Subido por Julio Cruz

Kant y la historia desde la crítica de la razón pura

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KANT Y LA HISTORIA DESDE LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA
“Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también,
por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con
enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco,
sin saber más que al principio”.
(Fausto; J. W. Goethe)
El paisaje, portentoso e imponente, domina la majestad del cuadro. En él predominan los
tonos suaves, la uniformidad de los contornos nebulosos que sólo contrastan con la brusquedad
enhiesta de los picos de montañas; la fugacidad de las nubes se mezcla con la firmeza de los
cerros. En primer plano, sobre uno de éstos, un hombre vuelto de espaldas contempla el
panorama. Su postura supone la entereza de un mariscal de guerra; su vestimenta es la de un
dandi; su ubicación denota ventaja, control, poder. Alejado de la descripción de un atleta o un
explorador, aquel sujeto más parece un intelectual que se eleva sobre las nubes, a lo más alto de
la montañas, en una alusión simbólica a lo que la élite ilustrada ha referido siempre; el imperio y
poder de la razón sobre la naturaleza burda y los demás mortales.
La mirada desde lo alto, cercana a la divinidad, es la mirada del sujeto dominante, la
posición privilegiada de quien ha logrado, a base de esfuerzo y pundonor, abandonar su
condición terrena y elemental y encumbrarse por encima de los abstrusos arcanos de la vida. Es
la mirada de la arrogancia, hacia abajo, donde aún vegetan quienes no han podido elevarse, y
desde su condición inferior, intentan contemplar a aquel que, como dijera Nietzsche, ya lo ha
logrado. Abajo han quedado los pesados lastres de Natura; ahora, desde lo alto, cerca de Dios, el
hombre demuestra hasta dónde puede llegar su inteligencia, y cómo incluso la naturaleza debe
sometérsele.
La mirada hacia lo lejos, donde en lontananza se contempla el infinito, es la ruta hacia la
eternidad, aquella que para los hombres de la Ilustración sólo reposaba en la razón. El mar de
nubes, caótico y anárquico, es visto con desdén por la mente que puede y quiere imponer el
orden y el rigor como vía hacia el progreso inveterado y la felicidad perpetua. La soledad de este
hombre es la misma del intelectual, del genio, del poderoso; es el precio de la diferencia
inherente a la elevación sobre los demás humanos. Allí, no obstante, este hombre solitario se
siente vulnerable. Lejos de la compañía de los suyos, del reconocimiento de los que considera
inferiores, sólo tiene al éter por testigo de su supremacía; sin su correlato dominado, el dios deja
de ser dios, y pierde arrojo el héroe más valiente.
Esta es la paradoja de la razón: hacer al hombre más sabio al tiempo que lo hace menos
humano. Anónimo, como el del cuadro, cuyo rostro no se percibe, con nada más que piedra y
cielo para sí, ofrenda de la historia para solaz de quienes su sapiencia no podrá jamás abarcar.
El
caminante sobre el mar de nubes (Caspar David Friedrich; 1818).
Proemio
La idea de vincular la disciplina histórica con las tesis de la Crítica de la Razón Pura de
Kant implica hacer una serie de aclaraciones preliminares. En primer lugar, sabido es que la
Crítica se propone hacer una análisis del conocimiento humano en general, es decir, es un
trabajo gnoseológico. En este orden de ideas, se hace la pregunta por la manera como el hombre
obtiene conocimiento, y hace énfasis especialmente en tres formas científicas de éste: la
matemática, la física y la metafísica. Si se emprende el reto de abordar con las categorías
kantianas la posibilidad de erigir la historia al grado de ciencia, se impondría el inconveniente
derivado del hecho que Kant no asume este propósito en la obra en cuestión. De hecho, el
estatuto de cientificidad de las ciencias sociales, tan debatido aún, no es tocado por Kant en su
obra por la sencilla razón de que para su época (siglo XVIII y comienzos del XIX) todavía no se
hablaba de tales ciencias, las cuales apenas emergerían a partir de mediados del novecento. La
tarea sería entonces asumir las conclusiones de la Crítica y aplicarlas a la historia, lo cual desde
un principio ya pareciera condenado al fracaso, toda vez que para Kant sólo son arquetipos de
ciencia, es decir, de juicios sintéticos a priori, la matemática y la física. No obstante, otra
aclaración importante es que para la época de este filósofo no se buscaba dotar de rigor científico
a la historia; las pretensiones eran otras, estas sí compatibles con las tesis de la Crítica.
