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Borges entre el plagio y la filiación literaria

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Borges: entre el plagio y la filiación literaria
Marco A. Ojeda
La escritura como práctica social no es ajena a las nuevas tecnologías y a las
nuevas prácticas de lectura y escritura que éstas proponen. Nunca antes se tuvo a
disposición tanta cantidad de información de tan fácil acceso. El camino abierto por las
vanguardias históricas dejó servido el problema de la autenticidad de la obra literaria y si
es posible o no arrogarse el derecho de propiedad de un hecho artístico. ¿Hasta qué punto
la apropiación de la palabra ajena en el tejido polifónico del discurso social constituye un
delito? ¿Cuáles son los límites de la apropiación de la obra ajena? ¿Cuál es el límite entre
la apropiación estética a través de una filiación literaria y el plagio liso y llano?
“Pierre Menard, Autor del Quijote” es un cuento que trata de la apropiación de la
palabra ajena, no de la mera copia literal y mecánica de un original sino de la intención
de “producir unas páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con
las de Miguel de Cervantes” (Borges: 446). Borges consideraba a la literatura como una
gran biblioteca en permanente desarrollo hasta el punto de afirmar en otro cuento del
mismo volumen que: “todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es
anónimo” (Borges: 439). La literatura no sería otra cosa que una serie de lecturas de un
gran libro universal, eterno y arquetípico como el libro de arena de otro de sus cuentos.
Sin embargo esta concepción de la literatura no parece ser compartida por su heredera
universal, María Kodama, para quién la obra del escritor argentino se encuentra en un
lugar intocable e inaccesible y debe permanecer impoluta de toda contaminación.
A principios de julio de 2015, se procesó a Pablo Katchadjian por violación de la
propiedad intelectual al agregar en El Aleph engordado1, 5600 palabras al texto íntegro
original “El Aleph” (publicado en 1949 por Jorge Luis Borges). El autor enfrentó un
embargo económico de 80 mil pesos y puede llegar a afrontar una pena de uno a seis años
de prisión. Esta causa judicial llevó a personalidades de la cultura a pronunciarse sobre el
tema. A través de una carta pública Cesar Aira, Ricardo Piglia, Martín Kohan, Carlos
1
http://tallerdeexpresion1.sociales.uba.ar/files/2012/04/El-Aleph-Engordado.pdf
Gamerro, entre muchos otros, explicaron la situación y solicitaron el desprocesamiento
de Pablo Katchadjian invitando a una lectura “atenta e inteligente” de la obra en cuestión2.
Este caso es útil para visibilizar una serie de problemas que tienen que ver con la
literatura en el siglo XXI en el contexto de la posmodernidad y las nuevas tecnologías
que permiten el acceso a prácticamente toda la cultura occidental poniendo en jaque la
concepción de propiedad intelectual para obras accesibles a casi todo el mundo. ¿Es
posible que la cultura tenga dueño? ¿O es sólo una de las formas en que el capitalismo
opera en la industria cultural? ¿Qué es entonces la propiedad intelectual? Para la ley
argentina3, los derechos sobre una obra (literaria o de cualquier tipo) son una cuestión de
índole principalmente económica: la ley asegura que la explotación comercial de
cualquier obra y los derechos económicos que surgieran de esa explotación sean
usufructuados por el autor y sus herederos durante un tiempo arbitrariamente estipulado
(70 años después del fallecimiento del autor). Transcurrido dicho lapso de tiempo,
legalmente la obra pasa a pertenecer a la esfera del dominio público y los herederos ya
no tienen derechos económicos sobre la obra en cuestión.
Como toda resolución judicial el límite es arbitrario pero, sin embargo, tiene su
razón de ser. Históricamente, los derechos sobre las obras literarias pertenecían a los
libreros y editores, quienes a través de privilegios reales se aseguraban, a través del
monopolio de su distribución, la recuperación de los costos de impresión sin que el autor
se viera beneficiado económicamente de ningún modo. Estos privilegios reales servían
para ejercer el control y censura de las publicaciones por parte del poder soberano. Luego
del siglo XVII, los autores (y sus herederos) pasaron a ser los propietarios de los derechos
de explotación de sus obras. Sin embargo hubo que desarrollar mecanismos legales para
que los derechos del autor y sus herederos no se opusieran al derecho del dominio público.
