KANT Y LA HISTORIA DESDE LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA “Ay, he estudiado ya Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología, todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo. Y aquí me veo, pobre loco, sin saber más que al principio”. (Fausto; J. W. Goethe) El paisaje, portentoso e imponente, domina la majestad del cuadro. En él predominan los tonos suaves, la uniformidad de los contornos nebulosos que sólo contrastan con la brusquedad enhiesta de los picos de montañas; la fugacidad de las nubes se mezcla con la firmeza de los cerros. En primer plano, sobre uno de éstos, un hombre vuelto de espaldas contempla el panorama. Su postura supone la entereza de un mariscal de guerra; su vestimenta es la de un dandi; su ubicación denota ventaja, control, poder. Alejado de la descripción de un atleta o un explorador, aquel sujeto más parece un intelectual que se eleva sobre las nubes, a lo más alto de la montañas, en una alusión simbólica a lo que la élite ilustrada ha referido siempre; el imperio y poder de la razón sobre la naturaleza burda y los demás mortales. La mirada desde lo alto, cercana a la divinidad, es la mirada del sujeto dominante, la posición privilegiada de quien ha logrado, a base de esfuerzo y pundonor, abandonar su condición terrena y elemental y encumbrarse por encima de los abstrusos arcanos de la vida. Es la mirada de la arrogancia, hacia abajo, donde aún vegetan quienes no han podido elevarse, y desde su condición inferior, intentan contemplar a aquel que, como dijera Nietzsche, ya lo ha logrado. Abajo han quedado los pesados lastres de Natura; ahora, desde lo alto, cerca de Dios, el hombre demuestra hasta dónde puede llegar su inteligencia, y cómo incluso la naturaleza debe sometérsele. La mirada hacia lo lejos, donde en lontananza se contempla el infinito, es la ruta hacia la eternidad, aquella que para los hombres de la Ilustración sólo reposaba en la razón. El mar de nubes, caótico y anárquico, es visto con desdén por la mente que puede y quiere imponer el orden y el rigor como vía hacia el progreso inveterado y la felicidad perpetua. La soledad de este hombre es la misma del intelectual, del genio, del poderoso; es el precio de la diferencia inherente a la elevación sobre los demás humanos. Allí, no obstante, este hombre solitario se siente vulnerable. Lejos de la compañía de los suyos, del reconocimiento de los que considera inferiores, sólo tiene al éter por testigo de su supremacía; sin su correlato dominado, el dios deja de ser dios, y pierde arrojo el héroe más valiente. Esta es la paradoja de la razón: hacer al hombre más sabio al tiempo que lo hace menos humano. Anónimo, como el del cuadro, cuyo rostro no se percibe, con nada más que piedra y cielo para sí, ofrenda de la historia para solaz de quienes su sapiencia no podrá jamás abarcar. El caminante sobre el mar de nubes (Caspar David Friedrich; 1818). Proemio La idea de vincular la disciplina histórica con las tesis de la Crítica de la Razón Pura de Kant implica hacer una serie de aclaraciones preliminares. En primer lugar, sabido es que la Crítica se propone hacer una análisis del conocimiento humano en general, es decir, es un trabajo gnoseológico. En este orden de ideas, se hace la pregunta por la manera como el hombre obtiene conocimiento, y hace énfasis especialmente en tres formas científicas de éste: la matemática, la física y la metafísica. Si se emprende el reto de abordar con las categorías kantianas la posibilidad de erigir la historia al grado de ciencia, se impondría el inconveniente derivado del hecho que Kant no asume este propósito en la obra en cuestión. De hecho, el estatuto de cientificidad de las ciencias sociales, tan debatido aún, no es tocado por Kant en su obra por la sencilla razón de que para su época (siglo XVIII y comienzos del XIX) todavía no se hablaba de tales ciencias, las cuales apenas emergerían a partir de mediados del novecento. La tarea sería entonces asumir las conclusiones de la Crítica y aplicarlas a la historia, lo cual desde un principio ya pareciera condenado al fracaso, toda vez que para Kant sólo son arquetipos de ciencia, es decir, de juicios sintéticos a priori, la matemática y la física. No obstante, otra