Con base en esto último y en segundo lugar, cabe aclarar que la época de Kant está
signada por el peso específico de gran importancia que tienen las ideas de la Ilustración en toda
Europa occidental. El orden social e histórico medieval venía ya horadándose desde finales del
siglo XV, manifestado en hitos como la Reforma Protestante y el Renacimiento. La Ilustración
sería otro capítulo en esta serie de procesos históricos que terminarían por dejar atrás el ethos
feudal, caracterizado por la ascensión de la idea de razón como principio regulador de la vida de
los hombres, el sometimiento a comprobación de todo cuanto se afirmara, y la apelación al
pensamiento crítico y lógico-causal. En el plano de las clases sociales, los privilegios de la
nobleza y el clero daban paso a la emergencia de la burguesía, y junto a ella los pequeños pero
poderosos grupos de intelectuales, personas dedicadas al conocimiento racional, a la ciencia y la
filosofía, que comenzaban a pulular, y que con denodado esfuerzo e inteligencia lograron
encumbrarse en las esferas sociales. Entre estos círculos se afianzó la idea de una historia
universal guiada por la idea de progreso (Cuartango, 2007) lineal e indetenible, sobre la base de
la razón, hecha por los hombres mismos, abandonando el demiurgo religioso y la fatalidad
divina. Esta idea de historia, de la que bebería Kant, contrasta fuertemente con su predecesora,
dominada por el ideal cristiano de culpa y redención.
Finalmente, debe destacarse que Kant sí se preocupó por la historia en sí misma, a pesar
de no haberla tratado en extensión en sus trabajos gnoseológicos. Entre las dos ediciones de la
Crítica, de 1781 y 1787, el filósofo de Köenigsberg publicó pequeños opúsculos que abordan el
tema de la historia, muy conectados con el espíritu de aquellos tiempos. De manera particular se
destacan la Respuesta a la Pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, donde deja clara su posición
intelectual frente a la ya mencionada idea de la razón como fundamento social e histórico de la
humanidad (Kant, 2004), y sobre todo su Idea acerca de una Historia Universal desde el Punto
de Vista Cosmopolita, ambos textos de 1784. El título de esta última obra ya es muy claro en
cuanto a la pretensión de Kant con respecto a la historia, y no es más que la búsqueda de una
disciplina o vocación histórica que trascienda los límites de la particularidad regional; una
historia de la humanidad en épocas en que ésta se prestaba a alcanzar sus máximos grados de
prosperidad y felicidad, de acuerdo con el pensamiento de aquellos años (Ibídem). Sin embargo,
puede verse que los principios que guían las opiniones de Kant sobre la historia en estos trabajos
no distan en absoluto del tono general de sus demás obras (Hernández, 1978), aunque allí la
aborda más en sentido epistemológico, mientras que de lo que se trata aquí es de asumirla en su
sentido gnoseológico, de acuerdo con lo expuesto en la Crítica.
Así pues, el abordaje de la historia desde la Crítica de la Razón Pura implicará que se
analice cómo ésta se aprehende y organiza perceptualmente a partir de las intuiciones puras
trascendentales de la mente en un primer momento, para luego elevarse conceptualmente con
base en las categorías analíticas, y finalmente postular cuáles serían los límites de semejante
forma de conocimiento, manifestados a manera de antinomias. De esta forma se lograría hacer un
abordaje de la historia como ejercicio y disciplina a partir de los postulados gnoseológicos de la
Crítica.
Como elemento introductorio, vale la pena hacer un breve comentario sobre lo que Kant
afirma acerca de los juicios en filosofía en la introducción de la Crítica. Allí el filósofo distingue
entre dos clases de juicios: “los juicios analíticos (los afirmativos) son pues aquellos en los
cuales el enlace del predicado con el sujeto es pensado mediante identidad” (Kant, 1991, p. 31).
