Subido por Cami Toloza Vorpahl

VINAS-Y-TONELES-DEL-ITATA FINAL

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más antigua y oculta del país. Con más de 500 años de vocación productiva, heredada de las misiones
jesuitas instaladas en diversos puntos de la zona, sus habitantes continúan reeditando dinámicas de fuerte
contenido identitario, a partir de la elaboración artesanal de mostos y el cultivo de añosas cepas como la
Moscatel de Alejandría y la uva País. La investigación propuesta y materializada en este fotolibro aborda la
complejidad de elementos materiales y simbólicos que coniguran el patrimonio cultural de este territorio
y su gente, mediante la recuperación de una memoria oral en torno a la producción del vino pipeño, hasta
ahora invisibilizada y relegada a sobrevivir en los márgenes de la Historia vitivinícola nacional. Se trata de
un recorrido visual y textual en el que se funden arquitectura, tecnología, oicios y saberes ancestrales que
suman siglos de tradición, y que merece ser difundida y valorada.
PATRIMONIO, MEMORIA E IDENTIDAD EN LA PRODUCCIÓN DEL VINO PIPEÑO.
El Valle del Itata, enclavado en el secano costero de la provincia de Ñuble, cobija la tradición vitivinícola
VIÑAS Y TONELES DEL ITATA
VIÑAS Y TONELES DEL ITATA. PATRIMONIO,
MEMORIA E IDENTIDAD EN LA PRODUCCIÓN DEL VINO PIPEÑO.
Viñas y toneles del Itata.
Marcela Bahamonde Zamorano
Paula Mariángel Chavarría
María Victoria Hernández Aguilera
1
Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Primera edición impresa
Tomé, 2016
ISBN:
Registro de Propiedad Intelectual:
Investigación:
Marcela Bahamonde Zamorano
Paula Mariángel Chavarría
Fotografías:
María Victoria Hernández Aguilera
Archivo fotográico Universidad de Concepción
(Pág:80, 83, 84, 85)
Archivo fotográico familia Quezada. Guarilihue, Coelemu
(Pág: 14, 23, 30, 36, 46)
Diseño y diagramación:
Ricardo Sepúlveda Quiroz
Impresión:
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
Obra inanciada por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes,
FONDART Regional, línea Conservación y Difusión del Patrimonio
Cultural 2015, modalidad Patrimonio Cultural Inmaterial.
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Viñas y toneles del Itata.
Agradecimientos
Nuestros agradecimientos sinceros y profundos para todos quienes fueron parte de
este proceso de investigación, escritura y fotografía. De manera especial entregamos
un reconocimiento a aquellas personas que participaron directamente en los
espacios de entrevista individual y grupal, y a quienes de alguna u otra manera
colaboraron en el proyecto.
En la comuna de Ránquil:
Entrevistados: Ricardo Oliva, Paola Navarro, René Hinojosa, Manuel Soto, Joel Neira,
Joaquín Cisternas, Lucía Torres, Sergio Rivas, Carlos Grüebler, Omar Vera, Hipólito
Placencia, Germán Placencia, Gonzalo Nova.
Colaboradores: Danilo Neira.
En la comuna de Coelemu:
Entrevistados: Fernando Neira, María Cano, René Castillo, Adán Ruiz, Edmundo
Torres, Felipe Hinojosa, José Ruiz, Fabián Mora, Juana Fuentealba, Alejandro Ruiz,
Orlando Reyes, Manuel Reyes, Rosa Ruiz, Alberto Ruiz, Abel Rojas, Elsa Rodríguez,
Ahydeé Villa, Rosa Villa, Estela Romero, Jorge Fuentealba, Carlos Hinojosa, Edith
Nova, Eugenia Quezada.
Colaboradores: Valeria del Campo, Omar Fuentealba.
Otros colaboradores: Luisa Neira, Marcelo Gotelli, José del Pozo, Guido Salazar,
Archivo Fotográico Universidad de Concepción, Archivo de Cultura Tradicional
Patricia Chavarría, Archivo de la Provincia Chilena de la Compañía de Jesús, Museo
San José familia Grüebler, Corporación Social y Municipal SEMCO.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
Índice
Agradecimientos..................................................................................................................
3
Presentación........................................................................................................................
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El paisaje del vino pipeño: memoria e identidad en la coniguración........................................ 15
del patrimonio vitivinícola
Orígenes y devenir del vino pipeño en el Valle del Itata...........................................................
31
La inefable identidad del vino pipeño....................................................................................
47
El oicio de la tonelería, el arte de la madera y el valor de la oralidad........................................
67
Desplazamientos, circulación e intercambios desde el Itata.....................................................
81
Transformaciones, resistencias y adaptaciones en el paisaje del vino pipeño............................. 95
Vocabulario vitivinícola......................................................................................................... 104
Referencias bibliográicas...................................................................................................... 106
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
Presentación
El Valle del Itata es por antonomasia el territorio vitivinícola más importante de la región
del Biobío. Emplazado en la provincia de Ñuble, con una supericie de 3.735 km2, cobija
actualmente a 9 comunas y más de 80.000 habitantes que se dedican principalmente
a la producción de mostos blancos y tintos provenientes de añosas cepas, en al menos
10.500 hectáreas de lomas plantadas.
Su vocación productiva de más de 500 años de existencia reconoce sus raíces en la
conquista española, período en el cual se aianzó el cultivo de la vid y la comercialización
de chicha, vinos y aguardiente, a través de la operación evangelizadora de la Compañía
de Jesús, consolidando una población campesino-mestiza especializada y dispersa por el
territorio en pequeñas y medianas unidades campesinas. Cucha Cucha, Conuco, Perales,
La Magdalena, fueron algunas de las colegiaturas y misiones jesuitas que jugaron un rol
signiicativo en este proceso (Sánchez Andaur, 2006), y que aún pueblan la memoria de
sus actuales habitantes, constituyendo en su momento focos económico-productivos y
comerciales que sentaron las bases para la coniguración del “paisaje del vino pipeño”.
El trabajo que a continuación compartimos es el resultado de un proceso investigativo
iniciado hace ya más de 10 años en algunas comunas del Valle, motivado por la necesidad
de comprender y poner en valor esta tradición productiva como parte de un patrimonio
vitivinícola hasta ahora oculto o marginado. Más allá de su imagen como vino legendario
o ancestral, cuyas huellas materiales pudieran retrotraer al espectador a épocas arcaicas
o pre-modernas, la madurez analítica a la que hoy arribamos nos permite abordar el
vino pipeño en tanto paisaje cultural, en el que se conjugan el espacio geográico, las
coniguraciones materiales, y las representaciones y acciones humanas, dando cuerpo
a un territorio único con complejidades que denotan transformaciones, ajustes y
resistencias históricas que le dan sentido en la actualidad.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Desde allí el itinerario interpretativo al que este libro invita se sustenta en un
supuesto inicial, donde la memoria oral cobra sentido cuando se trata de procesos de
patrimonialización:
La memoria tejida en torno a la tradición del vino pipeño contribuye
a enriquecer la perspectiva del patrimonio vitivinícola nacional, en la
medida que revela a las comunidades campesino-populares de la zona
centro sur de Chile como sujetos históricos que, en condiciones de
subalternidad y marcados por un estigma de clase peyorativo, dan
cuerpo a un paisaje cultural donde se articulan y adquieren sentido el
espacio rural, la producción del vino y la identidad.
“Viñas y toneles del Itata. Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino
pipeño”, aporta entonces a la valorización de la memoria de este mosto por parte de los
habitantes de sectores como Guarilihue, en la comuna de Coelemu, y Batuco, en la comuna
de Ránquil, enfatizando en ciertos nudos o rupturas que permiten moldeamientos y
adecuaciones en su devenir, y aventurándose en un diálogo fructífero entre imágenes y
relatos, signiicaciones y materialidades, presentes, pasados y futuros.
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EL PAISAJE DEL VINO PIPEÑO:
MEMORIA E IDENTIDAD
EN LA CONFIGURACIÓN DEL PATRIMONIO VITIVINÍCOLA
Un borracho se murió
y dejó en su testamento
que lo entierren en la viña
para chupar el sarmiento.
Entre enero y febrero
pintan las uvas
y entre marzo y abril
ya están maduras.
Ya están maduras sí
uvas pintando
en los días de mayo
ya están mosteando1.
¿Por qué abordar la tradición del vino pipeño como paisaje cultural? Nuestra primera airmación sostiene
que no es posible comprender a este tipo de mosto y su ciclo productivo desde una perspectiva estrictamente
económico-productiva, y que más bien ambos se sitúan como parte indisociable de un tipo de paisaje rural en
el que se conjugan distintas dimensiones para su conformación: la naturaleza, la geografía, el espacio material
construido, la estructura social, las acciones humanas y la cosmovisión, dando cuerpo a un territorio colmado
de sentidos de vida compartidos por sus habitantes.
. Archivo de Cultura Tradicional Patricia Chavarría.
1 Cueca de la tradición
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Tal como plantea Amalia Castro San Carlos:
El paisaje cultural se entiende como resultado del desarrollo de actividades
humanas en un territorio en concreto, englobando tanto al sustrato natural
como al factor humano (con capacidad para modiicar los paisajes o como
componente en actividades económicas, formas de vida, creencias, etc.), lo que
resulta en una realidad compleja que integra elementos naturales y culturales.
(Castro San Carlos; 2014:61)
El paisaje cultural se hace explícito en un espacio geográico a través de su apropiación por parte de un
grupo humano. Allí se construyen modos particulares de relación e intercambios entre personas, productos y
saberes que lo dotan de identidad, articulando circuitos de circulación de bienes materiales y simbólicos con
otros sistemas culturales cercanos y distantes (mineros, pescadores, urbanos).
En el caso del vino pipeño se trata de lógicas centenarias de producción agrícola que maniiestan también
sentidos colectivos de mundo, relaciones y materialidades que le otorgan singularidad en el tiempo. Desde lo
inmaterial, este paisaje revela una episteme o paradigma que ilumina el modo en que se concibe la existencia
y, por lo tanto, las relaciones entre seres humanos o entre éstos y la naturaleza, respondiendo a parámetros
de explicación especíicos que se diferencian de las formas moderno-occidentales de operar. Se trata de una
cosmovisión campesino-mestiza que se sustenta en un saber-hacer organizado por las etapas que establece
el ciclo agrario para la producción de la uva y otros cultivos de la tierra, imprimiendo un ritmo circular marcado
por las estaciones del año y las labores que allí se desarrollan, expresando en ello una particular forma de
signiicar la propia vida junto a otros.
Allí también se generan conocimientos especíicos y especialidades técnicas que coniguran oicios cuya
transmisión y soporte se anclan en la oralidad y la experiencia, a través de esferas de la vida cotidiana. Se
destacan, por ejemplo, el oicio de la tonelería, vinculado con la carpintería y el trabajo de moldear madera
noble para la construcción y reparación de envases o toneles, y el zarandero, quien en el pasado destacaba
como actor primordial junto al pisador en el proceso de la vendimia:
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
El zarandeo… yo creo que en esos tiempos era muy fácil aprender, pero hoy día
es muy difícil, es muy difícil de poder aprender, porque tiene unas habilidades
y unos pasos que son propios de esa faena, podríamos decir. Bueno, si me
hacen zarandear yo lo hago perfecto, no lo he olvidado, lo que sé hacer bien
en mi vida es enyugar bueyes, colgar carretas, zarandear y pisar. Lo demás
de computación no tengo… es importante señoritas, les digo a las dos que he
podido vivir dos vidas: la vida de la carreta y la vida del automóvil. (Manuel
Soto, sector Batuco, Ránquil)
Al respecto, la investigadora en cultura tradicional Patricia Chavarría (2009) advierte que no es posible
extraer elementos parciales del mundo campesino hacia lógicas occidentales sin comprender los contextos
que dan sentido y signiicado a estas prácticas. Dicha parcialización sólo consigue recortarlas en un gesto de
asimilación, dejando fuera el motor relexivo que permite dar cuenta de la energía que las moviliza. Desde
aquí se puede comprender que en esta cosmovisión lo que atañe a los seres humanos/as está totalmente
imbricado con lo que ocurre con las demás especies y con la naturaleza en general.
En esta misma línea plantea la inexistencia de una relación jerárquica entre unos y otros, y más bien subraya
la presencia de relaciones de interdependencia y diálogo, no tan sólo entre sujetos que comparten códigos
culturales comunes sino que entre éstos y la naturaleza. Unida a esta interdependencia, la tierra se instituye
como un elemento fundante desde donde se conecta el vínculo con lo celestial. Cada actividad cotidiana se
encuentra colmada de ritualidad y el ámbito de lo festivo atraviesa actividades domésticas, públicas, sociales y
económicas donde el sentido de comunidad se deja traslucir de manera permanente. El testimonio en relación
a la trilla entregado por Manuel Soto, viñatero y agricultor del sector de Batuco en la comuna de Ránquil, es
decisivo al respecto:
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Como que es muy bonito, me excita llegar a esos recuerdo de cuando estábamos
en las trillas. En las trillas tiene que ser destacado, quien correteaba animales
era un hombre destacado y yo fui uno de esos. Tengo aquí una muestra de las
bestias, unas patadas. La bestia que patea es la que va a la orilla de la estaca,
ya uno le ve las orejas que empiezan a levantarse de a poco, y cuando ya van las
patas a levantarse, la yegua especialmente es la que patea las estacas, uno ya tiene
la canilla arriba de la montura, no me pega y si le pega va a ser descuidado…
Entonces van 10 caballos adelante y va una pareja arreando, y cuando sale la yegua
pateadora a la orilla, el compañero se la saca, se queda atrás del caballo y de acá
la trae a chicotazos hasta que se la trae con él y se la saca. ¡Es una camaradería,
un compañerismo!, y luego de acabada la trilla se dice en un decir: “vuelta de
yegua, vuelta de trigo, y un trago pa’ los amigos”. Me tiro a olvidar un poco, es
que se quedó guardado en un archivo y somos pocos los que recordamos eso, y
cuando recordamos eso ¡recordamos con harta emoción!
