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La traducción universitaria. Apuntes para un programa de institucionalización (Rodrigo Molina-Zavalía)

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La
traducción
universitaria.
Apuntes
para
un
programa
de
institucionalización
Rodrigo Molina-Zavalía
El sentido de una palabra no es lo que vale, sino su ambiente, su
connotación, su ademán.
Jorge Luis Borges
Posiblemente nunca sepamos qué idioma hablaban Adán y Eva en el
Paraíso, pero ese relato mítico sólo pudo ser transmitido urbe et orbi a
través de un trabajo de traducción. Con esta observación no pretendo
reducir al absurdo un problema literario (lingüístico o filológico) –claro,
no se trata solamente de un problema literario, como lo demuestra con
absoluta claridad el magnífico ensayo Las lenguas del Paraíso (Olender,
2005)– por mucho que parezcan prestarse especialmente “la traducción y
sus metáforas […] a este procedimiento” (Wilson, 2004: 269).
Así como Giorgio Agamben (2016: 14-15) afirma que en la filología, “como
en toda experiencia mística, es necesario sumergirse en cuerpo y alma en
la opacidad y en la niebla de la investigación […], con sus tristes archivos
y sus tétricos registros, con sus ilegibles manuscritos y sus obtusas
glosas”,1 de igual modo esto se aplica a la traducción. Y es que la
traducción por derecho propio es un trabajo eminentemente filológico y
exegético.
En los agradecimientos de su libro La Constelación del Sur, Patricia
Wilson comienza diciendo que “la labor intelectual –la investigación, la
escritura– suele pensarse como la menos gregaria; sin embargo, es la más
acompañada, aunque no siempre se trate de compartir el espacio de
trabajo” (2004: 9). Parto aquí de la idea y de la propuesta de que no sólo
es posible sino que es deseable que en determinadas circunstancias, en
Es cuestionable la concepción de “experiencia mística” y también lo es la forma en la
que Agamben describe la labor filológica. Coincido, sin embargo, en la idea de sumergirse
en cuerpo y alma.
1
1
ciertos contextos de producción que explicitaré de inmediato, el trabajo
de traducción (sin duda una labor intelectual pues l@s traductor@s
necesitan investigar y, por supuesto, escribir) se realice en un espacio de
trabajo compartido y no de forma aislada, solitaria y autónoma.
Estoy plenamente convencido de que una forma esencial de promover la
actividad de la traducción –uno de los principales propósitos del proyecto
de ley de traducción autoral2 (PLTA, 2016)– sería la creación de
institutos de investigación y de traducción dentro de las universidades y,
en especial, dentro de las editoriales universitarias, a los cuales l@s
traductor@s estarían adscriptos. De esta forma se recuperaría la figura de
l@s traductor@s universitari@s; traductor@s que podrían especializarse
en determinados campos del saber, al estar en contacto y recibir la
colaboración de los especialistas, de l@s investigador@s e incluso de l@s
alumn@s. Además, al tener acceso a las bibliotecas universitarias su
producción debería ser mucho más rica y fecunda.3 Creo que el trabajo
individual tiene sus límites, y que un esquema de profesión (u oficio)
liberal puede perfectamente convivir con un esquema de mayor
intercambio y colaboración entre la investigación, la enseñanza y la
producción de textos traducidos. Así como Sebastián Abad afirma –en la
“Presentación” de la nueva colección de Unipe: Editorial Universitaria,
Mihi quaestio factus sum, que hace en el libro Las Humanidades. Notas
para una historia institucional (Ubierna, 2016)– que “las Humanidades
prosperan cuando forman parte de un programa político de acumulación,
formación y transmisión”, lo mismo puede decirse de la traducción
universitaria. De hecho, la traducción es una de las actividades sine qua
non de las Humanidades.4 Es necesario examinar la historia de la
Me refiero al art. 1: “La presente ley tiene por objeto la promoción de la traducción
como instrumento indispensable de acceso a la cultura…” y al art. 21: La autoridad de
aplicación de la presente ley debe promover la declaración de la traducción como
actividad cultural de interés nacional y disponer la implementación de políticas de
promoción de la traducción”. Y en los fundamentos se lee “promocionar la traducción
como herramienta fundamental del intercambio cultural y la difusión del conocimiento”.