Por otra parte, “aquellos empero, en que este enlace es pensado sin identidad, deben llamarse
sintéticos” (Ibídem). Lo anterior quiere decir que toda forma de conocimiento posee uno de estos
dos tipos de juicios; los primeros hacen alusión a una afirmación cuyo predicado ya está
contenido en el sujeto (como cuando se dice que un triángulo tiene tres lados), y los segundos
son también llamados juicios de la experiencia. Los primeros son universales mas no agregan
conocimiento nuevo, mientras que los segundos son extensivos pero contingentes. Kant postula
que la verdadera ciencia debe producir juicios que sean a la vez universales y que agreguen
nuevo conocimiento, que denomina juicios sintéticos a priori. Dichos juicios están presentes en
la física, al decir por ejemplo que su proposición sobre el concepto de materia “no es, por tanto,
analítica, sino sintética y, sin embargo, pensada a priori. Así también en las demás
proposiciones, que constituyen la parte pura de la física” (Ibíd., p. 35). Algo similar dirá acerca
de la metafísica, pero como se verá más adelante, ésta no puede devenir ciencia al no tener
sustento empírico.
Para el caso de la historia, que es el que interesa aquí, habría que decir de entrada que sus
proposiciones, esto es, sus formas de conocimiento, se ajustan a los parámetros de los juicios
sintéticos, es decir, de aquellos obtenidos a partir de la experiencia, del contacto de los sentidos
con el mundo. Por supuesto es cierto que para captar dichos juicios se requieren de elementos a
priori, pero sus proposiciones no contienen el predicado en el sujeto, ergo no pueden ser
universales. Cuando se dice: la batalla de Maratón ocurrió en el año 490 a.C. (Krentz, 2010), del
predicado no puede deducirse el sujeto, por ende dicho juicio son es analítico, sólo sintético.
Estética Trascendental y Acontecimiento Histórico
El primer momento identificado por Kant en lo que respecta a su teoría general del
conocimiento es llamado estética trascendental. El término estética se remite a su raíz
etimológica, que se refiere a la idea de sensación, por ende la estética trascendental alude a la
forma cognitiva de las sensaciones: “a la ciencia de todos los principios a priori de la
sensibilidad, llamo yo Estética trascendental” (Kant, 1991, p. 42). Dichas sensaciones son
estímulos desorganizados que recibe el cuerpo del sujeto cognoscente en su contacto con el
mundo circundante, y cuya vía fundamental son los sentidos. Así las cosas, las sensaciones son
captadas por el sujeto con base en su experiencia. No obstante, y en esto radica la diferencia
entre Kant y sus predecesores empiristas, lo que posibilita que dichas sensaciones devengan una
forma superior de conocimiento, esto es, por el momento, percepción, es el hecho de que el ser
humano está dotado de una mente que le permite organizar los estímulos exteriores y procesarlos
en forma de conocimiento. Para ello, la mente cuenta con lo que Kant denomina las formas puras
de la intuición, o las intuiciones puras, las cuales son a priori, es decir, no pasan antes por los
sentidos, sino que le vienen dadas al hombre de forma innata. Estas intuiciones puras
corresponden a las sensaciones de espacio y tiempo, condiciones de posibilidad de todo el
conocimiento, ya que permiten organizar los estímulos con base en las coordenadas de
espacialidad y temporalidad. “En esta investigación se hallará que hay, como principios del
conocimiento a priori, dos puras formas de la intuición sensible, a saber, espacio y tiempo”
(Ibídem).
De esta forma, un estímulo no se limita simplemente a violentar los sentidos del sujeto,
sino que se enmarca en un contexto espacio-temporal que le permite trascender al ámbito de la
percepción. Así pues, todas las sensaciones que componen un día soleado son simplemente
estímulos desorganizados, y sólo devienen percepción cuando el entendimiento humano los
organiza con base en las condiciones de espacio y tiempo en que dichas sensaciones se dan, lo
cual permite hablar de, y aprehender la noción de día soleado. Quepa agregar aquí que la
experimentación que implica entrar en contacto con los estímulos exteriores no se queda en la
mera contingencia de la que hablaban los empiristas, negando de paso la posibilidad del
conocimiento acumulativo y transmisible, sino que deviene general y necesaria cuando se
sustenta en las ya citadas intuiciones puras que por ser a priori y encontrarse en la mente de
todos los seres humanos, dan paso a la posibilidad de la universalidad. Así las cosas, la mente
deja de ser esa tabula rasa o esa “cera pasiva” que simplemente recibía datos exteriores, para
convertirse en agente activo del proceso de conocimiento, con lo cual cobra sentido la
denominación de “giro copernicano” de la teoría de Kant.