aclaración importante es que para la época de este filósofo no se buscaba dotar de rigor científico a la historia; las pretensiones eran otras, estas sí compatibles con las tesis de la Crítica. Con base en esto último y en segundo lugar, cabe aclarar que la época de Kant está signada por el peso específico de gran importancia que tienen las ideas de la Ilustración en toda Europa occidental. El orden social e histórico medieval venía ya horadándose desde finales del siglo XV, manifestado en hitos como la Reforma Protestante y el Renacimiento. La Ilustración sería otro capítulo en esta serie de procesos históricos que terminarían por dejar atrás el ethos feudal, caracterizado por la ascensión de la idea de razón como principio regulador de la vida de los hombres, el sometimiento a comprobación de todo cuanto se afirmara, y la apelación al pensamiento crítico y lógico-causal. En el plano de las clases sociales, los privilegios de la nobleza y el clero daban paso a la emergencia de la burguesía, y junto a ella los pequeños pero poderosos grupos de intelectuales, personas dedicadas al conocimiento racional, a la ciencia y la filosofía, que comenzaban a pulular, y que con denodado esfuerzo e inteligencia lograron encumbrarse en las esferas sociales. Entre estos círculos se afianzó la idea de una historia universal guiada por la idea de progreso (Cuartango, 2007) lineal e indetenible, sobre la base de la razón, hecha por los hombres mismos, abandonando el demiurgo religioso y la fatalidad divina. Esta idea de historia, de la que bebería Kant, contrasta fuertemente con su predecesora, dominada por el ideal cristiano de culpa y redención. Finalmente, debe destacarse que Kant sí se preocupó por la historia en sí misma, a pesar de no haberla tratado en extensión en sus trabajos gnoseológicos. Entre las dos ediciones de la Crítica, de 1781 y 1787, el filósofo de Köenigsberg publicó pequeños opúsculos que abordan el tema de la historia, muy conectados con el espíritu de aquellos tiempos. De manera particular se destacan la Respuesta a la Pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, donde deja clara su posición intelectual frente a la ya mencionada idea de la razón como fundamento social e histórico de la humanidad (Kant, 2004), y sobre todo su Idea acerca de una Historia Universal desde el Punto de Vista Cosmopolita, ambos textos de 1784. El título de esta última obra ya es muy claro en cuanto a la pretensión de Kant con respecto a la historia, y no es más que la búsqueda de una disciplina o vocación histórica que trascienda los límites de la particularidad regional; una historia de la humanidad en épocas en que ésta se prestaba a alcanzar sus máximos grados de prosperidad y felicidad, de acuerdo con el pensamiento de aquellos años (Ibídem). Sin embargo, puede verse que los principios que guían las opiniones de Kant sobre la historia en estos trabajos no distan en absoluto del tono general de sus demás obras (Hernández, 1978), aunque allí la aborda más en sentido epistemológico, mientras que de lo que se trata aquí es de asumirla en su sentido gnoseológico, de acuerdo con lo expuesto en la Crítica. Así pues, el abordaje de la historia desde la Crítica de la Razón Pura implicará que se analice cómo ésta se aprehende y organiza perceptualmente a partir de las intuiciones puras trascendentales de la mente en un primer momento, para luego elevarse conceptualmente con base en las categorías analíticas, y finalmente postular cuáles serían los límites de semejante forma de conocimiento, manifestados a manera de antinomias. De esta forma se lograría hacer un abordaje de la historia como ejercicio y disciplina a partir de los postulados gnoseológicos de la Crítica. Como elemento introductorio, vale la pena hacer un breve comentario sobre lo que Kant afirma acerca de los juicios en filosofía en la introducción de la Crítica. Allí el filósofo distingue entre dos clases de juicios: “los juicios analíticos (los afirmativos) son pues aquellos en los cuales el enlace del predicado con el sujeto es pensado mediante identidad” (Kant, 1991, p. 31). Por otra parte, “aquellos empero, en que este enlace es pensado sin identidad, deben llamarse sintéticos” (Ibídem). Lo anterior quiere decir