3 El desarrollo, profesionalización y aumento de los acervos de las bibliotecas
universitarias argentinas son tan necesarios y obvios que sólo podemos parafrasear lo
que el sinólogo belga Simon Leys decía al respecto (los requisitos indispensables de una
universidad): esta evidencia ni siquiera requiere mayores comentarios.
4 Pero no sólo de las Humanidades: todas las ciencias –en todo tiempo y lugar– necesitan
nutrirse de conocimientos producidos en otras lenguas. Y se requiere el desarrollo de
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traducción para entender que toda genealogía es también una
hermenéutica de sus conceptos, de las estructuras institucionales, de los
contextos y modos de producción (y agregaría de circulación y consumo)
y de los paradigmas intelectuales de las épocas en las que la actividad se
inscribe. Ni aislarse en torres de marfil ni desentenderse del compromiso
intelectual para con la sociedad en la que les toca vivir a l@s traductor@s.
En este sentido, es imprescindible tener en cuenta las distintas lógicas
que se entrecruzan en la edición y la traducción, pero que no son
necesariamente opuestas:
1) las lógicas específicas del marco universitario: las demandas
educativas y del cuerpo docente;
2) las lógicas específicas del campo científico: la producción y los criterios
de evaluación científica;
3) las lógicas específicas del mercado editorial: el campo de la edición: en
este caso especialmente el campo de la traducción;
4) las lógicas específicas de la extensión universitaria: la intervención
político-cultural de las universidades.
El marco institucional universitario constituiría para l@s traductor@s
investigador@s el sitio ideal de producción de conocimientos desde “un
abordaje histórico-filológico y exegético-hermenéutico de tradiciones y
textos significativos” (Abad, 2016: 9). Es decir, un lugar para pensar y
discutir los criterios de elección de las obras que deben traducirse o
retraducirse en función de las necesidades concretas de una disciplina, de
un campo, de una cátedra. En definitiva, de una sociedad.
A estos fines sería deseable promover la creación de institutos de
investigación filológica y de producción concreta de textos traducidos que
trabajen de manera conjunta como condición de aprendizaje y, además,
para la acumulación, formación y transmisión en aras del progreso de la
sociedad.
A
esos
institutos
estarían
adscriptos
l@s
traductor@s
investigador@s, que tendrían a su disposición bibliotecas universitarias
cada vez más amplias y modernas y que podrían trabajar en las
ciertas habilidades altamente complejas (el aprendizaje de las lenguas, métodos
rigurosos de investigación, crítica constante, actualización de la discusión, erudición).
3
universidades con l@s especialist@s e investigador@s de una determinada
disciplina. Todo esto es posible si se tiene un programa general de
desarrollo que “concentre personas y recursos en espacios diseñados
específicamente para el estudio, la reunión y la discusión” (Abad, 2016:
10). La traducción de textos sería uno de los resultados de ese programa.
Desde mi punto de vista la traducción universitaria es, entonces, una
utopía ineludible. Una utopía que en el pasado fue una realidad concreta
puesto que a lo largo de la historia (comenzando en Occidente por la
Biblioteca de Alejandría y la traducción de la Septuaginta) y en
instituciones de distinta naturaleza (museos, templos, bibliotecas, redes,
centros de estudio, etc.), incluso antes de la creación de las universidades,
era “una forma de trabajo en la que la reunión de libros y personas
dedicadas
a
su
estudio
resultó
definitoria
para
el
avance
del
conocimiento” (Ubierna, 2016: 19).5 Un aspecto fundamental en la
tradición de casas de estudio en la Antigüedad tardía fue “el desarrollo de
métodos de traducción y comentario de obras teológicas y filosóficas –lo
que en principio implica, recordémoslo, la existencia de una importante
tradición gramatical– que podemos llamar, sin temor, ‘escolásticos’ en el
sentido de que fueron desarrollados para enseñar y transmitir
conocimientos dentro de un marco de sociabilidad determinado:
estudiantes bajo un régimen de vida estructurado, dentro de una
institución de organización compleja y que iba más allá de la presencia
singular del maestro en la tradición clásica, con toda una serie de
profesores con los que interactuaban de acuerdo a reglas determinadas y
con acceso fluido a los textos que estudiaban (la existencia de una
biblioteca)” (Ubierna, 2016: 40-41).