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Viñas y toneles del Itata.
El sentido de comunidad se expresa en lo que Fidel Sepúlveda llama “la experiencia del nosotros” y el
“habitar” en la cotidianeidad, todo ello entendido como “el ejercicio de la vocación de diálogo creador del
hombre consigo mismo, con el otro interior y exterior, con el mundo y el trasmundo”. (Sepúlveda; 2015, 244)
Junto a la cosmovisión, el paisaje cultural se expresa también de manera explícita por medio de sus huellas
materiales. Lomajes cultivados con viñas de cabeza blancas y negras dialogan con una arquitectura basada
en el barro y la teja. Cubas, fudres, lagares y pipas organizan junto a otra serie de equipamientos las bodegas
de producción. Estaciones de trenes hoy en desuso, líneas férreas, caminos y senderos esbozan las lógicas
de conectividad y transporte pasadas y presentes. “Mil bodegas”, imagen que dio vida a uno de los primeros
proyectos cooperativos vitivinícolas inconclusos del sector de Guarilihue en la comuna de Coelemu, graica la
coniguración espacial del territorio, donde en el pasado cada casa albergó una bodega para la elaboración
de vinos y aguardiente.
Ahora bien, ¿cuáles son los conlictos a los que este paisaje se ve enfrentado y de qué manera inluyen en
los actuales procesos de patrimonialización vitivinícola? Avanzando en los elementos que direccionan nuestro
enfoque a lo largo del itinerario investigativo desarrollado, identiicamos un paisaje cultural en tensión,
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donde las relaciones de poder construidas sitúan a este mosto tradicional en condiciones de inferioridad,
atribuyéndole un estigma de vino de mala calidad destinado a saciar el apetito alcohólico de las clases pobres
o los mal llamados “rotos”, marginando su aporte histórico y cultural en relación a la tradición vitivinícola
nacional.
Bajo este escenario, reconocemos en la construcción discursiva oicial narraciones hegemónicas que
invisibilizan un paladar con memoria y que reducen la riqueza cultural y patrimonial de las comunidades
viñateras campesinas a simples manifestaciones productivas en franco retroceso, en las que se superpone un
contexto de desarrollo guiado por el mercado y donde los fundamentos del ciclo agrario, como parte de una
cosmovisión que colabora en la deinición de este paisaje cultural, se debilitan.
Tales narraciones se materializan también en otros conlictos subyacentes que coniguran escenarios de alta
complejidad, entre los que destacamos:
Ausencia de la historia vitivinícola del territorio para construir la Historia del Vino chileno.
Al hablar del vino y su historia a nivel país, la zona central recibe una atención privilegiada,
tanto en el campo de la academia como de la enología, tomando como referencia el proceso
modernizador del siglo XIX importado desde Francia.
Secuencia de marcos jurídicos y normativos a lo largo de los siglos que debilitan la
producción familiar campesina y constriñen el funcionamiento de mercados locales y
lógicas económicas no mercantiles, representativas de las culturas campesinas.
Hitos históricos y transformaciones macroeconómicas que reconiguran el paisaje natural
y sociocultural del territorio. Entre ellos se destaca la invasión de la industria forestal,
encerrando a los pequeños productores en terrenos con mayor erosión y con cursos de
agua cada vez más exiguos, y la especulación del precio de la uva por parte de grandes
empresas vitivinícolas de la zona central.
Institucionalización de un discurso que recupera la noción de patrimonio en el campo
de la vitivinicultura tradicional, relevando los tipos de cepas y su arraigo temporal, pero
invisibilizando a los sujetos reales: viñateros, toneleros, familias y comunidades que por
generaciones han sostenido estilos productivos y relaciones socio-simbólicas que cobijan
identidades en continua reelaboración.
Pese a todo, y contradiciendo los pronósticos y derroteros economicistas actuales, es posible identiicar en
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los habitantes del Itata la existencia de estrategias y mecanismos que pueden ser leídos como resistencias
desde esta condición de subalternidad, que arrancan de una dimensión cultural y que se expresan en sentidos
de vida que no están ajenos a tensiones y contradicciones. Compartiendo las relexiones de Silvia Rivera
Cusicanqui para abordar las identidades indígenas contemporáneas (2010), podemos comprender que tales
resistencias evidencian también la acumulación de elementos dispares en medio de relaciones de fuerzas
desiguales, dando lugar a expresiones y prácticas llenas de sentido histórico que no tienden a una comunión
desproblematizada.
Tal como lo señalan las palabras de José Ruiz del sector de Magdalena, Guarilihue, en Coelemu, y de Paola
Navarro del sector de El Galpón, en Ránquil:
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Yo sigo produciendo vino aunque no lo pueda vender y me tenga que comer la
uva. Voy a seguir hasta que me muera porque esto es lo que yo sé hacer. (José
Ruiz, sector Magdalena, Guarilihue, Coelemu)
Todavía yo digo que el 90% de la gente conserva las viñas y las trabaja, la han
seguido trabajando, pero ya yo creo que a estas alturas, sinceramente, por el
cariño y por el amor a las viñas, no porque van a ganar con eso. (Paola Navarro,
sector El Galpón, Ránquil)
Las comunidades campesinas se revelan con adecuaciones y moldeamientos frente a las presiones
estructurales, sostienendo un sentido de pertenencia e identidad que pugna por no desaparecer, expresando
contradicciones y tensiones permanentes. Desde allí hablamos entonces de identidades dinámicas
actualizadas en el presente a partir de todo el sedimento de la tradición pero enfrentadas también, y en
diálogo permanente, con las fuerzas del contexto contemporáneo. Ejemplo claro del enfrentamiento de las
lógicas comprensivas hegemónicas y subalternas es la misma signiicación del vino pipeño, la que hoy día
transita por caminos distantes y encontrados. Por una parte se evidencia el levantamiento de un discurso de
corte “enológico” anclado en lo patrimonial, que recurre a la cepa y al terroir para darle sentido y favorecer su
comercialización en una botella que denote identidad, y por otra, se reconocen valoraciones tradicionales
de viñateros locales cuyos argumentos no descansan en contenidos bioquímicos o técnicos sino que apelan
a referencias subjetivas y variables (tipo de envase, estilos productivos, clima, entre otros), que imposibilitan
ubicarlo como una certeza o categoría clara y precisa.
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Esta última deinición, caracterizada por una diversidad de rasgos que no se conciben sin su componente
cultural y regional, favorece la idea de un vino en resistencia, que elude una estabilización conceptual y por
tanto su estandarización para la apropiación foránea.
El vino pipeño… depende donde lo guarde, depende de la uva, depende el
tiempo correcto o no de fermentación de la misma en su propio producto.
(Joel Neira, sector Bularco, Ránquil)
Bajo este escenario, asumimos también la relevancia de la recuperación de la memoria oral como una
herramienta que hace posible evidenciar la otra historia, la realidad negada o marginada y que a través de
un acto comunicativo permite generar un proceso de restuaración de éstas para el reconocimiento de un
patrimonio que alimenta la propia identidad. En palabras de Fidel Sepúlveda:
Así, la memoria es presencia del pasado en el presente. Presencia del pasado
memorable. Lo memorable es lo relevante. Lo relevante es lo relevante de la
riqueza del ser. Riqueza del pasado que no ha pasado, que llega al presente
y lo pleniica. Con este pasado llegando al presente se hace patrimonio.
(Sepúlveda; 2006: 34)
Siguiendo a Le Gof (1991), entendemos también que la memoria puede ser concebida como un objetivo de
poder. De esta forma, sostiene este autor, las experiencias vividas por las sociedades en las cuales la memoria
social es principalmente oral o en las que está constituyéndose una memoria colectiva escrita, permiten
entender mejor esta lucha por el dominio del recuerdo y de la tradición. Reconocemos entonces el conlicto
de poder implícito en la escritura y por tanto la disputa por la democratización de la memoria social. Nos
situamos como parte de un imperativo prioritario por actuar de modo que la memoria colectiva sirva a la
liberación y no a la servidumbre de los seres humanos, y por dotar de contenidos signiicativos un patrimonio
que tenga sentido para sus propios protagonistas.
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ORÍGENES Y DEVENIR DEL VINO PIPEÑO
EN EL VALLE DEL ITATA
Los orígenes del vino pipeño en la región del Biobío, y en particular en el Valle del
Itata, se encuentran indisolublemente asociados a la coniguración del Nuevo Mundo,
luego de la instalación del proyecto hispano conquistador durante el siglo XVI. Espada
y cruz sentaron las bases para la adaptación de la vid en estas tierras vanagloriadas por
su fertilidad, con el in de satisfacer los deseos embriagadores de las huestes y permitir
la consumación de la ritualidad ceremonial evangelizadora.
De acuerdo al relato que pudimos recoger de Carlos Grüebler, propietario del Museo
San José en la comuna de Ránquil, las cepas primigenias de nuestro país fueron plantadas
en 1551 por el conquistador Rodrigo de Araya a petición de Pedro de Valdivia. El lugar
donde hoy se ubica el museo, y en el que aún es posible observar algunas de estas añosas
plantas, corresponde a lo que antaño fue el relevo del fuerte Ránquil, emplazamiento
integrado al Camino Real donde soldados y viajeros cambiaban animales cansados por
otros frescos, obtenían alojamiento y se abastecían de comida y licor.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
El que plantó las cepas en esta zona, desde el sur de Santiago hasta Chiloé
fue un tal Araya, Rodrigo de Araya… fue encomendado por orden de Valdivia
que plantara viñas en todas partes, sobre todo de Coquimbo al sur. Entonces
se plantó en Penco, en Talcahuano, después más tarde también cerca de
Concepción, en Imperial, etc., y la que hay aquí es la única que queda de esa
época. (Carlos Grüebler, Ránquil)
La tarea encomendada a Rodrigo de Araya tuvo raudos frutos y ya en1558 la abundancia de viñas era
reconocida por las plumas hispanas. Tal es el caso del cronista Jerónimo de Vivar, quien en su “Crónica y
relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile” reseñaba:
Hay viñas y en ninguna parte de Indias se ha dado tan buena uva como en
esta tierra; hácese muy buen vino. El primer hombre que lo hizo fue un vecino
que se dice Rodrigo de Araya... Hácese ya tanto vino que basta para esta
gobernación, y que pueden proveer a otras partes. (de Vivar; 1966:121)
Los años coloniales venideros situaron a la región como una zona de frontera donde se desarrollaron
dinámicas ocupacionales y económicas diferentes al resto del territorito nacional, generando procesos
particularizados de resistencia, adaptación y mestizaje. Mientras al sur del río Biobío se reorganizaba el sistema
de vida mapuche, el resto del paisaje regional se recompuso a partir del surgimiento de la pequeña propiedad
campesina en manos de soldados del ejército Real y de la reciente población criollo-mestiza, permitiendo
con ello la conformación de localidades estratégicas como Coelemu, Portezuelo, San Rafael, entre otras,
sustentadas preferentemente en la producción triguera y vitivinícola (Bengoa, 1990; Stewart, 2015).
Un rol preponderante en este proceso lo asumió la Compañía de Jesús, quien en un lapso de 174 años
consolidó un sistema productivo en base al cultivo de la viña, el olivo y el trigo, por medio de la instalación
de colegiaturas y misiones en diversos puntos de la región. Amparados en la mano de obra esclavizada,
alcanzaron a ser catalogados antes de su expulsión en 1767 como los productores del mejor vino del reino,
especialmente en la zona del Itata donde se albergaban las producciones más apreciables y de mejor calidad
(Del Pozo, 2014; Stewart, 2015).
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Para el siglo XVIII el territorio ya contaba con una sistema vitivinícola de amplia extensión territorial y
altos niveles de producción, caracterizado por la existencia mayoritaria de pequeñas y medianas unidades
campesinas. Tal como airma José del Pozo en su obra “Historia del vino chileno”:
En gran medida, la producción de vino en la región penquista se efectuó por
obra de cientos y miles de pequeños propietarios, muchos de ellos soldados
dados de baja, que recibieron mercedes de tierras cerca de los fuertes, en
premio por sus servicios en la región de la frontera con los mapuche, desde
ines del siglo XVII y especialmente durante el XVIII. (Del Pozo; 2014:22)
La circulación de los brebajes locales durante la colonia coniguraron un mercado vinícola de amplia
extensión territorial, basado no sólo en las demandas de la población española ya instalada y la reciente
vecindad mestiza, sino también en el apetito embriagador de la población mapuche insurrecta, alcanzando un
reconocido protagonismo en trueques y conchavos, generando incluso la prohibición de su comercialización
por parte de la Corona.
Más allá de los avatares de la guerra de Arauco y la posterior guerra de la Independencia que modiicó las
lógicas del mercado del vino y generó diversos vaivenes económicos en la zona, la producción tradicional se
instaló en las familias locales con un fuerte arraigo cultural, manteniendo inalteradas los tipos de cepas y las
técnicas productivas utilizadas.
El siglo XIX trajo consigo la revolución de la vitivinicultura chilena a partir de la modernización de la
agricultura. Si bien en su primera etapa la mayor parte de la producción de vino provenía de las tierras al
sur del río Maule, destacándose las provincias de Linares, Maule, Ñuble y Concepción con más de 80% de los
producción chilena, la zona centro norte fue adquiriendo creciente importancia a partir de 1865. De hecho,
parafraseando a Couyoumdjian (2006), en los inicios del siglo XX la proporción de las mencionadas provincias
había bajado a menos del 70% y para el quinquenio 1916-1920 llegaba al 54%.
El desarrollo del rubro se tradujo en la asimilación de un modelo productivo principalmente francés,
liderado por enólogos galos y familias chilenas acomodadas, que consideró la introducción de nuevas cepas
y las transformación de los antiguos sistemas productivos a través de la importación de tecnología extranjera.
De esta manera la zona central fue testigo del surgimiento de grandes viñedos liderados por la élite rural,
concentrando el poder económico y político de la naciente agroindustria del vino chileno, y aianzando un
pensamiento nacional ilustrado basado en el progreso (Tapia, 2015).