que toda forma de conocimiento posee uno de estos dos tipos de juicios; los primeros hacen alusión a una afirmación cuyo predicado ya está contenido en el sujeto (como cuando se dice que un triángulo tiene tres lados), y los segundos son también llamados juicios de la experiencia. Los primeros son universales mas no agregan conocimiento nuevo, mientras que los segundos son extensivos pero contingentes. Kant postula que la verdadera ciencia debe producir juicios que sean a la vez universales y que agreguen nuevo conocimiento, que denomina juicios sintéticos a priori. Dichos juicios están presentes en la física, al decir por ejemplo que su proposición sobre el concepto de materia “no es, por tanto, analítica, sino sintética y, sin embargo, pensada a priori. Así también en las demás proposiciones, que constituyen la parte pura de la física” (Ibíd., p. 35). Algo similar dirá acerca de la metafísica, pero como se verá más adelante, ésta no puede devenir ciencia al no tener sustento empírico. Para el caso de la historia, que es el que interesa aquí, habría que decir de entrada que sus proposiciones, esto es, sus formas de conocimiento, se ajustan a los parámetros de los juicios sintéticos, es decir, de aquellos obtenidos a partir de la experiencia, del contacto de los sentidos con el mundo. Por supuesto es cierto que para captar dichos juicios se requieren de elementos a priori, pero sus proposiciones no contienen el predicado en el sujeto, ergo no pueden ser universales. Cuando se dice: la batalla de Maratón ocurrió en el año 490 a.C. (Krentz, 2010), del predicado no puede deducirse el sujeto, por ende dicho juicio son es analítico, sólo sintético. Estética Trascendental y Acontecimiento Histórico El primer momento identificado por Kant en lo que respecta a su teoría general del conocimiento es llamado estética trascendental. El término estética se remite a su raíz etimológica, que se refiere a la idea de sensación, por ende la estética trascendental alude a la forma cognitiva de las sensaciones: “a la ciencia de todos los principios a priori de la sensibilidad, llamo yo Estética trascendental” (Kant, 1991, p. 42). Dichas sensaciones son estímulos desorganizados que recibe el cuerpo del sujeto cognoscente en su contacto con el mundo circundante, y cuya vía fundamental son los sentidos. Así las cosas, las sensaciones son captadas por el sujeto con base en su experiencia. No obstante, y en esto radica la diferencia entre Kant y sus predecesores empiristas, lo que posibilita que dichas sensaciones devengan una forma superior de conocimiento, esto es, por el momento, percepción, es el hecho de que el ser humano está dotado de una mente que le permite organizar los estímulos exteriores y procesarlos en forma de conocimiento. Para ello, la mente cuenta con lo que Kant denomina las formas puras de la intuición, o las intuiciones puras, las cuales son a priori, es decir, no pasan antes por los sentidos, sino que le vienen dadas al hombre de forma innata. Estas intuiciones puras corresponden a las sensaciones de espacio y tiempo, condiciones de posibilidad de todo el conocimiento, ya que permiten organizar los estímulos con base en las coordenadas de espacialidad y temporalidad. “En esta investigación se hallará que hay, como principios del conocimiento a priori, dos puras formas de la intuición sensible, a saber, espacio y tiempo” (Ibídem). De esta forma, un estímulo no se limita simplemente a violentar los sentidos del sujeto, sino que se enmarca en un contexto espacio-temporal que le permite trascender al ámbito de la percepción. Así pues, todas las sensaciones que componen un día soleado son simplemente estímulos desorganizados, y sólo devienen percepción cuando el entendimiento humano los organiza con base en las condiciones de espacio y tiempo en que dichas sensaciones se dan, lo cual permite hablar de, y aprehender la noción de día soleado. Quepa agregar aquí que la experimentación que implica entrar en contacto con los estímulos exteriores no se queda en la mera contingencia de la que hablaban los empiristas, negando de paso la posibilidad del conocimiento acumulativo y transmisible, sino que deviene general y necesaria cuando se sustenta en las ya citadas intuiciones puras