Un ejemplo digno de mención ya en el siglo XVI es la creación, a
instancias del helenista, jurista y traductor de obras antiguas Guillaume
Budé, del Collegium regium galliarum: “Collège Royal, […], futuro Collège
Debe mencionarse que en la Antigüedad tardía se crearon centros escolásticos en los
cuales se realizaban traducciones, comentarios y redacciones originales. Esos centros de
estudios estaban ligados tanto a comunidades religiosas (judías, cristianas) como al
mecenazgo regio. Un dato no menor es que muchos de los Estados de esa época eran
plurilingües.
5
4
de France. Junto al Colegio, Francisco I funda la Presse Royale.
Señalemos la importancia de reconocer que todo programa humanista
viene de la mano, históricamente, de un programa de traducción y otro de
edición (Ubierna, 2016: 82). Allí se enseñaban disciplinas que la
Universidad de París ignoraba o desdeñaba: griego, árabe y hebreo
(además de latín, matemática y medicina)”.
Los siglos del Humanismo “vieron el nacimiento de una nueva dimensión
institucional. Allí donde la universidad no podía sumarse a la dinámica de
los cambios científicos, los Estados de los principios de la Modernidad
fundaron nuevas instituciones para suplir esa ausencia: el Collège de
France o la Universidad de Leiden, con su formato novedoso, fueron los
ejemplos a los que regresaron en los siglos siguientes muchos otros
reformadores institucionales. La vida científica (natural y humanística)
tiene una dinámica propia y su valor estratégico es tal que los Estados
deben reformar las instituciones (cuando esto es posible) o fundar nuevas
para acompañar esa evolución” (Ubierna, 2016: 84).
¿Qué mejor ámbito, en la actualidad, que una universidad y una editorial
universitaria para analizar las traducciones “desde una perspectiva
crítica situada en el marco de la cultura receptora”? (Wilson, 2004: 15),
ya que “son sus normas reguladoras de la producción literaria, sus
debates estéticos, sus sistemas de representaciones, los que dejan huellas
en una traducción, y no solamente la fidelidad debida a un texto original”
(Wilson, 2004: 15).
Es indudable que “el sentido de un texto [en otra lengua] es materia
contenciosa” (Wilson, 2004: 271), pero ¿acaso no puede decirse
exactamente lo mismo de cualquier texto, incluso los que leemos en su
idioma original? ¿Puede acaso un hablante afirmar sin dudar siquiera por
un instante que todo aquello que dice (elocutio) no es también una
traducción (dispositio) de lo que su mente produce (inventio)? Si el
traductor fuese un traidor (no lo es), entonces también lo sería todo
hablante (y se traicionaría a sí mismo todo el tiempo, lo que sería
bastante grave).
5
El abismo supuestamente insalvable entre la literalidad (fidelidad) y la
perífrasis (libertad) –los cuales “son los conceptos tradicionales que
intervienen en toda discusión acerca de las traducciones [...] ya no
parecen servir para una teoría que busque en la traducción otra cosa
distinta de la reproducción de sentido” (Benjamin, 1971)– puede ser
salvado, Borges diría que se le puede disminuir “su aire de paradoja”
(Borges, 1926: 257).
