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Myríia,
n° 1 8 , 2 0 0 3 , pp. 57-90
QVANDOQVE
BONVS DORMITAT
HOMERVS.
ERRORES Y FALSEDAD EN ALGUNOS AUTORES GRIEGOS
LUIS M . MACÌA APARICIO
Universidad A u t ó n o m a de Madrid*
Summary: In the worlcs of certain Greek authors one may find, more or
less visible, mistakes, negligences and incoherences. In some other
occasions, what those authors intend to express and what they really offer
seem to be contradictory; both faults, either being willing or not, attempt
against the beauty of the works and against the credibility of their content.
The aim of this essay is both to offer examples of this kind, and to proceed
to a critical analysis, an appraisal and an explanation of the issue.
M u c h a s veces la crítica ha tratado injustamente a los autores antiguos por
aplicar al estudio d e sus obras criterios estéticos m o d e r n o s . D u r a n t e el
positivismo ese proceder fue especialmente frecuente; era la época de las
cuestiones, de las que n o se libró casi ningún autor de fama: s o m e t i d o s a u n a s
exigencias e x t r e m a d a m e n t e rigurosas, los autores antiguos resultaban culpables
d e falta de unidad y otros defectos, de los que t a m p o c o habrían e s c a p a d o autores
m o d e r n o s sobre los q u e n o cabe ninguna sospecha en ese sentido. Es preciso,
pues, tratar de j u z g a r a aquellos autores con criterios a d e c u a d o s para su é p o c a ' .
Pero lo cierto es que apenas s a b e m o s nada d e aquellos criterios, p o r q u e
los indicios de que d i s p o n e m o s , c o m o el j u i c i o d e los críticos antiguos, las
ocasionales didascalias que nos informan sobre el éxito o el fracaso de tal o cual
obra dramática y otros indicios indirectos, c o m o la frecuencia o la rareza con q u e
ciertos poetas recibían encargos de sus patronos, n o son suficientes para q u e nos
h a g a m o s una idea cabal al respecto. Y en esa situación t a m p o c o parece correcto
justificar todos los aparentes problemas y defectos, a p e l a n d o a aquellos criterios,
q u e no c o n o c e m o s . Se trata, en suma, de conseguir un punto de equilibrio entre el
e x a g e r a d o hipercriticismo y la rendida admiración.
Dirección para correspondencia: Prof Luis M. Macia Aparicio. Departamento de
Filología Clásica U.A.M. E-28049- Cantoblanco (Madrid). E-mail: [email protected]
' Este trabajo se integra en el Proyecto de Investigación "Historiografía literaria clásica y
novela histórica de tema romano y griego" (PB 98-0083). Agradezco a F. Morillo, L.
Conti, E. Crespo y H. Maquieira las observaciones que hicieron a este trabajo durante su
fase de elaboración. He de advertir que todas las fechas históricas mencionadas son anteriores a la Era.
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L. M. Macía Aparicio
A la hora de evaluar los aparentes defectos, es preciso tener en cuenta que
la literatura que ahora conservamos en forma escrita fue durante m u c h o t i e m p o de
ejecución y tradición oral y que cuando se hizo escrita n o llegó a alcanzar tal
volumen c o m o para que se impusiera el afán d e rigor y exactitud que caracteriza a
ese tipo de difusión en la actualidad: el r e c u e r d o d e lo d i c h o sólo quedará en
quien lo oyó^, en c a m b i o , cuando un libro circula por diferentes lugares y ofrece a
la vista de t o d a clase de lectores tanto sus aciertos c o m o sus errores, es preciso
tener m á s cuidado. Los ejemplos que e n s e g u i d a a p u n t a r e m o s nos inducen a
pensar que por las razones que fueran aquellos autores sentían m e n o s t e m o r de
posibles críticas por errores y descuidos en sus obras q u e el q u e hubieran sentido
en la actualidad.
Por otra parte, la literatura antigua n o s h a dejado a v e c e s visiones m u y
distintas de un m i s m o h e c h o o de un m i s m o personaje. L a imagen de Sócrates es
m u y diferente a la luz de los escritos de sus discípulos y a la d e los de
Aristófanes. ¿Cuál es la verdadera? Y si en la caricatura aristofánica del filósofo
t o d o era mentira, ¿por qué temía aquél tanto la influencia de Las nubes en la
opinión del pueblo de Atenas? Actualmente, c u a n d o l e e m o s el comentario de una
medida del gobierno en dos diarios de orientación política diferente, h e m o s de
preguntarnos por fuerza d ó n d e está la verdad, p o r q u e uno d e ellos (o los dos)
habrá m a n i p u l a d o la noticia para que destaquen en ella los aspectos más
convenientes a sus intereses. A la hora de levantar s o s p e c h a s sobre la veracidad
d e sus escritos, a u n q u e n o los únicos, los historiadores son los principales
candidatos^
De una forma u otra, tanto los errores o d e s c u i d o s c o m o la manipulación
constituyen sendos atentados contra la verdad: literaria en el primer caso e
histórica en el segundo; pero parece evidente q u e el grado d e d a ñ o que aquélla
recibe es diferente en a m b o s casos y que es m a y o r en el segundo, p o r q u e en él
interviene de una forma m á s o m e n o s consciente la v o l u n t a d del autor, cosa que
no sucede en el primero. En las páginas que siguen p a s a r e m o s revista a una
selección de autores antiguos, en cuyas obras a n a l i z a r e m o s a m b o s problemas.
En primer lugar podríamos cargar en el d e b e d e los autores clásicos
algunos errores de bulto, que cometen sea por d e s c u i d o o sea p o r otras razones
q u e se nos escapan. Semejantes errores son explicables en su m a y o r í a apelando al
carácter oral que tuvo la difusión de la literatura d u r a n t e m u c h o tiempo y a las
escasas exigencias de rigor que p r o b a b l e m e n t e i m p e r a b a n en sus respectivas
^ Aunque algunas equivocaciones quedan para siempre en el recuerdo colectivo, como la
del actor Hegéloco, que al recitar el v. 278 de Orestes confundió "bonanza" con "comadreja", cf. sch. adRan. 305.
^ Cf A. Pérez Jiménez en la Introducción de idem (ed.), La verdad tamizada, MadridMálaga, 2001.
Quandoque bonus dormitat Homerus
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épocas que ya h e m o s m e n c i o n a d o ; pero d e esos fallos no están libres t a m p o c o
autores más m o d e r n o s y quizá n o s e n c o n t r a m o s simplemente ante errores
achacables a la condición h u m a n a de los autores: c o m o decía H o r a c i o {Ad
Pisones, 359), Quandoque bonus dormitat
Homerus.
Y H o m e r o nos proporcionará el p r i m e r ejemplo. M u c h o s son los errores e
incongruencias que en sus p o e m a s se han señalado; baste aquí con uno, el d e la
resurrección de Pilémenes'', pero y a h e dicho que de semejantes descuidos nadie
se libra, y se han s e ñ a l a d o ' otros similares en El Quijote: varios n o m b r e s p a r a la
mujer de Sancho, olvido d e las circunstancias de la recuperación del a s n o , etc.
Los alejandrinos, que consideraban perfecto a H o m e r o , no podían tolerar esos
fallos y sus atétesis y correcciones reflejan con frecuencia su intención de
eliminar de su obra esas imperfecciones. E s la m i s m a tendencia q u e parece guiar
a ciertos editores m o d e r n o s , e m p e ñ a d o s en eliminar del texto d e los trágicos -de
Eurípides sobre todo- m u c h o s versos g n ó m i c o s por considerarlos superfinos.
Heródoto, sobre quien h e m o s d e volver en el segundo apartado, es u n o de
los autores más perseguidos por la crítica a causa de sus descuidos. Dos ejemplos
son suficientes: uno es la supuesta entrevista entre Solón y C r e s o en la corte de
éste mientras Solón viajaba para q u e sus leyes se asentasen, un imposible
histórico, porque Solón viajó ca. 594-91 y C r e s o accedió al t r o n o de Lidia hacia
560; otro es la causa de la ruina d e Creso, q u e recibe hasta cuatro explicaciones
en otros tantos pasajes del libro I: castigo de la soberbia de creerse el h o m b r e m á s
feliz (34), errónea interpretación de un oráculo (47), afán d e ampliar su reino y
vengar a Artajerjes (73) y v e n g a n z a divina en su persona por la maldad d e su
antepasado Giges (91 ).
Los descuidos y contradicciones son m u y frecuentes en el teatro. Los
filólogos de la Antigüedad hicieron d e la b ú s q u e d a y resolución de esos defectos
(zetémata, quaestiones)
uno de sus p a s a t i e m p o s favoritos*. N o s c e n t r a r e m o s en
Eurípides, que proporciona n u m e r o s o s ejemplos de este tenor, y a que incurre en
defectos de anacronismo y en contradicciones internas, y a la h o r a de organizar su
trabajo procede con cierto desorden, mejor dicho, con un orden q u e nos
sorprende. C o m e n z a r é por este último a s p e c t o .
"* Muerto en // V 581, pero vivo de nuevo en XIII 643.
' Véase F. Rodríguez Adrados, en p. 48 de "La cuestión homérica", pp. 19-87 de L. Gil
(ed.), Introducción a Homero, vol. I, Barcelona, 1984. Como es sabido, muchos de los
descuidos e incoherencias de Homero han servido de base para discutir la unidad de autor
o para detectar capas cronológica distintas en sus poemas; sin embargo, dado que esos
mismos defectos se encuentran en autores sobre los que no se plantean esas dudas, es
evidente que no sirven para ese fin.
^ Cf.E. Csapo-W.J. Slater, The context of ancient drama, Ann Arbor, 1994, pp. 35-36.
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L. M. Macia Aparicio
Eurípides no es a m i g o de utilizar la trilogía para desarrollar un tema, pero
resulta sorprendente el m o d o en q u e planificó las tragedias protagonizadas por los
hijos de A g a m e n ó n ' , c u y a secuencia cronológica según el mito c o m i e n z a por el
sacrificio de Ifigenia {Ifigenia en Áulide, Ifigenia entre los tauros), continúa con
el asesinato de Egisto y Clitemestra {Electro) y c u l m i n a en sus consecuencias
{Orestes). Pues bien, Eurípides las c o m p u s o e m p e z a n d o por Electra y acabando
por Ifigenia en Áulide, lo que a d e m á s de la falta d e respeto por la cronología da
lugar a algunas disfunciones, c o m o , por ejemplo, que las posibilidades dramáticas
de la o m i n o s a súplica de Ifigenia a Clitemestra ( v . l 4 5 4 ) de q u e n o odie a su
marido no puedan aprovecharse en Electra, p o r q u e esa tragedia y a había sido
compuesta^
N u m e r o s o s son sus deslices y contradicciones. Entre los primeros, el
anacronismo. En una breve selección centrada en las tres tragedias recién citadas
mencionaré el arranque patriótico d e Ifigenia {lA, 1380-81) a c e p t a n d o su muerte
por el bien de la helenidad frente a los bárbaros, un sentimiento m u y g r i e g o ' pero
injustificado en la época en que se s u p o n e que sucede el mito; o los diez días de
purificación que debía guardar Electra (v. 654), s u p u e s t a m e n t e recién parida; o
los Juegos a los que dice dirigirse Orestes (v. 781), q u e podrían ser los de su
época, porque las dos fundaciones míticas de los m i s m o s -por Heracles y por
Pélope- son anteriores a ella, pero que con la m e n c i ó n de la p r u e b a del diaulo
' Me refiero a Ifigenia en Áulide, Electra y Orestes, que he traducido y anotado en Alianza
Editorial (Madrid, 2002) y a Ifigenia entre los tauros.
* Compárese ese proceder con el habitual entre nosotros, que suele ser empezar por el
principio. Y cuando no es así, se intenta respetar la continuidad entre los episodios cuya
cronología se ha trastocado. Un caso muy conocido es el de la saga cinematrográfica de
La guerra de las galaxias, cuyas primeras películas no corresponden a los momentos
iniciales de la saga: ante el éxito de aquéllas se está completando la serie, y en los episodios que se van llevando a la pantalla se van presentando personajes que aparecieron en
las primeras entregas, y se hace de una forma tal que su actuación en ellas resulte comprensible. Otro tanto cabe decir de El silencio de los corderos, donde el caníbal Aníbal
Lecter está ya en prisión y colabora con una agente (Jodie Foster) del FBI: en El dragón
rojo, rodada después pero referida a acontecimientos anteriores, se narra su captura por un
agente masculino (Edward Norton), y al final de la película se prepara el terreno para la
presencia de aquella agente del FBI que ya apareció en la primera.
' Cf E. Hall, Inventing the barbarian: Greek self definition through tragedy, Oxford,
1989; P. Cartledge, The Greeks: a portrait of self and others, Oxford, 1993; R.A. Santiago, "Griegos y bárbaros: arqueología de una alteridad", Faventia 20, 1998, 33-44 y Th.
Harrison (ed.), Greeks and barbarians, Nueva York, 2002.
Quandoque bonus dormitat Homerus
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parecen los c o n t e m p o r á n e o s del autor. Se ha señalado'" la frecuente aparición y
referencia a elementos d e la vida diaria y su función de ayudar al p ú b l i c o a
situarse en la ficción dramática, pero lo cierto es q u e la presencia en e s c e n a de
objetos de la época de la representación, que Aristófanes, u n o de los p r i m e r o s
críticos literarios de la historia, ridiculiza en sus c o m e d i a s (la escena del lecitio y
m u c h o s versos de Las ranas son un buen ejemplo), constituye un a n a c r o n i s m o
similar al que ofrecería un personaje d e una película d e r o m a n o s que dejara v e r un
reloj de pulsera. Anacrónico es a s i m i s m o q u e se diga de T i n d á r e o q u e es un
espartiata {Or. 4 5 6 ) o que el anciano le diga a su nieto {íbid. 496) q u e no t e n í a q u e
haber m a t a d o a Egisto y Clitemestra, sino llevarlos a j u i c i o .
Contradicciones internas, no justificables por la libertad del mito, las hay
m u y notables, y alguna fue señalada ya por los escoliastas, c o m o la q u e se da
entre los vv. 765 y 1065 d e Orestes, pues si en el primero se dice que Estrofio
había e c h a d o de su casa a Pílades, en el último se r e c o m i e n d a a éste que v u e l v a a
su casa, c o m o si no hubiera p a s a d o nada. Y hay más, he aquí unas cuantas: en la
tragedia de su nombre, Electra, de quien se dice (v. 108) que lleva la c a b e z a
rapada, se lamenta (v. 184) del desaliño d e su aspecto y d e la suciedad d e sus
cabellos. Se contradice igualmente, sin salir d e las tres tragedias q u e
c o m e n t a m o s " , en su versión del viaje de H e l e n a a Troya: ¿fue su persona la que
viajó con París o un simulacro, mientras ella se q u e d ó en Egipto con P r o t e o ?