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
En la zona del Itata, mientras tanto, esta explosión del nuevo empresariado vitivinícola gatilló un proceso de
marginación y desvalorización paulatina de los sistemas productivos tradicionales, provocando una ruptura
no sólo material respecto de lo pre-existente sino también paradigmática. Tal vez haya sido allí donde se gestó
la identiicación generalizada del vino pipeño con el mundo de “lo popular”, de “los rotos” o, como enuncia
Gabriel Salazar (1990), “del bajo pueblo”. Coincidiendo con esta relexión, Patricio Tapia en su artículo “El yeti y
la identidad del vino en Chile”, sostiene:
Imagino que en esa época tiene que haber nacido, también, el desprecio por
el otro vino, el que había antes, el producido con uvas de moscatel o país, que
se hacía en cueros de vacas y zarandas, y tinajas y pies descalzos; el mismo que
tan de moda se ha puesto hoy”. (Tapia, Patricio; 2015: 21)
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Ante todo, la narrativa histórica sostenida por su habitantes en la memoria oral reconoce aquel proceso de
transformación como un período de rupturas y decaimiento:
Mi abuelo, mi bisabuelo y mis tíos, ustedes conocieron a muchos de ellos,
crearon esta zona como vitivinícola del sector secano costero. Mi bisabuelo
fue uno de los que tuvo las viñas, no sé si se las compró recién a un jesuita o
fue una encomienda que le dieron porque era de origen español, realista, anti
patriota… y toda esta gente estuvo siempre vinculada por las viñas, cuando
no existían las grandes viñas de la zona central, porque ahí empezó si no la
hecatombe, empezó a decaer la cuestión de aquí. (Omar Vera, sector Batuco,
Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Pero ¿qué es lo que efectivamente ocurrió durante los siglos venideros en el Valle del Itata y aquellas zonas
de secano donde el progreso tecnológico no hizo arribo? Las respuestas a esta pregunta no son fáciles de
encontrar en las plumas doctas. Sólo reseñas mínimas de historiadores e investigadores contemporáneos
permiten acercarse a las dinámicas allí acontecidas, ya que la mayor parte de la atención investigativa se
encuentra situada en los vaivenes de la industria moderna desde perspectivas diversas.
Por nuestra parte advertimos que las transformaciones acaecidas desde la segunda mitad del siglo XIX
en adelante generaron también ciertas adecuaciones al interior de las familias y comunidades campesinas
a nivel del proceso productivo, manifestándose, por ejemplo, en la introducción de nuevos tipos de lagares,
cubas y barriles, y en el aianzamiento del oicio de la tonelería; todo ello, no obstante, basado en lógicas de
reproducción propias de la oralidad y del contexto rural tradicional.
Si bien las motivaciones de este trabajo no se encuentran ijadas en la reconstrucción de una línea
histórica del territorio, conviene explicitar aquellos hitos o aspectos del pasado mayormente valorados por
sus habitantes, tanto en instancias de entrevista individual como en los conversatorios desarrollados, en la
medida que bosquejan la manera en que las comunidades han transmitido sus modos de percibir, sentir,
aceptar y reaccionar ante el paso del tiempo. Entre los hitos de mayor relevancia que se destacan en este
ejercicio de recuperación de memoria pueden mencionarse:
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Viñas y toneles del Itata.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Extensión del sistema ferroviario a través
del ramal Concepción-Rucapequén
Al igual que en el resto del país, la llegada del ferrocarril a la zona en 1916 generó importantes
transformaciones en la coniguración del paisaje local. También denominado “El Chillanejo”, este tranvía
permitió conectar las ciudades de Concepción y Chillán, articulando lujos comerciales y de intercambio en
las estaciones que lo conformaban, dando vida a pequeños caseríos que posteriormente se transformarían en
pueblos de importancia o sucumbirían en el tiempo luego de la eliminación de este medio de transporte. Entre
los primeros casos se encuentra el pueblo de Ñipas, actual capital de la comuna de Ránquil, desde donde se
transportaban vino y granos hacia el puerto de Tomé. Entre los segundos se pueden mencionar las estaciones
de Ranguelmo, Pissis, Menque y Magdalena, localidades hoy arrinconadas ante la expansión masiva de la
industria forestal.
Los vinos se iban en fudre, en ferrocarril a Santiago desde Ñipas como estación
propiamente tal, con bodega instalada. A ver, si me vengo de Concepción para acá…
Ranguelmo, Pissis, Coelemu, Magdalena, aquí el caserío que está más abajo, después
seguía Ñipas, Nueva Aldea, pero entre estas estaciones habían mucha aluencia de
pasajeros que venían de la zona del cerro, entonces por eso se formaron los paraderos
en Galpón y Guarilihue, por ejemplo. Todavía queda en Magdalena parte de eso, si
usted viene desde Coelemu, ahí ve que existe todavía una especie de plazoleta, que está
instalada sobre una supericie más alta, que está delimitada con un muro de piedra, y
ahí había una bodega donde llegaba el salitre y los insumos agrícolas, al igual que en
Ñipas. (Omar Vera, sector Batuco, Ránquil)
La apertura de las estaciones de trenes, con equipamiento suiciente para el cargamento de alcoholes, granos
y legumbres, simpliicó en algunos casos el desplazamiento de las tradicionales caravanas de carretas cargadas
con pipas. A su vez, las vías de conexión dejaron impresas en el territorio huellas materiales de preponderancia
arquitectónica y estilística, cuyo valor patrimonial hasta ahora no ha sido considerado con seriedad, además
de vívidos recuerdos que algunos de sus habitantes evocan con intensidad.
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Viñas y toneles del Itata.
En las estaciones había un vía central de circulación y unas guías adyacentes donde
quedaban los carros, donde se cargaban ya sea con vino o se descargaban insumos
agrícolas… había harta diferencia de relieves y de la bodega de arriba llenaban las cubas
grandes de 20.000, 30.000 litros. Entonces ponían unas mangueras que se pasaban
por la calle y se ponían sobre los carros de ferrocarril unos fudres grandes de madera, y
se llenaban por gravedad. En una oportunidad, un cargador de apellido Mariángel se
equivocó y echó un tren de carga por donde estaban los fudres con vinos y se reventaron.
¡20.000 litros cayeron! porque le repito que estaba listo el día siguiente para irse directo
a Santiago. Entonces, lo chocó y se reventaron los fudres y yo debo haber tenido unos 6
ó 7 años y tengo esa imagen ahora que estamos tocando el tema, la gente de guata en las
fosas tomando vino, otros como toman los caballos, como los chanchos tomando agua,
y otros con barrilitos que eran como unas pipas de 40, 50 litros de madera, como pipas
chicas, echándole vino. Yo tengo 75 años, así que estoy hablándole de hartas décadas pa’
atrás. (Omar Vera, sector Batuco, Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Reforma Agraria y redistribución de la tierra
La Reforma Agraria sitúa un cambio histórico de relevancia en la agricultura chilena. La transformación en
la propiedad de la tierra provocó otra serie de modiicaciones a nivel local, que en el caso de las comunidades
vitivinícolas del Itata se sucedieron de manera diferencial de acuerdo a la distribución que ésta tenía. El sector
de Batuco, anteriormente fundo Batuco, vivió un proceso de parcelación durante el gobierno de Salvador
Allende que sentó las bases para la conformación de la Sociedad Agrícola Batuco Limitada, hasta ahora en
funcionamiento y dedicada a la producción de vino. Hipólito Placencia, dirigente y bodeguero de la sociedad,
recuerda este período y analiza la situación actual del sector a partir de los cambios allí acaecidos.
Llegó el patrón un día por eso de la ley, yo me recuerdo que yo era cabro
chico pero daba vueltas por aquí. Entonces el señor Enzo Casanova el 22 de
marzo de 1970, por ahí más o menos, les dijo a los viejos “saben, a partir de esta
fecha yo no soy más su patrón, su presidente que eligieron dijo que ustedes son
dueños de 860 hectáreas de tierra, eso es lo que yo les voy a entregar por ley”.
Entonces, en ese tiempo eran 35 los viejos, hubieron unos que se quedaron con
el patrón y al inal quedaron 33. Después pasó primero que tasaban Batuco,
que era administrado por el Estado, ahí pasó una metamorfosis, entonces de
ahí se hizo la Sociedad Agrícola Batuco Limitada. (Hipólito Placencia, sector
Batuco, Ránquil)
En adelante, las transformaciones sufridas y la aparición de la propiedad individual a través de las
subdivisiones hicieron decaer la zona, provocando la migración de la población hacia los centros urbanos
y debilitando el trabajo vitivinícola. Las razones desde la perspectiva de Hipólito se gestan en la falta de
implicancia que los campesinos viticultores tuvieron en el proceso, coincidiendo con la apreciación de Omar
Vera del mismo sector, quien caracteriza la Reforma Agraria en Chile y especialmente en la zona secano costera
como “absolutamente pasiva”.
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Viñas y toneles del Itata.
El lema de la Reforma Agraria, que la tierra es pa’ quien la trabaja, dejó de
funcionar porque ya los viejos no trabajan la tierra, eran dueños de la tierra,
pero no la trabajaban. Porque es como cuando le digo yo “sabe qué, yo estoy
convocando guerrilleros” y viene un tipo, “toma te paso un fusil de último
modelo y anda a matar”, ¡pero qué saco con pasarle un fusil si no lo preparé
como soldado primero! Es lo mismo acá, los viejos recibieron una cantidad
de tierra, pero no estaban preparados para producirlas ni administrarlas.
Entonces, el que estaba más habiloso ganaba plata y les decía “véndeme
una hectárea, yo te la compro” y empezaban a agrandar imperio y los otros
empezaban a hundirse, así funcionó, aunque parezca dramático. (Hipólito
Placencia, sector Batuco, Ránquil)
Siguiendo la interpretación de nuestro entrevistado, el proceso de Reforma Agraria en Batuco fue liderado
por el Estado y aplicado bajo los dictámenes de las leyes de la época, sin involucrar una conciencia crítica en
los nuevos propietarios. Desde allí, lo que ocurrió fue la reproducción de lógicas de relación autoritarias y
paternalistas al interior de la familia.
Entonces Batuco empezó a irse en picá’, dejó de producir, eso fue lo peor. ¿Y
qué es lo que pasó? los “pirigües”, la generación que vengo yo habemos en este
momento dedicándonos a las viñas 5 de 40. Los hijos de nosotros prácticamente
no hay ni uno dedicándose a la viña, porque qué es lo que pasó, los viejos más
antiguos pasaron de un terrateniente a 26 terratenientes chicos. Mi papá tenía
5 hijos y ya, “vayan a trabajar hombre”, él administraba la fortuna, sus chauchas
a la cartera y los hijos se conformaban con la pura comida. Entonces los hijos
se dieron cuenta, les entró la molestia y se empezaron a ir y hay muchos casos
así aquí, de viejos que de 12 hijos están con ninguno, están solos. ¿Por qué?
porque ellos no les dieron la decidí’a, “sabe hijo yo tengo tal y tales tierras, tome
3 hectáreas, plántelas de viña, haga lo que quiera y viva de eso po’, quédese
aquí”. Entonces, ellos como habían sido tanto tiempo apatronados y ahora
tenían poder, ya “ustedes son mis hijos y mis hijos son trabajadores míos y yo
voy a ser patrón”. (Hipólito Placencia, sector Batuco, Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Transformaciones legislativas e impulso de la industria forestal
El Golpe militar es identiicado como un período de convulsiones políticas y económicas que marcaron
abruptamente las relaciones productivas al interior del territorio. La divulgación de la ley de libre comercio
extendió las posibilidades comerciales de las grandes viñas de la zona central y gradualmente comenzaron
a ingresar vinos envasados y en nuevos formatos. Paralelamente, la boniicación de la producción forestal
presionó a los campesinos a vender sus tierras, provocando migraciones y alteraciones agudas en el paisaje.
Antes se habían creado las cooperativas vitivinícolas con administración del
respaldo estatal. Después se quitó ese respaldo estatal, pasó a particulares,
por administración directa y fracasaron. Después pasó la prohibición de la
viniicación a granel, sólo aquellos que tuvieran envasadora podían vender,
nada más, o de lo contrario tenían que vender la uva o viniicarla a través
de una cooperativa, y se acabó la venta a granel que tenían los agricultores.
Ya, después se metieron las forestales con una boniicación del 75% de lo
producido sobre 2.000 hectáreas. Aquí nadie tenía 2.000 hectáreas, pero
qué pasaba, que la celulosa tenía la posibilidad de juntar 3, 4, 5, 10 predios
y se agarraban la boniicación, y así taparon y nos ahogaron con los bosques
exóticos de pinos y eucaliptus. (Omar Vera, sector Batuco, Ránquil)
La prohibición de la venta a granel propició la aparición de una nueva igura antes inexistente en la estructura
económica del territorio, el envasador, quien ocupó un lugar de intermediación entre el pequeño productor
y la cantina. Las oscilaciones del mercado bajo estas nuevas reglas del juego redujeron las hectáreas de
plantación de viñas de manera drástica y agudizaron la situación de pauperización del sistema productivo
tradicional.
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Viñas y toneles del Itata.
