REGRESANDO A HAHNEMANN En los últimos años he venido constatando con gran preocupación el desarrollo y aceptación por parte de numerosos médicos homeópatas españoles de “corrientes” homeopáticas alejadas de la Homeopatía ortodoxa, tal y como la desarrolló el maestro Hahnemann. Desde mi punto de vista, esto está creando un grave perjuicio al ejercicio de la Homeopatía en España. La historia ha demostrado que cuando los médicos homeópatas se alejan del método homeopático como fue concebido por Hahnemann, la Homeopatía se ve seriamente perjudicada. Y esto es, en realidad, lo que está ocurriendo en la actualidad con la introducción de “nuevas” formas de entender y practicar la Homeopatía, muy alejadas de la Homeopatía clásica de Hahnemann y de los grandes maestros que le sucedieron. Para evitar que la Homeopatía siga degradándose, creo que es muy necesario que regresemos de nuevo a las fuentes, a Samuel Hahnemann y a los grandes médicos homeópatas que entregaron su vida a la Homeopatía. Para ello hay que volver a estudiar en profundidad a Hahnemann y sus principales obras, comenzando en primer lugar por el estudio detallado del Órganon, del que por cierto, disponemos ya de muy buenas traducciones al español. La Homeopatía es un método terapéutico conformado por una serie de principios muy bien definidos, que conforman un “todo” perfectamente organizado. Ellos forman parte de la denominada doctrina homeopática. He considerado oportuno volver a repasar estos principios que ya todos conocemos y señalar aquellas desviaciones de la doctrina que están produciéndose en la actualidad. La Homeopatía es una ciencia natural, fáctica y experimental, y como tal se sustenta en ocho principios que se deben cumplir invariablemente en toda verdadera curación. Estos principios están implícitos en el Órganon de Hahnemann, y fueron sistematizados en el segundo Congreso Nacional Homeopático en 1949 por grandes maestros mexicanos (G. Rocha, Eulalio Darío Flores, Eusebio Dávalos Hurtado, Alfonso Bala y el joven Proceso Sánchez Ortega). Desde entonces se han propagado a todo el mundo y su sistematización es uno de los grandes aportes de México a la Homeopatía. Son leyes naturales que se tienen que seguir si se quiere realizar una curación real bajo cualquier método terapéutico. Usaremos, casi siempre, las propias palabras del maestro Proceso Sánchez Ortega. En primer lugar, el reconocimiento de la fuerza curativa de la Naturaleza, Vis Medicatrix Naturae, principio ya enunciado por Hipócrates. En la clínica constatamos cada día la realidad de este principio. Es considerar la supremacía de la naturaleza en toda acción curativa, su indispensable valoración y búsqueda en toda reacción del enfermo, terminando por aceptar que la enfermedad no es en su mayor parte sino una serie de fenómenos defensivos del organismo afectado, y un cúmulo de tendencias de ese mismo organismo al reequilibrio. En la práctica médica deberemos forzosamente evitar el establecimiento de algún procedimiento o acción farmacológica, o de conducta que vaya en oposición a esa naturaleza medicatriz; y por el contrario procuraremos establecer en relación con el éxito que pretendemos una terapia en concordancia con esa tendencia reconocida en la naturaleza. Concluiremos, pues, diciendo que a la naturaleza no se vence sino obedeciéndola; que la naturaleza es el mejor médico de las enfermedades. Por ello en Homeopatía este enunciado del Vis Medicatrix se conoce en la forma también hipocrática de Natura Morborum Medicatrix. Esto significa que la naturaleza cura las enfermedades; que es medicadora de sí misma. Y la suprema aspiración del médico es lograr convertirse en un digno y eficiente ayudante de la naturaleza. En segundo lugar, la experimentación pura. Es experimentación porque constituye un elemento de investigación con el que se trata de confirmar fenómenos observados en la naturaleza. Se denomina pura por realizarse en el hombre, lo más sano que sea posible hallarlo y con drogas en su estado mas simple o puro; esto es más natural. Lo primero que nos muestra la administración de drogas al hombre sano es que todos los individuos son susceptibles en mayor o menor grado de dejarse influir por la acción drogal. 