Comprendí finalmente que la literatura es un lugar al que siempre recurres, que siempre hay tiquetes que nos llevan a diferentes lugares, pero jamás conocemos el mismo abrazo, deseo, o inspiración. Y entonces me sentaba allí, junto a esa ventana, esperando a que este libro llegara, por fin, a contarme el por qué las palabras son tan regocijantes. Comprendí además, que las tardes en silencio eran el sombrero para vestirse de letras. Y anduve tanto tiempo, tantísimo tiempo en mi vida, sentada en ojos que no eran letras; allí jamás volví a habitar.