Subido por JGorosty

100 cuentos

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CIEN CUENTOS Y
NARRACIONES PARA EL CAMINO
Juan José Bravo
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Querido amigo.
100 Cuentos y Narraciones, es una ilusión gozosa que como Brotes de Olivo
quiero compartir contigo.
A través de los siglos, los hombres de distintas culturas siempre hemos visto en
las fábulas, en los cuentos, en las parábolas, en las anécdotas o en las
narraciones una enseñanza amena y eficaz sobre las cosas esenciales de nuestra
vida, de la sed de felicidad que llevamos dentro y de las circunstancias que
envuelven nuestra existencia.
Por esta razón comparto contigo algunas fábulas, cuentos, narraciones,
anécdotas... que en determinados momentos han contribuido enormemente en el
proceso de mi vida y en la de mis interlocutores.
100 Cuentos y Narraciones es un viaje al mundo de los sueños para descubrir las
cosas esenciales de la vida: nuestra relación con Dios, el Padre Bueno; nuestro
compromiso con los otros, nuestros compañeros en la carrera por alcanzar la
VIDA; y nuestra lucha por descubrirnos a nosotros mismos, como una sonrisa
eterna de aquel que nos amó primero y en quien somos, nos movemos y
existimos.
El material que te presento es una recolección de los cuentos que he escuchado a
lo largo del camino en retiros, convivencias, encuentros, charlas y reflexiones
he ido poniendo cual singular arlequín de Dios entre los que buscan algo más
allá de lo que captan sus sentidos, pues como decía el Principito: “lo esencial es
invisible a nuestros ojos”.
Al final de este material encontrarás las fuentes de donde he ido coleccionando
los cuentos que en este material que lego a quienes apuesten por soñar. No te
extrañes de que alguno de estos cuentos no los encuentres en la lista
bibliográfica, pues ellos ha sido creados por este singular Anacoreta.
Finalmente, no sólo te permito sino que te animo a compartir este contenido con
los que se animen a entrar en el mundo de los sueños.
Querido amigo, desde Pueblo de Dios te saludo, te quiero, te deseo la paz.
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A la memoria del mejor
narrador de cuentos y parábolas
que la humanidad ha podido
concebir a lo largo de todos los siglos
y en quien hombres y mujeres
han sido capaces de apostarlo todo
por hacer de este un mundo
como pompas de jabón....
Jesús de Nazaret
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01. LA ORACIÓN DE UN CAMPESINO.
Un pobre campesino que regresaba del mercado a
altas horas de la noche, descubrió de pronto que
no llevaba consigo su libro de oraciones. Se hallaba
en medio del bosque y se le había salido una rueda
de su carreta, y el pobre hombre estaba muy
afligido pensando que aquel día no iba a poder
recitar sus oraciones.
Entonces se le ocurrió orar del siguiente modo:
“He cometido una verdadera estupidez, Señor: he salido de casa esta mañana sin
mi libro de oraciones, y tengo tan poca memoria que no soy capaz de recitar sin
él una sola oración. De manera que voy a hacer una cosa: voy a recitar cinco veces
el alfabeto muy despacio, y tú, que conoces todas las oraciones, puedes juntar las
letras y formar esas oraciones que yo soy incapaz de recordar”.
Y dijo el Señor a sus ángeles:
“De todas las oraciones que he escuchado hoy, ésta ha sido, sin duda alguna, la
mejor, porque ha brotado de un corazón sencillo y sincero”.
02.
UNA LECCIÓN DE VIDA.
Érase una vez una mujer muy devota y llena de amor
de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas, y por
el camino solían acosarla los niños y mendigo, pero
ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera
los veía.
Un buen día, tras haber recorrido el camino
acostumbrado, llegó a una iglesia en el preciso
momento en que iba a empezar el culto. Empujó la
puerta, pero ésta no se abrió.
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Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba
cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en
muchos años, y no sabiendo que hacer, miro hacia arriba... y justamente allí,
frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta.
La nota decía: “Estoy ahí afuera”.
03.
UN EMPRESARIO.
Un vagabundo se presentó en el despacho de un
acaudalado hombre de negocios a pedir una limosna.
El hombre llamó a su secretaria y le dijo: “¿Ve
usted a este pobre desgraciado? Fíjese cómo le
asoman los dedos a través de sus horribles zapatos;
observe sus raídos pantalones y su andrajosa
chaqueta. Estoy seguro que no se ha afeitado ni se
ha duchado ni ha comido caliente en muchos días.
Me parte el corazón ver una persona en esas
condiciones, de manera que... ¡HAGA QUE
DESAPAREZCA INMEDIATAMENTE DE MI VISTA!”
04.
EL MESÍAS
El monje, que se hallaba meditando en su cueva del
Himalaya, abrió los ojos y descubrió, sentado frente a él,
a un inesperado visitante; el Abad de un celebre
monasterio.
“¿Qué deseas?”, le preguntó el monje.
El Abad le contó una triste historia.
En otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo
el mundo occidental, sus celdas estaban llenas de jóvenes
novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus monjes. Pero habían
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llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su
espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba
silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente
sus obligaciones. Lo que el Abad quería saber era lo siguiente: ¿”Hemos cometido
algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación”
“Sí”, respondió el monje, “un pecado de ignorancia”
“¿Y qué pecado puede ser ese?”
“Uno de vosotros es el Mesías disfrazado, y vosotros no lo sabéis”, y dicho esto,
el monje cerró sus ojos y volvió a su meditación.
Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio; el Abad sentía cómo su
corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto
a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él
capaz de reconocerle? ¿Y quién podría ser? ¿El hermano administrador? ¿Acaso
el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿O sería él, el hermano prior?
¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos...
pero resulta que el monje había hablado de un Mesías “disfrazado”... ¿No serían
aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos tenían defectos... ¡Y
uno de ellos tenía que ser el Mesías!
Cuando llegó al Monasterio, reunió a los monjes y les contó lo que había
averiguado.
Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías... aquí? ¡Increíble!
Claro que si estaba disfrazado... Entonces, tal vez... ¿Podría ser fulano...? ¿o
mengano?
Una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que
pudieran reconocerlo. De modo que empezaron a tratarse con respeto y
consideración.
“Nunca se sabe”, pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje: “Tal
vez sea éste...”
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El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo
desbordante.
Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la
Orden, y en la Iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes,
radiantes del espíritu de Amor.
05. DOS HERMANOS
Dos hermanos, el uno soltero y el otro casado, poseían una
granja cuyo fértil suelo producía abundante grano, que los
dos hermanos se repartían a partes iguales.
Al principio todo iba perfectamente. Pero llegó un momento
en que el hermano casado empezó a despertarse
sobresaltado todas las noches, pensando: “No es justo. Mi
hermano no está casado y se lleva la mitad de la cosecha;
pero yo tengo mujer y cinco hijos, de modo que en mi
ancianidad tendré todo cuanto necesite. ¿Quién cuidará de
mi pobre hermano cuando sea viejo? Necesitaba ahorrar
párale futuro mucho más de lo que actualmente ahorra,
porque su necesidad es, evidentemente, mayor que la mía”.
También el hermano soltero comenzó a despertarse por las noches y a decirse a
sí mismo: “Esto es una injusticia. Mi hermano tiene mujer y cinco hijos y se lleva
la mitad de la cosecha. Pero yo no tengo que mantener a nadie más que a mí
mismo. ¿Es justo, acaso, que mi pobre hermano, cuya necesidad es mayor que la
mía, reciba lo mismo que yo?”
Entonces se levantaba de la cama y llevaba un saco al granero de su hermano.
Un día, se levantaron de la cama al mismo tiempo y tropezaron, uno con otro,
cada cual con un saco de grano a la espalda.
Muchos años más tarde, cuando ya habían muerto los dos, el hecho se divulgó. Y
cuando los ciudadanos decidieron erigir un templo, escogieron para ello el lugar
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en el que ambos hermanos se habían encontrado, porque no creían que hubiera en
toda la ciudad un lugar más santo que aquél”.
06.
LA JUSTICIA.
Un viajero caminaba un día por la carretera cuando
pasó junto a él como un rayo un caballo montado por
un hombre de mirada torva y con sangre en las
manos.
Al cabo de unos minutos llegó un grupo de jinetes y
le preguntaron si había visto pasar a alguien con
sangre en las manos.
“¿Quién es él? Preguntó el viajante.
“Un malhechor”, dijo el cabecilla del grupo.
“¿Y lo persiguen para llevarlo ante la justicia?”
“No. Lo perseguimos para enseñarle el camino”
07.
PARA EL OTRO LO MEJOR
Era un matrimonio pobre.
Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su
marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la
belleza de su cabello negro, largo como hebras brillantes
salidas de su rueca. Él iba al mercado con algunas frutas
.
A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando
entre los dientes su pipa vacía.
No llegaba el dinero para comprar ni un poquito de tabaco.
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Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse que
podría regalar a su marido. Y, además, ¿Con qué dinero? Una idea cruzó su mente.
Sintió un escalofrío al pensarlo, pero al decidirse, todo su cuerpo se estremecía
de gozo; vendería su pelo para comprarle tabaco.
Ya imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas
bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño del
puestecillo la solemnidad y el prestigio de un verdadero comerciante.
Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino
estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el
sacrificio de su pelo.
Al llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su
mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer, que acababa de
comprar tras vender su vieja pipa...
Abrazados rieron hasta el amanecer.
08.
MIRAD A LOS GANZOS
Mientras estudiaba en Canadá uno de
mis profesores nos leyó un ensayo que
influyó notablemente en nuestro equipo.
Dice así:
“El próximo otoño, cuando veas los
gansos dirigiéndose hacia el Sur para el
invierno, fíjate que vuelan formando una
V.
Tal vez te interese saber lo que la ciencia ha descubierto acerca del por qué
vuelan de esa forma. Se ha comprobado que cuando cada pájaro bate sus alas,
produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él. Volando
en V la bandada completa aumenta por lo menos en un 71% más de su poder que si
cada pájaro volara solo”.
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Conclusión 01. las personas que comparten una dirección común y tienen sentido
de comunidad pueden llegar a donde sea más fácil y rápidamente porque van
apoyándose mutuamente.
“Cada vez que un ganso se sale de la formación, siente inmediatamente la
resistencia del aire: se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente
regresa a su formación para beneficiarse del poder del compañero que va
adelante”.
Conclusión 02. Si nosotros tuviéramos la inteligencia de un ganso, nos
mantendríamos con aquellos que se dirigen en nuestra misma dirección.
“Cuando el líder de los gansos se cansa , se pasa a uno de los puestos de atrás y
otro ganso toma su lugar”.
Conclusión 03. obtendremos mejores resultados si nosotros tomamos turnos
haciendo los trabajos más difíciles.
“Los gansos que van detrás graznan (producen el sonido propio de ellos) para
alentar a los que van delante a mantener la velocidad”.
Conclusión 04. una palabra de aliento produce grandes beneficios.
“Finalmente, cuando un ganso se enferma o cae herido por un disparo, otros dos
gansos rompen la formación y lo siguen para ayudarlo y protegerlo. Se quedan
acompañándolo hasta que nuevamente está en condiciones de volar o hasta que
muere, y sólo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada y se unen al
grupo”.
Conclusión 05. si tuviéramos la inteligencia de un ganso nos mantendríamos uno al
lado del otro para ayudarnos.
En el equipo entendimos que pensando y actuando con la lógica del
comportamiento de los gansos, somos mejores como personas y como grupo.
Después de varios años aún conservo esta enseñanza y la comparto con los nuevos
grupos en los que participo.
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09.
TUS MANOS
Un día cuando Jesús predicaba a la multitud, se le
acercaron varios jóvenes, uno de los cuales sostenía algo
firmemente en sus manos.
Como habían escuchado hablar de la sabiduría de Jesús,
los jóvenes planearon engañarlo en público para burlarse
de él.
El día anterior habían capturado un pajarito. Uno de los
jóvenes había planeado decirle a Jesús: “¿Maestro, este pájaro, está vivo o
muerto?”.
Si Jesús le respondía que el pajarito estaba muerto, él abriría sus manos
dejándolo volar libremente.
Si Jesús le respondía que estaba vivo, entonces el joven le quebraría el cuello con
sus pulgares y mostraría al pajarito muerto.
El joven, muy seguro de sí mismo, se acercó a Jesús con sus manos cerradas y le
preguntó: “¿Maestro, ya que eres tan sabio, dime qué tengo en mis manos?”.
Jesús le contestó inmediatamente que tenía un pájaro en sus manos.
El joven, sorprendido por la sabiduría de Jesús, continuó: “¿Maestro, si eres tan
sabio, dime si el pájaro está vivo o muerto?”.
Sin vacilar, pero con una voz solemne Jesús le contestó: “La decisión está en tus
manos”.
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10. EL ZORRO MUTILADO.
Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que
había perdido sus patas, por lo que el hombre se
preguntaba cómo podría sobrevivir.
Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en
su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
El hombre se maravilló de la inmensa bondad de Dios y se dijo: “también yo voy a
quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor y éste me dará cuanto
necesito”.
Así lo hizo durante muchos días, pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba
casi a las puertas de la muerte cuando oyó una voz que le decía: “¡O, tú que te
hayas en la senda del error, abre los ojos a la verdad! Sigue el ejemplo del tigre
y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado!”
11. EL RICO Y EL VAGABUNDO
Por la calle vi a un niño pobre y tiritando de frío y
hambre, dentro de su ligero vestido, y con pocas
perspectivas de conseguir una comida decente.
Me encolericé y le dije a Dios: “¿Por qué permites
estás cosas? ¿Por qué no haces nada para
solucionarlo?”.
Durante un rato Dios guardó silencio. Pero aquella
noche, de improviso, me respondió.
“Ciertamente he hecho algo. ¡Te he hecho a ti!”
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12.
EL GRANO DE ORO
Un mendigo de la India narraba:
“Iba yo pidiendo de puerta en puerta por el camino de la
aldea, cuando tu carro de oro, apareció a lo lejos, como un
sueño magnífico.
Y yo me preguntaba, maravillado, quien será aquel Rey de
Reyes.
Mis esperanzas volaron hasta el cielo y pensé que mis días
malos habían terminado.
Y me quedé aguardando limosnas espontáneas, tesoros derramados por el polvo.
La carroza se paró a mi lado.
Me miraste y bajaste sonriendo.
Sentí que la felicidad de mi vida había llegado al fin.
Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: “¿Puedes darme alguna cosa?”
¡Ah, que ocurrencia la de tu realeza!
¡Pedirle a un mendigo!
Yo estaba confuso y no sabía que hacer.
Luego saqué despacio de mi saco un granito de Trigo, y te lo di.
Pero que sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo
encontré un granito de oro en la miseria del montón.
¡Qué amargamente lloré por no haber tenido corazón para darte todo!”
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13.
¿CUÁNTO GANAS AL DÍA?
“Papi, ¿cuánto ganas por hora?” –con voz tímida y ojos de
admiración, un pequeño recibió así a su padre al término de
su trabajo. El padre dirigió un gesto severo al niño y
repuso- “mira hijo, esos informes ni tu madre los conoce.
No me molestes que estoy cansado”.
“Pero papi –insistía- dime por favor, ¿cuánto ganas por
hora?”
La reacción del padre fue menos severa, sólo contestó
“ochocientos bolívares la hora”
“¿Papi me podrías prestar cuatrocientos bolívares?” Preguntó el pequeño.
El padre montó en cólera y tratando con brusquedad al niño le dijo.
“¿¡Así que esa era la razón de saber lo que gano?! Vete a dormir, y no me
molestes, muchacho aprovechado”.
Había caído la noche. El padre había meditado lo sucedido y se sentía culpable.
Tal vez su hijo quería comprar algo.
En fin, queriendo descargar su conciencia dolida, se asomó al cuarto de su hijo.
Con voz baja preguntó al pequeño.
“¿Duermes hijo?”
“Dime papi”. Respondió entre sueños.
“Aquí tienes el dinero que me pediste”.
Respondió el padre.
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“¡Gracias papi!”
Contestó el pequeño y metiendo su manita, bajo la almohada, sacó unos billetes.
“Ahora ya completé papi. Tengo ochocientos bolívares. ¿Me podrías vender una
hora de tu tiempo?”.
Preguntó el niño.
14.