Esta situación obligo a establecer un límite temporal arbitrario para hacer confluir ambos
derechos. Ahora bien, si la propiedad intelectual se establece en función de derechos que
velan los intereses económicos del autor y sus herederos, en el caso de Katchadjian El
Aleph engordado tuvo una tirada de apenas 200 ejemplares la mayor parte obsequiados
por el autor. No parece razonable, entonces, pensar que la obra tuvo por objetivo lograr
2
3
La carta completa puede consultarse en: http://alephengordado.blogspot.com.ar/
Ley 11.723 modificada en 1997 (Ley 24.870) para asimilarla a la ley europea sobre derechos de autor.
un beneficio económico que vulnere los derechos del autor original y sus herederos, lo
que hace que el embargo económico parezca excesivo.
Sin embargo la ley de propiedad intelectual, en su espíritu, establece la protección
del derecho moral de la integridad de la obra y eso complica bastante el problema. La
justicia (al menos la francesa) distingue entre idea y forma y lo que la ley protege son las
formas, no las ideas. De acuerdo a esto la composición es revisada judicialmente en tanto
trama, concepción general y escenas características. De nuevo: se juzga la forma, no el
contenido, el significante no el significado. Entonces el problema sigue en pie:
¿Katchadjian intentó plagiar la obra borgeana? ¿El problema fue la no autorización para
utilizar la obra original o la alteración producida por el texto transformado? ¿Cuál es el
límite entre el plagio y la apropiación artística? ¿Se trata de plagio o de intertextualidad?
El problema en cualquier definición de plagio evidentemente es establecer el
límite, ya que el plagio “es esa zona ‘gris’ difícilmente localizable, entre préstamo servil
y préstamo creativo” (Maurel–Indart: 13) “no se reduce únicamente a una cuestión
literaria, sino que también se trata de un cuestión social, cuyos resortes son igualmente
económicos y técnicos” (Maurel–Indart: 15). Lo que se pone en juego en el plagio es la
autoridad del autor en sí y el estatuto sagrado del escritor romántico producto del
positivismo. El autor es un producto de la sociedad moderna capitalista que privilegia la
individualidad por un lado y borra el origen de esa misma individualidad por el otro. El
autor en ese movimiento entre individualidad y vaciamiento se enfrenta con su
desaparición, con su muerte que según Barthes sería donde comienza la escritura. Al ser
“resumen y resultado de la ideología capitalista” (Barthes: 66) la autoridad del autor se
desvanece y los límites del plagio se difuminan aún más.
A partir de la emergencia de las vanguardias y sobre todo con la experiencia de
escritura colectiva del Surrealismo, la imagen del autor se desacraliza. Los movimientos
históricos de vanguardia hicieron “disponible como medio la totalidad del medio
artístico” (Bürger: 56). Esta situación se exacerbó a través de las nuevas técnicas: en el
siglo XXI están disponibles, quizás como nunca antes, la totalidad de las obras artísticas.
Vivimos el final de un proceso iniciado por la industria cultural desde la segunda mitad
del siglo XX que “ha terminado de implantar su hegemonía sobre todas las formas
culturales anteriores [sumado al hecho de que] las vanguardias habían escindido por
completo, en un corte definitivo, el campo del arte” (Sarlo: 124). Un campo artístico
escindido y disponible es fácil presa para la apropiación lúdica de los nuevos autores que
se cobijan bajo la sombra de las viejas vanguardias a través de gestos provocadores que
utilizan diversas técnicas y diversos soportes para poner en cuestión esa hegemonía de la
industria cultural capitalista.
Las vanguardias ya habían recorrido el camino de rechazo a la originalidad y
abierto el camino hacia la “apropiación”. Este concepto ha jugado, según Belén Gache,
un importante rol en las estéticas del siglo XX: se trata “del uso de elementos
preexistentes a fin de realizar nuevas obras”. Esta forma de intertextualidad o de
apropiación de la palabra ajena hace necesario un criterio de delimitación que permita
“reconocer, identificar y clasificar las diferentes formas de préstamos textuales” (Maurel–
Indart: 253).
Hélène Maruel–Indart intenta establecer dicho criterio partiendo de una
sistematización rudimentaria realizada por Boleslaw Nawrocki basada en dos criterios: la
distinción entre préstamo directo o indirecto (préstamo sin transformación o modificado)
y entre préstamo total o parcial (si abarca toda o una parte de la obra original). A partir
de estas coordenadas Maurel–Indart introduce una serie de matices que permiten
distinguir otros dos criterios: la distinción entre préstamo oculto y señalado y entre
préstamo voluntario o inconsciente. Esta clasificación le permite deslindar diversas
formas de préstamos como la traducción, la cita, el collage, el pastiche, la parodia, etc.