2º que con la experimentación pura se producen en el organismo humano series de alteraciones o síntomas que conforman cuadros similares a los que constituyen las enfermedades naturales. 3º que lo que constituye la enfermedad es un desequilibrio de la armonía psíquico-funcional de la organización del ser humano. 4º que cada individuo reacciona en forma peculiar ante la influencia de cada droga. 5º que la particularidad de cada reacción individual señala la predisposición, o sea, estados constitucionales que producen necesariamente la idiosincrasia de cada individuo. 6º que cada droga tiene una forma específica de alterar la salud del hombre. 7º que aún en dosis imponderables pueden provocar reacciones intensas y totales en virtud de una energía. 8º que nos confirma el carácter dinámico de todas las reacciones vitales, constatando que la primera alteración sensible así como todas las más importantes serán en la esfera moral, ya en lo intelectivo como en lo volitivo o en lo sentimental. 9º la comprobación de la unidad de acción del compuesto humano. Este importantísimo principio homeopático no nos permite ni legitima a utilizar medicamentos homeopáticos que carezcan de patogenesia por no haber sido sometidos a la experimentación pura. Por lo tanto, aquellos medicamentos que hoy día se utilizan en Homeopatía sin tener patogenesia no podemos considerarlos “homeopáticos”. Animo desde aquí a los compañeros que usan estos medicamentos a someterlos a la experimentación pura. En tercer lugar, el Similia Similibus Curentur, lo semejante cúrese con lo semejante. Este es un postulado que elevó a la categoría de principio rector de la Homeopatía el fundador de este método curativo, Samuel Hahnemann, recurriendo a la comprobación experimental. Por ello es inobjetable y se puede comprobar en cualquier momento y circunstancia repitiendo ese proceso experimental. La naturaleza ha mostrado el camino a seguir para medicar, o para procurar el restablecimiento de la salud. Esa naturaleza nos ha mostrado que en ocasiones una enfermedad se cura por otra enfermedad, o que se realiza la sustitución de un proceso morboso por otro que al parecer es prevalente o más fuerte. La hipótesis que se planteó Hahnemann era ¿qué condición debe existir para que una enfermedad sea curada o desplazada por otra, puesto que esto en la naturaleza sucede sólo en algunos casos? Comprobó que la naturaleza produce la curación de una enfermedad por otra que se establece en el mismo paciente, sólo en los casos que hay similitud entre las dos entidades nosológicas; cuando las enfermedades son semejantes. Por otro lado con las drogas o medicamentos, la medicina antigua lograba en algunos casos la curación de las enfermedades. Debía por lo tanto existir una relación entre aquellas enfermedades que en forma natural se eliminaban unas a las otras, como también debía existir una relación entre las enfermedades y los remedios que verdaderamente las curaban. Hahnemann preguntó a la misma naturaleza experimentalmente cuál era la relación entre las enfermedades y las drogas que obraban como sus remedios. Administrando esas drogas al hombre sano se descubrió que ocasionaban perturbaciones constituyendo síntomas que en sus diferentes grupos semejaban diferentes enfermedades; precisamente aquellas en las que actuaban como remedios. Esto es justamente lo que constituye el principio de similitud terapéutica: Que una enfermedad sólo puede ser curada en la forma más natural con el medicamento que experimentalmente en el hombre sano produce alteraciones o síntomas semejantes a los de esa enfermedad. Este principio de que lo semejante se cura por lo semejante tiene dos soportes en el terreno científico. En el orden empírico o fáctico el de la experimentación. Toda droga, o sustancia que no es alimento, es capaz de alterar la salud del hombre produciendo una serie de síntomas