EL REBELDE
En aquel tiempo (como en todos los tiempos), los
ricos dominaban el mundo, eran los más santos y
dignos de estar vivos.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy el
camino. Nadie va al Padre, sino por mí. Dichosos los
pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los
cielos”.
En aquel tiempo (como en todos los tiempos),
mandaban los astutos, los que fabricaban la mentira
con más hermosos colores. Las lágrimas no tenían
cotización en el mercado y la alegría era más
importante que la verdad.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy la verdad. Dichosos ustedes cuando
les insulten y les calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y
contentos, que Dios va a dar una gran recompensa”.
En aquel tiempo (como en todos los tiempos), el prestigio de un hombre se medía
por lo que tenía, y el que engañaba a mil valía más que mil, y el dinero valía tanto
como el número de zancadillas puestas para lograrlo.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy la Vida. Dichosos los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios”.
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En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el corazón era una fruta que
seguramente debe servir para algo, amar era un juego que enseñaban a los
hombres , mas del que luego tenían rigurosa obligación de avergonzarse.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Ámense unos a otros. Dichosos los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.
En aquel tiempo (como en todos los tiempos) el hombre subido a un fusil era lo
que se dice todo un hombre, y los espadachines contaban con armas de primera y
tenían más derechos a flores, y hasta tenían razón en todo.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Yo soy el príncipe de la paz. Dichosos los
que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán lo hijos Dios”.
En aquel tiempo (como en todos los tiempos) la palabra “JUSTICIA” hacía bonito
en los discursos... y dicen que ha existido y que es bueno seguir esperando a
condición de que no venga.
Pero entonces vino el rebelde y dijo: “Dichosos los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos quedarán saciados”.
Y cuando el rebelde terminó de hablar, se hizo un minuto (sólo un minuto) de
silencio.
15.
HUELLAS EN LA ARENA
Una noche soñé que caminaba a lo largo de una playa
acompañado por Dios.
Durante la caminata muchas escenas de mi vida fueron
proyectándose en la pantalla del cielo.
Según iba pasando cada una de esas escenas, notaba que unas huellas se
formaban en la arena.
A veces aparecían dos pares de huellas; otras sólo parecía un par de ellas.
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Esto me preocupó grandemente porque pude notar que durante las escenas que
reflejaban las etapas tristes de mi vida, cuando me hallaba sufriendo angustias,
penas o derrotas, sólo podía ver un par de huellas en la arena.
Entonces le dije a Dios: “Señor, tú me prometiste que si te seguía, tú caminarías
siempre a mi lado.
Sin embargo he notado que durante los momentos más difíciles de mi vida sólo
había un par de huellas en la arena2
El Señor me contestó:
“Las veces que has visto sólo un par de huellas en la arena, hijo mío, han sido
cuando te he llevado en mis brazos”.
16.
LA ORACIÓN DE UN PECADOR
Un hombre oraba en silencio a Dios diciendo:
“Señor, te pido perdón por mis tres pecados: ante
todo, por haber gastado más mi tiempo en
peregrinar a tus muchos santuarios olvidando que
estás presente en todas partes; en segundo lugar,
por haber implorado tu ayuda olvidando que mi
bienestar te preocupa más a ti que a mí; y, por
último, por estar aquí pidiéndote que me perdones,
cuando sé perfectamente que nuestros pecados
nos son perdonados antes de que los cometamos”.
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17.
SABIDURÍA
El discípulo de un viejo sabio fue a encontrar a su
maestro en el lecho de su muerte.
“¿Tienes aún algo para decir a tu discípulo?” le preguntó.
Entonces el viejo sabio abrió bien la boca y le dijo al
joven que mirara dentro.
“¿Está aún mi lengua ahí?”.
“Sí”. Respondió el otro.
“¿Y mis dientes están ahí?
“No”. Respondió el discípulo.
“¿Y, sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es blanda, flexible.
Los dientes se caen antes porque son duros.
Ya sabes todo lo que tenía que decirte. No tengo nada más que enseñarte.
18. LA TIENDA DEL SEÑOR
Una mujer muy piadosa entra en una tienda y, con gran
asombro, descubre que Jesús era quien la atendía.
Muy conmovida le preguntó al maestro qué artículos
vendían y cuál sería el precio que podría pagar.
Jesús le respondió.
“Todo lo que quieras comprar puedes llevarlo gratis, pues
ya pagué la deuda por ti”.
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Aquélla buena mujer no podía creer lo que estaba escuchando. Como era una
mujer buena y llena de muy buenas intenciones, pidió a Jesús que le apartara de
tan valiosa mercancía, primero muchas cajas de paz para el mundo, acompañada
con grandes frascos de justicia.
Deseosa de que las cosas en el mundo por fin se enderecen apuntó para su pedido
unos litros de bondad y mansedumbre, que mezclados con el amor, darían a los
hombres las ganas de superar las diferencias sociales y racistas.
Era su única oportunidad de realizar el sueño de su vida con semejante compra,
por eso no pudo dejar escapar la oportunidad de pedir grandes toneladas de fe
para que nunca sea Dios ofendido, misericordia para que los hombres imitaran a
nuestro padre misericordioso y mucho de templanza para que en el mundo reine
Dios.
Cuando aquella buena mujer iba a retirar su pedido, estallaba de verdadera
felicidad pensando en el bien que a los hombres le harían el aprovechar los
encargos que ella pidió.
Sin embargo, para su sorpresa comprobó que en el mostrador Jesús le entregó
todo su pedido en un frasco bien sellado.
Alarmada preguntó al maestro.
“Señor. ¿Es que no puedo llevar mi pedido?”
“Sí, respondió Jesús, sólo que aquí vendemos semillas y no frutos”.
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19. A MÍ NO ME TOCA
Estaba un día Diógenes, sabio filósofo de la Grecia
antigua, plantado en la esquina de una calle y riendo
como un loco.
“¿De qué te ríes?”, le preguntó un transeúnte.
“¿Ves esa piedra que hay en medio de la calle?
Desde que llegué aquí esta mañana, diez personas
han tropezado en ella y han maldecido, pero ninguna
de ellas se han tomado la molestia de retirarla para que no tropezaran los otros”.
20.
LA VISITA INESPERADA
En una pequeña aldea situado a lo alto de las montañas
vivía un zapatero remendón. Una vez, la víspera de
Navidad, le aconteció algo muy extraño. ¿Fue sueño o
realidad? Nadie lo sabrá jamás. Mientras el zapatero
recitaba sus oraciones de la mañana, oyó que un extraño le
hablaba: “Pedro, he venido a decirte que Dios está
contento contigo. El Señor Jesús te visitará hoy en tu
taller”
El zapatero estaba rebosante de alegría. Quitó el polvo, limpió y barrió su taller.
Aunque disponía de poco dinero, preparó un estofado a fin de tener comida que
ofrecer a su visitante. Luego se puso su mejor indumentaria y comenzó a
trabajar, mientras su corazón latía aceleradamente.
Una mujer de muy mala reputación en el pueblo entró en el taller. Aunque Pedro
la saludó afectuosamente, estaba ansiosos por si el Señor Jesús llegaba mientras
se encontraba ella allí. Ocultó su ansiedad, y charló amablemente con ella hasta
que se fue.
A solas de nuevo y a la espera de su Señor, comenzó a imaginarse cómo sería
verse con él cara a cara. “¿Qué aspecto tendrá? ¿Resumirá la serenidad del
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Cristo de la imagen de mi iglesia? ¿Irradiará la majestad de Cristo Rey, cuyo
nombre lleva mi parroquia?” sumido en sus pensamientos, no se percató que una
madre con su hija estaba en la entrada.
“Buenos días, Pedro.
Él levantó los ojos. “Me ha sobresaltado. Por un instante pensé que era otra
persona. Entre, por favor. Encantado de verla”. Edro se dio cuenta de lo pálida y
delgada que estaba la niña. El alimento andaba escaso aquel año en el pueblo.
“Ven, niña, “ dijo. “Siéntate. ¿Quieres una manzana? Te vendrá mejor a ti que a
mí”.
La niña se volvió hacia su madre emocionada. “Mira, una manzana”, dijo, y en sus
ojos brilló un destello de hambre. Cuando salieron del taller, la pequeña llevaba
unos zapatos nuevos bajo el brazo como regalo de Navidad.
Volvieron a casa llenas de felicidad, mientras el zapatero permanecía sentado
solo y pensativo esperando a su Señor. Murmuraba para sí mientras trabajaba:
“¿Será posible que el Señor venga hoy a mi casa?”
Durante todo el día una interminable procesión de personas visitó el taller.
Finalmente irrumpió en él un borracho gritando y riendo. “Pedro, dame vodka: he
bebido tanto vino que he perdido el gusto de él. Ahora quiero vodka”.
“Ven, siéntate, amigo,” dijo Pedro. “No tengo vodka; pero compartiré contigo lo
que tengo. Tengo agua clara y una comida que he preparado hoy para un huésped
especial. Siéntate conmigo y comeremos juntos”.
Pedro y el borracho comieron juntos el estofado. Disfrutaron de su mutua
compañía, cada uno a su manera. Cuando el borracho se fue, se sintió confortado
y dispuesto a hacer frente a los problemas de la vida con más valor.
Pasó el tiempo. Al día sucedió la oscuridad, y al fin llegó la media noche. Ya no
llegaron más visitantes a la tienda del zapatero. Su ánimo se hundió se sentía
defraudado y contrariado. Jesús no había acudido. Era hora de irse a dormir. Se
arrodilló a rezar las oraciones de la noche.
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“Señor, ¿por qué no has venido hoy? ¡Te he esperado todo el día con tanta
impaciencia!”. Entonces escuchó una voz que le susurraba: “Pedro, he ido a tu
casa, no una vez sola, sino muchas veces”.
21.
UTILIZAR LA PROPIA CABEZA
Un grupo de turistas había quedado aislado en un
lugar desértico y, como no tenían más víveres que unas
latas de conserva cuyo plazo de caducidad ya había
expirado, decidieron dárselos a probar antes a un
perro, el cual pareció comerlos con gusto y no padecer
ningún tipo de efectos.
Pero al día siguiente se enteraron de que el perro
había muerto, y todo el mundo fue presa del pánico.
Muchos comenzaron a vomitar y a quejarse de fiebre
y disentería.
Consiguieron hacerse con los servicios de un médico para que tratara a las
víctimas del envenenamiento. El médico quiso saber qué le había ocurrido
exactamente al perro, para lo cual se hicieron las debidas pesquisas. Y un vecino
del lugar, que lo había visto casualmente, dijo: “¡Ah!, ¿el perro? Anoche fue
atropellado por un automóvil”
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22.
LOS GLOBOS
Un niño negro miraba extasiado como un vendedor
de globos los soltaba uno tras otro y se perdían en
el espacio; el primero fue uno blanco, que subió
maravillosamente.
Luego soltó un globo azul, después uno amarillo, a
continuación un globo blanco... Todos remontaron el
vuelo hacia el cielo hasta que desaparecieron. El niño
negro, sin embargo, no dejaba de mirar un globo
negro que el vendedor no soltaba en ningún
momento. Finalmente, le preguntó: “Señor, si soltara
usted el globo negro, ¿Subirían tan alto como los demás?”
El vendedor sonrió compresivamente al niño, soltó el cordel con que tenía sujeto
el globo negro y, mientras éste se elevaba hacia lo alto, dijo: “No es el color lo
que hace subir, hijo. Es lo que hay dentro”.
23.
EL FAROL
Sucedió que un ciego fue a visitar a un amigo y, como se
hizo tarde, éste le ofreció un farol para que regresara a
su casa.
Lo cual hizo reír al ciego. “Para mí es lo mismo el día que
la noche”, le dijo. “¿Qué voy a hacer yo con un farol?”
Su amigo le replicó: “Es verdad que no necesitas ver el
camino hacia tu casa. Pero el farol puede servirte para
disuadir a alguien que quisiera atacarte en la oscuridad”.
De modo que el ciego tomó el farol y salió. Al poco rato, alguien tropezó con él,
haciéndole perder el equilibrio.
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“¡Eh! ¿Por qué no va con más cuidado, amigo?” gritó el ciego. “¿es que no ha visto
el farol?”
“Hermano”, dijo el otro, “su farol está apagado”.
24.
ANHELAR A DIOS
Un día, un discípulo fue al encuentro
de su maestro y le dijo: “Maestro,
quiero encontrar a Dios”. El maestro
sonriendo, lo miró pero no le dijo
nada. El joven discípulo volvió al día
siguiente a hacerle la misma petición
y así cada día. Pero el sabio maestro
sabía muy bien a que atenerse.
Un buen día muy caluroso, el maestro
le rogó al discípulo que lo acompañara
al río a tomar un baño. Éste lo
acompañó y, llegados, ambos se
sumergieron en el agua. En un
instante, el maestro retuvo a la fuerza al chico bajo el agua. El chico forcejeaba,
luchaba, casi se ahogaba, hasta que al fin el maestro lo soltó y le preguntó:
“¿Qué es lo que más anhelabas cuando estabas bajo el agua? Aire”, respondió el
discípulo. “¿Anhelas a Dios con la misma intensidad? Si lo anhelas así, -siguió el
maestro-, no te quepa duda de que lo encontrarás”.
25.
ABUNDANCIA Y PENURIA
Dos pequeña islas se encontraban una frente a
otra, separadas por el mar. Una, llamada
Abundancia, era fértil, y producía frutos y dorado
trigo en abundancia. La otra, llamada Penuria, era
pedregosa y estéril, con escasez de agua, frutos y
trigo.
25
Los habitantes de Penuria eran todos pobres, y les resultaba muy difícil proveer
a su mísera existencia. Entre los habitantes de Abundancia estaba el señor
interés, que a menudo trepaba a una pequeña montaña para contemplar a Penuria
en la otra orilla. Hombre bondadoso, rebosaba compasión y se decía a sí mismo:
“¿Cómo pueden sobrevivir ahí esas pobres gentes, viviendo solas? Aquí en
Abundancia tenemos cuanto deseamos y podríamos permitirnos compartirlo con
Penuria. Me parece que voy a ir a invitarles a que se unan con nosotros”.
El señor interés bajó deprisa la montaña y se zambulló en el mar. Como era un
excelente nadador, en tres o cuatro horas llegó a la desolada playa de Penuria.
Los isleños se juntaron pronto a su alrededor, sorprendidos de que algún
extranjero viniera a visitarlos. Le preguntaron qué quería.
“He venido a invitarlos a todos a ir conmigo a Abundancia”, contestó
amablemente. “Allí pueden compartir con nosotros la gran riqueza que nuestra
fértil isla produce. Necesito descansar un rato; pero por la mañana espero que
me sigan”.
Los ancianos de Penuria se pusieron a discutir la propuesta del señor Interés, y
pronto se pusieron de acuerdo en que todos debían aceptar su generosa
invitación. A la mañana siguiente, con las primeras luces, estaban todos listos
para zambullirse con él en el mar.
Algunos de los habitantes de Penuria llevaban consigo pequeñas bolsas, en la que
habían metido sus posesiones más preciosas: dinero, piedras resplandecientes y
joyas. Después de echarse al hombro las bolsas, se pusieron a seguir
animadamente al señor interés a través del mar.
Éste al encontrarse de nuevo en su isla de Abundancia, se sintió aliviado y
satisfecho por el éxito de su misión. Comenzó a contar con regocijo los vecinos
que le habían seguido a tierra firme.
Entonces, con gran horror por su parte, al terminar de contar, se dio cuenta
demasiado tarde de que los únicos que habían hecho la travesía eran niños y
otras personas que no llevaban bolsas a la espalda. Los demás se había ahogado
todos.
26
26.
EL MEJOR DISCÍPULO
Un maestro muy sabio tenía un discípulo que prefería
sobre todos los demás, lo que incitó los celos de los
otros discípulos: el maestro -que conocía los corazonesse dio cuenta de ello.
“Él es superior en cortesía e inteligencia” les dijo.
“Hagamos una experiencia para que ustedes también lo
comprendan”.
El maestro ordenó que le trajeran veinte pájaros, y les dijo a los discípulos:
“Que cada uno tome un pájaro, se lo lleve a un lugar en el que nadie lo vea, lo
mate, y me lo traiga luego”
Todos los discípulos se fueron, mataron los pájaros y los volvieron
Todos... salvo el discípulo favorito, que le devolvió vivo el pájaro.
a traer.