La zona norte no tenía acceso a vino a granel para acá y eso hacía que esta
zona pudiera vender más sus cultivos. Favorecía mucho por la sencilla razón
de que la zona grande que producía harto vino al norte no podía pasar para
acá. ¡Fue una época de oro muy linda para esta zona! Pero después las
leyes cambiaron, el 10 de abril del año 1974 cambió la ley y hubo libertad de
comercio en todo el país, y ya después se prohibió la venta a granel. Solamente
para vender a granel había que venderle a un envasador que estaba situado
en tal ciudad, en tal lugar, y ese envasador podía envasarlo y venderlo a los
más chicos que tenían sus negocios. Entonces, fue enorme la competencia
y la gente salió a vender a medida como tenían, envasó en garrafas y salió a
vender. Y qué es lo que pasó, entre ellos mismos se empezaron a hacer mal
porque llegaba uno en la mañana y le decía “¿a cómo está la garrafa?”, “yo le
voy a dar a $2.000”, por decirle, y pasaba el otro al ratito y le decía “yo se la
dejo a $1.500”. Y cuando llegó la forestal, los fundos empezaron a ver que el
negocio del vino ya no era negocio, algunos vendieron y otros empezaron a
plantar pino. (Alejandro Ruiz, sector Leonera, Guarilihue, Coelemu)
Con el paso de los años la crisis de la vitivinicultura tradicional ha vivido otras diversas experiencias que
han marcado profundamente la vida de las familias y comunidades locales. La reconversión al rubro forestal,
por ejemplo, se vio acompañada de iniciativas frustradas de fomento orientadas a la sustitución de cepas
tradicionales por cepas francesas, con graves pérdidas económicas para quienes participaron del proceso.
Igualmente, el terremoto y sus secuelas a nivel de infraestructura fueron uno de los últimos alicientes para
paralizar la producción de mostos y reducir la experiencia centenaria del trabajo vitivinícola a la recolección y
comercialización de la uva para las grandes viñas de la zona central.
De manera paradójica, en la actualidad estamos siendo testigos de un giro reciente en la mirada del mundo
“experto” hacia el vino pipeño, basado en el interés por rescatar su aporte patrimonial. Bajo este marco, el
brebaje característico del mundo popular y marginado de las mesas de la élite, vuelve a resonar a partir de su
abolengo histórico que lo conecta con la tradición hispana colonial y que ningún otro vino producido en Chile
posee. Si bien este fenómeno aún no maniiesta efectos concretos, se pueden reconocer diversas iniciativas
impulsadas desde el Estado y el mundo privado para situarlo como un mosto con tradición e identidad. Sin
embargo, creemos que es allí donde se cobija una riesgosa disociación en la que los sujetos y sus memorias
pueden nuevamente desparecer, situando al vino pipeño sólo como un producto derivado de una historia
lineal y donde el saber acumulado por las voces hasta ahora no legitimadas corre el riesgo de ser absorbido
y desmantelado. De manera contraria, esta nueva mirada podría abrir la posibilidad de recuperar un sentido
patrimonial profundo, otorgándole valor a la memoria y a las comunidades campesino-populares que han
dado vida a este paisaje durante al menos cinco siglos.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
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LA INEFABLE IDENTIDAD DEL PIPEÑO:
La verdad es que antes la tradición era hacer vino pipeño, en la antigüedad,
los abuelos. Ahora es una línea de la misma cepa pero embotellado, que ya
no es pipeño, es un pipeño siendo de otra forma. Es un vino que está más a
punto no más. La uva se saca antes para hacer el embotellado y el pipeño
se saca después. Los dos son buenos y los dos son para diferentes cosas.
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
El vino pipeño es un vino más bruto, hecho por las tradiciones, más rústico,
tradiciones más antiguas de los abuelos. Es un vino que se hace, se fermenta
con orujo y que queda más amarillo, con un sabor más gusto al hollejo, a la
piel de la uva. Ese es un vino pipeño, es un vino más artesanal, más curador,
que tiene más grado alcohólico. (Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Hay hartos que estamos haciendo del mismo pipeño tres vinos de la misma
uva, tres vinos diferentes. Se está haciendo el espumante, el vino pipeño pero
en botella ino, y el tardío para que salga en la botella tarde. Todo lo que
se hace acá es natural, lo mismo que el harvest es natural, harvest signiica
cosecha tardía. Es como cambiarle un nombre más francés, pero es el mismo
vino. (Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
3 Todas las citas de este y los siguientes capítulos referidas a testimonios locales, salvo algunas excepciones señaladas, forman parte de tres
conversatorios realizados con campesinos/as viñateros/as de las comunas de Trehuaco, Ránquil y Coelemu. El primer conversatorio se realizó en el
año 2007, en el marco del desarrollo del Programa de Escuelas de Artes y Oicios ejecutado por ONG CET SUR. Los siguientes fueron parte del proceso
investigativo que dio pie a la publicación de este libro. En esta ocasión hemos decidido no aplicar una identiicación individual a las citas de los
conversatorios, ya que privilegiamos el sentido colectivo de la construcción de los discursos que se generaron en cada uno de ellos
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
La pregunta en torno a la identidad del vino
pipeño fue tomando cuerpo a medida que nuestra
investigación profundizaba en la complejidad de
la relación entre vitivinicultura y patrimonio. ¿Qué
es exactamente el vino pipeño? ¿Cuáles son los
elementos que lo hacen distintivo? ¿Qué relevancia
tiene el tipo de cepa y el estilo productivo en su
conformación? Para responder a estas y otras
interrogantes que colmaron nuestra curiosidad
investigativa, debimos sumergirnos en diversas
fuentes de aproximación. Al poco andar, no
obstante, reconocimos que los planteamientos
de mayor coherencia y sentido eran aquellos
que provenían de las propias subjetividades de
sus creadores/as, las cuales descansaban en una
memoria compartida pero hoy enfrentada a ciertas
contradicciones.
Al hurgar en los sentidos atribuidos a este
tradicional mosto con viñateros de las comuna de
Ránquil y Coelemu, nos encontramos, por ejemplo,
con consensos y disensos que vinculaban pero no
necesariamente sumaban dimensiones bioquímicas
y culturales, otorgándole a esta construcción una
profundidad y riqueza hasta ahora desconocida
o al menos oculta. Clima, paisaje, tipos de cepa,
formas de procesamiento, sistemas de traslado y
circulación, envases, así como olor, color y grados
alcohólicos eran algunos de los aspectos relevados
al momento de identifcar al vino pipeño, los que,
al no ser presentados en un mismo orden o dentro
de una misma fórmula, permitieron aventurarnos y
sostener que este tipo de vino en tanto concepto no
poseía una delimitación estática, precisa y acotada,
que favoreciera su estandarización.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Las premisas que hasta ahora continúan sustentando esta airmación transitan por diversas veredas que
conviene precisar de manera más acabada, pero de antemano ponen en entredicho la tendencia emergente
a enaltecerlo, esta vez embotellado, aclarado, sin borra y con etiqueta, lo que en palabras de sus productores
originarios deriva en un “apitucamiento” tanto del producto como del proceso.
Tradicionalmente el vino pipeño deviene en una construcción conceptual que se sustenta en la oralidad,
en la cual se destacan no sólo aquellos aspectos del relato comúnmente compartidos por la colectividad sino
también las variaciones generadas desde la experiencia personal y familiar de cada uno de sus integrantes. En
esta clave se entienden también las lógicas propias de un sistema productivo de carácter artesanal, en el que
no existe automatización y donde cada viniicador elabora vinos con su propio sello, provocando que ningún
pipeño sea exactamente igual a otro. El saber construido desde allí se basa en la experiencia y es justamente
en esa dimensión en la que se realizan ajustes y modiicaciones, produciéndose el aprendizaje en torno al
proceso de la viniicación. El saber no se encuentra disociado del hacer, como ocurre en la lógica modernaoccidental, sino que descansa en lo que podríamos llamar un “saber practicado”.
Desde este saber, el vino pipeño obedece no sólo a una composición bioquímica sino también al proceso
en que éste se produce, siendo lo más relevante el envase que lo contiene y que le otorga su característico
apelativo. La pipa corresponde a un tipo de vasija en la que por varios siglos fue almacenado y transportado; su
identidad primaria, por tanto, se sintetiza en su frontera exterior, desfavoreciendo datos precisos respecto de
su contenido, cuya coniguración no es posible de traducir a una única propuesta de producción vitivinícola,
sino más bien deducirla a partir de los puntos de acuerdo y desacuerdo del colectivo o comunidad que lo
produce. Tenemos entonces que el consenso para nombrar a este mosto se establece en torno al contenedor
que lo delimita materialmente, dejando una huella visible a través de la cual se exterioriza su identidad.
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Viñas y toneles del Itata.
El pipeño tiene el nombre de pipeño porque se hacía un vino rústico y se
transportaba en una pipa, porque era el único medio fácil para cargar. Este se
cargaba en ferrocarril y se embarcaba en los puertos… Tomé, hasta ahí llegaba
el pipeño. Eran caravanas de carretas que pasaban por aquí. El nombre viene
por eso, por el transporte, no por el tratamiento del vino. Si bien es cierto,
tenía ciertas características propias, en algunas partes las conserva y en otros
como conversaba aquí, no, porque lo fabrican en Santiago. (Conversatorio
sector Batuco, Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
De la cita anterior extraemos también la noción de nomadismo a partir del traslado permanente del
líquido a otros puntos de destino, en este caso los puertos y los nacientes centros urbanos que en el pasado
permitieron su distribución. En este sentido la pipa ofrecía la solución adecuada a este requerimiento y, por
tanto, el vino pipeño era pensado como un producto en tránsito, siendo su condición viajera o ambulante
otra característica que permitía su deinición. Las pipas llegaban a destino, eran abiertas y el vino se consumía
rápidamente. De acuerdo a su composición, el imaginario no lo identiicaba como producto de guarda sino
más bien como un vino de uso inmediato. Las apetitos consumidores, por su parte, tampoco daban pie para
su almacenamiento durante largas temporadas.
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Viñas y toneles del Itata.
Yo me acuerdo tener que transportar vino, vendía en mi bodega un camión
de vino que cargaba 10 pipas. Después llegó un camión grande y cargaba 12
pipas. ¿Cuánto duraba una pipa de vino en una cantina o en un despacho de
vino? Un día. En un día se abrían dos pipas de vino y se acababan, eso era en
Lota, el minero, todos esos lados, Talcahuano, San Vicente, pero el minero
era el que tomaba más. Entonces la camionada de vino duraba la semana.
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
El verdadero vino pipeño, sostienen sus actuales productores, es el que se consume en el Valle del Itata y
en la zona de secano, ya que en el proceso de traslado a otros puntos de venta distantes, como es el caso de
Santiago, se le incorporan productos químicos que modiican, degradan y por tanto deterioran su calidad. Esto
le proporciona al concepto pipeño un sabor e identidad totalmente arraigados al territorio, a sus productores,
y a las grandes vasijas y bodegas que lo contienen.
Yo le dije que el vino pipeño aguanta muy poco porque aguanta mientras uno
lo tiene en la cuba y después que ya sale no puede ser pipeño, mientras lo tiene
en la cuba, acá hace un volumen, digamos 20.000 litros, pero hasta ahí sigue
siendo pipeño, después cuando uno lo compra dejó de ser pipeño, porque
ese lo arregló. Aguanta en la bodega del productor no más, sale de la bodega
del productor, lleva el nombre de pipeño pero ya dejó de ser pipeño, el que
conoció en la bodega. En Santiago se ha degenerado mucho, porque ellos
hacen vino, lo venden como pipeño, vino de Ránquil, de Portezuelo, de la
zona de Ñipas, pero ellos lo falsiican, compran los extractos, compran azúcar,
alcohol, compran la uva y hacen vino. Ellos son los grandes compradores de
la uva, porque ellos no compran vino ya, ellos compran la uva y producen el
vino a su forma, a su manera, entonces ya no vienen a comprar vino. El de acá
es puro jugo de uva, el de acá es verdadero. El otro tiene colorante, azúcar,
extractos. (Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Complementariamente, las particularidades climáticas, las características de la cuenca, el tipo de cepa y
la disposición de las viñas en los distintos espacios en que es cultivada también inciden en su deinición. En
el territorio, las variedades de cepas utilizadas para su elaboración corresponden principalmente a la Italia y
País, las que dependiendo de su ubicación y exposición al sol logran una madurez especíica que concluye en
un tipo determinado de pipeño, a partir del tratamiento realizado por el especialista. En esta diversidad de
variables se asienta la expresión de matices en los tipos de pipeño producidos que identiican micro territorios
particularizados, como es el caso de El Galpón, Batuco, Guarilihue, entre otros.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Es importante considerar que dentro de toda esta zona hay distintos tipos
de uva, no obstante son la misma variedad. Por la inluencia marítima, por
la altura a que están expuestas, por el lado donde están enfrentadas, por
la inluencia climática, y eso le da la característica esencial a la comuna de
Ránquil y en general a la cuenca del Itata. Y hablemos a la antigua, uva Italia
y negra o País y Moscatel de Alejandría pa’ los más pitucos. Es la cuenca
del Itata. Cada lugar es diferente. Por ejemplo, yo puedo tener una viña pa’
este lado y pa’l otro lado del cerro tengo viñas, este vino me sale diferente al
otro, el sabor es diferente, todo es diferente porque son de diferente lugar.
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Yo quería acotar lo que decía acá don Joaquín, de que Galpón, su zona
tenía muy buen vino ya que hacía la uva de menor grado con la de mayor
grado y le daba un vino muy homogénico. Conservaba entonces el grado y
la frescura de la uva verde, porque ahí se echaba, por decir, uva verde y uva
madura, entonces la mezcla… quedaba un vino parejo y adquiría su aroma
por la frescura y su grado maduro o sobre maduro. Yo tengo pura asoleada y
no me queda tan bueno como en el Galpón. (Conversatorio sector Batuco,
Ránquil)
Las transformaciones ocasionadas en las últimas décadas han intervenido a nivel de todo el ciclo productivo,
generando variaciones no sólo en términos del producto inal obtenido sino también en los mecanismos de
cultivo, viniicación, envasado y circulación, tensionando las miradas internas en torno a dichos procesos.
Sin duda los extractos de testimonios aquí presentados permiten ir develando dichas tensiones y dando
cuenta de los contextos en que los procesos de patrimonialización de la vitivinicultura tradicional se están
desenvolviendo.
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Viñas y toneles del Itata.
Pa’ nosotros la Italia es el pipeño, pero resulta que es la misma uva pituca que
le llaman Moscatel de Alejandría y que viene en una botella. Entonces los
procesos han cambiado, felizmente, porque si ahora nos quejamos porque los
agricultores no ganan plata por la producción de vino, peor hubiera sido si
estos vinos no se hubieran podido tratar como se están tratando, porque, con
el respeto a mis antepasados, los procedimientos no eran los más apropiados.
