Hay un cierto placer en la locura, que solo el loco conoce. Pablo Neruda. Miércoles. ¿Qué espera leer? Bueno debo decir en primer lugar, que en mi breve historia, no ha sido solicitado un espacio a la fantasía. Por tanto me temo que prescindirá, de fornidos vampiros, enloquecientes hombres lobo, como también de la radiante Barbie esquelética. Siento crear tal ambiente de desilusión, querido público. Pero deben comprender, que aveces la realidad, su día tanto como mi día, presentan un escenario más vivo. Y tal lugar, en el que se obtiene la capacidad de saborear, cada error, como cada acierto, debe ser apreciado. Les presento mi mundo, a la altura de las esperadas dieciocho primaveras. Por tanto, le ofrezco mi invitación, acompáñeme en un viaje, careciente de perfección aunque desbordado de realidad. Buen viaje. Me llamo Alba. Soy estudiante de segundo de bachiller. También debo agregar, en esta pequeña presentación que, soy la jefa del llamado equipo de cerebritos. Nos dedicamos una vez a la semana, a participar en concursos de saber, a nivel provincial. No soy la protagonista guapa, sexy de las novelas de moda, tampoco soy la solicitada patito feo. Digamos que una chica más. Casi siempre voy detrás de una gran carpeta roja, tapando a los impuntuales amigos de la pubertad. Tengo fama de muda, aunque debo decir, que no se me dan nada mal los idiomas. Hay como cincuenta palabras que me describen, en un amplio abanico, el cuál es actualizado diariamente, por las ociosas compañeras, de mi amada clase. En verdad debería contarles algún día que no soy nada de lo que ellas piensan. Aunque no quiero ser la culpable de su gran desilusión. Quiero contar, hacerles cómplices de mi bonita historia de amor. Todo empezó hace seis meses. Como cada mañana, de un dulce, placentero, pero corto para mi gusto verano. En el marcador los habituales refrescantes 44ºC. El sol haciendo gala de su poder abrasador, sumía a la bella, pequeña, mágica, embelesadora, apasionante, inolvidable y única Córdoba, mi cuna, mi ciudad, en un ambiente desierto en sus calles. Y ahí amigos, estaba yo. La chica del montón. Aburrida en agosto, sin nada importante que hacer. Los libros me habían salvado del tedioso aburrimiento hasta aquel momento, pero tras viajar imaginariamente a Moscú, París, India...no quedaba materialmente gran cosa en mi pobre estantería. Pero, una que, desde pequeña, le transmitieron la filosofía de investigar, aventurar y crear, había llegado el momento de llevarla a la práctica. Y bueno digamos, pensé, ¿ por qué no estrechar lazos con mi perro? Pues sí. Decidí que llegó la hora de investigar por el campo de los alrededores, conocer la escasa naturaleza, con ello no penséis que no era gran cosa. Todo tiene su punto. Y tanto Noah ( mi perro) como yo, se lo encontramos. Cierto día, caminando por el sendero que une mi triste y desierto barrio con la falda de la montaña, oímos un ruido. Noah ladró, demostrando su implacable valentía. Yo en cambio, miré con visión panorámica los distintos ángulos. Vacíos todos. Giré sobre mi misma. Y sorpresa. Digamos que no puedo decir que viese a El David de Miguel Ángel. Pero " tenía su punto" como decía mi amiga Sandra. La primera sonrisa, fue una disculpa. Intercambiamos miradas, que emitían sorpresa, expectación, intriga... Las preguntas típicas, ¿ qué raza es?, ¿que edad tiene? lo normal de las situaciones, en las que se quiere declinar el tema hacía un punto en común. Para hacerla a su vez más larga, aunque en verdad sepamos por nosotros mismos, contestarlas todas. Fue una bonita historia de diez minutos. Llegué a casa con una enorme sonrisa dibujada, una sensación de felicidad creciente. Pasaron veinticuatro horas, y sin planearlo realmente, estaba en el mismo lugar, a la misma hora, y para sorpresa mía, el también estaba allí. El era, un bonito día de abril. De esos en los que te levantas y, puedes empezar a saborear los candentes rayos de sol, arropada con una fina rebeca. Sus ojos poseían el más rico color del chocolate. Su tez, estaba bronceada, ni oscura ni clara. Sus brazos y sus manos, juraría que encajaban a la perfección en mi estrecha cintura. Nos envolvía la dulce fragancia veraniega. Su blanca dentadura, compañera de unos labios carnosos, creaban una