que por ser a priori y encontrarse en la mente de todos los seres humanos, dan paso a la posibilidad de la universalidad. Así las cosas, la mente deja de ser esa tabula rasa o esa “cera pasiva” que simplemente recibía datos exteriores, para convertirse en agente activo del proceso de conocimiento, con lo cual cobra sentido la denominación de “giro copernicano” de la teoría de Kant. Ahora bien, tratando de llevar estas tesis al campo de la historia, habría que decir que la analogía sería válida si se considera que los llamados estímulos desorganizados que constituyen la fuente del conocimiento, y los cuales son organizados por las intuiciones de espacio y tiempo a manera de percepción, corresponderían a los datos históricos aislados y dispersos a lo largo y ancho del orbe y en diversidad de épocas. Así pues, el ejercicio perceptual estaría dado por la organización de dichos estímulos o datos en términos de tiempo y espacio, para de esta forma lograr el relato de un acontecimiento histórico coherente y bien definido. De esta forma, los datos accesibles sobre la batalla de Maratón (Krentz, 2010), los cuales se encuentran en textos anecdóticos o informes orales transmitidos por varias generaciones, forman los estímulos desorganizados que en un primer momento no son susceptibles de constituir un relato cohesionado y claro sobre un acontecimiento histórico. Una vez se ha conseguido hilar espacial y temporalmente la pléyade de estímulos o datos referentes al mismo fenómeno, ahí sí puede darse paso a la concatenación del acontecimiento, el cual corresponde a la percepción de la batalla de Maratón en este caso. El número de hombres por bando, las armas utilizadas, las bajas, los diversos escenarios de confrontación como el frente de batalla, la retaguardia, los cuarteles generales, el teatro general de confrontaciones, la topografía del lugar del enfrentamiento, las condiciones climáticas, la duración de las hostilidades etc. hacen parte de los datos o estímulos que antes de organizarse por el entendimiento no constituyen en realidad ninguna relevancia histórica. Sólo después de categorizarse espacio-temporalmente pueden ser dignos de denominarse acontecimiento histórico, al que después de hecho esto se le puede dar el nombre de batalla de Maratón. Nótese que la coherencia del relato histórico pasa por tomar los estímulos previamente mencionados y darles una debida ubicación con base en las intuiciones de tiempo y espacio, lo cual permite percibirlos como parte de un mismo acontecimiento que ocurrió en un mismo momento y lugar de la historia. Sin el carácter trascendental, esto es, relativo a las formas del conocer, de tales intuiciones puras, aquellos datos no pasarían de ser eso, estímulos dispersos sin ninguna posibilidad de percepción ni de constitución de un relato histórico que puede transmitirse de unas generaciones a otras. Analítica Trascendental y Hecho Histórico Siguiendo la línea argumental de Kant, el segundo momento de su Crítica corresponde a la lógica trascendental, en la que, a diferencia de la lógica formal, no se busca sólo indagar por la veracidad de formulaciones abstractas con base en el principio de no contradicción, sino que se aborda el contenido de los juicios a partir de su fuente y validez objetiva: la lógica general hace abstracción […] de todo contenido del conocimiento, es decir, de toda referencia del conocimiento al objeto […]. Ahora bien, así como hay intuiciones puras y empíricas […], así también podría hallarse una distinción entre un pensar puro y un pensar empírico de los objetos. En este caso, habría una lógica en la cual no se hiciera abstracción de todo contenido del conocimiento (Kant, 1991, p. 60). Dicha lógica tiene a su vez dos subdivisiones, correspondientes a la analítica y a la dialéctica trascendentales. La analítica trascendental pretende mostrar cómo se pasa de la percepción a la concepción por medio de la transformación de los fenómenos en objetos de conocimiento, posibilitado esto por las categorías puras del entendimiento: “llámense […] conceptos puros del entendimiento, que se refieren a priori a objetos, cosa que la lógica general no puede llevar a cabo” (Ibíd., p. 70). El conocimiento no puede limitarse exclusivamente a la