(Conversatorio sector Batuco, Ranquil)
Ahora el proceso de fermentación es distinto, cambia el sistema de
fermentación de la uva y permite al agricultor controlar el grado, el color,
la transparencia en el vino, incluso el sabor del vino pipeño. Se haga o no en
menor cantidad en este minuto el pipeño sigue existiendo, con la diferencia
que se le hace fermentar en su propio orujo, que es el hollejo de la uva.
(Conversatorio sector Batuco, Ranquil)
¿Qué ingredientes de los hasta ahora mencionados aquí conforman parte del espectro de contenidos a
patrimonializar? Una primera mirada indica que al parecer las inclinaciones por conceder valor patrimonial
al vino pipeño descansan en variables más bien disociadas que rescatan el terroir, el tipo de cepa y la historia
perdida en un pasado remoto. Las voces locales, sin embargo, escasean y los nudos detonadores de las
recurrentes crisis continúan reproduciéndose silenciosos en el territorio. A modo de graicar las variaciones
de mayor peso cualitativo percibidas por sus protagonistas, destacamos aquí algunos hitos del proceso
productivo que pueden otorgar profundidad analítica a las dinámicas socioculturales y económicas del
territorio. Al respecto puede entonces indicarse:
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
El cultivo de la viña:
El ciclo del trabajo de la tierra tanto en vitivinicultura como en otras vertientes de la producción agrícola
sufrieron una fuerte transformación luego de la implementación de la Revolución Verde desde la década de
los 60. El territorio del Itata, no obstante, al estar rezagado del proceso modernizador e industrializante se
mantuvo también al margen de la introducción masiva de fertilizantes y agroquímicos, integrándose recién
en la década de los 90 de manera tímida pero paulatina. Al tratarse de viñas de cabeza y de rulo, esto es, sin
técnicas de alambrado y sin requerimiento de riego, el sistema de cultivo presentaba ciertas singularidades
en su manejo, que hasta el día de hoy se aplican en buena parte del territorio. A grandes rasgos, algunas de
las tareas en dicho manejo pueden sintetizarse de la siguiente manera:
Cava: Corresponde a la limpieza que se realiza por cada una de las plantas para despejarla de la maleza.
Como en esta zona las plantas son de cabeza tienden a enterrarse en el suelo y por ello es necesario separar
la tierra que cubre el tronco de la planta. En épocas anteriores la cava y recava se realizaba con azadón, sin
embargo la mano de obra hoy en día es cada vez más escasa, dado los altos índices de migración, y tampoco
se cuenta con recursos económicos suicientes para pagarla. Si bien la tendencia de los últimos años ha sido a
incorporar mata malezas químicos, poco a poco los pastos se han vuelto también más resistentes, provocando
inconvenientes de difícil resolución para los campesinos.
Fertilización: En la actualidad la fertilización o abastecimiento de nutrientes se realiza mayormente con
productos químicos aunque a veces, incluso, esta opción se desestima debido a los altos costos económicos
que ello signiica. La fertilización de antaño se realizaba principalmente con guano de animal y luego,
con la disminución de la ganadería en la zona, se fue incorporando el boro y otros insumos químicos que
contrarrestaban la creciente erosión de los suelos.
Poda y desarmentadura: La poda se realiza en varios períodos del ciclo. El deshoje, por ejemplo, permite
que el racimo obtenga más luz y absorba mayor cantidad de sol. Este trabajo en el caso de las cepas País y
Moscatel es menor del que requieren las cepas francesas o aquellas viñas que están ubicadas en zonas de
vega y que son caliicadas como “más emboscadas”. El sarmiento, a su vez, si bien antes solía recogerse y luego
quemarse, hoy muchos lo dejan en la viña y lo utilizan como fertilizante.
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Viñas y toneles del Itata.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Algunas personas no les gusta dejar el sarmiento en la viña por las
enfermedades, otros la usan de fertilización, como abono. Sirve de cobertura
para las lluvias y mantiene la humedad también. Yo creo que si le hiciéramos
el trabajo de antes, de arar y cavarla, le estorbaría el sarmiento. Pero ahora
que le echamos líquido no nos molesta. El líquido pudre más luego la vara.
(Conversatorio sector Tauco, comuna de Trehuaco)
Arado y recorridura: Tradicionalmente la viña era arada con caballos y la recorridura se realizaba con azadón
en aquellas zonas donde el arado no llegaba. Se trata de un trabajo lento que exige mano de obra activa y hoy
el mata malezas termina siendo más económico.
Recava: Esta técnica es aplicada con mayor suavidad y se realiza en época donde ya hay follaje. Si no hace la
recava, se suele aplicar el matamalezas con mayor cuidado.
Azufradura: Luego de que el racimo ya ha asomado se aplica azufre una o dos veces dentro del período para
prevenir enfermedades como la gracilla, en la que se seca el racimo.
Lo hasta aquí descrito forma parte de lo que en general se aplica a la viña tradicional. Hoy en día, no
obstante, algunos productores se encuentran privilegiando el sistema denominado “cero labranza”, método
que propicia la recuperación de suelos, motivados no sólo por el cuidado de los recursos biológicos, sino
porque los costos asociados al cultivo de la viña en muchos casos son insostenibles.
La Vendimia y viniicación:
Tal como se señaló en párrafos anteriores, los relatos recopilados en torno al proceso de elaboración del vino
pipeño dan cuenta de procedimientos artesanales centenarios que tradicionalmente involucraban a parte
importante de la comunidad bajo la forma de “mingacos” o “vueltas de mano”, esto es, instancias colectivas
de trabajo colaborativo para llevar a cabo la cosecha de la uva y la producción del mosto. Se trataba de un
momento de carácter festivo, de encuentro, cooperación e intercambio, conigurando un hito en el ritmo
cíclico de la localidad, cuestión que incidía en la organización de la vida social y cultural de sus habitantes,
y que no sólo se restringía al campo vitivinícola sino que a todos los espacios propios de la vida campesina.
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Viñas y toneles del Itata.
Era tan importante en los años 60, el año de los Beatles, y vendimiábamos con
vuelta de mano con los parientes y estábamos alerta para demostrar nuestra
habilidades, entonces éramos casi voluntarios “¿quién va a la bodega?”, “¡yo!”,
o “que vaya ese fulanos porque sabe zarandear”, era una especie de prestigio.
En ese tiempo, por ejemplo, el individuo para ser destacado tenía que en
la parva de trigo cargar su carreta, encaramarse hasta las alturas, saber
zarandear, cargar la uva, cargar carretas. ¡Ese era un joven completo! Trillar
y saber corretear las bestias en la era. ¡Yo fui uno de ellos, o sea, las hice todas!
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
Las faenas productivas hasta la década del 60 no sólo daban lucen en torno a un tipo de economía de
carácter campesina, sustentada en el autoconsumo y con débiles acercamientos a la idea de acumulación,
sino que también manifestaban una ética respecto del ser asociada indisolublemente con el hacer, donde el
sentido de comunidad y las relaciones de intercambio transversalizaban el sistema en su conjunto.
Cuando se vendimiaba, ahí se vendimiaba en carreta con canastas y pilones,
yo creo que ustedes no tienen idea lo que es un pilón. Era una tina grande
pero ovalada que daba unos 400 litros, grande, y que se ponía justo en la
carreta y la gente arrojaba el mosto. Todo este barrio aquí íbamos a vendimiar
donde don Alfonso, en la mañana íbamos a vendimiar donde otro vecino
y después donde otro vecino y así, todo en minga, no como ahora. Unos a
otros se ayudaban. Se llenaba la canasta y se ponía en los bueyes y de ahí
se iba vaciando la canasta y después la carreta seguía con el pilón y llegaba
acá y la echábamos después a la zaranda de nuevo. Y ahí zarandeábamos.
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Si bien en la actualidad la igura recién descrita aparece como una rememoranza del pasado, la data de estas
transformaciones es aún muy reciente, evidenciándose adaptaciones y también nostalgias en la percepción
colectiva de sus habitantes, lo que en parte revela los momentos de tránsito y re-deiniciones por los que
atraviesa el territorio.
En este momento en la Sociedad Batuco son 27 dueños, entonces un día
se vendimia la uva que está dulce primero, ya, todos, sean 50 personas
trabajando, digamos 30 diarios, y un día se vendimia en un lado y otro día
en otro lado. Pero es pagado y no es como antes, que antes del terremoto se
ayudaban unos con otros. Antes uno iba aquí, el otro allá, ahora se paga. Los
cabros son pocos los que están acá y todos necesitan sustentarse, entonces
cuando empezó la vendimia se van a pagar a tanto el cajón. Vendimian, al
otro día van al otro y así, pero se hace todavía aquí esa misma tradición.
(Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Los relatos recogidos en torno a esta etapa en la producción vitivinícola traslucen procedimientos detallados
y ordenados secuencialmente, asociados con la cosecha, el traslado, la carga/descarga, la molienda, el
prensado, el acopio en lagares y el mosteo. Muchos de ellos continúan desarrollándose de forma similar a lo
aplicado hace 50 o 100 años atrás, mientras otros ya han sido absolutamente abandonados, dando paso a la
tecniicación y a un uso diferente del tiempo.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Previo a los años 70, época en que se ampliicó el uso de la máquina moledora en la mayor parte del Valle
del Itata, la vendimia demandaba el desarrollo de faenas especializadas en las que destacaban los pisadores
y zaranderos. Ambos correspondían a varones avezados y conocedores de la ocupación, con una condición
física inquebrantable para afrontar las exigencias de las arduas jornadas de trabajo.
Ahí funcionaban dos parejas de hombres moliendo, dos pisadores y dos
zaranderos. En esos tiempos yo era uno de los operadores en esa condición.
Era las dos cosas, era zarandero y pisador. Y pocas personas lo podían hacer,
tenían que ser tipos jóvenes porque era cansador, saltar todo el día pa’llá y
pa’cá tomado de arriba. Se airmaban arriba y en seguida ahí le hacían para
allá y para acá con los pies y empezaban el movimiento, ¡era una cumbia
más bonita que todas las cumbias que han inventado! Lo que teníamos
en la bodegas pequeñas en ese instante era pisar sobre un cajón y después
zarandear sobre una zaranda que era de palo. El pisar era aplastar la uva
de una manera muy hábil porque tenía un movimiento y un resfriegue por
el tobillo, y el zarandero era un baile bastante particular que hacía que se
apartara la valla del escobajo, entonces quedaba el escobajo limpio y la valla
o la pasta, como quisiéramos decir, escurría al tiesto de mayor espacio que
era un lagar, y ahí se le agregaban los metasulitos, porque el sulfuroso no se
conocía, y la levadura. Fermentaba por aproximadamente 8 días y después
se le hacía los trasiegues correspondientes. (Manuel Soto, sector Batuco,
Ránquil)
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Viñas y toneles del Itata.
El testimonio recogido a Manuel Soto releja no sólo el manejo a cabalidad de complejas técnicas corporales,
sino también la emoción que signiica ser reconocido como un actor destacado por sus habilidades,
fortaleciendo una relación con el oicio y la comunidad que trasciende lo estrictamente económico.
Se hacen como seis canastos, se pisa, se resfriega y sale el escobajo, y
cuando sale el escobajo hacia arriba es porque ya está pisado, y lo da vuelta
rápidamente, enérgicamente. Se mueven, qué se yo, unos 100 kilos ligeramente
y se tira la zaranda y se vuelve acá, y la uva presa a caer y sigue haciendo lo
mismo. Y siempre con la habilidad de no acacharse, siempre tener la zaranda
limpia. ¡Yo era capaz de zarandear a dos pisadores, y era capaz de pisar a
dos zaranderos! El zarandeo era casi una melodía, o sea, se deja sentir en
nuestros oídos los pasos y los golpes. El golpe de la zaranda era un golpe de
madera y es tanto que los pies son tan hábil como con el balón, porque uno se
encontraba con una pila de uvas machacadas y había que empezar a pasarlas
suavemente, y cuando ya quedaba poco, eran los movimientos, y en el último
movimiento se pescaba el escobajo y ¡pum, con el pie! Las manos estaban
sujetas arriba de un látigo, un cordel, que venía de allá hasta acá. (Manuel
Soto, sector Batuco, Ránquil)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Una vez culimada la vendimia las siguientes actividades correspondían a la fermentación del líquido y el
orujo en el lagar por al menos 8 días, para luego dar paso al mosteo, esto es, al traslado del vino a la cuba
y, llegado el momento de la venta, su trasvasije a las pipas. En la actualidad el tratamiento de fermentación
sigue siendo el mismo salvo por la incorporación de algunos productos químicos que se han integrado a
parte del sistema de producción local, generándose más bien un superposición entre el “saber practicado”,
heredado generacionalmente, y el conocimiento técnico importado desde las asesorías promovidas por
la política pública y sus programas especiales para vitivinicultores. Al mismo tiempo, se ha promovido la
diversiicación de la producción hacia otros tipos de vinos que para algunos continúan siendo pipeños y para
otros se encuentran lejos de serlo.
