El plagio y la cultura

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Opinión
El plagio y la cultura
José María Tojeira
Director de Pastoral Universitaria, UCA
Publicado en Noticias UCA.
Hace algunos días leíamos que el primer premio en los
Juegos Florales de San Salvador había sido retirado por
haberse comprobado que el libro de cuentos presentado
al concurso había plagiado un buen número de textos de
diversos autores. El tramposo, que no puede llamarse de
otra manera, resultó respondón. No dudó al decir que
su plagio es en realidad una protesta social y un modo
de señalar la incompetencia de la Secretaría de Cultura.
Y aunque es cierto que no es tan difícil, y menos hoy,
descubrir un plagio, no es menos cierto que el hecho
de que no se descubra no significa necesariamente
ineficiencia o inutilidad de la persona o la institución
dañada, sino espíritu de trampa y desvergüenza de
quien comete el acto. Si el premio incluye, además, un
reconocimiento económico, no hay duda de que hubo
una estafa y deseo explícito y claro de estafar.
Este tipo de acciones no se dan solamente entre
nosotros. Algunos ministros europeos han tenido que
dimitir recientemente porque sus tesis doctorales tenían
plagios parciales. La tendencia a privilegiar la apariencia
y lo fácil sobre el esfuerzo personal, sobre la lenta y
dificultosa tarea de crear e innovar, está presente en este
mundo virtual en el que el éxito se busca con frecuencia
a cualquier costo.
Somos uno de los países con mayores índices de
consumo a nivel mundial. Es el consumo, junto con el
dinero que lo posibilita, casi el único medio de inclusión
en los beneficios del desarrollo. Con un sistema de
salud muy poco equitativo (a pesar de los avances en
cobertura), con una educación que no ofrece a nuestros
jóvenes la posibilidad ni la calidad suficiente para una
integración adecuada en la vida social, con un sistema
de pensiones excluyente de las mayorías y con una ley de
salarios mínimos insultantemente discriminadora, a una
considerable proporción de nuestra gente solo le queda
el camino del consumo para sentirse integrado en la
sociedad. Y cómo conseguir el dinero para ese consumo
acaba siendo secundario ante la necesidad de sentirse
integrado en un esquema en el que, además, muchos de
los que están en la cúspide dan ejemplos claros de ganar
dinero de manera fraudulenta.
Después, la trampa y la mentira se transforman y
maquillan. Nadie se hace rico en la Presidencia de la
República, aunque después viva bastante mejor que antes
de acceder a esa silla. La Corte de Cuentas ha funcionado
hasta hace poco como una especie de clínica de belleza
financiera, especializada en el maquillaje de actos de
corrupción y al servicio de los funcionarios de Estado.
Ese ejemplo de los que gobiernan remite siempre a los
gobernados, y nos muestra a estos pequeños aprendices
de brujo con las mismas pretensiones que sus maestros:
darnos atol con el dedo y decirnos que la trampa es
buena y que la sinceridad no.
Incluso en política, la cultura del plagio se impone
con facilidad. Porque también es una forma de plagio
presentarle a la ciudadanía la crisis de Venezuela como
una especie de profecía de lo que sucederá en El Salvador
si gana el FMLN. Ya hace cinco años, cuando Venezuela
estaba en el esplendor de los precios del petróleo, los
plagiadores de eventos internacionales nos decían que
si ganaba Mauricio Funes, quien en realidad gobernaría
sería Hugo Chávez. La profecía no se cumplió y hoy
inventan otra, no porque les interese la democracia o
el sufrimiento de Venezuela, sino porque quieren tener
poder en El Salvador; el poder y la ventaja para hacer
negocio.
La cultura del plagio, que este pobre muchacho
defiende como acto de protesta, no es más que la cultura
del aprovechamiento del otro, la repetición en pequeño
de las derivas antidemocráticas de las élites extractivas
que con tal de engordar económicamente no les importa
el bien ajeno. Nada hay más noble en el mundo que la
capacidad de admirar la belleza que otras personas tienen
o producen. Pero, por supuesto, sin tratar de fagocitar en
beneficio propio la creatividad, el trabajo o la belleza de
los demás. Citar, apreciar, alabar es humano y enriquece
a todos. Plagiar, apropiarse del trabajo ajeno, presentar
como propio el esfuerzo de otro es romper ese espíritu
solidario que hace humana a la humanidad.
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