por su parte, es el muy preciso ámbito de la ley y del m andatojudicial. Las diferencias textuales entre lastres formas, sin em bargo, prácticam ente se desvanecen en un refranero com o el nuestro: todos funcionan como textos perform ativos en la m edida en que emplean recursos lingüísticos de tipo más o menos conm inativo y, en todo caso, conativo. Si bien el origen de nuestro térm ino ‘'perform ativo” es J. L. Austin, com o se ha dicho, al em plearlo aquí sólo querem os designar con él una serie de textos presentes en nuestro corpus que aconsejan, conm inan, prohíben, ordenan o piden: es decir que tratan de que el interlocutor haga o deje de hacer algo. Los refranes de esta categoría, por tanto, se oponen a los que sim plem en­ te constatan una situación de la realidad extralingüística. Adem ás de la norma, el consejo o el veredicto, entrarían dentro de esta categoría form as como la orden y la prohibición que tendrían marcas gram aticales muy semejantes. De hecho, los linderos que aquí establecem os entre refranes norm a, consejo y veredicto son tan discutibles y frágiles que alguna vez estuvim os tentados a dejarlos en la vieja y única categoría de los refranes consejo. Sin em bargo, al hurgar en nuestro corpus desde el punto de vista de las form as no dejam os de percibir que, al m enos desde una futura pragm ática del refrán mexicano, existen m atices funcionales, si bien no estructurales ni gram aticales, que nos sugieren la clasificación que aquí proponem os: será obvio, por tanto, que algunos refranes norma podrán sonar a alguien más como consejos o como veredictos y viceversa. De cualquier m anera esta atrevida propuesta de c lasificación nos enseña mucho sobre la naturaleza discursi va, los orígenes y lapidariedad de nuestro tipo textual. Com o ejem plo de refranes norma que no adoptan el esquem a prótasisapódosis pueden tom arse, por lo general, los refranes de la estructura "ni...ni...": "ni sirvas a quien sirvió, ni m andes a quien m andó” ; “ni tanto que quem e al santo, ni tanto que no lo alum bre” . He aquí los principales casos tipo: M ujer que con curas trata, poco am or y m ucha reata. M ujer hom bruna, ninguna. 286 La forma de los refranes M onja para hablar y cura para negociar. A lo dado no se le busca lado. No hay que fiar en tiem po de aguas. No hay que dejar el sarape en casa, aunque esté el sol como brasa. Ni m uía alazana, ni m ujer poblana. Ni m ujer que otro ha dejado, ni caballo emballestado. Ni am igo reconciliado, ni pastel recalentado. Ni siente agravio ni agradece beneficio. Ni sirvas a quien sirvió, ni mandes a quien mandó. Ni tanto que quem e al santo, ni tanto que no lo alumbre. Ni prestes lo que sirve, ni admitas lo que te estorbe. Ni verlas cuando jilotes, ni esperar cuando mazorcas. Ni pérdida ni ganancia: vendo como me vendieron. Carta que se niega y m ujer que se va no hay que buscarlas. Chiqueos que pide Cupido, sólo con el marido. Pájaro que no vuela agarre ventaja. Caballo alazán y gente de Zacatlán, ni dados, si te los dan. Caballo bañado, a la sombra o ensillado. Caballo mal arrendado, ni regalado. El que no quiera em polvarse que no se m eta en la era. El que tacha la yegua ese la merca. Al que le venga el saco, ¡que se lo ponga! Al que no quiera caldo dos tazas. Al que no quiera avena, la taza llena. La cobija y la mujer, suavecitas han de ser. La ley de Caifás: al fregao, fregarlo más. Alazán, si te lo dan; tostado, ni dado. Antes de entrar en espinas ponte el huarache. Antes de que te cases, m ira lo que haces. Antes de que te ensillen, ensilla tú. Cuando veas el iris en el poniente, suelta la yunta y vente. Cuando veas arañas en el suelo, habrá nubes en el cielo. Refranes consejo Son de tipo perform ativo como los refranes norma y los refranes veredicto. Un consejo es el parecer que se emite, o más bien, es sugerencia o indicación 287 E l hablar lapidario que se hace al interlocutor para que realice o deje de realizar aquello a lo que se refiere el consejo. N orm alm ente, el consejo requiere del im perativo y, en ese sentido, no se distingue m orfo-sintácticam ente de una orden y aún de una ley. Se trata, en todos los casos, de textos perform ativos del tipo “haz-no hagas” . De hecho, abundan más entre los refranes de nuestro corpus los refranes negativos. Los refranes consejo adoptan la forma, entonces, de una orden absoluta y sin atenuantes m arcada ya a través de adverbios absolutos com o “nunca” o “ no” : “nunca preguntes lo que no te im porta” ; ya mediante otro tipo de m arcas de universalización como la ausencia de artículo en el sustantivo de referencia: “agua que no has de beber, no la pongas a hervir”. Por lo demás, este tipo de refranes se encuentran entre los más tradicionalm en­ te gnom em áticos. Como ya dij irnos arriba, esta form a fue una de las primeras form as parem iológicas. El ambiente vital del consejo es, desde luego, el de las relaciones intergeneracionales en cualquiera de sus m odalidades. He aquí, entre los textos de nuestro corpus, los principales representantes de los refranes consejo: A gua que no has de beber, déjala correr. La que en am ores anduvo, cásese con quien los tuvo. Lo que no has de com er déjalo cocer. N unca juzgues mal de un año m ientras no pase diciem bre. N unca engordes puerco chico porque se le va en crecer, ni le hagas favor a un rico que no lo ha de agradecer. N unca dejes cam ino por vereda. N unca te hagas para atrás; sea lo que sea, tú el prim ero. N unca cantes cuando pierdas, que ya llegará tu día. Ni prestes lo que sirve ni adm itas lo que te estorbe. Ni sirvas a quien sirvió, ni m andes a quien m andó. Ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió. Ni tanto ni tan seguido, como mi m arido. N o andes pisando m ás alto que el suelo. N o firm es carta que no leas, ni bebas agua que no veas. N o m etas intrusos en tu casa porque te sacan de ella. N o te com prom etas a lo que no puedes. N o quieras tom arm e el pelo, sabiendo que yo soy calvo. N o me veas muy desde arriba, que estam os a igual altura. 288 La forma de los refranes No mueva tanto la cuna, porque me despierta al niño. No compres caballos de muchos fierros ni cases con muchacha de muchos novios. No compres caballo manco creyendo que sanará. No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. No allanes nunca morada, ni te metas en laberinto, ni enamores mujer casada, ni montes caballo pinto. No te fies de indio barbón, ni de gachupín lampiño, de mujer que hable como hombre, ni hombre que hable como niño. No le busques tres pies al gato, sabiendo que tiene cuatro. No pienses irte con otro, que puede salirte un grano. No te fijes en las cluecas, fíjate en las ponedoras. No te lo tragues de un sorbo ni lo marques de un bocado. No hagas servicio que no te nombren ni guardia que no te toque. No hay que conejear sin perros. No hay que buscarle tres pies al gato. No hay que buscarle mangas al chaleco. No hay que buscarle ruido al chicharrón. No hay que comer lo que no se digiere. No hay que meterse en la danza si no se tiene sonaja. No hay que enseñarle el camino a quien ya lo tiene andado. No hay que prender fuego junto a la paja. No hay que darle vueltas al malacate porque se enredan las pitas. No hay que poner todos los huevos en una canasta. No hay que predicar vigilia y comer carne. No hay que meterse en Honduras ni yendo por Guatemala. No hay que fijarse en lo ancho de la puntada, sino en lo fuerte de la costura. Lo que no das no quites. Lo que te dijeren al oído no lo digas a tu marido. Lo que has de dar al ratón dalo al gato y sacarte ha de cuidados. Lo que en tu vida no hicieres, de tus herederos no lo esperes. Lo que se ha de pelar que se vaya remojando. Lo que a ti no te aprovecha y otro lo ha de menester, no lo debes retener. Lo que ha de hacer el tiempo hágalo el seso. Abre para todos tu boca, pero para pocos tu bolsa. 289 E l hablar lapidario Acuéstate a las seis, levántate a las seis, y vivirás diez veces diez. A laba lo grande y m onta lo chico. A lm uerza mucho, come más, cena poco y vivirás. Cuida de la recaída que es peor que la enferm edad. Cuídate de los buenos, que los malos ya están señalados. Cuídate del nuevo amigo y del viejo enemigo. Que no te den gato por liebre. Entre casados y herm anos, ninguno m eta las manos. Si quieres servir de veras da el consejo y el tostón. Si te ensillan, m asca el freno. Si te hacen tu carbonato, hazles su chocolatito. Si quieres cuidar tu raza, a la india con indio casa, no te parezca mejor casarla con español. Si quieres saber quién es, vive con él un mes. Si quieres fortuna y fama, que no te halle el sol en la cama. Si no quieres pasar penas, no te com prom etas a lo que no puedes. Si no le ibas echar pial, pa’ que andarla alebrestando. Si no puedes morder, no enseñes los dientes. Si quieres que sepa tu enem igo, platícale a tu amigo. A unque te digan que sí, espérate a que lo veas. Haz el bien y no mires a quien. Aunque veas pleito ganado, vete con cuidado. Si ves las estrellas brillar, sal m arinero a la mar. Refranes veredicto La otra form a parem iológica perform ativa de las m encionadas es la muy im portante de los refranes veredicto. Tienen, desde luego, algunos rasgos com unes con los refranes constatativos. Como hemos dicho arriba, la mayor parte de los refranes declarati vo-constatati vos consisten en una sim ple decla­ ración de un hecho de la realidad extralingüística, su pura constatación sin opinar nada de él; hay, sin embargo, entre ellos, refranes que, como los refranes veredicto, tienen con frecuencia una prim era parte constatativa y una segunda parte de tipo sentencioso: “am or de lejos, es de pendejos” ; “amor con celos, causa desvelos” . Es un veredicto o sentenciajudicial en toda forma; el verbo va en tercera persona del singular del presente de ind ¡cativo como en 290 L a forma de los refranes las sentencias: “es am or de pendejos”, “causa desvelos” . Por lo general, los refranes que tienen esta form a pertenecen al esquem a prótasis-apódosis. Se asemejan en todo a las antiguas leyes por ejemplo del Código de Hammurabi o de los m ás antiguos códigos legales arriba mencionados: se les podría llamar, por esa razón, refranes ley. Huelga decirque los refranes veredicto son discursivam ente gnom em áticos. Bien se ve, a partir de esto, cuán grande es la variedad formal del discurso lapidario representado por los refranes y cuánto hay que desconfiar de los tipos textuales en estado puro. He aquí sus principales modelos: El que no tiene dinero que sirva de candelero. Hombre dorm ido, culo perdido. M ujeres juntas, sólo difuntas. La vida que guarda Dios no hay dolencia que la quite. Tanto vale el conjunto cuanto valen sus componentes. Tanto peca el que mata la vaca como el que le tiene la pata. M ujer que buen pedo suelta desenvuelta. No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre. M ujer que no es laboriosa o puta o golosa. M ujer que sabe latín ni encuentra marido ni tiene buen fin. M ujer con bozo, beso sabroso. M ujer con m uchos amigos, cuenta de dineros y abrigos. A bejas que tienen miel tienen aguijón. Agua que corre nunca mal coge. Am igo que no presta y cuch i 1lo que no corta que se pierda poco importa. Acciones son amores, no besos ni apachurrones. M uchacho que no es travieso y viejo que no es regañón no cumplen su obligación. Caballo que alcanza gana. Perro que ladra en barbecho ladra sin provecho. Albañil sin regla, albañil de mierda. Am igo en la adversidad, amigo de realidad. Am igo en la adversidad, es amigo de verdad. A m or con celos, causa desvelos. Am or de gatos, en los tejados. Am or de lejos, am or de pendejos. Am or de lejos, es de pendejos. 291 E l hablar lapidario Año de pares, año de males. Año de nones, año de dones. Caballo mal arrendado, ni regalado. Contestación sin pregunta, señal de culpa. Cosa m ala nunca muere, y si muere ni falta hace. Lo m ism o es chile que aguja, todo pica. Cuando el arriero es malo le echa la culpa al burro. Sólo la cuchara sabe lo que tiene adentro la olla. Sólo el que no m onta no cae. Sólo el que se ha muerto sabe lo que son responsos. Sólo cuando hay rem olino se levanta la basura. Sólo el que carga el cajón sabe lo que pesa el m uerto. De que el músico es malo, le echa la culpa al instrumento. De que el año viene bueno, hasta los troncos secos retoñan. De que la perra es brava hasta a los de casa muerde. De que la m uía es juilona, aunque la dejen m aneada. De lo perdido, lo que aparezca. De lo perdido, lo que caiga es bueno. Si la calabaza encanece, el corazón no envejece. Refranes tasación Adoptan la form a de una com paración tasativa ya sea entre dos objetos ya entre dos situaciones de las cuales la prim era es declarada m ejor que la segunda. El Sitz im LebenMd& la form a parece ser el de la vendim ia. En la historia de la rom ancización hispánica, el docum ento conocido como el Appendix Probfs tiene una form a análoga: consiste, com o se sabe, en dos listas de palabras latinas de acuerdo con la estructura “esto...no esto” : de acuerdo con el autor, Probo, la lista “correcta” es la conform ada por las palabras que van detrás del prim er “esto” ; en cambio, para la historia del latín vulgar la lista valiosa es la “ incorrecta” , la segunda, que m uestra el tipo de evolución fonética que está teniendo lugar en el seno del latín vulgar y que daría origen a los diferentes tipos de yo. En el caso presente se trata de la45 44. 45. 292 Para esto véase la multicitada Formgeschichteschule especialmente la obra de Klaus Koch, Was ist Formgeschichte?, op. cit. Véase VGikkoVú&n&nen, Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos, 1971, pp. 301 yss. L a forma de los refranes confrontación de dos escalas de valores, la aparente contra la real. Como las apariencias engañan, el dictam en siempre le es contrario. Se trata de tasacio­ nes absolutas y, por ende, gnom em áticas. Está por demás decir que pertene­ cen a esta form a los refranes “más vale” y familia. He aquí sus tipos más representativos: M ás vale agua de cielo que todo el riego. M ás vale atole con risas que chocolate con lágrimas. Más vale bien comido que bien vestido. Más vale dar un grito a tiempo que cien después. Más vale llorarlas m uertas y no en ajeno poder. Más vale malo conocido que bueno por conocer. Más vale poco pecar que mucho confesar. M ás vale quedar hoy con ganas, que estar enfermo mañana. Más vale m uchos pocos que pocos muchos. M ás vale un hecho que cien palabras. Más vale m aña que fuerza. M ás vale m earse de gusto que de susto. Más vale guajito tengo que acocote tendré. Más vale bien quedada que mal casada. Más vale burro que arrear que no carga que cargar. Más te vale causar tem or que lástima. Más vale prevenir que remediar. M ás vale llegar horas antes que minutos después. Más vale estar mal sentado que mal parado. Más vale ser arriero que borrico. Más vale una abeja que mil moscas. M ás vale oler a unto y no a difunto. M ás vale pura tortilla, que hambre pura. Más vale paso que dure y no trote que canse. Más vale paso que dure y no que apresure. Más vale payo parado, que payo aplastado. Más vale petate honrado que colchón recriminado. Más vale poco y bueno que mucho y malo. Más vale ser un picaro bien vestido, que un hombre de bien harapiento. Más vale solo que mal acompañado. Más vale tarde que nunca. 293 E l hablar lapidario M ás vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra. Más vale una vez colorado que cien descolorido. M ás vale una hora de tarde que un m inuto de silencio. M ás vale un carajo a tiem po que cien m entadas después. M ás vale un mal arreglo que un buen pleito. M ás vale un tom a que dos te daré. M ás vale querer a un perro y no a una ingrata m ujer.46 Más vale rato de sol que cuarterón de jabón. M ás vale ser perro de rico que santo de pobre. M ás vale perro vivo que león muerto. Más vale ser cabeza de ratón que cola de león. M ás vale que digan “aquí corrió”, y no “aquí m urió” . M ás vale m orir parado que vivir de rodillas. M ás vale tratar con picaros que con pendejos. M ás vale tuerta que ciega. M ás vale rodear que rodar. M ás vale llegar a tiem po que ser invitado. Más vale ser m ujer pública que hom bre público. Más vale pájaro en mano que un ciento volando. Más vale vestir santos que desvestir borrachos. Más vale Tianguistengo que tianguistuve. C uesta más cara una gorra que un sombrero galoneado. Cuesta más el caldo que las albóndigas. Un gram o de previsión vale más que una tonelada de curación. Un peso vale más que cien consejos. Una onza de alegría vale más que una onza de oro. Vale m ás una m ancha en la honra que en el traje. Vale más am ansar que quitar mañas. Vale m ás ojo de herrero que com pás de carpintero. Vale m ás resbalar con los pies que con la lengua. Vale m ás un grito a tiem po que un sermón mal deletreado. Vale m ás la atención que el dinero. Vale m ás el collar que el perro. M ás calienta pierna de varón que diez kilos de carbón. M ás sabe el diablo por viejo que por diablo. 46. 294 La versión española de este refrán agrega: “pues este cuida la casa y ella la echa a perder”. La forma de los refranes Más hace una horm iga andando que un buey echado. Más se siente lo que se cría que lo que se pare. Más ablanda el dinero, que palabras de caballero. Más abrigan buenas copas que buenas ropas. Jalan m ás un par de tetas que cien carretas. Jala más un pelo de m ujer que una yunta de bueyes. M ientras más se vive, más se ve. M ientras m ás botones, más ojales. Refranes receta Adoptan, como su nom bre lo indica, la forma de una receta según el esquema mal-remedio o, si se prefiere, veneno-antídoto. El mal va indicado ya por la preposición a o para seguida de la estructura N + adj; el remedio, en cambio, tiene por lo general las siguientes estructuras: ad j.