¿Cuál sería entonces el valor de esta clasificación? Según la autora francesa: “el análisis
de las formas literarias del préstamo apunta a delimitar la noción de plagio, que se sitúa
en la frontera de cada una de ellas” (Maurel–Indart: 276). Cuando el préstamo está oculto
y es voluntario es donde se establece esa “zona gris entre el préstamo servil y el préstamo
creativo”. Entonces ¿en qué lugar puede ubicarse El Aleph engordado? ¿Se trata de un
verdadero plagio como reclama la señora Kodama o es simplemente un pastiche con
intenciones vanguardistas? Evidentemente y siguiendo los criterios mencionados es
difícil ubicarlo en la zona gris del préstamo oculto y voluntario, ¿puede tratarse de un
plagio cuando se cita específicamente al autor?
Los contornos del plagio son contornos móviles, se distingue de nociones afines
como la parodia y el pastiche, de acuerdo a la intencionalidad del segundo autor. Muy
esquemáticamente podríamos decir que si la intención es lograr un efecto humorístico
caricaturesco y exagerado de la obra original, estaríamos en presencia de una parodia. Si
por otro lado lo que se busca es exhibir los efectos de estilo característicos del autor
original estaríamos frente a un pastiche. Evidentemente el concepto de pastiche es mucho
más complejo porque requiere de la participación activa del lector:
“Sólo el pacto explícito del pastichador con el lector, que consisten en mencionar
el modelo, debe permitir distinguir entre la intención mimética con función de homenaje,
propia del pastichador, y la voluntad no confesada de apropiación de un texto, propia del
plagiario” (Maurel–Indart: 290)
¿Cómo determinar entonces en qué lugar ubicar la obra de Katchadjian? Ya en el
2007 se había apropiado de otra obra canónica de la literatura argentina al ordenar
alfabéticamente los versos del Martín Fierro. El Martín Fierro ordenado alfabéticamente
fue publicado por una pequeña editorial de poesía (Imprenta Argentina de Poesía) y con
distribución limitada; El Aleph engordado, de no mediar la denuncia de la señora
Kodama, probablemente hubiera seguido el mismo camino. La cuestión no es sencilla,
los herederos de un autor, por un lado tienen el derecho de velar por la integridad de las
obras, sin embargo, en el caso de Katchadjian parece tratarse más de una interpretación
jurídica (el abogado de María Kodama hablaba de dolo en una entrevista televisiva 4) que
de una argumentación crítica–literaria. En la posdata de la obra de Katchadjian explica lo
que hizo con el texto original, que le agregó tanta cantidad de palabras y en ningún
momento se pretendió ocultar la apropiación del texto de Borges, en estos términos no
puede hablarse de plagio. Se trata más bien de un gesto provocador (de la misma índole
que el ejercicio de ordenar los versos del Martín Fierro), que lo acercan a las vanguardias
literarias. Podría decirse que el gesto encierra un intento de filiación literaria: “Confesada
o rechazada, la filiación literaria es prácticamente la cómplice del plagio. Se trata de una
relación de pertenencia intensa, fundada en un sentimiento contradictorio de repulsión y
afecto admirativo” (Maurel–Indart: 347).
Entre el plagio y la filiación literaria, la obra de Borges al ser tan vasta se presta
especialmente para generar esta serie de problemas. Las apropiaciones pueden ser
homenajes o hurtos, productos de la polifonía o de la intertextualidad, su influencia se
ejerce en la superficie y en lo más profundo de los textos. En la era de la “revolución
digital” todo es plausible de recombinación, tal como plantea Josefina Ludmer, todo
puede combinarse: cuerpos, géneros sexuales, textos, culturas y un largo etcétera.
4
Pueden verse las entrevistas en el siguiente enlace: http://tn.com.ar/sociedad/perseguido-por-la-viudakodama-contra-el-aleph-engordado-de-pablo-katchadjian_600405
“El mito del plagio puede ser invertido: los sospechosos son precisamente los que
apoyan la privatización del lenguaje” afirma Ludmer y ciertamente tiene mucho de razón:
todo discurso es la respuesta a discursos precedentes que no pueden ser privatizados (de
la misma manera que no es posible desarrollar un lenguaje privado alejado de toda palabra
ajena). Toda obra literaria es en definitiva “un espacio de múltiples dimensiones en el que
concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de la cuales es la original: el texto
es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura” (Barthes: 69). Y esta
hibridación polifónica constituye la variedad del arte posmoderno que “cruza y superpone
napas muy distintas: cultura de masas, grandes tradiciones estéticas, culturas populares,
el lenguaje más próximo de la cotidianidad, la tensión poética, dimensiones subjetivas y
privadas, pasiones públicas” (Sarlo: 125).