Ahora bien, tratando de llevar estas tesis al campo de la historia, habría que decir que la
analogía sería válida si se considera que los llamados estímulos desorganizados que constituyen
la fuente del conocimiento, y los cuales son organizados por las intuiciones de espacio y tiempo
a manera de percepción, corresponderían a los datos históricos aislados y dispersos a lo largo y
ancho del orbe y en diversidad de épocas. Así pues, el ejercicio perceptual estaría dado por la
organización de dichos estímulos o datos en términos de tiempo y espacio, para de esta forma
lograr el relato de un acontecimiento histórico coherente y bien definido.
De esta forma, los datos accesibles sobre la batalla de Maratón (Krentz, 2010), los cuales
se encuentran en textos anecdóticos o informes orales transmitidos por varias generaciones,
forman los estímulos desorganizados que en un primer momento no son susceptibles de
constituir un relato cohesionado y claro sobre un acontecimiento histórico. Una vez se ha
conseguido hilar espacial y temporalmente la pléyade de estímulos o datos referentes al mismo
fenómeno, ahí sí puede darse paso a la concatenación del acontecimiento, el cual corresponde a
la percepción de la batalla de Maratón en este caso. El número de hombres por bando, las armas
utilizadas, las bajas, los diversos escenarios de confrontación como el frente de batalla, la
retaguardia, los cuarteles generales, el teatro general de confrontaciones, la topografía del lugar
del enfrentamiento, las condiciones climáticas, la duración de las hostilidades etc. hacen parte de
los datos o estímulos que antes de organizarse por el entendimiento no constituyen en realidad
ninguna relevancia histórica. Sólo después de categorizarse espacio-temporalmente pueden ser
dignos de denominarse acontecimiento histórico, al que después de hecho esto se le puede dar el
nombre de batalla de Maratón. Nótese que la coherencia del relato histórico pasa por tomar los
estímulos previamente mencionados y darles una debida ubicación con base en las intuiciones de
tiempo y espacio, lo cual permite percibirlos como parte de un mismo acontecimiento que
ocurrió en un mismo momento y lugar de la historia. Sin el carácter trascendental, esto es,
relativo a las formas del conocer, de tales intuiciones puras, aquellos datos no pasarían de ser
eso, estímulos dispersos sin ninguna posibilidad de percepción ni de constitución de un relato
histórico que puede transmitirse de unas generaciones a otras.
Analítica Trascendental y Hecho Histórico
Siguiendo la línea argumental de Kant, el segundo momento de su Crítica corresponde a
la lógica trascendental, en la que, a diferencia de la lógica formal, no se busca sólo indagar por la
veracidad de formulaciones abstractas con base en el principio de no contradicción, sino que se
aborda el contenido de los juicios a partir de su fuente y validez objetiva:
la lógica general hace abstracción […] de todo contenido del conocimiento, es decir, de
toda referencia del conocimiento al objeto […]. Ahora bien, así como hay intuiciones
puras y empíricas […], así también podría hallarse una distinción entre un pensar puro y
un pensar empírico de los objetos. En este caso, habría una lógica en la cual no se hiciera
abstracción de todo contenido del conocimiento (Kant, 1991, p. 60).