+ N ,N + sintagma adjetivo, SV. En el caso de la protasis con la preposición “para uno”, es frecuente que la apódosis em piece por el pronombre “otro” . Se trata, discursivam ente, de textos gnom em áticos y, desde luego, de una hechura tan condensada que sobresalen entre los m odelos del hablar lapidario. Los refranes-receta no son muy numerosos. Para un muestrario suficientemente completo de su variedad m orfosintácticatom o los siguientes: A batalla de amor, campo de plumas. A buen entendedor, pocas palabras. A buen sueño no hay mala cama. A buena ham bre, gordas duras. A buena hambre, no hay pan duro. A cam ino largo, paso corto. A cazador nuevo, perro viejo. A gato viejo, ratón tierno. A cena de vino, desayuno de agua. A gran caballo, grandes espuelas. A caballo ajeno, espuelas propias. A lo hecho,pecho. A palabras necias, oídos sordos. A enem igo que huye, puente de plata. 295 E l hablar lapidario A falta de pan, migajas. A libro malo, encuadernación buena. A santo chico, velitas. A chillidos de puerco, oídos de m atancero. A com ida de olido, pago de sonido. A boca de borracho, oídos de cantinero. A barbas de indio, navaja de criollo. A burro viejo, aparejo nuevo. A caballo duro, bozal de seda. A caballo nuevo, caballero viejo. A pan de quince días, hambre de tres semanas. A río revuelto, ganancia de pescadores. A la m uía vieja, cabezadas nuevas. P a ’ los toros del Jaral, los caballos de allí m esmo. Para caballo duro, bozal de seda. Para el caballero, caballo; para el m ulato, m uía, y para el indio, burro. Para el catarro, el jarro; y si no se quita, la botellita. Para am ores que se alejen busca am ores que se acerquen. Para el desprecio el olvido. Para la yerba, la contrayerba. Para las m uchas leyes, muchas muelles. Para un buen burro, un indio; para un indio, un fraile. Para uno que m adruga, otro que no se acueste. Para una buena hambre, una buena tortilla. Para todo mal, m ezcal, y para todo bien, tam bién. Para tus cóleras, mis flemas. Para un bien servido, un mal pagado. Para un buen pedidor, un buen ofrecedor. Para un corazón contrito un cristo crucificado. Para uno que corre, otro que vuele. Los refranes exclamación Ya hemos hablado ampliam ente de esta form a parem iológica tan frecuente en el refranero m exicano y en nuestro corpus. Hay varios subtipos de refranes exclam ativos: unos que sólo son exclam ativos por la enunciación y otros 296 La forma de los refranes cuyos rasgos de exclam atividad son de índole m orfosintáctica. Tom ás N ava­ rro Tom ás, en su Manual de entonación española*1m enciona tres tipos de enunciaciones exclam ativas distintas. Para decirlo pronto, los refranes exclamativos no serán considerados entre los paradigmas de lapidariedad que analizarem os en los capítulos que siguen: la razón principal es que su com portam iento discursivo no es principalmente entim em ático. En otras palabras, la m ayor parte de los refranes exclam ativos de que consta nuestro acervo desem peñan prevalentem ente, en el discurso, lafunción de ornato: no son, portanto, m ecanism o de lapidariedad sino más bien de expansión verbal. Es cierto, como ya señalé más arriba, que hay entre los refranes de nuestro corpus que por razones de enunciación pueden ser catalogados como exclamativos, algunos de tipo gnomemático por la forma. Aquí sólo incluimos los refranes form alm ente exclamativos. Como ya se ha señalado, los nexos de este tipo de refranes con el contexto son, en muchos casos, de tipo acústico: ello hace que la m ayor parte de los refranes exclamativos empiecen por algún tipo de palabra enfática sea interjección, sea conjunción o adverbio, princi­ palm ente. La m ayor parte de ellos tienen la forma de una constatación: por tanto, serán considerados tipológicam ente en su lugar correspondiente. He aquí un pequeño corpus representativo de esta forma parem iológica, por lo demás, muy m exicana: Aunque la jau la sea de oro, no deja de ser prisión. A unque la mona se vista de seda, mona se queda. Aunque lo que dicen no es, conque lo aseguren basta. A unque todos somos del mismo barro, no es lo m ismo bacín que jarro. Que ayunen los santos que no tienen tripas. Que vaya la cura en regla y aunque se muera el enfermo. Qué tal estará el infierno que hasta los diablos se salen. Que beban agua los bueyes, que tienen el cuero duro. Que corran a la pilm am a, que el niño ya se divierte. Que dé leche la vaca y aunque patee. Que com an, pero que no se amontonen. Que me aguante la m uía y aunque respingue. Que digan m isa si hay quien se las oiga. Que digan m isa si pueden. 47 47. Op. cit., p. 173 y ss. 297 E l hablar lapidario Que trabajen los casados que tienen obligación. Que les cuadre o no les cuadre prestar libros ni a tu padre. Que vayan por lo que queda los que gustan de las sobras. Que trabajen los bueyes que tienen el cuero duro. Que digan m isa si acaso saben latín. Que estudie el que no sepa. Qué le cuidan a la caña si ya se perdió el elote. Que la boca se te haga chicharrón. Que nazca el niño y la m adre nos dirá quien es el padre. O todos parejos o todos chipotudos. O todos hijos o todos entenados. O bien callado o bien vengado. O bien callada o bien vengada. O cabrestean o se ahorcan. O la fruta bien vendida o podrida en el huacal. O todos de blanco o todos de negro. O todos vestidos o todos desnudos. O todos coludos o todos rabones. O ja la n parejo, o no hay testam ento Si se alivió, fue la virgen, si se m urió, fue el doctor. Si se atora en mi rebozo la culpa es del repacejo. Si quiere la gloria verme, que venga la gloria acá. Si pago en el otro mundo, aunque me aum enten la cuenta. Si me han de m atar m añana que me m aten de una vez. Si no hubiera m alos gustos, no se vendería lo am arillo. Si me ha de llevar el diablo que me lleve un buen caballo. Si no hubiera m alos gustos, pobres de las feas. Si m alo es San Juan de Dios, peor es Jesús N azareno. Si me pegan porque me peo, que me peguen porque me cago. Si me m uero, le perdono; si me alivio, ya verem os. Si no te gusta la danza te voy a tocar un vals. Si no te alcanza, no repartas. Si no te las dan es porque no se las pides. Si lloras porque se fueron ya llorarás cuando vuelvan. Si le aprieta al buey el yugo, aflójale las correas. Si las penas con pan son menos, con dinero no son penas. Si la tenem os, nos choca, si se nos va, la extrañam os. 298 L a forma de los refranes Si los años hicieran sabios, no habría viejos tontos. Si eso dice m am ón blando, qué dirá bizcocho duro.48 Si la calabaza encanece, el corazón no envejece. Si la envidia fuera tiña, qué de tiñosos habría. Si eso hace de pretendiente, qué no hará de arrepentido. Si lo que enseña es la m uestra ya no destape el huacal. Si esa es la m uestra, ya no me destape el tercio. Si el trabajo no cansara, no habría putas en las esquinas. Si esa araña me picara, San Jorge sería pendejo. Si eso dice pan de huevo qué dirá semita de agua. Si es indio, ya se murió; si es español ya corrió. Si com o lo m enea lo bate, que sabroso chocolate. Si con atolito el enferm o va sanando, atolito vámosle dando. Si así fuera el diablo aunque me llevara. Si de que los hay, los hay; el trabajo es dar con ellos. Si es de chaqueta, que pase, y si es de blusa, que espere. Si Dios hiciera de pulque el mar, me volvería pato pa’ nadar. H asta el chim uelo m asca tuercas. H asta lo que no se come le hace daño. Hasta las cam panas tiem blan cuando dan. Hasta el más tullido es alam brista. Hasta el m ejor escribano echa un borrón. H asta el santo desconfía cuando la limosna es grande. H asta que se le hizo al salado. Hasta com o olán con picos y hasta como l’an pasado. H asta los gatos quieren zapatos y los ratones calzones. Hasta los huaraches taconean. H asta que no m uere el arriero no se sabe de quien es la recua. H asta que San Jerónimo toque la trompeta. H asta que hubo un huarache viejo que me viniera a taconear. H asta la risa te pago, contim ás unos eructos. H asta que llovió en Sayula. H asta que se le hizo al caldo. Hasta que se le hizo al agua. Y a porque se m uere un burro es año de m ortandad. 48. Variante: “si eso dice mamón ¿qué dirá bizcocho duro?" 299 E l hablar lapidario Ya verem os, dijo un ciego, pero nunca pudo ver. Ya voy que me están peinando. Ya se secó el arbolito donde dorm ía el pavo real. Ya estará, linterna sorda, deja prender mi velita. Y a le están poniendo m ucha crem a a sus tacos. Y a hasta los de a pie m e salen. Ya no la quieras con trenzas, quiérela aunque esté pelona. Ya no la quiero con chongo (trenzas), qué le hace que esté pelona. Ya no se siente lo duro sino lo tupido. Ya no quiero la harina sino los costales. Ya Chole vendió su rancho. Ya encarrerado el ratón que chingue su m adre el gato. Y a está dicho y es p a ’ pulque, y el que sobre, lo tiram os. Ya es tarde pero hace luna. Ya estará chirrión del diablo, pajuela del artticristo. Ya apareció el peine. Ya está bueno, pesos duros, dejenm e gastar mi m edio. Ya porque parió la perra, deme un perrito. Ya porque nació en pesebre presum e de niño Dios. Ya se hizo de m uías Pedro, ya tenem os en qué andar. Ya se acabaron los indios que tiraban con tam ales. Ya ese indio perdió el chim al. Ya ese buey se fue a la milpa. Ya estarás, jabón de olor, ni que perfum aras tanto. Ya estará, jardín de flores, ya no me eches tanto olor. Ya llegó el tejam anil, ahora techan. Ya m e am arán cuando quieran, al cabo ni me urge tanto. Ya estará, dolor de estóm ago, ya te van a dar tu té. Ya m ero la besa el pobre, nom ás la pared divide. Ya ni p a ’ dorm ir se encueran. Ya lo dijo San Andrés: el que tiene cara de pendejo, lo es. Ya lo parim os, ahora hay que criarlo. Ya m ero la besa el pobre, no m ás la pader estorba. Ya van tres que yo te escribo y tú que ni carta m ’echas. Ya te conozco, cam pana, no te vuelvo a repicar. Ya te conozco, mosco. Ya te conozco, pepita, desde antes de ser melón. 300 L a forma de los refranes Ya hasta lo que no se comen les hace daño. N om ás no me pise que yo tam bién soy gallo. N om ás ven burro y se les ofrece viaje. N om ás que levante el tiem po le damos vuelo a la hilacha. N om ás no m uevan la hornilla que se vuela la ceniza. N om ás de m onos se peen, no porque estén aventados. N om ás mis chicharrones truenan. N om ás cuando relam paguea se acuerdan de Santa Bárbara. N om ás al partir el pan se conoce al que es hambriento. N om ás eso me faltaba para ir a gozar de Dios. N om ás con que me arríe, aunque me desunza tarde. N om ás eso me faltaba: que una de huaraches me viniera a taconear. Así es la vida, unas veces de bajada y otras de subida. A sí me gusta la orina, dijo el facultativo. A sí m e decía Ruperta, y al cabo me la pagó. Así pasa cuando sucede. Así somos los que hacem os la historia. Así, sí baila m ’hija con el siñor. Así, mi galgo las pesca. Así m e la recetó el doctor. Así se las gasta el hojalatero. Atrás de la raya que estoy trabajando. A quí la verga es verga, y el culo un agujero. A quí se rom pió una taza y cada quien se fue a su casa. A quí fue donde la puerca torció el rabo. Aquí es donde, como dijo la recién casada. Aquí no rifa ni caballo bueno, ni m uchacha bonita. A quí ni palos, porque se rinde el brazo. Chingue a su m adre la m uerte m ientras la vida nos dure. Qué tren tan largo nom ás el cabús le veo. Qué cuaco tan persona, lástim a que la bestia no lo ayude. Qué taco, parece alm uerzo. Qué suerte tienen los que no se bañan. Qué m iedo que m ete un cojo tum bándole l’otra pata. Qué bonito es lo bonito, lástim a que sea pecado. Qué buenos pechos p a ’acabarm e de criar. Qué suerte tienen los que no se confiesan. 301 E l hablar lapidario Qué suerte tienen los que no oyen misa. Qué m olito que bien pica. Qué pelón salió el albur. Qué favor le debo al sol con que me haya calentao. Sólitas bajan al agua sin que nadie las arree. Tal para cual, cada botón a su ojal. Tanto pedo p a ’cagar aguao. Tanto tiem po de atolera y sin saberlo m enear. Tanto año de verdulera y no saber blasfemar. Tantos años de puta y no saberse mover. Tantos años de m arquesa y no saber m over el abanico. Silencio, pollos pelones ya les van a echar su m áiz. Silencio, ranas chillonas, que hay culebras en el charco. Silencio, ranas, que va predicar el sapo. N o quiero, no quiero, échenm elo en el sombrero. N o me han visto bien peinado y con mis otros trapitos. N o pueden con los ciriales y han de poder con la cruz. N o quiero que Dios me dé, sino que me ponga onde haya. N o me fijo en las echadas, sino en las que están poniendo. N o m e echen ungüento, que voy de alivio. N o es culpa del gallo, sino del amarrador. N o es culpa de mi gallo, la tiene el am arrador. ¡Con qué ojos divina tuerta! Los refranes pregunta Se trata de refranes constituidos por una pregunta. Por lo general, participan de las m ism as características discursivas de los refranes exclam ación. Por tanto, no serán incluidos en nuestro corpus paradigm ático de la lapidariedad. Los m ecanism os de inserción dentro del discurso m ayor son, en general, de tipo acústico, com o en algunos refranes exclam ativos. Lo que sigue, es un m uestrario con los principales tipos de refranes pregunta de nuestro acervo: ¿De dónde le viene a Bartolo el me, si su padre no era borrego? ¿Con qué la tapas si llueve? Con qué chiflas, desm olado, si no tienes herram ienta. 302 La forma de los refranes Cuando todos albañiles ¿quién da mezcla? ¿Cóm o he de adorarlo Cristo, si yo lo conocí guayabo? ¿De qué m ueren los quem ados?... De ardores Por qué con tam al me pagas, teniendo biscochería. Sacristán que vende cera y no tiene cerería, ¿de dónde la sacaría? Y qué ha de dar San Sebastián si ni a calzones llega. Y por esa m uía lloras, ni yo que perdí el hatajo. Y cóm o de noche no, habiendo tan linda luna. Y qué le espulgan al juil si tiene el cuero tan liso. Y qué culpa tiene Dios que sus hijos sean m alcriados. Y m ientras me condeno, qué como y qué ceno. Y a don Quele, qué le importa (qué le duele). ¿A quién le dan pan que llore? Qué dicen calandrias cantan o les apachurro el nido. Qué ha de dar la encina, sino bellotas. ¿Qué de veras, M iram ón? Como te lo digo, Concha. Qué sabe el burro de freno ni el caballo de aparejo. Qué m is enchiladas no tienen queso. Qué, porque le canta un pobre no le gusta la tonada. Qué dice Dios de su vida lo mismo que de bajada. Qué harem os en este cazo sin cuchara y sin cedazo. Qué m ás quisiera el gato que lamer el plato. Qué m is pesos no tienen águila. Qué m e duras, calentura, ya llegó tu mejoral. Qué entendéis por los infiernos suegros, cuñados y yernos. Refranes interlocución Se trata de refranes que están estructurados, por lo general, en segunda persona y constituyen, por tanto, un acto de interlocución. Algunos de ellos participan de las características ya sea de los refranes exclam ativos ya de los interrogativos o, en algunos casos, de las características form ales de algunos de los refranes perform ativos: son, por tanto, catalogables allí. Hay, sin embargo, algunos refranes en que prevalece la forma de una interlocución, son conativos, y no son clasificables en otros grupos. Como tienen la form a de una simple interlocución, los he llamado a sí: en la clasificación estructural a falta 303 E l hablar lapidario de m ejor nom bre los he llamado conativos. A lgunos de ellos son de carácter gnom em ático, la m ayor parte no. He aquí algunos ejem plos: A tente al santo y no le reces. A tente al bayo que es buen caballo. C ásate, Juan, que las piedras se te volverán de pan. C ógelas al vuelo, m átalas callando. Com póngam e ese huichol p a’ que parezca som brero. Com e cam ote y no te dé pena, cuida tu casa y deja la ajena. C om iste la tuna, arrojarás la pepa. Consíguem ela de alcalde y te la doy de gendarm e. Cría fam a y échate a dormir. Cría cuervos y te sacarán los ojos. Cuéntale tus penas a quien te las pueda rem ediar. C uida de la recaída que es peor que la enferm edad. Cuídam e de mis amigos, que de mis enem igos m e cuido yo. Cuiden sus gallinas, que mi coyote anda suelto. Deja que pasen los patos que ya llegará la nuestra. D éjalas que batan Tagua que ansina Than de beber. D éjalas que corcoveen, que ya agarrarán su paso. Deje usted que el niño nazca y él dirá quién es su padre. D éjele el diente al ratón p a ’ que se lo vuelva de oro. Dim e con quién andas y te diré quién eres. Dim e cuánto tienes y te diré cuánto vales. Dim e de qué presum es y te diré de qué padeces. D im e qué com es y te diré quién eres. D im e qué sueñas y te diré quién eres. Echale copal al santo, aunque le jum ees las barbas. Échale leña a la lumbre, que me costó mi dinero. Échate ese trom po a la uña m ientras yo te bailo el otro. Échenle jocoque al cura que tam bién sabe alm orzar. Éntrale M atías, que de esto no hay todos los días. Éntrale a las em panadas, ora que es día de vigilia. Estás viendo la tem pestad y no te hincas. N o me traigas tus naguales, que se achagüistlan las m ilpas. N o m ueva tanto la cuna, porque me despierta al niño. N o m ueva tanto la cuna que va a despertarm e al niño. 304 La forma de los refranes N o quieras tom arm e el pelo, sabiendo que yo soy calvo. No m uevas todas las teclas por si te falta algún son. No me veas muy desde arriba, que estamos a igual altura. No me jalen del tazcal, porque riegan las tortillas. No me rajen tanta leña, que ya no tengo fogón. N o me defiendas compadre. No me hables de cosas agrias, que se destiemplan los dientes. No niegas la cruz de tu parroquia. No se fije en las echadas, sino en las que están poniendo. Hinqúense que están alzando. Huyes de la m ortaja y te abrazas del difunto. Huyes del señor de los trabajos y te encuentras con el señor de las necesidades. Llórate pobre, y no te llores solo. Llórate pobre, no sola. M ándalo y hazlo, serás bien servido. M ándam e más dinero que estoy ganando. M ientes con todos los dientes. M írem e m adrina, onde ando. Pareces tam bora de pueblo, hasta los nacos te tocan. Pareces principio y sopa y eres puro caldo de olla. Pareces burro de indios, que hasta los tam ales te cargan. Perdone el retobo y el arrempujón. Presum es de pavo real y no llegas ni a zopilote. Pusiste tu barbería en la calle de los lampiños. Riñe cuando debas, no cuando bebas. Sácale cañas al tercio aunque se afloje la carga. Sácale la vuelta a un cojo y ponle la cruz a un calvo. Serás muy lentejas si te dejas. Sea por Dios, que venga más y en qué echarlo. Sea por Dios, nopal, no diste tunas. Síguele echando frutitas a la piñata. Sóplale a la lumbre, herm ano, ya verás qué cenicero. Suspiras cerca de mí, es señal que no es por mí. Ten lo tuyo, y tenlo tú y no pienses en lo ajeno. Ten presente lo que te hacen y piensa en lo que has de hacer. Te das golpes de pecho nomás cuando te atragantas. 