Envasado y distribución
Si la máquina de moler provocó transformaciones cualitativas en el proces productivo, la sustitución de
cubas y pipas de madera noble por contenedores de plástico también hizo lo suyo. Hasta hace algunas
décadas la lógica tradicional sostenía que luego del lagar el vino se conservaba en la cuba y posteriormente en
la pipa, para de allí ser distribuida a los diversos puntos de consumo. Con las modiicaciones estructurales del
mercado surgieron las envasadoras, y la garrafa o “chuica” de vidrio cobró importancia, siendo reemplazada
más tarde por el “chimbombo”, vasija de plástico también de 5 litros, reduciendo el uso de la madera de
manera ostensible. Al respecto, algunas apreciaciones recogidas en el territorio en torno al uso/desuso de la
madera, sostienen:
Es importante que el vino descanse en una vasija de madera sobre todo el
tinto, es mucho mejor un toque de madera. Le baja la aspereza porque al
tomar, yo lo tomo en la vasija plástica y me queda áspero como en la lengua,
me pica, sin embargo, le doy un toque de madera y lo suavizo, la madera le
quita toda la aspereza que tiene. (Conversatorio sector Guarilihue, Coelemu)
Los elementos vertidos a lo largo del capítulo para dilucidar algunos contenidos asociados a la identidad
del vino pipeño, dan cuenta de la existencia un saber-hacer reproducido desde la oralidad, con capacidad
para reconstruirse a lo largo del tiempo, no sin antes enfrentarse a conlictos emanados del binomio tradición/
modernidad. A partir de ello, consideramos que para comprender el sentido patrimonial que este paisaje
contiene es necesario superar dicha dicotomía y reconocer en la memoria de sus propios habitantes aquellas
dimensiones que le son signiicativas y le otorgan pertenencia. Lo relativo a los procesos de distribución y
comercialización del mosto condensan igualmente y de manera maniiesta estas dinámicas, las que serán
abordadas con mayor detalle en el apartado “Desplazamientos, circulación e intercambios desde el Itata”.
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Viñas y toneles del Itata.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
EL OFICIO DE LA TONELERIA, EL ARTE DE LA MADERA
Y EL VALOR DE LA ORALIDAD
Este proceso viene como de generación, porque el papá mío, el hermano de él
era maestro. Tiene que haber empezado unos 200 años a esta altura ya. Y de
los hijos de la parte de él salimos varios maestros, pero carpinteros, el único
tonelero fue el que salí yo. Me acuerdo que tenía 5 años y allá a la casa llegó
un maestro que hizo una bodega grande. Yo estaba por ahí cuando no iba a la
escuela, estaba por ahí sentado mirándolo a ver cómo lo hacía, y yo le robaba
los fósforos a mi abuelita, en esos años salieron unos fósforos así tan largos,
unas cajas grandes, y con esos yo le hacía los bidoncitos. Después a los 14,
15 años más o menos, ahí llegó un maestro que también hacía pipas. Era un
maestro de Rafael, no sé cuánto era, no me acuerdo bien, pero el apellido era
Retamal. Esa familia se terminó toda, la del papá de él, porque la mayoría de
los maestros antiguos eran todos buenos pa’ la chicha, así que duraban poco.
Yo hallaba bonito el trabajo y la primera cubita que hice la hice de listoncitos
en miniatura. Claro, la cubita era así no más y le hice las duelecitas y con
alambre le hice los zunchitos. Así que fui creciendo y después que llegué ahí
donde Miguel Sandoval, llegó un maestro de Chillán a hacer una cuba. En
ese tiempo él hizo una cuba de 5.000 litros. Entonces yo le dije a don Miguel,
porque venía sin oicial, sin un ayudante, “¿por qué no me pone a mí?”, le
dije yo. En ese tiempo tenía como 20 años. Así que “¡ya po’ hombre!”. Era
bodeguero yo ahí, yo mandaba ahí mejor decir, así que el maestro dijo “uh,
me pasaron el llavero, ¡no voy a pasar ni sed!”. Así que ya, me agarró buena,
me enseñó a cantear que se llama, a hacer la duela, darle un molde a la duela.
De ahí hice yo después todas las cubas. Después, ya la gente cuando vio que
yo trabajaba bien, me fue a buscar. Yo recorrí todo este pueblito, estuve en
Coronel, en Chillán y así. Venían aquí y hablaban con él, “oiga don Miguel,
por qué no me pasa al maestro, quiero hacer una cuba en Concepción” y así…
iba pa allá claro, así cobro el doble no más, para salir de aquí y así lo hacía”.
(Adán Ruiz, sector Guarilihue, Coelemu)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
El oicio de la tonelería es depositario de un saber proveniente de Europa que se suma a los sistemas de
conocimientos locales de manera gradual desde la segunda mitad del siglo XIX, una vez iniciado el proceso
modernizador de la vitivinicultura chilena. El auge de la producción vinera de la época alentó a aquellos
productores más pudientes del Itata y sus alrededores a reemplazar las tradicionales tinajas de barro y cueros
de cabra por toneles de madera noble, importados desde el extranjero o elaborados en Chile por manos
forasteras especializadas. (Cartes y Arriagada; 2008)
Con el tiempo, las principales ciudades y puertos del territorio acogieron empresas toneleras que
fueron incorporando mano de obra local para abastecer las demandas de los crecientes viñateros (Op. cit),
transmitiéndose posteriormente desde la experiencia práctica del “saber-hacer” de sus nuevos especialistas. Si
consideramos el año 1850 como posible fecha de origen de este oicio en el territorio, reconocemos a no más
de cinco generaciones que, principalmente a través de lazos familiares, supieron legar la habilidad técnica de
la elaboración de cada pieza artesanal.
El sector de Guarilihue, en la comuna de Coelemu, aglutinó en su momento a algunos de los más afamados
toneleros del territorio del Itata. René Castillo, Edmundo Torres y Adán Ruiz, hoy ya casi octogenarios, son
parte de este conjunto de especialistas, secundados por otros más jóvenes como Fernando Neira, José Ruiz y
Felipe Hinojosa, quienes en los últimos años han debido buscar nuevas alternativas de subsistencia, luego de
la disminución de este tipo de vasijas en la producción de mostos.
En palabras de sus cultores, el aprendizaje de este oicio es un proceso consumado entre varones a partir
de la transmisión familiar, donde se destaca el interés del principiante, su capacidad de seducción hacia al
maestro para que confíe y decida volverlo su aprendiz, además de su habilidad para observar y reproducir con
precisión y perseverancia el trabajo recién aprendido, pues el oicio se adquiere en la práctica.
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Viñas y toneles del Itata.
Yo aprendí con otro maestro que se llamaba Juan Reyes. Por San Javier
aprendió él, entonces llegó aquí, empezó a trabajar, me interesé y aprendí con
él. Habré tenido unos 20 años. Como en un año ya aprendí, trabajaba con él ¡y
las cachaba todas! Eso hacía yo y ahí hasta que murió él y quedé yo trabajando.
(René Castillo, sector Guarilihue, Coelemu)
Yo aprendí practicando solo, tenía un tío anciano que tomó un trabajo lejos
en el fundo Perales y me invitó a mí, que le servía como ayudante y fuimos,
trabajamos un día con él no más, yo miré como él lo hizo no más y de ahí me
arriesgué solo. Agarré una cuba que había que arreglarla y la cuba la hice yo.
Me fui solo practicando, practicando y aprendí solo (Edmundo Torres, sector
Huaro, Guarilihue, Coelemu)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Las cualidades o dotes personales del aprendiz se armonizan con la disposición del maestro por entregar
su saber, apelando a un sentido de trascendencia que supera lo individual y lo amplía a las necesidades
existentes en la comunidad. Respecto de las condiciones que debe cumplir el interesado para forjarse como
tonelero, René Castillo advierte:
Bueno, que se dedique, que le interese, que la persona le ponga de su parte y
lo va a hacer. Yo que era un hombre rústico aprendí. Creo que todo va en el
interés que ponga la persona. (René Castillo, sctcor Guarilihue, Coelemu)
Por su parte, Edmundo Torres explicita la necesaria idoneidad del especialista como formador y denota el
valor de la permanencia del saber en el tiempo.
También va en el maestro que le enseñe, porque algunos que son harto
negaos no quieren aprender a enseñar a otros… Yo no soy así, no, me alegro
que aprendan. Aquí hay un joven que vive aquí arriba, que andaba a la siga
mía hace un tiempo como unos seis años atrás, que le enseñara a trabajar.
¡Y no vino el papá a buscarme para que le armara 3 cubas grandes como de
17 mil litros! Me dijo “métame ahí por favor don Edmundo para aprender,
métame”. Pero que íbamos a hacer con dos oiciales, y su papa también nos
iba a ayudar le decía yo. No es que yo no quiera enseñar, no es por eso, es
porque tengo oiciales. Pero me rogó tanto el cabro que “ya” le dije yo, “te voy
a enseñar todo y te voy a enseñar bien cómo se hace la vasija por la sencilla
razón de que ya es mucha mi edad y no es más lo mucho que voy a trabajar.
Después voy a quebrantarme en edad y va a quedar usted, le dije yo. Se fue
contento el cabro y sabe que aprendió bien y tiene harto trabajo. (Edmundo
Torres, sector Huaro, Guarilihue, Coelemu)
Para llegar a ser tonelero la tradición indica que se debe partir como oicial, ayudante o aprendiz y desde
allí desarrollar la experiencia suiciente para ser reconocido y solicitado como tal por la comunidad. Con el
tiempo su prestigio comienza a crecer y de boca en boca “la gente se pasa el dato”, trascendiendo las fronteras
de la propia localidad, y recibiendo solicitudes de comunidades vecinas.
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Viñas y toneles del Itata.
Varias veces fui a Concepción, a Talca, a Santiago, al inal anduve por todas
partes. Gente de aquí que sabía, me invitaban, porque el maestro tiene que
ganarse el ambiente, la fama, digamos, y así es bueno. (René Castillo, sector
Guarilihue, Coelemu)
Cubas, lagares, fudres y pipas son algunas de las vasijas de especialidad de este maestro artesano, en las
que se conjugan la precisión matemática y el arte de moldear la madera nativa, especialmente el raulí chileno,
valorado por su ductilidad y posterior solidez para resistir en el tiempo.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
La madera pa’ la cuba tiene que ser raulí. Hay un raulí chileno y hay otro raulí
americano y hay otro que es el coihue. Esas tres maderas son pa’ eso. Claro, y
las otras maderas, todas esas maderas, esas ya son pa’ mueble. El roble chileno
también sirve pero esa madera no se trabaja mucho ¡porque es dura! Claro, el
roble chileno es duro. (Adán Ruiz, sector, Guarilihue, Coelemu)
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Viñas y toneles del Itata.
Las maderas antiguas siempre se han traído del sur, el raulí. Yo creo que
duran 20 años por lo menos sin reparar. Entonces fácilmente hay vasijas que
tienen 100 años, porque usted la reparó y le dio 20 años más, va y la achicó otro
poquito y le da 20 años más, pero la madera sigue siendo la misma y lo que él
decía que entre más antigua la madera más dura, más irme, porque la de hoy
día, árboles más nuevos, son más blandos. El tema de la vasija, mientras uno
no deje de echarle vino la vasija aguanta pero si la deja 2 o 3 años, las polillas se
la pasa. (Edmundo Torres, sector Huaro, Guarilihue, Coelemu)
El lagar, hoy muchas veces elaborado a base de cemento, corresponde al depósito abierto donde se
acumula el jugo de la uva recién exprimido para iniciar su fermentación. La cuba, cerrada en ambos extremos,
varía en tamaño y puede contener de 1.000 a 70.000 litros de vino, e incluso más, los que se almacenan en la
bodega a la espera de su comercialización. El fudre o pipón, utilizado en ocasiones como sinónimo de la cuba,
se diferencia de esta última por su tamaño y tipo de orientación (vertical v/s horizontal). La pipa, mientras
tanto, responsable de otorgar el apelativo al tradicional vino pipeño, posee una capacidad máxima de 400 ó
500 litros y facilita la distribución del líquido en los diversos mercados a los que llega, al igual que la cuarterola
que permite trasladar hasta 300 litros.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
Para la elaboración o mantención de estas barricas, el tonelero atesora singulares herramientas propias de
la especialidad, además de conceptos especíicos que designan tareas exclusivas de la tonelería, decantando
en un lenguaje técnico propio: planas, raspas, plantillas, cuchillón, galopa, entre otras, que junto a la destreza
de sus manos logran una obra de calidad indiscutible.
La vasija de madera yo hallo que lo único que la pudrición la ataca pero es muy
segura, porque la vasija de madera usted ve que la puede golpear y no se le da
na’, va apretá’ con zunchos, la madera es irme. Basta que la parte de abajo la
asegure bien el maestro que la hace, las pilastras que se le dicen, entonces la
madera tiene aire y tiene por donde estile cuando la remoja usted, cae el agua
y queda irme, entonces no agarra humedad y tiene aire. (Edmundo Torres,
sector Huaro, Guarilihue, Coelemu)
La reputación alcanzada por un tonelero lo ubican en condición “de pila”, aduciendo a su extraordinario
talento, o sólo como “aprendiz” permanente y dedicado a resolver las necesidades familiares. Tal como señala
José Ruiz, René Castillo fue uno de los más renombrados maestros, quien además de fabricar y reparar lagares
y cubas, manejaba diestramente la técnica de la confección de pipas, hoy prácticamente desaparecida de la
memoria de los herederos de este oicio.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
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Viñas y toneles del Itata.
En esto de la tonelería, nadie estudió para tonelero. Mi papá era tonelero
pero no de pila. El era aprendiz también no más. Por ejemplo don René
Castillo él también fue como oicial pero fue un hombre que se dedicó 100% a
la tonelería. Era un hombre perfecto, yo le vi muchos trabajos. Él le pegaba la
madera aquí y aquí, casi no se notaba la pega. Él la reparaba. Pero quedaba
tan pulidita que ni se notaba la pega. (José Ruiz, sector Magdalena, Coelemu)
En la actualidad los maestros toneleros del Itata se reducen a un limitado número de exponentes, quienes
se dedican de manera esporádica a la reparación de cubas y lagares, debiendo explorar nuevas alternativas de
trabajo e ingresos económicos. La fabricación dejó ser una opción hace más de 10 o 15 años debido no sólo a
los altos costos de la madera y a la inclusión progresiva del plástico en la conservación del vino, sino también
a la incorporación de una concepción del desecho antes inexistente en la cosmovisión campesina.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Como tonelero era muy bien pagado. Ahora no. Ahora la tecnología mató
todo esto, esto no puede tener más de 5, 6 años y hay que botarlo, eso es lo que
hacen las grandes viñas. Porque les entra el hongo, toda esa cosa. Las grandes
viñas comúnmente las usan 2 años las barricas que llaman ellos y después las
venden o las botan, que se yo. (José Ruiz, sector Magdalena, Coelemu)
Las resistencias sostenidas en el tiempo por mantener las antiguas materialidades quedan expresadas en
las sugerencias entregadas por Edmundo Torres:
Actualmente se están haciendo nuevas vasijas pero de vasijas viejas, porque está
muy cara la madera… Entonces como yo tengo harta experiencia en esto, yo
les digo a los que vienen aquí para que no les salga cara la madera, compren
vasijas viejas usadas, que estén buenas no más y las achican a lo que de no más la
madera, a lo que salga. (Edmundo Torres, sector Huaro, Guarilihue, Coelemu)
Pese a ello, la crisis que vive la vitivinicultura tradicional ubican a este oicio en una situación de riesgo
evidente. Los argumentos de sus portavoces rondan en la falta de interés de parte de las nuevas generaciones,
sumándose a la disminución apresurada de la práctica de la viniicación en el territorio y obstaculizando las
posibilidades de resguardo y restauración.