Eurípides siguió en su Helena la versión de Estesícoro'^, apartándose d e la
homérica, y la mantiene en Electra (cf. w . 1279-84) durante la intervención de
Castor c o m o deus ex machina; pero en otras ocasiones {JA, 49, 178) se m e n c i o n a
el viaje de manera a m b i g u a y en Or. 79-80 se contradice la versión del s i m u l a c r o
y es la propia Helena la q u e m e n c i o n a su viaje a Troya. Diferente es t a m b i é n el
tratamiento de un mismo m i t o en obras distintas, c o m o sucede con el relato d e los
cambios de ruta del sol c o m o consecuencia d e las disputas dinásticas entre A t r e o
y Tiestes {El. 734, Or. 1004, IT. 194): se h a c e que el astro e m p r e n d a una n u e v a
ruta de oeste a este en unas {Orestes, Ifigenia en Táuride) y de este a oeste en la
otra {Electro). Sorprendente es la falta de continuidad entre el final d e Electra y el
principio de Orestes, con la m u c h a c h a aún en Argos p e s e a las prescripciones de
Castor, y eso que las obras fueron c o m p u e s t a s en fechas que habrían h e c h o fácil
evitar la discrepancia. ¿ Q u i é n haría en la actualidad la s e g u n d a parte d e una
J.A. López Pérez, "Notas sobre técnica dramatúrgica euripidea. Lo cotidiano en Alcestis", pp. 177-91 de E. García Novo e I. Rodríguez Alfageme, Dramaturgia y puesta en
escena en el teatro griego, Madrid, 1999.
" Muy famosos y característicos son el discurso de Peleo en Andromaca y la disputa entre
Hécuba y Helena en Las troyanas.
Presente también en Heródoto, II 112-20. Se dice que Hesíodo (fr. 358) ílie quien primero usó la versión del fantasma.
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L. M. Macia Aparicio
pelicula sin respetar la m á s escrupulosa continuidad con la primera? Por acabar
con los ejemplos, la actitud de Aquiles en Ifigenia en Aulide es también
contradictoria, aparte de ridicula: es un miles gloriosus q u e sólo se preocupa por
sí m i s m o . C o m i e n z a mostrando desinterés por su b o d a (931 ss.), pero pronto
(970) a m e n a z a a quien se atreva a privarle de ella; continúa a l a b a n d o la suerte de
quien desposara a la m u c h a c h a (1405) y acaba (1566) por formar parte del grupo
que va a sacrificarla. Y a u n q u e es m u y probable que con esos vaivenes el poeta
intente poner ante nuestra vista la lucha interior del personaje enfrentado a esas
circunstancias dramáticas, a mí no me sorprende que p e r s o n a s p o c o familiarizadas
con nuestros autores y sus personajes piensen que h a y varios d e ellos con el
m i s m o n o m b r e ante lo dispar de su actuación en obras diferentes.
T e r m i n o con Eurípides, c o m e n t a n d o las modificaciones voluntarias a las
que este autor somete a los mitos, a u n q u e d e b o señalar u n a vez m á s que
tratándose d e mitos quizá no sea lícito hablar de c o n t r a d i c c i o n e s o errores, pues es
bien sabido que el mito no tiene forma fija'^ P o r ello apuntaré en este apartado
sólo aquellos casos en que el propio Eurípides e m p l e a versiones distintas de un
m i s m o mito en obras diferentes'''. Eso es lo q u e estudió en su tesis doctoral Th.
S t e p h a n o p o u l o s ' ^ q u e ha insistido en la utilidad d r a m á t i c a d e esas
modificaciones, que dotan de una fuerza suplementaria a los personajes y a las
razones que exponen en los agones. H a b i t u a d o s , sin e m b a r g o , c o m o estamos a
otras versiones, no dejan de s o r p r e n d e m o s las d e Eurípides, sean propias o hayan
sido tomadas d e fuentes no homéricas que en parte r e c o n s t r u i m o s gracias a las
tragedias de aquél'^. A la ya m e n c i o n a d a del s u p u e s t o viaje de H e l e n a a Troya
podrían añadírsele c o m o más sorprendentes el j u i c i o d e A r g o s y el chantaje a
Menelao con la vida de Hermíone en Orestes y, sobre t o d o , que Yocasta
sobreviva en Las fenicias al descubrimiento d e su incesto con E d i p o .
Aristófanes es otro autor en cuya o b r a p u e d e n encontrarse con facilidad
ejemplos similares a los que a c a b a m o s de presentar, a u n q u e en su caso podríamos
sentimos dispuestos a disculparlos, porque la c o m e d i a es un g é n e r o al q u e cabe
exigir m e n o s rigor que a la tragedia. N o obstante, Aristófanes reclama para
aquélla la m i s m a dignidad que se le atribuye a la tragedia, y es j u s t o que en
Si ampliáramos esta encuesta a otros autores, sería necesario mencionar a Píndaro, que
arregla los mitos para satisfacer a sus patronos (otro tanto hizo Virgilio en su Eneida:
nadie tiene la exclusiva) o para ponerlos de acuerdo con sus propias opiniones, y en la
primera de sus Olímpicas organiza a su antojo el de Pélope, porque no puede aceptar que
se tache a los dioses de glotones.
Y aún en esos casos habría materia para discutir, pues cada poeta puede escoger la versión que mejor sirva a sus objetivos de cada momento.
Umgestaltung des Mythos durch Eurípides, Atenas, 1980.
Cf F. Jouan, Euripide et les legendes des chants cypriens, París, 1963
Quandoque bonus dormitat Homerus
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correspondencia se le achaquen corno defectos los m i s m o s q u e h e m o s s e ñ a l a d o
para el otro gran género dramático. Y, c o m o en Eurípides, los defectos de
planificación y los fallos por anacronismo son frecuentes en sus c o m e d i a s .
Ejemplos del primer tipo se aprecian en obras c o m o Las
tesmoforias,
d o n d e Mnesíloco sube (v. 2 7 8 ) al retiro de las mujeres en la Pnix en el s e g u n d o
día de la fiesta y donde Eurípides, un v e r d a d e r o varón, n o c o m o C l í s t e n e s , se
presenta (v. 1160) ante ellas por las buenas, c o m o por las buenas, sin q u e el poeta
se t o m e la molestia de indicar los m e d i o s utilizados para semejante viaje, aparece
en el O l i m p o primero y en la Tierra después el coro de La paz, o c o m o en
Lisístrata, ambientada en plena guerra del P e l o p o n e s o , c o m p a r e c e n en A t e n a s la
espartana L a m p i t o y otras mujeres d e ciudades e n e m i g a s . Y h e aquí u n a p r u e b a
de las diferencias de sensibilidad antigua y m o d e r n a ante esos despistes: R.
K ö n i g " es autor de un comic en el que se p r e o c u p a enseguida de explicar el
medio -fácilmente imaginable- de q u e se sirven la espartana y sus c o m p a ñ e r a s
para burlar la guardia y entrar en la ciudad y las previsiones de las mujeres para
que las prostitutas no neutralicen su plan'*. Pero t o d a s esas lagunas, y m u c h a s
más que hubiera, se explican por la acción directa y arrolladora q u e caracteriza a
la comedia y por la exigencia ineludible del éxito de su protagonista, a u n q u e los
intereses de éste no se m a n t e n g a n durante t o d a la pieza, sino q u e v a y a n
c a m b i a n d o para adaptarse a las circunstancias, c o m o v e m o s en Pluto, d o n d e se
abandonan los propósitos de C r e m i l o de darle a su hijo una vida mejor que la
suya, o en Las ranas, d o n d e Dioniso, que d e s c e n d i ó al H a d e s para d e v o l v e r a
Eurípides a la vida, regresa con Esquilo. Claro es que esos c a m b i o s d e plan son
apreciables también en los trágicos, a quienes parece justificado c o n c e d e r l e s
m e n o s margen de libertad, c o m o v e m o s en la Antigono de Sófocles, d o n d e la
forma en que se produce la m u e r t e de la protagonista no c o r r e s p o n d e con las
proclamas de Creonte que la c o n d e n ó . Pese a t o d o , semejantes " c a m b i o s d e
opinión" se le tienen en cuenta a Aristófanes m e n o s que a otros autores, d a d a s las
características del género literario q u e cultiva, y t a m p o c o se le critica d e m a s i a d o
por sus mentiras descaradas acerca del linaje d e Eurípides, c u y a b u e n a c u n a
demostró Filócoro, y acerca de las actividades privadas de Aspasia.
Entre los fallos por a n a c r o n i s m o no c a b e imputarle al c ó m i c o la presencia
de lo cotidiano en escena, p o r q u e la actualidad m á s rabiosa es el escenario en el
que se desarrollan sus c o m e d i a s , pero sí la actualidad y el aire ateniense d e
" Lisistrata, Hamburgo, 1987, (trad. esp. Barcelona, 1993). En ese comic, por cierto, se
basa la reciente versión cinematográfica -bastante mala, como el comic- protagonizada por
Maribel Verdú y dirigida por Fran9esc Bellmunt.
Esos fallos arguméntales, así como la oposición que el plan de la heroína puede encontrar en la masturbación de los varones sometidos a la "huelga de celo" de las mujeres, los
ha señalado J. Henderson, The maculate muse, Nueva York-Oxford, 1991^ pp. 93-99.
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cualquier situación o lugar en que se llevan a cabo sus acciones. Y si del imperio
de Minos tal c o m o lo describe Tucídides se puede decir que se parece d e m a s i a d o
al de Atenas, ¿ q u é decir d e los dos óbolos q u e lleva en la boca el m u e r t o q u e
transporta en su barca Caronte en Las ranas, o de la ley de Solón sobre herencias
con la que Pistetero disuade en Los pájaros a Heracles de actuar contra Piopío de
las nubes?
Entre los autores tardíos, inmersos y a en la etapa de difusión escrita d e la
literatura, son apreciables indicios semejantes a los que a c a b a m o s d e presentar en
los antiguos. M u y brevemente, porque creo que he aportado y a ejemplos
suficientes, me referiré a Plutarco y a Eustacio. El primero, de quien volveré a
hablar enseguida, es un platónico declarado que se o p o n e a la doctrina de estoicos
y epicúreos; sin e m b a r g o , M. Cerezo'^ ha apuntado la coincidencia del de
Queronea con los epicúreos en la b ú s q u e d a de consuelo para el presente
desgraciado en la felicidad pasada y en el elogio de quienes alaban su fortuna
sobre la base de lo que tienen y en la crítica d e los que ponen su confianza en el
futuro, porque éste depende del azar; y Pérez J i m é n e z ' " dice q u e m u c h o s piensan
que Plutarco es un estoico sin saberlo. Por otra parte, en su afán de dar lustre a sus
personajes, les atribuye acciones c u y a autoría no es segura, c o m o s u c e d e con
Aristides, de cuya activísima intervención en la batalla de Platea (Aristides,
12)
nada dice Heródoto (IX 26-27) y c u y a responsabilidad en el traslado del tesoro de
la liga ateniense a Atenas que el biógrafo le atribuye está fuera de lugar, p o r q u e se
produjo después d e su m u e r t e (ca. 4 5 4 y 4 6 5 , respectivamente). G r a v e s errores
de bulto.
En cuanto a Eustacio, p o d r í a m o s afirmar sin t e m o r que su obra n o sería
aceptada hoy en día por ninguna editorial y q u e si la publicara por su cuenta
recibiría las más severas críticas. Forzado por motivos religiosos, apela a la
alegoría, c o m o hicieron sin esa coacción los filólogos de P e r g a m o y R o d a s para
diferenciarse de los alejandrinos, para explicar a H o m e r o , c u a n d o no m e z c l a en la
explicación de ese autor elementos del d o g m a católico, a n a c r o n i s m o sólo
comparable a la "comisión de sabios" que, según él, asistió a Pisístrato, entre los
que se contaban -citados por ese orden- Aristarco y Z e n ó d o t o . Su obra está llena
de citas plagadas de inexactitudes ( p r o b a b l e m e n t e p o r q u e citaba de m e m o r i a ) y de
contradicciones internas, pues es frecuente que u n a m i s m a cita tenga un c o n t e n i d o
distinto en lugares diferentes^', aparte de que i n g e n u a m e n t e Eustacio trata de
hacer pasar por propias ideas que corresponden a otros autores. Sin duda, c o m o
'"^ Plutarco. Vicios y virtudes de sus personajes biográficos, Lérida, 1996, p. 100.
En p. 30 de Plutarco. Vidas paralelas, voi. 1, Madrid, 1985.
Nosotros hemos señalado regularmente esas discrepancias en el Aparato de Referencias
de nuestra edición en curso de la Iliada de Homero en Alma Mater (vol.I, 1991; 11, 1998),
véase, por ejemplo Vil 262.
Quandoque bonus dormitat Homerus
65
sugiere Van der Valk, su editor, la generosidad en el j u i c i o de los críticos en
aquella época era m a y o r que la que nosotros aplicamos ahora.
De todas formas, los descuidos y defectos a p u n t a d o s hasta ahora no
bastan para echar por tierra la obra de nadie. U n o s m e n o s y otros m á s suponen
una forma leve de e n g a ñ o y afean tan sólo aquellas obras; pero sin pasarse de
generoso cabe achacarlos a la condición h u m a n a d e sus autores: "nadie es
perfecto", que dice el millonario de Con faldas y a lo loco, e n a m o r a d o de Jack
L e m m o n , falsa mujer, cuando se descubre que ella es un h o m b r e , ^'Quandoque
bonus dormitat Homerus", que d e c í a m o s con Horacio al c o m i e n z o .
Pero si los ejemplos aportados pueden pasar por simples confusiones
involuntarias, hay otros casos en los que, a u n q u e quizá inconscientemente, los
autores mienten o incumplen las p r o m e s a s que ellos m i s m o s h a c e n respecto a sus
obras. La sensación de incomodidad o disgusto q u e semejante situación produce
puede ilustrarse con las palabras de Aquiles, aludiendo a A g a m e n ó n , durante el
episodio de la e m b a j a d a (//. IX 3 1 2 ­ 1 3 , ε χ θ ρ ό ς γ ά ρ μ ο ι κ ε ί ν ο ς . . . 6 ς χ ' έ τ ε ρ ο ν
μ ε ν κ ε ύ θ η έ ν ί φ ρ ε σ ί ν , ά λ λ ο δ ε ειπτί). Y a h e m o s a p u n t a d o q u e ese defecto se
les imputa sobre t o d o a los autores de los géneros relacionados con la historia, y
ello se debe a que, a diferencia de otros, éstos suelen hacer una declaración de
intenciones y c o m p r o m e t e r s e con un programa.