“¿Por qué no lo has matado” Preguntó el maestro.
“Porque usted dijo que tenía que ser en un lugar que nadie pudiese vernos”,
respondió el discípulo. “Pues bien, en todas partes a donde he ido, Dios estaba
observando”.
“¿Ven el grado de su comprensión? –exclamó el maestro-. “Compárenlo con los
demás”
Los discípulos pidieron perdón a Dios.
27
27.
EL LADRÓN DE ZAPATOS.
Un rico musulmán acudió a la mezquita después de una
fiesta y, naturalmente, tuvo que quitarse sus elegantes y
costosos zapatos y dejarlos a la entrada. Cuando,
después de orar, salió, los zapatos habían desaparecido.
“¡Qué descuidado soy!”, se dijo para sí. “Al cometer la
necedad de dejar aquí los zapatos, he dado ocasión a
alguien para robarlos. Con gusto se los habría regalado.
pero ahora soy responsable de haber creado un ladrón”.
28. LO QUE NO NECESITO
Como buen filósofo que era, Sócrates creía que la persona
sabia viviría instintivamente de manera frugal. Él mismo ni
siquiera llevaba zapatos; sin embargo, una y otra vez cedía
al hechizo de la plaza del mercado y solía acudir allí a ver
las mercancías que se exhibían.
Cuando un amigo le preguntó la razón. Sócrates le dijo: “Me
encanta ir allí y descubrir sin cuantas cosas soy
perfectamente feliz”.
29.
CAMBIAR YO PARA QUE CAMBIE EL MUNDO
El sabio dice acerca de sí mismo:
“De joven yo era un revolucionario y mi oración consistía
en decir a Dios: Señor dame fuerzas para cambiar el
mundo.
A medida que fui haciéndome adulto y caí en la cuenta de
que me había pasado media vida sin haber logrado cambiar
una sola alma, transformé mi oración y comencé a decir:
28
Señor, dame la gracia de transformar a cuantos entran en contacto conmigo.
Aunque sólo sea a mi familia y a mis amigos. Con eso me doy por satisfecho.
Ahora, que soy un viejo y tengo mis días contados, he empezado a comprender lo
estúpido que yo he sido. Mi única oración en la siguiente: Señor, dame la gracia
de cambiarme a mí mismo. Si yo hubiera orado de este modo desde el principio,
no habría malgastado mi vida”
30.
ANTEOJOS
“El campesino fue donde el oculista con el fin de comprar
anteojos para leer. El oculista le puso unos anteojos y lo
colocó frente a las letras. El campesino no lograba leer. El
oculista buscó unos anteojos más potentes pero tampoco
pudo leer. Finalmente le preguntó: “¿Pero usted ya
aprendió a leer?
“No aun no –respondió el campesino- por eso quiero
anteojos para leer”.
31.
ORACIÓN
Un anciano solía permanecer inmóvil durante horas en la Iglesia. Un
día un sacerdote le preguntó de qué le hablaba Dios.
“Dios no habla. Sólo escucha”, fue su respuesta.
“Bien... ¿y de qué habla usted a Dios?”
“Yo tampoco hablo sólo escucho”.
29
32.
LO QUE NO PUEDE COMPRAR EL DINERO
Juanito era un hombre corriente. Tenía poso dinero,
pero mucha felicidad. Estaba contento y satisfecho
de su vida.
Un día, mientras paseaba por la calle, se encontró
quinientas libras en la basura. Sorprendido y sin darle
crédito, cogió el puñado de billetes. Su primer
impulso fue llevarse el dinero a casa; pero, después
de un instante, mirando el dinero que tenía en sus
manos, le habló así:
“Eres un tesoro; pero ¿realmente te necesito? Hasta hoy nunca te he tenido, y
he sido perfectamente feliz, mientras que he visto a muchos de mis vecinos
cargados de billetes como vosotros, y sin embargo desdichados. No quiero ser
como ellos. Prefiero ser lo que soy sin vosotros a ser lo que son ellos con
vosotros. No, no os necesito. Y, sin más, arrojó los billetes a la basura.
Los billetes se sintieron muy ofendidos. Jamás antes se habían visto tratados de
aquella vil manera. Airados, le gritaron a Juanito:
“¿Quién te crees que eres? ¡Debes ser un completo idiota! Cualquier otro nos
deseará y querrá poseernos. ¿Cómo te atreves a tratarnos así? Serás un
desgraciado por habernos rechazado. ¿Ignoras que el dinero puede comprar todo
lo que este mundo ofrece? El dinero abre la puerta del placer, el prestigio y el
poder. Si nos posees, nunca te faltará nada de lo que los hombres pueden
apetecer. El dinero da la felicidad. No seas necio. Tómanos y llévanos a tu casa”.
Juanito replicó: “Tienen razón en cierto modo. El dinero puede realmente
comprar todas las cosas que este mundo ofrece; sin embargo no puede comprar
los deseos más hondos del corazón de una persona. Mi corazón se ha sentido
siempre satisfecho a pesar de no tenerlos nunca”
“¡Mentiroso! –dijeron los billetes- ¿Qué sabes tú del mundo y de sus placeres?
Vamos, dinos lo que podemos comprarte.”
30
Juanito sonrió tranquilamente mirando a los billetes dentro del basurero. “Es
verdad que el dinero puede comprarme un lecho de oro, pero no podría
comprarme el profundo sueño que disfruto. El dinero puede comprar cosméticos,
pero no puede comprar mi belleza. El dinero puede comprar una casa suntuosa,
pero no la felicidad de un hogar. El dinero puede comprar sexo, pero no puede
comprar el amor del matrimonio. El dinero puede comprar a la gente, pero no
puede comprar la lealtad de mis amigos. El dinero puede comprar libros, pero no
puede comprar conocimientos y sabiduría. El dinero puede comprar vestidos
extravagantes, pero no puede comprar la sabiduría. El dinero puede comprar
vestidos extravagantes, pero no puede comprar la dignidad personal. El dinero
puede comprar diversiones ocasionales, pero no puede comprar la alegría y la paz
interior. El dinero puede comprar un caro funeral, pero no puede comprar la
muerte feliz que espero tener.
En otras palabras, todo lo que vale la pena, lo que es realmente precioso en la
vida tú, dinero, no puedes comprarlo. Sólo puedes introducirte falazmente en la
vida de la gente inteligente, induciéndoles a creer que puedes dar lo que no está
en tu poder. Eres un embustero y mentiroso. Quédate donde estás, que es donde
te corresponde: en el basurero”.
Dicho esto, Juanito siguió su camino silbando alegremente.
33.
JAMÓN
una recién casada sirvió jamón cocido al horno, y su
marido le preguntó por qué le había recortado los dos
extremos. Ella le contestó: “Pues, porque mi madre,
siempre lo hizo así”. Cuando la suegra los visitó. Él le
preguntó por qué cortaba los dos extremos del jamón.
Ella le contestó: “Porque así lo hacía mi madre”. Y cuando
la abuela de la esposa los visitó, él le preguntó a ella
también, por qué cortaba los dos extremos del jamón y
ella le contestó: “porque esa era la única manera de que
me cupiera en la cazuela”.
31
34.
DESCANSAR
Un hombre muy rico y exponente típico del mundo
industrializado, se escandalizó cuando vio a un
pescador que después de haber agarrado un pescado,
se disponía a dormir tranquilo bajo la luz del sol.
“Hombre, -le dijo el industrial- ¿Cómo es que habiendo tanto pescado te hechas a
dormir? Deberías pescar mucho más”.
“¿Para qué” –respondió el pescador.
“Pues para venderlo y tener más dinero”.
“¿Y luego qué hago?”
“Con el dinero puedes mejorar tus instrumentos de pesca y llegar a tener
entradas superiores”.
“Y –prosiguió el pescador- ¿qué hago con las mejores entradas?”
“Puedes empezar una industria de la pesca y llegar a formarte un capital”
“Y una vez que tenga un capital ¿qué hago?” –preguntó el pescador.
“Pues ya puedes sentarte a descansar y dormir tranquilo”.
“¿Y qué cree que estoy haciendo?” –preguntó el pescador.
35.
EL FILÓSOFO, LA ROSA Y EL RUISEÑOR
Un filósofo formuló a una rosa la siguiente pregunta: “¿A quién
ofreces tu perfume?”
Y la rosa le respondió: “A todo aquel que quiera olerlo”
32
El citado aspirante al conocimiento de la verdad le planteó similar interrogante a
un ruiseñor: “¿Para quién cantas, hermoso pajarillo?”
“Canto para aquellos que deseen escucharme” –respondió el ruiseñor.
Y el filósofo, quien a su vez era un maestro, extrajo la siguiente conclusión que
expuso a sus discípulos: “Tanto la rosa como el ruiseñor entregan lo mejor que
tienen, sin solicitar recompensa por ello, a todos aquellos que quieran tomarlo.
Vivamos nosotros así: Demos todo sin pedir nada”.
36.
NO QUIERA SER OTRO
Érase una vez un cantero, que todos los días subía la
montaña a cortar piedras. Mientras trabajaba, no
dejaba de cantar, porque, a pesar de ser pobre, no
deseaba tener más de lo que tenía, de modo que vivía
sin la menor preocupación.
Un día le llamaron para que fuera a trabajar en la
mansión de un rico aristócrata. Cuando vio la
magnificencia de la mansión, sintió por primera vez en
su vida el aguijón de la codicia y, suspirando, se dijo:
“¡Si yo fuera rico, no tendría que ganarme la vida con tanto sudor y esfuerzo
como lo hago!”
y, para su asombro, oyó una voz que decía:
“Tu deseo ha sido escuchado. En adelante se te concederá todo cuanto desees”.
El hombre no entendió el sentido de aquellas palabras hasta
aquella noche a su cabaña, descubrió que en su lugar había
espléndida como aquella en la que había estado trabajando.
cantero dejó de cortar piedras y comenzó a disfrutar la vida de
que, al regresar
una mansión tan
De modo que el
los ricos.
En un caluroso día de verano, se le ocurrió mirar por la ventana y vio pasar al rey
con su gran séquito de nobles y esclavos. Y pensó:
33
“¡Cómo me gustaría ser rey y disfrutar del frescor de la carroza real!”
su deseo se cumplió: al instante se encontró sentado dentro de una confortable y
regia carroza. Pero ésta resultó ser más calurosa de lo que él había supuesto.
Entonces miró por la ventanilla y admiró el poder del sol, cuyo calor podía
atravesar incluso la espesa estructura del carruaje.
“¡Me gustaría ser el sol!, -pensó para sí.
Y una vez más vio cumplido su deseo y se encontró emitiendo ondas de calor
hacia todos los puntos del universo.
Todo fue muy bien durante algún tiempo. Pero legó un día lluvioso y, cuando
intentó atravesar una espesa capa de nubes, comprobó que no podía hacerlo. De
manera que al instante se vio convertido en nube y gloriándose en su capacidad
de no dejar pasar al sol, hasta que se transformó en lluvia, cayó a tierra y se
irritó al comprobar que una enorme roca le impedía el paso y le obligaba a dar un
rodeo.
“¿Cómo? –exclamó- ¿Una simple roca es más poderosa que yo? ¡Entonces quiero
ser roca!. Y enseguida se vio convertido en una gran roca en lo alto de la montaña.
Pero, apenas había tenido tiempo de disfrutar de su nueva apariencia, cuando oyó
unos extraños ruidos y descubrió, consternado, que un diminuto ser humano se
entretenía en cortar trozos de piedra de sus pies.
“¿Será posible?, -gritó- ¿Una insignificante criatura como ésa más poderosa que
una imponente roca como yo? ¡Quiero ser un hombre!”
y así fue como, una vez más, se vio convertido en un cantero que subía todos los
días a la montaña para ganarse la vida cortando piedras con sudor y esfuerzo,
pero cantando en su interior, porque se sentía dichoso de ser lo que era y vivir
con lo que tenía.
34
37.
ACEPTA TU VIDA
El Señor estaba tan harto de las continuas peticiones
de su devoto que un día se apareció a él y le dijo: “He
decidido concederte las tres cosas que desees pedirme.
Después no volveré a concederte nada más”
Lleno de gozo el devoto hizo su primera petición sin
pensarlo dos veces. Pidió que muriera su mujer para
poder casarse con una mejor. Y su petición fue
inmediatamente atendida. Pero cuando sus amigos y
parientes se reunieron en el funeral y comenzaron a recordar las buenas
cualidades de su difunta esposa, el devoto cayó en la cuenta de que había sido un
tanto precipitado. Ahora reconocía que había sido absolutamente ciego a las
virtudes de su mujer. ¿Acaso era fácil encontrar otra mujer tan buena como
ella?
De manera que pidió al Señor que la volviera a la vida. Con lo cual sólo le quedaba
una petición que hacer. Y estaba decidido a no cometer un nuevo error, porque
esta vez no tendría posibilidad de enmendarlo. Y se puso a pedir consejos a los
demás. Algunos de sus amigos le aconsejaron que pidiese la inmortalidad. Pero,
¿de qué servía la inmortalidad? –le dijeron otros- ¿si no tenía salud?
¿Y de qué servía la salud si no tenía dinero? ¿Y de qué servía el dinero si no tenía
amigos?
Pasaban los años y no podía determinar qué era lo que debía pedir: ¿vida, salud,
riquezas, poder, amor? Al fin suplicó al Señor: “Por favor, aconséjame lo que
debo pedir”.
El Señor se rió al ver los apuros del pobre hombre y le dijo: “Pide ser capaz de
contentarte con todo lo que la vida te ofrezca, sea lo que sea”.
35
38.
EL TAPARRABOS
Un gurú quedó tan impresionado por el progreso
espiritual de su discípulo que, pensando que ya no
necesitaba ser guiado, le permitió independizarse y
ocupar una pequeña cabaña a la orilla del río.
Cada mañana, después de efectuarse sus abluciones, el
discípulo ponía a secar su taparrabo, que era su única
posesión. Pero un día quedó consternado al comprobar que
las ratas lo habían hecho trizas. De manera que tuvo que
mendigar entre los habitantes de la aldea para conseguir otro. Cuando las ratas
también destrozaron éste, decidió hacerse con un gato, con lo cual dejó de tener
problemas con las ratas, pero, además de mendigar para su propio sustento, tuvo
que hacerlo para conseguir leche para el gato.
Esto de mendigar es demasiado molesto, pensó, y demasiado oneroso para los
habitantes de la aldea. Tendré que hacerme con una vaca. Y cuando consiguió la
vaca, tuvo que mendigar para conseguir forraje. Será mejor que cultive el
terreno que hay junto a la cabaña, pensó entonces. Pero también aquello
demostró tener sus inconvenientes, porque le dejaba poco tiempo para la
meditación. De modo que empleó a unos peones que cultivaran la tierra por él.
Pero entonces se le presentó la necesidad de vigilar a los peones, por lo que
decidió casarse con una mujer que hiciera esta tarea.
Naturalmente antes de que pasara mucho tiempo se había convertido en uno de
los hombres más ricos de la aldea.
Años más tarde, acertó pasar allí el gurú, que se asombró de ver una suntuosa
mansión donde antes se alzaba una cabaña. Entonces le preguntó a uno de los
sirvientes: “¿No vivía aquí un discípulo mío?”
Y antes de que obtuviera respuesta, salió de la casa el propio discípulo. “¿Qué
significaba todo esto, hijo mío?” –preguntó el gurú“No va usted a creerlo, señor, -respondió éste- pero no encontré otro modo de
conservar mi taparrabos”.
36
39.
JESÚS VA AL FÚTBOL
Jesucristo nos dijo que nunca había visto un partido de
fútbol. De manera que mis amigos y yo le llevamos que viera
uno. Fue una feroz batalla entre los “protestantes” y los
“católicos”.
Marcaron primero los católicos. Jesús aplaudió
alborozadamente y lanzó al aire sus sombrero. Después
marcaron los protestantes y nuevamente voló su sombrero
por los áires.
Esto pareció desconcertar a un hombre que se encontraba
detrás de nosotros. Dio una palmada a Jesús en el hombro y le preguntó: “¿A qué
equipo apoya usted, buen hombre?”.
“¿Yo?, -respondió Jesús visiblemente excitado por el juego- ¡Ah!, pues yo no
animo a ningún equipo. Sencillamente disfruto del juego”.