organización de las sensaciones por medio de las intuiciones puras, puesto que su carácter sería completamente pasivo. Dado que el conocimiento humano es un agente activo, constructor de realidad, el siguiente momento significa un salto cualitativo en cuanto se trasciende el mero fenómeno experimentado subjetivamente, y se llega a concebir un objeto de conocimiento que, valga la redundancia, es precisamente objetivo, es decir, distinto del sujeto cognoscente. Como ya se dijo, el llamado “giro copernicano” consiste en que, a diferencia de lo que se creía anteriormente, lo que se conoce del objeto es puesto por el hombre en él; así, las categorías del entendimiento son elementos a priori del conocimiento humano puestas por el sujeto en el objeto, con lo cual éste es susceptible de conocerse. Pero ahora se posibilita además la universalidad de dicho conocimiento, toda vez que se pasa de la diversidad de percepciones de la estética trascendental a la unidad del mundo que implica la analítica trascendental, precisamente porque la concepción objetual va más allá de cada sujeto cognoscente y se eleva a la categoría de realidad dada. Sabido es también que Kant se detiene en el análisis de la física como arquetipo de ciencia que reúne dichas características, dejando por fuera los demás órdenes del discurso científico. No sería justo endilgare a Kant una inclinación hacia el positivismo, puesto que para el momento de desarrollo de su teoría no existía algo que se conociera como ciencia social. Sin embargo es previsible que dichas ciencias permanecieran fuera de su sistema, ya que aun la biología no logró el estatuto epistemológico capaz de cumplir las expectativas de universalidad exigidas por Kant, pero esto sólo puede darse en el campo de la especulación. Por otro lado, esto no quiere decir que no sea posible constituir un cuerpo de conocimientos con cierto grado de universalidad que, si bien no alcance a estatuirse como ciencia, sí tenga un grado de generalidad y verosimilitud suficientes para elevarse al rango de disciplina. El hecho de que Kant no buscaba constituir una ciencia de la historia está fuera de discusión; de lo que trata simplemente es de observar cómo la teoría del conocimiento por él propuesta funciona en lo que respecta al conocimiento de los sucesos pretéritos. El estatuto de cientificidad de la historia es un debate de años posteriores; aquí de lo que se trata es de ver la coherencia de sus postulados con la idea de progreso predominante en dicha época (Cuartango, 2007). En el caso de la historia, la analítica trascendental puede funcionar, y de hecho funciona, en la medida que los estímulos históricos devenidos fenómeno o percepción, aquí denominados acontecimiento histórico, trascienden al plano de la constitución objetual por medio de las categorías puras del entendimiento que Kant postuló con base en los tipos de juicios identificados por él. Esto quiere decir que la constitución de objetos históricos, o hechos históricos, como se los denominará de ahora en adelante, pasan por la organización de los acontecimientos históricos en categorías tales como unidad, pluralidad, totalidad, realidad, negación, limitación etc., las cuales se organizan en cuatro grupos de tres categorías, de acuerdo con los principios puros del entendimiento a saber: cantidad, cualidad, relación y modalidad. El carácter a priori de estas categorías y principios está dado, según Kant, por el hecho de que éstos son concluidos a partir de los juicios, los cuales para Kant son equivalentes a conocimiento. Así pues, identifica doce categorías correspondientes a doce tipos distintos de juicios o formas de conocimiento. Son precisamente estas categorías las que son puestas por el sujeto en el objeto, y no al revés como pensaban los empiristas. La validez objetiva de tales categorías se ofrece con base en lo que Kant denomina la deducción trascendental, la cual muestra que la diversidad de percepciones de la estética trascendental deviene unidad de mundo en la analítica trascendental, que a su vez es formada por la conciencia de los hombres, ya no individualmente, sino de forma colectiva. Siguiendo con el ejemplo de la batalla de Maratón, la elevación a concepto con base en las categorías y