305 E l hablar lapidario Te caíste del m ecate. Te asustas de la m ortaja y te abrazas del difunto.49 Te espantas de las vacas y te abrazas de los toros. Te gusta el pedo y el olor a mierda. Te espero en el baratillo sarape de Saltillo. Te casaste, te fregaste. Te gusta el trote del m acho, aunque te zangolotee. Te fue como al catrín del baile, de la tiznada. Te haces que la virgen te habla cuando ni te parpadea. Te haces de la boca chiquita sabiendo que la tienes grande. Te la doy de sacristán, si me la consigues de cura. Te perdono el mal que me haces por lo m ucho que m e gustas. Te lo dije valedor: cuando uno no tiene cuerdas no se m ete cargador. Te juzgué m elón y me resultaste calabaza. Te haces m uchas ilusiones, verás cuántos desengaños. Tú cantarás muy bonito (alegre) pero a mí no me diviertes. Tú dirás si te echas otras o si ya con esa tienes. Tú sí la ves reparando y le avientas el sombrero. Tú lo dirás de chía, pero es de horchata. Tú m e lo dirás por Petra, pero la coqueta es Pancha. Tú eres pez que no da hueva. Tú escupirás muy aguado, pero a mí no me salpicas. Tú dirás si aguantas m ás o si ya te sientes dado. Usted no será la harina, pero me huele a bizcocho. M e extraña que siendo araña te caigas de la pared. M e adm ira que siendo fraile no sepas el padrenuestro. M e adm ira que siendo gato no sepas coger ratones. M e adm ira que siendo galgo no sepas coger las liebres. M e adm ira que siendo sastre no sepas poner botones. M e adm ira que siendo arpero no sepas la chirim ía. M e extraña que siendo redondo, eches pajosos cuadrados. M e extraña que siendo liebre no sepas correr en llano. M e haces com o a las valijas viejas: ya ni carta m e echas. M e extraña que siendo sastre no sepas poner botones. M e extraña que siendo pato no sepas nadar en lago. 49. 306 Variante: “se asustan de la mortaja y se abrazan del difunto”. L a forma de los refranes M ono, perico y poblano, no lo toques con la mano; tócalo con un palito, que es un animal maldito. Alazán, si te lo dan; tostado, ni dado. A m igas hasta m orir, pero de prestarte, nada. Ya viste relam paguear, ora te faltan los truenos. Si he sabido que te pees, no te aprieto el aparejo. Si de frío te estás m uriendo di que sientes caliente. Si he sabido que te zurras, ni los calzones te pongo. Si quieres que sepa tu enem igo, platícale a tu amigo. Si quieres saber el valor de un peso, pídelo prestado. Si una vela se te apaga, que otra te quede encendida. Si no com pran no m alluguen, retírense del huacal. Si no entiendes ni El Bendito cómo hablas de los misterios. Si pides y no te dan, cuando menos te agradecen. Si quieres saber quién es, vive con él un mes. Si quieres fortuna y fama, que no te halle el sol en la cama. Si te aguantas un tornillo, te saco una cacariza. Si no te presto la yegua, mucho menos la potranca. Si te ensillan, m asca el freno. Si te hacen tu carbonato, hazles su chocolatito. Si tu mal tiene cura, qué te apura y si no tiene cura, qué te apura. Si quieres cuidar tu raza, a la india con indio casa, no te parezca m ejor casarla con español. Y dale que ha de parir m irando la noche que hace. Si alim entas un lechón obtendrás un puerco. A unque te chille el cochino, no le sueltes el mecate. Si lo que te honra no exhibes, lo que te deshonra oculta. Si quieres que otro se ría, cuenta tus penas, María. Si tienes hijo varón, no llames a otro ladrón. Si en la vida te m altratan, entre más te chingan m ás te encanta. A unque le falte el resuello no te asustes porque es chata. O bailas o te suspendo la tonada. Si no quieres pasar penas, no te com prom etas a lo que no puedes. Si no le ibas echar pial, p a’ que andarla alebrestando (para qué la alebrestaste). 307 E l hablar lapidario Si no puedes m order, no enseñes los dientes. Si del cielo te caen limones, aprende a hacer limonada. Si se te cierra una puerta, otra hallarás abierta. Si tú eres el mismo diablo, yo seré tu San M iguel. Si te huelen el m iedo estás perdido. Si quieres servir de veras da el consejo y el tostón. Que te andas valiendo de ángeles habiendo tan lindo Dios. T e m a y f o r m a e n e l r e f r a n e r o m e x ic a n o No me ocuparé de los “tem as” de los refranes o del llamado análisis temático sino desde una perspectiva negativa encerrada en la pregunta ¿de qué cosas no se ocupan los refranes? En una prim era instancia, dado que los refranes se ocupan de todas las cosas concretas que afectan a la vida cotidiana, se podría decir, positivam ente, que no hay ninguna de ellas que esté a salvo del interés parem iológico. Para convencerse, bastaría con ver algún refranero elaborado desde la perspectiva tem ática: por ejem plo el ya citado Dictionnaire de Proverbes et Dictons o, para la lengua española, el tam bién m uchas veces aquí citado Refranero general ideológico español, com pilado por Luis M artínez Kleiser. Desde esa perspectiva, la pregunta ¿de qué cosas no se ocupan los refranes? apenas si podría inspirar alguna investigación útil. A ella se podría responder que los refranes no se ocupan de los tem as que no están al alcance de la vida cotidiana de un pueblo, que no la afectan de manera inm ediata y no han sido codificados por ella. Las cuestiones abstractas, por ejem plo, ya de la ciencia ya de la religión o de algún otro dom inio que de m anera indirecta afecta al vivir cotidiano, sólo penetran al refranero cuando han sido asim iladas y de la m anera como lo han sido: para la religión es buena m uestrael ya citado Vocabulario y refranero religioso de México compilado por Joaquín Antonio Peñalosa; en cambio, que la filosofía, y en general la ciencia, no ha penetrado en los niveles popu lares donde nacen los refranes, lo m uestra bien la existencia y proliferación de ese otro género herm ano del refrán, la “frase célebre”, de que ya nos hem os ocupado y sobre la que volverem os.50 50. 308 Ejemplos abundantes de ambos tipos textuales pueden verse en Efraín Mendoza, Lafrase inmortal, M éxico, Diana, 1991. L a forma de los refranes Por lo dem ás, el análisis tem ático en parem iología es peligroso y artificial: se corre el riesgo de parlotear de todo dado que los temas de un refranero son tantos como los aspectos que abarca la vida misma. Además, ¿cómo se define el tem a de que habla un refrán? Hay quienes han intentado una clasificación tem ática a partir del “concepto” central del prim er miembro del refrán, consistente en una protasis en una buena parte de los refranes de que consta nuestro repertorio. Ello desde luego es arbitrario, por muchas razones. Sólo citaré un par de ellas: en prim er lugar, recordaremos aquí que un refrán, como se ha dicho, es un texto altamente situacional y constitutivamente emblemático que form a con el contexto situacional un sistema semiótico del cual se recaba la significación del conj unto. Por esa razón, el funcionamiento textual de un refrán depende de las circunstancias en que se usa. De esa manera, habría que determ inar el rango situacional de cada refrán antes de hacer un inventario y clasificación de las significaciones resultantes. De acuerdo con esto, habría significaciones prim arias o inmediatas del refrán y significaciones que se podrían considerar mediatas o latentes. Al proponer una clasificación tem ática de un corpus de refranes, habría que hacerlo tanto con las significaciones inmediatas como con las latentes: al fin de cuentas, en el uso concreto de un refrán tan importantes son una que las otras. Pero, ¿a dónde nos conduciría una clasificación así? Probablem ente a ninguna parte: posiblemente a una especie de diccionario de refranes listo para usarse en alguna de las mil situaciones precodificadas. Por lo que hace, empero, a lo que aquí nos interesa, a saber, cuáles son los temas de que es susceptible de ocuparse el discyrso lapidario, no habríamos avanzado prác­ ticamente nada. La segunda razón por la cual una clasificación tem ática no nos ofrece nada, adem ás de su curiosidad, es el hecho de que en un refrán una cosa es la significación referencial, la significación que emana de los vocablos conteni­ dos en su texto, y otra, muy distinta, es la significación fundamental del refrán que m ás arriba hem os denom inado sentido parem iológico. Si la tem ática referencial es explosiva, la tem ática emanada de los sentidos paremiológicos, al ser producto de una abstracción interpretativa es altam ente arbitraria.51 51. Sobre algunos de los temas recurrentes en el refranero mexicano volveremos en el capítulo siguiente cuando hablemos de la pertinencia de lasemióticaparael análisis paremiológico. 309 E l hablar lapidario Si lo que nos interesa averiguar en esta investigación sobre el discurso lapidario es si existe alguna relación entre las form as y estructuras parem iológicas, que hem os esbozado, con algún tipo de tem ática especial o si cualquiera de las form as y estructuras de los refranes se han ocupado de hecho de cualquier tipo de tema. La pregunta no es ociosa. Tom ás Navarro Tom ás, en su Métrica españolaba m ostrado cómo en la historia del metro español ciertos tem as han estado ligados a ciertos metros: por ejem plo, los versos de cabo roto eran aptos para tem as hum orísticos, m ientras que las diferentes configuraciones acentuales del endecasílabo fueron expresión de diferentes sentim ientos; “el verso sáfico de la poesía clásica se empleó durante la edad m edia especialm ente en composiciones detipo religioso. Otro verso de m edida sem ejante, el senario yám bico alternaba con el sáfico en la m ism a clase de asuntos” .5 253M ientras que el m adrigal “requería com o condi­ ciones principales la brevedad, la com binación arm oniosa de los versos y la sencillez y delicadeza de los pensam ientos” ,54 “ las letras de baile daban em pleo preferente a los nuevos dactilicos”55 y así sucesivam ente.56 Una cuestión interesante, en relación con los refranes, es si es posible encontrar, tam bién aquí, alguna relación histórica entre tem a y form a o, en todo caso, entre tem a y estructura. En otras palabras, la cuestión que podríajustificar un estudio de la tem ática parem iológica sería para analizar en qué m edida tiene una relación con esquem as m orfoestructurales. Como puede verse, por las clasificiones tanto estructurales com o forma­ les que hem os bosquejado a partir de nuestro corpus, apenas si puede hablarse de algún tipo de preferencia de alguna form a o de alguna estructura por algún tipo de tem a. Si se consultan los diferentes grupos según sus formas y estructuras verem os fácilm ente cómo los sujetos de un refrán son por lo general objetos y personas de la vida cotidiana sin m ayor preferencia. Si acaso refranes com o “hay m uchos quebrados que valen m ás que un entero” , “no veas la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio” o “nadie es profeta en su tierra” m uestran hasta dónde algún aspecto ya de la ciencia ya de la Biblia se popularizó. Por lo demás, prácticam ente en cada grupo ya formal ya 52. 53. 54. 55. 56. 310 Tomás Navarro Tomás, Métrica española. Reseña histórica y descriptiva, N ueva York, Las Americas Publishing Company, 1966. T.N.T., op. cit., p. 175. T.N.T., op. cit., p. 190. T.N.T., op. cit., p. 223. Sobre este mismo tema el mismo Tomás N avarro T omás regresa en su 1ibro Los poetas en sus versos. Desde Jorge Manrique a García Lorca, Barcelona, Ariel, 1982. L a forma de los refranes estructural se encuentran los mismos tem as y los mismos sujetos: las abejas, el agua, la am istad, los amigos, el amor, el apero, la araña, el árbol, el arco, el arriero, el arroz, el buey, la burra, el caballo, la caja de alcanfor, el camarón, la carrera de un caballo, la carta, el matrimonio, los chiqueos de los casados, etc. El lector puede ver los sujetos de los refranes, por ejemplo, en el grupo conform ado por los refranes “N + sintagma adjetivo” de nuestro capítulo anterior. Y baste de clasificaciones tem áticas.57 La c l a s if ic a c ió n s e g ú n l a s f u n c io n e s d is c u r s iv a s Quizás más importante, para el asunto que nos ocupa, sea decir una palabra sobre el em pleo de criterios discursivos para una clasificación del refranero mexicano. Y a hemos dicho que, por principio de cuentas, existen dos grandes grupos de refranes dentro de nuestro acervo: los que pueden desem peñaren el discurso m ayor en el cual se insertan las funciones de una m áxima (gnoma o sententia), y los que no. Dentro de los primeros, además, los que pueden desempeñar las funciones de un entimema, los que desempeñan las funciones de ornato y los que, en fin, son susceptibles de desem peñar las funciones de exemplum. Com o ya lo ha puesto de manifiesto Aristóteles en su Retórica y tras él la retórica antigua, el “ejem plo” como recurso lógico-discursivo pertenece a la inducción; el entim em a y el ornato, en cambio, pertenecen a la argum entación: el prim ero como mecanismo del raciocinio en cuanto forma imperfecta del silogism o; el segundo, en cambio, como parte del arte de la enunciación del discurso. Los refranes de nuestro acervo pueden dividirse, desde este punto de vista, en tres grupos: una buena parte de ellos, como ya se ha señalado por lo demás, son susceptibles de desem peñar dentro del discurso mayor, ya sea diálogo, ya discurso del tipo oratorio, ya otro, la función de un silogismo imperfecto o entim em a. Hay otros, en cambio, que dentro de la práctica discursiva m exicana actual sólo desem peñan la función de ornato y otros, en fin, que son susceptibles de desem peñar la función de ejemplo. El ejem plo, en efecto, es definido por la retórica como una hazaña que sirve para provocar la persuasión. Desde luego, la antigua retórica reconoce varios tipos de ejem plos y varias formas de evocarlos discursivam ente. Entre 57. En nuestro libro Refrán viejo nunca miente (Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994) exploramos un par de temas muy bien representados en nuestro acervo. 311 E l hablar lapidario estas últim as se encuentra la alusión b rev e.58En nuestro acervo hay una serie de refranes que en el discurso son susceptibles de desem peñar esta función: se trata, desde luego, de alusiones breves a una historia contada de tipo popular que es evocada ya m ediante una inserción sintáctica, ya m ediante una especie de cita: A ndar como gallina en corral ajeno. A ndar como el diablo en el panteón. A ndar com o trom po chillador. A ndar como burro sin mecate. Feliz como perro después de boda de rancho. Feliz como perro en poste nuevo. Com o pulga esperando perro. Como burro de aguador, cargado de agua y m uerto de sed. Com o cuchillo de San Bartolo, puntiagudo y sin filo. Como jarrito de Tlaquepaque: feo y delicado. Como cochino recién comprado, desconociendo el m ecate. Como los gallos de Puebla, grandotes y correlones. Com o nido de tejones nom ás los uñazos se oyen. Com o pila de agua bendita, que todos le m eten la mano. Com o quien besa a una m ujer dormida. Com o quien ve (oye) llover y no se moja. Com o quien le quita un pelo a un buey. Com o el acto de contrición, que ni peca ni da tentación. Com o el burro del aguador, cargado de agua y m uerto de sed. Como el gallo de tía Cleta, pelón, pero cantador. Com o los perros del tío Mele, cuando les dice cúgelos, alzan la pata y se ponen a miar. Com o el perro del herrero, que a los m artillazos duerm e y a los masquidos despierta. Com o el violín de Contla: tem plado a todas horas Com o la pinten la brinco, y al son que me toquen bailo.59 Com o la Salve Regina: llena de fatalidades. 58. 59. 