perfecta estampa. Una sonrisa, que se contagiaba y que te obligaba a sonreír involuntariamente. A partir de aquel momento, de aquella mirada, sabía que mi temido mes de agosto, había cambiado de rumbo completamente. Cada día, nos veíamos. Había tardes en las que no parábamos de hablar, pisándonos el uno al otro, para compartir experiencias vividas, sensaciones, pensamientos, gustos, deseos y metas. En cambio otras, conseguimos crear tal vínculo que en una simple mirada, en una sonrisa, podíamos compartir todo aquello que estaba pasando por nuestra mente, sin tener que invertir esfuerzo en hablar. Cada día, se hacía más indispensable el vernos. Era como, aquella persona que depende de su medicina diaria. O aquel drogadicto que, desesperado puede llegar a vender su alma, por tan solo ese momento de pleno jubilo. Se dibujaba el mundo a nuestros pies. Crecían cadenas que unían nuestros corazones. Llegó ese día. El momento que habíamos deseado frenéticamente desde la primera inesperada mirada. El tal aclamado momento, el que cualquier chica lleva esperando desde que aprendió a utilizar un par de ceras de colores, un papel en blanco, y trazar las primeras líneas de la capa de su príncipe azul. El primer beso. Confesamos mutuamente nuestra nula práctica, compartimos unas breves risas nerviosas, y el tiempo se detuvo. El mundo dejó de girar. Las estrellas ocuparon un segundo escalón, tras nuestras miradas iluminadas, derrochantes de la más pura e infinita felicidad. Sus labios se posaron en los míos. Tan suaves como había imaginado. Sus manos estrecharon mi cintura, tímidas y con dulzura, con miedo de romper aquel perfecto momento. Mis manos fueron escalando desde sus hombros a su nuca, con curiosidad, con ternura, con suavidad. En ese preciso momento eramos dos cuerpos fundidos en uno. Envueltos en movimientos agradables. No se cuanto tiempo estuvimos allí contándonos todo nuestro pasado, nuestro mágico presente y aventurando un futuro común. Llegué a casa tarde. Mi madre con una interminable lista confeccionada durante horas. Plagada de reproches, a la cual no pude prestarle ni una pizca de atención, me esperaba tras la puerta. Era plenamente feliz. Únicamente la gravedad me hacía permanecer con los pies en el suelo. Aunque puedo decir, que mi corazón andaba a kilómetros de allí. Bandeado entre multitud de nubes esponjosas. Recuerdo tardes, en las que inaugurábamos los céspedes de los vecinos, jugábamos como niños pequeños, a saltar uno encima del otro. Incalculables concursos de cosquillas, en los que siempre quedábamos empate para provocar el juego una vez más. Contábamos estrellas, nos prometíamos una vida juntos, en cada una de ellas. Nos pasábamos horas haciendo recuentos mutuamente de lunares, y pecas, y besos. Bailábamos en mitad de una carretera desierta, reíamos, peleábamos, gritábamos, y al final el dulce momento de la deseada reconciliación. Era una aventura juvenil, que no tenía pérdida alguna. No sé como, pero de pronto nos encontramos en una montaña rusa. En un coche sin frenos. En un meteorito estrellándose contra la superficie terrestre. La felicidad se fugó de nuestras vidas. No nos regaló una educada despedida. Y de momento ya no estaban sus brazos para estrecharme contra su cuerpo. Ya no estaban sus candentes besos matinales. Se ausentaba esa mirada que me daba toda la seguridad que podía necesitar. Una parte de mi se había ido con él. Y la desesperación, la tristeza, la inestabilidad se aproximaban escalera arriba. Y en su rostro, la más cruel de las indiferencias. Caí en un pozo sin fondo. En un dolor que perduraría muchos días como también tantas interminables noches. En las que, me bañaba sola, en un mar lágrimas. Me sentía tan vacía, tan ajena a todo. En un estado de plena locura. Buscaba continuamente, ese fallo cometido, que hizo romper tal bonito cuento. Y ese era mi gran error. No cometí fallo alguno, que no fuera el dejar de quererme a mi misma, y amar sin egoísmos. Dicen que de las lágrimas derramadas, son lágrimas aprendidas. También dicen que la esperanza, es lo último que se pierde. Y que el verdadero amor, es tan solo el primero. Corto amor, largo olvido. Espero no haber sido culpable, de que hayan mal invertido su tiempo, leyendo una historia real. Gracias.