y de alteraciones que le son absolutamente correspondientes. El segundo soporte es de orden dialéctico, filosófico o de discernimiento. Partiendo del principio de identidad que nos muestra que una cosa sólo es idéntica a sí misma y sobre todo en el terreno de la medicina éste es y ha sido evidente, porque cada enfermo como cada individuo se particulariza por peculiaridades y singularidades que le son absolutamente propias. Otro aspecto del principio de identidad constituye el de analogía que nos muestra que la unidad del universo se deriva de las diferencias entre los términos que se igualan. Las diferencias que distinguen a los similares, como las semejanzas que existen en las diferencias e igualdades posibles en las diferencias. En la clínica el medicamento más eficiente o más indicado para llegar a la condición de remedio será aquel que presente mayor analogía y en nuestro caso mayor similitud, el llamado “simillimum” que será el medicamento más semejante. El “simillimum” lo será por cuanto a los síntomas, por cuanto a la patología del enfermo, por cuanto a la dosis, por cuanto a la vitalidad del paciente y por cuanto a la intención curativa. En cuanto lugar, la individualidad morbosa. Es la manera particular y única de enfermar, es la forma individual de enfermar, por cuanto que somos únicos e irrepetibles. Es lo que Jean Paul Tessier dejó establecido en el siguiente aforismo: “Cada individuo padece según su especie y dentro de su especie según su naturaleza propia”. La enfermedad de cada sujeto es su enfermedad, tan irrepetible como él mismo, tan derivada de su naturaleza como cada uno de sus actos, como cada uno de sus pensamientos. Requerirá por lo mismo una observación, una descripción, una consideración y un tratamiento también absolutamente singular. Esto es la individualidad morbosa. En quinto lugar, la individualidad medicamentosa, el modo de actuar único de cada medicamento. Así como cada individuo es único e irrepetible, cada elemento mineral, vegetal o animal tendrá particularidades y potencialidades propias e irrepetibles, las mismas que se manifestarán en forma clara y profunda solamente al liberarlos de su apariencia mediante el proceso de dinamización. Cada medicamento posee su individualidad, su potencial curativo y sus manifestaciones en el cuerpo humano son únicas e inherentes a él mismo. Así como cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles, cuando caemos enfermos sufrimos un proceso que también es único e irrepetible que requiere un medicamento único e irrepetible, que se ajuste a un momento en particular y que es susceptible de modificarse dependiendo de las circunstancias y los cambios en la sintomatología. No existen medicamentos sustitutos, el medicamento tiene una total correspondencia con el paciente y con el momento que está viviendo. El médico homeópata prescribirá tan solo un medicamento por vez. Esto lo señala de un modo taxativo Hahnemann en el parágrafo 273 de la sexta edición de su Órganon: “Nunca en un tratamiento es necesario, y ya sólo por eso es inadmisible, administrar al paciente más de una sola sustancia medicinal simpe a la vez. No se entiende cómo puede ponerse en duda que es más racional y conforme a la naturaleza prescribir un único remedio simple, bien conocido, que una mezcla de varios distintos. En la homeopatía, la única medicina auténtica y simple y la única que es acorde con la naturaleza, no es de ningún modo permisible dar al paciente a la vez dos sustancias medicinales distintas”. Este parágrafo debe servir de llamada de atención para que aquellos médicos homeópatas que utilizan o administran más de un medicamento a cada uno de sus pacientes, los llamados pluricistas, depongan su actitud y reflexionen, para que puedan modificar su conducta de acuerdo a lo señalado por Hahnemann. En sexto lugar, el dinamismo vital. La Homeopatía es un método curativo que se acomoda desde el principio en el lado del vitalismo, de los que inicialmente dan prevalencia a lo subjetivo, a lo que se intuye, al conocimiento que “se