Dicha lógica tiene a su vez dos subdivisiones, correspondientes a la analítica y a la dialéctica
trascendentales. La analítica trascendental pretende mostrar cómo se pasa de la percepción a la
concepción por medio de la transformación de los fenómenos en objetos de conocimiento,
posibilitado esto por las categorías puras del entendimiento: “llámense […] conceptos puros del
entendimiento, que se refieren a priori a objetos, cosa que la lógica general no puede llevar a
cabo” (Ibíd., p. 70). El conocimiento no puede limitarse exclusivamente a la organización de las
sensaciones por medio de las intuiciones puras, puesto que su carácter sería completamente
pasivo. Dado que el conocimiento humano es un agente activo, constructor de realidad, el
siguiente momento significa un salto cualitativo en cuanto se trasciende el mero fenómeno
experimentado subjetivamente, y se llega a concebir un objeto de conocimiento que, valga la
redundancia, es precisamente objetivo, es decir, distinto del sujeto cognoscente.
Como ya se dijo, el llamado “giro copernicano” consiste en que, a diferencia de lo que se
creía anteriormente, lo que se conoce del objeto es puesto por el hombre en él; así, las categorías
del entendimiento son elementos a priori del conocimiento humano puestas por el sujeto en el
objeto, con lo cual éste es susceptible de conocerse. Pero ahora se posibilita además la
universalidad de dicho conocimiento, toda vez que se pasa de la diversidad de percepciones de la
estética trascendental a la unidad del mundo que implica la analítica trascendental, precisamente
porque la concepción objetual va más allá de cada sujeto cognoscente y se eleva a la categoría de
realidad dada. Sabido es también que Kant se detiene en el análisis de la física como arquetipo de
ciencia que reúne dichas características, dejando por fuera los demás órdenes del discurso
científico. No sería justo endilgare a Kant una inclinación hacia el positivismo, puesto que para
el momento de desarrollo de su teoría no existía algo que se conociera como ciencia social. Sin
embargo es previsible que dichas ciencias permanecieran fuera de su sistema, ya que aun la
biología no logró el estatuto epistemológico capaz de cumplir las expectativas de universalidad
exigidas por Kant, pero esto sólo puede darse en el campo de la especulación. Por otro lado, esto
no quiere decir que no sea posible constituir un cuerpo de conocimientos con cierto grado de
universalidad que, si bien no alcance a estatuirse como ciencia, sí tenga un grado de generalidad
y verosimilitud suficientes para elevarse al rango de disciplina.
El hecho de que Kant no buscaba constituir una ciencia de la historia está fuera de
discusión; de lo que trata simplemente es de observar cómo la teoría del conocimiento por él
propuesta funciona en lo que respecta al conocimiento de los sucesos pretéritos. El estatuto de
cientificidad de la historia es un debate de años posteriores; aquí de lo que se trata es de ver la
coherencia de sus postulados con la idea de progreso predominante en dicha época (Cuartango,
2007).
En el caso de la historia, la analítica trascendental puede funcionar, y de hecho funciona,
en la medida que los estímulos históricos devenidos fenómeno o percepción, aquí denominados
acontecimiento histórico, trascienden al plano de la constitución objetual por medio de las
categorías puras del entendimiento que Kant postuló con base en los tipos de juicios
identificados por él. Esto quiere decir que la constitución de objetos históricos, o hechos
históricos, como se los denominará de ahora en adelante, pasan por la organización de los
acontecimientos históricos en categorías tales como unidad, pluralidad, totalidad, realidad,
negación, limitación etc., las cuales se organizan en cuatro grupos de tres categorías, de acuerdo
con los principios puros del entendimiento a saber: cantidad, cualidad, relación y modalidad. El
carácter a priori de estas categorías y principios está dado, según Kant, por el hecho de que éstos
son concluidos a partir de los juicios, los cuales para Kant son equivalentes a conocimiento. Así
pues, identifica doce categorías correspondientes a doce tipos distintos de juicios o formas de
conocimiento. Son precisamente estas categorías las que son puestas por el sujeto en el objeto, y
no al revés como pensaban los empiristas. La validez objetiva de tales categorías se ofrece con
base en lo que Kant denomina la deducción trascendental, la cual muestra que la diversidad de
percepciones de la estética trascendental deviene unidad de mundo en la analítica trascendental,
que a su vez es formada por la conciencia de los hombres, ya no individualmente, sino de forma
colectiva.