312 Cfr. H. Lausberg, Manual de retórica literaria, op. cit., tomo I, núm. 416. Este refrán exclamativo también circula de otras maneras. Por ejemplo: “como quieran puedo y al son que me toquen bailo”. O bien, simplemente, “al son que me toquen bailo”. L a forma de los refranes Com o la Salve Regina, siempre gimiendo y llorando. Com o ver volar un buey con una carreta encima. Com o Juan panadero y el toro: golpe a golpe. Com o la chaqueta de don Justo: arreglada y sin botones. Com o la espada de Santa Catarina: relumbra pero no corta. Com o perro de hortelano: ni come, ni deja comer. Como perro en barrio ajeno. Como perro mojado: curtido y avergonzado. Como ya hemos señalado re iteradamente, la función de ornato dentro del discurso es desem peñada por los refranes exclamativos de nuestro acervo. Una buena parte de ellos, en efecto, están constituidos por puro “sonido estupendo” como decía Juan de Jáuregui en su Discurso poético que en 1623 publica sobre la obra de don Luis de Góngora acusándolo de suplir los “altos conceptos” y las “agudezas y sentencias m aravillosas” del texto “con el sólo rumor de las palabras” .60 Este tipo de textos se insertan, por lo general, al discurso m ayor m ediante dos mecanismos: el prim ero y más frecuente consiste en un nexo de tipo acústico y el segundo en la simple irrupción. Emplean el prim er m ecanism o textos como “échenle jocoque al cura que tam bién sabe alm orzar” ; “ahora sí, violín de rancho ya te agarró un profesor” ; “ahora es cuando, chile verde, le has de dar sabor al caldo” ; “ojalá sea cola y pegue” . Por lo general, la gran mayoría de los refranes exclamativos, con excepción de unos cuantos, emplean este prim ertipo de nexo. En cambio, refranes como “tanto tiem po de atolera y sin saberlo m enear” ; “tanto año de verdulera y no saber blasfem ar” ; “tantos años de m arquesa y no saber m over el abanico” ; “chingue a su madre la muerte mientras la vida nos dure” emplean, en cam bio, el segundo tipo de nexo. Sin embargo, como ya hemos señalado tanto en el capítulo anterior como a lo largo de este capítulo, una gran m ayoría de los refranes de que consta nuestro acervo son de índole gnom em ática y desem peñan, por tanto, dentro del discurso m ayor en el cual se enclavan la función de un silogism o imperfecto o entim em a de la m anera que hemos descrito al principio de esta disertación. Los análisis que harem os más adelante se refieren a paradigm as de esta tercera clase de refranes. Como representantes de las diferentes formas 60. En Herón Pérez Martínez, Estudiossorjuanianos, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1988, pp. 69 y s. 313 E l hablar lapidario de lapidariedad que se dan en el refranero m exicano he aquí un conjunto de m odelos de las principales variedades estructurales a partir de las cuales, m ediante análisis, podrem os, más adelante, explorar los hilos de la lapida­ riedad: Hay veces que un ocotito provoca una quem azón. Ni los dedos de la m ano son iguales. N o por m ucho m adrugar am anece más tem prano. N o todos los que chiflan son arrieros. N unca dejes cam ino por vereda. N adie escarm ienta en cabeza ajena. N inguno diga quién es que sus obras lo dirán. Ni m ujer que otro ha dejado, ni caballo em ballestado. N o hay indio que haga tres tareas seguidas. No hay jardines como los que hacen los pobres. No hay que m eterse en la danza si no se tiene sonaja. Hom bre prevenido vale por dos. A bejas que tienen miel tienen aguijón. A gua que no has de beber, déjala correr. A gua pasada no mueve molino. Albañil sin regla, albañil de mierda. El que am a el peligro en él perece. La chancla que yo tiro no la vuelvo a levantar. La que no enseña no vende y la que enseña se m osquea. Lo que tiene la olla saca la cuchara. Lo que me han de dar de fierros, m ejor dénm elo de tortillas. Quien ham bre tiene en tortillas piensa. Al que no ha usado guaraches las correas le sacan sangre. El tiem po cura al enferm o, no el ungüento que le em barran. Los borrachos y los niños siem pre dicen la verdad. Una cosa es la am istad y otra cosa es Juan Dom ínguez. U nos nacen para santos y otros para ser carbón. A guacates y m uchachas m aduran a puro apretón. A rrieros som os y en el cam ino andamos. Dios aprieta, pero no ahoga. Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acom odar. Eso de trillar con burros es sólo ensuciar la parva. 314 L a forma de los refranes Les gusta el trote del macho y el ruido del carretón. Me extraña que siendo araña te caigas de la pared. Se hace pesado el muerto cuando siente que lo cargan. A bierto el cajón, hasta el más honrado es ladrón. Cada caporal, donde m ejor le parece, pone la puerta de su corral. M uerto el perro se acabó la rabia. Pídele a Dios y a los santos y echa estiércol a tus campos. Acabándose el dinero se term ina la amistad. Cuesta m ás el caldo que las albóndigas. M ás vale atole con risas que chocolate con lágrimas. Un peso vale más que cien consejos. Vale más am ansar que quitar mañas. M ás calienta pierna de varón que diez kilos de carbón. Jala m ás un par de tetas que cien carretas. Bien juega el que no juega. Cuando Dios dice a fregar, del cielo caen las escobetas. Donde m anda el caporal, no gobiernan los vaqueros. Sólo el que se ha muerto sabe lo que son responsos. A gato viejo, ratón tierno. P a’ los toros del Jaral, los caballos de allí mesmo. A cada puerco le llega su San Martín. A las m ujeres y a los charcos no hay que andarles con rodeos. Al jacal viejo no le faltan goteras. A nadie le am arga un dulce aunque tenga otro en la boca. A com er y a m isa rezada, a la prim era llamada. Con am or y aguardiente, nada se siente. Con pendejos ni a bañarse porque hasta el jabón se pierde. De que la perra es brava hasta a los de casa muerde. De arriero a arriero, el dinero nunca pesa. En cojera de perro y en lágrimas de m ujer no hay que creer. Entre sastres no se cobran los remiendos. H asta el santo desconfía cuando la limosna es grande. Para am ores que se alejen busca amores que se acerquen. Por la vereda se saca al rancho. Por las hojas se conoce el tam al que es de manteca. Según el sapo es la pedrada. Sin contar a la m ujer, lo m ás traidor es el vino. 315 E l HABLAR LAPIDARIO Si te ensillan, m asca el freno. Aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión. Que ayunen los santos que no tienen tripas. O todos parejos o todos chipotudos. Por lo dem ás, esta tercera posibilidad taxonóm ica, la de las funciones discursivas del refrán, como se han discutido ya am pliam ente los criterios con que se hará, no parece necesario ni reiterarlos, ni ahondarlos. Entre las dificultades m etodológicas con que se topa, en efecto, es que en cierta medida requiere una revisión com pleta tanto de los diferentes contextos situacionales com o, sobre todo, un m uestrario com pleto de contextos textuales. Aunque señalo desde aquí la importancia y aún la urgencia de 1levar a cabo ese trabajo, está fuera de la perspectiva de esta investigación. O t r a s p o s ib il id a d e s M uchas otras son, en efecto, las m aneras de agrupar los refranes de un corpus com o el que nos ocupa. No vamos, desde luego, a desarrollarlas aquí. Y a Ray B. Browne en su im portante artículo “ El saber de m uchos” : proverbios y expresiones proverbiales,61 m enciona como división posible de los refranes las categorías de “refranes literarios” y “refranes no literarios o tradiciona­ les” y entre cada una de estas categorías otras subdivisiones. Nosotros m ism os, en nuestro libro Refrán viejo nunca miente ,62 m encionam os la im portante división entre refranes rurales y refranes urbanos. Se podría decir, prácticam ente, que según el interés con que se acerque el investigador a un corpus de refranes, así serán las posibil idades de proponer nuevas m aneras de clasificar refranes. 61. 62. 316 En TristamP. Coffin (compilador), El retomo de losjuglares, M éxico, Editores Asociados, 1972, pp. 297 y ss. Zamora, El Colegio de Michoacán, 1994. TERCERA PARTE LAS DEUDAS Y LAS TEORÍAS VIII EL BAGA JE SUBYACENTE Enlace Tras una prim era parte dedicada a lo que los escolásticos llam aban la “explicación de térm inos” , de los térm inos sobre los que descansa la investigación, y una segunda ocupada en desbrozar el corpus con recursos tomados de la taxonom ía, llevamos a cabo, en esta tercera parte, un inventario de las teorías, intuiciones y m etodologías aquí implicadas. Desde luego, a lo largo de esta reflexión han ido apareciendo nombres, teorías, escuelas, metodologías, conceptos, térm inos tomados de aquí y de allá; y, desde luego, a lo largo de estas páginas se ha ido tej iendo una relativam ente espesa red de relaciones que ponen de m anifiesto que, en este campo al m enos, el saber y la reflexión son producto del espíritu del tiempo más que resultado de alguna inspiración individual y en donde por tanto, el magno edificio de las ciencias de la literatura parece estar edificado con puros granitos de arena. Este capítulo, por tanto, adopta la form a ya de un rápido recorrido por puntos y estaciones que fueron de reflexiones importantes, ya de una simple lista de acreedores. Finalm ente, la relación que todo este universo guarda con la presente investigación m ás se parece a una atm ósfera que se respira que a una tarea escolar en donde el aprendiz hace la tarea siguiendo las instrucciones al pie de la letra: estam os convencidos de que, en una investigación como la nuestra, las teorías y las m etodologías deben ser sólo fuentes de inspiración; de que cada objeto de estudio tiene sus propios cam inos por los que se puede llegar a él; y de que cada investigador tiene su propia percepción de las cosas que le obliga a hacer sus propios y muy singulares recorridos: bien dice ya uno de los refranes de nuestro acervo, aplicable a las m etodologías, que “según el sapo es la pedrada” . Reflexiones puntuales, citas expl ícitas, pago puntual de deudas, como se ha dicho, ya lo hem os venido haciendo a lo largo de esta reflexión. N o se trata 319 E l hablar lapidario de repetir lo ya dicho. H ablar a estas alturas de teorías y m etodologías, significa, por tanto, a veces, sólo hacer explícitas algunas de esas deudas; a veces es sólo el afán de ver en su conjunto el edificio de las ciencias del lenguaje y apreciar el lugar exacto en donde creem os que debe ubicarse nuestra reflexión. Y ya que de intuiciones se trata, debe quedar claro, desde ahora, que, desde el punto de vista del bagage teórico, no nos interesa, en prim era instancia, descubrir ni el M editerráneo, ni el agua tibiao el hilo negro; que si bien esperam os m odestam ente contribuir con ella al conocim iento del discurso lapidario, en particular, y del discurso a secas, en general, no pretendem os una revolución científica. Ubicamos, por tanto, nuestra re­ flexión, dentro de los cauces de la actual tradición epistemológica humanística. D esenterrar conceptos y m étodos, reacom odarlos trayéndolos de lugares incom unicados, inventariar procesos, rastrear tradiciones, etiquetar territo­ rios poco hollados y, en general, presentar bajo una nueva luz y en un nuevo orden la form a y función de uno de los tipos textuales más viejos de la cultura hum ana: he aquí nuestro M editerráneo. En efecto, esta investigación, para decirlo brevem ente, echa mano de una serie de conceptos, reflexiones, intuiciones y herram ientas en uso dentro del magno cam po de las llamadas ciencias del lenguaje. Lo que en este capítulo harem os, sin em bargo, no será un ajuste de cuentas con pulso de contador, sino un recuento con el ánimo de un hum anista que se siente deudor y que repasa las tradiciones de su reflexión. Por tanto, no espere encontrar aquí el lector ni un resum en de los avances y trayectoria en cada una de las disciplinas implicadas, ni un estado de cosas hasta el día de hoy: en efecto, no me propongo hacer aquí ningún repaso explícito de los diferentes estados de la cuestión de las disciplinas donantes aunque, desde luego, esos estados de la cuestión aparecerán siem pre en el horizonte. Este capítulo, en cambio, es concebido, como una serie de citas y rem iniscencias de conceptos que aquí m anejam os, de disciplinas que evoca­ m os, de intuiciones de que aquí nos servimos: este capítulo es, en pocas palabras, un trazar la red de relaciones que unen esta investigación con las diferentes tradiciones epistem ológicas vigentes en nuestra investigación. Jorge Luis Borges escribió alguna vez: “el hecho es que cada escritor crea a sus precursores” .1Este capítulo es un acto de creación de los precursores de esta investigación. Desde luego, este inventario de acreedores resultará 1. 320 Citado por Anthony Stanton, “La invención de la tradición: tres antologías decisivas en la poesía mexicana moderna", en Herón Pérez Martínez (editor). Lenguaje y tradición en México, Zamora, El C olegio de Michoacán. 1989. pp. 183 y ss. E l bagaje subyacente obviamente incom pleto en la medida en que sólo pretende tender puentes, trazar veredas y hacer recuentos de las deudas más aprem iantes: por tanto, sólo se expondrán los conceptos que dentro de las teorías contem poráneas en las áreas implicadas sean asumidos como tales; al fin de cuentas, en la cultura, todo, incluidos el hablar y el pensar, todo está inmerso en los cauces siempre a punto de la tradición. A rranque Ya se sabe y ya lo hemos dicho, un refrán puede ser analizado desde dos distintos puntos de vista, principalmente: por una parte, en form a estática, como texto en sí mismo; por otra, en forma dinámica, como un texto parásito que se inserta en otro texto m ayor y funciona en él. En concreto, un refrán, en cuanto texto endurecido que es, funciona de la misma m anera que cualquier elemento léxico: tiene, por tanto, un nivel paradigmático o virtual y un nivel sintagmático o actual. Como se sabe, el primero de los dos corresponde al nivel de diccionario y el segundo, en cambio, al nivel de texto. En el nivel virtual, la significación de un refrán difiere totalm ente de su significación a nivel actual: en el prim er caso no habla de una situación concreta sino de una clase de situaciones; en el segundo, se inserta en el discurso para aclarar una situación concreta con sus significados concretos: como se sabe, cuando el refrán se inserta en un texto concreto, su significación deja de ser virtual; es entonces, por lo demás, cuando desarrolla todas sus virtual idades discursivas entre las que sobresalen, por nuestro interés especí­ fico en la lapidariedad, las virtualidades tanto lógicas como retóricas del refrán. Por tanto, cuando un refrán como “árbol que crece torcido jam ás su tronco endereza” se inserta ya en el curso de un diálogo, ya en el seno de un discurso argum entativo, deja el plano paradigmático y desciende al plano sintagmático: estas categorías de la lingüística son importantes, entre otras cosas, para denominar los dos más importantes niveles de análisis ya referidos. A nivel paradigm ático, el texto del refrán es analizable, como si se tratara de un texto estático, desde los puntos de vista sintáctico, semántico, formal, estilístico, retórico, lógico, semántico o crítico literario, por ejemplo. A este nivel, en efecto, es fácil percibir los recursos de lapidariedad que adopta, su ritmo, su aliteración, los m ecanism os de abstracción, su grado de m etaforización, la sim etría de sus significaciones, las marcas de ausencia del tiempo histórico, entre otras cosas que cada refrán en cuanto texto va 321 E l hablar lapidario señalando. A nivel sintagm ático, en cam bio, servirán los recursos m etodológicos y las intuiciones de disciplinas como la retórica, la lógica, la m orfosintaxis, la sem iótica, la teoría de la recepción, la pragm ática, la literatura comparada, lasociocrítica, laestilística, la crítica literaria, lateoría del discurso y, en concreto, la teoría del diálogo. Para un inventario de las diferentes aportaciones epistem ológicas que subyacen a nuestra investigación, para integrar esa lista de acreedores de la que hablábam os, se podría tomar, como punto de partida de este capítulo, un refrán típico de los de nuestro acervo y acercarnos a él desde diferentes perspectivas de análisis para ver cómo se da y funciona en él lo lapidario. Q uedaría claro, ciertam ente, que entre el cúmulo de teorías, escuelas y disciplinas actuales que giran en torno al texto, sobre todo literario, hay algunas que han logrado desem bocaren m etodologías concretas y hay otras que, en cambio, si bien implican cam bios en las m etodologías más bien se postulan como horizontes de reflexión. En este repaso, no nos interesa señalar los puntos concretos, relativos al método, en que nos hemos apoyado. No sólo se han señalado en cada caso concreto, sino que el lector mismo los puede ver por sí mismo. Nos interesa, sí, señalar esos horizontes com o nos interesa suscribirnos, dentro de las m uchas bifurcaciones que se dan en nuestro cam po, el sendero por el que optamos. Como decíam os, es cuestión de deudas, de inspiraciones, de adscripciones y, en fin, de hacer un somero inventario de nuestro bagaje teórico en su conjunto. Si, com o decíamos, tomamos el análisis de un refrán típico como primer inventario epistemológico, habría que advertir que ello sólo nos conducirá a algunas prácticas m etodológicas y que seguram ente poco nos dirá de las implicaciones teóricas de otras reflexiones, sin embargo de alguna m anera presentes. Los horizontes, porque siem pre están a la vista, con frecuencia pasan a segundo plano. Con esa salvedad, em pecem os. Sea ese refrán “el que a buen árbol se arrim a buena som bra le cobija”; veamos, de m anera paradigmática y rápida, algunos de los principales análisis tipo a que puede ser sometido. En prim er lugar, en un plano puramente paradigm ático, hay que decir, que estam os ante una estructura y ante una form a típicam ente parem iológicas dentro del sistem a textual hispánico: se trata de un refrán perteneciente a las estructuras “el que” cuya form a es la de una constatación. Se podría decir, adem ás, que, desde el punto de vista de la estructura, este refrán representa al grupo más am plio de refranes cuya protasis está constituida por un sintagm a nom inal. Por lo dem ás, desde el 322 E l bagaje subyacente punto de vista de las funciones discursivas que es capaz de desempeñar, nuestro refrán puede ser catalogado entre los refranes gnom em áticos: de acuerdo con la term inología de la retórica, en efecto, puede desem peñar las funciones de un entim em a, ya arriba señaladas. Se le puede analizar, en prim era instancia, desde el punto de vista de la índole lógica del texto: nuestro refrán es una proposición universal afirmativa, de tipo constatativo, estructurada por la unión de dos pares de conceptos “buen árbol” y “arrim a”, por una parte, y de la pareja “buena som bra” y “cobija”, por otra, que