adquiere” por un proceso dialéctico, pero que de inmediato se comprueba por el procedimiento inverso de la deducción y la experimentación. Este vitalismo es una postura filosófica y es la base de la “doctrina” de nuestra escuela médica. Hahnemann constató que la primera alteración que constituye la enfermedad, se realiza en lo “dinámico” y no precisamente a expensas de efectos mecánicos o físico-químicos evidenciables, sino del todo imputables a efectos de fuerzas que sólo tienen, hasta el presente y posiblemente para siempre, el calificativo de vitales. Por ello la Homeopatía es vitalista en este sentido precisamente, en el de que las reacciones fundamentales del ser humano como las constitutivas de lo patológico, como el proceso curativo, sólo caben dentro de la incógnita perenne y al mismo tiempo de la respuesta última que es la vida. Todo proceso vital es ordenado en la materia por una fuerza, por un poder que de ninguna manera es anárquico, sino con un determinismo a la función, implícito y al mismo tiempo relativo a esa materia en la que va a actuar. Esto a lo que llamamos fuerza vital es un algo similar a lo espiritual puesto que es anímico, porque anima, impulsa, rige los cambios, los movimientos que van a efectuarse en los elementos materiales; y que los dirige hacia el finalismo existencial del individuo. La fuerza vital es así un dinamismo pero sujeto a lo que determina la forma, la limitación (los límites de) y al objetivo o sitio que corresponde a ese individuo dentro del conjunto universal. Es por así decirlo como la “personificación” del “ser existencial” tomista. Cada ser, tanto los humanos como todos los otros seres, aún los inanimados tendrán dentro de su confín una porción de ese dinamismo que les es necesario para su cohesión, para su presencia, para su evolución, para su proyección, etc., según las cualidades que les son propias a cada uno. Es la fuerza de la naturaleza circunscrita y en perfecta adecuación a cada cosa, a cada ser, constituyendo en cada uno una derivación y una representación del todo según las particularidades de la estructura que le corresponde como una cosa en sí. Por ello todos los seres tienen y adquieren una importancia igual por cuanto a su condición de seres y equitativamente en relación al hombre. El principio vital tiene una jerarquía mayor, como que resume la totalidad de la fuerza vital como un todo energético, actuante sobre el todo orgánico, con tendencia inherente a persistir, como correspondiente al concepto de ánima de C. Jung. La fuerza vital de cada órgano o parte del cuerpo, como de cada célula y que en su conjunto constituyen el principio vital, debe concebirse de acuerdo con el pensamiento de Platón; como un algo intermedio entre el espíritu y el cuerpo, que sin ser ni el uno ni el otro, participa de sus cualidades; que es una fuerza (vis), correspondiente a cada individuo. Los elementos materiales componentes del ser humano son algunas de las cosas que lo constituyen. La Fuerza Vital es el dinamismo que corresponde a todos ellos pero en correlación; y esa fuerza vital de todos y cada uno de esos elementos, de nuestros órganos como de nuestras células en su totalidad, constituye el Principio Vital. La totalidad de la Vis Naturae. El vitalismo se define como toda doctrina que explica los fenómenos que se verifican en el organismo, así en el estado de salud como en el de enfermedad, por la acción de las fuerzas vitales propias de los seres vivos y no exclusivamente por las acciones fisicoquímicas de la materia común. Toda admisión de un “principio vital” o “fuerza vital” o “dinamismo vital” inseparable de procesos bioquímicos es llamado vitalismo. La fuerza vital, fuerza de cohesión entre los distintos elementos que conforman la materia viviente no puede ser percibida por nuestros sentidos porque no es materia, solamente se pueden percibir sus efectos gracias al admirable funcionamiento armónico del cuerpo. Dicha fuerza impulsa y mantiene el correcto y adecuado equilibrio de las funciones celular, orgánica y