La institución arte es un aparato de producción y distribución regulado legalmente.
Las obras literarias el siglo XXI, (más que un intento de alcanzar la imposible originalidad
absoluta o la también imposible asimilación de las vanguardias de manera anacrónica) lo
que intentan es realizar una operación de vaciamiento de esos sentidos sacralizados que
se condensan en la “función autor” que impide “la libre circulación y composición de
ideas y conocimientos” (Ludmer: online). Estas “escrituras de la estratificación”, que
según Michel Butor, buscan mostrar que “la obra, atravesada por la multiplicidad de otras
voces, se ha convertido en el lugar de un sujeto vacío, fragmentado, evaporado” (Maruel–
Indart: 353). No buscan el reconocimiento de una originalidad ni sus autores alcanzar el
estatus de autoridad de sus predecesores. Lo que intentan es oponerse a las doctrinas
esencialistas del texto y hacer dialogar la propia obra con ese todo cultural en código
binario que las nuevas tecnologías ponen a disposición de todos.
En definitiva ¿es posible que una obra permanezca impoluta como pretende María
Kodama? La respuesta no deja lugar más que a la negación, “por el simple hecho del
desfase cronológico, toda obra, aunque haya sido copiada es una obra nueva, portadora
de un nuevo sentido” (Maurel–Indart: 175). Este hecho ya había sido puesto en texto por
el mismo Borges cuando comparaba en “Pierre Menard, autor del Quijote” idénticos
fragmentos del Quijote de Cervantes y el de Menard, y que sin embargo, sonaban muy
distintos.
Todo lo cultural, incluido lo literario, tiene una dimensión económica, en esa
dimensión es donde funcionan los derechos de propiedad intelectual y es posible hablar
de plagio con sus connotaciones negativas. A partir de las vanguardias ya no es posible
considerar a la apropiación de obras precedentes como un acto deleznable realizado por
un plagiario que busca la gloria personal en detrimento de otro, sino como una forma de
visibilizar la cinta de Moebius que conforman la escritura y la lectura. Obras como El
Aleph engordado, requieren de ciertas competencias por partes del lector que van más
allá de la mera aprehensión de un texto. Es el gesto lo que cuenta, más allá de las
cualidades literarias que pueda tener o no. No creo que, como afirma María Kodama,
Pablo Katchadjian haya querido igualarse en calidad literaria con Jorge Luis Borges.
Tampoco estoy seguro de que haya querido auto promocionarse de manera riesgosa. Creo
más bien que realizó un gesto que visibiliza la muerte del autor preconizada por Barthes.
Lo que Katchadjian hace, conscientemente o no, es imitar un gesto anterior, intenta
mezclar escrituras para provocar un sentido, no para arrogarse el mérito de la originalidad,
porque en definitiva: “El plagio es la base de todas las literaturas, con excepción de la
primera, que de hecho es desconocida” (Maurel–Indart: 157) fórmula de Jean Giraudoux
que seguramente Jorge Luis Borges compartiría.
Bibliografía
Barthes, R. (1987) El susurro del lenguaje. Barcelona: Paidós.
Borges, J. L. (1974) Obras completas 1923–1972. Buenos Aires: Emecé.
Bürger, P. (2000) Teoría de la vanguardia. Barcelona: Península.
Gache, B. (2014) “Subvirtiendo signos: la estrategia de la apropiación en la cultura
contemporánea”, disponible en http://jamillan.com/librosybitios/subver.htm
Katchadjian, P (2009) El aleph engordado disponible en
http://tallerdeexpresion1.sociales.uba.ar/files/2012/04/El-Aleph-Engordado.pdf
Ley 24.870 disponible en: http://infoleg.mecon.gov.ar/infolegInternet/anexos/4500049999/45758/norma.htm
Ludmer, J. (2015) “Contra la propiedad intelectual” disponible en
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Contra_la_propiedad_intelectualKatchadjian-Borges_0_1391261312.html
Maurel–Indart, H. (2014) Sobre el plagio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Sarlo, B. (2014) Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la
Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI
On–Line
http://tn.com.ar/sociedad/perseguido-por-la-viuda-kodama-contra-el-aleph-engordadode-pablo-katchadjian_600405
http://www.infojusnoticias.gov.ar/nacionales/katchadjian-enfrenta-una-pena-de-hasta-6anos-por-plagio-a-borges-8877.html
http://alephengordado.blogspot.com.ar/
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