L e e m o s así en Heródoto q u e quiere narrar h e c h o s y causas de los m i s m o s
en la historia de griegos y bárbaros c o m o fruto de una investigación q u e pretende
dejar de lado el mito; o en Tácito, que c o n v i e n e t o m a r distancia temporal y
personal respecto a los hechos que se relatan y q u e referirá sine ira et studio, sin
encono ni parcialidad, la historia de R o m a desde el principado de Tiberio. Y Livio
dice despreocuparse por la forma de su obra y sentir interés tan sólo por los
hechos y fundamentalmente por los c a m b i o s m o r a l e s c a p a c e s de explicar el auge
y el declive del Imperio R o m a n o en su época. L u c i a n o , autor d e un tratado sobre
c ó m o hay que escribir historia, una de sus pocas obras serias y, en cualquier caso,
la única reflexión q u e la Antigüedad nos h a dejado sobre ese tema^^, piensa
principalmente en Tucídides c u a n d o afirma que el historiador d e b e evitar ciertos
errores y respetar determinados principios y q u e tiene q u e subordinar todo su
esfuerzo a la verdad. A j u i c i o del d e Samósata, ha d e tener el historiador una
capacidad innata para ahondar en el análisis político y d e b e ejercitarse en mejorar
su expresión, que de nada le vale, sin e m b a r g o , sin aquella cualidad; tiene que
diferenciar nítidamente, además, la historia del e n c o m i o y la poesía, c o m o se
" Cf J. Alsina, Luciano, vol. 1, Barcelona, 1962, pp. 39­40; G. Avenarius, Lukians Schrift
zur G eschichtsschreibung,
Meisenheim am Glan, 1956; J. B ompaire, Luden
écrivain,
París, 1958 y J.M. Candáu, "Πώς δεί ί σ τ ο ρ ί α ν συγγράφειν Luciano y la función de la
historia", Habis 7, 1976, pp. 57­74.
66
L. Μ. Macia Aparicio
diferencian la verdad del elogio y el adorno, y alejarse en su expresión de la
propia de la poesia y de las normas retóricas, a u n q u e ello disguste a sus lectores.
T a m b i é n Plutarco manifiesta su intención d e atender a personajes comparables de
Grecia y R o m a y de ofrecer un retrato de su carácter m á s q u e una historia de su
vida, convencido de que el carácter d e una persona explica m u c h o mejor sus actos
que la cuidadosa narración de los m i s m o s . E n s e g u i d a h e m o s de ver algunos casos
que pueden hacer dudar de tan sensatas afirmaciones.
Pero no hay ningún autor tan preciso en la declaración d e sus intenciones
ni tan c o m p r o m e t i d o con las m i s m a s c o m o Tucídides, q u e en los capítulos 20­23
del primer libro de su Historia de la guerra del Peloponeso
e x p o n e su p r o g r a m a
con todo detalle. Su objetivo es relatar el conflicto que entre 431 y 404 o p u s o a
Atenas y Esparta, las dos potencias h e g e m ó n i c a s que se consolidaron en Grecia
después de las guerras Médicas, caracterizadas por el p o d e r í o naval y el espíritu
e m p r e n d e d o r y por el d o m i n i o terrestre y el carácter
conservador,
respectivamente; afirma que intentará hacerlo de m o d o q u e su relato le baste a
quien quiera saber qué sucedió; p r o c l a m a q u e en él huirá d e la forma literaria de
los poetas, con sus exageraciones y a d o r n o s que e m b e l l e c e n pero falsean, y
pretende que su obra sirva de lección para las generaciones futuras: ^'Historia
magisíra vitae et testis temporurrí\ que dirá Cicerón {De oratore, 2. 36): será un
κ τ ή μ α έ ς α Ι ε ί , un logro para siempre, porque d a d a la regularidad del
comportamiento h u m a n o ante situaciones s e m e j a n t e s ^ \ los hechos acaecidos
durante aquella guerra servirán para conjeturar el desarrollo de los que presenten
las mismas características en el futuro.
Tan c o m p r o m e t i d a s afirmaciones de los autores d e esos géneros acaban
por pasar factura. Las obras de los historiadores cuentan h e c h o s sucedidos, no
inventados, y las propias declaraciones de los autores p e r m i t e n esperar en ellos
verdad y objetividad, e incluso, puesto que en ese sentido se pronuncia a l g u n o de
ellos, una forma de expresión poco literaria, sencilla, sin los a d o r n o s de la poesía.
Por ello, con más o m e n o s intensidad según el prestigio del autor y el grado de
compromiso con sus principios, la crítica m o d e r n a ha m i r a d o con lupa las obras
de esos autores y el j u i c i o sobre ellas ha sido m u c h a s v e c e s negativo y se ha
tambaleado la confianza depositada en ellos, a u n q u e n u n c a han faltado quienes
han tratado de justificar esos defectos, o c u a n d o m e n o s d e restarles importancia,
aduciendo, tal c o m o a p u n t á b a m o s al principio, enfoques inaceptables o exigencias
injustificadas en las críticas de los detractores.
Que ejemplifica con la presencia constante de causas y pretextos: miedo de Esparta y
reclamaciones por Corcira y Potidea, o con el conflicto frecuente entre justicia y conve­
niencia: episodio de Mitilene, diálogo de los melios.
Quandoque bonus dormitat Homerus
67
A h i tenemos a Luciano, tan j u i c i o s o y preciso en sus exigencias, entre las
que, c o m o parte del respeto debido a la verdad, pide que el historiador se limite a
referir lo que ha visto o c o m p r o b a d o personalmente {autopsia), pero que a la hora
de describir ciudades se inventa formas y características, pues todas parecen
responder a un m i s m o patrón, y que a la h o r a de presentar a sus personajes lo hace
a veces ajusfándolos a tipos h u m a n o s universales, y así Solón es el viejo sabio
consejero, y Alejandro, el j o v e n guerrero ambicioso que p r e s u m e de sus h a z a ñ a s ,
lo que supone una deformación de la realidad, porque el ajuste d e c a d a persona a
un prototipo h u m a n o es sólo parcial e imperfecto.
La situación es aún m á s escandalosa en otros autores. Q u e la historia la
escriben los vencedores es un tópico que, c o m o todos los tópicos, encierra m u c h o
de verdad y éste exige que se magnifique al v e n c e d o r y se denigre al v e n c i d o . A.
M a s t r o c i n q u e ' " ha mostrado los manejos interesados d e ciertos historiadores en el
relato d e los conflictos entre Antioco III y R o m a , que incluyen la utilización
partidista de prodigios y el recurso directo a la difamación y el libelo y M.J.
Verdejo^' ha repasado ese t e m a en la historiografía r o m a n a desde los analistas a la
historia augusta.
En las biografías de filósofos y gobernantes se han estudiado los fines
sociológicos que esas obras persiguen^^. Según Talbert, la antigua división de las
biografías de F. Leo^', basada en criterios formales y que distinguía tres grupos:
1 ) el e n c o m i o {Evágoras de Isócrates); 2) las biografías peripatéticas de caracteres
{Vidas paralelas)
y 3) biografías d e especialistas, rigurosas con la cronología
{Vida de los doce Césares), d e b e a b a n d o n a r s e para tener en cuenta los fines
sociales de las mismas. Propone cinco grupos: 1) ofrecer un m o d e l o q u e d e b e
copiarse {Evágoras, Vidas paralelas);
2) reivindicación de un personaje criticado
{Apología,
Vida de Apolonio
de Tiana, Vida de Alejandro);
3) crítica de
personajes {La muerte de Peregrino, La anábasis de Alejandro); 4) refrendo para
quien guarda las auténticas enseñanzas del maestro (sólo en filósofos) y 5)
explicación de las claves del p e n s a m i e n t o de alguna autoridad (sin ejemplos en el
ámbito greco-romano). ¿ Q u é espacio le queda a la verdad con semejantes
intenciones? N i n g u n o . Es bien c o n o c i d a la escasa confianza q u e merecen los
Manipolazione della storia in età ellenistica: i Seleucidi e Roma, Roma, 1983.
"Propaganda y deformación de la historia en Roma", pp. 107-38 de A. Pérez Jiménez y
G. Cruz (eds.). La verdad tamizada, op.cit. El caso es completamente comparable al proceder de ciertos historiadores locales griegos, como Eumelo de Corinto, cuyas genealogías
heroicas hacen de Corinto, héroe eponimo de su ciudad, el ancestro de toda la Hélade, cf.
A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, 1979, pp. 248 ss.
C.H. Talbert ,"Biographies of philosophers and rulers as instruments of religious propaganda in Mediterranean antiquity", ^/V«IF II 16.2, 1978, 1619-51.
''' Die griechische-romische Biographic nach ihrer litterarischen Form, Leipzig, 1901.
68
L. M. Macia Aparicio
biógrafos antiguos en general y su tendencia a inventar datos antes que guardar
silencio sobre lo que no saben^^. E s más, la manipulación en las biografías
responde a veces a los intereses de personas o grupos c u y a subsistencia se basa en
la glorificación de aquellos personajes de los q u e de u n a m a n e r a u otra d e p e n d e n ;
de ese m o d o las vidas de Apolonio, Alejandro, A u g u s t o o E m p e d o c l e s se adornan
con los m i s m o s episodios míticos q u e caracterizan la d e Heracles, y Talbert
aporta indicios de manipulaciones similares en los Evangelios con la figura d e
Cristo. ¿ C ó m o sorprenderse de q u e a l g u n o s autores, n o tan prudentes c o m o d e b e
ser el filólogo, acusen a nuestros historiadores de difamación y libelo^'?
Y ya que hablamos de biógrafos, d e t e n g á m o n o s por un m o m e n t o en
Plutarco, m á x i m o representante del g é n e r o en la Antigüedad, acerca d e la
veracidad de cuyos escritos cabe albergar fundadas dudas. En primer lugar,
a u n q u e no es el obstáculo más importante, p o r q u e su declarado desinterés por lo
histórico choca con la evidencia de q u e cuatro quintas partes de sus Vidas es
historia, aunque se le dé poca credibilidad por los p r o b l e m a s que e n s e g u i d a
indicaremos''". Hay y a un germen de aporia en su intento de servir a la verdad al
describir el carácter de sus personajes y, a la vez, ser piadoso con sus defectos,
mitigándolos o silenciándolos. Y es q u e , en efecto, siendo el contraste el hilo
conductor de toda su obra, el que o p o n e a virtudes y defectos es m u y peculiar:
empieza por mostrar un evidente desequilibrio en el desarrollo de unas y otros,
siempre m e n o r en el de los vicios; continúa por la negación de q u e los vicios lo
sean, sino carencia de la correspondiente virtud; y termina por las caritativas
disculpas de que son objeto: n u n c a se ridiculizan, sino q u e siempre se muestra
comprensión hacia ellos""; otras v e c e s se contradice a sí m i s m o , pues desprecia la
crueldad pero la justifica en T e s e o al m a t a r a Sinis y Procrustes por el deseo de
emulación de las hazañas de Heracles q u e sentía aquél; y otras veces, en fin, es
subjetivo y discriminador, pues se m u e s t r a m á s severo con bárbaros o mujeres
que con griegos y romanos'^.
La aceptación por parte del peripatético Sátiro en su biografía de Eurípides de las burdas acusaciones difamatorias contra el trágico de Aristófanes son una prueba de ello.
"'' Como hace A. Mutis, Contextos para Maqroll, Tarragona, 1997, pp. 90-91 para calificar el tratamiento de los Julio Claudios en la historia de Tácito.
'° Cf. J. Alsina, "El historiador Plutarco", Anthropos 20, 1990, pp. 90-111.
^' Y así la cobardía de Nielas y Cicerón, sus exponentes más destacados de ese defecto, se
disfraza como prudencia, y la del arcadio Arato ante el combate, como producto de la
inexcusable atención a necesidades fisiológicas inaplazables
Sobre los personajes de Plutarco y su caracterización, véase la tesis doctoral de N. Barbu, Les procédés de la peinture des caracteres et la vérité historique dans les biographies
de Plutarque, Roma, 1976 ( = Estrasburgo, 1933).
Quandoque bonus dormitat Homerus
69
Las contradicciones con su declaración de intenciones son m u y claras en
otros casos: lejos de ser equiparables, sus parejas son a veces m u y d i s p a r e s , tanto
en prestigio c o m o en carácter, que es, al decir de Plutarco, lo que m á s le interesa.
N o es j u s t o insinuar que la d e m o r a fuera un rasgo sobresaliente en Pericles,
porque quiera hacerse de él el paralelo de Fabio M á x i m o , el cunctator, y p u e d e n
señalarse^^ las evidentes diferencias entre Aristides y Catón, q u e ú n i c a m e n t e se
parecen en la mente de Plutarco, pues sólo el griego responde al retrato d e h o m b r e
noble y generoso, sacrificado por su patria, y n o asi el r o m a n o , q u e a j u z g a r p o r la
imagen que da de él el propio Plutarco parece un ambicioso sin m á s norte q u e su
m e d r o personal. G o m m e ha sugerido q u e sus conocimientos de los personajes
griegos de la A n t i g ü e d a d son inferiores a los que tiene de los r o m a n o s , m á s
cercanos a él en t i e m p o y cultura, y que Plutarco ajusta su descripción d e aquéllos
a su idea previa, según la cual fueron b u e n o s los políticos c o n s e r v a d o r e s y m a l o s
los progresistas y d e m a g o g o s : la imagen d e Aristides y Temístocles en la Vida del
primero es un buen ejemplo.
Y hay aún otros puntos de contradicción con el plan inicial que arrojan
sombras de duda sobre la credibilidad d e este autor: y a h e m o s s e ñ a l a d o su afán
por ensalzar a sus personajes atribuyéndoles acciones d e autoría a n ó n i m a , una
costumbre que acerca su obra al e n c o m i o , un defecto que d e b e evitar el
historiador, c o m o apuntaba Luciano, y a u n q u e podría argüirse q u e él n o es
historiador y -con cinismo- que m u r i ó antes de conocer lo q u e prohibía L u c i a n o ,
lo cierto es que esos detalles n o le favorecen. Y otro tanto c a b e decir de otras
contradicciones. H o m b r e culto c o m o es, le gusta conferir a su relato la autoridad
de los antiguos: en las citas de H o m e r o , por ejemplo, es uno de los autores m á s
fecundos, y prefiere los prosistas a los poetas y renuncia a los autores del teatro,
porque las desatadas pasiones d e sus personajes son i n a d e c u a d a s para sus fines
moralizadores. Sin e m b a r g o , se ha señalado^'' la influencia de los trágicos en su
narrativa, y Pérez J i m é n e z dice que nos hace vivir la acción c o m o d e s d e las
gradas del teatro.