El hombre se volvió a su vecino de asiento y, haciendo un gesto de desprecio, le
susurró: “Hummm... ¡un ateo!”
40.
NO PUEDO HACERLO PAPÁ
Un día, David y su padre estaban cavando un huerto que había
detrás de su casa, cuando tropezaron con una gran piedra.
“Tenemos que quitarla, dijo su padre”.
“Yo lo haré”, dijo David, deseando ser útil. Empujó y jadeó hasta
quedar sin aliento.
“No puedo hacerlo”, dijo admitiendo su derrota.
“Creo que puedes”, respondió su padre. “Si intentas todo lo que crees que
puedes”
37
David intentó de nuevo hasta que le dolieron los brazos y estuvo a punto de
llorar.
“No puedo hacerlo”, repuso. “De verdad que no puedo, papá. Lo he intentado con
todas mis fuerzas y no se ha movido ni una pizca”.
“¿Has hecho realmente todo lo que te parece que puedes hacer?”, preguntó
amablemente su padre. David asintió con un gesto; pero su padre movió la cabeza.
“No, hay una cosa que has olvidado hacer. Si lo haces, conseguirás mover la
piedra”.
“¿Qué es lo que he olvidado?”, preguntó David confuso. Su padre sonrió.
“Tengo razón entonces, -afirmó-. Podrías haberme pedido que te ayudara, pero
no lo hiciste”.
“Papá, ¿quieres ayudarme?”, -preguntó David.
El padre y el hijo aunaron sus fuerzas y comenzaron a empujar. Lentamente la
piedra se movió hasta dejar libre el huerto. David se reía encantado.
“¡Lo hemos logrado, papá!” dijo.
41.
EL QUE NO EVITÓ LA OCASIÓN
Don Pancracio pasaba cada semana, cuando le pagaban el sueldo,
frente a la tienda de la comadre Francisca y allí se encontraba con
sus amigos y se emborrachaba. Fue a consultar al sacerdote, y el
padrecito le dijo:
“Pues no pases frente a esa tienda porque la ocasión lo vuelve a uno débil”
Así lo hizo. Cuando ya llevaba cuatro semanas sin pasar frente a la tienda y sin
emborracharse, fue a contárselo al padre.
Él le dijo: “Como usted evita la ocasión, por eso es que evita el pecado”.
38
Pero Don Pancracio le dijo: “Ya soy capaz de pasar frente a la tienda y no
emborracharme”.
El sacerdote le dijo que no, pero el hombre terco se fue a hacer el ensayo y a
exponerse a la ocasión. Pasó frente a la cantina donde estaban los amigotes y
ellos lo invitaron: “Venga se toma una cerveza”.
“No señores, no tomo”.
“Una sola Don Pancracio”.
“No señores, ni una sola”.
Y pasó derecho feliz de su victoria. Pero cuando iba media cuadra más adelante,
exclamó: “Esto es mucha victoria. Esta victoria merece una cerveza”.
Y volvió y se emborrachó.
42.
LA PIEDRA EN EL CAMINO
Había una vez un hombre muy rico que habitaba en un gran
castillo cerca de la aldea. Quería mucho a sus vecinos
pobres, y siempre estaba ideando medios de protegerlos,
ayudarlos y mejorar su situación. Plantaba árboles,
construía escuelas, organizaba y costeaba fiestas
populares, para que se divirtiera la gente menesterosa y
junto al árbol de navidad que preparaba para sus hijos,
hacía colocar otros con regalos para los niños de la
vecindad.
Pero aquella gente tenía un gran defecto: no amaba el trabajo y esto los hacía
ser esclavos de la miseria.
Un día el dueño del castillo se levantó muy temprano, hizo colocar una gran
piedra en el camino de la aldea y se escondió cerca de allí para ver lo que ocurría
al pasar la gente.
39
A poco pasó por allí un hombre con una vaca. Gruñó y maldijo al ver la piedra,
pero no la tocó. Prefirió un rodeo y siguió después su camino. Pasó otro hombre
tras el primero e hizo lo mismo. Después siguieron otros y otros. Todos
mostraban disgusto al ver el obstáculo, y algunos tropezaron con él, pero ninguno
lo removió.
Por fin, cerca ya del anochecer, pasó por allí un muchacho, hijo del molinero. Era
trabajador y acomedido y estaba cansado a causa de las faenas de todo el día.
Al ver la piedra dijo para sí: “la noche va a ser oscura y algún vecino puede
tropezar y lastimarse contra esa piedra. Es mejor quitarla de ahí”.
Y, enseguida, puso empeño en quitarla del camino. Pesaba mucho, pero el
muchacho empujó, tiró y se dio maña para ir rodando hasta quitarla de en medio.
Entonces, con gran sorpresa vio que debajo de la gran piedra había un hueco y
dentro un saco de monedas de oro. El saco tenía una nota que decía: “Este oro es
para quien quite la piedra”.
El muchacho se fue contento a su casa con el tesoro y los mostró a su padre, y el
hombre rico volvió también a su castillo, gozoso de haber encontrado un hombre
de provecho, que no huía de los trabajos penosos, por más difíciles que fueran.
43.
LA SILLA VACÍA
Un sacerdote visitaba frecuentemente a un enfermo en su
casa. Y siempre observaba con extrañeza la presencia de una
silla vacía junto a la cabecera del enfermo. Un día preguntó:
“¿Para qué una silla vacía junto a la cama?”
“No está vacía, -contestó el anciano. He colocado a Jesús en
esta silla y estaba hablando con él hasta que llegó usted...
Durante años me resultó difícil hacer oración hasta que un
amigo me explicó que orar es hablar con Jesús. Al mismo tiempo me aconsejó que
colocase una silla vacía junto a mí, que imaginara a Jesús sentado en ella e
intentase hablar con él, escuchar lo que él me contestaba. Desde aquel momento
no he tenido dificultades para orar”.
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Algunos día más tarde vino la hija del enfermo a la casa parroquial para informar
al sacerdote de que su padre había fallecido. Dijo:
“Lo dejé solo un par de horas. ¡Parecía tan lleno de paz! Cuando volví de nuevo a la
habitación lo encontré muerto. Pero noté algo raro: su cabeza no reposaba sobre
la almohada de su cama, sino sobre una silla colocada junto a la cama”.
44. EL PUMA Y EL GRILLO.
Un día un grillo y un puma se encontraron en
el bosque. Como ambos eran reyes,
empezaron a discutir cuál de los dos
vencería, si entre ellos surgiría una guerra.
“Tú puedes ser el rey de los animales de cuatro patas –decía el grillo- pero yo soy
el rey de los insectos”
el puma rugió en tono burlón:
“Tengo pena de ti, señor grillo, eres un rey tan chiquito que con un solo zarpazo
podría hacerte desaparecer.”
El grillo quedó resentido por tan mal trato. Se trepó a la oreja del puma y
murmuró:
“Si te crees tan fuerte, trae mañana tu ejército para enfrentarse con el mío.
Verás que te vamos a ganar”.
El puma no pudo contener la risa frente a tan insulso desafío. Para que el grillo
aprendiera se sacudió tan fuertemente que el grillo cayó al suelo.
Al día siguiente llegaron todos los animales del ejército del puma: osos, perros,
jaguares, llamas, llamas, toros, ovejas, todos los animales del país.
Al poco rato el grillo apareció solo.
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“¿Dónde está tu ejército?” –rugió el puma.
“Da la señal para que empiece la batalla y ya te darás cuenta”, -chirrió el grillo.
Se dio la señal y desde los árboles descendieron inmensas nubes de insectos, tan
espesa que cortaron la luz del sol. Miles de abejas, avispas, hormigas y otros
insectos se pegaron al cuerpo de cada animal, hundiendo sus aguijones en las
lenguas, los ojos, los pellejos. Tan terrible fue el ataque, que ni siquiera el puma
pudo librarse del furor del ejército del grillo.
Si un animal se tragaba un insecto, aparecían mil para reemplazarlo. La batalla
terminó pronto, y el puma y su ejército se rindieron, completamente derrotados
corrieron al río para lavarse y lamerse las heridas.
Así es la vida. Siempre que las criaturas pequeñas y débiles se reúnen, pueden
derrotar a cualquier fuerza sobre la tierra.
45.
EL ACCIDENTE
En el centro de la ciudad había una iglesia grande de
ladrillo rojo, ventanales de colores y una alta torre
con un reloj, ventanales de colores y una alta torre
con un reloj que daba las horas. En la torre había
luces intermitentes para que los aviones no chocaran.
Alrededor de la iglesia había calles muy anchas de gran circulación. Día y noche
circulaban movilidades alrededor de la iglesia.
Dentro de la iglesia, en el altar mayor, había un Cristo, colgado de una cruz de
madera negra.
Los domingos la iglesia se llenaba, pero durante la semana estaba casi vacía. Sólo
algunas viejas y alguna monja iban al tempo a rezar o a oír misa.
Un día cualquiera chocaron dos autos frente al templo. Junto a los carros
destrozados se agolpó la gente con curiosidad. Hubo heridos y sangre, pero nadie
42
ayudaba a los heridos, nadie llamaba a una ambulancia. Los heridos gemían y
pedían auxilio. Pero nadie se movía.
Hasta la iglesia llegaron los gemidos de los accidentados. Desde la cruz el Cristo
escuchaba los ayes de los heridos.
Entonces, al ver que nadie socorría a los accidentados, ante el asombro de dos
viejecitas que estaban en el templo, el Cristo desclavó sus manos y sus pies,
descendió de la cruz, caminó rápidamente por el centro del templo y salió a la
calle, al lugar del accidente.
Los transeúntes se asombraron de ver a un hombre medio desnudo con una
corona de espinas, que se apresuraba al lugar del accidente, detuvo las
hemorragias, reanimó a un moribundo dándole respiración boca a boca, entró en
una cabina telefónica para llamar a una ambulancia.
La gente lo reconoció y empezó a exclamar entusiasmada:
“¡Es Jesús! ¡Milagro, milagro!”
Pero Jesús les dijo:
“El único milagro es el amor. De poco sirve que la gente vaya al templo si no
aprende a amar, sobre todo a los necesitados. Este es mi gran mandamiento”.
Y lentamente Jesús se abrió paso por entre la multitud, regresó de nuevo a la
iglesia y se subió a la cruz.
Y cuenta la leyenda que ninguno de aquellos accidentados murió, y desde aquel día
la iglesia fue más visitada y la gente de aquella ciudad fue más solidaria.
43
46.
PREFIERO LLORAR
Un hombre entró a una iglesia a rezar y se encontró a
otro hombre junto al altar de San Francisco llorando
amargamente:
“Ay, ay, ay...” repetía el infeliz.
Un hombre se le acercó, compasivo, para preguntarle
qué le pasaba, por qué lloraba tanto.
“Es que me quieren dar un cargo muy importante, de mucha responsabilidad en la
ciudad”, -respondió aquél, suspirando.
“Pues renuncie al cargo”, -le aconsejó el recién llegado.
“¡Oh no! Prefiero llorar”.
47.
EL ESTÓMAGO
En cierta ocasión los diversos miembros y órganos del cuerpo
estaban muy enfadados con el estómago. Se quejaban de que
ellos tenían que buscar el alimento y dárselo al estómago,
mientras que éste no hacía más que devorar el fruto del
trabajo de todos ellos.
De modo que decidieron no darle más alimento al estómago. Las
manos dejaron de llevar el alimento a la boca, los dientes
dejaron de masticar y la garganta dejó de tragar. Pensaban que
con ello obligarían al estómago a espabilarse y trabajar por su
cuenta.
Pero lo único que consiguieron fue debilitar el cuerpo, hasta tal
punto que todos ellos se vieron en peligro de muerte. De este
modo fueron ellos, en definitiva, los que aprendieron la lección de que al
ayudarse unos a otros, en realidad trabajaban por su bienestar.
44
48.
LA INUNDACIÓN
Se hallaba un sacerdote sentado junto a su escritorio
preparando un sermón sobre la providencia. De
pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a
continuación vio como la gente corría enloquecida de
un lado para el otro, y supo que había reventado una
presa que el río se había desbordado y que la gente
estaba siendo evacuada.
El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya la calle en que vivía, y tuvo
cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse
a sí mismo: aquí estoy yo, preparando un sermón para la providencia y se me
ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir con los demás,
sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar.
Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena
de gente:
“¡Salte adentro, padre!”, -le gritaron.
“No, hijos míos, -respondió el sacerdote lleno de confianza- yo confío en que me
salve la providencia de Dios”.
El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca
llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera.
Pero él volvió a negarse.
Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua le llegaba ya a
las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con un bote.
“Muchas gracias, agente, -dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente-, pero
usted ya sabe que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme”.
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Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse
ante Dios:
“¡Yo confiaba en ti! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?”
“Bueno, -le dijo Dios- la verdad es que envié tres botes. ¿No lo recuerdas?”
49.
EL ELEFANTE LOCO
Hace tiempo vivía un rey en la India que tenía
un elefante que se volvió loco.
El animal iba de aldea en aldea destruyendo
cuanto encontraba a su paso y ya nadie se
atrevía a hacerle frente, porque pertenecía al
rey.
Pero, un día, sucedió que un hombre que era tenido por asceta y santo decidió
abandonar y santo decidió abandonar la aldea en que vivía, a pesar de que todos
sus habitantes le suplicaban que no lo hiciera, porque el elefante había sido visto
en el camino junto a la aldea y atacaba a todos los que pasaban por él.
El hombre se alegró de la ocasión que se le ofrecía para demostrar su sabiduría,
porque su padre espiritual, un sacerdote muy sabio, le había dicho que tenía que
ver a Dios en todo.
“¡Oh, pobres e ignorantes! –les dijo-: ¡No tienen ni idea de las cosas espirituales!
¿Nunca les han dicho a ustedes que debemos ver a Dios en todas las personas y
en las cosas y que todos los que así lo hacen gozarán de la protección de Dios?
¡Déjenme ir! ¡Yo no le tengo miedo al elefante!”.
La gente pensó que aquel hombre no tenía mucha más ideas de las cosas
espirituales que el elefante loco. Pero como sabían que era inútil discutir con un
asceta que se tiene por santo, le dejaron ir.
Y apenas había recorrido unos metros del camino se presentó el elefante y
arremetió contra él, lo alzó del suelo por medio de su trompa y lo lanzó contra un
árbol. El hombre se puso a dar alaridos de dolor. Afortunadamente aparecieron
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en aquel crítico momento los soldados del rey, que capturaron al elefante antes
de que pudiera acabar con el iluso asceta.
Pasaron unos cuantos meses hasta que el hombre se encontró en condiciones de
reanudar sus andanzas. Entonces se fue directamente a ver a su padre espiritual,
aquel muy sabio, y le dijo:
“Lo que me enseñaste era falso. Me dijiste que viera en todas las cosas la
presencia de Dios. Pues bien, eso fue exactamente lo que hice... ¡Y mira lo que me
ocurrió!”.
Y le dijo el sacerdote: “¡Qué estúpido eres! ¿Por qué no viste a Dios en los
habitantes de la aldea que te previnieron contra el elefante?”
50.
EL PEQUEÑO PEZ
“Usted perdone, -le dijo un pez al otro- es usted más
viejo y con más experiencia que yo y probablemente me
podrá ayudar. Dígame, ¿Dónde puedo encontrar eso que
llaman océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado”.
“El océano, -respondió el viejo-, es donde estás ahora mismo”.
“¿Es esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el océano”, replicó el joven pez totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a
buscar en otra parte.
51.
EL MONO Y EL PEZ
“¿Qué estás haciendo?”, -le pregunté a un mono cuando le
vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
“Estoy salvándole de perecer ahogado”, -me respondió.
47
52.
EL PRADO NUESTRO TAMBIÉN ES VERDE
Un pez dorado estaba asombrado por el vuelo de las
aves. Le gustaba asomarse a la superficie del agua y ver
como las golondrinas se trasladaban por el espacio
abierto al agitar sus alas. Le encantaba analizar sus
movimientos y pensar que éstos le permitían alcanzar
grandes velocidades.
Entendía el mecanismo del vuelo... y deseaba volar.
Una golondrina estaba asombrado por el nado de los peces.
Le gustaba volar por encima del estanque para ver cómo el pez dorado, al mover
su cola, se trasladaba en el agua, transparente y fresca.