sistémica. Gracias a ella es posible que elementos simples puedan combinarse y formar compuestos, que éstos interactúen con otros y se produzcan reacciones fisicoquímicas capaces de mantener la vida. Sin esta fuerza vital no existirían dichos procesos y por lo tanto no habría vida. La enfermedad es el desequilibrio de la fuerza vital. Es la fuerza vital quien informa del ser y del modo de ser de los enfermos. La fuerza vital es parte del organismo, a la vez inmaterial pero inseparable de él. No es una fuerza dispersa, no va ni viene, ella determina forma y función, entrelaza y equilibra, mantiene la vida y la sustenta. En séptimo lugar, la dosis mínima. Es la suficiente para producir el efecto terapéutico deseado. Es la menor cantidad de medicamento capaz de lograr una reacción curativa en el organismo. En Homeopatía la dosis no nos habla de cantidad ponderable de materia, sino de un estímulo dinámico preciso, exacto, siempre conforme con la naturaleza. En general, los médicos homeópatas unicistas manejamos fundamentalmente potencias centesimales o cincuentamilesimales que Hahnemann descubrió ya en sus últimos años, con la que encontró aún menos agravaciones. Por último, los miasmas crónicos, la patología constitucional o enfermedades crónicas de Hahnemann, heredables, transmisibles y desde luego predisponentes a toda una serie específica de sufrimientos, de alteraciones tanto funcionales u orgánicas como psíquicas, es decir, integrales. Es por lo tanto y ante todo en el orden clínico un estado de predisposición a diferentes manifestaciones patológicas que, según Hahnemann, son únicamente en tres formas: la syphilítica, evidentemente destructiva; la sycósica que él señaló con la característica de la productividad anómala y la psórica como la predisposición defectiva. Para la medicina homeopática sólo hay tres enfermedades crónicas y las mezclas de éstas consideradas cada una como estado de ser, anómalo o constitucional, diatésico o sencillamente mórbido, permanente y que no tiende a eliminarse por sí mismo como en las enfermedades agudas (ya sea por crisis o por lisis); sino que representa una alteración profunda de la naturaleza humana determinando funciones tanto físicas como mentales desordenadas en tres sentidos que las desvían ya, dentro de una ineficacia por debilidad o impotencia, ya en el sentido opuesto o sea de mayor excitabilidad y aceleramiento o precipitación o, en un sentido divergente, antinatural y degradante. Estas rutas divergentes de las energías o dinamismos que determinan las funciones tanto de lo psíquico como de lo somático a lo que Hahnemann llamó las fuerzas vitales o en su conjunto el principio vital (cuando obran al unísono todas esas fuerzas) es lo único constatable que constituye la enfermedad. Son dinamismos que determinan esas alteraciones funcionales en hipo, en hiper o en dis. Es decir, alteraciones funcionales en menoscabo, con menor eficiencia o con bastante insuficiencia hasta la impotencia de ellas, o bien con aceleramiento inadecuado, precipitación hasta la desorganización; o extravío de las mismas funciones o en la otra forma: mal iniciadas, en grado menor a lo debido, esto es degradada o pervertida o deformada y hasta depravada. Las enfermedades crónicas o miasmas son estados morbosos dinámicos, constitucionales, resultantes de la supresión arbitraria y antinatural de las enfermedades agudas. Hoy en día son consecuencia de supresiones no sólo nuestras sino de nuestros ancestros, de tal forma que se han ido acrecentando de generación en generación. Es decir que cada vez que no sabemos escuchar a nuestra propia naturaleza y no le ayudamos en el mejor sentido, estamos propiciando o acrecentando nuestra carga enfermante y la de nuestros descendientes. De esta manera, la fuerza vital es debilitada a un grado de extensión despiadada y algunas veces, si no sucumbe, gradualmente se desvía de tal modo que a fin de sostener la vida contra estos ataques enemigos y destructores produce una revolución en el organismo. Cuando esto ocurre, la fuerza vital responde