Varios autores han puesto de relieve^' que con frecuencia las Vidas
parecen la traslación a la biografía de las ideas que Plutarco defiende en sus
tratados morales, que se aplican por las b u e n a s o por las m a l a s a los personajes de
aquéllas, y todos coinciden en indicar que ése es el p r o b l e m a m á s grave para la
credibilidad de Plutarco, que maneja a su antojo la biografía d e los personajes
para demostrar sus ideas en un ejercicio procrústeo semejante al que p u e d e
" Cf.
l'* Cf
Cf
Fabio
L. Conti, Vida de Aristides y Catón, Madrid, Akal (en prensa).
Ph. de Lacy, "Biography and tragedy in Plutarch", AJPh 73, 1952, 159-71.
E. Crespo en p. 36 de su Plutarco. Vidas paralelas. Alejandro-César,
PericlesMáximo, Alcibíades-Coriolano, Barcelona, 1983, con bibliografía.
70
L. M. Macia Aparicio
decirse y se h a dicho que realiza Tucídides. E s evidente q u e con semejante
ejercicio la verdad no puede sobrevivir.
Casos c o m o los presentados hasta ahora son m u y difíciles d e justificar. La
tergiversación voluntaria de los hechos, sea con fines políticos o sea con fines
didácticos, es en ellos palmaria; d a la impresión de que faltar a la verdad y n o
cumplir lo prometido es un defecto en el que están a b o c a d o s a caer
irremediablemente los historiadores, y habrá d e ser Luciano (Ver. Hist. 1.4) quien
haciendo alarde de cinismo y sentido del h u m o r reclame p a r a sí m i s m o la
indulgencia de que parecen gozar los d e m á s y declare p a l a d i n a m e n t e q u e la única
verdad que el lector hallará en su libro es la afirmación de q u e t o d o lo que
contiene es falso, lo que, sea consciente de ello Luciano o no, convierte en falsa
incluso esa afirmación.
C r e o que puede aceptarse que en estos casos tan evidentes los autores no
son veraces ni objetivos; pero hay otros -estoy p e n s a n d o en los historiadores de
m a y o r fama, en Heródoto y Tucídides, con quienes m e p r o p o n g o cerrar esta
exposición- más c o m p l i c a d o s y d u d o s o s . Es con esos autores con los que cierta
crítica m o d e r n a ha sido m á s dura, aplicando a su análisis criterios m o d e r n o s y
planteando unas exigencias que no está claro q u e sean del t o d o j u s t a s , c o m o , por
ejemplo, que la narración de los hechos sea sólo eso y no c o n t e n g a interpretación,
un planteamiento seguramente e q u i v o c a d o al que se han o p u e s t o m u c h o s
modernos^* y contra el que ya se o p o n í a L u c i a n o en el capítulo programático de
su tratado Sobre cómo hay que escribir
historia'''.
Desde una perspectiva m á s e c u á n i m e y m á s ajustada en las exigencias a
lo que verdaderamente cabe exigir, las críticas d e hace t i e m p o contra la obra de
Heródoto constituyen un ejemplo a p a r e n t e m e n t e claro d e menosprecio
injustificado. La crítica está actualmente de a c u e r d o , en general, en la valoración
positiva de aquélla y en el rechazo d e las imputaciones de c r é d u l o , desordenado y
cuentista"** que a c o m p a ñ a r o n al de H a l i c a m a s o desde la A n t i g ü e d a d .
Plutarco, con su De Herodoti malignitate,
y a l g u n a s críticas veladas de
Tucídides son la primera causa de la m a l a fama de ese autor, a c u s a d o de desorden
y parcialidad, entre otros defectos. La cuestión herodotea fue u n a m á s durante la
R.G. Collingwood, Tlae idea of history, Oxford, 1933, (ed. rev. 1994), decía que hacer
historia de esa forma es trabajar "con tijeras y engrudo", cf J. Alsina, Tucídides. Historia,
ética y política, Madrid, 1981, pp. 115 ss., con un buen resumen de la cuestión. Véase
también H. Erbse, Fiktion und Wahrheit im Werke Herodots, Gotinga, 1991.
" Cf Candáu, op.cit, p.73.
Homo fabulator lo llamó Varrón {apudGtWo, NA III 10), cf F. Oertel, Herodots ägyptischer logos und die Glaubwürdigkeit Herodots, Bonn, 1970; T. Badián, "Herodotus on
Alexander 1 of Macedón: a study in some subtle silence", pp. 73-90 de S. Homblower
(ed.), Greek historiography, Oxford, 1994
Quandoque bonus dormitat Homerus
71
época positivista, y figuras de tanto peso c o m o E. M e y e r y F. J a c o b y se sumaron
con entusiasmo al bando de los críticos, pero desde m e d i a d o s del siglo p a s a d o fue
imponiéndose una corriente de reivindicación. El volumen colectivo editado en
Darmstadt (1962) por W. Marg contiene importantes trabajos en ese sentido"^'.
Según A d r a d o s , la obra de Heródoto es de composición
abierta, u n a forma
parecida a la de la épica, que se caracteriza por la presencia de e x c u r s o s y saltos
atrás y adelante, extraña, eso sí, a la estructura cerrada, que es propia de la forma
de c o m p o n e r de otros géneros, c o m o el teatro, y de otros historiadores; por otra
parte, se ha podido c o m p r o b a r con frecuencia que eran ciertos a l g u n o s datos
históricos sospechosos que él aportaba.
Se ha dicho"*" que es contradictorio en la presentación d e ciertos
personajes, que reciben un enfoque diferente en puntos distintos d e su obra; pero
en su defensa habría que decir que el c o m p o r t a m i e n t o h u m a n o p u e d e variar según
las circunstancias y que, de hecho, reflejar esas diferencias no es caer en
contradicción, sino rendir tributo a la verdad.
Pero sobre todo se le ha n e g a d o la objetividad q u e le e s exigible a un
historiador. Esa cualidad, sin e m b a r g o , resulta evidente en la o b r a de H e r ó d o t o ,
según Lasso'", quien, siguiendo las ideas d e Schadewaldt y Stoessl, la fundamenta
en la atención del historiador hacia lo universal h u m a n o : es él quien declara su
intención de ocuparse por igual de griegos y bárbaros y de ciudades g r a n d e s y
pequeñas, porque a t o d o s por igual alcanzan los avatares del t i e m p o , y consciente
de ello Heródoto es objetivo y trata con equidad a todos los personajes y culturas que son todos- que aparecen en su historia: la asepsia con la q u e describe las
costumbres religiosas y sexuales de p u e b l o s extraños da b u e n a p r u e b a d e ello. Se
le ha acusado, sin e m b a r g o , de ser parcial con personas y pueblos.
Heródoto es, dicen sus críticos, un m i e m b r o m á s del c o r o de aduladores
de Pericles, pese a que lo nombra sólo una vez (VI 130) para decir q u e c u a n d o
Agarista estaba encinta soñó que pariría un león. E s una referencia innegable a un
poder futuro de la criatura que iba a nacer, pero lo cierto es q u e H e r ó d o t o n o
valora ni positiva ni negativamente esa profecía, y por consiguiente entenderla
c o m o elogio, si se cree que sugiere nobleza y señorío sobre los d e m á s , o c o m o
vituperio, si se quiere pensar que se alude al poderoso que a b u s a de su fuerza,
depende del subjetivismo d e cada crítico.
Entre ellos el de W. Schadewaldt, "Das religiös-humane als Grundlage des geschichtslichen Objekt!vitäf, pp. 185-201; vése también F. Stoessl, "Herodotos Humanitäf, Gymnasium LXVl, 1959, pp. 447-90.
Cf. Th. Späth, Das Motiv der doppelten Beleuchtung bei Herodot, Viena, 1968.
"La objetividad del historiador en Heródoto", pp. 171-242 de su De Safo a Platón, Barcelona, 1976.
72
L. M. Macia Aparicio
Se le ha acusado de ser favorable tanto a los bárbaros c o m o a los griegos
y entre éstos a los atenienses. La base de esta última imputación es el conocido
pasaje (VII 139) en el que declara sin a m b a g e s q u e la H é l a d e se salvó d e caer en
poder del m e d o gracias a Atenas. Esa afirmación, en un m o m e n t o m u y delicado
de las relaciones entre los griegos, se habría h e c h o con el propósito de pagarle a
Atenas la acogida q u e le había brindado y constituiría u n a evidente manifestación
del historiador en favor de la h e g e m o n í a de esa ciudad y en defensa d e la política
de Pericles''^. Ésa es, al m e n o s , la interpretación de los críticos; pero a esa opinión
se le han opuesto a l g u n o s argumentos''^ c o m o , por ejemplo, que H e r ó d o t o no
suele apelar al p a s a d o para justificar el presente, q u e está por p r o b a r que a d m i r e la
democracia ateniense: lo que admira, dice Lasso, es la libertad, algo
completamente c o m p r e n s i b l e en quien t u v o q u e huir d e su patria para sustraerse a
sucesivos tiranos, y que para ser propagandista de A t e n a s trata d e m a s i a d o bien a
Esparta. Lasso apela al sentido c o m ú n , s e ñ a l a n d o q u e quien ha sido a c u s a d o de
ser parcial en favor de todos no puede serlo en realidad a favor de ninguno y
concluye -y A d r a d o s es de la m i s m a opinión- q u e hacer pública esa afirmación
elogiosa respecto a Atenas en un m o m e n t o tan c o m p r o m e t i d o , siendo consciente
de que sería mal recibida por m u c h o s , es casi un acto de h e r o í s m o al servicio de la
verdad.
C o m o p u e d e apreciarse, los a r g u m e n t o s n o son concluyentes ni en un
sentido ni en el otro: a mi parecer, está bien aludir a la c o m p o s i c i ó n abierta para
explicar cierto desorden, pero si éste se observa en d e m a s í a n o cabe hablar de
composición, y creo que un argumento c o m o el recién c o m e n t a d o del sentido
común para demostrar la imparcialidad es p u r a m e n t e sofístico. Por eso dije al
comenzar este apartado dedicado a H e r ó d o t o que su caso era "aparentemente
claro": carentes de datos indiscutibles, nos m o v e m o s en el terreno de los
argumentos, y ésos son reversibles. Al final de su estudio, Lasso dice que
actualmente nos sonreímos de las sonrisas q u e hace a ñ o s suscitaba H e r ó d o t o , pero
a mí me parece que, conscientes c o m o aquél de lo m u d a b l e de las cosas h u m a n a s ,
deberíamos nosotros sentir la inquietud de q u e dentro d e u n o s a ñ o s sean otros los
que se sonrían de nuestra sonrisa de ahora.
La polémica alcanza su m á s alto grado en el j u i c i o sobre Tucídides, el
autor más perseguido por la crítica, que le ha t a c h a d o de falsario, partidista y
manipulador. Y el caso es que, a u n q u e las a c u s a c i o n e s son duras, n o acaban de
sorprendernos del todo, porque, c o m o y a dijimos, es m u c h a la insistencia del
autor en la veracidad, objetividad y asepsia de su obra y en el r e c h a z o de los
En los comienzos de la guerra del Peloponeso. De hecho, E. Meyer dijo que se compuso
en 431 con los sesgados propósitos que se le achacan, cf. Lasso, p. 224.
''^ Cf H. Strassburger, "Herodot und das perikleische Athen", pp. 574-608 de W. Marg
(ed.), Herodot, op.cit.
Quandoque bonus dormitat Homerus
73
adornos literarios, pero h e m o s d e ver que pueden presentarse ejemplos que
contradicen esas declaraciones. R e c o r d e m o s b r e v e m e n t e las líneas maestras de su
programa: escribir una obra sin adornos, c u y a lectura ofrezca una visión
completa, fidedigna y objetiva de los hechos y que sea definitiva y sirva d e
enseñanza para el futuro, d a d a la regularidad del c o m p o r t a m i e n t o h u m a n o . U n
programa aparentemente perfecto, pero que lleva en sí el germen de la crítica,
porque a la oscuridad habitual de los h e c h o s históricos le o p o n e T u c í d i d e s u n a
narración luminosa, en la que t o d o lo que sucede es lógico y esperable, y son
m u c h o s los que sospechan'*'' q u e la historia de Tucídides n o es la Historia.
En aras de sus objetivos, Tucídides narra hechos y explica sus causas y
motivaciones con una profundidad m u y superior a la q u e p o d e m o s encontrar en
Heródoto; pero el afán de q u e su o b r a se convierta en un logro para siempre le
impone una férrea disciplina.
Es preciso, en primer lugar, proceder con el m á x i m o rigor en la selección
de fuentes, por eso n o acepta sino los datos contrastados, huyendo''^ d e
tradiciones, leyendas y rumores''*. D e s d e luego, c o m o Tucídides n o m e n c i o n a sus
fuentes, m u c h a s veces resulta difícil imaginar de d ó n d e ha p o d i d o sacar tal o cual
dato y hemos de hacer un acto de fe y creer que, a u n q u e no s e p a m o s cuáles son,
Tucídides sólo cuenta cosas q u e se basan en datos p r o b a d o s , pues él insiste en q u e
la experiencia le hace desconfiar de testigos de los hechos y de la frecuencia con
que personas distintas discrepan en la versión de un m i s m o h e c h o q u e han
presenciado o en el que han t o m a d o parte activa. Es preciso, pues, s o m e t e r a
prueba esas declaraciones y pasarlas por el t a m i z de la razón. Será posible de ese
modo eliminar las exageraciones u omisiones, las inexactitudes en cualquier caso,
producto del interés personal d e tal o cual testigo o de la credulidad con que los
hombres aceptan sin pestañear y cuentan c o m o v e r d a d e s las mentiras m á s
evidentes, c o m o se muestra, entre otros posibles ejemplos, en la supuesta
magnitud descomunal de la expedición contra Troya, n o tan e n o r m e , según
Tucídides, que, simplemente, hace un sencillo cálculo de los efectivos b a s a d o en
el Catálogo de las naves, o en la sucesión de Pisístrato, p o p u l a r m e n t e atribuida a
Hiparco por la fama q u e le granjeó ser la víctima d e H a r m o d i o y Aristogitón, pero
realmente ostentada por Hipias por ser el m a y o r de los hijos de aquél y p o r otras
razones que, c o m o un detective m o d e r n o , d e d u c e y e x p o n e nuestro historiador.
Cf. D. Kagan, TJie outbreak of the Peloponnesian war, Ithaca, 1969.
Y en ello resulta inevitable suponer que toma distancia del proceder de Heródoto, a
quien no menciona, o de otros, como Helanico de Lesbos, autor de una Historia del Ática
unos años anterior a su obra, a quien descalifica explícitamente.