No le gusta la tonelería a nadie oiga, yo he tenido todos estos ayudantes,
que no, no me gusta este trabajo, requiere mucha paciencia… esto ya pasó a
destiempo ya… De todos los ayudantes que yo he tenido, que de los años que
he trabajado en esto habré tenido, pongámosle, 200 ayudantes, pero ninguno
me dice a mí, ¡puta que me gusta esta pega oiga! No les gusta y sabe que a
mí me gusta hacer esta pega… y es buena oiga, yo en mis tiempos, no tengo
nada que quejarme, yo gracias a esta pega crié a mis hijos y saqué a mi familia
adelante, no llovía pero goteaba, y daba vuelta el año oiga. (Felipe Hinojosa,
sector Leorera, Guarilihue, Coelemu)
Yo creo que esto va a morir. Porque la juventud nadien tiran, no aprenden, yo
mismo tengo un nieto que está estudiando. A él le gusta el torno, le gusta esto
pero ahora con esa cuestión del celular, dele que dele. Los mismos hijos míos
saben la pega, pero no. (Adán Ruiz, sector Guarilihue, Coelemu)
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Viñas y toneles del Itata.
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Viñas y toneles del Itata.
DESPLAZAMIENTOS, CIRCULACION E INTERCAMBIOS
DESDE EL ITATA
Tal como se ha mencionado en capítulos anteriores, la movilidad del vino pipeño y el requerimiento de
disponer de contenedores para su traslado es un rasgo constitutivo de su identidad. Ahondando en esta
dimensión, podemos descubrir en el pasado verdaderas hazañas colectivas que acercaban el mosto hacia
otros núcleos de población, para permitir su distribución en los ansiosos paladares foráneos al territorio. Si
bien inicialmente el vino en esta zona era transportado en cueros de animal, las imágenes que se desprenden
de los relatos recuperados para esta investigación remiten al período del vino pipeño propiamente tal, que,
como ya se ha expuesto, reiere al momento en que éste era almacenado en pipas para facilitar su acarreo,
desde alrededor de ines del siglo XIX en adelante. En estos relatos, la igura de las yuntas de bueyes, que
ocuparon un papel fundamental hasta la década del 70, es absolutamente relevante.
Porque con los bueyes se trabajaba, se transportaba, se sembraba. La yunta
de bueyes era inevitable. Se acarreaba el vino de aquí hasta Tomé y Penco.
Con bueyes se hacían caravanas de carretas. Lo organizaban, y ahí llevaban
el ají, llevaban el trigo, llevaban la cebolla, todo lo que se producía lo llevaban
y de vuelta volvían con harina, tallarines a granel, azúcar, la sal, pero de aquí
iban cargados con todo... Claro, 2, 3 pipas, y esos eran de los bueyes muy
buenos, de los buenos, buenos, porque de todo había. Estos no se quedaban
en ninguna parte. Pero los malitos quedaban enterrados como decían por
ahí y había que tirarlos… huasquearlos, sacarlos. (Conversatorio sector
Guarilihue, Coelemu)
Los desplazamientos desde el Valle hacia la zona de Tomé podían ocupar entre 3 a 7 días, y los requerimientos
para esta misión no sólo demandaban la fuerza de animales de tracción, sino además ingeniosos y articulados
sistemas de caravanas, con capacidad para emprender la aventura de un viaje colectivo. Imaginemos el
desafío logístico del traslado, considerando vías de conexión materializadas en precarias huellas de caminos,
accesibles prácticamente sólo en épocas estivales.
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
Mi padre me contaba a mí que ellos iban a vender a Penco y Concepción con
2 carretas de bueyes, o sea 2 pipas, de a 2. Los caminos eran súper malos y los
bueyes que no eran muy buenos se quedaban enterrados, y ahí venían los otros
que venían en caravanas y los tiraban. Y cuando llegaba la noche dormían
debajo de las carretas, 3, 4, 5 días. Si el comercio era malo en Tomé había que
ir a vender a Concepción y hasta a Talcahuano algunos, ahí demoraban la
semana. (Conversatorio sector Guarilihue, Coelemu)
Algunos de los principales riesgos enfrentados en este periplo eran “quedar enterrados” debido a las
malas condiciones de las rutas, o sufrir el ataque de los “asaltantes de caminos”, perdiendo las barricas y sus
contenidos, o los artículos y existencias obtenidas en el pueblo para pasar el año. Con el in de hacer frente a
estas diicultades se requería de la conformación de grupos o caravanas, fundamentalmente compuestas por
varones, quienes al menos debían gozar de bueyes con capacidad suiciente para generar la tracción de las
carretas atascadas, además de aportar con presencia y compañía para evitar los atracos.
¿Sabe por qué motivo se andaba en caravana? Por dos motivos, si un carretero
viajaba solo salían asaltantes y le quitaban las cosas de vuelta. Exacto, en todo
tiempo ha habido…, eso nunca se va a perder. Y lo otro digamos que entre
varios, uno quedaba enterrado, lo sacaba el otro y así se iban ayudando. Se
cuidaban unos a otros. (Conversatorio sector Guarilihue, Coelemu)
Las hazañas del transporte a las que hacemos referencia eran conducidas por un jefe de carreta, quien
estaba encargado de guiar y tomar decisiones durante la travesía a través de caminos, huellas y senderos
de difícil acceso, generando estrategias de colaboración de diverso tipo. Conmovedor resulta el testimonio
entregado por Manuel Soto, quien en la década del 50, y con tan solo 10 años de edad, ya desempeñaba este
rol:
No sé si cabe decir que yo viajaba con 10 años como jefe de carreta a Tomé.
De esos viajes con carreta que se demoraba un día en llegar a Tomé. Hoy día
me demoro 45 minutos. Claro, entonces bueno, eso es lo que había que hacer,
cortábamos los bueyes tres veces en el viaje hasta cuatro veces, le dábamos
comida, agua, qué se yo, y nos comíamos el cocaví, ¡era inolvidable!, nunca
me voy a olvidar lo que uno hace. (Manuel Soto, sector Batuco, Ránquil)
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Viñas y toneles del Itata.
Las caravanas descritas constituían un hito importante en el ciclo de vida de las comunidades, que
implicaba el abastecimiento de todos los pertrechos externos a la localidad y necesarios para su subsistencia.
Se puede observar en los relatos recogidos que hasta hace muy poco el medio para obtener estos recursos
era el intercambio o trueque, mecanismo previo a la mediación monetaria, es decir, donde no existía el uso
del dinero. Dependiendo de la zona y la especialidad productiva de la misma se intercambiaban los productos
locales por aquellos foráneos. El vino pipeño en aquel entonces era la medida de cambio para adquirir
alimentos, forraje, fertilizante e incluso intercambiar alcohol por alcohol, esto es, vino pipeño por chicha de
manzana.
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Viñas y toneles del Itata.
No, prácticamente plata no traían. Era como ir al supermercado... Traían
fertilizante en la carreta, después de vuelta, traían todo lo que es, por
ejemplo, alimentación pa’ los bueyes, alimentación para el invierno... de
ahí de Ranguelmo pa’ Guarilihue, igual se hacían caravanas porque la
gente iba a esperar en carretas a los que venían llegando o sino se colgaban
de los camiones con madera. Entre medio de la madera la gente se subía.
(Conversatorio sector Guarilihue, Coelemu)
De Maule para acá se hacía todo el pipeño. Pa’l sur no se conocía,
solamente la chicha de manzana, entonces mucha gente hacía trueque,
cambiaban vino por chicha de manzana o por papa, porque pa’ allá,
pa’ Tirúa, Cañete, esos lados se cosechaba eso. (Adán Ruiz, sector
Guarilihue, Coelemu)
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Patrimonio, memoria e identidad en la producción del vino pipeño.
También, según describe el tonelero Adán Ruiz, se realizaban intercambios con zonas y regiones del sur
del país, como Villarrica, por ejemplo, con quienes se trocaba vino por madera de raulí para la fabricación de
toneles.
Claro, esta madera llegaba toda del sur de Villarrica. Antes llegaban camiones
aquí con madera y cambiaban por vino... acá venían a buscar vino y ahí un
rico, mejor decir, él iba a buscar una camioná’ de madera y ahí hacían los
negocios. Decían: “ya, yo necesito una camionada de madera y usted ¿cuánto
pide?” Y así. Aquí se le hacían las pipas y aquí las pipas hechas y llenas. (Adán
Ruiz, sector Guarilihue, Coelemu)
De esta manera, se conforma entonces un entramado cultural desde donde se instalan formas de relación,
interacciones e intercambios entre personas, productos y saberes que se amplían a otros territorios, y que
generan circuitos de circulación con otros sistemas culturales, dejando sus huellas materiales en el tiempo, y
dando forma e identidad a esta tradición. Hacemos referencia en este caso a la arquitectura, al emplazamiento
de localidades especíicas, a la infraestructura y al equipamiento asociado al transporte. Se suman a ellos
paraderos, puentes, caminos y senderos que antaño dieron vida al territorio, además de lugares de paso para
cruzar el río Itata en épocas de bajo caudal.
Un fenómeno que podemos asociar a la alta demanda de vino pipeño que experimenta el territorio
durante el siglo XX, dice relación con los procesos de modernización e industrialización que dan cuenta del
aianzamiento de ciertos polos de desarrollo, consolidando asentamientos tales como Concepción, Tomé, Lota
y Talcahuano, entre otros. Relacionado con lo anterior igura la expansión de la vía ferroviaria, en especíico
para el caso que estudiamos el ramal Concepción-Rucapequén, a partir de la cual se levantan villorrios y
caseríos de progresiva importancia, generando diversas formas de comercio y relaciones de intercambio,
y permitiendo así la conexión y articulación del territorio. Ambos fenómenos posibilitan y fomentan la
migración campo-ciudad y por tanto la concentración demográica, así como la inserción paulatina de lógicas
capitalistas, vinculadas al aumento de la circulación de dinero. Este fenómeno repercute en el sector del vino
en la medida que tal dinamización industrial gatilla un aumento en el consumo de alcohol y, por ende, en la
demanda de vino pipeño producido en el Itata.
Podemos aproximarnos de mejor manera a lo ya señalado desde la narración de Manuel Soto, quien describe
el caso de la distribución de vino hacia Tomé, Talcahuano y las minas de carbón en Lota, señalando además
que junto al decaimiento de esta última fuente productiva con el cierre de ENACAR, se produce también una
merma en la demanda de vino hacia el secano costero.
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Yo creo que antes había poder de compra, había más gente que compraba vino,
el bodeguero, no sé si había más gente pero había más gente que consumía
vino. Tomaban harto pipeño antes. Cualquier iesta, pipeño siempre. Hay que
considerar que estaban las fábricas de Tomé y estaban las minas de carbón.
De Lota, de Coronel venían los compradores. El vino de la zona lo compraba
siempre Talcahuano, el minero, el fabricante de Tomé, entonces ellos eran
consumidores de vino. Había mucho consumo de vino en la octava región.
Porque el minero se llevaba 2 litros pa’ abajo, pa’ la mina y arriba se mandaba
otro. El minero era un hombre bastante robusto. Entonces, acabada la mina
se acabó el vino. Todo eso era dinero, pero el minero era el que tomaba más.
(Manuel Soto, sector Batuco, Ránquil)
El protagonismo de las caravanas de carretas comienza a decaer entre los años 1960 y 1970, ingresando
derechamente los camiones transportadores de pipas, haciendo de la circulación del vino pipeño un proceso
de mayor celeridad, dada la creciente demanda del brebaje. Incluso, algunos campesinos del territorio
invierten y adquieren un camión propio, dedicándose exclusivamente al traslado del vino y de otros productos
generados en la zona, asumiendo de este modo un rol de intermediarios.
Parte como un boom, es como todo negocio, siempre aparece algo y aparece
una tirá’ de negociantes que se beneician con el rubro y a la vez algunos
agricultores se beneician y otros pierden, porque de todo hay, aparece el vivo
que se lleva y el que paga bien. Aparecen todos estos señores que empiezan
a comprar vino en la ciudad, era un negocio rentable, ellos vienen a buscar
la mercadería y aparecen los primeros camiones que hacían 8 ó 10 pipas. Yo
recuerdo años atrás nosotros nos preocupábamos de buscarles gente aquí,
unos 5 ó 6 (productores), era como una iesta vender una cuba con 10 pipas
de vino en el día, era como una iesta porque ellos llegaban con sus pipas, las
llenábamos y por esta hora empezábamos a cargar el camión pa’ que se fuera.
Pero había que esperarlos con el desayuno, matarles la gallina a las 12, darles
una buena once, las sopaipillas a la once con huevo frito. ¡Pero así quedaba la
cartera…! (Conversatorio sector Guarilihue, Coelemu)
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La entrada de los intermediarios que llegan en busca del vino marca un momento de auge económico,
en el sentido del ingreso del dinero circulante a la zona, generando el desarrollo de nuevos negocios y la
acumulación de capital para cierta franja de campesinos productores. A su vez, la llegada de los invitados
foráneos, que signiicaban un importante ingreso a las familias favorecidas, activa un protocolo de celebración
propiamente campesino. La venta de un cuba constituía una iesta entre campesinos locales y compradores,
respondiendo a las lógicas tradicionales de relación que incluían preparativos culinarios durante todo el día
de trabajo, desde el desayuno hasta la once, pasando por la muerte de animales para un buen recibimiento.