Siguiendo con el ejemplo de la batalla de Maratón, la elevación a concepto con base en
las categorías y principios puros del entendimiento permite organizar las percepciones o
acontecimientos históricos en cuestión, correspondientes a cada sujeto que decida emprender por
su cuenta el estudio de tal suceso a partir de los datos históricos que tenga a mano, y convertirlas
en un único hecho histórico, una sola concepción, un objeto definido de conocimiento que será
referente general para todos los sujetos interesados en informarse sobre él. Así pues, la
diversidad de datos sobre el acontecimiento convergen en un único relato, en el que queda claro
que hacia el año 490 antes de Cristo se enfrentaron un contingente de atenienses y algunos
aliados contra los ejércitos persas, llamados medas por los griegos (de ahí el nombre de la guerra
–las guerras médicas), confrontación que se libró cerca de Atenas, en los campos de Maratón,
que fue ganada por los atenienses y terminó siendo decisiva para su victoria en la guerra y la
conservación de la civilización griega antigua (Krentz, 2010). Esto es posible debido a la
aplicación, hecha sobre el telón de fondo del acontecimiento histórico, de elementos como
sustancia y accidente, causa y efecto, acción recíproca, posibilidad, existencia, necesidad y
demás categorías puras, organizadas en principios igualmente puros. La unicidad de este relato
es posible gracias a que la mente humana está dotada de entendimiento, el cual a su vez está
constituido por las categorías puras, que forman los principios puros y que finalmente permiten
constituir un hecho histórico como el aquí narrado. Sabido es que existen divergencias en este y
en otros hechos históricos, pero éstos son menores en la mayoría de los casos y no alteran la
esencia e inteligibilidad del mismo; además, como ya se dijo, la historia no se concibe como una
ciencia exacta, como sí ocurría con la física. Queda claro, con base en lo anterior, que no es
posible, como sí lo es en el caso de la física, encontrar leyes universales en la historia, aunque sí
podrían llegarse a constituir generalizaciones plausibles.
Dialéctica Trascendental y los Límites del Conocimiento Histórico
Hasta aquí iría la constitución de la disciplina histórica a la luz de la analítica
trascendental, con el apoyo fundamental de la estética trascendental. No obstante, es de anotar
que todo lo dicho hasta aquí, esto es, toda la historia que de esta forma pueda construirse, está
sustentada estrictamente en la experiencia, de modo tal que no puede concebirse historia alguna
por fuera de sus límites, de forma metafísica. La reconstrucción de los hechos históricos debe
ajustarse necesariamente a todo aquello que puede experimentarse, lo que no quiere decir que se
anule la posibilidad de la disciplina histórica al no poder regresar en el tiempo, sino que
simplemente toda afirmación de hechos pasados debe contar con su respectivo soporte empírico,
rigurosamente vinculado con el hecho histórico en cuestión. En el ejemplo aquí citado, los
relatos de historiadores antiguos como Heródoto entre otros, sumados a evidencia arqueológica y
otras investigaciones complementarias, permiten afirmar con un alto grado de verosimilitud que
la batalla de Maratón efectivamente ocurrió en las condiciones de tiempo y lugar que se
referencian. Cuando no se puede entregar evidencia fidedigna sobre un supuesto hecho histórico,
esta disciplina está en la obligación de aclarar que todo lo que se afirme al respecto está en el
mero plano de la especulación. De esta forma, el discurso histórico alcanzaría un grado de
confianza tal que sería digno de respeto por parte de la comunidad académica y la población en
general, aun cuando no sea susceptible de construir leyes universales.
En el apartado denominado dialéctica trascendental, Kant se refiere a ese tipo de
conocimiento especulativo que pretende transgredir los límites de la experiencia posible, y
elevarse hasta las alturas de la metafísica. En contraposición a los fenómenos, los cuales son la
apariencia de las cosas, y es sobre lo que versa la mente humana, lo que el hombre puede
conocer, el filósofo denomina noúmeno a aquello que constituiría la cosa en sí, esto es, la forma
real y esencial de las cosas antes de que el hombre las conozca. Pero por más que el ser humano
se esfuerce, no es posible llegar a conocer dicho noúmeno, toda vez que éste escapa a la
experiencia. Kant es categórico en afirmar que no puede haber ciencia sin experiencia, por lo que
la metafísica no puede constituirse como tal. Sin embargo dedica unas cuantas líneas de su
estudio a mostrar cómo tales elucubraciones abstractas pueden guiar la ruta del pensamiento: “la
dialéctica trascendental se contentará, pues, con descubrir la ilusión de los juicios trascendentales
e impedir al mismo tiempo que esta ilusión engañe” (Kant, 1991, pp. 167-168). Es esto a lo que
Kant llamó las ideas, en el sentido platónico del término, producto a priori de la razón. El intento
contumaz de elevar estas ideas al rango de ciencia sólo llevaría a antinomias irresolutas, las
cuales analiza Kant en el apartado denominado De los Raciocinios Dialécticos, los cuales
consisten en tres: el alma, el mundo y Dios. Interesa aquí detenerse en el segundo de ellos por su
relación con la historia.