remiten, en buena lógica, a dos pares de proposicio­ nes. Esa unión, sin em bargo, tiene otras particularidades: por un lado, ambas oraciones están unidas por el falso sujeto “el que” que, de hecho, es una deform ación producida por el habla popular de la forma gramatical y lógicamente correcta: “al que” . Por tanto, en cuanto proposición, nuestro refrán debería em pezar por una frase de objeto directo de hecho regida por el verbo más lejano; una versión de una de las estructuras intermedias del refrán diría: “buena sombra cobija al que se arrima a buen árbol” . Aún es posible encontrar, com o variante de este refrán, su forma gram aticalm ente correcta: “al que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija” . Desde el punto de vista sintáctico, entonces, el refrán está constituido por unaoración compuesta en la que “ buena som bra cobija” es la oración principal y “al que a buen árbol se arrim a” es la oración subordinada que hace layveces de objeto directo del verbo “cobijar” . Para no excluir ninguna de las palabras del refrán, hemos de decir que el pronom bre “ le” en la posición en que se encuentra en el refrán es una m uestra del “ leísm o” .2 Por otra parte, las expresiones “ buen árbol se arrim a” y “buena sombra le cobija” carecen tanto de artículos como de deicnitivos y demás elementos determ inativos: se trata, por tanto, de expresiones abstractas que no denotan 2. Juan A ld a Franch / José Manuel Blecua, Gramática española (Barcelona, Ariel, 1975, p. 606) dice que “actualmente parecen quedar libres” de este fenómeno adscrito por ellos al fenómeno más general que denominan “asimilación de funciones”, entre otros lugares hispanohablantes, “Canarias y América, salvo Ecuador”. Con esta apreciación coincide Martín Alonso en su Gramática del español contempo­ ráneo (Madrid, Guadarrama, 1968) Sin embargo, Charles E. Kany en su Sintaxis hispanoamericana (Madrid, Gredos, 1976, pp. 133 y s.) dice: “en el español de América frecuentemente alternad lo con el le como complemento directo en el lenguaje escrito y ocasionalmente en el habla culta [...] Mas en el habla popular de Hispanoamérica, lareglageneral es el lo...” De lamismaopinión son tanto Rafael Lapesaen su Historia de la lengua española (novena edición, Madrid, Gredos, 1981, p. 586 y ss.) como Samuel Gili Gaya en su Curso superior de sintaxis española (novena edición, Barcelona, Bibliograf, n. 175, 1970). Véase, igualmente, la Gramática de la lengua española de Emilio Alarcos Llorach, op. cit., pp. 102 y ss., para quien el leísmo “consiste en el empleo de le, y con menor frecuencia de su plural les, como referentes de la función de objeto directo”. 323 E l hablar lapidario casos concretos sino situaciones tipo. Hay, en efecto, en esa proposición lógica una clara situación de abstracción. Adem ás, en la form a en que el oído popular lo ha dejado, el refrán es una asim ilación a una serie de expresiones del esquem a prótasis-apódosis, herederas, como ya se ha señalado, de las viejas fórm ulas latinas acuñadas por el derecho romano del tipo qui tacet consentiré videtur, universales afirmativas, que servían de prem isa m ayor en cualquier silogism o en BARBARA. En el refrán funcionan, por lo demás, una serie de contraposiciones y com paraciones entre pares de conceptos. La prim era contraposición, la más evidente, es la del “buen árbol” y la “buena som bra” con árboles y sombras no “ buenos”, entre los que, desde luego, se vislum bran los “m alos” árboles y las “m alas” sombras. Adem ás, desde el punto de vista textual, “buen árbol” es com parado en la estructura sem ántica del refrán con “ buena som bra” m ediante una relación implícita de causa a efecto. Igualm ente, el verbo “arrim arse” es com parado con “cobijar” . De esta m anera, el refrán hace la siguiente identificación: arrim arse a un buen árbol es lo m ism o que cobijarse con una buena sombra. El árbol, pues, se convierte en una cobija para protegerse de la intemperie. El m ovim iento denotado por el refrán, en efecto, es, desde el punto de vista semántico, doble pero jerarquizado; el sujeto del refrán tiene prim ero que “arrim arse” al “buen árbol” y sólo en un segundo m om ento la “buena som bra” lo cobijará: prim ero, pues, es arrimar­ se; después viene la cobija. El orden sintáctico, como se ha dicho, tiene una prioridad inversa: buena sombra cobija al que a buen árbol se arrima. Tenem os, por tanto, una estructura sem ántica que form a con la estructura sintáctica un significativo quiasmo: A (árbol) B (cobija), en el nivel semán­ tico, B ’ (cobija) A' (árbol), en e1 nivel sintáctico. En el m ism o orden de cosas, hay en nuestro refrán un par de imágenes presentes por implicación de los vocablos “ som bra” y “cobija” . “ Som­ bra”, en efecto, rem ite y se opone a “sol” : la “ som bra” es producida por el sol, por una parte, y estar en la sombra se contrapone a estar en el sol, asolearse. Este par de imágenes sol/som bra, por otro lado, rem iten, por asociación, a imágenes de otra índole como desierto/oasis o calor/frescura. En cuanto a la im agen de la “cobija” , cabe decir que trae aparejadas una serie de otras evocaciones, no sólo en la m edida en que, como hem os dicho, se opone a intem perie, sino por su relación sem ántica con “hogar” , “cama”, “ frío ” ,etc. El significado del refrán, por lo demás, enfatizado por una serie de m arcas, no sólo relaciona “árbol” con “ som bra” en una especie de paralelis­ 324 E l bagaje subyacente mo sintético o com plem entario, sino que el énfasis del texto está puesto en el adjetivo “bueno” ; lo significativo, pues, no es sólo el árbol y su sombra sino que se trate de un “buen árbol” y de una “buena som bra” . Hay, por tanto, implícita la circunstancia banal y ordinaria, desprovista de significación para el refrán, de que cualquiera se puede arrim ar a un árbol cualquiera y ser cobijado por una som bra cualquiera: eso no tiene importancia para el refrán. La vulgaridad, pues, se basa en la relación árbol-sombra, sin adjetivos. El caso ideal, en cam bio, descansa en la relación “buen árbol”-“buena som­ bra” . Decir, por ejem plo, “el que a un árbol se arrima, una sombra le cobija” no es sino un hecho de la realidad extralingüística que no tiene nada de especial. El refrán adquiere, entonces, el matiz de un consejo que indica que hay que arrim arse no a cualquier árbol sino a un “buen árbol” a fin de no estar protegido por cualquier sombra sino por una “buena som bra”. Hacia allá apunta tam bién el sentido parem iológico del refrán, del que hablarem os más adelante. A dem ás, en nuestro refrán, el “ buen árbol” funciona no sólo sintácticam ente como punto de enlace entre sus dos hemistiquios, sino que el hipotético individuo, “el que se arrim a”, es el mismo que es “cobijado” por una “buena som bra” . La m anera como está estructurado, en efecto, el refrán es muy singular: el “ buen árbol” aparece como el elem ento central de una estructura sintáctica en la que el árbol hace las veces de mot-crochet. La expresión “buen árbol”, en efecto, sirve a la par de complemento circunstan­ cial del verbo “arrim arse” que de agentivo del verbo “cobijar” : el “buen árbol” está no sólo en m edio de la estructura sintáctica del refrán sino en medio del refrán mismo como su protagonista. Pero con ello ya estamos en los umbrales de la estilística una de las disciplinas que más tiene que decir cuando se trata de determ inar la hechura de un tipo de discurso. En efecto, el refrán “el que a buen árbol se arrim a buena sombra le cobija” es un dechado de recursos estilísticos. Lo que más sobresale a prim era vista es el paralelism o múltiple existente entre ambos miembros del refrán. Se trata de un tipo de isom orfismo basado en la relación de dos estructuras dependientes entre sí: oración subordinada con respecto a oración principal.3 3. Con respecto a la estilística del paralelismo pueden verse los siguientes trabajos de Luis Alonso Schókel: Estudios de poética hebrea , Barcelona. Juan Flors, 1963; Interpretación literaria de textos bíblicos', Madrid, Cristiandad, 1987; Estética y estilística del ritmo poético, Barcelona, Juan Flors, 1959; La formación del estilo: libro del profesor, quinta edición corregida, Santander, Editorial Sal Terrae, 1968; La formación del estilo: libro del alumno, sexta edición, Santander, Editorial Sal Terrae, 1966. Con respecto al concepto de isomorfismo puede verse A. Greimas / J. Courtés, Semiótica . Diccionario razonado de la teoría del lenguaje , Madrid, Gredos, 1982. 325 E l hablar lapidario El paralelism o, por lo demás, es quizás el recurso estilístico más frecuente en los refranes hispánicos y, por ende, en los de nuestro corpus', es, al mismo tiem po y por la m ism a razón, uno de los recursos más brillantes y efectivos del discurso lapidario. Consiste en la disposición del discurso de tal modo que se repitan en dos o más versos (o miembros) sucesivos, o en dos estrofas seguidas, un mismo pensamiento o dos pensamientos antitéticos. La forma más elemental es aquella en que se reprodu­ cen las mismas palabras con una leve variación [...]. O bien, mantenimiento de una misma estructura en dos o más frases seguidas.4 Pues bien, en los refranes y, en general, en el habla lapidaria es más frecuente el prim er tipo de paralelism o, como en el caso presente, en donde “buena som bra” aparece como una resonancia de “buen árbol” . Por lo dem ás, las expresiones “buen árbol se arrim a” secuencia estructurada por “buen + N + pronom bre + verbo” (buen árbol se arrim a) es seguida de una estructura idéntica con valor sem ántico, sin em bargo, com plem entario: “buena + N + pronom bre + verbo” (buena som bra le cobija). Com o se sabe, el paralelism o es uno de los recursos más apreciados por las literaturas de tipo oral y, por ende, uno de los recursos m ás antiguos. Un tipo especial de paralelism o, analizado tam bién por la estilística, es el paralelism o del m aterial sonoro: aliteración, ritm o y rima, en este caso. En nuestro refrán, se trata de una frase a dos hem istiquios cada uno de los cuales están constituidos por versos octosílabos con rim a asonante entre “arrim a” y “cobzja” y una insistente estructura e-a-r, de base asonántica en e-a, que atraviesa todo el refrán y le sirve de m ecanism o de unidad. Con ello, los esquem as acústicos de ambos m iembros del refrán se suceden de esta manera dando lugar a un sofisticado paralelism o fonético: “el que a” “buen árb o l”, “ se a rrim a ” , “buena som bra le cobzja. La tonalidad, por lo dem ás, es del tipo que Tom ás N avarro Tom ás llama de subordinación5dotada, por tanto, de la secuencia de una anticadencia seguida de una cadencia. Otra de las cosas que llaman la atención en el refrán de que nos ocupamos es el grado de m etaforización. Hay en los refranes, en efecto, un variable grado de m etaforización según que el refrán se refiera a la realidad extralingüística, 4. 5. 326 Fernando Lázaro carreter, Diccionario de términos filológicos, quinta reimpresión de la tercera edición corregida, Madrid, Gredos, 1981, adloc. Manual de entonación española, op. cit., p. 209. E l bagaje subyacente el am biente vital en el que funciona el refrán, de una m anera directa o m etafórica. Esto depende en gran medida de que la realidad referida por el refrán haya perm anecido o no sin cambio. Hay refranes, por tanto, que se refieren a la realidad extralingüística en sentido directo o literal. Entre las constataciones, las normas, las recetas o los consejos, por ejemplo, no faltan refranes cuya relación con el referente sea inmediata y se encuentre casi a flor de texto: “nunca engordes puerco chico porque se le va en crecer, ni le hagas favor a un rico que no lo ha de agradecer” ; “nadie escarm ienta en cabeza ajena” ; “nunca preguntes lo que no te importa” . Hay otros refranes, en cambio, que se refieren a la situación denotada sólo de una manera metafórica o figurada. Cuando cambian las circunstancias que dieron origen al nacim ien­ to de un refrán, éste o desaparece y se convierte en símbolo de situaciones tipo m ediante un m ecanismo de metaforización: “más vale atole con risas que chocolate con lágrim as” ; “es bueno cortarse el pelo, pero no raparse tanto” ; “me extraña que siendo araña te caigas de la pared”; “quien con aguardiente cena con agua se desayuna” ; “ lo que la leche da no lo quita la ciudad” ; “el que con lobos anda, a aullar se enseña” . Por lo general, la gran m ayoría de los refranes que componen nuestro corpus se encuentra en un avanzado proceso de metaforización. Hay algunos, sin em bargo, entre los que hemos llamado refranes constatativos cuyo referente, si bien una abstracción, se puede decir que es un hecho de la realidad extralingüística que no ha cambiado. Otra cosa muy distinta es la pragm ática del refrán ya que, por lo general, la situación concreta a la que es referido el refrán en un acto de habla cualquiera sólo tiene una relación m etafórica con el hecho por él enunciado. “Al maguey que no da pulque no hay que llevar acocote”, por ejemplo, es una especie de norma vigente entre m agueyeros. Su significado textual es obvio. En efecto, ¿para qué llevar un recipiente a un m aguey que no produce pulque? El refrán tiene, pues, un sentido directo independientem ente de lo que en la práctica se pueda entender, m etafóricam ente hablando, por un “maguey que no da pulque” . Pero tam bién es obvio, que a partir de una serie de semas comunes con una multitud de situaciones, se puede llamar m etafóricam ente “maguey que no dapulque” o otros objetos con lo que el rango situacional del refrán se amplía. La m etaforización es, en efecto, uno de los recursos de la lapidariedad discursiva que prefiere significar más a base de situaciones tipo que a base de casos singulares: en este sentido las investigaciones de Propp, arriba m encio­ nadas, son importantes a la hora de explorar los m ecanism os del hablar 327 E l hablar lapidario lapidario. En el refrán “el que a buen árbol se arrim a buena som bra le cobija” tenem os una situación parecida: hay un sentido directo y un sentido m etafó­ rico de los cuales sólo el segundo es parem iológico. Este punto de la reflexión está inspirado en conceptos provenientes de la herm enéutica, una entre las disciplinas del texto recientem ente “ resucitadas”, definida, en general, como una m etodología de la comprensión del sentido o, como querían los antiguos, la ciencia de la interpretación.6 Que esto tiene especial im portancia para el análisis de los refranes, lo m uestra el hecho de que precisam ente lo que los antiguos llamaban sentido m etafórico o figurado de un texto, en el refrán es lo que más arriba hemos llamado sentido parem iológico.7 Si el sentido literal de un texto, como su nom bre lo indica, es el que se desprende inm ediatam ente de él a partir de los significados prim arios de sus componentes, el sentido literal de nuestro refrán sólo señala el hecho banal de que quien se instala bajo un buen árbol está protegido por una buena sombra. Si, en cambio, el sentido m etafórico de un texto es el resultado de asignar valores m etafóricos a sus componentes sem ánticos; entonces en nuestro refrán el “buen árbol” puede convertirse ya en una institución, ya en un personaje poderoso, ya en cualquier cosa cuya característica central sea la seguridad, en cualquier sentido que sea; y, por consiguiente, la “buena som bra” del refrán es, sim plem ente, un refugio seguro, el sentido m etafórico del refrán equivale a una sentencia de tipo general como “el que escoge un buen protector tiene un refugio seguro” . Ese sentido lo podríam os llamar sentido parem iológico cuando el texto de que se trata es un refrán: el sentido parem iológico no depende del significado referencial sino del valor parem iológico que se asigne al refrán. Norm al­ m ente, como hemos señalado, el sentido parem iológico de un refrán depende de su capacidad de m etaforización de la que depende, adem ás, su rango contextual. Todo esto nos pone en los solares de la sem iótica con la que, desde luego, esta investigación tiene tam bién contraídas im portantes deudas. “El que a buen árbol se arrim a buena sombra le cobija” como todo refrán y, en 6. 7. 