principios puros del entendimiento permite organizar las percepciones o acontecimientos históricos en cuestión, correspondientes a cada sujeto que decida emprender por su cuenta el estudio de tal suceso a partir de los datos históricos que tenga a mano, y convertirlas en un único hecho histórico, una sola concepción, un objeto definido de conocimiento que será referente general para todos los sujetos interesados en informarse sobre él. Así pues, la diversidad de datos sobre el acontecimiento convergen en un único relato, en el que queda claro que hacia el año 490 antes de Cristo se enfrentaron un contingente de atenienses y algunos aliados contra los ejércitos persas, llamados medas por los griegos (de ahí el nombre de la guerra –las guerras médicas), confrontación que se libró cerca de Atenas, en los campos de Maratón, que fue ganada por los atenienses y terminó siendo decisiva para su victoria en la guerra y la conservación de la civilización griega antigua (Krentz, 2010). Esto es posible debido a la aplicación, hecha sobre el telón de fondo del acontecimiento histórico, de elementos como sustancia y accidente, causa y efecto, acción recíproca, posibilidad, existencia, necesidad y demás categorías puras, organizadas en principios igualmente puros. La unicidad de este relato es posible gracias a que la mente humana está dotada de entendimiento, el cual a su vez está constituido por las categorías puras, que forman los principios puros y que finalmente permiten constituir un hecho histórico como el aquí narrado. Sabido es que existen divergencias en este y en otros hechos históricos, pero éstos son menores en la mayoría de los casos y no alteran la esencia e inteligibilidad del mismo; además, como ya se dijo, la historia no se concibe como una ciencia exacta, como sí ocurría con la física. Queda claro, con base en lo anterior, que no es posible, como sí lo es en el caso de la física, encontrar leyes universales en la historia, aunque sí podrían llegarse a constituir generalizaciones plausibles. Dialéctica Trascendental y los Límites del Conocimiento Histórico Hasta aquí iría la constitución de la disciplina histórica a la luz de la analítica trascendental, con el apoyo fundamental de la estética trascendental. No obstante, es de anotar que todo lo dicho hasta aquí, esto es, toda la historia que de esta forma pueda construirse, está sustentada estrictamente en la experiencia, de modo tal que no puede concebirse historia alguna por fuera de sus límites, de forma metafísica. La reconstrucción de los hechos históricos debe ajustarse necesariamente a todo aquello que puede experimentarse, lo que no quiere decir que se anule la posibilidad de la disciplina histórica al no poder regresar en el tiempo, sino que simplemente toda afirmación de hechos pasados debe contar con su respectivo soporte empírico, rigurosamente vinculado con el hecho histórico en cuestión. En el ejemplo aquí citado, los relatos de historiadores antiguos como Heródoto entre otros, sumados a evidencia arqueológica y otras investigaciones complementarias, permiten afirmar con un alto grado de verosimilitud que la batalla de Maratón efectivamente ocurrió en las condiciones de tiempo y lugar que se referencian. Cuando no se puede entregar evidencia fidedigna sobre un supuesto hecho histórico, esta disciplina está en la obligación de aclarar que todo lo que se afirme al respecto está en el mero plano de la especulación. De esta forma, el discurso histórico alcanzaría un grado de confianza tal que sería digno de respeto por parte de la comunidad académica y la población en general, aun cuando no sea susceptible de construir leyes universales. En el apartado denominado dialéctica trascendental, Kant se refiere a ese tipo de conocimiento especulativo que pretende transgredir los límites de la experiencia posible, y elevarse hasta las alturas de la metafísica. En contraposición a los fenómenos, los cuales son la apariencia de las cosas, y es sobre lo que versa la mente humana, lo que el hombre puede conocer, el filósofo denomina noúmeno a aquello que constituiría la cosa en sí, esto es, la forma real y esencial de las cosas antes de que el hombre las conozca. Pero por más que el ser humano se esfuerce, no es posible