•"^ Sobre las fuentes de Tucídides, véase C. Meyer, Die Urkunden im Geschichtswerk des
Thukydides, Munich, 1970; F.L. Müller, Das Problem der Urkunden bei Thukydides,
Munich, 1997.
74
L. M. Macia Aparicio
A s i pues, el relato fidedigno de los hechos exige bases fiables, fundadas en el
manejo de datos documentales contrastados, en la consulta selectiva de testigos
presenciales de aquellos hechos en los que el propio historiador no estuvo
presente y, en t o d o caso, en la sumisión de todo ese acervo al riguroso análisis del
historiador.
En segundo lugar, es necesario huir en la narración de los hechos de
explicaciones basadas en la intervención de la m a g i a y el azar o en el socorrido
recurso a la influencia de las fuerzas divinas: para justificar los h e c h o s que narra
bastan el carácter repetitivo del c o m p o r t a m i e n t o h u m a n o y la presencia regular de
ciertas circunstancias, una posibilidad c o m p l e t a m e n t e excluida, si el azar o los
dioses gobernaran el curso de la historia.
Necesita también una cronología fiable y de fácil c o m p r e n s i ó n para todos,
no sólo para sus c o n t e m p o r á n e o s atenienses. E s éste prácticamente el único punto
q u e Tucídides no d a por bueno y sabido en lo h e c h o y a por sus predecesores, y a
ello lo lleva el afán de universalidad y d e validez p e r m a n e n t e q u e pretende para
su obra: habida cuenta de que cada u n a de las ciudades-estado tenía un calendario
propio y una forma igualmente propia de c o m p u t a r y dar n o m b r e a los años: unas,
por ciertos magistrados, cuyos n o m b r e s y entrada en funciones se producía en
distintas épocas del año según las ciudades, otras, por los a ñ o s d e actividad d e
sacerdotisas ligadas a ciertos t e m p l o s , y n o e s t a n d o aún g e n e r a l i z a d o el c ó m p u t o
por Olimpiadas, q u e introducirá el historiador T i m e o un siglo m á s tarde y se
impondrá definitivamente con Eratóstenes, T u c í d i d e s opta por la única referencia
c o m ú n para todo el m u n d o griego, la sucesión natural d e v e r a n o s (primavera y
verano) e inviernos (otoño e invierno), y la sigue con rigor d e s d e el comienzo del
conflicto, único punto, j u n t o con el final de la guerra arquidámica, su primera fase
(V 19), que, c o m o es lógico, pues decide integrar a m b o s acontecimientos en la
cronología general de los hechos y a d e m á s no se prestan a su secuencia de
estaciones, fija con varias de esas cronologías locales para establecer claramente
la referencia.
Pero ante t o d o es preciso h a c e r gala de la m á s exquisita objetividad y n o
dejarse llevar por simpatías personales, un riesgo del q u e , recordémoslo, era
también consciente Tácito''^. La imparcialidad es una verdadera obsesión para
Tucídides, un ateniense que, según su propio relato, llegó a ser estratego durante
aquella guerra y q u e pagó con el destierro su fracaso en la c a m p a ñ a de Anfípolis
(en 423), cuya toma por Brásidas n o fue capaz de impedir, y tuvo q u e exiliarse en
territorio espartano, pero que n o por ello se dejó llevar por el patriotismo
nostálgico ni por el rencor d e s p e c h a d o , sino q u e s u p o a p r o v e c h a r su presencia
durante la guerra en los territorios de a m b o s b a n d o s para d o c u m e n t a r s e lo mejor
47Cf.
V. Alonso, Neutralidad y neutralismo en la Guerra del Peloponeso, Madrid, 1987.
Quandoque bonus dormitat Homerus
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posible y quiso tratar a los contendientes con tal ecuanimidad que d a la impresión
de estar siempre b u s c a n d o equilibrar los platillos de la balanza. H e m o s d e v o l v e r
sobre ese punto, pero ese afán se p l a s m a en la presencia casi constante en la
narración de acciones y situaciones paralelas, c o m o la ansiedad y el t e m o r de los
espartiatas bloqueados en Esfacteria y las m i s m a s sensaciones en las tropas
expedicionarias atenienses, observando desde la orilla del mar la batalla naval
definitiva en el Gran Puerto de Siracusa, y tantos otros casos. Se trata de un
procedimiento de expresión que tiene paralelos claros en el teatro, con la
oposición por parejas entre el protagonista y el antagonista, o en los δ ι σ σ ο ί λ ό γ ο ι
de la sofistica y que en Tucídides está al servicio del afán de objetividad y quizá
también al de su idea del valor didáctico de la historia, p u e s con d o s ejemplos d e
un m i s m o proceder resultará m á s sencillo para el lector hacer abstracción de sus
características y t o m a r nota de él para aplicarlo en la predicción del futuro,
c u a n d o se presente la ocasión.
H e aquí, pues, el plan de una obra teóricamente perfecta: u n a c o n c e p c i ó n
m u y p e n s a d a de la materia que se tiene entre m a n o s , del alcance q u e se le quiere
dar, de los objetivos que se pretende alcanzar y d e los m e d i o s necesarios para
llegar a ellos. Tucídides tiene un p r o g r a m a y la decidida intención de c u m p l i r l o ,
pero c o m o en todo autor, su personalidad sostiene una lucha sorda con las
restricciones que la materia elegida y su propia voluntad le i m p o n e n , e
inconscientemente aflora de vez en c u a n d o , transgrediendo los principios q u e él
m i s m o h a decidido aplicar. Su caso es semejante al d e autores y a m e n c i o n a d o s ,
c o m o Plutarco, y al de otros c o m o Píndaro, en cuyos Epinicios late un conflicto
entre el p r o g r a m a y sus propios deseos.
En la obra de Tucídides existen manifiestas diferencias entre las
intenciones declaradas y la palpable realidad de lo escrito. En p r i m e r lugar, u n a
muy notable, pero de la que, siendo g e n e r o s o s , podría admitirse q u e nuestro autor
no es consciente: pese a su expreso rechazo d e la a d o r n a d a expresión literaria y d e
las obras de los poetas, la suya, c o m o la de ellos, es literatura de p u n t a a cabo:
Tucídides hace lo que prohibe hacer. Por otra parte, y en este punto es m á s difícil
no responsabilizarlo, p o r q u e son el influjo de su personalidad y el deseo quizá
inconsciente de confirmar sus convicciones los causantes d e esas diferencias entre
programa y obra, Tucídides no c u m p l e siempre lo q u e promete, p o r q u e de una
forma u otra modifica los hechos, o m i t i e n d o o a ñ a d i e n d o datos y o r g a n i z á n d o l o s
de un m o d o determinado, en detrimento tanto del c o n t e n i d o de su relato c o m o d e
la objetividad de su proceder. N a t u r a l m e n t e esa situación genera d u d a s sobre la
credibilidad que m e r e c e el conjunto de su obra y en último t é r m i n o c o m p r o m e t e
el logro del objetivo principal de Tucídides, el r e c o n o c i m i e n t o general del valor
universal de su obra. V a y a m o s por partes.
76
L. M. Macia Aparicio
Escribe Tucídides frases como las siguientes: " N a d i e se equivocará si
cree que fueron asi los hechos que he relatado y n o da crédito a lo q u e los poetas
cantan sobre ellos, a d o r n á n d o l o s para realzarlos, ni a lo q u e escriben los
logógrafos, con vistas a lo que resulta agradable de oír m á s que a la v e r d a d " (I
21); " y o no quiero una obra de concurso para una audición de un m o m e n t o " (I
22). Afirmaciones c o m o ésas predisponen el á n i m o para la lectura d e una o b r a
árida y carente de artificios literarios, pero n a d a m á s alejado de la realidad: el
m o d o de escribir de nuestro autor c o m p a r t e m u c h a s características con el de los
poetas.
Para empezar, Tucídides cae, c o m o los poetas en quienes lo critica, en la
tentación de declarar que la guerra que él narra es la m á s importante de todas las
acaecidas, una tentación de la que n o se libra ningún cronista: t o d o s los años se
celebran varios partidos del siglo y cada m e s , una o m á s bodas del a ñ o . Pero hay
otros hechos más significativos. Por ejemplo, el e m p l e o de una expresión
condensada y braquilógica y, por ende, oscura. Semejante forma d e expresión es
típica de los poetas, forzados por la métrica pero liberados por el conocimiento d e
sus temas que posee el público. Y así Píndaro tiene a gala hacer u n a poesía para
entendidos y los trágicos hablan entre líneas. O la capacidad d e presentar un
panorama completo d e todo un período, seleccionando los hechos m á s
significativos del m i s m o . Este rasgo, que c o m o v e r e m o s h a c e que se tambalee la
confianza en nuestro autor, recuerda, por ejemplo, a la Ilíada de H o m e r o , c u y a
acción se desarrolla en sólo unos pocos días del último d e los diez años d e la
guerra y, sin e m b a r g o , nos permite hacernos una idea m u y c o m p l e t a de su
totalidad.
En su relato se aprecia m u c h a s v e c e s la tensión, la presentación dramática
de los hechos''*. Quizá el ejemplo más notable d e esto sea la narración d e la
expedición a Sicilia, contada con enorme s u s p e n s e y d r a m a t i s m o . Claro está que
podría decirse q u e aquellas j o m a d a s fueron d e s u y o dramáticas y q u e Tucídides
no hace sino reflejar la situación; pero esa explicación n o sería suficiente en otras
ocasiones. M u c h a s v e c e s la narración no tiene un desarrollo lineal, sino que se
abandona y se reinicia al cabo de m á s o m e n o s t i e m p o , c o m o sucede con el
incidente de Potidea, relatado en tres entregas bastante distantes entre sí (I 5 5 - 6 6 ;
II 68; II 70). La tensión creada por estas interrupciones y r e t o m a s es m á x i m a en
las ocasiones en que se entremezcla la narración d e d o s s u c e s o s d e significación
más o menos paralela. La historia de los sucesos de Platea, en peligro ante el
cerco al que la tienen sometida las tropas d e la Liga del P e l o p o n e s o , y los d e
Cf. F. Comford, Thucydides mythistoricus, Londres, 1907; L. Guillen, "Thucydides
traghistoricus", pp. 585-93 de Actas del V Congreso de la SEEC, Madrid, 1978.
Quandoque bonus dormitat Homerus
77
Mitilene, angustiada a la espera de la represión de A t e n a s tras su fallida
sublevación, es el mejor ejemplo d e ese proceder.
El d r a m a t i s m o d e la narración afecta otras veces a p e r s o n a s concretas.
Pienso en casos c o m o el del siracusano Hermócrates, que durante la primera
c a m p a ñ a ateniense contra Sicilia (427-424), c o m a n d a d a por L a q u e s , se j u r a m e n t a
con los d e m á s siciliotas para impedir q u e j a m á s en el futuro v e n g a n a Sicilia
gentes extrañas (IV 64), o en las d o s ocasiones (V 16, VI 19) en las q u e se alude a
Nielas c o m o un " h o m b r e de suerte": tanto T u c í d i d e s c o m o sus lectores saben q u e
años después se producirá la gran c a m p a ñ a ateniense contra Siracusa y q u e la
suerte de Nielas le hará ser c o m a n d a n t e de la m i s m a y r e s p o n s a b l e último de su
fracaso; y aún podrían aducirse otros ejemplos, c o m o la m e z c l a en la narración
del viaje de Gilipo y las primeras luchas ante Siracusa o la del d e D e m ó s t e n e s con
las tropas de refuerzo ateniense y esa m i s m a lucha en una fase m u y diferente, sin
que ninguno de los actores del relato entrecruzado sepa el desenlace d e los
hechos, que sí conoce el lector. Semejantes situaciones recuerdan m u y d e c e r c a la
del héroe trágico, librando a ciegas una batalla cuyo resultado, d e s c o n o c i d o para
él, es perfectamente sabido por el público q u e contempla su lucha. Ironía trágica
se llama esa figura.
La composición en anillo, ese p r o c e d i m i e n t o apreciable en la épica y
favorito de la lírica arcaica, q u e a grandes rasgos consiste en la interrupción del
relato de un hecho por la introducción de otro distinto y, finalmente, la vuelta al
t e m a inicial para cerrar el círculo, es t a m b i é n apreciable en a l g u n o s pasajes d e la
Historia de Tucídides''^. El episodio de la c o n d e n a de Alcibíades y el fracasado
intento de traerlo de vuelta a A t e n a s , con la partida de la n a v e Salaminia en los
extremos y el excursus sobre los Tiranicidas en el centro, es p r o b a b l e m e n t e el
mejor ejemplo de la presencia d e este rasgo claramente literario en la obra d e este
historiador que a b o m i n a de la literatura'".
Pero el más importante d e t o d o s ellos -gobierna, en realidad, la obra por
entero- es el de la presencia c o m b i n a d a d e la anticipación y la retardación.
Semejante proceder garantiza la tensión narrativa y p r o p o r c i o n a coherencia a las
distintas partes de la obra. Se trata de una técnica narrativa de a m p l i o uso en t o d a s
las é p o c a s " , que ya c o n o c e y utiliza la épica, y que nuestro historiador reserva
para hechos importantes, mejor d i c h o , para los que él considera importantes.
Cf. R. Katicic, "Die Ringkomposition im ersten Buche des thukyd. Geschichtswerkes",
WSIQ, 1957.
'" Véase un análisis del pasaje en pp. 15-16 de nuestro Tucídides. Historia de la guerra
del Peloponeso, Madrid, 1989.
" Favorita, por ejemplo, de García Márquez, que hace empezar Cien años de soledad con
"Muchos años después, ante el pelotón de fusilamiento..." y Crónica de una muerte anunciada con "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar..."
78
L. M. Macia Aparicio
En ocasiones, su forma es bastante sencilla, c o m o la m e n c i ó n , casi d e
pasada, en 111 9 1 , del interés que en los atenienses suscitaba la isla de M e l o s ,
cuyas consecuencias estallarán con t o d a su fuerza en el Diálogo de los melios d e
V 84, ss., cuando los atenienses aprovechen la ocasión de hacer alarde de su
fuerza c o m o advertencia para sus aliados en las indefensas p e r s o n a s de e s o s
isleños que sólo querían permanecer neutrales.
Pero en otros casos su presencia hace sentir su influjo en la estructura
narrativa y conceptual de la obra. Y así v e m o s a v e c e s c ó m o ciertas m e n c i o n e s ,
aparentemente fuera de contextocuando aparecen, justifican desarrollos ulteriores.