328 En Entre herméneutique et sémiotique (en colaboración con Jacques Fontanile y Claude Zilberberg, Limoges, PULIM, 1990), ensayo homenaje a Greimas, tras su muerte, Paul Ricoeur, que tanto y tan bien ha trabajado en los terrenos de la hermenéutica, propone que esta disciplina se convierta en una superciencia, una meta-hermenéutica, dentro del proceso expl icar-comprender. La semiótica formaría parte de ella. Para una idea de lo que para la hermenéutica bíbl ica eran los sentidos del texto, puede verse Manuel de T u ya/José Salguero, Introducción a la Biblia , tomo II, Madrid, BAC, 1967, p. 3 y ss. E l bagaje subyacente general, com o todo texto, es un sistema semiótico en el sentido de un m ecanism o capaz de producir una serie de significaciones. Pero un refrán es un sistem a sem iótico más com plejo que un texto ordinario. Como ya se ha señalado, el refrán tiene, además de su funcionam iento textual de tipo lingüístico ordinario, un funcionam iento textual más complejo en la m edida en que para su funcionamiento se combina con una serie de imágenes tomadas de la vida real que le sirven de fondo figurativo. Como ya observam os arriba, el funcionam iento del refrán es muy parecido al de un emblema. Por tanto, el funcionam iento de un refrán no sólo constituye un sistem a semiótico en la m edida en que todo texto lo constituye: se trata de un sistema semiótico de naturaleza m ás com pleja. La sem iótica es asumida, en general, como una disciplina que se ocupa de “ la naturaleza esencial de las variedades fundam entales de toda posible sem iosis” , com o diría Charles Sanders Peirce en sus Collected Papers o, si se quiere com o “una técnica de investigación que explica de m anera bastante exacta cómo funcionan la comunicación y la significación” , a decir de U m berto Eco.8 N osotros la asumimos, aquí, como una teoría y una m etodología muy avanzadas que nos permiten desmontar semiosis y analizar su m ecanism o de funcionam iento. Sin em bargo, hem os de decir que nuestro recurso a la sem iótica no tiene como final idad estudiar cómo funcionan la comunicación y la significación en un refrán, sino el im portante papel de m etaciencia que esta disciplina ha ido asum iendo dentro de la epistem ología hum anística contem poránea. Desde la perspectiva sem iótica, nuestro refrán, en efecto, propone un m ovim iento que va de la intemperie a la sombra, objeto hacia el cual es proyectado el sujeto del refrán. “A rrim arse”, entonces, no es sólo “acercarse” sino “ponerse bajo la protección” y el “buen árbol” no es sólo eso sino que se convierte en un abrigo. N os interesa, por tanto, señalar que el discurso del refrán se convierte en una figura que actúa como tal más allá de las puras palabras. Y este conjunto figurativo del refrán consta de los siguientes elem entos: “arri­ m arse”, “buen árbol”, “ buena som bra”, “cobija” . El sujeto em prende un m ovim iento hacia (“ se arrim a”) el buen árbol que form a una unidad sem iótica con la buena sombra que proyecta en la que de simple árbol se convierte en refugio capaz de cobijar. 8. U .E co , El signo, p. 17. Véase la lista de definiciones que recoge F.Casetti en su Introducción a la semiótica, Barcelona, Ed. Fontanella, 1980, pp. 21 y ss. Para una exposición más explícita de lo que por sem iótica entendemos y de lo que esta disciplina puede aportar a nuestra investigación, además de lo que diremos más adelante, puede verse nuestro libro En pos del signo. Introducción a la semiótica, Zamora, El C olegio de Michoacán, 1995. 329 E l hablar lapidario El m ecanism o sem iótico del refrán tiene la siguiente estructura: sujeto — árbol (objeto interm edio) — sombra (objeto final). Si el refrán traza un m ovim iento del sujeto hasta el estar “cobijado” por la som bra del árbol, el árbol se convierte en la figura central del refrán. Desde el punto de vista de la sem iótica greim asiana, habría cuatro figuras que califican a los dos actantes, sujeto y objeto, que conform an el refrán: “arrim arse” , “ buen árbol” , “buena som bra” , “cobijar” . Hay una especie de linearidad que va del arrimarse, figura calificadora del sujeto, al cobijar, figura que califica al objeto: el objeto adopta la figura de una cobija. “Buen árbol”, en cambio, es la figura bajo la cual se presenta el objeto interm edio que hay que alcanzar para que el sujeto se pueda reunir con el objeto final, la “buena som bra” . La condición, entonces, se convierte en una especie de aduana: acercarse a un “buen árbol” es la condición para obtener su protección, que aparece bajo la figura de una “buena som bra” ; de esa m anera, el árbol, la condición, no hace el papel actancial de oponente sino, como hemos dicho, el de un objeto intermedio. El único obstáculo que este sistem a semiótico tiene es la distancia sugerida por el verbo “arrim arse” cuyo contrario implicado es “alejarse” : “arrim arse” supone, en efecto, un “estar lejos” . Cerca-lejos, cobija-intem perie, es el ju ego de oposiciones que constituyen lo que podríam os considerar el cuadrado sem iótico del cual em ana la significación del refrán. En efecto, la lógica subyacente al refrán asum e la sombra como un bien a alcanzar y la no-som bra com o el mal del cual hay que huir; y el estar-junto o estar-lejos, respectivam ente, como las categorías que dentro de la estructura semiótica del refrán les corresponden. El objeto, entonces, a que aspira el sujeto del refrán es, finalm ente, la protección. El m ovim iento indicado por el texto va de una situación de lejanía entre el sujeto y el árbol-objeto, que en el montaje del refrán es lo m ism o que la lejanía entre el sujeto el objeto final, hasta la situación en la que el árbol-objeto produce la situación en la que el sujeto ha alcanzado, finalm ente, su objeto. D escodificaciones como estas son impor­ tantes para penetrar en el interior de un poderoso m ecanism o de significación, de tipo em blem ático, que perm ite a las palabras del refrán decir más de lo que enuncian. Esto parece apuntar hacia el hecho de que la lapidariedad verbal no es sólo de índole lingüística sino que es el resultado de la integración de una serie de figuras sobre una arm azón verbal. Esta es, en efecto, la otra perspectiva de análisis del refrán desde la sem iótica. Todo refrán, como se ha dicho, no sólo funciona aisladam ente com o una form a de discurso lapidario sino que, principalm ente, lo hace en 330 E l bagaje subyacente forma parásita o adjetiva: el refrán insertado en un discurso m ayor en el que, por lo general, desem peña la función de un entimem a. En esa situación, el refrán se ensam bla no sólo al texto mayor sino a un contexto o entorno situacional ya referido por el texto, ya presupuesto en una situación de diálogo. Se trata, en todo caso, de una situación que o es figurativa o es asim ilable a una figura; el refrán, entonces, hace las veces de un lema en un conjunto em blem ático cuya figura es, precisamente, la referida por el entorno. Refrán y entorno constituyen, entonces, un conjunto sem iótico de índole em blem ática. En este acto de figuración descansa, como decíamos, no sólo el carácter parem iológico del texto, sino el mecanism o semiótico de su funcio­ namiento discursivo y, sobre todo, su capacidad de decir más de lo que enuncia: su carácter lapidario. El lenguaje figurativo al actuar de m anera conjunta con el lenguaje verbal perm ite no sólo ahorrar palabras, sino que reducir al m ínim o los mismos m ecanism os de cohesión sintáctica como sucede en un lema cuya significación verbal siempre es apuntalada por la figura. M ás adelante regresarem os sobre esta teoría em blem ática. Por esta fugaz m uestra es posible ver el cúmulo de disciplinas implicadas en la identificación de los importantes rasgos evidenciados por los análisis practicables al tipo textual paradigmático del hablar lapidario: el refrán. Desde luego, como hemos señalado, al lado de posibles análisis y m etodologías explícitas de acercam iento a un refrán en orden a m ostrar las características de la lapidariedad, hay un buen bagaje de conceptos y perspec­ tivas que afectan a disciplinas y perspetivas teóricas que como la literatura com parada, la sociocrítica, la teoría del discurso, la pragm ática, la teoría de la recepción y la teoría del diálogo, constituyen, prácticam ente, el horizonte perm anente de este estudio. En otros casos, ya señalados en su respectivo lugar, se trata de intuiciones, términos, conceptos arrancados de alguna de las diferentes disciplinas que conform an las actuales ciencias del lenguaje. Veamos ahora, en form a separada y en resumen, las deudas más importantes que esta investigación tiene contraídas con algunas de estas disciplinas y su contribución a esta búsqueda en pos de una teoría de la lapidariedad. Un señalam iento final, si entre las diferentes ciencias que ha ido acuñando el espíritu hum ano existe un sustrato común que puede ser referido al nivel de m adurez y desarrollo de las herramientas de comprensión con que poco a poco se ha hecho, ello sucede con más razón en el campo de las hum anidades. Los límites, funciones, m etodologías y etiquetas que se han asignado a cada una de ellas son muy frágiles y no tienen en cuenta el efecto 331 E l hablar lapidario de vasos com unicantes que funciona sobre todo en este tipo de disciplinas: lo que pudo haber brotado como una intuición en una de ellas, es muy posible que florezca en otra de m anera muy diferente. Cuando em pleam os, por tanto, las etiquetas que actualm ente se dan a ciertas disciplinas, teorías y m etodo­ logías vigentes en las ciencias del lenguaje no ignoram os que todo el avance epistem ológico en este ám bito es producto, por lo general, de una misma reflexión y de la m ism a m adurez del espíritu humano. Por ejem plo, los avances teóricos que ha tenido la herm enéutica en el presente siglo ha hecho avanzar, entre otras cosas, a disciplinas como la sociología de la literatura o la pragm ática, y ha perm itido m ovim ientos y reflexiones com o el estructuralism o de Praga o la fenom enología.9En general, se puede decir que entre las disciplinas a que nos referirem os enseguida hay algunas como la lógica, la herm enéutica, la sem iótica y aún la retórica que, si repasam os histórica­ m ente la reflexión que en estos últimos años ha tenido lugar en las ciencias del lenguaje, han de ser asum idas como m etadisciplinas. La breve reseña que enseguida hacem os de nuestros vínculos con este acervo de saber, no debe olvidar que todas estas disciplinas son sólo expresiones de una m ism a magna reflexión, de una m ism ay única herencia y, en fin, de un mismo y gran bagaje. D is c ip l in a s , t e o r ía s , m é t o d o s La hermenéutica Una de las disciplinas que conform an el bagage teórico-m etodológico de este libro es la herm enéutica; y hemos de señalar desde un principio que la manera de esta influencia es la de una atm ósfera más que la de una serie de conceptos o técnicas metodológicas aislados. El resurgimiento de la hermenéutica, como se ha dicho, ha sido el catalizador de otras reflexiones que ha venido a germ inar en disciplinas y corrientes tan aparentem ente distantes como la llamada teoría de la recepción, la sociocrítica o la pragmática. Para esta investi­ gación, por decirlo brevem ente, la herm enéutica ha servido de horizonte. N acida en el seno de la cultura griega como opuesta ya a la m ántica ya al arte adivinatorio, la herm enéutica recibió originalm ente el encargo de 9. Cfr. Luis A. Acosta Gómez. El lector y su obra. Teoría de la recepción literaria, Madrid. Gredos, 1989. pp. 9 y s. 332 E l bagaje subyacente interpretar la tradición religiosa. Llevando en el nom bre101sus vínculos de origen con los m ensajes de los dioses, P latón111lama a los poetas “ intérpretes de los dioses” . De allí que los rapsodas sean, sim plem ente, los “ intérpretes del intérprete”, que sería H o m e ro .12Filón de Alejandría, al com entar aquel pasaje del Éxodo (4, 13-16) en que Aarón es nom brado “boca” de M oisés, lo traduce a la term inología platónica diciendo que Aarón es el herm eneuta de M oisés.13Esta vinculación de origen con el mundo religioso, la hizo entrar, viajar y perm anecer en la cultura occidental, como se sabe, a lomos de la Biblia. En efecto, si bien se entendió siempre por herm enéutica “ la disciplina que enseña las reglas para interpretar bien un libro”,14 durante m ucho tiempo y aún en nuestro días, se entendió que ese libro era, sin más, la Biblia. La historia m oderna de la herm enéutica, sin embargo, se rem onta a la figura de Schleierm acher.15 Él hizo una serie de planteam ientos sobre la com prensión en el proceso de comunicación humana que, sin embargo, no llegó a desarrollar: la comprensión en la comunicación humana, diría, proviene del hecho fundam ental de com partir la condición hum ana. No diferencia, sin em bargo, la comunicación oral de la escrita; ni profundiza en aspectos como la relación entre la situación de comprensión y la situación de expresión. Para Schleierm acher, por ejemplo, conocer los contextos históri­ cos no es un com ponente de la comprensión sino presupuesto suyo. Distingue entre la interpretación m eramente gramatical y la interpretación técnica o 10. 11. 12. 13. 14. 15. El verbo hermenéuein, de donde deriva el vocablo, que sign ifica “expresar el pensamiento por medio de la palabra” y de allí interpretar, explicar, traducir y, finalmente, el simple comunicar; remite, según una muy difundida y poco explicada etim ología, a Hermes o Mercurio, el mensajero de los dioses. Sobre esto puede verse Antonio Ruiz de Elvira. MitologíaClásica, Madrid, Gredos, 1975,pp. 15,17, 4 0 ,5 7 ,6 5 ,7 1 ,8 9 -9 3 ,9 8 , etc. La lengua griega, tan interesadaen el conjunto de fenómenos implicados en el acto de interpretar, creó una extensa variedad de vocablos, de cuya antigüedad no vam os a ocuparnos: hermenéia o herméneuma con el significado tanto de interpretacón como de traducción o, sim plem ente, locución; hermenéus, el intérprete, el que explica, el traductor. Véase, para esto Florencio I. Sebastián Yarza, Diccionario griego-español, Barcelona, Sopeña, 1964, ad loe. Ion, 534e. Ibid., 534a. En Wolfhart Pannenberg, Teoría de la ciencia y la teología, Madrid, Europa, 1981, p. 165, nota 2. Manuel d eT u y a /J o sé Salguero. Introducción a la Biblia, tomo II, Madrid, BAC, 1967, p. 3. Puede consultarse esta obra para darse una idea de lo que la hermenéutica bíblica era. Sobre la figura de Schleiermacher como padre de la hermenéutica moderna puede consultarse la biografía que bajo el título de “Schleiermacher” escribe Wilhelm Dilthey, en Obras de Wilhelm Dilthey V. Hegel y el idealismo, segunda reimpresión de la primera edición en español, M éxico, Fondo de Cultura Económica, 1978, pp. 305-370. Sobre la hermenéutica, el mismo Dilthey un ensayo que tituló “Hermenéutica”. Se lo puede ver en Obras de Wilhelm Dilthey VII. El mundo histórico, primera reimpresión de la primera edición al español, M éxico, FCE, 1978, pp. 321 -342. 333 E l hablar lapidario psicológica que consistía, fundam entalm ente, en reconstruir el origen del texto desde su creación por el autor: el intérprete debe integrarse a ese proceso. Susucesor Wilhelm Dilthey desarrollará esta intuición de Schleiermacher: la com prensión se finca en una reproducción psicológica por el intérprete del proceso creativo del texto. l6Dentro de esta línea de búsqueda del horizonte de la herm enéutica hay que señalar, como sucesor de Dilthey, a Martín Heidegger con su Sein undZeit quien utiliza el térm ino “herm enéutica” en un contexto m ás fudam ental que el de las Geisteswissenschaften: el ontológico.17 Las ideas, em pero, que más influyeron en esta investigación provienen de los m ás recientes desarrollos de la disciplina no sólo en los terrenos de las ciencias bíblicas,l8sino los que han corrido a cargo, sobre todo, de Emilio Betti con su Teoría generóle della interpretazione, l9H ans-Georg G adam ercon su Wahrheit undMethode,20S. F. Bernardo Lonergan con su lum inoso Insight: A Study o f Human Understanding, 21Paul Ricoeur en obras com o Finitudeet culpabilité 22 De l ’interpretation: essai sur Freud123 o Le conflit des 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 334 Véase WolfhartPannenberg, op. cit.,p. 166yss. Véase Martín H eidegger, El ser y el tiempo , traducción de José Gaos, cuarta edición revisada, M éxico, FCE, 1971. Sobre las contrbuciones de H eidegger a la hermenéutica véase Richard E. Palmer, Hermeneutics, Evanston, Northwestern University Press, 1969, pp. 124-161. En las páginas 254-260 se pueden encontrar una serie de referencias bibliográficas sobre las principales contribucio­ nes al renacimiento de la hermenéutica. Para un informe de estas aportaciones puede verse James M. Robinson / Ernst Fuchs, La nuova ermeneutica, Brescia, Paideia Editrice, 1967; René Marlé, Le probléme théologique de l'hermenéutique, Paris, Editions de forante, 1968; Günter Stachel, Die neue Hermeneutik. Ein Überblick, München, Küsel-Verlag, 1968. Para una visión de la actual ubicación epistem ológica de hermenéutica dentro de la filosofía y de sus postulados más generales puede verse Emerich Coreth, Cuestiones fundamentales de hermenéutica , Barcelona, Herder, 1972. 2 volúmenes, Milano, A. GiuffreEditore, 1955,982 pp. Cito por la traducción al español que de la cuarta edición hicieron Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, publicada bajo el título de Verdad y método e n Salamanca por Ediciones Sígueme en 1977. Me he servido, además, de Philosophical Hermeneutics (traducción y edición de David E. Linge, Berkeley / Los Ángeles / London, 1977) y de Hegel s dialectic. Five hermeneutic studies (traducción e introducción de P. Christopher Smith, New Haven and London, Yale University Press, 1976) del mismo Hans-Georg Gadamer. L o n d on . L on gm an s, 1964. Para este estu d io nos h em os serv id o de la v isió n que de su reflex ió n herm enéutica ofrece Lonergan en M ethod in Theology (L ondon, Darton, Longman and T odd, 19 7 3 ) por con ten er una p ersp ectiva más am plia y madura. N o s serv im o s de la tra d u c ció n que al esp a ñ o l h izo X avier C ach o ap arecid a bajo el títu lo Lecturas h istoriográficas (M é x ic o . U n iversidad Iberoam ericana, 1985). Paris. Ed. Montaigne. 1960. Paris, Editions du Seuil. 1965. También puede consultarse, dentro de la línea de contribuciones de Paul Ricoeur a lahermenéutica su artículo “Existence et herméneutique” aparecido en Dialogue, IV, (1965-1966). pp. 1-25. E l bagaje subyacente interprétations24 y, en fin, el Umberto Eco de Opera aperta25 e I limiti dell ’interpretazione26 De esta lista de refundadores de la herm enéutica es H ans-George Gadam er quien quizás más ha contribuido a nuestra reflexión. El concepto, por él acuñado, de la “fusión de horizontes” le perm ite delinear el im portante papel que en el proceso interpretativo atribuye a la tradición. En efecto, para Gadamer, la com prensión es histórica. Para asentar esta historicidad de la comprensión como principio hermenéutico, asume el principio heideggeriano de la preestructura de la comprensión: el prejuicio es el punto de referencia primario de la com prensión histórica, es su condición. Con el prejuicio, Gadam er rehabilita la tradición: nos encontramos siempre en tradiciones, y éste nuestro estar dentro de ellas no es un comportamiento objetivador que pensara como extraño o ajeno lo que dice la tradición; ésta es siempre más bien algo propio, ejemplar o aborrecible, es un reconocerse en el que para nuestro juicio histórico posterior no se aprecia apenas conocim iento sino un imperceptible ir transformándose al paso de la misma tradición [...]