llegar a conocer dicho noúmeno, toda vez que éste escapa a la experiencia. Kant es categórico en afirmar que no puede haber ciencia sin experiencia, por lo que la metafísica no puede constituirse como tal. Sin embargo dedica unas cuantas líneas de su estudio a mostrar cómo tales elucubraciones abstractas pueden guiar la ruta del pensamiento: “la dialéctica trascendental se contentará, pues, con descubrir la ilusión de los juicios trascendentales e impedir al mismo tiempo que esta ilusión engañe” (Kant, 1991, pp. 167-168). Es esto a lo que Kant llamó las ideas, en el sentido platónico del término, producto a priori de la razón. El intento contumaz de elevar estas ideas al rango de ciencia sólo llevaría a antinomias irresolutas, las cuales analiza Kant en el apartado denominado De los Raciocinios Dialécticos, los cuales consisten en tres: el alma, el mundo y Dios. Interesa aquí detenerse en el segundo de ellos por su relación con la historia. Kant analiza el mundo con base en cuatro antinomias, correspondientes a los principios puros del entendimiento, todas ellas formadas por una tesis y su correspondiente antítesis: “la antinomia de la razón pura pondrá ante los ojos los principios trascendentales de una supuesta cosmología pura […], no para hallarla valedera y apropiársela, sino […] para exponerla en su ilusión deslumbradora, pero falsa” (Ibíd., p. 197). La primera de estas antinomias es la de cantidad, cuya tesis afirma que el mundo tiene un comienzo en el tiempo y un límite en el espacio, pero su antítesis muestra que no es posible pensar el comienzo en el tiempo porque el origen de éste sería vacío y no podría dar origen a nada, algo similar a lo que ocurre con el espacio, cuya expresión huera no podría suponer el límite del mundo. En relación con la historia, sería imposible pensar un origen único del relato del pasado, dado que éste no podría partir de la nada, pero al mismo tiempo no podría concebirse relato histórico sin origen. La segunda antinomia es la de cualidad. Consiste en identificar la contradicción entre el carácter simple o compuesto del mundo. Aquí se supone que todo lo complejo deriva de lo simple, pero entonces esto último tendría que ocupar un lugar en el espacio, en cuyo caso ya no sería simple. Para efectos de la historia, una cadena de acontecimientos, como elementos que constituyen un hecho histórico compuesto, deberían ser por lo mismo simples, pero su evidente ubicación en el espacio los convierte en elementos no simples, ergo contradictorios en sí. La antinomia de la relación versa sobre la libertad del mundo en lo que respecta a la causalidad de las cosas que en él ocurren. La tesis sustenta dicha libertad causal, mientras que la antítesis lo refuta diciendo que todo ocurre según leyes naturales, luego no habría libertad. Este asunto toca uno de los puntos neurálgicos del relato histórico, sobre todo, con efectos posteriores, en relación con el pretendido estatuto de cientificidad de la misma. Si la idea es concebir una ciencia de la historia, una mirada ceñida a los postulados kantianos llevaría a imaginarla como un relato sujeto a leyes universales, pero esto iría en contravía del carácter volitivo de los hombres, quienes en últimas son los que hacen la historia. Por otro lado, pensar en una total voluntad humana en su devenir histórico implicaría una imposibilidad orgánica de construir relatos coherentes del pasado, con secuencialidad y recurrencia; en últimas, no constituirían ni siquiera una disciplina, sino simplemente un ejercicio de escritura referente a anécdotas y vivencias particulares. Finalmente, la antinomia de modalidad sugiere que hay una contradicción entre la existencia de un ser necesario en el mundo. La tesis sostiene que dicho ser necesario realmente existe y que además es el agente causal del mundo, mientras que la antítesis afirma que no existe, lo que eliminaría la idea de una causa sin momento precedente. Los efectos de esta antinomia para la historia son similares a los de las contradicciones de cantidad y relación; la dificultad de pensar un relato histórico sin una causa originaria, y la de pensar dicha causa como algo absoluto, sin que haya nada que la origine (Ibíd.). De lo anterior se desprende que, si bien la