Cuento ganador del tercer lugar del Concurso “Ciencia para la Paz” Organizado por OREALC/UNESCO Santiago y la Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO de Chile Mil preguntas y mil respuestas María Ignacia Arriagada Colegio Sagrados Corazones Álvarez Viña del Mar, V región, Chile. En un mundo mágico donde todo era paz, vivía un niño muy estudioso, al que le gustaba mucho la ciencia y la historia. Pero había algo que lo inquietaba. Era la misma pregunta que se hacía siempre: ¿Por qué en el mundo en el que vivo hay tanta paz y en otros mundos no? No supo la respuesta hasta que comenzó su gran aventura1. Un día iba caminando a su colegio, pero unas cuadras antes de llegar, vió un callejón oscuro y, de pronto, apareció de la nada una luz azul y de ella salió un grupo de personas con delantal blanco. El niño se asombró mucho al verlos y se quedó espiándolos un momento, pero tuvo un problema, una de las personas de delantal blanco lo descubrió. Aquel hombre se acercó al niño y le preguntó: ¿Qué haces aquí? El niño no pudo contestar; estaba pálido y muy asustado, pero el hombre, al darse cuenta que estaba asustado, no lo presionó para que contestara. Por el contrario, el hombre llevó al niño por el callejón donde había una puerta secreta y lo invitó a pasar. El niño cerró lo ojos antes de hacerlo y, cuando los abrió, se encontró en un mundo donde habían muchos computadores y botones de colores y muchas personas con delantal blanco. El lugar era muy extraño, casi todo era blanco y las puertas se abrían con sólo poner la mano en una máquina. La gente que estaba allí se quedó sorprendida al ver al niño. El hombre lo condujo por ese mundo extraño. Pasaron por un pasillo muy largo, donde se encontraron con una gran puerta metálica. Al entrar se encontró con un montón de objetos que nunca había visto en su vida. Al parecer estaban rotos porque tenían fisuras por todas partes y parecía que les faltaban algunos pedazos. El niño quedo muy sorprendido y le preguntó al hombre que estaba a su lado: “¿Qué son esos objetos? ¿Qué les pasó?” El hombre le respondió: “Esos 1 Este cuento fue revisado y editado, antes de su publicación, por los miembros del jurado del concurso “Ciencia para la Paz”. objetos se llaman armas y fueron destruidas para que el ser humano no las ocupara”. El niño, muy curioso, le preguntó: ¿Por qué el ser humano no puede ocupar esas armas?”. El hombre se quedo pensativo, tratando de encontrar las palabras correctas para que el niño pudiera entender, hasta que tuvo una respuesta y le dijo: “Porque si los seres humanos ocupan estas armas ya no habría más paz en el mundo, pues la gente mala las usaría para matar, y la gente buena estaría temerosa y eso es muy malo”. “¿Qué es malo?”, preguntó el niño. El hombre no sabía que decir a las preguntas del pequeño, ya que nunca había conversado con personas del exterior, pero respondió: “Es malo que las personas maten a otras, ya sea por diversión, venganza u otros motivos. Las personas buenas ya no estarían tranquilas, estarían preocupadas de que les va a pasar si salen a la calle o si se quedan en sus casas y no disfrutarían la vida”. El niño quedó un poco confundido con la respuesta pero, después de un rato, entendió por qué el ser humano no puede utilizar esas armas, esto es porque son muy peligrosas. El hombre, después de un tiempo llevo al niño a una sala donde había muchos televisores y en sus pantallas se veía cada parte del mundo exterior. El niño estaba asustado y confundido; se imaginaba que las personas que estaban ahí no eran realmente personas, sino que extraterrestres disfrazados de personas que estaban vigilando desde el mundo exterior para, en cualquier momento, atacar su mundo. Después, el niño recordó la pieza con las armas destruidas y lo