Kant analiza el mundo con base en cuatro antinomias, correspondientes a los principios
puros del entendimiento, todas ellas formadas por una tesis y su correspondiente antítesis: “la
antinomia de la razón pura pondrá ante los ojos los principios trascendentales de una supuesta
cosmología pura […], no para hallarla valedera y apropiársela, sino […] para exponerla en su
ilusión deslumbradora, pero falsa” (Ibíd., p. 197). La primera de estas antinomias es la de
cantidad, cuya tesis afirma que el mundo tiene un comienzo en el tiempo y un límite en el
espacio, pero su antítesis muestra que no es posible pensar el comienzo en el tiempo porque el
origen de éste sería vacío y no podría dar origen a nada, algo similar a lo que ocurre con el
espacio, cuya expresión huera no podría suponer el límite del mundo. En relación con la historia,
sería imposible pensar un origen único del relato del pasado, dado que éste no podría partir de la
nada, pero al mismo tiempo no podría concebirse relato histórico sin origen.
La segunda antinomia es la de cualidad. Consiste en identificar la contradicción entre el
carácter simple o compuesto del mundo. Aquí se supone que todo lo complejo deriva de lo
simple, pero entonces esto último tendría que ocupar un lugar en el espacio, en cuyo caso ya no
sería simple. Para efectos de la historia, una cadena de acontecimientos, como elementos que
constituyen un hecho histórico compuesto, deberían ser por lo mismo simples, pero su evidente
ubicación en el espacio los convierte en elementos no simples, ergo contradictorios en sí.
La antinomia de la relación versa sobre la libertad del mundo en lo que respecta a la
causalidad de las cosas que en él ocurren. La tesis sustenta dicha libertad causal, mientras que la
antítesis lo refuta diciendo que todo ocurre según leyes naturales, luego no habría libertad. Este
asunto toca uno de los puntos neurálgicos del relato histórico, sobre todo, con efectos
posteriores, en relación con el pretendido estatuto de cientificidad de la misma. Si la idea es
concebir una ciencia de la historia, una mirada ceñida a los postulados kantianos llevaría a
imaginarla como un relato sujeto a leyes universales, pero esto iría en contravía del carácter
volitivo de los hombres, quienes en últimas son los que hacen la historia. Por otro lado, pensar en
una total voluntad humana en su devenir histórico implicaría una imposibilidad orgánica de
construir relatos coherentes del pasado, con secuencialidad y recurrencia; en últimas, no
constituirían ni siquiera una disciplina, sino simplemente un ejercicio de escritura referente a
anécdotas y vivencias particulares.
Finalmente, la antinomia de modalidad sugiere que hay una contradicción entre la
existencia de un ser necesario en el mundo. La tesis sostiene que dicho ser necesario realmente
existe y que además es el agente causal del mundo, mientras que la antítesis afirma que no existe,
lo que eliminaría la idea de una causa sin momento precedente. Los efectos de esta antinomia
para la historia son similares a los de las contradicciones de cantidad y relación; la dificultad de
pensar un relato histórico sin una causa originaria, y la de pensar dicha causa como algo
absoluto, sin que haya nada que la origine (Ibíd.).