P o d e m o s ver un ejemplo de esto en el conjunto narrativo del final del libro I,
desde la primera a s a m b l e a celebrada en Esparta por los m i e m b r o s de la Liga del
Peloponeso: la acusación de los corintios a espartanos y atenienses (68-71) por los
defectos de su carácter abre la puerta al panegírico que de sí m i s m o s h a c e n
posteriormente atenienses (73-78) y espartanos ( 8 0 - 8 5 ) ; la justificación de q u e
sean dueños de un imperio que hacen los atenienses (73-78), b a s a d a en parte en la
propensión a la corrupción que muestran los espartanos en cuanto están fuera d e
Lacedemonia, tiene continuación en el sucinto relato d e la Pentecontecia y de la
edificación en su transcurso del imperio ateniense (89-95), y m á s allá, en el
episodio del m e d i s m o de Pausanias (128-34); las previsiones de A r q u i d a m o , el
rey de Esparta, sobre el desarrollo d e la eventual guerra y las dificultades,
principalmente de orden financiero, q u e a m b o s b a n d o s tendrían q u e superar en
ella (80-85) se recogen en un n u e v o discurso de los corintios ( 1 1 9 - 2 5 ) , que tratan
de presentar perspectivas m á s halagüeñas a los m i e m b r o s de la Liga, y en otro de
Pericles (140-45) que rebate las opiniones del espartano por lo que toca a A t e n a s ;
por último, la oposición de los espartanos a la existencia de murallas en territorio
helénico ai norte del istmo de Corinto (90-93) da entrada por primera v e z a
Temístocles, que había c o n s e g u i d o la reconstrucción de las de Atenas mediante
una argucia, y tiende un puente para el excursus sobre su p e r s o n a (135-38),
paralelo al dedicado a Pausanias. A u n q u e sea adelantar contenidos q u e
corresponden a otras partes de esta exposición, es necesario decir q u e tan perfecto
entramado ha d e hacer sospechar a cualquier lector q u e tenga un mínimo d e
espíritu crítico. Parece, en efecto, que ciertas palabras o acciones se dicen o se
realizan sólo para que en el futuro algo o alguien las confirme o las desmienta. En
esas condiciones, p o d e m o s creer de b u e n a fe q u e t o d o fue tal c o m o lo e x p o n e
Tucídides, pero no puede ser tachado d e suspicaz en d e m a s í a quien piense que su
mano está detrás de tan perfecta c a d e n a de sucesos, o r g a n i z á n d o l o s para q u e
pongan de relieve lo acertado d e sus ideas sobre la d i n á m i c a d e los h e c h o s
históricos, su significación y su carácter d e indicio seguro para predecir el
porvenir.
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Otras veces, por último, v e m o s c ó m o m e d i a n t e el e m p l e o de la
anticipación y la retardación se conectan h e c h o s relevantes m e n c i o n a d o s en
puntos distantes de la obra. Un buen ejemplo es el de la expedición contra Sicilia
y su fatal desenlace, u n o de los hechos m á s a n u n c i a d o s de t o d a la obra. La
c a m p a ñ a del 415 cuenta con el precedente de la que había c o m a n d a d o L a q u e s , a
la que y a h e m o s aludido; pero las primeras referencias a su fracaso remontan a II
6 5 , d o n d e se hace el elogio de Pericles, y se han ido repitiendo en distintos
lugares alusiones al valor estratégico de ciertos enclaves de cara a una eventual
expedición militar contra la gran isla: es u n o de los señuelos q u e presentan los
corcireos en 1 36 c u a n d o acuden a A t e n a s a solicitar a y u d a en el contencioso q u e
sostienen con Corinto, su metrópoli, por culpa d e E p i d a m n o , que c o n v e n c e r á a los
atenienses para prestársela (I 4 4 ) y que se verá confirmado c u a n d o la gran flota
ateniense haga en aquella isla del Adriático la p r i m e r a escala en su travesía hacia
Sicilia en 415 (VI 70). A n t e semejante c ú m u l o de m e n c i o n e s , carece de sentido la
crítica de A.S. Vlachos'^ por una supuesta falta de atención del historiador a los
sucesos de Sicilia.
Lo dicho hasta ahora confirma que, pese a sus declaraciones, la d e
Tucídides es una obra literaria, si e n t e n d e m o s p o r tal algo bella y artificiosamente
construido. Y quizá d e b a m o s asumir que el carácter literario de su obra sea
producto del genio natural del autor, o, c o m o y a h e m o s a p u n t a d o , que Tucídides
haga literatura inconscientemente, del m i s m o m o d o que sin proponérnoslo
hablamos nosotros en prosa. Pero a mí m e p a r e c e q u e aún c a b e otra explicación, y
es que dicho carácter viene forzado por su pretensión de hacer algo importante y
no una obra de entretenimiento para pasar un rato agradable. El prestigio d e la
Literatura, de la obra literaria, es constante en t o d a la historia de la cultura griega;
lo era ya en tiempos de Tucídides y lo será aún m á s c u a n d o la Retórica, todavía
en germen, alcance su pleno desarrollo. Sólo lo literario es importante y digno d e
atención: son reveladoras en ese sentido las protestas d e Aristófanes porque sus
comedias, un producto m u c h o m e n o s e l a b o r a d o d e s d e el punto d e vista literario
que sus rivales las tragedias y q u e esta historia d e Tucídides, n o se t o m e n en serio.
Sólo lo literario tiene entidad suficiente, y T u c í d i d e s , quizá a su pesar, n o tiene
más remedio que hacer literatura, si quiere q u e su obra valga v e r d a d e r a m e n t e
algo.
V a y a m o s ahora a otras discrepancias de m a y o r calado entre la obra y los
propósitos que la informan, en las que es m e n o s creíble la inocencia del autor,
porque, c o m o h e m o s dicho, es precisamente el influjo de sus ideas y de su
personalidad lo que las explica. En efecto, en la pretensión del historiador de q u e
su relato sirva de base para predecir el futuro existe un fundamento m u y firme
" Partialités chez Thucydide, Atenas, 1970.
80
L. M. Macía Aparicio
para la sospecha de que la realidad que se nos narra h a y a sido m a n i p u l a d a de
alguna forma por el historiador para ponerla de a c u e r d o con sus objetivos. La
irrupción de la personalidad del autor en su obra p r o d u c e inevitablemente
sospechas d e que lo q u e se nos cuenta sea la historia de Tucídides, pero no la
Historia, y p o d e m o s presentar ejemplos tanto en el terreno de las palabras e ideas
c o m o en el d e los hechos.
En la presentación de palabras e ideas hay indicios m á s que suficientes de
interferencias de la personalidad del autor con los personajes que dejan oír su voz
en la historia, con el consiguiente perjuicio para la credibilidad de aquéllas. En
términos generales se plantea la duda de si los individuos que se mencionan
dijeron exactamente lo que se les atribuye y de si n o será el m i s m o Tucídides el
que se vale de sus personas para sacar a la palestra sus propias ideas. Los
discursos, en efecto, tan n u m e r o s o s y extensos, son terreno a b o n a d o para la
s o s p e c h a " : la primera dificultad es la de reproducir literalmente discursos tan
largos, habida cuenta de la inexistencia de m e d i o s t é c n i c o s a d e c u a d o s y de los
problemas de documentación que padecería el autor, que n o estuvo presente en el
m o m e n t o en que se pronunciaron m u c h o s de ellos''*; en s e g u n d o lugar, que con
independencia de quién sea el orador t o d o s ellos están escritos en ático y todos
ellos son " d e Tucídides", dicho esto en el sentido de q u e en todos ellos se repiten
m a c h a c o n a m e n t e las consideraciones generales sobre las motivaciones de los
actos h u m a n o s que caracterizan el p e n s a m i e n t o d e nuestro historiador, el cual
parece querer protegerse i n g e n u a m e n t e de posibles imputaciones d e falsificación,
atribuyéndoselos con frecuencia a grupos m á s que a individuos: los corintios, los
atenienses, etc.
J. de R o m i l l y ' ' ha señalado el papel fundamental de los discursos en la
obra de Tucídides por su extensión y sobre t o d o p o r su función organizadora. Ya
hemos aludido al perfecto e n t r a m a d o de discursos y posteriores sucesos en el
libro 1 y a la impresión que se siente de q u e u n a m a n o ajena a los oradores
organiza el debate. Otro tanto podría decirse de la narración de ciertas batallas,
que muchas veces sigue paso a paso las líneas estratégicas diseñadas por los
respectivos m a n d o s en sendos discursos previos a aquéllas. O b s e r v a d a s con
atención, las dos estrategias son a veces c o m p l e m e n t a r i a s y a v e c e s antagónicas y
" Cf. M. Cogan, The human thing. The speeches and principies of Thucydides' history,
Chicago, 1981; D. Rokeah, "Speeches in Thucydides: factual reporting or creative writing?". Athenaeum 60, 1982, pp. 386-401.
Con persuasivos argumentos, A. Delebècque {Thucydide et Alcibiade, Aix-en-Provence,
1965) propuso hace tiempo que durante su exilio en Esparta el historiador tuvo un informador de primera mano en el tránsfuga Alcibíades.
" Histoire et raison chez Thucydide, París, 1956 ; véase también su La construction de la
vérité chez Thucydide, Paris, 1990.
Quandoque bonus dormitat Homerus
81
la unión de ambas completa siempre t o d o el a b a n i c o d e posibilidades; la batalla se
describe después sólo en lo que se ajusta a esas líneas estratégicas, pero nosotros
nos sentimos inquietos por la posibilidad de q u e n o se nos cuente a l g u n a fase
importante de aquélla que no r e s p o n d a a esas líneas y, sobre t o d o , n u n c a
dejaremos de sospechar de que den la impresión de discutir dos antagonistas q u e
n o se encuentran en el m i s m o lugar. T u c í d i d e s , sin e m b a r g o , se h a a d e l a n t a d o a
las posibles críticas que pueden plantearse acerca d e la veracidad de los discursos
contenidos en su obra, al decir (I 2 2 ) que n o es tanto la literalidad estricta d e lo
dicho lo que busca, sino que transcribe las palabras tal c o m o a su e n t e n d e r tendría
que manifestarse cada u n o en tales circunstancias, procurando ajustarse lo m á s
posible al sentido general de lo que r e a l m e n t e se dijo; sin e m b a r g o , semejante
declaración no le protege por c o m p l e t o de las posibles críticas, p u e s si su respeto
por el "sentido g e n e r a l " es satisfactorio, el "tal y c o m o a mi e n t e n d e r d e b e r í a
manisfestarse" introduce de m o d o evidente a Tucídides y a su propia
interpretación de las circunstancias del m o m e n t o , y es posible q u e la
interpretación de la situación por parte del historiador y por el orador de c a d a
m o m e n t o coincidiera, pero también lo es lo contrario, porque el análisis q u e dos
personas distintas hacen de una m i s m a situación se presta tanto a la c o i n c i d e n c i a
c o m o a la discrepancia.
Y es que, en mi opinión, resulta indudable en m u c h a s ocasiones q u e
Tucídides se sirve de los personajes d e su historia -otro rasgo poético: es lo q u e
hacen los trágicos con sus personajes secundarios, frecuentes portavoces d e sus
ideas por no estar tan obligados en su actuación e ideario por el mito c o m o los
protagonistas- para manifestar lo que él sabe o lo q u e él piensa.
Tucídides parece servirse de otros para decir lo que él sabe en m o m e n t o s
en que e s c u c h a m o s de labios de un orador palabras sorprendentes q u e los h e c h o s
confirmarán posteriormente. Lo apreciamos, p o r ejemplo, en la prudente decisión
de los espartanos de no tomar finalmente Platea al asalto por si algún pacto futuro
excluyera de las pertenencias de c a d a b a n d o las plazas así c o n s e g u i d a s , sabia
decisión que se verá confirmada por las estipulaciones d e la Paz d e N i e l a s ; o en la
conquista de Mesina por los de Siracusa (IV 1) para impedir el posible u s o de
aquella ciudad c o m o base de o p e r a c i o n e s p o r los atenienses, quienes
efectivamente lo intentarán durante la gran c a m p a ñ a de Sicilia; o en las
acertadísimas previsiones de H e r m ó c r a t e s (IV 60), q u e durante la expedición
c o m a n d a d a por Laques describe ante los sicilianos reunidos la gran c a m p a ñ a
posterior tantas veces citada, c o m o si la estuviese v i e n d o a través de una bola de
cristal. Y aunque es cierto que esos ejemplos p u e d e n explicarse sencillamente,
atribuyendo dotes adivinatorias a los autores de tan acertadas palabras o h a c i e n d o
de ellos muestras del procedimiento literario de la anticipación, que, c o m o y a
hemos dicho, domina la obra entera, o incluso v i e n d o en ellos un ejemplo q u e
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L. M. Macia Aparicio
confirmaría la idea de Tucídides del carácter repetitivo de las acciones h u m a n a s y
la posibilidad de conjeturar el futuro a partir de las acciones del presente, la
sospecha de que la m a n o d e Tucídides está detrás de todo ello es m u y fuerte'*.
Tucídides da otras veces la impresión de hacer de sus personajes simples
portavoces de lo que él cree. N o s e n c o n t r a m o s con este hecho, por ejemplo, en la
afirmación de Pericles (II 41) d e que la gloria de A t e n a s es de tal magnitud q u e n o
precisa de ningún H o m e r o que la ensalce, una idea m u y en c o n s o n a n c i a con la
valoración d e los poetas por el historiador; o en el análisis que hacen los corcireos
ante la A s a m b l e a ateniense d e las causas que impulsarán a Esparta a declarar la
guerra: n a d a m e n o s que su m i e d o ante el excesivo a u g e de A t e n a s , e x a c t a m e n t e
"la razón más v e r d a d e r a " de la guerra en opinión de Tucídides (I 2 3 ; 88); o en la
presentación de la guerra c o m o un t o d o por parte de Alcibíades (VI 17), s i e n d o
así que ni en el m o m e n t o de decirlo Alcibíades podía hablarse aún de t o d a la
guerra, puesto que aún no había concluido, ni era opinión c o m ú n que t o d o lo
ocurrido entre 431 y 4 0 4 , con el amplio intervalo de la Paz d e N i e l a s , formara
parte de un proceso único, una idea propia del historiador.
Manipulación es, sin duda, una palabra m u y fuerte, pero es innegable q u e
la m a n o de Tucídides se delata en su historia por t o d a s partes: es su razón, c o m o
demostró hace t i e m p o Romilly, la que gobierna t o d a la narración y pone luz en
unos hechos probablemente oscuros pero que en su relato hablan por sí m i s m o s
sin que el autor explique nada, lo que le p r o p o r c i o n a una imagen de distancia
sobre ellos y d e asepsia q u e no es del todo cierta: es sintomático q u e Plutarco
(Nicias 19) diga q u e Filisto y Tucídides afirman q u e Gilipo fue el salvador d e
Siracusa, y a que él no lo dice por las claras en n i n g u n a parte.