que le había dicho el hombre y cambió de opinión. Sin embargo, seguía muy confundido. Por eso volvió a preguntar al hombre: ¿Por qué están vigilando nuestro mundo? El hombre respondió que los vigilaban porque, en caso de que alguien hiciera algo malo, se lo llevaban a otro mundo para enseñarle que siempre hay que hacer el bien. El niño se conformó con la respuesta. El hombre lo llevó al pasillo para seguir con el trayecto por ese mundo. El niño tenía muchas preguntas en su mente pero, en cada paso, le aclaraban sus dudas. Al hombre, por su parte, le gustaba mucho la forma de ser del niño, porque sabía que él buscaba respuesta a todas sus preguntas. En cada pregunta estaba presente un símbolo; en general, ese símbolo era la paz. El niño, como ya tenía más confianza con aquel hombre le preguntó: “Cómo te llamas?” El hombre se tomó todo el tiempo del mundo antes de responder y le dijo: “Me llamo Niktom, soy un científico, he estudiado por muchos años el comportamiento del ser humano. ¿Sabes?, me he dado cuenta que la estupidez humana es infinita y aún no he podido verificar si el universo es verdaderamente infinito”. El niño quedó muy sorprendido con el vocabulario que utilizó, porque siempre había oído al científico con un vocabulario muy culto. Después de una larga conversación, entraron a una pieza donde no había ningún ruido, todo era paz y tranquilidad. El niño estaba muy a gusto en la pieza y le preguntó al científico: “¿para qué sirve esta pieza tan agradable?” Él le respondió: “Es para que las personas de mi mundo vengan a tranquilizarse cuando están cansadas”. El niño ya se estaba quedando dormido, pero resistió para conocer más sobre ese mundo. Salieron de la pieza y regresaron al largo pasillo. En el camino, el niño volvió a preguntar al científico: “¿Por qué en otros mundos no hay paz y tranquilidad?”. El científico le dijo: “Porque en esos mundos no hay mundos paralelos de científicos que ayuden a mantener la paz. Las personas de esos mundos tienen una forma diferente de ver la vida, por ejemplo, si alguien se equivoca, lo juzgan y se llenan de rencor contra esa persona. El niño estaba aclarando sus dudas y por eso se sentía muy feliz. El científico, por su parte, se dió cuenta de la felicidad del niño y se alegró. Al transcurrir las horas, el niño se sentía muy cómodo con el científico; lo admiraba por su inteligencia y por sus estudios en el mejoramiento del comportamiento humano. De pronto el niño miró su reloj; se dio cuenta que no funcionaba y no sabía por qué. Le preguntó al científico si se lo podía arreglar, pero -éste sólo se rió y le explicó que en ese lugar no existía el tiempo. El niño no entendía cómo se puede detener el tiempo, pero ya no quiso preguntar más, porque ya eran suficientes las preguntas que había hecho. En ese momento, hizo la última pregunta: “¿Cómo encuentro la salida?” El científico le respondió: “¿Por qué te quieres ir?”. Y el niño le dijo: “No es que me quiera ir, pero tengo que hacerlo, debo estar con mi familia y mis amigos”. El científico quedó un poco triste, porque el niño debía irse, pero lo acompañó a la salida y juntos volvieron al mundo del niño. Esta vez él salió por la puerta con los ojos abiertos para saber qué pasaba. Vió una pequeña luz azul que se apagó y se dio cuenta que estaba otra vez en el callejón oscuro. Se despidió del científico y aquel hombre le dijo una frase que jamás olvidó: “La paz siempre va a existir si cada ser humano lo desea”. El niño, sonriendo, se fue a su casa. Su mamá lo quedó mirando extrañada cuando lo vió entrar y le preguntó: “¿Por qué no estas en el colegio?”. El niño miró su reloj y se dio cuenta que era la misma hora que se registraba cuando había salido al colegio. Muy sorprendido, no pudo responderle, y se fue al colegio. FIN