Figuras de la grupalidad adolescente1 Néstor Carlos Córdova Escribe Baudelaire: “Bajo un inmenso cielo gris, sobre una inmensa polvorienta llanura sin caminos, sin hierba, sin siquiera un cardo o una ortiga, me encontré con unos hombres que caminaban encorvados [...] Le pregunté a uno de estos hombres adónde iban cargados de este modo. Me respondió que él no lo sabía ni ninguno de sus compañeros, pero que sin duda iban hacia algún lugar porque les impulsaba una necesidad invencible de seguir adelante”. El adolescente atraviesa estados oscilantes entre la melancólica soledad de su cuarto y momentos de algarabía grupal. Si el devenir adolescente se despliega en múltiples escenas, es indudable que la grupal es decisiva en sus trabajos de creación e intercambio de los nuevos semblantes. El grupo es el lazo que anuda y sostiene, apuntala y cobija al adolescente cuando comienza a desatar su dependencia del lazo familiar y vivencia la pérdida del apuntalamiento infantil. Vinent afirma que: “Lo grupos que representan las dialécticas con idealización propia y desidealización de lo diferente, especialmente de lo que representa ideales paternos. Es fácil recurrir a las identificaciones grupales de modo semejante al fenómeno de identificación histérica. Esta defensa permite salir de la angustia puberal ante la ambigüedad.” A partir del trauma puberal el adolescente busca reorganizar su narcisismo y un modo inicial es vincularse con otros construyendo una realidad imaginaria compartida: la ilusión grupal de fusión y completitud, de reencuentro con la unidad narcisista originaria perdida, el retorno al tiempo del narcisismo primario. La ilusión grupal se constituye a partir del anhelo de seguridad y la búsqueda de retorno a un estado indiferenciado. Pero simultáneamente se activa la angustia ante las tendencias regresivas y la amenaza de disolución de los límites y la identidad. El grupo puberal restaura la función del espejo ante las vivencias de fragmentación del tiempo puberal y la amenaza a la integridad del yo. 1 Córdova, Néstor Anamorfosis de la pubertad en publicación 2019 Estos grupos están regidos por la primacía del proceso originario y su modelo pictogramático de fusión o rechazo. En estos grupos predominan el amor como tendencia a la fusión o el odio como movimiento de rechazo, negatividad que da lugar a ciertos casos violencia entre pares. El grupo puberal se constituye con la premisa de la negación de lo otro; el imperativo es la subordinación al funcionamiento en masa cuya fórmula se podría resumir en un No(s)otros. Cuando el grupo puberal perdura, se transforma en un espacio cerrado, regresivo y ritualizado que no promueve intercambios y salidas saludables. Estos grupos en los que se comparten consumos problemáticos y actuaciones transgresoras se caracterizan por los trabajos de lo negativo. Resuelta progresivamente la fase de ilusión narcisista de fusión característica de lo originario puberal, la escena grupal por los trabajos de lo adolescente se transforma en un espacio intersubjetivo que promueve salidas creativas. La pulsión es demanda de trabajo psíquico e intersubjetivo . El grupo adolescente permite crear un circuito pulsional intersubjetivo que favorece la circulación, ligadura y sublimación de las tensiones pulsionales. Si la pulsión representa una demanda de trabajo psíquico, este trabajo no debe interpretarse sólo desde la perspectiva intrapsíquica. Es en el espacio compartido de cooperación y aprendizaje donde se crean, ensayan e intercambian los nuevos semblantes con los que protagonizar cada uno su papel en la comedia de los sexos supliendo ese desconocimiento radical desde el cual debe partir. Durante la adolescencia, los momentos grupales se alternan con estados de soledad. Lejos del bullicio del grupo, la soledad, diferenciada del aislamiento y la marginación, es condición para una transición adolescente saludable. Refiriéndose a los estados del adolescente durante el proceso de desasimiento de los primeros objetos de amor, Varela Viglietti sostiene: “La importancia que adquieren las fantasías incestuosas que acompañan al empuje pulsional que ocurre durante la pubertad provocan en general el aislamiento y repliegue del adolescente con respecto a su núcleo familiar. Se aísla de sus padres y hermanos, pasa largas horas en la soledad de su habitación, evita el contacto físico, y trata de pasar buena parte del día fuera de casa”. La soledad es el momento de intimidad en la que el adolescente se reencuentra con sus objetos más preciados y sus sentimientos profundos. En soledad, no sin otros, se conecta con su erotismo, sufre y elabora sus duelos, ama en secreto, fantasea y poetiza, pone en juego su creatividad. En mi cuarto, en mi cuarto he vivido horas hermosas en secreto, en secreto aventuras amorosas En mi cuarto, en mi cuarto tengo hermanos a montones tengo libros, tengo libros que aclararon mis errores. Tiempo sin tiempo en soledad y vagando en grupo sin prisa, explorando lúdicamente los confines de lo desconocido, experimentando; soñando conquistas heroicas y evocando gestas mínimas. Atravesando el espacio virtual para encontrarse en un punto imaginario del otro lado de la pantalla o sentados muy juntos en el cordón de una vereda. Desgranándose paulatinamente del grupo, cada adolecente, de acuerdo a un tiempo singular que paradójicamente se gesta en una trama intersubjetiva, encontrará en soledad el momento de concluir y acudir al encuentro angustioso y anhelado con el Otro sexo, alteridad radical cuya máscara feroz se conjura gracias a los sortilegios del grupo, la soledad, la poesía y el amor.