En la narración de los hechos acaecidos durante la guerra sería de esperar
una visión completa y objetiva, y h e m o s de ver c u á n t a relación hay entre a m b a s
exigencias. Respecto al primer punto, e n c o n t r a m o s casos de adiciones y, m á s
frecuentemente, de omisiones: y a dijimos q u e la capacidad d e sintetizar en u n o s
pocos acontecimientos toda una época es a la v e z q u e un rasgo poético un p u n t o
negativo para la confianza en la obra, ya q u e siempre c a b e la d u d a de q u e la
selección haya sido acertada y, en cualquier caso, p a r e c e j u s t a la exigencia de q u e
la historia de un periodo concreto contenga el relato de t o d o s los h e c h o s acaecidos
en su transcurso. En ese sentido, cabe apuntar, por una parte, q u e relatos tan
extensos c o m o el de la masacre de los niños de la escuela de M i c a l e s o (Vil 2 9 - 3 0 )
o el episodio d e Melos (IV 84-116) o c u p a n un espacio más a m p l i o del q u e
correspondería a su importancia en el curso d e la guerra, y q u e Tucídides los h a
^' Ésa es, enunciada en forma escueta, la tesis que V. Hunter ha defendido en varios trabajos y que a mí juicio resulta bastante acertada, cf Thucydides. The artful reporter, Toronto, 1973 y "The composition of Thucydides' History: a new answer to the problem".
Historíale, 1977, pp. 269-94.
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expuesto con todo lujo de detalles p o r q u e se ajustan m u y bien a sus ideas sobre la
d i n á m i c a de los h e c h o s ; por otra, p u e d e decirse que leyendo sólo a T u c í d i d e s n o
s a b r e m o s t o d o lo que ocurrió durante la guerra del P e l o p o n e s o , y es u n a pena,
p o r q u e él es prácticamente nuestra única fuente sobre ella.
D e b e quedar bien claro, n o obstante, q u e c u a n d o h a b l a m o s d e o m i s i o n e s
no n o s estamos refiriendo a aquellas q u e a nosotros nos decepcionan, p o r q u e si el
autor hubiera sido m á s explícito h a b r í a m o s sabido m u c h o más de la é p o c a y sus
circunstancias: conviene recordar que Tucídides se o c u p a sólo d e la historia de la
guerra del Peloponeso, no de la historia c o m p l e t a d e Grecia, que n o hace una
historia de la cultura ni de la é p o c a en general, sino sólo de la guerra, lo que
justifica que figuras tan importantes c o m o G o r g i a s , Sófocles o Eurípides no
aparezcan en su narración, y que d a por sabida la o b r a de sus p r e d e c e s o r e s así
c o m o las líneas generales d e la situación e c o n ó m i c a y ciertos aspectos concretos
de la estrategia y las condiciones de guerra y que, mal que nos pese, su proceder
es justificable porque el público de la A t e n a s del V a.C., q u e sin duda conocía
s o b r a d a m e n t e todo eso, y no nosotros, era el destinatario inmediato de su o b r a " .
N o es a esos detalles a los que m e refiero, sino a otros casos en los que la
parquedad y el silencio de Tucídides no es tan justificable: nuestro historiador es
especialmente escueto en las cuestiones de detalle, sobre t o d o en las que rozan la
categoría de la anécdota y el c h i s m o r r e o , que n o le interesan, y en la
caracterización personal de los actores de su historia, pues, a diferencia de
Plutarco, parece no c o m p r e n d e r la influencia del carácter de cada personaje en la
forma de enfrentarse con los h e c h o s en los q u e participa'*. T e n e m o s la fortuna,
sin e m b a r g o , de poseer otras fuentes literarias, p r i n c i p a l m e n t e el teatro y dentro
de él la comedia, que nos permiten llenar en parte esa laguna.
Hace poco m e n c i o n á b a m o s la primera expedición a Sicilia al m a n d o de
Laques y su fracaso; sin e m b a r g o T u c í d i d e s no dice ni una sola palabra del j u i c i o
a que le llevó Cleón, que le acusó d e ceder al soborno de las ciudades sicilianas, y
en el que resultó c o n d e n a d o , pero sí Aristófanes, quien en sus Avispas, de 4 2 2 ,
pone en escena una parodia del p r o c e s o ; es gracias a Las nubes (v. 8 5 9 ; tb. Plu.
Pericles 22. 3) c o m o s a b e m o s que el rey espartano Plistoanacte retiró sus tropas
del Ática cediendo a un soborno de Pericles, q u e en su m o m e n t o dijo que había
gastado el dinero "en lo que fue necesario", p o r q u e T u c í d i d e s no relaciona en
absoluto a Pericles con el soborno, que le costó el destierro a Plistoanacte y le
causó dificultades a él m i s m o p o c o antes de su muerte, pese a q u e , c o m o
demuestra la referencia al hecho en la c o m e d i a d e Aristófanes, en Atenas el caso
Sobre todo ello, cf. A.W. Gomme, A historical commentary on Thucydides, vol. I, Oxford, 1945, pp. 1-87.
'* Véase H.D. Westlake, Individuals in Thucydides, Cambridge, 1968.
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L. M. Macia Aparicio
debía de ser vox populi. Y t a m p o c o e n c o n t r a m o s en T u c í d i d e s ni u n a sola palabra
de los ataques indirectos que sufrió el m i s m o Pericles por m e d i o d e las personas
de sus amigos A n a x á g o r a s , Fidias y A s p a s i a ' ' y que se produjeron en un claro
intento de desestabilizarlo desde que su rival político T u c í d i d e s , el hijo de
Melesias, regresó (el año 433) del destierro al que había sido c o n d e n a d o diez años
antes en una votación de ostracismo y que había dejado a Pericles solo en la plaza
d e la política ateniense. Otra v e z la c o m e d i a -esta vez Los acarnienses y La pazes la que m e n c i o n a el hecho c o m o cosa sabida por todo el m u n d o . Sin exagerar,
puede decirse que casos c o m o ésos están sólo a un paso de la simple ocultación de
datos.
Y es que v e r d a d e r a m e n t e algunas omisiones son francamente chocantes,
hasta el punto de que cabe pensar que se deben al claro favoritismo q u e el
historiador muestra hacia Pericles, un personaje con el q u e n o p u e d e decirse que
Tucídides sea objetivo*". Sintomático resulta el silencio casi total que se guarda
acerca del decreto megárico^^; también resulta sorprendente que el relato de
Tucídides n o incluya datos tan importantes c o m o los c a m b i o s de gobierno en las
ciudades durante la guerra, sobre c ó m o había accedido al p o d e r tal o cual facción
política, etc. El lector tiene la impresión de enfrentarse de repente con una
situación establecida, de cuya génesis no h a sido informado en absoluto: leyendo
a Tucídides nada s a b r e m o s de figuras tan importantes para la consolidación de la
democracia ateniense c o m o Solón o Efialtes, ni de la tenacidad d e q u e hicieron
gala los progresistas hasta que consiguieron limitar p r i m e r o y neutralizar después
el poder del Consejo del A r e o p a g o ; t a m p o c o de las luchas políticas internas que
elevaron al poder a Pericles tras las c o n d e n a s en sendas v o t a c i o n e s de ostracismo
de sus rivales, C i m ó n , el hijo de Milcíades, y Tucídides, el hijo de Melesias*^
Claro es que puede argumentarse q u e esos a c o n t e c i m i e n t o s pertenecen a
la Pentecontecia, un período n o narrado sino m u y d e p a s a d a por nuestro
historiador porque otros habían escrito sobre él, y y a h e m o s d i c h o que Tucídides
da por sabida y b u e n a la obra de sus predecesores; p e r o los m i s m o s silencios
''
J. Schwarze, Die Beurteilung des Perikles durch die attische Komödie und ihre
historische und historiographische Bedeutung, Munich, 1971.
*° Sobre la figura del estadista en Tucídides, véase H. Flashar, Thucydides and Perikles
(tesis doctoral). Universidad de Columbia, 1969.
*' Apenas un par de menciones, en 1 67 y 1 139, aunque, a juzgar por Los acarnienses de
Aristófanes (vv. 530 ss.), la opinión pública consideraba ese decreto el principal detonante
de la guerra y se hacía responsable último del mismo a Pericles, con el agravante, además,
de que se decía que Aspasia estaba detrás de la promulgación de aquel decreto, irritada
porque unos hombres de Mégara habían raptado a dos de sus pupilas de la casa de citas
que, según la malévola crítica de los cómicos, ella regentaba.
" En 461 y 443, respectivamente.
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sorprendentes los v o l v e m o s a encontrar en el relato del período que a b a r c a su
obra: c u a n d o nos topamos con Cleón por primera v e z (111 36), leemos q u e está a
la cabeza de la facción popular del demos, p e r o los acontecimientos que justifican
su presencia en la narración, a saber, la discusión sobre el castigo q u e se d e b e
i m p o n e r a los sublevados de Mitilene, corresponden al año 4 2 7 / 6 y Pericles había
m u e r t o en 430/29. ¿Quién le sucedió?, ¿ c ó m o llegó Cleón al poder? Aristófanes
en sus Caballeros (vv. 110, ss.) nos da la lista de los d e m a g o g o s que sucedieron a
Pericles*^ y que culminan en Cleón, el curtidor de pieles, depuesto grotescamente
en esa c o m e d i a por Agorácrito, un v e n d e d o r de morcillas, c u y o único mérito -¡no
p e q u e ñ o ! - es superar a Cleón en t o d o s sus defectos. Y hay más: a u n q u e la
narración de la expedición de Sicilia o c u p a dos libros c o m p l e t o s y, c o m o h e m o s
señalado, es objeto de referencias anticipadoras en varias ocasiones, su relato es
incompleto y parco en detalles que e n c o n t r a m o s en otros autores c o m o D i o d o r o y
Plutarco: sabemos por ellos los n o m b r e s d e los seis c o m a n d a n t e s de la flota
ateniense en la batalla final de Siracusa*'', q u e L á m a c o y Calícrates libraron
c o m b a t e singular*' y que Eurípides, en el Epitafio que c o m p u s o en h o n o r de los
muertos en la campaña**, atribuía o c h o victorias a los atenienses antes d e q u e su
estrella e m p e z a r a a declinar, c u a n d o apenas se p u e d e n aislar cinco en la narración
de Tucídides; en cuanto al sistema de m u r o s y c o n t r a m u r o s tendidos en t o m o a
Siracusa por sitiadores y sitiados para cercarla e impedir el cerco
respectivamente, nadie ha c o n s e g u i d o e n t e n d e r l o partiendo de Tucídides*'.
N i n g u n o de los silencios, sin e m b a r g o , es c o m p a r a b l e , a j u i c i o de G o m m e
{ad IV 51), con el que se guarda acerca del a u m e n t o de la cuantía del (¡Jopóq, del
tributo de las ciudades aliadas respecto a la cantidad q u e en tiempos había fijado
Aristides, que, j u n t o con la subida del sueldo de los heliastas, hizo aprobar C l e ó n
(424-23) tras su sorprendente éxito en Esfacteria y que c o n o c e m o s por u n a
inscripción (IG 1^ 71) y por el testimonio de otros autores, c o m o Plutarco
{Aristides, 24), una medida de e n o r m e s c o n s e c u e n c i a s políticas cuya ausencia es
sorprendente en el relato de un historiador tan p r e o c u p a d o por las razones de los
*^ Fueron ellos Éucrates y Lisióles, con quien se casó con la viuda Aspasia.
•^"Diod. XIII 13.
" Cf. Plu. Nicias 18, 3. Calícrates era un jefe de la caballería siracusana a quien Tucídides
ni siquiera menciona.
Cf?\u. Nicias 17.
Algunos han achacado la ausencia de explicación sobre la estrategia de guerra a la simple ignorancia del autor, que nunca habría sido estratego, sino sólo oficial superior: véase
H.T. Wade-Gery, Oxford Classical Dictionary, Oxford, 1970^, s.v. Thucydides.
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L. M. Macia Aparicio
hechos**. T a m b i é n es posible que hubiera que añadir a esos silencios el que se
guarda respecto al llamado "decreto de C l e a r c o " (IG I^ 1453) sobre unificación de
m o n e d a s , pesos y medidas que, según E. Crespo*', lleva consigo la imposición del
dialecto ático c o m o lengua oficial en las ciudades de la Liga ateniense. El decreto
es de data incierta, y la d u d a se suscita entre ca. 4 4 5 y ca. 4 2 5 , correspondientes,
respectivamente, a la época de las grandes m e d i d a s de e n g r a n d e c i m i e n t o de
Atenas tomadas por Pericles y al m o m e n t o d e a p o g e o de Cleón, y C r e s p o aporta
argumentos en favor de una y otra fecha sin decidirse entre ellas; pero para lo que
a nosotros nos interesa el silencio sería disculpable si el decreto correspondiera a
la primera época, a la Pentecontecia, sobre la que y a h e m o s dicho que Tucídides
apenas se detiene porque está fuera del m a r c o cronológico de su historia; pero si
fuera de la época de Cleón, según a mí m e parece m á s probable c o m o m u e s t r a de
la euforia de un imperialismo e x a c e r b a d o , el silencio d e T u c í d i d e s sería
escandaloso y bordearía n u e v a m e n t e la ocultación de datos.
Esos silencios guardan relación con el p r o b l e m a de la supuesta
parcialidad del autor, un t e m a al que V l a c h o s dedicó su tesis doctoral, q u e ya
h e m o s m e n c i o n a d o , basándose en cinco puntos relacionados con la Pentecontecia,
la gran expedición a Sicilia de 4 1 5 y las figuras de Nicias y Alcibíades. Y a
hemos rebatido sus críticas respecto a la narración d e la expedición a Sicilia y no
ha salido mejor parado del j u i c i o de otros'" q u e coinciden en señalar el
subjetivismo de Vlachos, que critica a Tucídides no por no hacer lo debido, sino
por no hacer lo que a él le habría gustado, por ejemplo, que n o diga
explícitamente que la imagen de libertadores de Grecia d e los l a c e d e m o n i o s era
pura propaganda, porque, c o m o y a h e m o s dicho, T u c í d i d e s gusta de aparentar
asepsia en su narración y dejar que sean los h e c h o s los que hablen por sí m i s m o s :
él no necesita en absoluto decir que los espartanos eran unos d e s a l m a d o s u n a vez
Véase B.D. Meriti- H.T. Wade-Gery- M.F. McGregor, The Athenian tribute lists, I-IV,
Cambridge, (Mass.) ( = Princeton 1939-1963); cf. también R. Meiggs- D. Lewis, Greek
historical inscriptions, Oxford, 1969.