unas veces privando a alguna parte de su sensibilidad o funcionalidad, es decir, que el+ organismo humano funciona hacia la carencia o falta de función o falta de reactividad. A esta primera enfermedad crónica Hahnemann la llamó “Psora” y la caracterizó con padecimientos de piel como la sarna. En otras ocasiones el organismo responde exaltando la sensibilidad o la funcionalidad a un grado excesivo, reaccionando de una manera exagerada, produciendo de más, secretando en exceso, formando tumoraciones o verrugas. A este tipo de enfermedades le llamó Hahnemann miasma “Sycósico”. En el último caso, el organismo puede propiciar más bien la destrucción de ciertas partes, generando úlceras o chancros por ejemplo. A este miasma el maestro lo denominó “Syphilis”. El Dr. Proceso Sánchez Ortega complementó la doctrina miasmática de Hahnemann, haciendo reconocibles en forma más fácil las características de cada miasma y al mismo tiempo la seriación de los síntomas para utilizarlos en la clínica. El maestro Proceso después de muchos años de observación y de estudio notó que sólo podemos concebir tres formas de alteración de las funciones celulares: EL DEFECTO, EL EXCESO Y LA PERVERSIÓN. De la alteración nutritiva de la célula resulta su disfunción y de ésta la lesión o alteración de lo estructural. La Psora, el primero de los miasmas, es indudablemente el estado constitucional del defecto, de la carencia, de la falla en el sentido del menos, de la inhibición y sus resultados, esto le da una indigencia biológica ideal para el asiento de la sarna. Al inhibirse lo mismo el individuo hombre que el individuo célula, reduce toda su expresión, se nutre mal, se debilita y cae en carencia. En cuanto a sus actividades el psórico es minusválido, tímido, reservado, lento en pensar pero profundo, tardo en aprender pero fija el conocimiento para siempre, aún diestro y sabedor no se atreve a emprender tareas de las que saldrá airoso. La psora inhibe la expresión somática no permitiendo la completa utilización de los órganos, e intelectivamente anclando la mente en la comprensión insistente aunque lenta o dificultosa de cada juicio ya sobre su propia vida, su comunicación o su relación. Obliga al ser humano a intensificar la reflexión, a la vida hacia el interior, disminuyendo ostensiblemente la exteriorización. Frustra o deforma en el sentido de la impotencia su capacidad de relación. Inhibe sus proyecciones ante los demás e impide la consecución completa de su ser existencial, no quedándole sino en el recurso de vivir hacia sí y proyectarse exclusivamente con el pensamiento hacia todo aquello en lo que se siente estar impotente para lograr una participación exitosa. Por eso el psórico tendrá como característica la inhibición, y derivado de ella una mayor vida interior con su tendencia a reflexionar, a la especulación filosófica, a la obstinación en sus pensamientos a la sutilización de todo lo concreto y a la sublimación de lo prosaico, y por el vacío que siente en cuanto a la satisfacción de sus deseos será un contínuo “peticionario” por su actitud de súplica o de espera de la piedad de los que le circundan, de recibir todo lo que puedan prodigarle. En el psórico somáticamente el defecto mayor estará en lo nutricional. Así su cuerpo estará malnutrido y débil, sus funciones siempre deficientes o incompletas. La carencia y la hipofunción son la base más evidenciable en el estado psórico así como su correspondiente inhibición en lo psíquico. Psíquicamente la ansiedad es el estado de ánimo más característico de la psora; la timidez, pusilanimidad o apocamiento y todas sus derivaciones. En lo general presentará la agravación por la mañana; y al aire libre; la tendencia a la anemia; a la analgesia. La ansiedad física; la agravación al ascender; o por el baño; o por el tiempo nublado; o por el frío, o después del frío; el volverse friolento o la tendencia a tener frío; la agravación antes de las funciones fisiológicas, como comer, la menstruación, evacuar…etc.; la agravación por el esfuerzo físico; y también