De lo anterior se desprende que, si bien la historia incurre en todas las antinomias sobre
el mundo que Kant planteó, no quiere esto decir que esté imposibilitada para constituirse en
disciplina con la capacidad de realizar generalizaciones plausibles sobre el pasado de la
humanidad y sus civilizaciones. Más bien, el análisis kantiano de la historia en lo que respecta a
la dialéctica trascendental muestra que con la mencionada disciplina no se pueden cometer los
mismos errores que comúnmente se llevan a cabo con otras ciencias, y en particular desde
determinadas corrientes de pensamiento, al suponer un estatuto epistemológico basado en
conjeturas ilusorias, no sustentadas empíricamente y sin ningún asidero en lo verificable, o lo
que es lo mismo, una historia metafísica. Por el contrario, Kant permite fortalecer a la historia y
alejarla de estos devaneos quiméricos que pretenden descubrir leyes y principios universales
donde sólo hay contingencia y azar, y a la inversa, privarla de la posibilidad de generalización y
armonía al mostrarla simplemente como un compendio, a lo sumo interesante pero jamás
riguroso, de anécdotas y hechos curiosos.
Epílogo
De esta forma se cierra este recorrido por la obra de Kant y su relación con la historia. El
mérito enorme de Kant ha sido el de concluir un largo y enconado debate filosófico sobre la
teoría del conocimiento, que había llevado a algunas de las mentes más preclaras del siglo XVIII
a radicalizarse en torno a las posturas empirista y racionalista, a definirse ora por la supremacía
de la experiencia, ora por el predominio de lo innato. El despertar kantiano del sueño dogmático
frente a ambas posturas significó a su vez el alumbramiento para todo el mundo pensante en
relación con la manera como el hombre se conecta con su entorno y lo aprehende
significativamente. Su vínculo con la historia como ejercicio intelectual no fue de indiferencia; al
contrario, se mostró muy activo y lanzó, tal vez de manera prístina, la pregunta fundamental
sobre el asunto: ¿puede llegar a constituirse una historia universal? Aunque muy poco explorado,
su aporte en la Crítica de la Razón Pura puede arrojar luces frente a dicho cuestionamiento, el
cual, en las condiciones de aquel momento para el filósofo, quedó legado a las generaciones
siguientes. También es conocido el compromiso de Kant con el espíritu de su época, su
acompañamiento denodado a la generación europea ilustrada, de la Aufklärung alemana, y fue a
su vez un áulico entusiasta del despertar de la humanidad en la razón. Su idea cosmopolita de
historia está ligada profundamente a la idea de progreso que es inherente al espíritu ilustrado de
su época, a la búsqueda ilimitada de la felicidad humana. Pero dicha idea choca con el rigor de
sus sistema, con la escrupulosidad de sus aportes filosóficos que no dejan espacio a la
especulación etérea ni al automatismo simplista.
Entre ambos mundo se debate Kant, entre la idea sempiterna de progreso sin freno y la
inflexibilidad que exige la ciencia moderna. Mientras recibía las noticias provenientes desde
Francia, en pleno fragor revolucionario, Kant quizá soñaba, como el personaje retratado por
Friedrich, con el futuro allende el mar de nubes, ubicado impertérrito en el pico más alto. Pero al
mismo tiempo, enclaustrado en la pequeña Köenigsberg de la que nunca salió, similar al Fausto
de Goethe, tal vez temía por los peligros que acarrea la ensoñación sin fundamento que implica
la tiranía de la razón absoluta. Así, Kant está representado tanto en la solidez de esas montañas
de su pensamiento, como en la levedad de las nubes que cubren el horizonte de aquel cuadro.
Sturm und Drang como el romanticismo de su nación, carne y piedra como diría Juan Ramón
Jiménez, así se presenta Kant, mientras su efigie eterna se eleva por los arcanos del pensamiento
en medio de su estricta cotidianidad.
Referencias
Cuartango, R. (2007). Filosofía de la Historia. Barcelona: Montesinos Editor.
Hernández de Alba, G. (1978). La Historia en la Filosofía de Kant. Ideas y Valores, 51-52, 7592.
Kant, E. (1991). Crítica de la Razón Pura. México D. F.: Editorial Porrúa.
_______ (2004). Filosofía de la Historia. La Plata: Terramar Ediciones.
Krentz, P. (2010). The Battle of Marathon. New Haven and London: Yale University Press.
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