"The linguistic policy of Athens during the first maritime league in the light of the Attic
decree on silver coinage, weight and measures". Actas del IV Congreso de Dialectología
Griega, Berlin, octubre de 2001 (en prensa). El tema se integra en la buena o mala fama
del imperio ateniense, buena, según G.E.M. de Sainte Croix, "The character of the Athenian empire", Historia 3, 1954-55, pp. 1-41 y H.W. Plaket, "Thasos and the popularity of
the Atenían empire". Historia 12, 1963, p. 70 ss., mala según H. Bradeen, "The popularity
of Athenian empire", Historia 9, 1960 y T.J. Quinn, "Thucydides and the impopularity of
the Athenian empire", Historia 13, 1964, p. 257 ss. Un buen estudio del tema, con magnífica bibliografía, puede leerse en pp. 324-94 de D. Musti, Storia greca. Linee di sviluppo
dall' età micenea all' età romana, Bari, 1994.
™ Cf la reseña que le hizo G. Lachenaud en REG, 83, 1970, pp. 258-9 y J. Alsina, Tucídides. Historia ...op. cit.
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h e c h o c o m o él lo hace el relato de los sucesos de Platea, y en c u a n t o a sus
simpatías a favor de A t e n a s , o de Esparta, que hacia a m b o s bandos se le ha creído
v o l c a d o , probablemente lleva razón R o m i l l y c u a n d o dice que si en la
Pentecontecia se ocupa m e n o s de Esparta es p o r q u e no se ajusta a su m o d e l o ideal
de desarrollo de las ciudades: riqueza, flota, murallas y poder. Y y a antes he
señalado la obsesión por la imparcialidad de Tucídides, que busca siempre
equilibrar la balanza y relata con igual p o r m e n o r el m e d i s m o d e Pausanias q u e el
de Temístocles y deja ver por igual su d e s a g r a d o ante la actuación de los
espartanos en Platea y ante la de los atenienses en Mitilene. Creo que p u e d e
afirmarse que si Tucídides es parcial n o lo e s c o n s c i e n t e m e n t e , a u n q u e ante c a s o s
c o m o su presentación d e Cleón y Pericles resulta difícil negar su parcialidad.
Cleón es maltratado por T u c í d i d e s " , q u e tiene m u y mal c o n c e p t o d e él y
le atribuye intenciones c u y a única b a s e es la palabra del historiador y
responsabilidades, c o m o la dura c o n d e n a d e los de Mitilene, q u e otras fuentes'^
reparten con otros políticos; se permite con él la afirmación m a l é v o l a de que
c u a n d o aquél se tiró el farol con su p r o p u e s t a de sustituir a Nicias al m a n d o del
ejército y terminar de inmediato con el sitio de los lacedemonios b l o q u e a d o s en
Esfacteria, apresándolos, el pueblo le t o m ó enseguida la palabra, contento ante
una perspectiva que era atractiva pasara lo q u e pasase, pues si Cleón c u m p l í a su
promesa, capturarían a los espartanos, y si no era capaz de hacerlo, se
desembarazarían de él. Tucídides se detiene también a relatar las circunstancias
de su muerte en Anfípolis, la plaza que B rásidas había conquistado y q u e a h o r a
defendía del contraataque ateniense: sitiador c o m o era, fue m u e r t o en la huida por
un simple peltasta, lo que s u p o n e un v i v o contraste con la gloriosa m u e r t e d e
Brásidas, su rival espartano, herido en el ataque a sus sitiadores y c o n o c e d o r d e su
victoria en la contienda en el lecho de m u e r t e ; pero es evidente q u e a lo largo de
la guerra h u b o otros personajes c u y a m u e r t e t a m p o c o debió d e ser d e m a s i a d o
gloriosa'"* y Tucídides guarda sobre ellos un p i a d o s o silencio. Cleón es, pues,
víctima del exceso narrativo de nuestro historiador y a ello le debe en parte su
mala fama en la posteridad, a u n q u e es j u s t o reconocer que en el caso d e ese
d e m a g o g o todas las d e m á s fuentes (la C o m e d i a y Aristóteles, por e j e m p l o )
coinciden en presentarlo c o m o un indeseable, si bien ello t a m p o c o garantiza que
" Cf. A.G. Woodhead, "Thucydides' portrait of Cleon", Mnemosyne (IV) 13, 1960; Μ.
Tulli, "Cleone in Tucidide", Helikon 20­21, 1980­81 (1983), pp. 249­55.
Cf Plu., Alcibiades 16.2.
'^ Por ejemplo, durante la calamitosa intentona de Demóstenes e Hipócrates de apoderarse
de B eocia (cf Th. IV 76, ss.), cuyo fracaso más sonado fue la derrota ateniense en Delio y
la confusa fuga tras la misma, en la que perecieron muchos soldados y el propio Hipócra­
tes (/é/a'. 101).
L. M. Macia Aparicio
lo fuera, pues el hecho es que g o b e r n ó la ciudad durante algún t i e m p o y consiguió
para ella éxitos militares y e c o n ó m i c o s .
Pericles, en c a m b i o , se beneficia d e su p a r q u e d a d . Su imagen en
Tucidides es prácticamente la de un santo. Alsina afirma q u e Tucídides escribió
su historia de forma que se acallaran las v o c e s que en A t e n a s le e c h a b a n la culpa
de todo tras la derrota final, y esa idea es la m á s extendida entre los estudiosos"*.
La imagen que presenta Tucídides n o c o n c u e r d a con la q u e de su p e r s o n a nos
ofrece el teatro, ni con la que aporta Aristóteles en su Constitución de Atenas. Y a
h e m o s c o m e n t a d o a l g u n o s detalles y aún p o d r í a m o s añadir el silencio q u e se
guarda sobre los motes - o l í m p i c o y c a b e z a d e cebolla eran los m á s frecuentescon que en la comedia, reflejo sin d u d a d e la v o z de la calle, se le adornaba. La
tragedia, siempre d e una forma m e n o s directa, aporta datos semejantes. El
profesor L. G i f ' sugiere para esa obra, fechada, con d u d a s , hacia 4 3 0 , una
interpretación en clave política: la mentalidad de Sófocles no era la de un
ilustrado, de " s a n t u r r ó n " califica Gil a aquél; t a m p o c o p o d r í a decirse q u e fuera un
enamorado de la democracia, sino m á s bien un h o m b r e d e ideas c o n s e r v a d o r a s .
Su Edipo sería un fiel reflejo de esas ideas: un individuo d e m a s i a d o listo ( c o m o
Pericles y los ilustrados); y todo ello p u e s t o en c o n e x i ó n con la situación de
Atenas en aquella época: ya en 4 3 2 , antes del estallido de la guerra, los espartanos
habían reclamado que se expulsara de A t e n a s a los impíos que la c o n t a m i n a b a n ;
la d e m a n d a apuntaba por elevación hacia Pericles, m i e m b r o d e la familia d e los
Alcmeónidas, implicada en la represión de la intentona d e Cilón de hacerse con la
tiranía dos siglos antes. La expulsión d e E d i p o , m a n c h a d o p o r su h o r r e n d o crimen
de incesto, consigue la salvación d e su ciudad y sugeriría la de Pericles, cuya
salida de Atenas podría preservaría de una guerra calamitosa. Sea c o m o fuere, el
hecho es que Pericles fue depuesto del m a n d o por unos m e s e s en 4 3 0 , a u n q u e
volvió a ser elevado al poder p o c o antes de morir en 4 2 9 . Q u e Edipo Rey se
escribiera con ese objetivo o n o y q u e influyera en la c o n d e n a t e m p o r a l de
Pericles no es seguro: Sófocles había m e d r a d o bastante al lado de aquél y hacerlo
habría sido una traición por su parte'*; pero lo cierto es q u e T u c í d i d e s se limita a
contar la solicitud de los espartanos en 4 3 2 , a p o r t a n d o , de paso, según su
costumbre, el paralelo de la reclamación por parte de A t e n a s de que en Esparta se
'" Véase su Historia... p. 29. Hay, sin embargo, quien opina que una lectura atenta de su
obra permite apreciar una dura condena del historiador hacia el estadista y su política, cf.
H. Flashar, "Der Epitaphios des Perikles", Sitzb. der Heidelb. Akad. der Wiss. (Pliil.-liist.
Klasse), Heidelberg, 1969.
' ' "De las varias lecturas de Edipo rey", CFC (Gr.) 10, 2000, pp. 71-89.
Aunque a juzgar por Aristófanes, Pax 698, al final de su vida se volvió excesivamente
interesado y no puede excluirse que por convicción propia o por inducción de la facción
opuesta a Pericles escribiera su obra con ese propósito solapado.
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hiciera otro tanto con los que profanaron el t e m p l o de A t e n a Calcieco c u a n d o
murió Pausanias, y a reflejar q u e el auténtico objetivo d e la m i s m a era Pericles,
sin darle al asunto la m e n o r importancia ni insinuar que supusiera para aquél el
más m i n i m o problema, y que, en c a m b i o , si la interpretación de Edipo Rey c o m o
simbolo de la situación de Pericles y c o m o propuesta de solución para A t e n a s
fuera acertada, tendríamos que reconocer la existencia en la ciudad d e una
corriente de opinión desfavorable a a q u é l ' ' y de la que Tucídides, sin razones q u e
lo justifiquen excepto, quizá, su afán de proteger a Pericles, n a d a habría dicho.
Los ejemplos que a c a b a m o s de presentar apuntan claramente a un
incumplimiento por parte de Tucídides de sus objetivos respecto al relato d e los
hechos acaecidos en la guerra del P e l o p o n e s o : h e m o s visto o m i s i o n e s de h e c h o s
probablemente importantes y un m a n e j o d e la información sobre ciertas personas
que tiene todos los visos de la manipulación; su selección es insuficiente o, en
casos c o m o los antes citados de Micaleso y M e l o s , interesada, y en más de u n a
ocasión parece contradecir los propósitos d e objetividad que, según él, informan
su obra. Y al igual que apuntábamos una posible explicación para el carácter
literario de aquélla, sería posible intentar justificar las modificaciones d e la
realidad por influjo de su personalidad, a p e l a n d o al papel de e d u c a d o r e s de m a s a s
incultas que asumieron muchos autores durante las épocas arcaica y clásica, c o m o
Arquíloco o Píndaro, que por sentirse superiores se vieron impulsados a
implicarse directamente en los hechos y a n o conformarse con ser simples
notarios de los mismos. En esas condiciones es natural -yo no d i g o disculpableque las ideas personales afloren y que modifiquen la realidad para ajustaría a
ellas. Sin e m b a r g o , es preciso tener en cuenta q u e educar es conformar, a h o r m a r a
los demás según el pensamiento del educador: verdad y educación n o son
términos necesariamente coincidentes'*.
M e parece, en resumen, que m u c h o s autores de la literatura griega ofrecen
ejemplos suficientes de descuidos, errores y contradicciones q u e podrían jusfificar
en parte las críticas que a lo largo del t i e m p o han recibido sus obras y q u e
aquellos que están más c o m p r o m e t i d o s a una actuación d e t e r m i n a d a por hacer
público un p r o g r a m a presentan a d e m á s indicios de i n c u m p l i m i e n t o de esos
compromisos.
" Cf. L. Losada, T/ie fifth column in the Peloponnesian war, Leiden, 1972.
'^ Quizá un ejemplo ajeno a este contexto sirva para aclarar esa idea: de todos es conocida
la violencia a la que sometieron los musicalistas antiguos y modernos a los versos líricos
griegos, llevados por el "loable afán" de ajusfar la producción de los poetas griegos a sus
propias ideas musicales. Pocos afirmarían que semejante proceder sea aceptable, y en puro
paralelismo parece justo que tampoco se considere admisible que los historiadores configuren la narración de los hechos según su idea de la Historia.
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Cierto es que c a b e pensar q u e las exigencias de la é p o c a d e aquellos
autores y las de la nuestra no son las m i s m a s y que lo j u s t o es j u z g a r a c a d a cual
según los criterios que le son aplicables; pero n o es m e n o s cierto q u e aquellos
defectos afean la belleza d e las obras y en ciertos casos introducen u n a s o m b r a de
duda sobre la veracidad de su c o n t e n i d o . En esa tesitura, creo que la labor del
critico honesto es acercarse a esos autores con rigor y objetividad, sine ira et
studio, evitando la aplicación d e criterios actuales q u e aquellos autores n o están
obligados a cumplir, lo q u e daría lugar a su segura condena, pero no dejarse llevar
por la admiración más rendida, convertirlos en dioses y pasar por alto los defectos
que presentan. De ese m o d o , aquellos autores adquirirán su v e r d a d e r a condición
de seres h u m a n o s , capaces de los m a y o r e s aciertos y también de los mayores
errores, y en algún caso resultarán aún m á s admirables, por haber sido c a p a c e s de
componer hace tanto t i e m p o unas obras q u e parecen escritas hoy.
Mi opinión personal, y creo que lo expuesto hasta a h o r a permite
suponerlo y que, si yo tuviera la capacidad de Tucídides, quizá n o sería necesario
que la hiciera explícita, es que hay casos en los que la invasión de la personalidad
del autor sobre su obra es tan fuerte que la m a n i p u l a y la organiza para q u e sus
ideas personales se vean confirmadas. Puede decirse, pues, que esos autores
mienten; pero es necesario situar las cosas en su j u s t o t é r m i n o y precisar q u e esas
mentiras no son igualmente censurables en todos los autores: n o es igual mentir
voluntariamente, modificando la verdad p a r a servir a unos intereses d e t e r m i n a d o s
que hacerlo quizá inconscientemente, o r g a n i z a n d o la narración de los h e c h o s de
forma que confirme la idea que el autor se ha h e c h o de ellos o d e forma q u e le
sirvan para sus propósitos didácticos y ejemplificadores.
Pero pese a todo y aun con esos matices, creo que es preciso reconocer
que miente todo el que n o dice la verdad, y en el dilema de elegir entre el
Quandoque bonus dormitat Homerus de Horacio y el ε χ θ ρ ό ς . , . μ ο ι κ ε ϊ ν ο ς . . . 6 ς χ'
έτερον μ ε ν κ ε ύ θ η έ ν ι φ ρ ε σ ί ν , ά λ λ ο δ ε ε ϊ , π η de H o m e r o para calificar
semejante actitud m e inclino por ahora por la s e g u n d a opción: ya otros antes que
yo lo han hecho y otros han optado por la contraria. Y soy p l e n a m e n t e consciente
de que, c o m o apuntaba m á s arriba respecto a las sonrisas suscitadas por Heródoto,
podría darse el caso de que las críticas q u e aquí h e m o s planteado sobre Tucídides
y otros autores se cambiaran por rendidos elogios.
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