por el ayuno; la flacidez; la pesadez interna y externa; la estasis congestiva; la irritabilidad de los órganos la lasitud, la tendencia a tumbarse o estar acostado; la agravación por el movimiento; el entumecimiento y los dolores de tipo gradual; dolores como contusos; de entumecimiento; de magulladura; presivo; presionante; como un peso; como torcedura, etc.; la sequedad de mucosas, piel, etc.; las estrecheces; las parasitosis; y todo síntoma o signo de impotencia o carencial. Los dolores del psórico serán con la tendencia a que el paciente se inmovilice, se refugie, se reduzca a su mínima expresión; se agravan por el frío y por el movimiento. La Sycosis es el miasma o estado constitucional del exceso, de la exuberancia, de la ostentación o de la fuga, del aceleramiento. Se caracteriza en lo orgánico por las verrugas y los flujos. En cuanto a su actividad es sobrevalorado, fanfarrón, aparenta más de lo que tiene, puede y sabe, codicioso, siempre se precipita y se hace notar. A la sycosis le corresponde el hiper. Lo mismo la hiperplasia de las pequeñas verrugas en forma de higo que toda tendencia tumoral, de neoformación, de hipertrofia, de exceso y de expansión. La sycosis es un estado de enfermedad diatésica, de patología profunda con la evidente tendencia a la productividad, a la proliferación, a los estados catarrales; flujos Excrecencias; tumores; así como a la inestabilidad y la inquietud mental con tendencia a la exteriorización. Podemos enlistar como síntomas característicos del estado sycósico la hipertrofia, la hiperplasia, la hiperquinesia y la expansión correspondiente en lo mental; tendencia evidente a la expansión y a la inestabilidad; inconformidad, precipitación; orgullo; fatuidad. Se agrava por la tarde, con los cambios de clima, de temperatura; es caluroso; se siente mejor con el movimiento, con el ejercicio. Tiene periodicidad en sus padecimientos. Sus dolores fundamentalmente son erráticos, o punzantes, pinchantes, tironeantes como sacudidas. Tendencia a descargas por cualquier parte del cuerpo, productivas. La expansión, el exceso, el más, el hiper, es lo que define al miasma sycósico. La syphilis es el estado constitucional que engendra la perversión que es destrucción, degeneración y agresividad. Se caracteriza por las úlceras en general, cuyo mejor ejemplo es el chancro sifilítico. En su actividad es destructivo, destruye con la lengua, con la mirada, con el veto, puede parecer buena gente y con maestría sin par (a veces sin proponérselo) causar el mayor de los daños, aun a aquellos a los que pretende amar. A la syphilis le corresponde todo lo destructivo y degenerativo, lo antinatural, antifisiológico. Agrava por la noche, por el calor, después de dormir, después de comer o cualquier acto fisiológico normal. Estados hemorrágicos; estados ulcerativos, destructivos, fagedénicos, gangrenosos. Dolores excavantes, desgarrantes, taladrantes, ulcerantes, ardientes. Estos son de una forma resumida los ocho principios homeopáticos que siempre debemos considerar para lograr una verdadera curación en nuestros pacientes. Bibliografía Introducción a la Medicina Homeopática. Teoría y Técnica. Dr. Proceso Sánchez Ortega. Biblioteca de Homeopatía de México. 1992. México. Apuntes sobre los Miasmas o Enfermedades Crónicas de Hahnemann. Dr. Proceso Sánchez Ortega. Biblioteca de Homeopatía de México. 1999. México. Apuntes sobre Clínica Integral Hahnemanniana. Dr. Proceso Sánchez Ortega. Biblioteca de Homeopatía de México. 2003. México. Homeopatía, la medicina del hombre. Dr. Alejandro Urrutia Solórzano. Biblioteca de Homeopatía de México. 2009. México. Órganon de la medicina. Dr. Samuel Hahnemann. Sexta edición. Traducido directamente de la sexta edición alemana. Traductores: Emilio Morales Prado y Juan Pablo Larreta Zulategui. Editorial Mínima. 2008. España. Organon de la Medicina. Dr. Samuel Hahnemann. Sexta edición. Traductor: Jorge C. Torrent. Editorial Porrúa. 1992. México. Dr. Ricardo Bárcena Gómez. Presidente de la Asociación de Médicos Homeópatas de Andalucía