Es desde ese punto de vista, enriquecido por la colaboración entre
investigador@s y traductor@s, que cobra sentido la idea de que los valores
vernáculos pueden ponerse en contexto a través de las estrategias
discursivas desarrolladas en la operación de la traducción: las
preocupaciones, los gustos, los intereses de cada campo en determinada
época y en determinado lugar en relación con los que trae en sí el original
que se traduce. Como dice Patricia Wilson “el desplazamiento, el cambio
de lugar desde la tradición de origen hasta la tradición receptora, también
es portador de significación” (2004: 15).
La situación actual es que, por lo general, l@s traductor@s no son
considerados intelectuales6 sino meros proveedores de un servicio
(tercerizado) y esto se percibe con claridad en lo que dicen Dujovne,
Ostroievsky y Sorá: “hemos podido verificar que son contados los casos en
los que estos actúan como prescriptores de obras que se traducen. La
mayor parte de los editores [en ciencias sociales, de editoriales
comerciales] han resaltado que no son los traductores quienes sugieren
libros o autores para traducir” (2014: 28). A decir verdad, son muchas
veces (existen excepciones, claro) l@s editor@s y su actitud hacia l@s
traductor@s quienes clausuran la posibilidad de que est@s cumplan el
papel de mediadores (o, si se prefiere, de scouts) y no el hecho de que no
les sugieran libros o autor@s para traducir.
Por consiguiente, no es posible establecer estrategias de traducción sin
contar con l@s traductor@s. Su formación dentro de las universidades es
imprescindible
para
que
no
desarrollen
solamente
actividades
independientes y realicen desgastantes esfuerzos individuales. La
No se sostiene aquí que todos l@s traductor@s lo sean, sino que aquell@s que se
preparen para convertirse en traductor@s universitari@s sí lo serán.
6
6
estrategia debería ser, entonces, elaborar un acervo de textos extranjeros
para ponerlos a disposición de profesor@s, de alumn@s y del público en
general, ya sea que se trate de clásicos inhallables o que necesiten nuevas
traducciones, ya sea de textos contemporáneos que de otro modo
tardarían demasiados años en ser traducidos por editoriales comerciales,
muchas veces por ser obras potencialmente poco rentables.
Si l@s traductor@s trabajasen en el marco de instituciones universitarias,
con acceso directo a cátedras y bibliotecas, en ese ámbito donde los
materiales de trabajo y de consulta estarían disponibles y en el que
encontrarían la crítica y el diálogo necesario para avanzar, podrían
desarrollarse muchos más proyectos de investigación sobre traducción
como, por ejemplo, el de Patricia Wilson.
Por lo tanto, las universidades y los futuros institutos de investigación y
producción
de
traducciones
son
lugares
privilegiados
para
la
comprensión del “funcionamiento de las traducciones en sus contextos de
producción y de recepción, es decir, en la cultura de llegada.
”Es esta misma cuestión de la relación entre los contextos de producción
y de recepción la que subyace a los enfoques en términos de ‘transferencia
cultural’, los cuales además se interrogan acerca de los actores de esos
intercambios, instituciones e individuos, y acerca de su inscripción en las
relaciones político-culturales entre los países estudiados”7 (Heilbron y
Sapiro, 2002: 80-98).8 Para evitar la posibilidad de que quede flotando
alguna ambigüedad al respecto, algún atisbo de ingenuidad, cabe decir
que esas relaciones político-culturales suelen darse en términos de
desigualdad: “no creo en el laissez-faire”, dice Pierre Bourdieu y explicita
que su intención respecto del campo de la cultura, de la vida intelectual,
“es mostrar cómo, en los intercambios internacionales, la lógica del
Traducción propia.
Existe una innegable dimensión política en el estudio, la docencia, la investigación, la
traducción (transmisión) de las humanidades y las ciencias que no puede soslayar quien
pretenda gobernar un país a través de la implementación de un proyecto. Prueba de esto
es el lugar que ocuparon y el desarrollo que tuvieron los estudios orientales (parte
importante del conjunto de disciplinas más dinámicas en la Europa decimonónica) en la
expansión comercial y territorial de las potencias de ese continente. El conocimiento
profundo de las culturas “adquirió entonces para las potencias europeas el formato
particular de la expansión colonial. Esos estudios no pueden estar hoy ausentes en el
desarrollo de una toma de decisiones soberana y autónoma en el marco internacional”
(Ubierna, 2016: 121).