. En cualquier caso la comprensión en las ciencias de espíritu comparte con la pervivencia de las tradiciones un presupuesto fundamental, el de sentirse interpelado por la tradición misma.27 Lonergan, por su parte, distingue entre herm enéutica y exégesis. Para e 1 jesuíta canadiense, el térm ino “herm enéutica” designa “ los principios de interpretación” y “exégesis” la aplicación de los principios de interpretación a una tarea dada. Por tanto la tarea herm enéutica en Lonergan no se reduce a la interpretación de un texto y viceversa: no toda tarea requiere exégesis. La necesidad de exégesis es inversam ente proporcional a la sistem atización de un texto dado: un texto altam ente m onosémico y, por tanto, altamente sistem ático com o los Elementos de Euclides, es de fácil interpretación. Lonergan plantea, por tanto, una serie de “operaciones exegéticas funda­ m entales” que reduce a tres: com prender el texto, juzgar qué tan correcta es la propia com prensión del texto y expresar lo que se extrajo como com pren­ 24. 25. 26. 27. Paris, Ed. de Seuil, 1969. Segundaedición,CasaEditrice Valentino Bompiani, 1967. Milán, Gruppo Editoriale Fabbri, Bompiani, Sonzogno, Etas, S. p. A., 1990. Cito por la traducción al español efectuada por Helena Lozano bajo el título Los límites de la interpretación , M éxico, Editorial Lumen, 1992. Verdad y método , op. cit., p. 350. 335 E l hablar lapidario sión correcta del texto.28 Esta m etodología lonerganiana subyace en buena parte de los análisis que sobre los refranes se plantean aquí. El horizonte de Paul Ricoeur, en cambio, es el de una herm enéutica de la cultura. En El conflicto de las interpretaciones29 no sólo presenta al sicoanálisis como una herm enéutica freudiana de la cultura sino que aborda el estructuralism o; para term inar, desde la m ism a perspectiva de la herm e­ néutica, intenta en su estudio La symbolique du Mal “ una extirpación del recubrim iento pseudo-lógico del mito, para su recuperación como mito puro” .30 Como ya señalam os más arriba, la herm enéutica de Ricoeur com parte con la sem iótica el objeto, la cultura, aunque difieran en las prioridades m etodológicas. Desde su postura de una m etaherm enéutica entiende la herm enéutica como una de las puestas en práctica de la relación entre explicary com prenderen laque el com prender tiene prim acía sobre el explicar, y la sem iótica como otra puesta en práctica de la m ism a relación sólo que con el orden de prioridad invertido. Ambas, herm enéutica y semió­ tica, com partirían objeto. C ’est á ce schéma épisíemologique que je voudrais opposer celui d ’une herméneutique générale, définie par la dialectique interne entre expliquer et comprendre. Je deflnirai alors la sémiotique de Greimas comme une varinte de cette herméneutique, opposée á celle de Gadamer et de moi-méme. Selon cette seconde variante, l 'explication est tenue pour une médiation obligée de la comprensión, selón la máxime: expliquer plus pour comprendre mieux; selon la premiere, que je vois magistralement illustrée par Greimas, la comprensión est tenue pour un effet de surface de l 'explication, sans que toutefois la comprensión des figurations de surface per de son role heuristique ... Un renversement méthodologique sépare certes les deux herméneutiques; mais je vois ce renversement opéré á /'interieur d'une herméneutique générale, pour laquelle la différence entre expliquer et comprendre reste indépassableJ' C om prender para explicar o explicar para com prender, son dos m etodologías que fundam entan en buena parte la dialéctica m etodológica de esta investigación para la que el alto rango de contextual idad no sólo textual sino cultural del refrán es uno de sus presupuestos básicos. 28. 29. 30. 31. 336 Lecturas historiográficas, op. cit.. pp. 75-99. Op. cit. José Luis Aranguren, “prólogo a laedición española", en Paul Ricoeur, Finitudy culpabilidad, Madrid, Taurus. 1969. p. 10. Entre herméneutique et sémiotique . en colaboración con Jacques Fontanile y Claude Zilberberg, Limoges, PULIM. 1990. p. 7. E l bagaje subyacente Aunque siem pre ha sido etiquetado como semiotista, quiero citar entre los acreedores que por cuenta de la herm enéutica tiene esta investigación, a U m berto Eco con sus libros ya citados Opera aperta e I limiti della ’interpretazione. Como lo señala el mismo Eco, entre su Opera aperta e Ilimiti, hay de por medio treinta años en que las tendencias herm eneutistas estiraron m ucho hacia el carácter “abierto” de la interpretación. En concreto, el punto de vista de Opera aperta era “definir una especie de oscilación, o de inestable equilibrio, entre iniciativa del intérprete y fidelidad a laobra” . 32En I limiti Eco no pretende cerrar la apertura herm enéutica señalada en Opera aperta sino dejar en claro que “el texto interpretado impone restricciones a sus intérpretes. Los límites de la interpretación coinciden con los derechos del texto” .33 Y en los límites de la interpretación, para mostrar las líneas y el colorido de este horizonte, citamos a Emilio Betti a quien dejamos para el final no sólo con el fin de dar un ejem plo de lo que la reflexión herm enéutica ha sido en el siglo XX, enclavada como está en el seno de la filosofía como la lógica, la nueva retórica y algunas otras de las disciplinas que han contribuido a las teorías contem poráneas del texto; sino para no dar la impresión de que la herm éutica se reduce a pura teoría y de que se diluye en ella. La obra de Emilio Betti abarca tres partes fundam entales: una reflexión sobre el problem a epistemológico del entender, exposición de lo que es el proceso interpretativo en general a la que llama gnoseología hermenéutica y, finalmente, una tercera parte dedicada a la m etodología hermenéutica. Con respecto a lo primero, Betti entiende el acto de interpretación como un proceso en el que están implicados tres elementos: el sujeto intérprete, receptor del mensaje; el objeto o forma representativa de la que proviene el mensaje; y el em isor del mensaje a través de la form a representativa, sujeto actual o virtualm ente presente en el proceso. Distingue, por tanto, el simple conocer, en que sólo intervienen el sujeto y el objeto, del entender que, como se puede ver, equivale, simplemente a un proceso de com unicación y, por ende, de estructura triádica. La diferencia, por tanto, entre el conocer y el entender descansa en la presencia de la “form a representativa” {Sinhaltige Form). Betti entiende la “form a” en un sentido muy amplio. Para él la form a es la relación unitaria de elem entos sensibles apta para conservar la huella de 32. 33. Op. cit., p. 19. Op. cit., p. 19. 337 E l hablar lapidario quien la ha forjado. La llama representativa en el sentido de que a través de esta form a debe hacérsenos reconocible el emisor. En la forma representativa hay que distinguir, dice Betti, tres niveles: el nivel físico consistente en el sustento m aterial de la forma; el nivel psíquico que es la huella personal dejada por el autor en ella, su estilo; y el nivel espiritual que consiste en el contenido de pensam iento por ella sustentado. Es decir, para Em ilio Betti, en todo proceso hermenéutico, además de los dos elem entos del signo lingüístico requeridos por la lingüística sausureana, significante y significado, hay que considerar la huella personal que en el texto deja el emisor. Sin embargo, sólo hay interpretación a través de form as representativas: lo que se interpreta no es el sujeto sino una form a representativa suya. Em pero, hay que tener en cuenta dos cosas: que el autor es más que cualquier form a representativa suya; y que una obra es algo que trasciende al autor. La gnoseología herm enéutica de Betti parte de la consideración de que en el proceso interpretativo el cam ino herm enéutico del intérprete va en sentido exactam ente contrario al cam ino genético del texto por parte del autor. Ello significa una transposición de la subjetividad del autor en la subjetividad del intérprete. De aquí nacen dos exigencias de fidelidad del intérprete: fidelidad a la objetividad de la forma representativa y fidelidad a la subjetividad del intérprete. En palabras de Betti: L ’interprete é chiamato a riconstruire e riprodurre l ’altrui pensiero dal di dentro, come cualcosa che diventa propio; ma, sebbene divenuto proprio, deve in pari tempo porselo di contro siccome un che di oggetivo e di altro. Sono fra loro in antinomia, dall 'un lato, la soggetivitá inseparabile dalla spontaneitá del intendere, dall 'altro, l 'oggetivitá, per cosí dire l 'alteritá, del senso che si tratta di ricavare.34 La tercera parte está dedicada, como se ha dicho, a la m etodología herm enéutica. Partiendo del dato ya recabado de que el proceso interpretativo brota de la antinom ia entre la subjetividad del entender y la objetividad de la form a representativa, Betti propone una serie de guías o criterios de la interpretación que denom ina cánones: dos relativos al objeto de la interpreta­ ción y dos al sujeto. El prim er canon relativo al objeto es el canon de la autonom ía herm enéutica o canon de la inm anencia del criterio hermenéutico: 34. 338 Op. cit., p. 262. E l bagaje subyacente la primera orientación de la interpretación proviene de la forma representativa de allí el principio sensus non est inferendus, sedefferendus: el segundo, en cambio, es el canon de la totalidad y coherencia de la percepción herm enéu­ tica: el todo se entiende por medio de cada una de sus partes y las partes se entienden en función del todo. En el proceso hermenéutico, por tanto, se da una ilum inación recíproca entre el todo y sus partes en diversos niveles: en el nivel del texto se da una iluminación recíproca entre texto y contexto; en el nivel del autor, entre la obra y personalidad del autor; en el nivel del lenguaje, entre la obra y la lengua; en el nivel de la historia, entre la obra y la esfera de espiritualidad a que pertenecen autor y obra o bien entre la obra y las circunstancias históricas. El prim er canon relativo al sujeto es, en cambio, el canon de la actualidad o historicidad del entender. El segundo canon relativo al sujeto es el de la adecuación del entender: el intérprete no debe imponerse desde fuera al objeto de la interpretación. La presencia de Betti en nuestra reflexión se focaliza no sólo en varios aspectos de la interpretación de nuestros textos sino en importante contribu­ ción a conform ar el horizonte que, de manera permanente, le ha servido de guía. El saber, en terrenos como éstos, es una adquisición lenta a veces de conceptos, a veces de herram ientas, a veces del simple soporte que da el saberse acom pañado. Dentro de lo que podríamos considerar las aportacio­ nes de Betti a esta investigación, hay intuiciones relacionadas con el carácter triádico del proceso herm enéutico, con la relación dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo, con el muy importante postulado herm enéutico de que el todo recibe su sentido de sus partes y viceversa, o con el principio de que la lengua es un referente obligado para todo texto. Ya, en concreto, para la reconstruc­ ción del proceso de com unicación que se da en cada refrán, los postulados de Betti ilum inan especialm ente el problem a de la autoría en una producción textual colectiva como es el refrán. Así, es posible ver que cuando el autor se diluye en una autoría colectiva la subjetividad individual adopta modalidades trashum antes en la m edida en que es substituida por m ecanism os de subjeti­ vidad colectiva integrada por colectividades de usuarios: ello tiene importan­ cia, por ejem plo, a la hora de estudiar el mecanism o de significación de un refrán. 339 E l hablar lapidario La retórica La retórica35 es quizás la disciplina que m ás ha aportado a la estructura fundam ental de esta investigación. Desde la lectura del m onum ental Manual de retórica literaria de Heinrich Lausberg36 nos había sido evidente la existencia de una veta poco explorada en la investigación parem iológica. A saber: los papeles que el refrán, heredero de las gnomai aristotélicas, desem ­ peña en el discurso m ayor en que se enclava. Estudiar el funcionam iento discursivo del refrán a partir de la teoría del entim em a, nos m ete de lleno en uno de los m ecanism os de la lapidariedad discursiva m ás im portantes y, a pesar de ello, poco estudiados; además, fue este rincón de la retórica el que nos llam ó la atención sobre el im portante hecho de que la argum entación entim em ática se fundaba no en relaciones necesarias generadoras de las deducciones perfectas sino en el am plio territorio de lo probable. La retórica 35. La retórica ha aportado aesta investigación pincipalmente através de las siguientes obras: Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de la literatura, tres tomos, Madrid, Gredos, 1975-1980.; Márchese, Angelo / Joaquín Forradellas, Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria, tercera edición, Barcelona, Ariel, 1991; Helena Beristáin, Diccio­ nario de retóricay poética, terceraedición, M éxico, Porrúa, 1992; María Victoria Ayuso de Vicente / Consuelo García Gallarín / Sagrario Solano Santos, Diccionario de términos literarios, Madrid, Akal, 1990; Block de Behar, Una retórica del silencio. Funciones del lector y los procedimientos de la lectura literaria, M éxico, Siglo XXI, 1984; Platón, Hipias Mayor. Fedro, versión directa, introducciones y notas de Juan David García Bacca, M éxico, UNAM , 1966; Platón, Gorgias, Introducción, versión y notas de Ute Schmidt Osmanczik, M éxico, UNAM , 1980; Aristóteles, Retórica , Madrid, Ed. Aguilar, 1980; Aristóteles, Retórica, Introducción, traducción y notas por Martín Racionero, Madrid, Gredos, 1990; M. T. Cicerón, Bruto, Introducción, versión y notas de Juan A ntonio Ayala, M éxico, UNAM , 1966; Teón / Hermógenes / Aftonio, Ejercicios de retórica, Introducción, traducción y notas de Ma. Dolores Reche Martínez, Madrid, Gredos, 1991; Francisco Joseph Artiga, Epítome de la elocuencia española, M éxico, edición facsimilar, Frente de afirmación hispanista, 1992; Barthes, Roland et al ii, Recherches Rhétoriques, Communications 16, Paris, Ed. du Seuil, 1970 [además de otras ediciones, en español apareció en latraducción de la compilación francesa/, 'Aventure Sémiologique (1963-1974) (Paris, Éditions du Seuil) bajo el título La aventura sem iológica , M éxico, Planeta-Agostini, 1994, pp. 85-160]; Jean Cohen, Tzvetan Todorov, et alii, Investigaciones retóricas II, Buenos Aires, Editorial Tiempo Contemporáneo, 1974; Ernst Robert Curtius, Literatura europea y edad media latina, traducción de Margit Frenk Alatorre y Antonio Alatorre, primera reimpresión de la primera edición, 2 tomos, M éxico, FCE, 1975; Campillo Correa, Narciso, Retóricay poética, México, Ed. Botas, 1969; Johannesen, Richard L. 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Si bien la retórica se encontraba en los m ism os niveles de la lógica, su fin no era, por tanto, dem ostrar sino convencer a partir de “proposiciones verosímiles, probables, opinables, frente a la analítica que se ocupaba de proposiciones necesarias”,38lograr la adhesión del auditorio en el resbaladizo territorio de la opinión. Ello significó para esta investigación, al fin de cuentas, el establecer la calidad de las verdades que están detrás de un refranero: pese a la apariencia de verdades absolutas que adoptan los refranes se mueven en un tipo de “verdad” que sólo representa el punto m edio de la creencia de una sociedad; pero que, a pesar de ello, es suficiente para el discurso popular. Por otro lado, de la retórica venían los análisis de fenómenos que, como la metáfora, estaban en el corazón de la lapidariedad parem iológica. Pese a que las investigaciones de la llamada “nueva retórica”39 dejan muy en claro que se ha vuelto a colocar a la disciplina en el ámbito y con las funciones que desem peñó en su época de oro; y pese a la abrum adora bibliografía sobre retórica que apunta hacia un vigoroso resurgimiento de esa disciplina, aún se oyen las voces, en ciertos medios académ icos, de quienes parecen vivir de la novedad pura, que censuran el recurso a la retórica para una investigación que se precie de contem poránea. No nos preocupa: menos tratándose de una disciplina tan poderosa como la retórica. No vamos a ocupam os aquí de ello, ni de repasar la ingente bibliografía que recientemente ha inundado el campo. Sí vamos a dejar en claro, sin embargo, que nuestro trabajo, com o ya se ha consignado en el lugar correspondiente, debe muchas intuiciones y se ha inspirado grandem ente no sólo en la “nueva retórica” sino en la “vieja retórica”, m uchas veces vilipendiada por aseveraciones generalizadoras y acríticas. Com o aportación importante de la “nueva retórica” a nuestra reflexión hay que señalar, sin duda, no sólo la reubicación de la retórica como teoría de la argum entación, sino la revalorización del discurso persuasivo y la consi­ guiente ruptura con la concepción cartesiana sobre el razonamiento basada 37. 38. 39. Tópicos, libro 1, cap. 1 ,100a. Jesús González Bedoya, “prólogo a la edición española”, en Ch. Perelman y L. Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. La nueva retórica, traducción españolade Julia Sevilla Muñoz, Madrid, Gredos, 1989, p. 24. Sobre la historia de esta resurrección puede verse el ya citado “prólogo a la edición española” del Tratado de la argumentación de Perelman en que Jesús G onzález Bedoya no sólo reseña los orígenes y causas de este hecho, sino que, además, analiza con lucidez su significación. 341 E l hablar lapidario sólo en las ideas claras y distintas. La “ nueva retórica” , pues, postula el sano retorno de las cosas rescatables de la antigua retórica, proponiéndose como objeto “el estudio de las pruebas dialécticas que Aristóteles presenta en Tópicos (exam en) y en su Retórica (funcionam iento)” .4041 En este abandono del cartesianism o, rehabilitación del discurso persua­ sivo y ubicación de la retórica en los terrenos de la argum entación al lado de la lógica radica, en resum idas cuentas, la aportación fundam ental de la retórica en su retom o. Tam bién, aunque en m enor m edida, se ha acudido en esta investigación a otros aspectos de la vieja retórica sobre todo en lo rela­ tivo a lo que podríam os llamar la técnica de la elocución. Ello, en efecto, constituye un bagage importante al servicio del analista del texto independien­ tem ente de su actitud hacia la degeneración de la retórica en siglos pasados. Como lo ha señalado muy bien el mismo Perelm an, el resurgim iento de la retórica y su importancia para nosotros no sólo se deben al hecho de haber­ se agotado el m odelo cartesiano de lenguaje, sino al incontrovertible hecho de que el siglo XX, por muchos motivos, puede ser llamado el siglo de la opinión: Si durante estos tres últimos siglos han aparecido obras de eclesiásticos que se preocupaban por los problemas planteados por la fe y la predicación, si el siglo X X ha recibido, incluso, la calificación de siglo de la publicidad y de la propaganda y si se han dedicado numerosos trabajos a este tema, los lógicos y los filósofos modernos se han desinteresado totalmente de nuestro asunto. Por esta razón, nuestro tratado se acerca principalmente a las preocupaciones del Rena­ cimiento y, por consiguiente, a las de los autores griegos y latinos, quienes estudiaron el arte de persuadir y de convencer, la técnica de la deliberación y de la discusión. Por este motivo también, lo presentamos com o una nueva retórica.*' A dem ás de lo señalado, esta investigación se ha beneficiado de la nueva retórica perelm aniana en cam pos muy concretos como el fundam ento de la argum entación a partir del “caso particular”, el razonam iento por analogía tan propio de los refranes que, como ya se ha señalado, es un tipo textual que fundam enta la lapidariedad en la m etáfora. Pero, com o ya m encionam os, las deudas de esta investigación no se reducen, desde luego a la nueva retórica sino que se extienden a la retórica a secas. N o sólo las respectivas teorías del entim em a, del exemplum y el ornato provienen de allí sino que del mundo de la vieja retórica salieron m uchos otros térm inos y conceptos que como 40. 41. 342 Jesús González Bedoya, op. cit., p. 25. Ch. Perelman y L01brechys-Tyteca,op. c/7.,p.35. E l bagaje subyacente género, sinonim ia, alegoría, parábola, aliteración, paragramatismo, figura, hom onim ia o laconismo han contribuido de m anera importante a esta re­ flexión. Pero sobre todo, es a la retórica a la que corresponde el estudio de los dos principales tipos de discursos en que se enclava el refrán: el diálogo y el discurso oratorio independientem ente de la clase que sea. A este último, en efecto, está dedicada prácticam ente la ya citada obra de Perelman Tratado de la argumentación. Del diálogo se ocupa no sólo la retórica sino la pragm á­ tica, la lingüística y las ciencias de lo literario relativas al relato, al texto dram ático y a la poesía lírica.42 La lógica 43 La lógica está a la base de cualquier análisis textual. De hecho, su vinculación con la retórica, con la semántica y aún con disciplinas tan aparentem ente lejanas como la lingüística o la semiótica es evidente. Para la lingüística, basta consultar cualquier historia de la disciplina; para la semiótica, puede verse nuestro libro En pos del signo .44Desde luego, hay consideraciones dentro de esta investigación que pertenecen a la lógica: ya hemos señalado la herm an­ 42. 43. Sobre teoría del diálogo puede verse la excelente obra de María del Carmen Bobes Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico, Madrid, Gredos, 1992; véase, igualmente, M. M. Bakhtin, The Dialogic Imagination, Austin, University ofTexas Press, 1987. Aquí nos hem os servido, sobretodo, de Arnauld, Antoine / Pierre N icole, La logique o u l ’artde penser contenant, outre les regies communes, plusieurs observations nouvelles, propres á former le jugement, Paris, Flammarion, 1970; Bochenski, I. M., Historia general de la lógica formal, tercera reimpresión, Madrid Gredos, 1985; Sacristán, Manuel, Introducción a la lógicayalanálisis form al, Barcelona, Ariel, 1973; Suárez, Francisco, Disputaciones metafísicas, Madrid, Gredos, 6 vois., 1960-64 (aunque obviamente no es unaobra de “lógica” muchos de los conceptos empleados por Suárez sí lo son); Irving M. Copi, Introducción a la lógica, sexta edición, Buenos Aires, 1968; Benedetto Croce, Lógica como ciencia del concepto puro, M éxico, Ediciones Contraste, 1980; Giovanni di Napoli, Manuale Philosophiae adusum seminariorum, tomo I, s/1, Ed. Marietti, 1955; Alfredo Deaño, Introducción a la lógica formal, Madrid, Alianza Editorial, 1978; Ludwig W ittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, Madrid, Alianza Editorial, 1973; A. J. Ayer, El positivism o lógico, primera reimpresión de la primera edición, M éxico / Madrid / Buenos Aires, Fondo de Cultura Económ ica, 1978; A. J. Ayer, Lenguaje, verdad y lógica, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1976;Evandro Agazzi,Z,¿z lógica simbólica, Barcelona, Herder, 1967; AmbroseLazerowitz, Fundamentos de lógica simbólica, M éxico, UNAM, 1968; Manuel Garrido, Lógica simbólica, segunda reimpresión revisada, Madrid, Editorial Tecnos, 1977; Gregorio Fingermann, Lógica y teoría del conocimiento, 31a edición, Buenos Aires, Ed. El Ateneo, 1981; José Ferrater M ora/H ugues Leblanc, Lógica matemática, sexta reimpresión, México, FCE, 1980; W. Van Orman Quine, Lógica elemental, M éxico / Barcelona / Buenos Aires, Ed. Grijalbo, 1983; José Ma. de Alejandro, Gnoseología, Madrid, BAC, 1974; José Ma. de Alejandro, La lógica y el hombre, Madrid, BAC, 1970. 44. Op. cit. 343 E l hablar lapidario dad entre retórica y lógica no sólo en Aristóteles sino en Perelm an. Nuestra reflexión sobre el entim em a supone el silogismo. Conceptos como inducción, deducción, analítico, sintético, universal, abstracción, juicio, proposición, contrario, contradictorio, raciocinio, argum entación, implicación, exclusión, figura y otros m ás provienen de allí. La lingüística: morfosintaxis, lexicología y sem ántica Es obvia la deuda que una investigación como ésta tiene contraída con disciplinas tan fundam entales como la lingüística cuyos análisis de tipo m orfosintáctico, lexicológico o sem ántico son evidentes. Por otro lado, concepciones teóricas como la llamada “ lingüística del texto” que están a la base de la pragm ática lingüística han sido plenam ente asum idas por esta investigación, como lo han sido categorías, métodos, conceptos, discusiones. Por ejem plo, nuestros análisis del corpus, desde el punto de vista de la estructura. Es inútil hacer una lista así sea provisional de ellos: se encuentran en toda nuestra obra. Escuelas como la sausureana, el Círculo Lingüístico de Praga, las ideas de Hejelm slev sobre la relación entre proceso y sistema, los análisis de Bloom field, la relación entre lengua y cultura propugnada por Sapir, el concepto de Tagm em a de Pike, las categorías chom skianas de lengua, generatividad, gram ática, gram atical idad, estructura profunda, es­ tructura superficial, y m uchas otras de esa índole, constituyen el sustrato de nuestra investigación, el aire que respira y que la hace posible. La estilística4546 Para nuestro análisis estilístico, por exigencias de nuestro corpus, nos hemos atenido a la concepción española puesta en obra sobre todo por el Dámaso 45. 46. 344 Veáse la bibliografía al final del libro. H em os usado para la presente investigación las siguientes obras: A lonso Schókel, Luis / Eduardo Zurro, La traducción bíblica: lingüísticay estilística, Madrid, Cristiandad, 1977; Alonso, Amado, Materiayforma en poesía, tercera reimpresión de la tercera edición, Madrid, Gredos, 1986; Alonso, Dámaso, Poesía española; Ensayo de métodos y límites estilísticos, quinta edición, Madrid, Gredos, 1966; A lonso Schókel, Luis, Interpretación literaria de textos bíblicos, Madrid, Ed; Cristiandad, 1987; A lonso Schókel, Luis, Estudios de poética hebrea, Barcelona, Ed; Juan Flors, 1964; Gray, Bennison, El estilo, el problema y su solución, Madrid, Ed; Castalia, 1974; Guiraud, Pierre, La estilística, Buenos Aires, Editorial Nova, 1970; Hatzfeld, Helmut, Estudios de estilística, Barcelo E l bagaje subyacente Alonso de Poesía española?1por el Luis Alonso Schókel tanto de Estudios de poética hebrea 48como de “Poética hebrea. Historia y procedim ientos” .49 De esta escuela provienen, por ejemplo, el estudio de las simetrías: hablamos, así, tanto de form a externa y forma interna, como del quiasmo; nos interesa la esti 1ística del m aterial sonoro y, por tanto, las estructuras acentuales, ritmo y rima; nos interesa la estilística del paralelismo, de la sinonim ia, de la repetición, del m erism o, de la expresión polar y de la antítesis; excursionamos, aunque fugazm ente, en la estilística de las imágenes, de las estructu­ ras literarias y hasta de los valores estilísticos de los elementos morfosintácticos; nos interesam os en figuras como la ironía, el sarcasmo y el humor. Aunque, desde luego, tam bién hayamos echado mano de la estilística francesa en la m edida de lo necesario. La estilística es uno de los horizontes siempre a la vista de esta investigación precisam ente porque la lapidariedad textual es, después de todo, una categoría emplazable por derechos propios en terrenos de la estilística. La semiótica 50 La sem iótica, empero, ha contribuido a esta investigación tanto como disci­ plina con una evolucionada m etodología propia o, si se quiere, un acervo de metodologías, como en su calidad de horizonte epistemológico que ha servido de catalizador a una reflexión general hum anística en campos como la herm enéutica o la sem iótica de la recepción. Para nuestra investigación, en efecto, la sem iótica no sólo ha contribuido en especie con conceptos y m etodologías provenientes sobre todo de la semiótica greim asiana y de la sem iótica rusa. En nuestro libro En pos del signo 51hemos trazado la extensa na, Ed; Planeta, 1975; Murry, J. Middleton, El estilo literario, quinta reimpresión de la primera edición, M éxico, FCE, 1976; Martín, José Luis, Crítica estilística, Madrid, Gredos, 1980; M olinié, G eorges, Elémentsde stylistiquefrangaise, Paris, Presses Universitairesde France, 1986; Sebeok, Thomas A;, Estilo del lenguaje, Madrid, Cátedra, 1974; Riffaterre, Michael, Ensayos de estilística estructural, Barcelona, Seix Barral, 1976; Spitzer, Leo, Estilo y estructura en la literatura española, Barcelona, Editorial Crítica, 1980; Vinay, J; P; et J; Darbelnet, Stylistique comparée du franqais et de Vanglais, Paris, Didier, 1977. 47. 48. 49. 50. Op. cit. Op. cit. En Interpelación literaria de textos bíblicos, op. cit., pp. 17-229. Por lo extenso de la bibl iografía que sobre semiótica hemos empleado, remitimos al lector a nuestro 1ibro En pos del signo, op. cit. 51. Zamora, El Colegio de Michoacán, 1995. 345 E l hablar lapidario y m uy prestigiada tradición sem iótica que en la cultura occidental se desarro­ lló, com o tantas otras de las tradiciones hum anísticas, al abrigo de la filosofía. El actual térm ino “sem iótica” rem ite, en efecto, a una muy larga y fatigosa historia de búsquedas y exploraciones en torno al complejo fenóm eno de la significación o, si se quiere, de las situaciones significantes, que ha desem bocado en las actuales prácticas de desm ontaje, de la más diversa índole, aplicadas a distintas configuraciones culturales, interesadas en los sistem as y m ecanism os de la significación del tipo que sean. Sin embargo, la historia de la cultura ha m ostrado cuánto el saber es patrim onial y cuánto las reflexiones contem poráneas sobre lo que sea deben a las exploraciones a veces balbucientes del pasado. La sem iótica, como lo m ostram os en En pos del signo, es un excelente ejem plo de ello. Se puede decir que la cultura se ha desarrollado a la som bra de un perm anente interés sem iótico que ha excursionado en los m ás variados territorios y con las m ás variadas m etodologías. En efecto, hoy en día circulan varias definiciones de semiótica que, de hecho, corresponden a otros tantos proyectos, diversos entre sí. Si para el Peirce de Collected Papers sem iótica es “ la doctrina de la naturaleza esencial de las variedades fundam entales de toda posible sem iosis” ; para el De Saussure del Course, se trata de una “ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social” a la que propone que se dé el nom bre de “ sem iología” ; para el Erik Buyssens de La communication e tl'articulation linguistique lo que él llama sem iología trata del “estudio de los procesos de com unicación, es decir, de los m edios utilizados para influir a los otros y reconocidos como tales por aquel a quien se quiere influir” ; para el Charles M orris de Signos, lenguaje y conducta 52 es una “doctrina com prehensiva de los signos” ; para el A. J. Greim as del diccionario de Semiótica5253es una “teoría del lenguaje y sus aplicaciones a los diferentes conjuntos significantes” ; y, en fin, para Umberto Eco “es una técnica de investigación que explica de m anera bastante exacta cómo funcionan la com unicación y la significación” .54Esta diversidad de proyectos, sin em bar­ go, parecen estar de acuerdo en que el análisis sem iótico no es un acto de 52. 53. 54. 346 Se trata de Signs, Language and Behavior , N ew York, Prentice-Hall, 1946 del que circula la traducción que al español hace J. Rovira Armengol titulada, precisamente, Signos, lenguaje y conducía, B. Aires, Ed. Losada, 1962. A. J. Greimas / J. Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1982. U. Eco, El signo, p. 17. Véase la lista de definiciones que recoge F. Casetti en su Introducción a la semiótica, Barcelona, Ed. Fontanella, 1980, pp. 21 y s. E l bagaje subyacente lectura sino, más bien, un acto de exploración de las raíces, condiciones y m ecanism os de la significación. Cómo está hecho el texto para que pueda decir lo que dice. Desde luego, al explorar el mecanism o de un texto será posible percibir el tipo de significaciones de que ese texto es capaz y, al contrario, las significaciones que no puede producir. Por tanto, no nos interesa qué es lo que el texto que analizam os dice ni quien es el sujeto que dice lo que el texto dice. No nos interesam os en “sacar” a los textos que analizarem os sus sentidos “ocultos” al lector común y sólo perceptibles por los “expertos” . Nos interesa el cóm o del texto: cómo este texto dice lo que dice: nos interesa explorar cóm o está hecho el m ecanism o del texto en cuestión. En el análisis sem iótico que aquí practicarem os lo que importa, pues, es la form a del contenido, cómo el texto dice lo que dice, no la substancia del contenido, el qué del texto.55 Pues bien, la m etodología semiótica tiene cabida no sólo desde el postulado de que cada refrán, tomado tanto formal como discursivam ente, es un sistem a sem iótico y que la perspectiva semiótica de la estructura em ble­ m ática del refrán es la que m ejor ilustra la manera de funcionar del discurso lapidario, sino desde el postulado de que un refranero es un macrotexto hecho de citas que funcionan como isotopías polivalentes agrupables, por tanto, en deconstrucciones de la más variada índole. Abundan, por ejemplo, en el refranero m exicano, varios tipos de referencias a la identidad de los cuales el más frecuente es el de los refranes que ofrecen explícitam ente una serie de marcas o sem as que perm iten identificar al hablante de un refrán dado ya como m iem bro de un grupo social, ya como aspirante a un estado social. Por lo dem ás, en los com portam ientos sociales del refranero m exicano son susceptibles de ser anal izados distinguiendo en ellos losgestos— especie del género de los kinemas— y los accesorios, conjunto de objetos que entran en el com portam iento social como la indumentaria, la comida, las flores, el ornato, las insignias, los cosméticos, los menus, etc. Basta un breve repaso al refranero m exicano para ver cuánto puede contribuir la semiótica al análisis de un corpus textual tan singular como el que aquí m anejam os y en qué medida el escudriñar con sus m etodologías y herramienta conceptual el cómo de los sistem as sem ióticos que funcionan en y por los refranes puede contribuir y contribuye, de hecho, al conocim iento del hablar lapidario. 55. Para los presupuestos teóricos del análisis semiótico puede verse, Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1982. 347 E l hablar lapidario La literatura comparada56 Las ciencias de lo literario atraviesan por un período en que la m ayor parte de ellas buscan am pliar sus horizontes, explorar las líneas de dem arcación con otras disciplinas, rebasar las fronteras de lo casero y abrirse paso hacia nuevos paradigm as en busca de teorías interdisciplinarias e interliterarias más acor­ des con el carácter abierto de la literatura. Esos son, ni m ás ni m enos, los horiz