Le encantaba analizar la forma como el pez se quedaba flotando: inmóvil y sin
esfuerzo, y cómo en un santiamén cambiaba de posición.
Entendía el mecanismo del nado... y deseaba nadar.
Un día de sol, la golondrina le habló al pez:
“Si tú me enseñas a nadar, yo te enseñaré a volar”
y el pez le contestó con una sonrisa:
“Trato hecho”
A partir de ese momento se hicieron amigos.
El pez le explicó a la golondrina todos los secretos de la natación y le enseñó a
doblar sus alas y moverse de tal forma que le permitiera penetrar en el agua y
trasladarse en ella.
La golondrina, a su vez, enseñó al pez cómo adquirir suficiente impulso en un
movimiento ascendente desde las profundidades del estanque. Le explicó que
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este impulso lo haría salir del agua y que, una vez en el espacio, tendría que
mover la cola y así podría volar.
El aprendizaje fue lento y riguroso, pero llegó el momento en que todos los
movimientos fueron apreciados y se decidió hacer la prueba final.
La golondrina, ansiosa, le dijo al pez:
“Estás preparado para volar, ahora debes intentarlo”.
Y el pez, preocupado, replicó:
“Tú también lo estás; si así lo deseas, puedes nadar”.
Los dos se prepararon, respirando hondo y después de un momento de vacilación,
se atrevieron...
Alguien, a la orilla del tanque, tuvo una visión fantástica: vio volar a un pez
dorado y nadar a una golondrina.
Cuando se volvieron a encontrar los do notaron que cada uno tenía un brillo
especial en sus ojos, era un reflejo profundo y sereno.
El pez miró a su compañera y le dijo:
“Cuando volaba hice un descubrimiento, sentí que te podía conocer como nunca
antes me imaginé. Viví mi vuelo siendo tú y siendo yo”
la golondrina sonrojada le contestó:
“Yo sentí lo mismo”.
El pez, frunciendo el entrecejo, miró a una hoja que flotaba en el estanque,
parecía querer decir algo muy difícil o penoso, la golondrina le animó:
“Dilo de una vez”.
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“También descubrí otra cosa. Supe que mi nado no era diferente de tu vuelo y
que me había olvidado que es también bello, además...”
el pez no se atrevía a terminar, miraba en una dirección y después en la otra
evitando enfrentarse con la vista de la golondrina; ésta esperaba pensativa: por
fin el pez prosiguió:
“Además, entendí la razón del olvido, sólo veía tu vuelo y quería ser como tú,
pensaba que lo mío no podría ser tan hermoso como lo tuyo... ahora sé que ambas
cosas lo son”.
La golondrina sonreía, se acercó al pez y abrazándolo le confió:
“Los dos hemos aprendido lo mismo, nada a partir de este momento será igual...
mi vuelo será lo más maravilloso y tu nado también: tú estarás en mí y yo en ti,
pero los dos seremos lo que somos y nada será mejor ni nos podrá enseñar más”.
Cuentan que a partir de ese día algo extraño sucedía cerca del estanque... un pez
dorado estaba aprendiendo a nadar y una golondrina a volar.
53.
EL CIRUELO Y EL RÍO
Hacía mucho tiempo que se conocían, pero nunca
habían platicado; tal vez por timidez o tal vez
porque cada uno vivía ensimismado en su curso y
desarrollo.
Una tarde de verano, fresca y luminosa, el río
sintió ganas de hablarle al ciruelo, y animándose
desde sus reflejos plateados le dijo:
“Aunque me ves todos los días a lo mejor no sabes quién soy. Yo soy el río. Vengo
desde las montañas, en donde nací como un lulito y después fui creciendo poco a
poco con la ayuda de mis hermanos, otros arroyitos de plata. Mi vida es agitada
pues no paro de andar y, mientras camino, voy regando los campos y los trigales,
las milpas y las huertas. También doy agua a los pueblos y las ciudades que
encuentro a mi paso. Sólo descanso al final de mi carrera cuando caigo en el mar.
50
Y eso por poco tiempo , pues mi madre, la fuente de la montaña, no quiere
holgazanes: luego me alienta de nuevo para que vaya al cielo en forma de vapor y
de nubes y vuelva a recorrer mi cause; porque yo cumplo una labor social”.
“¡Qué interesante! –respondió el ciruelo-. Yo creo que eres más feliz que yo, que
no recuerdo ni cuándo ni cómo nací. Sospecho que algún chiquillo goloso al pasar
por aquí dejó caer en la tierra húmeda de tus orillas el hueso de la ciruela que se
había comido... y así vine al mundo. Lo peor es que debo estarme siempre quieto
y, para colmo, medio adormecido durante el invierno. Por suerte, cuando en
febrero el sol empieza a entibiar el aire, comienzo a sentir un sabroso cosquilleo
en todo mi cuerpo. Ya lo conozco y sé que pronto renacerán las flores en mis
ramas dormidas, que luego llenaré de hojas y que después empezarán a crecer
mis ciruelas en pequeños racimos, verdes, al principio, y después de un alegre
rojo brillante. Es entonces cuando todo el mundo se acuerda de mí, pero
únicamente para arrancar mis frutas y seguir tranquilamente su camino”.
“Te comprendo –dijo el río-: pero creo que exageras. Yo he visto más de una vez
que algunos chiquillos vienen a jugar a tu lado y a sentarse bajo tu sombra.
Seguramente comparten mi opinión de que en toda la comarca no existe un árbol
más generoso y bello. Sobre todo cuando estás cubierto de flores, en primavera,
o cuando brilla entre tus hojas verdes y oscuras, el rojo violáceo de las ciruelas
maduras. ¡Cómo brillan hoy!”
el ciruelo que nunca había oído un elogio, se turbó, pero se inmediato respondió al
río.
“Si lo que dices es cierto, todo eso te lo debo a ti... sin tu ayuda no serían tan
abundante mis flores, ni mi follaje tan verde y espeso, ni serían mis frutas tan
dulces, frescas y hermosas. Y ahora que somos amigos te confieso que mi única
distracción es contemplarme reflejado en tu corriente, porque en el movimiento
de un espejo me veo gracioso y ágil: mi imagen juguetea como si yo bailara. Eso
me ayuda a sentir que estoy vivo, aunque siga casi inmóvil con mis raíces
aferradas al suelo”.
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54.
SI EL RÍO CAMBIARA
Allá, abajo del río, vi un hombre cuyo nombre no importa.
Tendrá unos ochenta años, y su paso es poco pero firme,
tiemblan sus manos, sus ojos lloran y se ríe a solas como
si supiera algo muy cómico acerca del resto de la
humanidad.
En su época el viejo era el mejor pescador de la comarca.
“Yo los agarro hasta donde no hay” –solía decir.
Sabía coger las carnadas más convenientes para toda ocasión, la profundidad
exacta donde nadaban las diferentes clases de peces y el anzuelo, con el tamaño
preciso que debía tener.
A poca distancia de la choza donde habitaba el pescador, el río hacía una vuelta
cerrada, y era allí –en aguas profundas y tranquilas-, donde le encantaba
sentarse sobre un tronco que estaba en la orilla y lanzar su cuerda al agua. Allí
nada más, ningún otro sitio le gustaba.
Pero la naturaleza no respetaba las costumbres del hombre. Sucedió que durante
un invierno hubo una creciente espantosa. Cuando las aguas volvieron a bajar, el
río había abandonado su viejo cauce y se había alejado unos cincuenta metros
hacia el oeste, formando un canal completamente nuevo en el recodo donde
nuestro pescador solía coger su presa, ya no quedaba sino un banco de arena.
Un hombre cuerdo, en su caso se habrá adaptado a las nuevas condiciones y
habría buscado también otro lugar para pescar. No así nuestro pescador. Si uno
quiere tomarse el trabajo de visitar el lugar, puede ver al viejo sentado sobre el
mismo tronco y pescando en el mismo banco de arena.
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55.
EL NIÑO PEQUEÑO
Una vez un niño pequeño fue a la escuela: era
bastante pequeño y era una escuela muy grande; pero
cuando el niño pequeño descubrió que podía entrar a
su salón desde la puerta que daba al exterior estuvo
feliz y la escuela ya no le parecía tan grande. Una
mañana cuando había estado durante un tiempo en la
escuela, la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer flores
muy bellas con sus creyones: rojas, naranjas y azules,
-pero la maestra dijo-: Yo les enseñaré cómo,
esperen”.
Y era roja con el tallo verde.
“Ahora –dijo la maestra-, pueden empezar”.
El niño miró la flor que había hecho la maestra y luego vio la que él había pintado,
le gustaba más que la suya, mas no lo dijo, sólo volteó la hoja e hizo la flor como
la de la maestra, era roja con el tallo verde.
Otro día la maestra dijo: “Hoy vamos a hacer trabajos con plastilina”.
¡Qué bien! Pensó el muchacho. Le gustaba la plastilina, podía hacer toda clase de
cosas con ella: víboras, hombres de nieve, ratones, carros, caminos y empezó a
estirar y revolver su bola de plastilina; pero la maestra dijo: “¡Esperen! Yo les
enseñaré cómo” y les mostró cómo hacer un plato hondo.”Ahora ya pueden
empezar”. El pequeño miró el plato que había hecho la maestra, luego vio el que él
había formado: le gustaba más el suyo, pero no lo dijo. Sólo revolvió otra vez la
plastilina e hizo un plato como el de la maestra, era un plato hondo.
Muy pronto el pequeño aprendió a esperar, a ver y hacer cosas iguales a las de la
maestra y no lo hacía más él solo.
Luego sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra casa en otra ciudad, y el
pequeño hijo tuvo que ir a la escuela,, esta escuela era más grande que la otra y
no había puerta del exterior.
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Entró a su salón, y el primer día que tuvo que ir, la maestra dijo: “Hoy vamos a
hacer un dibujo” –muy bien- pensó el pequeño, y esperó a que la maestra le
dijera, pero la maestra no dijo nada, sólo caminaba por el salón. Cuando llegó a él
le dijo: “¿No quieres hacer un dibujo? –Sí- contestó el pequeño, y preguntó: ¿Qué
vamos hacer?” “No sé hasta que lo hagas”–dijo la maestra“¿Cualquier color?”
“Cualquier color” –dijo la maestra. Si todos hicieran el mismo dibujo y usaran los
mismos colores, cómo sabría yo quién hizo que, y cuál es cuál”
“No sé” –contestó el niño, y empezó a hacer una flor con el tallo verde.
56.
DIOS ES
Un niño preguntó a su padre.
“¿Dios existe?”
“¡Claro! respondió el padre.
“¿Y cómo es él? ¿Cómo sabes que existe?”
el padre no le dijo nada, sólo le mandó a mezclar un
poco de sal con agua en un vaso de cristal transparente.
“¿Puedes ver la sal?” –preguntó al hijo, después que éste último había realizado la
mezcla.
“No –respondió el hijo- se ha desaparecido en el agua”.
“Ahora. Quiero que tomes un poco”.
“Está salada”. –dijo el muchacho al probar un trago.
“Bien, ahora quiero pedirte que eches el agua en un plato y lo coloques en el patio
para que le de directamente la luz del sol”
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Así lo hizo el muchacho y, al cabo de un rato, el padre lo mandó a buscar el plato.
“¿Qué ha sucedido con el agua?” –preguntó el papá.
“No lo sé –respondió el hijo. Se ha ido, sólo ha quedado la sal”.
“¿Ves hijo? –intervino el padre. Así es Dios”.
57.
NARCISO Y EL LAGO
El maestro cogió un libro que alguien de la caravana
había traído.
El volumen estaba sin tapas, pero logró identificar a su
autor: Oscar Wilde. Mientras lo ojeaba, encontró una
historia sobre Narciso.
El maestro conocía la leyenda de Narciso, un hermoso
muchacho que todos los días iba a contemplar su propia
belleza en el lago. Estaba tan fascinado por sí mismo, que un día cayó dentro del
lago y murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor a la que llamaron
Narciso.
Pero no era así como Oscar Wilde ponía fin ala historia.
Él decía que cuando Narciso murió, vinieron los animales del bosque y vieron el
lago transformado, de un lago de agua dulce, en un cántaro de lágrimas saladas.
“¿Por qué lloras?” –preguntaron los animales del bosque.
“Lloro por Narciso”. –respondió el lago.
“Oh, no nos sorprende que llores por Narciso –prosiguieron diciendo ellos- al fin
y al cabo, a pesar de que nosotros le perseguíamos a través del bosque, tú eras el
único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza”.
“Entonces. ¿Era bello Narciso?” –preguntó el lago.
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“¿Quién sino tú podría saberlo? -respondieron sorprendidos los animalesDespués de todo era sobre tu orilla donde él se inclinaba todos los días”.
El lago permaneció inmóvil unos instantes. Finalmente dijo:
“Lloro por Narciso, pero nunca me había dado cuenta de que Narciso fuese bello”
“Lloro por Narciso porque cada vez que él se recostaba sobre mi orilla yo podía
ver, en el fondo de sus ojos mi propia belleza reflejada”.
“Que historia tan hermosa” –dijo el Alquimista.
58.
PENSAR EN LOS DEMÁS
Se acercaba la época de las lluvias monzónicas, y un
hombre muy anciano estaba cavando hoyos en su
jardín.
“¿Qué haces”, -le preguntó su vecino.
“Estoy plantando anacardos”, -respondió el anciano.
“¿Esperas llegar a comer anacardo de esos árboles?”
“No, no pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. Se me ocurrió el otro día que toda
mi vida he disfrutado comiendo anacardos plantados por otras personas, y ésta
es mi manera de demostrarles mi gratitud”.
59.
PUENTE
Un elefante se separó de la manada y fue a cruzar un viejo y
frágil puente de madera tendido sobre un barranco.
La débil estructura se estremeció y crujió, apenas capaz de
soportar el peso del elefante.
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Una vez a salvo al otro lado del barranco, una pulga que se encontraba alojada en
la oreja del elefante exclamó, enormemente satisfecha:
“¡Muchachos, hemos hecho temblar ese puente!”
60.
LA ORACIÓN DEL NECESITADO
El místico Judío Baal Shem tenía una curiosa forma de orar a
Dios:
“Recuerda, Señor, -solía decir- que tú tienes tanta necesidad
de mí como yo de ti. Si tú no existieras, ¿a quién iba yo a
orar? Y si yo no existiera, ¿quién iba a orarte a ti?”.
61.
ZAPATO
Subió un hombre a un autobús y tomó asiento junto a un
joven que tenía el aspecto de ser un “hippy”. El joven llevaba
un solo zapato.
“Ya veo, joven, que ha perdido usted un zapato...”
“No, señor –respondió el aludido. He encontrado uno”.
62.
LEVANTARSE Y SER VISTO
Cuando Kruschev pronunció su famosa denuncia de la era
staliniana, cuentan que uno de los presentes en el comité central
dijo:
“¿Dónde estabas tú, camarada Kruschev, cuando
asesinadas todas esas personas inocentes?”
fueron
57
Kruschev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo:
“Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse en pie”.
La tensión se podía mascar en la sala. Pero nadie se levantó.
Entonces dijo Kruschev: “Muy bien, ya tienes la respuesta, seas quien seas. Yo
me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora”.
63.
UN MICO Y UN PEZ
Un mico y un pez se convirtieron en dos grandes amigos. La
delicia del mico era pasar varias horas divirtiéndose con el pez
en el agua.
Un día se encontraban los dos jugando en las aguas del río. De
pronto la tranquila y suave corriente se trocó en una
impetuosa corriente que amenazaba con arrastrar cuanto encontrara a su paso.
El mico, ágil como era, se agarró de unas raíces y luego salió del agua trepándose
al árbol más cercano. No acababa de recobrarse del susto cuando se acordó de
su amigo.
“No puedo dejar que perezca, -se dijo-, tengo que hacer algo para salvarlo”, y
lleno de coraje se lanzó otra vez al agua, agarró a su amigo y subió de nuevo al
árbol para compartir con él la seguridad.
Pero había algo que el mico no entendía. En lugar de agradecerle por el heroico
gesto, su amigo el pez imprecaba, suplicaba, se agitaba desesperadamente.
Después de unos segundos el mico había perdido a su mejor amigo.
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64.
AQUÍ SE VENDE PESCADO FRESCO
Una vez un hombre decidió dedicarse al
negocio del pescado. Consiguió un local y en la
fachada hizo colocar un gran letrero que decía
así: “Aquí se vende pescado fresco”.