7
8
7
laissez-faire conduce frecuentemente a hacer circular lo peor” (Bourdieu,
2000: 160) y a impedir que circule lo mejor.
Como beneficio “adicional”, las traducciones universitarias irradiarían su
fuerza (el rigor en la investigación de las fuentes, la discusión filológica y
etimológica,
los
modos
de
citar,
la
enriquecedora
relación
con
investigador@s y con autor@s) hacia las editoriales comerciales que
podrían aprovecharse de la formación y del intercambio de conocimientos
que se realizarían en las universidades.
“El desarrollo de todo tipo de conocimiento sobre los problemas
contemporáneos” […] relativos a nuestra sociedad y a las sociedades con
las que nos relacionamos “descansa en el conocimiento profundo de las
instancias clásicas de su historia y de sus lenguas” (Ubierna, 2016: 144).
En la historia institucional de las Humanidades en el mundo “ha existido
siempre una ratio particular detrás de la creación de una cátedra, un
instituto o siquiera una línea de investigación” (Ubierna, 2016: 144) que
forma parte de una reflexión estratégica.
En mi opinión la creación de institutos dedicados a tres grandes tareas –la
investigación, la formación y la traducción– dentro de las universidades
públicas (sin excluir que esto pueda darse en universidades privadas) y
en particular de las editoriales universitarias,9 va en esa línea, responde a
esa ratio y es un paso (aunque sólo sea el primero de un largo recorrido)
en la dirección correcta. Desde luego, no es la única forma de
institucionalización posible ya que pueden imaginarse muchos otros
modelos de articulación de las mencionadas tareas, no sólo de textos
clásicos humanistas sino también de textos más actuales de distintas
ciencias.
Bibliografía
Aunque el tema excede el objeto y el alcance de este trabajo, es de rigor mencionar
siquiera en passant que la ecdótica, así como la traducción, tiene su origen directo en la
crítica textual, pilar de las Humanidades.
9
8
Abad,
Sebastián
(2016),
“Presentación”,
en
Pablo
Ubierna,
Las
Humanidades. Notas para una historia institucional, Gonnet, Unipe:
Editorial Universitaria.
Agamben, Giorgio (2016), El fuego y el relato, México, Sexto Piso.
Benjamin, Walter (1923) “La tarea del traductor”, en íd. Angelus Novus,
Buenos Aires, Edhasa, 1971.
Borges, Jorge Luis (1926), “Las dos maneras de traducir”, en íd, Textos
recobrados 1919-1930, Buenos Aires, Emecé, 1997, pp. 256-259.
Bourdieu, Pierre (2000), “Las condiciones sociales de la circulación de las
ideas”, en íd., Intelectuales, política y poder, Buenos Aires, Eudeba.
Dujovne, Alejandro, Ostroievsky, Heber y Sorá, Gustavo (2014) “La
traducción de autores franceses de ciencias sociales y humanidades en
Argentina”, Bibliodiversity. Translation and Globalization, febrero.
Proyecto
de
Ley
de
traducción
autoral
(2016),
http://leydetraduccionautoral.blogspot.com.ar
Heilbron, Johan y Sapiro, Gisèle (2002), “La traduction littéraire, un
objet sociologique”, Actes de la recherche en Sciences Sociales, nº 144, pp.
80-98; trad. cast.: “La traducción literaria, un objeto sociológico”,
traducción de Rodrigo Molina-Zavalía, inédito.
Olender, Maurice (2005), Las lenguas del paraíso. Arios y semitas una
pareja providencial, Buenos Aires, FCE.
Ubierna, Pablo (2016), Las Humanidades. Notas para una historia
institucional, Gonnet, Unipe: Editorial Universitaria.
Wilson, Patricia (2004), La Constelación del Sur, Buenos Aires, Siglo XXI.
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