Religiones, tribus y cárceles nutricionales “Para un martillo todos son clavos”, dice el famoso dicho popular. De la misma manera, para el que tiene una concepción dogmatizada y cerrada de algún aspecto de nutrición, todo lo demás, desde su óptica, está mal. Procede, "guapeando" el teclado de redes sociales, a desmerecer cualquier otra postura que no se amolde a su religión nutricional, y cuando no descalificando a su comunicador. Ejemplos hay varios, desde los que culpan a la insulina por todos los males de la humanidad hasta los que no entienden por qué no estamos todos comiendo palta descalzos arriba de un árbol. Son fáciles de identificar por su lenguaje autoritario, jerga salpicada de innecesaria complejidad científica, e invitaciones a reflexionar desde su panteón. Hacer esto le ayuda a aliviar su inseguridad de base, pero lo aleja cada vez más del pensamiento científico, y su convivencia en esta cárcel nutricional le impide hacer correcciones o actualizarse, negando tercamente cualquier lógica que no sea la de evitar el ridículo que siente al consentir un error, el pánico de admitir que su envidiado interlocutor tenía razón, o la angustia de perder seguidores en su congregación virtual de aduladores. En pocas disciplinas como la nutrición opina todo el mundo con tanta certeza. Algunos miembros de respetables carreras universitarias como Educación Física, Medicina, Endocrinología y Bioquímica están convencidos de que su título termina en “…y por defecto, Licenciado en Nutrición también, ¡obvio!”. Después de todo, todos comemos. Un gran inconveniente de la nutrición es que el efecto tiene un retraso con la causa, a veces de 40 años o más, por lo que si comemos algo perjudicial para la salud no padeceremos su daño hasta dentro de mucho tiempo. Tiempo suficiente para elaborar todo tipo de hipótesis sobre que hay que comer. “ya sea manifestándose como un infarto o una neoplasia maligna debido a décadas de consumo de manteca o fiambres” Por suerte hay investigación científica y epidemiología que nos va acercando hacia verdades nutricionales, aunque este campo de conocimiento es sistemáticamente dinamitado por grupos de intereses económicos que ven sus ganancias caer ante guías nutricionales que no recomienden sus productos. Las industrias de la grasa saturada y del azúcar dan pelea, no se rinden, emplean el manual de procedimientos de su padre filosófico: la industria del tabaco. En algunas instancias se ha rozado el ridículo, como cuando hace algunos años la “investigación científica” afirmó que los lácteos adelgazan y su autor cayó en desgracia entre sus pares, aunque con 1,6 millones de dólares en sus arcas. No es casualidad que la gente esté confundida, es causalidad. Si nos vamos alejando del proceso de conocimiento científico comenzamos a encontrar “soluciones nutricionales”, una serie de dietas donde los planetas se alinean, las hormonas se balancean, la prehistoria cobra vida, oráculos antiguos de gurúes surgen a la superficie, investigaciones escondidas de genios descalificados por la ortodoxia ven la luz del día y podemos tener salud, rendimiento físico y mental y un cuerpo musculoso y marcado con solo seguir una serie de reglas nutricionales. Estas reglas pueden ser más o menos severas, dependiendo del monasterio nutricional en el que uno elige comulgar. Para empeorar el dilema, la accesibilidad de internet y las redes sociales colocan en un mismo pedestal a un científico con decenas de investigaciones publicadas y a un blogger sin formación en nutrición pero con herramientas de seducción y diez mil seguidores. El analfabetismo científico generalizado se encarga del resto, de crear un inconsciente popular de mitos, falsedades y exageraciones, a veces inocuo y hasta gracioso, otras dañando la salud endotelial de las arterias. Gran parte del problema actual sobre la información en nutrición es que la mayoría de las personas buscan un único sistema de nutrición que les soluciones todos los problemas, y la disonancia cognitiva les impide concebir modelos diferentes de nutrición. Y aquí radica el eje de la cuestión: existen varios abordajes nutricionales para responder a diferentes demandas, y para peor, muchas veces el requerimiento alimenticio para un objetivo se contrapone con el otro. En este breve artículo nos concentraremos en tres grandes categorías de abordaje nutricional: la salud, la estética y el rendimiento (Figura 1), si bien hay muchos más, como la clínica, la obesidad, pediatría, por solo mencionar algunas. Figura 1. Algunos de los principales abordajes nutricionales. Si observamos el diagrama de Venn sobre abordajes nutricionales, vemos que en el cuadrante del medio donde todos coinciden podremos encontrar tal vez a las verduras, y hasta cierta cantidad, ya que la religión cetogénica los limita para garantizar la producción de acetonas. Las principales batallas se libran sobre los macro-nutrientes, proteínas, hidratos de carbono y grasas. Estos pueden ser panaceas para algunos, males necesarios para otros, o asesinos culposos. Los hidratos de carbono han generado incluso psicopatologías como la Carbofobia, y hasta peticiones en change.org para encarcelar la insulina. Las proteínas han sido elevadas al Olimpo de los dioses junto a Zeus, Apolo y Hércules, o responsabilizadas por cada tumor maligno que asusta nuestra existencia. Y las grasas, pobrecitas ellas, viven alternando bandos junto a Jedis y Siths de esta guerra de la galaxia nutricional. Otras aguas divisorias aparecen entre los que comulgan la aversión a los alimentos de origen animal y quienes sienten que la humanidad sucumbiría sin su ingesta. Hay muchas más contiendas, por supuesto, que escapan el alcance de este breve escrito. Sin embargo, si desistimos de intentar ver a todos los problemas como clavos para nuestro único martillo nutricional y adoptamos destornilladores, serruchos, escofinas, y tenazas, ampliaremos nuestro repertorio de herramientas dietéticas, comprenderíamos mejor al prójimo, y no perderíamos tanto tiempo inútilmente descalificando a todo aquel que profesa una religión nutritiva diferente a la nuestra.