Algunos días más tarde, llegó un amigo y le dijo:
“hombre, ese letrero que hiciste está muy
bueno pero tal vez algo le sobra y conviene
quitar. Se trata de la palabra “Aquí”. En realidad, si el letrero está en este sitio
pues es claro que no estás vendiendo el pescado en otro lugar. Así que eso sobra.
Al vendedor le pareció muy sensata la observación y decidió, con un brochazo de
pintura , eliminar la palabra “Aquí”.
Días más tarde, llegó otro amigo y le dijo: “hombre, si tienes un negocio de
pescado pues no es para regalarlo, ¿verdad? Es inútil que escribas “se vende”
porque se sabe ya que el pescado está ahí para eso”.
El vendedor tomó de nuevo la brocha y borró “se vende” del letrero y quedó:
“pescado fresco”.
Un tiempo después llegó otro amigo y le dijo: “tú eres un tipo honesto y no eres
de los que van a vender pescado podrido. Por lo demás, a nadie se le ocurriría
poner un negocio e pescado podrido. Si alguien vende pescado, es claro que
ofrece pescado fresco. Entonces, ¿para qué ponerle la palabra “fresco” al aviso?
Lo mejor sería quitarla”.
Nuevamente, el vendedor tomó la escalera y subió para eliminar con un par de
brochazos la palabra “fresco”.
Al día siguiente, otro amigo llegó y le dijo: “me parece que eres bobo. Tú nos
ofendes a todos nosotros. Porque se colocas esos pescados tan grandes en la
vitrina, todos lo ven. Y ninguno de nosotros es tan atontado de confundir un
pescado con un elefante o no saber qué es un pescado. Pero tú crees que somos
tan tontos cuando nos tienes que mostrar el pescado y escribir también encima la
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palabra “pescado”. Para no ofendernos, sería mejor que retiraras esa palabra de
ahí”.
Así, pues, para no meterse en líos, el vendedor quitó la última palabra del letrero
y poco tiempo después también quitó el último pescado, pues tuvo que cerrar el
negocio. Ya nadie venía a comprar.
65.
IDEAS PRESTADAS
Un filósofo que tenía solo un par de zapatos pidió al
zapatero que se los arreglara mientras él esperaba.
“Es la hora de cerrar, -le dijo el zapatero- de modo que
no puedo reparárselos ahora. ¿Por qué no viene usted a
recogerlos mañana?”
“No tengo más que este par de zapatos, y no puedo
andar descalzo”.
“Eso no es problema le prestaré a usted hasta mañana un par de zapatos usados”.
“¿Cómo dice? ¿Llevar yo los zapatos de otros? ¿Por quién me ha tomado?”
“¿Y qué inconveniente tiene usted en llevar los zapatos de otros cuando no le
importa llevar las ideas de otras personas en su cabeza?”.
66.
UN ALPINISTA DESCUIDADO
Un hombre, escéptico, y sin ninguna experiencia en el arte de
acampar decidió escalar una montaña sin llevar ninguna de las
herramientas necesarias para tal empresa.
Había oído hablar de las montañas y sólo quería realizar el sueño de
escalar.
Tanto había sido el deseo por escalar, que sin preparar nada más
60
que una simple mochila con algunos alimentos frugales, se dio la tarea de escalar
la gran montaña.
Y he aquí que al final de la jornada, mientras iniciaba el descenso, de pronto se
encontró extraviado y sin conocimientos de orientación, como para poder
encontrar la senda correcta.
Desesperado, pues había caído en la cuenta de que no tenía ninguna herramienta
para pasar la noche, tomó un trecho desconocido con la intención de encontrar la
ruta perdida.
Y vino sobre la montaña la oscuridad.
Aquel pobre alpinista sabía que no podía detenerse pues no tenía ya alimentos y
pronto el frío arreciaría, por lo que se adentró por un follaje y con tan mala
suerte, que debido a la oscuridad no notó el precipicio y calló al vacío.
La caída iba a ser monstruosa, pero en el último instante logró aferrarse a una
rama delgada que se encontró en el espacio.
Aquel hombre descubrió con horror que la rama pendía de uno de los bordes de
ese precipicio sin encontrar la manera de ganar la orilla.
En medio de su desesperación, se acordó de clamar a Dios.
“¡Dios! ¡Oh Dios, escucha mi ruego!”
“¿Qué quieres?” –dijo una voz en el vacío.
“He sido un completo necio. Me olvidé de prepararme para realizar tan difícil
viaje y ahora me encuentro en esta terrible situación. Te prometo que si me
ayudas a salir de esta tendré mucha fe en ti, visitaré todos los templos y nunca,
nunca dudaré de ti.”
“¿Por qué crees que yo podré ayudarte si nunca has creído en mí?”
“¡No Señor! –respondió el hombre desesperado- ¿No ves que ahora estoy
escuchando tu voz? ¡Claro que creo en ti!”
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“¿De veras crees en mí?”
“¡Sí! De veras creo en ti”
“¿Y crees que yo podría ayudarte?”
“¡Si! Sé que sólo tú podrías ayudarme”
“¿Y estás dispuesto a hacer todo lo que te pida?”
“¡Sí señor! Juro que haré todo lo que me pidas”
“Entonces... ¡Suéltate de la rama!”
“¿De la rama?” –preguntó el pobre hombre.
“Sí. –respondió Dios. Sólo podré ayudarte si te sueltas de esa rama”.
El hombre lanzó un mirada sobre el valle oscuro y, sin decir nada más, se aferró
con todas sus fuerzas a la rama que colgaba del precipicio.
Cuentan los grupos de socorristas que encontraron a un hombre muerto de
hipotermia, abrazado a una rama, que no saben como resistió tanto peso a una
altura de sólo ¡Diez Metros del Valle!
67.
EL LEÓN Y LAS HORMIGAS
Un día el león hizo que se reunieran todos los animales de la
sabana, del bosque y de la montaña. Cuando todos llegaron
ante él, el búho, pregonero, subió a un árbol y gritó la
proclama.
“Orden del rey león. Todos los animales, de todo género,
especie y tamaño deben reconocer al león como rey,
rindiéndole pleitesía y obediencia. Quien se niegue, será
castigado”.
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Se escuchó un gran murmullo en la asamblea de los animales; después, una
vocecita se alzó protestando. Era la portavoz de las hormigas guerreras.
“Nosotras no aceptamos. En nuestra tribu, nuestros antepasados nos dieron una
reina, nosotros sólo obedecemos sus órdenes”.
El león, con un rugido desafiante, respondió. “Tendrán su castigo”.
Todos se dispersaron. Al atardecer, los hijos del león salieron de caza, cogieron
un jabalí, lo escondieron tras unas ramas y fueron a llamar al rey. Las hormigas
se reunieron desde los cuatro puntos cardinales y en un momento cubrieron la
sabana. Se preparaban para la gran batalla.
En un momento se comieron al jabalí, dejando sólo los huesos. Mientras tanto el
sol había desaparecido tras el horizonte. Llegó el león majestuoso con su familia.
Entonces el ejército de las hormigas entró en acción.
De la hierba y de las hojas llovieron sobre los leones, treparon por sus patas,
mordiendo con fuerza. Los leones rugían de dolor, se tiraban sobre la hierba para
frotarse, intentaron escapar, pero no podían luchar en la oscuridad contra el
enemigo omnipresente.
A la mañana siguiente un buitre, pasando en el vuelo rasante, vio esparcidos los
esqueletos desnudos de la familia de aquel que había querido imponerse como rey
absoluto de los animales. Y continuando su camino solitario pensó que los
poderosos no deberían nunca despreciar la fuerza de los pequeños cuando se
unen.
68.
EL GALLO Y EL MURCIÉLAGO
En una aldea de África vivían hace muchísimos años un gallo tan
hermoso como vanidoso y el murciélago tan feo como envidioso. Todas
las mañanas el gallo lanzaba a los cuatro vientos su sonoro Kikiriki.
El murciélago, desde abajo del canalón al que estaba pegado, giraba su hociquillo
de ratón en todas las direcciones para no ver a aquel gallo orgulloso.
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“¡Qué bonito es el gallo! –gemía avergonzado, poniéndose un ala bajo los ojos-. En
cambio yo soy feo y negro”.
Poco a poco la envidia que el murciélago tenía en el corazón se transformó en un
odio profundo y feroz.
“¡Ojalá viniera un chacal y te comiese plumas, cresta y todo, maldito gallo!”
pero el gallo seguía cantando cada mañana excitando cada vez más la envidia en el
corazón del infeliz murciélago, hasta que una mañana, le gritó: “¿Sabes que tu
voz es estupenda? ¿Quieres venir hoy a mi casa a almorzar?. Siempre me ha
gustado la compañía de personas importantes”.
“Con mucho gusto. –le replicó el gallo- hoy iré a tu casa”.
Y cuando poco después el gallo se encontró en la casa del murciélago, vio que
estaba hirviendo un enorme perol de agua.
“Para qué quieres toda esa agua? –preguntó el gallo al murciélago.
“Es la comida –respondió éste. Luego, dándose una palmada en la frente, añadió-.
He olvidado la sal. Mira, amigo, ponte junto al fuego y procura que no le falte
leña mientras yo voy al mercado. Dentro de cinco minutos estaré de vuelta”.
Y dicho esto, salió por la puerta como una flecha, dio unas vueltas por los
alrededores.
Luego voló sobre la chimenea de su casa y empezó a bajar despacito.
“¡Ah, ah! –decía riéndose- no te han matado los chacales, pero te cogerá el
murciélago”.
Y pensaba coger al gallo de improviso y hacerle caer en el perol. Pero
precisamente en ese momento una llama más fuerte que las otras alcanzó al
murciélago y le hizo perder el equilibrio. Cegado por el humo y con las patas
quemadas, cayó en la olla de agua hirviente y murió.
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El gallo, al ver la trampa en que estuvo a punto de caer, dio gracias al creador por
haberle salvado la vida.
69.
LA RANA DEL POZO
Érase una vez una rana que vivía dentro de un pozo.
Habitaba allí desde hacía muchísimo tiempo. Es más,
allí había nacido y allí se había criado.
Era una rana pequeña, alegre. Pero, un buen día, le
llegó una visita imprevista. Era otra rana que había
vivido siempre en la orilla del mar.
La pequeña habitante del pozo no dejó escapar la
ocasión para echarse una conversadita con la recién llegada. “¿De dónde vienes?”
“Vengo del mar, -dijo la otra”.
“¿El mar? ¿Es muy grande el mar?” –preguntó curiosa.
“¡Ah, sí, por supuesto! Mucho, muy grande”, -repuso la visitante.
“¿Acaso es tan grande como mi pozo?” –insistía la pequeña rana.
“Vamos, querida amiga, -cortó en seco la rana peregrina. ¿Cómo puedes comparar
el mar con tu pozo?”
Enojada, enfadada, la pequeña rana reaccionó así:
“De ninguna manera, no puede existir nada más grande que mi pozo. Esta viene
aquí con aires de grandeza. Tiene complejo de superioridad y miente sin ningún
pudor. Es necesario echarla de aquí inmediatamente”.
La rana peregrina marchó de allí brincando camino al mar.
Y la pequeña rana quedó al fin tranquila dueña de su gran pozo.
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70.
HISTORIA DE UN ORGULLOSO
Un hombre orgulloso emprendió un largo viaje de placer.
La fortuna le había sonreído. Tenía dinero, tierra poder
y prestigio; por todas partes su nombre era asociado al
éxito y a la fama. Su orgullo se acrecentaba con el
sentimiento morboso de la autosuficiencia, pues nunca
había necesitado de nadie; nunca había pedido favores;
comenzó desde abajo y él, por su propio esfuerzo había
escalado hasta la cima; por lo que no le debía a nadie
ningún favor ni a los otros... ¡Ni a Dios! Nada más podía
esperar.
La idea del viaje de placer, le venía ahora como un premio a su años de trabajos
duros para lograr el puesto y el prestigio alcanzados.
Antes de salir una viejecita lo abordó con cariño, diciéndole que había sido su
maestra de la escuela, cuando él era apenas un niño. Sin embargo él sólo le
respondió con profundo orgullo “No te conozco” e inmediatamente se apartó de
ella.
En el camino se encontró con un mendigo que le pidió, al reconocerle, algo de
dinero.
Sin embargo, él, orgulloso, le respondió: “No quiero”. Era obvio, todos sus
esfuerzos en amasar la fortuna que poseía, no la iba a malgastar con un simple
menesteroso.
Al poco tiempo de haber emprendido su camino recibió la llamado de un amigo que
le pedía un consejo en un problema familiar, pero él respondió secamente: “No
tengo tiempo”.
Claro que no tenía tiempo, él no podía interrumpir su viaje, planificado por
muchos años de esfuerzo en un amigo que a última hora se le ocurría
importunarlo.
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En una de esas paradas encontró a alguien que le saludaba efusivamente, pues
decía que lo conocía desde que eran niños en aquel barrio pobre donde vivió su
niñez marcada por el trabajo y la pobreza.
Él, con profundo desdén, respondió “No te recuerdo”. No podía ser que alguien de
su prestigio se viese acompañado de personas de dudosa reputación y mucho
menos que le recordaran un pasado que él se había esforzado en enterrar.
En medio de una de sus travesías de placer, encontró a un accidentado que le
tendía la mano en espera a que él le ayudara.
Pero nuestro orgulloso caballero respondió: “No puedo”. No quería complicarse
con asuntos de heridos ni enredos policiales, justo ahora que disfrutaba de unas
merecidas vacaciones.
A alguien que le solicitaba mientras él descansaba le dejó como respuesta: “Él no
está”, pues no quería ser molestado en sus vacaciones merecidas.
Pero sucedió que al regreso de sus vacaciones tuvo un accidente atroz y en medio
de la más absoluta soledad vino el ángel de la muerte a buscarlo.
Él, desesperado imploró con todas sus fuerzas.
“¡Muerte! No puedes llevarme ahora, yo soy el gran hombre que levantó todo un
imperio son su trabajo y tesón.”
La muerte seca le respondió: “No te conozco”
“¡Oh, muerte! Yo sé que durante mi vida he sido egoísta, pero tengo derecho a
una segunda oportunidad –replicó el hombre asustado. ¿No puedes darme otra
oportunidad?”
La muerte inflexible, sólo respondió. “No quiero”.
Así, el hombre trató de ganar una causa a la muerte quien parecía estar resuelta
a cumplir con su cometido.
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“Muerte, estoy arrepentido. De verdad, estoy dispuesto a enmendar mis errores
pero ¡necesito otra oportunidad!”
La muerte siempre fría respondió. “No tengo tiempo”.
“¡Muerte malvada y cruel! ¿Acaso no valen las obras que tengo en mi haber?
¿Acaso merezco condenarme sin ver lo que he hecho?” –dijo angustiado el
hombre.
“No te recuerdo”. Fue la única respuesta que de los labios entecos salió de la
muerte.
“Pero muerte –prosiguió agitado el hombre- esta es mi última oportunidad de
verdad ¿no habrá algo que se pueda hacer para que vuelvas un poco más tarde?”
“No puedo” –respondió seca la muerte.
En medio de sus padecimientos, sintiendo el frío del horror y presa de la
desolación el pobre agonizante se acordó de Dios.
“¿Y Dios. Acaso él va a permitir que me pierda para siempre?”
“Él no está” –respondió sonriente la muerte.
71.
LA CARAVANA
Una caravana del desierto marchaba
penosamente por un terreno árido,
polvoriento
y
pedregoso.
Sus
componentes tenían todos fe absoluta
en su guía, y confiadamente dejaban en
sus manos todas las decisiones.
Una
noche,
particularmente
exclamó de pronto:
en
una
agotadora,
jornada
el guía
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“¡Alto! Nos detendremos aquí un momento. Como ven, estamos cruzando en este
momento un terreno muy pedregoso. Quiero que se agachen y tomen todas las
piedras y guijarros que puedan. Si llenan las bolsas de ellas, podrán llevárselas a
casa. De prisa, sólo tienen cinco minutos antes de reemprender la marcha”.
Los viajeros, que únicamente deseaban un prolongado descanso y otro dulce
sueño, creyeron que su guía se había vuelto loco.