En esta época surge también el oicio de corredor de comercio o también llamado agente vendedor de
vino, cuya labor consistía en la búsqueda de compradores llevando muestras de los brebajes a ofrecer, para
de esta forma conseguir clientes con quienes iniciar nuevos negocios.
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Lo primero, se vendía en pipa, los compradores llegaban acá. Además
habían, llamémoslo muy oicializado, los corredores de comercio, de la zona,
o del sector o de afuera tenían que andar con botellitas de vino, se iban con
botellitas de vino para darle una muestra a los posibles compradores. Después
esa gente es la que se hacía cliente de un campo de una casa, de lo que fuera
y eso era que por año se iba comprando.... Venía en camión y llenaba con 12
pipas. (Conversatorio sector Batuco, Ránquil)
Claro, yo me acuerdo que por ahí, por los años 72, 73, era agente vendedor
de vino, vendía vino, atravesaba el cerro La Gloria en Talcahuano buscando
todas esas partes, todos esos nichos para vender vino, vendía chicha cortá,
todas esas cuestiones. (Manuel Soto, sector Batuco, Ránquil)
En la actualidad, el lujo comercial del vino pipeño ha disminuido de manera gravitante pese al mejoramiento
de caminos y carreteras que conectan el territorio, y que permiten que el recorrido de antaño se logre ahora
en pocas horas. Contradictoriamente, debido a los complejos y nuevos escenarios económico-productivos
que han presionado al sector a reducir su plantaciones, se han cerrado gran parte de las envasadoras ubicadas
en las ciudades aledañas, disminuyendo de manera evidente el consumo de este histórico vino. De acuerdo a
las apreciaciones de sus productores, los obstáculos en la producción del tradicional mosto de la zona no sólo
se dan por la escasa demanda de este tipo de bebida, sino también por la falta de regulación de las reglas del
mercado, donde “el más grande siempre se come al más chico”. Tanto la producción de vino como la de uva
se ha vuelto cada vez menos rentable, a partir del control o monopolio por parte de las grandes empresas
vitivinícolas del país, las que especulan con los precios, deiniéndolos por debajo de los costos de producción.
En otra faceta de la situación, y con una potencial proyección que entrega esperanza a un puñado de
“emprendedores vitivinícolas” del territorio, se están abriendo de manera incipiente nuevos escenarios
en la producción de vinos relacionados con el surgimiento de viñas boutique, cuyo interés es rescatar la
particularidad tanto de la uva como del vino de esta zona. Hoy en día existen iniciativas asociativas que están
apostando por establecer relaciones estratégicas con estos nuevos actores y que se encuentran aún ante el
desafío del paso del tiempo y de la conirmación de oportunidades reales para el futuro.
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TRANSFORMACIONES, RESISTENCIAS Y ADAPTACIONES EN EL PAISAJE
DEL VINO PIPEÑO
A partir del recorrido realizado por las memorias del vino pipeño en el Valle del Itata, emerge a nuestros
ojos un complejo sistema de tradiciones, saberes y experiencias que han dado cuerpo y signiicado a
un territorio a lo largo del tiempo, luego de intrincados procesos de transformación, moldeamientos,
adaptaciones y resistencias. Lo anterior bajo un contexto de tensión y conlicto entre la condición subalterna
de quienes detentan esta tradición, es decir, el sector campesino-popular, y las corrientes hegemónicas que
hasta ahora han conducido tanto la deinición del buen gusto en torno al vino, explicando desde allí la tan
usada connotación peyorativa atribuida al mosto en cuestión, como las deiniciones estructurales políticas y
económicas.
Evidencias tales como la ausencia de la historia vitivinícola del territorio en la construcción de la historia
del vino chileno, la existencia de un modelo económico rapaz ante las pequeñas economías campesinas, y la
tendencia contemporánea por coger ciertas dimensiones de lo patrimonial y adecuarlas a las exigencias del
mercado, permiten situar un marco referencial para comprender las presiones genéricas y particularizadas
hacia esta tradición vitivinícola.
La primera, alusiva a su componente histórico, trasluce una noción de la Historia contrapuesta a la memoria
colectiva de las comunidades locales, en la que se enfatiza una comprensión monolítica de una “única”
historia, construida al servicio de la élite, versus las memorias silenciadas de sus habitantes que se sostienen
en el registro de la oralidad y que, las más de las veces, son relegadas al plano del folclore y de lo pintoresco.
En el plano económico se destacan a su vez transformaciones cualitativas en el tiempo, agudizadas por
la invasión de la industria forestal y la monopolización del mercado del vino, que impactan tanto en las
lógicas comprensivas del sentido de subsistencia, esto es, de la diversidad productiva para el autoconsumo
al monocultivo para la adquisición de dinero; en los mecanismos de intercambio, por ejemplo, del trueque a
la economía monetaria; así como en los tipos de producción realizados, que transitan de ser productores de
vino pipeño a productores de vino espumante o a productores de uva. Todo ello, debilitando la producción
familiar y constriñendo el funcionamiento de mercados locales, representativos de las culturas campesinas.
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Respecto a la obligada reconversión de los productores de vino pipeño al cultivo y comercialización de la
uva para las grandes empresas vinícolas de la zona central, desde el año 2010, algunos campesinos señalan:
El tema de la uva… ahí ya se desunió todo porque vino este aprovechamiento,
estas uniones de las empresas en que se pusieron de acuerdo para pagar
una cierta cantidad por la uva, estando súper claro de que presionándonos
a nosotros que sabíamos que teníamos que vender, porque si no vendíamos
teníamos que botar y hay gente que sí está dejando sus uvas perderse,
porque no tiene sentido, tienen que pagar para que puedan cosecharle la
uva, entonces están cosechando más de lo que ganan. (Conversatorio sector
Batuco, Ránquil)
Finalmente, la institucionalización de un discurso contemporáneo que estandariza la noción de patrimonio
en torno a la tradición viñatera, pone de maniiesto la existencia de un giro en la mirada del mercado
vitivinícola para efectos de su comercialización, donde se produce una especie de disección que rescata la
historia legendaria del territorio y las cepas antiguas, pero anula a sus actores, el proceso productivo y todo
lo que allí acontece. El abolengo del vino pipeño reaparece entonces como por arte de magia, pero esta vez
alejado de las damajuanas y cañas de las añosas cantinas, llegando a ocupar un sitial en los paladares y copas
de la elite. Sin embargo, se perila un nuevo exilio para sus centenarios sostenedores, las clases campesinopopulares, reproduciéndose la igura relacional de hegemonía-subalternidad. Las advertencias de José Ruiz
frente a las últimas transformaciones en la zona, subrayan:
Nosotros tenemos que sembrar hoy día, sembrar en el sentido de que haya
conocimiento, en el sentido de generar nuevas posibilidades de negocio,
desarrollar el espacio que va quedando. Hay muchos que mañana no van a
estar y su espacio puede que su hijo lo venda y se transforme en forestal y
cada vez vamos teniendo menos espacio, o pueda que lleguen inversionistas
extranjeros o de otras partes a invertir aquí, a aprovechar todo este bagaje
tradicional que hay en la zona y que nosotros como familia local lo vayamos
perdiendo.
Tal como maniiesta el testimonio recién descrito, y contrariamente a los supuestos y proyecciones
hegemónicas, las familias y comunidades del Valle del Itata continúan sorteando incesantes escollos, urdiendo
diversas estrategias de sobrevivencia y adaptación, leyendo oportunidades y resistiendo a las distintas
amenazas acontecidas.
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Hoy día ni siquiera recupera la plata porque pierden, porque al inal uno se da
cuenta que no gana ni cambia plata por plata, sino que pierde y peor aún que a
parte de perder ese producto que nos servía para subsistir, no se le puede dar
tampoco empleo a la gente, le sumamos lo más triste y terrible que no quisimos
ver, ver nuestras viñas llenas de bosque, eso sí que nosotros no queremos, no
queremos ver nuestras viñas de bosques porque la gente empieza a emigrar,
empieza a irse a las ciudades porque ve que no hay trabajo, ve que ya no hay
nada. Uno tiene que tratar de hacer lo imposible para que la gente no se nos
vaya, porque ¿cómo vamos a seguir adelante? (Conversatorio sector Batuco,
Ránquil)
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Se deinen resistencias que develan lógicas cosmovisionales vinculadas con un estar siendo que alude a
una forma de situarse en el mundo, y que se expresa en un saber-hacer en contexto de diálogo y disputa. De
esta forma se conigura un paisaje cultural que se conecta con sentidos de vida en constante reelaboración y
que contiene una riqueza patrimonial indispensable de preservar.
…es un dolor de corazón, no, yo al menos no voy a dejar de levantar la viña.
No importa que el día de mañana no esté en esta tierra y no voy a venir a verla
cómo va a seguir funcionando, pero son buenas viñas y todo eso gracias a
Dios. En tiempos buenos la viñita nos daba y para llegar así a poco más de
dos kilos es triste. (Joaquín Cisternas, sector El Galpón, Ránquil)
En este sentido, podemos airmar a modo de conclusión que el vino pipeño en su dimensión patrimonial no
obedece sólo a la idea de un producto terminado sino a múltiples interacciones e interrelaciones que entran
en juego en el proceso productivo, generando una dinámica cultural propia y local que conigura el paisaje
del vino pipeño del Valle del Itata. De esta forma el tradicional mosto se instituye en una propiedad colectiva
de quienes lo producen, diicultando con ello la apropiación foránea y favoreciendo la idea de un vino en
resistencia que se niega a su estabilización conceptual ya su estandarización.
En sintonía con lo anterior creemos relevante el rescate y reconocimiento no sólo de una tradición
vitivinícola ancestral sino también de un sistema cultural que lo respalda con personas, familias y comunidades
que desde varias centurias han elaborado este tipo de vino. Justamente, y como parte de nuestras últimas
relexiones, creemos que son ellos los llamados a administrar esta riqueza patrimonial, ya que no sólo se
trata del reconocimiento de un patrimonio históricamente negado, sino también de la relevancia de que los
sistemas de conocimiento producidos en el territorio sigan en manos de sus protagonistas, los/as campesinos/
as, quienes le han dado cuerpo y vida a esta tradición. Desde esta perspectiva, recuperar la memoria oral en
torno al vino pipeño contribuye a reescribir una historia anclada en lo hegemónico, incorporando voces no
reconocidas y, por lo tanto, en peligro de ser absorbidas, asimiladas y desmanteladas.
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En putú planté una parra
y la cuidé con esmero
fue creciendo tanto y tanto
que casi llegaba al cielo
de sarmiento en sarmiento
planté una viña
que me dio muy buenos vinos
en las vendimias
en las vendimias, sí
año tras año
saqué de mis viñedos
muy buenos caldos
por culpa de la parra
sigo de farra4.
4 Figueroa Torres Sanhueza (2000): Cancionero de la cueca chilena.P: 196 s/e...
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VOCABULARIO VITIVINÍCOLA
Cantear: Dar molde a una duela o tabla para la elaboración de un tonel.
Cavar: Control manual de maleza con azadón utilizado en las viñas, consistente en separar
la tierra que cubre el tronco de la planta.
Coleto: Denominación para indicar la concavidad o “guatita de la cuba”.
Cuarterola: Envase de madera de tamaño menor a una pipa con capacidad para 300 litros
aproximadamente, utilizada en el traslado del vino.
Cuba: Tonel de madera noble de grandes dimensiones para guardar vino.
Cuchillon de mano: Herramienta utilizada por el tonelero para realizar el rebaje de la tapa
de cubas y pipas.
Despiche: Tapón o pieza redonda de madera de forma cónica utilizado para evitar el escape
del vino en las vasijas o para extraerlo y trasvasijarlo.
Duela: Nombre otorgado a cada una de las tablas de un barril, tonel o cuba.
Escobajo: Estructura vegetal del racimo que queda luego de extraer el jugo de la uva.
Fudre: También llamado “pipón”. Corresponde a un tonel de posición horizontal que
contiene 10.000 litros aproximadamente.
Galon: Vara de metal utilizada para cubicar o medir la cantidad de vino al interior
de una pipa.
Galopa: Cepillo largo y con puño que sirve para igualar las supericies de la madera ya
cepillada.
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Gramil: Herramienta utilizada por el tonelero consistente en un trozo de madera y un clavo
para marcar el punto de inicio del rebaje a realizar con el cuchillón de mano.
Orujo: Piel delgada de la uva u hollejo utilizado en el proceso de fermentación.
Lagar: Depósito de madera o cemento donde se genera la fermentación de la uva.
Mostear: Trasladar el vino del lagar hacia la cuba.
Pilastra: Soportes donde se posa un tonel permitiendo un distanciamiento suiciente con el
suelo para su oxigenación.
Pipa: Tipo de tonel de no más 400 ó 450 litros para transportar vino.
Pilón: Batea de madera de forma ovalada que se ubicaba en la carreta y donde se
amontonaba la uva durante la cosecha para su traslado hacia el lagar.
Plana: Banco de madera de aproximadamente 3 metros de largo con una pieza de metal en
el centro utilizado para darle molde a la duela en la elaboración de toneles.
Portalón: Puerta de pequeñas dimensiones de una cuba por donde se ingresa para realizar su
mantención.
Paja ignea: Sellante utilizado en la elaboración de toneles consistente en una mezcla de harina
cruda, azufre y paja.
Raspa: Instrumento metálico curvo con dos asas de madera utilizado por el tonelero para
otorgar mayor curvatura a las duelas.
Recorridura: Recorrer la viña identiicando los racimos que sobran después de la recolección o
cosecha.
Zuncho: Anillo metálico usado como refuerzo en los toneles.
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