historia incurre en todas las antinomias sobre el mundo que Kant planteó, no quiere esto decir que esté imposibilitada para constituirse en disciplina con la capacidad de realizar generalizaciones plausibles sobre el pasado de la humanidad y sus civilizaciones. Más bien, el análisis kantiano de la historia en lo que respecta a la dialéctica trascendental muestra que con la mencionada disciplina no se pueden cometer los mismos errores que comúnmente se llevan a cabo con otras ciencias, y en particular desde determinadas corrientes de pensamiento, al suponer un estatuto epistemológico basado en conjeturas ilusorias, no sustentadas empíricamente y sin ningún asidero en lo verificable, o lo que es lo mismo, una historia metafísica. Por el contrario, Kant permite fortalecer a la historia y alejarla de estos devaneos quiméricos que pretenden descubrir leyes y principios universales donde sólo hay contingencia y azar, y a la inversa, privarla de la posibilidad de generalización y armonía al mostrarla simplemente como un compendio, a lo sumo interesante pero jamás riguroso, de anécdotas y hechos curiosos. Epílogo De esta forma se cierra este recorrido por la obra de Kant y su relación con la historia. El mérito enorme de Kant ha sido el de concluir un largo y enconado debate filosófico sobre la teoría del conocimiento, que había llevado a algunas de las mentes más preclaras del siglo XVIII a radicalizarse en torno a las posturas empirista y racionalista, a definirse ora por la supremacía de la experiencia, ora por el predominio de lo innato. El despertar kantiano del sueño dogmático frente a ambas posturas significó a su vez el alumbramiento para todo el mundo pensante en relación con la manera como el hombre se conecta con su entorno y lo aprehende significativamente. Su vínculo con la historia como ejercicio intelectual no fue de indiferencia; al contrario, se mostró muy activo y lanzó, tal vez de manera prístina, la pregunta fundamental sobre el asunto: ¿puede llegar a constituirse una historia universal? Aunque muy poco explorado, su aporte en la Crítica de la Razón Pura puede arrojar luces frente a dicho cuestionamiento, el cual, en las condiciones de aquel momento para el filósofo, quedó legado a las generaciones siguientes. También es conocido el compromiso de Kant con el espíritu de su época, su acompañamiento denodado a la generación europea ilustrada, de la Aufklärung alemana, y fue a su vez un áulico entusiasta del despertar de la humanidad en la razón. Su idea cosmopolita de historia está ligada profundamente a la idea de progreso que es inherente al espíritu ilustrado de su época, a la búsqueda ilimitada de la felicidad humana. Pero dicha idea choca con el rigor de sus sistema, con la escrupulosidad de sus aportes filosóficos que no dejan espacio a la especulación etérea ni al automatismo simplista. Entre ambos mundo se debate Kant, entre la idea sempiterna de progreso sin freno y la inflexibilidad que exige la ciencia moderna. Mientras recibía las noticias provenientes desde Francia, en pleno fragor revolucionario, Kant quizá soñaba, como el personaje retratado por Friedrich, con el futuro allende el mar de nubes, ubicado impertérrito en el pico más alto. Pero al mismo tiempo, enclaustrado en la pequeña Köenigsberg de la que nunca salió, similar al Fausto de Goethe, tal vez temía por los peligros que acarrea la ensoñación sin fundamento que implica la tiranía de la razón absoluta. Así, Kant está representado tanto en la solidez de esas montañas de su pensamiento, como en la levedad de las nubes que cubren el horizonte de aquel cuadro. Sturm und Drang como el romanticismo de su nación, carne y piedra como diría Juan Ramón Jiménez, así se presenta Kant, mientras su efigie eterna se eleva por los arcanos del pensamiento en medio de su estricta cotidianidad. Referencias Cuartango, R. (2007). Filosofía de la Historia. Barcelona: Montesinos Editor. Hernández de Alba, G. (1978). La Historia en la Filosofía de Kant. Ideas y Valores, 51-52, 7592. Kant, E. (1991). Crítica de la Razón Pura. México D. F.: Editorial Porrúa. _______ (2004). Filosofía de la Historia. La Plata: Terramar Ediciones. Krentz, P. (2010). The Battle of Marathon. New Haven and London: Yale University Press.