“¿Piedras? –dijeron- ¿Qué se cree que somos? ¿Un atajo de camellos y mulos?”
sólo alguno de ellos hicieron lo que el guía había sugerido, metiendo unos cuantos
puñados de piedras en sus bolsas.
“Bueno, basta, -dijo el guía. En camino de nuevo”.
Mientras continuaban su pesado camino el resto de la noche, todos se
encontraban demasiado cansados para molestarse en hablar; pero todos seguían
preguntándose qué podrían significar las extrañas órdenes de su guía.
Cuando el sol se alzó sobre el horizonte, la caravana se detuvo de nuevo y
plantaron todas las tiendas. Los pocos viajeros que habían tomado algunas
piedras pudieron ahora verlas por primera vez. Con exclamaciones de asombro,
comenzaron a gritar.
“¡Santo Dios! Son todas de diferentes colores. Todas brillan y resplandecen.
Realmente son piedras preciosas y gemas”.
Pero la sensación de júbilo pronto dio paso a otra de depresión y abatimiento:
“ ¡Ojalá hubiéramos tenido la cordura de seguir las órdenes del guía y hubiéramos
tomado todas las piedras que hubiéramos podido!”.
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72.
EL CASCABEL AL GATO
En un determinado lugar había un gato que era el terror
de los ratones: No los dejaba vivir en paz ni un instante.
Los perseguía de día y de noche de manera que los
pobres animalitos no podían vivir tranquilos.
Como el gato era tan listo y no podían engañarlo, los
ratones decidieron hacer un consejo.
Después de saludarse cordialmente, pues el peligro hace que la gente se ponga
más amable, se dio comienzo a la asamblea.
Luego de varias horas de discusión, sin haber llegado a una solución definitiva, se
levantó un ratón pidiendo silencio. Todos se callaron pues querían escuchar las
palabras del que se había levantado. Quizás fuera a darles la solución del
problema.
“Lo mejor sería atar un cascabel al cuello del gato para que, cada vez que se
acercara a nosotros, pudiéramos oírlo y a tiempo poder escapar”.
Los ratones se entusiasmaron ante esa idea y saltaron y abrazaron al que la había
propuesto, como su fuera un héroe. En cuanto se hubieron calmado, el mismo
ratón que había hecho la propuesta pidió de nuevo silencio. Entonces dijo
solemnemente:
“¿Y quién le pone el cascabel al gato?”
Al oír estas palabras, los ratones se miraron unos a otros confusos todos
empezaron a dar excusas y uno a uno se fueron desentendiendo del asunto. Al
cabo de un rato desfilaron para sus casas sin haber conseguido nada.
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73.
LA MULA Y EL BUEY
Mientras José y María iban de viaje hacia Belén, un
ángel reunió a todos los animales. Quería elegir a los
que mejor pudieran ayudar a la Sagrada Familia en el
establo.
Naturalmente el león fue el primero en presentarse:
“Sólo un rey es digno de servir al rey del mundo. Yo me colocaré en la entrada y
destrozaré a todos los que intenten acercarse al niño”.
“Eres demasiado violento” –respondió el ángel.
De repente la zorra se presentó. Con aire inocente
“Yo soy el animal que se necesita. Todas las mañanas robaré para el Hijo de Dios
las mejores mieles y la leche más perfumada. Además, llevaré todos los días un
buen pollo a María y a José”.
“Eres demasiado poco honesta” –dijo el ángel.
En esto llegó, esplendoroso y empavonado, el pavo real. Desplegó su magnífica
cola del color del arco iris y proclamó:
“Yo transformaré ese pobre establo en una estancia mucho más bella que el
palacio de Salomón”.
“Eres demasiado vanidoso” –le replicó el ángel.
Y así pasaron, uno tras otro, muchos animales más. Cada uno ponderaba su propio
don.
Todo fue en vano. El ángel no acababa de encontrar ni uno solo que mereciera la
pena. Entonces miró alrededor del portal y vio que el buey y la mula, con la
cabeza baja, seguían trabajando en el campo cercano de un labrador.
El ángel los llamó:
71
“¿Es que ustedes no tienen nada que ofrecer?”
“Nada de nada –dijo la mula y aflojó mansamente sus largas orejas-. Nosotros
sólo hemos aprendido la humildad y la paciencia. Todo lo que pasa de eso sólo
significa un suplemento de bastonazos”.
Y el buey, tímidamente y sin ni siquiera levantar los ojos, dijo:
“Pero podremos de vez en cuando matar moscas con el rabo”.
El ángel sonrió por fin: “Ustedes dos son los más adecuados de estar aquí”.
74.
RICO Y POBRE
En Media Tarde, como en cualquier sitio, hay un hombre
rico y otro pobre.
Voy a contarles lo que ocurrió el día en que cumplió años el
hijo del hombre rico.
Al niño le regalaron muchas cosas. Le regalaron un caballo
de madera, seis pares de calcetines blancos, una caja de
lápices y tres horas diarias para hacer lo que quisiera.
Durante los diez primeros minutos, el niño rico miró todo con indiferencia.
Empleó otros diez en hacer rayas por las paredes. Otros diez en arrancarle un
oreja a un caballo. Y otros diez en dejar sin minuto las tres horas libres. Esta
última maldad fu haciéndola minuto a minuto, despacio, aburrido, por hacer algo,
sin saber qué hacer.
Al deshacer los paquetes, más aburrido que impaciente, había tirado por la
ventana una cinta azul con que venía amarrada la caja de los lápices, una cinta
como de un metro, de un dedo de ancho, de un azul –fiesta brillante.
La cinta fue a dar a la calle, a los pies de Juan Lanas, un niño despierto, de ojos
asombrados, pies descalzos y hambre suficiente para cuatro.
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Juan Lanas pensó que aquello era lo más maravilloso que le había ocurrido en la
última semana, y en la que estaba pasando, y seguramente que en la que iba a
empezar.
Pensó que era la cinta con la que amarran las botellas de champaña a la hora de
bautizar los maravillosos barcos de los piratas.
Pensó que sería un bonito lazo para el pelo de su madre, si su madre viviese.
Pensó que haría muy bonito el cuello de su hermana, si tuviera una hermana.
Pensó que podría ser fajín de general. Y, pensándolo, empezó a desfilar al frente
de sus soldados, todos con plumero, todos con espada.
Y Juan Lanas desfiló por las calles de Media Tarde, importante, decidido. Los
que lo vieron pasar pensaron que era un niño seguido de nadie. Y, al poco rato, un
niño seguido de un perro sin rabo,
Pero Juan Lanas sabía que el perro era su mascota, que los soldados pasaban de
siete, que era todo lo que Juan Lanas sabía contar.
Y mientras Juan Lanas desfilaba, el niño rico se aburría.
75.
LA VIEJITA Y LA AGUJA
Una viejita está inclinada buscando algo en el balcón de su
casa.
Pasa un joven:
“¿Perdió algo, abuela?”
“Dejé caer la aguja y no logro encontrarla”.
“Si me permites, te ayudo, yo tengo buena vista”.
“¡Gracias! Eres muy amable”
73
Después de una hora de búsqueda infructuosa, el muchacho le pregunta a la
abuela:
“Pero ¿estás totalmente segura de que has perdido la aguja en el balcón?”
“¡No! La perdí en la cocina” –respondió tranquila la viejita.
“Y entonces, ¿por qué diablos me haces buscar aquí?”
“¡Porque aquí hay más claridad!”.
76.
LA ENVIDIA
Un ventrudo sapo graznaba en un pantano cuando vio
resplandecer en lo más alto de las rocas a una
luciérnaga. Pensó que ningún ser tenía derecho de
lucir cualidades que él mismo no poseería jamás.
Mortificado por su propia impotencia, saltó hasta ella
y la cubrió con su vientre helado.
La inocente luciérnaga le preguntó:
“¿Por qué me tapas?”
y el sapo congestionado por la envidia solo acertó a interrogar a su vez, “¿por
qué brillas?”.
77.
LA SOPA DE LA SOPA DEL GANSO
En cierta ocasión un pariente visitó a Nasruddín, llevándole
como regalo un ganso. Nasruddín cocinó el ave y la compartió
con su huésped.
No tardaron en acudir un huésped tras otro, alegando todos
ser amigos de un amigo, “del hombre que te ha traído el ganso”.
74
Naturalmente todos esperaban obtener comida y alojamiento a cuenta del
famoso ganso.
Finalmente, Nasruddín no pudo aguantar más. Un día llegó un extraño a su casa y
le dijo:
“Yo soy amigo del amigo del pariente tuyo que te regaló un ganso”.
Y al igual que los demás, se sentó a la mesa, esperando que le dieran de comer.
Nasruddín puso ante él una escudilla llena de agua caliente.
“¿Qué es esto?” –preguntó el otro.
“Esto –dijo Nasruddín- es la sopa de la sopa del ganso que me regaló tu amigo”.
78.
EL CRUCIFIJO
Un viejo misionero poseía un crucifijo que le parecía precioso.
Vivía orgulloso de su crucifijo y lo exponía en el templo en las
grandes solemnidades.
Solía pararse frente al mismo para contemplarlo y meditar
sobre cuanto esa imagen representaba para su misión. En una
de esas ocasiones, entró un niño en su parroquia al templo y vio
al viejo párroco mirando detenidamente al crucifijo. Se acercó
y le dijo:
“Padre, ¿éste es el tesoro más grande que usted tiene en la parroquia verdad?”
El párroco miró al muchacho y le contestó:
“No, éste no es el tesoro más grande de la parroquia. El tesoro más grande eres
tú”.
75
79.
CONOCER A CRISTO
Diálogo entre un recién convertido a Cristo y un amigo no
creyente.
“¿De modo que te has convertido a Cristo?”
“Sí”.
“Entonces sabrás mucho sobre él. Dime”.
“¿En qué país nació?”
“No lo sé”
“¿A qué edad murió?”
“Tampoco lo sé”.
“Sabrás al menos... cuántos sermones pronunció”
“Pues no... no lo sé”
“La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse
convertido a Cristo”.
“Tienes toda la razón. Yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de
él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de
deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un
nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos
deudas, nuestro hogar es un hogar feliz, mis hijos esperan ansiosamente mi
vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. ¡Y esto es
lo que sé de Cristo!”.
76
80.
EL INDIO
Un vaquero iba cabalgando por el desierto. De pronto se
encontró con un indio tendido sobre la carretera, con la
oreja pegada al suelo.
“¿Qué pasa, jefe?”. –dijo el vaquero.
“Gran rostro pálido con cabellera roja conducir
Mercedes Benz verde oscuro con pastor alemán dentro y
matrícula SDT965 rumbo oeste”.
“¡Caramba, jefe! ¿Quieres decir que puedes oír todo eso
con sólo escuchar el suelo?”
“Yo no escuchar suelo. Peaso de loco atropellarme”.
81. EL VENDEDOR DE CONSEJOS
Un hombre acostumbraba ir al mercado, comprar la
mercancía y luego arreglárselas para que se la llevasen
a su casa sin que le costase nada el transporte.
Un día compró una caja llena de loza, encontró un
portador y le propuso que, en vez de la paga que le
correspondiera, le daría tres consejos que le serían
útiles para la vida.
El portador, presa de la curiosidad, aceptó este
singular contrato, pensando que dinero se lo podrían dar otros también.
Así pues, se cargó a la espalda la caja y echó a andar. Después de un rato,
sintiéndose aplastado por el peso, le dijo al hombre que le dijese el primer
consejo. Aquél respondió:
“Si alguien te dice que la esclavitud es la mejor libertad, no lo creas”.
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Entonces comprendió el portador que aquel hombre quería engañarlo: pero siguió
adelante para saber cuáles serían los otros consejos. Poco después y sólo para
coger fuerzas, le pidió el segundo consejo. El hombre contestó esta vez:
“Si alguien te dice que es mejor la pobreza que la riqueza, no le creas”.
El portador se enojó, porque eran cosas que sabía de sobra, pero ya estaban
llegando a la casa, así que le pidió el tercer consejo. El hombre respondió:
“Si alguien te dice que es mejor el hambre que la hartura, no lo creas”.
Esto era demasiado para el pobre cargador sudoroso y jadeante.
Exasperado, descargó la caja de golpe haciendo que cayera estrepitosamente al
suelo. A las protestas del explotador, respondió:
“Si alguien te dice que todavía queda un taza intacta, no lo creas”.
82.
HAGA LO QUE PUEDA
Una vez estaba el sol muy preocupado. El caso es que
la luna no podía salir El sol, pensativo, se decía: “Yo a
las seis de la tarde me voy buena parte de la tierra va
a quedar sin luz, completamente a oscuras, pues la luna
no puede salir”.
Una velita muy chiquita se dio cuenta de la dificultad y
dirigiéndose valerosamente al sol le dijo:
“Bueno, yo estoy lista, haré lo que pueda esta noche”.
78
83.
LOS CIEGOS Y EL ELEFANTE
Una vez un sabio tomó a tres de sus mejores discípulos
y, vendándoles los ojos, los llevó a conocer un elefante.
Llegaron donde el animal y cada ciego se tropezó con
una parte del mismo.
Un ciego fue a dar donde estaba la trompa y decía:
“¡Uy! Un elefante es lo mismo que una gran serpiente. Tiene la misma forma”
El otro se estrelló contra una pata y, tocándola, decía:
“Un elefante tiene la misma forma de un árbol”.
En fin, otro que fue a parar bajo la enorme barriga decía:
“Un elefante es como un enorme globo”.
Cuando los ciegos tuvieron que explicar lo que era el elefante se armó una gran
discusión. No pudieron ponerse de acuerdo pues cada uno hablaba sólo del
parecido que había tocado. Pero como no habían tocado el resto y mucho menos,
no se llegaba a armar el elefante, a presentar su figura completa, hasta que el
sabio, quitándole la venda a los ciegos les mostró al gran animal.
Ante el asombro de sus discípulos les dijo:
“¿Ven como ustedes apenas dieron con algunas partes del inmenso animal y no
fueron capaces de entenderse?. Pues así pasa con los hombres y Dios: sólo
conocemos algunas partes de su esencia y creemos poseerlo del todo”.
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84.
ALEJANDRO MAGNO
Alejandro Magno fue un general famoso. La historia lo
presenta como una figura de gran valor, de mucho coraje.
Se dice que en su ejército había un soldado que tenía una
característica especial. Esta consistía en que cuando
comenzaban las batallas sin que nadie se diera cuenta,
procuraba esconderse, así no tenía que luchar ni correr
riesgos.
Sin embargo, sucedió que Alejandro se dio cuenta del
truco de este soldado, lo llamó y le dijo:
“Soldado, ¿cómo te llamas?”
El soldado muerte de miedo, contestó:
“Me llamo Alejandro”.
“¡Cómo! –replicó el general., tienes mi mismo nombre”.
“Pues bien, quien tiene mi nombre no puede ser un cobarde. Por tanto, cambias la
manera de comportarte o cambias de nombre”.
85.
LA ARDILLA Y LA MONA
Hallábase una ardilla sentada sobre sus ancas,
cubriendo el cuerpo con su cola para evitar el calor
del sol y mordisqueando una nuez con esa expresión
feliz que la caracteriza, cuando pasó por allí una mona
dotaba de escasísimo rabo que, al apreciar la
magnífica cola de la ardilla, sintió envidia y trató de
burlarse del simpático roedor diciéndole:
“Deberías sentir vergüenza de tu desproporcionada cola en lugar de presumir de
ella. Sólo te sirve para manchar tu cuerpo con el polvo y lodo del camino y,
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además, un día u otro te la pisará uno de los osos que descuidadamente pasean
por aquí”.
La ardilla, sin perder compostura ni semblante plácido, le replicó así a la mona:
“Mejor estarías callada, pues tú si que tendrías que sentir vergüenza por tener
tan poca cola e ir mostrando tus nalgas a todo el mundo”.
86.
ACEPTARME COMO SOY
Cuenta una antigua fábula india que había un ratón
que estaba siempre angustiado, porque tenía miedo
del gato. Un mago se compadeció de él y lo convirtió
en un gato.
Pero entonces empezó a sentir miedo del perro. De
modo que el mago lo convirtió en perro. Luego
comenzó a sentir miedo de la pantera, y el mago lo
convirtió en pantera. Con lo cual comenzó a tener miedo al cazador.
Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió a convertirlo en ratón,
diciéndole:
“Nada de lo que haga por ti va a servirte de ayuda, porque siempre tendrás el
corazón de un ratón”
87.
VACIAR LA CABEZA
Era un maestro verdaderamente sabio. Recibió la visita de un
profesor universitario que quería interrogarlo sobre su
pensamiento. El maestro sirvió el té. Lleno la taza de su huésped y
una vez llena, siguió sirviendo más hasta derramarlo. Todo con una
expresión serena y sonriente. El profesor quedó sorprendido y no
lograba creerlo. Al fin, no pudo más y dijo:
“La taza está llena, y no cabe más!”
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“Como esta taza, -dijo el maestro-, así estás tú, lleno de tu ciencia y de tus
conjeturas. ¿Cómo puedo hablarte de mi doctrina comprensible sólo a los
sencillos y abiertos, si antes no vacías la taza?”
88.
EL OSO
El oso decidió convertirse en el mejor amigo del hombre.
Cuando el hombre dormía su siesta, el oso se acercaba para
velar y cuidar el sueño del hombre. De pronto, una
insolente mosca se posó en la frente del hombre. Esto no
pudo tolerarlo el oso, dada su amistad con el hombre, y
decidió matar a la mosca. Dio un zarpazo en la frente del
hombre y mató la mosca pero, de paso, aplastó la cabeza
de su mejor amigo el hombre.
89.
ORACIÓN
La oración de un atleta que alcanzó las cimas de la
gloria.
Kirk Kilgour, jugador de primera categoría de voleibol,
sufrió una lesión irreparable de la espina dorsal en una
jugada desgraciada, hasta el punto de verse obligado a
permanecer confinado en su silla de ruedas. Su drama,
una experiencia desesperada, se transforma en un descubrimiento profundo de
la vida y de Dios que él sintetiza en una reflexión muy comentada:
“Rogué a Dios que me diera fortaleza para realizar proyectos grandiosos, y me
hizo débil para que fuera humilde.
Pedí a Dios que me concediera salud para realizar grandes empresas, y me
concedió el dolor para comprenderla.
Le pedí riqueza para tenerlo todo, y me ha dejado pobre para que no sea egoísta.
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Le pedí poder para que los hombres me necesitaran, y me dio humillación para
que fuera yo quien los necesitara.
Le pedí a Dios todo para gozar de la vida, y me ha dejado la vida para que pudiera
sentirme contento con todo.
Señor, no he recibido nada de los que pedía, pero me has dado todo lo que
necesitaba y casi contra mi voluntad.
Las oraciones que no te dirigí las escuchaste. Alabado seas, Señor.
90.
EL ZORRO Y LA PATA DE CONEJO
El zorro, sin querer perdonar al conejo, siguió
buscándolo. De pronto lo descubrió dormido en medio
de unos arbustos, y el zorro tomó al conejo por una
pata:
“Ahora es cuando... ha llegado tu muerte. Ahora ya no
podrás huir de mí, has sido atrapado justo cuando
estoy furioso y hambriento”. Mientras decía esto, el
zorro se relamía de gusto.
“Tiíto, tiíto mío, yo pensaba que tú eras muy inteligente y astuto; pero veo que
eres tonto. ¿No ves acaso que en vez de haber agarrado mi patita, sólo has
agarrado la raíz de un arbusto?, has confundido la raíz con mi pata, tío...”
Todo esto lo dijo riendo el compadre conejo, y el conejo, estirando su pata
emprendió su huída. Así fue que el zorro Antonio soltó la pata del compadre
conejo.
Y el zorro Antonio, al saber que había vuelto a ser engañado hacía castañear sus
dientes de rabia.
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91. LA PALOMA REAL
Nasruddin llegó a ser ministro del rey. Un día
mientras paseaba por el palacio vio por primera vez en
su vida un halcón real. Hasta entonces nunca había
visto semejante clase de palomas. De modo que
Nasruddín tomó unas tijeras y cortó con ellas las
garras, las alas y el pico del halcón.
“Ahora ya pareces un pájaro como es debido, tu
cuidador te ha tenido muy descuidado”-exclamó satisfecho.
92.
¿QUÉ QUIERES SER CUANDO SEAS GRANDE?
Cuando la hermana preguntó a los niños en clase qué
querían ser cuando fuesen mayores, el pequeño
Tommy dijo que quería ser piloto, Elsis respondió que
quería ser médico. Bobby, para satisfacción de la
hermana, dijo que quería ser sacerdote. Al fin se
levantó Mary y dijo que quería ser prostituta.
“¿Qué has dicho Mary? ¿Desearías repetirlo?”
“Cuando sea mayor, -dijo Maru con aspecto de quien sabe exactamente lo que
quiere-, seré prostituta”
la hermana se quedó viendo ilusiones. Inmediatamente Mary fue separada del
resto de los niños y enviada al párroco.
Al párroco le habían explicado los hechos a grandes rasgos, pero quería
comprobarlo personalmente.
“Mary. –le dijo, dime con tus propias palabras lo que ha ocurrido”.
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“Bueno, -dijo Mary, un tanto desconcertada por todo aquello-, la hermana me
preguntó qué quería ser cuando fuera mayor, y yo le dije que quería ser una
prostituta”.
“¿Has dicho prostituta? –Preguntó el párroco recalcando la última palabra.
“Sí”.
“Cielos, qué alivio, todos habíamos creído que habías dicho que querías ser
protestante”.
93.
EL PARACAIDISTA
Un día que soplaba un fortísimo viento, saltó un
paracaidista de un avión y fue arrastrado a más de cien
millas de su objetivo, con tan mala suerte que su
paracaídas quedó enredado en un árbol del que estuvo
colgado y pidiendo socorro durante horas, sin saber
siquiera dónde estaba.
Al fin pasó alguien por allí y le preguntó:
“¿Qué haces subido en ese árbol?”
El paracaidista le contó lo ocurrido y luego le preguntó:
“¿Puedes decirme dónde estoy?”
“En un árbol” –le respondió el otro.
“Oye, ¡tú debes ser sacerdote!”
El otro se quedó sorprendido: “Sí, pero ¿cómo lo has adivinado?”
“Porque lo que dices es verdad, pero no sirve para nada”.
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94.
CUENTO DE NAVIDAD
Era la noche de navidad. Un ángel se apareció a una familia rico y le
dijo a la dueña la casa:
“Te traigo una buena noticia: esta noche el Señor Jesús vendrá a
visitar tu casa”.
La señora quedó entusiasmada. Nunca había creído posible que en
su casa sucediese este milagro. Trató de preparar una cena
excelente para recibir a Jesús. Encargó pollos, conservas y vinos
importados.
De repente sonó el timbre. Era una mujer mal vestida, de rostro sufrido, con el
vientre hinchado por un embarazo muy adelantado.
“Señora, ¿no tendría algún trabajo para darme? Estoy embarazada y tengo
mucha necesidad del trabajo”.
“¿Pero esta es hora de molestar? Vuelva otro día, -respondió la dueña de la casa.
Ahora estoy muy ocupada con la cena para una importante visita”.
Poco después, un hombre, sucio de grasa, llamó a la puerta.
“Señora, mi camión se ha arruinado aquí en la esquina. ¿Por casualidad usted no
tendría una caja de herramientas que me pueda prestar?”
la señora, ocupada como estaba limpiando los vasos de cristal y los platos de
porcelana, se irritó mucho:
“¿Usted piensa que mi casa es un taller mecánico? ¿Dónde se ha visto importunar
a la gente así? Por favor, no ensucie mi entrada con esos pies inmundos”.
La anfitriona siguió preparando la cena: abrió latas de caviar, puso la champaña
en el refrigerador, escogió de la bodega los mejores vinos, preparó unos
pastelitos.
Mientras tanto alguien afuera batió las palmas.
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Será que ahora llega Jesús, pensó ella emocionada, y con el corazón acelerado
fue a abrir la puerta. Pero no era Jesús. Era un niño harapiento de la calle.
“Señora, deme un plato de comida”.
“¿Cómo te voy a dar comida si todavía no hemos cenado? Vuelve mañana, porque
estoy muy atareada”.
Al final, la cena estaba lista. Toda la familia emocionada esperaba la ilustre
visita. Sin embargo, pasaban las horas y Jesús no aparecía. Cansados de esperar
empezaron a tomar los coctelitos, que al poco tiempo comenzaron a hacer su
efecto en los estómagos vacíos y el sueño hizo olvidar los pollos y los platos
preparados.
A la mañana siguiente, al despertar, la señora se encontró, con gran espanto,
frente a un ángel.
“¿Un ángel puede mentir? –gritó ella. Lo preparé todo con esmero, aguardé toda
la noche y Jesús no apareció. ¿Por qué me hizo esta broma?”
“No fui yo quien mentí, fue usted la que no tuvo ojos para ver, -dijo el ángel.
Jesús estuvo aquí tres veces, en la persona de la mujer embarazada, en la
persona del camionero y en el niño hambriento. Pero usted no fue capaz de
reconocerlo y de acogerlo”.
95.
LA RANA
Una noche, mientras se hallaba en oración, el hermano
Bruno se vio interrumpido por el croar de una rana.
Pero al ver que todos sus esfuerzos por ignorar aquel
sonido resultaban inútiles, se asomó a la entrada y
gritó:
“¡Silencio! ¡Estoy rezando!”
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Y como el hermano Bruno era un santo, su orden fue obedecida de inmediato:
todo ser viviente acalló su voz para crear un silencio que pudiera favorecer su
oración.
Pero otro sonido vino entonces a perturbar al hermano Bruno: una voz interior
que decía:
“Quizás a Dios le agrade tanto el croar de la rana como el recitado de tus
salmos”.
“¿Qué puede haber en el croar de la rana que resulte agradable a los oídos de
Dios?” –fue la respuesta del hermano Bruno. Pero la voz siguió hablando.
“¿Por qué crees tú que Dios inventó el sonido?”
El hermano Bruno decidió averiguar el por qué... Se asomó de nuevo a la ventana y
ordenó:
“Canta”.
Y el rítmico croar de la rana volvió a llenar el aire, con el acompañamiento de
todas las ranas del lugar. Y cuando el hermano Bruno prestó atención al sonido,
éste dejó de crisparle, porque descubrió que si dejaba de resistirse a él, el croar
de la rana servía, de hecho, para enriquecer el silencio de la noche.
Y una vez descubierto esto, el corazón del hermano Bruno se sintió en armonía
con el universo, y por primera vez en su vida comprendió lo que significaba orar.
96.
¿QUIÉN SOY?
Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación de que era
llevada al cielo y presentada al tribunal de Dios.
“¿Quién eres?”, -le dijo una voz.
“Soy la mujer del alcalde”, -respondió ella.
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“Te he preguntado quien eres, no con quién estás casada”
“Soy la madre de cuatro hijos”.
“Te he preguntado quien eres, no cuántos hijos tienes”
“Soy una maestra de escuela”
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión”.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no parecía dar una
respuesta satisfactoria la pregunta del juez.
“Soy una cristiana”
“Te he preguntado quién eres, no cuál es tu religión”.
“Soy una persona que iba todos los días al templo y ayudaba a los pobres y
necesitados”.
“Te he preguntado quién eres, no qué hacías”
evidentemente no consiguió pasar su examen, porque fue enviada de nuevo a la
tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de
averiguar quién era.
97.
EL ÁGUILA REAL
Un hombre se encontró un huevo de águila. Se lo llevó
y lo colocó en el nido de una gallina del corral.
El aguilucho fue incubado y creció con la nidada de
pollos.
Durante toda su vida, el águila hizo lo mismo que
hacían los pollos, pensando que era un pollo.
Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos,
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piando y cacareando. Incluso sacudía sus alas y volaba unos metros por aire, al
igual que los pollos. Después de todo, ¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en
el limpio cielo, a una magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por
entre las corrientes de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba asombrada hacia arriba.
“¿Qué es eso?”, -preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
“Es el águila, el rey de las aves, –respondió la gallina. Pero no pienses en ello. Tú y
yo somos diferentes de ella”.
De manera que el águila no volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una
gallina de corral.
98.
EL ÁGUILA REAL II.
Un granjero encontró un huevo de águila y lo llevó a su
corral de gallinas. El aguilucho creció y vivió como si
fuese una gallina más del corral: escarbaba la tierra,
comía gusanos, piaba, cacareaba, como una gallina más...
Un día un ingeniero visitó al granjero y al ver los
animales de la granja descubrió entre las gallinas al aguilucho:
“Tienes un águila entre las gallinas”, -le dijo al granjero.
“Sí, -respondió éste-, pero es como si fuese una gallina, vive como una gallina,
come como una gallina, apenas sabe volar”.
Entonces el ingeniero dirigiéndose al aguilucho le dijo:
“Vamos, intenta volar”.
La falsa gallina intentó volar, pero sólo dio un pequeño saltito.
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“Ves, -le dijo el granjero a su amigo ingeniero-, no sabe no volar”
El ingeniero, sin desanimarse, le dijo nuevamente al aguilucho:
“Vamos, intenta de nuevo”.
El aguilucho esta vez voló un poco, pero pronto cayó.
“Te lo he repetido, -dijo el granjero a su amigo-, es como una gallina”.
Por tercera vez el ingeniero se dirigió al aguilucho para que volase. Y esta vez, el
aguilucho, cobrando fuerzas, dio un fuerte impulso y voló, voló hasta desaparecer
de la vista y dejar para siempre el gallinero.
99.
EL PEQUEÑO PEZ
Un pez pequeño y feliz estaba nadando y retozando
junto al campo del océano. Allí disfrutaba de la
compañía de muchos amigos. Tenía para comer cuando
quería y no parecía carecer de nada.
Entonces comenzó a nadar hacia arriba, cada vez más
alto.
Nunca había subido tanto hasta entonces.
“Me pregunto cómo serán las cosas allá arriba”, se dijo.
“Parece que hay mucha luz y veo las cosas mucho más claras que allá abajo”.
En poco tiempo, el pequeño pez llegó a la superficie del océano. Se quedó
sorprendido al ver lo hermoso que era el cielo, y se preguntaba qué pasaría
asomándose por encima del agua. Incluso se las arregló por un segundo para
sacar la cabeza a la superficie.
“¡Qué bonito! ¡Qué excitante!”, -exclamó al ver el borde de la playa de arena.
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Cuando se encontró de nuevo bajo las olas, se sintió abatido.
¿Por qué tenía que volver allá abajo, a aquella vida lóbrega y oscura en el fondo
del océano? ¡Con la luz y el calor que hacía fuera! ¿Por qué no podía vivir fuera,
donde había mucha más claridad y calor?
El pequeño pez decidió salir fuera del agua dando un salto lo más grande posible.
Entonces sintió el calor del sol. Podía también ver mucho más, más allá de la
playa, hasta las ramas de los árboles, las bonitas flores y una calle llena de
pequeñas casitas.
Pronto decidió llegar a aquella playa y comenzar una nueva vida.
Nada se lo hubiera podido impedir. Comenzó a nadar enérgicamente hacia delante
hasta que por fin se encontró fuera del agua en la arena.
“¡Libre al fin!”, exclamó.
“Ahora puedo disfrutar de una nueva y maravillosa vida, lejos de la vida insípida y
fría del fondo del agua”.
De repente sintió una sensación de ahogo.
“¡Vaya! –murmuró. Debo estar agotado. He nadado demasiado de prisa, demasiado
rápido”.
Intentó de nuevo recobrar el aliento, pero la sensación de ahogo persistía. Pocos
minutos después el pequeño pez yacía muerto en la playa.
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100.
PERFECTO IMBÉCIL
Un gurú prometió a un discípulo que había de revelarle algo
mucho más importante que todo cuanto contienen las escrituras.
Cuando el discípulo, tremendamente impaciente, le pidió que
cumpliera su promesa, el gurú le dijo:
“Sal afuera, bajo la lluvia, y quédate con los brazos y la cabeza
alzados hacia el cielo. Eso te proporcionará tu primera
revelación”.
Al día siguiente, el discípulo acudió a informarle:
“Seguí tu consejo y me calé hasta los huesos... Y me sentí como un perfecto
imbécil”
“Bueno, -dijo el gurú-, para ser el primer día, es toda una revelación, ¿no crees?”
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BIBLIOGRAFÍA
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Madrid, 1987.
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1983.
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Manuel Sánchez Monge, “Parábolas como Dardos”, Madrid, 1992.
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